La huella de lo dado y el trazo del indicador
Raúl Prada*
El problema del indicador planteado por Hugo Zemelman en el presente texto se refiere a los espacios cerrados por el indicador desde la visualización abierta por la huella de lo dado; es decir, que supone la problemática de las relaciones establecidas entre realidad y representación. Desde un ángulo más particular que el connotado por las proyecciones conceptuales, consideramos las delimitaciones instrumentales de las evaluaciones, de los diagnósticos, de las descripciones, de las mediciones, de las cuantificaciones y de aquellas tareas, en fin, que se proponen indicar y señalar desde una pretendida positividad.
Hugo Zemelman postula criticar los diagnósticos que “comparten por lo menos dos características. Por una parte, no se aborda, en términos generales, la relación entre lo micro y lo macroespacial, y cuando llega a estudiarse, se le reduce a la construcción de índices que extrapolan para el plano macroespacial lo que ocurre en el plano microespacial, y viceversa”.
De otra parte, los diagnósticos, más que constituir una búsqueda de un campo de posibilidades alternativas de desarrollo, son evaluadores de las condiciones requeridas por una meta fijada previamente a la realización del diagnóstico. Por ambas razones, los identificamos como “diagnósticos normativos”. Sin embargo, la crítica se convierte, a su vez, en la base organizativa de una formulación articuladora de las “posibilidades alternativas de desarrollo” encerradas en un conjunto de procesos dados como coyuntura o periodo sociales.
En el texto se enfrentan dos opciones en la construcción de los indicadores una, tradicional que erige el indicador a partir de una prescripción teórica supuesta, recorta la realidad de acuerdo a una norma y persigue una finalidad preestablecia de antemano; la otra, epistemológia que se abre a los campos de posibilidades de la realidad, articula los procesos reales considerados de acuerdo a la necesidad de concreció y es sugerida por las fuerzas sociales concurrentes como alternativas de la praxis.
El debate está planteado: frente a una práctica apropiadora-simbolizadora de la realidad, de acuerdo al procedimiento de la mathesis (analítica), se opone la práctica transformadora-simbolizadora de la realidad con arreglo al procedimiento social articulador (dialéctica) de los procesos existentes en un espacio concreto histórico cultural. La llamada “ciencia experimental” ha procedido de la siguiente manera:
1) Ha aislado sus objetos de estudio del contexto histórico-social donde éstos se dan de manera objetiva;
2) Ha descompuesto sus objetos de estudio en unidades de análisis elementales desarticuladas entre sí;
3) Ha contrastado sus hipótesis empíricas individualizadas en relación a las unidades de análisis convertidas en variables;
4) Una vez que deductivamente ha encontrado un supuesto espcio investigable, ha intentado generalizar sus descubrimientos al espacio real.
Dentro de esta estrategia metodológica, los datos y los indicadores juegan un papel fundamental: son los hechos experimentales que validan o invalidan una forma de conocimiento. Pero, ¿qué recortan los datos y los indicadores experimentales de la realidad física y social estudiada?. ¿Una variable aislada puede representar objetivamente al conjunto de procesos que concurren en la formación constitutiva de un fenómeno? Para Hugo Zemelman, esta variable forma parte como signo de un discurso social que representa un modo de percepción del mundo; estamos, pues, ante la constitución sólida de una ideología, en el sentido de una forma de conciencia social relativa a su historicidad concreta. La episteme del racionalismo ha dado lugar al ordenamiento de esta forma de conocimiento científico de la sociedad burguesa. Esta ha logrado legitimar su ubicación en el mundo mediante la verificación de sus observaciones.
Zemelman se refiere a esta experiencia normativa del siguiente modo: “Lo anterior permite formular una primera conclusión: los diagnósticos normativos recortan a la realidad con base en fragmentos cuyas relaciones se establecen y justifican por el solo hecho de ser detectados paralelamente en un momento dado del tiempo y del espacio, esto es, por criterios de ‘isocronotopía’ (igualdad de tiempo y espacio). Como corolario podríamos decir que en este tipo de diagnóstico hay una reconstrucción del contexto identificada con la agregación de información posible de sistematizarse y resumirse, y no una reconstrucción crítica basada en la forma específica en que los diversos planos de la realidad se articulan en un espacio y tiempo determinados”.
La fragmentación y la agregación de información son posibles a partir de una práctica experimental separadora y aisladora de recortes regulares (lógicos): recortes que logran descontextuar los datos y los indicadores del ambiente en el que se dan, convertidos en variables componentes de funciones matematizables, y recortes que escapan a toda determinación histórica. Así, de esta manera, el conocimiento externo es posible; el logos ha abolido la concreción y ha exilado la praxis social a la condena de una existencia externa e irracional.
