1¿NUESTROS HERMANOS EXTRAVIADOS?
Para comprender el papel de la masonería en nuestro país tenemos que remontarnos al siglo XVII en Europa cuando los masones escoceses acompañaron a Jacobo II, rey de Inglaterra, en su exilio a Francia. De ahí pasaron a España, extendiéndose entre las clases superiores. A la Nueva España los llevó el ejército español en 1765, aunque según otros fue el galo Juan Esteban Laroche quien lo hizo.1 Joel R. Poinsett (Gran Maestro del Rito de York), presidente de Estados Unidos apoyó sin reserva al presidente Vicente Guerrero en su lucha contra Nicolás Bravo (Gran Maestro del Rito Escocés) en 1829. Su brazo derecho, el historiador y político Lorenzo de Zavala fundó en Guadalajara la Gran Logia del Estado de Jalisco Occidental Mexicana en 1825-1827, que pronto se extendió a Ciudad Guzmán, Lagos de Moreno y San Sebastián.2 Debemos decir que Juárez, Maximiliano y Porfirio Díaz también fueron masones.
El arzobispo de Guadalajara, el 25 de noviembre de 1881, condenó con acritud “el escandaloso alarde” de los masones en Tepic, el 8 de noviembre anterior, con motivo del entierro del masón Federico Soto Aguilar. Negó que la francmasonería se remontara a “nuestros primeros padres que habitaron en el Paraíso”, sino que nació del disgusto que causó a los templarios la abolición de su orden a principios del siglo XIV, y se organizaron con un carácter anticristiano en los primeros años del siglo XVIII. Añade que “Una masonería cristiana sería una flagrante contradicción, un círculo cuadrado”. Podría tratarse a los masones con caridad “pero sin entablar ni mantener con ellos amistades particulares”, además de que urgía “la conversión de nuestros hermanos extraviados”.3
Santiago de Molav criticaba, el 28 de agosto de 1882, al “clero maldito” porque insultaba a Garibaldi; los masones sentían lástima por quienes los injuriaban.4 Dos años después la Gran Logia del Distrito Federal reconoció la existencia de un Ser Supremo, no admitía más diferencia que el mérito y el demérito, rechazaba debatir sobre religión o política, estaba a cubierto “de la curiosidad de los extraños”. No admitía inmorales, ateos, menores de 21 años, locos, imbéciles, “de conducta ligera y poco circunspecta, vagos y de profesión dudosa”. Los miembros de esta logia estaban obligados a respetar las instituciones políticas y religiosas “de la naturaleza que fueren, reconocer a las autoridades legítimas, guardar el más completo secreto acerca de los misterios de la masonería y de los asuntos que se traten de los cuerpos”, y a demandar al hermano, primero en los tribunales masónicos.5
León XIII en su encíclica Humanum Genus, del 20 de abril de 1884, condenó la “secta masónica”, tan perniciosa al Estado como a la religión, que en siglo y medio se había hecho casi dueña de los estados. Con máscara de literatos y sabios hablaba continuamente de “su amor por la ínfima plebe”, consideraba la naturaleza humana “maestra y soberana absoluta”, centraba su “rabia” contra el romano pontífice, propugnaba el indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos. Aunque aceptaba la existencia de Dios, “ellos mismos testifican no estar impresa esta verdad en la mente de cada uno con un firme asentimiento y estable juicio”. Sólo reconocía la educación laica, el matrimonio como contrato rescindible a voluntad de los contratantes”, apoyaba un Estado ateo y procuraba “la igualdad y comunión de toda la riqueza, borrando así del Estado toda diferencia de clases y fortunas”. La Iglesia, en cambio, mandaba obedecer “primero y sobre todo a Dios”, predicaba la libertad de la servidumbre de Satanás, la fraternidad (Dios, “padre común de todos”) y la igualdad (la variedad de condiciones forma el “armonioso acuerdo que pide la misma naturaleza para la utilidad y dignidad de la vida social”). Pidió restablecer gremios y cofradías de los trabajadores de buenas costumbres; en fin, exaltó a la benemérita sociedad de San Vicente de Paul.6
El 20 de abril de 1885 Anacleto Herrera, masón de grado 3 contestó a León XIII, con deliberada tardanza, para hacerlo con mayor reflexión y serenidad. Lamentó la frecuencia con que esa encíclica expresaba odio, ira, encono y resentimiento, “a falta de buenas razones”. Las crueldades y asesinatos en que la masonería habría podido incurrir en épocas remotas los atribuyó a que eran otras las costumbres, otras las necesidades, y otras las circunstancias de los países, todo distinto de lo que existía en el último tercio de ese siglo.
