Diego García Rios

Download as pdf or txt
Download as pdf or txt
You are on page 1of 9

Los matones del

barrio
Los matones del barrio

S
on amigos. O por lo menos, eso aparentan ser. Van
a la misma escuela y se muestran siempre juntos,
pero cuando cae la tarde, cada uno vuelve a su reali-
dad, transita su territorio, huele su propio barrio. Además del
vínculo personal, también existe una relación laboral entre
sus progenitores: el papá de Andrés Periferia trabaja en la fá-
brica metalúrgica del padre de Sebastián Centro, allá a lo le-
jos, de ocho a dieciocho, laburo extenuante si los hay. La ma-
dre de Andrés, en cambio, es empleada doméstica en la casa
de los Centro, donde tiende camas, limpia vidrios, lustra
muebles, cuida al bebé y lava vestimenta.

Cualquier habitación de esa mansión podría ser, tranqui-


lamente, la vivienda completa de los Periferia. Las diferen-
cias están a la vista: desde la carpintería y la calidad de los
cimientos, hasta la comodidad y la amplitud de los diferentes
espacios de la propiedad, pasando por las tecnologías que se
encuentran en cada rincón, a diferencia de la familia de An-
drés, que tiene un televisor de tubo y un celular para toda la
familia. El ambiente en el que viven ambos también difiere:
mientras que en el barrio de Sebastián predominan los jardi-
nes bien regados, las veredas anchas, el asfalto firme y un
cuidadoso arbolado; Andrés, en cambio, se embarra los pies
toda vez que llueve, los cielos son tajeados por una maraña
de cables y, cuando hay viento sureño, el hedor del basural
que está cerca es más fuerte que el de los guisos que se esca-
bulle desde las precarias cocinas.

Los chicos intercambian cosas que los entretiene en los re-


creos, más que un trueque, es un divertimento: mientras que

15
Trashumantes | Diego García Ríos

Andrés lleva pan recién horneado por su mamá y verduras de


estación que cosecha en la huerta de su patio, Sebastián le
comparte ropa de marca que ya no usa y que está intacta, así
como artefactos de electrónica que, según su criterio, ya que-
daron obsoletos y por eso reemplazó por otros más nuevos y
más lindos de sus últimos viajes al exterior.

Las diferencias sociales y económicas son notables. Po-


dríamos estar horas haciendo una tabla comparativa entre
las cosas que tiene uno y el otro no. Pero la amistad es más
fuerte, dicen. No materialista, dicen. Atraviesa fronteras, di-
cen. Se ríen de las mismas cosas, se pasan la tarea, miran los
partidos de Belgrano todos los domingos e incluso, van jun-
tos a la cancha cuando pueden.

Una tarde de abril, la directora de la escuela abre la puerta


del salón presentando a Melina Litio, la nueva compañera del
curso, tan atractiva ella. Ambos reparan en los ojos celestes
que decoran su rostro y en la timidez de su voz, que la vuelve
todavía más dulce e interesante. Su pelo es tan platinado y
fulgurante que parece una cascada de sal. El sol parece eva-
porarle todavía más su belleza y acrecienta el deseo.

Los amigos no le hablan, pero la miran todo el tiempo.


Ella viste un guardapolvo blanco impoluto con unos volados
que surcan sus hombros. Su andar tiene melodía. Carga a
cuestas una mochila con una batería que marca la hora y que
está llena de libros. Los dos observan que es tan pesada que
podría dañarle la espalda. Intentan ayudarla. Uno la toma de
la manija de arriba, otro de la correa izquierda. Casi que la
tironean. Se miran mal, con rivalidad. Saben que podría ser
un pleito definitivo para la conquista. Melina dice basta y por

16
Los matones del barrio

fin decide: le otorga el privilegio a Andrés. No porque le haya


gustado sino por mera comodidad.

Sebastián lo mira con desprecio. No dice nada, pero la en-


vidia recalienta su sangre. Pensó que eran amigos, pero no.
Un amigo no intenta conquistar a la misma chica, piensa. Un
amigo no hace eso, se dice. Un amigo se queda en el molde,
se convence. La cabeza va a mil por hora. Algo tiene que ha-
cer. No está acostumbrado a la “derrota”, y menos contra un
morocho. Su familia no le enseñó eso, sino a ganar siempre:
desde los intercambios “comerciales” de los recreos hasta las
conquistas deportivas y amorosas. No lo puede soportar, no
lo puede acreditar. Algo tiene que hacer.

Al otro día, se cambia de banco. Deja de hablarle a su


amigo. No le dirige la mirada. Su ego es demasiado grande.
Cuando identifica a Andrés algunos centímetros más cerca
de Melina, su dolor de cuerpo es insoportable. Algo tiene que
hacer. Los Centro no son de abandonar, los Centro no pue-
den perder. Y mucho menos con un Periferia. Entonces aga-
rra su celular. Block de notas, calculadora. Empieza a sacar
números, aprieta los dientes. Realiza el cálculo que es resul-
tado de la diferencia existente entre todas las valiosas cosas
que él le dio a cambio de esos “horribles” panes y de esa “su-
cia” verdura que le entregó Andrés desde que se conocen. La
cuenta crece, son años, hay intereses. También agrega a la
lista las cocas que le pagó mientras compartían partidos y los
botines que le regaló. Entra todo.