¿Qué es aquello de reconstrucción articulada?: “Desarrollando con detenimiento el planteamiento de la articulación, en combinación con los recortes de realidad, es posible distinguir tres planos distintos e interrelacionados de la realidad como articulación, que sirven en conjunto como claves reconstructivas, tanto de la realidad misma, como de los recortes practicados por un modelo de indicadores”. Los planos de referencia definen las siguientes alternativas de articulación:
a) la reconstrucción articulada de espaciamientos reales, como el espaciamiento económico, político, cultural, lingüístico, etcétera.
b) la reconstrucción articulada espacio-temporal como las vinculaciones macro-micro, periodo-coyuntura, secuencia-momento, proceso-estructura, presente-apertura y otras.
c) la reconstrucción articulada de “la dialéctica praxis-estructura”, como la de los sujetos productivos-relaciones sociales de producción, cognición-realidad objetiva apropiada, sujeto activo-fuerzas sociales, sujeto insurgente-conciencia política, etcétera.
Estas alternativas reconstructivas se comportan como los parámetros configurantes de “conexiones y mediaciones” teóricas, que pueden permitir la organización de indicadores concretos.
“Este primer plano de articulación plantea, tanto para un estudio de coyuntura (articulación vertical) como para un estudio de secuencia (articulación longitudinal) la necesidad de establecer las conexiones y mediaciones teóricas necesarias los diferentes recortes de realidad de los conceptos-indicadores. Esto bajo el supuesto de que la realidad en su articulación es transitiva y no fragmentaria”. Podemos decir que la complicidad de “los recortes de realidad” compromete toda percepción-cognición de los procesos a armar, a través de las mediaciones correspondientes, en una reproducción explicativa articulada de los mismos.
En otras palabras, no se puede desligar un indicador —la tasa bruta de mortalidad— de las condiciones objetivas y de las acciones sociales que “trabajan”, por así decirlo, la sincronización de procesos que son leídos por el indicador. Si en Bolivia, por ejemplo, la tasa de mortalidad bruta que se maneja el año 1985 es de 12 muertos anuales por cada mil habitantes en el área urbana —mientras que para el área rural la tasa calculada es del orden de 18 muertes anuales por cada mil habitantes— estos números índices terminan formando relaciones aritméticas entre proporciones de acontecimientos demográficos, sin que estas relaciones nos digan nada acerca de cómo ocurre un fenómeno social como el de la muerte en los espacios rural urbanos de una ubicación político-espacial como Bolivia. Es, pues, indispensable rescatar a los números índices del mutismo al que han sido condenados por interpretaciones “fragmentarias” y “agregacionistas”; es decir, se trata de rescatarlos de Una percepción limitante como la que reduce la praxis a la práctica, los procesos a los hechos, lo posible a lo probable.
Articular las condiciones económico-sociales, rural urbanas y las acciones sociales constitutivas de los sujetos masa al espacio métrico del indicador es más que necesario para poder organizar la información y la cognición desde la perspectiva de la praxis. El desarrollo del minifundio, la pauperización de la tierra, el proceso de proletarización, la velada tributación campesina a la “sociedad urbana” —a través de la conversión de los productos agrarios en mercancías, por medio de la “transferencia” de valores que se efectúa en la determinación de bajos precios para la producción campesina— forman parte como conjunto de procesos concatenados de las condiciones objetivas que condicionan el índice de mortalidad en las zonas rurales. De otra parte, también hay que considerar las acciones del sujeto campesino, por ejemplo la defensa de los sindicatos de la vida en el agro, como fuerzas que intervienen en las posibilidades de modificación tanto de las condiciones como de los resultados coyunturales de la muerte. En conclusión, no se puede descontextuar un indicador debido a que éste expresa la medida de la magnitud de una fuerza en un momento dado; fuerza que a su vez resulata de la articulación de un conjunto de procesos integrados de modo condicional, articulados a las acciones constitutivas de los sujetos.
Retomando el ejemplo anterior, en un caso regional más específico, podemos decir que cuando nos referimos a la tasa de mortalidad regional en el departamento de Potosí (Bolivia) para 1985 se utiliza un indicador demográfico obtenido del censo de población de 1976, dando como resultado 30 muertes por cada mil habitantes. Sin embargo, esta medida debe primero retrotraerse a su momento, ya que se asocia con un nivel de producción agrícola como es el rendimiento de la producción de tubérculos de aproximadamente 12 465 kilogramos por hectárea; pero a este dato contextual debe añadirse que apenas el 1% de la tierra regional es cultivada (1 242 km2). Sin embargo, aquí no acaba la cuenta, ya que podemos seguir extendiendo el renglón de números índices comprometidos con esta realidad determinada. Por ejemplo, detallar que más del 76% de la población rural es trabajadora por cuenta propia; en otras palabras, que es propietaria minifundista, lo que como hecho plantea una red de relaciones sociales que dan cuenta de la complejidad del contexto (8 557 obreros agrarios, 402 empleados, 47 282 trabajadores familiares no remunerados, 181 000 trabajadores por cuenta propia y 186 patrones). Esto permite que otros datos, como son la baja productividad agrícola, se hagan más comprensibles a través de la “rejilla” de esta red de relaciones sociales. Cabe también mencionar el carácter paternal del Estado en relación a los campesinos, desarrollado a partir de la reforma agraria (1953) así como la función del caciquismo en los sindicatos campesinos de entonces.
Todos estos procesos formativos conforman el contexto espacio-temporal de aquella sincronía conceptuada como fuerza de la muerte —en la medida de la tasa de mortalidad captada el año 1976—. Desde esta percepción es posible asumir la posición del texto de Zemelman de estructurar un referente a partir del encuentro articulado entre el momento (dialéctica coyuntura-secuencia) la dimensión espacial (dialéctica macro-micro) los recortes de la realidad (dialéctica percepción-cognición) y la praxis de las fuerzas social (dialéctica apropiación-transformación).
Pero, ¿qué es el concepto-indicador nombrado por Zemelman? No se trata de un indicador que sea el resultado de la agregación o el resumen de otros números índices; tampoco de una función que derive en una medida. Al contrario, se trata de una métrica subordinada a un conjunto de fuerzas que cristalizan y descristalizan en un tiempo: un conjunto de fuerzas sintetizadas en la sincronía de una fuerza en un momento (la fuerza de la muerte en un momento y en un contexto regional determinado); fuerza que significa la intensidad de un proceso tanto como la densidad de una estructura (estructura demográfica, peso de la muerte a determinadas edades, en regiones circunscritas y clases sociales específicas). Fuerza que connota la negatividad o la positividad de una apertura —la fuerza de la muerte frente al crecimiento social, el desarrollo de las fuerzas productivas, la socialización de la propiedad—. Se trata, pues, de la configuración posible de lo potencial en proceso: conocer para transformar.
“El indicatum o realidad -dice Zemelman— como ya se ha señalado anteriormente es un complejo de procesos que requieren ser sometidos a una reconstrucción. Esta reconstrucción debe respetar la especificidad de cada uno de los procesos, para lo cual debemos estar alerta acerca de que la relación a establecer con la realidad pueda estar teóricamente encuadrada (diagnósticos normativos); o bien, responder a una aprehensión racional abierta a las determinaciones específicas de lo concreto”.
En relación al indicatum, se sugiere tejer una red representativa de los procesos, red que debe expresarse en el concepto-indicador; en consecuencia, así como podemos referirnos al concreto-abstracto como estructura significativa de categorías articuladas, podemos también hablar del concepto-indicador como de una estructura indicativa que articula indicaciones, de acuerdo a la presencia concreta de la sincronía que quiere figurar. Nuevamente, volviendo al ejemplo que mencionamos más arriba, las 18 muertes anuales por cada mil habitantes, señaladas como indicador para la región rural de Bolivia el año 1985, deben articularse a otras indicaciones —además de considerar la vigilancia epistemológica al proceso constructivo de los datos— como el nivel de productividad agraria, la situación de la tenencia de la tierra en el campo, la intensidad de la participación de los sujetos campesinos constituidos en la transformación de su realidad, etcétera. Red de indicaciones que conforma la textura del concepto-indicador, y debe ser revisada de acuerdo con la relación de especificidad que establecen los indicadores con el recorte de realidad que caracterizan.
Así, por ejemplo, si consideramos la intensidad de la muerte anual, 18 por mil habitantes, en singular relación con la velocidad de despoblamiento rural anual (tasa neta de migración anual = -10.98 por cada mil habitantes) debemos sospechar que la cinética demográfica espacial y la fuerza de la muerte no son separables como indicadores analíticos, pues están sostenidos, por así decirlo, por el contexto coyuntural rural relacionado con las condiciones específicas objetivas y las fuerzas sociales existentes en el momento.
La fuerza de la muerte y la velocidad demográfica cinética están comprometidas con su momento de encuentro que se somete a la apertura de los procesos. Este momento puede configurarse por una textura de indicaciones correlacionadas por categorizaciones especificadoras que, a su vez, estructuran un sistema significativo, una concreción de sentido. Esta es la razón por la que se puede hablar de concepto-indicador.
Una estructura de indicaciones así obtenida se cimenta en un sistema de categorías que dan lugar al sentido de apertura buscado en la descomposición de los indicadores analíticos y en la construcción de configuraciones indicativas totalizantes.
Notas al pie
* Maestro de demografía de El Colegio de México. Se desempeña actualmente como profesor en la Universidad de San Andrés, La Paz, Bolivia.