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2. Características sociodemográficas de las unidades domésticas

A) Consideraciones generales

Las características de composición de parentesco y tamaño son las más frecuentemente analizadas en la literatura afin al describir la estructura de los hogares y su evolución a través del tiempo y del espacio. Estas características adquieren importancia en nuestro análisis para conocer la estructura interna de las unidades en un momento en el l tiempo y no para dilucidar la problemática de la transformación de los tipos de hogar a lo largo del proceso de cambio de la sociedad, como a veces suele hacerse en algunos trabajos (Levy, 1965; Burch, 1967).1 Para nosotros, como dijimos, la relevancia de estas características proviene del impacto que puedan tener sobre la participación de los miembros del hogar en la actividad económica.

En lo que se refiere a las características del jefe, a menudo se utiliza su edad como una aproximación al concepto del ciclo vital, uno de los más antiguos e importantes en los campos de la sociología y la demografía de la familia. Como dice Kono, “la idea básica (de ciclo vital) es que las familias pasan a través de una secuencia de estadios característicos, tales como el matrimonio, el nacimiento de los hijos, el lanzamiento de los hijos hacia sus respectivos matrimonios, el estadio ‘post-hijos’, y la disolución de la familia por la muerte de uno de los cónyuges. Para cada estadio el tamaño y la composición sufren transformaciones que tienen amplios efectos sociales y económicos en áreas como la vivienda, los patrones de consumo y ahorro, la actividad económica femenina y el bienestar social, que requieren ajustes por parte de los individuos”. (Kono 1977, p. 356).

Las limitaciones de esta forma de conceptualizar el ciclo vital de la familia (principalmente operacionalizado por Glick, 1947; Glick y Parke Jr. 1965) han sido señaladas por el mismo Kono (1977). El plantea que el esquema:

1. supone una experiencia nuclear y excluye la posibilidad de familias extendidas;

2. implica que todas las familias completan la totalidad del ciclo antes de morir uno de los cónyuges. Se olvida la posibilidad de divorcio o muerte antes de ese momento;

3. subraya el supuesto de la familia con hijos por oposición a las parejas que no desean o no pueden tenerlos, las cuales llegan a constituir un número importante en algunos países (Japón, 1970, por ejemplo; véase Kono, 1977, pp. 358-359). Asimismo, deja de lado la posibilidad de hogares con jefes sin cónyuge y sin hijos (véase más adelante la definición de unidades “sin componente nuclear”).

Debido a las dificultades que acarrea poner en práctica el esquema analizado para diferenciar las familias por ciclo vital, sobre todo en países que no necesariamente se caracterizan por un predominio casi absoluto de familias nucleares y que no cuentan con información estadística detallada, se recurre entonces a la edad del jefe de la familia como una aproximación al ciclo vital. (Cabe aclarar que en muy pocos casos se establecen equivalencias entre los tramos de edad que se escogen y las etapas del ciclo considerado, cualquiera que sea la forma de conceptualizarlo. Glick 1947 constituye una excepción en este respecto.) A pesar de ser muy burdo, este indicador ha probado ser una aproximación útil al concepto del ciclo vital de la familia y se relaciona de manera importante con las características de tamaño y composición, (Véase por ejemplo, Van der Tak y Gendell, 1973; Pantelides, 1976; Lira, 1976; y 1976a; Lopes, 1976; Glick, 1977).

La edad de la madre también en utilizada como indicador del ciclo vital, sobre todo en investigaciones antropológicas, y, por supuesto, cuando se cuenta con información apropiada pueden construirse indicadores que se aproximan de manera más fidedigna al concepto en cuestión (algunas veces se recurre a la edad de los hijos más pequeños -Recchini, 1979-, en ocasiones combinada con la edad del jefe del hogar -Schmink, 1979). No obstante, es cierto que aun los mejores indicadores no parecen captar de manera adecuada la realidad de las unidades no nucleares, limitación que tal vez está presente, como vimos, en el propio concepto de ciclo vital.

Nosotros partimos del indicador menos refinado: la edad del jefe del hogar.2 Pero escogemos la estrategia de especificar a través del análisis, en vez de asumir a priori, las relaciones que este indicador del ciclo vital mantiene con otras características de los hogares y que resultan claves para entender la participación económica de sus integrantes. Así, en el presente capítulo se analizan las interrelaciones entre el ciclo vital, el tamaño y la composición de parentesco de las unidades domésticas dirigidas por hombres o por mujeres; en el capítulo IV se especifican las mismas interrelaciones, pero incorporando al análisis la situación de clase del jefe del hogar. Por último, en el capítulo V se agrega al análisis la composición de los hogares por edad de sus integrantes, aspecto que nos aproxima a la noción de disponibilidad de mano de obra y número de miembros dependientes con que cuentan las unidades domésticas.

Con respecto al sexo del jefe, existen numerosas evidencias acerca de la importancia de incluirlo en una caracterización de unidades domésticas (Van der Tak y Gendell, 1973; Pantelides, 1976; Lopes, 1976; Glick, 1977). En las unidades dirigidas por mujeres, por lo general no existe cónyuge y su composición de parentesco se aleja con frecuencia del modelo nuclear que contempla sólo la existencia de hijos solteros en el hogar.