Los números ya son exorbitantes, casi descabellados. Son


odiosos e impagables para un adolescente. Diríamos que in-
morales. Una noche de junio, le envía el frío mensaje con

17
Trashumantes | Diego García Ríos

todo el detalle. Andrés no reclama. Casi que no revisa el des-


glose. Para no entrar en discusiones con su amigo, le res-
ponde que intentará pagarle a la brevedad, pero no entendía
bien las razones del encono.

Los meses pasan y no logra juntar ni cien pesos para pagar


la deuda. Quiere, pero no puede. Apenas si su familia tiene
para el colectivo. Andrés se angustia y quiere acercarse. Se-
bastián se inquieta, pero no quiere hablarle. De hecho, decide
llamar a su primo para asegurarse el cobro: Facundo Martín
Iribarne es su nombre. Sabe que tiene compañeros de rugby
que son grandotes, que siempre están ávidos de pleito, que
olfatean la sangre de los débiles y que incluso, eso les da
cierto placer. Les da su dirección y les paga para la misión:
presionar a ese pordiosero para que pague su maldita deuda.

F.M.I. y sus matarifes salen a la cacería. Van de visitantes.


Buscan al “deudor” en su propio barrio y camino a la escuela,
lo encierran contra un paredón para acogotarlo y amena-
zarlo. Le dicen que no le queda otra que pagar, y que, si no lo
hace, lo van a enterrar vivo en el basural para que nadie lo
reclame y para que trague la basura de su propio ambiente.
Andrés llora, está aterrado. Mientras intenta incorporarse no
logra explicarse cómo llegó a esto. Les dice que no tiene la
plata para pagarle a Sebastián, que su crisis permanente hace
que no pueda ahorrar más que en los gastos cotidianos. So-
lloza, suplica, traga su propio llanto.

Para que se vayan, les confiesa que hará todo lo posible


para reunir el dinero: venderá la ropa que ya no use, el pan y
la verdura cultivada en su casa, y también saldrá a pedir plata
a otras personas, con tal de no deberle plata a su viejo amigo.

18
Los matones del barrio

Los matones le dicen que no alcanza, que necesitan garan-


tías. Le obligan a ajustar más su economía. Nada de gastos
extras: que pida hojas de carpeta a sus compañeros, que
coma arroz todos los días y que camine a la escuela, en vez de
tomar colectivo. Ellos se encargarán de monitorear sus gas-
tos todas las semanas visitándolo cuando menos se lo espe-
rara.

Y así fue. Desvencijado y harapiento, Andrés fue saldando


las cuentas a Sebastián con pagos trimestrales. Facundo
Martín Iribarne y sus secuaces serían los intermediarios que
cobrarían la faena. Sus notas empeoran, ya que tiene que sa-
lir a juntar cartón para venderlo mojado. Algún que otro re-
creo se desmaya, debido a que tuvo que dejar de comprar el
pebete de mortadela que tanto le gusta.

Dos años después, cuando finalmente cancela el saldo,


Andrés se siente aliviado. Parece mentira. Una suma difícil
hasta para un adulto, fue pagada por un adolescente. Con esa
plata, Sebastián se compraría una raqueta y cambiaría el ce-
lular, uno con mejor conectividad y auriculares inalámbricos.

Un buen día, casi siendo egresados, Andrés se acerca a Se-


bastián para informarle que ya no le debe nada, que su primo
acaba de cobrarle la última cuota del pago. El miedo todavía
le duraba, pero percibe cierto desinterés de la otra parte.

Con sorpresa, ve que su ex amigo llega de la mano de Me-


lina Litio. Finalmente, lo había conseguido. A ella no se la
veía muy contenta, pero ahí estaba. Elucubra varias hipótesis
que podrían explicar ese noviazgo, pero ya no le interesa

19
Trashumantes | Diego García Ríos

enroscarse en esa. Solo quiere tranquilidad. Entonces, toma


coraje y le dice sus últimas palabras:

—Ya está, Sebastián. Te pagué todo lo que te debía, hasta


el último centavo. No te pido que volvamos a ser amigos por-
que es algo que ya no quiero que pase, pero por lo menos,
exijo respeto de tu parte, no más humillación. Ya conocés mi
situación.

Sebastián lo escruta de arriba a abajo. Su mirada es fría,


una mezcla de desprecio con lástima. No se conmueve ni un
poco con las palabras de Andrés. Espera a que esboce las úl-
timas letras de la palabra s-i-t-u-a-c-i-ó-n, y, gesticulando
con la boca cada sílaba de la oración, le propina gélidamente:

—Tus padres están despedidos.

20

You might also like

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy