La imaginacion Sociologica
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La imaginacion Sociologica
2. La imaginación sociológica
No es sólo información lo que los hombres necesitan. En esta Edad del Dato la información
domina con frecuencia su atención y rebasa su capacidad para asimilarla. No son sólo
destrezas intelectuales lo que necesitan, aunque muchas veces la lucha para conseguirlas
agota su limitada energía moral.
Lo que necesitan, y lo que ellos sienten que necesitan, es una cualidad mental que les ayude a
usar la información ya desarrollar la razón para conseguir recapitulaciones lúcidas de lo que
ocurre en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo dentro de ellos, Y lo que yo me
dispongo a sostener es que lo que los periodistas y los sabios, los artistas y el público, los
científicos y los editores esperan de lo que puede llamarse imaginación sociológica, es
precisamente esa cualidad.
El primer fruto de esa imaginación -y la primera lección de la ciencia social que la encarna- es
la idea de que el individuo sólo puede comprender su propia experiencia y evaluar su propio
destino localizándose a sí mismo en su época; de que puede conocer sus propias posibilidades
en la vida si conoce las de todos los individuos que se hallan en sus circunstancias. Es, en
muchos aspectos, una lección terrible, y en otros muchos una lección magnífica. No conocemos
los límites de la capacidad humana para el esfuerzo supremo o para la degradación voluntaria,
para la angustia o para la alegría, para la brutalidad placentera o para la dulzura de la razón.
Pero en nuestro tiempo hemos llegado a saber que los límites de la «naturaleza humana» son
espantosamente dilatados. Hemos llegado a saber que todo individuo vive de una generación a
otra, en una sociedad, que vive una biografía, y que la vive dentro de una sucesión histórica.
Por el hecho de vivir contribuye, aunque sea en pequeñísima medida, a dar forma a esa
sociedad y al curso de su historia, aun cuando él está formado por la sociedad y por su impulso
histórico.
Ningún estudio social que no vuelva a los problemas de la biografía, de la historia y de sus
intersecciones dentro de la sociedad, ha terminado su jornada intelectual. Cualesquiera que
sean los problemas del analista social clásico, por limitados o por amplios que sean los rasgos
de la realidad social que ha examinado, los que imaginativamente han tenido conciencia de lo
que prometía su obra han formulado siempre tres tipos de preguntas:
2. ¿Qué lugar ocupa esta sociedad en la historia humana' ¿Cuál es el mecanismo por el que
está cambiando? ¿Cuál es su lugar en el desenvolvimiento de conjunto de la humanidad y qué
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significa para él? ¿Cómo afecta todo rasgo particular que estamos examinando al periodo
histórico en que tiene lugar, y cómo es afectado por él? ¿Y cuáles son las características
esenciales de ese periodo? ¿En qué difiere de otros periodos? ¿Cuales son sus modos
característicos de hacer historia?
En suma, a esto se debe que los hombres esperen ahora captar, por medio de la imaginación
sociológica, lo que está ocurriendo en el mundo y comprender lo que está pasando en ellos
mismos como puntos diminutos de las intersecciones la biografía y de la historia dentro de la
sociedad. En gran parte, la conciencia que de sí mismo tiene el hombre contemporáneo como
de un extraño por lo menos, si no como de un extranjero permanente, descansa sobre la
comprensión absoluta de la relatividad social y del poder transformador de la historia. La
imaginación sociológica es la forma más fértil de esta conciencia de sí mismo. Por su uso,
hombres cuyas mentalidades sólo han recorrido una serie de órbitas limitadas, con frecuencia
llegan a tener la sensación de despertar en una casa con la cual sólo habían supuesto estar
familiarizados. Correcta o incorrectamente, llegan a creer con frecuencia que ahora pueden
proporcionarse a sí mismos recapitulaciones adecuadas, estimaciones coherentes,
orientaciones amplias. Antiguas decisiones, que en otro tiempo parecían sólidas, les parecen
ahora productos de mentalidades inexplicablemente oscuras. Vuelve a adquirir agudeza su
capacidad de asombrarse. Adquieren un modo nuevo de pensar, experimentan un trastrueque
de valores; en una palabra, por su reflexión y su sensibilidad comprenden el sentido cultural
de las ciencias sociales.
La distinción más fructuosa con que opera la imaginación sociológica es quizás la que hace
entre "las inquietudes personales del medio" y "los problemas públicos de la estructura social".
Esta distinción es un instrumento esencial de la imaginación sociológica y una característica de
toda obra clásica en ciencia social.
Los problemas se relacionan con materias que trascienden del ambiente local del individuo y
del ámbito de su vida interior. Tienen que ver con la organización de muchos ambientes dentro
de las instituciones de una sociedad histórica en su conjunto, con las maneras en que
diferentes medios se implican e interpenetran para formar la estructura más amplia de la vida
social e histórica. Un problema es un asunto público: se advierte que está amenazado un valor
amado por la gente. Este debate carece con frecuencia de enfoque, porque está en la
naturaleza misma de un problema, a diferencia de lo que ocurre con la inquietud aún más
generalizada, el que no se le pueda definir bien de acuerdo con los ambientes inmediatos y
cotidianos de los hombres corrientes. En realidad un problema implica muchas veces una crisis
en los dispositivos institucionales, y con frecuencia implica también lo que los marxistas llaman
«contradicciones» o «antagonismos».
Mientras una economía esté organizada de manera que haya crisis, el problema del desempleo
no admite una solución personal. Mientras la guerra sea inherente al sistema de Estados-
naciones y a la desigual industrialización del mundo, el individuo corriente en su medio
restringido será impotente -con ayuda psiquiátrica o sin ella- para resolver las inquietudes que
este sistema o falta de sistema le impone. Mientras que la familia como institución convierta a
las mujeres en esclavas queridas y a los hombres en sus jefes proveedores y sus dependientes
aún no destetados, el problema de un matrimonio satisfactorio no puede tener una solución
puramente privada. Mientras la megalópolis superdesarrollada y el automóvil super-
desarrollado sean rasgos constitutivos de la sociedad superdesarrollada, los problemas de la
vida urbana no podrán resolverlos ni el ingenio personal ni la riqueza privada.
¿Cuáles son en nuestro tiempo los mayores problemas para los públicos y las inquietudes clave
de los individuos particulares? Para formular problemas e inquietudes, debemos preguntarnos
que valores son preferidos, pero amenazados, y cuáles preferidos y apoyados por las
tendencias características de nuestro tiempo. Tanto en el caso de amenaza como en el de
apoyo, debemos preguntarnos qué contradicciones notorias de la estructura pueden estar
implicadas.
Cuando la gente estima una tabla de valores y no advierte ninguna amenaza contra ellos,
experimenta bienestar. Cuando estima unos valores y advierte que están amenazados
experimenta una crisis, ya como inquietud personal, va como problema público. Y si ello afecta
a todos sus valores, experimenta la amenaza total del pánico.
Pero supongamos que la gente no sienta estimación por ningún valor ni perciba ninguna
amenaza. Esta es la experiencia de la indiferencia, la cual, si parece afectar a todos los
valores, se convierte en apatía. Supongamos, en fin, que no sienta estimación por ningún
valor, pero que, no obstante, perciba agudamente una amenaza. Ésta es la experiencia del
malestar de la ansiedad, la cual, si es suficientemente total, se convierte en una indisposición
mortal no específica.
La primera tarea política e intelectual -porque aquí coinciden ambas cosas- del científico social
consiste hoy en poner en claro los elementos del malestar y la indiferencia contemporáneos.
Ésta es la demanda central que le hacen los otros trabajadores de la cultura: los científicos del
mundo físico y los artistas, y en general toda la comunidad intelectual. Es a causa de esta
tarea y de esas demandas por lo que, creo yo, las ciencias sociales se están convirtiendo en el
común denominador de nuestro periodo cultural, y la imaginación sociológica en la cualidad
mental más necesaria.
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CHARLES WRIGHT MILLS: La imaginación sociológica. FCE, México, pp. 24-28, 31-33.
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Necesito aclarar una distinción simple y muy descuidada que, para mi, es una de las más
importantes de que disponemos en los estudios sociológicos. Es la distinción entre medio
personal y estructura social.
Podemos pensar en ello de esta manera: Cuando un puñado de hombres no tienen empleo, y
no lo buscan, indagarnos las causas en su situación inmediata y su carácter. Pero cuando doce
millones de hombres están sin empleo, entonces no podemos creer que todos se volvieron
"holgazanes" súbitamente o resultaron "inútiles". Los economistas llaman a esto "desempleo
estructural", -queriendo decir, por lo pronto, que los hombres en cuestión no pueden controlar
ellos mismos sus oportunidades de empleo. El desempleo estructural no se origina en una
fábrica o en una población, ni se debe a que una fábrica o una población hagan o no hagan
algo. Por otra parte, es poco o nada lo que el hombre de una fábrica en una población pueda
hacer para resolver el fenómeno cuando éste invade su medio personal.
Pero, ¿acaso no están en algún lugar las causas de los grandes cambios históricos? Y ¿acaso
no podemos encontrarlas?
Sin duda que si están, y que también podemos hallarlas. Simplemente para ponerlas un
nombre, las llamaremos cambios estructurales, y las definimos advirtiendo en nuestra
definición que son cambios que trascienden los ambientes de la mayor parte de los hombres.
Trascienden estos ambientes personales no sólo porque afectan a una gran diversidad de
ambientes, sino porque, por su naturaleza misma, los principios estructurales del cambio
tienen que ver con las consecuencias no intentadas, y por ello inesperadas, de lo que los
hombres, asentados en diversos ambientes y limitados por ellos, pueden estar tratando de
hacer o de evitar.
Pero no todos los hombres son corrientes u ordinarios en este sentido. Como los medios de
información y poder están centralizados, algunos individuos llegan a ocupar posiciones en la
sociedad norteamericana desde las cuales pueden mirar por encima del hombro, digámoslo así,
a los demás, y con sus decisiones pueden afectar poderosamente los mundos cotidianos de los
hombres y las mujeres corrientes.
Éste es el sentido general más importante que quiero dar término "elite". Ésta es la posición de
la "elite". La "elite" está formada por los que tienen el mando en la instituciones directivas, y
cuyas posiciones de mando los colocan de tal manera en su estructura social que trascienden,
en grado mayor o menor, los ambientes ordinarios de los hombres y las mujeres ordinarios.
Aun el estudio más superficial de la historia de la sociedad occidental nos enseña que el poder
de las personalidades decisivas está limitado ante todo por el nivel de la técnica, por los
medios de fuerza, violencia y organización que prevalecen en una sociedad determinada. En
este respecto, nos enseña también que hay una línea recta ascendente a lo largo de la historia
de Occidente, y que los medios de opresión y explotación, de violencia y destrucción, así como
los medios de producción y reconstrucción, han sido progresivamente ampliados y
centralizados.
Como los medios institucionales de poder y los medios de comunicación que los unen se han
ido haciendo cada vez más eficaces, los que ahora tienen el mando de ellos poseen
instrumentos de dominio que nunca han sido superados en la historia de la humanidad. Y
todavía no hemos llegado al punto máximo de su desarrollo. Ya no podemos descansar ni
apoyarnos cómodamente en los altibajos históricos de los grupos gobernantes de las épocas
pasadas. En ese sentido tiene razón Hegel: la historia nos enseña que no podemos aprender
de ella.
Para cada época y para cada estructura social, tenemos que plantearnos y resolver el
problema del poder de la elite. Los fines de los hombres muchas veces son meras esperanzas,
pero los medios son realidades controladas por algunos hombres. Ésta es la razón de que los
medios de poder tiendan a convertirse en fines para una minoría que tiene el mando de ellos.
Y también por eso podemos definir la minoría del poder en relación con los medios de poder
diciendo que está formada por quienes ocupan los puestos de mando. Los principales
problemas acerca de la minoría norteamericana actual -su composición, su unidad, su poder-
tienen que plantearse ahora prestando la debida atención a los asombrosos medios de poder
de que dispone. César pudo hacer con Roma menos que Napoleón con Francia; Napoleón
menos con Francia que Lenin con Rusia, y Lenin menos con Rusia que Hitler con Alemania.
Pero, ¿qué fue el poder de César en su cima comparado con el poder del cambiante círculo
interior de la Rusia soviética o el de los gobiernos temporales de los Estados Unidos? Los
hombres de uno y otro círculo pueden hacer que sean arrasadas grandes ciudades en una sola
noche y que en unas semanas se conviertan en páramos termonucleares continentes enteros.
El que los instrumentos del poder se hayan ampliado enormemente y se hayan centralizado
decisivamente, significa que las decisiones de pequeños grupos tienen ahora mayores
consecuencias.
La economía -en otro tiempo una gran dispersión de pequeñas unidades productoras en
equilibrio autónomo- ha llegado a estar dominada por dos o trescientas compañías
gigantescas, relacionadas entre sí administrativa y políticamente las cuales tienen
conjuntamente las claves de las resoluciones económicas.
El orden político, en otro tiempo una serie descentralizada de varias docenas de Estados con
una médula espinal débil, se ha convertido en una institución ejecutiva centralizada que ha
tomado para sí muchos poderes previamente dispersos y ahora se mete por todas y cada una
de las grietas de la estructura social.
El orden militar, en otro tiempo una institución débil, encuadrada en un contexto de recelos
alimentados por las milicias de los Estados, se ha convertido en la mayor y más costosa de las
características del gobierno, y, aunque bien instruida en fingir sonrisas en sus relaciones
públicas, posee ahora toda la severa y áspera eficacia de un confiado dominio burocrático.
En cada una de esas zonas institucionales, han aumentado enormemente los medios de poder
a disposición de los individuos que toman las decisiones; sus poderes ejecutivos centrales han
sido reforzados, y en cada una de ellas se han elaborado y apretado modernas rutinas
administrativas.
Al ampliarse y centralizarse cada uno de esos dominios, se han hecho mayores las
consecuencias de sus actividades y aumenta su tráfico con los otros. Las decisiones de un
puñado de empresas influyen en los acontecimientos militares, políticos y económicos en todo
el mundo. Las decisiones de la institución militar descansan sobre la vida política así como
sobre el nivel mismo de la vida económica, y los afectan lastimosamente. Las decisiones que
se toman en el dominio político determinan las actividades económicas y los programas
militares. Ya no hay, de una parte, una economía, y de otra parte, un orden político que
contenga una institución militar sin importancia para la política y para los negocios. Hay una
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economía politice vinculada de mil maneras con las instituciones y las decisiones militares. A
cada lado de las fronteras que corren a través de la Europa central y de Asia hay una trabazón
cada vez mayor de estructuras económicas, militares y políticas. Si hay intervención
gubernamental en la economía organizada en grandes empresas, también hay intervención de
esas empresas en los procedimientos gubernamentales. En el sentido estructural, este
triángulo de poder es la fuente del directorio entrelazado que tanta importancia tiene para la
estructura histórica del presente.
El hecho de esa trabazón se pone claramente de manifiesto en cada uno de los puntos criticas
de la moderna sociedad capitalista: desplome de precios y valores, guerra, prosperidad
repentina. En todos ellos, los hombres llamados a decidir se dan cuenta de la interdependencia
de los grandes órdenes institucionales. En el siglo XIX, en que era menor la escala de todas las
instituciones, su integración liberal se consiguió en la economía automática por el juego
autónomo de las fuerzas del mercado, y en el dominio político automático por la contratación y
el voto. Se suponía entonces que un nuevo equilibrio saldría a su debido tiempo del
desequilibrio y el rozamiento que seguía a las decisiones limitadas entonces posibles. Ya no
puede suponerse eso, y no lo suponen los hombres situados en la cúspide de cada una de las
tres jerarquías predominantes.
Porque dado el alcance de sus consecuencias, las decisiones -y las indecisiones- adoptadas en
cualquiera de ellas se ramifican en las otras, y en consecuencia las decisiones de las alturas
tienden ya a coordinarse o ya a producir la indecisión de los mandos. No siempre ha sido así.
Cuando formaban el sector económico innumerables pequeños empresarios, por ejemplo,
podían fracasar muchos de ellos, y las consecuencias no pasaban de ser locales; las
autoridades políticas y militares no intervenían. Pero ahora, dadas las expectativas políticas y
los compromisos militares, ¿pueden permitir que unidades claves de la economía privada
caigan en quiebra? En consecuencia, intervienen cada vez más en los asuntos económicos y, al
hacerlo, las decisiones que controlan cada uno de los órdenes son inspeccionadas por agentes
de los otros dos, y se traban entre si las estructuras económicas, militares y políticas.
En el pináculo de cada uno de los tres dominios ampliados y centralizados se han formado esos
circulas superiores que constituyen las elites económica, política y militar. En la cumbre de la
economía, entre los ricos corporativos, es decir, entre los grandes accionistas de las grandes
compañías anónimas, están los altos jefes ejecutivos; en la cumbre del orden político los
individuos del directorio político; y en la cumbre de la institución militar, la elite de estadistas -
soldados agrupados en Estado Mayor Unificado y en el escalón mas alto del ejército-. Como
cada uno de esos dominios ha coincidido con los otros, como las decisiones tienden a hacerse
totales en sus consecuencias, los principales individuos de cada uno de los tres dominios de
poder -los señores de la guerra, los altos jefes de las empresas, el directorio político- tienden a
unirse, a formar la minoría del poder de los Estados Unidos.
Si el poder para decidir cuestiones nacionales como las que se deciden fuera compartido de un
modo absolutamente igual, no habría minoría poderosa; en realidad, no habría gradación del
poder, sino sólo una homogeneidad radical. En el extremo opuesto, si el poder de decidir
dichas cuestiones fuera absolutamente monopolizado por un pequeño grupo, tampoco habría
gradación del poder: sencillamente, tendría mando ese pequeño grupo, y por debajo de él
estarían las masas indiferenciadas, dominadas. La sociedad norteamericana actual no
representa ninguno de esos extremos, mas no por eso es menos útil tener idea de ellos: esto
nos ayudará a comprender más claramente el problema de la estructura del poder en los
Estados Unidos, y, dentro de ella, la posición de minoría del poder.
La formación de la "elite" del poder, tal como ahora la conocemos, tuvo lugar durante la
Segunda Guerra Mundial y con posterioridad a ella. En el proceso de organizar a la nación para
ese conflicto, y con la consecuente estabilización de la postura guerrera, se seleccionaron y
formaron ciertos tipos de hombres y, en el transcurso de estos desarrollos institucionales y
psicológicos, han surgido entre ellos nuevas oportunidades e intenciones.
I. En la medida en que la clave estructural de la elite del poder reside hoy en el sector político,
dicha clave es la decadencia de la política como debate auténtico y público de soluciones -con
partidos nacionalmente responsables y de coherencia política, y organizaciones autónomas que
relacionan los niveles inferiores y medios del poder con los niveles más elevados-. Los Estados
Unidos son ahora, en gran parte, más una democracia política formal que una estructura social
democrática e, incluso, el mecanismo político formal es débil.
II. En la medida en que la clave de la elite poderosa se encuentra hoy en el Estado amplio y
militar, dicha clave se evidencia en el ascendiente ejercido por los militares. Los señores de la
guerra han logrado una importancia política decisiva y la estructura militar de los Estados
Unidos es ahora, en gran parte, una estructura política. La amenaza bélica, al parecer
permanente, pone en gran demanda a los militares y su dominio de hombres, material, dinero
y poder; virtualmente, todos los actos políticos y económicos se juzgan ahora de acuerdo con
definiciones militares; los militares de más categoría ocupan una posición firme en la elite
poderosa de la quinta época.
Esto se debe en parte a un simple hecho histórico, trascendental desde 1939: el centro de
atención de la elite se ha desplazado de los problemas internos, concentrándose alrededor del
30 en la quiebra, hacia los problemas internacionales, concentrados del 40 al 50 en torno a la
guerra. Puesto que el mecanismo del gobierno en los Estados Unidos ha sido adaptado y
utilizado por larga tradición histórica para la oposición y el equilibrio domésticos, no tenía,
desde ningún punto de vista, organismos y tradiciones aptos para el manejo de los problemas
internacionales. El mecanismo democrático formal surgido en el siglo y medio de desarrollo
nacional anterior a 1941, no se había extendido al manejo de los asuntos internacionales. La
elite del poder creció, parcialmente, en este vacío.
III. Era el grado en que la clave estructural de la elite del poder reside hoy en el sector
económico, dicha clave consiste en el hecho de que la economía es a la vez una economía de
guerra permanente y una economía corporativa privada. El capitalismo norteamericano es
ahora, en gran medida, un capitalismo militar y la relación más importante entre la gran
corporación y el Estado se funda en la coincidencia de intereses de las necesidades militares y
corporativas, tal como las definen los señores de la guerra y los señores de las corporaciones.
