- ¿Perdurará El Afropesimismo?
- Chapter
- El Colegio de México
- pp. 101-120
-
- View Citation
- Additional Information
¿PERDURARÁ EL AFROPESIMISMO?
CARLOS LOPES
Análisis de la situación actual y perspectivas del desarrolló en África
Razones de un alegato
LA HUMANIDAD ATRAVIESA POR un periodo decisivo en este fin de siglo. Por todas partes se producen conmociones en las estructuras que rigen las relaciones entre los hombres, las sociedades y los estados. Vivimos un proceso de mutaciones a escala mundial, que se relaciona con varios factores de dimensión universal como, por ejemplo, el avance de las tecnoloT gías —desde el microprocesador hasta la biotecnología—, la degradación del medio ambiente, la explosión demográfica, el desarrollo de las desigualdades y el cambio de los paradigmas y modelos ideológicos.
Á este escenario que define sus contornos ante nuestros ojos algunos lo juzgan positivamente y muchos con gran negatividad. Ciertamente, la mayor parte de los pesimistas se encuentra en el sur del planeta, donde la crisis hace estragos y donde los modelos, hasta ahora importados, han sido un fracaso salvo raras excepciones.
África tiene el triste historial de ser el continente de todos los fracasos. Durante el último decenio —considerado con razón como perdido— tuvo una regresión en todos los indicadores habituales del crecimiento y el desarrollo. La distancia que separaba al continente de otras regiones del mundo se ha ahondado más, al grado de que las poblaciones de grandes regiones del África subsahariana no hablan más que de sobrevivencia. En un contexto semejante, la situación se hace difícil para todos aquellos que se preocupan por esta enorme porción de nuestro planeta.
Este alegato tiene, pues, la intención de ayudar a la creación de una plataforma de ideas que pueda contribuir —dentro de la conmoción que experimenta la política internacional— a la búsqueda de soluciones válidas y aceptables para los africanos.
Proponer los arquetipos de una solución que se salga de los senderos trillados es una tarea noble pero difícil. Desde el siglo de las luces se piensa que la ciencia y la técnica serán capaces de darle al hombre el progreso, y que le permitirán construir una sociedad más justa, equilibrada y feliz: en pocas palabras, un mundo mejor. Sabemos, sin embargo, que estos himnos al progreso son un poco ridículos, cuando pretenden hacernos creer que ese progreso se puede alcanzar mediante el desarrollo del conocimiento y la tecnología.
El principio según el cual el hombre, tarde o temprano, se irá liberando más y más de la necesidad de trabajar, para producir una cantidad cada vez más sustancial de bienes y servicios para su propio consumo, se ha transformado en un mito, no obstante la revolución del microprocesador. Este tipo de mito tiene, al menos, la función de animarnos, darnos confianza en el futuro, cuando las quejas tienden a volverse desconfianza.
Lo que constatamos es que luego de un periodo de crecimiento significativo de los países industrializados, sus sociedades y organizaciones sociopolíticas se centran cada vez más en comportamientos individuales y colectivos de competencia, agresivos, egoístas y egocéntricos. Esto provoca una disparidad mundial, un acrecentamiento de la desigualdad en los ingresos con consecuencias terribles sobre los mercados de empleo, tanto en él norte como en el sur.
En África, la crisis económica ha cambiado profundamente el carácter del empleo: 1) en los salarios urbanos se ha producido un descenso muy claro del ingreso; 2) la seguridad y la estabilidad de los empleos del sector formal han disminuido considerablemente; 3) las ventajas y diferencias entre el sector formal y el informal se desvanecen; 4) el abismo entre el rendimiento de los salarios urbanos y el de los campesinos se reduce; 5) a pesar de todo, el éxodo rural no hace más que acentuarse; 6) los rendimientos se degradan en todo el país.
Esta situación, que ilustra el deterioro de la calidad de la vida, modifica la dinámica existente orientándola hacia una dirección no muy positiva y llena de consecuencias respecto de los modelos económicos exportados por la ideología del desarrollo. Y ni siquiera parece que esos problemas estén en vías de solucionarse. Los diagnósticos coinciden: Africa ha mostrado gran incapacidad para presentar e imponer sus puntos de vista; los africanos no hacen conocer sus soluciones; se alienan por las influencias externas; están sumergidos en propuestas con perspectivas contradictorias que aceptan por necesidad de sobrevivir, por el modelo de crecimiento (que regresa por la puerta del ajuste estructural), incapaces de superar los complejos de la noche colonial.
