- 2. Ni negros ni mexicanos
- Chapter
- El Colegio de México
- pp. 29-34
-
- View Citation
- Additional Information
2NI NEGROS NI MEXICANOS
También masón, pero de diferente origen social, es el tapatío Juan Manuel Alvarez del Castillo, quien nació el 14 de noviembre de 1894; estudió con los maristas; su hermana Carmela ingresó con las Hermanas de la Misericordia, y a su madre se la llamó “la santita del pueblo” en Tlaquepaque. Uno de sus hermanos fue un dinámico alcalde de Guadalajara. Pasaba sus vacaciones estudiantiles en La Sauceda, una de las mejores haciendas jaliscienses. Entre sus condiscípulos del Liceo sobresalieron, en la política y en el arte, Nicolás Leaño, Agustín Bancalari, Daniel Benitez, Javier Enciso, Juan de Dios Robledo, José Guadalupe Zuño, Enrique Pérez Arce, Clemente Sepulveda, etc. A mediados de 1914 se entrevistó con el triunfante Diéguez, quien lo convenció de unirse a la Revolución.1 A diferencia de lo que ocurrió durante el siglo XIX, la masonería yorkina fue más tolerante con la Iglesia en esta época, tal vez porque temía que los “salvajes” de Zapata afectaran los bienes de los norteamericanos.2 Pero también operaban factores raciales, los yorkinos no aceptaban negros en sus logias y muchos menos los quería sitting at my table with my wife and children.3 Los masones escoceses fueron maderistas, ofrecieron su apoyo a Carranza y a Obregón, quienes no se interesaron, y apoyaron al perdedor Pablo González.4 En suma, los masones norteamericanos no consideraban dignos de su reconocimiento a los mexicanos.5 Algunos veían masones hasta en la sopa, por ejemplo Amado López (posteriormente acérrimo enemigo de los Arreglos) calificó de masones a varios de los periódicos que condenó O rozo y Jiménez; según él, en El Imparcial todos eran masones: “los porteros, los impresores y los redactores”.6
Aguirre se unió a Madero, pese a que en su opinión la situación económica de la dictadura había sido buena, aunque no respetara el sufragio. Contendió con el licenciado José María Gutiérrez Hermosillo (del Partido Católico) por el distrito 11 del estado que incluía los minerales de Hostotipaquillo, lo hubiera derrotado de no ser porque inesperadamente llegaron a Guadalajara Manuel Rojas, Francisco Escudero y José López Portillo y Rojas con la consigna de Madero de que Salvador Gómez fuera senador, no gobernador. Se “disciplinó” porque en La Amparo durante ocho meses ganaba 600 pesos mensuales libres como ingeniero en jefe, y como diputado sólo habría ganado 253 pesos. Ese procedimiento “semidictatorial” distanció a muchos de Madero, incluso a Roque Estrada quien lo señala en su libro La Revolución y Francisco I. Madero. Diéguez ascendió a mayor a Aguirre en Etzatlán, en junio de 1914, porque era ingeniero titulado, pero éste prefería la lectura de libros de “pensamiento libre”, a la baraja y el alcohol.7 Le llamó la atención que las tropas sonorenses “loncharan”, que los jóvenes veracruzanos Berrueta, de familia acomodada, cultos, patriotas y desinteresados, nunca cobraron sus haberes. Aguirre, masón, burgués, culto y de buenas maneras, correspondió las atenciones que Manuel Capetillo y su esposa, dueños de la hacienda de Buenavista, tuvieron con él y sus oficiales, reprendió a algunos de ellos porque, pese a que les habían proporcionado maíz y tlazoles, cortaron trigo tierno para sus caballos. Respondió a sus protestas de que no tuviera tales contemplaciones con esos caciques, diciéndoles que Capetillo era un buen amigo suyo, “caballeroso en toda su actuación social”. En efecto, Capetillo invitó a cenar y a desayunar a varios oficiales.8 Aguirre también elogió al suegro del ingeniero Ricardo Lancaster Jones, quien les facilitó muchos elementos de boca “demostrando ser un sincero partidario del constitucionalismo”.9 De cualquier modo, Amado Aguirre, reconoce que, en general, todas las poblaciones los odiaban por su irreligiosidad.10
