DESIGUALDAD SOCIAL Y COVID 19.
CONTRIBUCIONES AL PENSAMIENTO CRÍTICO EN
TIEMPOS DE CRISIS
Alejandro I. Canales
desigualdad social en la era del capitalismo digital
En el capitalismo digital, la desigualdad social y de clases podemos
analizarla desde dos planos. Por un lado, desde la llamada brecha
digital, que refiere a la desigualdad en cuanto al acceso, uso y
apropiación de las tecnologías digitales y de los beneficios que
ella genera (Olarte, 2017). Por otro lado, desde las nuevas formas
que asume la división social del trabajo, y con ello, la formación
de las clases sociales y los modos concretos de explotación y dominación de unas sobre otras (Vercellone, 2004). La primera,
alude a los modos de distribución de los beneficios y privilegios
que genera esta era digital. La segunda a sus bases estructurales,
que provienen del modo concreto de organización social de la
producción, y con ello, del modo particular de constitución de
las clases sociales en la era del capitalismo digital.
En la sociedad de la información, la brecha digital se nos presenta como una nueva forma de manifestación de las desigualdades intrínsecas del capitalismo. Refiere al diferente acceso, uso y
apropiación de las tecnologías de la información y conocimiento
(tics), y que permiten que unos grupos puedan beneficiarse de
los logros y privilegios de la sociedad de la información, en desmedro de la exclusión o inclusión parcial y subordinada de otros
grupos al acceso de esos logros y privilegios. La conectividad digital constituye así, un factor de diferenciación social, como en
el pasado lo fue el acceso a la electricidad, el agua potable, la
salud, la educación u otros recursos y beneficios que genera el
desarrollo económico y productivo del capitalismo.
Algunos autores la denominan como desigualdad por desconexión (Alva de la Selva, 2015; Reygadas, 2008), aunque en
[65]
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realidad, se trata de modos desiguales de conectividad. Esta desigualdad quedó de manifiesto durante la pandemia por covid 19.
La brecha digital aludía a modos desiguales de conexión. Por un
lado, quienes mantenían una conexión desde arriba, y que, por
sus recursos y capitales acumulados, podían usufructuar de los
beneficios de esa conectividad y apropiación de las tics para
sustentar su reproducción en forma segura y protegida. Desde sus
casas, podían conectarse a su trabajo, mantener un estilo de vida
y consumo, relaciones sociales, e incluso, modos de ejercer poder
político cuando fuera el caso.
Por otro lado, quienes, por su carencia de recursos y capitales
y su precariedad laboral, mantenían una conexión desde abajo,
reproduciendo no sólo modos de vulnerabilidad social, sino también vulnerabilidades frente al mismo virus y la enfermedad. Por
cada familia que solicitaba un servicio de delivery, a través de
aplicaciones digitales, había un ejército de trabajadores que producían y distribuían el bien o servicio demandado. Por cada
profesional que se quedaba en casa y a través de aplicaciones
digitales ejercía una forma de teletrabajo, había otro ejército de
trabajadores que eran quienes debían mantener esa conectividad,
realizando su propia actividad productiva, no desde sus casas, sino
enfrentados a los riesgos de la pandemia.
De esta forma, del mismo modo que las redes digitales, aplicaciones y la conectividad a través de las tics, permitía la protección
de unos frente a los riesgos de la pandemia, también, esas mismas
aplicaciones digitales y conectividad vía tics exponía a otros a
esos mismos riesgos, reproduciendo así, no sólo una brecha digital, sino modos de desigualdad social frente a otros fenómenos,
como lo fue la pandemia y la salud en este caso.
La segunda forma refiere a los modos de producción social de
la desigualdad entre clases, géneros, etnias y otras categorías y
sujetos sociales, y que van más allá del uso, acceso y apropiación
de las tics. Si la brecha digital refiere a modos inequitativos de uso
y apropiación de los recursos digitales, la desigualdad digital alude
al modo en que se constituyen en este capitalismo digital, esos
sujetos y clases sociales que se diferencian en cuanto al uso y
apropiación de esos medios digitales de producción y de reproducción social. Esta desigualdad surge del modo mismo de cons-
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titución del capitalismo digital, en donde la información y el
conocimiento devienen fuerzas productivas en sí mismas.
Al respecto, Castells (1998) argumenta que el carácter informacional de las sociedades contemporáneas se sustenta en el
desarrollo tecnológico de la microelectrónica, que permite potenciar nuestra natural capacidad para procesar símbolos, esto es,
para procesar productivamente, un cada vez mayor contenido de
información y conocimiento. La producción y acumulación de
capital, se sustenta no ya en el intercambio y relaciones materiales,
pura y simplemente, sino en el intercambio y procesamiento de
información y símbolos, lo que resignifica todo el proceso de
producción y las relaciones capital-trabajo que le subyacen.
Lash y Urry (1998), por su parte, van más allá, y señalan que
en esta era de la información, el modo de producción capitalista
adquiere un carácter reflexivo, pues el procesamiento de información se sustenta en procesos hermenéuticos, esto es, de interpretación y construcción de sentidos y significados en el proceso de
trabajo. Si en las sociedades agrícolas tradicionales, el proceso de
trabajo se sustentaba en el intercambio directo de energía por
materia, y en la sociedad industrial correspondió a una mediación
maquinista, donde la materia era medio, objeto y resultado de la
producción, en la era de la información, en cambio, se trata de
una mediación reflexiva, en la cual la mediación de símbolos y
signos adquiere un peso esencial para la organización del intercambio energía-materia (Canales y Castillo, 2022).
En otras palabras, estamos frente al surgimiento de un modo
de capitalismo cognitivo que, sustentado en la industria global del
conocimiento, hace de la producción inmaterial la base de la
acumulación de capital. No se trata de asumir la eventual desaparición de la producción de bienes materiales (mercancías), algo
no sólo insensato, sino de la emergencia de un nuevo modo de
hacer las cosas inscrito en una nueva forma de economía capitalista, sustentada en la producción, distribución y utilización de
servicios y bienes inmateriales (Blondeau, 2004).
Todos estos fenómenos inciden directamente en los modos de
estructuración de las clases y la desigualdad social en el capitalismo contemporáneo. Así como en su época, la máquina a vapor
contribuyó a reconfigurar el mismo contexto social del cual sur-
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gió, disciplinando los cuerpos y las mentes, los tiempos y movimientos, los espacios y sus simbolizaciones, hoy en la época digital, la microelectrónica y las tics, a través de sus modos de
revolución de los tiempos y espacios de la economía y la producción, transforma también los modos de observar, percibir, sentir
y representar, de vivir la realidad social que esa nueva economía
transforma en nuevas modernidades (Mires, 1996). La trascendencia social e histórica de esta era digital es que en ella se redefinen y reestructuran todas las formas sociales, entre ellas, la estructura de clases y la desigualdad social.
Al respecto, destacan por su importancia, los cambios que
afectan la estructura del empleo y las ocupaciones, en tanto ellos
serían la base del surgimiento de una nueva estructura de clases
y estratificación social, así como de nuevos modos de estructuración de esas clases sociales y de las formas de su conflictividad y
oposición como tales. Se trata, en particular, de la configuración
de un nuevo patrón de polarización y diferenciación social, basado en dos procesos diferentes y complementarios. Por un lado,
la reestructuración del régimen laboral con base en las nuevas
estructuras de flexibilidad y desregulación laboral, que derivan
en lo que Beck (2000) ha llamado un régimen de riesgo laboral.
Y, por otro lado, la reestructuración del sistema de ocupaciones
y situación de clase, en particular, la creciente segmentación de
las ocupaciones y la diferenciación y desigualdad social y laboral
que ellas implican. La primera refiere a la matriz sociopolítica de
(des)regulación de la relación capital-trabajo. La segunda a la
matriz productiva y laboral, que define las nuevas formas de las
estructuras económico-productivas y ocupacionales, esto es, de
clases.
En este plano, la pandemia nos puso en evidencia esta situación. A través de la brecha digital no sólo se contraponían sujetos
con desiguales oportunidades de acceso y apropiación de las tics,
sino que ellos mismos, y su desigual conformación social y económica, surgen de esta segmentación que propicia y consolida el
capitalismo cognitivo.
Por un lado, clases acomodadas, de profesionales, técnicos,
empresarios, entre otros, cuya actividad laboral corresponde,
precisamente, a desarrollar esos procesos de interpretación y
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procesamiento de información y conocimiento, entre los cuales
se incluye, precisamente, la organización del proceso de trabajo
y productivo de los demás trabajadores. No sólo diseñan productos, incorporando cada vez más procesos de inteligencia artificial,
sino que también diseñan y organizan el mismo proceso de trabajo de esos productos. De esta forma, desde el mismo proceso
de trabajo y acumulación, estas clases establecen un modo de
conectividad con el mundo digital desde arriba, reproduciendo
con ello, su posición de poder, dominio y explotación sobre el
trabajo de otros, posición que trasladan también al campo del
consumo y la reproducción social, en donde se expresa como una
brecha digital, esto es, como clases privilegiadas en cuanto al uso,
acceso y apropiación de recursos digitales y las tics.
Por otro lado, las clases populares, esto es, trabajadores precarizados que, aunque su actividad laboral se sustenta en las nuevas
tecnologías digitales (aplicaciones, etc.), se insertan de un modo
subordinado, no como los diseñadores y/o los que procesan la
información y el conocimiento, sino por el contrario, como los
actores que dependen y se subordinan a ese procesamiento de
información y conocimiento que otros hacen por sobre ellos
(Carrión y Fernández, 2020). Son, por ejemplo, los trabajadores
empleados en diversas plataformas de distribución y transporte
basados en plataformas digitales (delivery, uber, taxis, etc.). Asimismo, son los trabajadores que se dedican al ensamblaje y otras
tareas estandarizadas y de bajo nivel de procesamiento de información, pero que son necesarias para la producción y manufacturación de los bienes materiales que dan soporte material a esas
aplicaciones (desde dispositivos electrónicos, automóviles, computadores, teléfonos celulares, entre tantos otros).