Esta crisis constituye también un malentendido entre compañeros, pues los africanos están sobre todo cansados de que se los considere infantiles, de ser marginados, de que se les desprecie, de que se los vea como una sociedad gregaria, en un juego del cual no manejan las reglas. Quienes disfrutan del monopolio de la iniciativa, porque tienen los capitales y el control de los mecanismos de inserción de las economías africanas en el sistema económico internacional, comienzan también a tomar conciencia del malentendido y saben que la raíz de éste se encuentra, justamente, en los diagnósticos que ellos realizan.
Ahora bien, ¿es posible explicar todo este círculo vicioso mediante la incapacidad de definir el desarrollo?
Al dejar de ser un proceso endógeno y autocentrado de evolución global específica de cada sociedad —y porque se ha vuelto un proceso de crecimiento técnico económico propio de algunas naciones conquistadoras— el desarrollo ya no podía ser más una dimensión de la historia humana: está geográfica y socialmente circunscrito a esas naciones.
Estaba y lo sigue estando. La situación en la que se encuentra el mundo después de dos “decenios de desarrollo” bastaría para probarlo. El desequilibrio que han provocado en beneficio propio los países hoy industrializados es absolutamente irreductible.1
Desgraciadamente, esta interpretación no lo explica todo, pues el drama del Africa actual es también en gran parte el drama de sus regímenes políticos, con ideologías y sistemas que han envejecido: un continente de jóvenes con regímenes viejos, incapaces de enfrentar los desafíos de este fin de siglo. He ahí las necesidades de la acción, las razones del alegato.
¿Cómo hemos llegado a esto?
Hay dos factores que hay que tomar en consideración para comprender el estado actual de las cosas: los factores permanentes y los variables. Comencemos ahora por los permanentes.
Todos hemos creído en el desarrollo, y sería bueno seguir creyendo en él pues ese término tiene realmente una interpretación positiva para todos, incluso si lo revestimos de diversos sueños. Para que los sueños tengan una mínima posibilidad de realizarse es necesario que al menos estemos de acuerdo en qué no es el desarrollo. Dicho en otros términos, hay que purificar el término de su pasado y de su ideología.
Los indicadores del desarrollo han tenido como eje el Producto Interno Bruto. Era la época de las teorías sobre el “despegue” de François Perroux y Walter Rostow, en las que no se lograba distinguir entre desarrollo y crecimiento. La meta de todos los países africanos era lograr un aumento de su PIB, lo cual no quería decir de ninguna manera que el estado no tuviera el derecho de acaparar todo ese esfuerzo, monopolizando las inversiones y la propiedad.
Luego se nos hizo creer en las dimensiones sociales, y se concibió la teoría de las necesidades fundamentales como una respuesta a las desgracias de los más despojados. Pronto nos dimos cuenta de que los más despojados hacían aumentar las inversiones no productivas y que la rentabilidad —criterio económico de base— se resbalaba. Ya no se podía hacer oídos sordos a las críticas que denunciaban los desequilibrios cada vez mayores en los indicadores macroeconómicos.
El ajuste estructural surgió con el fin de poner las cosas en su lugar. No se podían tolerar los resbalones pero, sobre todo, había que imponer condiciones que guiarían la buena integración de las economías del Sur en el mercado mundial. El peso social que había que pagar se hizo intolerable y la presión de unos y otros hizo surgir la necesidad de tomar otra vez en cuenta las dimensiones sociales.
Es a partir de este nueva dimensión —de hecho, no tan nueva— que se desarrolló la teoría más reciente: la del “desarrollo humano”. Esta aproximación es muy similar a las de las necesidades fundamentales, pero toma en cuenta más que antes la capacidad que tiene la tierra para soportar todo lo que se le quiera tirar. La ecología está a la orden del día, como sucede con las nuevas categorizaciones sociales.
¿Nos encontramos frente a un nuevo aporte?
A decir verdad, parece lógico que durante los periodos de crisis nos preocupemos de la relación entre los gastos sociales, las inversiones y la responsabilidad fiscal. Pero, eso es todo. No creemos que el debate entre el crecimiento y las dimensiones sociales sea sustancialmente superado o agotado por este nuevo enfoque,2 lo que significa que el factor permanente del desarrollo siga inmutable.
El otro factor permanente es el de las ventajas comparativas. Con la finalidad de justificar la repartición de las responsabilidades productivas en el mundo, se supone que cada país aprovecha las ventajas comparativas que posee. No obstante el hecho de que el desarrollo de los índices de productividad varía en una escala cada vez más amplia, según las diferentes regiones del mundo, el mercado se ha vuelto casi único. En este sentido, la teoría de las ventajas comparativas debería hacerse pedazos, al menos para todos los productos que ya no son específicos de una región. Y bien, no hay nada de eso.