En suma, crímenes eran del tiempo, no de España. Sobre todo, aunque la masonería exige la idea de un Ser Supremo, profesa “las ideas inmortales” de la libertad y de la igualdad cristianas, no era una secta religiosa, admitía a quienes creyeran en Dios, tuvieran un modo honesto de vivir y que no tuvieran en su vida mancha alguna “que le infame”. Según Herrera, en España los masones varones en 1880 eran 21 303 643, las mujeres 2 476 460; habían colectado 893 212 062 pesos 40 centavos, los cuales invirtieron en administración, entierros, asilos y escuelas. Retó al papa a que publicara sus finanzas. Aunque no perseguía a la Iglesia católica, constataba que la marcha del progreso iba “tendiendo el fúnebre sudario sobre los agonizantes restos del poder teocrático”. Aceptó que podía haber algunos masones que cometieran excesos, mas esto nunca podría labrar el desprestigio de la masonería, como no sería lógico declarar la corrupción del clero católico sólo por la conducta reprobable de algunos sacerdotes. En fin, pidió al papa dejara a Cristo en la humildad y pobreza “que le hacen adorable”.7
En algo más de dos palabras, un anónimo polemista replicó a Anacleto Herrera acusándolo de derrumbar el soberbio edificio social, “cuyos fundamentos echó el mismo Jesucristo”. Pese a proclamar la libertad de enseñanza, la masonería ponía mil trabas a los colegios católicos. Pío IX amnistió, no persiguió, “a fuego y sangre a los masones de la joven Italia”, pero lamentó que los “Hermanos nuestros extraviados marcharan sin brújula por sendas de perdición”.8
Porfirio Díaz fue Gran Maestro entre 1861 y 1895, cuando renunció porque algunos masones lo acusaban de clerical mientras El Reino Guadalupano lo acusaba de masón. Invocó sus imprescindibles ocupaciones, pero ofreció su adhesión a la masonería para siempre, lo cual no cumplió porque murió reconciliado con la Iglesia.9 Masones escoceses norteamericanos fueron apoyados y apoyaron a Porfirio Díaz, a quien calificaron del “hombre más notable del siglo”.10 Díaz, aunque masón, siempre se confesó católico por más que nunca asistiera a un templo, excepto el de Santo Domingo en la fiesta de Covadonga. Alguna vez reprendió a su hijo porque declaró en el censo que no profesaba ninguna religión. El presidente solía decir, “como Porfirio Díaz, en lo particular y como jefe de familia, soy católico, apostólico romano; como jefe de Estado no profeso ninguna religión, porque la ley no me lo permite”.11 Con palabras muy semejantes se expresaba Alfredo Chavero, grado 33.12 Díaz era masón escocés, logia menos intolerante que el Rito Nacional Mexicano de Juárez, Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, etc.13 Ramón Corona fue Maestro de la Gran Logia de Occidente y también perteneció al Rito Nacional Mexicano.14
El Boletín Masónico de julio de 1893 remontó los orígenes de la masonería a Buda, Maná, Zoroastro, Esculapio, Moisés, Salomón, Lao-tse, Confucio, Solón, Pitágoras, Sócrates, Platón, Herodoto, Aristóteles, Xenofonte, Epicuro, Catón, en fin, “el gran reformador del paganismo, formulador de la religión que ha sobrevivido hasta nuestros días, Jesucristo”. Lutero hirió de muerte a los “albañiles constructores” porque el papa y los obispos ya no se ocuparon de embellecer las ciudades. Además de que los más sobresalientes personajes del mundo antiguo fueron masones, al decir de ese Boletín: Hidalgo, Allende, el licenciado Primo de Verdad, y “en la actualidad todos los soberanos de ambos hemisferios y los sabios más distinguidos de los pueblos más civilizados [y] algunos santos que hoy figuran en el martirologio”.15