Estas clases de trabajadores subordinados y precarizados, corresponden, precisamente, a quienes, durante la pandemia han
conformado el soporte material y humano para la conformación
de modelos de protección social y sanitaria de las clases sociales
acomodadas. A través del desigual acceso y apropiación de tics,
se vinculan unos con otros, vínculos que reflejan no sólo brechas
digitales, sino, sobre todo, desigualdades sociales que surgen del
modo de producción en esta era digital. Los sectores populares,
no sólo tienen una baja y deficiente conectividad, sino que es su
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carácter de clase lo que determina esa deficiente vinculación,
carácter de clase que surge del modo de inserción en el proceso
actual de producción capitalista, estructurado por las tecnologías
de la información y el conocimiento. Es su posición subordinada
en este proceso productivo digitalizado, lo que da origen a un
modo precarizado y subordinado en el acceso y apropiación de
las tics. La brecha digital es, así, resultado de una desigualdad
social estructural que surge del modo de producción del capitalismo digital.
La pandemia nos permite ilustrar esta doble situación de desigualdad social, al poner al descubierto las formas de constitución
desigual de los sujetos sociales, esto es, de conformación de los
individuos como clases o categorías sociales desiguales.
desigualdad social y covid 19. de las estructuras sociales
a las prácticas cotidianas
Frente al vínculo entre covid 19 y desigualdad social, distinguimos
al menos dos planos desde el cual analizarlo
a] El primero es desde el plano de las estructuras. Aquí nos
referimos al ya clásico análisis de la desigualdad social frente al
proceso salud-enfermedad y muerte, que Hugo Behm, y otros
autores, plantearan en los sesenta y setenta del siglo xx (Behm,
1992; Bronfman y Tuirán, 1984; Durán, 1983). Se trata de análisis centrados en los desiguales impactos del virus en los distintos
estratos, clases, géneros, etnias, y otros colectivos sociales que
componen la sociedad moderna. Para cualquier individuo, el virus puede ser mortal. Sin embargo, el virus no afecta a todos por
igual, sino que lo hace reproduciendo y consolidando las condiciones y modos de constitución de la desigualdad social desde las
cuales se estructuran los individuos como sujetos y categorías
sociales, clases, géneros, etnias, generaciones y nacionalidades.
Asimismo, no es sólo la desigualdad en el proceso de saludenfermedad-muerte, sino también las consecuencias económicas,
sociales, políticas y culturales que el virus genera y que afectan
de manera desigual a cada sujeto social, cada clase, género, etnia
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y territorio. Piénsese por ejemplo, en las consecuencias en cuestiones de violencia de género, crisis económica y pérdida de
empleo, racismo y xenofobia, que son potenciadas por los impactos del virus en los diversos campos sociales y afectan de manera
desigual a las personas y colectivos.
b] El segundo plano de análisis es el de las prácticas cotidianas
las que, al implicar interacciones interpersonales, conforman el
marco propicio de propagación del virus. Aquí la tesis es que toda
práctica social está incrustada de relaciones de desigualdad que
posicionan diferenciadamente a cada individuo involucrado en
ellas. De esta forma, el virus y su forma social como pandemia, nos
confronta con la multiplicidad de prácticas cotidianas a través de
las cuales se estructura la desigualdad social. La cuestión aquí, se
centra en entender el virus como un dispositivo que, a través de
las prácticas sociales, contribuye a la reproducción de esas estructuras de desigualdad social en la vida cotidiana de las personas.
Sabemos que el virus no produce la desigualdad, pero sí contribuye a reproducirla. En tal sentido, el virus, y en particular, sus
modos sociales de propagación y contagio, nos permite ver con
nuevos ojos las mismas prácticas sociales de la vida cotidiana a través
de las cuales se vinculan e interactúan ricos y pobres, excluidos e
incluidos, vulnerados y protegidos, vínculos que son la base para la
constitución de esos mismos individuos como clases, géneros, etnias,
razas, nacionalidades, diferentes y desiguales socialmente.
Si el primer plano de análisis refiere a modos abstractos, esto
es, a categorías genéricas y estructuras abstractas con las cuales
analizamos la desigualdad (clases, géneros, etc.), este segundo
plano alude a los modos concretos en que se constituyen en la
vida cotidiana tales categorías y estructuras sociales y son experimentadas directamente por los sujetos que conforman tales categorías sociales.
Si partimos desde la perspectiva de la división social de trabajo,
la desigualdad social podemos entenderla, en ese primer plano,
como el proceso de estructuración de clases, géneros, etnias y
nacionalidades. La división social del trabajo alude al modo estructural según el cual se posicionan los sujetos en distintas clases
con base en su relación con la propiedad de los medios de producción y su capacidad de apropiación de los frutos del trabajo.
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Por un lado, quienes pueden explotar a otros, y por ese medio,
vivir a expensas del trabajo ajeno, y por otro lado, quienes no
pueden sino vivir de su propio trabajo, así sea enajenando parte
de él para que otros puedan usufructuarlo, ya sea como modo de
vida, o modo de acumulación (capital).
El segundo plano de análisis de la desigualdad, en cambio,
alude a estos mismos procesos, pero en su forma concreta, y por
tanto, a los modos específicos de experimentación cotidiana de la
desigualdad por las personas y colectivos que conforman aquellas
categorías sociales que dan forma a la división social del trabajo
en cada sociedad. No se trata ya de una división social del trabajo,
así en abstracto, sino de los modos concretos de división social
de los trabajadores y las personas.
En la siguiente sección analizamos este primer plano de entendimiento, el de las estructuras de desigualdad social, para en las
siguientes secciones ahondar en el segundo plano de entendimiento, el de las prácticas sociales como campo de acción del
covid y de reproducción de la desigualdad social.
desigualdad estructural y covid 19
Toda sociedad se constituye a partir de procesos y estructuras
generadoras de desigualdad. En el caso de la sociedad capitalista,
ésta se ha constituido con base en al menos cuatro ejes de desigualdad estructural, a saber:
a. Por un lado, la propiedad privada y el trabajo asalariado, como
bases del modo capitalista de producción.1
b. Por otro lado, el colonialismo e imperialismo en sus diversas
modalidades.2
c. Asimismo, el patriarcado y el machismo como modo de división entre géneros.3
1
2
3
Al respecto, véase Marx, 1972; Polanyi, 2017; Piketty, 2015.
Al respecto, consúltese Wallerstein, 2016; Harvey, 2005; Quijano, 2014.
Para más detalle, véase Fraser, 2014; Butler, 2007; Segato, 2016.
desigualdad social y covid 19
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d. Y, por último, el racismo y la xenofobia, como modo de distinción entre etnias, razas y nacionalidades.4
Cada uno de estos ejes se constituyen a partir de procesos y
relaciones de dominación de unos sobre otros, de explotación de
unos por otros, y de discriminación de unos respecto a otros, y
que en conjunto dan origen a las matrices de desigualdad social
que prevalecen en cada sociedad (Canales y Castillo, 2022). Se
trata de relaciones de clase, de géneros, de etnias y razas, de nacionalidades, de geografías y territorios, todas ellas, constitutivas
de modos específicos de desigualdad social.
En la actualidad y frente a la pandemia por covid 19, estas
estructuras de desigualdad conforman el marco desde el cual se
configuran los modos de afectación desigual del virus en la sociedad, y en las poblaciones y colectivos sociales. Porque somos
estructuralmente desiguales, es que sufrimos de modo desigual
el virus. La desigualdad apela a los modos diferenciados de
distribución-acumulación de los capitales (económico, cultural,
social) que surge de estas estructuras de desigualdad social. El
concepto de capital lo entendemos aquí desde un doble plano
(Bourdieu, 2000). Como recurso que se acumula y distribuye, y
como relación social, desde la cual se da esa acumulación y
distribución desigual. Asimismo, la acumulación de capital se
sustenta en procesos y relaciones de explotación y dominación
de clases, géneros, etnias, que da origen a procesos de acumulación desigual de capitales.
La desigualdad no sólo se refiere a las diferentes capacidades
de acumular un recurso (capital como stock), sino también, a una
desigual posición dentro del proceso mismo de generación, distribución y acumulación de ese recurso de capital (capital como
relación social). La conjunción de ambos procesos (capacidad de
acumulación y posición en el proceso de acumulación) es la base
de la conformación de las clases sociales en las sociedades modernas, y que están en la base estructural de la desigualdad social
frente a la actual pandemia. De esta forma, y en relación con la
4
Véase Davis, 1983; Fanon, 1968.
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pandemia actual, la desigualdad social adquiere un doble carácter, a saber:
•
•
Por un lado, como stock de capital acumulado, se tienen y
disponen de un volumen y composición diferenciada de recursos y capitales, lo cual determina desiguales grados de
vulnerabilidad y protección frente al virus. En el caso del capitalismo digital, esta desigualdad refiere a la llamada brecha
digital, esto es, la desigualdad en el uso, acceso y apropiación
de las tics.
Por otro lado, como relación social, los sujetos se ubican en
posiciones de poder desiguales, lo que determina grados y
posibilidades desiguales de acción y reacción frente al virus,
así como a las crisis económicas y sociales que le acompañan.
En el caso del capitalismo cognitivo, corresponde a la desigualdad digital, que alude a las nuevas estructuras y modos de
conformación de las clases sociales que surgen de la división
social del trabajo en esta era de la información.
Frente al virus tenemos la ilusión de ser todos iguales. Todos,
en tanto individuos, no somos más que un ser vivo susceptible de
ser el huésped del virus y ambiente para su replicación y transmisión a otro individuo igual a nosotros. Tal pareciera que el virus
no discriminara entre un ser humano u otro, que no distingue
géneros, razas, nacionalidades ni clases. Metafóricamente incluso,
se ha llegado a plantear que, en esta pandemia, todos vamos en
el mismo barco (Žižek, 2020; Gabriel, 2020).5
Como dice Judith Butler (2020), “el virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados
como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el
racismo, la xenofobia, el capitalismo [y el patriarcado]” (p. 62).
