Descargue como PPTX, PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pptx, pdf o txt
Está en la página 1de 30
EL CUENTO SEGÚN JULIO CORTÁZAR
Julio Cortázar fue uno de esos raros escritores que tuvieron el
privilegio de imponer un cánon, crear epígonos y renovar la manera en que se pensaba y hacía literatura. Es una perogrullada darle más vueltas a la importancia de este escritor y ponderar su aportación a las letras universales, hemos decidido publicar algunos pensamientos de Cortázar sobre el arte del cuento.
Los siguientes fragmentos fueron tomados de «Aspectos del cuento» y
«Del cuento breve y sus alrededores», el primero publicado en la revista Casa de las Américas, y el segundo en Último round. 1.Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco incasillable; en segundo lugar los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquellos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades. 2. Un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia. Sólo con imágenes se puede trasmitir esa alquimia secreta que explica la profunda resonancia que un gran cuento tiene entre nosotros, y que explica también por qué hay muchos cuentos verdaderamente grandes. 3. La novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. (…) El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario. Y esto, que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo esencial del método. 4. [Cuando un cuento es malo], no es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. 5. Un cuento es significativo cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta. 6. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en nuestra memoria.
7. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el
pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento. [Esta es una cita que Cortázar retoma del «Decálogo del perfecto cuentista» de Horacio Quiroga, y que al autor de Rayuela le parece fundamental] 8. Siempre me han irritado los relatos donde los personajes tienen que quedarse como al margen mientras el narrador explica por su cuenta (aunque esa cuenta sea la mera explicación y no suponga interferencia demiúrgica) detalles o pasos de una situación a otra. El signo de un gran cuento me lo da eso que podríamos llamar su autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón de la pipa de yeso. (…) Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con algo más que con el cuento en sí. 9. [Entiendo por técnica narrativa] el especial enlace en que se sitúan el narrador y lo narrado. Personalmente ese enlace se me ha dado siempre como una polarización, es decir que si existe el obvio puente de un lenguaje yendo de una voluntad de expresión a la expresión misma, a la vez ese puente me separa, como escritor, del cuento como cosa escrita, al punto que el relato queda siempre, con la última palabra, en la orilla opuesta. (…) Un cuentista eficaz puede escribir relatos literariamente válidos, pero si alguna vez ha pasado por la experiencia de librarse de un cuento como quien se quita de encima una alimaña, sabrá de la diferencia que hay entre posesión y cocina literaria, y a su vez un buen lector de cuentos distinguirá infaliblemente entre lo que viene de un territorio indefinible y ominoso, y el producto de un mero métier. 10. Primera observación [sobre el cuento fantástico]: lo fantástico como nostalgia. Toda suspensión of disbelief obra como una tregua en el seco, implacable asedio que el determinismo hace al hombre. En esa tregua, la nostalgia introduce una variante en la afirmación de Ortega: hay hombres que en algún momento cesan de ser ellos y su circunstancia, hay una hora en la que se anhela ser uno mismo y lo inesperado, uno mismo y el momento en que la puerta que antes y después da al zaguán se entorna lentamente para dejarnos ver el prado donde relincha el unicornio. 11. Segunda observación: lo fantástico exige un desarrollo temporal ordinario. Su irrupción altera instantáneamente el presente, pero la puerta que da al zaguán ha sido y será la misma en el pasado y el futuro. Sólo la alteración momentánea dentro de la regularidad delata lo fantástico, pero es necesario que lo excepcional pase a ser también la regla sin desplazar las estructuras ordinarias entre las cuales se ha insertado. Descubrir en una nube el perfil de Beethoven sería inquietante si durara diez segundos antes de deshilacharse y volverse fragata o paloma. Decálogo del perfecto cuentista Horacio Quiroga I Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo. II Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo. III Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia IV Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón. V No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas. VI Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes. VII No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo. VIII Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea. IX No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino X No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento. El relato perfecto: teoría del cuento en Horacio Quiroga El cuento en Quiroga puede definirse como una “producción concienzuda” que tiene como asidero su famoso Decálogo del perfecto cuentista, como la forma canónica de elaboración de texto; en otras palabras, la literatura (el cuento) se debe asumir como un recetario que debe ser seguido al pie de la letra con el fin de alcanzar el mejor resultado. Dentro de su concepción, el cuento debe ser una especie de obra de arte a la cual debe intentar arribar el escritor. Ningún relato, afirma, debe irse manifestando a partir de la casualidad sino que este debe estar plenamente prefigurado en la mente del escritor. El cuento no debe ser una historia que se escriba sola, sino que la primera palabra debe estar funcionando en relación con la última. De tal manera, en el cuento nada debe quedar al azar. El mismo Quiroga define al cuentista como aquel que sabe contar, es decir, aquel que es capaz de interesar al lector o al escucha de tal manera que, sea cual sea la historia, atrapa la atención e interesa. Esta relación entre cuento y cuentista no debe ser tomada de forma inocente, pues para la concepción quiroguiana ambos son elementos inseparables, que deben ser tomados de modo complementario. Todo cuentista debe apoyarse en los lineamientos de Quiroga para convertirse en un escritor consumado, es decir, en un “perfecto cuentista”, lo cual implica toda la carga subjetiva que le confiere este escritor uruguayo al arrogarse la misión de definir lo que debe o no ser un buen cuento o uno malo. La envergadura que como dios asume Quiroga, no lo hace escapar, sin embargo, en varios de sus relatos, de una elaboración no siempre bien lograda ni tampoco acorde con los mismos principios que postula, por lo cual su teoría acerca de la elaboración de los relatos permanece más en el plano de lo teórico que de lo práctico y ello redunda más en una disquisición que en una puesta en práctica, pues en ocasiones este mismo se convierte en víctima de sus planteamientos, pues no todos sus relatos están bien logrados, y en algunos de ellos los finales, los inicios, los desarrollos, la elaboración de personajes o de acciones no está bien logrados, por lo que termina en un discurso teórico sin arraigo en la práctica. Este escritor define tres cualidades básicas o primordiales que todo buen cuentista debe poseer: “...sentir con intensidad, atraer la atención y comunicar con energía los sentimientos...”(Etcheverry , 1957:); tales rasgos son, por lo tanto, los elementos necesarios que permiten a un relato alcanzar la intensidad necesaria para lograr su efecto. Quiroga reafirma el juicio de que el cuentista nace y se hace: este es poseedor de cualidades innatas y habilidades que con el tiempo es capaz de mejorar. La brevedad de cada cuento es precisamente el elemento que permite sostener la atención requerida para capturar al lector o al oyente, en caso de un relato oral, señala; esta brevedad, por lo demás, debe ser propia también del cuento escrito. Este escritor uruguayo experimenta tanto en cuento como en novela, y si bien no todos sus cuentos alcanzan la misma calidad. El mismo señala que el cuentista tiene la capacidad de sugerir más de lo que dice, lo cual es plenamente palpable en algunos de sus relatos. Es allí donde juega un papel fundamental el carácter sintético del relato, cualidad que no posee la novela. El cuento presenta un determinado acontecimiento, que puede ser más o menos efectista. El cuento, en definitiva, es una acción que tiene como base la letra, que funciona como red y obliga, al lector-‐‑personaje capturado, a penetrar (se) en la historia y erigirse en una función paralela de lector y personaje. El cuento obliga, seduce y conduce; el lector, al interpretar, se deja conducir. En Quiroga el cuento incorpora al lector, y lo asimila a un mundo en el que el dolor, la impotencia y el fracaso asumen también una función de personajes recurrentes. El cuento se manifiesta como el escenario en el cual el hombre (como personajes textual) se muestra tal como es: débil y salvaje, víctima y victimario, carente de