La Cueva Del Pecado - Eva Winners

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LA CUEVA DEL PECADO

COLECCIÓN DE LA SERIE BELLAS & MAFIOSOS


EVA WINNERS
Derechos reservados © 2021 por Winners Publishing LLC y Eva Winners
Diseñador de imagen de portada: Eve Graphic Design LLC
Traducción al español: Sirena Audiobooks Productions, LLC
Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro puede reproducirse de ninguna forma ni por ningún medio electrónico o
mecánico, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso
escrito del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.
ÍNDICE
La Cueva Del Pecado
Lista de reproducción

Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Epílogo
Vista previa
Prólogo

Agradecimientos
Conéctate Conmigo
LA CUEVA DEL PECADO
COLECCIÓN DE LA SERIE BELLAS & MAFIOSOS

Nota: La Cueva del Pecado es una obra independiente. Es una novela


completa que puede leerse como precuela de la serie Bellas & Mafiosos.

Si deseas una vista previa de la serie Bellas & Mafiosos asegúrate de seguir
leyendo y ver el prólogo del primer libro de la serie, Luciano, después del
final de La Cueva del Pecado.
LISTA DE REPRODUCCIÓN

SI QUISIERAS escuchar el soundtrack con canciones que aparecen en este


libro, así como canciones que me inspiraron, aquí está el enlace:

https://open.spotify.com/playlist/6fCE9neoRsiC0rrnsCu3To?si=
PmC_vH7dS8egDnqoOJXeTw&dl_branch=1
Sin ningún orden en particular:

“Criminal” - Britney Spears


“You Broke Me First” - Conor Maynard
“Never Too Late” - Three Days Grace
“Silence” - Marshmello (feat. Khalid)
“Tears of Gold” - Faouzia
“Look At Her Now” - Selena Gomez
“Nothing Breaks Like a Heart” - Moss Kena
“Beg For It” - Iggy Azalea
“No” - Meghan Trainor
“Bitter” - Fletcher
“Feel It” - Michele Morrone
“Play with Fire” - Sam Tinnesz, Yacht Money
“Someone Else” - Miley Cyrus
“Sex (With My Ex)” - Fletcher
“Numb” - Kiiara
“Stupid Boys” - Cassidi
A mis hijas, las amo siempre y para siempre.

A mis Happy Hour Ladies: me alimentan tantas ideas.

A toda mi familia y mis amigos, ¡gracias!


PRÓLOGO
ISABELLA

Fiesta de Halloween – Último año universitario.


Georgetown University, D.C.

L a música sonaba a todo volumen por los altavoces y las ventanas


temblaban con los bajos. El amplificador canalizaba el ritmo con
potencia suficiente para llenar un club de tamaño medio, las canciones
rebotando en las paredes. La canción de Iggy Azalea resonaba por los
altoparlantes, algunas chicas bailaban, otras se pegaban a sus novios y otras
se limitaban a observar. Esta noche, yo solo miraba.
—Esta será una noche larga —murmuré en voz baja.
Siempre estaba dispuesta a una buena fiesta y a pasármela bien, pero ese
día mi humor no estaba a la altura. Toda la casa de la fraternidad estaba
demasiado llena. Cada dos segundos, un cuerpo chocaba contra mí,
haciendo que mi bebida se derramara, así que mantuve mi copa ligeramente
extendida, lejos de mi cuerpo, evitando que se derramara sobre mí. Aún no
había bebido ni un trago. A diferencia de otras chicas, en ese lugar no había
ni un solo chico que me atrajera. Menos mal, ya que pronto nos
separaríamos.
Este sería nuestro último año aquí y, de algún modo, la realidad de la
vida empezaba a hacerse presente. Mi mejor amiga y yo habíamos hecho
muchas locuras en los últimos tres años y medio, nos metimos en algunos
problemas. Bueno, muchos problemas, aunque sus hermanos, el mayor en
particular, venían todo el tiempo al rescate. Siempre era lo más destacado
de mis tardes. Él era lo mejor de mis días y mis noches.
Vasili Nikolaev era la estrella de todas mis fantasías. Era un espécimen
de hombre magnífico, aterrador, que hacía que se nos cayeran las bragas.
Mucho mayor que Tatiana, y por lo tanto, mucho mayor que yo también.
Estaba fuera de mi alcance. Pero ¿eso me impedía imaginar sus manos
tatuadas por todo mi cuerpo? No, en lo absoluto. Sin embargo, la química
que sentía a su alrededor no tenía precedentes. Ningún chico me había
hecho sentir ni remotamente tan caliente como él y el hombre ni siquiera
me había tocado.
Mi mirada recorrió la multitud. La fiesta de Halloween solía ser la más
salvaje del año. La mayoría de las chicas vestían trajes de conejita Playboy,
mientras que la mayoría de los chicos solo llevaban jerseys. Esa noche
habría muchos ligues. Incluyendo a mi mejor amiga. Tatiana y yo
estábamos entre las pocas chicas que llevaban ropa normal. Bueno, no
exactamente normal. Más bien ropa de discoteca. Llevábamos minivestidos
sin tirantes. El suyo era negro y el mío rosa.
Una cremallera y, listo, al suelo. Sus palabras, no las mías. No tenía
ninguna duda de que mi vestido se quedaría puesto esta noche, como
cualquier otra noche. Era imposible para estos chicos competir con el héroe
de todos mis sueños.
—Señoritas, ¿se están divirtiendo? —preguntaron Travis y Trent al
mismo tiempo.
Eran gemelos, jugadores de fútbol americano y lo más ardiente de esta
semana en el campus. Ninguno de los dos me atraía. Tenían la mentalidad
de un niño de diez años y los modales de uno de dos, pero Tatiana estaba
fascinada con los dos.
—La verdad, no —murmuré a regañadientes.
—¡Sí! —gritó ella por encima de la música.
Los dos tenían el pelo castaño oscuro y los ojos color avellana. Los ojos
azul pálido me gustaban más. Esos dos podrían ser tolerables; si al menos
no hablaran o te miraran como a un caramelo.
—¿Quieres ir a un lugar más tranquilo? —ofreció Trent—. ¿O era
Travis? —Ni lo sabía ni me importaba.
Negué con la cabeza. Sabía lo que significaba. Tatiana, por su parte, ya
se había terminado su bebida y había entrelazado sus brazos con los de
ellos.
—Soy toda tuya. De ambos. —Dejó que el significado perdurara en el
aire y aquellos dos sonrieron como si se hubieran ganado la lotería. No
sabían que eran su experimento. Al día siguiente por la mañana, serían
historia. Tatiana estaba decidida a probar un trío. Tuve que reprimir una
sonrisa.
Con otro codo chocando contra mí, dejé mi bebida, la coloqué sobre la
pequeña barra improvisada y apoyé la espalda en el mostrador, con los ojos
estudiando a la multitud. ¿Por qué nadie se comparaba con el hombre que
yo quería? ¿Y por qué no podía quitármelo de la cabeza?
Cuando volví a mirar brevemente a Tatiana con los gemelos, noté que
las cabezas de los tres se rozaban, susurrando entre ellos. Probablemente
planeando a qué dormitorio u hotel acabarían.
«Teniendo un trío», añadí con ironía en mi cabeza.
Recé para que no fuera en nuestro dormitorio. No quería pasar toda la
noche fuera ni oír nada de esa mierda. Esta fiesta de Halloween no era
exactamente mi tipo de escena y estaba lista para dar por terminada la
noche.
Cuando volví a mirar por encima de la sala abarrotada, lo vi y todo mi
cuerpo se sobresaltó.
—¡Mierda, tu hermano está aquí! —anuncié con los ojos clavados en la
enorme figura del hombre que se acercaba hacia nosotras. Aunque su color
de cabello era un rubio de lo más inusual, siempre me pareció como una
sombra oscura que acechaba a sus enemigos. Una simple mirada podía
infundir miedo. ¡O lujuria!
El hermano mayor de Tatiana siempre, y digo siempre, me mojaba los
calzones. Tenía un extraño atractivo, una mezcla entre un CEO
multimillonario y una sombra peligrosa. Emanaba poder por todos los poros
de su cuerpo envuelto en un caro traje negro de Armani. Era, sin lugar a
dudas, el hombre más atractivo que jamás haya visto. Desde el momento en
que nos conocimos, aparecía en todas mis fantasías, era el protagonista.
Aunque tuviera edad suficiente para ser mi padre, un padre joven, pero,
aun así. Una sola mirada hizo que se me acelerara el corazón, me palpitara
el coño y se me erizara la piel.
—Mierda —gimió Tatiana en voz alta—. Hotel será. Mándame un
mensaje cuando se haya ido.
Desapareció antes de que pudiera decir otra palabra. Mis ojos buscaron
los suyos y la silueta de los gemelos, aunque no estaban por ningún lado.
Tatiana tenía un don para desaparecer, lo reconocía.
—Hola, nena —me susurró una voz al oído—. Estás muy guapa. —Mi
cabeza se movió hacia atrás. Una cara con una máscara, la espeluznante
máscara del Joker, me miraba fijamente. Intenté apartarme, sin embargo,
había alguien detrás de mí.
—¿Quieres salir de aquí? —Sacudí la cabeza y contesté para
asegurarme de que no había malentendidos.
—No.
—Nena, soy yo. —Su tenue voz llegó a través de la máscara.
Olía como una licorería. ¡Qué poco atractivo! Además, me importaba
una mierda quién era, todo lo que mi cuerpo quería enfocar era Vasili dando
zancadas hacia nosotros como un cazador. El asqueroso que tenía adelante
se movió la máscara para dejarme ver su cara antes de volver a colocarla en
su sitio. Era Jason, el cretino. Ahora me importaba aún menos. Jason era la
estrella del fútbol americano de la universidad y su único propósito durante
nuestros cuatro años de universidad era meterse en mis pantalones.
Volví a apartar mi cuerpo de él y me siguió, invadiendo mi espacio.
Odiaba que la gente interfiriera en mi espacio. Su mano se acercó a mi
pecho y su cuerpo me presionó. Lo empujé con fuerza, detestando sentir su
cuerpo tan cerca de mí. En lugar de captar la indirecta, se empujó más
fuerte contra mí, restregándose, como si eso fuera a excitarme.
—Aléjate de mí, ¡carajo! —siseé, esforzándome por no hacer una
escena. Odiaba a los malditos borrachos que no sabían aceptar un no por
respuesta.
De reojo, vi que Vasili Nikolaev se acercaba enfadado hacia nosotros.
Incluso desde mi lugar podía ver la furia que ardía en sus pálidos ojos
azules. Tatiana debió de haber hecho algo muy malo para hacerlo enojar de
aquella manera. Aunque me sorprendió que siguiera viniendo hacia mí en
lugar de ir por su hermana.
El hermano de Tatiana se movía por la abarrotada pista de baile con
poder despiadado y confianza brutal. No tenía que abrirse paso a empujones
porque todo el mundo se separaba, abriéndole paso. Se movía como una
pantera, pero tenía el cuerpo fornido de un león. La mirada tormentosa de
su rostro mandaba a la mierda a todo el mundo o amenazaba con
despedazar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
La mano de Jason siguió bajando, deslizándose hasta el interior de mi
muslo y me olvidé de Vasili. Aparté la mano de Jason de un manotazo, no
obstante, no captó la indirecta y siguió. Luché contra él, empujándolo de
nuevo, intentando apartarlo. Fue en vano porque era como una pared. Uno
pensaría que el tipo que estaba a mi lado o cualquiera en esta sala
abarrotada intervendría... pero no, demonios. Parecería que tenían que
mantener su estatus de chicos malos.
Antes de que la mano de Jason alcanzara mi ropa interior, mientras yo
seguía forcejeando contra él, la gran mano de Vasili rodeó el cuello de
Jason y lo único que pude hacer fue mirar esos dedos decorados con tinta,
tatuajes de una cruz, una reina de corazones y una estrella puntiaguda. Dios,
me encantaban sus manos, esos tatuajes. Tan jodidamente calientes.
—Dijo que no —gruñó entre dientes, con su acento ruso más marcado
que nunca—. Si vuelves a tocarla, te corto el cuello.
Los ojos de Jason se sobresaltaron como dos globos. Vasili levantó a
Jason en el aire dejándole los pies colgando como un muñeco de trapo,
como si no pesara nada. Aunque su fuerza siempre había estado oculta bajo
aquellos trajes caros, nunca lo había visto ponerse violento. Y eso que
Tatiana y yo lo molestábamos bastante.
Me quedé mirando la escena que se desarrollaba delante de mí; Jason
tenía los ojos muy abiertos, estaba asustado. Si no estuviera tan
sorprendida, me habría reído porque parecía ridículo. Lo siguiente que supe
fue que había lanzado a Jason, cuyo cuerpo voló como un saco de papas por
el suelo. Jason resbaló antes de ponerse en pie, corriendo hacia quién sabía
dónde.
Los pálidos ojos azules de Vasili se desviaron hacia mí con una clara
furia en su mirada. Supuse que debía de haber visto cómo Tatiana
desaparecía y que ahora me echaría la culpa a mí.
«¡Ugh, el peor Halloween de mi vida!», pero, bueno, pude verlo. Lo que
probablemente no era bueno para el loco enamoramiento que tenía por él.
Sus ojos viajaron desde mis tacones negros insoportablemente altos
hasta mi cara, pasando por mis piernas desnudas y mi minivestido rosa
ceñido a mis curvas.
Entrecerré mis cejas, confundida. Estaba segura de que había furia en
esos ojos hace un momento, sin embargo, ahora no veía ni rastro de ella. Lo
había sustituido por algo peligroso y ardiente que hacía que mi cuerpo se
sobreexcitara.
Tragué con fuerza, de repente con la boca demasiado seca.
—Tatiana no está aquí. —Carraspeé, con el pulso acelerado atascado en
la garganta.
—¿Te lastimó? —preguntó. Le gruñó a otro chico de la fraternidad que
se acercó demasiado, el gran hombro de Vasili lo apartó y su cuerpo me
impidió ver la multitud de cuerpos.
—No. —Apenas pude pronunciar las palabras. Estaba tan cerca que
sentí el calor que irradiaba su cuerpo hasta mi interior. Ese hombre podía
hacer que lo deseara y que le tuviera miedo al mismo tiempo—. Gracias —
murmuré. Debería apartar la vista de él, pero no tenía la fuerza, la belleza
de aquellos glaciares pálidos me cautivaba. El calor de su mirada me excitó.
—Vámonos. —Si me hubiera dicho que saltara de una montaña en ese
momento, lo hubiera hecho con gusto. Y, ¡su acento! Solo le había oído
hablar un puñado de veces, sin embargo, ese acento por sí solo podía
ponerme de rodillas. Mi temperatura subió instantáneamente. Genial, ahora
tenía la imagen de chupárselo de rodillas.
«Sí, definitivamente necesitaba que me revisaran el cerebro porque no
lo podía negar. Quería acostarme con este hombre».
Tomándome del brazo, firme pero suave, me guio fuera de la
fraternidad; apretando su mandíbula con fuerza. Su tacto me abrasó la piel
desnuda y, por alguna razón, el silencio se hizo denso y pesado entre
nosotros. Las ganas de decir algo y que volviera a mirarme me picaban bajo
la piel, como si necesitara otra inyección de adrenalina.
Tenía una expresión tan oscura en la cara que me daba miedo
preguntarle adónde me llevaba. Pensaba que ya estaría acostumbrada,
teniendo en cuenta la frecuencia con la que Tatiana y yo nos metíamos en
líos, pero, por lo general, ella siempre estaba aquí conmigo, amortiguando
la tensión y el malhumor de su hermano mayor.
Tardé varios minutos en darme cuenta de que me estaba acompañando a
mi dormitorio.
—Ehhh, Tatiana está fuera. —¿Estaba buscando a su hermana? No la
encontraría durmiendo. ¿No la vio abandonarlo en la fiesta?—. Ella no
sabía que ibas a venir —murmuré como excusa poco convincente.
De lo contrario, se habría ido hace mucho tiempo. Yo también. Tal vez.
Me encantaba verlo, alimentando mis fantasías porno en esos breves
encuentros que teníamos. Pero, esta misma mañana me había dicho que mi
fascinación y lujuria por el hermano mayor de Tatiana no era sana. Era
veinte años mayor que yo. Nunca me vería más que como una mocosa que
salía con su hermana pequeña.
¡Sí, mi resolución de Halloween! No desear más a Vasili Nikolaev.
Habría sido más fácil mantener esa resolución si él no hubiera aparecido
hoy.
Vasili no hizo ningún comentario. Siempre tenía esa personalidad
estoica, aunque una respuesta o un reconocimiento estaría bien. Los
hombres eran raros.
Casi esperaba que se largara en cualquier momento y me dejara volver a
mi dormitorio. Caminaba demasiado rápido y yo tropezaba con mis tacones
tratando de seguirle el ritmo. Cada vez que tropezaba, él me atrapaba. El
hombre tenía unos reflejos increíbles… y esos bíceps mucho más. Cada vez
que me tocaba, una descarga de electricidad sacudía mi cuerpo, mi sangre
hervía con la necesidad de que me tocara más.
Una vez en el edificio de la residencia, esperaba que me dejara seguir
mi camino, sin embargo, en lugar de eso, me miraba otra vez, desde mis
tacones, subiendo por mis piernas desnudas hasta mi cara. Sentí como si
fuera la caricia más suave y ardiente. Mis mejillas se sonrojaron, aunque no
sabía por qué. La forma en que me observaba era totalmente excitante.
Luego, con un movimiento rápido, me levantó y me tiró por encima de
su hombro mientras yo gritaba de sorpresa.
—¿Qué demonios...?
Una fuerte palmada en mi trasero.
—¡Oye! No puedes...
Nalgada. Otra más en el culo.
—¿Qué carajos, hombre? —gruñí. Sí, estaba guapo, pero ¿quién
mierdas se creía que era?
Nalgada.
Se me escapó un aullido con el trasero ardiendo por su mano. No podía
distinguir si me estaba ardiendo el trasero de dolor o de deseo. Me
preocupaba que fuera lo segundo porque sentí un hormigueo entre los
muslos y tuve que evitar que mi cuerpo se arqueara para que volviera a
pegarme.
«No, no que lo pegue, Isabella. Solo que lo toque. O, tal vez, frote un
poquito». Maldita sea, me estaba poniendo cachonda.
Subió cinco tramos de escaleras conmigo desplomada sobre su hombro
y su respiración ni siquiera se aceleró. Como si yo no pesara nada. Me
contoneé, intentando acomodarme en su hombro y observando su trasero.
Caray, incluso boca abajo se veía guapísimo.
«Quizá pudiera pasarle las manos por su espalda musculosa». Me
pareció una gran idea. Solo una pequeña caricia.
—A menos que quieras otra nalgada en el trasero, quédate quieta —
gruñó con su marcado acento ruso y al instante el deseo se agolpó entre mis
muslos. Santa madre de Dios, estaba excitada. Muy, muy excitada.
Me quedé quieta al instante, no quería ganarme otra nalgada. Sería muy
vergonzoso que la evidencia de mi deseo se deslizara por la parte interior de
mi muslo, revelada por este vestido insoportablemente corto, y que se diera
cuenta de lo excitada que estaba. No tenía ni idea de lo que estaba pasando
ni de cuál era su problema. Ese hombre nunca me había tocado, excepto
para ayudarme a salir del auto cuando tuvo que llevarnos a casa después de
nuestros encuentros con problemas.
Mantuve la boca cerrada contando las escaleras para no pensar en el
doloroso latido entre mis muslos. O para impedir que mi mente pensara en
todo tipo de imágenes creativas y sexys en las que Vasili fuera el
protagonista de mi película porno. ¡Dios, qué trasero! Apuesto que no tenía
ni un gramo de grasa. ¡Puta, quería lamer y besar cada pulgada de su
cuerpo!
—Las llaves —exigió. No era un tipo que se comunicara mucho. Me
asomé, boca abajo, encima de su torso y vi que estaba de pie frente a
nuestro dormitorio.
—Puedo...
—Isabella, ¿quieres otra nalgada? —«Dios, cómo me gustaba mi
nombre en sus labios».
Rápidamente, saqué la llave de mi sostén. Era más difícil hacerlo de
cabeza abajo, sin embargo, no iba a señalar lo obvio. Podría volver a
pegarme en el culo. Me correría en cuanto él se fuera. No me tardaría
mucho tiempo.
—Toma —murmuré, entregándole la llave por encima de su cuerpo,
viéndole abrir la puerta. Dios, tenía unas manos preciosas. Grandes, ásperas
y sexys, esos tatuajes en sus dedos fascinantes.
«Sí, estaba obsesionada con sus manos. ¡Con todo de él!».
Una vez en el dormitorio, me deslicé por su hombro, rozando mi cuerpo
con la parte delantera de sus músculos duros hasta que mis pies tocaron el
suelo. La neblina de mi cerebro me hizo sentir desorientada y lenta, sin
embargo, no estaba segura de si era por su tacto o porque estaba boca abajo
mientras él me llevaba escaleras arriba.
Me quedé allí, esperando, con nuestras miradas fijas en un intercambio
acalorado y tácito. Me hizo sentir tantas cosas: nervios, excitación, susto,
esperanza. Todo envuelto en un torbellino de emociones cuando miraba o
pensaba en él. Nunca nadie me había afectado así. Me hacía sentir
hambrienta de sus breves miradas, de su voz profunda que me empapaba
como un delicioso y suave whisky y, sobre todo, de su tacto.
—Bienvenido a la cueva del pecado —divagué, sintiéndome nerviosa
mientras mis ojos recorrían su cuerpo imaginando todo tipo de actos
pecaminosos. La cueva del pecado era el apodo que Tatiana y yo le dimos a
nuestro dormitorio. Esta habitación había sido testigo de muchas locuras en
los últimos tres años y medio.
«Y ahora mismo, realmente quería pecar con este hombre».
Levantó una ceja y le sonreí.
—Así llamamos a nuestra habitación.
—Mmmm.
—Sí. —«¡Ugh, deja de hablar, Bella!».
Me moví con incomodidad con las mejillas encendidas. Me mordí el
labio inferior para evitar que salieran más palabras, pero
desafortunadamente, no podía apagar mi mente. Cada parte del cuerpo de
ese hombre era una obra maestra, incluso su cuello. La piel bronceada me
hacía agua la boca, la sangre me corría y mi parte más íntima se apretaba...
todo por él.
Volvió hacia la puerta y el sonido del cerrojo resonó en la habitación. Ni
siquiera se me ocurrió preguntarme por qué. Todo eso apenas pasaba por mi
mente, porque lo único que podía hacer era mirar aquel cuerpo alto y
voluminoso; aquel rostro hermoso y fuerte. Sus rasgos afilados y angulosos,
con pómulos altos, reflejaban dureza y crueldad, pero no me importaba. Me
encantaba su cara. Aquellos músculos que llenaban su traje caro hecho a la
medida. Ansiaba ver más de él, como si mi vida dependiera de ello.
¿Cuántas veces deseé verlo desnudo?
Mi corazón tronaba y mi resolución previa se fue por la ventana. Ese
hombre era una obra maestra, todo desde su boca, su raro color de pelo
hasta sus zapatos caros. Me mordí el labio, imaginando lo que sentiría al
besarlo.
«Solo una vez», me dije. «Una probada».
Nuestras miradas se cruzaron y contuve la respiración, preocupada por
romper el momento. ¿Era deseo lo que había en sus ojos? Su mano se
acercó a mi cara y me rozó la mejilla con sus grandes dedos. Me recorrió un
escalofrío por todo el cuerpo. Nunca había sentido nada parecido cuando
me tocaba otra persona. Un shot puro de lujuria.
Su mirada era la de un depredador, hambrienta e intensa. El calor ardía
en esos hermosos ojos encendiendo cada pulgada de mi piel.
De repente, sus labios chocaron contra los míos, sus fuertes manos
rodearon mi cuerpo y me amoldaron a su pecho. Mi pulso se disparó,
temblores vibraron a través de mi sangre con una intensidad que nunca
olvidaría. Su cálido aliento era el oxígeno que no sabía que necesitaba.
Un gemido resonó en la habitación vacía, era mío. Me sentía tan bien
que cada fibra de mí se estremecía por él. Su lengua se introdujo en mi
boca, saboreándome, besándome con pasión y necesidad. La misma
necesidad que yo sentía por él.
Sentí su miembro duro presionado contra mi estómago y la sensación
hizo que mi coño se apretara. Mi cuerpo encajaba perfectamente contra el
suyo, como si lo hubiéramos hecho miles de veces antes. Como si mi
cuerpo siempre hubiera estado destinado a amoldarse al suyo. Ni una sola
razón funcionaba en aquel momento. Aunque así fuera, lo había deseado
desde el momento en que lo vi. Todos mis pensamientos huyeron, dejando
atrás solo uno.
«Deseaba a este hombre. Mucho más». Me gustaría tener más de él.
Con movimientos frenéticos, nos quitamos los zapatos. Con rapidez, se
deshizo de mi vestido, tirándolo al suelo. El sonido de una cremallera fue
seguido por el desgarro de mi ropa interior. Tiró la tanga ya destrozada al
piso y mis manos ansiosas le quitaron la chaqueta del traje, dejándola caer
al suelo. Luego, con acciones rápidas y apresuradas, le desabroché la
camisa blanca, ansiosa por verlo y sentir su piel bajo mis dedos.
En cuanto vi sus abdominales duros y supermarcados, salió de mis
labios un jadeo. Era una obra de arte: músculos bajo una piel bronceada y
acariciada por el sol.
Alcancé sus pantalones, mis ojos ansiosos por verlo completo. Él debía
de estar igual de ansioso porque me ayudó a quitárselos y luego los
calcetines. Se me secó la boca al contemplar su magnífico cuerpo y mis
ojos se embriagaron con la vista. Desde sus fuertes y anchos hombros hasta
su pecho, pasando por sus increíbles abdominales... Mis ojos se detuvieron
en su torso.
—Mierda —murmuré, tragando saliva. Era grande, por todas partes. Y
me refiero a todas partes.
Acercó su cuerpo al mío, piel con piel caliente. Cada pulgada de mí
zumbaba con la necesidad abrumadora de él, haciendo arder mi piel.
«Esto es lo que había estado esperando, ¡a este hombre!».
Pensé que me quemaría en cualquier momento. Sus manos grandes y
ásperas recorrieron todo mi cuerpo, marcándolo como suyo. Dondequiera
que tocaba dejaba una sensación ardiente y explosiva a su paso.
Jadeaba de necesidad, palabras irreconocibles saliendo de mis labios y
él murmuraba cosas en ruso que no entendía. De todos modos, no habría
importado si las hubiera pronunciado en inglés. Estaba fuera de mí; no
habría entendido nada.
Me estrelló contra la pared y sus labios volvieron a pegarse a los míos.
Su lengua no tenía piedad, enredándose con la mía, saboreándome,
explorando cada pulgada de mi boca. Mis gemidos y nuestra respiración
agitada eran los únicos sonidos de la habitación. El mundo entero dejó de
existir. Esto era mucho mejor que cualquiera de mis fantasías.
Enganché mi pierna alrededor de su cintura y sentí su pene contra mi
entrada. Tenía que sentirlo dentro de mí. Pensé que debía decírselo. Debería
advertirle que era virgen. Dejé a un lado ese pensamiento besándolo
febrilmente, deseosa de todo de él.
Me agarró por el trasero, mis dos piernas se engancharon a él y, sin
previo aviso, me penetró hasta la empuñadura y se me escapó un grito.
Sabía que me dolería, aunque no esperaba que tanto. Se detuvo y sus ojos
buscaron los míos.
—Eres tan grande —musité sin aliento.
No quería que se detuviera porque era virgen; yo lo necesitaba. Él lo
necesitaba; podía sentirlo en cada célula de mi cuerpo. Tenía que saciar esa
necesidad en la boca de mi vientre. Las llamas ardían en mis venas y era el
único que podía apagarlas.
—Por favor, no te detengas —exhalé.
Si solo hubiera sabido que provocaría un infierno abrasador que mi
cuerpo nunca olvidaría.
Su mano se introdujo entre nosotros, su dedo en mi clítoris, mientras su
boca recorría mi cuello mordisqueando y marcando mi piel. El dolor fue
cediendo poco a poco y se me escapó un suave gemido cuando su dedo
frotó mi punto sensible. Mi cuerpo se arqueó hacia él, deseándolo más
cerca, necesitando más de él.
Lo rodeé con mis piernas y empezó a moverse, despacio al principio y
luego cada vez más rápido y con más fuerza. Perdía el control con cada
embestida. Me cogió implacablemente y más duro. La sensación inicial de
ardor cada vez que me penetraba se transformaba en fricción y necesidad
ardiente. Su mano derecha me recorría el cuerpo con rudeza mientras la
izquierda me mantenía inmovilizada contra la pared, penetrándome con un
deseo despiadado y primitivo.
Busqué sus labios, necesitando saborearlo de nuevo. Tomó mi boca,
ofreciéndome todo lo que jamás hubiera soñado en su beso y su tacto. Me
chupó la lengua, me besó con fuerza encendiendo una llama por todo mi
ser. La vista se me nubló, el corazón me latía con fuerza en el pecho, al
mismo ritmo que entre las piernas. Nos besamos frenéticamente, mezclando
hambre y desesperación mientras él seguía penetrándome. Cada que se
movía, empujaba contra mi clítoris palpitante llevándome cada vez más
alto.
Sus labios recorrieron mi cuello con palabras rusas sobre mi piel. Volví
a apoyar la cabeza contra la pared con su nombre en mis labios, un suave
gemido. Cerré los ojos, el calor aumentó y mi corazón se calmó durante una
fracción de segundo antes de que mi cuerpo estallara en mil pedazos. Un
calor lánguido me recorrió por la sangre mientras mi coño se apretaba
alrededor de su grueso pene y mi cuerpo se convulsionaba contra el suyo
mientras un placer líquido estallaba en cada una de mis fibras.
—Malyshka —gruñó con fuerza, sus caderas trabajando como pistones,
empujando dentro de mí a través de mi orgasmo—. ¡Dios!
Me mordió la clavícula, marcándome como suya antes de seguirme por
el acantilado, estremeciéndose en mis brazos. Era adictivo. Increíble.
Quería más. Murmuró palabras extrañas contra mi cuello y mi cuerpo se
derritió por él.
El estruendo de mis oídos se calmó y los latidos de mi corazón
disminuyeron. Poco a poco se disipó la neblina de lujuria y mis ojos se
abrieron de par en par al darme cuenta de lo que acababa de ocurrir.
Me había acostado con Vasili Nikolaev, el tipo con el que fantaseaba
desde que nos conocimos. El hermano de Tatiana.
Suavemente me empujé contra él, me temblaban las piernas mientras
volvían a tocar el suelo. Nunca había imaginado que fuera posible volar tan
alto. Sí, había dolor, pero todo se olvidó en el momento en que empezó a
moverse dentro de mí.
Nuestros ojos se encontraron y había una mirada indescriptible en sus
hermosos ojos pálidos. No quería dejar de observarlo, deseando que fuera
mío.
Se arrodilló lentamente y levantó mi vestido. Mi tanga era insalvable,
así como mi corazón y mi cuerpo en ese momento. Porque después de tres
largos años, por fin eran suyos.
—Gracias —pronuncié tímidamente, apartando la mirada. Era extraño,
quería ahogarme en su mirada para siempre, sin embargo, la intensidad de
mis propios sentimientos en ese momento me hizo apartar los ojos.
Tomó su pantalón, y se dispuso a ponérselo cuando de repente se
detuvo. Me arriesgué a echar un vistazo para ver qué estaba mirando
cuando vi la sangre en su pene.
Me mordí el labio y me arriesgué a mirarle a la cara. Había
incredulidad.
—¿Eras virgen? —Su voz era áspera, la expresión de su cara era de
asombro.
—Mmmm, no es para tanto. —Me puse roja de vergüenza, otra vez.
Volvió a bajarse los pantalones y me levantó en sus brazos.
—Sí que lo es. Deja que te cuide como es debido, malyshka.
¡Mierda! ¿Volveríamos a hacer esto? Tenía en la punta de la lengua
decir que me había cuidado muy bien, no obstante, me contuve. Quería
más, sentirlo de nuevo sobre mí.
Me llevó al baño y me sentó en la encimera. Lo observé moverse por el
pequeño cuarto, su enorme cuerpo lo hacía parecer aún más pequeño, y me
pregunté qué pensaba hacer.
Abrió la ducha y volvió hacia mí.
—Te limpiaré y luego te adoraré toda la noche —declaró suavemente,
con su cara acurrucada en mi cuello. Mi cuerpo respondió al instante. Era
increíble lo bien que me sentía a su lado. No era de extrañarse que me
enamorara de él.
—¿Puedo hacer lo mismo contigo? —Normalmente no era tan abierta y
atrevida, sin embargo, por alguna razón, quería experimentarlo todo con él.
Tomarlo y darlo todo.
Tomó mi mano y la puso sobre su miembro. Estaba duro de nuevo, con
pre eyaculación brillando en la punta y, con el pulgar, se lo unté por todo el
tronco, mezclando su semen con restos de mi sangre. Mis dedos rodearon
su suave grosor, explorando su longitud. Su pene se estremeció con mi
contacto, endureciéndose más a cada segundo, y yo lo miré asombrada,
lamiéndome los labios.
—Más tarde —prometió con voz ronca y acento marcado. Maldita sea,
su acento me provocaba cosas.
En su rostro se dibujó una sonrisa sensual que lo hizo parecer
increíblemente hermoso. Era la primera vez que veía un esbozo de sonrisa
en su rostro, se me encogió el pecho al verlo. Me encantaba su sonrisa, por
pequeña que fuera.
Sus dos manos me rodearon la cintura y me levantaron. Mis piernas se
enroscaron instintivamente en sus caderas y nos condujo a la ducha con
facilidad. Los fuertes chorros de agua caliente que caían de la regadera se
sentían bien en mi piel.
Lo que era todavía mejor era sentir su cuerpo contra el mío. Mis piernas
se deslizaron y planté los pies firmemente en los azulejos, con su cuerpo
aún apretado contra el mío y sus ojos ardiendo como llamas azules.
—Eres preciosa, malyshka.
Sentí que se me calentaban las mejillas ante su cumplido. Era aún más
hermoso: puro músculo sin un gramo de grasa en ninguna parte. Mis manos
recorrieron suavemente su cuerpo explorando cada pulgada de él. Su piel se
sentía cálida bajo mis dedos, sus músculos esculpidos y fuertes.
No podía apartar la mirada de él mientras el agua se resbalaba por su
grande y fuerte cuerpo. A pesar del agua que nos salpicaba, tenía la boca
seca y el pulso acelerado por la excitación.
—Mírame. —El timbre de su voz me hizo vibrar y lo miré directamente
a los ojos. Bajó la cabeza lentamente y sus labios empezaron a besarme
suavemente la mandíbula. Un suave suspiro escapó de mi boca y mi cabeza
se inclinó hacia arriba, ofreciéndole mis labios. O tal vez estaba suplicando
por su boca en la mía, no estaba segura. Lo único que sabía era que
necesitaba más... más de él, más de nosotros, más de esto.
Su boca tomó la mía, mis labios se abrieron a su lengua. Gemí deseosa
en su boca. Ese hombre merecía cada segundo de espera. Era perfecto para
mí. Nuestras lenguas se entrelazaron y nuestros besos se volvieron
frenéticos y hambrientos. La pasión se encendía con cada caricia y cada
beso que me daba, haciendo estallar fuegos artificiales por la sangre.
—Voy a comerte el coño. —Su voz vibró por todo mi cuerpo,
encendiendo llamas que ninguna ducha podría apagar.
Me empujó contra la pared y se arrodilló en el suelo de la ducha. Me
quedé boquiabierta al verlo mirarme como un postre. Sus dos manos
agarraron mis caderas y su cabeza se hundió en mi centro.
—¡Ayy! —Un gemido resonó en la pequeña ducha cuando su boca
probó por primera vez mi intimidad. Mis dedos se enredaron en su cabello,
agarrándolo como apoyo o como ancla, no estaba segura.
—Vasili. —Jadeé, retorciéndome contra la pared, aunque su agarre me
tenía inmovilizada. Mi corazón latía con fuerza en los oídos y mis gemidos
resonaban en el pequeño baño.
Me ardía la piel y mi cuerpo se estremecía con cada lamida, cada
mordisco de sus dientes contra mi clítoris.
Sus ásperos dedos se clavaron en mis suaves caderas mientras se
agitaban contra su cara, necesitadas de más.
—¡Dios mío! —gemí. Su mano recorrió mi cadera, el interior de mi
muslo, y sentí cómo su dedo se deslizaba dentro de mí, llenándome. Eché la
cabeza hacia atrás, disfrutando de la sensación. Con la mente en blanco, el
nombre de Vasili se repetía en mi cerebro. O tal vez lo estaba pronunciando,
no tenía ni idea.
Mi cuerpo se estremecía con una necesidad que solo él podía saciar.
Estaba tan cerca, el calor corría por mis venas mientras luchaba por respirar.
Hizo un sonido de aprobación y lo sentí vibrar contra mi coño.
—¡Ay, ay, ay! —susurré, mientras su dedo bombeaba cada vez más
profundo. Jadeando, seguí retorciéndome bajo su firme agarre—. Estoy...
estoy tan... —No pude terminar la frase. Iba a estallar en cualquier
momento, persiguiendo aquel placer intenso y ardiente. Bajé la cabeza y
nuestras miradas se encontraron. Se me cortó la respiración al ver el deseo
en sus hermosos ojos. Vasili era un dios, no me cabía la menor duda.
Sus grandes hombros contra mí, su boca me comía como si estuviera
hambriento. Otro dedo se unió al primero, entró y salió de mí, haciéndome
volar cada vez más alto. Todo pensamiento racional se evaporó y me
derrumbé, el orgasmo me atravesó como una marejada. Repentino, fuerte y
demoledor.
Gemidos desesperados salían de mis labios mientras mi cuerpo se
estremecía ligeramente tras el orgasmo más increíble.
Se puso de pie con el agua cayendo sobre nosotros.
—¡Mierda! —exclamé, con los párpados pesados y el cuerpo
desplomado contra él. Apoyé la cara en el pliegue de su cuello, respirando
hondo mientras mi ritmo cardíaco disminuía. «Quiero hacer esto con él el
resto de mi vida», pensé.
Una de sus manos me rodeaba el trasero y la otra se enredaba en mi
cabello.
—¿Demasiado cansada para seguir? —preguntó sombríamente,
mientras tiraba suavemente de mi cabeza hacia atrás para poder verme a los
ojos.
—Nunca. —Sonreí desganada, apretándome contra él. Me estaba
volviendo codiciosa con esa sensación adictiva y excitante.
—Que bueno —gimió, y sentí su dureza contra mí—. Porque apenas
vamos empezando.
Con un pequeño jadeo en los labios, bajé los ojos entre nuestros
cuerpos. Su pene estaba duro como una roca, buscándome, necesitándome
tanto como yo a él. Dios, ¿era normal? Experimentar esta intensidad con
alguien era estimulante y excitante, me hacía sentir viva. Y tenía la
inclinación a pensar que era solo por él.
Extendí la mano hacia su miembro y acaricié la suave piel sobre su
dureza. Su pene respondió con una sacudida, mientras yo lo observaba con
fascinación. Mi pulgar rodeó la punta de su dura longitud, el semen brilló
allí y luego lo esparcí por su tronco.
—Quiero saborearte —pedí sin apartar la vista de su pene.
—Nada me complacería más —susurró y sus siguientes palabras
volvieron a encenderme—: De rodillas, Isabella.

Abrí los ojos y me encontré con la mirada de Vasili observándome. Estaba


sentado en mi escritorio, su gran cuerpo probablemente incómodo en la
pequeña silla. Llevaba los pantalones puestos, sin embargo, su pecho
bronceado estaba a la vista. Todavía no podía creer lo de la noche anterior.
Me había enamorado de él desde el primer año; nunca pensé que me
prestaría atención o me dedicaría un segundo de sus pensamientos. Hasta
anoche.
Mi cuerpo estaba adolorido, el cansancio más dulce se instaló en mis
huesos después de todo lo que hicimos el día anterior. Cielos, me sentía
bien, saciada... mmmm, feliz. Le sonreí, pero no me devolvió el gesto y
algo en mi pecho se estrujó de preocupación.
Levanté la sábana y la sostuve contra mi pecho mientras me
incorporaba, cubriendo mi cuerpo desnudo.
—¿Está todo bien?
—Tengo que irme. —Algo no estaba bien, no obstante, mi cerebro era
demasiado lento para darse cuenta.
—Ok —murmuré, buscando su rostro. Era un hombre difícil de leer—.
Cuando... —Apreté las rodillas contra el pecho, sintiéndome vulnerable,
pero no dispuesta a dejar que la vida decidiera si debía tener a este hombre
o no—. ¿Cuándo puedo volverte a ver?
—No es buena idea. —Sus palabras me hundieron el corazón y me
invadió la confusión.
Me deseaba, casi tanto como yo a él. Lo sentía.
—¿Por qué no?
Tal vez debería haber hecho lo de siempre y haberme encerrado en mí
misma, sin querer enfrentarme al rechazo de nadie. Pero, por alguna razón,
con él, siempre quise desafiarlo, presionarlo.
—¿Por qué no? —repetí.
—Porque quieres abarcar más de lo que puedes manejar, Isabella —
gruñó, con una ira repentina en la voz y en los ojos.
—No entiendo —musité confusa. Como no dio más explicaciones,
añadí en voz baja—: háblame, por favor.
Era patética, a la luz de la madrugada, suplicándole a un hombre que
hablara conmigo. Que me explicara algo que estaba muy claro, pero me
esforzaba por comprender el repentino cambio. Lo que habíamos
compartido la noche anterior era increíble, más allá de mis sueños más
salvajes.
—¿De qué hay que hablar? —Su voz se sintió como el látigo helado de
un viento gélido contra mi piel—. Solo fue una cogida, Isabella. —Sonrió
satisfecho, aunque mi cerebro se negó a procesarlo—. Después de todo, tu
familia debería estar familiarizada con coger por donde quiera.
En un rápido movimiento, se levantó y fue a recoger el resto de su ropa
que estaba esparcida por toda mi habitación. Comenzó a vestirse, sin
siquiera mirarme. Luego se dirigió a la puerta.
—¿De qué estás hablando? —La confusión me asaltó.
Me dolía el corazón, un ardor desconocido se extendió por mi pecho,
dificultándome la respiración. Las lágrimas me nublaron la vista al ver su
espalda tatuada volteada hacia mí, sus anchos hombros burlándose de mí.
—Tu madre destruyó mi familia. —Giró la cabeza y aquellos ojos
pálidos que ardían toda la noche eran más fríos que las temperaturas de
Alaska en invierno—. Se abrió de piernas por mi padre y destruyó a nuestra
familia en el proceso. Le quitó una madre a Sasha y a Tatiana, le costó la
vida a una esposa.
Sus palabras fueron como una bofetada. Mi madre nunca haría algo así.
Ella no era una rompehogares. ¿Lo era? Por el amor de Dios, ella iba a la
iglesia todos los domingos como un reloj.
—No lo entiendo —musité. Tenía veintiún años, y sí, era insólito que
hubiera esperado tanto para perder la virginidad, pero ahora que lo había
hecho, me negaba a creer que había cometido un error. Nunca me había
mirado así, con desagrado. Lo conocía y estaba enamorada de él desde
hacía más de tres años—. ¡No tenías que acostarte conmigo para decirme
todo esto! —exclamé.
La respiración se hizo más difícil, cada inhalación extendiendo el dolor
en el pecho. Era tan difícil reconciliar a este hombre con el de la noche
anterior. Me acarició, me adoró. Y luego lo redujo todo a cenizas. Nada de
eso era real. Solo alguien cruel y despiadado podía tocarme, tomar mi
cuerpo y mi corazón, sabiendo que solo era un peón para él. Pero, pues, eso
ya lo sabía de Vasili Nikolaev; su crueldad acechaba en la superficie desde
el momento en que lo conocí.
—Pero lo hice —escupió, su tono bajo y amenazador—. Imagina mi
sorpresa cuando descubrí que eras la compañera de cuarto de Tatiana en la
universidad. Como un bonito regalo envuelto, caíste justo en mi regazo. —
Hizo una pausa, observándome pensativo—. Tu madre se cogió a mi padre
y a cambio destruyó a mi familia. ¿Qué mejor manera de devolverle el
favor?
Lo miré fijamente con mi desdichado corazón rompiéndose a cada
segundo que pasaba. Me dolía tanto que me costaba respirar. ¿Cómo no
había visto antes su odio?
—¡Eres un maldito cabrón! —grité, lanzándole palabras porque no tenía
otra arma. No tenía ni idea de por qué mi madre le había hecho algo a él o a
su familia. Era una de las personas más bondadosas que había pisado la
tierra. Nunca había oído hablar del apellido Nikolaev hasta que conocí a
Tatiana, en nuestro primer día de universidad. ¿Qué clase de extraña
coincidencia era esa? ¡Maldito karma!—. Y patético —añadí en tono
jadeante—. No pudiste encontrar mejor método de venganza que acostarte
con la hija de tu supuesta enemiga.
Se movió en un instante y estaba sobre mí en un abrir y cerrar de ojos.
La ira ardía en su mirada y penetraba hasta mi alma. Me estremecí cuando
me agarró la cara y odié no ser más fuerte o al menos mejor actriz.
—Cuidado, Isabella. —Su voz era baja y suave, sin embargo, contenía
una amenaza tan fría que no dudé de que podría cobrarse una venganza peor
que la de quitarme el cuerpo y el corazón—. Anoche te hice gemir y gritar
mi nombre de placer. Puedo hacerte gritar mi nombre de terror con la
misma facilidad. Entonces descubrirás lo desgraciado que soy.
Se me agitó la respiración y mi lado estúpido y retorcido intentó
encontrar una pizca de esperanza en aquella afirmación. Tal vez se
preocupaba por mí. Si me hizo sentir bien anoche, tal vez le importaba
después de todo. Si me odiaba, no se habría molestado en eso. «¿Cierto?».
—¿Por qué? —Me armé de valor para cuestionar.
—Por qué, ¿qué? —Parecía molesto por mi pregunta.
—¿Por qué te acostaste conmigo?
—Tú me querías y yo te quería —replicó con naturalidad, como si
estuviera hablando del clima. Estaba más concentrado en su ropa que en mí
o en mi corazón que rompía en pedazos con cada palabra que pronunciaba
—. Ahora que te he tenido, ya estoy saciado y puedo pasar a la siguiente
cosa mejor. Además, contigo fue un dos por uno. Pude cogerte y vengarme.
Me dolía el pecho, cada vez que respiraba me apretaba más.
—Eso es tan cruel —declaré con voz temblorosa—. Sin corazón. Hacer
el amor debería ser cuestión de cariño, no de odio.
—Isabella, solo cogimos. —La voz de Vasili era fría—. Nada más y
nada menos. —¿Cómo podía decir eso? Fue todo para mí—. Además, fuiste
tan fácil —añadió. Lo miré a los ojos con confusión—. Tu madre tomó algo
de mi familia, así que yo tomé de la de tu madre.
Tras una tensa pausa y mi estúpida mente buscando excusas para su
crueldad, observé los anchos hombros de Vasili mientras se dirigía hacia la
puerta, dejándome atrás como un mueble sin valor.
—No fue solo una cogida para mí —susurré. ¿Por qué tenía que
humillarme más? Sus palabras no podían haber sido más claras: no me
quería. Me usó. Odiaba lo que yo era, solo por defecto. Cada latido de mi
corazón dolía... dolía físicamente.
Se detuvo, con el cuerpo rígido, sin embargo, no se dio la vuelta. De
todos los escenarios que imaginé para el paseo de la vergüenza de la
mañana después de perder mi virginidad, este no era uno de ellos.
—Si hubiera sabido que serías un cabrón, como el resto de los chicos
universitarios, me habría ahorrado tiempo y me hubiera acostado con ellos.
Los matrimonios se desmoronan todos los días. Estoy de acuerdo, mi madre
no debería haber cedido ante tu padre, pero se necesitan dos para engañar.
Tal vez sentían cariño el uno por el otro. No pudiste haber hecho todo esto
solo porque dos adultos tuvieron una aventura. ¿Por qué podría valer la
pena hacer algo así?
—Pregúntale a tu madre. Ella hizo que se perdieran vidas que nunca
pudieron ser devueltas. Agradece que te permita vivir.
Me miró por encima del hombro, su pálida mirada se clavó en mí y
escalofríos recorrieron mi cuerpo. Incluso después de las crudas palabras
que acababa de pronunciar, mi cuerpo seguía anhelándolo. Le había
respondido así desde el momento en que nos conocimos. Después de tres
años y medio, pensé que me acostumbraría o que se calmaría, pero no hizo
más que aumentar.
—¿Quieres la verdad, Isabella? —Fruncí el ceño ante su pregunta y lo
vi apoyado en la puerta del dormitorio, con su enorme cuerpo cubriendo
prácticamente toda la entrada. Se metió las manos en los bolsillos
despreocupadamente, la expresión fría y dura de su rostro me alarmó, pero
mi cerebro se negó a registrar la advertencia.
—¿La verdad? —El cambio en él era difícil de asimilar después de
todo. El hombre acalorado y apasionado de la noche anterior que me
encendía el cuerpo había desaparecido. En su lugar estaba un hombre
extraño frío y despiadado. Pero, aún más desconcertante era su odio; pasó
del frío al odio ardiente.
—La verdad, Isabella, es que fuiste un peón dispuesto a mi venganza.
Mi madre perdió la vida. Tu madre nos costó la vida de una Nikolaev, y
siempre ajustamos cuentas. Ni tú ni tu madre deberían jugar con lobos.
Yo me lo busqué, ¿no? Había abierto patéticamente mi corazón a este
hombre.
Nunca volvería a suceder. ¡Por nadie más!
CAPÍTULO UNO
ISABELLA

Cinco años después

—E stás preciosa, nena. —Los ojos de Ryan ardían de deseo y sus


manos me rodeaban la cintura. Llevaba un vestido rojo sin
mangas y con escote en V que me caía por el cuerpo, abrazando
suavemente mis curvas. Dejaba mostrar más piel de lo que estaba
acostumbrada, pero iba acorde en este tipo de fiesta. Mi pelo estaba
recogido en un moño moderno que dejaba al descubierto el cuello y los
hombros. Combinada con unas sandalias rojas y unos sencillos pendientes
de diamantes, parecía que pertenecía a la fiesta de lujo. Aunque no lo
sentía.
Él también estaba muy guapo. El esmoquin le quedaba bien, acentuaba
su cuerpo esbelto y aclaraba aún más su cabello castaño claro.
—Estás muy guapo. —Le di un suave beso en la mejilla, oliendo su
colonia. Mi cuerpo no se estremeció de lujuria ante su aroma, ni con su
cuerpo apretado contra el mío. Sin embargo, lo sentí reconfortante y cálido.
Acarició su mejilla contra la mía.
—Gracias por venir conmigo.
—Claro —murmuré—. Es una gran noche para ti. Tu primer papel en
una película y estás nominado.
Sabía que era importante para él y estaba orgullosa de su logro. Su
grupo de rock llevaba dos años en lo más alto de las listas de éxitos. Cuando
hace más de doce meses le propusieron un papel en una película, Ryan no lo
dudó. Estaba ansioso por llegar a la cima, y yo me alegré por él. Ojalá solo
hubiera menos paparazzi alrededor.
—Sé cuánto odias la publicidad y que nos miren todos —replicó—.
Hace que te ame aún más.
Le sonreí suavemente. Era el primer hombre que me decía que me
amaba. Yo también lo amaba, pero no estaba segura de que me amara de la
misma manera. No obstante, me conocía bien. Se tomó su tiempo para
conocer lo que me gustaba y lo que no, eso hizo que me encariñara con él y
cayera lentamente rendida a sus encantos. Y tenía toda la razón. Odiaba las
multitudes y la publicidad, pero sabía que para que nuestra relación
funcionara era importante que lo apoyara en sus grandes momentos. Por
mucho que me disgustara estar en el ojo público.
Sonó el intercom y le di un beso en la mejilla.
—Vamos, mi galardonado novio.
—Tú no sabes...
Lo corté rápidamente.
—Ten fe.
Dos horas después, deambulábamos por el afterparty. Ryan estaba
tomándose fotos con su premio, deslumbrando con su sonrisa. Su discurso
de aceptación fue hermoso, pero me hizo sentir incómoda porque los ojos
de todos se volvieron hacia mí. Me señaló ante todo el salón, hablando
efusivamente de mi apoyo, y me costó mucho no achicarme. Después, tuve
que sonreír durante un sinfín de fotos hasta que finalmente me escabullí y
dejé que Ryan lidiara solo con los focos.
No podía aguantar más flashes. Decir que este no era mi ambiente era
poco. Yo era médica de sala de emergencias, por el amor de Dios, no
material para famosos. Incluso odiaba que me fotografiaran. Me pregunté
qué estaba haciendo aquí, al menos un millón de veces esta noche. Las
multitudes y los focos eran mis dos mayores aversiones. Sin embargo, lo
soporté todo.
Saboreando mi champán, disfruté del hecho de que nadie me hablara. A
veces, el silencio y la soledad eran mis mejores amigos. Apoyada contra la
pared, observé la escena que tenía delante. Tantas sonrisas falsas,
felicitaciones falsas, cuchicheos, risas y llantos de felicidad. Solo Dios sabía
que algunos de los actores tenían muchas emociones.
Había caras que reconocía de películas, pero se me escapaban los
nombres. De vez en cuando alguien se me acercaba para felicitarme y
apretarme un beso en la mejilla. En ese momento, sentí que necesitaba una
maldita ducha. Odiaba la familiaridad con los desconocidos.
La piel me hormigueaba con una sensación familiar que no había
sentido en tanto tiempo. Me froté la nuca, tratando de quitármela de encima,
pero en lugar de aliviarse, se hizo más fuerte. Como atraída por un imán,
giré la cabeza y fue entonces cuando lo vi.
Vasili Nikolaev.
Los latidos de mi corazón se detuvieron, el tiempo se detuvo, y lo único
de lo que era consciente era del hombre imponente al otro lado de la
habitación con los ojos azul pálido como glaciares. Los ojos con los que he
soñado muchas noches. Los ojos que he intentado olvidar durante los
últimos cinco años.
El dolor me atravesó y mi pulso se reanudó, retumbando bajo mi pecho.
No podía ser él. Cerré los ojos durante un breve segundo y los abrí,
esperando que la imagen fuera producto de mi imaginación. O una
pesadilla.
Rezando con todas mis fuerzas para que solo fuera una mala visión, abrí
los ojos lentamente, pero no, sí era Vasili. Estaba allí, en carne y hueso,
imponiéndose como una nube oscura sobre todos los demás, con su fuerte
figura haciendo que la multitud se separara de él sin ningún esfuerzo por su
parte. Como un rey entre sus súbditos.
Pero, no era un rey. Era el diablo disfrazado con un caro traje negro de
Armani. Brutal y despiadado bajo ese exterior pulido. Tragué saliva y mis
ojos lo absorbieron. Tenía una copa de champán en la mano, no obstante,
estaba intacta. No bebía esa mierda, era un tipo más duro, de licores caros.
Sus dedos fuertes y tatuados envolviendo la delicada copa de champán me
recordaron lo que podía hacerme. Solo tenía que apretar y yo me rompería
en mil pedazos.
Y a pesar de todo, mi cuerpo estúpido se electrizaba y la sangre corría
por mis venas como lava líquida. Mi cerebro no lo soportaba, me advertía
de su crueldad, pero mi cuerpo rechazaba el mensaje. En lugar de eso, mi
corazón se aceleró y el dolor familiar se extendió por mi cuerpo,
recordándome que me había arrancado el corazón del pecho.
«Y aún lo deseo», el pensamiento agudo no fue una buena revelación.
Tragué con fuerza, endureciéndome. Fingiría que no lo conocía.
Demasiado tarde, me di cuenta de que se dirigía hacia aquí. «No, no,
no», supliqué en silencio.
«Por favor, devuélvete. A cualquier sitio menos aquí». No estaba
preparada para verlo ni para hablar con él. Vasili también lo sabía; yo lo
sabía sin lugar a dudas.
Se detuvo a casi dos pies de mí, su aroma familiar penetró en mis
pulmones y la habitación entera se esfumó. Contuve la respiración, mi
hormigueo se convirtió en una llamarada en toda regla. Hacía cinco años
que no lo veía. No era tiempo suficiente. Cinco siglos no serían suficientes.
—Hola, Isabella. —Su voz profunda y acentuada me atravesó como
electricidad, haciendo que se me derritieran las entrañas.
Debería apartar la mirada de él, alejarme, hacer algo, pero lo único que
parecía capaz de hacer era quedarme mirándolo, recordando aquellas
últimas palabras que me atravesaron. ¡Que me rompieron!
Apreté con fuerza mi copa de champán. El control que Vasili ejercía
sobre mí era enfermiza, en lo más profundo de mi ser lo sabía. Y, sin
embargo, supuraba dentro de mí, y en este punto, estaba segura de que sería
algo que moriría solo cuando diera mi último aliento.
—Hola, nena. —La voz de Ryan me sacó de mi estupor. Tomó mi boca
en un suave beso—. Te me desapareciste. —Tragué con fuerza, todo mi
cuerpo rígido, consciente de los ojos de Vasili sobre nosotros—. ¿Has hecho
amigos?
Sus ojos se desviaron con curiosidad hacia Vasili. Uff, muy tarde para
pretender que no lo conocía.
—No, este no es un amigo. —Podría ser un pequeño pinchazo, pero a lo
menos era algo—. Este es Vasili Nikolaev. —Su nombre en mis labios se
sentía extraño, inusual. No lo había pronunciado desde la noche en que le di
mi virginidad—. Es el hermano mayor de Tatiana. La recuerdas, ¿verdad?
—Ah, sí. Por supuesto. —Ryan extendió la mano y, por un segundo,
pensé que Vasili no la tomaría. La dejó en el aire un segundo de más, pero
luego la agarró—. Encantado de conocerte, amigo.
Gemí internamente. A Vasili se le podían llamar muchas cosas, pero
amigo no era una de ellas. Tan tenso e intimidante como era Vasili, Ryan
era todo lo contrario. Demasiado relajado y despreocupado. Después de mi
experiencia inicial con el cruel hombre que tenía delante, me atrajo incluso
más que nunca.
De repente, me fijé en una mujer del brazo de Vasili. Había estado tan
cautivada por él que no la había visto a su lado, pero sin duda era su cita. Su
mano entrelazada en el brazo de él lo indicaba claramente.
—Esta es Natasha. —Vasili presentó a su cita. Corto y directo. Nunca
gastaba energía en palabras de más, ¿verdad?
—Dios mío. —El chillido de esta mujer me sobresaltó—. Ryan
Johnson. Soy una fan. —Su voz era aguda y brillaba como un foco de cien
vatios. Me miró con envidia y una sonrisa falsa en los labios—. Eres una
mujer muy afortunada por ser la novia de Ryan Johnson.
—Aww, gracias. —Ryan sonrió mientras su mano recorría mi espalda.
Normalmente me reconfortaba, pero ahorita me ponía al límite—. Esto
podría ayudar a convencerla de que se mude conmigo, aunque la verdad es
que yo soy el afortunado.
Volvió a inclinarse y me besó el cuello. Estaba tan mal recordar cómo se
sentían los labios de Vasili sobre mi piel mientras Ryan me besaba, pero,
ahí estaba yo, recordando ese fuego que el despiadado hombre encendía
mientras mi dulce y atento novio me adoraba.
Tragué con fuerza, con un sabor amargo en la lengua. No pensaría en
los labios de Vasili.
En su lugar, me centré en la conversación. «Ah, sí, mudarme con Ryan».
Llevaba meses insinuándomelo y pidiéndomelo. Sin embargo, yo seguía
retrasando mi decisión. Aunque estaba segura de que este no era el
momento ni el lugar para hablar de irnos a vivir juntos. Sonreí con fuerza, y
probablemente se veía muy falsa. Sin saber cómo añadir adecuadamente a
ninguno de sus comentarios, decidí no responder.
—No veo la hora de tener a Bella en mi casa —continuó Ryan ajeno a
mi tensión—. Para verla cada mañana y cada noche.
La ceja de Vasili se levantó ligeramente, una sonrisa curvando sus
hermosos labios.
—Ohhhh, deberías hacerlo. —Natasha se derritió sobre sí misma
mientras continuaba con su enamoramiento—. Sería un sueño.
Por la forma en que hablaba, parecía que era su sueño.
—Y tú y Vasili —dije suavemente con mi voz pasivo-agresiva,
ignorando los comentarios acerca de mí mudándome con Ryan—. Te has
buscado un ganador.
Volvió los ojos hacia Vasili y juré que allí había estrellas.
—Es el mejor. —No entendió mi sarcasmo.
—Sí, claro —murmuré. Puede que hubiera una pizca de amargura
mezclada con sarcasmo, pero a ella se le escapó por completo. Menos mal
que Tatiana no estaba aquí porque habría captado mi tono de inmediato.
Inclinándose más cerca de Ryan, dejándole entrever su vestido escotado,
Natasha le murmuró a Ryan:
—¿Sería demasiado pedirte una foto contigo?
—No, en absoluto. Nena, ¿qué tal si te unes? —Ryan se puso
inmediatamente en modo ídolo para sus fans.
Sí, eso sería un no rotundo para mí.
—Mmmm, esperaré aquí. Adelántate tú.
Ryan dirigió su mirada a Vasili.
—Paso. —Por supuesto que lo haría. No se inclinaba ante nadie, la
gente lo admiraba, no al revés.
Y aquellos dos se fueron, dejándome junto al hombre que hacía que mi
cuerpo ardiera de lujuria. Observé a aquel par alejarse de nosotros y de
repente deseé haber ido con ellos para las fotos. Aguantar las fotos habría
sido mejor que quedarme a solas con Vasili; la tensión y la energía nerviosa
se filtraban por cada poro.
Dios, este hombre me estaba poniendo nerviosa. Incluso después de
tantos años, conseguía ponerme inquieta. Ahora era mayor y más sabia;
nadie debía impactarme así.
—¿Cómo has estado, Isabella? —Su pregunta me sobresaltó y casi
derramo mi champán.
—Bien, gracias. —Era pésima para las conversaciones triviales. Con
Vasili Nikolaev, era pésima en todo. Ojalá no estuviéramos en público, para
poder darle la espalda y marcharme o hacerle un gesto con el dedo y
mandarlo a la mierda—. ¿Y tú?
—No tan mal. Vives en L.A., ¿eh?
Después de nuestra aventura de una noche en la que el hermano mayor
de Tatiana me utilizó para vengarse, evitaba a Vasili como a la plaga. Los
secretos que ni siquiera podía imaginar salieron a la luz y cambiaron las
cosas para siempre. Me concedió una cosa: no le contaría a Tatiana y a
Sasha lo que mi madre le había hecho a su familia, si yo guardaba el secreto
de que me había acostado con él. Acepté.
—Síp.
Para evitar mirarlo, mis ojos se desviaron hacia Ryan y Natasha. Ella se
reía como una colegiala, tratando de sacarle la mayor cantidad de selfies.
Era muy bonita, con su larga melena rubia y su alta estatura. De algún
modo, Vasili y ella hacían buena pareja. «A diferencia de mí», pensé con
ironía. Yo apenas llegaba a los cinco pies con cinco pulgadas, mi piel
parecía pálida en comparación con su bronceado permanente y mi espeso
cabello era demasiado oscuro para mi complexión.
—Nunca te tomé por una chica de la gran ciudad.
Sentí un hormigueo en la piel, su cuerpo estaba demasiado cerca, pero
no lo suficiente. Su mirada recorrió perezosamente mi cuerpo, derritiendo
cada pulgada de mí en un charco de deseo. ¿Cómo era posible que, incluso
después de todo, mi cuerpo reaccionara tan intensamente ante él?
—Bueno, ya no soy una niña —repliqué—. Es divertido vivir aquí.
—¿Todavía surfeas? —Me sorprendió que recordara que me gustaba el
surf. Molestaba a Tatiana con ello todo el tiempo, aunque cuando Vasili
estaba cerca, tendía a escuchar más que a hablar.
—A veces. —Deseaba que Ryan viniera. No quería quedarme aquí con
este hombre y entablar una conversación trivial. Mi piel se contrajo con la
tensión y esa sensación de hormigueo familiar que solo ocurría cerca de él.
Amenazaba con estallar en fuegos artificiales y sospechaba que no eran de
los buenos.
Observé a Ryan y Natasha riéndose un poco más y mi fastidio crecía por
momentos.
—Te ves bien, Isabella. —Mi piel se sonrojó ante su cumplido, y supe
que mis mejillas se tornaban de un rojo carmesí. Su halago encendió mi ira
y el dolor que enterré en lo más profundo.
—No me vengas con tonterías, Vasili —murmuré, mirándolo a los ojos.
Seguía siendo el hombre más guapo que jamás había visto, pero no
olvidaría que me consideraba su enemiga. Yo era su venganza. Por algo
sobre lo que no tenía control. Un Nikolaev siempre ajusta cuentas—. Y no
finjamos que somos amigos.
Sin mirar atrás, caminé hacia Ryan y Natasha con la espalda rígida,
dolorosamente consciente de los ojos de Vasili en mi nuca. Puse una sonrisa
falsa en mi cara mientras me acercaba a mi novio dejando que Natasha les
sacara otra selfie.
«¿Cuántas selfies necesita una persona?» me pregunté.
—Nena. —Ryan rodeó mi cintura con sus brazos y me atrajo hacia su
cuerpo. No pude evitar comparar la respuesta de mi cuerpo al tacto de Ryan
y la proximidad de Vasili. Este último ni siquiera tenía que tocarme y yo era
como plastilina para él. Los labios de Ryan se encontraron con los míos y,
aunque normalmente odiaba las muestras exageradas de afecto, se lo
permití con la esperanza de borrar la conciencia hiperactiva de Vasili en la
habitación. No funcionó.
—¿Listo para volver a casa? —murmuré en voz baja contra sus labios.
—Sí. —Ryan hizo un gesto con la mano hacia Vasili detrás de mí e
inclinó la cabeza hacia Natasha.
Necesitaría otros cinco años para recuperarme de ver a Vasili Nikolaev
esta noche.
CAPÍTULO DOS
VASILI

R yan Johnson tuvo suerte de que no le estrellara su cara bonita contra el


suelo de mármol de esta sala de recepción entre todos los periodistas.
Con la mandíbula apretada, vi cómo tiraba hacia sí el suave cuerpo de
Isabella y acercaba su boca a la de ella. Ella lo dejó, aunque noté una ligera
tensión en su cuerpo. Leía las reacciones de su cuerpo como un libro
abierto. Podría haberla tenido solo una noche, pero se derritió bajo mi tacto
y mi cuerpo. Mierda, la forma en que se fundió en mí esa noche fue pura
perfección.
Y lo tiré todo por la borda. «Para cumplir una promesa», pensé
amargamente.
Desde el momento en que la vi con aquel vestido, sus increíbles tetas a
la vista y las aberturas a ambos lados de la falda mostrando sus piernas a
cada paso, mi duro pene se negó a calmarse. Nada me apetecía más que
matar a su novio y llevármela a casa. Todo de ella me ponía la verga dura.
Y la forma en que levantaba esa barbilla altiva suya, desafío en sus ojos...
carajo, era suficiente para hacerme venir.
Ryan depositó otro beso en su suave piel y yo apreté los dientes. No era
suya. Aún podía oír sus gemidos en mi cabeza, sentir su suave piel bajo mis
palmas ásperas. La rabia me cegaba al ver que su novio la tocaba.
Calmé mi rabia al ver que Ryan le ponía la boca encima y la tocaba. No
sería un buen presagio que me pusiera en modo de ataque. Todavía no. No
era el momento de demostrar quién era el dueño de Isabella Taylor. ¿O
debería decir Santos?
Su vestido rojo se ceñía a su cuerpo y tenía la espalda abierta, lo que me
permitía ver toda su suave piel. Hizo que mi miembro se retorciera
dolorosamente. Desde aquella noche de hacía cinco años, se había metido
en mi sangre y se negaba a abandonarme. Era como una maldita hechicera
que me embrujaba y que se negaba a soltarme. Su mirada inocente y
vulnerable, la forma en que llevaba su dulzura en la manga, me atraían. Era
una mujer hermosa, pero esa vulnerabilidad y suavidad era lo que ponía a
los hombres de rodillas. Era una droga para los hombres, dispuestos a
cometer un asesinato para probarla.
Fue la razón por la que hice que los hombres la vigilaran desde el
momento en que la conocí, junto a mi hermana. Incluso después de aquella
noche en que aplasté su corazón bajo mis botas caras tenía hombres
vigilándola. No podía dejarla ir. Me dije que era para solo saber qué era de
su vida, pero por primera vez en mi maldita vida, me había mentido a mí
mismo.
Desde que la conocí, siempre había acechado en las sombras. Ella era
un peón para mi venganza, aunque la broma fue para mí. La relación entre
mi padre y su madre era mucho más de lo que mi madre daba a entender.
No había un inocente en ese maldito triángulo.
«En realidad, ¡tacha eso!».
Isabella era la única inocente en todo aquel fiasco. El arrepentimiento
era amargo, pero el deseo y la necesidad de ella nunca disminuyeron. Cinco
años y todavía podía saborearla en mis labios, sentir su suave cuerpo
retorciéndose bajo mis caricias, oír sus gemidos. Desde aquella noche, no
he podido quitármela de la cabeza. La forma en que se entregó a mí, sin
reservas, sin guardarse nada. No tenía precio, era adictiva, embriagadora.
Su confianza ciega hizo que mi traición fuera aún peor.
Pero ya había terminado de pagar por mis pecados. O los de nuestros
padres. Esta vez, jugaría por mi reina.
Que empiece el juego.
CAPÍTULO TRES
ISABELLA

E l señor Johnson quiere verte. Hoy, a las seis de la tarde. En su casa.