5
No deja de ser interesante la imagen escogida para esta metáfora. Si el
barco alude a la Sociedad, entonces tenemos una metáfora que ilustra a cabalidad, la desigualdad social frente a la tragedia que experimentamos en estos
años. Todos podemos vernos como pasajeros de un mismo barco, sí, pero uno
que se diseñó y construyó para reproducir las desigualdades sociales, incluso en
su momento más trágico de destrucción y hundimiento.
desigualdad social y covid 19
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El virus, en tanto agente biológico, no discrimina y ataca a todos
por igual, al menos ataca por igual a todos los que se expongan
al contagio. Y aquí es donde radica la desigualdad. No todos estamos igualmente expuestos al contagio del virus, no por factores
biológicos, sino por condicionamientos sociales que nos desigualan en este y otros aspectos.
Si el virus no es discriminatorio en sí y por sí mismo, la pandemia, en cambio sí lo es. Como proceso social, la pandemia se
constituye sobre las estructuras de un sistema de desigualdad
social el cual es en sí, un sistema de discriminación (Santos,
2021). Como dice el historiador argentino Diego Armus en una
entrevista para Marcela Ramos, y publicada en diversos medios
internacionales, la Historia nos demuestra reiteradamente que
“las epidemias no son democráticas. Pueden afectar a todos, pero
los que más mueren son los pobres, los más vulnerables. [A lo
largo de la historia] no hay epidemia que haya afectado más a los
ricos que a los pobres” (Ramos, 2020).
Toda pandemia, en tanto modo de propagación de un virus en
una sociedad, configura un proceso social en sí mismo, y en ese
sentido, no es ajeno a las estructuras de desigualdad sobre las que
se constituye esa sociedad. La estructuración de la sociedad en
clases, géneros, etnias, razas y nacionalidades, geografías y territorios, todos ellos profundamente desiguales, hace que la expansión del virus, esto es, la pandemia, tome la forma de esa desigualdad social. En este sentido, no es la pandemia la que desiguala y
discrimina, sino que, como proceso social, se monta sobre estructuras de desigualdad, lo que hace que tenga efectos y consecuencias desiguales según sean los colectivos y sujetos que sean contagiados. Esto hace que la misma pandemia asuma y adopte la
forma de la desigualdad social y discriminación demográfica de
la sociedad en la cual el virus se propaga.
En el caso de la pandemia por covid 19, hay ya una amplia
literatura que documenta las desigualdades sociales y de clase, así
como étnico-migratorias, de género y otras.6 En todos estos casos
6
Al respecto, véase Martín, Bacigalupe y Jiménez, 2021; Almeda y Batthyány,
2021; Montes de Oca et al., 2021; Laster, 2020; Solis et al., 2020; Tai et al., 2021;
Blofield et al., 2020; Cuadrado et al., 2020.
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se analiza cómo esta pandemia ha exacerbado las desiguales condiciones de protección social, familiar e institucional frente al
virus y sus consecuencias en la salud y la muerte. En este contexto, la brecha y la desigualdad digital que separa y divide a la población, devino en factor estructural que profundizó esta desigualdad social frente a la salud y la muerte en estos tiempos de
pandemia.
Por su parte, otros estudios han evidenciado los limitados alcances de los regímenes de bienestar, particularmente golpeados
y desarticulados por las políticas de recortes presupuestales y de
privatización de la salud implementadas en las últimas décadas
bajo la impronta de los modelos neoliberales, así como el diferente y desigual papel del Estado y sus instituciones para atender
a la población (cepal-ops, 2020; Ríos-Sierra, 2020). Todo ello
nos refiere a desigualdades que no sólo afectan diferenciadamente a cada país, sino también a desigualdades que, en el interior
de cada país, establecen condiciones diferenciadas para el acceso
a la protección del Estado según clases sociales, etnias, géneros,
generaciones, nacionalidades y condición migratoria, y territorios.
Así, por ejemplo, se documenta la alta vulnerabilidad de los
pobres, los informales, los desiguales, en cada país, en cada región, situación que contrasta con las condiciones de vida, vivienda, protección y privilegios que gozan las clases medias y altas
(Santos, 2020). A la falta de recursos económicos y carencia de
capital cultural, se agregan la ausencia de sistemas de protección,
su exclusión o inclusión limitada y parcial en sistemas de bienestar, de por sí ya pauperizados, la mala nutrición y peores condiciones de salud preexistentes, especialmente en cuanto a determinadas comorbilidades que hacen más probable el contagio y
más letal sus consecuencias.
Junto a ello, se documenta la necesidad del trabajo diario para
asegurar un mínimo sustento familiar, lo que se suma a las condiciones de hacinamiento extremo, viviendas en condiciones
precarias, con acceso limitado a agua potable, tan necesaria en
estos tiempos para mantener la higiene y salubridad mínima requerida, carencia de información así como de los conocimientos
básicos para entender esta nueva anormalidad pandémica, y así,
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una serie de muchos aspectos que distancian social, económica,
demográfica y culturalmente a estos sectores, y los deja en situación de alta vulnerabilidad y precariedad frente al virus (Canales,
2020).
En estos casos, como en otros, la vulnerabilidad y precariedad
de las formas de vida, es también la vulnerabilidad y precariedad de
las formas de muerte. No sólo determinan un mayor riesgo frente
a la enfermedad y la muerte, sino también un diferente valor social y cultural de sus vidas y de sus muertes. Podrá pensarse que
esta situación describe sólo las condiciones sociales de la pobreza
en el tercer mundo. En realidad, esto mismo ya se da también en
todas las grandes ciudades globales del primer mundo (Bacigalupe et al., 2022a; Canales y Castillo, 2020).
En el capitalismo cognitivo, las tics no han resuelto esta situación de desigualdad. Por el contrario, la brecha digital y la
desigualdad en cuanto al modo de insertarse y participar de la
economía de la información y el conocimiento, profundizan
estas condiciones de desigualdad social propias del modo capitalista de organización social y económica. No es sólo una cuestión de acceso diferenciado a los recursos digitales, sino que es
en esencia, un modo desigual de inserción en la matriz económica y social de esta nueva economía organizada y constituida
desde la información y el conocimiento. La división social e
internacional del trabajo en el capitalismo digital hace de la
información y el conocimiento un campo desde el cual se constituye y profundiza la desigualdad social y de clases, conformando con ello, el contexto en el cual podemos analizar y entender
los impactos desiguales de la pandemia sobre cada colectivo y
clase social.
La pandemia por covid 19 no viene sino a refrendar esta condición estructural de la matriz de la desigualdad social que surge
en el capitalismo digital. Los impactos del covid y la pandemia en
materia de salud como en las condiciones económicas, son claramente diferenciados según condición étnico-migratoria y de clase. En particular, la brecha digital que hemos comentado, se refleja en una desigualdad social y mayor vulnerabilidad y exposición
de la población con menor acceso a los recursos digitales (tics)
frente a la mortalidad y daños a la salud que provoca el virus,
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como frente a los efectos negativos de la crisis económica que ha
generado la pandemia.
En síntesis, la estructura de desigualdad social y de clases, incluidas la brecha y desigualdad digital, operan como una base
estructural que determina la desigualdad de las poblaciones frente a la pandemia por covid 19, tanto en lo que respecta a las
afectaciones en materia de salud, enfermedad y muerte, como en
lo que respecta a los impactos de la crisis económica y laboral que
ha generado esta pandemia. La pandemia por covid 19, actúa así,
como un mecanismo de reproducción y profundización de las
formas de desigualdad social imperantes en el capitalismo en esta
era de la información y el conocimiento.
de las prácticas sociales como momento de estructuración de la desigualdad
En este segundo plano, el mundo de las prácticas sociales, aludimos no tanto a las posiciones sociales y de poder, sino más bien,
al modo de experimentar y a las posibilidades de ejercer esas
posiciones desiguales de poder y estatus. En el caso concreto de
la pandemia, nos referimos a las prácticas sociales que conforman
modos desiguales de exposición y protección frente al virus y sus
consecuencias en los diversos planos de la sociedad.
Por prácticas sociales nos referimos a cada interacción cotidiana
entre dos individuos de una sociedad. En cada momento y en
cada lugar de esa interacción, no sólo se vinculan dos personas,
sino que, a través de esa interacción, se posicionan una respecto
a la otra en función de sus respectivas condiciones de acumulación de capitales de diverso tipo y de sus respectivas cargas de
desigualdad categorial que cada persona sobrelleva a sus espaldas:
de género, de clase, de escuela, de origen nacional, etcétera.
Nunca una interacción social está basada en condiciones de
igualdad, sino que siempre está sustentada en estructuras de desigualdad que cada individuo porta en sí mismo y lo posiciona
frente a los demás. Es el ejercicio mismo de la desigualdad de
unos respecto a otros, que toma cuerpo en cada campo de rela-
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ción social: en el trabajo, en el hogar, en la familia, en el centro
comercial, en el parque, en la escuela, en el barrio, en las redes
sociales, en el mundo digital. Son los campos y momentos donde,
por ejemplo, se experimentan los llamados micromachismos, que
podemos extender también a formas de microclasismos y microrracismos.
En relación con los micromachismos, y a la cuestión del ejercicio del poder entre los géneros, Bonino (1998) señala que el
poder no es una categoría abstracta, sino que “el poder es algo
que se ejerce, que se visualiza en las interacciones (donde sus
integrantes las despliegan). Este ejercicio tiene un doble efecto:
opresivo, y configurador, en tanto provoca recortes de la realidad
que definen existencias (espacios, subjetividades, modos de relación, etc.)” (Bonino, 1998: 2).