El Partido Católico Nacional (PCN) se autonombraba “el partido de Dios” (su lema era Dios, Patria y Libertad); en su programa destacaba abolir las leyes de Reforma, defendía la libertad religiosa y de educación, la no reelección, la conciliación del capital y del trabajo, y el reconocimiento de la República, pero sus enemigos lo siguieron atacando porque según ellos pretendía resucitar a los vencidos en el Cerro de las Campanas. Una hoja anónima lo acusó de querer quemar los libros prohibidos por la Iglesia, de prohibir la inmigración protestante y aun de impedir que los mexicanos estudiaran en países protestantes.11 Tal vez el problema era que enfeudaba (esto es, la volvía al feudalismo) a la Iglesia, universal por definición, es decir la comprometía sólo con una parte; otros lo atacaron porque tomaba el nombre de una religión que nadie combatía. El problema afloró cuando este partido escogió al piadoso José López Portillo y Rojas (católico y liberal, como el padre Rivera) su candidato a la gubernatura. El jalisciense Luis Manuel Rojas pidió (sin éxito) al Congreso de la Unión que declarara anticonstitucional al PCN y posteriormente lo obligaron a cambiar de nombre.12
Según La Gaceta de Guadalajara, publicación netamente liberal, aun los no católicos recomendaban votar por el PCN porque representaba el “orden”. Sin embargo, dos semanas después Fernando Iglesias Calderón, Francisco Escudero y Juan Sarabia peroraron en el Teatro Degollado, hiriendo los sentimientos católicos, después encabezaron una “chusma” que en las calles gritó mueras al PCN. El 5 de febrero, en el 55 aniversario de la Constitución liberal, en las tenidas de las logias masónicas de Guadalajara y de Ciudad Guzmán se gritó “mueran las sotanas”. En Ayo el Chico vitorearon a Vázquez Gómez, mientras en Etzatlán, protestaron contra las blasfemias anticatólicas e insultos al PCN. En Guadalajara a fines de octubre de ese año, partidarios de Robles Gil hirieron a dos que vitorearon al PCN. El 9 del mes siguiente, sicarios del presidente municipal acallaron a dos oradores del PCN.13
En enero de 1915 Palomar y Vizcarra comenzó a escribir sus “memorias” (no destinadas a la publicidad), en un momento en que la causa del bien, “la causa Santa de Jesucristo, está perdida en nuestra Patria”.
La revolución jacobina, el odio masónico, la codicia desenfrenada, las ideas socialistas más desatentadas e irrealizables han pasado como un turbión sembrando odios, destruyendo instituciones benéficas, sembrando la miseria. Para muchos todo está perdido... hasta el honor y la vida nacional.
Pese a tanto pesimismo confiaba que la tormenta pasaría, que reinaría Cristo Jesús, que los trabajos del Partido Católico Nacional no serían estériles. La esposa de Palomar y Vizcarra escribió al abogado poblano Luis García Armora en febrero de ese año que Miguel había sido expulsado de Jalisco acusado de “reaccionario” [villista]; en realidad, desde antes del triunfo de la Revolución se había atraído el “odio de los hermanos...” En ese momento estaba en lugar seguro, pero ambos querían saber si había algún punto no muy retirado de su tierra “en el caso de que la paz, o algo que se le parezca, sea un hecho”.14
Notas al pie
1 Álvarez del Castillo, Memorias, pp. 14-38.
2 Davis, Aspects of Freemasonry, p. 127.
3 Davis, Aspects of Freemasonry, p. 183.
4 La masonería, pp. 207-209.
5 Davis, Aspects of Freemasonry, p. 124.
6 Trabajos de la Cuarta Semana en Zacatecas, pp. 254-255.
7 Aguirre, Mis memorias, pp. 1-6, 23-24, 45, 280.
8 Aguirre, Mis memorias, pp. 173-182, 192-193.
9 Aguirre, Mis memorias, p. 153.
10 Ib., p. 87.
11 Aldana, Jalisco desde la Revolución, pp. 115, 119.
12 Aldana, Jalisco desde la Revolución, pp. 115-119 183.
13 Guardado, Efemérides, pp. 7, 10-11, 15, 30, 69, 74, 85.
14 CESU, caja 2, exp. 13, Sección Personal, Serie Correspondencia, Fondo Miguel Palomar y Vizcarra.