El mensaje de texto era de un número desconocido. No era
sorprendente. Ryan cambiaba de asistentes tanto como de ropa interior.
Podía ser una diva para trabajar. Lo sorprendente era que quería reunirse
esta noche. Pensé que estaría fuera de la ciudad otros dos días de gira.
Habían pasado tres semanas desde la entrega de los premios y la noche
en que me encontré con Vasili. Verlo después de todo ese tiempo me
sacudió más de lo que quería admitir. Era estúpido que siguiera deseándolo
con la misma intensidad que hace cinco años. Sabiendo cómo me utilizó y
luego me desechó, se podría pensar que supiera lo que es mejor. Pero, mi
maldito corazón quería lo que quería, sin tener en cuenta lo que era
inteligente.
—¡Victima herido de bala, llega en cinco minutos! —gritó alguien e
inmediatamente aparté todos los pensamientos sobre Vasili y Ryan.
Durante las horas siguientes, el ambiente en la sala de emergencias fue
frenético. Cirujanos, médicos y enfermeras corriendo de un lado a otro,
trabajando juntos para ayudar a la víctima. Cada uno desempeñábamos un
papel importante para salvar a las personas.
Tres horas después, por fin pude dar por terminado mi turno de doce
horas. Había sido un día largo, estaba agotada y cansada. Lo único que
quería hacer era irme a casa, bañarme y caer dormida.
Me planteé ignorar el mensaje. Era tan tentador ir a casa y dormir lo que
tanto necesitaba. Me alegraba de que Ryan hubiera vuelto, pero deseaba que
hubiera sido ayer. Era un día mucho más tranquilo. O tal vez mañana,
cuando se suponía que tenía un turno más corto.
Me asomé por la esquina de emergencias, el lugar al que he llamado mi
hogar durante los últimos cuatro años, y un suspiro aliviado salió de mis
labios. Nada de paparazzi ni periodistas. Dios, ¡cómo odiaba que me
siguieran! Era el mayor inconveniente de salir con Ryan Johnson. Desde el
estreno, los focos se habían centrado aún más en él y en su vida. Como
cantante de The Surprise Blink, era una necesidad para él. Para mi carrera,
era una molestia.
Ryan y yo éramos una pareja improbable en el mundo de los ricos y
famosos. Nuestros intereses y carreras eran muy diferentes. Aún más,
nuestras personalidades también lo eran. A él le encantaba ser la comidilla
del público; a mí, pasar desapercibida. Aunque solo era unos meses mayor
que yo, aparentaba veintiún años. A veces también lo parecía. Ese encanto
de chico bueno era lo que lo hacía popular.
No como Vasili, que era más oscuro, cruel y frío. Sacudí la cabeza,
ahuyentando sus pensamientos de mi mente. Tenía que dejar de compararlo
con Vasili. Me di cuenta de que ocurría con más frecuencia desde que me
encontré con mi recuerdo del pasado.
Ryan y yo nos conocimos de una forma poco habitual para una estrella
de rock. Me encontré con él en la cafetería del hospital. Su guitarrista se
cayó del escenario y se lastimó el brazo. Sus amigos lo trajeron corriendo y
resultó que era mi turno. No tenía ni idea de quiénes eran, pero todos
revoloteaban a mi alrededor mientras enderezaba el brazo de su amigo. Una
hora más tarde, lo estaban enyesando y yo me estaba tomando una taza de
café. Ryan me vio, se ofreció a comprármelo y el resto fue historia.
El aire caliente estaba denso mientras caminaba por la acera. La casa de
Ryan quedaba lejos, sin embargo, necesitaba un poco de aire fresco después
de un largo turno. Aunque hoy hacía demasiado calor. Era la última semana
de septiembre, pero Los Angeles tendía a permanecer calurosa mucho más
tiempo que la Costa Este. Al principio, el clima me atraía, pero ahora
extrañaba todas las estaciones. Sí, podía ir a Tahoe en invierno o al Parque
Nacional de Yosemite en otoño, pero no era lo mismo. Había días en los
que me decía a mí misma que ya era tiempo de mudarme, aunque luego me
convencía de quedarme. La relación con Ryan ya era difícil de por sí. Entre
su agenda de giras, sus constantes apariciones en diversos actos
publicitarios y mi ajetreada agenda en la sala de emergencias, no nos
quedaba mucho tiempo para nosotros. Salir con miles de millas de distancia
no auguraba nada bueno para nuestra relación.
A pesar de mi cansancio, se me encogió el pecho al pensar en él. Era
bueno que lo viera esta noche. A veces necesitaba tiempo para
acostumbrarme a una idea, como verlo de la nada o mudarme con él.
Recordé nuestra conversación de la última noche que pasamos juntos antes
de que se fuera de gira. Me pidió mudarme con él otra vez. Era un gran
paso y, aunque mi cerebro me decía que lo hiciera, mi corazón se resistía.
No tenía lógica.

—Te amo, Isabella. —Su voz era suave mientras bañaba mi cuello con
suaves besos—. Nunca le he pedido a otra mujer que viva conmigo, pero
contigo, lo quiero todo.
Mi cuerpo estaba relajado, los latidos de mi corazón disminuían
después de lo que acabábamos de compartir. No sentía una química intensa
y apasionada con Ryan, pero me preocupaba por él y disfrutaba de todo lo
que compartíamos dentro y fuera de la cama. La cuestión era si lo amaba.
Levanté la cabeza de la almohada. Nuestros ojos se encontraron y
busqué en los suyos... ¿qué? No estaba segura. Yo también lo amaba; tal
vez no exactamente de la misma manera que él me amaba a mí, pero eso
era porque faltaba una parte de mí. Alguien me la había robado hacía años
y aún no me la había devuelto.
Los profundos ojos marrones de Ryan me miraban fijamente y yo sabía
que cada segundo de retraso le causaba dolor.
Sonreí para asegurarle que no había nadie más para mí que él.
—Es un gran paso, Ryan. —Acabé diciéndole—. Déjame pensarlo. —En
vez de darle el sí. Su expresión esperanzadora se hizo añicos y la culpa me
golpeó directamente en el corazón por ser la causante de ello—. Por favor
—añadí con voz suave, mis dedos enredándose en su pelo—. No hay nadie
más con quien quiera hacer esto... Yo solo...
Se me escaparon las palabras. ¿Qué podía decir? Necesitaba tiempo.
Llevamos saliendo dos años. Mucha gente se mudaba después de solo unos
meses de noviazgo.
—Lo entiendo —murmuró, apartándose de mí.
Lo jalé hacia mí, encontrándome con él a medio camino.
—Por favor, déjame pensarlo. Te vas de gira. Cuando vuelvas, podemos
hablarlo y ver cómo lo hacemos. Por favor, Ryan. No nos separemos así —
supliqué.
Una suave sonrisa iluminó su rostro y su nariz rozó la mía.
—Está bien. Tienes razón. Quiero estar aquí cuando te mudes, para que
podamos hacerlo juntos.

Y así fue como nos separamos. Su nariz rozó la mía, luego sus labios
buscaron los míos. Ryan lo era todo: dulce, tierno, atento, cariñoso. «Todo
lo que Vasili no era».
Debería decirle que sí esta noche. Era el paso correcto, un movimiento
en la dirección correcta. Él no me miraría con un desprecio cruel en la cara
mientras me rompía el corazón en mil pedazos.
Saludé con un movimiento de mano al portero del edificio de Ryan y me
devolvió una sonrisa. Sin embargo, había algo en la misma que casi daba
lástima. Lo ignoré, atribuyéndolo a la melancolía; no obstante, al instante
siguiente comprendí que había un grupo de paparazzi y cámaras pululando
por el pasillo.
Esto era lo que más odiaba de salir con Ryan Johnson. Siempre estaba
rodeado de paparazzi. Mi espalda se puso rígida y me apresuré a correr, con
la esperanza de que se tropezaran con sus enormes cámaras y yo estuviera
dentro del apartamento de Ryan antes de que me alcanzaran, pero no tuve
suerte. Me pisaban los talones. Por lo general, no se les permitía entrar en el
edificio y me pregunté por qué estaban adentro ahora. Supongo que se
trataba de algún truco publicitario.
Subí las escaleras de dos en dos y saqué las llaves del departamento de
Ryan. Solo había un departamento más arriba del suyo y era un penthouse
que pertenecía al propietario del edificio. Al parecer, nadie sabía quién era.
Un gran misterio que intrigaba a los residentes.
Apenas metiendo la llave en la cerradura, di dos pasos cuando lo vi.
Ryan desnudo mientras se cogía a una rubia despampanante sobre su
sofá. Los dos desnudos, sus pechos a la vista, el cuerpo de él detrás del de
ella. Mi corazón bajaba en espiral mientras sus gruñidos y gemidos
indicaban que estaban alcanzando su punto de éxtasis. El pecho se me
desgarraba con cada sonido, un nudo insoportable me ahogaba la garganta
y, entonces, me quedé entumecida.
Debería haber dicho algo, haber hecho algo. En lugar de eso, me quedé
congelada. Incapaz de moverme o hablar. El chasquido de las cámaras y el
flash fue lo que finalmente me sacó de mi estupor. Aquellos dos ni siquiera
se dieron cuenta de que había entrado en la habitación. Los ojos de Ryan se
alzaron y todo se calmó. La mujer jadeó, exigiendo más. Los ojos de Ryan
se encontraron con los míos y mi respiración se detuvo durante varios
latidos. Había empezado a abrirle mi corazón y, por segunda vez, se hizo
pedazos por dos hombres diferentes. Una mirada de culpabilidad sustituyó
al amor en los ojos de Ryan.
«Al menos no estaba sonriendo como...». No podía ni pensar en eso
ahora mismo. Me destrozaría.
Me di la vuelta sin decir una palabra, dejé suavemente las llaves de su
apartamento en la mesa cercana y salí por la puerta. Las cámaras seguían
parpadeando desde el pasillo, captando cada momento de mi angustia. La
última vez que un hombre me rompió el corazón, al menos no hubo
testigos. Esta vez, todo el mundo lo vería y lo sabría. Cerré la puerta de su
departamento y la de mi corazón, firme pero suavemente.
No volvería a hacer esto otra vez.
CAPÍTULO CUATRO
ISABELLA

E l molesto y persistente zumbido del timbre de la puerta me despertó.


Bzzz. Bzzz. Bzzz. Bzzz.
—Ugh, vete —murmuré en voz baja.
No tenía sentido levantarme. Desde el incidente con Ryan hace una
semana, mi teléfono no ha parado de sonar, al igual que el timbre de mi
puerta. Los periodistas y los paparazzi me han acosado tanto que, en mi
tercer día de trabajo, después de que las fotos de Ryan cogiéndose a una
mujer se hicieran virales, el jefe del departamento de emergencias me pidió
que no volviera a trabajar. Necesitaba ese trabajo, no solo por el sueldo,
sino también para terminar la residencia y poder estar plenamente
cualificada. Además, me ayudaba lanzarme en el trabajo para sobrellevar
los días, esta angustia y esta humillación.
Me dijo que me mantuviera alejada hasta que las cosas se calmaran.
Podía entender su petición; esos periodistas estaban fuera de control.
Entrando en la sala de emergencias, fingiendo lesiones, incluso obteniendo
lesiones reales, solo para acercarse a mí y sacar una foto.
Pensé que con el tiempo el interés disminuiría, pero no fue así. En todo
caso, se convirtió en un tema aún más importante.
Bzzz. Bzzz. Bzzz.
Me puse la almohada encima de la cabeza, ignorando el persistente
zumbido.
—Sé que estás ahí —gritó una voz femenina familiar—. Ya no puedes
ignorarme.
¿Podría ser...?
Me levanté de la cama, me dirigí hacia la puerta y miré por el agujero.
—Dios mío. —Abrí la puerta de golpe—. ¡Tatiana!
—Sí, soy yo —anunció, entrando en mi pequeño departamento.
Cerré rápidamente la puerta y puse el cerrojo. No me extrañaría que
esos malditos paparazzi entraran si encontraban una puerta abierta.
—¿Qué haces aquí? —Vivía entre Nueva Orleans, D.C. y Nueva York.
Apenas nos veíamos.
—Vi lo que pasó —respondió, como si eso lo explicara todo. Cuando
continué mirándola sin comprender, soltó un profundo suspiro—.
Necesitabas que te salvara. Te envié como veinte mensajes y no contestaste
a ninguno. —Me quedé mirando esos ojos azul pálido tan parecidos a los de
su hermano. Realmente intenté no recordar aquellos ojos y aquella noche,
pero era difícil no hacerlo cuando miraba a mi mejor amiga. Probablemente
por eso los evitaba tanto a ella y a su hermano, Sasha. Los quería a los dos,
aunque el riesgo de encontrarme con Vasili y su parecido me hacía huir y
esconderme.
No me sirvió de mucho. Aún así me topé con él.
Me dirigí a mi pequeña cocina, con Tatiana pisándome los talones.
—Lo siento. Mi teléfono ha estado a reventar. Hay miles de mensajes y
llamadas. Yo solo... —Intenté justificarme, pero qué podía decir. Estaba
demasiado deprimida después de perder a mi novio y trabajo en la misma
semana—. No tenía ganas de revisar todo.
—Te estás escondiendo —expuso sin dar vueltas—, pero al menos
deberías haber leído mis mensajes.
Respiré hondo. Tenía razón, no tenía sentido negarlo. Me estaba
escondiendo y no me encontraba en el mejor estado de ánimo. Me habían
humillado públicamente, mi vida entera se había hecho pedazos y, para
rematar, ni siquiera podía dedicarme a mi trabajo. Porque también lo perdí.
—Perdí mi trabajo —murmuré.
La expresión de su cara era de asombro.
—¿Qué? —Su voz era chillante cuando se enfadaba—. ¿Por qué?
¿Cómo?
—Los periodistas y los paparazzi pululaban por la sala de emergencias.
—Cruzándome de brazos me sentí como un fracaso—. Fingiendo heridas,
haciéndose heridas reales, simplemente no era seguro. Para nadie.
—¡Eso es una mierda! —escupió—. ¿Y dejaste que te despidieran?
—Tatiana, no lo habría hecho, pero las enfermeras tenían que hacer
turnos de dieciséis horas por culpa de esos idiotas. No era justo, y Janet,
nuestra jefa en el departamento de emergencias, solo intentaba velar por
todos.
—Pues obviamente no estaba cuidando de ti.
Me encogí de hombros. En realidad, no podía hacer nada. Solo sabía
que tenía que encontrar otro trabajo y terminar mi residencia. Era el último
paso necesario y ya casi estaba en la línea de meta.
—Te ofrecería algo de beber —murmuré—, pero el refrigerador está
vacío y se me ha acabado el café.
—¿Tienes vino? —Negué con la cabeza—. ¿Algún tipo de alcohol?
—Quizás algo de Kahlua —dije por lo bajo.
Hacía semanas que no iba al supermercado. Al principio porque estaba
demasiado ocupada y, ahora, porque no quería mostrar mi cara en ninguna
parte. Entre mi trabajo y Ryan, casi nunca comía en casa, así que guardaba
lo mínimo en el refrigerador. Y mi inventario de alcohol era prácticamente
inexistente. Definitivamente me arrepentí de eso la semana pasada.
Tatiana se acercó a mí y me cogió la cara entre las manos. Dios, cuando
hacía eso, me recordaba a una madre. Y Tatiana era solo unos meses mayor
que yo.
El recuerdo de mi madre siempre me dolía. La extrañaba mucho. Nunca
llegó a verme graduarme de la universidad. Fue otro golpe después de que
Vasili aplastara mi corazón con un martillo. Y con ello todos mis ideales
sobre mi madre. Había tantos secretos que acechaban en el pasado, y a
veces deseaba seguir ignorándolos todos, pero gracias a Vasili, todos
salieron a la luz. Unos meses después, a mi madre le diagnosticaron un
cáncer en fase cuatro y falleció dos semanas más tarde.
Fue la peor época de mi vida. Tenía una vida bastante feliz, sin
embargo, ese último año de universidad, después de aquella noche de
Halloween, las cosas se volvieron oscuras, y me costó mucho tiempo
superarlas.
Pero independientemente de todo, yo seguía queriendo a mi madre. Fue
una madre buena y cariñosa conmigo toda mi vida. No podía castigarla por
algo que había hecho cuando apenas tenía veinte años. La gente comete
errores. ¡Dios, mírame! ¿Cuántos errores he cometido?
«Excepto Vasili Nikolaev». Ese hombre era frío como el hielo y nunca
cometía un error.
Mamá finalmente perdió la batalla un mes antes de graduarme. En el
lapso de unos pocos meses, mi corazón se rompió con la pérdida de mi
madre y del hombre que deseaba desde mi primer año.
Me gradué summa cum laude y crucé el escenario sintiéndome más sola
que nunca en toda mi vida. También fue la última vez que vi a Vasili, que
vino a apoyar a Tatiana. Irónicamente, ella lo evitó y, por primera vez, yo
también.
—¿Cómo estás? —Sus pálidos ojos azules buscaron mi rostro y de
repente me sentí demasiado vulnerable y expuesta. Desde que pasó todo lo
de Ryan, había visto lástima, envidia, regocijo en las caras de la gente. Yo
lo ignoraba, pero ni una sola persona me había preguntado cómo estaba.
Se me volvió a formar un nudo en la garganta y me tembló el labio. No
debería haber estado pensando en Vasili ni en mi madre. No estaba segura
de si estaba entumecida o era otra cosa, aunque esto con Ryan no me dolía
tanto como con Vasili. Lo peor de lo que había pasado con Ryan era que,
después de dos años, ni siquiera había tenido la cortesía de decirme que no
era suficiente. Prefirió que yo lo descubriera in fraganti y me alejara de él.
Los ojos se me llenaban de lágrimas y parpadeé con fuerza, intentando
contenerlas. Sentí la necesidad de esconderme de las miradas indiscretas del
mundo y lamerme las heridas.
—Bien. —Apenas pude pronunciar las palabras.
La mirada que me dio me dijo que no me creía. Hemos sido mejores
amigas desde nuestro primer día en la Universidad de Georgetown en D.C.
Fuimos compañeras de habitación en el primer año y nos mantuvimos
unidas desde ese primer día. Nos juntaron por casualidad. Yo no estaba
enterada de la conexión entre mi madre y la familia de Tatiana cuando nos
conocimos. Fue una broma cruel del universo y yo estaba en el centro de
esta.
Aun así, no disminuyó el hecho de que Tatiana y yo nos acercáramos.
Trabajamos juntas noches enteras, tomamos exámenes, lloramos a lágrima
viva por los chicos y comimos un montón de helado cuando estábamos
tristes. No hace falta decir que sabía cuándo estaba mintiendo.
—No, no estás bien. Y vamos a hacer algo al respecto.
La expresión de su cara me dijo que no aceptaría un no por respuesta.
Solo esperaba que no estuviera tramando algo. Normalmente, sí. Durante
los primeros años de universidad, siempre estábamos tramando algo y
metiéndonos en problemas. Vivir en D.C. nos daba muchas oportunidades
para disfrutar de la vida en la gran ciudad y salir de fiesta. Los problemas
venían solos. Su hermano mayor solía sacarnos de apuros.
«No pienses en él ahora», me ordené.
—Si estás pensando en beber toda la noche en un bar —dije resignada
—. No puedo. No tengo el mismo nivel de tolerancia al alcohol. Además,
hay paparazzi en cada esquina esperando atacar.
Estaba cansada. Necesitaba tiempo para recuperarme y formar un nuevo
plan. Sí, eso era todo lo que necesitaba. «Mierda, estoy condenada». La
última vez tardé varios años en recuperarme, «pero ahora tengo
experiencia», me dije. Debería poder recuperarme más rápido. Además,
pasaron muchas más cosas después de que Vasili me dejara tras una
aventura de una noche.
La enfermedad de mi madre. El bebé. Esqueletos que salieron a la luz.
—Creo que deberías venir a Nueva Orleans conmigo. —Mis ojos se
clavaron en Tatiana, sorprendida, y empecé a negar con la cabeza—.
Escúchame —se justificó rápidamente—. Esa ciudad tiene un ritmo y un
público diferentes a los de L.A. Es probable que la mayoría de la gente ni
siquiera te reconozca o sepa quién es Ryan Johnson. —Una punzada de
dolor me golpeó el pecho. ¿Cómo había podido hacer esto? ¿Literalmente,
me pidió que me mudara con él y luego hizo esto? No tenía ningún sentido
—. Isabella, ¿estás escuchando?
Parpadeé, mirando su pelo rubio perfectamente peinado. Llevaba una
falda rosa Chanel con una blusa blanca y tacones blancos. El cabello rubio
claro le caía por la espalda como una cortina. Parecía tan perfecta, como su
vida. En cambio, mi vida era un completo desastre. Era un desastre sobre
dos piernas.
—Tienes muy buen aspecto —murmuré, sin saber qué más decir.
—Eso es porque no me acaban de rajar el corazón de la forma más
pública posible.
Me acerqué al sofá y me senté en un rincón, doblando las piernas debajo
de mí. Era la primera semana de octubre, sin embargo, sentía frío.
Probablemente porque el dueño del edificio controlaba el aire
acondicionado y lo ponía a temperaturas bajo cero.
—Ven a Nueva Orleans conmigo —repitió, con voz suave—. ¿Hay algo
más para ti aquí? ¿Alguien te extrañaría?
No, aquí no había nada más para mí. Y no, nadie me extrañaría. Tenía
un trabajo como médica en la sala de emergencias y un buen equipo. Lo
perdí. Tenía novio. También lo perdí. Pensé que nuestra relación había
pasado al siguiente nivel cuando me pidió que me fuera a vivir con él.
No podía permitirme no tener trabajo. El alquiler en L.A. era
escandalosamente caro. Entre la renta y mi préstamo escolar, apenas
sobrevivía, pero mi trabajo y Ryan hacían que valiera la pena. Al menos eso
era lo que me decía a mí misma durante los últimos meses.
Ahora, no podía entender la traición de Ryan. Las suaves palabras que
pronunció la última noche que pasamos juntos antes de irse de gira no
dejaban de repetirse en mi mente. ¿Qué me había perdido?
—¿Isabella?
Me ardían los ojos y sentí que se me escapaba una lágrima. Me la limpié
con el dorso de la mano, enfadada conmigo misma. Tatiana se sentó a mi
lado y me abrazó.
—Lo siento —me consoló—. Debería aprender a ser más sensible. No
era mi intención, pero has estado diciendo que pensabas mudarte. Quizás
esto sea una señal.
—Es tan patético —gemí, compadeciéndome de mí misma—. Si me
fuera de esta ciudad ahora mismo, nadie me extrañaría ni notaría que me he
ido.
—Los paparazzi sí —intentó bromear.
—Es que no entiendo qué ha pasado. —Le dediqué una sonrisa
vacilante en el mejor de los casos.
—Es un imbécil que no te merece —respondió enfadada—. Ven a
Nueva Orleans conmigo. Podrías quedarte en mi departamento mientras
buscas trabajo. Podría ser como en la universidad otra vez.
A pesar de tener el corazón roto, me reí entre dientes.
—¿De verdad quieres revivir esos años?
—Sí, carajo. Fueron los mejores años de nuestras vidas. —Había
nostalgia en su voz—. ¿No crees?
Asentí. Fueron tiempos sencillos, hasta el último año. Luego todo se fue
al infierno gracias a su hermano mayor, no obstante, ella no necesitaba
saberlo. Nadie lo sabía excepto nosotros dos. El problema era que no quería
volver a ver a Vasili. No tenía ni idea de dónde vivía, pero los hermanos
solían estar muy cerca el uno del otro.
—Entonces, ¿qué me dices? —preguntó ansiosa.
Respiré hondo y me encontré con su expresión esperanzada.
—Tengo que mudarme, sí, pero no quiero vivir contigo mientras busco
departamento. Tus hermanos están allí y yo no...
—No, no, no —me cortó—. Tengo mi propia casa y mis hermanos
tienen la suya. Además, las últimas semanas estuvieron en Rusia y poco a
poco empezarán a pasar más tiempo allí que aquí. De hecho, allí es donde
estarán en el futuro previsible. Estaríamos las dos solas. Bueno, Katerina
también está allí. Ella se encarga de que la casa funcione bien.
Negué con la cabeza. Nuestras vidas eran tan diferentes que era
alucinante. Antes de conocerla, no había conocido a nadie que tuviera
cocinera, sirvienta y todo el personal necesario para llevar la casa, pero así
era exactamente como vivían Tatiana y su familia. Cuando nos conocimos,
oí rumores de que su familia formaba parte del bajo mundo criminal, era tan
inverosímil que nunca le presté atención. Al principio, no tenía ni idea de a
qué se dedicaba su familia, pero sabía que poseían una gran cantidad de
propiedades inmobiliarias y varios negocios. Durante nuestros años
universitarios, nunca pregunté, estaba más interesada en su amistad que en
otra cosa, así que nunca hablamos de ello.
Sin embargo, después de aquella noche con Vasili y la muerte de mi
madre, se revelaron muchos secretos. Nunca había imaginado que mi madre
pudiera haber guardado tantos malditos y oscuros secretos. ¿Cómo no lo
supe? ¿Cómo no lo vi? El diario de mi madre que encontré tras su muerte
me abrió los ojos, eso es seguro.
La familia de Tatiana era parte de la mafia. Tacha eso, eran la maldita
mafia, pero no podía tirar la primera piedra porque entre todas las palabras
escritas de mi madre descubrí mi herencia, y mi padre era un hombre
mucho peor que el padre de Vasili.
—No lo sé —dije sinceramente—. No estoy precisamente en el mejor
estado de ánimo.
Bzzz. Bzzz. Bzzz. Bzzz.
Ambas saltamos al oír el timbre.
—¡Jesucristo! —murmuré para mí misma—. Ojalá solo se fueran.
Bzzz. Bzzz. Bzzz. Bzzz.
Tatiana se levantó y se dirigió al intercom.
—¿Sí?
—Señorita Taylor, tengo algunas preguntas que...
—Deje de acosarme o llamaré a la policía —amenazó Tatiana.
—Solo una...
—No.
Cortó la conversación y caminó hacia mí, como si estuviera en una
pasarela.
Bzzz. Bzzz. Bzzz. Bzzz.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste del departamento? —preguntó.
Hice memoria. Fue el día que me dijeron que no volviera al trabajo.
—Hace una semana.
Bzzz. Bzzz. Bzzz. Bzzz.
—¡Ya basta! —exclamó—. Pasa octubre conmigo. Si no te gusta Nueva
Orleans, encontraremos algún lugar que te guste, pero no en esta maldita
ciudad.
—Al menos aquí se hace buen surf —murmuré.
Me miró sin comprender.
—Eso ha sido muy aleatorio, y no sabía que todavía surfeabas.
—De vez en cuando. —Me encogí de hombros. Después de todo, crecí
en Florida, junto al océano—. No puedo solo levantarme e irme —dije. Ella
podía permitirse ese lujo, pero yo no.
—Sí que puedes. Yo me encargo de todo. —Esa era la parte aterradora.
Ella podía encargarse de todo en cuestión de horas. Sabía de primera mano
que podía manejar cualquier cosa y de todo al mismo tiempo—. Solo quiero
una cosa a cambio —añadió con un brillo travieso en los ojos.
Inmediatamente suspicaz, la observé en busca de cualquier indicio de
problemas.
—¿Qué cosa?
—Que vengas a una fiesta de Halloween conmigo. —Sonrió. Hacía casi
ocho meses que no la veía, pero a veces actuaba como si aún estuviéramos
en la universidad. Y la verdad, no había ido a una fiesta de Halloween
desde mi último año de la universidad. Era el feriado que menos me
gustaba. Los recuerdos de aquella noche eran amargos, pero incluso así no
podía reunir la voluntad para arrepentirme. Nadie me había hecho sentir
como Vasili aquella noche—. Hay un club: La Cueva del Pecado.
Volví la cabeza hacia ella.
—¿Qué?
—Sí, ¡te lo puedes creer! —continuó risueña—. Hablando de
coincidencias. Van a celebrar una fiesta de Halloween. Quiero ir allí con
alguien, y sé que no me abandonarás. Además, teniendo en cuenta que era
el nombre de nuestro dormitorio, es una señal. ¿No crees?
—No sé si es una buena señal —murmuré en voz baja mientras mi
corazón se aceleraba a pesar de las objeciones de mi cerebro.
De mala gana recordé lo sucedido durante la última fiesta de
Halloween. Incluso después de todas las crueles palabras pronunciadas por
Vasili, mi cuerpo seguía calentándose ante los recuerdos de aquella noche.
Nunca nadie me había hecho sentir ni ha hecho que mi cuerpo respondiera
como él lo hizo.
—Además, eres tú la que siempre me deja plantada —objeté, apartando
de mi mente los recuerdos de su hermano mayor—. Te arruinaría el tiempo
con mi mal humor. No estoy precisamente de ganas para fiestas.
—Dale tiempo —replicó rápidamente, aprovechando la oportunidad. No
la paré con suficiente firmeza—. Faltan unas semanas. No quiero verte
arrastrarte durante meses y meses. —Se refería a la última vez que me dejó
el hombre al que le entregué mi virginidad—. Nunca me dijiste quién fue —
se quejó—. Y somos mejores amigas. Se supone que no debemos tener
secretos.
Sin embargo, este era un secreto que no podía compartir con ella.
—Apelo a mi pase de secreto—le recordé.
—¿Eso significa que vienes?
Sabía que era hora de irme de L.A., pero después del encuentro con
Vasili hace tres semanas, sabía que no podía estar cerca de él. Sabía que
debería haberle dicho a Tatiana que había visto a su hermano unas semanas
atrás, aunque era mucho más fácil no mencionarlo. Necesitaba más tiempo
para olvidarlo.
«Él no estará allí», justifiqué.
Bzzz. Bzzz. Bzzz. Bzzz.
Gemí, harta de aquel sonido.
—Voy a visitarte en Nueva Orleans mientras decido a dónde voy
después —dije, con la decisión ya tomada.
Chilló tan fuerte que sentí que me dolía la cabeza.
CAPÍTULO CINCO
VASILI

M e gustaban el orden, las reglas y la sumisión. Era lo que hacía que el


nombre Nikolaev fuera temido entre nuestros competidores y
enemigos. Nuestro nombre era sinónimo de poder, riqueza y dinero.
Hacía falta mano dura y control para que todo funcionara como una
máquina bien engrasada.
Éramos los dueños de Nueva Orleans, pero nuestros negocios se
expandieron por Detroit, D.C., Los Angeles y ahora nos hemos aventurado
en Florida. Para consternación de la familia Santos. Y eso era solo en los
EE.UU. Teníamos negocios en todo el mundo, comenzando con una gran
parte en Rusia.
La familia Santos ha tenido el control de Florida y dirigía sus drogas,
armas y casinos solo en ese territorio. En los últimos tres años, el menor de
los Santos, Raphael, ha estado trabajando con Luciano Vitale, Cassio y
Luca King, así como con Nico Morrelli y Alessio Russo. Todo ese grupo
trabajaba en contra del tráfico de personas, lo que me parecía muy bien.
Odiaba a los criminales que se metían en ese negocio. Había muchas otras
formas de hacer dinero. La familia Nikolaev ha estado en contra del tráfico
de personas durante generaciones.
Fue lo que inició la enemistad entre las familias Santos y Nikolaev: el
padre de Raphael, siendo joven y estúpido, movía personas ilegalmente
para Benito King, la escoria del mundo mafioso, en nuestro territorio hace
casi cuarenta años. Y desde entonces, la enemistad nunca cesó, alimentada
por agravios adicionales. Al menos Raphael Santos no era tan tonto como
su padre, que insistía en el tráfico de personas. Lombardo Santos había
estado comiendo de la mano de Benito King durante los últimos cuarenta
años y estaba más que dispuesto a jugar en ese caos sangriento.
No obstante, Lombardo Santos ahora estaba muerto gracias a mi
querido hermano.
Entré en mi edificio y percibí cómo los ojos de todo el mundo se
apartaban de mí antes de escabullirse para no ser vistos. El dinero y el poder
que me respaldaban hacían que la gente se acobardara. Estaba seguro de
que mi tamaño y mi reputación también tenían algo que ver. Siempre he
sido un hombre corpulento y, cuando me enfrentaba a familias criminales
rivales, no dudaba en encargarme yo mismo de las cosas. Eso me ha hecho
ganar una fama que la gente temía, pero también aseguraba que los
enemigos no se meterían conmigo, a menos que quisieran morir.
Llegué a mi despacho sin ser molestado, pero me encontré a mi
hermano sentado con los pies apoyados en mi escritorio.
—¿Qué carajo estás haciendo, Sasha? —bramé a mi hermano, que
estaba leyendo una maldita revista People.
En las últimas semanas, la más mínima provocación desataba mi ira.
Desde la noche en que tuve a Isabella entre mis brazos, ahogándome en su
mirada de whiskey y su aroma.
No podía negarlo, mi humor había estado especialmente agrio desde que
vi a aquella mujer. Estaba en un constante estado de excitación que nadie
podía saciar salvo ella.
—Leyendo una revista.
—Quita los pies de mi escritorio antes de que te parta la puta cara.
Todos en mis negocios, legales e ilegales, cedían a mis demandas.
Incluso Alexei, mi medio hermano, ya no me jodía. Probablemente porque
se convirtió en un cabrón gruñón como yo, pero Sasha y Tatiana hacían
exactamente lo que yo no quería que hicieran. Como que disfrutaban
haciéndome enojar. Ninguno de los dos tenía interés en los negocios, lo que
lo dejaba todo sobre mis hombros.
Generalmente no me importaba, sin embargo, me irritaba cuando mi
hermano actuaba como un imbécil extravagante leyendo una maldita revista
People. Un maldito francotirador, un asesino, leyendo People. ¡Qué mierda!
—¿Quieres saber lo que leo en la revista People? —No entendía por
qué pensaba que me iba a importar esa mierda. Solo las chicas leen esa
basura.
Apreté los dientes, manteniendo la boca cerrada o me arriesgaba a
enloquecer por él. Acababa de salir de una buena reunión en la que
habíamos adquirido una propiedad importante en Nueva Orleans. A mi
hermano solo le interesaban sus actividades de francotirador y el próximo
tipo al que pudiera eliminar. Cualquier cosa que tuviera que ver con esos
negocios y sus ojos se volvían vidriosos.
Solo que ahora los necesitaba a él y a Alexei más que nunca. Aquellos
dos eran de la familia; si me ocurría algo, ellos se harían cargo de los
negocios de los Nikolaev. Los tres teníamos los mismos principios: no
hacemos tráfico de personas, no lavamos dinero para otros y no hacemos
nunca ningún puto negocio con los hombres que trafican humanos.
Después de mi encuentro con Isabella, volé a Rusia para ocuparme de
nuestros negocios allí. Los malditos de Benito King y Alphonso Romano
habían intentado traficar mujeres por mi territorio a mis espaldas. Nunca
permitiría que eso sucediera. Iba en contra de todo lo que la familia
Nikolaev representaba.
Sasha y Alexei también odiaban el tráfico de personas. Lo odiaban tanto
que, a esos dos, revoltosos, les gustaba fijar sus propios objetivos y
eliminarlos. Fue una de las razones que impulsó a Sasha a matar a
Lombardo Santos. No era que me opusiera a eliminar a la gente que
participaba en el tráfico de personas, no obstante, no podíamos empezar una
gran guerra con cada familia que Sasha y Alexei querían derribar.
Aunque no me habría opuesto a matar a Benito King y a Alphonso
Romano, eso sin duda me valdría un gran favor de Luciano Vitale. Su mujer
llevaba tres años desaparecida, él culpaba al tío de la chica y casi había
conseguido llevar a la quiebra a la familia Romano. Lástima que en realidad
no necesitaba los favores de Luciano. Y no quería conflictos con Benito
King que convirtieran a mi familia en su objetivo y nos debilitaran.
Si algo me pasara, sabía que mis hermanos no dejarían que todo cayera
en manos de nuestros rivales. Necesitaba que pensaran antes de actuar.
Nuestra vasta estructura empresarial podría hacer mucho daño si se utilizara
del modo en que operaban algunas de las familias rivales. Si me ocurriera
algo, necesitaba que mis dos hermanos pequeños mantuvieran a salvo a
Tatiana e Isabella. El hecho de que mi padre se negara a hacer negocios con
Benito King, el cabecilla del tráfico de personas, y Alphonso Romano
convirtió a Tatiana en un objetivo.
Mientras yo estaba fuera, Sasha y Alexei se convirtieron en nuevos
objetivos del jefe de la familia Santos. Podía entender la necesidad de mi
hermano de matar al viejo cabrón. Lombardo no solo participó en el tráfico
de personas, sino que también fue indirectamente responsable de la muerte
de nuestro padre diez años atrás. Pero, la ejecución de Lombardo a manos
de Sasha y Alexei no fue lo correcto. Al menos no todavía. Matamos a su
hijo mayor en pago de esa deuda unos años antes.
—Tomaré eso como un sí —continuó Sasha, completamente indiferente
por estar haciéndome perder el tiempo. Y el suyo, porque no me importaba
una mierda nadie en esa revista. Mantener a mi familia a salvo debería ser
nuestro único objetivo ahora mismo—. ¿Recuerdas a la amiga de Tatiana?
Isabella Taylor. —Mi cuerpo se puso rígido al mencionarla. Completamente
ajeno a todo, Sasha prosiguió—: Ok, ha sido una pregunta tonta para
hacérsela a mi frío hermano, pero yo me acuerdo de ella. Con un culo
precioso y una personalidad aún más preciosa. Al parecer, descubrió in
fraganti a su famoso novio, Ryan Johnson, cogiéndose a una chica. Tienen
todo un debate sobre lo que debió haber hecho.
Ignorando a mi hermano, me senté detrás de mi escritorio y encendí la
computadora escaneando mi retina.
—Quita los putos pies de mi escritorio o te rompo las dos piernas. —
Esta sería la única maldita respuesta que obtendría de mí. Ni siquiera me
molesté en voltearlo a ver, sin embargo, el tono amenazador de mi voz fue
finalmente suficiente para que obedeciera.
Sasha no sabía que tuve el dulce trasero de Isabella en mis manos
durante una gloriosa noche. Nadie lo sabía excepto Isabella y yo. Él no
sabía que su coño se convirtió en mi obsesión e incluso después de cinco
largos años, podía recordar su dulce sabor y sus gemidos mientras me la
cogía con fuerza. ¡Una noche! A esa chica le bastó una noche para hacer lo
que ninguna otra mujer había hecho jamás. Convertirme en un adicto a su
coño.
Cuando nuestras miradas se cruzaron en la entrega de premios, el
tiempo volvió a detenerse. Desde el primer momento en que puse mis ojos
en ella, el primer año de Tatiana, la deseé. Me importaba un carajo su edad
o cualquier otra cosa, solo su hermoso trasero, hasta que descubrí quién era
su madre e, incluso entonces, mi miembro se centró en ella y no se retiraría.
Ryan Johnson era una estrella de rock inmadura a la que le gustaba
cogerse chicas. Isabella era demasiado ciega para verlo. Si alguna vez se
hubiera molestado en leer revistas sensacionalistas, lo habría visto en todas
las páginas. E hice que mis hombres confirmaran los rumores. Ese cabrón
consiguió el apartamento en mi edificio de L.A. solo por su conexión con
Isabella y para que yo pudiera vigilarlo. En cuanto supe que intentaba que
se mudara con él, me dispuse a acabarlo. No era lo suficientemente bueno
para ella.
El mensaje enviado a Isabella para que se reuniera con él ese día fue a
propósito.
—Está bien, sé así —se quejó Sasha—. Puro trabajo, nada de juegos. —
Tiró la revista sobre mi escritorio—. Está bien, a trabajar entonces. Busqué
información sobre el viejo Santos.
—El que tú mataste —gruñí, recordándole el maldito problema que
había montado. Siempre tirando de la cuerda.
Sin saberlo, con su precipitada decisión, Sasha puso en marcha más
cosas para las que yo no estaba preparado. No quería que la gente
equivocada se metiera demasiado en los asuntos de Lombardo por una
buena razón. Yo también odiaba a todos esos hijos de puta, pero para poder
proteger a Tatiana y a Isabella, libraba nuestras batallas de otra manera. No
al estilo de ejecución, sino más en la línea de derribar sus imperios. Algo
así como Luciano Vitale, el tipo que dirigía todo Nueva Jersey, Connecticut
y parte de Nueva York junto a Cassio King, el hijo ilegítimo de Benito
King. Este último odiaba a su padre, tanto como su hermano menor, Luca.
Ahora que Lombardo Santos ya no estaba, su hijo menor, Raphael, se
convirtió en la cabeza del imperio de los Santos. Y si conociera bien a
Raphael Santos, también se negaría a participar en el tráfico de personas. Si
Benito King o Alphonso Romano se enteraban de lo de Isabella, pronto se
convertiría también en su objetivo. Nadie conocía la conexión, lo que
convertiría a Isabella en el objetivo del mundo de la mafia, nadie excepto
yo. Ella ni siquiera lo sabía, sin embargo, su nombre ya se susurraba en los
bajos mundos.
Fue la razón por la que volví de Rusia antes de lo previsto. La ejecución
de Santos causó un desastre y una tormenta de mierda con la que lidiar.
Hicimos que pareciera que lo había hecho el cártel mexicano, pero ese
cambio de culpas no duraría mucho. Raphael Santos, el único hijo vivo que
quedaba, no era tonto, y sería un error subestimarlo. Además, no estaba
seguro de que supiera de Isabella y no estaba dispuesto a ponerla en la mira.
Así que volver antes de lo esperado me trajo múltiples beneficios: puse
en marcha mis planes para llevarme a Isabella Taylor a la cama, la mantuve
alejada de los malditos criminales del bajo mundo, sin incluirme, y, por
último, salvé la última compra de cierre de la propiedad inmobiliaria. El
contador y el ingeniero casi la joden. Obviamente ambos fueron
despedidos. Nueva Orleans sería mía para siempre y mi familia estaría a
salvo aquí.
—El maldito imbécil se lo merecía.
Las familias Santos y Nikolaev llevan enemistadas más de cuarenta
años. El hijo mayor de los Santos, Vincent Santos, le costó la vida a nuestro
padre hace diez años. Por eso hicimos que Vincent pagara con su propia
vida. Sin embargo, la tensión seguía alta. Nuestro imperio crecía y se
expandía; nuestra reciente adquisición de algunas propiedades importantes
en Florida echaba más leña al fuego. A mi hermano le gustaba matar. Como
ya he dicho, a mí me gustaba aplastar a mis competidores de una forma
ligeramente distinta.
Santos seguía queriendo jugar en el cajón de arena fuera de Florida, así
que me mantenía al tanto de sus negocios y siempre iba un paso por delante
de ellos. Yo era el dueño del arenero, y eso les dificultaba un poco la
expansión de su imperio. Más les valía vigilar su propio arenal; de lo
contrario, yo también acabaría siendo dueño de Florida.
—¿Qué has encontrado? —acabé preguntándole a mi hermano. Estaba
claro que mi hermano pequeño alargaría esto eternamente a menos que
consiguiera que soltara la sopa y siguiera adelante.
—Al parecer, corre el rumor de que el viejo Santos tiene una hija.
Levanté la cabeza de mi computadora.
—Eso no puede ser cierto —dije. ¿Cómo habían empezado ya a
moverse las piezas del rompecabezas?—. A menos que te refieras a
Vincent.
—De hecho, no. Me refiero a Lombardo Santos. Tiene una hija de
veintiséis años —explicó Sasha—. Ella no ha formado parte de su vida, la
madre la mantuvo en secreto. Mis fuentes me dicen que él sabe de esta
situación aproximadamente desde hace unos cinco años.
—Nombre —exigí. Tenía que saber qué sabía la familia Santos. ¿O
cuánto sabía Sasha? No sabía qué haría con ello, pero siempre era bueno
tener información en el bolsillo.
—Todavía no tengo uno, aunque lo estoy averiguando.
—Sasha, pase lo que pase, no hagas ningún movimiento ni te acerques a
la mujer —advertí—. ¿Me entiendes?
—Sí, sí. —Sasha a veces era demasiado impulsivo y no pensaba en las
consecuencias, claramente—.No sé por qué no eliminas a esa maldita
familia de este planeta. Sobre todo, después de lo que le han hecho a papá.
Nuestro padre se enteró de que Lombardo tenía información sobre la
mujer que amaba y cayó directamente en la trampa de Vincent Santos, el
hijo mayor de Lombardo. Mi padre cometió el error de confiar en las
palabras de Santos cuando en realidad buscaban la forma de debilitar a
nuestra familia. Trataban desesperadamente de expandir su territorio, para
poder traficar personas a través de Louisiana.
—Y pagaron por ello —dije con calma—. Si los eliminamos a todos,
habrá otra familia colombiana que dará un paso al frente para pelear su
batalla. Prefiero conservar a los Santos, sabiendo que los tengo bajo mi
control, que abrirle la puerta a otra familia ávida de poder y ansiosa por
ocupar su lugar. La familia Santos nunca podrá compararse con nosotros.
Somos dueños de negocios en la superficie y bajo tierra. Ellos solo tienen
sobras.
«¡Sin mencionar la conexión de Isabella con ellos!».
—Da igual. Supongo que por eso eres bueno en esta mierda de dirigir.
Solo quiero matarlos a todos. —Negué con la cabeza a mi hermano. Lo
amaba, pero deseaba que pensara un poco más en el aspecto comercial de
hacer una matanza en lugar de solo ansiar matar y eliminar—. Dejo aquí la
revista para que la leas —se burló y salió del despacho dando grandes
pasos.
En cuanto se cerró la puerta, la familia Santos y todo este caos
sangriento de la mafia cayeron en el olvido. Tomé la revista y busqué la
página sobre Isabella Taylor. No fue difícil encontrarla porque dedicaban
casi la mitad de la revista a la pareja.
«Ex pareja», añadí en silencio. No podía negar que estaba sumamente
complacido por cómo habían resultado los acontecimientos. La imagen de
los dos juntos en la fiesta me crispaba los nervios. Todavía quería matar al
cabrón por haberla tocado.
Las fotos de Isabella Taylor y Ryan Johnson ocupaban varias páginas de
la revista y mostraban sus dos últimos años juntos. Eran el tema principal
de toda la edición, con múltiples fotos de la pareja, y me disgustaban todas
y cada una de ellas.
Ella estaba preciosa, un doloroso recordatorio de lo que usé y deseché.
Nadie sabía cuánto lamenté esas palabras aquella mañana. Me convirtieron
en el verdadero y frío cabrón que la gente pensaba de mí. Nunca me
importó, excepto con ella. Quería que viera mi verdadero yo.
«Ella lo intentó», mi mente se burló. «Y tú la desechaste».
El hecho fue que vio mi verdadero yo. Ese cabrón que aplastó su
corazón era el mafioso despiadado que todos temían. Nunca me molesté
con mi conciencia o en tener arrepentimientos. Eso era para los débiles, no
obstante, no me gustó el dolor que vi brillar en sus hermosos ojos. No
gritaba, lloraba, ni buscaba venganza. No se parecía a nadie que hubiera
conocido antes. Tomar el camino correcto tenía un nuevo significado con
ella.
Aparté todos esos pensamientos porque no tenían sentido y me centré en
la revista. En la mayoría de las fotos evitaba mirar a la cámara. Solo había
unas pocas fotos en las que el fotógrafo captaba toda su cara.
Era una de esas mujeres de belleza impactante y figura clásica. Su
cuerpo esbelto con curvas suaves en todos los lugares adecuados era el
sueño húmedo de cualquier hombre. Tenía la edad de mi hermana,
veintiséis años recién cumplidos, pero los años la hacían más
impresionante. Su parecido con su madre era, para mí, su único defecto.
Odié a su madre durante la mayor parte de mi vida, pero ahora... ya había
terminado. No podía luchar más contra la lujuria que sentía por Isabella.
Estudié la foto de su cara. Sus ojos almendrados y su boca carnosa
dominaban su rostro. Sus ojos, del color del whiskey, casi parecían brasas
sobre su cabello oscuro y espeso que hacía que su piel de marfil pareciera
aún más pálida. A diferencia de la piel bronceada de sus hermanos, la suya
era como la nieve fresca. Su mirada, fija en las páginas de la revista, tuvo el
mismo efecto que yo recordaba. Me llegaba directamente al alma.
Sus ojos siempre me hacían algo. Como si pudiera ver cada parte
podrida de mí, pero en lugar de eso, se centraba en las pocas partes buenas.
Y cuando se reía, brillaba. A veces seguía oyendo esa risa en mi cabeza,
junto con el aroma del océano y la loción bronceadora de piña que siempre
parecía estar a su alrededor. Rara vez me permitía pensar en ella. Cada vez
que lo hacía, algo dentro de mí se calmaba mientras mi pulso se aceleraba
con una necesidad primitiva.
«Ella es mi mayor debilidad». Nadie lo sabía, ni siquiera ella. El dolor
en sus ojos cuando puse los pecados de su madre a sus pies me había estado
persiguiendo desde aquella noche. Me había costado más de lo que nadie
podría imaginar.
Dejando el pasado de lado, eché un vistazo al resto de las imágenes. Mi
foto favorita de todas las páginas dedicadas a la pareja rota era aquella en la
que ella lo sorprendía engañándola. La expresión calmada de su rostro era
la comidilla del artículo. ¿Por qué no gritó ni arremetió? Al parecer, lo
único que hizo fue dejarle las llaves y marcharse sin decir una palabra
mientras él, con su culo desnudo, se apresuraba a correr tras ella.
Sin embargo, esa expresión en su cara, era la misma que me dio en su
graduación. Solo me saludó por el bien de Tatiana y luego se fue, su
expresión tranquila y cerrada. Los ojos que normalmente me buscaban ya
no soportaban verme.
El mundo no conocía a Isabella Taylor como yo. Aquella expresión era
de falta de perdón. Ella había terminado con él y nunca le daría otra
oportunidad. Lo echó a perder.
«Así como yo lo hice». Excepto que lo hice a propósito, metódicamente,
devolviéndole el sabor de la propia medicina de su madre. O eso creía yo.
La amargura de aquella noche aún me perduraba en la lengua. Me
levanté y me dirigí al minibar de mi despacho. Cogí una botella de whiskey
y me serví un vaso. Su color siempre me recordaba a ella. La mujer era
hechizante, con una extraña habilidad para meterse en mi piel sin siquiera
intentarlo. Me lo bebí de un trago, pero aun así no borró los amargos
recuerdos.
Mi hermano y hermana nunca sabrían a cuánto había renunciado por
este gran nombre de Nikolaev, limpiando el caos que nuestros padres
habían dejado atrás. Su desastre estaba envuelto en pecados, mentiras y
traiciones, tanto de mi madre y mi padre como de la madre de Isabella.

Una semana más tarde estaba justo fuera de los parámetros de la ciudad de
Nueva Orleans en uno de mis almacenes. El sol acababa de salir y la
quietud que rodeaba la ciudad no era natural. Permanecería así unas horas
más y luego, el zumbido y la vida de la ciudad comenzarían de nuevo su
ciclo.
«Apuestas. Alcohol. Fiestas. Sexo».
Unos hombres fueron sorprendidos intentando volar uno de mis
edificios de negocios con menos reputación dentro la ciudad. Fueron
atrapados con las manos en la masa. ¿Y adivina qué? Eran hombres de
Santos. ¡Sorpresa, sorpresa! Mi hermano realmente sabía cómo agitar la
mierda. Realmente no estaba de humor para estos problemas. No ahora que
Isabella Taylor estaba en mi ciudad, a mi alcance.
—¿Qué tenemos aquí? —Saludé a mis hombres y a las desafortunadas
almas que ya parecían medio muertas.
Sasha estaba sentado junto a las puertas del muelle, con vistas al río
fangoso, pelando una manzana. Eso significaba que tenía ganas de jugar. La
verdad es que yo no lo estaba. Gestionar negocios legítimos era suficiente
trabajo. No necesitaba una guerra inminente entre familias criminales por
culpa del estúpido error de mi hermano, pero se avecinaba, no me cabía
duda.
Sasha decía que era ojo por ojo. Excepto que parecía haber olvidado que
el hijo mayor de Santos pagó por la muerte de nuestro padre. Ahora estarían
de vuelta, exigiendo un acuerdo de sangre.
«¡Maldito Sasha!».
Lo amaba, pero su sed de sangre haría que lo mataran. O peor: A
Tatiana e Isabella.
Tatiana regresó de Los Angeles hace una semana. Sabía que había ido a
visitar a Isabella, aunque nunca lo dijo. A veces me preguntaba si se había
enterado de lo que había pasado entre su mejor amiga y yo, porque ya no
volvió a hablar de ella conmigo. O tal vez percibía mi estado de ánimo cada
vez que sacaba el tema.
Tenía la intención de ir a visitar a Tatiana después de este problema. Ni
siquiera me molesté en fingir el motivo. Mi hermana regresó de L.A. con su
mejor amiga, e imaginé aquellos tentadores ojos color café whiskey de
Isabella Taylor en mi cabeza, invitándome. Su suave sonrisa era una
tentación demasiado grande para resistir, y ahora que estaba en mi ciudad,
estaba decidido a tenerla de nuevo.
Imagino que así fue como mi padre se sintió, tentado por su madre, pero
él estaba casado. Ella nunca debería haberlo tocado. Por suerte para
Isabella, o por desgracia, yo no estaba casado y había decidido que la
tomaría para mí. Llenarme de ella el tiempo que fuera necesario. Si después
de cinco años no había podido sacármela de la mente, la necesitaría debajo
de mí en un futuro próximo para saciar esta sed de ella.
—Estos son los imbéciles que intentaron volar el edificio. —Alexei, mi
otro hermano, respondió finalmente ya que Sasha estaba empeñado en pelar
su maldita manzana. Me acerqué a los cuerpos desplomados y me coloqué a
tres pies de distancia con los pies ligeramente separados y las manos a la
espalda. Inmediatamente vi al líder entre ellos; era el único que se atrevía a
mirarme.
—Caballeros, les presento a su anfitrión: Vasili Nikolaev. —A Alexei le
gustaba provocar, igual que a mí.
Cuando me enteré del hermano que no conocía, lo busqué por todas
partes. Era un Nikolaev, independientemente de quién fuera su madre, y nos
mantuvimos unidos, pasara lo que pasara. Nunca me arrepentí porque
Alexei era un paso más cerca a mi mujer. Lo habría mantenido con nosotros
a pesar de todo, pero demonios, no perdería la oportunidad de utilizarlo
para llegar a mi mujer. Alexei intentaría darme una paliza si lo supiera.
Nunca había conocido a Isabella Taylor, sin embargo, era muy protector con
ella. Tatiana e Isabella eran su prioridad de protección, número uno. No
tenía que preocuparme por su seguridad si algo me pasaba.
Isabella Taylor ni siquiera sabía que tenía dos hermanastros vivos.
Creció creyendo que era hija única, mientras había dos hombres vagando
por este mundo, compartiendo su sangre. Uno por parte de madre y otro por
parte de padre.
Volviendo a centrar mi atención en el hombre que tenía delante, observé
cómo el miedo dilataba las pupilas del cabrón que se creía tan valiente al
encontrarse con mi mirada. No bajó exactamente la mirada, pero ya no era
tan valiente. La verdad es que disfrutaba del miedo que mi nombre
provocaba en la gente. Les hacía menos propensos a joder a mi familia y a
otros bajo mi protección.
—¿Y por qué intentaron volar mi edificio? —pregunté
despreocupadamente. No obtuve respuesta—. ¿Mmmm? —Parecía que
había perdido el habla—. Podemos hacerlo rápido o tomarnos todo el
tiempo del mundo —dije, aunque no quería tomarme todo el tiempo del
mundo. Solo quería acabar con estos cabrones y seguir mi camino. Tenía
que ver a Isabella—. Estoy seguro de que han tenido una probada de las
técnicas de Sasha. —Se tensaron visiblemente y uno de ellos incluso se meó
encima. Apenas pude evitar poner los ojos en blanco. Santos realmente
debería enviar hombres más duros porque esto era patético—. Entonces,
¿qué va a ser? —pregunté.
—N…no sabemos nada.
Me reí entre dientes, sin ninguna gracia.
—Así que has venido a volar uno de mis edificios sin saber por qué. O
eres estúpido —mi tono era ligeramente agitado—, o peor. Crees que soy
estúpido. —Dejé que hiciera silencio antes de añadir—: Y con eso, dejaré
que Sasha te dé una lección. Por si creías que era estúpido.
A decir verdad, podría darles una lección aún mejor, pero a la mierda,
iría a ver a Isabella a casa de mi hermana después de esto, y no estaba
dispuesto a arruinar mis pantalones blancos. Ella no estaría contenta si me
presentara todo ensangrentado. Aunque, probablemente, no estaría contenta
de verme de todos modos si nuestro último encuentro fue un indicativo.
Por lo tanto, si quería llevarla a mi cama, tendría que comportarme.
Sería la única mujer por la que lo haría.
Sasha se acercó sin prisa con una sonrisa de felicidad en la cara. A
veces me preocupaba que disfrutara demasiado torturar. Siguió jugando con
el cuchillo, lanzándolo al aire y cogiéndolo al bajar. Y sin previo aviso, lo
lanzó, el filo de la navaja se enterró directamente en el pecho del rehén más
débil.
Mi labio se torció en una especie de sonrisa. Era un método que les
enseñaba a mis hermanos pequeños. Asustar a los cautivos matando al
eslabón más débil. Aunque ahora, al ver la sonrisa de Alexei y Sasha, me
preocupaba haberles enseñado demasiado bien a torturar a la gente.
Una vez que Sasha estuvo frente al líder, su mano golpeó contra él,
envolviéndole el cuello. Apretó con fuerza cortándole el aire a través de la
tráquea.
—¿Cuál es el plan de Santos? —pregunté, viendo cómo la cara del
hombre se ponía roja, sus globos oculares brotándose, mientras arañaba la
mano de Sasha en busca de aire. Los ojos del hombre se pusieron en blanco
y sus dedos dejaron de agarrar con fuerza a Sasha. Justo cuando estaba a
punto de perder el conocimiento, Sasha lo soltó y cayó de lado al suelo
junto con su silla, jadeando en busca de aire.
—Cinco segundos para una respuesta o volvemos a empezar —dije. Era
una oferta generosa. Tenía la mejilla apoyada en el sucio suelo de cemento
y tuve la tentación de aplastarle la cara contra el suelo asqueroso.
Levantó la cabeza y me miró, con verdadero miedo en los ojos.
—Quiere pegarte donde más te duele —respondió.
Raphael Santos no era tonto; sabía que volar mi edificio no era donde
más dolía. Así que era una advertencia. Sasha le dio una patada fuerte, la
fuerza lo dejó sin aire, y se desplomó de bruces, con la frente golpeando el
piso duro.
—¿Qué más? —cuestioné.
—Fue una venganza por el viejo —agregó, con sangre babeándole por
un lado de la boca—. Y por la mujer. Sabe que has estado ocultando su
rastro. La quiere para alejarla de Alphonso Romano.
Mi corazón se detuvo y mi respiración se calmó. «¡Raphael lo sabe!».
—¿Qué mujer? —preguntó Sasha sorprendido.
—¡No lo sé! —gritó—. Solo sabe que existe. Se enteró después de la
muerte del viejo. No tiene una descripción, sin embargo, Lombardo sabía
que la familia Nikolaev la tenía en sus garras.
Saqué mi pistola, que tenía en la parte trasera del pantalón y les disparé
uno por uno, al estilo ejecución.
—¿Qué mierda, Vasili? —Sasha exclamó.
—Podríamos haber averiguado de qué hablaban —reprendió Alexei,
con una expresión sombría en el rostro y una mirada de complicidad en los
ojos. Tenía una habilidad innata para ver a través de las cosas, incluso
cuando estaban ocultas a plena vista. Probablemente fue lo que lo mantuvo
vivo durante todos aquellos años oscuros.
Me di la vuelta sin reconocer a mis hermanos. Sabía exactamente de qué
estaban hablando esos hombres.
—Limpien el desorden —ordené y dejé a ambos sin mirar atrás.
CAPÍTULO SEIS
ISABELLA