Retomando el sentido del término micromachismo propuesto
por este autor, podemos extender su uso para otros campos de la
vida cotidiana en donde a través de prácticas concretas, se reproducen y perpetúan diversos modos de ejercicios de poder de unos
sobre otros, a través del dominio, explotación, discriminación, y
opresión, ya sea con base en distinciones de género, clase, etnia,
raza o nacionalidad, entre otras.
En realidad lo de “micro” es más bien una figura retórica,
porque ninguna de esas prácticas tiene nada de “pequeño”, y son
tan fundamentales para la constitución de las sociedades, como
lo son las prácticas y procesos experimentados a nivel macroestructural. De hecho, estas prácticas “microsociales” son tan macro
como las estructurales, pues, siguiendo a Giddens, son el modo
de estructuración de las estructuras sociales, en este caso, de las
estructuras de desigualdad social, ya sea en forma de desigualdad
de género, clase, raza o nacionalidades.
En el primer nivel de análisis —de las estructuras— la desigualdad importaba como correlato de la división social del trabajo,
proceso desde el cual se da la estructuración de la sociedad en
clases, géneros, etnias, nacionalidades. La división social del trabajo refiere, así, a la posición de cada sujeto en relación al proceso de trabajo y a las relaciones de explotación, entendidas como
la extracción/apropiación del valor generado por el trabajo. Con
base en estas relaciones de explotación, de dominación y discri-
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minación, hay quienes se posicionan por encima de otros, hay
quienes explotan, dominan, discriminan, a otros. Es esta posición
desigual (basada en relaciones de poder, de dominio, exclusión
y explotación), lo que les permite a determinados grupos sociales
—clases, géneros, etnias, nacionalidades, territorios—, apropiarse
del fruto del trabajo excedente generado por otras clases, géneros, etc., y con ello, vivir y sustentar sus modos de vida y de trabajo, así como sus modos culturales y sus economías.
En este plano de análisis y abstracción, no importa tanto el
sujeto en particular, esto es, los individuos y personas que explotan y son explotados, dominados y discriminados, sino la relación
de explotación-dominación-discriminación en sí misma, que es lo
que configura el modo de desigualdad social particular de cada
sociedad y momento histórico. Así por ejemplo, y en relación con
la desigualdad de género, no importa tanto qué mujer en concreto es la que es explotada y sometida por qué hombre en particular, sino que, lo que resulta relevante, es constatar y documentar (teorizar y comprender) la relación patriarcal en sí misma, a
través de la cual unos (hombres) se posicionan por sobre otras
(mujeres). En términos de Tilly (2000), podemos decir que desde este plano de análisis, la relación patriarcal importa en tanto
matriz generadora de una forma de desigualdad categorial.
Con el segundo nivel de análisis —el de las prácticas sociales—
nos queremos referir a esos mismos procesos de estructuración
de desigualdades categoriales, pero ahora vistos en su modo
concreto, a partir de la experimentación de esa desigualdad categorial por los sujetos e individuos que dan cuerpo a esas categorías
de desigualdad (clases, géneros, razas, etc.), y por tanto, a los
colectivos particulares que conforman tales categorías. No es ya
la mujer en general, en abstracto, como categoría de análisis, sino
la mujer en concreto que vive y experimenta en cada acto cotidiano la desigualdad de género. Pero también al hombre, no
como macho, como categoría abstracta y genérica, sino como
sujetos particulares que ejercen cotidianamente una posición y
relación de poder sobre mujeres.
Si desde ese primer plano, la desigualdad la vemos como resultado de la forma en que se estructura la división social del
trabajo, en este segundo plano de análisis, el de las prácticas so-
desigualdad social y covid 19
81
ciales, entonces, ya no nos referimos al trabajo como categoría
abstracta, en general, sino como categoría concreta. Por lo mismo, ya no es la división social del trabajo, sino la división social de los
trabajadores, esto es, de las personas que dan vida a esa división
social del trabajo. Lo que importa no es el trabajo en tanto valor
de cambio, generador de riqueza y valor que son el sustrato de
la acumulación de capital, sino el trabajo como valor de uso, y
por tanto, del trabajador como sujeto concreto que, a la vez que
produce mercancías y servicios específicos para el bienestar y
satisfacción de otros sujetos igualmente concretos, en ese mismo
proceso, es directamente explotado por un empresario capitalista
particular que se ve beneficiado por esa primera condición, y con
quien establece vínculos contractuales y laborales específicos que
contribuyen a esos dos fines.
En este sentido, si a nivel estructural podemos decir que el
estilo de vida de las clases dominantes, se sustenta en formas de
explotación de trabajo ajeno, a nivel de la vida cotidiana habrá
que decir que ese estilo de vida se sustenta en una infinidad de
prácticas sociales (interacciones interpersonales) a través de las
cuales se ejerce en la práctica, la explotación y subordinación de
trabajadores, ya sea asalariados o prestadores de servicios. Nos
referimos con ello a la relación que vincula en cada experiencia
cotidiana a explotados y explotadores, y con ello, a la explotación
como un hecho práctico y real, como una interacción entre sujetos
de carne y hueso, unos y otros ubicados en los extremos de la
relación en cuestión: explotados y explotadores, trabajadores y
empleadores (en todos sus formatos posibles), hombres y mujeres, etcétera.
En el capitalismo cognitivo, el mundo de lo digital (uso, apropiación de tics, conectividad, etc.) constituye un campo específico y novedoso de experimentación concreta y cotidiana de la
desigualdad social. No es sólo una brecha que divide a unos y
otros, sino el posicionamiento desigual de quienes tienen acceso
pleno y conexión desde arriba a ese mundo digital, y quienes
tienen acceso parcial y limitado, conectados desde abajo a ese
mismo mundo digital.
No es ya la referencia a la burguesía como clase y cuyo modo
de vida (ostentoso y de derroche suntuario) se sustenta en la
82
alejandro i. canales
explotación (extracción y apropiación de valor-riqueza) de trabajadores en general. Sino que es la referencia a una familia de la
burguesía que sustenta su estilo de vida de distinción y gustos
exclusivos en la interacción con trabajadores y personas en diversos
roles y posiciones sociales: empleados de la limpieza, jardineros,
servicio doméstico y del cuidado, cocineros, etc., o bien empleados de servicios (vendedores, oficinistas, choferes, etc.), sujetos y
personas con los que interactúa día a día.
La cuestión es que en todos estos casos, se trata de interacciones sustentadas en posiciones de desigualdad, vínculos a través de
los cuales unas (amas de casa de la burguesía, empresarios y gerentes, etc.) y otros (empleadas domésticas, jardineros, personal
de mantenimiento, empleados y obreros, etc.) experimentan y
hacen práctica la explotación y el dominio, el sometimiento y la
discriminación y exclusión social.
Es la explotación en su manifestación más concreta y real,
como práctica social y experiencia cotidiana en su modo directo,
como relación y vínculo social entre personas con nombres y
apellidos (especialmente con apellidos que los distinguen y posicionan desigualmente), con sexos, colores y olores, con lenguajes
verbales y corporales, con modos y maneras de ser y comportarse,
distintos y desiguales, que los distancian socialmente, pero que
los conjunta como actores de tales relaciones sociales, de esos
modos concretos de explotación y dominio de unos sobre otros,
relaciones y vínculos prácticos desde los cuales unos se reproducen como explotados y otros como explotadores.
Así por ejemplo, desde un plano estructural, el acoso sexual
que sufre la mujer podemos referirlo como proceso social propio
de sociedades patriarcales y machistas, y con ello, describir y
comprender el modo de estructuración de estas sociedades. Pero
también, y simultáneamente, podemos analizar cómo ese mismo
acoso sexual es experimentado diariamente por mujeres de carne y
hueso. En este sentido, el piropo, el acoso en el metro, y otras
prácticas de “micromachismos”, en realidad son muestras de
cómo se produce y reproduce cotidianamente el patriarcado
como estructura social, y con ello, cómo a través de estas prácticas
sociales cotidianas que vinculan a un hombre y una mujer, se
ejerce en y desde la cotidianidad de la vida, la dominación mas-
desigualdad social y covid 19
83
culina y, con ello, cómo la reproducción de los sujetos en cuestión
—hombres y mujeres— se experimenta como una práctica común
de la vida diaria.
En cada práctica de acoso sexual se reproduce la sociedad, y
en particular, se reproduce esta desigualdad de género que constituye a esta sociedad patriarcal. El acoso sexual como proceso en
general, existe a través de la experimentación de estas infinitas y
múltiples manifestaciones de acosos en la vida cotidiana. Como
práctica social, el acoso se produce día a día, y ese proceso, esta
interacción de un hombre por sobre una mujer, deviene en uno
de los tantos campos en el cual se materializa toda esta estructura de desigualdad de género. No es sólo fulanito de tal que acosa
a tal o cual mujer, sino que a través de ello, se reproduce tanto
la práctica cotidiana, como la estructura social de desigualdad de
género.
El capitalismo digital ha abierto nuevos campos de experimentación de estos micromachismos y modos de experimentar el
acoso y la violencia sexual. Y ello es así porque en esta sociedad
de la información, el mundo de lo digital se ha convertido en
otro plano más de desarrollo de la vida cotidiana y con ello, de
reproducción de sus prácticas de desigualdad social. Si bien las
tics ofrecen modos de confrontar esos micromachismos, en este
y otros campos sociales, también conforman dispositivos a través
de los cuales pueden experimentarse nuevos modos concretos de
micromachismos. El acoso digital, el bulling cibernético, y otras
prácticas, son expresión de ello.
