Pinochet y lo irrepresentable
Por: Mauro Basaure / 11.05.2018
Publicado en El Desconcierto http://www.eldesconcierto.cl/2018/05/11/pinochet-y-lo-irrepresentable/
La muestra del Museo Histórico Nacional (MHN), abruptamente clausurada, era bastante más
que una mal ubicada foto y una frase de Pinochet. En el marco de una muestra muy interesante
y bien lograda museográficamente, la referencia a este era mínima, y el texto citado expresa
bien lo burdo del dictador. Excluirlo era lo obvio pues una dictadura sanguinaria es la figura antilibertaria por antonomasia. La pregunta obvia por tanto es por qué hacer algo tan contraintuitivo, sabiendo además que no se trata de un acto de pinochetistas infiltrados, ni nada
parecido.
Se escuchó, como respuesta, que se hizo como un acto intencional de provocación. De ser así,
ello abre un debate crucial sobre la definición y función de un museo de historia nacional, si el
de atraer la atención hacia sí, la de los medios y generar reflexión colectiva mediante
instalaciones altamente provocadoras -como es tendencia en los museos de arte
contemporáneo- o, bien por el contrario, conservar y educar de manera inequívoca en las
tranquilas aguas de los consensos históricos. Si esto último resulta demasiado conservador y
constituye una visión clásica que pone en juego la relevancia social de un museo, lo primero
parece demasiado extremo. Un museo debe abrirse a la controversia, debe incomodar en el
presente si no quiere ser mero pasado. Pero, más que perseguidas por la vía de la provocación
intencionada, las controversias son un gran favor hecho no intencionalmente a los museos por
sus detractores públicos. Como Judas en relación con los designios divinos, los muchos
detractores de derecha del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos (MMDH), para citar
un ejemplo, han contribuido sin quererlo al cumplimiento de su misión. El MMDH no busca
provocar; es simplemente lo que es.
El MHN tomó recurso de la provocación tal vez porque, siendo lo que normalmente es, por sí
solo, no genera adversidad y controversia. Es posible que no haya que pedirle al MHN lo que,
por su propia definición, no puede dar. Lo cierto es que el atrevido acto de provocación está
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hecho, y, como tal, a juzgar por sus efectos, ha tenido un éxito desmedido, impensado y hasta
perjudicial para sus curadores.
Cuando ellos se decidieron a inscribir al dictador en la muestra, tomaron la decisión
(provocadora sin duda) de ponerlo en una posición -en apariencia- exactamente
equivalente a Allende, Elena Caffarena o Gabriela Mistral. Hay ahí ya algo grotesco que a
cualquier ser sensible e informado lo golpea e invita a reaccionar con un NO. Es como si
en un museo del protestantismo se pusiera, sin más, a Martin Luther King y a Hitler juntos como
ambos inspirados por Martin Lutero. Pero hay algo más. Esa posición equivalente no parece
serlo del todo, pues la frase seleccionada del dictador es lo suficientemente burda, como para
levantar la sospecha de que se quería ironizar con Pinochet. Todo en extremo sofisticado.
De ser cierta esta sospecha, el recurso es demasiado sutil e intelectual, al punto que nadie se
percató de ello. Se ha visto en él mera provocación con efecto revisionista, y no provocación
sarcástica. En todo caso, la responsabilidad ahí es del emisor y no del receptor. Pero ¿podían
ir más allá en la ironía para contrarrestar el efecto revisionista? Pudieron poner, en vez de la
burda frase seleccionada, una imagen de la “llama de la libertad” (la que en 2003 Francisco
Estévez intentó apagar con un extintor) y el carácter satírico del mensaje, posiblemente, se
hubiese entendido mejor. El costo de algo así, sin embargo, no es bajo: además de ser bastante
ramplón como recurso, y de que algo así, en todo caso, parece ser simplemente improcedente
en un museo como el MHN, toda la muestra (compleja y rica como lo era) se hubiese reducido
a una parodia del dictador. Paradojalmente, hoy, ya cerrada, la muestra será solo recordada
por el hecho Pinochet.
Las alternativas parecen ser: o no incluir al dictador y olvidarse de la provocación, traicionando
una idea de museología crítica que pretendía cambiar la definición misma y función del MHN o,
como aquí se sospecha, hacerlo buscando choquear a la audiencia, entregándole solo una
demasiado sutil pista de interpretación; es decir, hacerlo de un modo en extremo sofisticado,
con el riesgo de que no se entendería en absoluto, que fue lo que finalmente ocurrió.
El dictador debía ser simplemente excluido de la muestra. Nadie hablaría de ella. Pero se
lo incluyó. La muestra fue clausurada, cuestión bien inédita. Seguramente los
denunciantes tienen razón. En medio de las consecuencias abiertas de una dictadura
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sanguinaria con pactos de silencio operando y sufrimiento vivo, actos de provocación como
estos -por sarcásticos, chocantes y bien intencionados que busquen ser- resultan, para muchos,
actos de barbarie. Siendo esto cierto, no hay que olvidar lo que resultó de esta suerte de
experimento irrepetible y crucial. Le debemos el habernos dado muestra fehaciente de que la
figura de Pinochet es irrepresentable en el cuerpo nacional más allá de la infamia y el horror;
que la representación abiertamente anti-pinochetista es la única inscripción museográfica
posible de este personaje en la historia de Chile. O se lo ignora o se lo ubica en la sombra del
horror. No hay alternativas ni espacios para ambivalencias.
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