H acía calor, el aire estaba húmedo y la música de la radio sonaba con


volumen bajo. Por suerte, Tatiana la tenía en una emisora de los
ochenta, así que no había posibilidad de oír al grupo de mi exnovio.
Me esforcé por no pensar en nada. He pasado una semana en Nueva
Orleans y, hasta ahora, Tatiana ha monopolizado todo mi tiempo. No me
importaba, excepto que tenía que encontrar un trabajo. Mis ahorros me
alcanzarían para dos meses como máximo. Y eso suponiendo que me
concedieran el aplazamiento del préstamo escolar por desempleo.
«Qué vergüenza», pensé. Me sentía una fracasada. ¡Y estaba tan cerca
de terminar la residencia!
Pero, al menos había algo bueno en lo que Tatiana tenía razón.
Dondequiera que fuéramos en Nueva Orleans, a nadie parecía importarle o
saber quién era. Ryan Johnson y su banda eran apenas un punto en el radar.
Casi me sentí como la antigua yo. Sin paparazzi ni periodistas... Solo
necesitaba un trabajo que me mantuviera ocupada, y enseguida superaría
todo el fiasco. Tatiana no había vuelto a hablar de Ryan desde L.A. Fiel a su
palabra, Vasili no aparecía por ninguna parte. Me decía a mí misma que me
alegrara en vez de preocuparme. «¡Maldito hombre!».
Tatiana se encargó de guardar todo de mi departamento, cinco años de
mi vida, en veinte cajas, todo en un solo día. Mientras tanto, evaluaba cada
palabra pronunciada y cada mirada compartida, sobreanalizaba las palabras
entre Ryan y yo. Sabía lo que me esperaba con Ryan cuando empezamos a
salir. Lo hice con los ojos abiertos y, la verdad, no pensé que duraría tanto
como duró. Las estrellas de rock son famosas por su serie de intereses
amorosos. Cuando me demostró que era lo contrario, poco a poco fui
bajando la guardia.
Del mismo modo, pensé que él también había empezado nuestra
relación con los ojos abiertos. Sí, me pedía todo el tiempo que lo
acompañara en las giras. Yo no podía por mi trabajo, que resulta me
encantaba. ¿Lo hizo porque me negaba a ir de gira con él? ¿O porque
necesitaba tiempo para pensar en irme a vivir con él?
Tal vez no estaba destinado a ser.
Sentí que el sudor se deslizaba por mi piel y se me escapó un gemido.
Hacía demasiado calor para quedarme aquí acostada pensando en todo
aquello.
—¿Qué pasa? —Tatiana ni siquiera se movió. A veces me preguntaba
cómo podía soportar esta humedad. Nueva Orleans a mediados de octubre
no era nada de broma, parecía pleno verano. Peor aún que la humedad, no
sabía cómo podía aguantar sin hacer nada. Desde el momento en que
llegamos, su único propósito era ir de compras, cenar y tomar el sol junto a
la piscina. Los dos primeros días, podía soportarlo. Incluso disfruté un
poco. Sin embargo, ahora, ansiaba tener algo parecido a una rutina diaria.
—Voy a morir de insolación —murmuré—. A menos que vaya a nadar.
Necesito refrescarme.
Los rayos del sol brillaban en el agua azul, los tonos turquesa alternaban
con acentos verdes y azules. Me metí en la piscina, dejándome puestas las
gafas de sol de montura blanca y al instante un suspiro salió de mis labios.
—Qué rico se siente.
—¿No te dije que esta sería la mejor terapia?
Sonreí, ambas tomamos un fideo inflable y nos acercamos lentamente a
la parte profunda de la piscina.
—Tenías razón —dije—. Me siento como en otro planeta, y por fin noto
cómo se me escapa la tensión.
—Oh, ¿entonces no es el hecho de que estés conmigo? —bromeó.
—Es exactamente porque estoy contigo —Sonreí—. Aunque necesito
encontrar un trabajo, tomar algunas decisiones importantes.
Era difícil creer que hacía solo dos semanas toda mi vida había
explotado, en las noticias nacionales, ante millones de espectadores. El
mundo entero vio a mi exnovio cogiéndose a una chica. La amargura
inundó dentro de mí con las imágenes de ellos en la sala de Ryan. ¡Cómo
deseaba no haberlo visto todo!
—Estás pensando en lo mismo —me regañó Tatiana—. Para.
Sacudí la cabeza. Tenía razón. La aparición de Tatiana en mi
apartamento me puso alerta. Incluso antes del gran escándalo con Ryan, Los
Angeles nunca se había sentido como mi hogar. Tal vez todo esto era solo
una señal. O tal vez estaba loca, tratando de encontrar algo positivo en este
maldito desastre.
Al menos esta vez era capaz de pensar racionalmente. Cuando su
hermano me rompió el corazón en la universidad, estuve molesta durante
meses. Tal vez porque le di mi virginidad, mi todo. Después de todo, nunca
se olvida la primera vez. Justo al mismo tiempo que Vasili me usó, mi
madre falleció. Fue otra pérdida difícil de digerir.
Hasta que conocí al hermano mayor de Tatiana, nunca había sentido la
tentación de ceder y acostarme con un chico la primera noche. Sin embargo,
cerca de Vasili Nikolaev, toda mi razón, control y racionalidad salían por la
ventana. O simplemente se reducían a cenizas.
A veces seguía pensando en él, pero nunca le preguntaba a Tatiana por
él. No quería saberlo. En realidad, sí quería saberlo, aunque no me convenía
saberlo. Nunca le conté a su hermana lo que había pasado entre su hermano
mayor y yo. Era un acuerdo de Vasili y mío. Pero, tampoco quería perderla
como amiga. Después de todo, yo fui su víctima voluntaria.
Aún recordaba la primera vez que lo miré fijamente a los ojos. Tatiana y
sus hermanos compartían un color de ojos similar, pero los de Vasili eran
aún más claros que los de su hermano pequeño y su hermana. Había algo en
sus ojos, ese azul pálido tan poco habitual y su intensidad que me
estremecía cada vez que lo miraba.
Tatiana y yo nos conocimos en la universidad y nos llevábamos bien
desde el primer día. Yo estudiaba Medicina y ella Ciencias Políticas. En el
primer mes conocí a sus dos hermanos. Sasha era simpático, agradable,
atractivo y te hacía reír. Me encantaba salir con él.
Vasili Nikolaev, en cambio, era intenso, dominante y absolutamente
hermoso. Desde el momento en que lo miré, algo en mí cambió y nunca
volvió a su lugar. Me encantó la respuesta de mi cuerpo incluso antes de
que me tocara. Era una bestia.
Me llevaba veinte años, era como un dios, aterrador e intimidante. Así
que, por supuesto, lo deseaba aún más, pero siempre pensé que estaba fuera
de mi alcance. Me veía como la amiga problemática de su hermana menor y
a las dos como unas fiesteras irresponsables.
¿Qué podía decir? Tatiana y yo estábamos a la altura de la reputación
universitaria. Sobrevivimos juntas a las clases, a las fiestas y nos metimos
en un montón de problemas durante nuestros años universitarios. Se nos
ocurrían nuestras ideas más brillantes cuando nos emborrachábamos y
nunca sabíamos a quién se les ocurrían cuando se nos pasaba el efecto
embriagante.
Hasta esa noche de Halloween de mi último año. Cuando me consumió
en todos los sentidos de la palabra. Supongo que Vasili me demostró que
estaba equivocada, ¿no? Todo ese tiempo, él estaba jugando conmigo,
esperando el momento adecuado para atacar y derribarme. Todo para poder
vengarse de mi madre. Fue una bendición que ella nunca se enterara de lo
que yo había hecho con Vasili Nikolaev. No importaba cuánto lo deseaba mi
cuerpo, puede que había llegado al punto de odiar sus entrañas tanto como
él odiaba las mías.
«En definitiva, menos mal que Vasili está en Rusia», me dije. No había
ninguna posibilidad de encontrarme con él.
Habían pasado tantos años y mi interior seguía estremeciéndose cada
vez que pensaba en él. De ahí la razón de mantenerlo fuera de mi mente, de
mi vista y, lo que es más importante, de mi corazón. Me sorprendió verlo en
L.A., y fue una dolorosa confirmación de que no había superado todo lo que
había pasado entre nosotros. Vasili me utilizó sin tener en cuenta las
consecuencias para mí y acabé soportándolas sola. Mi mano revoloteó hasta
mi abdomen bajo, y el dolor familiar en mi pecho la acompañó.
Se me escapó un profundo suspiro.
El recuerdo de aquella noche aún dolía. Ya había sufrido suficientes
humillaciones con el último incidente de Ryan como para que me duraran
toda la vida. No necesitaba un recordatorio de que yo tampoco era lo
bastante buena para Vasili Nikolaev.
Cuando Vasili soltó la bomba y me destrozó el corazón, acabé
lamiéndome las heridas pasando cada minuto del día estudiando y
partiéndome el lomo. Era mi único respiro. Quería demostrarme a mí
misma que era lo bastante buena. Después de graduarme, trabajé en la sala
de emergencias hasta que acaparé la atención de Ryan Johnson.
Esta vez, no tenía nada que hacer más que holgazanear después de mi
gran fiasco amoroso. Lo cual era mucho peor porque me daba todo el
tiempo del mundo para pensar en todo. Y sobre todo en Vasili, lo cual era
inquietante.
—Deberíamos salir esta noche. —La voz de Tatiana me sacó de la ruta
de los recuerdos—. A bailar o al menos a un bar.
—Si quieres.
—A menos que no quieras. —Ella quería, me di cuenta por la expresión
de su cara.
Suspiré, incapaz de resistirme.
—Quiero —murmuré la mentira—. No empaqué nada en la maleta para
salir.
—No te preocupes. —Sonrió—. Puedes quedarte con mis cosas. Hay
muchos vestidos con etiquetas. —Tampoco exageraba. El armario de
Tatiana era más grande que algunas casas de L.A. Se acercó a la orilla y
salió de la piscina—. Conseguiré reservación para cenar y pondré nuestro
nombre en la lista para el club.
—De acuerdo —respondí sin entusiasmo, pero ella no se dio cuenta. La
vi envolverse en una toalla y entrar en la casa. Ni siquiera recordaba la
última vez que había ido a una discoteca.
¿Fue la noche en que Vasili me echó al hombro y me devoró en mi
dormitorio?
Me quejé para mis adentros. ¿Qué me pasaba hoy con todo el pasado
que seguía arrastrando? No quería pensar en nada de eso. Tampoco quería
recordarlo. Solo me traería tristeza. Si no quisiera tanto a Tatiana, habría
cortado todos los lazos para que no hubiera ninguna posibilidad de
encontrarme con Vasili. Sin embargo, mi amiga me importaba mucho. Era
la hermana que nunca tuve.
Oí el ronroneo de un motor, pero lo ignoré. Mi amiga tenía gente
entrando y saliendo todo el día. Si fuera mi casa, me volvería loca, pero los
hermanos de Tatiana tenían gente vigilando la casa y a su hermanita las
veinticuatro horas del día.
Nadé hacia el borde de la piscina, salí de ella y me dirigí hacia mi silla.
Tomé mi teléfono, chequé mis correos electrónicos. «Nada».
No había necesidad de comprobar los mensajes y los buzones de voz.
Era un número nuevo y Tatiana era la única que lo tenía. No esperaba
recibir una oferta de entrevista para mi primera solicitud, envié al menos
veinte en los últimos tres días. Esperaba al menos un agradecimiento o una
oferta de entrevista. Tenía bastante experiencia y esperaba que encontrar un
nuevo trabajo no fuera un problema.
—¿Es esta una nueva forma de saludar a los invitados? —Una voz
familiar, profunda y con un marcado acento ruso me hizo girar sobre mis
talones para encontrarme con la mirada azul pálido en la que estaba
pensando hacía menos de diez minutos. Y mi corazón se aceleró al instante,
amenazando con salirse de mi pecho y correr hacia su perdición.
Miré fijamente a Vasili, con la mente borrada de todo pensamiento.
«¿Por qué no está en Rusia?». Su boca mantenía esa mueca parecida a una
sonrisa y sus pálidos ojos azules me observaban perezosamente, como
aburridos. Lo había visto hacía apenas unas semanas, así que el impacto no
debería haber sido tan fuerte. Sin embargo, fue todavía más intenso. Al
parecer, mi cuerpo rechazó el memorándum que le informaba de que Vasili
Nikolaev era el enemigo. Está bien, puede que sea una palabra demasiado
agresiva, pero definitivamente no era un amigo.
Me puse delante de él con un bikini blanco que me regaló Tatiana,
empapada. Literal y figuradamente. La forma en que me miraba hizo que
mis entrañas se estremecieran de necesidad. Dios mío, lo deseaba tan
desesperadamente que mi coño se estrechaba al verlo. Su mirada recorrió
mi cuerpo desde mis pies descalzos hasta que nuestros ojos se encontraron.
Mi corazón se aceleró en mi pecho, retumbando con fuerza contra mis
costillas y mi respiración entrecortada. ¿Por qué mi cuerpo no podía
odiarlo, encontrarlo poco atractivo? Sería mucho más fácil.
Estaba tan guapo como hace unas semanas, vestido de traje. Excepto
que ahora llevaba pantalón de vestir blanco y una camisa negra de mangas
cortas, con sus bíceps y antebrazos bronceados y tonificados a la vista. Y
esas manos grandes... mi corazón palpitaba solo de pensar en esos dedos
entintados recorriendo mi cuerpo.
Tenía buen aspecto. ¡Demasiado bueno! Y me encantaba cuando usaba
camisa negra, porque hacían que su inusual color de pelo llamara aún más
la atención. Parecía tan alto en comparación con mi baja estatura, que me
obligaba a estirar el cuello para mirarlo a los ojos. Medía seis pies con cinco
pulgadas y su cuerpo era grande y fuerte. Tragué saliva con fuerza y el calor
se extendió por mi cuerpo como un incendio salvaje.
El aire se aquietó entre nosotros y juré que oía el goteo del agua de la
piscina al chocar contra la baldosa de piedra.
—Sigo esperando una respuesta —bramó con tono rudo. Parpadeé,
confundida por la respuesta que estaba esperando.
—¿Qué respuesta? —pregunté, tratando de mantener el tono de voz.
Odiaba que mi sangre corriera por mi cuerpo con excitación cada vez que lo
veía. Odiaba que los años que habían pasado sin verlo no hubieran
disminuido mi obsesión por este hombre. Reaccionaba ante él con la misma
fuerza, si no más, cada vez que lo veía. No debería desearlo después de lo
que me hizo.
—¿Ahora te gusta recibir a los invitados semidesnuda? —Un músculo
de su mandíbula se apretó, y su irritación se hizo evidente en su rostro—.
En casa de mi hermana. —Realmente me miró con odio. Un balde de agua
helada apagando mi previo calor.
—A todos menos a ti. —Intenté sonar indiferente y esperé haberlo
conseguido. Le dediqué una sonrisa falsa y dulce. «Creo».
Su mandíbula se tensó y dio un paso adelante. Me quedé quieta, aunque
mi instinto me instó a dar un paso atrás. Era mucho más grande y fuerte que
yo, así que su táctica intimidatoria funcionó, pero me negué a acobardarme.
En lugar de eso, me mantuve firme y arqueé aún más el cuello, alzando la
barbilla en señal de desafío. No le daría la satisfacción de pensar que tenía
poder sobre mí.
Por desgracia, lo tenía. Mi cuerpo era demasiado consciente de él.
Estaba tan cerca que mis pechos casi rozaban su camisa. El viejo y familiar
cosquilleo me recorrió el cuerpo.
En el fondo de mi mente, se percibía el contraste entre nosotros. Su
camisa negra, mi bikini blanco; su corpulencia frente a mi pequeñez; su
dominio frente a mi personalidad dócil; su cuerpo duro frente al mío suave.
Sin duda, se sentía como una nube oscura sobre mí. El problema era que su
oscuridad no me molestaba en absoluto.
Me recorrió un hormigueo en el cuerpo ante la perspectiva de sentir su
tacto y luché contra el impulso de acercarme, de apretarme contra él, de
notar su calor en mi piel. Para ver si volvía a experimentar lo que
recordaba. Después de lo que me hizo, mi cuerpo debería despreciarlo, no
desearlo.
Me centré en su cara e ignoré su cuerpo. Por desgracia, incluso su cara
era perfecta, hermosa e intimidante, todo en uno, con unos pómulos
perfectamente cincelados, una nariz recta y una barbilla fuerte. Siempre
llevaba el pelo corto, ese rubio amarillento que tanto contrastaba con su piel
bronceada. Sus ojos, sin embargo, eran lo que siempre me había cautivado.
Eran pálidos y claros, como el azul de los glaciares contra el hielo en las
profundidades del océano. Aún recordaba cómo ardían de deseo. Resultó
que estaba equivocada, él solo había utilizado mi cuerpo para satisfacer su
deseo.
Ahora era mayor y más sabia. «Eso espero». Sí, seguía sintiéndome
físicamente atraída a este hombre, pero ya no estaba ciega ante aquella
sonrisa despectiva y sarcástica de su rostro. Podía ver claramente la
crueldad y la oscuridad en sus ojos.
Era increíble lo que cinco años podían hacerte. «Aparentemente, no
pueden borrar el deseo que siento por él».
CAPÍTULO SIETE
VASILI

E lla era mi tentación; ha sido mi adicción desde el momento en que


clavé mis ojos en esa increíble mirada de chocolate y caramelo
derretido.
La forma en que sus conmovedores ojos café me observaban ahora, su
piel húmeda y brillante, goteando sobre los azulejos… podía ponerme de
rodillas con su dulce expresión o con una simple sonrisa. Tuve que
contenerme para no arrancarle esos dos pedacitos de bikini y abalanzarme
sobre ella. Si supiera cuánto poder tenía sobre mí.
Era preciosa. Independientemente de lo que llevara puesto, Isabella
Taylor siempre brillaba, su belleza interior resplandecía y me dominaba. Su
aroma único me envolvía, poniéndome duro inmediatamente para ella.
Quería meter las manos en su cabello oscuro, que contrastaba con su
piel suave y pálida como el marfil. Una piel que suplicaba ser tocada,
marcada por mis manos. Y su cuerpo, Dios mío, estaba hecho para coger.
Cuando la vi hace unas semanas, era una preciosidad. Aunque eso no se
comparaba con ella ahora, sin maquillaje, descalza y mojada.
La idea de que cualquier otro hombre, o mujer, la viera semidesnuda me
hacía hervir la sangre. Había guardias por toda la propiedad de Tatiana,
asegurándose de que el lugar estuviera protegido y fuera seguro. Podrían
estar mirándola ahora mismo. La frustración se apoderó de mí y las palabras
salieron de mi boca antes de que lo pensara mejor.
—¡Maldita sea!, ve a ponerte algo de ropa —gruñí—. Esto no es un
burdel.
Una expresión fugaz de dolor apareció en su rostro, pero desapareció
antes de que pudiera fijarme en ella.
—Qué pena, y yo que iba a pedir trabajo. —No se me escapó el
sarcasmo de su suave voz. Mi pequeña malyshka había adquirido carácter
en los últimos años. Solo me dio un pequeño anticipo en la entrega de
premios.
La agarré de la muñeca y la sensación me quemó los dedos.
—Si quieres ese trabajo, empieza por ser mi puta —gruñí. Me estaba
encabronando y la idea de que cualquier otro hombre le pusiera las manos
encima me daba ganas de matarlo.
Ella se rio.
—Bah, creo que paso. Hay mejores peces en el mar.
Su suave voz atravesó mi piel y fue directa a mi pene. Me soltó el brazo
y se alejó de mí ofreciéndome una magnífica vista de su trasero.
La imagen de ella inclinada sobre mi escritorio, mi cama… sobre
cualquier maldita cosa, mientras estuviera inclinada, pasó por mi cabeza.
Nada me apetecía más que agarrarla por esa hermosa melena, enredarla en
mis manos y obligarla a mirarme de lado mientras la penetraba.
Sentía un hambre primitivo que abrumaba todos mis sentidos mientras
la acechaba, estaba concentrado en mi presa, cuando la voz de mi hermana
me detuvo.
—Vasili, ¿qué estás haciendo aquí?
Tatiana también estaba en traje de baño. Apreté los dientes y quise
decirle que se largara. Pero, conociendo a mi hermana, se quedaría solo por
molestar. Mi hermano y mi hermana perfeccionaron el estilo de vida
calmada y relax. Ella insistió en estudiar Ciencias Políticas y no ha hecho
nada con ello. Mi hermano insistió en estudiar Administración de Empresas
y Dirección Bancaria. De nuevo, no ha hecho absolutamente nada con esta
licenciatura. «Aunque perfeccionó sus dotes de francotirador», pensé con
ironía. «Y empezar guerras».
—Vine a verte.
Era una verdad parcial. Katerina me dijo que mi hermana tenía una
invitada alojada con ella, e inmediatamente supe de quién se trataba. Habría
tenido que ser un santo para mantenerme alejado; por suerte para todos, no
lo era.
—Aw mi hermano mayor se preocupa —bromeó. Sabía que me
importaba. Después de todo, era la razón principal por la que soportaba su
extravagante estilo de vida. Isabella se envolvió en una de las toallas de
playa, su hermoso cuerpo ya no estaba a la vista.
«Que lástima».
—Además, necesito que lleves a Adrian contigo cuando salgas —
agregué. Con las últimas amenazas de la familia Santos no podía arriesgar
su seguridad ni la de Isabella. Adrian era el mejor y él las mantendría a
salvo—. ¿Está claro?
—Sí —murmuró en voz baja.
Ella sabía lo que eso significaba. No me arriesgaría a que le pasara nada
a mi familia. Los ojos de mi hermana se desviaron hacia Isabella, que
estaba viendo su teléfono con sus cejas delicadas fruncidas. Isabella no
formaba parte del mundo de la mafia. Sabía muy poco de nuestros negocios
y de cómo llegamos a gobernar nuestro imperio. Manteníamos separados a
la familia, los negocios y los amigos. Era una maldita ironía que ella
hubiera sido concebida en este submundo mafioso. Excepto que muy poca
gente lo sabía. Hace cinco años, casi meto la pata y cruzo esa línea,
trayéndola a mi inframundo. Desde entonces, he estado ocultando su rastro
de la familia Santos.
No pude evitar echar una mirada a Isabella de nuevo. Era mi imán, me
atraía. ¿Me dejaría entrar de nuevo?, ¿me dejaría darle placer? Me odiaba a
muerte, eso era evidente. Fingió estar interesada en su teléfono,
ignorándome. De repente dejó de checar su teléfono y levantó la pantalla
hacia mi hermana.
Los ojos de Tatiana se abrieron de par en par y asintió con la cabeza.
«¿Qué están haciendo estas dos?».
Sabía muy bien en cuántos problemas eran capaces de meterse esas dos
juntas. Desde su primer año, me sentía como si tuviera dos hijas
adolescentes rebeldes que me odiaban a muerte. Pasaba más tiempo
volando a D.C. para sacarlas de alguna estupidez que yendo a cualquier otro
sitio. Y ninguna de las dos nunca estaba dispuesta a admitir a quién se le
había ocurrido el plan. Estaba constantemente tentado de castigarlas,
quitarles todos sus aparatos electrónicos y tener un guardia vigilándolas las
veinticuatro horas del día, porque esas dos se metían en problemas hasta
cuando dormían.
Pasé tanto tiempo en D.C. que Nico Morrelli, el mafioso que gobernaba
Maryland y D.C., pensó que estaba intentando tomar el control de la
maldita ciudad. Me costó muchas reuniones convencerlo de que no era así.
No me creyó hasta la noche en que Tatiana e Isabella se colaron en su
casino con identificaciones falsas, borrachas como si fueran piratas y
vestidas con poca ropa. Esas dos llevaban las fiestas universitarias a un
nivel completamente nuevo.
—Privyet, señoritas —saludó Sasha en voz alta, entrando sin ninguna
preocupación. Mi hermano pequeño no se inmutaría, aunque le apuntaran
con una pistola a la cabeza, contando con que el universo lo arreglaría todo.
Isabella levantó la cabeza y se le iluminó el rostro.
—¿Sasha? —dijo, y el resentimiento me golpeó ante su cálido saludo,
tan distinto del que ella me dio a mí.
«Bueno, él no se la cogió y luego le dijo que se largara».
Corrió a sus brazos abiertos.
—¿Y dónde te has estado escondiendo?
Sasha siempre le tuvo cariño. Sabía muy bien que siempre acudían a él
primero cuando estaban en problemas, pero Sasha tendía a desaparecer. Se
encargaba de eliminar objetivos para nuestro imperio, desde lo lejos. A
veces, requería que se ausentara durante semanas, estudiando al objetivo y
sus hábitos antes de atacar.
—Ah, en ninguna parte. Solo aquí y allá.
Se rio entre dientes.
—No, rypka. Has estado saliendo con rockstars. —Mi hermano siempre
la llamaba pez, desde que se enteró de que le encantaba el surf.
—Eso fue solo el diez por ciento de mi tiempo —se burló.
—Ah, ¿nunca llegó al treinta?
Me pregunté qué significaba todo eso.
—No —murmuró, pero una expresión triste cruzó su rostro. Tuvo
cuidado de ocultarla rápidamente.
—¿Se quedan a comer? —ofreció Tatiana. No era mi intención, aunque
me alegré de que lo preguntara. Si no, me habría invitado yo mismo—.
¿Quizás podamos pasar un rato juntos?
—Sí. —Tatiana me miró sorprendida. Rara vez salía, mi agenda no me
lo permitía, pero de ninguna manera me iría y dejaría a Sasha con Isabella.
«Él disfruta demasiado su presencia». Los celos me carcomían al ver a mi
hermano y a Isabella hablándose en voz baja, recordando tiempos pasados
como viejos amantes. Odiaba verlos juntos. Esos dos tenían una relación
tranquila y relajada desde el momento en que se conocieron, a diferencia de
nosotros dos.
—¿Este es tu padre? —le preguntó Isabella a Tatiana mientras extendía su
pequeña mano a modo de saludo y me miraba con curiosidad. Fue la noche
en que ambas fueron arrestadas por la policía del campus por irrumpir en
la piscina de la universidad y hacer una fiesta. Tardaron menos de treinta
días en ganarse la reputación de salvajes—. Gracias por sacarnos, Sr.
Nikolaev. Y por no llamar a mi madre.
El vestido que llevaba esa noche revelaba más de lo que ocultaba.
Incluso siendo apenas legal, tenía un cuerpo de escándalo, la espalda
abierta y lisa dejaba entrever una piel tentadora. El vestido era tan corto
que apenas le cubría el culo. Le recriminé en ruso a Tatiana que se subiera
al auto e Isabella abrió los ojos del miedo. Estaba agitado por haber tenido
que lidiar con sus idioteces adolescentes, pero aún más por la reacción que
me produjo poner los ojos en la amiga de dieciocho años de Tatiana. La
deseaba, sin embargo, sabía que no podía tenerla. No a menos que Tatiana
y ella se separaran para siempre. Entonces enterraría mi miembro en su
interior, me la cogería hasta dejarla inconsciente tantas veces como fuera
necesario... hasta que acabara con ella. Porque de una cosa estaba seguro
ese día: ella no mantendría mi interés por mucho tiempo.
Desafortunadamente, estaba equivocado.
Dios, ¡qué equivocado estaba!
La agitación al recordar su primera suposición sobre mí empeoró aún
más mi humor explosivo. Solo tenía veinte años más que ella y que Tatiana.
No tenía madera de padre. Desde el momento en que conocí a Isabella,
despertó en mí una bestia hambrienta de su joven cuerpo. Luché contra esta
durante mucho tiempo, deseando que no fuera ella quien despertara ese
deseo y esa necesidad en mí. Poco después de conocer a Isabella, le pedí a
uno de mis hombres que investigara sus antecedentes, sacando a relucir
todos los trapos sucios. Imagina mi sorpresa cuando supe quién era su
madre. Isabella no tenía nada sucio sobre ella, pero su madre tenía mucho
por las dos.
Marietta Taylor era la ex amante de mi padre. ¡Qué pequeño es el
mundo!
No obstante, nada de eso me impidió de desear y anhelar hasta tener a
Isabella. Entonces lo convertí en venganza y le rompí el corazón.
Esa lujuria que experimenté con ella nunca me volvió a pasar... ni antes
ni después de ella. Ahora era un poco mayor, pero mi miembro recordaba lo
que se sentía al estar enterrado en su coño apretado. Y lo deseaba de nuevo.
Mierda, quería desnudarla ahora mismo y arremeter contra ella.
—Voy a quitarme el traje de baño —le indicó Isabella a Sasha y Tatiana.
Claramente me estaba ignorando.
—Voy contigo. —Sasha la siguió—. Mientras te cambias, quiero
escuchar todo lo que me he perdido. Porque me has estado evitando,
pececito.
Una carcajada brotó de los labios de Isabella y los dos desaparecieron
de mi vista. Eché humo por dentro, conteniendo a duras penas la rabia y las
ganas de ir tras ellos. Apreté los dientes y me dirigí al bar.
—¿No es demasiado temprano para beber, hermano? —se mofó Tatiana.
—Me lo dice mi hermana pequeña, que empieza a beber vino a las ocho
de la mañana —repliqué.
—En realidad, no. A Isabella no le gusta que beba tan temprano. Así
que acordamos que una vez que almorzáramos, tomaríamos una copa de
vino.
—Tal vez tu amiga sirva para algo después de todo —me burlé, siendo
un maldito hipócrita.
—Yo diría que sirve para mucho más.
Me serví un vaso de whiskey, la bebida me recordó inmediatamente a
los ojos de Isabella. Mi mano agarró el vaso, el cristal amenazando con
romperse bajo la fuerza. ¿Qué estaban haciendo Sasha e Isabella ahora
mismo?
—¿Qué carajos quieres decir? —gruñí, mientras imaginaba todas las
formas creativas en que podría torturar a mi hermano si la tocaba.
—Bueno, Ryan Johnson le envió medio millón de mensajes rogándole
que volviera con él. Sasha siempre ha estado loco por ella. Tal vez esos dos
finalmente se junten. Así que yo diría que es muy buena. Los hombres se
caen de rodillas enamorados de ella. Siempre lo han hecho.
Su sonrisa no se me escapó.
—¿Te dijo que Ryan la quiere de vuelta? —Mi tono denotaba
aburrimiento, pero mi cuerpo estaba tenso. Ella nunca volvería con él.
¿Cierto? Si lo aceptaba, encontraría otra forma de deshacerme de él. Tal vez
enterrarlo a seis pies bajo algún remoto campo de Louisiana. O podría
convertirse en comida fresca para los caimanes.
Nunca permitiría que Sasha se enredara con ella. Él lo sabía y ella
también. Nunca aventaría a mi hermano pequeño para darles de comer a los
cocodrilos, sin embargo, no estaba más allá de romperle las dos piernas si la
tocaba.
—No, lo vi en su teléfono. Nunca abrió los mensajes. Me pidió que la
ayudara con eso ya que estaba muy alterada. —No me importaba; Ryan
Johnson no era bueno para Isabella. Al menos eso era lo que me decía a mí
mismo—. Vasili, sea lo que sea que estés haciendo, será mejor que no lo
jodas.—Gruñí, mirando a mi hermana—. No me mires así. Esa mujer a la
que han sorprendido cogiéndose a Ryan... La reconocería en cualquier
parte. Era tu zorra.
No me sorprendió que la reconociera. Nunca traía mujeres cerca de mi
hermano y mi hermana, pero los medios parecían fascinados con quién
cogía. Siempre salían en todos los periódicos.
Las mujeres no eran una constante en mi vida, así que nunca me
preocupé por la cobertura. Todo era siempre noticia de ayer. Las mujeres
eran una mercancía; las usaba y las desechaba.
«Pregúntale a Isabella», pensé con ironía.
—Métete en tus asuntos, Tatiana.
—No voy a preguntar qué está pasando, Vasili —dijo—. No me lo
dirías, aunque te lo pidiera, pero no me cuestes a mi mejor amiga por tus
propios motivos egoístas. Sé que eres la razón por la que se alejó de
nosotros.
Por primera vez, mi hermana me sorprendió y eso rara vez ocurría. De
hecho, podía contar las veces que alguien me sorprendía con los dedos de
una mano.
—¿Y cómo lo sabes?
—Como sea —murmuró en voz baja—. No voy a caer en tus juegos.
La habría interrogado sobre lo que sabía, pero Sasha e Isabella entraron
en ese momento. La mano de mi hermano la rodeaba despreocupadamente.
Debía de haberse dado una ducha rápida porque tenía el cabello mojado.
Llevaba un vestido de verano amarillo claro con sus hombros y brazos
descubiertos. La idea de que se hubiera duchado cerca de Sasha me daba
ganas de matarlo. «¿La habría tocado?»
Una neblina roja inundó mi visión y tuve que inhalar profundamente
para calmarme. Por desgracia, su olor, que irradiaba por toda la habitación,
entró en mis pulmones y, al instante, pasé de la rabia a tener la verga dura
como una piedra. Ella siempre olía así, a mar mezclado con bronceador. Ese
aroma suyo era siempre suficiente para excitarme y ponerme duro sin
ningún esfuerzo. Podía quedarse allí parada y yo me masturbaría al tener su
aroma en mis fosas nasales.
¿Me dejaría? Carajo, quería que me dejara. Lo triste era que
probablemente no duraría mucho, sabiendo cómo se sentiría debajo de mí.
CAPÍTULO OCHO
ISABELLA

E l almuerzo fue tenso, pero puede que yo fuera la única que lo sintiera
así. El mayor de los Nikolaev me tenía en ascuas. Siempre me ponía
nerviosa.
Se recostó en su silla, sorbiendo su whiskey con los ojos fijos en mí,
estudiándome. Su mirada me quemaba el costado de la mejilla mientras yo
me esforzaba por ignorarlo.
—¿Cuáles son tus planes, Isabella? —Su voz profunda y acentuada me
golpeó el vientre bajo. Rara vez me llamaba por mi nombre. Excepto
aquella noche. Y ahora parecía disfrutar usándolo, provocándome con esos
recuerdos. Me encantaba cómo sonaba mi nombre en su lengua, con ese
acento ruso.
De los tres hermanos, él era el que tenía el acento más fuerte, y a mí lo
que más me gustaba era su voz. Las palabras que ese hombre podía
pronunciar entre las sábanas... no importaba si eran en ruso o en inglés, eran
tan excitantemente sucias.
La mano de Sasha apretó la mía y alcé una ceja.
—¿Mmmm?
—Vasili preguntaba cuáles son tus planes —repitió la pregunta de su
hermano.
Mierda, me perdí tanto en mis pensamientos que no me di cuenta de que
no le había contestado.
Los labios de Vasili se torcieron, como si supiera lo que me había
hecho. «No sabe una mierda», me aseguré. Mi enamoramiento por Vasili
hacía tiempo que había desaparecido. Puede que mi cuerpo lo deseara, pero
mi corazón no.
Nuestras miradas se cruzaron y escondí todos mis deseos en un rincón
profundo y oscuro.
—No tengo ninguno —agregué encogiéndome de hombros—. Ten por
seguro que si se me ocurre uno... no lo sabrás.
Su mandíbula esculpida se apretó más, un leve parpadeo de un músculo
de la misma, pero desapareció rápidamente. Se llevó el vaso a sus labios
carnosos y suaves y tragó el líquido ámbar, provocándome escalofríos. Me
vino a la mente la imagen de él entre mis muslos y, al instante, el deseo se
encendió de nuevo. Tenía la sensación de que me obligaría a ver cómo me
devoraba, con la mirada clavada en mí para asegurarse de que hiciera lo que
me ordenaba. «Así como aquella noche».
Observé cómo se movía la piel bronceada de su garganta, mientras
tragaba otro sorbo, y juré que todo mi cuerpo ardía. Incluso su garganta era
sexy.
—No pasa nada —reviró, con los ojos encendidos—. Sabría lo que
estabas haciendo incluso antes que tú.
—Bueno, viejo. Si ese es el caso, consíguete una vida —me burlé. Juré
que el sonido de sus muelas rechinando llegó a mis oídos. Satisfecha de
haberlo molestado, continué—: A algunos les parecería un comportamiento
acosador propio de un tipo raro.
Sonrió, pero sus ojos eran fríos, del color de glaciares pálidos.
—Se me olvidaba. A ti te gustan los hombres como Ryan Johnson,
cabrones con cara de niño que se acuestan con cualquiera que llevara falda
dispuesta a abrirse de piernas.
Lentamente sentí años de ira burbujeando y siseando dentro de mí,
hirviéndome la sangre. Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo,
me levanté de un salto, y mi silla cayó con un fuerte golpe detrás de mí,
aunque no lo noté. Me incliné hacia delante y apoyé las palmas de las
manos sobre la mesa, mirándolo fijamente.
—¡Eso no es cierto! —siseé, con la cara cerca de la suya. En el fondo de
mi mente, reconocí los gritos de asombro de Tatiana y Sasha, pero estaba al
límite—. Crees que sabes algo, pero no es así. Eres un imbécil, Vasili. Un
cabrón rico, egoísta y enfermo al que no le importa una mierda nada ni
nadie, solo él mismo. ¿Y sabes qué, viejo? —Ya estaba gritando en este
punto—. Prefiero tener a un cabrón con cara de niño que a un viejo jodido
en mi cama.
—Oye, oye —Tatiana y Sasha debieron sorprenderse al verme tan
enfadada. Era como si la rabia y el dolor por Ryan y lo que Vasili me había
hecho cinco años atrás hubieran hervido y estallado como un volcán—. Ok,
ustedes dos ya paren. —Intentó calmar la situación Tatiana, pero ambos la
ignoramos, ninguno de los dos dispuesto a ceder.
—¿Cómo explicas entonces esas fotos? —La sonrisa de Vasili era
engreída y en tono de burla y nada me haría más feliz que borrársela de la
cara—. Además, ¿no es demasiado joven para ti?
—¡Tiene mi edad! —escupí.
—Exactamente mi punto. Es un bebé.
—Bueno, ¿y eso qué quiere decir? —Me apresuré a responderle—.
Hombres más jóvenes, más estamina. Algo con lo que un viejo, como tú, no
puede competir.
Se rio entre dientes, completamente imperturbable.
—Ay, chiquita. No deberías jugar con lobos. Eres tú la que no podría
con un hombre.
Me puse rígida ante su comentario.
—No preocupes a tu cabezota con lo que puedo o no puedo manejar —
gruñí. Juraba que todos los pelos de mi cuerpo se erizaban por culpa de este
hombre.
Con calma, sin apartar los ojos de los míos, se llevó el vaso a los labios.
Estaba tan cerca que podía oler su bebida. Lo vi tomar un sorbo, con el
líquido color café en los labios, y mi cuerpo se inclinó hacia él, como una
polilla hacia una llama. Quería lamérselo de los labios, saborearlo.
Saborearlo a él.
—No estoy preocupado —dijo—. Sé que no puedes soportarlo,
malyshka. —Nena. Me llamó nena.
Quería abofetearlo, arañarle ese bello rostro, gritarle. Esta reacción
violenta no era yo. Pero, estaba sacando lo peor de mí. Dios mío, sorprendí
a Ryan cogiéndose a otra delante de mis ojos y mi respuesta fue
prácticamente inexistente. Las palabras de este hombre me estaban llevando
al límite. Tal vez fue porque habían pasado tantas cosas y estallé.
—Perdí el apetito. —Me enderecé y dirigí una sonrisa tensa a Tatiana y
Sasha—. El viejo que tengo a la vista me revuelve el estómago. Me voy a
dar un paseo.
—Eso es —se burló—. Corre, pajarito. Corre.
—¡Imbécil! —Le hice un gesto con el dedo medio por encima del
hombro y salí de allí.
—¡Isabella, espera! —Tatiana estaba justo detrás de mí—. Iré contigo.
No podía detenerme; tenía que poner la mayor distancia posible entre
ese hombre y yo. ¡O lo mataría! O peor aún, me abalanzaría sobre él y le
rogaría que me cogiera. Maldita sea, ¿qué me pasaba?
—Come con tus hermanos —indiqué, sin aflojar el paso.
—No, ni mierda. —Me alcanzó—. Vasili se está portando como un
imbécil. Voy a dar un paseo contigo.
CAPÍTULO NUEVE
VASILI

—¿Quésalieron
carajos fue eso? —cuestionó Sasha en cuanto las mujeres
de su vista. Apreté los labios, ignorando a mi hermano
—. No me ignores. Siempre me ha gustado. Ahora está soltera y...
Salí disparado y me lancé a la cara de mi hermano.
—¡No puedes tenerla! —Hermano o no, le partiría la cara si la tocaba.
—Eso no depende de ti.
Lo agarré por la camisa y lo levanté de la silla.
—Sí, depende de mí, y no la vas a tocar.
—¿Qué diablos te pasa? —Sasha no podía ni empezar a comprender lo
que me pasaba. Esa mujer era mi droga.
—¿Qué hiciste con ella hace rato? —pregunté con los celos
carcomiéndome—. ¿La tocaste? —Sasha me dio un puñetazo en las
costillas, aunque no me moví.
—¡Contéstame!
—No, maldito idiota. —Intentó dar otro puñetazo, pero falló—. No la
toqué. Se llevó la ropa al baño, cerró la puerta y hablamos mientras se daba
una ducha rápida y se vestía.
Satisfecho con su respuesta, lo solté y se enderezó. Nunca había perdido
el temperamento con mi hermano. No así. Apenas una hora cerca de
Isabella y ya estaba golpeando a mi propia sangre. Supongo que Tatiana
tenía razón, Sasha quería a Isabella.
«Ha, ¡no la tendrá!».
—¿Qué demonios pasó entre ustedes dos? —Sasha me miró con
curiosidad—. Y no me digas que nada.
—Nada.
—Si no fuera nada, no te importaría que me la quisiera coger.
Gruñí. La idea de ver a mi hermano menor con Isabella hacía que la ira
me recorriera las venas. Nunca permitiría que la tocara. Había vuelto a mi
vida y sería mía mientras yo lo dijera.
«Es cierto que la obligué a irse de L.A.».
Ignoré mi consciencia y cómo había llegado hasta aquí. El hecho era
que ella estaba presente, y yo la quería. Y lo que quiero, lo obtengo.
—Mantente alejado de ella —ordené y salí. Había abusado oficialmente
de mi bienvenida.
Durante todo el día, mi sangre hirvió con pensamientos de Isabella.
Aquella noche de Halloween de hace cinco años, cuando la encontré en la
fiesta de la fraternidad y vi cómo aquel maldito chico la tocaba, se desató
todo el deseo que sentía por ella. Habría matado a ese tipo de no ser por el
lugar lleno de testigos. Todavía podía imaginármela con aquel vestidito
rosa; estaba jodidamente buena.
Había luchado contra la atracción que sentía por ella desde el momento
en que nos conocimos. No dejaba de recordarme quién era su madre, cuánto
le había costado a mi familia. Sin embargo, nada de eso le importaba a mi
miembro.
Pero esa noche, perdí esa batalla. En ese momento, me importaba una
mierda quién era su madre, su aventura con mi padre, ni lo que le costó a mi
familia. No me importaba nada ni nadie. Solo Isabella en mis brazos.
Fue la rendición más dulce. Ella debería haber conseguido algo mucho
mejor que yo para su primera vez. Estaba tan ciego de lujuria y necesidad
por ella que ni siquiera me di cuenta de que era virgen. Una maldita virgen
y ni siquiera me advirtió.
Fue sin duda la mejor noche. Lo que le faltaba de experiencia lo
compensaba con su entusiasmo y pasión. Y por Dios, era perfecta. Todo lo
que nunca supe que quería y necesitaba.
Hasta que llegó la madrugada y me desperté recordando lo que su
madre le costó a la mía. Su madre era la razón por la que la mía estaba
muerta. Para añadir la cereza al pastel, también había una amenaza de la
familia Santos y no podía arriesgar la vida de Tatiana ni la de Sasha. Incluso
me dije a mí mismo que le estaba haciendo un favor a Isabella al
deshacerme de ella. Ella no estaría en el radar de ningún otro mafioso. A
diferencia de su madre que le gustaba dormir de un mafioso a otro.
Mi padre siempre me dijo que Marietta Taylor estaba bajo la protección
de Santos. La suposición natural era que Isabella también caía bajo su
protección. Excepto que había muchos agujeros en esa protección y la
desesperación de mi padre por cazar a la mujer que amaba acabó costándole
la vida. Tatiana apenas iba a la preparatoria, se quedó huérfana y al cuidado
de sus hermanos mafiosos.
¡Que mierda!
Yo no tenía toda la historia, nadie la tenía, hasta que hablé con la mujer
por la que mi padre se obsesionó. Por desgracia, fue meses después de que
yo hiciera el daño. Y la hija de Marietta se llevó la peor parte.
Sabía que tenía que dejarla ir. Sabía que nunca podríamos estar juntos,
su madre lo selló incluso antes de que naciera Isabella. Lo mejor que me
había pasado, y duró menos de doce horas.
Mi teléfono zumbó.
—La señorita Candace en la línea dos.
Maldita sea, realmente no quería saber nada de ella. Ya le envié el pago
por dejar que Ryan Johnson se metiera entre sus piernas.
Atendí la línea.
—Sí.
—Aaah, Vasili. Soy yo.
—¿Qué quieres? —exclamé, no estaba de humor para ella ni para
ninguna otra mujer, a menos que fuera Isabella Taylor. Aunque me odiara a
muerte, quería estar cerca de ella. Cuando habló con aquella voz suave y
cálida y me miró con aquellos ojos color caramelo, me penetró la piel y
todos mis pensamientos se esfumaron. Excepto uno. «Mía».
—No hace falta que seas grosero conmigo —murmuró y el sonido me
agitó—. Solo te estoy dando una advertencia justa.
—¿Y cuál es?
—Ryan Johnson quiere recuperar a su chica. Contrató a un detective
privado para encontrarla.
Me enderecé en mi asiento.
—Se supone que debes mantenerlo ocupado.
—¿Y qué quieres que haga, Vasili? ¿Atarlo a la cama y cogerlo, hasta
que deje de aclamar su nombre?
—¡Si eso es lo necesario! —grité.
—Bueno, se acabó. No quiere llamarme ni verme. Y ahora se empeña
en buscarla.
«¿Es que hoy no puede salir nada bien?» gemí en silencio. Hoy ha sido
un desastre desde el momento en que me levanté.
Terminé la llamada sin decir nada más y le escribí un mensaje a Adrian
para asegurarme de que estuviera pendiente de Ryan. Había dos hombres de
incógnito vigilando a Tatiana e Isabella, pero Adrian era su guardaespaldas
directo. Era el único en quien confiaba tan cerca de ellas.
La respuesta de Adrian fue una inmediata confirmación. Y un aviso de a
dónde iban a ir las chicas esta noche. Yo haría acto de presencia. Después
de todo, Isabella ahora estaba en mi ciudad y la haría mía, aunque tuviera
que derribar todos esos muros que mantenía levantados. Quemaría mi
propia ciudad, si fuera necesario.
Sasha entró en mi despacho sin tocar.
—Por supuesto, pasa —dije con sarcasmo.
—Puede que tengamos un problema. —Se limitó a sonreír y se sentó en
la silla.
Puta, ¿otro problema?
—¿Qué?
—Santos podría sospechar que no fueron los mexicanos los que
eliminaron a su padre.
No era de extrañar que enviara a sus hombres a explotar mi edificio,
pero me guardé esas palabras. Raphael Santos era inteligente y calculador, a
diferencia de su padre, que era más precipitado e impulsivo.
—Sabíamos que se daría cuenta.
—Sí.
Sasha no me engañaba. Quería vengarse de toda la familia Santos por
haber matado a nuestro padre. Podía entender la necesidad de venganza y
yo estaba en el mismo camino hasta que mis prioridades cambiaron. El
hombre que mató a nuestro padre estaba muerto, así como muchos otros
que trabajaban con él. Tendría que conformarme con eso. No había justicia
en nuestro mundo. Todos perdíamos cuando se trataba de seres queridos.
Era una lección que Sasha aún tenía que aprender.
—No hagas ningún otro movimiento —le ordené a mi hermano—. Yo
me encargaré de Raphael. Y si se te ocurren más ideas brillantes, piensa en
la seguridad de tu hermana. —«Y la de Isabella», añadí en silencio. Sin
embargo, aún no estaba listo para revelar esa conexión—. Como cabeza de
esta familia te prohíbo hacer cualquier movimiento sin consultarlo conmigo
primero.
Sin saberlo, Isabella se haría demasiado visible si Sasha seguía jodiendo
a Santos.
CAPÍTULO DIEZ
ISABELLA

M e pasé todo el día con rabia, con la ira hirviendo en mi interior y las
palabras de Vasili repitiéndose en mi cabeza.
«No deberías jugar con lobos». Fueron las mismas palabras que
me dijo la mañana después de que le entregara mi virginidad.
Obviamente, cumplió su palabra y no les dijo nada a Tatiana y Sasha.
Porque esos dos seguían felices de verme. Empecé a arrepentirme de haber
venido a Nueva Orleans. Sasha tenía razón; los había estado evitando.
¿Cómo no iba a hacerlo después de lo que había pasado entre Vasili y yo?
Las palabras que soltó, la historia entre mi madre y su padre que nunca
conocí.
Eran solo las cuatro de la tarde y había tanta energía inquieta dentro de
mí que creí que estallaría. Salí a la calle, a pesar del calor húmedo. Tal vez
derretiría la energía y la rabia que hervían dentro de mí. Tatiana estaba en
casa, perdiendo el tiempo con algunos diseños de moda. No entendía por
qué había estudiado Ciencias Políticas si lo que le interesaba era la industria
de la moda.
No era como si tuviera que tener una licenciatura sensata. Al fin y al
cabo, su hermano se encargaba de que le fuera bien. Gruñí en voz alta. No
quería pensar en ese hombre. Ese maldito diablo vestido con ropa cara. Más
bien un lobo con piel de oveja engañándote hasta que bajes la guardia y
luego atacándote. Sí, él era todo lo malo.
Estaba en el límite de la propiedad de Tatiana y me debatía entre seguir
caminando o dar media vuelta y regresar. Justo cuando iba a darme la
vuelta, oí una voz familiar que me llamaba.
—Isabella.
Me giré y me encontré cara a cara con Ryan. Parpadeé, esperando
habérmelo imaginado allí, pero seguía de pie. Tenía la cara desaliñada por
la sombra de la barba y el pelo alborotado como si se hubiera pasado la
mano por él cien veces.
Dio un paso hacia adelante cuando Adrian apareció de la nada, su
corpulencia le impidió acercarse más a mí.
—Por favor, Isabella. —Su voz era suave, empapada de arrepentimiento
—. ¿Podemos hablar? Solo quiero explicarme. Dame la oportunidad de
explicarte.
—Estás en propiedad privada. —La voz de Adrian era tranquila, aunque
había un matiz de amenaza en ella.
—Está bien, Adrian.
—No, no lo está. Esto es propiedad privada y no puede poner un pie en
la misma.
Dejé salir un suspiro de molestia, y di un paso alrededor de Adrian.
—Bien, entonces saldré de la propiedad privada y hablaré con él.
—Isabella...
—Ahórratelo, Adrian. No me importa. —Me acerqué a Ryan y sus
brazos me rodearon, pero lo aparté suavemente.
—Podemos hablar, Ryan. Nada más.
Asintió, pero aún había esperanza en su rostro.
—Mi auto está allí mismo. —Seguí su mirada hasta una vieja camioneta
Chevy. Alcé una ceja, sorprendida—. Estoy de incógnito —murmuró—.
¿Recuerdas cuando hablamos de viajar una semana de incógnito?
Sí, me acordaba, pero ya no iba a pasar. Rompió mi confianza y no hay
vuelta atrás. Cuestionaría cualquier cosa que me dijera a partir de ahora.
Sentí la mirada de Adrian clavarse en mi espalda, obligándome a no ir a
hablar con Ryan, pero no era asunto suyo, ni de nadie más que de Ryan y
mío.
—No creo que esa camioneta te saque del estado. —Le negué con la
cabeza a Ryan, aunque así era él, siempre yendo a los extremos.
Caminamos hacia la oxidada camioneta color canela estacionada bajo la
sombra. Cuando abrió la puerta para que subiera, negué con la cabeza.
—Podemos sentarnos en la parte trasera de la camioneta y hablar.
Lo vi dar la vuelta y abrir la parte trasera del vehículo. Él era realmente
guapo, con cara de niño. Nada que ver con Vasili. Probablemente por eso
acepté salir con él. Era una alternativa más segura y nunca podría hacerme
daño como mi primer amante.
A pesar de que había sorprendido a Ryan con otra mujer y de que había
traicionado mi confianza, mi mundo no se hizo añicos tan fuerte como la
mañana siguiente a entregarme a Vasili. Sí, dolía, pero era más bien un
dolor ligero.
Los dos nos levantamos y nos sentamos en la parte de atrás, con los pies
colgando de la camioneta.
—Será mejor que no viajes de incógnito en este auto —dije—. Este
pedazo de chatarra probablemente no te sacaría fuera de la ciudad. Quieres
estar seguro, no ser un incógnito estúpido.
—¿Te preocupas por mí? —Soltó una risa baja y estrangulada.
Giré la cara hacia él.
—No quiero verte herido o en una situación peligrosa, si eso es lo que
preguntas.
—¿Así que te preocupas?
—Ryan, ¿por qué estás aquí? —No tenía sentido debatir si me
importaba o no.
El silencio se prolongó y pensé que podría haber cambiado de opinión
sobre lo que había venido a decir.
—Esa mujer no significaba nada.
Miré mis pies colgando de un lado a otro, balanceándose con sus
palabras, ahogando el aire entre nosotros.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —Mi voz estrangulada. Cuando era
niña, mi madre siempre me enseñaba que toda acción tenía una
consecuencia. Por supuesto, no me daba cuenta de que hablaba por
experiencia propia, sin embargo, tenía razón. Cada elección que hacía tenía
una consecuencia. Yo quería a Vasili, pero estaba ciega a propósito a la
crueldad que se escondía debajo de esa ropa cara. Me conformé con Ryan
porque pensé que era una alternativa segura. A pesar de que la intensidad de
lo que sentía por Ryan no coincidía con lo que sentía por Vasili, aun así,
dolía—. Querías que nos mudáramos y ahí estabas...
No pude terminar la frase.
—Fui un idiota —murmuró—. Dejé que las promesas de tu amigo se
apoderaran de mí.
Volví la cara hacia él, frunciendo el ceño.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué amigo?
—El hermano de Tatiana.
Cada pelo se erizó en mi cuerpo, tenso como una goma elástica a punto
de romperse.
—¿Vasili? —El nombre se me atragantó en un susurro.
—Sí. Me prometió una película de Sony Pictures con un papel
protagónico y un contrato de cinco años con una casa discográfica.
—¿Si te acostabas con esa mujer? —Me sorprendió que mi voz
estuviera tan calmada.
—No, si rompía contigo. —Se pasó la mano por el cabello,
convirtiéndolo en un atractivo enredo juvenil. Tan diferente a Vasili—. Así
que me dije que, si ya no te tenía, me ahogaría en otras mujeres mientras tú
estuvieras en mi mente.
El zumbido en mis oídos comenzó bajo y se intensificó con cada
segundo, amenazando con ahogar todas las razones por las que me había
ido. Quería arremeter, gritar a pleno pulmón, rabiar. Por fin entendía el
término “asesinato pasional” porque estaba tan malditamente furiosa que
podía matar. Vasili era un maldito cabrón. Un cabrón manipulador,
arrogante y cruel.
El estruendo de unos neumáticos rompió la niebla de mi ira, pero no
levanté la cabeza para ver quién era. Me concentré en la furia que hervía en
mi interior con imágenes mías asesinando a Vasili Nikolaev.
—Esa explicación es una mierda —murmuré. Nunca me metería en la
cama con la siguiente persona, solo para ahogar el recuerdo de otra. ¿O tal
vez yo también lo hice? Mientras intentaba olvidar a Vasili, me había
conformado con Ryan—. ¿Quién era la mujer? —Mi voz estaba calmada o
tal vez ya no distinguía nada.
—No lo sé. Me siguió en cada concierto de la última gira. Consiguió
entradas VIP para estar con nosotros—. No me extrañaría que Vasili
hubiera conseguido esas entradas VIP para esa mujer. No había mucha
gente que pudiera permitirse entradas VIP. Pero para poder permitírselas en
todos los destinos de conciertos, hacía falta ser una persona adinerada. Ryan
continuó explicando con voz esperanzada, sin embargo,
independientemente de si fue seducido o no, no podía pasar por alto lo
sucedido—. Al principio, acepté su oferta, luego cambié de opinión y le dije
que no me interesaba. La envió el hermano de Tatiana, pero yo no lo supe
hasta principios de esta semana.
La rabia era amarga en mi lengua. Me odiaba tanto que tenía que
destruir todo lo bueno que quedaba en mi vida.
El ruido de los neumáticos se acercó y, de repente, una bola de polvo se
levantó a mi alrededor, y Vasili saltó del auto, dando zancadas hacia
nosotros como el diablo con un traje negro de Armani.
—¿Qué carajo estás haciendo aquí? —La voz de Vasili nos sobresaltó
tanto a Ryan como a mí—. ¡Te dije que, si te veía cerca de ella, te volaría
los putos sesos!
Parpadeé, observando la escena que tenía delante a través de una lente
lejana. Vasili tenía el cuerpo de Ryan por encima de la camioneta, con sus
dedos tatuados haciendo un puño de su camisa y levantado en el aire.
—¿No te dije que te alejaras de ella? —gruñó y por fin salí de mi
estupor. Me bajé del auto y golpeé con mi puño la espalda de Vasili. Podría
haber estado empujando una montaña, ni siquiera se inmutó.
—¿Qué mierdas, Vasili? —grité—. ¡Suéltalo!
Como si no hubiera dicho ni una palabra, gruñó.
—Estás acabado, Ryan Johnson. No habrá una sola disquera que te
quiera ahora. Te hice una oferta generosa. Todo lo que tenías que hacer era
alejarte de una maldita vez.
Adrian se hizo a un lado, vociferando algunas palabras en ruso, pero
ninguna de ellas la registraba. También parecía tenso, con los ojos clavados
en Vasili como si estuviera loco. ¿Quizás el tipo había perdido la cabeza?
—Vasili. —Me tembló la voz y rodeé su torso con los brazos intentando
apartarlo—. Basta, por favor.
Apreté con fuerza a su alrededor y sentí el bulto de una pistola,
presionando bajo mis brazos. Me quedé helada y mi cuerpo se tensó. El
miedo por la vida de Ryan y la mía era como ácido en mis venas. Rígida, di
un paso atrás, con el instinto de supervivencia a flor de piel.
Eso alarmó a Vasili más que todos mis golpes y gritos. Dejó caer a Ryan
como un muñeco de trapo y yo di otro paso atrás, alejándome del peligro.
Vasili se dio la vuelta, dando un paso hacia delante, y yo le seguí
inmediatamente con otro paso hacia atrás. Nuestras miradas se encontraron,
un silencioso duelo de voluntades. ¿Qué quería? ¿Su objetivo era hacerme
sentir miserable? ¿Era eso?
—Ven conmigo, Isabella —suplicó Ryan—. No volveré a cometer el
mismo error. Por favor, confía en mí.
—¡Vete ya! —Adrian lo arrastró con facilidad y lo metió en la
camioneta—. Y no vuelvas nunca más.
Ryan luchó contra él, pero no eran oponentes.
—Isabella, ven conmigo. Lo siento, ni siquiera debí haber considerado
la oferta de este imbécil. Eres la única para mí. Por favor, danos otra
oportunidad.
La confianza no volvería a existir con Ryan, pero tampoco podía
quedarme cerca de Vasili. Di un paso hacia la puerta del pasajero cuando
sus palabras me hicieron detenerme en seco.
—Si entras en esa camioneta, él es hombre muerto. —La voz de Vasili
era baja y tranquila, muy distinta de la furia que acababa de presenciar, pero
había una amenaza inquietante en esa voz calmada, creí que lo haría.
«Despiadado y peligroso».
Tragué saliva.
—Adiós, Ryan. —Apenas pude pronunciar esas palabras.
Independientemente de la amenaza de Vasili, habría sido un adiós,
aunque tampoco quería quedarme cerca de Vasili. Ahora permanecía parada
en mi lugar, temerosa de que tal vez aquel hombre quisiera cobrarse más
venganza por el dolor que mi madre le causó a su familia.
—Bella...
—Vete, Ryan. —Mis ojos no se apartaban de Vasili, temerosa de que, si
apartaba la mirada, cumpliera su amenaza.
Oí el ruidoso arranque del motor y, al siguiente segundo, Ryan había
desaparecido entre el polvo del aire caliente y húmedo.
Permanecí inmóvil, con Vasili sosteniéndome la vista. Mi ira aumentaba
con cada segundo de silencio que pasaba. Mi madre siempre me decía que
me convertía de tímida a rabiosa cuando me asustaban. Era una reacción
incorrecta, pero ¿cómo podía controlarla? Mi madre creía que eso me
mataría algún día. Hoy podría ser ese día.
«¿Quién demonios es este hombre?». La acidez me subió por la
garganta, alimentando mi rabia. Era un monstruo, el diablo disfrazado de
caballero, sin embargo, este hombre no tenía nada de gentil. Debía vivir de
la crueldad y el sufrimiento.
Mi mano voló por el aire y chocó con su hermoso y duro rostro.
Una bofetada.
El sonido resonó en el aire o quizá solo en mis oídos. Su mandíbula se
apretó, pero no se movió. La única traición a su ira era el latido de la vena
de su cuello. Era tan jodido porque, a pesar de lo enfadada que estaba, tuve
que luchar contra mi cuerpo para no inclinarme hacia delante y lamer esa
vena y saborear el pulso en mi lengua.
Adrian se movió, murmuró algo en ruso o en un inglés entrecortado que
no pude entender y se fue. Empecé a moverme para ir con él cuando la gran
mano de Vasili me rodeó la muñeca.
—Nyet —«No». Una simple orden y mi cuerpo obedeció. Su fría mirada
y su voz me erizaron el vello de los brazos.
Bajé los ojos hasta donde sus dedos rodeaban mi pequeña muñeca. Qué
contraste. Su piel dorada contra la mía pálida. Sus dedos ásperos, decorados
con tinta, eran grandes pero elegantes, y sabía cuánto placer podían dar, al
igual que dolor.
—Eres un cabrón cruel —siseé—. No te importa lo que destruyes,
¿verdad? —La ira creció lentamente en mi interior y me hirvió la sangre.
Me zafé de su agarre y lo miré con el ceño fruncido—. ¿Quieres repartir
destrucción y dolor, Vasili? Hazlo de una puta vez.
Maldito sea este hombre. Quería olvidar aquella noche de placer con él
para hacer borrón y cuenta nueva. Perdí partes de mí esa noche y nada ha
vuelto a ser lo mismo. Tenía que seguir con mi vida.
Se quedó allí, estoico, inmóvil. Su mandíbula trabada, despiadada
terquedad y crueldad en ese bello rostro que me observaba.
—¿Nada que decir? —Fruncí el ceño con la voz temblorosa por la ira.
Normalmente nunca alzaba la voz, pero con aquel hombre lo único que
quería era gritar. Como no contestó, continué—: Ya no soy la chica de hace
cinco años. No me quedaré sentada aguantando tus enfermizos y retorcidos
castigos, Vasili.
Mis ojos se clavaron en la huella de mi mano que marcaba su mejilla y,
al instante, el arrepentimiento me golpeó. Yo no era así. Yo no le gritaba a
la gente, ni les pegaba. No me gustaba ver a la gente herida y yo acababa de
pegarle. Nunca le había pegado a nadie en mi vida.
Sabía que se merecía algo peor, y que no debería querer tener nada que
ver con él. Sí, mi estúpido cuerpo, corazón y alma lo anhelaban, sin
embargo, él era destructivo para mí.
—Siento haberte golpeado. —Era plenamente consciente de la ironía.
Destruyó mi relación con Ryan, me quitó la virginidad, me utilizó para su
lamentable venganza, y yo era la que se disculpaba—. Pero te lo merecías.
—Respiré hondo y di un paso atrás, necesitando más espacio entre nosotros.
Me alivió ver que no me seguía—. Te lo juro, Vasili. Estás sacando lo peor
de mí. No soy así. Nunca le he pegado a nadie en mi vida, nunca le he
levantado la voz a ninguna persona y aquí me tienes gritando dos veces en
un solo día.
Todavía nada. Solo esos ojos pálidos mirándome.
Me pasé las manos por el cabello, sin saber adónde iba a parar esta
conversación unilateral. Tan rápido como aumentó mi enojo, igualmente se
evaporó dejando tras de sí resignación.
—¿Qué quieres, Vasili? —pregunté.
—A ti. —Respuesta clara y concisa; sin embargo, no podía haber
pronunciado palabras más confusas—. Te quiero en mi cama.
Me quedé mirándolo como si fuera una serpiente de dos cabezas. No
podía hacerlo. No otra vez. Puede que mi cuerpo deseara a este hombre
insufrible, pero mi corazón y mi mente nunca lo sobrevivirían.
Mi corazón podría haber palpitado ante sus palabras, podría haber latido
por él, y mi sangre podría haber zumbado con la respuesta «¡Demonios, sí!,
vamos a hacerlo», pero mi cerebro les hizo caso a las advertencias.
Engáñame una vez, será culpa tuya. Engáñame dos veces, será culpa mía.
¿Cuál era el objetivo final de Vasili? Todo lo que hacía tenía un
propósito.
—Ya me tuviste. ¿Recuerdas? Me tomaste y luego me dejaste sin mirar
atrás. Te llevaste mi cuerpo —señalé lo que ambos sabíamos. «Me robaste
el corazón», pensé en silencio, la admisión cerrada en mi alma—. Y luego
me desechaste sin un gramo de remordimiento. ¿Qué más quieres? —Me
pareció ver que se estremecía, pero debí de estar equivocada.
No debería desearlo. «Me niego a quererlo», me susurré.
—Necesito más. —Sacudí la cabeza con incredulidad o tal vez fue para
convencerme de que no lo quería. Pero, era difícil ignorar ese fuego que él
encendía dentro de mí, quemándolo todo a su paso. Incluso mi relación de
dos años con Ryan—. Necesito cogerte duro, sentir tu coño ordeñar mi
pene, saborear tus jugos, oír tus gemidos, sentir tu boca alrededor de mi
verga. Quiero más.
Se me escapó una carcajada.
—¿Necesitas cogerme? Increíble —resoplé—. ¿Te volviste demente?
—Posiblemente.
—¿Y yo qué? —No tenía ni idea de dónde habían salido esas palabras.
—Haré que lo disfrutes. La última vez no te quejaste.
Quería abofetearlo de nuevo. En lugar de eso, me quedé boquiabierta.
Tal vez también hablé de más, no estaba segura, pero de una cosa estaba
segura... Vasili había perdido la cabeza.
—Ya no me puedes aportar nada bueno, hijo de puta. ¡YO... NO... TE...
QUIERO! —bramé mientras mis manos temblaban de rabia. Era mi
perdición. Igual que su padre fue la perdición de mi madre. Debería haberlo
sabido.
—Sí, me quieres. —¡Qué descaro el de este hombre!
De repente, ya estaba harta. No más Vasili. No más Ryan. Ya había
acabado con todo. Di un paso atrás y negué con la cabeza.
—No, no te quiero —dije en voz baja, sacudiendo la cabeza—. Puede
que sienta lujuria por ti, pero no te quiero. —Hice hincapié en las palabras
—. Hay una gran diferencia. Deberías aprenderla.
—Podemos empezar con lujuria —argumentó—. Aliviaremos nuestro
deseo.
—Creo que tienes razón —murmuré y durante un breve segundo vi un
rayito de victoria cruzando por su rostro, pero lo malinterpretó por
completo—. Estás loco. La respuesta es no, Vasili. No puedes tenerme.
Avanzó, inclinándose sobre mí, el aroma de su colonia amaderada
invadía mis pulmones, pero me negué a acobardarme, a demostrarle que me
había impactado. Me mantendría firme frente a él.
—Puedes engañarte a ti misma, Isabella, pero me deseas. —Su aliento
caliente me quemó en el punto sensible de mi cuello—. Ryan nunca te tuvo,
no como yo. Tu coño es mío. Siempre ha sido mío. Tu cuerpo es mío. Tú
eres mía. Y si a ese ex novio se le ocurre acercarse a ti otra vez, lo haré
pedazos.
—Esa es tu respuesta a todo, ¿no? Destruir todo lo que se interponga en
tu camino. —Me alejé de él mirando su sonrisa malévola—. Ni se te ocurra
tocar a Ryan.
Su risa era burlona y cruel.
—Sabes que no fue su primera aventura, ¿verdad? —De alguna manera,
no me sorprendió, pero todavía era horrible oírlo en voz alta—. Y todavía
así, te preocupas por él.
—Eres un gran imbécil. ¿Te hace sentir bien restregármelo en la cara?
¿Crees que decir eso hará que te quiera? —Me reí burlonamente—. Al
menos tiene corazón. Al menos sabe cuándo disculparse.
—Nunca volverá a tenerte, malyshka. Eres mía, carajo, y cuanto antes lo
aceptes, será mejor para los dos.
—Solo saca esa pistola que llevas bajo la chaqueta y dispárame, Vasili
—reté fanfarroneando—. Solo así me sentiré mejor —me burlé.
¡Estaba loco! Al parecer, yo también, porque, a pesar de todo, sí quería
que me cogiera. Hacía cinco años que me consumía viva en todos los
sentidos de la palabra. Maldito sea este hombre, quería que me consumiera
viva como aquella noche.
Al ver una fugaz expresión de asombro en su rostro, le di la espalda y
me alejé de él sin mirar atrás. Mientras tanto, luchaba contra el impulso de
darme la vuelta y correr hacia él, rogarle que me tocara y me quemara al
tacto.
Ojalá que Dios me ayudara, necesitaba encontrar algo de respeto por mí
misma, porque estaba muy tentada de decirle que sí a Vasili Nikolaev. El
maldito diablo que seguía tentándome con sus palabras pecaminosas porque
él tenía razón. Mi cuerpo sí lo deseaba, pero no podía permitírselo. Después
de todo lo que había hecho, él no merecía tenerme.
CAPÍTULO ONCE
VASILI

¡MalditoTuvo
Ryan Johnson!
que jugar a ser un caballero y tratar de tomar lo que es mío.
Estaba medio tentado de ir tras él y darle una paliza. Pero, Isabella sabría
que fui yo.
Lo único que tenía que hacer era tomar el dinero y cogerse a otras
mujeres. Era tan jodidamente simple, pero tenía que cagar eso también.
Pensó que era inteligente al venir por Isabella. ¡Error, amigo!
¡Malditamente equivocado! Ella era mía.
En cuanto el mensaje de Adrian me avisó de su visita, dejé mi reunión
de negocios a medias y conduje como un loco hasta aquí. Perdí la cabeza al
verlos sentados en la parte trasera de la camioneta como en un maldito
infomercial romántico.
Sabía que Ryan era lo único que mantenía a Isabella en Los Angeles.
Así como el cabrón que era, me deshice de él.
¿Me convertía eso en un hijo de puta cruel y enfermo?
Sí, primero muerto antes de verla conformarse con él mientras se tiraba
a cualquier falda dispuesta durante sus giras. Isabella también lo sabía.
Conocía sus hábitos de gasto, su rutina, todo. Era la razón por la que ella
seguía insistiendo en usar condones incluso después de salir con él durante
dos largos años.
Isabella podría negarse a admitirlo, pero todavía me deseaba. La forma
en que su cuerpo se sonrojaba, cómo sus ojos brillaban o se empañaban de
lujuria. Lo tiré todo por la borda hace cinco años, pero me equivoqué.
Ahora, me negaba a dejar que ella se equivocara de la misma forma. No me
inclinaba ante nadie, no le rogaba a nadie más que a ella… ¡maldita sea!,
rogaría y mataría por ella.
La verdad era que lo jodí hace cinco años. Confié ciegamente en las
palabras de mi madre, sin dudar que sería tan superficial como para recurrir
a mentir hasta su último aliento.
Ahora que la familia Santos sabía de su existencia, Isabella estaba más
segura conmigo. Me pertenecía. Y no dejaría que nadie más la tuviera. Era
mía para protegerla y cuidarla.
CAPÍTULO DOCE
ISABELLA