Estas prácticas de micromachismos, podemos verlas también
como prácticas de microrracismos y de microclasismos. Así, por ejemplo, la explotación del trabajo por parte del capital, se experimenta día a día por trabajadores concretos que, en cada jornada laboral, son sometidos a formas de explotación, subordinación, y
sobre todo, de ordenamiento de sus cuerpos y capacidades cognitivas, mentales y emocionales, en pro de lograr una mayor capacidad productiva para el capital. Pero esa explotación es ejercida directamente por ingenieros, supervisores, y empleadores
que ya sea directamente, o con base en científicos análisis de
tiempos y movimientos, estructuran y organizan las tareas diarias
de cada empleado. Lo mismo en el caso del obrero de la manu-
84
alejandro i. canales
factura o de la construcción, que son ordenados por capataces e
ingenieros, como el trabajador del retail y de algún call center cuya
actividad diaria es supervisada y estructurada por supervisores,
gerentes de piso y empleadores. En ambos casos, el trabajo, como
acto cotidiano de producir bienes y servicios, es experimentado
como una relación de dominación y explotación, como un modo
de ejercicio del poder por parte de los jefes y capataces por sobre
los empleados y trabajadores.
Asimismo, esta relación de poder está además mediada por una
serie de otras expresiones de desigualdades categoriales, como el
género, la condición migratoria, o el origen étnico-racial. El
modo en que cada patrón o capataz ordena a sus trabajadores
que de él dependen, está imbuido (incrustado) por estas otras
formas de desigualdad categorial que también los posicionan
como individuos con desiguales acumulaciones de capital social,
cultural, simbólico y económico.
Así, por ejemplo, el trabajador migrante se enfrenta a su empleador desde una doble condición de subordinación, como
trabajador (de clase) y como migrante (de ciudadanía y desigualdad de derechos). Lo relevante es que, en este caso, el ejercicio
cotidiano de la explotación de su trabajo por parte de su empleador, es experimentada simultáneamente como una cuestión de
clase y como una cuestión de discriminación por su origen migratorio. Lo mismo sucede en el caso de una mujer trabajadora,
las que enfrentan cotidianamente esta doble condición de sometimiento y subordinación al ejercicio de la dominación masculina
y de clase por parte de sus empleadores, supervisores o capataces.
Al respecto, mucho se ha documentado sobre las brechas de género en el mundo del trabajo (de salarios, de ocupaciones, etc.),
lo que aquí queremos enfatizar, es que esas brechas son experimentadas día a día por mujeres trabajadoras a través de diversas
prácticas y modos de acción en la vida cotidiana, en cada una de
las cuales, esa mujer trabajadora sale doblemente explotada y
sometida, como mujer y como trabajadora.
desigualdad social y covid 19
85
desigualdad y prácticas sociales
en tiempos de pandemia
Habiendo dicho lo anterior, cabe preguntarse entonces, por qué
estas formas de experimentación de la desigualdad pueden resultar relevantes para el análisis de la crisis social que ha generado el virus y la pandemia actual. La respuesta es más o menos
simple, pero de implicaciones profundas. A diferencia de otros
virus, como el vih, el sars-cov-2 nos ataca en el modo más
simple, directo y generalizado de interacción social. El contagio
se puede dar en cualquier tipo de relación interpersonal sin
discriminar ni espacios, tiempos, personas, geografías, climas,
géneros, clases, etc. Todos somos susceptibles de ser contagiados, no por cuestiones de nuestra naturaleza fisiológica, sino por
nuestra propia naturaleza social.
La exposición al virus no surge por prácticas específicas e
identificables, tampoco afecta a grupos sociales de características
determinadas que los distinguen social, demográfica y/o políticamente del resto de la población. Por el contrario, la exposición al contagio surge de lo más simple y cotidiano de todo. Nos
referimos a la interdependencia mutua de unos con otros, que
implica una continua interacción de unos con otros. Se trata de
una condición de interdependencia de la que todos somos partícipes, pues es la base de nuestra conformación como seres
sociales, sin distinción de razas, credos, etnias, géneros ni clases,
aunque, claro, no todos participamos desde posiciones de igualdad. No es sólo una interdependencia económica o política, sino
también social, cultural y afectiva, que forma parte de nuestra
naturaleza como seres sociales. Sin esas interacciones, de todo
y cualquier tipo, simplemente la vida en sociedad no podría
sustentarse. Y ahí radica nuestra vulnerabilidad como sociedad
frente a este virus. No sólo nos afecta como colectivos de individuos, susceptibles de ser contagiados, sino que nos afecta en
nuestra misma cotidianeidad, que es nuestro modo más básico
desde el cual nos constituimos como sociedades y seres sociales.7
7
No es el primer virus que nos ataca de esta manera. Todos los virus de
86
alejandro i. canales
En un sentido metafórico, podemos decir que, en este caso, el
vector de contagio es nuestra misma naturaleza como seres sociales, por lo mismo, nuestra vulnerabilidad no es sólo como
individuos biológicos susceptibles de contagio, enfermedad y
muerte, sino como seres sociales, y en donde el contagio afecta
nuestros modos de constitución como sociedades.
Frente a otras enfermedades y otros virus, como el dengue o
el vih, por ejemplo, podíamos protegernos “encapsulando” las
prácticas de riesgos (incluso, en el caso del vih, hubo quienes
propusieron encapsular a los sujetos de riesgo) las cuales aunque
generalizadas y fundamentales, no eran, sin embargo, fundantes
de la sociedad, ni de nuestra naturaleza social. Frente al sarscov-2, ello es imposible. No podemos “encapsular” las prácticas
de riesgo (de exposición al contagio) sin el riesgo de encapsular
a la sociedad como tal.8
Sin embargo, si bien todo contagio es siempre con base en una
relación social entre dos o más sujetos, nada indica que se trate
de relaciones entre personas iguales y libres. Por el contrario,
cada interacción en la vida cotidiana reproduce de uno u otro
modo, la posición de desigualdad social de cada individuo que
participa de esas interacciones. Como señala David Harvey: “el
modo en que los seres humanos interactúan unos con otros, se
mueven, se disciplinan… afecta el modo en que se transmiten las
enfermedades” (Harvey, 2020: 83). La cuestión es que en las
sociedades contemporáneas, esos modos de interacción, movilidad y disciplinamiento, se constituyen desde estructuras de desigualdad social en sus diversos formatos, de clase, de género, étnico-nacionales, etc. Y ésta ha sido, tal vez, una de las mayores
falencias y “olvidos” en el análisis sobre la pandemia, incluso
influenza también lo hacen, aunque no igual, pues, hasta ahora, su capacidad
de replicación y contagio así como su nivel de afectación y letalidad han sido
mucho menores.
8
De hecho, éste es el gran dilema que enfrentaron las medidas de confinamientos, cuarentenas y similares que se implementaron en prácticamente todos
los países entre el 2020 y 2021. Si bien son prácticas que podían funcionar y
ser efectivas en determinadas coyunturas, no pudieron mantenerse en el tiempo,
pues no permitían generar prácticas de reproducción de las sociedades. En la
siguiente sección ahondamos en esta cuestión.
desigualdad social y covid 19
87
desde quienes lo hemos hecho enfatizando la cuestión de la desigualdad social y las vulnerabilidades sociales frente al virus y su
propagación.
Muchos son los estudios y autores que han analizado esta pandemia desde la perspectiva de la desigualdad social. Casi todos
ellos, sin embargo, se han centrado en la primera forma de desigualdad ante la pandemia —las condiciones estructurales—,
enfatizando las consecuencias diferenciadas de la pandemia según estratos y clases sociales, niveles de bienestar y vulnerabilidad
social de las poblaciones, entre otros aspectos (Bacigalupe et al.,
2022b; Santos, 2021, Foladori y Delgado, 2020; Blofield, Hoffmann y Llanos. 2020; Canales, 2020). En estos y otros estudios
esta segunda forma de desigualdad —el plano de las prácticas
sociales—, ha pasado simplemente inadvertida y ha sido de hecho,
invisibilizada tanto en el análisis académico, como en las políticas
públicas, especialmente cuando se refieren a las medidas contra
el virus, y a las formas de sus implementaciones en cada lugar.
Si en algún momento han surgido análisis y cuestionamientos
que visibilizan el plano de las prácticas sociales en la desigualdad
social frente a la pandemia, ha sido precisamente, desde voces
contestatarias, figuras del feminismo, activistas y defensores de los
migrantes, y otras representaciones de minorías sociales, que han
puesto en cuestión esta situación y demandan acciones desde el
Estado y la sociedad civil para mitigar y evitar estas manifestaciones
de desigualdad (Butler, 2020; Pajín Iraola, 2021; Bacigalupe et al.,
2022a; Rodríguez et al., 2021; Canales y Castillo, 2020). Corresponde generalmente a enfoques críticos que cuestionan las medidas
aplicadas y denuncian cómo en estos tiempos de pandemia, los
confinamientos, restricciones, y la debilidad de las instituciones del
Estado de bienestar no hacen sino poner en mayor riesgo la salud
e integridad de las personas pertenecientes a las distintas minorías
sociales (mujeres, migrantes, sectores populares, etcétera).
En cierta forma, este silencio pareciera ser entendible, aunque
no justificable. Si ya la crítica desde las estructuras de la desigualdad social frente a la salud y la muerte por covid 19 resulta de
por sí radical, desde el plano de la experimentación de esa desigualdad en la vida cotidiana la crítica puede resultar intolerable
para el establishment, pues devela lo indecente e impúdico de la
88
alejandro i. canales
desigualdad y su expresión en estos tiempos de crisis social, de
salud y de pandemia.
Aquí lo impúdico no es el eventual señalamiento que puede
hacerse del modo de vida y afectación frente al virus por parte
del explotado y del discriminado, sino por el contrario, lo indecente —e indecible— está en el señalamiento que puede hacerse
del explotador, del discriminador, en términos de develar cómo
sus privilegios y protecciones frente al virus son conseguidos a
costa de las privaciones y malestares de otros. No se nombra no
por un supuesto respeto a la privacidad e intimidad del que es
discriminado, por un eventual pudor respecto al que es explotado
y de su condición como tal, sino por lo indecente que resulta la
condición y posición de privilegio del explotador.