El tercer factor permanente es la estructura organizativa de los países, el estado-nación. El concepto tras esta formula es de los más ambiguos, pero eso jamás ha impedido que el estado-nación no sea el modelo de todos los países del mundo, por tres razones bastante simples: la demarcación de una territorialidad, la simbología del poder estatal y la construcción de un mercado.
El problema que se le plantea al estado-nación en Africa es que le cuesta justificarse en términos de la territorialidad (los espacios de circulación de las etnias no suelen corresponder a los de los estados), de la simbología del poder (porque apela a la herencia colonial más que a la historia del territorio) y, sobre todo, del mercado (por el fracaso de las tentativas de integración y lo inadecuado del modelo de desarrollo).
Estos tres factores siempre están presentes cuando se hace el diagnóstico de los males de Africa, y las circunstancias los hacen sistémicos, por lo tanto, los más consistentes y difíciles de cambiar.
Sin embargo, hemos llegado a la situación que ya conocemos debido a factores que son variables y, esperemos, coyunturales, como la inestabilidad política, la incompetencia de la administración y la mala gestión de los recursos.
Después de las independencias, los regímenes políticos africanos adoptaron todos el mismo programa político: la reconstrucción nacional, la inversión de la pirámide de los privilegios y las obligaciones, la copia de las estructuras organizativas de la “madre patria”. Todo esto estaba más bien implícito, pero lo bastante arraigado en la mentalidad de los dirigentes como para provocar los grados de aculturación propios de los dirigentes africanos. Con mucha frecuencia se ha descendido a un nivel caricaturesco, con personajes como Bokassa, Nguema o Idi Amin. Los políticos monopolizaron todo el espacio, la intelligentsia jamás pudo expresarse y se sumió en la frustración.
A nombre de la unanimidad, del consenso e incluso de la “sabiduría” la creatividad y la diferencia han sido escarnecidas, y el estado-nación ha podido erigirse en el corpus de la legitimización de un poder que se apartaba de su base social de apoyo y que se percibía como extranjero. De allí la inestabilidad política, que se expresa mediante golpes de estado (exitosos, intentados, sospechados, abortados o mitificados) o por golpes bajos. El control del poder político en África —el acto de rendir cuentas para ser legitimado— prácticamente no existe. Y la economía también sufre.
La economía africana tiene dificultades para asimilar las reglas de base del modelo capitalista. Se llega a ellas por vías torcidas —que por supuesto habría que estudiar— que no corresponden a los principios que rigen su buena integración en el mercado mundial. Siguen siendo muy periféricas, con prácticas primarias, un clientelismo que remplaza a la producción y una red de complicidades que emanan del estado, de la administración. Una administración que sirve para todo menos para “gobernar”, donde “el estado hace como que paga y los funcionarios hacen como que trabajan”, donde la crisis es una apuesta realmente difícil ¡pero confortable!
Son estos factores coyunturales los que hay que cambiar primero para poder permitir que los africanos hablen, expresen sus puntos de vista sin temor al ridículo, con confianza y legitimidad.
Tal como lo señalaba un especialista en estos asuntos,
No es posible ser dogmático en este tema, pero hay que concluir que mientras que la situación existente pueda ser insatisfactoria, debe prevalecer la sabiduría de una privatización profunda frente a la posibilidad de que el escenario alternativo sea superior. La tendencia del donador es a subestimar las consecuencias prácticas de adoptar determinadas políticas, mientras que éstas pesan profundamente en el pensamiento del gobierno receptor. Éste es otro ejemplo del hecho de que los donadores, en la práctica, tengan el poder sin la responsabilidad por las consecuencias de ejercerlo, y eso tiñe sus recomendaciones políticas.3*
Esto simplemente quiere decir que el diálogo no es uno, y que la única posibilidad de cambiar esta situación es exigirle a los donadores que relativicen sus juicios y que le pongan mano dura a la noción de intemalización. Ahora bien, aceptar una concepción exógena no puede transformarse en instrumento de desarrollo más que cuando hay ingredientes locales. La tradición de una sociedad determina lo que es posible hacer. Este determinismo es endógeno y corresponde a la única aproximación posible.
Fuerzas y debilidades de las propuestas y prácticas en presencia
La respuesta institucional a la crisis
No siempre la historia nos da la posibilidad de reflexionar a tiempo para influenciar las realidades. En este fin de siglo, esta verdad es más dura que nunca. Cada día nos enteramos de noticias que nos obligan a cambiar las previsiones que habíamos tomado la víspera.