La permanencia de este tipo de unidades en una sociedad determinada ha llevado a diversas interpretaciones. Por ejemplo, en el caso de ciudades de países en desarrollo se afirma que su presencia evidencia el “atractivo especial que tiene para las mujeres la economía citadina dominada por los servicios, y también el status desventajoso de las mujeres en una sociedad donde la unión consensual (y más el apareamiento casual) está todavía diseminada” (Van der Tak y Gendell, 1973, p. 322). Por oposición al planteamiento anterior, en países como Estados Unidos el aumento reciente de unidades domésticas dirigidas por mujeres ha sido interpretado como un efecto de las crecientes tasas de divorcio, la disminución de nuevos matrimonios y los descensos en los niveles de fecundidad que han hecho mayormente posible que la joven madre mantenga una vivienda separada (Glick, 1977).

En la línea de interés de la presente investigación, también existe suficiente evidencia de que los hogares dirigidos por mujeres se caracterizan por arreglos de participación económica distintos a los que predominan entre los hogares con jefes hombres, particularmente en lo que se refiere a la participación económica femenina (Lopes, 1976).

B) El caso de México

Las tendencias que presentan para el caso del país o de la capital las características mencionadas con anterioridad son casi desconocidas. Apenas si se cuenta con alguna evidencia parcial en lo que toca al tamaño de los hogares.3 Según los datos censales, el tamaño medio de la familia fue en continuo aumento hasta 1960: 4.1., 4.5, y 5.4 para el país y 3.4, 4.2 y 5.3 para el Distrito Federal en 1940, 1950 y 1960 respectivamente. (Nótese que la distancia que separa al D.F. del país en su conjunto se acorta a medida que pasan los años). No obstante, en el decenio 1960-1970 la tendencia se revierte y las cifras de tamaño medio bajan al nivel de 4.9 para el país y 4.6 para el Distrito Federal.

Desafortunadamente, debido al procedimiento censal en el caso de México, no es posible establecer comparaciones entre las cifras citadas j en el párrafo anterior y la información que usualmente se recolecta al respecto en el nivel internacional (Burch 1967; Burch, Lira y Lopes, 1976). Los censos, en nuestro caso, definen familias censales dentro de las viviendas; éstas están constituidas por los núcleos conyugales y las personas que pueden existir a su alrededor, siempre que no constituyan a su vez otro núcleo familiar conyugal.4 Estas familias censales, como es posible deducir, es muy probable que tengan un tamaño promedio menor que los hogares o familias definidos conforme a las recomendaciones internacionales (conjunto de personas que habitan una vivienda, y que, estando o no unidas por lazos de parentesco, comparten un presupuesto común).

Además del problema de comparabilidad, no son confiables, a nuestro juicio, las tendencias descendentes que presentan lo datos que se han venido analizando. Hasta 1970, por lo menos, ni la fecundidad comenzaba a descender de manera apreciable, ni se contaba con alguna evidencia importante en el sentido de que los niveles de mortalidad fuesen en ascenso, o de que la edad al casarse fuera cada vez menor. Estos tres factores que, entre otros, pueden hacer descender el tamaño medio de la familia si cambian en la dirección señalada, mostraban más bien signos confiables de permanecer constantes (fecundidad) o de moverse en sentido inverso al señalado (mortalidad y edad al casarse). (El Colegio de México, 1970; Quilodrán, 1979).

En vista de la precariedad que caracteriza la información existente para el caso de México, consideramos necesario proponerse como objetivo realizar un análisis del tamaño y composición de los hogares, a partir de información especial proveniente de nuestra encuesta de viviendas (véase el apéndice metodológico).

Notas al pie

1 El argumento sostenido en este tipo de interpretación es que se parte de familias pequeñas y con escasas alternativas de composición más allá de la nuclear (uno o ambos padres con hijos solteros), debido a los altos niveles de mortalidad imperantes en las sociedades escasamente desarrolladas. Luego, se plantea la existencia de un período de transición donde puede darse la posibilidad de familias de tamaño grande, pero debido principalmente a la mayor sobrevivencia de los hijos (Burch, 1967). Esto es factible gracias al descenso de los niveles de mortalidad producido por la incorporación de tecnología médica y sanitaria avanzada en los países en desarrollo. Por último, se alcanza el punto de partida de familias pequeñas y nucleares en sociedades ya desarrolladas, principalmente por medio del descenso de los niveles de fecundidad.

2 No elegimos la edad de la madre pues ésta no siempre está presente en la unidad. Este es el caso, en las unidades dirigidas por hombres, de las nucleares extendidas y compuestas incompletas, y de los hogares denominados “sin componente nuclear” (véase cuadro III-1).

3 Por supuesto, existen líneas de investigación muy ricas en este respecto en lo que toca al análisis antropológico de comunidades y de barrios urbanos, así como de unidades domésticas campesinas. No obstante, la perspectiva sociodemográfica en este campo aún no ha sido suficientemente desarrollada. Entre los trabajos pioneros en este sentido tenemos: Leñero, 1968 y 1976; Nolasco, 1977.

4 “Familia censal es el conjunto de personas que, unidas o no por parentesco, hacen vida en común bajo un mismo techo, en torno aun núcleo familiar conyugal. Por lo tanto, la familia censal comprende además de los jefes, las esposas(os) o compañeras(os) y los hijos, a las personas con otro parentesco y a las personas sin parentesco, siempre y cuando éstas vivan en la misma vivienda que los primeros y no formen a su vez otro núcleo familiar conyugal, en cuyo caso se considerarán como otra familia en la vivienda” (véase Censos de Población, Dirección General de Estadística, México)

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