Y aquí es donde descansa la radicalidad de esta perspectiva de
análisis del virus, pues al enfocar la desigualdad frente al virus
desde las prácticas de la vida cotidiana, podemos develar y confrontar directamente y sin pudor alguno, esta cuestión y sus implicaciones éticas, morales y políticas.
Un modo de ilustrar esta crítica radical, es analizando desde
esta perspectiva de las prácticas sociales y vida cotidiana, una de
las medidas más ampliamente difundidas para combatir la pandemia. Nos referimos a las medidas de confinamiento con base
en la restricción a la movilidad que, en algunos países, han incluido hasta toques de queda y militarización del control social (Anta,
2020).
confinamientos y restricciones a la movilidad: de medidas
de control de la pandemia a modos de reproducción de la
desigualdad social frente al covid 19
Los confinamientos, como cualquier otra política pública, son
medidas que son tomadas y aplicadas desde posiciones de poder.
Lo relevante en este caso, es que no sólo se sustentan en modos
concretos de prácticas de desigualdad social, sino que, a la vez,
ponen en marcha mecanismos que profundizan y recrean la desigualdad social en estos tiempos de pandemia. Los confinamien-
desigualdad social y covid 19
89
tos y restricciones a la movilidad no sólo disciplinan el comportamiento de cada individuo, sino que junto a ello, consolidan
estas prácticas cotidianas de reproducción de la desigualdad social. Su implementación en estos contextos de excepción y crisis
sanitarias, reviste de nueva legitimidad y aceptación a la desigualdad intrínseca a cada modo de interacción social interpersonal.
Un caso concreto son los impactos de estos confinamientos en
las dinámicas al interior de los hogares, en particular en cuanto
a fortalecer y consolidar las formas, estructuras y prácticas de la
desigualdad de género e intergeneracional que se da en esos espacios (Bacigalupe et al., 2022a; Pajín Iraola, 2021; Martín, Bacigalupe y Jiménez, 2021). Los confinamientos en los hogares se
sustentan en los modos sociales que estructuran las relaciones
domésticas y familiares en cada sociedad. Nos referimos al patriarcado, el machismo, y las diversas formas de división sexual del
trabajo. La necesidad de los confinamientos no puede hacernos
olvidar que, en sociedades patriarcales como las nuestras, todos
ellos se sustentan en el trabajo de mujeres, sobre quienes recae
la tarea y trabajo del cuidado de niños, enfermos y ancianos, así
como el trabajo doméstico en general y su sobreexplotación.
Es iluso y carente de razón pensar que, en estos tiempos de
confinamiento, las relaciones patriarcales no operarían. Al contrario, el confinamiento en los hogares se ha sustentado en gran
medida en esas relaciones patriarcales que establecen la división
sexual del trabajo, así como de las responsabilidades, derechos y
privilegios dentro del hogar.
Es aún más iluso pensar que los confinamientos pudieran implicar una transformación en la vida cotidiana, esto es, en el modo
de estructuración de las relaciones sociales, de género, familiares
e intergeneracionales al interior de los hogares y las familias. Por
el contrario, las cuarentenas y confinamientos no han hecho sino
reforzar esas estructuras de desigualdad social, expandiéndolas e
intensificando sus consecuencias en términos de sobrexplotación
de la mujer, violencia doméstica tanto física como simbólica, y en
general, diversos modos de manifestación de la dominación de
género.
No es sólo que en tiempos de confinamiento se haya obligado
a las potenciales y reales víctimas a convivir con el posible y real
90
alejandro i. canales
victimario. De hecho, el confinamiento sólo incrementó el tiempo
de esa exposición. Lo relevante en todo caso, es que el confinamiento refuerza el papel del hogar como espacio de reproducción
social, y con ello, refuerza las estructuras y prácticas sociales y
familiares sobre los cuales se estructuran los hogares y su función
en la reproducción de las sociedades. El confinamiento refuerza
por tanto, uno de los espacios más básicos y fundamentales desde
donde, y desde siempre, se fundan las prácticas del machismo y
de sometimiento de la mujer.
Y esto que ocurre al interior de los hogares, también se repite
fuera de ellos, en la vida pública, en el mercado laboral, el ocio
y la política. En este sentido, resulta pertinente analizar con sentido crítico lo que fue una de las políticas icónicas en esta pandemia: las restricciones a la movilidad y los confinamientos expresados publicitariamente como un quédate en casa.9 Esta medida se
nos vendía cotidianamente como la opción de mayor responsabilidad individual y social. Era la medida privilegiada para frenar la
ola de contagio, y reducir el famoso R (tasa de contagio), que
refiere a la velocidad de propagación de un virus. Sin embargo,
esta política de quédate en casa, invisibilizaba a todos aquellos, que,
por diversas razones, no podían quedarse en casa.
Desde nuestra perspectiva, identificamos al menos dos tipos de
colectivos poblacionales que caían en esta condición, a saber:
a. Por un lado, los necesitados, esto es, aquellos que necesitaban
salir a buscar día a día el sustento para sus familias. Frente a
las políticas de confinamiento, cabe preguntarse cómo podrían haberlo hecho aquellos que ya antes de la pandemia,
9
Un plano desde el cual se ha hecho la crítica, es cómo las políticas de
confinamiento y control de la pandemia han sido, en realidad, modos de consolidar procesos de control social de las poblaciones, tanto en su modo más
directo de ejercicio del poder, con base en confinamientos, cuarentenas, toques
de queda y controles militarizados, como con mecanismos indirectos basados
en el control digital y uso de las tecnologías de la información y redes sociales
para lograr el mismo propósito (Han, 2020; Anta, 2020). En nuestro caso, nos
orientamos a un segundo plano de crítica, y es el uso de estas medidas de
control social como modos de consolidar la reproducción de la desigualdad
social.
desigualdad social y covid 19
91
vivían en condiciones de desigualdad, que habitaban espacios
desplazados y segregados social, económica y políticamente.
Por su misma condición de desigualdad, explotación, y exclusión social, no podían quedarse confinados en sus hogares,
además que las condiciones de sus viviendas hacían que esos
confinamientos fueran una verdadera exposición no sólo al
mismo virus, sino a otros flagelos sociales y de salud.
b. Por otro lado, los que necesitábamos que salieran para que todos
los demás, es decir, nosotros, pudiéramos quedarnos en casa.
En este sentido, la política de confinamientos invisibilizó un
hecho fundamental de la vida contemporánea. Nuestra reproducción social se sustenta en una multiplicidad de interacciones cotidianas que nos vinculan como individuos, pero cuyo
vínculo se estructura con base en relaciones y prácticas de
desigualdad social. De hecho, es a través de estas interacciones
interpersonales como se produce y reproduce en la práctica,
esa desigualdad social.
En no pocas ocasiones, unos y otros eran las mismas personas,
lo cual hizo aún más grave su situación, y aún más patético nuestro olvido e invisibilización de esos sujetos. En ambos casos, la
desigualdad de clases era evidente, aunque rara vez se nombraba
como tal. Frente a la situación que atañe a estos dos colectivos
(los necesitados de salir, y los que necesitábamos que salieran),
las indicaciones de restricciones de movilidad y confinamientos
reflejaban un marcado carácter de clase, así como un desconocimiento e incomprensión de cómo funciona la realidad social.10
Esta incomprensión no refiere tanto a que no se sepa cómo sobreviven los marginados (parafraseando el clásico texto de Larissa Lomnitz), sino por sobre todo, en invisibilizar y no entender
que esos modos de vida y sobrevivencia de los marginados son el
10
Un caso ilustrativo de esta situación de desconocimiento e incomprensión, fueron las declaraciones de Jaime Mañalich, por entonces ministro de
Salud de Chile, quien en mayo de 2020 reconoció públicamente, que “no tenía
conciencia de la magnitud de la pobreza y hacinamiento en amplios sectores
de Santiago” (El Mostrador, 28 de mayo de 2020), hecho que finalmente, le
costó la renuncia a su cargo.
92
alejandro i. canales
sustento de los modos de vida de los grupos sociales integrados y
dominantes. Esto hace que, en estos tiempos de covid, los marcos
de entendimiento de la realidad social que sustentan estas políticas de confinamiento, no fueran capaces de dar mínimamente
cuenta de cómo estos modos desiguales de vivir la cotidianidad,
son en realidad la base social de la desigualdad frente a los modos
de propagación del virus y la pandemia.
Y ello es así, porque en el fondo se trata de medidas y recomendaciones no pensadas para y desde los colectivos excluidos,
sujetos a estos dos modos de necesidades sociales (los que necesitaban salir, y los que necesitábamos que salieran), sino que
se trata de medidas de control de los modos de propagación
del virus pensadas y diseñadas para la protección de otras clases
sociales, de otros sujetos con otras y mejores condiciones de
vida, con otros y mayores capitales sociales, culturales y económicos.
En este contexto, queremos referirnos al segundo colectivo
social del que hablamos, esto es, aquellos sujetos, personas y trabajadores, cuyos trabajos y actividades fueron indispensables para
mantener al resto en sus confinamientos, y que así pudieran
mantener sus trabajos y vida social desde sus casas. Recordemos
que en las sociedades contemporáneas, ningún confinamiento se
da en condiciones de autarquía económica. Por el contrario, todo
confinamiento necesita de la provisión de servicios y mercancías
necesarias para mantener ese confinamiento, provisión que implica que muchos trabajadores no pudieran mantenerse en confinamiento.
En este plano, concurren dos situaciones.
a. Por un lado, quienes no podían confinarse, pues no podían
llevarse el trabajo para la casa debido a que son actividades
que requieren de condiciones, instrumentos, medios de producción, etc., externos, ya sea en industrias, talleres, centros
comerciales y de distribución, de servicios, entre muchos
otros.
b. Por otro lado, quienes tampoco podían trabajar desde sus
casas porque su trabajo y el modo en que se realizaba era
esencial para mantener el confinamiento del resto de la po-
desigualdad social y covid 19
93
blación, así como para que muchos pudieran relocalizar su
trabajo y vida social desde sus casas.
En ambos casos, se trata de trabajadores y actividades económicas que dan un soporte material al confinamiento en un doble
plano. Por un lado, dan soporte a los procesos de consumo y
reproducción de la población, proveyendo servicios y mercancías
necesarias para el consumo dentro de los hogares. Por otro lado,
dan soporte a los procesos de trabajo de quienes pueden llevarse
su trabajo para la casa. Son actividades que forman parte de la
cadena productiva del trabajo desde casa, pero que ellas mismas
no pueden hacerse desde los hogares, ya sea porque son actividades de soporte directo de nuestro trabajo desde nuestros hogares,
o bien porque por las condiciones generales de producción en
que ellas se realizan, no pueden relocalizarse hacia el interior de
los hogares.
En cualquier caso, la cuestión es evidente. Dada la alta complejidad de la vida social y económica contemporánea, no hay
confinamiento posible que involucre a toda la población en su
conjunto. Siempre será necesario que una fracción importante
de la población se mantenga fuera del confinamiento para que
el resto pueda mantenerse dentro de él. En tal sentido, la misma
política de confinamiento era en sí, una política de clase, que fue
diseñada desde una posición de clase, que daba protección frente al virus a determinados segmentos de la sociedad, en desmedro
de otros, a la vez, que su implementación implicaba necesariamente exponer a otros segmentos de la sociedad al virus y la
pandemia. Protección de unos a costa de la desprotección de
otros, en donde los unos y los otros corresponden a posiciones
de clase y estatus sociales desiguales.
En efecto, las recomendaciones para quedarse en casa y trabajar desde el hogar fueron hechas pensando en un tipo específico
de trabajo y de trabajadores: profesionales, clases medias y altas,
servicios informacionales, u otras actividades que efectivamente,
podían desarrollarse desde espacios domésticos. No era una actividad nueva, era, más bien, profundizar y expandir una actividad
y un modo de trabajo que ya se venía desarrollando desde hace
un par de décadas, especialmente en las economías desarrolla-
94
alejandro i. canales
das.11 Más allá de que en no pocos casos se trata de una idealización de un modo de trabajo que se sustenta en diversas formas
de sobreexplotación, discriminación y desigualdad (Han, 2019),
cabe preguntarse qué pasa con aquellos trabajos y trabajadores
que no podían relocalizarse ni llevarse el trabajo para la casa, pues
su no confinamiento era la base del confinamiento de los demás,
de las clases más pudientes, profesionales y clases altas, y con ello,
fueron el soporte humano de las medidas de protección de estas
clases sociales.
Si quienes se llevan su trabajo para sus casas, entran en modos
de sobreexplotación, cabe preguntarse entonces qué pasa con
aquellos trabajos y actividades sobre las que se sustenta el teletrabajo y trabajo desde el hogar, que se realizan en condiciones aún
más precarias y sobrexplotadas. Sin duda, se trata de un amplio
abanico de situaciones laborales y de sujetos y trabajadores. Aquí
me referiré sólo a seis de ellos.12
1. Por un lado, el obrero y trabajador manufacturero que, desde
una fábrica, taller u otro establecimiento, produce aquellos
bienes y mercancías necesarias para la vida cotidiana de los
confinados. Desde los utensilios para guardar la comida que
nos lleva el muchacho del delivery, hasta los mismos alimentos
procesados, pasando por la producción de instrumentos, accesorios, materiales, insumos, y todos los productos necesarios
para ello, sin olvidar la ropa, abrigo, suministro de energía y
otros servicios básicos. Son trabajos esenciales, aunque no
siempre catalogados como tales por los gobiernos en sus indicaciones y medidas que definen las condiciones de cuarentenas.
2. Por otro lado, el trabajador agropecuario, que desde los campos, cultiva y produce los bienes y mercancías necesarias para
11
De hecho, incluso en estos tiempos de pospandemia, esta relocalización
de estas actividades se mantiene en muchos casos, profundizando los modos y
tiempos de explotación del trabajo y difuminando la distinción entre tiempos y
espacios de producción y los tiempos y espacios de reproducción.
12
Sin duda, podrán agregarse más casos, pero lo relevante para nuestra
exposición, es dejar anotado el punto.
desigualdad social y covid 19
95
alimentar a las poblaciones. El riesgo de escasez de alimentos
fue real y reflejó la importancia estratégica de este tipo de
actividad productiva, y del trabajo y los trabajadores que las
realizan.
3. En tercer lugar, el trabajador de servicios de mantenimiento
y soporte técnico y material de las condiciones de vida en
confinamiento. Me refiero a los trabajadores que hacen entregas a domicilio de todo tipo de productos (desde comidas,
hasta mercancías del supermercado, libros, ropa, dispositivos
de todo tipo, etc.). Asimismo, los trabajadores en mantenimiento y soporte de redes y servicios de internet, telefonía y
telecomunicaciones en general, así como transportistas y trabajadores en sector de distribución que transportan mercancías de todo tipo, no sólo a las viviendas y al consumo familiar,
sino también y especialmente, transporte de mercancías para
su procesamiento (alimentos, por ejemplo) y posterior disposición para nuestro consumo.
4. En cuarto lugar, cabe mencionar a los trabajadores de servicios personales y de cercanías, no sólo aquellos dedicados al
cuidado de personas (niños, ancianos, enfermos) sino también otros servicios personales, como cocineros, limpieza y
mantenimiento de casas y edificios, conserjes, limpieza y
mantenimiento de calles, recolectores de basura, taxistas,
vendedores del retail, comerciantes y otros empleos y ocupaciones propias de la cadena de distribución de productos y
servicios.
5. En quinto lugar, aunque el confinamiento tuvo un impacto
importante en la economía mundial, ésta no se detuvo por
completo. El comercio internacional, aunque se vio menguado, se mantuvo como una actividad dinámica y en movimiento. Con esto quiero señalar el papel de los trabajadores y
empleados en estas actividades de exportación radicados
principalmente en países del Tercer Mundo, pero que sirven
para proveer de bienes y mercancías a las poblaciones de las
sociedades desarrolladas. Se trata de la producción y provisión
de televisores, celulares, tabletas, y otros dispositivos electrónicos, todos ellos necesarios para sustentar la conectividad de
quienes se mantienen en confinamiento; así como también
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alejandro i. canales
mascarillas, respiradores, y otros utensilios necesarios para la
atención médica y la protección de la ciudadanía. Asimismo,
cabe señalar el procesamiento de alimentos, la fabricación de
ropa, y otros productos.
6. Por último, cabe mencionar los trabajadores ocupados en la
generación y provisión de energía, que contribuyeron no sólo
a mantener en funcionamiento la matriz productiva de la
economía, sino también, y especialmente, contribuyeron a
mantener en funcionamiento los hogares, los barrios y las
ciudades. De nada servía tener las mejores condiciones de
teletrabajo en el hogar, si la provisión de energía eléctrica, gas
y agua se podían suspender.
Resulta relevante consignar que, en general, casi todos estos
empleos que dieron sustento y posibilitaron el confinamiento de
profesionales, y sectores de clases medias y altas, fueron ocupados
por trabajadores de diversas minorías sociales: mujeres, migrantes,
minorías étnicas, trabajadores de baja calificación, empobrecidos,
y además en condiciones de alta precarización laboral.
Aquí, lo relevante es que, para que cada individuo y familia
pudiera asumir responsablemente las medidas de confinamiento
en su hogar, se necesitaba el despliegue de este ejército de trabajadores para sustentarlo. Esto define un campo de expansión de
prácticas sociales que reflejan modos de desigualdad social, comenzando con el hecho mismo de que el confinamiento de unos
se basaba en el trabajo de otros, hasta las prácticas sociales mismas
que implican interacciones interpersonales que se despliegan
desde desiguales posiciones de poder (economía, trabajo, género,
raza, etc.) entre unos y otros.
Sin duda, las tics contribuyeron a sostener y viabilizar las estrategias de confinamiento. Constituyeron dispositivos y herramientas indispensables tanto para el trabajo desde casa, como
para sustentar la reproducción social, el consumo, y la vida cotidiana en este nuevo marco de pandemia. El desarrollo y expansión de diversas aplicaciones digitales, permitieron no sólo la
conexión e interacción social, sino también potenciaron nuevas
formas de trabajo y de acceso a diversos bienes y servicios para la
reproducción cotidiana de la población.
desigualdad social y covid 19
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Sin embargo, ese mismo desarrollo de una economía digital
(aplicaciones, plataformas, etc.) conformó también la base de
nuevos modos de explotación del trabajo y de trabajadores, y de
desigualdad social. El auge de nuevas formas laborales estuvo
marcado por esta dualidad. Así como, por un lado, se expandió
el trabajo de quienes podían conectarse desde arriba, y trabajar
desde sus casas (profesionales, empresarios, técnicos, etc.), también se expandió, por otro lado, una amplia variedad de trabajos
precarizados que daban sustento a los anteriores. Tal es el caso
de los repartidores y de trabajadores de plataformas de entrega
a domicilio, y todos los trabajos igualmente precarios, que dan
sustento a la distribución vía ese tipo de plataformas digitales
(cocineros que preparan comidas, empleados de servicios de
limpieza y mantenimiento, de recolección de basura, de transporte de mercancías e insumos, entre muchos otros) (Carrión y
Fernández, 2020).
Por su parte, la brecha digital frente al uso y acceso a las tics,
también fue un modo de manifestación de la desigualdad social
en estos tiempos de pandemia. No todas las familias tenían las
mismas condiciones de acceso y apropiación de recursos digitales
para mantener condiciones de vida y trabajo desde sus casas. La
desigualdad en los niveles de conexión a internet, expresado en
la carencia de dispositivos y de la misma red de internet, fue un
factor que profundizó la desigualdad social en materia educacional. Los niños de barrios populares, no sólo residen en condiciones de gran hacinamiento, sino de una deficiente y a veces nula
conectividad digital, lo que en tiempos de confinamientos, y
educación a distancia, constituyó un obstáculo imposible de superar, profundizando las brechas educativas que los mantienen
en condiciones de precariedad y marginación social.