valores que le permitan sobreponerse a la crueldad de una naturaleza despiadada y de otros hombres devoradores y sin piedad. El cuento, como tal, persigue efectos preconcebidos que intentan producir un efecto cautivante en el lector. La ambientación debe estar en concordancia con los hechos que se desarrollan textualmente, incluso con el lector que, como ya se ha dicho, debe ayudar a producir el texto, no solo mediante la lectura, sino mediante la interpretación misma; ello sin expresar abiertamente la complicidad que el estado de ánimo del lector implica para la asimilación del efecto. El cuento remite a un entorno que lo produce, lo condiciona y lo permea, y se torna como materia prima que posibilita el texto. Es allí donde lo fantástico pasa a formar parte vital de cada relato, pues cruza al cuento y le confiere una significación que el lector le brinda al entrar en contacto con él. Lo fantástico posibilita el significado y significa por sí mismo. El relato comporta, además, una cualidad que le es innegable: la capacidad de producir tensión, de ahogar al lector, y no dejarlo respirar. Las posibles interpretaciones que éste genere exaltan también su valor como tal. Para Quiroga, el escribir es arte y este arte solo se logra con esfuerzo y confianza, ideas que se hacen manifiestas a lo largo del Decálogo del perfecto cuentista. Así, tal concepción de “perfecto”, que aplica para sus diez mandamientos define, de manera tajante, cómo se llega a ser insuperable en el arte de producir o más bien crear, tal como él mismo lo dice, cuentos. De tal manera que para Quiroga el cuento es, como él mismo señala, aquel que cuenta con los mismos elementos que el cuento oral, que expresa una historia interesante y breve que le permite al lector poner toda su atención. Así, el cuento se convierte en una expresión de fuerte tensión. Quiroga afirma que el cuento debe desposesionarse de adornos o digresiones que entorpezcan su ritmo, y que para la producción de un relato no son necesarias más de 3500 palabras, lo cual no obvia que haya excepciones que sobrepasen este límite y que se constituyan en relatos perfectamente logrados; mas en la mayoría de los casos, quienes sobrepasan esta extensión no hacen más que producir textos rellenos que en nada contribuyen a la calidad del relato. A esto se agrega el hecho de que en la elaboración de un relato, este debe poseer las palabras que creamos necesarias y no atiborrarlo de adjetivos débiles y sin sustancia. La posesión de ideas, el tener siempre algo que decir, contribuye eficazmente al autor y al texto; la sola posesión de estilo no lo es todo, sino solamente una cualidad más,a la cual se le debe adicionar la capacidad de expresión. El gran cuentista tiene una característica que escapa del lector común o del estudiante: al escribir, sabe exactamente cuál es el adjetivo preciso que su cuento requiere, conoce los matices, las sutiles diferencias que le permitan captar el adjetivo exacto, requerido; los sinónimos no lo engañan; allí radica la diferencia. La palabra justa debe estar por encima de cualquier otra. En breves palabras, el cuento, dice Quiroga, debe poseer soltura, energía y brevedad, además de sobriedad y concisión. Estas son características que definen a los grandes cuentistas y a los grandes relatos. En resumidas cuentas, dice que el cuento corto es el cuento de verdad. Las frases cortas, indica, son la mejor forma de terminar los relatos, así como el “leit motiv”. Para iniciarlo, sin embargo, recomienda algunas formas: los comienzos exabruptos, que le dan vigor al relato; las oraciones complementarias, ya que toman al lector por sorpresa, y lo hacen desinteresarse; el comienzo en condicional; el no inicio con diálogos, ya pasado de moda; frases como “Era una hermosa noche de primavera...” y “Había una vez...”, las cuales que dan en función del resto, si este es bueno; no olvida tampoco en insistir en el uso del lugar común, el de la contraposición de adjetivos, el del folklore, el del color local, el de las ciencias técnicas, el del estilista sobrio, etc., que pueden utilizarse para elaborar un relato. Los grandes maestros, señala, han construido cuentos o relatos inmortales a partir de simples estados de ánimo. La lectura de maestros de la literatura universal: Poe, Lugones, Dostoievsky enriquecen y delimitan su estilo: El cuento corto que tanto propugna, de una sola acción y un inicio que prepara el final, son elementos muy propios de sí. El cuento, por lo tanto, es un acto de liberación, y el cuento fantástico, principalmente, es aquel transido de tal neurosis.