L as palabras de Vasili resonaban en mi mente una y otra vez. «Te quiero


en mi cama. Quiero saborearte».
Si tan solo me repugnaran sus palabras. Si tan solo no lo deseara
también. ¿Qué me pasaba? ¿Dónde estaban mi respeto propio y mi
dignidad? El hombre me usó como su propia venganza enfermiza y luego
me desechó como un pedazo de basura. Y aun así se me antojaba su tacto,
su olor, sus palabras sucias.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando Tatiana entró corriendo
en mi habitación entregándome otro vestido. Habíamos estado así desde
hace una hora. Hubiera preferido ponerme unos pantalones cómodos de
yoga y holgazanear por la casa que salir.
Levanté el vestido delante de mí y mis ojos casi se salían de mi cabeza.
—¡Dios mío! ¡No puedo ponerme esto! —exclamé.
—Isabella, tienes un cuerpo asesino. Úsalo. —Empujó el vestido hacía
mí, exigiendo sin más palabras que me lo probara. Esperó con una ceja
levantada, retándome a decir algo.
—¿Usarlo para qué? —murmuré, pero tomé el vestido. Me desvestí
hasta quedarme en ropa interior y luego me metí en el diminuto vestido rojo
—. ¿Para que me confundan con una prostituta? —inquirí con
incomodidad.
—Eso no tiene nada de malo.
Puse los ojos en blanco y me vestí con el pequeño trozo de tela roja
brillante.
—¡Wow! Te ves increíble. —Silbó mientras me hacía girar. Me vi
reflejada en el espejo grande y no podía creer la mujer que me miraba. El
vestido brillante y resplandeciente se ajustaba a mis curvas en todos los
lugares adecuados acentuando mi cuerpo. Contrastaba con mi cabello
oscuro y mis piernas delgadas parecían más largas en él. Probablemente
porque había muy poco de mis piernas cubiertas.
—Vas a dejar sin aliento a cualquier hombre —anunció—. Toma,
combínalo con estos zapatos.
Me dio un par de zapatos de tacón Christian Louboutin color piel:
sencillos, elegantes y escandalosamente caros.
—Mmmm, me sorprende lo cómodos que son.
—Porque están hechos para ti. —Sonrió.
—Está bien, ahora ve a prepararte —indiqué—. Y más te vale lucir tan
putona como yo —dije riendo. Tenía razón, esto era una buena terapia y me
estaba sintiendo mejor, a pesar de que su hermano mayor estaba en la
ciudad. De alguna manera, tenía la sensación de que Vasili había entrado en
mi vida a propósito. Ese hombre era un maldito maniático del control.
A decir verdad, debería haber sabido que eventualmente acabaría
viéndolo si Tatiana y yo seguíamos siendo amigas. Era mi mejor amiga y
me negaba a renunciarla. Y menos por una relación que mi madre y su
padre tuvieron mucho antes de que naciéramos Tatiana y yo. La gente
cometía errores, y no podía responsabilizarme de lo que su padre y mi
madre habían hecho. Lamentaba que hubiera herido a su madre, pero eso
era tanto culpa de su padre como de mi mamá. Además, ella pagó con
creces aquel pecado de una forma devastadora e hiriente.
Desde luego, no estaba dispuesta a renunciar a mi amistad con mi mejor
amiga solo porque su hermano mayor me dejó después de una noche de
sexo asombroso e increíble. Había fantaseado con él desde el primer
momento en que lo conocí. ¡Incluso cuando supuse que era su padre! Un
padre guapísimo, que al verlo se me hacía agua la boca y que se me cayeran
las bragas. Cada vez que Tatiana y yo nos metíamos en problemas, esperaba
con impaciencia que su hermano mayor viniera a salvarnos. Era patético,
pero era la única vez que lo veía.
Tatiana volvió de su habitación y mis ojos se abrieron de par en par.
—Wow, estás preciosa.
Y realmente lo estaba. Llevaba un minivestido negro que se ceñía a su
cuerpo como una segunda piel, escotado hasta la espalda baja, dejando su
piel al descubierto. El vestido negro y su cabello rubio creaban un hermoso
contraste.
Cuando salimos de su casa, el sol se estaba poniendo lentamente.
Adrian se adelantó, apareciendo de la nada, haciendo que tanto Tatiana
como yo chilláramos de sorpresa.
—¡Maldita sea, Adrian! —exclamé—. Nos asustaste.
Cuando volví de mi incidente con Vasili, su chico de seguridad nunca
comentó lo que había pasado. Fue lo mejor; prefería fingir que nunca había
ocurrido. «Porque el olvido es mucho mejor», me burlé de mí misma.
—Lo siento, señoritas. —También tenía acento ruso, aunque no tan
marcado como el de Vasili. Por dentro gemí frustrada conmigo misma. No
quería comparar a todo el mundo con Vasili. ¡Ese puto viejo! «Maldito
hombre sexy». Sacudí la cabeza, intentando sacarme sus imágenes de la
cabeza.
—Hola, Adrian —saludó Tatiana, con una sonrisa suave.
Le gustaba... mucho. Por la forma en que la estaba mirando, diría que a
él también le gustaba. Sin embargo, esos dos nunca tuvieron nada y nunca
entendí por qué. Tatiana siempre fue aventurera y despreocupada. Cuando
quería algo o a alguien, iba por ello. «Así como Vasili», añadí en mi cabeza
e inmediatamente me maldije en silencio.
—¿A dónde es que vamos? —le pregunté a Tatiana mientras nos
deslizábamos en el auto que conduciría Adrian.
—Al Sazerac Bar—respondió—. Íbamos a ir al Carrousel, pero sé
cuánto odias las multitudes. Creo que allí será mejor.
—Estoy de acuerdo —murmuré—. Mientras menos gente, mejor.
Una vez que llegamos, estuve totalmente de acuerdo en que esta era la
mejor opción. El ambiente del viejo mundo de Nueva Orleans se reflejaba
en cada rincón de esta habitación. Estaba situado en el histórico French
Quarter de la ciudad, en la esquina de la calle St. Louis. Las paredes
profundamente pintadas y las fotografías antiguas decoraban el lugar.
Los sonidos graves de una trompeta melancólica sonaban en algún lugar
cercano dándole al lugar un ambiente de energía, atractivo sexual y peligro
acechando en las sombras. Sí, este lugar era lujoso y aún estaba abarrotado
según mi definición, aunque no se podía negar la cruda atmósfera revestida
de elegancia. Era una mezcla del viejo mundo de Nueva Orleans con el
nuevo mundo.
No podía ni imaginarme lo lleno que estaba el otro lugar. Por suerte, no
fuimos allí. Había un gran candelabro de cristal que dominaba la sala y las
mesas que rodeaban la acogedora pista de baile. Sorprendentemente, unas
cuantas parejas se encontraban bailando al ritmo de la suave música.
Tatiana nos reservó un lugar junto al magnífico ventanal que daba a
Jackson Square y a la catedral de St. Louis. Por las calles pasaban
multitudes animadas llevando en sus manos el dulce brebaje alcohólico de
ginebra, ron, vodka y licor de melón que los lugareños llamaban granadas
de mano, mientras reían y charlaban, algunos incluso se caían de borrachos.
Las ventanas estaban abiertas, lo que permitía que entrara una brisa cálida
procedente del río y de la ajetreada calle con la melodía melancólica de una
trompeta solitaria flotando en el aire.
Nos acomodamos en la mesa reservada mientras Adrian se sentaba en la
barra.
—Podría unirse a nosotros, ¿sabes? —comenté—. No me molesta.
—Se negó.
—Oh. —Era extraño oír a alguien rechazar a Tatiana. Los hombres
normalmente babeaban por ella—. ¿Por qué?
—Se le ha metido en la cabeza que deberíamos tener una cita como
Dios manda, no que se una a la cita de chicas. —Se encogió de hombros.
—¿Y eso es un problema? —Alcé una ceja.
—No lo sé —murmuró, su mirada se desvió hacia Adrian. En sus ojos
había un anhelo que nunca antes había visto en su rostro.
—Tatiana, nunca he sabido que te reprimas —insistí—. La vida es
demasiado corta. Si te gusta y tú a él, ve por ello. Acepta su cita.
—Pero, si no funciona, entonces complicaría las cosas.
—¿Por qué?
—Él y Vasili son socios. —Podía ver que eso era un problema—. Son
dueños de una empresa juntos. Sería incómodo si no funcionara para
nosotros.
Le preocupaba que Adrian perdiera su trabajo si salía con él. Aunque
Vasili era protector con su familia, no creía que se entrometiera en las citas
de su hermana. Pero ¿qué sabía yo? Aquel hombre me sorprendía
constantemente.
Nuestro mesero llegó en ese momento y pedimos nuestros cócteles.
Observé a la gente mezclarse en la plaza, a los enamorados tomarse de la
mano y a las familias disfrutar de sus paseos nocturnos. Una cosa que me ha
enseñado trabajar en la sala de emergencias es que no tenemos garantizado
el mañana. Podemos perder la oportunidad de estar con alguien a quien
amamos o de vivir algo extraordinario si nos contenemos.
El mesero volvió con nuestros cócteles y ambas levantamos las copas.
—Por correr riesgos —dije mientras chocábamos las copas en un
brindis. Tomé un sorbo, la bebida afrutada y alcohólica me calentó las
entrañas mientras se deslizaba por mi garganta.
—Creo que deberías aceptar la cita si te gusta —insistí. Sus ojos me
miraron con sorpresa—. ¿Qué? —pregunté a la defensiva.
—Y creo que lo que sea que esté pasando entre tú y Vasili, deberías
continuarlo.
Era mi turno de sorprenderme. Nuestras miradas se cruzaron y no me
atreví a admitir ni a negar qué demonios había entre Vasili y yo. Hoy
arremetí contra él. Hace cinco años, cuando me rompió el corazón en mil
pedazos, no lo hice. Obviamente, cuando sorprendí a Ryan engañándome,
tampoco lo hice.
Me bebí toda la copa y antes de que pudiera levantar la mano para pedir
otra, el camarero ya nos estaba trayendo otra ronda.
—Vasili es el hombre que te hizo daño hace cinco años, ¿verdad? —Lo
formuló como una pregunta, pero era más bien una afirmación.
—Fue hace mucho tiempo.
—Ese hijo de...
—No lo digas —interrumpí—. Fue tanto por mi propia estupidez como
por la suya. —No tenía idea de por qué lo estaba defendiendo. No se lo
merecía. Sí, mi madre rompió a su familia, pero tal vez su familia ya estaba
rota y ella fue una excusa para su padre. En cualquier caso, no justificaba su
comportamiento hacia mí.
—¿Por qué no dijiste nada?
No respondí. No podía decirle que era un acuerdo al que habíamos
llegado Vasili y yo. Él no le diría a su hermana, que era mi mejor amiga,
que mi madre era la causa de la angustia de su familia, y yo no le diría que
me utilizó como venganza. Aunque, la verdad, nunca entendí qué clase de
venganza era esa. Nadie sabría que me había utilizado ya que ambos lo
mantuvimos en secreto.
—Siempre pensé que tal vez serían tú y Sasha algún día —agregó—.
Nunca tú y Vasili.
—No hay un yo y tu hermano —objeté, forzando una sonrisa en mi
rostro—. Con ninguno de los dos.
La forma en que me miraba me decía que no me creía. Está bien, quizá
aún sentía algo por Vasili, pero para él siempre sería solo un método de
venganza.
—¿Supo lo del embarazo? —Su pregunta me sobresaltó y el dolor se
expandió en mi pecho ante los recuerdos.
Realmente no quería hablar de eso ahora. Negué con la cabeza,
costándome decir un simple no. Me culpé por eso. Estaba ahogada en mi
dolor por Vasili y no me había dado cuenta de los síntomas del embarazo.
Hasta que una noche...
Tragué saliva y empujé los oscuros recuerdos hacia un pequeño rincón.
Allí era donde debían estar.
—Dale una oportunidad a Adrian si te gusta. —Prefería hablar de
Adrian que de su hermano.
—Nunca te vi perder los estribos como hoy. —Tenía razón. Y ni
siquiera sabía que perdí mi temperamento de nuevo más tarde ese día, y
luego abofeteé a su hermano mayor. Dios, ese hombre me estaba
convirtiendo en alguien que no me gustaba para nada.
—¿Tal vez ustedes se gustan? —Su voz con esperanza.
Bebí otro vaso del cóctel que había pedido, el cuerpo ya caliente por el
alcohol que consumí. Suspiré al pensar en Vasili. No creía que le gustara. Si
así fuera, no habría hecho toda esta mierda, utilizándome para una ridícula
venganza y sobornando a Ryan para que me dejara.
—Necesito otra bebida —murmuré en voz baja.
Inmediatamente, volvió a hacer señas al camarero.
—¿Sabes?, las mujeres no suelen enfrentarse a Vasili. —Empezó
Tatiana pensativa—. Incluso en la universidad, cuando nos metíamos en
problemas, nunca te acobardabas. Cuando nos regañaba, lo mirabas a los
ojos y te mantenías firme, sin vacilar. Nunca discutiste con él, pero esa
serenidad tuya, observándolo en silencio, probablemente lo volvía loco. Tal
vez ambos han estado teniendo juegos previos todo este tiempo.
Puse los ojos en blanco; sabía que no lo dejaría ir. Me encogí de
hombros porque, en realidad, qué podía decir. La verdad era que me ponía
nerviosa, incluso después de todos estos años, mi cuerpo seguía ardiendo de
deseo al recordar sus manos ásperas sobre mi piel y su boca presionando
contra la mía, conquistándome.
Y ahora me quería en su cama. Sacudí la cabeza con incredulidad. Sus
palabras aún resonaban en mis oídos.
—Podría hablar con él —sugirió en voz baja.
—Por favor, no lo hagas y no arruinemos nuestra noche hablando de
todo eso.
Me miró pensativa y no había duda de que sabía cuánto me afectaba su
hermano mayor.
—Propongo otro brindis. —Levantó una copa y puse los ojos en blanco.
—De acuerdo.
—Por los hombres. —Chocó mi copa—. Pongámoslos de rodillas ante
nosotras.
Me reí. No conocía muy bien a Adrian, sin embargo, a Vasili Nikolaev
nunca lo pondrían de rodillas.
—Claro, ¿por qué no? —Volvimos a chocar nuestras copas—. Hasta el
fondo.
Soltamos una risita, el reloj retrocedió a nuestros años universitarios,
cuando la vida parecía más sencilla. Nos tomamos la bebida de un solo
trago.
—Vamos a bailar —sugirió Tatiana. Las bebidas nos relajaron, pero no
estábamos borrachas ¡todavía! Era lo suficiente para ignorar los ojos que
nos juzgaban y divertirnos. Está bien, quizá estábamos un poco borrachas.
Sonaba jazz suave y nos balanceábamos al ritmo de la música, con los
cócteles en mano, riendo y recordando nuestros años universitarios cuando
dos hombres se acercaron a nosotras con grandes sonrisas.
—Hola, señoritas.
Miré a los dos. Eran algo mayores que nosotras, pero, como tan
amablemente señaló Vasili con Ryan, tenían cara de niño. Se me escapó un
hipo y solté una risita.
—Hola.
—Soy Regi. —Se presentó el tipo de cabello castaño claro.
—Dino —dijo secamente el otro mirándonos a Tatiana y a mí. Dino era
moreno, de piel aceitunada y ojos oscuros. Era guapo, aunque no más que
Vasili.
Tatiana y yo nos miramos y sonreímos. Nunca decíamos nuestros
nombres cuando salíamos.
—Encantada de conocerte.
—¿Cómo se llaman?
Ignoré la pregunta y me limité a sonreír.
—¿Están de visita? —pregunté.
—Sí, estamos aquí por las fiestas de Halloween —anunció Regi—. He
oído que son increíbles. ¿Han ido a alguna?
—No. Es mi primera vez en la ciudad.
—¿De dónde eres? —cuestionó Dino, mirando entre Tatiana y yo. Tenía
la sensación de que buscaba un punto débil para acercarse.
—De aquí y de allá. —Sonrió Tatiana, pero vi que sus ojos se desviaban
hacia Adrian. Seguí su mirada y vi que fruncía el ceño. No parecía
contento. Pobre hombre, no lo culpaba.
—¿Quieren ir a ver un club nuevo? —Regi ofreció. Seguro se movía
rápido—. Se llama La Cueva del Pecado. Queríamos echarle un vistazo, al
parecer es muy exclusivo.
Tatiana y yo compartimos una mirada y sonreímos.
—Curioso nombre —murmuré.
Dirigiéndome a la zona de la barra, para pedir un vaso de agua, asentí a
Adrian mientras volvía la vista hacia Regi y su amigo.
—¿Y cómo crees que vas a entrar allí? —cuestioné—. Si es tan
exclusivo.
—Tenemos nuestros trucos —agregó Dino, sus ojos recorrían mi cuerpo
sin vergüenza. Algo en la forma en que me miraba me revolvió el
estómago. Sí, había aprecio en sus ojos, pero también crueldad. Como el
carnicero mide a sus animales para asegurarse de que son los más gordos y
así pueden sacar el máximo provecho de ellos.
Al menos podría haber sido algo discreto. Tragué saliva, agradecida de
que Adrian estuviera con nosotras.
—Haremos que valga la pena —prometió Regi—. Cantinero, las damas
tomarán otra ronda.
—He terminado por esta noche. —Negué con la cabeza.
—Yo también. —Tatiana me sorprendió. Realmente le debía gustar
Adrian. Estaba en su mejor comportamiento.
—Insisto —añadió Regi.
Puse los ojos en blanco, aunque no me vio porque estaba mirando mis
pechos en vez de mis ojos. Podía insistir todo lo que quisiera, sin embargo,
seguiría sin ir a ningún lugar con él.
—Yo invito —anunció Regi como si acabara de ofrecerme el mundo.
Me pasó el cóctel y, por no rechazarlo, lo tomé. Aunque no me lo bebería
—. Vamos a mi auto...
—Las señoritas están ocupadas. —La voz estruendosa hizo que mi
columna se pusiera rígida. ¡Vasili! ¿Qué demonios hacía aquí? El olor de su
colonia me rodeó y me envolvió en una burbuja en la que todos mis
sentidos solo lo percibían a él. Este maldito hombre, ¿por qué estaba en
todas partes?
El cuerpo de Vasili tan cerca de la piel desnuda de mi espalda me agitó
tanto que me llevé a los labios la bebida, cubriendo mi nerviosismo con una
sonrisa a Regi.
—No beberás eso —gruñó Vasili.
Me quitó la bebida de las manos y la volvió a dejar sobre la barra.
—Vierte esto en el fregadero.
Fruncí el ceño ante su grosería innecesaria.
—Ay, querido hermano. —Sonrió Tatiana con un brillo travieso en los
ojos—. No seas tan aguafiestas. Isabella y yo no hemos terminado por esta
noche.
—Sí, ya terminaron. —No había lugar para la negociación. Sentí un
cosquilleo en la nuca ante su proximidad.
Estaba demasiado cerca; podía sentir el calor que irradiaba de él contra
mi piel. Las llamas lamían mi cuerpo, abrasándome. Todo lo que tenía que
hacer era inclinarme hacia atrás y sentiría su duro pecho apretado contra mi
espalda.
Vi los ojos de Vasili en el espejo detrás de la barra. Literalmente se
cernía sobre mí desde atrás, sus ojos tormentosos y fríos. Su traje oscuro de
tres piezas le ceñía el cuerpo a la perfección. Sabía que debajo de aquel
traje caro, pulido y hecho a la medida, estaba marcado, todo músculo y sin
nada de grasa. Parecía un modelo con cuerpo de luchador de MMA.
—¿Es tu hermano también, preciosa? —preguntó Regi, con el dedo
recorriendo perezosamente la palma de mi mano—. Quizás tú y...
En un abrir y cerrar de ojos, Vasili lanzó todo su peso sobre Regi
inmovilizándolo contra el mostrador del bar con la mano alrededor de su
garganta.
—No la toques. No la mires. Y hoy es la última vez que le hablas. Una
palabra más y estás muerto.
Contemplé la escena con la boca entreabierta por la sorpresa. A Tatiana
no parecía perturbarle en absoluto que su hermano estuviera ahogando la
vida de otro hombre. En lugar de eso, se rio y se bajó del taburete,
dirigiéndose hacia Adrian.
Había algunos transeúntes que fingían no mirar, aunque claramente
observaban cada movimiento de este pequeño conflicto.
—Vasili, ¿qué estás haciendo? —Agarré su bíceps con las dos manos,
intentando apartarlo—. La gente está mirando. Alguien va a llamar a la
policía.
No cedió. Frenéticamente, miré a mi alrededor, buscando a Adrian, sin
embargo, él se quedó allí parado, esperando.
—¿No vas a ayudar?
Adrian se limitó a encogerse de hombros:
—No debería tocar lo que no le pertenece. —Fue todo lo que dijo.
Ambos hombres estaban locos.
—Vasili, déjalo ir —siseé—. Lo matarás.
—De eso se trata, malyshka. —Nuestras miradas se cruzaron, su mano
aun rodeando la garganta de Regi, su rostro enrojeciendo peligrosamente—.
¿Lista para ir a casa?
—Suéltalo ahora mismo, enorme bruto —gruñí. Apretó el cuello de
Regi y puso sus ojos en blanco—. Sí. ¡Sí! Ya estoy lista. ¡Suéltalo! —grité
frenéticamente. Nunca había visto a Vasili tan violento durante mis años en
la universidad. Y eso que Tatiana y yo habíamos hecho cosas estúpidas. Sin
embargo, en los últimos días todo lo que veía era su violencia.
Vasili lo soltó en ese mismo instante y el cuerpo de Regi se deslizó por
el suelo con un fuerte golpe. Di un paso adelante, la doctora que había en
mí dispuesta a ayudar, pero el brazo de Vasili me detuvo.
—Déjalo —advirtió—. Nos vamos a casa.
Miré a Regi, que jadeaba por aire con su amigo al lado. Viviría, pero
probablemente tendría moretones en el cuello.
Lo fulminé con la mirada.
—¿Qué demonios te pasa? —siseé y sus dedos se clavaron en mi brazo
—. ¿Estás loco o qué? No puedes ir por ahí maltratando hombres.
—Oh, hay demasiadas cosas mal con mi hermano —intervino Tatiana,
riéndose entre dientes.
—El hecho de que lo haya visto dos veces en el mismo día me dice que
nuestro brindis de antes tiene algún mérito.
Sacudí la cabeza, tratando de ordenar mis pensamientos.
—Adrian, lleva a Tatiana a casa. —Vasili nos ignoró tanto a su hermana
como a mí—. Yo llevaré a Isabella.
Luego giró la cabeza y seguí su mirada. Tenía a sus hombres
merodeando al fondo; les ladró instrucciones para que se llevaran al tipo y a
su amigo abajo.
—¿Abajo? —Fruncí el ceño y miré confundida entre Vasili y Adrian—.
¿Por qué abajo? ¿Este lugar es tuyo?
—Le echó un roofie a tu bebida —gruñó—. Y sí, este lugar es mío.
Ahora, vámonos a casa.
Giré la cabeza y miré a Regi.
—¿En serio? —Y había sentido pena por él—. Debería romperte la
cara. —Di un paso, pero Vasili me apartó.
—No, malyshka. Ese trabajo es mío. —Algo en la forma en que miraba
a Regi me dijo que tomaría placer al hacerlo.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté alarmada. Intenté zafarme de su
agarre. Algo en la forma en que amenazaba a Regi sin amenazarlo
realmente lo hacía aún más aterrador. Y recordé la sensación de una pistola
cuando intenté apartarlo de Ryan.
—No te preocupes. Tendrá lo que se merece. —Le dedicó a Regi una
sonrisa amenazadora. Este Vasili me estaba asustando demasiado.
—No quiero ir a ninguna parte contigo, estás loco.
No me prestó atención mientras me arrastraba por la calle. Tatiana y
Adrian fueron en la dirección opuesta, hacia el auto en el que nos trajo. Ella
no paraba de reírse, arrastrando juguetonamente el dedo sobre el tatuaje en
el cuello de Adrian.
Me lanzó una mirada por encima del hombro y gritó:
—Recuerda nuestro brindis, Bella —gruñí. Tatiana a veces era
completamente ridícula—. ¡Empecemos esta noche! —gritó y le siguió una
risita. Resultó que estaba más borracha de lo que pensaba. Tal vez yo
también. Aquellos cócteles podían tumbarte. Eran tan sabrosos y afrutados.
Cuando menos lo pensabas, estabas borracha con la brillante idea de
irrumpir en la piscina pública más cercana para bañarte desnuda.
Vasili también nos salvó de esa.
—Quiero ir con Adrian y Tatiana. —Realmente no quería, pero me
preocupaba estar a solas con este hombre. Especialmente en mi estado de
embriaguez.
—Nyet. —Mierda, si empezaba a hablar ruso, podría hacer algo
estúpido. «Solo recuerda que es un idiota, con acento sexy o no», seguía
diciéndome a mí misma—. Te llevaré a casa.
Estaba agradecida de que me salvara de la bebida adulterada, no
obstante, me molestó que se creyera con derecho a decirme lo que tenía que
hacer, sobre todo después de lo de esta tarde.
—Escucha, no puedes decirme con quién me voy a casa —dije, pero
antes de que pudiera pronunciar otra palabra, su cuerpo chocó contra el mío
y su boca se estrelló contra mis labios, mordisqueándome, saboreándome.
Toda razón me abandonó al instante y mi cuerpo se derritió contra el suyo,
mis labios se entregaron a su posesión. Gemí en su boca, deseando más de
él. Sabía incluso mejor de lo que recordaba.
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, se detuvo y me
puso la mano detrás del cuello, obligándome a mantener la cabeza quieta.
—Mírame —gruñó. Nuestros ojos se encontraron y la intensidad de su
mirada quemándome—. Nadie te toca. —Confundida con aquel hombre que
me había abandonado cinco años atrás, me quedé mirándolo—.
¿Entendido?
Parpadeé. Una furia hirviente y ardiente burbujeó en mi interior
sustituyendo a mi lujuria y empujé las palmas de las manos contra su duro
pecho.
—No, no lo entiendo —respondí—. No puedes dictar quién me toca y
quién no. ¿Quién demonios te crees que eres?
Para mi asombro y conmoción, Vasili se limitó a sonreír.
—Soy el que te va a coger duro y por mucho tiempo... muy pronto. —
Mis mejillas se sonrojaron ante sus crudas palabras—. Estás en mi ciudad,
en mi casa. Ahora me perteneces. Tu resistencia... solo me pone más duro
por ti. Así que quizá quieras reconsiderar el resistirte.
Como para confirmar sus palabras, empujó su abdomen contra mí y su
pene duro presionó contra mi vientre bajo.
Si no tuviera la mandíbula sujetada, habría caído al suelo. Sus palabras
ni siquiera eran el hecho más perturbador. Era la respuesta de mi cuerpo. El
calor se acumuló entre mis muslos y mi cuerpo se derritió, deseoso de que
sus palabras se convirtieran en realidad. A pesar de la locura de la situación,
mi cuerpo recordaba cómo me cogió y cómo fue dueño de cada gemido y
estremecimiento de mi cuerpo.
Sacudí la cabeza, despejando la niebla del deseo dentro de mi estúpido
cerebro. Con una mueca de desdén y los ojos en blanco intenté parecer más
segura de lo que me sentía.
—Debes de estar fumando algo muy fuerte. —Intenté sonar firme, pero
me escuché sin aliento. Se rio y me jaló hacia sí—. Hablo en serio, Vasili.
Suéltame.
—Relájate, voy a abrir la puerta del auto y estás en mi camino.
Abrió la puerta de un Lamborghini rojo que probablemente valía más
que todas mis posesiones. En realidad, tacha eso. No había ni un probable
en eso.
—Sube —ordenó.
Me metí en su auto deportivo, con los asientos demasiado bajos hacia el
piso.
—¿Alguna vez has oído hablar de un vehículo normal? —me quejé en
voz baja, bajándome el vestido con el que accidentalmente le mostré el
color de mi ropa interior. Nota mental, entrar en un auto deportivo con un
vestido revelador no era práctico.
Una vez convencida de que no le estaba enseñando nada al mundo, le
lancé una mirada. Seguía parado con la puerta abierta. Levanté una ceja,
esperando a que la cerrara. Atrapé sus ojos en mis muslos y maldije en
silencio a Tatiana por convencerme de llevar un vestido tan corto. Sin
embargo, los ojos de Vasili me decían que le gustaba, y no encontraba
ninguna razón para que no me gustara.
«Recuerda lo que te hizo, Isabella», me reprendí a mí misma.
Era exactamente el recordatorio que necesitaba. Puede que Ryan me
humillara públicamente, pero lo que hizo Vasili fue peor. Me arrancó el
corazón y lo desechó sin pensarlo.
«No eras más que una vagina apretada para mojarme el pene». Me
zumbaron los oídos ante las palabras de despedida que me dedicó hace
cinco años. Era exactamente la ducha fría que necesitaba. Todo el deseo se
evaporó en el aire húmedo y caliente.
—Bueno, cierra la puerta y vámonos. ¿O vas a quedarte aquí toda la
noche?
Levantó los ojos hacia los míos y luego sacudió la cabeza, como para
despejar cualquier pensamiento persistiendo en su cerebro. Cerrando la
puerta, rodeó el vehículo y se puso rápidamente al volante, haciendo rugir
el motor.
Volví la cabeza hacia al otro lado, mirando la noche. No había nada que
ver, pero sentía que las imágenes de aquella noche se reflejaban en las
ventanillas laterales, devolviéndome la mirada. Recordándome. Los
recuerdos seguían doliendo. Cinco años y aquellas palabras seguían
destrozándome.
Hacía apenas dos semanas que Ryan me había roto el corazón y el
escozor había disminuido poco a poco. La peor parte era que ahora sabía la
razón. Era por culpa de este hombre. Nunca debí haber venido con Tatiana,
sabiendo el riesgo que corría de ver a su hermano. Hubiera preferido nunca
volver a verlo.
Todos los dolores palidecieron en comparación a mi reacción ante
Vasili. Perder a mi madre de cáncer fue duro, aunque de algún modo ese
dolor era poco ante lo que sentía por este hombre.
Apoyé la frente en la fría ventanilla, cerré los ojos y me concentré en el
ronroneo del motor en lugar de las voces del pasado. No quería oírlas, no
quería recordar. Sin embargo, si lo olvidaba, fácilmente dejaría que lo
hiciera otra vez. Así era Vasili Nikolaev: cruel y despiadado. Tomaba lo que
quería y luego te descartaba cuando terminaba contigo.
«Concéntrate en el motor, Isabella».
Era solo una chiquilla estúpida en ese entonces. Ya no estaba
encaprichada con él. Corrección, mi cerebro no lo estaba, aunque mi cuerpo
sí. ¡Maldito cuerpo! Mi teléfono vibró, sacándome de mis pensamientos y
lo saqué de mi pequeño bolso que hacía juego con el vestido.
Era Tatiana, que quería asegurarse de que estaba bien. Le envié un
rápido pulgar hacia arriba. Deliberadamente ignorando al hombre que
conducía, me desplacé en el teléfono en busca de las últimas ofertas de
trabajo y oportunidades para terminar la residencia. Solicité puestos de
cualquier nivel junto a la costa este, sabiendo que no podía permitirme ser
exigente.
Ahora que Vasili estaba en la ciudad, sentí que lo mejor para mí sería
conseguir un trabajo cuanto antes.
Perder mi trabajo en L.A. hizo que mi orgullo sufriera un poco,
sabiendo que tendría que empezar desde abajo otra vez. Terminar mi
residencia.
Pero podía hacerlo. Estaba orgullosa de lo que había logrado. El trabajo
en la sala de emergencias en L.A. fue el primero que conseguí al salir de la
facultad de medicina. Fue duro y desafiante, pero no lo cambiaría por nada
del mundo. Había visto una gran variedad de casos, desde heridas de bala
hasta huesos rotos. Por eso quería especializarme en soporte vital cardíaco
avanzado y cuidado traumatológico. Sabía que el ritmo sería agotador y
desafiante. Nunca tendría un día aburrido.
Me llamó la atención una oferta de trabajo. Una sala de emergencias
privada. La terminología era rara, pero no perdía nada en intentarlo.
Escaneé la descripción del puesto y me encantó todo: una clínica pequeña y
privada para tratar todo tipo de lesiones, experiencia en emergencias un
plus. «¡Perfecto!» Incluso ofrecían financiamiento adicional para formación
continua. Tenía que ser una de las principales ciudades metropolitanas, pero
cuando vi la ubicación, me sorprendió ver que estaba en Nueva Orleans.
Era el único inconveniente de todo el anuncio. No estaba segura de
quedarme. Cuanto más pensaba en quedarme en Nueva Orleans, menos me
gustaba. La posibilidad de encontrarme con Vasili lo hacía completamente
poco atractivo.
«No está de más solicitar», me convencí. Y con un sencillo botón, la
solicitud fue enviada.
—¿Buscando trabajo? —La voz de Vasili me sobresaltó. Le lancé una
mirada de reojo y volví a mi búsqueda, ignorándolo—. Eso es muy maduro,
Isabella —murmuró en voz baja.
—Mmmm.
—¿Qué se supone que significa eso?
Ni siquiera levanté la cabeza.
—Significa que un hombre que soborna a otro para que deje a su novia
y se mete en una pelea de bar no tiene derecho a sermonearme sobre
madurez.
Echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Eso no fue una pelea de bar. Te salvé el culo de un pervertido que te
habría cogido mientras estabas inconsciente.
Me estremecí de asco al pensarlo. Era la razón por la que nunca
aceptaba bebidas de ningún chico durante ni después de la universidad.
Supongo que tal vez me salvó, pero Adrian también habría intervenido
eventualmente. Y no se me escapó que no volvió a comentar sobre sobornar
a Ryan.
—Por favor, deja de hablarme.
—No, me gusta hablar contigo. —Puse los ojos en blanco, aunque no
dije nada más. Esperó unos segundos, pero debió darse cuenta de que no
tenía intención de hablar—. ¿Buscas algo por esta zona?
Apreté los labios con fuerza luchando contra el impulso de regañarlo y
finalmente fracasé.
—Deja. De. Hablarme. —¿No podía entender su cabezota esas cosas tan
simples?
—Tenemos que hablar.
—¿Sobre qué? —Mi cabeza se giró hacia él.
Recordé aquel día que le rogué que hablara conmigo y se negó. No tenía
sentido hablar ahora.
—De todo.
Me reí, el sonido amargo en el pequeño espacio del auto mientras volvía
mi atención a mi teléfono.
—Bueno, eso es mucho de qué hablar. Tendrás que hacerlo solo porque
estoy ocupada. Por el resto de mi vida.
No pude resistir la tentación de mirar hacia él mientras aceleraba por la
autopista en dirección a casa de Tatiana. Tenía la mandíbula apretada, los
músculos del cuello tensos, y lo encontraba tan sexy. No podía enojarme un
segundo y ponerme cachonda al siguiente. ¿Verdad?
Pero sabía la respuesta. Resistirme a él era como resistirse a una droga
que has consumido demasiadas veces. Sabía que no era bueno para mí, pero
mi cuerpo lo quería de todos modos. Lo ansiaba. Mi delgada determinación
de resistirme a él se derritió como el hielo bajo el sol abrasador.
Me mordí el labio inferior, tentada de inclinarme hacia él y lamerle el
cuello. Solo para saborearlo de nuevo. ¿Sabría tan bien como hace cinco
años? Dios mío, alrededor de este hombre mis hormonas se disparaban y mi
pulso se aceleraba. El impulso de tocarlo era demasiado fuerte.
Giró la cabeza y nuestros ojos se encontraron, la lujuria desenfrenada
flotando en el aire.
—¡Mierda! —gruñó. Parpadeé confundida, preguntándome qué ocurría
cuando, en el siguiente instante, salió disparado por los cuatro carriles para
tomar la salida. Sus neumáticos chirriaron, girando a la derecha y luego a la
izquierda y se detuvo junto a un edificio vacío, justo debajo de un gran
sauce llorón.
Mirando a mi alrededor, escudriñé la zona mientras el pulso me
retumbaba en los oídos.
—¿Qué hacemos aquí? —indagué, con el corazón latiéndome con
fuerza bajo el pecho.
El sonido de una cremallera en el interior del auto me hizo girar la
cabeza hacia él y me quedé boquiabierta. Su enorme y grueso miembro
salió de sus pantalones y la gran mano de Vasili lo envolvió.
—T-tú, ¿estás? —No pude componer una frase—. ¿Qué estás haciendo?
—pregunté asombrada, con los ojos fijos en los movimientos de su mano.
Sus dedos decorados con tatuajes parecían tan calientes mientras bombeaba
de arriba hacia abajo. Nunca había visto nada tan sexy. Quería sentir sus
manos en mi centro palpitante y adolorido.
—Me masturbo —gimió, con los ojos clavados en mí. ¡Santo cielo! El
corazón me retumbó bajo el pecho y fuego ardió en mis venas. Debería
estar horrorizada, asqueada, enfadada, pero lo único para lo que tenía
energía era para excitarme.
Verlo masturbarse era tan condenadamente erótico.
Aparté los ojos de su miembro y los dirigí a su cara. Su mirada entre
abierta ardía de deseo, la tensión en su cuerpo era visible.
El silencio en el auto, solo interrumpidos por sus suaves gruñidos y las
melodías bajas que sonaban del estéreo del auto. «Esto me está haciendo
sentir viva».
La letra de la canción reflejaba exactamente lo que sentía en ese
momento. La canción Feel it de Michele Morrone susurraría para siempre
lo que pasó esta noche, de este hombre. Vasili me hacía sentir viva.
Lo sentía en cada pulgada de mi piel y ni siquiera me estaba tocando.
Me pasé la lengua por el labio inferior y lo mordí, impidiendo que un
gemido escapara por mis labios.
—Mira lo que me haces, Isabella —gruñó. Dios mío, ¿mi respiración
era agitada o era la suya? ¿O la de los dos?
Mi coño se estremeció de necesidad y mis ojos volvieron a su pene. Su
mano tiraba de él, arriba y abajo; el brillo del semen en la punta me tentaba
a lamerlo. Diablos, podría llegar al orgasmo viéndolo masturbarse.
—Demonios, qué rico hueles. —Sus gemidos llenaron el interior de su
Lamborghini—. ¿Estás mojada, malyshka? —Mi cabeza asintió sin captar
el significado de sus palabras—. Tócate.
No podía moverme, hipnotizada por su pene y el líquido preseminal que
brillaba y corría por su tronco. Podría inclinarme y saborearlo, o al menos
tocarlo. Finalmente, perdí la batalla contra la tentación y mi mano se acercó
a su duro miembro, envolviéndose alrededor de su gran mano.
—¿Sabes cuántas veces me he masturbado pensando en ti? —Su voz
estaba torturada, la tensión y la necesidad de correrse desprendiéndose de
su cuerpo.
Retiré su mano y rodeé su pene con la mía. En el momento en que mi
mano tocó directamente su miembro, un fuerte gemido resonó en el auto y
vibró directamente hacia mi centro. Hacía cinco años que no lo tocaba, pero
se sentía como si hubiera sido ayer. Que Dios me ayude, mi mano lo
recordaba.
Empecé a bombear su pene liso y duro, arriba y abajo, y echó la cabeza
hacia atrás, cerrando los ojos.
—Sí, así, Isabella —susurró, encendiendo llamas por todo mi cuerpo.
Era tan fuerte y a la vez vulnerable en este momento en que se
entregaba a mí. Un día cerca de este hombre y sucumbí a esta lujuria
ardiendo entre nosotros. Y en este momento, ni siquiera me importaba.
—¿Puedo tocarte, malyshka?
Mi mano se detuvo. Inhalé bruscamente y exhalé lentamente. Dios,
quería que me tocara. Era tan tentador decir que sí. Nuestras miradas se
cruzaron y no tuve fuerzas para negarme ni para permitirle que me tocara.
Debió de haber leído la indecisión en mis ojos, la batalla de voluntades
que empujaban y tiraban.
—Entonces tócate —ordenó—. Muéstrame lo mojada que estás.
Tragué saliva.
—¿Puedo sentarme a horcajadas sobre ti?
Las palabras apenas salieron de mis labios antes de que sus dos manos
me agarraran por la cintura y me elevaran sin esfuerzo por la consola
central hasta su regazo. El espacio era estrecho, pero no me importaba.
Quería sentir su cuerpo lo más cerca posible del mío. Mis rodillas se
separaron, cada una se posó en la parte exterior de sus muslos y mi vestido
se subió alrededor de mi cintura. Mis pliegues estaban tan cerca de su
miembro, aunque no era suficiente.
Nuestras miradas se encontraron, nuestros rostros a pocas pulgadas.
—No te tocaré, malyshka —prometió con voz ronca—. A menos que
me lo pidas.
Esa era toda la promesa que necesitaba. Me aparté las bragas y, en
cuanto mi dedo rozó mi clítoris, se me escapó un fuerte gemido.
—Cógete con los dedos mientras me masturbo debajo de ti —ordenó
con un gruñido—. Imaginaré tu coño caliente y apretado alrededor de mi
miembro.
—Vasili. —Su nombre era un susurro jadeante en mis labios mientras
me masturbaba.
La presión en mi interior crecía, llevándome cada vez más alto,
empeñada en perseguir este placer. Lo miré con los párpados pesados, sus
ojos hambrientos en mi centro. Seguí su mirada, observando entre nuestros
cuerpos mientras él bombeaba su pene, de arriba a abajo, y yo me frotaba.
De vez en cuando, accidentalmente o no, rozaba su pene y él gemía. El
sonido era emocionante, peligroso y tentador.
—Quiero probar tus dedos. —Su voz era una demanda áspera. Sin
cuestionar mi cordura ni la suya, llevé mis dedos a sus labios. Siguió
bombeando su pene, con la otra mano enredada en mi muñeca mientras me
chupaba los dedos—. Sabes increíble —gimió, saboreándolo como un
manjar.
—¡Dios mío! —suspiré, el pulso palpitante entre mis muslos era
insoportable. Quería que me tocara, lo quería dentro de mí, sin embargo, las
palabras se quedaron encerradas tras mis labios.
Aparté mi mano de su agarre, la volví a meter dentro de mi ropa interior
y me toqué el clítoris con los dedos. Con su mano libre, me rasgó la tanga,
el sonido desenfrenado paralelamente a nuestra respiración agitada. No me
importaba, lo único que me importaba era el placer. Me acaricié el clítoris
con los dedos, cada vez más rápido y más fuerte, rozando a propósito la
punta de su pene. Cada roce provocaba una fricción y un gemido torturado
saliendo de ambos.
—¡Dios, Dios, Dios! —Seguí repitiéndolo mientras la presión
aumentaba cada vez más. Hundió la cara en mi cabello, jadeando palabras
en ruso.
—Isabella —murmuró—. Mierda, te deseo tanto.
Cerré los ojos, saboreando la sensación. Nunca había sentido ni una
fracción de esto con Ryan. ¡Jamás!
—Vasili, necesito... —¿Qué necesitaba? Lo necesitaba dentro de mí,
que me cogiera duro y sin descanso. Como recordaba que lo había hecho
aquella noche cinco años atrás—. Por favor —supliqué.
—Dime qué necesitas, malyshka. —Sus gruñidos coincidieron con los
míos, los dos tocándonos y necesitándonos el uno al otro con desesperación
—. Te daré cualquier cosa. Solo dime lo que quieres.
Volví a bajar los ojos hacia su pene, que estaba a escasas pulgadas de mi
coño adolorido. Bombeaba su miembro con fuerza, el líquido preseminal
brillando por todas partes, tentándome a sentirlo caliente en mi entrada.
Seguí acariciándome el clítoris mientras bajaba un poco el cuerpo para
sentir la punta de su duro miembro en mi entrada y eso fue todo lo que
necesité. Mi cuerpo estalló en mil pedazos y vi cómo él hacía lo mismo,
mientras su semen salía a chorros por su cuerpo y por toda mi vagina.
Siguió ordeñándose el pene, sus gruñidos y mis gemidos mezclándose.
Froté mi vagina caliente por todo su miembro, disfrutando la sensación de
calor. No tenía ni idea de por qué, pero esto me resultaba tan erótico que
quería seguir haciéndolo. Estaba ávida y quería sentirlo dentro de mí, duro
y profundo.
CAPÍTULO TRECE
VASILI

E scuché la respiración de Isabella, su frente aún pegada a la mía. Tenía


los ojos cerrados, las mejillas sonrojadas y no podía apartar mi mirada
de ella. Lo que acabábamos de hacer era en serio una tontería de
secundaria, pero estoy satisfecho. Por ahora. En cuanto sentí su mano en mi
pene podría haber explotado en ese mismo instante. Eso era lo mucho que
me impactaba. Y verla dándose placer, mi miembro apenas en su entrada
caliente... era algo de porno ligero, pero con Isabella se sentía tan erótico y
perfecto.
—Hemos estropeado tu auto —murmuró, con los ojos aún cerrados.
—No, no es cierto. —Carajo, no me importaría tener manchas de su
humedad por todo el auto de trescientos mil dólares. En mi opinión, lo haría
que valiera millones.
Rodeé su esbelta cintura con una mano y con la otra alcancé el asiento
trasero, donde siempre guardaba una camisa limpia para emergencias.
Primero la limpié a ella y luego a mí. Hice una bola con la camisa y la tiré
al suelo del asiento trasero.
Volví a meterme y me subí la cremallera. Esta vez la abracé y la
acurruqué entre mis brazos. Ella me hacía débil y fuerte, áspero y suave.
Había sido despiadado desde muy joven, sabiendo que tomaría las riendas
de la organización criminal de mi padre. Nuestra organización comenzó en
Rusia, donde las cosas eran más duras y despiadadas que aquí. Las
debilidades se explotaban, así que nunca deseé suavidad; nunca la necesité
y nunca la quise. Sin embargo, con Isabella, una pizca de suavidad y
dulzura se abrió paso entre mis asperezas. Solo ocurría con ella.
Se apartó de mi cuerpo y tuve que hacer todo lo posible para no rogarle
que se quedara en mis brazos. Hablando de bromas, los ojos de Isabella se
desviaban en todas direcciones menos en la mía. Evitaba mis ojos.
—Isabella, mírame. —Se negó, así que tomé su barbilla entre mis dedos
y suavemente traje su cara a la mía—. ¿Cuál es el problema?
—Nada. —Su respuesta fue un suave murmullo y mi miembro estaba
listo para la segunda ronda.
—Algo te preocupa.
Sus ojos brillaron con cautela, la inquietud brotaba de ella. Se apartó y
volvió a sentarse en su propio asiento. Sus paredes estaban firmemente
levantadas.
—Llévame a casa de Tatiana, por favor —pidió en voz baja.
La frustración creció en mi interior, pero la contuve. Hacía menos de
veinticuatro horas que nos vimos en mi ciudad. Necesitaba tiempo. Aunque
sabía con certeza que nunca habría nadie más para mí, ella podría necesitar
tiempo. No quise alejarla hace cinco años, sin embargo, mi orgullo y una
venganza mal entendida me empujaron demasiado lejos y en la dirección
equivocada. Ahora que conocía toda la historia, tenía mucho terreno que
recuperar con ella. Esperaría. Iba a necesitar mucha paciencia, algo que
nunca he tenido. Mientras tanto, no me arriesgaría a que alguien pusiera sus
zarpas en algo tan hermoso como Isabella.
Necesitaba tiempo y se lo daría.

Después de dejar a Isabella, volví al bar. Agradecí a todos los santos que
Adrian me mantuviera al corriente a donde iban Tatiana e Isabella. Así era
más fácil seguirlas.
Al entrar, recordé la sorpresa de Isabella al enterarse de que era el dueño
del restaurante. ¿Nunca se le ocurrió averiguar todo lo que tenía? Al
parecer, no. Siempre me sorprendía ser testigo de su indiferencia hacia el
dinero y el poder. Creía que eso era lo único que le importaba a su madre y
la razón por la que persiguió a mi padre y, más tarde, a Lombardo Santos.
Sin embargo, Isabella salió pura, sin importarle el dinero ni el estatus. No
podría importarle menos nada de eso. Cuando la conocí, pensé que fingía,
pero con el paso de los meses y los años me di cuenta de que así era
realmente. Podía decirte todas las marcas de trajes de baño y dónde
encontrar las mejores tablas de surf y lugares de playa para montar olas,
pero cuando se trataba de conocer a gente famosa o poderosa, no podía
mantener el interés lo suficiente como para mirar siquiera la página de una
revista. Oí a Tatiana bromear al respecto todo el tiempo.
Me dirigí al sótano y pude oír el encuentro de piel con piel y los
dolorosos aullidos del cabrón que intentó alterar la bebida de mi mujer. El
tipo ya estaba enganchado a las cadenas y tenía la cara hecha un desastre
sangriento.
Me volví hacia Alexei, que estaba pasando el rato con mis dos
guardaespaldas que arrastraron a estos dos cabrones hasta aquí, para darles
una lección a nuestro gusto.
—Aww, ¿empezaron sin mí? —me quejé—. Ya saben lo mucho que
disfruto los primeros golpes.
Los miré mientras me tomaba el tiempo para quitarme la chaqueta y
remangarme la camisa por los antebrazos.
—¿Adivina qué, hermano? —Alexei me siguió el juego—. Regi y Dino
trabajan con Alphonso Romano. No para él, sino con él. Estos dos son
peces gordos. —Alexei sonrió, sus palabras burlonas—. Tenían
instrucciones específicas de llevarle a las chicas.
La rabia hervía a fuego lento por mi sangre. Siempre me había
caracterizado por mantener la cabeza fría y por ser un cabrón impasible. Sin
embargo, las imágenes de Isabella o Tatiana drogadas y sin control,
mientras estos idiotas enfermos las tocaban, me tenían al borde del abismo.
Alphonso Romano era la peor de las escorias, junto con Benito King. Esos
dos tenían un viejo acuerdo, traficando personas para distribución general.
Pero también tenían otro acuerdo exclusivo, moviendo solo cierto tipo de
mujeres. Los rumores del bajo mundo lo llamaban el acuerdo de Bellas y
Mafiosos. No mucha gente conocía los detalles, incluyéndome a mí. Pero,
que me condenen al mismo infierno antes de dejar que alguno de esos
cabrones pusieran sus manos sobre Isabella o Tatiana.
—¿Por qué estas mujeres? —pregunté, con la ira hirviendo en mi
sangre.
Los ojos de los dos tipos intentaron seguir mi movimiento, pero estaban
desenfocados y uno de ellos bastante hinchado.
—No lo sé, ¡mierda! —gritó, con el cuerpo temblando de miedo—.
Algo sobre el actual Santos negándose a continuar con el acuerdo de tráfico
que tenía su padre.
¿Alphonso y Romano sabían sobre Isabella desde el principio? Alexei y
yo compartimos miradas. Sabía lo que eso significaba. La conexión de
Isabella con Lombardo Santos era conocida. Quizá los antiguos negocios de
Santos en el tráfico de personas era lo único que la había librado todos estos
años.
—Nada más, íbamos a tomarlas y entregar el paquete. —El otro tipo
intervino, chillando como una maldita perra cada vez que Alexei daba un
paso hacia él con su navaja suiza, burlándose de él.
—Tst, tst. —Empecé, mi voz calmada mientras mi sangre hervía—.
Nunca deberían tocar lo que no les pertenece.
—Lo siento, hombre. —La sangre goteaba de la boca de Regi mezclada
con saliva mientras intentaba hablar a través de su labio partido y
amoratado.
—No lo suficiente —dije, mirando a Alexei—. Las tijeras para podar.
Él las cogió de una mesa cercana y me las entregó con una sonrisa de
satisfacción. Alexei podría ser mi hermanastro, pero era muy parecido a mí
y a Sasha. Le gustaba hacer pagar a la gente por hacerles daño a las
mujeres, hambriento de venganza.
El cobarde que colgaba de las cadenas empezó a retroceder, dándose
cuenta de lo que teníamos planeado.
—¿Y adivina qué, amigo? —me burlé—. Es Regi, ¿verdad? —Asintió
con la cabeza, todo su cuerpo temblando—. Intentaste violar a mi mujer. —
Volví la mirada hacia Dino—. Y tú, hijo de puta, te atreviste a mirarla...
como si estuviera en venta —gruñí, y me puse en su cara para que viera la
rabia que evocaba en mí. Que la probara; no tenía ni idea de lo que se le
venía encima—. Las mujeres no están a la venta en mi territorio. Nunca lo
han estado y nunca lo estarán. Especialmente esas dos mujeres que
intentaste coger esta noche.
Sus ojos se agrandaron, a punto de salírsele del cráneo.
—No... no lo iba a hacer —tartamudeó—. Queríamos tomar solo a la
morena. Iba a tocarla y luego llevársela a Benito. La otra era solo un bonus
extra.
«Maldito, idiota». Fue lo más estúpido que pudo decir porque en el
siguiente segundo, todo lo que vi fue rojo. Las imágenes de su mano sobre
la mujer que gemía mi nombre mientras estaba a horcajadas sobre mí hacía
apenas una hora, me pusieron al borde del abismo. ¡Y el cabrón se iba a
llevar a mi hermana!
Primero le corté el meñique. Su grito resonó en el sótano, pero nadie lo
oyó. Esta habitación estaba diseñada especialmente para evitar que se
escapara ni un solo sonido. Podía haber una persona con la oreja pegada a la
puerta justo fuera, y nunca oiría una maldita cosa.
—Mi turno. —Alexei le sonrió al desgraciado gritón y cogió otro par de
tijeras. Le cortó el otro meñique y luego más gritos.
—Maldito cobarde —dije—. Ya no eres tan valiente, ¿verdad?
Lo agarré por el cuello y apreté con fuerza, viendo cómo la luz se
extinguía en sus ojos. Cuando dejó de respirar, lo dejé caer al suelo como
un muñeco de trapo.
—Mierda, Vasili —se quejó Alexei—. Yo quería hacer eso. Es mi
hermana, no la tuya.
«Pero es mi mujer», añadí en silencio.
Cuando encontré a Alexei, estaba muy jodido, en camino a la
autodestrucción final. Me mataba ver a mi carne y sangre tan destrozada,
solo adivinando lo que había vivido. Su llamada de atención llegó en la
forma de Isabella y Tatiana. Una vez que le revelé que tenía hermanas y los
peligros que acechaban en las sombras, esperando para poner sus garras en
ellas, le dio un propósito. Tomó ese propósito y lo convirtió en su misión
mantenerlas protegidas a toda costa.
Incliné la cabeza hacia el cómplice de Regi que colgaba de la otra
cadena, sus pantalones con una gran mancha oscura y el olor a orina a su
alrededor.
—Puedes quedarte con ese —gruñí, con todo el cuerpo tenso—. Y hazlo
sufrir, carajo. Enviaremos mañana las partes del cuerpo de ambos al querido
viejo Alphonso.
Salí de la habitación, con los gritos resonando detrás de mí, y me dirigí
directamente al baño. Me detuve en el baño y miré mi reflejo. ¿Qué diría
Isabella si pudiera verme ahora? Ella salvaba a la gente, curaba sus heridas,
y yo acababa de matar a un hombre. Su amigo pronto le seguiría; Alexei se
aseguraría de ello.
Mi camisa blanca y mis brazos estaban salpicados de sangre. Me la
quité y me lavé la cara y las manos con jabón bajo el grifo. Alcancé un
pequeño armario que albergaba artículos de primera necesidad en este
cuarto de baño. Nadie más que mis hermanos y yo lo utilizábamos.
Cuando ya no quedaba rastro de sangre visible en mí, me dirigí de
vuelta al auto y a mi casa. Me encontré deseando que Isabella estuviera
esperándome allí, en mi habitación. Ni siquiera tendríamos que coger; solo
la quería envuelta en mis brazos, en mi cama.
Llamé a Adrian para ver cómo estaba la casa. Contestó al primer
timbrazo.
—¿Todo bien? —Fui directo al grano.
—Sí, las dos mujeres están en la casa, en cama.
Recordé todos los problemas en los que se metieron esas dos durante
sus años universitarios mientras estaban supuestamente en casa y en cama.
—¿Estás seguro?
—Sí, Vasili. Yo mismo metí a Tatiana en su cama e Isabella se cruzó
conmigo en el pasillo al salir.
—¿Dijo algo? —Genial, ahora sonaba como un adolescente idiota.
—Sí, que quiere que te metas en su cama. —Su voz goteaba de
sarcasmo—. Vamos, Vasili. ¿Crees que tu mujer alguna vez me confesaría
lo que siente en su corazón?
«Así es. ¡Mi mujer!». Genial, ahora solo tenía que golpearme el pecho y
todo estaría bien en este mundo.
—Debería ir para allá y partirte la cara —amenacé medio en broma.
Aunque no parecía mala idea. Sería una buena excusa para aparecer por allí
y ver a Isabella en su cama.
—Entonces será mejor que te des prisa. —Se rio entre dientes—. Así
podrás atraparme antes de que me duerma. De lo contrario, tu pobre excusa
para ver a tu mujer no funcionará esta noche.
—Cabrón.
—Lo mismo digo.
Adrian y yo teníamos una relación extraña. Éramos amigos y socios de
negocios. Nuestra amistad empezó cuando éramos niños en Rusia. Cuando
comenzó nuestra expansión en los Estados Unidos, mi padre se lo trajo con
él. No había nada más que la muerte esperándolo en la madre patria. Su
padre era un borracho holgazán y su madre una drogadicta, dos seres
humanos despreciables a los que no les importaba nada el bienestar de su
hijo.
En nuestro primer año de universidad, montamos nuestro propio
negocio. Siempre tuvo un don para la seguridad, así que tenía sentido
tentarlo para que abriera una empresa conmigo. Gestionaba toda nuestra
seguridad: personal, de negocios legítimos y de negocios ilegales. No había
nadie mejor que su empresa, y lo hizo rico. Yo era su cliente principal, sin
embargo, también tenía muchos otros de alto perfil.
—Refuerza la seguridad alrededor de ambas —dije—. Esos dos iban
por Isabella. Por órdenes de Alphonso Romano y Benito King.
—Mierda. —Él sabía que eso significaba una situación complicada. Me
preguntaba si la eliminación de Lombardo Santos por parte de Sasha había
empujado a la caza de Isabella o si ya estaba en marcha desde el principio
—. Me aseguraré de que ambas estén a salvo.
Adrian era el mejor. Además de encerrarlas en mi propia casa junto a la
protección de Sasha y Alexei, no había nadie mejor para protegerlas.
—Nos vemos mañana. —Terminé la llamada y tomé la curva hacia mi
lado de la ciudad, aunque era tan tentador colarme en la casa de Tatiana y
meterme en la cama con mi mujer.
CAPÍTULO CATORCE
ISABELLA

—M alyshka. —Su voz carraspeó en mi oído. Había extrañado


tanto su voz y el calor de su cuerpo.
—Por favor, Vasili. —No estaba segura de lo que
suplicaba, pero él parecía saberlo. Su boca tomó la mía en un beso ardiente
y consumidor. Su lengua lamió mi labio inferior y mi boca se abrió, dándole
la bienvenida. Sabía tan bien, a whiskey y al pecado más delicioso y
perverso.
Su boca dejó un rastro caliente y abrasador por toda mi piel mientras
bajaba por mi cuello y me besaba por todo el cuerpo. Me lamió, chupó y
mordió la piel en todos los lugares adecuados, sensibilizando todo mi
cuerpo.
Mi cabeza se agitó contra la almohada, mis párpados se cerraron,
disfrutando la sensación. Sentí que me acariciaba con su nariz la suave piel
de la parte interna del muslo, inhalando profundamente.
—Hueles delicioso —murmuró, y sus labios rozaron brevemente mi
vulva—. Voy a darme un festín con tu coño apretado.
Un fuerte gemido sonó en el dormitorio universitario, la pequeña cama
protestando por el peso de dos cuerpos. Mi cabeza se sacudió de ida y
vuelta contra la almohada.
—Abre los ojos, malyshka. —Su voz era severa, profunda y me sacudió
por dentro. Mis ojos se abrieron—. Mira cómo te como el coño.
Nuestras miradas se encontraron, sus ojos pálidos clavados en mí
mientras bajaba la boca y lamía mi hendidura. Un escalofrío recorrió mi
cuerpo y resistí el impulso de echar la cabeza hacia atrás. En lugar de eso,
me concentré en sus ojos, viéndolo devorarme como un postre exquisito.
—Mmmmm. —El estruendo de Vasili me llegó directamente a mi centro
—. Demonios, que rico.
Su boca se aferró a mi clítoris, chupando fuerte y rápido, alternando
entre lamidas y chupadas. Me ardían las entrañas, mis músculos se
contraían por la necesidad que se encendía dentro de mí. Su boca en mi
parte más íntima me excitaba, pero verlo mientras me comía era un
erotismo alucinante.
Su dedo tatuado se deslizó dentro de mí, su boca chupaba sin descanso.
—Sí, Vasili. —El gemido salió tembloroso de mis labios.
Su dedo entraba y salía y mi espalda se arqueaba sobre la cama ante su
toque.
—Tan jodidamente hermosa —gimió. Su dedo alcanzó un punto dentro
de mí y todo mi cuerpo se tensó. La sangre me ardía, las llamas lamían mi
piel mientras volaba a alturas que nunca había conocido.
—¡Dios mío! —grité, con el cuerpo agitándose contra su mano.
Mis entrañas se apretaron alrededor de su dedo, sin embargo, siguió
bombeando y lamiendo. Todo el tiempo lo observé con los párpados
pesados, respirando agitadamente mientras su mirada se clavaba en mí.
Antes de que pudiera recuperarme del orgasmo más increíble, su
enorme cuerpo se fundió con el mío, sosteniéndose con sus fuertes brazos, y
entró en mí, penetrándome hasta la empuñadura.
—¡Mierda! —Jadeó. Mis manos se enredaron alrededor de su cuello,
buscando sus labios como si me estuviera muriendo de sed y él fuera la
única gota de agua que quedaba. Nuestros movimientos se sincronizaron y
se movió con fuerza dentro y fuera de mí, encendiendo de nuevo las llamas.
Nuestros cuerpos encajaban perfectamente, a pesar de la diferencia de
tamaño.
Decía palabras irreconocibles con los dientes apretados, sus caderas
trabajaban como pistones y mis dedos se clavaban en su espalda,
sujetándome.
—¡No pares! —grité, exigiendo más placer. Había esperado esto
durante tanto tiempo. Era la razón por la que nunca me había acostado con
nadie en los últimos tres años. Lo quería a él, solo a él. Empujó más
profundo y más duro dentro de mí, nuestros gemidos y gruñidos resonaban
en la habitación. Mierda, probablemente todo el piso nos oyó—. Sí, sí. ¡Oh,
Dios! Sí.
Mi cuerpo se rompió en mil pedacitos, estallaron detrás de mis
párpados luces blancas. Me estremecí ante la intensidad del placer que me
daba, mi centro se apretaba alrededor de su pene. Su cabeza se hundió en
el pliegue de mi cuello, de sus labios salían palabras extranjeras mientras
me seguía hasta el borde, su miembro retorciéndose dentro de mí.
La escena cambió y los primeros rayos del sol de la mañana brillaron
en el cabello dorado de Vasili. Me miraba con aquellos ojos, con una
expresión ilegible. No quería oír sus siguientes palabras. Sabía lo que
venía a continuación, pero quería un final diferente.
—Isabella Taylor, esto tan solo ha sido una cogida. —Una sonrisa cruel
y unos ojos fríos en el rostro de Vasili atravesaron mi corazón y mi cuerpo
se estremeció.
Solo una cogida. Solo una cogida. Solo una cogida.
—No deberías jugar con lobos, Isabella.
Me incorporé en la cama, con la respiración agitada. Tuve que
parpadear varias veces para despejar la mente. «No está pasando de verdad
en este momento». Eso fue hace mucho tiempo.
Me llevé la mano al pecho, el corazón me retumbaba bajo la palma y el
dolor al oír aquellas palabras aún perduraba entre cada latido.
Vasili sería mi perdición. Era solo cuestión de tiempo que sucumbiera a
su voluntad. Lo sabía. Él también lo sabía. Lo deseaba a pesar de todo. Los
pequeños destellos del hombre que vi durante los tres primeros años de
universidad y el hombre apasionado que devoraba mi cuerpo me
perseguirán para siempre. Debería recordar su crueldad, su brutalidad, pero
siempre se desvanecían, dejándome añorando al Vasili que me adoró
aquella noche, por el hombre que me envió flores felicitándome por un
trabajo bien hecho en los exámenes. Mi madre nunca se acordaba, sin
embargo, Vasili sí. Mis cumpleaños, mis exámenes, mis fiestas... se
acordaba de todo.
Miré al techo a través de la oscuridad, con los recuerdos de aquella
noche arremolinándose en mi mente y llenándome el pecho de emociones.
Ojalá mi madre no hubiera mantenido toda su vida en secreto y hubiera
estado preparada. En cambio, todo se vino abajo después de aquella noche.
Abrió las compuertas, porque después de aquel momento, supe mucho más
que el romance de mi madre con Nikola Nikolaev, el padre de Vasili. La
vida de mi madre estaba envuelta en tantos secretos que toda mi identidad y
mi decendencia fue un shock cuando empecé a investigarlo todo tras la
muerte de mi madre.
Todavía no podía entender qué clase de venganza era acostarse con la
hija de su enemigo. Medio esperaba que Vasili fuera a presumir ante mi
madre, pero eso nunca ocurrió. Tal vez porque murió demasiado pronto. Me
gustaría saberlo, aunque no había nadie a quien preguntarle. Excepto a
Vasili, y no quería darle más municiones contra mí.
Tiré de las mantas y salí de la cama. Sabía que no tenía sentido
quedarme acostada. No sería capaz de descansar más. Miré el reloj y vi la
hora. Apenas eran las cuatro de la mañana.
Salí, con la esperanza de respirar aire fresco. Tal vez podría sentarme
junto a la piscina y escuchar el movimiento del agua.
Cuidando de no despertar a nadie, atravesé los pasillos de la casa y salí
al patio por las puertas francesas. Creí que sonaría la alarma, pero me sentí
aliviada cuando solo hubo silencio.
En mi pantalón corto y camiseta de tirantes, me senté en el borde de la
piscina y escuché. Necesitaba ese sonido familiar del agua moviéndose de
un lado a otro, de las olas rompiendo contra la arena. De pequeña, cuando
estaba molesta, me sentaba en la playa y escuchaba las olas chocar contra la
orilla. Esto era lo más cerca que podía estar ahora de las olas rompiendo.
Dios, ¿cuándo fue la última vez que me senté en la playa cuando me
sentía mal? Levanté la cara hacia la luna y me sobresalté al verla. Era una
luna de sangre. Igual que la noche después de perder al bebé. Esa fue la
última vez que me senté en la playa. Después de mi crisis nerviosa.
Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras miraba la luna, con el
dolor de la pérdida de hacía cinco años aún fresco. Los toques rojos de la
luna me recordaban la pérdida y la soledad de aquella noche.

