A Donde Vas, Tomás 2

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¿A dónde vas, Tomas?

Por Manuel F. Ayau


Pedro: ¿Sabes Tomás, que recientemente se ha llegado
a probar que no hay posibilidad alguna de establecer el
socialismo y que nadie lo ha probado en forma
completa? ¿Qué sólo se ha probado en forma muy vaga,
sin establecer cómo funcionaría?
Tomas: Realmente no te entiendo. Tengo la impresión
de que o estás hablando disparates o quieres
comunicarme una verdad que no alcanzo a comprender,
pues todos sabemos que hay países socialistas.

Pedro: Creo que es una importante verdad la que quiero


comunicarte, pues pretendo hacerte ver que los llamados
países socialistas en realidad no son socialistas y,
además, que no solamente no existen de hecho sino que
no podrían existir.
Tomás: ¿Te das cuenta cabal de lo que estás afirmando?
Sinceramente creo que no. Pretendes negar, en primer
término, lo que todo el mundo sabe, esto es, que existen
países socialistas. Y que esos países no sólo existen sino
que están empeñados en lograr que su sistema socio-
económico sea adoptado por el resto del mundo porque
están convencidos que es muy superior al sistema
capitalista. Es evidente, pues, que quieres tapar con tu dedo
capitalista el sol socialista, y eso no se va a poder.

Pero vas mucho más lejos…Pretendes no sólo negar la


existencia de los países socialistas. También quieres negar
la posibilidad de su existencia, y si bien yo puedo entender
que tus prejuicios capitalistas no te permitan aceptar la
existencia de los enemigos de tu sistema, realmente me
parece absurdo que pretendas hacerme creer que esos países
no sólo no existen sino que podrían existir, como países
socialistas.
Pedro: Veo que me has entendido perfectamente. Lo que
tú dices es exactamente lo que pretendo hacer. Pero antes
debemos ponernos de acuerdo acerca de los términos que
vamos a emplear. De lo contrario nuestra conversación no
sería fructífera.

Y en cuanto a que hay países socialistas, hay quienes


sostienen que en realidad no pueden existir sin el
capitalismo, es decir que su “maquinaria” tiene una pieza
prestada, por decirlo así, del capitalismo, cual es, el
sistema de precios; que son parásitos; que no hay
posibilidad de un socialismo autónomo, y que nadie, ni
siquiera en teoría, te podría explicar cómo funciona el
socialismo.

Tomás: ¡Pero no seas absurdo¡ Hay mucha literatura


que explica cómo funciona la economía en Rusia,
para ponerte un ejemplo.
Pedro: Claro, se puede explicar cómo funciona la
economía de Rusia. Pero no pueden decir cómo podrían
subsistir si el socialismo fuera lo único que existiera. Es
decir, si no existiera mercado libre (en mayor o menor
grado) afuera de Rusia. Sí se puede explicar cómo
funciona una economía con mercado libre. Pero no se
puede explicar cómo operaría una economía socialista.

Tomás: ¡Pero el mercado libre produce tantas injusticias¡

Pedro: Eso no viene al caso. Y de todos modos, una cosa es


evitar injusticias y otra cuál sistema es el que hemos de
adoptar. Bajo el socialismo tampoco hay garantía de
justicia. Allí también habrá que contar con buena voluntad y
leyes adecuadas para que unos hombres no se aprovechen de
otros.
Tomás: Concedo que me salí del punto, pero quiero
que dejemos el argumento de justicia para después y
que no lo echemos al costal, porque para mí, es lo más
importante. Ahora bien, ¿qué entiendes tú por
socialismo?

Pedro: Pues, para ser breve y generalizar, te diré que


incluyo, bajo el título de socialismo, todo aquel sistema
donde el “estado” es el dueño de los medios de
producción o donde dirige la economía como si fuera
el dueño. Es decir, donde el estado dispone qué se
produce, cuánto de cada cosa y dónde; por lo tanto, el
intercambio no es libre. Por ejemplo: el Nacismo.
Tomás: ¡Pero el Nacismo es derecha¡
Pedro: Derecha no quiere decir nada, porque cada quien la
entiende como más le convenga. En cambio, socialismo sí se
define bien. Lo contrario al socialismo es el liberalismo.
Nacismo, por cierto, quiere decir nacional-socialismo.

Tomás: Bueno Pedro. Ya no discutiré semántica. Dime mejor,


¿si no crees ridículo que haya quien niegue el socialismo hoy día?
Lee cualquier libro de economía comparada y te comparan los
diferentes sistemas. ¿Quieres que crea que todos los profesores y
asesores del gobierno ruso, y los de todos los países socialistas, y
aún los de EE.UU. y demás países, los que están en contra o los
que está a favor, que todos ellos están equivocados? ¡No importa
qué razones me des, simplemente encuentro inverosímil tu
argumento¡ ¡Alguien te está tomando el pelo¡ Si no es posible,
¿por qué van a oponerse los que no les parece? El opositor mismo
tiene que creer que es factible, si no, ¿a qué se opone?
¿Crees tú que habría guerra en Vietnam si no
fuera porque hay gente seria, unos a favor y
otros en contra del socialismo?
¿Crees tú que con los conocimientos actuales, las
computadoras y los centros científicos de investigación,
un “detallito” como la no factibilidad del socialismo
escaparía la atención del mundo entero? No niego que
los países socialistas tengan grandes problemas con su
planificación y que ellos lo admitan. Pero una cosa es
que no hayan perfeccionado el sistema y otra que
simplemente sea imposible. ¡Qué sea difícil lo acepto,
pero no creo que sea imposible¡ Es cuestión de avance
científico, y tú sabes que eso toma tiempo. Todo
evoluciona y estoy seguro que con el avance de la
ciencia, todo lo irán resolviendo cada vez mejor. ¡El
progreso no se puede parar¡
Pedro: Oye Tomás, hay que ser razonable. En primer lugar sí
hay muchas cosas imposibles, y no tengo que ponerte ejemplos.
En segundo lugar, todo lo que sucede no es progreso
simplemente porque sucede. El hombre es falible. Cuando
acierta, progresa; cuando no, regresa. Y además, la realidad es
que el hombre sólo puede lograr escoger entre alternativas
factibles. Admito que según algunos, lo que otros escogen no
es factible.
Tomás: Pues he allí tu respuesta. Si unos creen que el
socialismo no es factible, no quiere decir que no sea factible
para otros.
Pedro: Tal vez, Tomás. ¿Pero estás de acuerdo en que el que sí
cree que algún sistema es factible debería tener alguna idea de
en qué consiste ese sistema? ¿O crees que es lógico que alguien
diga “yo estoy de acuerdo en hacer algo que no sé qué es?
Tomás: ¡No se trata de una
posición tan ridícula¡

Pedro: Precisamente, ¡sí se trata de


una posición tan ridícula¡

Tomás: ¿Crees tú posible que el socialismo llegue a ser


una influencia en el mundo contemporáneo si no se
hubiera dicho cómo funciona?
Pedro: Aunque suene increíble, ¡así lo es¡ Ya sé que
pensarás que es imposible. Y te diré más, como todos
piensan como tú, y simplemente dan por sentado que “ha
de haber” algún modo que haga funcionar el socialismo
(“porque si no, no podría ser la fuerza mundial que es”),
entonces ni se preocupan, ni les interesa saber si ello es o
no cierto. Por eso todavía existe el socialismo.
Tomás: Todo se reduce, entonces, a la pregunta: ¿por qué no es
posible el socialismo?

Pedro: Exactamente a eso se reduce, y la respuesta es: para que exista


civilización, debe ser factible la división del trabajo, y ella sólo es
posible si cada cosa tiene un precio que la relacione con todas las
demás cosas y servicios. Ahora bien, como bajo el socialismo los
medios de producción no son privados ni el intercambio es libre, no
pueden tener una manera objetiva de valorizaciones, y como
consecuencia, no tienen una estructura de precios.

Por lo tanto, no saben qué valor ponerle a cada cosa, ni a los recursos
que usaron para producir lo que produjeron. No pueden saber cuánto
vale nada. Están ciegos. No pueden calcular nada porque no tienen
ningún valor qué sumar o restar. No pueden medir eficiencia, no
pueden averiguar si lo que gastan vale más de lo que producen, ni qué
hacer para satisfacer sus prioridades (si pudieran establecerlas), ni cómo
distribuir objetivamente el producto social.
Tomás: Ahí sí que como dijo el tocayo, “¡hasta no
ver, no creer¡”. Porque veo muy fácil, para el
gobierno central, ponerle precio a todo, distribuir
el producto como lo disponga, y decidir cómo lo
disponga, y decidir cómo y cuáles cosas hacer.
Pedro: Precisamente eso es lo que todos hemos
supuesto erróneamente todo el tiempo: que eso sí se
puede hacer racionalmente en un sistema socialista.
Tomás: Pero si los rusos usan los precios de
Occidente (los capitalistas), entonces sí puede
funcionar el sistema, de ese momento en adelante.
Pedro: Pero eso no es socialismo. Eso es como si te
dijera que te hablaré en inglés pero uso palabras en
español. Además, tendrán que copiar
continuamente los cambios de precios, pues por las
mismas razones que no tienen criterio propio para
establecerlos originalmente, no pueden determinar
cambios; y aceptarás que el progreso mismo
significa cambio.
Tomás: Bueno, dime Pedro: ¿Por qué no puede el
gobierno poner el precio que le da la gana a cada cosa?