Dentro de la minoría en conjunto, dicha coincidencia de intereses de los altos militares y los
jefes corporativos, fortalece a ambos y además supedita el papel de los hombres meramente
políticos. No son los políticos, sino los jefes de las empresas quienes consultan con los militares
y proyectan la organización de los esfuerzos bélicos.
La elite poderosa se compone de hombres políticos, económicos y militares, pero esta elite
establecida no se halla exenta de cierta tensión: sólo se une en determinados puntos
coincidentes y en ciertas "crisis". Durante la larga paz del siglo XIX, los militares no formaban
parte de los altos consejos del Estado, ni del directorio político, como tampoco eran hombres
del mundo económico; hacían incursiones en el Estado, pero no se incorporaban a su
directorio. Hacia el 30 dominaba el hombre político. Ahora el militar y el empresario ocupan los
primeros puestos.
De los tres círculos que integran la elite del poder de hoy, el militar es el que más ha
aprovechado su aumento de poder aunque los círculos corporativos se han atrincherado
asimismo de un modo más abierto en los círculos donde se elaboran las decisiones públicas. El
político profesional es quien más ha perdido, tanto que al examinar los acontecimientos y las
decisiones, sentimos la tentación de hablar de un vacío político, donde gobiernan la riqueza
corporativa y el sector de la guerra, con intereses coincidentes...
Pero, históricamente, debemos ser siempre concretos y admitir las complejidades. El criterio
marxista simple hace del gran personaje económico el verdadero depositario del poder; el
simple punto de vista liberal hace del gran político la cabeza del sistema de poder; y también
hay algunos que consideran al señor de la guerra como un auténtico dictador. Cada uno de
estos criterios está excesivamente simplificado. Para evitarlos, utilizamos el término "elite del
poder" mejor que, por ejemplo, «clase dirigente».
"Clase dirigente" es una expresión mal entendida. "Clase" es un término económico; "dirigir"
es término político. Así la frase "clase dirigente" contiene la teoría de que una clase económica
dirige políticamente. Esta teoría resumida puede ser o no cierta a veces, pero no queremos
transmitir esa teoría, bastante sencilla, en los términos que utilizamos para definir nuestros
problemas; queremos exponer las teorías explícitamente, emplearlo términos de significado
mas preciso y unilateral. Concretamente, la frase "clase dirigente", en sus connotaciones
política comunes, no concede bastante autonomía al origen político y a sus agentes, y no dice
nada de los militares como tales. El lector debe saber ya a estas alturas que no aceptamos el
simple punto de vista de que los grandes hombres del sector económico toman unilateralmente
todas las decisiones de importancia nacional. Sostenemos que este simple criterio de
"determinismo económico" debe ser elaborado por "deber ministro político" y "determinismo
militar", que los más altos agentes de cada uno de estos tres sectores disfrutan ahora de un
grado visible de autonomía; y que sólo elaboran y aplican las decisiones más importantes con
los trámites a menudos intricados de una coalición. Estas son las principales razones por las
que preferimos "elite del poder", a "clase dirigente", como expresión característica que
denomina los altos círculos, cuando los consideramos en términos de poder.
En la medida en que la elite del poder ha llegada a ser objeto de la atención pública, lo ha
hecho como "camarilla militar". La elite del poder debe su forma actual al ingreso en ella de los
militares. Su presencia y su ideología constituyen sus principales legitimaciones, siempre que
dicha minoría siente la necesidad de recurrir a ellas. Pero lo que se llama la "camarilla militar
de Washington" no se compone sólo de militares ni existe únicamente en Washington. Sus
miembros se encuentran en todo el país y se trata de una coalición de generales que
desempeñan el papel de directores corporativos, de políticos disfrazados de almirantes, de
directores corporativos que actúan como políticos, de empleados civiles que llegan a alcaldes,
de vicealmirantes que son también colaboradores de un funcionario del Gabinete el cual es, de
paso, realmente un miembro de la minoría directora.
Aquí no resultan adecuadas la idea de una «clase dirigente", ni de un simple auge monolítico
de «políticos burocráticos», ni de una "camarilla militar". La minoría poderosa incluye a veces,
en inquieta coincidencia, los poderes económico, militar y político...
CHARLES W. MILLS, “Las fuentes del poder en la sociedad” en Amitai Etzioni y Eva Etzioni, Los
cambios sociales, FCE, México 1968, pp. 119-125