Los calambres eran peores, eran tan intensos que me dejaban sin aliento.
El dolor me nublaba la vista. Algo estaba mal.
Me hice bola, agarrándome el vientre bajo. Era estúpido, pero esperaba
que, si lo protegía con la mano, podría proteger la pequeña vida que crecía
dentro de mí. Sabía que no era así, pero mi mente se rebeló al saber que
era mi cuerpo el que rechazaba al bebé.
Mi cuerpo se acurrucó en posición fetal y unos gemidos silenciosos me
sacudieron el alma. Tenía que guardar silencio. Nadie podía saberlo. Me
lamí los labios, saboreando las amargas lágrimas que se negaban dejar de
brotar.
Sola. Me sentía tan sola.
Mi madre había muerto. No pude salvarla. El bebé que llevaba dentro
se estaba muriendo. Lo sabía. Solo tenía cuatro meses, pero para mí, era
algo vivo que respiraba. Era parte del hombre que yo quería. Y se estaba
muriendo, dejándome sola.
—Isabella. —La voz de Tatiana estaba cerca, sin embargo, estaba
demasiado débil para levantar la cabeza—. Dios mío. Hay sangre por
todas partes.
Algo me oprimía la garganta. No podía respirar, no podía articular
palabras. No tenía energía para levantar la cabeza y asegurarle que estaba
bien.
—Está bien, Bella. —Podía oír el miedo en su voz—. Voy a llamar a la
ambulancia.
—No. —Apenas pude pronunciar la palabra.
—Bella, te estás desangrando.
—Por favor, llévame al hospital. —Me obligué a levantar la cabeza y
mirarla a los ojos—. Fuera del campus. Por favor. Estoy perdiendo al bebé.
—Su rostro se puso blanco, el miedo se apoderó de mí, pero ya no podía
calmarla—. Por favor, Tatiana —dije.
—Llamaré a mi hermano.
La agarré de la mano y me sorprendí a mí misma por la fuerza de mi
agarre.
—No. —Exhalé—. A nadie. Por favor.
Sin dudarlo, me ayudó y prácticamente me llevó en brazos hasta su
auto, dejando un rastro de sangre desde nuestro dormitorio. Sentía que se
me iban las fuerzas y me mareaba. Otro calambre y me encorvé. De no ser
por Tatiana, me habría caído de boca.
—Te tengo —me susurró al oído—. Te tengo.
Me desmayé en algún lugar entre el campus y el hospital. Cuando
desperté, lo primero que reconocí fue el rostro pálido de Tatiana y sus ojos
claros llenos de miedo.
—Oye —murmuré, con la boca seca—. ¿Estás bien?
—¿Que si estoy bien? —Carraspeó con la voz temblorosa—. Llevas dos
días inconsciente.
Rompió a llorar y hundió la cara en mi pecho. Levanté la mano y se la
puse en la cabeza, observando la vía intravenosa.
—Perdiste mucha sangre —murmuró.
—Lo siento. —Me dolía el pecho mientras me llevaba la otra mano al
vientre bajo. El conocimiento estaba enterrado en lo más profundo de mí y
de mi cuerpo, pero la maldita esperanza era más fuerte—. ¿El bebé? —
Apenas susurré la palabra.
Los pálidos ojos de Tatiana se encontraron con los míos y la respuesta
estaba en ellos, incluso antes de que negara con la cabeza.
«No estaba preparada para ser madre», me dije a mí misma. Tenía toda
la vida por delante. Entonces, ¿por qué me dolía tanto?
CAPÍTULO QUINCE
VASILI

Cinco años antes

M e recargué en mi convertible, en el estacionamiento del Hospital


Mariners en Tavernier, Florida, donde estaban tratando a la madre de
Isabella. A Tatiana se le escapó que Isabella se había tomado unas
semanas de permiso para cuidar a su madre. Mi hermana quería ayudarla,
estar con ella para ofrecerle al menos apoyo moral, aunque solo fuera eso,
pero Isabella no quería. Por lo que le había contado aquella mañana.
Habían pasado dos meses desde aquella noche de Halloween. Dos
malditos meses y no podía sacarme a la chica de la cabeza. Era un hombre
de cuarenta años que no podía sacarse de su sistema a una mujer que
acababa de cumplir la edad legal para beber.
El horario de visitas empezaba en diez minutos, y sabía que Isabella
llegaría a tiempo. Hice que mis hombres la vigilaran para asegurarme de
que estuviera protegida de la familia Santos. Especialmente de ese
psicópata de Vincent. Todos los días me informaban de sus actividades, así
que sabía cómo pasaba cada hora del día.
Era mediados de enero, pero las temperaturas en la zona de Key Largo
eran cálidas e incluso adecuadas para nadar. Había palmeras por todas
partes, lo que daba un aire alegre al hospital. Corría una ligera brisa, el olor
del océano llegando hacia mí y, de repente, comprendí por qué Isabella
estaba obsesionada con el surf y la playa. El sonido lejano del océano y el
olor a sal que flotaba en el aire tenían un efecto calmante.
Un Jeep azul claro pasó zumbando a mi lado y se estacionó en uno de
los lugares para visitantes de la entrada. Vi salir a Isabella de él, con unos
shorts de mezclilla combinados con una camiseta blanca y sandalias, el
cabello oscuro recogido en una coleta alta. Las ganas de acercarme a ella y
sentir su cuerpo contra el mío eran tan fuertes que tuve que apretar los
dientes y concentrarme en el dolor más que en la necesidad de aquella
mujer. Se veía pálida y cansada. Incluso desde aquí y a través de las gafas
de sol que ocultaban mi rostro, podía ver sombras oscuras bajo sus ojos.
Un sentimiento de culpabilidad me golpeó el pecho, pero lo ignoré. Me
había pasado muchas veces en los dos últimos meses y había aprendido a
ignorarlo.
Agarrando unas bolsas de la parte trasera del Jeep, empezó a caminar
por el pequeño estacionamiento cuando un chico de su edad se le acercó
desde la dirección opuesta. La rodeó con sus brazos en un fuerte abrazo y
mis manos se cerraron en puños al verlos así.
—¿Cómo estás? —Dio un paso atrás, observándola con preocupación.
No había nada más que quisiera hacer que ir allí y darle un puñetazo en su
joven cara. Y luego arrasarlo contra la acera.
Isabella Taylor sería mi muerte; nadie me había sacado esta mierda
antes. Nunca había querido golpear a alguien por celos.
Por suerte, el joven idiota ya no la sujetaba. Estaban bastante cerca y sus
voces llegaron hasta mí.
—Bien. ¿Y tú?
—Bella, no estás bien. Te ves muy mal.
—Vaya, gracias. —Su voz era sarcástica—. ¿Quién te enseñó a repartir
cumplidos? No deberías recomendarlos. —Mi labio se torció ante su
respuesta—. ¿Cómo están tus padres? Quería pasar a saludarlos.
—Les encantaría verte. Sabes que eres su favorita.
—Eso se lo dices a todas las chicas, ¿no? —Sus labios formaron una
sonrisa, pero era cansada y triste.
—No, solo a ti. —Le rozó la mejilla con la mano y mi visión se nubló
de rojo. Estos celos no estaban bien y, desde luego, no era sano. La rabia me
recorría las venas. Quería sacar mi pistola y llenarlo de plomo por tocar lo
que era mío.
«Mierda, ¿qué me está haciendo esta mujer?».
—Awww. Diles que pasaré a verlos. Quizá mañana por la noche. No me
he sentido muy bien.
—No te estás enfermando, ¿verdad?
—No, nada de eso.
—¿Te ha contado tu madre cosas de Santos? —Mi cuerpo se tensó y me
moví ligeramente hacia delante. ¿Estaban hablando de la familia Santos?
Isabella se encogió de hombros.
—No mucho. Sinceramente, no quiero saber nada. Estaba mejor sin
saberlo. Es como desenterrar esqueletos, nada bueno sale de eso. —Me
pregunté si se refería a la historia entre su madre y la familia Nikolaev o
había algo más—. Además, se altera mucho y no es bueno para ella. Quiero
que esté cómoda, no revivir su pesadilla.
—Tiene suerte de tenerte.
—Bueno, me voy. Quiero estar allí cuando se despierte. —Fue a darse
la vuelta y alejarse de él, pero sus dedos se enredaron alrededor de la parte
superior de su brazo.
—Ven a cenar esta noche. —Isabella ya estaba negando con la cabeza.
Él añadió suavemente—. Por favor, Cara. —Mi mandíbula se apretó ante
su cariñoso gesto. Estaba siendo irracional, lo sabía. Obviamente, eran
amigos de la infancia, y no se había acostado con él. Yo le había quitado la
virginidad, no obstante, seguía odiando ver cómo la tocaba otro hombre—.
No deberías estar sola esta noche.
—Te enviaré un mensaje más tarde —dijo Isabella. No le mandaría un
mensaje más tarde. En los últimos tres años, había llegado a conocer sus
pequeños detalles. Solo hacía lo que quería, y cuando la presionaban para
algo que no le gustaba, dejaba su respuesta abierta. Era una de las razones
por las que sabía que ella y Tatiana se metían en problemas juntas en el
campus, voluntariamente. Mi hermana era más o menos igual.
Una hora más tarde, estaba de pie junto a la cama de hospital de la
madre de Isabella. Las enfermeras siempre hacían que Bella se tomara un
descanso de veinte minutos a esa hora.
Marietta Taylor tenía un aspecto frágil acostada en el gran hospital. Se
estaba muriendo, el cáncer que le habían diagnosticado era incurable. Su
respiración agitada era el único sonido que rompía el silencio. Había odiado
a esta mujer durante casi treinta años por haber causado desorden en mi
familia y la muerte de mi madre. Y ahora estaba aquí. Frágil y patética.
Incluso así de enferma, se podían ver los restos de la hermosa mujer que
fue. Si se parecía a Isabella en su juventud, podía entender que mi padre se
enamorara de ella. Era más joven que mi madre y había un encanto en ella.
El mismo que tenía Isabella a su alrededor.
Los ojos de su madre se abrieron y su mirada me golpeó justo en el
pecho. Isabella era el retrato vivo de su madre, incluso tenía el mismo tono
de ojos.
—Nikola. —Su voz ronca y débil pronunciaba el nombre de mi padre.
—No.
Su mirada fija era desconcertante. Tragó saliva.
—Nikola, ¿dónde está mi hijo?
Fruncí el ceño ante la extraña pregunta. Vine a burlarme de la mujer, a
regodearme en devolverle lo que le dio a mi madre. La destrozó, y a mi
familia. Mi madre se enteró de la aventura de mi padre. Se volvió amargada
y resentida, descargando su ira contra sus hijos porque él nunca estaba
cerca. Durante mucho tiempo, yo fui la única defensa de Sasha. Y entonces,
quedó embarazada de Tatiana. Dos meses después de dar a luz, se suicidó.
Dejando a otro niño solo.
Esta mujer era la razón por la que mi hermana tuvo que crecer sin una
madre. Era la razón por la que mi hermano tuvo que pasar su adolescencia
sin sus dos padres. Incluso después de que Marietta Taylor le costara tanto a
nuestra familia, mi padre no podía dejarla ir. Siguió buscándola, ignorando
sus responsabilidades con Sasha y Tatiana. Fue la razón por la que tuve que
dar un paso adelante y tomar las riendas de nuestra familia y nuestro
negocio. Sino arriesgarme a perderlo todo.
—¿Dónde está mi Alexei?
—¿Quién es Alexei? —pregunté.
—Tu mujer se llevó a mi hijo. —Su voz era débil y ronca, su
respiración agitada—. Mi pobre niño.
Quizá estaba alucinando.
—Tienes una hija—añadí. Debía de estar confundiendo el género de su
hija.
—Sí, mi pequeña Bella —murmuró suavemente, con los ojos cerrados
—. Ahora necesitará a su hermano mayor. Mi Alexei y Bella.
¿De qué demonios estaba hablando?
—¿Dónde está tu hijo?
Abrió los ojos con una mirada distante.
—Lo busqué por todas partes. Es la razón por la que fui con Santos. —
Su frágil mano tomó la mía entre las suyas—. Fue la única razón, Nikola.
Tu mujer se llevó a nuestro hijo y quería recuperarlo. Por favor, créeme.
Me quedé helado, con su mano agarrando la mía. Por dentro, sentía que
mi vida se descontrolaba como un torbellino. Mi padre y esta mujer
tuvieron un hijo. No entendí su referencia a la familia Santos.
Su mano sacudiendo suavemente mi brazo me hizo volver a centrarme
en ella.
—¿Eres mi hijo? —Mi mente se revolvió ante su pregunta, provocando
una sensación de asco en la boca del estómago. No podía sacarme de la
mente las imágenes de Isabella y yo en la cama de su dormitorio mientras la
penetraba, mi nombre en sus labios mientras gemía, la forma en que me
besaba.
«No pienses en eso».
La forma en que se sentía su vagina ordeñando mi pene, su sabor en mis
labios. Todo lo que habíamos hecho aquella noche se repetía en mi mente
una y otra vez. Me enfermaría en cualquier momento. Se me revolvía el
estómago, bilis formándose en mi garganta. Y el arrepentimiento en mi
pecho. «Nunca será mía».
Sacudí la cabeza, intentando despejarme. Tenía que pensar
racionalmente. Esta mujer no era mi madre. No podía serlo. Ni siquiera
aparecía en la imagen por aquel entonces y era más joven que mi propia
madre. Diablos, esta mujer me estaba dando un susto de muerte.
¿Tal vez Sasha era suyo? ¡Esto es una puta mierda, decir cosas como
esa! Podría estrangular a la pobre mujer ahora mismo.
—No —respondí con voz ronca—. ¿Cuántos años tiene tu hijo?
—Mi pequeño Alexei cumplirá treinta. Tampoco lo veré cumplir los
treinta. —El arrepentimiento en su voz fue como un puñetazo en el
estómago. Sasha tenía treinta y tres. «Tengo un medio hermano en algún
lugar por ahí», la revelación me sacudió hasta los huesos—. También me
voy a perder el cumpleaños de mi pequeña Bella —murmuró, quedándose
dormida—. Encuentra a mi hijo, Nikola. Por favor, por mi pequeña Bella.
Los ojos de una mujer moribunda me suplicaban con la respiración
entrecortada, y las imágenes de mi propia madre agarrándome de la mano,
su cuerpo destrozado en el patio de nuestra finca en Rusia, pasaron por mi
mente. Qué jodida ironía. Con su último aliento de muerte, mi madre me
suplicó que la vengara, que hiciera pagar a Marietta Taylor, que la hiciera
sufrir.
Y aquí estábamos. Marietta Taylor en su lecho de muerte rogándome
que encontrara a su hijo, mi medio hermano.
—No dejes que Santos se lleve a Bella —suplicó en voz baja y al
instante me aquieté. Los Santos eran nuestros enemigos—. No saben nada
de ella. Es demasiado delicada. No es culpa suya que él sea su padre.
Esto no estaba saliendo como lo había imaginado. Vine a burlarme, a
devolverle a esta mujer el sufrimiento que le trajo a mi familia. Y ahora
descubro que tengo un medio hermano y que Santos es el padre de Bella.
—¿Cuál Santos? —Hice la pregunta con dificultad, pero solo podía ser
uno.
—Lombardo. —«¡Lombardo Santos es el padre de Isabella!».
—Mantenla a salvo, Nikola. —Su mente no estaba clara, seguía
llamándome por el nombre de mi padre—. Encuentra a Alexei —dijo con
voz débil—, dile a mi pequeño que lo amo, que nunca dejé de buscarlo.
«¿Cómo pudieron salir tantas cosas mal?», me pregunté.
—Prométeme que mantendrás a salvo a mis bebés, Nikola. —Sus ojos
no se abrieron mientras pronunciaba esas últimas palabras y se quedó
dormida.
—Lo prometo. —Otra promesa a una moribunda.
CAPÍTULO DIECISÉIS
ISABELLA

P aseaba por el French Quarter, con la cálida brisa acariciando mi piel.


Tatiana tenía cita en la peluquería y no había forma de que pasara un
día tan caluroso dentro de la casa. Convencí a Adrian de que si
acompañaba a Tatiana lo sacaría de quicio. Crecía en mi interior la
intranquilidad como un exceso de energía que tenía que quemar, pero no
sabía cómo.
Sabía que Adrian tenía a alguien vigilándome, al menos me avisó. Su
chofer me dejó en la esquina de la avenida St. Charles y un hombre que
desentonaba por completo, se sentó allí despreocupadamente fingiendo leer
una revista.
—¿Ese es el tipo que trabaja para Adrian? —le pregunté al conductor
antes de salir.
Cuando asintió, le di las gracias y salí del vehículo. No fue hasta la
muerte de mi madre y las revelaciones de su diario que comprendí por fin
por qué la familia de Tatiana necesitaba tanta protección. Resultó que
aquellos rumores que había oído en la universidad tenían fundamento.
«En cada mentira siempre hay verdad, Bella». Las palabras de mi
madre resonaron en mis oídos. Dios, ¡cuánta razón tenía!
Paseaba despreocupadamente por las tiendas disfrutando del silencio. A
Tatiana le gustaba hablar y era lo que más me gustaba de ella, pero como
hija única, estaba acostumbrada a pasar mucho tiempo sola. No me
molestaba hacer cosas sola y me encantaba el silencio.
Los pintores callejeros de la plaza eran mis favoritos. Había cuadros del
French Quarter en multitud de colores brillantes, pinturas del Garden
District, saxofonistas y el horizonte de Nueva Orleans. La Crescent City
tenía un ritmo y una actitud como ninguna otra ciudad en la que he estado.
Había diversión desenfrenada y vasos para llevar por todas partes. No era
temporada de Carnaval, aunque la vitalidad de la ciudad y los colores que
se veían por todas partes hacían que pareciera que sí lo era. El olor a
jambalaya y a langosta mezclado con el alcohol perfumaba el aire.
Deambulaba sin rumbo, pero me habría encantado sentarme en un
banco y contemplarlos a todos. Los artistas y la gente pintada de plateado
estaban en cada esquina, atrayendo multitudes. Sin embargo, no me detuve.
La inquietud en mi interior crecía a cada segundo.
Mi vista se fijó en un pequeño rincón con un tipo mayor, manchado de
acuarelas por toda su camisa, pintando. Aunque estaba frente a la Catedral
Saint Louis, la catedral más antigua de Norteamérica, me sorprendió. No
estaba pintando la iglesia y mientras otros cuadros de la plaza tenían colores
chillones y llamativos, tan sinónimos de esta ciudad, este tipo pintaba un
cuadro sereno con colores tierra asentados. Me quedé parada detrás de él,
observándolo mientras creaba la imagen dentro de su mente. De vez en
cuando levantaba la cabeza y miraba la iglesia, sin embargo, sabía que en su
interior no veía la iglesia. Tenía una imagen en su mente.
Debí de estar allí durante una hora y a medida que la imagen de un
solitario sauce llorón rodeado de agua se iba completando lentamente,
también lo hacía mi comprensión. Esta inquietud que sentía se debía a que
no había visto a Vasili desde la noche en que me trajo a casa. Habían pasado
dos días enteros, después de verlo tres veces en un solo día. Me decía a mí
misma que me arrepentía de lo que habíamos hecho en el auto, pero era
mentira. No me arrepentía en absoluto. De hecho, quería más.
Pero el recuerdo del dolor que me causó me lo impedía. Vasili actuó
como si me quisiera, aunque todo podía ser una farsa. Después de todo,
había descubierto de primera mano lo bueno que era a fingir.
«Entonces, ¿por qué volver a tocarme?» reflexioné.
Me tuvo hace cinco años, se vengó de mi madre y de mí. A diferencia
de Vasili, no podía echarle en cara los errores a mi madre. Era joven, solo
tenía veinte años cuando conoció al padre de Vasili. Se enamoró y, sí,
estuvo mal. Estaba casado, pero su padre también tuvo la culpa. Y mi
madre pagó un precio alto por ello. Perdió a un hijo.
Tragué con fuerza, el dolor de mi propia pérdida ahogándome. Todo el
dolor que me causó y aun así lo quería. ¿Era normal? No podía controlar
cómo mi corazón se aceleraba a su alrededor ni este anhelo de su tacto y sus
susurros silenciosos. Una noche con él se convirtió en la epifanía de mi
vida. Desde el momento en que nos conocimos, era frío y duro, pero más
allá de todo ese exterior, había pasión y un corazón que se preocupaba.
Todo lo que tenía que hacer era mirar a Tatiana y Sasha y allí estaba la
evidencia de lo mucho que le importaba.
Quizá yo no le importaba, sin embargo, tenía un corazón. A menudo me
preguntaba qué le habría dicho su madre a Vasili para llevarlo a tal extremo
con tal de vengarla.
Parpadeé con fuerza, apartando las emociones a un rincón oscuro. En
realidad, nada de eso importaba. Puede que me quisiera, aunque para él
nunca sería más que eso.
Mis ojos se centraron en el cuadro y me di cuenta de que el hombre lo
había terminado. Me observaba, probablemente preguntándose por qué me
quedaba mirando el cuadro como una lunática.
—Es hermoso —murmuré. Y lo era, la paz y la serenidad mezcladas
con la pasión gritaban en aquel lienzo de 16 x 24. El sauce llorón me
recordó a Vasili y a nuestro encuentro hace dos noches en el auto de camino
a casa—. ¿Está en venta?
Asintió con la cabeza.
—¿Cuánto? —pregunté. Realmente no podía permitirme gastar dinero
ahora mismo sin trabajo, pero me gustaba mucho. Aunque me preguntaba
por mi cordura al quererlo. Me recordaría para siempre a Vasili. Tal vez me
gustaba torturarme a mí misma.
—Mil dólares.
Era demasiado. No debería hacerlo.
—Me lo llevo.
Tardó cinco minutos en empaquetarlo y procesar el pago. Cuando le di
las gracias y me di la vuelta para marcharme, choqué contra el pecho de un
hombre corpulento.
—Lo siento —me disculpé levantando la cabeza.
Unos ojos azul oscuro en un rostro duro se encontraron con los míos y
algo en ellos me resultó familiar. El hombre era alto, de pecho ancho y
cuerpo fuerte. Más que verlo, sentí, algunas mujeres que pasaban le
lanzaban miradas. Su piel bronceada, sus ojos azul oscuro y su pelo también
oscuro tenían un atractivo especial. Sus labios carnosos se curvaron en una
pequeña sonrisa y sus ojos me estudiaban con interés.
Lástima que nada de eso me atrajera. Vasili era el único hombre que me
atraía.
—No te preocupes. —Su voz era profunda, fuerte, con un ligero acento.
«Mmmm, ¿acento español?».
Tomé un paso para rodearlo, pero hizo lo mismo y volvimos a estar
frente a frente. Me fui en dirección contraria y siguió el movimiento.
Me reí incómoda.
—De acuerdo, quédate quieto y daré un paso a la izquierda.
Se rio y su rostro duro se suavizó un poco. Lo hacía parecer guapo,
aunque de un modo peligroso.
—Me gustó nuestro juego. Soy Raphael. ¿Cómo te llamas?
Fruncí el ceño y volví a mirarlo a los ojos. Algo en él me resultaba
familiar, estaba segura. Solo que no podía ubicarlo.
—Señorita, ¿está todo bien? —Uno de los hombres de Adrian se acercó.
Mis ojos se desviaron hacia Raphael, pero nunca volvió la mirada en la
dirección de mi guardaespaldas. En cambio, me estudió, como si su vida
dependiera de ello.
—Ah, sí. Todo bien. Solo nos tropezamos uno contra el otro. —Incliné
la cabeza hacia Raphael. «Bonito nombre»—. Que tengas un buen día.
Como si tuviera un propósito, me alejé sin mirar atrás. En lugar de
volver a casa de Tatiana, continué haciendo turismo, el chico de Adrian se
quedó atrás, para mi regocijo. Eran casi las tres de la tarde cuando un
Maserati negro se detuvo con un chirrido a mi lado en la acera, dándome un
susto de muerte.
Con la mirada fija en el auto de cristales tintados, abrí la boca para
insultar al conductor cuando se me escaparon todos los pensamientos. Vasili
salió del vehículo y me cogió de la mano.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gruñó, tomándome la
muñeca.
«¿Qué?». Parpadeé confundida. No había hecho una mierda para que se
enfadara conmigo.
—¿Cuál es tu problema? —Quité mi muñeca de su agarre.
—No puedes andar así por la ciudad —siseó—. Alguien podría hacerte
daño. Entra en el auto.
Miré a mi alrededor, consciente de que la gente nos miraba.
—Estás causando una escena.
—Me importa una mierda. No permitiré que te hagan daño.
—¿De qué estás hablando? Solo estaba haciendo turismo. —Sacudí la
cabeza confundida.
—Entra en el auto, Isabella —siseó—. O juro por Dios que te echaré
por encima del hombro y lo haré yo mismo.
Inmediatamente me vino a la mente la noche de Halloween de hacía
cinco años. Sus ojos ardían con la misma expresión de ese momento antes
de hacer mi cuerpo volar a las más asombrosas alturas. Mis mejillas se
calentaron y mi corazón se agitó.
La tensión sexual entre nosotros crepitó y el mundo entero desapareció,
dejándome con el espécimen masculino más intenso de la tierra. Di un paso
hacia él y sus ojos atrayéndome. Todo en este hombre me cautivaba, como
una polilla a una llama. La cuestión era si sobreviviría a la quemadura la
segunda vez.
El flash de una cámara me sobresaltó, rompiendo el momento. Giré la
cabeza y vi a varios paparazzi tomando fotos. Siempre se distinguía a los
paparazzi de los curiosos por los ridículos y caros lentes que llevaban
colgados del cuello como una soga. Odiaba que me fotografiaran.
A diferencia de Ryan, que siempre prestaba atención a los periodistas y
paparazzi, Vasili les impidió verme con sus anchos hombros y me agarró de
la mano. Me encogí contra él y me apresuré a subir al auto con su ayuda.
Por instinto, giré la cabeza hacía el otro lado de las ventanas.
—Lo siento, malyshka —murmuró, poniendo el auto en marcha y
saliendo de allí a toda velocidad—. Debería haberlos visto antes.
—No es culpa tuya. —Debería haber estado más atenta a mi entorno,
pero después de no ver ni un solo reportero ni paparazzi a la vista durante
días, me volví demasiado descuidada—. Tampoco los vi.
El motor de su auto zumbaba suavemente; su manejo era rápido y
seguro. Igual que este hombre. Si tan solo no se metiera tan fácilmente bajo
mi piel. Me quedé mirando sus dedos tatuados agarrando el volante,
recordando sus palabras de hacía unos días.
«Te quiero en mi cama». Esas malditas palabras me atormentaban. Ojalá
nunca las hubiera pronunciado en voz alta, porque ahora eran lo único en lo
que podía pensar. Desde que lo vi en la entrega de premios de Ryan, Vasili
había estado invadiendo mi mente. Era como si cinco años separados nunca
hubieran sucedido. ¿Cómo era posible?
—¿Cuántos autos tienes? —le pregunté, echando un vistazo al lujoso
interior. Tenía que ocupar mi mente con temas neutrales.
«Te quiero en mi cama». No, eso no era un tema neutral. Tenía que
olvidar esas palabras.
—No estoy seguro. ¿Te gusta este auto?
—Supongo. Es bonito.
—¿Todavía tienes tu Jeep? —Fruncí el ceño intentando recordar si
alguna vez le había dicho que tenía un Jeep. Tal vez Tatiana se lo dijo. Lo
tenía desde mi último año de preparatoria y me encantaba ese auto.
—No, ya no.
—Creía que amabas ese auto.
—Así es.
—¿Qué pasó?
—Un imbécil le echó azúcar en el depósito de gasolina. Causó algunos
problemas en el motor, así que tuve que deshacerme de él. —Me encogí de
hombros.
—¿Dónde? ¿Cuándo? —gruñó.
Casi podía sentir la amenaza que desprendía su cuerpo, dispuesto a
vengarse de mi Jeep. Tuve que reírme.
—Ni idea y hace como un año. Rara vez lo conducía en L.A., ya que
vivía cerca del hospital.
Siguió en silencio y me mordisqueé el labio, tratando de idear otro tema
neutral. Cualquier cosa menos aquellos dedos fuertes, hermosos y ásperos
que me tentaban.
—Isabella, no puedo tenerte vagando sola por la ciudad. —Levanté los
ojos para observar su rostro, sus ojos en la carretera—. Tengo enemigos y
no quiero que lleguen a ti.
—Adrian asignó a alguien que me siguiera. Así que pensé que estaba
bien.
Su mirada se desvió hacia mí, antes de volver a prestar atención a la
carretera.
—Tienes razón, lo hizo.
Casi esperaba que dijera algo más, pero se quedó callado.
CAPÍTULO DIECISIETE
VASILI

C asi pierdo la cabeza cuando Adrian me llamó para decirme que


Raphael Santos se había acercado a Isabella. Nunca se le debería haber
permitido acercarse ni siquiera a millas de ella, y menos aún cara a
cara. ¿No le dije a Adrian que reforzara la seguridad? ¿Que Alphonso
Romano y Benito King iban tras Isabella? Quería matar a mi mejor amigo.
Eso ni siquiera era lo peor. Cuando Adrian procedió a decirme que el
tipo que había asignado para vigilarla había sido encontrado inconsciente y
nadie sabía dónde se encontraba ella, estaba dispuesto a despedir a toda su
empresa y quemarla hasta los cimientos. El tipo estaba bien y cuando volvió
en sí, le dijo a Adrian que alguien lo había golpeado por detrás justo
después de interrumpir a Raphael hablando con Isabella.
Imaginé los peores escenarios en mi cabeza mientras cogía la pistola de
la caja fuerte de mi despacho y la cargaba con balas. Si le tocaban un solo
pelo de la cabeza, los mataría a todos. Guardé la pistola en la funda y me
dirigí al garaje con la rabia a flor de piel. Nunca debió de haber vagado sola
por la ciudad. Adrian debería haber puesto un maldito equipo sobre ella.
¿Por qué estaba sola?
Cada segundo que pasé buscándola me costaba años de vida. Y ya
estaba viejo, mierda. Veinte años mayor que ella. Necesitaba cada maldito
año para poder amarla como se merecía por el resto de su vida.
«Amor».
Era una palabra fugaz y un sentimiento. Nunca me creí capaz.
Desde niño, vi a mis padres discutir y pelear. Mi madre quería el amor
eterno de mi padre. Mi padre quería el de Marietta, la madre de Isabella. Se
enamoró de ella y se negó a dejarla ir, así que mi madre hizo lo insondable.
Secuestró al hijo que Marietta tuvo con mi padre y luego le mintió. Le dijo
que mi padre no quería un hijo bastardo. Se burló de ella sabiendo que su
hijo estaba vivo. Desesperada, Marietta Taylor acudió a Lombardo Santos,
el enemigo de mi padre. Desafortunadamente para ella, le gustaban las
mujeres hermosas. Así que exigió su cuerpo a cambio de su ayuda. Así
nació Isabella.
Cuando descubrió que estaba embarazada de Isabella, huyó de Santos y
buscó sola a su hijo. Temía que la mujer de Lombardo le hiciera lo mismo
que mi madre, quitarle otro hijo. Así que se escondía de mi padre y de
Lombardo Santos. Realmente se las arregló para hacer un desastre de su
vida.
Mi madre destruyó a la mujer que mi padre amaba por encima de todo.
Pensó que él volvería a ella una vez que Marietta se hubiera ido, pero no lo
hizo. Se negó a compartir la cama de mi madre, hasta que una noche mi
madre se tiñó el pelo de oscuro y lo emborrachó tanto que la confundió con
Marietta. Así nació Tatiana. Mi padre no pudo soportar la visión de un bebé
junto a una mujer que le robó la felicidad y mi madre la abandonó saltando
por la ventana. Desde su inicio, Tatiana perdió a sus dos padres.
Si tan solo hubiera sabido lo que había hecho mi madre cuando le hice
la promesa de vengarla. Nunca habría accedido. Le costó la felicidad a mi
padre y me hizo sacrificar a Isabella. ¿Y por qué? Sus celos mezquinos.
Debería haberse quedado para amar a Tatiana y ofrecerle su amor maternal.
En cambio, optó por una última venganza contra mi padre.
Mi padre pasó el resto de su vida buscando a Marietta Taylor y a su hijo.
Nunca los encontró.
—Siento haber levantado la voz. —La miré y noté su expresión de
sorpresa. Sinceramente, también estaba sorprendido. Hacía mucho tiempo
que no me disculpaba. Posiblemente nunca—. Estaba preocupado de que te
hubiera pasado algo.
Observé cómo sus mejillas cambiaban de color, sus ojos en mí,
desconfiados. Después de lo que le había hecho, no podía culparla. Me
tomaría el resto de mi vida, si me dejaba, para compensarla. Solo necesitaba
que nos diera una oportunidad.
—No te preocupes. —Me perdonó demasiado rápido. O simplemente no
le importaba. No estaba seguro. Había una atracción increíble entre
nosotros, no se podía negar. Pero por primera vez en mi vida, quería más
con una mujer. Y solo lo quería con ella.
Sus ojos bajaron hacia su paquete, sus dedos jugueteaban nerviosamente
sobre él.
—¿Qué es eso? —pregunté con curiosidad.
—Un recuerdo.
No me parecía como una mujer de recuerdos. Mi labio se curvó en una
sonrisa.
—¿Una máscara?
Parecía demasiado grande para ser una máscara. Aunque nunca se sabía,
algunas eran bastante extravagantes.
—No. Inténtalo otra vez. —Me devolvió la sonrisa.
Sorprendido por su jovialidad, decidí seguirle la corriente. Además, era
la primera vez que me hablaba desde que volví a su vida.
—Un muñeco de vudú.
Echó la cabeza hacia atrás y su suave carcajada resonó por todo el auto.
—¿En serio? —replicó con una sonrisa en la voz—. ¿Te parezco una
persona que compraría un muñeco de vudú?
—Mmmm. Tal vez no.
—Inténtalo de nuevo.
—¿Un montón de cuentas de Mardi Gras? —bromeé. Quería volver a
oír su risa.
Soltó una risita suave.
—Eres horrible en este juego.
—¿Qué? —Sonreí—. Pensé que lo estaba haciendo bastante bien.
—Horrible —respondió con una sonrisa—. ¿Ya te rindes?
—Malyshka, nunca me rindo. —Pensé en lo siguiente que adivinar—.
¿Un instrumento? ¿Un saxofón?
Volvió a reír, con los ojos fijos en mí, brillantes de felicidad, y el
corazón se me estrujó en el pecho. Casi se parecía a aquella joven antes de
que pusiera su mundo de cabeza.
—No.
—Un cuadro.
—¡Bingo! —exclamó—. Te llevas un premio.
—Me gusta este juego. —Sonreí.
—Sí, a mí también —dijo risueña, con una mirada distante en los ojos
mientras observaba por la ventana—. Solía jugarlo con mi madre cuando...
Su cuerpo se tensó y su sonrisa vaciló. Había provocado esto y me
odiaba por ello. Sin embargo, si no lo arreglaba, no podríamos avanzar. Y
quería avanzar... con ella. Solo con ella.
—Cuando tú... —incité a continuar.
Con cuidado, como un animal herido, me miró a través de sus oscuras
pestañas. Sonreí, esperando que leyera en la expresión de mi cara que
realmente quería saber. No sonreía a menudo, así que esperaba que no fuera
una mueca.
—Era un juego al que jugábamos mi madre y yo cuando viajábamos
largas distancias —murmuró en voz baja—. Un juego de adivinanzas sobre
una historia, lo que queríamos comer, cualquier cosa en realidad.
—Me gusta. —Asentí con la cabeza.
—¿En serio? —Su desconfianza se reflejaba en todo su rostro.
—Sí, en serio.
—¿Has...? —Se detuvo y esperé, conteniendo la respiración, con la
esperanza de que continuara—. ¿Jugabas algún juego cuando viajabas?
Pensé en mi infancia. A mi madre nunca le interesó criar niños, para eso
contrataba niñeras. Mi padre estaba ocupado construyendo nuestros
negocios, no tenía mucho tiempo para mí. Y luego, por supuesto, todo
cambió cuando se enamoró de la madre de Isabella. Pero, esa respuesta no
nos ayudaría a seguir adelante.
—Mi padre y yo jugábamos a menudo a los estados y las capitales
cuando era niño. En lugar de Estados Unidos, era el mapa del mundo.
Siempre buscaba los países más remotos y desconocidos para sacarle
ventaja.
La forma en que me sonrió hizo que se me moviera el pecho. Sí, la
amaba, carajo. Me enamoré de ella desde el momento en que nos
conocimos. Si me pidiera que le cediera mis empresas con esa sonrisa en la
cara, lo haría encantado.
—¿Le sacaste ventaja?
—Solo dos veces.
—Eso es bastante bueno para un niño.
—Entonces, ¿de qué es el cuadro?
Un atractivo rubor subió por su cuello hasta sus mejillas.
—Oh, solo un árbol.
No pude evitar reírme.
—¿Tienes un recuerdo de Nueva Orleans y es una pintura de un árbol?
—Asintió con la cabeza y sus mejillas se tiñeron de un rojo más intenso—.
¿Qué tipo de árbol?
—Ah, ya sabes. El típico.
La miré confuso.
—¿Es un roble? —Negó con la cabeza y me reí entre dientes—.
¿Estamos jugando otra vez?
—Si quieres. —La forma en que murmuró sus palabras y desvió la
mirada me dijo que no quería que supiera nada sobre la pintura.
Naturalmente, eso me intrigó aún más.
—De acuerdo solo hay unos pocos árboles en Nueva Orleans. ¿Es una
magnolia? —Negó con la cabeza—. ¿Ciprés?
—No.
—¿Pino? —Otra sacudida de cabeza—. ¿Sauce llorón?
—Sí. —Su voz era áspera y sus ojos parecían observar
despreocupadamente las calles por las que pasábamos. Un rojo intenso
ahora coloreaba su cuello y mejillas; y sus dedos jugueteaban sobre su
regazo. Si me estuviera observando, habría visto una sonrisa de suficiencia
en mi rostro, porque su admisión me daba esperanzas.
—¿Has comido hoy, malyshka? —Cambié de tema.
—Sí.
—¿Cuándo?
—Esta mañana.
—¿Qué tal si comemos algo rápido?
Me lanzó una mirada dudosa.
—Un bocado rápido sería un lugar de comida rápida. No me pareces un
tipo que coma en esos sitios.
Tenía razón, no lo era. Sonriendo, le respondí:
—Hay un restaurante local escondido que sirve buena comida y son
rápidos. ¿Quieres probarlo?
Sus ojos se desviaron para comprobar la hora en el tablero. Eran poco
más de las tres de la tarde.
—Mmm, bueno. Pero, tengo que estar de vuelta a las cinco.
—Me aseguraré de que estés en casa a las cinco. ¿Planes para esta
noche?
Asintió.
—Sí. Tatiana y yo iremos a una fiesta de disfraces de Halloween.
Sonreí. Esta noche vería a mi pequeña malyshka. Me pregunté si sabía
que era mi club y mi fiesta. No creía que estuviera enterada, porque si
supiera cómo se llama, adivinaría que me pertenecía. Ella me dio el nombre
la noche de la fiesta de Halloween cuando tomé su virginidad.
Estacioné el auto, salí y di la vuelta para ayudarla a salir. Le tendí la
mano y dudó una fracción de segundo antes de ponerla en la mía. Mis dedos
envolvieron su delgada mano y la visión de su mano en la mía me hizo
querer gritar a pleno pulmón: Mía.
Sí, mis cuarenta me han convertido en un idiota meloso. Pronto podría
estar pidiendo una maldita mecedora. O tal vez era solo Isabella. No sentía
la necesidad de ser constantemente despiadado con ella. Cuando estaba ella
a mi lado, no era el mafioso. Era Vasili, el hombre. Y, Dios, la forma en que
me miraba con esos ojos conmovedores. Ninguna otra mujer me había
mirado de esa manera, como si me viera a mí. No al multimillonario, no al
mafioso despiadado, no al hermano de su mejor amiga.
—Gracias.
No quitó su mano de la mía, así que aproveché. Tomados de la mano,
caminamos hasta la parte trasera del edificio donde se extendía una pequeña
terraza con mesitas redondas. La vista se extendía sobre el río, los sauces
llorones en el fondo del río le daban un aire encantado. La ligera brisa que
corría por la terraza hacía que pareciera un restaurante de playa.
Mi padre solía traerme aquí cuando era niño y, a pesar de toda la mierda
que pasó, amaba los recuerdos. También solía traer aquí a Tatiana y a Sasha
cuando eran niños. Mi padre hacía tiempo que se había desconectado de
nosotros.
El local no cambió mucho. Los dueños ahora eran hijos de los amigos
de mi padre, pero mantuvieron todo igual.
—Esto es hermoso. —Los ojos de Isabella recorrieron el restaurante. —
Definitivamente no es un agujero en la pared.
—¿Te gusta?
Sus ojos oscuros brillaron, confirmando que sí.
—¡Me encanta!
—Vasili —llamó una voz familiar y me giré en su dirección. Era
Ysabel, hija de los amigos de mi padre. Tenía unos sesenta años, pero el
mismo aspecto desde que tengo memoria—. No puedo creer que seas tú.
La mujer era más pequeña que Isabella, pero me envolvió en sus brazos,
apretándome con fuerza.
—Hola, Ysabel.
—Creía que te habías olvidado de nosotros. Hacía mucho que no te veía
por aquí.
—He estado ocupado. Aunque no debí haberme mantenido lejos por
tanto tiempo. Extraño tu comida. —Sonrió y sus ojos se desviaron hacia
Isabella, su mano aún en la mía—. Ysabel, esta es mi amiga. Isabella
Taylor.
La miró críticamente, como si estuviera decidiendo si le agradaba o no.
—Debe de ser importante. Nunca traes chicas aquí.
Ysabel tenía razón. Isabella no era una chica cualquiera.
—Encantada de conocerte —respondió Isabella, quitando su mano de la
mía y tendiéndosela a Ysabel. No me gustó perder su toque, pero no podía
esperar que me tomara de la mano todo el día y toda la noche. «Mmmm, ¿o
tal vez sí?».
Me di cuenta de que Isabella no comentó lo de ser importante.
Probablemente no lo creía, pero el hecho era, que sí lo era. Para mí era la
persona más importante del mundo.
Ysabel sonrió y supe que le agradaba.
—Igual. Espero que hagas que este chico venga a vernos más a menudo.
Una suave risita siguió a esa afirmación y, carajo, cómo me encantaba
oír reír a Isabella.
—No creo que nadie obligue a Vasili a hacer lo que no quiere.
—¡Tienes razón, chica! Pero ven y él te seguirá. —Las dos sonrieron
con picardía y el mundo parecía tan correcto, maldita sea—. Ven, déjame
mostrarte tu mesa. Espero que tengas hambre.
—Ahora que estoy oliendo toda la comida, me muero de hambre —
admitió Isabella.
Una vez que estábamos sentados, Ysabel nos dejó solos con la excusa
de que supervisaría la preparación de nuestra comida. Significaba que
quería prepararla ella misma.
Los ojos de Isabella vagaban alrededor, absorbiéndolo todo. La forma
en que los mechones de su pelo corrían con la brisa, la expresión suave de
su rostro y una sonrisa relajada que jugueteaba en sus labios... Casi podía
imaginar lo que pudimos haber sido si no la hubiera jodido.
—Mi padre solía traerme aquí cuando era niño —solté de sopetón, la
confesión surgida de la nada. Giró su cara hacia mí, curiosidad escrita sobre
ella, pero no dijo nada—. Fue cuando Sasha era pequeño y antes de que
naciera Tatiana.
—¿Tanto tiempo lleva existiendo este lugar?
—Siempre nos sentábamos en esta mesa. —Asentí.
—Sinceramente no puedo imaginarte de pequeño —murmuró,
sonriendo mientras se apartaba los rebeldes mechones de cabello de su cara
—. Eres tan mmm... grande.
—Deben de ser todas las espinacas que me dio Ysabel.
Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada que se oyó por toda la
terraza.
—De acuerdo, Popeye.
—¿Tienes algún lugar favorito de tu infancia? —Sabía cosas de su vida,
pero quería más. Su color favorito, su comida favorita, libro, vacaciones...
Quería saberlo todo.
Me miró con desconfianza, sin embargo, no dejé de mirarla. Había
tantas cosas que tenía que arreglar con ella, pero a menos que empezara a
confiar en mí, no superaríamos ese obstáculo y me negaba a rendirme.
Esperé su respuesta y no me di cuenta de que estaba conteniendo la
respiración hasta que empezó a hablar.
—Mamá y yo nos mudamos mucho hasta que tuve unos diez años. —Se
aclaró la garganta, como si le preocupara que fuera a estallar contra ella en
cualquier momento—. Cuando aterrizamos en Key Largo, me enamoré de
ese sitio. La playa, la comida, todo. Así que supongo que es mi lugar
favorito.
—¿Fue entonces cuando empezaste a hacer surf?
—Sí, más o menos. —Asintió, sonriendo.
Una mesera llegó con nuestras bebidas y ambos le dimos las gracias
antes de que volviera a entrar.
—¿Cómo empezaste?
Volvió a apartarse el pelo de la cara, su expresión se volvió suave
mientras observaba el río.
—Bueno, mi madre se negó a comprarme una tabla de surf. Primero, era
demasiado dinero y, segundo, le preocupaba que me llevara el mar. —Puso
los ojos en blanco, aunque con cariño—. Pasaba los días en la playa
mientras mi madre trabajaba. Un día encontré una tabla de surf en la orilla.
Me la llevé a casa, decidida a quedármela. Sabía que lo correcto era
preguntar a quién pertenecía. —Se encogió de hombros y se llevó la
limonada a los labios—. Pero la quería y no quería devolverla. La escondí
en el cobertizo y tardé dos semanas en lijarla, pintarla y cambiarle el
aspecto. En cuanto me puse de pie sobre ella, con las olas meciéndose bajo
mis pies, me encantó. —Tenía una mirada melancólica—. Por supuesto, me
caí enseguida. Me costó trabajo aprender.
Me vino a la mente la imagen de Isabella tomando las olas; ya podía
imaginármela intentando aprender a hacer surf y negándose a rendirse.
Tenía una personalidad mansa con un borde de terquedad.
—También tuve un cómplice en el robo de mi tabla de surf —admitió
—. Paolo, un chico de allí. Mi madre se acercó a sus padres y los dos
pasábamos bastante tiempo juntos. Me ayudó a cambiar el aspecto de la
tabla de surf.
Me acordé del chico del hospital y una punzada de celos floreció en mi
pecho.
—¿Sigues surfeando con él?
—¿Con Paolo? —preguntó alzando una ceja—. No. Perdí el contacto
con él después de la muerte de mamá. Se unió a una pandilla y me mantuve
alejada.
No había muchas pandillas en aquella zona. Tuve que preguntarme si
Santos se había enterado por él de lo de Isabella. Hablaron de Santos aquel
día en el hospital, aunque nunca dieron más detalles.
—¿Has pensado en volver? —No estaba seguro de por qué lo
preguntaba. No quería que se fuera. Quería que se quedara en mi ciudad
para siempre.
—¿A surfear?
—Key Largo.
—Todo el tiempo —respondió suavemente y el tono de su voz me dijo
que lo extrañaba—. Quizá cuando tenga hijos. Es un sitio estupendo para
formar una familia.
Una sensación desconocida se clavó en mi pecho. Hijos. Familia. La
forma en que lo dijo me decía que quería ambos.
—¿Quieres hijos? —Tenía la voz ronca y el corazón me latía con
fuerza. Una expresión fugaz cruzó su rostro, parecida al dolor y a la tristeza,
pero antes de que pudiera fijarme en ella, desapareció.
Mierda, quería hijos. Y una familia. Tener todo eso con Isabella, sería
eufórico. Sería el hombre más afortunado de este planeta. Cómo demonios
llegamos a hablar sobre tener hijos, no tenía ni idea, pero diablos, lo que
daría por tener hijos con ella. Tenía ganas de preguntarle si consideraría
tener mis hijos. Y me encantaría el acto de hacerlos con ella. Podía
imaginarme la barriga de Isabella hinchada con mi bebé creciendo dentro de
su vientre, mi anillo en su dedo.
Mierda, lo quería todo con ella. «Isabella era mi meta final». Y nada me
mantendría alejado. Ella no sería como mi madre, y yo no sería nada como
mi padre. Nuestra familia lo sería todo para mí.
—Sí, algún día —murmuró—. Primero, tengo que encontrar un trabajo.
—Trabaja para mí. —Las palabras salieron sin pensar. La quería
conmigo para siempre.
—¿Haciendo qué? No soy exactamente material corporativo. —Se rio
incómoda.
A veces me preguntaba si permanecía ajena a los rumores a propósito.
Algo que me dijo Tatiana cuando se conocieron por primera vez, me vino a
la mente. «Cuando Bella no quiere saber algo, simplemente cierra su mente
a ello».
—No todos mis negocios son de naturaleza corporativa. —No tenía ni
idea de por qué había decidido tomar este camino. Nunca discutía nada de
lo que hacía con nadie fuera de los socios de negocios—. Tengo otros
negocios que con frecuencia requieren asistencia médica para mis hombres.
Esperé, observando la expresión de su rostro, pero se limitó a inclinar la
cabeza hacia un lado, estudiándome.
—No creo que necesites personal médico de tiempo completo para eso
—replicó, y tuve que preguntarme si eso significaba que sabía a qué me
refería o no.
—Te sorprenderías —agregué—. Tengo una sala médica privada
equipada para garantizar que reciban los mejores cuidados.
—Mmmm.
—¿Qué significa eso?
—Significa, gracias. —Sus ojos se desviaron de mí y supe que sus
siguientes palabras no me gustarían—. Pero no me quedaré en Nueva
Orleans.
«Quédate por mí». Tenía las palabras en la punta de la lengua.
Maldita sea, me ponía nervioso. Pensé que al apartar a Ryan Johnson de
su vida sería más fácil recuperarla, pero ahora no estaba tan seguro. La
atracción entre nosotros podría hacer estallar fuegos artificiales en todo el
maldito estado, aunque no estaba dispuesta a derribar sus muros. Hacía
cinco años, me lo había dado todo, sin embargo, ahora se atrincheraba tras
muros de piedra.
Pero ella no sabía que estaba dispuesto a derribarlo todo. Si abandonaba
mi ciudad, la seguiría. Porque era mía y que me condenen al mismo infierno
si permito que alguien, Benito King o su propio hermanastro, le pusiera las
manos encima.
CAPÍTULO DIECIOCHO
ISABELLA

E ran las nueve y media y aún seguía esperando a Tatiana. Uno de los
hombres de Adrian nos llevaría a la fiesta. Supuestamente, Adrian y
Vasili se pelearon o algo así. Tatiana no quiso dar más detalles, pero se
enteró de que Adrian estaría en la fiesta esta noche. Esperándola. Podía ver
la emoción pintada en su cara.
Quitando el breve encuentro con los paparazzi y el mal humor de Vasili
cuando me encontró paseando por la ciudad, había sido un día bastante
bueno. Esperaba que acabara igual.
El almuerzo tardío que tuve con Vasili me inquietó. Fue
sorprendentemente cómodo y agradable. Actuó como un hombre diferente,
como si le importara. No estaba segura de si podía confiar en ese exterior.
Tenía tantas capas, que no estaba segura de cuál era la que mostraba al
verdadero él.
¿Era el hombre que me dijo esas palabras crueles la mañana después de
acostarnos? ¿Era el hermano cariñoso? ¿Era el hombre con el que almorcé?
¿O era el hombre que chantajeó a Ryan para que me dejara?
Fuera cual fuera, mi cuerpo los deseaba a todos. Pero me preocupaba mi
corazón. No había garantías cuando se trataba de asuntos del corazón. Lo
aprendí de primera mano con Vasili y, por desgracia, mi madre también lo
vivió.
Irónicamente, esas últimas horas con Vasili me trajeron recuerdos.
Pasando horas y horas en la playa, el olor del océano y del bronceador,
nuestro pequeño hogar, Paolo y su familia. Se me rompió el corazón cuando
supe que se había unido a una pandilla. Juró que nunca lo haría. Ambos
sabíamos que las pandillas eran malas noticias. Cuando se enteró de las
conexiones entre Santos y mi madre, se horrorizó. ¡Yo también! Sin
embargo, nunca le dije lo profunda que era esa conexión. No se lo había
dicho a nadie. Ciertos secretos era mejor dejarlos enterrados.
¡Halloween! Todo comenzó esa noche de Halloween hace cinco años.
Era mi día menos favorito del año y aquí estaba yo... disfrazada.
Me quedé mirando mi reflejo y este disfraz ridículamente pequeño.
Todos los años en Georgetown y nosotras nunca nos disfrazamos ni una
vez. Y aquí estábamos, haciéndolo ahora. El disfraz era de Cleopatra, pero
juraba que me sentía como una belly dancer con una máscara dorada.
Sacudí la cabeza ante la ridiculez y, con una última mirada a mi reflejo en el
espejo, salí de mi habitación y me dirigí a la de Tatiana.
Entré en su recámara y gemí. Ni siquiera estaba cerca de estar lista.
—¿En serio? —me quejé. — ¿Por qué te está tomando tanto prepararte?
Solo llevaba puesto el sujetador y la ropa interior y miraba los dos
disfraces que había sobre la cama.
—¡No me decido por uno!
Se había pedido dos disfraces, sin saber cuál le gustaría más. Uno era de
Caperucita Roja y el otro era de sirvienta o, mejor dicho, un leotardo que
dejaba al descubierto casi todo menos sus tetas y su zona íntima. La
máscara hacía juego con cada uno de esos disfraces.
No es que mi disfraz fuera mucho mejor. El mío era de Cleopatra, con
dos piezas de tela escasa en tonos dorados y una máscara con material a
juego. No me gustaba tener tanta piel a la vista de todos, pero ya era
demasiado tarde para buscarme otro disfraz.
—Diablos, qué buena te ves con ese disfraz. —Los ojos de Tatiana me
recorrieron.
—Estarías aún más buena tú con cualquiera de los dos, si te decidieras a
ponerte uno. —Puse los ojos en blanco.
—Solo quiero estar guapa para que Adrian no se me pueda resistir.
Mi labio se curvó en una sonrisa. No podría resistírsele si llevara ropa
deportiva a la fiesta.
Aunque si le dijera eso, se opondría. Respiré hondo.
—¿Sabes de qué se disfrazará?
—De James Bond.
Me reí entre dientes. Le quedaba bien. A Adrian le gustaban los
accesorios de investigación, y por lo poco que había visto de sus pantallas
de seguridad y tecnología, estaba atraído por toda esa mierda.
—De acuerdo, ve con el de criada —recomendé—. Hará juego con su
traje.
—¡Eres la mejor! —Cogió el traje de sirvienta de una pieza y se lo
puso, dejando el sujetador a un lado, ya que el traje lo llevaba incorporado.
Mientras se vestía, no paraba de hablar—. Voy a seguir tu consejo y a ver
adónde nos lleva. He estado enamorada de él desde la universidad. Quizá
sea el indicado y he estado luchando contra ello.
Sabía que necesitaba esta conversación, así que la dejé hablar.
—¿Qué piensas? —preguntó, sus ojos buscándome en el reflejo del
espejo.
—Creo que deberías dejarte llevar y ver qué pasa —sugerí—. No lo
pienses demasiado. Si se siente correcto, hazlo. Si no, detente. Lo sabrás.
—¿Y tú?
Inhalé profundamente y luego exhalé despacio. Se me daba mejor dar
consejos y prefería no pensar en lo que me parecía correcto para mí. Había
demasiada historia, que se remontaba incluso más atrás que mi vida entre
Vasili y mi familia. Él creía que mi madre había roto el matrimonio de sus
padres, me sedujo para vengarse de ella y luego me destrozó el corazón. Y
luego estaba mi aborto involuntario. Me culpé por ello, lo culpé a él... era
difícil superar todo eso y olvidar.
Sí, él siempre se había sentido correcto para mí. Incluso cuando apenas
me miraba, algo en él me tranquilizaba y me excitaba al mismo tiempo. Lo
deseaba, y desde el momento en que sus labios tocaron los míos, quise
sentirlo por el resto de mi vida. ¿Era en ese entonces una chica joven e
ingenua? Sí, aunque la intensidad de nuestra atracción física era algo
extraordinario. También debió de sentirla, pero la desechó.
Tal vez estaba volviendo en sí. Quizá se dio cuenta de su error. El
almuerzo rápido que tuvimos hoy me mostró a un Vasili diferente. Habló,
hizo preguntas, reveló... como si quisiera compartir destellos de sí mismo
que mantenía ocultos a todos los demás. Hipnotizada como una niña en una
tienda de caramelos, quería ver todo de él, sus profundidades y penas,
deseos y anhelos. Y quería ayudarle a conseguirlo todo, sin embargo, el
recuerdo de aquella noche me frenaba.
No quería darle la oportunidad de hacerme daño otra vez.
—¿Estamos listas entonces? —pregunté.
—Está bien, está bien. —Aceptó mi evasiva—. Estamos listas. —Se
dirigió al rincón de su habitación donde guardaba un pequeño minibar—.
Pero, primero, tomemos nuestras bebidas para entrar en calor.
Me reí entre dientes. Era lo que solíamos hacer en la universidad antes
de salir. Usar alcohol para entrar en calor y subirnos el ánimo. No es que
nuestro estado de ánimo necesitara ningún estímulo. Ya estábamos bastante
contentas.
Sirvió vodka en pequeños shots. Me dio un vaso y brindamos.
—¡Nostrovia! —«Salud en ruso». Al mismo tiempo, inclinamos la
cabeza hacia atrás y bebimos.
—Mierda, se me había olvidado cómo quema.
—Uno más. —Soltó una risita.
—Vamos a estar borrachas antes de llegar. —Nos llenó los vasos.
—No, borrachas no —justificó y volvió a llenar los dos vasos.
—Solo felices. Este es el último antes de que llegue mi chofer.

Entramos en el club y el nombre encajaba perfectamente con este lugar.


Aunque nuestro dormitorio de la universidad tenía este nombre, no era nada
comparado con esto. El club La Cueva del Pecado era algo que veías en las
películas y nunca esperabas experimentar en la vida real. Pensé que Tatiana
era la dueña, ya que era el nombre que usábamos para nuestra habitación,
pero ella lo negó.
—Dios mío —murmuré a Tatiana—. Por favor, dime que nadie puede
reconocernos con nuestros disfraces. Tengo la sensación de que se armaría
un escándalo si nos sorprenden en este club.
—Nadie puede reconocernos y esto es jodidamente increíble. —Sonrió,
como si acabara de descubrir una tienda de caramelos.
Su cabeza seguía moviéndose de izquierda a derecha, tratando de verlo
todo. No podía culparla. Yo hacía más o menos lo mismo. Los acentos rojos
por todas partes lo hacían parecer prohibido. «Duh, esto era algo
prohibido».
Vi un rincón en el que estaban sentados una mujer vestida con un
diminuto disfraz blanco de conejita Playboy y un hombre disfrazado de El
Zorro. Bueno, no exactamente sentados. Estaba sentada a horcajadas sobre
él y su cuerpo se movía contra él, dándome una idea bastante clara de lo
que realmente estaban haciendo. Aparté rápidamente la mirada, con las
imágenes de Vasili y yo en su Lamborghini pasando por mi mente.
Mis ojos recorrieron el club. Había luces brillantes por todas partes, los
tonos cálidos y seductores de la discoteca ambientaban el local. La gran
barra era de mármol negro y los taburetes de cuero rojo. Toda la sala tenía
paredes de espejo y me pregunté si eran de cristal unidireccional. Esperaba
que no, ya que podía ver algunos rincones con actividades cuestionables.
—Ahí está Adrian —susurró. Seguí su mirada hacia un hombre vestido
como un sexy James Bond. Qué apropiado. No podía decir que era Adrian
con esa máscara oscura, pero esperaba que Tatiana lo supiera mejor que yo,
de lo contrario, pasaría la noche con el hombre equivocado.
Se mordió el labio inferior, alternando su peso de una pierna a la otra.
Quería ir con él, pero le preocupaba dejarme atrás. Bueno, esta vez, estaba
bien que me dejara atrás porque no me uniría a la fiesta que esos dos habían
planeado.
«Sí, eso es un gran y rotundo no».
—Dale —dije—. Estaré por aquí. Mándame un mensaje cuando
termines y nos vemos en el bar.
Las palabras ni siquiera habían salido de mi boca y ella ya estaba
sonriendo feliz. La miré durante unos segundos y luego seguí, recorriendo
lentamente el gran podio. Había todo tipo de disfraces, pero todos tenían un
tema común: sexo. Había algo seductor en cada uno de ellos. Suspiré y me
dirigí hacia el bar. Tuve cuidado de no mirar a nadie a los ojos. No quería
que nadie se hiciera una idea equivocada.
Había un rincón con cinco sillas vacías y me dirigí hacia allí. Era
extraño que toda la esquina estuviera vacía y el resto del bar abarrotado.
Como si todo el club supiera que había que evitar esa zona.
«Tal vez está cerca de los baños apestosos».
Al acercarme, no vi ninguna señal de baños, pero no me molesté en
reflexionar sobre ello. Cuando fui a sentarme en el taburete de la barra, se
acercó el cantinero.
—Señorita, esto está reservado para el dueño del club.
—¡Oh! —Me levantaba para irme cuando una voz me detuvo.
—Está bien, Jackson. —Una voz profunda y familiar vino de detrás de
mí y mi piel se erizó al instante. Me giré y me encontré con la mirada de
Vasili. Por supuesto, sería el dueño de un club. Un pequeño detalle que
Tatiana olvidó mencionar, sin embargo, debería haberlo sabido. Era el
dueño de casi todo en esta ciudad. ¡Y el nombre del club!
Mis ojos recorrieron su cuerpo grande y alto. No llevaba disfraz, pero
mi corazón se aceleró al instante, amenazando con salirse de mi pecho.
Bum-bum. Bum-bum.
Siempre me pasaba lo mismo con él. Mi corazón se aceleraba y mi
deseo se encendía. El recuerdo de lo que pasó entre nosotros hace unas
noches no hacía más que aumentar mi excitación. Sus ojos recorrieron
perezosamente mi cuerpo y mi piel se calentó al ver el brillo de aprecio en
sus ojos.
Deseé que mi disfraz no fuera tan diminuto, pero solo para poder usarlo
como armadura. Aquella mirada de apreciación me hacía desear saltar sobre
él y exigirle que me demostrara cuánto me apreciaba dándome otro
orgasmo. Bastaría con que me tocara. Estaba metida en un buen problema.
«Deja de pensar en orgasmos», me reprendí a mí misma.
—¿Por qué estás en todas partes? —Exhalé, más enfadada conmigo
misma que con él. Me volvía codiciosa y necesitada, borrando de la noche a
la mañana cinco años sin él—. ¿Y qué clase de nombre de club es este?
Se rio entre dientes.
—Era mi forma de torturarme —murmuró con su aliento caliente en mi
cuello—. Me recuerda a nuestra noche. —Casi sonaba como si le tuviera
cariño a esa noche. ¿Lo tenía? No lo creía, pero este hombre me confundía,
enviándome señales que no confiaba en interpretar correctamente—. Quiero
repetirla, malyshka. —Se me escapó un agudo jadeo, mientras mi cuerpo se
estremecía de necesidad por él. No había malentendido en aquella
afirmación. No podía haber sido más claro—. Por favor, Isabella.
Tragué con fuerza. También quería volver a hacerlo, sin embargo, la
posibilidad de que el resultado se pareciera al de la última vez me aterraba.
Nada ni nadie me hacía sentir como él. ¿Podría bajar mis muros
cuidadosamente construidos para volver a hacerlo? Ya no era la misma
chica. Con mis experiencias pasadas, era difícil no sopesar posibilidades,
resultados y consecuencias.
—Me gusta tu disfraz —susurró, y su dedo recorrió la piel expuesta de
mi vientre. Debería apartarlo de un manotazo, prohibirle que me tocara. En
lugar de eso, mi cuerpo se inclinó hacia su mano—. ¿De qué es?
—Cleopatra —murmuré, con mis entrañas apretándose. «Dios, ¿acabo
de gemir?».
—Te queda bien. —Su voz hizo mi coño palpitar—. Fuerte y suave.
Hermosa y preciosa.
Mi cuerpo estaba demasiado caliente y la piel me hormigueaba por
todas partes. El alcohol que Tatiana y yo consumimos antes de salir de casa
y en nuestro camino hacia aquí podría haber ayudado. Aunque me inclinaba
a pensar que no tenía nada que ver con el alcohol y más con él. Su dedo
siguió bajando por la parte superior de mi muslo, rodeando la piel desnuda
ahí. Mis piernas se abrieron ligeramente, necesitándolo en mi adolorido
punto dulce.
—¿Por qué no estás disfrazado? —Apenas pude pronunciar las
palabras. Me asombraba haberme dado cuenta en mi estado de excitación.
Se rio como si acabara de decir el chiste más gracioso.
—Malyshka, estoy disfrazado.
—¿Qué se supone que eres? —Arrugué las cejas.
—Vasili Nikolaev. —Y entonces señaló su espalda y mis ojos siguieron
el movimiento. Fue entonces cuando lo vi. Alas negras que se mezclaban
bien con su traje—. El ángel oscuro.
—Oh. —Esta vez, también me reí—. Bueno, eso no es muy
emocionante. Creo que te ha salido barato.
—¿No te gustan mis alas negras?
—El ángel oscuro te queda bien, pero esas alas con el traje... parece más
el ángel de las transacciones de negocios. —Me encogí de un hombro.
—Lo admito, normalmente no me disfrazo.
—¿Por qué no?
—No es lo mío, supongo.
—¿Entonces por qué haces una fiesta de Halloween en tu club si no es
lo tuyo?
—Tienes muchas preguntas —murmuró, acercándose—. Abre más las
piernas para mí. —Su petición era un susurro caliente. Mis piernas
obedecieron de inmediato, incluso antes de que mi cerebro registrara las
palabras—. Esa es mi chica —susurró y mis ojos se cerraron.
Ignorando todo el ruido de fondo y el parloteo, todos mis sentidos se
concentraron en su toque. Su mano grande se acercaba cada vez más a
donde lo quería. En cuanto sus dedos rozaron mi ropa interior, un gemido
escapó de mis labios.
—Estás mojada para mí —gimió.
Siempre estaba mojada para él. Lo había estado desde que nos
conocimos. Al principio fue encaprichamiento y enamoramiento, pero poco
a poco pasó a gustarme mucho. A pesar de su carácter gruñón y sus
asperezas, me encantaba cómo cuidaba a su hermana y a su hermano.
Siempre acudía al rescate. ¡Siempre! Era confiable y de fiar. Podría
habernos separado fácilmente a Tatiana y a mí, sin embargo, se encargó de
protegernos a las dos.
Cuando le enviaba flores a Tatiana por aprobar un examen difícil o una
clase, siempre me enviaba flores a mí también. La tarjeta siempre era corta,
pero la miraba durante días. Sí, desde entonces estaba completamente
enamorada de él. Nunca supe cómo se enteró de qué clases estaba tomando.
Supuse que Tatiana probablemente se lo habría dicho.
—Sí. —No tenía sentido mentir. La evidencia de mi excitación estaba al
alcance de sus dedos—. No pares —supliqué, necesitada de toda la
sensación que solo su toque podía proporcionarme.
—Malyshka —gruñó—. Recarga tu cabeza en mi hombro. —Su
instrucción era brusca y, sin vacilar, hice lo que me decía—. Nadie puede
verte así. Solo yo.
El tono posesivo de su voz pasó por mi piel hacia mis venas y mi
sangre. Esto era mucho mejor que el alcohol.
Su dedo acarició mi centro, tocando todo menos el punto en el que lo
necesitaba. Me incliné más cerca de su toque y me abalancé contra su dedo.
—Lo haremos a mi manera —gimió en mi oído—. Quédate quieta. —
Hice una pequeña mueca y me pregunté de dónde había salido—. Haré que
se sienta bien —prometió en voz baja—. Ahora, obedéceme.
Mi cuerpo se aquietó de inmediato y me recompensó con un suave
mordisco en el cuello y un roce en mi punto sensible. Mis ojos estaban fijos
en el lugar donde su mano desaparecía entre dos trozos de tela llamados
vestido, y cada vez que se movía, era como un juego de las escondidas de
sus dedos tatuados desapareciendo bajo la escasa y reveladora prenda.
—¿Estás viendo cómo te toco?
—Sí. —Mi voz apenas se oía entre pequeños gemidos.
Su dedo aplicó una suave presión contra mi clítoris y lo frotó, mientras
mis gemidos se hacían más fuertes.
—Shhh, malyshka. —Me mordí el labio, intentando contener los
sonidos. Había gente a seis pies de nosotros mientras dejaba que me tocara,
su dedo provocándome. ¿Se darían cuenta de lo que estaba haciendo?—. Ni
un sonido. Viene el mesero.
Inmediatamente me detuve, pero su dedo siguió frotándome el clítoris,
metiéndome los dedos. Me estremecí, el calor me carcomía la piel, su dedo
me hacía volar más alto. Me mordí el labio con fuerza para que no se me
escapara ningún sonido.
—Señor, su whiskey con hielo. Dos cubitos, como siempre.
—Gracias, Jackson. —La voz profunda de Vasili era tranquila y serena,
a diferencia de todo mi cuerpo. Mi frente seguía apoyada en su hombro,
reacia a levantar la vista y encontrarme con sus ojos y los del mesero. Su
dedo se deslizó dentro de mi coño y, mientras su mano lo cubría, su pulgar
seguía rozando mi clítoris. Mordí la tela de su traje, intentando reprimir un
gemido.
—Claro —le dijo el mesero—. Avíseme si necesita algo más.
El sonido del tintineo del hielo llegó a mis oídos a través de la bruma de
la lujuria.
—Se ha ido, malyshka —señaló en voz baja—. Déjame verte.
Levanté la cabeza de su hombro, con las mejillas enrojecidas, no sabía
si de vergüenza o de necesidad. Lo vi dar un trago a su whiskey y luego su
boca se posó en la mía. Sabía a whiskey y a Vasili, a hombre. «Mi hombre».
Aquel pensamiento me destrozó el alma, pero desapareció al segundo
siguiente, cuando mi boca se abrió para recibir su lengua. Líquido se
derramó en mi boca, whiskey en mi lengua y lo tragué, la sensación de ardor
bajando por mi garganta coincidía con la forma en que ardía mi cuerpo.
—Diablos, eres perfecta —gimió—. Eres toda mía.
—Vasili, por favor —supliqué—. Quiero venirme.
Añadió otro dedo, bombeando dentro y fuera de mí, sin aflojar el ritmo
y la presión sobre mi clítoris. La presión crecía y crecía, llevándome más
alto. Las palabras rusas susurradas en mi oído me calentaban aún más. Fingí
que eran palabras de amor y dolor por haberme roto el corazón tantos años
atrás. Imaginé que me decía que me necesitaba tanto como yo a él en ese
momento.
—Ayyyy.
—Te vienes cuando te diga —ordenó con brusquedad contra mi oído.
La abrumadora sensación de calor se retorcía y palpitaba en mis venas,
mi cuerpo encajaba perfectamente contra el suyo. Sus labios recorrieron mi
garganta, rozó la piel con los dientes e inmediatamente la lamió. Mis manos
se introdujeron bajo la chaqueta de su traje y apreté su camisa, acercándolo
más a mí.
Dondequiera que me tocaba, ardía como lava, dejando un calor
abrasador a su paso.
—¡Más! —supliqué.
Me acarició el coño con más fuerza, rozando el pulgar contra el clítoris.
La fricción que aplicaba me haría venirme y luché por contenerme.
—Por favor, Vasili. —Respiré. Él sabía lo que necesitaba.
Deslizó dos dedos por mi húmeda entrada y arqueé la espalda,
clavándole las uñas en la camisa.
—¡Mierda! —exclamó—. Eres tan hermosa.
Sentí como si un relámpago encendiera mis venas, avivando el fuego.
Estaba tan cerca. Metió y sacó los dedos, rozando un punto muy dentro de
mí y la presión caliente creció y creció. Mordí con más fuerza su hombro,
vestido con su característico traje de Armani o me arriesgaba a gritar su
nombre.
—Vente para mí, malyshka. —Temblé, con el fuego en las venas a
punto de explotar. Su pulgar presionó mi clítoris y bombeó sus dedos con
más fuerza dentro de mí. El calor estalló en mi cuerpo y el corazón me latía
con fuerza en el pecho mientras me aferraba a él.
Los oídos me zumbaban por la intensidad del orgasmo y las suaves
palabras que Vasili murmuraba me llegaban a través de la neblina de mi
cerebro. Le besé el cuello, inhalando su aroma masculino tan característico.
Un calor lánguido se extendió por cada célula de mi cuerpo y mi corazón se
estremeció de ternura.
Esto era todo lo que tomaría. Me llevaba a otro nivel y me derretía entre
sus brazos, como chocolate bajo el calor abrasador. ¿A quién engañaba?
Tuvo mi corazón durante todos estos años. Se apegó a este hombre y se
negó a soltarlo. Se llevó los dedos a los labios y los lamió, el suave ruido
sordo que salía de su pecho provocando cosas en mí.
Me aparté de él y mis ojos se encontraron con los suyos. Aquellos
hermosos azules pálidos como los cielos más claros, con los que había
soñado durante tanto tiempo. Y como cualquier cielo despejado, podía
volverse gris y estruendoso, golpeándome de nuevo. La advertencia
atravesó cada célula de mi cerebro y sabía que él la veía tras mi mirada.
—Malyshka —susurró, pero antes de que pudiera continuar, una voz
femenina irrumpió en el momento.
—Vasili, sabía que eras tú. —Una mujer vestida de Gatúbela con un
traje revelador se inclinó hacia él, dándome la oportunidad de escapar.
—Discúlpenme.
—¡Isabella! —Oí su voz siguiéndome, sin embargo, tenía que salir.
Necesitaba aire fresco para despejar mi cabeza, para romper este hechizo.
Me apresuré a salir del club y en el momento en que el aire húmedo de la
noche me golpeó, inhalé profundamente. Cerré los ojos y dejé salir
lentamente el aire de mis pulmones. El aire quieto y caliente de la noche no
ayudaba en lo absoluto.
Abrí los ojos y vi al portero mirándome. Con una sonrisa temblorosa,
dije lo primero que se me ocurrió.
—Está un poco sofocante adentro.
Sonrió con escepticismo en los ojos. No me extrañaba que no me
creyera. Hacía más calor afuera que adentro. Sin hacerle caso, saqué el
móvil de la liga del muslo y gemí al ver la hora. Habían pasado menos de
treinta minutos desde que llegamos.
—Va a ser una noche larga —murmuré para mí misma.
Me quedé allí durante diez minutos. No me ayudó a aclarar mi cabeza,
pero decidí volver a entrar. No podía esconderme afuera para siempre.
Probablemente lo habría hecho si hubiera habido algún lugar dónde
sentarme.
«Evitaré el área principal», concluí. Recorriendo los pasillos laterales,
oí los gemidos de una mujer, los gruñidos de un hombre, y pasé deprisa,
esperando no ver lo que hacían. Uno pensaría que buscarían una habitación.
«Probablemente era lo que la gente decía de mí hace apenas quince
minutos».
Este lugar era enorme, podía matar el tiempo explorando, porque si
volvía con Vasili al bar, estaba condenada. Mi control con él era inexistente.
Todavía lo deseaba, tanto como hace cinco años. Ya era hora de que lo
admitiera, aunque solo fuera ante mí misma.
—La Cueva del Pecado —murmuré suavemente en voz baja. Vasili
Nikolaev era mi pecado, mi vicio, mi todo. «¿Y qué soy para él?» me
pregunté caminando sin rumbo por su club.
Me concentré en lo que me rodeaba y en el largo pasillo con una puerta
abierta al final. Podía ver desde aquí unas exuberantes cortinas rojas sobre
una gran cama. ¿La gente alquilaba habitaciones aquí? Entrecerré los ojos
mientras me acercaba más y más. Toda la habitación estaba pintada de
negro, gritando con vibras de sexo y pecado.
«Date la vuelta», susurró mi mente, aunque mis piernas siguieron
caminando hacia delante. La habitación parecía vacía, iluminada por el
parpadeo de las velas negras.
«Ahora solo falta un humano atado y el look estaría completo», pensé
con ironía.
Me acerqué a la cama tendida con exuberantes sábanas rojas que hacían
juego con las cortinas que la cubrían. La cama era enorme, como para que
cupieran cinco adultos. Había algo oscuro y sexy en esta habitación.
Curiosamente, miré a la derecha y vi una pared llena de cosas. Con los pies
sin hacer ruido sobre la lujosa alfombra negra, me dirigí hacia la pared.
«Juguetes sexuales», me di cuenta. La pared estaba cubierta de todo tipo
de juguetes sexuales.
—¿Ves algo que te interese?
Me di la vuelta y encontré a Vasili apoyado en la pared, un cuarto de
baño con... «¡Dios mío, es azulejo negro!». Nunca había visto un baño
negro, ni una habitación decorada en negro y rojo como esta, pero le
quedaba bien los colores negro y rojo. Oscuridad y sangre. Su oscuridad me
atraía; su crueldad hacía sangrar mi corazón.
Debía de estar en el baño cuando entré. Si lo hubiera visto antes de
entrar en la habitación, habría dado media vuelta y me habría marchado.
Aunque ¡qué vista me hubiera perdido!
Estaba allí de pie con sus pantalones de traje, su glorioso y apetitoso
pecho cincelado en plena exhibición. Tenía tatuajes en la parte superior del
pecho. Palabras, sin embargo, no podía leerlas desde aquí. Estaba segura de
que no tenía un tatuaje allí hace cinco años.
Mis dedos vibraban con la necesidad de tocarlo. El corazón se me
aceleró en el pecho y el cuerpo me pedía volver a sentir sus manos sobre
mí. Al mirarlo a los ojos, recordé cómo hacía apenas veinte minutos había
llegado al orgasmo con sus dedos dentro de mí, en la esquina de un bar
abierto, a la vista de cualquiera.
Tragué saliva.
—Lo siento. No sabía que estabas aquí.
—¿Quién creías que estaba aquí?
—Nadie, supongo. —Confundida, lo miré fijamente.
Mis dedos se cerraron en pequeños puños, resistiendo el impulso de ir
hacia él. Realmente debería ponerse la camisa porque la tentación era
demasiado fuerte. Aquellos músculos definidos bajo piel bronceada. Solo
quería tocarlo y sentir su calor bajo mis palmas.
—Mmmm, dejaré que vuelvas a lo que estabas haciendo —musité y me
obligué a moverme de mi lugar.
—¿Quieres saber lo que estaba a punto de hacer?
Mis ojos recorrieron su estado semidesnudo y adiviné bastante bien.
Casi esperaba que la mujer del traje de Gatúbela saliera del baño justo
detrás de él. Probablemente saldría en cualquier momento, y yo me
rompería en mil pedazos.
—No.
—¿No tienes curiosidad por ver?
Me encontré con esos ojos que me obsesionaban desde el momento en
que nos miramos. Era como si mi alma reconociera algo en este hombre. Mi
cuerpo zumbaba con vida a su alrededor, mi sangre cantaba de euforia cada
vez que me tocaba. Cada célula viva que respiraba era para él y solo para él.
—No, Vasili. No tengo curiosidad por verte con otra mujer. —Me
impresionó que mi tono fuera tranquilo e inquebrantable. La verdad era que
dolería... demasiado. Ver a Ryan con otra mujer era malo, no obstante, ver a
Vasili tocar a una mujer como me tocaba a mí me destrozaría. No tenía
ilusiones sobre eso. Mi madre dio su corazón una vez. En su diario dijo que
después había vuelto a amar, pero no era nada parecido a la forma en que
había amado al padre de Vasili. Sentía lo mismo; Vasili Nikolaev siempre
sería el que se llevaría la mayor parte de mi corazón.
Di dos pasos y estaba casi en la puerta cuando su voz me detuvo.
—Iba a masturbarme. Solo. Pensando en ti. En esos suaves gemidos
tuyos. —Dejó que el significado perdurara con el silencio, el ocasional
sonido crepitante de la vela parpadeante. Me di la vuelta lentamente y lo vi
acercarse al minibar que no había visto antes. Agarró una botella y se sentó
en el borde de la cama hecha para el más delicioso de los pecados.
Tomando un gran trago directamente de la botella, sus ojos volvieron a
mirarme—. Te huelo por todas partes. —Su fuerte acento me estaba
haciendo cosas—. Podrías mirar, como antes. Tomaré cualquier migaja que
estés dispuesta a darme, Isabella.
Mi respiración se hizo más pesada, mi pulso se aceleró erráticamente y
me lamí el labio inferior. Sus ojos siguieron el movimiento, la intensidad en
ellos ardiendo.
No podría resistirme a llegar a él si lo veía darse placer. Era mi nirvana,
mi adicción. Lo estaba aceptando; nunca lo sacaría de mí.
Le di la espalda y di tres pasos hacia la puerta.
—Isabella. —Su voz era áspera, con un toque de desesperación y
necesidad—. Por favor, quédate.
Cerré la puerta y giré la cerradura con un suave clic. De frente, me
acerqué a él, con los ojos fijos el uno en el otro. Mi cuerpo lo ansiaba.
Nunca había sentido ni una fracción de esto con Ryan. Tal vez lo había
hecho perder el tiempo o lo había utilizado para engañarme a mí misma,
pero esta semana había dejado muy claro que nunca había superado lo de
Vasili.
Me he estado diciendo a mí misma durante los últimos cinco años que
lo había superado. Me dije que tenía que seguir adelante. Amar de nuevo.
Confiar de nuevo. Y todo el tiempo, mi corazón seguía esperando a Vasili.
Me alejé de él, pero su sombra acechaba mis sueños, mi corazón, mi alma.
Me acerqué lentamente al fantasma de mis sueños, sin dejar de mirarlo.
Me detuve frente a él y, aunque estaba sentado, mi cuerpo aún parecía
pequeño en comparación con el suyo. Podía volver a aplastarme, pero mi
mente ya estaba decidida.
Estaba hambrienta de él, de su tacto. Los últimos días solo habían sido
indicios de la pasión que podía sentir desde que volvió a irrumpir en mi
vida, sin embargo, las caricias no eran suficientes. Eran solo juegos
preliminares.
Me cogió de los brazos y me metió entre sus piernas extendidas. Su
boca conectó con el fino material del delgado sujetador de mi traje y me
chupó el pezón. Una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo y un fuerte
gemido salió de mis labios.
Mis manos se enredaron en su cabello corto, mi cuerpo se retorció más
cerca de él, necesitándolo. Era como recibir una dosis de medicina para
aliviar el dolor de los últimos cinco años. Su toque lo aliviaba todo, todos
aquellos anhelos. Me mordió el pezón y me arqueé contra su boca. Me
encontré bajando, sentándome a horcajadas sobre su muslo.
—Vasili. —Exhalé su nombre. ¿Cuántas veces había pronunciado su
nombre durante aquellas noches solitarias, imaginando sus manos sobre mí
mientras me daba placer? Y ahora estaba aquí, a mi alcance.
Empecé a frotar mi coño contra él, necesitada y caliente.
—Eso es, Isabella —gruñó—. Dime cómo se siente.
—Te deseo, Vasili. —Cerré los ojos, saboreando la sensación.
¡Al diablo con todo! Ya me ocuparía de la angustia cuando llegara.
Ahora lo quería, lo anhelaba como el aire que respiraba. Si la vida me lo
seguía poniendo en mi camino, lo tomaría.
Sus grandes manos estaban hambrientas de mí, acariciando mis pechos
y bajando por mi espalda hasta mi trasero.
—Mi golosa mujercita. —Me mordió suavemente el lóbulo de la oreja,
murmurando palabras en ruso. Sus manos se acercaron a mis caderas y sus
dedos se clavaron en mi piel, tirando de mí hacia delante y hacia atrás,
provocando una deliciosa fricción.
Mis gemidos eran cada vez más fuertes, estaba tan cerca.
—Abre los ojos, malyshka —gruñó—. Quiero que veas quién te está
tocando.
Forcé a abrir mis pesados párpados y lo miré. Con cada roce, su
miembro duro me tocaba. Mis manos se aferraron a sus hombros,
equilibrándome, con nuestras miradas fijas. Los azules pálidos ardían como
infiernos, atrayéndome. La visión era embriagadora, hipnotizadora.
Su boca chocó contra la mía, nuestras lenguas se entrelazaron. El
whiskey de su lengua me emborrachaba. Él me emborrachaba.
—Por favor. —Era mi turno de suplicar.
CAPÍTULO DIECINUEVE
VASILI

N o se fue. Mi pecho retumbaba de amor. Sí, la amaba, carajo. La he


amado durante años, sin olvidar nunca aquella única noche con ella.
—Por favor —suplicó.
—Arrodíllate —ordené con voz ronca, apenas manteniendo el control.
Quería tumbarla en esta cama y cogerla hasta que gritara mi nombre. Me
importaba una mierda si todos oían. Era mía; sabrían a quién pertenecía.
Se apresuró a obedecer, arrodillándose entre mis piernas. Sus dedos
buscaron ansiosamente la hebilla de mi pantalón, el tintineo de la misma
seguido por la cremallera. Mi miembro estaba ansioso por ella; yo también,
tanto que ni siquiera la reprendí por ir por mi pene antes de darle permiso.
«La próxima vez», pensé. Ahora mismo la deseaba con desesperación.
—Chupa —dije y sus ojos se empañaron de lujuria. Se metió mi
miembro duro en la boca, con sus ojos castaños como el whiskey, clavados
en los míos y no había una vista mejor. Su boca era como el cielo, cálida y
suave, saboreándome como si estuviera tan hambrienta de mí como yo de
ella.
La había extrañado tanto. Su aroma, su suavidad, esos ojos brumosos y
llenos de lujuria. La vi pasar su lengua rosada en un largo movimiento
desde la base de mi pene hasta la punta. Su lengua era suave sobre mi
miembro, su boca cálida. Su cabeza subía y bajaba entre mis piernas,
alternando entre lamer y chupar. Era perfecta. ¡Y toda mía!
Un fuerte gemido salió de mi boca y mis manos se aferraron a su
cabello.
—¡Eres mía, maldita sea! —siseé, empujando mis caderas hasta llegar
al fondo de su garganta. Un escalofrío me recorrió mientras me deslizaba
hacia afuera y su lengua acariciaba mi pene. Era la única para mí. Lo había
sido desde hacía mucho tiempo. Fui el primero y quería ser el último.
No había estado tan duro desde aquella noche en que le quité la
virginidad. Me volvió loco de lujuria, tirando todo mi control por la
ventana. Sus gemidos vibraron a través de mi verga, encendiendo aún más
las llamas.
Apartándola de mi miembro y poniéndola en pie, la acerqué más a mí,
con mis manos hambrientas sobre su piel expuesta. A continuación, le
arranqué el pequeño sostén de Cleopatra y luego siguió la falda.
—Súbete a la cama —ordené con voz rasposa.
Obedeció sin vacilar y eso me calentó el pecho. Después de lo que le
había hecho, seguía confiando en mí, al menos en el dormitorio.
Su hermoso cuerpo desnudo se extendía sobre las sábanas rojas. Mierda,
podría venirme solo de ver su pálida piel contrastar con el rojo que la
rodeaba. Su oscura melena cubría parte de su pecho y mi puta mano
temblaba al apartarla. Era tan hermosa que me dolía mirarla. La quería
conmigo para siempre. La necesitaba conmigo para siempre.
—Abre las piernas —gruñí, mi control tambaleándose en el borde. Me
levanté y me quité los pantalones y los calcetines. Tomando mi miembro
duro en la mano, la miré tumbada en la cama—. Quiero ver lo que es mío.
Acaricié mi pene duro que ansiaba enterrarse en su coño. La recordaba;
era mi hogar. Su garganta tragó saliva, sus ojos fijos en mi miembro que
brillaba con líquido preseminal por ella.
Sin vacilar, sus piernas se abrieron y revelaron la brillante evidencia de
su excitación. Unas manchas de rubor marcaron su pecho y subieron por su
cuello hasta colorear sus mejillas. En su rostro se reflejaba una ligera
vergüenza.
Mantuve una mano en mi pene y extendí la otra para rozar la suave piel
de su mejilla. Se inclinó hacia mi toque y el corazón se me estrujó en el
pecho.
—No te avergüences —murmuré suavemente. Era la única mujer que
me hacía querer ser suave—. Voy a cogerte y tú vas a cogerme. —Nuestras
miradas se encontraron y lo que veía en la suya me dejó sin aliento.
Necesidad, vulnerabilidad, deseo y algo a lo que no me atrevía a ponerle
nombre... todo envuelto en su suave mirada de whiskey—. Si quieres que
me detenga, dímelo.
Y pararía, con la ayuda de Dios. Pero, puta, esperaba que no me lo
pidiera.
—Te deseo, Vasili. —Su voz era ronca y suave.
Solté mi pene y subí por su cuerpo desnudo hasta quedar encima de ella,
con los brazos a ambos lados de su cabeza. Apoyé la frente en la suya.
—Soy tuyo, Isabella —susurré en ruso—. Siempre he sido tuyo.
Sabía que Isabella no podía entender mis palabras, aunque esperaba que
las sintiera.
Mi pene palpitaba de necesidad. Sus manos me rodearon el cuello y su
boca buscó la mía. Mi beso fue áspero, posesivo y autoritario. Su boca se
abrió a mí, rindiéndose, su lengua era una seda suave y una promesa tácita.
Apreté las caderas contra ella y gimió en mi boca, rodeándome la cintura
con sus piernas.
—Por favor, Vasili. —Sus labios se movieron contra los míos—. Lo
ansío mucho.
Todo mi cuerpo ardía, las llamas lamían cada pulgada de mi piel.
Por ella.
La miré completamente desnuda, suave y esbelta debajo de mí. Sus
magníficos pechos me invitaban a probarlos. Sus manos bajaron de mi
cuello, atravesaron por mi pecho y sus palmas se posaron justo encima de
mi corazón.
—Es tuyo —dije, con voz ronca y acento profundo. No sabía si había
entendido lo que quería decir, pero su palma permaneció allí. Le pasé la
punta de la nariz por el cuello, aspirando su aroma, un aroma que nunca
olvidaría.
Era mi oxígeno, mi latido, y todo lo demás me importaba un demonio.
Nunca sacrificaría tenerla por nada ni por nadie. Había terminado con los
sacrificios.
«La mantendría a salvo; mataría a cualquiera que amenazara con
acercarse a ella». No había nada que me impidiera tenerla.
—No te contengas, Vasili —musitó—. Dame todo lo que tienes.
Arqueó la espalda sobre la cama, apretando su centro contra mi pene,
dejando que la punta descansara en su entrada caliente. La penetré hasta el
fondo, hasta la empuñadura y gritó mi nombre. Su coño estaba tan apretado
que su canal casi estrangulaba mi pene. Se sentía aún más increíble de lo
que recordaba. Tenía que dejar que se acostumbrara de nuevo a mi tamaño,
aunque mis músculos temblaban por la necesidad de penetrarla con fuerza.
El sudor se acumulaba en mi frente mientras me quedaba quieto, dejando
que se adaptara. Se sentía tan jodidamente bien.
—No te contengas —me dijo suavemente al oído—. Por nada.
La necesidad primitiva reprimida se abrió paso por mi espina dorsal y
mi control se quebrantó. Esta mujer rompió todas y cada una de las barreras
que había construido; la bestia que llevaba dentro se abrió paso con una
lujuria primitiva y un amor abrumador por esta mujer.
La embestí con fuerza y su fuerte gemido fue el mejor regalo de
bienvenida que jamás me habían hecho. Mi enorme cuerpo la inmovilizó
contra la cama, cogiéndola con fuerza, y ella lo tomó todo. Con mi cuerpo
encima del suyo, apoyándome en los antebrazos, mis caderas seguían
penetrándola una y otra vez, enterrándome en su cálido coño.
—¡Vasili! —exclamó mi nombre. Me zumbaban los oídos, pero no me
importaba. La penetré con fuerza, implacable, perdido en todo excepto en
sentirla debajo de mí.
—Eres mía. —Penetración—. Mía para coger. —Penetración—. Mía
para proteger. —Penetración—. Mía para amar. —No tenía ni puta idea de
si las palabras salían en inglés o en ruso. Todo lo que hice fue sentir. Sentir
su coño apretarse alrededor de mi miembro, sentir su suave cuerpo ceder
ante el mío, sentir sus gemidos golpear mi pecho.
Nuestros gruñidos mezclándose, sus gemidos eran los sonidos más
dulces en mis oídos.
—Te amo, Isabella. Siempre te amaré —juré en ruso. Se sentía tan bien.
No me importaba un demonio nadie más que esta mujer. Palabras en mi
lengua materna se mezclaron con nuestros gruñidos, palabras de amor y
devoción. La penetré sin pensar, cada vez más fuerte y profundo.
—¡Vasili! ¡Oh Dios, Vasili! —Mi nombre salió de su boca entre jadeos
y gemidos—. ¡Más, Vasili!
Empujé con más fuerza, preocupado en el fondo de mi mente por
romperla, pero ya estaba demasiado lejos. Tomé su boca y continué
penetrándola más profundamente. Me la cogí mientras nos besábamos con
fuerza y rudeza, chocando nuestros dientes y lenguas. Apenas podía
respirar, mi cuerpo y mi mente se negaban a detenerse.
«Mía. Mía. Mía».
La palabra se repetía una y otra vez en mi mente. La sentí tensarse
debajo de mí, pero me negué a dejar de cogerla con fuerza. Gritó contra mi
boca, su orgasmo sacudió su cuerpo y su coño se cerró alrededor de mi pene
en un estrangulamiento. Y me encantó, maldita sea. Seguí montándola
mientras mi propio clímax me subía por la espina dorsal y me venía con
fuerza, con mi miembro palpitando dentro de ella y todos los músculos de
mi cuerpo tensándose. Me derramé dentro de ella con la cara hundida en el
pliegue de su nuca, rodeado del olor del océano y la loción bronceadora.
—Mía —susurré en su oído, saciado por primera vez en más de cinco
años—. Siempre te amaré, malyshka —juré en ruso.
CAPÍTULO VEINTE
ISABELLA

B um-bum. Bum-bum. Bum-bum.


Escuché el corazón de Vasili palpitando fuertemente en mi mejilla
contra su pecho. Coincidía con el ritmo de mi propio corazón. Salí con
Ryan durante casi dos años y su impacto en mí no fue ni una fracción de
esto. Me asustaba la facilidad con la que este hombre podía derribar mis
muros. Cuando me tomaba así, quería darle todo de mí y recibir todo de él a
cambio.
«Peligroso», me dije.
La habitación se quedó en silencio con nuestra respiración volviendo
lentamente a la normalidad. Fui a levantarme, pero la mano de Vasili me
rodeó con más fuerza.
—No te vayas —pidió en un murmullo. Levanté la cabeza de su pecho
y sus ojos estaban cerrados, las líneas de su rostro relajadas. De hecho, creo
que nunca lo había visto tan relajado. El amor por él creció en mi pecho.
Siempre había estado ahí, anhelándolo, y ahora que nuestros caminos nos
habían llevado de nuevo el uno al otro, lo deseaba.
No quería dejar sus cálidos brazos ni esta cama. Sin embargo, era difícil
ignorar el pasado. Las amargas lágrimas que lloré cuando me abandonó y la
angustia que sentí cuando perdí al bebé.
—Tatiana podría estar buscándome.
—Lo más seguro es que va a terminar enredada con Adrian la mayor
parte de la noche.
—Mmm, ¿lo sabías? —No podía decir que me sorprendiera que supiera
de esos dos. Vasili no era un hombre al que pudieras ocultarle las cosas
fácilmente.
—Sí.
—¿Cuántas habitaciones porno tienes en este lugar? —Me pregunté si
esos dos estarían por aquí.
Su pecho retumbó.
—No hay habitaciones porno aquí, y esta es la única habitación. Solo la
uso para cambiarme rápidamente de ropa si estoy en un aprieto. Nadie ha
dormido nunca en esta habitación... o hecho alguna otra cosa. —Sonrió.
Eché un vistazo a la habitación.
—¿Y los mmm... juguetes?
—Idea de Sasha como una broma —refunfuñó.
—¿Así que no te interesan esas cosas?
Su cuerpo se tensó y levanté la cabeza para mirarlo. Podría pasar
fácilmente por un vikingo, con su cuerpo grande y fuerte, su pelo corto
rubio dorado y esos ojos azul pálido. Lo único que desentonaba con esa
imagen era su bronceado dorado permanente.
—Sí, me interesan —respondió y alcé una ceja. Pensé que seguiría
ampliando en el tema, pero no dijo nada más. Por extraño que pareciera,
pensar en usar alguno de esos juguetes no me repugnaba. En absoluto. De
hecho, era todo lo contrario. ¿Sería solo por él y porque quería
complacerlo?
—Solo voy a checar mi teléfono para asegurarme. —Me envolví el
cuerpo con una sábana y bajé de la cama, buscando mi celular junto a mi
disfraz roto. Vasili tenía razón. Me envió el número del conductor y le dio
el mío para que me llevara a casa mientras ella se iba a casa de Adrian. No
podía culparla; llevaba tiempo enamorada de él. Me alegré de que
consiguiera lo que quería. Mi sexto sentido me decía que Adrian sería
bueno para ella.
Me senté en el borde de la cama, mirando la ropa rota y los recuerdos
me inundaron. No los quería. Ahora no, aunque me pregunté si no sería una
advertencia. Me destrozó una vez, podría volver a hacerlo fácilmente.

Abrí los ojos y me encontré con la mirada de Vasili observándome. Estaba


sentado en mi escritorio, su corpulento cuerpo probablemente incómodo en
la pequeña silla. Llevaba los pantalones puestos, sin embargo, su pecho
bronceado estaba a la vista. Todavía no podía creer lo de la noche anterior.
Me había enamorado de él desde el primer año; nunca pensé que me
prestaría atención o me dedicaría un segundo de sus pensamientos. Hasta
anoche.
Mi cuerpo estaba adolorido, el cansancio más dulce se instaló en mis
huesos después de todo lo que hicimos el día anterior. Le sonreí, pero no me
devolvió el gesto. Algo en mi pecho se estrujó de preocupación.
Levanté la sábana y la sostuve contra mi pecho mientras me
incorporaba, cubriendo mi cuerpo desnudo.
—¿Está todo bien?
—Tengo que irme. —Algo no estaba bien, no obstante, mi cerebro era
demasiado lento para darse cuenta.
—Ok —murmuré, buscando su rostro. Era un hombre difícil de leer—.
Cuando... —Apreté las rodillas contra el pecho, sintiéndome vulnerable,
pero no dispuesta a dejar que la vida decidiera si debía tener a este hombre
o no—. ¿Cuándo puedo volverte a ver?
—No es buena idea. —Sus palabras me hundieron el corazón y me
invadió la confusión.
Me deseaba, casi tanto como yo a él. Lo sentía.
—¿Por qué no?
Tal vez debería haber hecho lo de siempre y haberme encerrado en mí
misma, sin querer enfrentarme al rechazo de nadie. Pero, por alguna razón,
con él, siempre quise desafiarlo, presionarlo.
—¿Por qué no? —repetí.
—Porque quieres abarcar más de lo que puedes manejar, Isabella —
gruñó, con ira en la voz y en los ojos.
—No lo entiendo —musité. Tenía veintiún años, y sí, era insólito que
hubiera esperado tanto para perder la virginidad, pero ahora que lo había
hecho, me negaba a creer que había cometido un error. Lo conocía y estaba
enamorada de él desde hacía más de tres años.
—Isabella, solo cogimos. —La voz de Vasili era fría—. Nada más y
nada menos.
Lo miré fijamente, con mi desdichado corazón rompiéndose a cada
segundo que pasaba. Me dolía tanto que me costaba respirar.
—¿Por qué? —Me armé de valor para cuestionar.
—Por qué ¿qué? —Parecía molesto por mi pregunta. Con movimientos
rápidos, se levantó y fue a recoger el resto de su ropa que estaba esparcida
por mi dormitorio. Empezó a vestirse, sin mirarme siquiera.
—¿Por qué te acostaste conmigo?
—Tú me querías y yo te quería —replicó con naturalidad, como si
estuviera hablando del clima. Estaba más concentrado en su ropa que en
mí o en mi corazón que rompía en pedazos con cada palabra que
pronunciaba—. Ahora que te he tenido, ya estoy saciado y puedo pasar a la
siguiente cosa mejor. Solo fue una cogida.
Me dolía el pecho, cada vez que respiraba me apretaba más.
—Además, fuiste tan fácil —añadió. Lo miré a los ojos con confusión—.
Tu madre tomó algo de mi familia, así que yo tomé de la de tu madre.
—¿De qué estás hablando?
—No deberías jugar con lobos, Isabella. Ni tú ni tu madre pueden con
ellos.

«Pasar a la siguiente cosa mejor». Me llevó mucho tiempo seguir adelante.


A él le costó solo unos días. Por casualidad vi a un amigo con una de esas
revistas sensacionalistas y ahí estaba. Una gran foto impresa en la portada,
Vasili Nikolaev con una actriz guapísima o algo así.
Me dio mi primer orgasmo, mi primera experiencia sexual y mi primer
desamor. Todo en el lapso de una noche. Y le tomó el mismo tiempo, o más
bien poco tiempo, para seguir adelante.
Ese dolor nunca desapareció. Él vio la siguiente mejor cosa en el
momento en que salió. ¿Lo volvería a hacer cuando consiguiera lo que
quería? ¿Había conseguido lo que quería y estaba listo para seguir adelante?
Parpadeé y me armé de valor. Al mirarlo por detrás del hombro, me di
cuenta de que me estaba observando.
—Tenías razón. —Sonreí, pero era mi sonrisa reservada. La había
perfeccionado en los últimos cinco años—. Se fue con Adrian. —Aparté la
mirada, observando mi traje destrozado—. Ya me voy. ¿De casualidad
podrías prestarme algo de ropa? La mía está arruinada. —Le devolví la
mirada con la esperanza de que no viera el miedo incipiente que intentaba
ocultar desesperadamente.
El silencio se extendió entre nosotros, la pasión que compartimos
perdurando en palabras no dichas mientras nos mirábamos. Pero esta vez,
no le pregunté por la próxima cita ni cuándo volvería a verlo. Mantuve mi
sonrisa y mi corazón cerrado.
—Te llevaré —dijo finalmente y se levantó de la cama, ofreciéndome
una magnífica vista de su trasero. No había ni un gramo de grasa en su culo.
Dios, el hombre era una máquina. Debería tener al menos una imperfección
en alguna parte.
—No, solo necesito ropa. Me dio el número de nuestro chofer para que
me llevara a casa.
Lo vi ponerse los pantalones y caminar hacia una pared que se movió,
revelando un armario con un guardarropa completo y... ¿pistolas?
—¿Esas son armas? —murmuré mi pregunta, con los ojos clavados en
la pared donde tenía al menos cinco armas.
—Sí.
—¿Es eso legal?
—No te preocupes, malyshka. Todas están registradas y tengo los
permisos.
Fruncí el ceño, no entendía por qué necesitaba tantas armas de fuego. El
otro día, también llevaba un revólver encima. En todo el tiempo que llevo
conociendo a Tatiana y a sus hermanos, no recuerdo haberles oído nunca
mencionar las armas. ¿Era normal en el mundo criminal del que formaban
parte? Seguramente. ¿No mencionó Vasili que en sus otros negocios sus
hombres salían heridos? Debía de referirse a esto.
Ya estaba vestido, caminando hacia mí con una camisa y un bóxer.
—¿Por qué tienes tantas armas? —cuestioné.
—Levántate —musitó la orden y yo obedecí de inmediato, aferrando la
sábana contra mí como si fuera un escudo protector. Se arrodilló y pasé un
pie y luego el otro por su bóxer que me servirían de shorts ya que mis
bragas estaban destrozadas. Parecía algo normal en él, destrozar ropa
interior—. Abre los brazos —continuó, e hice lo que me pedía, soltando de
mala gana lo que quedaba de mi malogrado pudor. Mientras me abrochaba
la camisa, me miró a los ojos—. Hay gente que me quiere muerto. Las
armas son para protegerme.
—Oh. —Subió una manga, nuestros cuerpos tan cerca, rozándose. Este
momento se sentía íntimo, simple—. ¿Por qué alguien querría hacerte
daño? —No pude resistirme a preguntar.
Cambió de manga.
—Algún día te lo diré, pero no esta noche.
Miré hacia abajo. La camisa me llegaba hasta las rodillas. Supongo que
era lo mejor que podíamos hacer dadas las circunstancias. En teoría, cubría
más que mi disfraz, aunque se sentía mucho más íntimo.
Cuando levanté la cabeza, me encontré con su mirada engreída y
posesiva.
—Me gustas vestida con mi ropa, malyshka. —Agachó la cabeza y me
dio un suave beso en la boca. Su dedo rozó la piel de mi clavícula—. Y te
he marcado como mía.
Me acerqué al espejo para comprobar de qué hablaba, fue entonces
cuando lo vi. Algo entre un chupetón y una marca de mordisco. Me
encontré con sus ojos en el reflejo, un brillo de satisfacción en ellos.
—Vasili, no puedes estar haciendo esto —regañé, aunque había una
parte de mí a la que le gustaba la idea de quedar marcada como suya. «Qué
tonta soy»—. Podría tener entrevistas y nadie quiere ver ese tipo de cosas.
—Diles que lo hizo tu novio. —Sonrió satisfecho.
«¿Mi novio?» Lo miré confundida.
—¿Ryan?
Su expresión se ensombreció y su sonrisa se convirtió en un gruñido.
—No, malyshka. No Ryan —gruñó, me rodeó la cintura con las manos
y me giró hacia él—. Yo. Vasili Nikolaev.
—Oh.
Su boca tomó la mía con brusquedad, mordiéndome suavemente el labio
inferior.
—Quiero ser tu novio, tu hombre, tu compañero... como quieras
llamarlo.
Debería tener algo que decir, pero lo único que podía hacer era mirarlo
fijamente. Esas eran las palabras que quería oír hace cinco años. Habría
dado mi alma por escucharlas. Sin embargo, ahora, estaba vacilante de
creerlas. Tal vez quería hacerme daño otra vez. Incluso con las señales de
alerta sonando en mi cerebro, mi cuerpo zumbaba con la idea de que Vasili
fuera mi novio. Mi hombre.
—¿Por qué? —cuestioné, con la voz entrecortada.
—Por qué, ¿qué? —Diablos, esto casi parecía un déjà vu.
—¿Por qué quieres ser mi novio ahora? ¿Qué ha cambiado?
Seguía siendo la chica de hace cinco años. Isabella Taylor, hija de la
mujer a la que él culpaba de haber roto su familia. En ese entonces no
conocía ninguno de los secretos. Hoy sabía demasiados.
—Porque fui un imbécil. —Lo observé, esperando a que continuara. Sus
ojos claros me observaban con ternura y honestidad—. Tenías razón cuando
dijiste que hacían falta dos para engañar. No todo fue culpa de tu madre.
Mis padres también tuvieron la culpa. De hecho, todos nuestros padres la
jodieron. Nunca debí haberla pagado contigo. Incluso con lo joven e
inocente que eras, te diste cuenta de todo.
El problema era que ya no era inocente. Hace cinco años, tenía
inocencia e ideales elevados. Los esqueletos de nuestros padres me eran
desconocidos. Hoy, no era tan afortunada. No tenía el lujo de estar ciega
ante los muchos errores que mi madre había cometido. ¿Me seguiría
queriendo Vasili si supiera todos esos secretos?
Finalmente, asentí. ¿Realmente tenía elección? Cada parte de mí dolía
ante la idea de no volver a ver a este hombre.
—Si vamos a hacer esto, deberíamos ir despacio. —Mi corazón lo
deseaba, le pertenecía; mi cerebro me advertía, instándome a ser cautelosa.
Todo estaba sucediendo muy rápido y me arremolinaba en emociones y
deseos peligrosos, todos centrados en Vasili Nikolaev. Si sobrevivíamos a
salir juntos durante unos días, una semana o incluso un mes, entonces tal
vez se lo contaría todo—. ¿Ya nos podemos ir?
CAPÍTULO VEINTIUNO
VASILI

E ran muchas las emociones que se reflejaban en el rostro de Isabella,


pero la que más resonaba conmigo era la duda, quizás incluso el miedo,
a creer en mis palabras. No podía culparla, pero puta, aun así, me
agitaba.
Llamé al tipo de seguridad de mi club.
—¡Asegúrate de que el camino a mi auto esté despejado! —bramé la
orden, muy enojado.
Sinceramente, no debería estar enfadado con nadie más que conmigo
mismo. Creé esos muros que Isabella puso a su alrededor. Hace cinco años
me lo dio todo y cuando despertó, lo tiré todo por la borda. Para vengar a
mi madre y en parte para proteger a Isabella. Incluso antes de saber quién
era su padre, había peligro para cualquiera asociado conmigo. No sabía
todas las razones por las que fui tan cruel con ella al día siguiente. Sí, la
mayor parte era su madre, aunque también sabía que no pertenecía a mi
mundo. Así que endureció su corazón y siguió adelante.
Tenía que encontrar la manera de explicarle lo que significaba para mí
hace cinco años y todavía hoy. No la renunciaría. Lucharía por estar a su
lado hasta mi último aliento. Todo lo que hice en los últimos cinco años, lo
hice por ella. Hice mi imperio más fuerte y mi riqueza abundante para
poder protegerla.
—Todo despejado —confirmaron los de seguridad.
—Vamos, malyshka. —Puse mi mano en la parte baja de su espalda.
Asintió, se puso los tacones y, maldita sea, me puse duro otra vez.
Parecía una mujer recién complacida, con su melena oscura y desordenada
cayendo por su espalda y sus mejillas sonrojadas. «Yo hice eso», pensé
orgulloso. Y lo haría por el resto de nuestras vidas si ella me lo permitía.
Atravesamos el vestíbulo de mi club y nos dirigimos a la entrada
privada trasera, donde nos esperaba mi Mercedes G-class SUV.
En cuanto salí con Isabella bajo el brazo, mi guardia de seguridad abrió
la puerta del copiloto. Cuando se sentó en el asiento, su mirada se desvió
hacia su muslo descubierto y los celos me cegaron.
Mi cuchillo estaba fuera de mi funda y apenas a una pulgada de su ojo.
—¿Te pago para que vigiles los muslos de mi mujer o para que le abras
la puerta? —siseé, la ira hirviendo a fuego lento en cada sílaba.
—A… Abrir la puerta —balbuceó.
—Vasili, ¿qué estás haciendo? —Isabella me miraba con los ojos muy
abiertos y percibí como el shock se deslizaba por su cuerpo.
—¡Fuera de aquí! —le grité al tipo de seguridad—. ¡Estás despedido!
Se largó sin volver a mirar a Isabella. «Qué listo». No le pagaba para
que obtuviera un vistazo erótico. Volví a guardar tranquilamente el cuchillo
en la funda.
—Vasili, ¿qué demonios fue eso? —La voz de Isabella me regañó. Fue
a mover los muslos y salir del auto, pero la detuve.
—Te estaba mirando los muslos y las piernas. —Bueno, en cuanto a las
razones, esta no era tan buena.
—¿Y?
—Nadie puede ver eso —dije con firmeza, dándome cuenta de lo
ridículo que sonaba—. Solo yo.
—De acueeerdoo. —Esa respuesta me recordó a su primer y segundo
año de universidad, cuando se las arreglaba para meterse en tantos
problemas con Tatiana. Por lo general, era su respuesta a mis regaños
después de sacarlas de apuros. Siempre sonaba a que cedía solo para no
tener que oír más reprimendas.
Le sonreí y me encogí de hombros.
—Soy posesivo.
—Mmmm.
—No quiero que otro hombre te mire boquiabierto.
Sus ojos se encontraron con los míos y una pequeña sonrisa se dibujó en
sus labios.
—¿Te das cuenta de que los hombres siempre se quedan idiotizados
mirando a las mujeres?
—Sé que habrá hombres admirándote, pero no quiero que te vean los
muslos ni el coño.
Un atractivo rubor subió por su piel de marfil.
—Tengo tus bóxers puestos —murmuró, su dedo trazando círculos
sobre la piel de mi mano que aún descansaba sobre su muslo—. No habría
visto nada.
—Necesito saber que mis hombres te respetarán y nunca intentarán
nada contigo.
Sacudió la cabeza y me pregunté qué estaría pensando.
—No te entiendo, Vasili.
Negué con la cabeza. Tenía en la punta de la lengua decirle que la
amaba y que me ponía loco de celos, pero en lugar de eso, me guardé las
palabras. No estaba preparada para oírlas.
—Ahora te llevaré a casa.
Cerré la puerta y rodeé el auto para ponerme al volante. Si no tenía
cuidado, la alejaría con mi posesividad y mi crueldad. Isabella nunca había
visto ese lado despiadado y violento de mí. En los últimos días, le había
dado algunos destellos, pero estaban lejos de ser la imagen completa.
Teniendo en cuenta cómo creció y cómo la protegió su madre, podría huir si
lo viera todo. Debía tener cuidado.
Se quedó callada mientras conducía. Me preguntaba si se arrepentía de
lo que había pasado entre nosotros. No esperaba que encontrara el camino a
la habitación, y menos aún que se quedara. Ella dio su cuerpo sin
contenerse, justo como hace cinco años. E hice lo mismo. No se guardó
nada, dándome su placer, haciéndome saber que era mío. También era
dueña de mi placer y ha sido la única mujer que ha disuelto todo mi control
en el dormitorio sin esfuerzo.
¿Será que ella también lo sentía?
Hace cinco años, supe que lo sentía. Me deseó de nuevo y pidió verme
otra vez. Me dio su virginidad. Hoy, solo me dio su cuerpo, pero también
quería su corazón y su alma.
Llegamos a casa de Tatiana demasiado pronto. Hubiera preferido
llevarla a mi casa, sobre todo con las amenazas acechando, pero tenía
guardias vigilando este lugar. Aquí estaría segura.
—Gracias por traerme —murmuró, agarrando la manija de la puerta,
sus ojos suaves sobre mí—. Buenas noches, Vasili.
Fue a abrir la puerta, pero la agarré por la nuca, la atraje hacia mí y le di
un beso posesivo y brusco en sus labios suaves y acogedores. Abrió la boca
al instante y mi lengua encontró la suya, bailando una suave danza de
incitación y exploración.
Cuando me aparté, sus ojos estaban llenos de lujuria y mi lado arrogante
y egoísta se alegró. Quería que pensara en mí mientras dormía esta noche,
que se imaginara durmiendo en mi cama. Porque eso era exactamente lo
que haría: soñaría con ella en mi cama, ver su cara a primera hora cuando
me despertara.
—Buenas noches, malyshka —murmuré contra sus labios.
Salí del vehículo, di la vuelta y le abrí la puerta. Resistí el impulso de
apretarla contra mí. Si la atraía hacia mí, me quedaría con ella toda la
noche, atosigándola. Así que permanecí pegado a mi lugar, la vi caminar y,
antes de que entrara en la casa, lanzó una mirada por encima del hombro,
nuestros ojos encontrándose. No pude evitar que se me formara una sonrisa,
feliz de que sintiera la atracción entre nosotros. Ha estado ahí desde el día
en que me llamó señor Nikolaev, suponiendo que era el padre de Tatiana.
Tuvimos tres años de preliminares hasta que perdí la batalla y la tomé
como mía. Fui un estúpido al pensar que la venganza contra su madre
saciaría esta necesidad por ella.
Después supe la verdad sobre lo que había pasado, sobre mi
hermanastro y la amenaza que la familia Santos suponía para Isabella. Sin
querer, los había acercado más a ella. Temía verla herida o, peor aún,
perderla para siempre. Justo como perdí a mi padre. Así que hice una de las
cosas más difíciles de mi vida, la sacrifiqué de nuevo y a lo que podríamos
haber tenido para mantenerla a salvo. Meses después de saber que no era su
madre la que había destrozado a mis padres y que Isabella era posiblemente
la mujer destinada para mí, volví a renunciarla. Por su propio bien.
Sin embargo, ahora era más fuerte, más rico y más poderoso. Ella estaba
de vuelta en mi vida. La mantendría a salvo a toda costa. De Benito King y
sus secuaces y de Raphael Santos.
Volví a mi vehículo y empecé a bajar por el camino de entrada cuando
se me ocurrió que no había visto a ningún guardia. «¿Qué demonios?».
Al hacer un giro brusco en U, otro vehículo llegó haciendo chirriar los
neumáticos y casi chocó conmigo. Se desvió a la derecha, evitando
golpearme por apenas una pulgada. La puerta se abrió de par en par y Sasha
salió con una pistola en la mano. Alarmado al instante, busqué mi
compartimento secreto y saqué mi pistola junto con balas de repuesto.
—¿Qué está pasando? —pregunté, saliendo de mi auto.
—Raphael Santos está aquí, viene por Tatiana.
Al mismo tiempo, oí un fuerte estruendo y un grito que salía de la casa.
La sangre en mis venas se heló, el miedo de perder a Isabella
multiplicándolo.
—Está con Adrian. —No podía creer que mi voz fuera tranquila e
inquebrantable mientras mi corazón se apretaba de miedo, bombeando
sangre a mi cerebro a una velocidad excesiva—. Isabella está adentro.
Tanto Sasha como yo empezamos a correr, refugiándonos detrás de un
gran roble. El patio delantero de la casa de Tatiana estalló en una lluvia de
balas a nuestro alrededor. Se oyó un golpeteo de pasos. Sasha y yo
compartimos una mirada mientras esperaba mi orden. En cuanto asentí,
ambos nos giramos y disparamos. La primera bala dio en el blanco,
hiriendo al enemigo en el cuello y salpicando de sangre el revestimiento de
la casa. Sasha le dio a su amigo al mismo tiempo y ahora ambos estaban
tendidos en el suelo.
El grito aterrorizado de Isabella volvió a atravesar el aire.
—Ve por el lado derecho; yo iré por el izquierdo —siseé, con la furia
hirviendo en mi interior desatando a la bestia.
Estaba en búsqueda de más objetivos, ocultándome en las sombras. La
luna llena resaltaba las oscuras sombras del enemigo lo suficiente como
para permitirme verlos. ¡Gracias a Dios! Con precisión, como si mi vida y
la de Isabella dependieran de ello, porque así era, empecé a disparar. Otro
hombre abatido.
Nos llovieron más balas, pero no podía permitirme perder de vista a las
sombras, ni por una fracción de segundo, aunque el hermano mayor que
había en mí estuvo tentado de comprobar cómo estaba Sasha. Perseguí al
objetivo, disparándole otro tiro. Cayó de rodillas y, sin detenerme, le metí
otra bala en la frente.
—Ah, suka blyat. —«Hijo de puta». Oí maldecir a mi hermano y fue mi
confirmación de que estaba bien.
Más balas. Otra sombra detrás del árbol. Apunta. Dispara. Hombre
muerto.
El cristal se rompió y la voz de Isabella llegó hasta mí.
—Vasili, hombre a tu izquierda.
Instintivamente seguí su advertencia. Un hombre a mi izquierda me
apuntaba con su arma y, con un movimiento rápido, me agaché mientras
cogía mi navaja. La hoja de mi cuchillo se clavó en su piel y le abrí el
pecho de par en par. Luego le corté la garganta y lo empujé. Cayó al suelo,
gorgoteando y ahogándose con su propia sangre. No tenía tiempo que
perder con él. Cogí su pistola y corrí hacia Isabella.
—¡Vasili! —gritó, con el miedo tiñendo su voz. Oírla me destripó, pero
me concentré en la dirección de la que provenía su voz. Me ayudó a
calcular su ubicación. «La zona de la piscina».
Corrí y mi paso vaciló, encontrando a Raphael Santos con la mano
alrededor de la garganta de Isabella y la otra apuntando un arma a su sien.
Tenía los ojos desorbitados, arañando las manos de él, intentando respirar
entrecortadamente.
—La cagaste, Nikolaev. Deberías haber dejado vivo a mi padre. —
Raphael Santos podía ser un cruel hijo de puta cuando quería. Sasha la cagó
a lo grande al empezar esta mierda.
—Raphael, déjala ir —gruñí. El horror en la cara de Isabella reflejaba el
terror que sentía en mi corazón. No podía perderla. No la perdería. Me
negaba a perderla.
Sasha se acercó por mi derecha, con su arma apuntando a Santos. La
furia de ver a mi mujer siendo asfixiada hasta la muerte y un arma
apuntando a su cabeza me hizo querer matar a cada miembro de la
organización criminal de los Santos. En este momento, estaba tentado de
matar también a mi hermano porque él había empezado todo esto.
—P-por favor. —Isabella seguía empujando contra Raphael—. No p-
puedo respirar.
—Ese es el punto, cariño —replicó, mirándola de arriba abajo—. No es
nada personal. Agradéceselo a tus hermanos.
Sus ojos se clavaron en mí, sorprendida, pero no lo corrigió. Mierda, no
estaba seguro de si me alegraba o no.
—No es nuestra hermana —dijo Sasha—. Usa tus ojos, maldito imbécil.
O lee la revista People. Sabrías entonces que esta mujer no es nuestra
hermana.
—Basta —gruñí a mi hermano—. Muestra respeto. —Las burlas y la
falta de respeto de Sasha no ayudarían a Isabella. Volví a centrarme en
Raphael Santos.
—Sasha dice la verdad. Esta no es Tatiana.
Aunque no le diría quién era. Estaba enterado, por los hombres que
ejecuté, que Raphael sabía sobre su hermana. Solo que no sabía detalles,
como su aspecto, quién era, su nombre. Tenía a un hombre dentro de la
organización de Santos confirmando eso. Aunque sabían que había estado
ocultando el rastro de su hermana durante los últimos cinco años.
Los ojos de Raphael volvieron a Isabella y la observó pensativo. Quizás
estaba comparando sus rasgos físicos con los nuestros. Todo el mundo sabía
que los miembros de la familia Nikolaev tenían los ojos pálidos y el cabello
rubio. Isabella no podía parecerse menos a nosotros. ¿O estaba viendo algo
más?
Su mano se aflojó y podía ver a Isabella inhalando oxígeno
profundamente.
—¿Quién eres? —le preguntó Raphael con los ojos clavados en ella. Me
maldije por dentro. Debería haber llevado a Isabella a mi casa. Le prometí a
su madre que la mantendría a salvo de la familia Santos y, allí estaba, en sus
garras.
Sus hombres nos apuntaban a ella, a mi hermano y a mí. Las
probabilidades eran malas, sin embargo, eso no era lo que me preocupaba.
Era asegurarme de que Isabella saliera con vida. Ella era mi prioridad.
—La amiga de Tatiana. —Le temblaba la voz. Apenas podía hablar—.
Fuimos juntas a la universidad.
Sentí un alivio silencioso y recé para agradecer que no dijera su nombre.
Mis fuentes me dijeron que Raphael Santos buscaba a su hermanastra sin
descanso, pero no tenía ni una sola foto de ella. La buscaba a ciegas.
—¿Trabajas para ellos? —Le inclinó la cabeza observándola con el
ceño fruncido. Como si tratara de resolver un rompecabezas. Si supiera lo
importante que era para mí, podría decidir convertirla en su venganza. O si
se daba cuenta de quién era, se la llevaría con él.
—No sabe nada de nuestro negocio —dije, haciendo hincapié en la
última palabra. Era cierto y él entendería lo que significaba. Los ojos de
Isabella se movieron confusos entre nosotros dos.
—Yo... yo no trabajo en el sector inmobiliario —murmuró, con la voz
todavía ligeramente temblorosa—. Soy médica de sala de emergencias. S...
solo estaba de visita.
Si le hubiera pedido a Isabella que convenciera a Raphael de que no
sabía nada, no habría podido decir nada mejor. Mi empresa era propietaria
de inmuebles, pero no se dedicaba exactamente al negocio inmobiliario.
—¡Déjala ir, hijo de puta! —Sasha empezaba a irritarme. Si salíamos
intactos de esta, tendría que partirle la cara. Se estaba volviendo
incontrolable.
—¡Y tú, cabrón! —gritó Raphael—, deberías aprender a escuchar a tu
hermano mayor y mantener la puta boca cerrada.
Por supuesto, mi hermano siempre estaba listo para jalar el gatillo. No
obstante, Raphael tenía reflejos rápidos y era un tirador excelente. Le
disparó a mi hermano. En el mismo instante, apunté a Raphael con mi
pistola con una puntería precisa y listo para apretar el gatillo. Sabía que
nunca fallaba, aunque por primera vez en mi vida, temí disparar porque
Isabella estaba cerca de mi objetivo.
—Podemos decir que estamos a mano. Por mi padre —anunció Raphael
con los ojos fijos en mí. No era tonto. Probablemente sabía que a Sasha lo
había matado.
—¡Malditos colombianos! —gimió mi hermano, sangrando en el suelo.
El maldito idiota de Sasha podría estar en su lecho de muerte y aún
encontraría su último aliento para maldecir a los Santos.
—Sigues vivo, puto ruso, que es más de lo que se puede decir de mi
padre —gruñó Raphael. No podía discutir ese punto—. Deberías estar
besándome el culo y dándome las gracias.
—Ya quisieras que te besara tu patético trasero —siseó Sasha, aunque
me inclinaba a pensar que era más por dolor que por rabia.
—Deja ir a la mujer, Raphael —le hablé a mi enemigo con mi arma
todavía apuntándole. Una sola bala y estaría muerto. Pero no estaba
dispuesto a arriesgarme, no con mi mujer al alcance de su mano—.
Podemos decir que estamos mano a mano.
—¡Ni con mucho! Pero no necesito una puta guerra contigo ahora
mismo —bramó—. La dejaré ir. Mis hombres tienen sus armas apuntando a
su cabeza y a la de tu hermano. Intenta algo estúpido y estará muerta.
—Entendido. —Nunca arriesgaría su vida de esa manera.
Quitó el arma que la apuntaba y le soltó el cuello por completo.
—Ve con él, mujer. —Durante un breve segundo, Isabella se quedó allí
de pie, como si tuviera miedo de moverse; esperando que fuera un truco y
entonces alguien la mataría de todos modos. No me gustó cómo la
estudiaban los ojos de Raphael—. Está bien —instó—. Nadie te hará daño.
—Parpadeó y miró hacia mí. Asentí con la cabeza, intentando tranquilizarla
sin palabras. —Que nadie le dispare a la mujer—añadió Raphael en voz alta
y, gracias a Dios, por fin se movió.
Un paso. Dos pasos, y cuando se dio cuenta de que en realidad nadie
disparaba, corrió hacia mí y abrí los brazos, con el corazón retumbándome
en el pecho y en los oídos. «Mi Isabella». Se arrojó a mis brazos, con el
cuerpo tembloroso. Todos estos años que he intentado mantenerla a salvo y
ahora la he arrastrado directamente al inframundo.
Se suponía que este no debía ser su mundo; era la razón por la que su
madre seguía escondiéndolos.
La rodeé con fuerza con el brazo libre, pero seguí apuntando a los
colombianos, por si acaso.
—No hagas que me arrepienta de esto, Nikolaev. —La amenaza de
Santos perduró en el aire y desapareció en la noche junto con sus hombres,
dejando cadáveres atrás, cristales destrozados y a mi hermano
ensangrentado.
—Está bien, malyshka —la consolé—. Ya se han ido.
Sus ojos se posaron en mí.
—¿Qué ha sido eso?
—Venganza. —Era lo más cercano a la verdad que podía decirle ahora.
Sin más preguntas, dirigió su atención a mi hermano sangrando en el
suelo.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
ISABELLA