Pedro: En cierto sentido sí puede. ¿Pero de que le sirve si


igualmente lo puede cambiar sin ton ni son? Es como si nos
ponemos a jugar casita. Nada es real en tal caso y si queremos que
el valor de dos cosas cualesquiera sumen cinco y tenemos el poder
de hacerlo, a una le ponemos valor de cuatro y a la otra de uno; o
lo volvemos a cambiar y a la primera le ponemos tres y a la otra de
dos; o lo cambiamos y a la primera le ponemos dos y a la otra tres
y, así, seguiremos jugando casita. ¿A quién engañamos? Puedo
jugar o soñar que la comida llueve del cielo, hasta que despierte, y
la tenga que ir a conseguir. Entonces averiguaré que si quiero
maíz, lo tengo que sembrar, y esperar que crezca. No basta con
soñar. El mundo es real y todo cuesta algo, hay escasez de todo, y
hemos de racionar aun el tiempo. El problema es precisamente ese:
cada cosa o satisfacción que obtenemos presupone algún sacrificio.
Y progreso quiere decir que lo que sacrificamos es menos de lo que
obtenemos. Por lo tanto se necesita un sistema para poder evaluar
todo lo que ocupas en producir contra lo que produces.

Tomás: Eso es cierto si todo lo vas a medir en dinero. Pero el dinero


no lo es todo.

Pedro: El dinero no tendría valor si no es porque con él se puede


intercambiar y comparar el valor relativo de las cosas, y en seguida
valorizar el beneficio de un intercambio, que no es más que la
diferencia entre el valor de lo que obtienes y de lo que das. El
dinero no es nada en sí, estoy de acuerdo. Pero es necesario el dinero
para permitir la división del trabajo, que es el fundamento de la
sociedad. La división del trabajo es lo que permite el aumento de la
productividad, (producción per cápita) pero la división del trabajo no
sería factible si el producto derivado de ella no se pudiera
intercambiar.
Nadie haría solamente una cosa si a cambio de ella no va a
obtener las otras cosas que necesita. Y, de la especialización y
el intercambio subsiguiente, se deriva la abundancia.
¡Todo ello no se puede lograr sin un medio de intercambio que
lo facilite en grado superlativo¡

Tomás: Bueno, no me metas en teoría monetaria. Dime por


qué no se pueden fijar los precios sin propietarios privados de
los medios de producción y de los recursos.
Pedro: Establezcamos una cosa primero: que lo que se busca
es una manera lógica y objetiva de poner precios. Cualquier
sistema, pero que sea objetivo. Es decir, sistemáticamente, en
el estricto sentido de la palabra. Porque admitamos que el
imponer una estructura de precios al azar y por la fuerza bruta
no es racional, y menos lo es objetivo.
Tomás: Claro, se entiende. De lo contrario, si todo va a ser subjetivo (es
decir asistemático) igual da que se pongan los precios al azar, a que le
digamos a un niño que los ponga a su gusto. ¿Pero por qué no se puede
medir el valor de las cosas según el tiempo de trabajo que se necesita
para hacerlas?
Pedro: Porque tu cosecha tiene para ti un valor que no aumenta si
tuviste que emplear más trabajo para lograrla. O porque si inventas una
máquina mejor que la que tienes, pero más sencilla y, por lo tanto,
involucra menos de tu trabajo fabricarla, no por eso la aprecias menos
que la vieja. ¿Si el criterio fuera que el valor es según el trabajo,
objetivamente hablando, tienes que valorar más la máquina vieja que la
nueva?
Estarás de acuerdo en que nada tiene valor intrínseco. En que todo
valor depende de la satisfacción (espiritual o material) que la persona
obtenga de cualquier acto o cosa. Es decir que, individualmente, el
valor se le asigna a las cosas subjetivamente; cada quién, según lo que
necesita, según lo que ya tiene, y según las alternativas que se le
presentan.
Tomás: Ya lo ves, ¡los valores tienen que ser subjetivos de cualquier manera¡

Pedro: Valor sí, pero precio no. Te pondré un ejemplo: quizá tu estarías
dispuesto a comprar una película hasta por 10, pero su precio en la tienda
es de 5. O quizá tal vez para ti sólo vale 2, en cuyo caso no lo comprarás.
He ahí la diferencia entre valor y precio. El valor se lo das tú. El precio
se forma como resultado de la voluntad e influencia de dos o más
personas. O como se dice frecuentemente, de la interacción de los que
ofrecen y los que demandan.
Ahora bien, como todo es escaso y por lo tanto hay que racionarlo; como
casi siempre hay múltiples alternativas para satisfacer necesidades, hasta
por ejemplo, los alimentos; como todos tienen que escoger qué utilizarán
en producir las cosas que otros quieren, etc., entonces todos ejercen
influencia en los precios según sus propios juicios de valor subjetivo, pero
el resultado es que se forma por decirlo así, una estructura de precios
objetiva que refleja multitud de valorizaciones, que dependen, en cada
localidad, de muchos hechos y factores, y que no la puede modificar una
sola persona al antojo.
Entonces todos planifican sus actos según una estructura de precios que,
ciertamente, ellos individualmente pueden influenciar, pero sólo en forma
insignificante. Es decir, que tienen que ceñir sus decisiones a una
estructura de precios dada. Se ven obligados a escoger alternativas de
producción o de consumo basados objetivamente en la estructura de
precios existente.
Tomás: Bueno. Ello explica cómo funciona el mercado capitalista, ¡pero
no prueba que sea la única manera¡
Pedro: Fíjate que debido al sistema de pérdidas y ganancias, la gente
deja de producir lo que produce pérdida, y aumenta la producción de lo
que da ganancia. Eso sucede automáticamente donde hay propiedad
privada porque afecta los patrimonios particulares. Pero lo pertinente es
que lo puede averiguar, y lo averigua mediante el cálculo basado en los
precios de lo que se usa para producir y el precio de lo que se produce.
Tiene, pues, forma de averiguar qué combinación de factores conviene usar
para producir, y qué calidad y cantidad de cosas va a producir; qué produce
pérdidas, y qué produce ganancias.
Tomás: ¡Sigues explicándome cómo funciona el mercado capitalista pero
no me explicas por qué el socialista no puede tener precios¡

Pedro: Bueno. Supongamos que una persona o entidad competente va a poner


precios, y comienza por ponerle precio a la maquinaria. ¿Con qué criterio se
le fija el precio? Cada máquina se puede hacer de infinidad de maneras y
materiales.
En cualquier caso, el precio depende de la utilidad que esa máquina
proporcione indirectamente a través de la utilidad o valor del producto que la
misma máquina hace. Y solamente se fabricará esa máquina si la combinación
de recursos (materiales, capital y trabajo) que se emplean en fabricarla, valen
menos o igual que el precio de la máquina. Pero, como los materiales para
hacer la maquinaria provienen de los recursos naturales, y éstos en un país
socialista no se comercian libremente por no ser privados (sino que el
Estado dispone que va a producir con los recursos, y por la misma razón no
puede haber libre oferta ni demanda), entonces no hay manera de sumar lo
que gasta en hacer la máquina. Por tanto, no puede tener ni costo, ni
precio: el Estado lo tiene que determinar arbitrariamente, en ausencia de
criterio objetivo. ¿Comprendes por qué el Estado se convierte en impotente?
Tomás: Veo que es tarea difícil y complicada, y que quizá no se podría
comenzar sin precio alguno sino que debería haber una base inicial de
precios. De allí en adelante, ya podría el Estado ir modificándolos a su
criterio.

Pedro: ¿Con cuál criterio objetivo es ello posible? ¿No ves que cada día
los precios se modifican debido a accidentes de la naturaleza, nuevas
invenciones y descubrimientos? Cada suceso te cambia la interrelación de
todos los demás precios, unos referentes a otros y en diferente grado
según la localidad. ¡Son trillones las combinaciones¡

Cuando debido a un invento, o a mejores cosechas, cambia la cantidad o


calidad de un producto, todo debe modificarse nuevamente, para que
dichos cambios se reflejen en un ahorro de recursos para la sociedad. Sin
medios objetivos para evitar malgastar, derrochar y disipar recursos, la
especie humana tendería a perecer. Todo progreso implica ahorro en el
sentido de que aquellas cosas, recursos o trabajo no gastados, quedan
disponibles para atender necesidades nuevas que, previo a ese acto
ahorrativo, no podrían haberse satisfecho.
Imagínate el problema de distribuir ese ahorro en forma objetiva si tú
mismo tuvieras el poder fijar los precios, antes y después de cada día.
¿Cómo sabrías que los precios son acertados si tú mismo (o el gobierno)
los fija o los cambia, modificado así, indirectamente, la oferta y
demanda? Y, al modificar la oferta y la demanda, se altera la relativa
escasez de todo respecto a todo. El problema del cambio continuo de
precios no es evadible porque sencillamente el progreso no es, por
definición, rígido ni estático; significa modificación continua.

Tomás: Dime Pedro, suponiendo que un país socialista copia los precios
del mundo libre, y acepta las continuas modificaciones de los precios del
mundo libre, entonces, ¿puedes asegurar que eso también a producir
pérdidas sólo por el hecho de que los precios son copiados?

Pedro: En primer lugar, sería inexacto llamar socialista a ese país. Pero, te
pondré un ejemplo para que veas cómo se produce la pérdida por el simple
hecho de copiar precios ajenos:
Supongamos que un mismo arquitecto le encargamos hacer dos casas
iguales en una misma localidad, donde sí existe mercado y, por lo tanto,
hay precios locales. Supongamos además, que para la construcción de la
primera de las casas, tendrá que escoger una combinación de materiales
basado en los precios reales de esa localidad, y para la segunda, una
combinación basada en una estructura de precios exóticos, es decir, de
otras localidades.
Al terminar, el experimento, si calculamos en cuánto sale cada una de las
dos casas, sumando el verdadero precio (precio real) de todos los recursos
empleados, encontraremos que la segunda sale más cara, ya que el
arquitecto, obligadamente, hubo de escoger una combinación de recursos
diferente de la combinación de recursos diferente de la combinación más
económica posible, según los precios reales de esa localidad. En ningún
caso, indefectiblemente, pudo haber escogido una combinación más barata,
ya que de lo contrario tenemos que suponer que se equivocó al escoger la
primera combinación. La diferencia entre el costo de las dos
combinaciones es pérdida o ineficiencia económica que resulta en
derroche y desperdicio.
Tomás: Si me pudieras asegurar que en un mercado los precios son
óptimos y que existe perfecto conocimiento de los mismos por parte de la
gente, entonces estaría de acuerdo. Pero eso no puede ser así por muchas
razones.
Pedro: Que no es perfecto, estoy de acuerdo. Que hay distorsiones, las
hay, pero en el grado que se mantenga libre la economía, mediante una
intervención del Estado para evitar la coerción, el monopolio, el fraude,
etc., en ese grado serán menores las distorsiones, y por tanto, la economía
más eficiente. También, en esa situación, habrá siempre tendencia definida
hacia la eficiente asignación de recursos, pero bajo el socialismo o
economía dirigida, no existe la menor posibilidad de actuar racionalmente.
No hay nada perfecto que surja de lo humano y, en un mercado también
se equivoca la gente, pero sólo allí puede averiguar que se equivocó,
porque como hay precios, puede existir el sistema de pérdidas y
ganancias. Bajo el socialismo, sin precios, ni eso puede haber. Y cuando
los llamados socialistas copian precios, de hecho no son socialistas, sino
muy irracionales de adoptar un sistema sui generis muy ineficiente, que por
cierto, de hecho, se basa en la propiedad privada.
Tomás: Pero, ¿y si no les importa la ineficiencia?

Pedro: No es que no les importe. Sí le importa pero, como te decía,


desconocen la existencia del problema. Así como hay socialistas con
sensibilidad social, también los hay oportunistas, que no les importa el
nivel de vida del hombre, el progreso, etc., etc.

El número de estas persona, y la influencia que pueden ejercer, es


importante y no debe menospreciarse. Sin embargo, su influencia no es
suficiente para determinar la subsistencia o desaparición de las ideas
socialistas.
Puesto que a los oportunistas no los motiva la condición del hombre,
simplemente adoptan la postura, y adoptan las ideas, que creen que sí
van prevalecer; es decir, las ideas que ellos consideran de prestigio y más
populares, en los círculos académicos, políticos y de la prensa, los que en
su mayoría están muy bien intercambiados pero mal orientados. La
existencia de los oportunistas depende del apoyo que, a su postura, le dan
los intelectuales.
Si los intelectuales (los bien intencionados) que, por su
influencia en el consenso, en la prensa y en los círculos
políticos, sí determinan la existencia o desaparición del
socialismo, se dieran cuenta de lo absurdo de su postura, y
por ser honrados lo reconocieran, los oportunistas
reconocerían que su oportunidad está en cambiar de lado
eventualmente.

Si el socialismo y la economía dirigida perdiera su


inmerecido prestigio y se le tuviera por lo que es, una muy
ridícula y absurda postura, nadie la tomaría en serio.
Gracias
por
Su atención

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