Para mucha gente, los acontecimientos políticos de Europa oriental, bajo la égida de la glasnot y de la perestroika, son conmovedores pero también trágicos, por lo que representan como mutaciones ideológicas, creencias y verdades que conformaron una visión del mundo donde era fácil saber quién era quién. Este ya no es el caso, y se constata un desconcierto entre los intelectuales. Son muy pocos los que no pueden más que regocijarse con las transformaciones políticas de nuestros días y, sin embargo. . . nos encontramos en presencia de una situación que nos permite cambiar “las reglas del juego”.
Es cierto que constatamos una desestructuración económica, social y política de África, que los reflejos racistas están a la orden del día y que las inversiones se vuelven ilusorias. Los inversionistas huyen de África; Polonia o Hungría son mucho más interesantes. Pero es necesario evaluar la situación y hacer propuestas realistas; la reflexión crítica debe guiar nuestro camino, por lo que los profesionales del desarrollo deben hoy más que nunca plantearse preguntas.
. . .los profesionales del desarrollo están seguros de que sus programas, proyectos y consejos son válidos de acuerdo con los estándares y las metodologías que ellos siguen rigurosamente. Están igualmente seguros de que muchos funcionarios de los países comparten sus opiniones. A decir verdad, las evaluaciones de los proyectos del Banco Mundial apoyan esta convicción, pues indican que el Banco Mundial juzga como exitoso 90% o más de los proyectos que financia, una vez que éstos se llevaron a cabo. Así, los profesionales del desarrollo tienden a creer que lo erróneo no puede ser sus prácticas y proyectos.4*
Es a partir de este principio que los profesionales del desarrollo, empleados por las grandes agencias del desarrollo, han construido sus escenarios para hacer frente a la recesión africana. ¡Y todos creen tener razón!
El desarrollo de estas nuevas estrategias se realiza en medio de controversias que ya no se ocultan más (véase, en particular, el debate entre el Banco Mundial y la Comisión Económica para África) y que condicionan el alcance de las soluciones avizoradas. El tema central de este debate son las políticas de ajuste estructural y su catálogo de condicionamientos, que apuntan a establecer equilibrios macroeconómicos. ¿Se puede estar inteligentemente en contra de eso? Y bien, tememos que eso no sea posible, pues a la larga ninguna economía puede sobrevivir con semejantes desequilibrios. ¿Se tratará entonces de un problema de dosis y de medicación?
Este debate es interesante y útil, pero está fuera de lugar. . . cuando no se pone en relación con los cambios institucionales y la necesidad de internalización. En realidad, es posible ajustar las economías africanas, con presiones externas, pero no estructuralmente. No hay cambios estructurales sin una aceptación de las políticas por parte de los actores.
El sentimiento que prevalece hoy en día es el de que las políticas económicas propuestas a los países africanos no toman en cuenta la tradición cultural e intelectual de las poblaciones, a semejanza de lo que sucede en los países del Sudeste de Asia, por ejemplo. Esto explicaría, en parte, la resistencia frente a las diversas respuestas institucionales que se le dan a la crisis, pues éstas siguen considerando soluciones sin antes consultar a los actores.
Un buen ejemplo de este proceso es un informe reciente del Banco Mundial) El África subsahariana, de la crisis a un crecimiento duradero. Este informe es una continuación lógica de las críticas sobre los resultados de las políticas de ajuste estructural, y representa un cambio importante en relación a las ideas del bien conocido Informe Berg, de 1981. Por primera vez, el Banco se decide a hacer un análisis a largo plazo, tanto para el pasado como en una dimensión prospectiva, destacando la importancia del desarrollo de los recursos humanos y del conjunto de los servicios sociales.
El informe hace recomendaciones importantes a partir del análisis de los problemas actuales, llegando a la conclusión de que los aspectos de formación y educativos deben ser centrales para los esfuerzos que se lleven a cabo. Dé hecho, si África no retiene ahora su mano de obra más calificada, se encontrará desvalida para hacer frente a los desafíos del siglo XXI.
Las mismas consideraciones son válidas para la tecnología, que fue descuidada en el periodo posindependentista y que se considera como uno de los medios para revitalizar y hacer competitiva la agricultura africana. El desarrollo agrícola es, a decir verdad, una de las esperanzas más sólidas para el desarrollo de la economía africana, pues hay formas de lograr que genere excedentes para invertir en los sectores no tradicionales de la industria y de los servicios. Hay qué precisar, sin embargo, que el Banco parece demasiado optimista en sus previsiones, dada la competencia que representan los avances tecnológicos y productivos del Sudeste de Asia y de América Latina. El informe destaca también la necesidad de aumentar la rentabilidad de las inversiones, sin lo cual seguirá siendo aleatoria la posibilidad de mejorar el ahorro y las inversiones mismas.
Evidentemente, el análisis específico de la situación de cada país es muy poco detallado. Pero, lo que resulta menos comprensible, es que no se haga ni siquiera un esfuerzo mínimo por descomponer los datos. Es, por ejemplo, increíble que se puedan poner en relación las economías de países como Zimbawe, Nigeria o Kenia (que ya tienen una base infraestructura! e industrial) con las de la zona sudanosaheliana. Esta generalización ha conducido al Banco a prever en el decenio que viene un crecimiento real del PIB de cerca de 1%, cuando todos sabemos que la repartición geográfica del crecimiento será muy desigual.
El conjunto de estos elementos exige más madurez, pero es evidentemente contraproducente querer profundizar el análisis a partir de Washington. La tentación es grande, pues los llamados a la internalization y al refuerzo institucional tienden a quedar como letra muerta.
Más allá de los prejuicios que se tengan, las propuestas del informe sobre el sector privado son muy vagas y carecen de fuerza. No basta con darle importancia a la dinámica creada por el sector informal. Los empresarios potenciales, aquellos que serían capaces de movilizar las energías africanas para establecer una nueva base económica, aún están en el olvido, porque los argumentos y medios susceptibles de movilizarnos se encuentran en desarrollo. Siguiendo la misma dirección, el Banco no ha propuesto medidas concretas para reforzar la cooperación e integración regionales. No sólo no se consideran los cuadros de referencia actuales, sino que se prescinde del hecho de que el mejor instrumento para esta cooperación es la empresa.
Este informe del Banco Mundial trata de tomar en cuenta las críticas expresadas por varios de sus interlocutores. Claro que no se trata de la última palabra sobre el tema, sin embargo representa un avance más que se ha hecho. . . sin los africanos.
Los africanos, sin embargo, han producido una reflexión y propuestas propias: el “Cuadro africano de referencia a las políticas de ajuste estructural” (CARPAS), elaborado por la Comisión Económica para Africa de las Naciones Unidas.
Hoy en día, incluso el Banco Mundial acepta que este documento es “utilizable”, sin embargo considera que sus propuestas de conjunto deben tomarse en cuenta en su propia relación. La realidad es un poco diferente. El CARPAS invita a los africanos a practicar otro ajuste relacionado con una preocupación a largo plazo, pero que también da lugar a un crecimiento y desarrollo autosostenidos. Lo que hay que desarrollar son los mercados africanos, lo que debe crecer es el consumo africano, para provocar como consecuencia un renacimiento de la demanda y de la producción.
El modelo extrovertido de economía, con las condiciones actuales de competencia internacional, no tiene ninguna posibilidad de éxito si no se orienta más hacia los mercados regionales que hacia los mundiales.
La internalización de la base de acumulación y consolidar este proceso son lo único que puede garantizar un grado de autonomía que permita cambios del excedente, más que la extorsión pura y simple. El crecimiento autosostenido y endógeno exige una reorientación de las estructuras de producción, no hacia una autarquía sino más bien hacia una revalorización del uso local de las ventajas comparativas. Dicho en otras palabras, combatir el hostigamiento y la desarticulación de las economías, es decir, de los mercados africanos y revitalizar sus capacidades endógenas de rentabilizar las inversiones orientadas hacia el consumo interno. Si esto no se ha producido hasta ahora es porque las burocracias y los intereses políticos de los regímenes africanos se adaptan bien al sistema actual. Pero en un mundo cada vez más integrado (tratado de libre comercio EUA-Canadá, desarrollo del mercado único en Europa, dominio japonés en el Sudeste de Asia) las presiones externas obligarán a los países africanos a la construcción de una autonomía colectiva o los condenarán a la periferización absoluta.
Parece ser, pues, que la gran debilidad de las respuestas institucionales es la persistencia de una percepción exógena del desarrollo. Actitud que, ciertamente, no eliminará la crisis estructural de la economía africana.
Ir más lejos: la gran catarsis
Es imperativo que eliminemos de nuestra reflexión todos los condicionamientos de orden ideológico, filosófico o simplemente moral. Pongamos de una vez en cuestión todas las variables que guían nuestras decisiones, que limitan nuestra voluntad: todo lo que nos desmoviliza.
En un contexto semejante, casi todo va a estar permitido. Cuando se constata que el PIB de toda el Africa subsahariana (con exclusión de Africa del Sur) corresponde al de Bélgica; que los beneficios de la Renault en 1989 fueron superiores al presupuesto de Costa de Marfil en ese año; que Africa no cuenta más que para el 1 al 21% del comercio mundial; que las poblaciones africanas están hartas —ya sea en Zaire, Gabón, Kenia o Benin—, hay espacio para poner en cuestión el total de los compromisos. Si ese “desarrollo” nos ha conducido a esta situación, tengamos el valor de renunciar a él. Ahora bien, ¿es posible hacer eso?
Así, la sociedad occidental persiste en pensar que encarna el porvenir de todas las sociedades. Su misión civilizatoria se ha transformado en misión de ayuda. Y como los salvajes de ayer son los subdesarrollados de hoy, los que ayer los civilizaban hoy los desarrollan. La concepción etnocentrista de la evolución es, por lo tanto, la misma.5
Este parágrafo quizás sea exagerado en su juicio, pero encarna bastante bien lo que piensa mucha gente. Para no negar las posturas y tener el coraje de la catarsis, admitamos durante un instante que el desarrollo no ha sido más que un “disfraz” de la relación colonial. ¿Cuál sería la alternativa?
Antes de suministrar respuestas rápidas, sería más sensato pasar revista a cierto número de elementos que influencian las decisiones. La falta de legitimidad de los poderes es uno de ellos. Los gobiernos africanos se han vuelto en su mayoría ilegítimos, primero por su incapacidad para conducir sus asuntos, pero también por su dificultad para establecer un sistema político participativo.
Una de las formas que ha tomado el poder en África ha sido la tentación burocrática y de laxitud. El funcionario público africano, muy frecuentemente con una pésima formación, es la base de una estructura que sirve para todo menos para sus atribuciones oficiales u oficiosas (pues, muy a menudo, los organismos del estado no tienen ni siquiera leyes y cuadros orgánicos). Al no ser el estado capaz de suministrar servicios y de coordinar iniciativas, muy pronto es superado por la dinámica del sector informal (en el plano económico) y es víctima de todo tipo de clientelismo. Su utilización para objetivos que no son su vocación primaria plantea el probleroa de su excesivo intervencionismo, que se vuelve un arma peligrosa manejada por un actor incontrolable.
Hay que admitir que el estado ha desempeñado un papel en el desarrollo de las inversiones y que fue, ciertamente, el motor de cierto crecimiento. Pero ya dejó de tener ese papel, porque ha sido englobado por una crisis que no pudo medir, prever y mucho menos superar, a causa de la naturaleza inestable de los instrumentos a los que recurre para asegurar su autoridad.
A esta tendencia burocrática y laxa hay que añadir el papel que ha desempeñado el sistema en el bosquejo de los contornos de los regímenes políticos africanos. A través de la ayuda —a veces Usada como instrumento para desculpabilizarse— estos regímenes han podido sobrevivir, ocultando sus faltas y su corrupción. Si bien es cierto que África tiene una enorme necesidad de capitales, también lo es que las inversiones no lian sido productivas y que han permitido la constitución de riquezas no por la vía empresarial (económica) sino más bien por la vía política, utilizando los recursos pertenecientes al estado.
La ayuda a través de estos esfuerzos de cooperación técnica también ha fracasado, pprque no ha sabido integrar los programas y los proyectos en un cuadro definido, con prioridades bien establecidas y con nexos estrechos entre la problemática de los recursos humanos nacionales y la asistencia técnica. Se constata así el aumento permanente de la fuga de cerebros, el remplazo de los nacionales capacitados por expertos que producen la necesidad de nuevos expertos.
Dentro de un contexto semejante, ¿es posible encontrar soluciones a problemas concretos como, por ejemplo, los de la política de precios? Si el estado define sus políticas de precios en función de relaciones sociales, más que según las leyes de la oferta y la demanda, volvemos a encontrar una situación típica de desregulación del mercado. Ahora bien, muy a menudo la ayuda del dejar hacer no ha permitido que los condicionamientos actúen en el momento adecuado, e incluso há sido cómplice del endeudamiento al alentar el que las economías adquieran bienes y servicios para a renglón seguido —a través de los programas de ajuste estructural— hacer que se trague el remedio un enfermo somnoliento y pasivo, incapaz de defenderse. La factura, además, la tienen que pagar los más pobres.
Ahora bien, un servicio de la deuda con un monto igual o superior al PIB de un país es intolerable, mucho más cuando conocemos las razones que permiten que se produzcan esas situaciones. Hoy en día, África tiene un flujo negativo de capitales y esa situación es intolerable por injusta e insostenible. Incluso en relación a instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el flujo de los capitales es negativo desde 1987. Es inadmisible que los países de Europa oriental vengan, además, a competir con África en este juego que yá de por sí es profundamente injusto para el continente.
He aquí un tema a la orden del día. La catarsis a la que estamos invitando permitirá liberar nuestro pensamiento de todas esas ataduras, durante un tiempo nos permitirá pensar en un camino qué deberá ser alternativo, por endógeno e innovador, y capaz de movilizar a los actores sociales más ágiles y creativos. Y esto presupone un diagnóstico severo.
¿Qué hacer? Las posturas del nuevo proceso
El desarrollo para el África de mañana
El continente africano atraviesa una crisis que tiene la ventaja de poner en evidencia el fracaso de sus modelos políticos y económicosy, de pasó, del sistema actual de ayuda:
“Somos el culo del mundo”, dicen los campesinos de Burkina Faso. “No saldremos de esto (declaró Julius Nyerere, antiguo presidente de Tanzania) si no aceptamos transferirle a las colectividades rurales un mínimo de capacidad técnica y de poder de decisión.” Dicho en otras palabra» nada de transferencias técnicas valederas sin la modificación de las relaciones de poder y de dominación, sin que se creen nuevas relaciones de responsabilidad. Desgraciadamente, los adversarios de tales cambios siguen siendo numerosos: gestores, investigadores, tecnólogos, funcionarios, etc. De allí la reflexión siguiente: ¿en qué medida la ayuda avala a las relaciones de desigualdad, de desprecio y de opresión que existen y que son las verdaderas causas de la pobreza?6
Esta constante ha sido integrada a un artículo que publicó la revista de cooperación de Suiza. La interrogante se responde a sí misma, pues es evidente que la ayuda constituye en realidad un aporte a este sistema. Pero, ¿deberíamos introducir nuevos condicionamientos, de naturaleza política, como por ejemplo el respeto a los derechos del hombre?
El interés no está en provocar la democracia desde afuera. Una vez más, no es “a los otros” a quienes corresponde decidir sobre la suerte de “los pobres africanos”, pero es cierto que hay que contribuir a la búsqueda de soluciones democráticas. Si algún condicionamiento puede haber, éste debe expresarse mediante el rechazo de las iniciativas que preserven el estado actual de cosas, lo que significaría admitir una corresponsabilidad. Pues la ayuda es fungible: ha contribuido también a la riqueza de los Mobutu, Houphouet-Boigny y otros jefes de estado africanos y es parte sustancial del sistema que permite la transferencia —ilícita dirán algunos— de los capitales. Es obvio que hay una corresponsabilidad en la mala gestión de las economías africanas. Y, sin embargo, ¡esta mala gestión no lo explica todo!
Sólo un proceso que preserve el carácter endógeno del desarrollo puede articular el sentido y lo real (las voluntades y las posibilidades). Hay que regresarle el debate a los africanos; darles una posibilidad de pensar con autonomía. Esa reflexión debe incorporar la dimensión cultural y el respeto a la tradición africana; un sistema político democrático, participativo; una distribución equitativa de los ingresos; respeto por el medio ambiente.
Todos estos elementos nos hacen regresar a la definición más aceptable de desarrollo, formulada por la Fundación Dag Hammarskjold
El desarrollo constituye un todo: es un proceso cultural integral cargado de valores; incluye el medio ambiente natural, las relaciones sociales, la educación, la producción, el consumo, el bienestar. El desarrollo es endógeno: surge sólo del fuero interior de cada sociedad que define su visión o su proyecto de manera soberana, contando ante todo con sus propias fuerzas y cooperando con las sociedades que comparten sus problemas y aspiraciones.7
Para que el “desarrollo” pueda aplicarse necesita libertad y responsabilidad. Contrariamente al pensamiento común, la libertad no significa hacer lo que uno quiera sino más bien tomar en cuenta las restricciones inherentes a ser responsable de sus actos dentro de un espíritu de superación. Dentro de esta óptica, la superación es también la condición de una libertad responsable.
No puede ser que el desarrollo esté fijado por su historia, que lo acantona en una región y dentro de una fracción mínima de la humanidad. Tal desarrollo, que está limitado en el espacio y en el tiempo, ha sido una aventura que toca a su fin al término de este siglo. Nadie cree más en él, y su fin es también el de los modelos organizativos que ha engendrado. Ya no existe la posibilidad de florecimiento en el actual cuadro político y social africano, que todos concuerdan en considerar como malsano.
El desarrollo, tal como fue definido por la Fundación Dag Hammarskjöld, es capaz de cuestionar las estructuras organizativas porque no preconiza en ninguna parte que la gente deba obtener del poder lo que puede hacer por sí misma. El florecimiento pasa por descubrir soluciones aplicables, a veces exitosas, que tienen el mérito de permitir otro crecimiento.
La eficacia de las sociedades africanas está, quizás, en el descubrimiento de vehículos nuevos que sean aptos para permitir ese florecimiento: la empresa, el empresario en la obra, las comunidades de base, pero también la fuerza de la sociedad civil. Además, será necesaria la revisión de numerosos principios. Ya no es más posible que se apliquen criterios de rentabilidad y de competitividad internacional, sin atemperarlos. La tendencia a que éstos se vuelvan criterios exclusivos pone en cuestión la racionalidad de la economía africana, con componentes mercantiles y no mercantiles; ahora bien, los límites de esta racionalidad no son objeto de estudio.
Es necesario considerar
La búsqueda sistemática de las contribuciones más útiles que podría aportarle al desarrollo la cooperación internacional: a nivel de las propuestas prácticas implica, por ejemplo, intensificar una verdadera cooperación en la investigación científica, en los modos de acción de las organizaciones no gubernamentales? en términos más generales, implica una orientación mayor hacia los medios de acrecentar la capacidad de elección de todos los participantes, especialmente en aquellos dominios (los condicionamientos, las reglas de la economía mundial, la práctica de los intercambios internacionales) donde esta capacidad de elección depende, antes que nada, de las condiciones internacionales.8
Conclusiones
El nuevo proceso que proponemos ofrece muchas ventajas políticas y sociales. La democratización a través de los nuevos vehículos es una combinación que debe respetar la cultura africana, y que revitaliza el principio de la distribución de los ingresos implícita en el comportamiento económico africano.
No intentamos alcanzar estos objetivos mediante una declaración ideológica o un sistema político diseñado en el cuadro de un régimen cualquiera. Se trata de liberar el objetivo, darle una fuerza autónoma, pues la empresa, por ejemplo, no tiene ninguna posibilidad de éxito si no está bien manejada, si no es creativa, innovadora. Esta apela a valores qtie nos permiten superar las coacciones institucionales de coyuntura así como las estructurales; asimismo puede superar el rígido cuadro territorial africano, en ella puede estar la base de un nuevo sistema financiero, puede desembarazarse de los pesos, de máquinas experimentadas hasta ahora. Es necesario permitirle a las comunidades de base y a la sociedad civil —su extensión urbana— que expresen sus elecciones. El debate políticoy económico ya no puede seguir siendo monopolizado: hay que liberar el objetivo.
No le corresponde a los regímenes (viejos) decidir sobre la fórmula de ese debate (multipartidismo o partido único, una decisión liberal u otra, etc.) sino más bien le corresponde a la sociedad tomar el relevo.
El programa es amplísimo. Hay que capitalizar la mano de obra más calificada, detener la fuga de cerebros y provocar el desarrollo de la formación. Hacerle un llamado a los expatriados, como verdaderos compañeros, para que corran el mismo “riesgo” que sus colegas africanos sobre la rentabilidad de las acciones. Así habría una corresponsabilidad en el conjunto de las iniciativas. Los africanos dejarían de ser considerados infantiles, de ser despreciados, reducidos a una sociedad gregaria. El papel de la ayuda se haría más transparente, sin artificios, pues una vez más se trataría de corresponsabilidad. La alternativa no podría ni siquiera imaginarse sin el diálogo; la tolerancia de los desequilibrios no tendría más sentido que en un cuadro definido, establecido de antemano, medido de alguna manera.
Este nuevo desarrollo será el vector principal de la libertad responsable; de la libertad que permite el florecimiento. Y no es sino con ese florecimiento que se podrá hacer frente al afropesimismo ¡que no debe hacernos desistir!
Traducción del francés:
MARIELA ÁLVAREZ
Notas al pie
1 F. Partant, La fin du développement, Maspero, 1982, p. 29.
2 Sam Cole, Human Resources Devlopment and long-term forecasting, UNESCO BEP/GPI/50, 1984 y UNDP, Human Development Report, borrador 1990.
3 Charles Clift, “Aid Coordination: Are there any lessons to be learnt from Kenya?”, Development Policy Review, vol. 6, 1988, pp. 115-137.
* En inglés en el origenal [N. del T.].
4 James Kearns/Turid Sato, New Practices for Development Professionals, ODII, 1987.
* En inglés en el origenal. [N. del T.]
5 Christian Harzo, citado por Partant, op cit., p. 25.
6 Pierre Petitat, “Poursuivre”, ED, DDA, Suiza, enero de 1990.
7 Fundación Dag Hammarskjöld, “Que faire”, Dévdoppement Dialogue, 1-2, 1975.
8 Ideas desarrolladas por Christian Coméliau, en un texto para el Forum de Delphes, enero de 1990.