S asha estaba tendido sobre el césped, con la cara pálida, pero logró
sonreír.
—Estoy bien —murmuró.
—No, no lo estás. —Me arrodillé, buscando la herida que sangraba
rápidamente. Vasili estaba a mi lado, pero me dejó hacer lo mío mientras
sacaba el teléfono. Supuse que estaba llamando a la policía o al 911.
Encontré el agujero de bala cerca de su clavícula. Pasé el dedo por
encima y encontré un bulto contra su piel. La bala podría haber tocado el
hueso. Y a juzgar por la cantidad de sangre, esperaba que no hubiera dado
también en una arteria.
—Adrian. —Oí la voz de Vasili. Levanté la cabeza y lo encontré
hablando por el celular—. No traigas a Tatiana a casa. Mantenla contigo;
mantenla a salvo. Nos han atacado.
Los ojos de Sasha se desplomaron y empujé contra la herida, para evitar
que se desangrara.
—Quédate conmigo, Sasha —susurré—. Abre los ojos.
—Solo necesito descansar.
Levanté los ojos hacia Vasili.
—Está perdiendo mucha sangre. Tenemos que llevarlo al hospital.
Volví a mirar a Sasha, notando que su color empezaba a volverse de un
gris enfermizo. Vasili levantó a su hermano del suelo y me llamó.
—Vamos, malyshka. No te quedarás aquí.
Lo seguí sin discutir. No quería quedarme aquí después de lo que
acababa de pasar. No me sentía segura sin Vasili. Los últimos veinte
minutos habían sido los peores de toda mi vida y el terror todavía sacudía
mis huesos, pero me negaba a pensar en ello. Mantener a Sasha con vida era
más importante.
—No puedo ir al hospital con este aspecto —murmuré, aunque era un
comentario estúpido. Sasha se estaba desangrando y me preocupaba ir al
hospital descalza, en bóxer y con una camisa de hombre.
—Estará bien —aseguró.
Observando la herida de Sasha, noté que la sangre se filtraba con
demasiada rapidez.
—Vasili, ¿tienes un cuchillo? —Necesitaba detener la hemorragia de
Sasha y lo único que tenía a la mano ahora mismo era mi camisa. Me
entregó su cuchillo sin preguntar. Agarré el dobladillo de mi camisa y corté
a través de ella, arrancando parte de ella, luego la apliqué sobre su herida,
todo mientras mantenía el ritmo de la zancada de Vasili.
Mis manos se estaban ensangrentando, aunque no me importaba.
Mientras mantenía una mano en su herida, con la otra le tomaba el pulso.
Seguía ahí.
—Necesitamos sangre —murmuré para mí. En mi mente ya estaba
preparando todo lo que necesitaría en cuanto llegáramos al hospital—.
Oxígeno, equipo quirúrgico. Líquidos.
—Mantenlo con vida, malyshka. —Me sobresaltó la voz de Vasili.
Colocó el cuerpo de Sasha en la parte trasera de su gran Mercedes, y me
subí para mantener la presión sobre su herida. Nada importaba ahora, solo
mantenerlo vivo.
Vasili estaba al volante, con los neumáticos chirriando.
—Sasha, sigue respirando —murmuré, esperando que pudiera oírme—.
Aguanta. Llegaremos pronto.
Su respiración era superficial.
—¿A qué distancia está el hospital? —le pregunté a Vasili. Yo estaba en
el suelo del asiento trasero y no podía ver por la ventanilla, pero me di
cuenta de que iba a toda velocidad por la forma en que el auto giraba a la
derecha e izquierda en cada curva.
—Cinco minutos. —Eso era bueno. Cinco minutos. Podríamos hacerlo.
Con cuidado, le desabroché los dos botones superiores y le quité la camisa.
La tela pegajosa estaba empapada de sangre. Se la quité y aspiré al ver la
sangre que manaba de la herida.
—¿Cómo está? —El Mercedes de Vasili se desvió de nuevo al tomar
una curva cerrada y agarré el cuerpo de Sasha para evitar que cayera al
suelo.
Volví a presionar el paño contra la herida.
—Espero que sea una herida superficial. Eso es mejor que la alternativa.
—Podría haber alcanzado un órgano vital, lo que habría sido mucho peor—.
Tenemos que sacar esa bala.
No respondió, pero me di cuenta de que estaba preocupado. Yo también
lo estaba. Condujimos los cinco siguientes minutos en silencio cuando, de
repente, el vehículo se detuvo.
Antes de que pudiera moverme siquiera, la puerta del asiento trasero se
abrió y Vasili me ayudó a levantarme del suelo y sacarme, y luego levantó a
su hermano sin esfuerzo. Vasili empezó a correr hacia una gran mansión
que no se parecía en nada a un hospital, pero no tuve tiempo de
interrogarlo.
Corrí tras él, intentando seguirle el ritmo. Vasili cargó con su hermano
por las escaleras de mármol y luego por un largo pasillo antes de detenerse
frente a una gran puerta. Rápidamente la abrí, dejando manchas de sangre
en los picaportes.
Entró en la habitación y colocó a Sasha en la cama del hospital. Eché un
vistazo rápido a la habitación para ver con qué tenía que trabajar. Esta era
grande, con una cama de hospital en el centro y todo tipo de máquinas
médicas de alta tecnología. Los armarios de acero inoxidable con puertas de
cristal mostraban un suministro completo de accesorios médicos,
medicamentos y cualquier otra cosa que pudiera necesitar para salvar una
vida.
—Dime qué necesitas. —La voz de Vasili era firme, sus ojos clavados
en mí buscando orientación.
—Necesita una transfusión de sangre para empezar —dije,
dirigiéndome al lavabo de la esquina de la habitación. Me lavé las manos,
las desinfecté, cogí un par de guantes y me acerqué a mi paciente.
Vasili me entregó bolsas de sangre O negativo y tiré de la barra de acero
IV, colgando una.
—Kit intravenoso.
Se dirigió al armario más cercano y me entregó los suministros. Se lo
quité de las manos, busqué la vena de su brazo y le puse la vía. A
continuación, limpié su herida y, sin tiempo que perder, me centré en la
tarea en cuestión.
Vasili quedó olvidado a mi lado, mientras me ponía a trabajar en su
hermano. Primero, adormecí la zona con lidocaína. Luego, corté la piel de
Sasha con el bisturí que encontré en la bandeja que milagrosamente había
aparecido a mi lado. Hice la incisión lo bastante grande para poder agarrar
la bala con unas pinzas y sacarla del agujero. La coloqué en el tazón de
acero inoxidable y limpié la herida. Miré para ver de dónde había salido
toda la sangre, pero parecía haberse detenido, así que me relajé. Después de
coserlo, cogí la gasa estéril, la puse sobre la herida y la envolví.
Cambié la bolsa de sangre vacía por otra llena y añadí otra bolsa de
líquido. Lo observé y me pareció que se pondría bien. Solo teníamos que
asegurarnos de que la herida no se infectara. El pulso de Sasha era cada vez
más fuerte y su piel, aunque seguía pálida, no estaba húmeda ni enfermiza.
Miré a Vasili, que no se separaba de mí, con la preocupación grabada en
el rostro.
—Todo listo —dije, con el cansancio contra el que había luchado toda
la noche haciéndose sentir.
Había asombro en su rostro y algo más, pero estaba demasiado cansada
para reflexionar sobre ello. Esta noche había sido inesperada, me había
abierto los ojos al mundo de Vasili. A pesar de la violencia de la que había
sido testigo, él no me asustaba. Se sentía seguro.
Me tomó la cara con ambas palmas y me estampó un beso en la nariz.
—Gracias, malyshka —murmuró—. Lo salvaste.
El gesto fue sencillo pero cariñoso. Tenía tantas preguntas sobre lo
ocurrido esta noche, quién era aquel tipo y por qué no había venido la
policía, sin embargo, no sabía por dónde empezar. El hombre era el mismo
con el que me había cruzado antes, cuando compré la pintura. Tenía la
sensación de que todo lo sucedido cambiaría las cosas entre nosotros.
—No me des las gracias todavía. Veamos cómo continúa esta noche. —
Mis ojos se desviaron hacia la forma dormida de Sasha—. Lo vigilaré
durante toda la madrugada.
—Puedo hacer que uno de mis hombres lo vigile.
Sacudí la cabeza.
—No, quiero hacerlo yo. Déjame ducharme y quitarme esta ropa
ensangrentada.
Su mano rozó la piel de mi cuello y no pude evitar una ligera mueca de
dolor. Su expresión se ensombreció, con furia y miedo en los ojos. El miedo
me sorprendió. Me parecía como alguien que no le temía a nadie.
—Quiero matarlo por haberte hecho daño —gruñó en voz baja con la
ira latente en cada una de sus palabras.
—Solo tiene moretones —susurré suavemente. Dios, su actitud
protectora me hacía amarlo aún más—. ¿Estás bien?
Se rio entre dientes.
—Te ha hecho daño y me preguntas si yo estoy bien. —Sacudió la
cabeza, con la incredulidad dibujada en sus facciones—. Eres demasiado
suave, malyshka. Demasiado buena para mí. —Sus palabras eran graves, su
acento marcado. No entendí lo que quería decir, pero antes de que pudiera
reflexionar, continuó—: Deja que me ocupe de ti —replicó con voz suave.
Sus labios depositaron el más suave de los besos en mi cuello magullado—.
Quédate conmigo. Es la única manera en que estaré bien. —Cuando
hablaba así, casi podía convencerme de que se preocupaba realmente por mí
—. No dejaré que esos hombres te hagan daño. Te protegeré, lo prometo.
Mejor de lo que lo he hecho esta noche.
Le creí y, extrañamente, me hizo sentir físicamente segura. El mundo de
Vasili era muy diferente al mío. Esta noche lo hizo bastante obvio. El estilo
de vida que llevaba Vasili era similar al de mi padre y del que mi madre
había intentado mantenerme alejada. Estaba cegada a la violencia de la
mafia hasta esta noche. O tal vez no quise verlo antes. Pero con él a mi
lado, no temía a ese mundo.
Temores completamente diferentes me acosaban.
Estaba el miedo de dejarme ir, a que rompiera los muros de mi corazón
solo para volver a hacerlo añicos. La primera vez, fue doloroso. Y esta vez
había un secreto que guardaba. ¿Podría perdonarlo? ¿Me perdonaría él?
Incluso suponiendo que superáramos todo eso, no estaba segura de poder
sobrevivir si él decidía volver a desechar mi amor.
Quería entregarme por completo, sin embargo, las batallas de Vasili en
su mundo mafioso cruzaban camino con mi padre, que resultó ser su
enemigo. El diario de mi madre ponía de manifiesto lo despiadado que
podía llegar a ser Nikolaev y su traición podía convertirse fácilmente en mi
pecado por el que pagaría de nuevo.
Asentí con la cabeza, a pesar de las advertencias y del miedo a salir
herida. Un alivio inundó su rostro y me hizo preguntarme cuánto le
importaba realmente. Porque él me importaba demasiado. Me rodeó con las
manos y me di cuenta de que nuestras camisas estaban empapadas de
sangre.
—No tienes ninguna herida, ¿verdad? —murmuré, poniéndome de
puntillas y hundiendo la cabeza en su cuello. Tenía que alejar todas las
preocupaciones de mi mente por esta noche. Valoraría el hecho de estar viva
y con este hombre. De todo lo demás me preocuparía con el próximo
amanecer.
—No. La sangre es de Sasha. —Inhalando profundamente, saboreé su
aroma. Ese aroma único y maravilloso que siempre era Vasili—. Vamos a
limpiarnos. Haré que alguien traiga un sofá y me quedaré aquí contigo.
—Tú no...
Me cortó con un beso en la boca.
—Me quedaré donde tú estés. No tiene sentido discutir.
—Estoy demasiado cansada para discutir y no hay nada que me gustaría
más que quedarme contigo. —Suspiré, pero secretamente mi corazón se
alegró.
Cedí con demasiada facilidad ante este hombre. Podía echarle la culpa a
mi estado de agotamiento, pero la verdad era que quería estar con él. No
había otro lugar en el que prefiriera estar.
—Ahhh, malyshka. Por fin.
Nos sacó a los dos de la habitación. Se detuvo en la puerta y gritó en
ruso. En el mismo segundo, un tipo grande salió de las sombras. Era alto,
casi tan grande como Vasili, y el parecido entre los dos me pareció extraño,
pero lo que más me cautivó fue la cantidad de tatuajes. Nunca había visto a
un tipo con tatuajes en la cara. Tenía dos en el lado izquierdo y derecho de
la cara, uno debajo de los ojos y otro encima de la ceja. La expresión de su
cara era estoica, aunque cuando habló, pude oír preocupación en su voz.
—¿Cómo está?
—Creo que saldrá adelante. —Le ofrecí una sonrisa, aunque apenas me
miró—. Ha perdido mucha sangre y su clavícula fue rasgada, pero podría
haber sido peor. Se recuperará bien y solo le quedará una cicatriz para
presumir.
—Gracias. —El guardia asintió, sus labios se curvaron en la más
pequeña de las sonrisas.
—A la orden —murmuré, preguntándome si era cercano a Vasili y
Sasha. Había algo en su forma de importarle que parecía más personal que
preocuparse por tu jefe. Sus ojos eran de un azul pálido, como los de Vasili
y Sasha, aunque su pelo rubio era más oscuro, haciendo un marcado
contraste. Incluso sus rasgos faciales me recordaban a Vasili. Tenía una
cicatriz en el centro del labio superior, pero no le restaba nada. En todo
caso, potenciaba su aura: hermoso de una forma peligrosa. ¡Y mortal!
—¿Puedes echarle un ojo mientras nos lavamos, por favor? —preguntó
Vasili, interrumpiendo mi estudio del hombre.
—Por supuesto.
—Gracias. Si su respiración cambia o el pulso disminuye o se acelera
—agregué—, ven a buscarme pase lo que pase. ¿De acuerdo?
Asintió y se apresuró a entrar en la habitación con Sasha. Una vez
detrás de las puertas cerradas, Vasili me condujo por el pasillo, en dirección
opuesta a la que habíamos tomado cuando llegamos.
—¿Quién es? —indagué. Por alguna razón, me parecía que él era
importante.
—Es mi hermanastro. —Volví la cabeza hacia Vasili y estuve a punto de
tropezar y caer de bruces sobre el suelo de mármol. Por suerte, me cogió del
brazo y me sostuvo.
—No sabía que tenías un hermanastro —murmuré—. ¿Cuántos años
tiene?
—Treinta y cinco.
Fruncí el ceño, confusa. Tatiana nunca había hablado de un
hermanastro. Su padre había fallecido hacía unos diez años. ¿Qué me había
dicho de su madre? Me parecía recordar que me había dicho que había
fallecido cuando ella era un bebé, pero su hermanastro tenía una edad
intermedia entre Tatiana y Sasha. ¿Era un hermanastro por parte de padre o
de madre? Tenía una sensación persistente en el cerebro, pero no podía
comprenderla. Mi cerebro estaba demasiado cansado y lento en este
momento.
En cuanto llegamos al lado opuesto de la casa, me olvidé del
hermanastro de Vasili. Unas anchas puertas dobles de caoba estaban allí,
con dos guardias, ambos atentos y mirándome fijamente.
—Pueden irse; gracias. —Vasili los despidió.
Observé a los guardias dispersarse y me volví hacia Vasili.
—¿Por qué tienes guardias en la puerta?
En los últimos días, había aprendido más sobre Vasili que en los
primeros años que lo conocí a él y a Tatiana. ¿Quién era realmente, aparte
de un multimillonario rico y guapo? ¿Un criminal despiadado? Tenía la
sensación de que siempre había sabido la respuesta, pero me negaba a
reconocerla.
En cuanto entramos por la puerta, mis ojos recorrieron la enorme suite.
No, tacha eso. No era una suite. Era totalmente como un penthouse.
—¿Esta es tu ala o algo así? —Probablemente me veía ridícula mirando
todo mientras aún estaba vestida con su camisa, manchada con la sangre de
Sasha y descalza.
Se rio entre dientes.
—No, esta casa es mía. Pero esta ala fue acondicionada para acomodar
la necesidad de privacidad.
Le lancé una mirada.
—¿Por qué necesitas privacidad en tu propia casa?
—Tengo otros hombres que se alojan en la propiedad y utilizan las
habitaciones de la casa —aclaró. Alcé una ceja, pero no dije nada. Le
dejaría explicar lo que quisiera—. Debido a mi posición en el imperio
Nikolaev, la gente me quiere muerto. La seguridad que mantengo en torno a
mi familia es una necesidad.
Atravesamos la gran sala, una cocina de tamaño decente, y me asomé a
una habitación para encontrar un gran dormitorio con una cama king size.
Vasili tenía una verdadera obsesión por el negro y el rojo. El dormitorio
estaba pintado de negro y tenía detalles rojos en las paredes. Y la cama,
¡santo cielo! Era incluso más grande que la de su club.
—Mmmm. —Apenas podía mantenerme en pie por la larga y agotadora
noche, y aquí estaba, fantaseando todas las cosas que podría hacer en esa
cama. Podía imaginármelo apoyado como un rey en medio de la cama,
tocándose, con su enorme cuerpo en plena exhibición.
Mierda, ahora estaba excitada.
Aparté los ojos de la cama y los fijé en la pared de la esquina más
alejada de la habitación. Inhalé una bocanada de oxígeno y parpadeé. Ni
siquiera me di cuenta de que había dado unos pasos dentro de su habitación,
hacia aquel rincón, hasta que estuve justo ahí.
Era un soporte para atar a una mujer y una pared llena de juguetes
sexuales. Desde envoltorios de seda para atarte las muñecas, pinzas para los
pezones y cosas que no tenía ni idea de para qué servían.
«Nota para mí, necesito investigar sobre juguetes sexuales».
—Supongo que no bromeabas cuando dijiste que te gustaba —murmuré
en voz baja.
—No, no bromeaba. —Su voz estaba justo detrás de mí, sus ojos
precavidos fijos en mí, estudiándome—. ¿Qué te parece?
—¿Qué? ¿Ser atada? —Se me escapó una risa entrecortada.
—Cualquier cosa, todo. Lo que te interese. —Se encogió de hombros.
Mi mirada se desvió hacia él. Tenía la sensación de que este hombre,
este Vasili Nikolaev, era quien había intuido que acechaba bajo su exterior
frío y gruñón y sus modales suaves desde el momento en que lo conocí.
Excepto que nunca me dejó entrar. Pero ahora, por alguna razón
desconocida, abrió la puerta y me dejó entrever su interior. ¿Qué había
cambiado?
Los dos parecíamos un desastre con la ropa ensangrentada por los
acontecimientos de la noche. Debería estar asustada, pero no lo estaba.
Cuando su enemigo tenía su mano alrededor de mi garganta asfixiándome,
mi único pensamiento era que quería más tiempo. Más tiempo con Vasili.
No me importaba el rechazo de hacía cinco años ni la amarga rabia
contra él después de perder al bebé. Mi único y vergonzoso secreto que
nunca le conté a nadie. Tatiana se enteró de que estaba embarazada la noche
en que me llevó al hospital, la noche de mi aborto. Le hice prometer que no
le diría nada a nadie, que mantendría este secreto entre nosotras. Y lo hizo.
Excepto que nunca se dio cuenta de que había perdido al bebé de Vasili
hasta la otra ocasión en el club.
Sin embargo, cuando mi vida pasó ante mis ojos, nada de eso importó.
Solo quería más tiempo. Para amar. Para vivir. Para dar y recibir.
—¿Me enseñas? —Fue la única respuesta que se me ocurrió.
Por la forma en que brillaron sus ojos, supe que no esperaba ese tipo de
comentario, pero que lo entusiasmaba.
—Sí, pero hoy no. —Apretó su boca contra la mía, hambriento y
adorador—. Vamos a ducharnos.
Me condujo a través de una puerta que no había notado hasta ahora. Se
extendía frente a nosotros un baño grande y lujoso; nuevamente el azulejo
negro lo hacía brillar bajo luces tenues, haciendo promesas de oscuras cosas
deliciosamente pecaminosas que este hombre podría hacerme.
—Realmente te gusta el rojo y el negro, ¿eh?
—Podemos cambiarlo si no te gusta. Realmente siento algo por ti, más
que por cualquier otra cosa. —Se rio entre dientes.
Mis labios se separaron y me quedé mirándolo sorprendida. Como si no
me acabara de decir algo que me sacudió hasta lo más profundo de mi ser,
abrió la ducha y me quitó la camisa y el bóxer y luego se quitó la ropa. Hoy
Vasili Nikolaev era el hombre que había intuido debajo de toda su rudeza
exterior: cariñoso, apasionado, amoroso, protector y posesivo.
Debería haber mirado hacia otro lado, pero me quedé embobada
soñando con lo que podría ser.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
VASILI

I sabella estaba desnuda delante de mí, en todo su esplendor, pero fueron


sus ojos y su boca los que me hicieron perder el sentido. Sin
pretensiones, sin intentar ser sexy. Había un deseo puro en sus ojos, igual
al mío.
—Si sigues mirándome así, no podré contenerme. Estás cansada, y soy
una bestia dispuesta a entrar en celo de nuevo.
Me tomó de la mano y entramos los dos juntos en la ducha.
—No estoy demasiado cansada.
No debía ceder. Necesitaba descansar, sin embargo, la bestia dentro de
mí quería más de ella, quería su sumisión. Quería doblegarla a mi voluntad,
dejar marcas en su piel pálida y suave, controlar su placer y adueñarme de
todos sus gemidos. Y lo más importante, poseer su corazón.
No había dicho nada del otro mundo, pero percibí un ligero cambio en
ella. Esperaba que fuera en la dirección a la que me dirigía. Esta mujer era
increíble, todo lo que necesitaba. La forma en que cuidó de Sasha, haciendo
a un lado su propia experiencia traumática, me demostró lo fuerte que era.
Cuidó de mi hermano; ahora me tocaba cuidar de ella.
Tomé el jabón, hice espuma con él con las manos y, lentamente, recorrí
su cuerpo, explorándolo. Siguió mi ejemplo, con el labio inferior entre los
dientes.
—Debes de hacer mucho ejercicio —musitó, sus dedos suaves como
plumas. No como mis ásperas manos, que dejaban marcas rojas sobre su
piel de marfil.
Mi pene erecto se apretó contra ella y un pequeño jadeo salió de sus
labios, sus ojos se cerraron.
—Me encanta tu cuerpo —ronroneé bajo el chorro de agua—. Es suave,
hermoso y perfecto para mí.
Miró a través de sus pestañas, sus ojos se detuvieron en mis
abdominales, sus dedos recorriendo cada músculo.
—Mmmm. Me gusta más tu cuerpo.
Su tacto era suave, sus dedos recorrían las palabras tatuadas en el lado
derecho de mi pecho. Las gotas de agua brillaban sobre su cuerpo,
haciéndolo resbaladizo.
—Esto es nuevo —agregó. Se acercó más y sus ojos leyeron las
palabras.
El mundo que conocimos
No regresará
El tiempo que perdimos
No puede regresar
La vida que tuvimos
No volverá a desangrarnos
Mientras leía con su suave voz, mi corazón latía con fuerza contra sus
dedos. Esas palabras eran para ella. Lo obtuve después de conocer todos los
secretos que envolvían a nuestros padres. Mi meta final siempre fue
recuperarla. Isabella Taylor Santos era mi objetivo final.
—Sí, es nuevo. —La miré con pasión. Mi siguiente admisión la haría
correr o sellaría su destino conmigo—. Me lo tatué por ti.
La sorpresa brilló en sus profundos ojos marrones. Separó los labios y
tuve que contenerme para no meter la mano en su cabello y tomar su boca.
La vi tragar saliva, su delicado cuello moviéndose con el gesto.
—Me encanta —susurró, inclinándose hacia mí. Dos palabras y su
destino estaba ligado a mí para siempre. Sus labios se detuvieron sobre él y
luego bajó la boca hacia el tatuaje, con la lengua haciendo perezosos
círculos sobre él mientras los pequeños ruidos mmmm vibraban en su
garganta.
—Agárrate a mí —ordené con voz ronca, agarrándole el culo con ambas
manos y su brazo se enroscó alrededor de mi cuello, estabilizándose.
Acomodé mi miembro a su entrada, sus piernas rodearon mi cintura
mientras mi pene se deslizaba dentro de ella.
Su gemido resonó en la ducha y mis dedos se aferraron a su trasero,
clavándose en su suave piel. La sostuve mientras me cabalgaba, sus brazos
alrededor de mi cuello. Nuestros cuerpos resbalaban y se rozaban el uno
contra el otro, piel contra piel.
Su coño caliente se apretaba alrededor de mi pene, sus gemidos
resonaban en mi oído, y era el mejor afrodisíaco de todos. La apreté contra
la pared de azulejos, cogiéndola con fuerza, penetrándola con posesividad,
arrancándole un grito más fuerte con cada embestida.
Estaba al borde del orgasmo, lo noté en la forma en que su vagina se
cerraba alrededor de mi pene, como un tornillo.
—Oh, Dios mío... oh, Dios... ¡Vasili!
Sus ojos se cerraron, la expresión de su cara era de pura felicidad y era
tan sexy verla, demonios; su sumisión a mí era completa.
—Maldita sea, malyshka. —Balanceándome en el borde—. Vente para
mí.
Como si necesitara esa orden, explotó a mi alrededor, su cuerpo
estremeciéndose en mis brazos, derritiendo cada pedazo de mi corazón sin
esfuerzo. Fue el mejor espectáculo de mi vida. Quería hacer esto para
siempre con ella y con otro empujón estallé, mi propio orgasmo
sacudiéndome hasta mis entrañas.
Lo sentí en cada uno de mis huesos y fibras. Lo que esta mujer me hacía
podía acabar conmigo, y moriría como un hombre feliz. Era mi afrodisíaco
y no podía vivir sin ella. Fui un idiota al pensar que alguna vez podría.
La detuve entre mis brazos, el agua cayendo sobre nosotros mientras
ambos jadeábamos después de hacer el amor. No era solo coger, era hacer el
amor. Nunca me había sentido mejor.
—Eso fue… —La voz entrecortada de Isabella me hizo buscar su
rostro. Estaba sonrojada, sus ojos brillaban como diamantes—. Jodidamente
increíble.
Sonreí y le di un suave beso en los labios.
—Quédate conmigo y seremos jodidamente increíbles para siempre.
Juntos. —Sus ojos se cerraron y su labio tembló causando alarma en mi
pecho—. ¿Qué pasa?
Observé cómo se le movía la garganta, incapaz de hablar. Su boca se
entreabrió, pero no salió ninguna palabra, luego tragó con fuerza. Le cogí la
barbilla entre los dedos, alarmado por haberle causado dolor de nuevo sin
querer.
—¿Qué ocurre? —La preocupación se agolpó en mi pecho, las alarmas
saltaron—. Por favor, dímelo.
Sus cálidos ojos marrón chocolate se abrieron y me dedicó una sonrisa
temblorosa.
—Es una estupidez.
—Dímelo. —No me importaba lo estúpido que fuera, quería que
mejorara.
—Pensé que ese tipo me mataría y que nunca podría volver a hacer esto
contigo.
Su confesión desgarró mi corazón. Primero, porque ella estaba en esa
posición por mi culpa; y, segundo, que sus pensamientos eran de estar
conmigo en ese momento.
—Nunca volverá a acercarse a ti —juré—. No se lo permitiré.
La confianza en sus ojos fue suficiente para ponerme de rodillas. Su
madre tenía razón, Isabella era demasiado blanda, pero en el buen sentido.
Si Lombardo Santos se hubiera apoderado de su hija, habría destruido todo
eso en ella. También lo habría hecho su hijo mayor, Vincent. Todavía tenía
mis dudas sobre Raphael Santos, pero hasta ahora, los tratos con él me
parecían justos. Aun así, era un cabrón desconfiado, aunque mi sexto
sentido me decía que Raphael era un hombre completamente distinto a su
padre y a su hermano mayor.
Lombardo probablemente habría casado a Bella con algún hijo de puta
cruel, para su propio beneficio personal. Les he estado ocultando el rastro
de Isabella durante los últimos cinco años. Sasha me hizo un favor cuando
mató al desgraciado.
—Lo vi hoy temprano —murmuró—. O supongo que ayer, ya que es
más de medianoche.
Fue lo que me hizo entrar en cólera y estallar contra Adrian. Nunca me
lo perdonaría si algo le pasara. Estaba bajo mi protección desde el momento
en que la vi. Me engañé a mí mismo pensando que no era nada para mí. Ella
lo ha sido todo para mí desde el momento en que nos conocimos y su
pequeña mano se extendió hacia mí para darme la mano en señal de
presentación.
—Lo sé —respondí bruscamente, rozando su piel con la nariz—. Por
eso me comporté como un idiota cuando te encontré. Estaba muerto de
miedo de que alguien te hubiera secuestrado.
—Supongo que los rumores de la universidad eran ciertos —añadió.
Su madre la mantuvo alejada de este mundo y yo la estaba arrastrando
de vuelta a él. Debería haberla protegido mejor. ¿Me perdonaría esta suave
mujer si supiera todo lo que había hecho?
—Vamos a llevarte a la cama —indiqué en su lugar. Fui un cabrón por
haberla cogido de nuevo. Estaba cansada y había tenido un largo día—. Te
ves cansada.
Asintió con la cabeza, rápidamente se lavó el cabello con champú y se
enjuagó. Sin embargo, podía ver a su cerebro trabajando, pensando en todo.
¿Cuánto sabía de los Santos? Se lo oí decir el día que la aceché en el
hospital de su madre. No obstante, su madre me dijo que se lo había
ocultado a Isabella.
En los siguientes diez minutos, los dos estábamos bañados, cambiados y
listos para acostarnos. Había algo tan sexy en verla moverse por mi
habitación, cepillándose los dientes sobre mi lavabo con mi camisa puesta.
Yo llevaba pantalones de pijama y sin camisa. Normalmente dormía
desnudo, así que incluso esto era demasiada ropa para dormir. Pero Isabella
parecía una pequeña diosa con mi camiseta puesta y descalza.
—Okay, vamos a ver cómo está Sasha —dijo con la mirada fija en mí.
Tenía ojeras bajo sus ojos y los moretones eran crudos contra su piel.
Quería llevarla en brazos, aunque sabía que se opondría, así que me
conformé con tomarla de la mano.
Nos dirigimos hacia la parte de la casa donde tenía la sala médica. Ese
era el trabajo que quería que Isabella aceptara. Ella no lo sabía, pero lo
solicitó. La llamaba clínica privada y supongo que en cierto modo lo era.
Entramos en la habitación tomados de la mano, y me alegró ver que ya
habían traído un gran sofá, con almohadas y una manta grande. Hubiera
preferido tenerla en mi cama, pero eso ocurriría pronto.
—Hola. —Saludó a mi hermanastro. Su hermanastro. Se lo prometí a su
madre en su lecho de muerte. Lo encontré un año después de su muerte:
amargado, enojado, golpeado y dañado... todo por culpa de mi madre. Se
desquitó con un niño inocente. Fue un milagro que nos reconciliáramos,
pero él era un Nikolaev. Llevaba el apellido y era de la familia, a pesar de lo
que había pasado. Siempre le cubriría la espalda—. Soy Isabella, por cierto.
Él sabía quién era. Alexei había estado pendiente de ella desde el
momento en que supo que tenía una hermana. En cierto modo se sentía más
cercano a Isabella que a Tatiana, aunque oficialmente acababa de conocer a
la primera. Ante sus ojos, Isabella estaba sola y amenazada por Santos. No
me cabía la menor duda de que, si había que elegir el bando de Isabella o el
de los Nikolaev, elegiría el de su hermana. Y eso no me molestaba en lo
más mínimo.
—Soy Alexei. —Su voz estaba ronca.
Observé cómo miraba a Isabella mientras se movía alrededor de Sasha,
comprobando sus signos vitales. Era demasiado joven cuando se lo
arrebataron a su madre, pero conocía su aspecto por las fotografías. Isabella
se parecía mucho a su madre. La cuidaba desde las sombras, sin embargo,
ella no sabía nada de él. Habría que introducirla con suavidad.
Isabella tiró de la venda para revisar la herida de bala de Sasha. Me
apoyé contra la pared, dejándola hacer lo suyo, observando a los dos
hermanos. Era interesante lo diferente que Alexei respondía a Isabella en
comparación con Tatiana. En muchos aspectos, Tatiana y Alexei eran
parecidos. Ambos habían crecido sin ninguno de sus padres, así que tenían
cicatrices emocionales y las ocultaban bajo una gruesa capa de estupidez.
En cambio, a Isabella, la observaba de forma protectora, el
distanciamiento emocional que solía tener con todo el mundo no lo tenía
con ella. Como si quisiera ese apego con ella. Esto podría ser bueno para él.
Sasha y yo éramos incapaces de ofrecer ese apego. Estábamos demasiado
jodidos; crecer en una familia que dirige un inframundo criminal te hace
eso.
—Voy a limpiar la herida y a vendarlo de nuevo. ¿De acuerdo?
—Tú eres la médica —refunfuñó Alexei, sin apartar los ojos.
Sin embargo, ella ni se inmutó. Se limitó a sonreírle y siguió cambiando
las vendas de Sasha mientras Alexei observaba cada uno de sus
movimientos.
—Eres buena en esto. —Su voz era áspera, pero al mismo tiempo estaba
impresionado.
—Gracias. —Sus ojos buscaron los míos—. Comprobaremos por la
mañana si hay infección, pero de momento se ve bien.
Bruscamente, Alexei se levantó y se dirigió a la puerta.
—¿Estás bien? —le pregunté en ruso. No podía evitar preocuparme por
él, igual que por Sasha. Desde que lo encontré, tardó un año en empezar a
relajarse con nosotros, pero nunca llegó a abrirse. Las cicatrices eran
demasiado profundas. Se me cerraban los puños solo de pensar en el puto
infierno por el que había pasado por culpa de mi madre. Y yo estaba
vengándome en su nombre. Nunca me había equivocado tanto.
La infancia de Alexei fue brutal, gracias a mi madre. Lo abandonó en la
puerta de la Bratva de Boston. Lo torturaron y maltrataron desde muy joven
y tenía bastantes cicatrices bajo su tinta como para cubrir a diez hombres.
Con el tiempo, se convirtió en un asesino a sueldo, un cazador, y trabajaba
mejor solo. De hecho, Cassio King lo admiraba y lo quería en su equipo, sin
embargo, la oscuridad de Alexei se negaba a formar parte del equipo de
nadie. Él cazaba y vengaba. Si mi madre no estuviera muerta, me inclinaba
a pensar que acabaría con ella yo mismo. No era bueno en terapias de
mierda, así que ayudé a mi hermano de la única forma que sabía.
Enseñándole habilidades efectivas de tortura para que hiciera pagar a los
hombres que cazaba.
—Sí, es difícil pensar que es la hija de Lombardo y la hija de mi madre.
Su respuesta también fue en ruso. Era una cosa en la que él y yo
estábamos de acuerdo, la mantendríamos a salvo.
Desapareció por la puerta e Isabella caminó lentamente hacia mí con sus
pies descalzos sin hacer ruido sobre el suelo de mármol.
Abrí los brazos y caminó hacia mí rodeándome con sus pequeños
brazos. Nos quedamos allí parados, dos corazones latiendo al mismo ritmo
y el suave pitido de la máquina como el único ruido que rompía el silencio.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
ISABELLA

«EstoyAtantravés
cansada».
de mi cerebro privado de sueño, oí voces de hombres que
hablaban en ruso. ¿O lo estaba soñando? Me encontraba en ese punto
intermedio entre estar dormida y despierta. Había voces masculinas
profundas y un pecho cálido debajo de mí.
Hundí la cabeza en ese pecho, inhalando profundamente su aroma.
—Shhhh —murmuré somnolienta.
Un pecho fuerte y cálido retumbó bajo mi mejilla. El aroma era el de
Vasili. Me tapé la cabeza con la manta, intentando ignorar lo que ocurría a
mi alrededor, aunque todo mi cuerpo se acurrucara más cerca de él.
«Sasha». El pensamiento me atravesó el cerebro y me levanté de golpe,
casi cayéndome del sofá al suelo.
—Oye, no pasa nada. —Las manos de Vasili me rodearon, sujetándome
para que no me cayera del sofá.
—¿Sasha está bien? —Miré a mi alrededor y vi a Alexei sentado en la
silla junto a la cama de hospital de Sasha. Sasha estaba recostado, tenía
buen color.
—Estoy bien —respondió—. Gracias a tu destreza.
Intentó mover el hombro, pero se estremeció.
—No muevas ese hombro —ordené. Colocando los pies en el suelo, me
levanté rápidamente.
Me incliné sobre Sasha y, con movimientos rápidos y cuidadosos, revisé
su vendaje. Tenía buen aspecto sin signos de infección. Se curaría bien; solo
tenía que asegurarme de que no moviera el hombro.
Sasha sonrió como si hubiera pasado la mejor noche de su vida y no le
hubieran disparado.
—¿Cuál es el veredicto?
—No hay infección y se ve bien —respondí—. Pero no muevas ese
hombro. ¿Entendido?
—Qué mandona.
—Hablo en serio —regañé—. Si quieres ir por ahí con un hombro que
te duela durante meses, adelante. Muévelo. Si no, escucha y volverás a la
normalidad en un mes.
—Sasha escuchará —refunfuñó Alexéi. ¿Por qué era siempre tan
gruñón?
Mis ojos se desviaron por la ventana para encontrar el sol en lo alto del
cielo.
—¿Qué hora es?
—Es casi mediodía. —Vasili rio entre dientes.
Mis ojos se clavaron en él.
—¿Por qué no me despertaste? —me quejé.
—Necesitabas dormir.
—Mierda —murmuré—. Hoy tengo una entrevista.
—¿Ah sí? —Levantó la ceja.
—Sí, tengo que estar allí en dos horas. —Me recorrió con la mirada—.
Mierda, mierda, mierda.
—Di mierda una vez más —se burló Sasha—. Y puede que aparezca la
mierda.
Puse los ojos en blanco y le contesté:
—Mierda. —La forma en que se rio me recordó a nuestros días en la
universidad. Este era realmente un mal momento. Necesitaba este trabajo.
En mi cabeza intenté alinear el plan más eficiente—. Okay. Puedo parar y
comprar ropa de camino —murmuré para mí más que para nadie. —Me
visto en la tienda y pum, estoy lista. —Levanté la mirada para encontrarme
con tres pares de ojos observándome—. ¿Alguien puede llevarme?
—Isabella, tu entrevista... es aquí. —Lo que decía Vasili no tenía
sentido.
—¿Qué quieres decir?
—Esta es la clínica privada —respondió—. Recuerda que te pedí que
trabajaras para mí. Era aquí. Y tú también solicitaste el puesto. Alexei
dirige la clínica, pero quiere a alguien con una sólida experiencia en
emergencias para que se haga cargo.
El brazo de Alexei se dobló sobre su pecho.
—Tú das la talla. ¿Lo quieres?
Mi cerebro estaba demasiado lento esta mañana. Me quedé mirándolo,
parpadeando varias veces, intentando asimilarlo todo.
—¿Aquí?
—Aquí es donde está la clínica. —Alexei sonrió satisfecho.
—Entonces, ¿no hay entrevista?
—Después de lo de anoche, has aprobado.
—Mmmmm.
No era así como esperaba que fuera mi mañana. Vasili me observó con
curiosidad, con su mirada cálida, y estuve medio tentada de volver a
acurrucarme contra él. Como si hubiera leído mis pensamientos, dio una
palmadita en el lugar junto a él. Sentí literalmente cómo se me encendían
las mejillas. Sus hermanos estaban aquí, pero mis pies se movieron solos y
volví a sentarme a su lado.
—¿Qué significa mmmm? —preguntó Alexei.
Me mordí el labio inferior, insegura de si era inteligente trabajar para
Vasili y sus hermanos. ¿Qué pasaría cuando las cosas terminaran entre
nosotros?
—Lo pensaré —añadí—. Es demasiado para procesarlo con el estómago
vacío y sin café.
—Me parece justo. —Se puso de pie y ayudó a Sasha a levantarse—.
Hablando de comida, vamos a almorzar. Isabella, puedes desayunar si lo
prefieres.
Asentí, pero no pude evitar mirar fijamente a Alexei. Me hizo
reflexionar. Cuando mi madre falleció, tuve que revisar todas sus
posesiones. Había tantos secretos que albergó toda mi vida. Sin embargo,
esto... él no podía ser. Su diario concluía que el hijo que tuvo con el padre
de Vasili estaba muerto.
—¿Cuántos años tienes, Alexei?
Me miró con extrañeza, pero no contestó de inmediato. Sentí que el aire
de la habitación se aquietaba, se tensaba de algún modo.
—Tiene treinta y cinco. —Sasha fue quien contestó, el único ajeno a la
tensión.
Se me apretó el pecho. Tenía la edad adecuada. El hijo que tuvo mi
madre, del que nunca supe nada hasta después de enterrarla. Alexei tenía la
edad adecuada. «Es ridículo», intenté decirme. Era imposible.
—Vamos a comer. —Sasha interrumpió mi silencio—. Me muero de
hambre.
—Sí, yo también. —Alexei y Sasha salieron de la habitación,
dejándonos solos a Vasili y a mí. Tenía hambre, aunque también me
preocupaba la sensación en el fondo de mi mente que seguía ignorando.
Había demasiadas coincidencias. ¿El padre de Vasili le había quitado el hijo
a mi madre? Nunca supe cuánto sufrió hasta que leí sus diarios. Su angustia
y preocupación por su bebé. No obstante, a través de sus páginas, mencionó
que el padre de Vasili, Nikola, lo buscó también. ¿Era tan cruel que la
engañó? Fingiendo que estaba ayudando cuando en realidad se llevó a su
hijo.
—Hice que trajeran tu ropa esta mañana. —Su voz me sacó de mis
pensamientos.
—Oh. —Supongo que no habría tenido que parar en la tienda después
de todo, si hubiera tenido la entrevista—. Gracias.
—¿Qué estás pensando, Isabella?
Los últimos días de mi madre pasaron por mi mente. El dolor y el
sufrimiento que estaba reviviendo mientras tomaba analgésicos, sus
pensamientos del presente y el pasado mezclándose. Esos últimos días me
dieron una idea de cuánto había amado al padre de Vasili. Nikola. No
paraba de llamarlo. Me roía el corazón no poder aliviar su dolor. Sin
medicamentos, su cuerpo sufría. Con ellos, su mente agonizaba. No había
una situación ganadora.
Si Vasili y yo íbamos a hacer esto, teníamos que hablar. Tenía razón
cuando dijo que teníamos que hablar. Sobre todo. Tenía miedo de a dónde
nos llevaría todo aquello.
Abrí la boca para preguntarle sobre Alexei, pero sonó su teléfono.
Lo miró, como si estuviera a punto de ignorarlo, sin embargo, cuando
vio quién era, toda su expresión se ensombreció.
—¿Qué? —contestó al teléfono con la furia que desprendía. Fuera lo
que fuera lo que dijera la persona al otro lado, no le tranquilizó en absoluto
—. Muy bien. ¿Dónde y cuándo?
Pasaron otros diez segundos y terminó la llamada, con una sarta de
maldiciones saliendo de sus labios. Algunas en inglés y otras en ruso.
—¿Está todo bien?
Asintió con la cabeza, aunque estaba segura de que nada iba bien.
—Vamos a vestirnos.
—De acuerdo. —Mentiría si dijera que no me molestaba que se negara
a confiar en mí y esperara que le contara lo que me rondaba por la cabeza
—. ¿Dónde está mi ropa?
—En mi habitación —murmuró, posando sus labios en mi cuello.
Inmediatamente incliné la cabeza para permitirle un mejor acceso. Con él,
mi cuerpo reaccionaba antes de que mi mente procesara nada—. Siempre te
quiero conmigo. Recuérdalo.
CAPÍTULO VEINTICINCO
VASILI

D ejé a Isabella con Alexei y Sasha en mi casa. Me sentía bien


teniéndola en mi hogar, viéndola con mis hermanos y protegida por
nuestra familia y nuestros hombres. Lo que pasó ayer en la residencia
de Tatiana fue una ruptura en la seguridad, de la peor clase. Los hombres de
Santos nunca deberían haber sido capaces de romper el perímetro tan
fácilmente. Eliminaron a todos y cada uno de los hombres que custodiaban
el domicilio. Significaba que sabían que Isabella y Tatiana no estarían, y
limpiaron todas las pruebas de su matanza antes de esperarlas allí. Fue una
maldita suerte que Adrian llevara a Tatiana a su casa y yo llevara a Isabella.
Se me helaba el corazón cada vez que pensaba en lo que habría pasado si
hubiera regresado sola al lugar.
Adrian se reunió conmigo a medio camino del punto de encuentro
donde me reuniría con Raphael Santos. Dejó su auto estacionado y se subió
al mío, con sus armas. Mi chofer nos llevó hacia el destino.
—¿Tatiana está a salvo?
—Sí. —Estaba tenso. También yo. Lo que pasó ayer fue una falla grave
en nuestro sistema de seguridad.
—¿Qué pasó? —No había necesidad de elaborar; él sabía lo que yo
quería decir—. Isabella podría haber sido asesinada. Dos veces en
veinticuatro horas.
El terror en la cara de Isabella, en esos suaves ojos marrones, se
quedaría para siempre conmigo. Nunca debería haber ocurrido. Primero en
la ciudad y luego en casa de Tatiana. ¿Cómo se acercó Raphael a ella?
—El tipo de Cassio hackeó nuestra red. —Sabía que era duro para
Adrian admitirlo, incluso más duro saber que había un tipo ahí que fuera tan
bueno. Adrian era uno de los mejores en este negocio.
Cassio King era un futuro jefe de la mafia italiana. A través de los años
lo vi hacer aliados en los lugares más improbables con los hombres más
improbables. No discriminaba, desde banqueros a políticos. Irlandeses,
colombianos, rusos, varias familias italianas. No importaba. Raphael
también era uno de sus aliados y eso era lo extraño. Cassio nunca se acercó
a su padre, ni al hijo mayor. Eludió a esos dos, yendo directamente a
Raphael y tuve que preguntarme por qué.
Tenía que reconocerlo, Cassio King jugó bien. Reunió a sus propios
aliados fuertes a lo largo de los años, sin alarmar nunca a su padre, Benito
King, porque no fue por los perros más altos de la cadena alimentaria. Fue
por los mejores perros de la cadena alimentaria. Y siempre cubría las
espaldas de sus hombres. Era más una sociedad que la que dirigía su padre,
la cual estaba fracasando miserablemente. Su padre era un cruel hijo de
puta.
—Raphael está en su equipo —dije. Hace cinco años, poco después de
la muerte de la madre de Isabella, Cassio me invitó a participar en su
sociedad, pero no me interesó. No quería formar parte de nada que
implicara a la familia Santos. Era por la protección de Isabella.
Debería haber sabido que Raphael Santos era demasiado listo. Podría
haber confundido a Isabella con Tatiana, pero eso jugó en su favor porque
ahora sabía quién era. El tipo de Cassio debió haberle ayudado a sacar
información sobre ella, todo mientras dormíamos.
—¿Cuántos hombres tenemos en el lugar? —cuestioné. Si la mierda
estaba a punto de caer, mejor estar preparados.
—Veinte. Los mejores.
—Será mejor que te lo diga ahora. —Empecé. Raphael ya había
insinuado que hablaríamos de la familia y de Isabella. No hacía falta ser un
genio para darse cuenta de lo que eso significaba—. Isabella es hija de
Lombardo. Raphael es su medio hermano.
La cabeza de Adrian se giró hacia mí con un gesto de sorpresa en su
rostro. Y rara vez estaba conmocionado.
—¡Me estás jodiendo!
—No, no lo estoy. Raphael no lo sabía anoche, pero lo sabe ahora. ¡Pero
ella no es de ellos! Pase lo que pase, debe estar bajo nuestra protección.
—¿Incluso si eso significa guerra?
—Sí.
—De acuerdo. —Era la razón por la que Adrian y yo trabajábamos bien
juntos. Nunca trataba de razonar conmigo y era lo mismo con él. No éramos
impulsivos como Sasha. Cuando llegábamos a una decisión, era porque lo
pensamos bien.
—Alexei e Isabella son medio hermanos —expliqué—. Si me pasa algo,
Alexei sabe qué hacer y cómo protegerla. Me siento mejor con la muerte de
Lombardo y Vincent; Raphael es mejor hombre que su padre. Pero hice la
promesa de que Isabella no caería en sus garras. Y pienso cumplirla.
El auto se detuvo. Nuestro punto de encuentro era un almacén
abandonado, a cincuenta millas de la ciudad. Algunos días realmente me
sentía demasiado viejo para esta mierda. Las palabras de Isabella sobre
tener hijos y una casa en la playa sonaban en mi mente. Me la imaginaba
enseñándoles a nuestros hijos a hacer surf, caminando descalzos por el
suelo de baldosas, con el sonido de las olas llegando a la orilla recorriendo
la casa.
¿Quizá podría convencer a Alexei para que se hiciera cargo? Se
implicaba más que Sasha y tenía interés en ello. Quería disfrutar del resto
de mi vida con la mujer que amaba a mi lado y criar a nuestros hijos juntos.
—¿Listo? —preguntó Adrian.
Podía ver a Raphael Santos desde aquí, con su traje blanco. Su pelo
oscuro contrastaba con el traje y casi odiaba que fuera del mismo tono que
el de Isabella. Era un recordatorio de que, si las cosas se salían de control,
yo intentaría matar a su hermanastro. Nuestros padres realmente hicieron un
buen trabajo jodiendo las cosas.
—Sí.
Ambos salimos del vehículo y nos dirigimos a Raphael sin mediar
palabra. Me detuve a diez pies de él y me desabroché la chaqueta por si
necesitaba acceder rápidamente a mi arma. Raphael siguió el movimiento y
supo exactamente el motivo.
—Gracias por reunirte conmigo.
—De nada.
—Isabella Taylor es mi hermana. —Bueno, no se anduvo con rodeos,
eso es seguro.
—Media hermana.
—Ella es una Santos. Debió haber crecido bajo nuestra protección.
—No te ofendas, Raphael —dije apretando los dientes, intentando
controlar mi ira—. Tu padre y tu hermano no eran precisamente del tipo
protector. Su madre se escondió de tu padre para proteger a su hija.
—Su madre también se escondió de tu padre —siseó—. Tus padres
empezaron esta mierda.
Lo peor era que ni siquiera podía rebatirlo. Mi padre se enamoró de una
mujer joven y guapa y se la llevó a la cama sin tener en cuenta que estaba
casado. Luego mi madre le robó a su hijo y lo hizo pasar por una pesadilla
de vida. Eso empujó a Marietta Taylor a las garras de Lombardo Santos.
—¿Hemos venido aquí a hablar del pasado y de quién la cagó más?
—La quiero en mi vida.
—Eso no va a pasar. —Ni siquiera estaba seguro de que Isabella
aceptaría mi conexión criminal.
—Podría protegerla. —Se esforzó mucho por mantener la calma, pero
su acento se hizo más marcado a medida que se enfadaba más—. Dios mío,
Vasili. Benito King sabe de ella. Tiene a sus secuaces tras ella.
—Yo la protegeré. —Me estaba enojando, pero era bueno saber que no
estaba dispuesto a dejar que Benito King se apoderara de su hermanastra.
No estaba tan seguro de que Lombardo o Vincent Santos hubieran hecho lo
mismo.
—¿Lo sabe? —Raphael cambió de tema—. ¿Sabe sobre mí?
—Santos, ¿qué carajos quieres?
—Quiero formar parte de la vida de mi hermana.
—Repito. No. Va. A. Pasar.
—No es tu decisión —gruñó, la ira finalmente iba resurgiendo—. Es mi
última hermana de sangre. Familia. —No dije nada, los dos nos mirábamos
con las mandíbulas apretadas. Yo estaba enfadado; él estaba enfadado. Ni
siquiera podía decir que lo culpaba. Hubiera querido lo mismo. Después de
todo, estuve en su lugar cuando descubrí lo de Alexei. Sí, tenía a Sasha y a
Tatiana, pero la sangre era la sangre.
—Te estoy dando una advertencia de cortesía, Vasili. —Raphael
finalmente rompió el silencio—. Ayer vi que se preocupa por ti. Lamento la
forma en la que nos conocimos, pero quiero arreglarlo. Tengo otras guerras
que pelear. No necesito intensificar la que hay entre nosotros, pero si tengo
que hacerlo, lo haré. Podríamos terminar esta guerra ahora. Tú eliges.
Quiero a Isabella en mi vida. Quiero disculparme por lastimarla y tener la
oportunidad de empezar de nuevo.
—¿Y si ella no quiere? —Era muy posible que, después de lo de ayer,
Isabella no quisiera saber nada de él.
Un destello de arrepentimiento pasó por su rostro, pero rápidamente
enmascaró su expresión.
—Lo respetaré, aunque quiero ser yo quien se lo explique. Quiero verla
cuando se lo digas. Hoy mismo.
Estaba ansioso. Podría jugar a mi favor. Todavía había moretones en el
cuello de Isabella del encuentro de anoche con su medio hermano. Sí,
medio hermano. Haría hincapié en esa mitad por el resto de mi vida. Alexei
sería su hermano. Raphael sería su medio hermano.
—Bien —dije y la sorpresa apareció en su rostro—. Nos encontraremos
en la casa que asaltaron anoche. En dos horas. Deberías estar familiarizado
con la dirección.
—Gracias.
—Dime una cosa. ¿Cómo supiste que era tu hermanastra? —pregunté.
—Debería haber sabido enseguida que no era tu hermana, pero no
dejaba de verla todo el día con tus hombres, así que supuse que había
alterado su apariencia. Después de lo de anoche, volví a casa y la curiosidad
me hizo buscar información. Parecía importante para ti. —Debería haber
mantenido una mejor cara estoica. Ahora era demasiado tarde. El hecho de
que Isabella era la persona más importante para mí había sido imposible de
ocultar—. No me di cuenta de la conexión hasta que vi su certificado de
nacimiento. Su madre era la amante de mi padre. Ella quería su ayuda y él
la utilizó. Un día desapareció. Hace unos años atrás se enteró de que tenía
una hija suya. Un chico de su pueblo natal se acercó. —Tenía que ser el
chico del hospital. Hablaron sobre Santos—. Salvo que fue inútil para
decirle a mi padre dónde estaba o cómo era. Isabella no se mantuvo en
contacto después de la muerte de su madre. Y ahora aquí estamos.
—Aquí estamos. —Estuve de acuerdo—. Te veré en dos horas. Intenta
algo estúpido, y no me importa lo que cueste, haré que te maten. —No era
una amenaza, era una promesa.
—No te preocupes, Vasili —refunfuñó—. No dañaría mis posibilidades
con mi hermana hiriendo a alguien a quien obviamente ama.
—Media hermana —le recordé con un gruñido, pero no pude evitar
albergar esperanzas. ¿Veía en ella que me amaba?
Dejamos atrás a Raphael y nos dirigimos de nuevo hacia la ciudad, mi
conductor acelerando por la autopista. No estaba seguro de cómo le
explicaría a Isabella que nos encontraríamos con el hombre que intentó
matarla. Maldita mafia y criminales del inframundo. Un día nos matamos
unos a otros, al día siguiente forjamos alianzas. Nadie en su sano juicio
entendería eso.
—Tatiana quiere hablar contigo. —Adrian interrumpió mis
pensamientos. Realmente no estaba de humor para ello—. Dice que es
importante. Sobre Isabella.
—Dile que la estoy llamando.
Saqué mi teléfono y llamé a mi hermana. Contestó al primer timbrazo.
—¿Vasili?
—Sí, ¿qué pasa con Isabella? —Hubo silencio, algo poco habitual en mi
hermana—. ¿Tatiana?
—¿Cómo está Bella?
Fruncí el ceño. Mi hermana y Bella hablaban todo el tiempo.
Normalmente era la última persona a la que Tatiana llamaría para
preguntarle cómo estaba su mejor amiga.
—Ella es fuerte —dije. No creí que Adrian compartiera detalles de
Raphael asfixiando a Isabella o cualquier detalle de anoche, pero nunca se
sabía qué diablos hacían los hombres cuando se enamoraban de sus
mujeres. Mírame a mí.
Pulsé el botón de silencio y rápidamente le pregunté a Adrian.
—¿Qué le dijiste a mi hermana sobre anoche?
—Fui breve. Raphael intentó llevarse a Isabella pensando que era ella,
pero Sasha y tú la rescataron.
Asentí y anulé el silencio de la línea.
—Tatiana, hoy no tengo tiempo para dramas. Si hay algo que necesites
decir, escúpelo.
Escuché una profunda exhalación a través de la línea.
—Sasha dijo que se despertó contigo e Isabella durmiendo juntos.
—¿Y? —Se quedó callada y sentí que se me erizaba la piel—. ¿Es eso
un problema?
Dios, esperaba que mi hermana no empezara alguna mierda ahora. Han
sido mejores amigas desde siempre y más les valía no tener algún estúpido
pacto. Nada de hermanos ni estupideces por el estilo.
—No le hagas daño otra vez. —Mi corazón latió con dolor y mi
respiración se detuvo.
—¿Te lo dijo?
—No, nunca me dijo nada. Cuando dejó de venir, le eché la culpa a que
probablemente había oído cosas sobre ti. Pero me lo imaginé cuando se
enfadó contigo el otro día. —No sabía qué decir. ¿Isabella estaba
desconsolada cuando la dejé? No lo parecía. Cuando la vi el día de su
graduación, apenas me miró. El regalo que le di, la vi tirarlo a la basura sin
siquiera abrirlo—. Vasili, no debería decirte esto, y podría perder a mi
mejor amiga por ello, pero le debo esto.
—Lo que dices no tiene sentido.
—¿Recuerdas hace cinco años cuando te pedí un auto nuevo?
—Sí, Isabella y tú se metieron en algún problema y el puto auto parecía
la escena de un asesinato. —Todavía podía recordar la cara pálida de
Tatiana de ese día. Se negó a contarme lo que había pasado. Incluso a Sasha
que era más comprensivo.
—Era la sangre de Isabella. Casi se muere. —Miré fijamente delante de
mí, sin ver nada a mi alrededor más que aquellas viejas imágenes de toda
aquella sangre empapada por las alfombras, los asientos.
—¿Qué pasó? —Mi voz era ronca y el corazón me retumbaba en los
oídos.
—Estaba embarazada. —El dolor agudo me atravesó el pecho y la
respiración se me cortó en los pulmones. Recordé la expresión fugaz de
dolor de ayer y, de repente, todo cobró sentido—. Tenía cuatro meses. Yo
no lo sabía. Debería haberme dado cuenta; estaba cansada todo el tiempo,
enferma y pálida, pero no lo percibí. Estábamos preparándonos para los
exámenes tras la muerte de su madre, así que lo atribuí todo al agotamiento.
Hasta que la encontré a mitad de la noche, en un charco de su propia sangre.
Estaba segura de que moriría. —La voz de Tatiana temblaba, mas no era
nada para las imágenes que se agolpaban en mi mente. Isabella había
pasado por eso sola y era culpa mía. No me extrañaba que se contuviera.
Estaba embarazada de nuestro hijo y ni siquiera me lo había dicho.
¿Por qué lo haría si la abandoné después de esa noche? ¡Todas las
palabras que le lancé!
—¿Por qué no llamó la escuela? —pregunté, con voz áspera—. Era el
contacto de emergencia para su habitación.
—No quiso ir al hospital del campus. Me suplicó que no llamara a nadie
y que la llevara a un hospital de la ciudad. La llevé al auto y se desmayó.
Estuvo inconsciente dos días. Dijeron que, si hubiera llegado diez minutos
más tarde, habría muerto desangrada. Ahora sé que fue una estupidez. Ese
retraso podría haberle costado la vida, pero fue una conmoción. Ni siquiera
sabía que estaba embarazada. —Por primera vez desde que la obligué a
volver a mi vida, no pude evitar lamentarlo. Porque la abandoné cuando
más me necesitaba—. Fue duro para ella después de perder el...
La voz de Tatiana se quebró, sin embargo, no pude consolar a mi
hermana pequeña. Me senté entumecido, con el corazón golpeándome el
pecho, pero lo sentía vacío. Alguien a quien se suponía que debía querer y
proteger había sido herido de la peor manera posible.
—Luchó por seguir adelante. Fingía que estaba bien, pero a mitad de la
noche, cuando creía que yo dormía, oía cómo se derrumbaba. Si estás
jugando con ella, te juro, Vasili, hermano o no, que no volveré a dirigirte la
palabra. Isabella perdona con demasiada facilidad, sin embargo, yo no. Si
hubiera sabido entonces que era tuyo, te habría matado yo misma. Ella no
se merecía eso.
Nada resaltaba tanto lo mal que lo había jodido como que me regañara
mi hermana pequeña.
—No, no se lo merecía. —Maldita sea, nunca me había dado cuenta de
lo mal que herí a Isabella. Cuando se durmió en mis brazos anoche, tuve la
esperanza de que íbamos a estar juntos para siempre. Ahora, no estaba tan
seguro. ¿Cómo podía mirarme y no recordar lo mucho que había perdido?
—. ¿Dijeron los médicos por qué pasó?
—Dijeron algo sobre la placenta. No lo sé. El médico dijo muchas cosas
y la mayoría se me pasaron por alto. Hicieron una operación, pero no
pudieron salvar al bebé. Lo único que sé es que Isabella estaba inconsciente
cuando llegamos y que, antes de que se desmayara, le prometí que no te
llamaría. Me preocupaba más que Isabella sobreviviera que el hecho de que
no quisiera que lo supieras.
La idea de que Isabella estuviera a punto de morir me sacudió por
completo. Mi mundo sin ella estaría vacío. Cinco años sin ella fueron una
tortura, pero lo que me hacía seguir adelante era saber que estaba viva y
bien. La madre de Isabella tenía razón. Su hija era demasiado blanda,
demasiado indulgente. Incluso después de todo lo que soportó, me dejó
tocarla. Un desgraciado como yo no se lo merecía.
—No te preocupes, sestrenka. Lo arreglaré. —«Aunque me mate en el
proceso».
CAPÍTULO VEINTISÉIS
VASILI

A drian y yo llegamos a mi complejo y encontramos a Alexei limpiando


sus armas en la entrada. Adrian fue directamente a organizar las
posiciones de nuestros hombres.
—¿Preparándote para una guerra? —le pregunté a mi hermano. Puede
que solo estuviera en mi vida los últimos cuatro años, pero sentía como si lo
conociera de toda la vida. Mi carácter era más similar con el de Alexei que
con el de Sasha.
Me senté a su lado y me encontré con su mirada sorprendida. Sin que
dijera nada, supe que pensaba que correría a buscar a Isabella. Quería
hacerlo, sin embargo, después de lo que acababa de descubrir, estaba
demasiado asustado.
Tenía miedo de que me dijera en cualquier momento que no me
soportaba.
—¿Qué sabes de Cassio King? —cuestioné a mi hermano, quien era un
sicario subcontratado cuando otros fallaban. Era uno de los mejores y había
hecho algunos trabajos con Cassio King en los últimos diez años. Su
relación de negocios entre ellos comenzó antes de que yo encontrara a
Alexei. Mientras conocía a Cassio de manera general, mi hermano lo
conocía como un socio cercano. Esos dos solían cazar y matar hombres
juntos.
—Es honorable. Mejor que el desgraciado de su padre. —Miró al cielo,
pensativo. Él no lo sabía, pero eso era algo que nuestro padre solía hacer—.
Es justo, sus alianzas son fuertes y no me extrañaría que un día de estos
derrocara a su padre y a su medio hermano Marco.
—¿Se puede confiar en él?
—¿Se puede confiar en alguien en nuestro mundo?
—Buen punto.
—Aunque, creo que es digno de confianza. Apoya a la gente que está
con él.
—¿Todavía tienes contacto con él?
—¿Por qué? —Alexei levantó un poco la ceja, casi como un tic.
—Necesito saber si Raphael Santos es digno de confianza y protegería a
tu hermana a toda costa.
—¿Qué diablos, Vasili? Acordamos que ella se quedaría con nosotros.
Eso fue antes de saber que la dejé sola para lidiar con el resultado de
nuestra noche de pasión y casi se muere. Sin embargo, si le contaba esto a
Alexei, él mismo podría asesinarme. Estaba convencido de que Isabella
nunca se quedaría conmigo a largo plazo.
—Sígueme la corriente. En caso de que Isabella no quiera quedarse con
nosotros, quiero saber que está a salvo bajo la protección de Santos.
—Yo la mantendré a salvo. —Alexei también era tan terco como yo.
—Lo sé, pero no está de más tener un plan de respaldo. ¿No es eso lo
que siempre me dices? —Y tenía razón. En este mundo, se necesitaban
varios planes de respaldo. Isabella nació en este mundo, aunque nadie lo
sabía. Solo su madre.
—Llamaré a Cassio.
—Gracias, hermano.
Me levanté y me dirigí a la entrada cuando la voz de mi hermano me
detuvo.
—Creo que Isabella sabe algo. —Cambió a ruso—. No paraba de
preguntar por mis padres y mi cumpleaños.
—A lo mejor tiene curiosidad.
—No lo creo. —Así era mi hermano. Él siempre era breve y directo,
mientras que nuestro otro hermano tendía a hablar todo el día—. Está
cambiando las vendas de Sasha. Creo que les tendremos que disparar a
algunos de nuestros hombres para que pueda ocuparse de ellos. Está
volviendo loco a Sasha.
Me dio risa. Probablemente por eso era una buena doctora de
emergencias. Le gustaba mantenerse ocupada.
Me dirigí a la sala médica y, como era de esperar, la encontré allí
arreglando las vendas de mi hermano.
—Maldita sea, Sasha. ¡¿Podrías por favor dejar de moverte?! —Podía
oír irritación en su voz.
—Solo han pasado cuatro horas desde que me cambiaste la venda.
—Sanarás más rápido si no contraes una infección.
—Dios, ¿puedes ir a trabajar en Alexei?
—¿Está herido? —Pude ver desde donde estaba parado, preocupación
en su rostro.
—Le dispararé para ti, y así tú puedes preocuparte por él.
La cara de Isabella se transformó en una de regaño.
—Algo está seriamente mal contigo.
—¿Torturas así a todos tus pacientes? —Le apretó más el vendaje y un
gruñido salió de los labios de mi hermano—. De acuerdo, entendido.
—Eres un maldito gruñón cuando estás herido, Sasha.
Sonreí, tenía razón. Siempre ha sido gruñón cuando se lesionaba porque
odiaba que algo le impidiera su movilidad.
—No soy gruñón.
—Sí que lo eres.
—Y eres gruñona cuando Vasili no está cerca.
Frunció el ceño, con un atractivo rubor subiéndole por el cuello.
—Eso ni siquiera tiene sentido.
—Pero te atrapé.
—No, no es cierto.
—Entonces, ¿cuánto tiempo ha estado pasando algo entre ustedes dos?
—La atención de Isabella estaba en limpiar la estación e ignoró su pregunta
—. Sé que me escuchaste.
—No sé de qué me estás hablando.
—Desperté con ustedes dos acurrucados en el sofá, en mi habitación
médica.
—Por si no te has dado cuenta, aquí solo había un sofá. ¿Debería haber
dormido en el suelo o quizás en tu cama de hospital? —Lo miró a los ojos y
los puso en blanco, molesta.
—No me importaría.
—Pues a mí sí —refunfuñó.
—Es que me cuesta imaginarlos a ti y a Vasili. Tú eres tan agradable y
él es tan... —Buscó mi hermano la palabra adecuada—. Tan gruñón. Y le
dijiste viejo.
—¿No somos todos viejos?
—Yo no lo soy. Apenas tengo treinta y ocho. —Maldito mentiroso.
Cumpliría cuarenta este año. Isabella también lo sabía.
—Pues apenas tienes treinta y nueve años —replicó secamente. Sonreí
—. Entonces, ¿cuál es tu punto, Sasha?
—¿Por qué no abofeteaste a Ryan Johnson cuando te lo encontraste
cogiéndose a esa chica? Los periodistas le hicieron eco. Tu serena
compostura mientras te alejabas después de encontrarlo en una posición
comprometedora.
—Mierda, Sasha. Tu cambio de temas me va a dar un traumatismo
cerebral.
Se limitó a sonreír.
—¿Por qué, Bella? Sabías que se lo merecía. Podría ir y darle una paliza
por ti. No puedes dejar que la gente te pisotee y luego dejar que se salgan
con la suya. Ese es mi miedo cuando te veo con Vasili. Te tragará entera.
«¡Gracias por el voto de confianza, hermano!».
Isabella miró por la ventana.
—No sé por qué no perdí la cabeza, Sasha. Yo misma me lo pregunté
cuando volví a mi casa. —Inhaló profundamente y exhaló—. Lo gracioso
fue que cuando salí del hospital, me molestó que me enviara un mensaje de
texto ese día para vernos. Durante un rato, me debatí en fingir que no había
visto el mensaje. Sin embargo, me obligué a ir, y cuando lo vi... estaba
demasiado cansada. Mi último paciente de ese día había muerto y vi a su
madre derrumbarse por haber perdido a su único hijo. Sí, fue una mierda
que finalmente sorprendiera a Ryan siendo infiel y que me humillara de una
forma tan pública. Aunque en el gran esquema de las cosas, ¿realmente
importaba?
—Supongo que no importaba. No si solo llegó al diez por ciento
después de dos años.
—No puedo creer que recuerdes esa conversación —murmuró Isabella
con una sonrisa—. Tatiana y yo estábamos tan borrachas aquella noche.
Debió ser una de las veces que Sasha las sacó de apuros. Las siguientes
palabras de Sasha lo confirmaron.
—Ustedes dos juntas causaron estragos en D.C. durante sus años
universitarios. Y cómo olvidarlo. Le rompiste la nariz a un hombre por
intentar besarte a la fuerza. El policía pensó que Tatiana y tú estaban locas.
Sentaste al policía e intentaste explicarle lo que significaba cada porcentaje
con tu voz más seria y borracha.
—Bueno, puede que algún día él tenga una hija. Es útil. —Isabella se
rio entre dientes.
—¿A quién se le ocurrió esa mierda? ¿A ti o a mi hermana?
—Creo que, a las dos, después de la primera fiesta universitaria a la que
asistimos. Todos los chicos querían ponernos sus manos encima, así que
establecimos unas reglas básicas de supervivencia.
—¿Alguien llegó al cien por ciento?
—Por supuesto que no. ¿No te acuerdas? Cien por ciento era
matrimonio, hijos y una van. Aunque creo que hay que corregir: SUV en
lugar de van. Nadie quiere conducir una de esas.
Entré en la habitación, interrumpiendo su conversación.
—Puede que tenga una van por aquí en algún lugar.
Sasha e Isabella compartieron una mirada horrorizada con un brillo en
los ojos. Siempre se han llevado muy bien. Isabella ha sido parte de nuestra
familia desde el principio, ojalá no hubiera estado tan cegado con la
venganza.
—No deberías admitir eso, hermano.
Mis ojos se detuvieron en Isabella, empapándose de ella. No apartó la
mirada, pero tampoco se me acercó. Su recato ahora tenía sentido.
—Sasha, ve a ponerte al día con Adrian. Nos moveremos en treinta
minutos.
Mi hermano se fue sin decir nada.
Absorbiendo su aspecto, conocía su olor a playa, el sentir de su cuerpo,
el sonido de su risa y la suavidad de sus ojos, cada una se aferrarían a mi
corazón para siempre. Se había metido bajo mi piel sin ningún esfuerzo y se
había tatuado en cada célula de mí. Puede que fuera yo quien le dijera
aquellas crueles palabras hace cinco años, sin embargo, la broma fue para
mí. Hasta que no muriera, esta obsesión no cesaría. Solo se hacía más fuerte
con cada respiración.
—¿Está todo bien? —La voz de Isabella era vacilante, como si esperara
que la dejara en cualquier momento.
Me acerqué a ella, como un moribundo que necesita su cura, y ella era
la única que podía devolverme la vida. Envolviéndola con mis brazos, me
mataba pensar en su pequeño y suave cuerpo desangrándose en el auto de
mi hermana, perdiendo algo precioso que habíamos creado aquella noche.
Y tuvo que pasar por eso sola.
—Te amo, Isabella.
Sentí cómo se ponía rígida entre mis brazos y mi corazón se estrujó
dolorosamente, preparándose para su rechazo. Sin embargo, ningún sonido
salió de sus labios. Poco a poco, su cuerpo se relajó y me abrazó con más
fuerza. No sabía si era mejor o peor.
—Hueles muy bien. —Su voz retumbó en mi pecho. ¿Esto era su suave
rechazo?
«Maldita sea, no puedo dejarla ir». Si fuera un buen hombre, lo haría.
Después de todo, debería haberla dejado ir, pero todo en mi interior luchaba
contra ello.
—Quiero que seas mía, malyshka. —Carraspeé y, por primera vez en mi
vida, mi voz tembló de miedo.
Levantó la cabeza de mi pecho y me miró a los ojos. Había tantas
palabras sin decir entre nosotros, e incluso más en sus ojos brillantes.
Quería que hablara conmigo, que me contara todas sus preocupaciones y
miedos. Tenía que arreglar todos los errores que había cometido.
Sus manos enmarcaron mi cara, manteniendo el contacto visual
mientras se levantaba sobre las puntas de los pies para alcanzar mis labios.
Seguía siendo demasiado bajita, así que agaché la cabeza, como si fuera la
última gota de agua que tendría. Sentí su suave boca rozar mis labios con
una ternura que sería mi perdición.
Puede que me estuviera dando ternura, pero ¿también perdón? Mis
acciones de hace tantos años, incluso la forma en que aparté a Ryan del
camino, parecía como un hierro candente que se interponía entre nosotros,
construyendo una alta valla rematada con púas mortales.
No más secretos. Tatiana nunca debió contarme lo que le había pasado a
Isabella, pero me alegraba que lo hiciera. Podría darme la oportunidad de
pedirle perdón y ganármelo.
—Tatiana me contó lo del bebé.
Su cuerpo se tensó y, antes incluso de que diera un paso atrás,
alejándose de mí, percibí cómo se levantaban sus muros invisibles. El dolor
en mi pecho crecía con cada latido. Me robó el corazón hace ocho años, una
chica de dieciocho años con grandes ojos marrones y un brillo travieso.
¿Es este tu padre? Esas fueron las primeras palabras que escuché de sus
labios besables.
Luché contra la atracción desde ese mismo día hasta la noche de
Halloween, en su último año, y perdí. Me mentí a mí mismo, justificando
que era mi forma de vengarme de su madre. Pero si lo fuera, no habría
esperado más de tres años para llevármela a la cama.
—Por favor, habla conmigo, Isabella.
Ella me había dicho esas mismas palabras antes; después de la misma
noche en que tomé su virginidad. Qué irónico que se las echara en cara y
ahora fuera yo quien le rogara que hablara conmigo.
La vi tragar saliva con fuerza, su pecho subiendo y bajando era el único
indicio de que intentaba mantener la compostura.
—Debería haber estado ahí para ti. —Busqué sus ojos, recé para que
viera que lo decía en serio—. Fui un imbécil y estuve equivocado desde el
principio.
—Por favor, no. —Su voz era apenas un susurro, no obstante, parecía
un grito.
—Te deseé desde el momento en que te vi. A pesar de que asumiste que
era el padre de Tatiana. Tienes razón, soy demasiado mayor para ti. No me
importa una mierda. No me importa quiénes son tus padres ni los míos. Nos
quiero a nosotros. Si no fuera un cabrón tan testarudo y me admitiera a mí
mismo que eres mi final después de fantasear contigo desde tu primer año,
quizá podría habernos ahorrado todos estos años de soledad, y a nuestro
bebé. Y, si nos das una oportunidad, te lo compensaré el resto de nuestras
vidas.
Las palabras salían a borbotones y con cada segundo que se quedaba
quieta, mi corazón se estremecía. Este no era el despiadado Vasili Nikolaev,
mafioso de Nueva Orleans. Era su hombre y, me quisiera o no, sería suyo.
Ella vio a este hombre desde el momento en que nuestros ojos se
encontraron.
—Por favor, malyshka. No nos tires por la borda.
Nuestras miradas se cruzaron, sus ojos brillantes me ahogaron. Había
tantas emociones en esos ojos destellantes: pena, soledad, arrepentimiento.
Era este último lo que me estaba matando. No se veía bien para mí.
—El bebé... no fue culpa de nadie. Simplemente no estaba destinado a
ser. —Su voz era suave como una pluma. Tenía todo el derecho a culparme
por su pérdida, por hacerla pasar por eso, sin embargo, Isabella no era así.
La nostalgia me desgarraba. Quería tener hijos con ella. La deseaba.
Pero sentía como si me estuviera diciendo que nosotros no estábamos
hechos el uno para el otro.
—Tal vez, pero nosotros... tú y yo, Isabella, estamos destinados a estar
juntos. Quiero tener hijos contigo, estar donde estés. Tú eres mi corazón.
Quiero verte surfear, verte enseñar a nuestros hijos a surfear. Mierda, quiero
que enseñes a este viejo a surfear. —El primer atisbo de sonrisa asomó a sus
labios y la esperanza brilló en mi pecho como el rayo de sol más brillante
—. Por favor, danos una oportunidad. Me dijiste hace cinco años que no era
solo una cogida para ti. Tampoco lo era para mí. Eras y sigues siendo todo
para mí.
Maldita sea, quería oírla decirme que nos daría otra oportunidad. No
sería un cabrón egoísta y codicioso ni le pediría que me amara. No hasta
que estuviera lista. Pero quería otra oportunidad.
—Puede que no me necesites, malyshka, pero yo te necesito.
CAPÍTULO VEINTISIETE
ISABELLA

L a imagen de este hombre me llenaba de un gran anhelo. Estaba aquí,


delante de mí, ofreciéndose, pidiéndome un futuro juntos. Las palabras
que tanto había deseado oír fueron pronunciadas, pero el nudo en mi
garganta se negaba a dejar que ninguna palabra saliera de mis labios.
¿Qué me retenía?
Lo amaba, no había un ápice de duda en mi corazón al respecto. Le di
mi corazón hace mucho tiempo. Hace cinco años, era más fácil arriesgarse.
Era demasiado joven e ingenua, el dolor del desamor desconocido.
«Él me ama».
¿Diría eso si supiera quién es mi padre? Si supiera que mi madre le
contó secretos de su padre a su enemigo. Es cierto que lo hizo en su
esfuerzo por conseguir ayuda para encontrar a su hijo, pero conociendo a
Vasili, no lo perdonaría.
El palpitar de mi pecho crecía junto con mi desesperación. Algo que
quería desesperadamente estaba tan cerca, a mi alcance, sin embargo,
inalcanzable. Por culpa de los errores de nuestros padres. Dijo que no le
importaba quiénes eran nuestros padres, pero ¿le importaba lo que habían
hecho?
Mi corazón era insoportablemente pesado, cada latido se rebelaba ante
la decisión que tenía que tomar. Aparté la mirada, incapaz de ver el daño
que causarían mis siguientes palabras. Tenía que decirlas de una vez y
terminar con esto, aunque mi garganta se negaba a emitir sonido alguno.
Todo mi cuerpo sabía que provocaría el mismo dolor devastador que viví
cinco años atrás.
Pero no era lo mismo, ¿verdad? Ahora era más fuerte. Y desde luego ya
no era aquella jovencita que se desvivía por el hermano de su mejor amiga
durante más de tres años.
Tragué saliva.
—Vasili, yo...
La puerta de la habitación se abrió de golpe y la cabeza de Alexei se
asomó.
—¿Quieres las buenas o las malas noticias?
—¿Qué pasa, Alexei? —Los ojos de Vasili nunca se apartaron de mí, y
ya podía verlo en ellos, intuía hacia dónde nos dirigíamos.
—Bien, primero las buenas noticias. Cassio King respaldó a Raphael
Santos. Dijo que protegería a su familia hasta su último aliento. La mala
noticia es que, si no aparecemos en esta reunión, moverá cielo y tierra para
llegar a ella. Otro cumplimiento del deseo de un padre moribundo. Su padre
se lo hizo prometer con su último aliento.
Me tensé ligeramente al oír el apellido de Santos. ¿Era el hombre de
ayer parte de la familia Santos?
—¿No podían nuestros malditos padres hacer las cosas bien desde el
principio, para que no tuviéramos que limpiar sus desastres? —gruñó Vasili.
Sus palabras me sorprendieron. Era exactamente lo que yo sentía.
—Parece que no. Hay muchas cagadas de padres por ahí. —Alexei se
limitó a encogerse de hombros.
No pude evitar continuar mirando a Alexei. Cuando murió mi madre y
revisé sus pertenencias, encontré un certificado de nacimiento de un hijo
que tuvo diez años antes que yo. Lo llamó Alexei. Tenía la misma edad. ¿El
padre de Vasili lo trajo para que se criara con sus hermanos? Entonces, ¿por
qué nunca lo vi ni oí hablar de él durante mis años con Tatiana?
—¿Y por qué nunca había oído hablar de ti, Alexei? —La pregunta
salió antes de que pudiera detenerme. Esta conversación era más fácil que la
que tenía que tener con Vasili.
«Quita la tirita de un tirón». A la mierda. Al que se le ocurrió esa lógica
era un maldito idiota.
—Probablemente porque Vasili me encontró hace solo unos cuatro años.
Mis ojos se movieron entre los dos, esperando que alguno de ellos
explicara algo. Cuando ninguno de los dos dijo una palabra, aclaré mi
garganta, incómoda. Nunca me había gustado ser entrometida, pero un
instinto interior me instó a seguir insistiendo.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
Alexei entró, cerró la puerta y se recostó contra ella, cruzándose de
brazos. Observé sus antebrazos, cada pulgada de su piel cubierto de tinta.
«¡Cómo le gustan los tatuajes!». Levanté los ojos y me fijé en su rostro.
Sus ojos se dirigieron a Vasili, su ceja ligeramente levantada y murmuró
algo en ruso.
—¿No puedes decirlo en inglés? —lo reté.
Los dos compartieron una mirada y Alexei respondió.
—Le dije que creía que lo sabías.
—¿Sabía qué? —pregunté. Necesitaba que esto quedara muy claro.
—Vasili, hermano. —Empezó Alexei, sin apartar los ojos de mí. Como
si me observara en busca de alguna reacción—. ¿Por qué no le cuentas a mi
hermana…? —Un agudo jadeo sonó en mis labios—. ¿…Cómo me
descubriste?
—¿Qué? —Lo sospechaba, pero oírlo decirlo me pareció una locura—.
¿De verdad eres...?
Asintió ante mi frase inacabada.
—Visité a tu madre mientras estaba en el hospital. —La voz de Vasili
hizo que volviera mi atención hacia él.
¿Visitó a mi madre? No le creí. Ella me habría dicho que alguien había
venido a visitarla.
—¿Cómo no lo supe? ¿O cómo no te vi? Estuve allí todo el tiempo. —
Lo miré con desconfianza. Aunque recordé cómo mi madre no paraba de
decirme que había visto a Nikola, el padre de Vasili.
—Calculé bien el tiempo y solo entré en su habitación durante tus
descansos.
—¿La visitaste más de una vez?
Asintió con la cabeza.
—Sí. El primer día fui a regodearme. —Entrecerré los ojos mirándolo
—. Sí, Isabella, fui un imbécil y un estúpido. Pero lo que descubrí fue que
tu madre y mi padre tuvieron un hijo juntos. Alexei. Mi madre no fue la
mejor madre, ni la mejor esposa. Pero, francamente era cruel con sus
enemigos, y tu madre se convirtió en su enemiga. Le quitó algo que
consideraba suyo, mi padre. Y lo que es peor, mi padre amaba a la tuya. No
estoy seguro de que alguna vez amara realmente a la mía. —Dios, todo eso
sonaba como un maldito desastre. Una versión jodida del material de las
películas del canal Hallmark—. Como sea, dos años después de que Alexei
naciera, mi madre lo secuestró y lo escondió. Tuvo una vida dura, pero a
pesar de todos los esfuerzos que hicieron tu madre o mi padre, no pudieron
encontrarlo. Tu madre le dijo a mi padre que fue mi madre la que se llevó al
niño, mas él se negó a creerlo. Al cabo de unos años, tu madre se desesperó.
Fue a ver al enemigo de mi padre y llegó a un acuerdo. Si la ayudaban, ella
ayudaría a Lombardo Santos. —Tragué saliva, dándome cuenta de que
Vasili sabía mucho más de lo que pensaba—. Sin embargo, Lombardo
también tenía una debilidad por las mujeres hermosas. Tu madre se
convirtió en su amante y, cuando quedó embarazada, temió que su mujer
hiciera lo mismo que mi madre, así que huyó y se escondió.
—Realmente tenía la mala costumbre de acostarse con hombres casados
—murmuré más para mí que para ellos.
—No podría estar más de acuerdo contigo, hermana. —La voz de
Alexei era suave, y no podía dejar de mirarlo. Era mi hermano. Bueno,
medio hermano, en realidad. Y también era medio hermano de Vasili. Vasili
y yo no teníamos ningún parentesco, gracias a Dios, pero la conexión
compartida era incómoda.
—No pareces sorprendida, Isabella —señaló Vasili, mientras su mirada
pálida me dio escalofríos.
—Después de que mamá falleciera, revisé todas sus cosas y las
empaqué. Encontré su diario y una caja con recuerdos y fotos de su hijo.
Lloraba la pérdida de su hijo y lloraba por el amor que compartía con
Nikola... mmm, tu padre. Fue toda una sorpresa, todo ello. —Y lo que más
temía era a Lombardo Santos, pero me lo guardé para mí.
—Solo puedo imaginarlo —murmuró Alexei—. Cuando Vasili me
encontró, me dio una sobrecarga de información.
—¿Qué tan mala fue tu infancia? —Tragué saliva porque no estaba
segura de si era algo que debía preguntar.
Algo en el brillo de sus ojos me decía que había sido mala, muy mala, y
me dolía el corazón. «Tengo un hermano».
—Lo siento —musité. Ojalá hubiera algo que pudiera hacer para
ayudar. La cicatriz de su labio no se comparaba con las cicatrices invisibles
que llevaba.
—Quedó en el pasado —refunfuñó.
—¿Lo saben Sasha y Tatiana? —Era extraño que Tatiana nunca lo
mencionara, aunque no había venido mucho por aquí en los últimos cinco
años.
—Saben que es nuestro hermanastro. —Vasili parecía ligeramente
agitado, y me pregunté por qué. ¿No quería hablarme de mi relación con
Alexei?—. No saben nada de su relación contigo. —Suspiró—. Hay más,
malyshka.
—¿Qué? —pregunté nerviosa.
—¿Te habló tu madre alguna vez de quién era tu padre? —indagó en
voz baja, observando mi rostro.
Con la respiración agitada, me preparé para contarle la verdad. Pero,
entonces comprendí. Conocía mi relación con Santos y caí en cuenta. Vasili
dijo que me amaba. Sabía que era la hija de su enemigo y, todavía así, juró
que quería pasar el resto de nuestras vidas juntos. Amarme. Tener hijos
conmigo. Aprender surf. Apenas podía creerlo. Este hombre que había
amado durante casi una década me quería. Me amaba a pesar de todo lo que
le decía que no debía. Se me encogió el pecho al pensar en todo aquello, y
mis entrañas se estremecieron con su revelación.
No fui consciente de que estaba sonriendo hasta que Alexei dijo algo.
—¿Por qué sonríes así?
Volví los ojos hacia Vasili y lo miré al otro lado de la habitación, con las
manos en los bolsillos. ¿Cuándo había cruzado la habitación? ¿Y por qué?
Parecía como si yo estuviera a punto de darle un golpe mortal. Su cabello
amarillo brillaba como el oro con los rayos de sol que entraban por la
ventana, aunque él parecía un ángel oscuro con aquella piel bronceada y
aquel traje oscuro.
Corrí por la habitación y me lancé a sus brazos, con mis manos
rodeando su cuello.
—¿Lo sabías? —Tenía una mirada confusa—. Sabías lo de mi conexión
con Santos y aun así dijiste todas esas palabras. —Apreté la boca contra su
cuello y hundí la cara en su nuca—. También te amo —susurré, con todo el
cuerpo temblando de emoción. Se sentía tan bien, siempre se había sentido
así.
—¡Mierda! —exclamó, su boca hambrienta en la mía—. Estaba seguro
de que te había perdido. Que había desperdiciado todas mis oportunidades
contigo.
Sus grandes manos me tomaron por la cintura y me jaló para besarme
profundamente. Suspiré en su boca, ese calor familiar extendiéndose por
todo mi cuerpo.
—Vasili, siempre has sido tú. Fuiste el primero y quiero que seas el
último.
Hizo un ruido de satisfacción en su garganta y se me derritieron las
entrañas.
—Te amo, Isabella Taylor Santos. Te quiero para siempre. Cásate
conmigo. No me estoy volviendo más joven y no hay un solo minuto que
quiera vivir sin ti.
Me quedé mirándolo, sin palabras. De repente me acordé de Alexei.
Giré la cabeza en dirección a mi hermano, pero no estaba allí.
—Se fue en cuanto te lanzaste a mis brazos. —La nariz de Vasili rozó la
piel de mi cuello, mordisqueándola suavemente—. Malyshka, seré un buen
esposo.
—Sé que lo serás. El mejor marido. Y padre. —Mi palma acarició
suavemente su mejilla.
Su agarre a mi alrededor se tensó y supe que esto era tan duro para él
como para mí.
—Sí.
—Sí, ¿qué? —Buscó mis ojos.
—Sí, me casaré contigo.
Gimió satisfecho y tomó mi boca en un beso profundo, dejándome sin
aliento.
—Mierda, quiero casarme contigo hoy, pero a menos que quiera una
guerra en mis manos, probablemente tengamos que ir a reunirnos con
Raphael Santos.
Me deslicé por su cuerpo y di un paso atrás.
—¿Qué quieres decir?
—Raphael Santos quiere a su hermanastra… —Hizo énfasis en la
última palabra—. En su vida. Quiere disculparse y explicar lo que pasó
ayer.
Fruncí el ceño.
—No sé si hay algo que explicar. Intentó matar a Tatiana.
—No, casi te mata a ti —dijo en tono sombrío—. Le prometí que nos
reuniríamos con él para que lo explicara, sin embargo, todo lo demás
dependía de ti.
Me pasó un pulgar por la mejilla, con los ojos sombríos, aunque con una
suave sonrisa en los labios.
—No te hará daño. Estaré allí contigo, y Alexei preguntó por ahí con
algunos de sus amigos comunes. Mientras que Lombardo y Vincent Santos
eran unos cabrones, Raphael Santos resultó ser un hombre decente. La
gente habla muy bien de él y tengo que admitir que ha sido mucho mejor
tratar con él que con su otra familia.
—Vaya, dos hermanos en el mismo día —murmuré.
—Y un futuro esposo. —Vasili sonrió y entrelazó nuestros dedos—.
¿Lista para ir a conocer a tu otro hermano?
Asentí y, con sus dedos entrelazados con los míos, salimos de la sala
médica. He conocido a Vasili desde hace casi diez años y era la primera vez
que actuábamos como pareja. Y nunca había sido tan feliz.
Mientras este hombre tomara mi mano, iría a cualquier parte con él.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
VASILI

C uando llegamos a casa de Tatiana, Raphael Santos ya estaba allí. Y


estaba solo, apoyado en su Land Rover negro. A menos que tuviera a
sus hombres acechando en las sombras, estaba tratando de mostrar
buena fe. Llevaba un traje blanco con una camisa negra debajo, con todo el
aspecto del colombiano que era. Una vez más, noté que el color de su
cabello se parecía al de Isabella. Siempre pensé que Isabella tenía el color
de pelo de su madre, pero en realidad era el de su padre. Tenía la tez pálida
de su madre.
—Vaya, este lugar está limpio —murmuró Sasha de mala gana. A
regañadientes, dejé que me acompañara. Hubiera preferido que se
estacionara en un lugar alejado, donde pudiera poner en práctica sus
habilidades de francotirador sin abrir la boca. Pero deshacerse de Sasha era
como quitarse una maldita garrapata. Necesitabas pinzas o una puta arma.
Mis labios se fruncieron al ver que Raphael había borrado todo rastro de
la pelea de ayer. Incluso la ventana contra la que alguien se estrelló estaba
reparada. Un paso inteligente por su parte. No quería recordatorios de lo
que pasó ayer. Realmente tomó empezar de cero a un nivel completamente
nuevo, con el objetivo de impresionar a su media hermana.
—¿Por qué estamos dejando que Isabella conozca al desgraciado de
todos modos? —preguntó Sasha.
Se puso tensa a mi lado, pero no dijo nada. Tomé su mano entre las
mías. No le dijimos nada a Sasha. Dejaríamos que se enterara durante esta
reunión. A diferencia de Raphael, tenía treinta hombres en posición y otros
cinco vehículos detrás de mí. Me tomaba muy en serio la seguridad de
Isabella.
Dejé a Adrian con Tatiana, junto con otros diez hombres. Nadie sabía
dónde estaba el lugar de Adrian, ni siquiera yo. Así que sabía que estaba a
salvo. Alexei también estaba con nosotros, pero como de costumbre,
hablaba poco o nada. Mataría a cualquiera que mirara mal a su hermana.
En cuanto el auto se detuvo, se abrieron las puertas.
—Quédate a mi lado —le dije a Isabella, levantando su mano y rozando
mis labios sobre sus nudillos.
—Lo haré. —Estaba nerviosa. Se le notaba en la cara. No podía
culparla. Habían pasado muchas cosas en las últimas semanas. A decir
verdad, las cosas se han estado gestando en su vida desde el momento en
que nació, pero la crueldad del inframundo no era algo a lo que se debería
de acostumbrar nunca. No porque creciera fuera de ahí, sino por quien era.
Su personalidad suave e indulgente habría sido aplastada y su luz
extinguida si hubiera crecido entre hombres como su padre. Incluso mi
propio padre, que no era ni de lejos tan cruel y despiadado como Lombardo
Santos.
Salí primero del auto y me siguió justo detrás con su pequeña mano en
la mía. Miró a su hermanastro que estaba apoyado casualmente en el auto.
La saludó con una sonrisa. Raphael hizo todo lo posible por no parecer
amenazador.
—Hola, Isabella. Gracias por reunirte conmigo. —Su acento
colombiano era marcado y era lo único que delataba sus emociones. Su
rostro era una máscara inmóvil.
—Hola —respondió con rigidez.
Mi mujer no se lo iba a poner fácil, y a mí me parecía bien. Jodidamente
más que bien.
—Hagamos esto rápido, ¿de acuerdo? —Sasha intervino—. Esta es la
cosa más estúpida que he escuchado. El puto jefe del bajo mundo de Florida
quiere disculparse con la mujer a la que casi estrangula hasta la muerte.
Deberíamos dejar que ella te asfixie hasta la muerte, con nuestra ayuda. —
Sasha sonrió feliz ante su propia sugerencia tonta, como si fuera la idea del
millón de dólares.
La mirada de Raphael se oscureció y sus ojos se clavaron en la forma de
mi hermano, amenazando con todo tipo de dolor a Sasha. Si quisiera
golpear a Sasha, probablemente no lo detendría, pero sabía que no lo haría.
No quería asustar a Isabella. Le había dado suficientes razones para temerle
anoche. En lugar de eso, se limitó a seguir mirando a mi hermano, con
fuego ardiendo en los ojos. El latido de la arteria de su cuello y su
mandíbula apretada era lo que lo traicionaban.
—Es mi hermano. —La voz de Isabella cortó el concurso de miradas
entre Raphael y Sasha. Era casi cómico ver cómo ambos giraron la cabeza
en dirección a Bella.
—¿Le dijiste? —Raphael gruñó.
—¿Qué? —preguntó Sasha al mismo tiempo, con sorpresa y conmoción
llenando su voz.
Los hombros de Isabella se enderezaron, mostrando su fortaleza. La
única traición a su nerviosismo era su mano apretando la mía con fuerza. Le
devolví el apretón con suavidad, haciéndole saber que la respaldaba.
—Nadie me lo dijo —respondió a la pregunta de Raphael, dejando a
Sasha en la oscuridad. Eventualmente, mi hermano pequeño se pondría al
día—. Lo sé desde hace unos años.
—¿Cómo? —Raphael no estaba muy convencido. No lo culpaba. Los
hombres en nuestro mundo no jugaban limpio.
—La primera vez que supe que mi madre tuvo algo que ver con el
famoso y despiadado líder del cártel de Florida —acentuó la palabra cártel,
haciéndole saber que claramente no lo aprobaba—, fue cuando estaba en el
hospital, bajo los efectos de sus medicamentos. —Exhaló y continuó,
sosteniendo la mirada de su hermano mayor—. Después de su muerte,
empaqué sus cosas de la casa y encontré su diario. Lo leí y aprendí... —Se
aclaró la garganta, su mirada se dirigió a Alexei y luego volvió a Raphael
—. Bueno, aprendí mucho. Pero así es como supe de ti y quién era mi
padre. También sé que mi padre era cruel y malvado, y mi madre nunca me
quiso cerca de él.
Siguió un silencio cuyo significado perduró. Fue como si todos dejaran
de respirar. Este conocimiento era un shock para todos menos para Alexei y
para mí. Aún recordaba aquella sensación cuando supe quién era su padre.
Tres décadas de lucha y, ahora, me casaría con la única hija de Lombardo
Santos.
—¿Qué? —Volvió a preguntar Sasha, con una expresión estupefacta en
su cara. Empecé a preguntarme si había sido inteligente traerlo conmigo.
Recé para que no hiciera algo estúpido, como matar a Raphael. Aunque
tenía que admitir que era un poco cómico verle pasarse las manos por el
cabello, como si pensara que estaba perdiendo la cabeza.
Raphael, por su parte, tiraba de su corbata, como si estuviera demasiado
apretada. Los ojos de Isabella permanecían clavados en él, retándole en
silencio a contradecir su afirmación.
—Tienes razón —comentó finalmente—. Tanto mi padre como mi
hermano mayor eran unos cabrones crueles. No estaba de acuerdo con sus
métodos ni con su forma de afrontar las cosas, pero no soy mi padre,
Isabella. —Volvió a meterse las manos en los bolsillos, aunque sus ojos
permanecieron fijos en su hermana—. Este mundo es diferente, duro, brutal
e implacable. Vasili y sus hombres no son muy diferentes de mí, sin
embargo, te prometo que nunca te haría daño.
—La estrangulaste, ¡maldita sea! —gruñó Alexei—. Su cuello está
cubierto de moretones, hechos por tus manos. —Los labios de Alexei
hicieron una mueca y su cuerpo se movió como si estuviera listo para atacar
—. Y me importa una mierda si pensabas que era Tatiana o no. Hacerle
daño a cualquiera de las dos, es imperdonable.
Estaba de acuerdo con mi hermano, pero tenía la sensación de que el
corazón blando de Isabella le daría una oportunidad a Raphael.
—Y tú, Alexei, nunca lastimaste a nadie, ¿verdad? —respondió Raphael
—. Veo que has estado escondiéndote bajo la falda de Nikolaev, ¿matando a
sueldo para Vasili? —La cabeza de Isabella se giró hacia su otro hermano
—. No me sermonees, Alexei. Cuando rastreas a la gente y la matas por
dinero.
—Alexei es mi hermano. Y de Isabella —gruñí.
Fue el turno de Raphael de parecer sorprendido. Alexei avanzaba hacia
Raphael, listo para abalanzarse sobre él. Aquellos dos probablemente
estaban igualados, pero si intentaba detener a Alexei ahora, solo conseguiría
que atacara más rápido al otro hermano de su hermana. Sasha estaba justo
al lado de Alexei listo para unirse y Raphael tenía un cuchillo sacado de su
funda. Supongo que el cabrón realmente vino solo, porque si no lo hubiera
hecho, estaba seguro de que al menos un disparo de advertencia ya se
habría producido.
Isabella sacó su mano de la mía, y seguí su movimiento
inmediatamente. Al diablo si la dejaría tener ni una pulgada de espacio; no
entre todos los malditos idiotas de este césped.
—¿Podemos calmarnos todos? —Isabella se interpuso entre Alexei y
Raphael, empujando cada una de sus manos contra sus pechos. Hice lo
mismo con Sasha.
—Compórtate, Sasha —advertí en ruso.
—Bella... —Alexei empezó, pero ella lo cortó.
—No me importa lo que hayas hecho, Alexei —murmuró, frotándole
suavemente el pecho—. Sé que nunca le harías daño a mujeres y a niños.
Solo me importa que hayas sobrevivido, y sé que hiciste lo que tenías que
hacer para conseguirlo. —Asintió, y por primera vez desde que encontré a
mi hermano, una pequeña luz entró en sus ojos. Nunca pensó que alguien
pudiera quererlo, sabiendo lo que había hecho. ¡Lo que tuvo que hacer para
sobrevivir! Pero Bella tenía razón, todo lo que hacía era por su propia
supervivencia. Mi malyshka se volvió hacia su otro hermano—. Y tú,
Raphael Santos —empezó y él se tensó. Mierda, era impresionante verla
dominar a esos dos asesinos solo con sus palabras—. Puede que me haya
mantenido ignorante a propósito de este mundo en el que todos viven, sin
embargo, conozco la reputación que tienes frente a la que tuvieron tu padre
y tu hermano.
El rostro de Raphael se tensó, tomando sus palabras como una condena,
pero antes de que pudiera decir algo, Isabella continuó—: Sé que estás en
contra del tráfico de personas y, a pesar de que ayer intentaste matarme…
—los ojos de Raphael bajaron hasta su esbelto cuello, donde unas marcas
de color púrpura azulado coloreaban su pálida piel—… Te voy a dar otra
oportunidad. Pero más te vale que no intentes hacernos daño a Tatiana o a
mí.
La sorpresa brilló en los ojos de Raphael, pero se recompuso
rápidamente.
—Tienes mi palabra, hermana.
—Tampoco puedes hacerle daño a Vasili —añadió rápidamente, con una
gran sonrisa dibujándose en su rostro—. Nos vamos a casar. Y no puedes
hacerle daño a Alexei y Sasha. De acuerdo, ¿qué tal si decimos que no le
harás daño a nadie que trabaje para la familia Nikolaev o esté relacionado
con ellos? —Sus ojos volvieron a mí—. ¿Me faltó alguien?
—Nyet —murmuré, atrayéndola hacia mí—. ¿Qué tal una tregua? —
Miré fijamente a Raphael—. Parece que todos tenemos algo en común: mi
futura esposa. ¿Qué dicen todos?
—Supongo que sí, si es necesario —agregó por lo bajo Alexei de mala
gana.
Sasha también estuvo de acuerdo.
—Al menos terminamos con los dos mejores Santos. Aunque tengo que
decírtelo, Raphael. Isabella te supera por millones.
—Estoy de acuerdo. Desde luego que sí. —Los ojos de Raphael
viajaron hacia su hermana.
—No puedo creer que haya terminado con dos hermanos mayores. —
Isabella sacudió la cabeza con incredulidad, una pequeña sonrisa jugando
en sus labios—. En realidad serán tres con Sasha.
Sorprendentemente, Sasha se rio.
—Chica, he sido tu hermano mayor desde el momento en que Tatiana y
tú empezaron el primer año de universidad. No olvides que he visto a las
dos borrachas y casi arrestadas por exhibicionismo.
—¿Qué? —Raphael, Alexei y yo preguntamos al unísono, gruñendo.
Isabella sonrió tímidamente y luego se encontró con mi mirada.
—Esperaba que vinieras a rescatarnos, pero Sasha terminó apareciendo.
Las dos estábamos en traje de baño, nadando en la fuente del campus.
¡Estábamos decentes! —Miró burlonamente a Sasha.
Negué con la cabeza. Aquellas dos probablemente me habían
envejecido más en sus años universitarios que todos mis años dirigiendo el
imperio del bajo mundo de Nikolaev.
—Nadie tiene permitido verte en traje de baño. —Sí, estaba
jodidamente celoso. Tal vez nunca se calmaría, sin embargo, a mi mujer no
parecía importarle en absoluto. Demonios, todavía recordaba lo buena que
estaba con aquel bikini blanco cuando me la encontré en la piscina de
Tatiana. Cualquiera con dos ojos querría a mi mujer, pero Isabella Taylor
Santos, pronto de Nikolaev, era mía.
—De acueerdoo. —Ahí fue de nuevo, pero sonrió seductoramente, su
mano se detuvo en mi pecho, justo encima del corazón que le pertenecía.
—Esto es inquietante —murmuró Alexei en voz baja—. Ver a mi
hermana pequeña coqueteando con mi hermano mayor.
—¡Qué asco, Alexei! —Isabella puso los ojos en blanco—. Cuando lo
dices así, suena realmente asqueroso. Vasili y yo no somos parientes. En
absoluto. —Sus ojos se dirigieron a Raphael—. Vasili y yo no somos
familia de sangre en absoluto.
Raphael sonrió, puede que fuera la primera vez que veía a un miembro
de la familia Santos sonreír afectuosamente.
—Lo sé. Solo es que suena raro, ya que Alexei y tú son medios
hermanos. —Raphael trató de hacerla sentirse mejor y ella asintió,
aceptando su explicación.
—No, Isabella y yo somos hermanos —protestó Alexei—. Tuvimos la
misma madre. Tú y ella son medios hermanos.
—Ella y yo tuvimos el mismo padre —objetó Raphael—. Todos
sabemos que es el esperma el que crea al bebé. Así que, técnicamente, es
más mi hermana que la tuya.
— De acueerdoo. —Volvió a decir Isabella, aclarándose incómoda la
garganta—. No debemos de tener cena de Acción de Gracias juntos. Tal vez
podamos alternar. —Fingió pensarlo—. Algo así como una custodia
compartida. ¿Qué les parece?
—¡No! —Tanto Alexei como Raphael estaban de acuerdo en algo, ¡por
fin!
—Aprenderemos a llevarnos bien —gruñó Alexei. No le hacía mucha
gracia compartir a su hermana con su hermano Santos—. ¿Verdad, Sasha?
Sasha puso los ojos en blanco, pero murmuró que estaba de acuerdo.
Raphael también asintió con la cabeza.
—Sin embargo, hay una cosa que tengo que plantear. —Los ojos de
todos volvieron a él—. Alphonso Romano y Benito King se enteraron de
Bella y quizá sea mejor mantener oculta su identidad.
—Demasiado tarde. —Me molestó que ese desgraciado siquiera
pronunciara su nombre—. Alphonso Romano tenía dos hombres tras ella.
—Solo el recuerdo de esa noche y saber que esos dos cabrones, sus
mandaderos, se acercaron tanto a Isabella y Tatiana, me hizo ver rojo—.
Casi drogan a Isabella.
—¿Tienes sus nombres? —Raphael se tensó.
Sí, tener a Raphael del lado de Isabella, así como de los Nikolaev, nos
haría más fuertes. No me importaban las riquezas, siempre y cuando mi
mujer y mi familia estuvieran a salvo. Parecía que todos tendríamos que
aprender a jugar en la misma caja de arena después de todo.
—Ambos están muertos —dije.
—Enviados en una bonita cajita rosa a Alphonso Romano —añadió
Alexei. Los ojos de Isabella se abrieron de par en par, poco acostumbrada a
oír palabras tan casuales sobre asesinatos. En cuanto su hermano se dio
cuenta de lo que había dicho, añadió rápidamente—: Ese hombre secuestra
y vende mujeres. Es malvado hasta lo más profundo de su ser.
Ella asintió, pero aún parecía ligeramente perturbada. Le froté la
espalda para reconfortarla, deseando poder evitarle los caminos del
inframundo. Sin embargo, si quería que fuera fuerte y estuviera a salvo, no
había mejor forma de que supiera a qué nos enfrentábamos.
—Hay que acabar con ese hombre —murmuró Raphael—. Tanto
Alphonso como Benito. Antes de que maten a más mujeres y niños, carajo.
—De acuerdo.
—Hay algunos planes en marcha —continuó Raphael—. No puedo
revelarlos ahora mismo. Esos dos no saben que descubrí la existencia de
Bella. Así que sería mejor que mantuviéramos mi conexión con Isabella,
próxima a ser Nikolaev, y el conocimiento de nuestras relaciones
sanguíneas en círculos cerrados.
Isabella lo miró sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque para cortarles la cabeza a esas serpientes, Alphonso y Benito,
y destruir sus negocios, tienen que creer que apoyo el tráfico de personas.
Estoy trabajando con Luciano Vitale y Cassio King junto con el resto del
grupo en un plan. Confío en esos hombres con mi vida.
Isabella se puso tensa.
—Pero no dejarás que le ponga las manos encima a ninguna mujer,
¿verdad?
—Te lo juro, Isabella —la miró a los ojos y había sinceridad en ellos—,
que nunca he traficado personas y nunca lo haré. —Le creyó, la confianza
brillaba en sus ojos. Eso era lo que le preocupaba a su madre. Su naturaleza
blanda y confiada. No estaba fuera de lugar con Raphael, pero había
muchos en nuestro mundo que se aprovecharían de ello—. Ahora que estás
en el radar de Alphonso, él no lo dejará. Ese cabrón vendería a su propia
hija, si tuviera una. Lo que estoy haciendo te salvará a ti y a muchas otras
hijas y esposas.
—Te mantendré a salvo —juré. El hecho era que ahora que estaba en el
radar de Benito y Alphonso, este era el lugar más seguro para ella. Y creía
que ella lo sabía—. Además, quiero casarme contigo cuanto antes. Así esos
cabrones sabrán de quién es la ira que tendrán que soportar si tocan un solo
pelo de tu cabeza.
Se rio entre dientes.
—No sé si eso me da miedo o me parece romántico.
—Romántico —dije—. Además, ya hemos esperado bastante. Debería
haberme casado contigo hace cinco años. En vez de eso, fui un idiota...
Puso sus dedos fríos en mis labios, su cuerpo se inclinó hacia mí.
—Creo que todo salió como tenía que salir.
Sí, esta mujer era demasiado indulgente, y la mantendría a salvo el resto
de nuestras vidas, compensándola.
EPÍLOGO
ISABELLA

Seis meses después

Te invitamos a acompañarnos en
La Cueva del Pecado
para cele ar el matrimonio de
Vasili Nikolaev e Isabe a Tayl

E stábamos casados. Éramos nosotros dos contra el mundo. Habíamos


dicho nuestros votos, dejado atrás nuestro pasado y mirábamos hacia el
futuro. Con la recepción en pleno apogeo, mi esposo y yo nos
dirigimos a la parte trasera de su discoteca.
Esta noche nos iríamos de luna de miel, los dos solos. Para luego pasar
un mes en Key Largo. Vasili me sorprendió con una casa en la playa y una
nueva tabla de surf. Nuestro lugar de retiro, dijo. Me hizo reír pensar en
Vasili jubilándose, pero mentiría si dijera que no estaba encantada con la
casa. Siempre he querido formar una familia allí.
Ahora mismo, no podía esperar a sentir sus manos sobre mí.
—Vasili. —Me detuve justo antes de llegar a la habitación en donde me
tomó por primera vez desde la universidad—. Tengo que decirte algo.
—¿Arrepentimientos tan pronto después de la boda, malyshka? —
preguntó medio en broma.
—Nunca me arrepiento —murmuré mientras me daba la vuelta para
mirarlo—. Estoy embarazada. —La luz brilló en sus ojos y antes de que mi
siguiente pregunta saliera de mis labios, se me adelantó.
—¿Estás feliz?
Me llevé la mano al vientre bajo. Solo tenía seis semanas, sin embargo,
no podía ser más feliz.
—Sí —admití—. Sé que me habías dicho que querías tener hijos, pero
nunca habíamos hablado del momento. No estaba segura de si...
Sus labios sellaron los míos, impidiendo que salieran más palabras de
mi boca.
—Estoy más que feliz —aseguró contra mis labios, moviendo la mano
para acariciarme justo debajo del estómago—. Me haces feliz, malyshka.
Quiero tener un equipo entero de fútbol de bebés contigo.
Sentí alivio acompañado de una oleada de felicidad, mis labios
formaron una sonrisa.
—Bueno, un equipo de fútbol entero puede ser un poco exagerado,
esposo. Aunque no me importaría tener una familia numerosa.
Lo jalé hacia la habitación. Ahora, todo el universo estaba en su lugar.
Amaba a este hombre, como él a mí, y tendríamos una gran familia. Ya
teníamos el comienzo de una con Alexei, Sasha, Raphael, Tatiana y Adrian.
Y, ahora, añadiríamos otro en poco más de siete meses.
En cuanto entramos en el dormitorio, la puerta se cerró de golpe a
nuestras espaldas, Vasili nos encerró para garantizar privacidad y luego nos
giró hacia la pared con el espejo. Había algo que nunca disminuía en
nuestra relación: el intenso deseo que sentíamos el uno por el otro.
Mantuve la mirada fija en el reflejo de Vasili mientras él se colocaba
detrás de mí para bajarme la cremallera del vestido. Sentía calor en la piel
cada vez que sus dedos rozaban mi espalda mientras se alimentaban mis
ganas constantes por él.
El elaborado vestido de novia flotó hasta formar un charco a mis pies.
Me desprendí del vestido dejando atrás los zapatos. Ni siquiera le dedicó
una mirada, sus pálidos ojos se centraron únicamente en mi cuerpo. Su
mirada era de reverencia y amor, lo único que deseaba de él desde el
momento en que lo conocí. Sus ojos se detuvieron brevemente en el lugar
en donde estaba nuestro bebé, provocando mariposas en mi vientre.
Siguió el sujetador blanco sin tirantes, sus manos se adelantaron.
Rellenó sus palmas con mis pechos, apretando y acariciándolos,
provocando gemidos en mis labios y fuego en mis venas.
—Te amo, Isabella Nikolaev—dijo en mi oído, mientras su aliento
caliente me hacía cosquillas en la piel.
Mi cuello se inclinó hacia un lado, permitiendo que su boca conectara
con mi piel. Me rendí y me recompensó con ligeros besos en el cuello.
—Y yo a ti, Vasili.
Me temblaba la voz, igual que cuando dijimos nuestros votos en la
iglesia. Mis emociones por este hombre eran fuertes y me desataban de
muchas maneras. No necesitaba armas para controlarme. Solo necesitaba mi
corazón, un corazón que ha tenido desde la primera vez que lo vi, aunque él
no lo supiera y yo me negara a admitirlo.
Apreté la espalda contra su pecho y sentí escalofríos al sentir su calor.
La pareja del espejo era todo un contraste: mi cuerpo desnudo contra su
caro esmoquin Brioni; mi cabello oscuro contra su rubio; mi piel pálida
contra su bronceada.
Ver sus manos recorrer mi cuerpo mientras su boca se posaba en mi
piel, lamiéndola y mordisqueándola, con nuestras miradas fijas en el espejo,
era muy erótico. Este hombre era todo lo que siempre quise o necesité. El
único hombre que mi corazón anhelaba desde el momento en que nos
conocimos. Era la razón de cada uno de mis latidos.
Me giré para mirarlo, para ofrecerle mis labios. Necesitaba saborearlo.
Mientras nuestras bocas se fundían en un beso y nuestras lenguas chocaban,
le quité la chaqueta del hombro con movimientos apresurados y ansiosos, y
empecé a desabrocharle los botones de la camisa. Cuando terminé, se la
quité y la dejé caer a nuestros pies, junto con su esmoquin y mi vestido de
novia. Luego, le quité el cinturón y mis dedos intentaron desabrocharlo a
tientas mientras él me pasaba los dedos por los pezones duros.
—¡Oh Vasili! —Suspiré. —Me encanta tu cuerpo.
Su risita oscura llegó a mis oídos, pero no me molestó. Sabía que yo
amaba su cuerpo, su corazón y su alma. Me encantaba cada pulgada de él.
No había nada de él que cambiaría.
Le bajé los pantalones y se los terminó de quitar junto con los zapatos y
los calcetines. Estaba desnudo a mi lado, sobresaliendo por encima de mi
delgada figura, duro y dispuesto a entrar en mí.
En su bello rostro se reflejaba el deseo.
—Quiero atarte y cogerte hasta que grites mi nombre —gimió. Luego,
un momento de duda cruzó su rostro—. ¿Será seguro para el bebé? No creo
que pueda ser delicado contigo, malyshka.
—Hazlo. No tienes que tratarme como si fuera de cristal. —Era más
fuerte por él, gracias a él. Era el único hombre en quien confiaba para
atarme. Al instante, las llamas se encendieron en sus pálidos ojos azules,
oscureciéndolos hasta convertirlos en los colores de profundas lagunas
azules.
Mi mirada se desvió hacia la pared que captó mi atención seis meses
atrás. Parecía apropiado que nuestra historia comenzara hacía cinco años en
la noche de Halloween y que fuera justo otra noche de Halloween la que
nos uniera de nuevo. Tal vez, después de todo, el universo funcionaba de
forma misteriosa.
Todas nuestras palabras, acciones y experiencias nos acercaron un poco
más al día de hoy, nos convirtieron en lo que éramos ahora.
Perfectos el uno para el otro.
Se llevó mi mano izquierda a sus labios y me besó los nudillos con
delicadeza. El anillo de boda brillaba con diamantes contra mis delgados
dedos, aunque palidecía frente al amor que sentía por él. El deseo ardía
como las llamas del infierno en mi interior, de la mejor manera posible.
—Átame, esposo —repetí.
Me tomó de la mano y me llevó al fondo de la habitación donde estaban
todos los juguetes. Tomó un par de esposas forradas en vellón, así como un
pañuelo de seda negro y luego me condujo de nuevo a aquella enorme
cama.
—Si en algún momento es demasiado intenso, dímelo —ordenó—. ¿De
acuerdo?
Asentí y le ofrecí mis dos muñecas. Habíamos hablado de sus deseos
más oscuros, aunque en realidad no habíamos hecho nada hasta este
momento. Supongo que debería haber estado nerviosa, pero le confiaba mi
corazón y mi cuerpo. ¿Por qué no iba a confiarle a mi esposo mi mente y
mis emociones? Siempre me dejaría elegir. Mi elección en todo momento
sería él.
Me ató una mano con un brazalete de cuero y la sujetó a un gancho de
la cabecera. Luego siguió el mismo método con la otra.
—Maldita sea, eres tan hermosa —susurró, y su aliento caliente en el
lateral de mi cuello me erizó la piel de gallina—. Y mía. —Me cubrió
suavemente los ojos con la tira de seda y, de repente, me sentí
completamente a su merced—. ¿Sigues conmigo, malyshka?
Asentí y, tras un suave beso en los labios, continuó bajando por mi
cuello y recorriendo mi pecho, acariciando con la lengua primero un pezón
y luego el otro. El no ver me hizo concentrarme en la sensación de su boca
contra mí y fue increíble. Todos mis sentidos se agudizaron al perder la
vista. Siguió bajando por mi cuerpo, se detuvo en el borde de mis bragas y
susurró algo en ruso.
—No las necesitarás —gruñó, y sus grandes manos tiraron de ellas para
bajarlas por mis piernas y quitármelas por completo. Mientras tanto, sentía
su boca recorriendo mi piel caliente, aumentando la lujuria que sentía por
este hombre.
Separó suavemente mis muslos y lo sentí acurrucarse entre ellos con su
aliento caliente acariciando los pliegues de mi centro. El corazón me
retumbaba bajo las costillas, excitada por ver lo que mi marido me tenía
preparado. Tras darme una larga lamida, enterró la cara entre mis muslos, su
lengua se adentró en mis pliegues y buscó mi clítoris. Una descarga de puro
fuego lánguido me recorrió cada pulgada, desde los dedos de los pies hasta
la punta del cabello.
Chupó sin piedad mi sensible clítoris mientras sus brazos me rodeaban
los muslos para garantizar su control absoluto sobre mis movimientos. Sus
dedos abrieron los labios de mi vulva, exponiéndome aún más, dejándome
vulnerable a su capricho.
—¡Vasili! —grité, mientras me comía. Un orgasmo me desgarró sin
previo aviso y mis muslos trataron involuntariamente de juntarse a ambos
lados de su cabeza. Mierda, nunca había sentido nada igual.
Quería tocarlo, sentir más de él, pero al estar esposada a la cama, mis
movimientos eran limitados, ni siquiera podía mirarlo mientras hacía las
cosas más espectaculares a mi cuerpo. Las sensaciones eran casi demasiado,
me invadía una sobrecarga de placer y él era implacable, empeñado en que
me viniera más fuerte.
—¡Diablos! —Carraspeé, mientras otra oleada de placer me recorría la
espina dorsal. Detrás de mis párpados estallaron luces blancas—. ¡Vasili!
Se rio oscuramente entre dientes, pero siguió dándose un festín en mí,
lamiendo mis jugos. Se sentía increíble, como algo que nunca antes había
sentido. Cada pulgada de mí estaba hipersensible, deliciosos escalofríos me
sacudían hasta la médula.
Vasili finalmente subió por mi cuerpo y acomodó sus caderas entre las
mías. Podía sentir su dura erección anidada en mi entrada mientras me
acercaba, con la boca justo debajo de mi oreja.
—¿Lista, malyshka?
Me estaba dando la oportunidad de rechazarlo. Una última oportunidad.
De ninguna manera lo haría ahora. En todo caso, quería más. Me hizo
codiciosa, por más de esto.
—Sí. —Respiré con anticipación.
Alineó su pene con mi entrada y se zambulló en mi centro de un fuerte
empujón. Un grito salió de mí y mi cuerpo se sacudió, arqueándose fuera de
la cama. Mi cabeza cayó hacia atrás y su cara se hundió en mi cuello,
murmurando palabras en ruso.
Empezó a moverse dentro de mí, con fuerza y rapidez. Me cogió y se
sentía increíble, las ataduras completamente olvidadas.
—¡Mierda! —Exhalé, con el cuerpo a punto de alcanzar otro orgasmo.
Bombeó dentro de mí duro y profundo, rápido y despiadado. Se sentía tan
bien, las luces blancas volvieron a estallar tras mis párpados cerrados. Nos
olvidamos de todo y de todos, solo nosotros dos en el calor de la pasión.
Los únicos sonidos que llenaban la habitación eran nuestros gemidos y
quejidos, su piel chocando contra la mía. Agarró un puñado de mi cabello y
me arqueó aún más contra él. Mis pechos se aplastaron contra el suyo
mientras me embestía con fuerza.
—¡Mía! ¡Mía! ¡Mía!
Sus golpes me penetraron profundamente y con rudeza mientras me
retorcía contra él, con el sonido de mis ataduras crujiendo al tirar de ellas
contra la cabecera.
—Sí. ¡Dios mío, sí!
Otro orgasmo se disparó por mis venas, el fuego se encendió en mi
sangre. Este placer era demasiado y, al mismo tiempo, insuficiente.
Dondequiera que me tocaba, dejaba un rastro de llamas. Animado por mis
gemidos, siguió empujando con fuerza y crudeza durante mi orgasmo.
—¿Quieres que pare?
—Diablos, no. Ni se te ocurra, maldita sea.
Me corrí con fuerza y un grito me estremeció mientras la intensidad de
lo que me estaba haciendo jodía mis emociones. Se vino justo detrás de mí,
siguiéndome por el acantilado y cayendo en espiral hacia un abismo de
placer. Cada onza de mi ser se hizo añicos por él, solo para que él volviera a
recomponerme.
Tras nuestra alucinante pasión, la Cueva del Pecado se quedó con solo
el sonido de nuestras respiraciones agitadas. Sentí que mi cuerpo se
separaba del resto de mí mientras me envolvía el más dulce agotamiento.
Me sentía como si estuviera flotando por encima de nosotros, no del todo
consciente, mientras mi cerebro entraba y salía en el éxtasis más exquisito
que jamás había conocido. Este placer que me había proporcionado podría
convertirse fácilmente en mi adicción. Pero solo con él.
—¿Estás bien, malyshka? —Su boca me acarició mientras me
desabrochaba las esposas, una por una, y me frotaba suavemente los brazos
para asegurarse de que la circulación estuviera bien. Con cuidado, me quitó
el pañuelo de los ojos. Me acarició la mejilla y me miró a la cara para
asegurarse de que estaba bien.
—Sí. Ha sido increíble —susurré en un suspiro, saciada—. Tendremos
que repetirlo. —Me reí suavemente, acurrucándome contra él.
—Por el resto de nuestras vidas —prometió—. Te amo, malyshka.
Se acomodó a mi lado en aquella cama grande, acurrucándome
protectoramente por detrás. Este hombre, este amante, ha sido el dueño de
mi corazón durante casi una década. Tanto tiempo había hecho falta para
purgar los esqueletos del pasado, permitiéndonos desterrar por fin los males
de la generación anterior. No fue fácil, pero lo habíamos logrado y éramos
más fuertes por ello. Me acurruqué más contra su fuerte cuerpo y suspiré.
—Yo también te amo, Vasili. Siempre.

FIN

¿Quieres más de los hombres de Nikolaev? ¿O de Raphael Santos? Los


verás a todos en mi nueva serie: Bellas & Mafiosos.

Para obtener una vista previa de la serie Bellas & Mafiosos asegúrate de
seguir leyendo. Vea el prólogo del primer libro de la serie, Luciano.
VISTA PREVIA

DE BELLaS & MafiosoS: LUCIANO


PRÓLOGO

—M i esposa. —Mientras él susurraba esas palabras en mi oído, su


cálido aliento abrasó mi piel sensible. Me cogía con empujes
lentos y poderosos. Mis uñas se clavaron en sus músculos, su
agarre era fuerte y cada sensación dentro de mí ardía de necesidad. Su voz
era engreída y posesiva.
—Di que eres mía —exigió.
Al igual que la noche en que nos conocimos, su mirada envió un
resplandor a través de mi cuerpo y el calor rozó cada centímetro de mi piel.
Su mirada sobre mí era como un roce caliente y frío sobre mi piel.
—Soy tuya —prometí.
En el momento en que nuestros ojos se encontraron en su club hace tres
meses, el aire salió de mis pulmones y mi vida ha estado girando en todas
las direcciones correctas. Mi cuerpo se sacudió con una extraña sensación
eléctrica cuando su mirada verde avellana me encontró, la gallardía y la
arrogancia escritas en su rostro. Pero todavía seguía sin resistir la tentación.
He sido suya desde el momento en que nos vimos a los ojos en la sala de
ese club nocturno.
En este momento, sufría por él, necesitaba más de él. Todo de él. Nunca
pensé que podría pertenecer a alguien tan completamente. Sin embargo, yo
era suya, cada parte de mi corazón, alma y cuerpo. Era toda suya.
Sus gemidos vibraron contra mi oído y a través de cada pequeña parte
de mí. Desde la punta de los dedos de mis pies hasta los mechones de mi
cabello.
—¡Por favor, Luciano! —supliqué sin aliento.
Sabía lo que eso significaba. Me leyó como un libro abierto. Aceleró su
ritmo, su cuerpo esculpido y tatuado empujando con fuerza, dentro y fuera,
llenándome una y otra vez. Cada vez, tocando lugares muy dentro de mí.
Mis uñas arañaron sus hombros, mis gritos por él se hacían más fuertes con
cada empujón. Me penetró fuerte y sin descanso, cada vez más profundo y
duro. Exactamente como lo necesitaba.
Mis caderas giraron debajo de él, encontrando cada uno de sus empujes.
Hizo arder mi cuerpo, las llamas del deseo lamiendo cada centímetro de mi
piel. No me importaba nada ni nadie. Solo él. Me había arruinado para
cualquier otra persona. Mi corazón era suyo. Fui una tonta al pensar que
alguna vez escaparía sin ser tocada por él, de una forma u otra. Se había
llevado mi corazón y mi cuerpo, como un ladrón en la noche.
—¡Mierda! No puedo tener suficiente de ti —gruñó, empujando con
fuerza, golpeando en mi interior, como la bestia despiadada que era. Y me
encantó cada segundo de ello. Disfruté la sensación de que él perdía el
control dentro de mí. Sus dedos se clavaron en mis caderas, sosteniéndome
de la manera que mejor aumentaría el placer de ambos. Él conocía mi
cuerpo mejor que yo.
Un orgasmo intenso estalló a través de mí, un grito salió de mis labios y
todo mi cuerpo se tensó. Mis uñas se clavaron en su espalda mientras mi
coño se contraía alrededor de su pene. Empujó de nuevo; una, dos veces,
antes de que me siguiera por el acantilado.

Un remolque bloqueó mi vista del East River. Con el ceño fruncido,


esperaba que el conductor acelerara y nos adelantara para poder echar un
vistazo al panorama. Esa fue mi parte favorita de ir a la ciudad, cruzar el
puente de Brooklyn y las vistas que se extendían al otro lado del río. Seguí
observando y esperando, pero el camión con remolque mantuvo su
velocidad, paralelo a nuestro conductor y me perdí la vista. Estaba nevando
levemente y las temperaturas eran frías, tan frías que escuché en las noticias
que el río se congeló. Sin embargo, debido a este conductor, me lo perdí.
«De regreso», tenía la esperanza. Lo vería al regreso si no estaba tan
oscuro.
Miré a Luciano para encontrarlo observándome. «Mi esposo». Todavía
me parecía surrealista encontrarme casada con este hombre.
Imágenes de lo que habíamos hecho antes de bañarnos para prepararnos
para nuestra cita pasaban por mi mente, calentando mis mejillas. Estaba
segura de que el rubor estaba permanentemente manchado allí con cosas
que habíamos hecho desde que nos casamos. Él siempre lograba hacerme
sonrojar. Como un efecto secundario permanente cada vez que me miraba,
me tocaba o me hablaba.
¿Habían sido solo tres meses? Se sentía más largo. Nunca esperé
enamorarme de él, pero aquí estábamos. Me había enamorado de mi esposo.
Fue un comienzo difícil, un comienzo inesperado, pero de alguna manera
todo había funcionado.
—Me estás mirando—lo regañé con una risa suave.
—Te encanta cuando te observo.
Mordí mi labio inferior, para ocultar mi sonrisa. Tenía razón. Por lo
regular, odiaba ser el centro de atención, pero cuando él me miraba, era
diferente. Me sentía como la mujer más hermosa del mundo, y todos se
desvanecían mientras él me observaba fijamente con ojos del color del
musgo fresco a principios de otoño, justo después de la lluvia. Me
encantaban sus ojos. Podría haber dureza, crueldad en ellos, pero también
una pasión tan increíble. Con suerte, algún día también vería el amor brillar
en su mirada color avellana porque sabía sin lugar a duda que me estaba
enamorando de mi esposo, a pesar de nuestro difícil comienzo.
Fueron sus ojos los que me cautivaron desde el primer instante. En el
momento en que nuestras miradas se encontraron en el club, la noche de mi
graduación, había puesto mi mundo patas arriba. En el buen sentido, a pesar
de que no lo pensé al principio. La forma en que esos ojos color avellana
me miraban, hambrientos, hizo que mi interior se estremeciera de placer.
Dios, esperaba que algún día nuestros hijos tuvieran sus ojos.
Mi esposo era guapo, su cara encajaba en la revista GQ, no en un
mundo mafioso. Excepto cuando estaba furioso, dispuesto a hacer sufrir a
sus enemigos. Entonces su lado mafioso salía a relucir. Mi familia estaba en
su lista de venganza, no es que lo culpara. Aunque no sabía qué le habían
hecho exactamente, sabía de primera mano lo crueles, desalmados y
malvados que podían ser mi abuela y mi tío. Mi tío, Alphonso Romano,
arruinó numerosas vidas, costándole a muchos hombres sus preciosas hijas
y sus esposas.
Casi arruinó mi vida hasta que encontré refugio en la persona más
improbable... este mafioso despiadado, cubierto de tinta.
Luciano me acercó más a él y todos los pensamientos sobre mi familia
se evaporaron. Inclinando la cabeza, me dio una lluvia de besos en el
cuello, susurrando las travesuras que haríamos en el momento en que
volviéramos a casa. Escalofríos de placer recorrieron mi columna vertebral
y el deseo se acumuló entre mis muslos. Mi cuerpo ardía con un infierno
que solo él sabía cómo desencadenar. Sabía que estaría en mi mente durante
toda la cena. Ni siquiera habíamos llegado al restaurante y yo estaba lista
para volver a casa.
Íbamos de camino a Maurizio’s. Se había convertido en nuestro
restaurante para citas por defecto. Había energía nerviosa bombeando a
través de mis venas. Todo entre nosotros había sucedido tan rápido y,
sinceramente, todo nuestro matrimonio comenzó como una manera de
manipular a mi familia. Yo había sido su víctima de manera voluntaria,
buscando una salida para mí y mi mejor amiga. Sí, me obligó a caminar
hacia el altar, pero no estaba ciega ante los beneficios de tomar ese camino.
Protección de mi tío y abuela.
Y de alguna manera, terminamos aquí. Nunca hablábamos del futuro ni
de nuestros planes. Con suerte, él estaría feliz por nuestro futuro juntos
tanto como yo.
Luciano me sacó de su club nocturno directo al altar. Sonaba mucho
mejor que etiquetarlo como un secuestro. Tres meses atrás, le habría
advertido a cualquier amiga que actuara así. Lo habría llamado Síndrome de
Estocolmo y el comienzo de una relación muy poco saludable. Sin
embargo, ahora, podía entender lo que era enamorarse perdidamente de
alguien. Además, sin querer y sin que él lo supiera, me salvó. Si no me
hubiera llevado cuando lo hizo, el destino que mi tío me había preparado
sería horrible. Y ahora, también podía ayudar a mi mejor amiga Gabriella.
Las cosas finalmente estaban mejorando.
El conductor se detuvo en la parte trasera del restaurante, que estaba
reservado solo para el dueño del lugar y el equipo de Luciano. Después de
estacionar el auto, Luciano se bajó y sostuvo su mano tatuada para
ayudarme a salir. La tomé con una sonrisa.
—Te ves hermosa —murmuró, sus ojos hipnotizándome.
—Tú tampoco te ves tan mal. —La verdad era que se veía muy guapo.
Las mujeres siempre lo miraban boquiabiertas, y hoy, estaba segura de que
no sería diferente. Pero no fue su buena apariencia lo que me cautivó. Era
su personalidad sumamente posesiva y protectora. Desde que mis padres
murieron, no había tenido eso. Mi mejor amiga y yo teníamos que
cuidarnos la una a la otra. A nadie más le importaba lo que nos pasaba, y si
el plan de mi tío hubiera tenido éxito, tanto ella como yo habríamos sido
vendidas.
La puerta trasera del restaurante se abrió de golpe y el hijo de Maurizio,
Mauro, salió furioso. Su cabello despeinado fue lo primero que noté. Las
expresiones de ira de Roberto y Massimo fueron las siguientes. Estaban
justo detrás de él.
—Nos atacaron.
Las palabras cortaron el aire frío de enero, sin embargo, no se
compararon con la forma en que mi sangre se congeló cuando vi a Luciano
girar y empujarme contra el auto. Antes de que pudiera procesar lo que
pasaba, Roberto y Massimo tenían sus armas apuntando a mi cabeza.
—Me traicionaste —me acusó Luciano, el afecto se disipó en sus ojos
color avellana, y ahora todo lo que vi en ellos fue odio.
—¿Q-qué? —Mi corazón retumbaba, cada fibra de mi cuerpo estaba
empapada de miedo. Su mirada ardiente se convirtió en una de furia frígida,
a juego con el día frío y gris que nos rodeaba y la nieve que caía.
Un miedo frío se apoderó de mí. ¿Cómo pasó de su mirada ardiente y
hambrienta a esta ira fría? Me costó procesarlo todo. El cuerpo duro e
imponente de Luciano me encerró contra el auto, el metal helado del cañón
de su propia pistola presionaba con fuerza contra mi sien.
—¡Me traicionaste! —gritó.
—N-no lo hice. —Mi voz tembló, mis palabras tartamudearon.
—Eras la única que sabía, además de mis hombres. ¡Mierda!, ¡confié en
ti!
Mi visión se volvió borrosa, mi respiración pesada. Lo miré, rezando
para que viera la verdad en mis ojos.
—¡Por favor, Luciano! —susurré cuando un copo de nieve aterrizó en
mi pestaña. Se sentía pesado, mi cara congelada por el frío y el terror—. Yo
no te traicioné. —Inhalé, me dolían los pulmones por el aire helado.
—He tenido cargamentos llegando aquí durante semanas. Nunca nos
habían atacado. Y la semana que te digo, nos atacan.
—Luciano, por favor escucha —supliqué en voz baja—. Yo no te
traicioné. ¡Te amo!
Se rio, su rostro se retorció en disgusto por mis palabras. Por mí. Por mi
declaración de amor. Era la primera vez que le decía esas palabras a mi
esposo.
El cañón de su arma presionó más fuerte contra mi sien y todo mi
cuerpo se estremeció. Del miedo. Del frío. Y por la mirada de disgusto en
sus ojos.
—Juguemos un pequeño juego —gruñó, con una sonrisa amenazadora
en su rostro. Lentamente sacó el arma de mi sien mientras Roberto y
Massimo me apuntaban. Abrió el cilindro del revólver, mirándolo, contando
el número de balas antes de girar el cilindro y cerrarlo—. Ruleta rusa. ¿Te
parece? —Apretó el cañón del revólver contra mi sien.
Toda la escena se desarrolló como si le estuviera pasando a otra
persona; como si fuera una película mala.
—¿Debería matarte ahora? —gritó, la rabia clara en su rostro—.
Debería haber esperado algo así de alguien de tu calibre. Después de todo,
la familia Romano se destaca por las puñaladas por la espalda.
Lo miré confundida y herida. ¿Cómo podía pensar eso de mí? Hace
menos de una hora, estuvo en mi interior y me hizo el amor.
—Luciano —interrumpió Massimo.
—¡Cállate la boca! —rugió. Su mirada nunca vaciló de mí y esas
palabras casi se sintieron dirigidas hacia mi—. ¿Algunas últimas palabras,
esposa?
Observé esos ojos que tanto amaba, mi corazón rompiéndose en
pequeños pedazos. Se sentía como si fragmentos de vidrio desgarraban mi
piel, excepto que el dolor me atravesaba, dejando cicatrices invisibles a su
paso. Una lágrima rodó por mi rostro, su rastro se convirtió en escarcha casi
de inmediato. Así como sentí que mi corazón se congelaba con cada una de
las duras palabras de Luciano. Estaba demasiado asustada para moverme,
para limpiarla.
A pesar de mi corazón destrozado y de un futuro de repente sombrío,
sentí que la ira crecía dentro de mí. Fue mejor así, mantuvo mis muros en
alto, esos que nunca debí haber bajado por él. Quería decirle que se fuera a
la mierda; no merecía mi amor. Él no era digno de mí. Pero, las palabras se
atascaron en mi garganta.
Después apretó el gatillo.
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AGRADECIMIENTOS

Quiero agradecer a mis amigos y familiares por su continuo apoyo. Para


mis lectores alfa y beta, todos ustedes son increíbles. Gracias a Susan C.H.,
que siempre me apoya y me anima con sus comentarios humorísticos. ¡Eres
increíble y no sé cómo podría haber logrado esto sin ti!
A Jessica F. y Christine S. : ¡ustedes, chicas, son geniales! Y a mi
pandilla, Nicole H. y Emma J. ¿Dónde estaría yo sin ustedes? Luego están
Mia O. y Jill H. y un sinnúmero de otras personas: ¡GRACIAS!
Gracias a Ashley B. por gestionar todo cuando me pierdo en mi mundo
lleno de planes, aventuras y finales felices.
Mis libros no serían lo que son sin cada uno de ustedes.
A mi editora, Rachel en MW Editing. Tus preguntas hicieron que mis
historias fueran mucho mejores.
A mi diseñadora de portadas estrella de rock Eve Graphics Designs,
LLC. Mi querida V, ¡haces que mis cosas brillen! ¡Gracias!
A los bloggers y aquellos que escribieron reseñas que ayudaron a
difundir este libro. ¡Los aprecio mucho y escuchar que aman mi trabajo, lo
hace mucho más agradable!
Y, por último, pero no menos importante, ¡a todos mis lectores! Esto no
sería posible sin ustedes. ¡GRACIAS!
¡Gracias a todos!
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