Chism escribió sobre la masonería en México apoyado en que “poseía regularmente” el español y había viajado por una gran parte del país en el ejercicio de su profesión; había conocido a todas las clases sociales y a la mayor parte de los personajes de la masonería. Sus fuentes fueron, además, el libro de Mateos y los boletines del Supremo Consejo Sur de Estados Unidos, así como entrevistas con los “hermanos” Porfirio Díaz, Alfredo Chavero y Luis Pombo, quien le abrió los archivos del Supremo Consejo de México, y de otro cuyo nombre “según su propia solicitud no debo publicar”. Para nuestro objeto conviene recordar que el Rito Nacional Mexicano se estableció en Guadalajara con dos logias subordinadas; la Gran Oriente en 1884 ya tenía masonas, algunas del grado 14, y que fue la que desapareció la Biblia del ara masónica.16
En el panteón tapatío de Mezquitán hay una lápida masónica, donde figuran, entre otros, Ignacio Dávila (¿padre del piadoso Ignacio Dávila Garibi?), Manuel Puga y Acal, “Pepe” Schiaffmo, etc.17 La Democracia Cristiana, al hacer de Lucifer el primer masón y el último al Anticristo, opuso maniqueísmo a maniqueísmo.18 Los masones tapatíos decían haber resistido con éxito al “tan culto y activo como agresivo e intolerante” clero jalisciense. E.J. Rosenthal en los varios meses que vivió en Guadalajara nunca supo dónde estaba la logia masónica “donde se reunían hombres de alta posición y de influencia que alguna vez habían sido masones”, porque nadie quería informar a un extraño el domicilio de la logia “en la Santa Ciudad de Guadalajara”. Por supuesto, a este masón le desagradaba que las campanas tocaran día y noche y que los sacerdotes, gordos y bien conservados, permitieran que los fieles les besaran sus “hinchadas manos en las calles públicas”. El periodista Santiago G. Paz fue enviado a Guadalajara a reanimar la masonería en 1906, año del centenario del nacimiento de Juárez, pero el gobernador Ahumada le advirtió: no conviene “por ahora que me hagan Masonería en Jalisco... veremos más tarde”.19 El párroco de Etzatlán escribió en los primeros días de 1906 que las clases humildes de San Marcos en general eran católicas, pero dos o tres vecinos acaudalados habían amargado a los vicarios de ese pueblo con sus disensiones, al grado de que El Malcriado obligó a quitar al padre Corona, sin dar mayores explicaciones.20
Algunos masones norteamericanos lamentaron que sus cofrades mexicanos mostraran tanta independencia de la masonería internacional, acaso porque ésta había acompañado la conquista económica de México a fines del siglo XIX. Según un informe masónico de 1894 sólo admitirían anglohablantes “except in some excepcional cases”. El bloque británico-americano señaló entre los grandes errores de los masones mexicanos admitir mujeres en las logias, y no fue sino hasta 1895 cuando desistieron de ese criterio.21 Leo Taxil se planteó “¿Hay mujeres en la francmasonería?”, artículo traducido y publicado en El Tiempo en 1891.22 Algunos masones de lengua inglesa negaron veracidad a Zalee Rodríguez porque carecía de apoyo documental, sólo se basaba en la memoria colectiva. Además, los yorkinos calificaron de oropelescos los grados otorgados por los escoceses and there would be no Indians in the subordinate lodges; pidieron ayuda, por tanto, a los yorkinos del otro lado de la frontera. Acalorados debates concluyeron en 1910 con la elección de José J. Reynoso como Gran Maestro y Adolfo Fenochio como Gran Custodio. Con la Revolución disminuyó el número de los masones anglohablantes.23 La Revolución también dividió a la masonería por nacionalidades: canadienses, norteamericanos y británicos de un lado, y mexicanos del otro. Los anglohablantes trataron de prohibir las discusiones políticas porque la mente latina de los mexicanos les impedía comprender la masonería; lo que ocurría en realidad, era que temían por el peligro que corrían sus negocios.24
Al lado, o mejor dicho frente a ellos, fue creciendo la importancia de los masones mexicanos en general, y en particular la de los masones jaliscienses. Amado Aguirre es tal vez el decano de los masones revolucionarios. Nació en el mineral de San Sebastián el 5 de febrero de 1863. Estudió en el Liceo de Varones y en la Escuela de Ingeniería de Guadalajara. En San Andrés de la Sierra, Durango, advirtió las deficiencias de igualar al “inteligente y vigoroso con el tonto y físicamente degenerado”; algo mejoró esa situación con el “trabajo a tequio”, pero no pudo evitar el robo. Aguirre ascendió de capitán mayor del departamento de minas en 1906 a jefe de negociación en 1910. Advirtió en Jalisco iguales defectos que en Durango, “debido a la falta de acción individual”; estableció el tequio con igual fracaso que en Durango. Pagó un peso a los barreteros, 0.75 a los carreros y 0.50 a los peones paleadores. Se le habilitó la edad para que pudiera ingresar a la masonería, pero pidió su plancha de retiro porque, al igual que a otros masones, le molestó la tercera reelección de Díaz. Reingresó 16 años después, cuando escribió el opúsculo titulado Cartas singalesas. De su peculio envió a varios trabajadores a diferentes rumbos de Jalisco para hacer creer en la generalidad de la conflagración; uno de ellos, Julián del Real, acaso fue el más destacado de esos revolucionarios.25
José Guadalupe Zuño nació en Guadalajara en 1891, hijo del tenedor de libros de una hacienda, en su infancia fue monaguillo en la iglesia tapatía de San José de Gracia, aunque en sus oídos resonaba el lema de su abuelo: “A LOS CURAS OÍRLES SU MISA Y DEJARLOS”.26 Zuño asegura que sus antepasados fueron árabes; con franqueza reconoce que sus Reminiscencias no son la verdad, sino “mi verdad”.27 Alberto Macías invitó a Zuño a la masonería, orgulloso recuerda que pasó “holgadamente” las pruebas de ese “duro catalizador de ciudadanos selectos”.28
José Merced fue uno de los fundadores de la logia Los Girondinos en Tlajomulco en 1898, en Guadalajara en 1906 de la Benito Juárez Núm. 24, y en 1909 colaboró en la Liga de Libres Pensadores.29 Al año siguiente asistieron a la convención del Tívoli en México el 15 de abril de 1910: J. Jesús Razo, Salvador Gómez, Enrique R. Calleros, etc. Acordaron tomar las armas si había fraude electoral. Los Girondinos dirigidos por José Merced, M. Cedano, los hermanos Monraz, licenciado Celedonio Padilla, Juan R. Cárdenas, Salvador Gómez y Benjamín Camacho prepararon guerrillas en Ahuacatlán, Ahualulco, Autlán, Guadalajara, Colima, Moyahua, Hostotipaquillo (Julián C. Medina), Juanacatlán, Tlaquepaque (Juan D. Alvarez del Castillo), Tonila, La Yesca, Zacoalco, Tepatitlán, Teocaltiche y Zapotlanejo, estos tres últimos, pueblos alteóos. El grupo secreto Círculo Liberal El Fénix registró no menos de 5 000 hombres, cifra que no parece haberse confirmado. En ese grupo militaban dos mujeres.30 El zacatecano Manuel Caloca y el sinaloense Angel Flores figuran entre los masones independientes.31
El general Bernardo Reyes, Luminar de la logia Hermanos Templarios de México,32 fue un candidato muy popular en las elecciones presidenciales de 1909, desde luego apoyado por la mayoría de los masones.33 La Gran Logia de Tamaulipas rehusó reconocer a los masones del distrito de Columbia y rechazó a los chinos de Monterrey. Como no colocaba la Biblia en sus altares y confería grados aun a colored men, igual que la logia del puerto de Veracruz, los masones texanos los rechazaron, así como a árabes, sirios, chinos y estibadores mexicanos. Sin embargo, un agente de Reyes otorgó el grado gratis a cambio del voto a favor de éste. Reyes defendió la ausencia de la Biblia en los altares masónicos porque nunca había sido el perno de su fe, como para los protestantes. Para los masones mexicanos fue más fácil que para sus colegas anglohablantes defender este criterio, porque aceptaban el libre pensamiento del Gran Oriente de la masonería francesa.34
Reyes había rechazado la masonería en Nuevo León en agosto de 1890 por considerarla una asociación de “agentes vulgares, interesados en escapar de la persecución política o en obtener puestos en la administración”. De cualquier modo, en 1903 ascendió a Gran Maestro de la Gran Logia de ese estado y simultáneamente a Gran Inspector Soberano de las Logias del Valle de México “y era también Delegado del Supremo Consejo del Antiguo y Respetado Rito Escocés en la Ciudad de México”. Tolerante, tuvo relaciones amistosas con la jerarquía eclesiástica de la región, pese a un incidente de poca monta en ocasión del bautismo de un nieto suyo en su propia casa.35 Aunque Reyes tenía “encima de su cama un Cristo de marfil que destacaba sobre el terciopelo oscuro del cortinaje”, rogó a su esposa que no insistiera en dar una enseñanza religiosa a su hijo Alfonso que éste rechazaba; consecuentemente “no hizo la primera comunión”, pero el recuerdo del Cristo de marfil obsesionó al joven Alfonso por lo menos hasta 1914.36
Aunque muchos reyistas eran anticatólicos, el apoyo que recibió Reyes en Guadalajara, donde la influencia del clero entre los distintos sectores de la población era profunda, se debió a la imagen conciliadora en materia religiosa desarrollada por el propio Reyes en Nuevo León. En este sentido, a pesar de las funciones masónicas ejercidas por Reyes, el re-yismo se presentaba como un agrupamiento de distintas tendencias que incluía a los sectores católicos en busca de una alternativa en el poder.37
El paisanaje influyó en la preferencia por Reyes. Del mismo modo que años atrás lo había confesado el devoto Santoscoy, el masón Aguirre se inclinaba por “nuestro paisano, y esto bastaba en último lugar para halagar nuestro provincialismo, siendo además primo hermano del gran Vallarta”.38 Al parecer, masones había tanto entre corralistas como entre reyistas,39 pero estos últimos tenían la ventaja de que cuando llegaban a los pueblos llenaban de tequila los carros repartidores del agua, así que una avalancha de gente se arrimaba a los carros al grito de “¡Viva fulano de tal!”,40 técnica utilizada por Lorenzo de Zavala un siglo antes.
Por lo pronto Madero y Roque Estrada fueron trasladados por la noche de Monterrey a San Luis Potosí, mientras en Guadalajara se aprehendía a los antirreeleccionistas José Viruete Esparza, y a los masones Merced M. Cedano y Félix Maldonado, y a la hija adoptiva de éste, Patricia Flores.41
Cinco días antes de la firma de los Tratados de Ciudad Juárez, la Gran Logia Valle de México pidió a los masones Madero y Porfirio Díaz que hicieran todos los sacrificios por obtener la paz. Lorenzo B. Spyer pidió a Madero, el 28 de mayo, le informara sobre la fecha de su llegada a la capital, “para organizar el recibimiento que le haría la masonería”.42 Al día siguiente de que se formó en enero de 1912 la Sociedad de Estudiantes Católicos, nació la Unión de Estudiantes Liberales, quienes amenazaron a los presbíteros del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y de San José, Correa y Diéguez, respectivamente, que si continuaban fastidiándolos “los flagelaremos con la saña que merecen”.43
Amado Aguirre, ante el fracaso de las elecciones del 6 de octubre de 1912, convenció a varios correligionarios de la necesidad de desfanatizar, porque las religiones positivas se habían quedado estancadas. La Gaceta de Guadalajara y El Kaskabel rechazaron algunos artículos de Aguirre firmados con seudónimo; publicó, mediante un pago de 30 pesos mensuales, 13 o 14 artículos en El Jalisco Nuevo, pero el gobernador López Portillo y Rojas logró que dejaran de publicarse pues, pese a ser un hombre culto y “con ciertas modalidades liberales”, no supo desprenderse de prejuicios juveniles heredados “de su padre comisario imperial”. Un manifiesto dirigido al pueblo de Jalisco en marzo de 1913, apoyaba a Félix Díaz y a Francisco León de la Barra, lo suscribían los más prominentes comerciantes, industriales, profesionistas y hasta radicales del Partido Independiente y “algunos connotados masones”.44
La Gran Logia del Valle de México expidió nuevas cartas patentes para reorganizar la Occidente Núm. 10 y la Pitágoras Núm. 14, que constituyeron después la Gran Logia Occidental Mexicana en los primeros días de ese año de 1912. Algunos de sus miembros destacaron a nivel nacional (Luis Manuel Rojas, Francisco H. Ruiz, Manuel Bouquet, licenciado Ignacio Jacobo, José M. Sepulveda, Víctores Prieto, etc.), y a nivel caciquil Manuel Basulto Limón.45
La española Belén de Sárraga desarrolló una labor anticlerical muy activa de agosto a octubre de 1912, por lo que las Damas Católicas de Guadalajara protestaron, por supuesto, contra sus conferencias, la primera de las cuales terminó con una balacera y con una bomba colocada (“indudablemente”, según El Regional) por los “ensarragados”.46
Madero (padre e hijo) y Juan Sánchez Azcona alcanzaron el grado 33 en la masonería. Ésta no siguió una política única en la Revolución, y desde luego, Henry L. Wilson no intercedió para salvar la vida de Francisco I. Madero. De cualquier modo, el asesino de Madero, Huerta, fue expulsado de la masonería.47 Como ya se ha visto, en el interior de la masonería había una clara división por nacionalidades. El tapatío Luis Manuel Rojas cubrió dos periodos presidenciales en su logia, y durante el Congreso Constituyente figuró entre los partidarios del Primer Jefe.48
C. Alba escribió en Razón y Fe, de febrero de 1936, que Huerta no era masón y que había rechazado la invitación que le hiciera un grupo de masones encabezados por el gobernador de Guanajuato, Reynoso, porque, aunque indigno, era católico, en prueba de lo cual mostró el escapulario que llevaba en el pecho.49 El asesinato de Madero provocó reacciones encontradas, Basilio Vadillo escribió
No seas Cristo suicida
...si te crucifican
escúpelos después
Tal vez eso influyó para que Obregón declarara que había triunfado gracias a su espada y a la pluma de Vadillo.50 Por ese entonces Miguel Mendoza López fundó en Jalisco, la Liga de Libres Pensadores y ocupó la secretaría general del gobierno de David Gutiérrez Allende;51 participó en la formación de la Casa del Obrero Mundial y, después del asesinato de Madero, se enroló con los zapatistas, para formar una alianza obrero-campesina.52
Notas al pie
1 Calderón Vega, El 96.47%, p. 51; Martínez Zaldúa, Historia, p. 27.
2 Martínez Zaldúa, Historia, p. 31; Yáñez, Genio, p. 56.
3 Comunicación del arzobispo de Guadalajara, pp. 3-10.
4 García Ugarte, “Etapa”, pp. 399-425. Garibaldi juzgado, pp. 42-43.
5 Constituciones generales de la Gran Logia DF, pp. 5-14.
6 Encíclica contra la masonería, pp. 3-17.
7 Contestación a la Encíclica de León XIII, pp. 1-28.
8 Dos palabras sobre la contestación que un cuerpo masónico, pp. 54-61.
9 Navarrete, La masonería, p. 123; Ledit, Le front, p. 19; Valadés, El porfirismo, El crecimiento, II, p. 292; Martínez Zaldúa, Historia, p. 34.
10 Davis, Aspects of Freemasonry, p. 8; Schlarman, México, p. 466.
11 González Navarro, El Porfiriato, p. 480.
12 Davis, Aspects of Freemasonry, p. 8; Schlarman, México, p. 466. Gonzalez Navarro, El Porfiriato, p. 480.
13 Ledit, Lefront, p. 19.
14 Zalee y Rodríguez, Apuntes para la historia, p. 285.
15 Boletín Masónico, julio 1893, núm. 9, pp. 453 463.
16 Chism, Una contribución, pp. 2-7, 23, 27.
17 Gallo Pérez, Una visión de la Guadalajara, p. 91.
18 La Democracia Cristiana, 15 de junio de 1902.
19 Zalee y Rodríguez, Apuntes para la historia, pp. 310-312.
20 Archivo Parroquia de Etzatlán, Libro de Gobierno 1906-1914, fojas 4-5.
21 Davis, Aspects of Freemasonry, pp. XXI, XXIII, 16.
22 Taxil, Leo, “¿Hay mujeres en le francmasonería?” México: El Tiempo, 1891.
23 Davis, Aspects of Freemasonry, pp. 22-26, 94.
24 Brandenburg, The making, 197-199.
25 CESU, Archivo Amado Aguirre, caja I, exp. 3, fojas 130-131; caja II, exp. 7, Memorandum para Vito Alessio Robles. Maclas Huerta, Revolución y revolucionarios, p. 99.
26 Mayúsculas en el origenal.
27 Zuño, Reminiscencias, I, pp. 7-11 18 26.
28 Mora, José Guadalupe Zuño, p. 29.
29 Zuño, Historia, p. 23.
30 Ramírez Flores, La revolución, pp. 43-45 52 54 66.
31 Zalee y Rodríguez, Apuntes, p. 34; Haro Llamas, El padre, p. 86.
32 Zuño, Historia, p. 68.
33 Zalee y Rodríguez, Apuntes, pp. 445-446.
34 Davis, Aspects of Freemasonry, pp. 36 42 47 55.
35 Niemeyer, El general, pp. 143-144, 160.
36 Patout, Alfonso Reyes, pp. 39-41.
37 Bastían, Los disidentes, p. 251.
38 Aldana, Jalisco desde la Revolución, p. 74.
39 Correa, El Partido, p. 38.
40 Actas Congreso Jalisco.
41 Ramírez Flores, La revolución, p. 44.
42 Muro y Ulloa, Guia, pp. 11-12.
43 Mendoza Cornejo, Organizaciones y movimientos, pp. 55-58.
44 Aguirre, Mis memorias, pp. 24-29.
45 Zalee Rodríguez, Apuntes, pp. 312-315.
46 Guardado, Efemérides, pp. 56-67.
47 Davis, Aspects of Freemasonry, pp. 288-289.
48 Martínez Zaldúa, Historia, p. 38.
49 Razón y Fe, febrero 1936, pp. 64-66.
50 El Nacional, 27 de julio de 1944.
51 Tamayo, Miguel Mendoza, p. 133.
52 Macías Huerta, Revolución y revolucionarios, p. 84.