En síntesis, todo confinamiento pone en marcha este sistema
de prácticas sociales a las que aludía previamente, y por lo mismo,
todo confinamiento pone en marcha un modo práctico y cotidiano de desigualdad social. Lo relevante en el caso de esta pandemia, es que no se trató de cualquier práctica de desigualdad, sino
de una que además nos desigualaba frente al virus mismo, esto
es, frente a la causa misma del confinamiento. Vaya paradoja. Las
políticas implementadas para protegernos frente al virus, eran
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alejandro i. canales
también un modo de recrear las condiciones de desigualdad social frente al virus, y en particular, frente al proceso de salud,
enfermedad y muerte asociado a esta pandemia. Las políticas de
protección adquirieron así un claro carácter de clase.
Podíamos trabajar desde nuestras casas porque había otras
personas que preparaban y nos llevaban la comida, y con la cual
establecíamos una interacción personal, cara a cara, en la que se
expresaba esta desigualdad intrínseca a nuestro confinamiento:
yo me confinaba y protegía, porque esa otra persona salía de su
confinamiento y se exponía. Mi confinamiento y protección lo
hacía a él vulnerable y expuesto al virus. De este modo, la división
social del trabajo preexistente, que se materializa día a día en este
sistema de prácticas sociales e interacciones interpersonales, devino en una división social de la protección frente a la pandemia
y sus consecuencias.
Esta pandemia por covid 19 no sólo discriminó haciendo más
difícil la vida para unos grupos sociales que para otros, sino que
junto a ello, y en gran medida derivado de las mismas políticas
implementadas para su control y mitigación, creó nuevas formas
de discriminación y exclusión social que agregaron “más vulnerabilidades y exclusiones a las que ya existían, desequilibrando aún
más, si no colapsando, los frágiles medios de subsistencia y defensa de vida” (Santos, 2021: 117).
reflexiones finales
En estos tiempos de covid, la desigualdad social y de clases se
profundizó, adquiriendo otro modo de representación. No era ya
sólo una división social en cuanto a acceso y acumulación de recursos económicos, estatus sociales, o aspectos similares, sino que
refirió a algo más básico y fundamental: la vida misma. Fue una
desigualdad frente a la exposición y riesgo de la salud y muerte,
en donde la precariedad de unos, era la base sobre la que se
sustentaba la protección de los otros. No es sólo que unos, los
trabajadores, los pobres, estuvieran en situación de mayor vulnerabilidad frente a un fenómeno externo como el virus, sino que
desigualdad social y covid 19
99
las mismas medidas que desde el Estado se implementaron para
enfrentar la pandemia, se sustentaron en esa vulnerabilidad estructural como condición para sustentar la protección de las
clases medias y altas.
Estas distintas situaciones y condiciones de los trabajadores
invisibilizados en las políticas de confinamientos, nos sirven para
ilustrar la complejidad del mundo laboral y la desigualdad social, mismas que no caben en la simplicidad con la que son
pensadas desde y para las clases dominantes. No es sólo la falta
de conciencia, de no entender que no todos son como nosotros,
los privilegiados, sino también es la falta de conciencia que
nuestros estilos de vida, modos de consumo, zonas de confort,
se sustentan en prácticas cotidianas de desigualdad social a partir de un sistema de interacciones entre sujetos desiguales que
posibilitan la reproducción de unos como protegidos y privilegiados, y de los otros como vulnerables y expuestos a diversos
riesgos y situaciones.
Y ésta es la gran contradicción que nos deja como enseñanza
esta visión crítica de la pandemia. Los que se quedaban (nos
quedábamos) en casa lo podíamos hacer, porque había un ejército de trabajadores que nos lo permitían, y que, por lo mismo,
ellos no podían darse el privilegio de quedarse en sus casas como
lo hacíamos nosotros. Detrás de esta distorsión, había y sigue
habiendo, una cuestión social no expuesta y, por lo mismo, no
resuelta. Nosotros pudimos quedarnos en casa y mantener nuestra
actividad profesional, porque detrás de nosotros hubo un
migrante, una mujer, un indígena, un joven, un trabajador precarizado y vulnerable, que tuvo que salir de casa a trabajar, y con
su trabajo, dar soporte material a nuestro confinamiento. Nosotros estábamos (y seguimos estando) protegidos, porque había (y
hay) otros —ellos— que están desprotegidos. Nuestra protección
frente al virus, era causa y provocaba su exposición y vulnerabilidad frente al mismo virus.
Esta reflexión nos plantea un doble dilema.
a. Por un lado, un dilema ético. El valor de la vida se nos aparece totalmente desigual. El valor de nuestras vidas es directamente proporcional a la desvalorización de la de ellos. El
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sacrificio de la vida de ellos, bien vale si es por la vida de
nosotros, los protegidos y salvados.
b. Por otro lado, un problema político. Detrás de esto hay una
relación de poder de unos sobre otros, situación que se sustenta en estructuras y prácticas de desigualdad social, que
forman parte de la misma matriz fundacional de nuestras
sociedades.
La cuestión es que ellos no son cualquier sujeto. Son los olvidados de siempre, los desiguales de toda la vida, los que nunca
tienen voz, los discriminados y sometidos a relaciones de explotación de clase, de dominación de género, de discriminación étnico-racial, de exclusión por origen nacional y migratorio. Pero
a la vez, son los que sustentaron nuestra sobrevivencia en estos
tiempos de crisis y pandemia, tal como lo hacían en los tiempos
de la vieja normalidad, y lo vuelven a hacer ahora en tiempos de
pospandemia.
Desde hace siglos, milenios en realidad, las sociedades dejaron
de ser autosuficientes. Asimismo, las familias, los colectivos sociales, tampoco somos autosuficientes. Nuestra reproducción social
se sustenta en la interdependencia: entre naciones, entre clases,
entre géneros, entre etnias y razas, entre nacionalidades, entre
territorios y geografías. Pero no nos engañemos. Si somos interdependientes, es porque estamos constituidos desde campos de
dependencia, cada uno de los cuales, configura modos de desigualdad social. En estricto sentido, no somos interdependientes,
sino que somos desigualmente dependientes.
En este capitalismo digital, las tics juegan un doble rol. Por
un lado, potencial el desarrollo de las fuerzas productivas del
trabajo, y con ello, potencian la acumulación de capital. Por otro
lado, reproducen las formas y estructuras de desigualdad social y
de clases propias del modo capitalista de producción económica
y reproducción social.
En efecto, en este capitalismo digital, en esta era de la información y el conocimiento, en esta sociedad posmoderna y global,
todas esas interdependencias se sustentan en relaciones de desigualdad, esto es, de explotación, de dominación y sometimiento,
de discriminación y exclusión social. Todas esas relaciones se
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101
configuran desde prácticas cotidianas de desigualdad entre sujetos e individuos en concreto, y a través de las cuales esos individuos se constituyen en sujetos, clases, géneros, etnias, etc., todas
ellas categorías sociales de desigualdad.
Esta mirada crítica a la pandemia nos permite poner en evidencia este hecho fundamental: que nuestra reproducción como
clase, género, raza, se sustenta en prácticas sociales concretas de
sometimiento de ese otro sujeto también partícipe de esta interdependencia, a tal punto, que lo hacemos invisible, intentando
con ello, ocultar esa esencial dependencia que tenemos de ellos,
misma que nos permite asegurar nuestra sobrevivencia y protección, como clases y como individuos.
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CAPITALISMO DIGITAL
DESPUÉS
DE LA PANDEMIA
nuevo paradigma del trabajo global
dídimo castillo fernández (coord.)
CAPITALISMO DIGITAL
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dídimo castillo fernández
(coord.)
prólogo de éric sadin
© 2024, siglo xxi editores, s. a. de c. v.
ilustración de cubierta:
isbn 978-607-03- 1398-1
impreso en mujica impresor, camelia 4,
ciudad de méxico, en enero de 2024
impreso y hecho en méxico
Índice
Prólogo: la telesocialidad generalizada
o la gran regresión
Éric Sadin
Introducción: nuevo paradigma del trabajo global
Dídimo Castillo Fernández
9
17
La humanidad que viene. Crítica al capitalismo
digital
Marcos Roitman Rosenmann
35
Desigualdad social y Covid 19. Contribuciones
al pensamiento crítico en tiempos de crisis
Alejandro I. Canales
65
El nuevo trabajador colectivo del capital
y la superexplotación del trabajo. El capitalismo
en la era de la cooperación compleja
Giovanni Alves
106
Cuarta revolución industrial y plataformas digitales
en el capitalismo pospandémico
138
Adrián Sotelo Valencia
Uberización del trabajo y capitalismo de plataforma:
¿una nueva era de desantropomorfización
del trabajo?
173
Ricardo Antunes
[7]
8
índice
¿La digitalización como gran transformación?
Fuerzas distributivas en el capitalismo digital
Sabine Pfeiffer
199
Pandemia, capitalismo digital y nuevas desigualdades
sociolaborales
231
Dídimo Castillo Fernández
Nuevas prácticas de gestión, control y vigilancia
algorítmica: el caso de Uber en la Ciudad
de México
Minor Mora Salas y Aurora Rebeca de la Rosa
Trabajo digital: una nueva realidad precarizante
Alejandra Chávez Ramírez y
Rocío Abril Morales Loya
Digitalización del comercio informal en barrios
marginalizados de la región metropolitana
de Buenos Aires: una mirada desde la
heterogeneidad estructural
Jésica Lorena Pla, Silvana Galeano Alfonso y
Agustín Salvia
266
314
344
Teletrabajo en el contexto de la pandemia por
covid 19 en México
Nelson Flórez Vaquiro y Esteban Calisaya
377
Sobre los autores
422