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El racismo, una causa encubierta1

Deisy Toussaint

La dictadura de Rafael L. Trujillo en República Dominicana duró desde 1930 hasta su ajusticiamiento en 1961 y es dentro de este período cuando se implanta el racismo de Estado sustentado por uno de los pilares de la ideología trujillista: el antihaitianismo— reflejado en el vehemente intento de “blanquear” la raza, desarrollando sin recato una política xenófoba. Sin embargo, y para desgracia del tirano, por mucho que se empolvara el rostro, lo cierto es que su abuela materna era haitiana a quien de alguna manera negó ignorando su existencia, razón por la que solo exaltaba los apellidos Trujillo y Molina que le acreditaban la pureza española.

Sería difícil determinar los motivos reales que le llevaron a dar luz verde para ejecutar la masacre de 1937. Hay quien sustenta que fueron las tiranteces con su homólogo Stenio Vincent, algunos argumentan que fue la imprecisión de la línea fronteriza, otros las constantes denuncias de robo de ganado en el área y otros, todas juntas, pero nadie duda que una orden así solo podría haberla dado un hombre violento, racista y vengativo.

Durante el otoño de aquel funesto año, militares, policías y convictos autorizados, mataron a cuchilladas, hachazos y machetazos a un número indeterminado de personas (entre diez y treinta mil) quienes vivían en la zona fronteriza. De la cantidad exacta no se tiene precisión, muchos fueron asesinados en el mismo lugar donde los encontraban, otros fueron llevados a zonas aisladas para asesinarlos en masa e incluso hubo grupos que fueron lanzados al mar ¿Su delito? Ser haitianos en territorio dominicano.

No hubo piedad con ancianos, mujeres o niños, ni siquiera con muchos dominicanos también negros y pobres, que fueron confundidos por no pronunciar a tiempo la palabra “perejil”, recurso usado por los custodios para diferenciar a los negros haitianos de los negros dominicanos, por la tendencia que existe en el idioma Kreyòl de pronunciar la “R” como la “L”. Es por eso que este episodio pasó a la historia como La Matanza del Perejil.

Una multitud de cuerpos mutilados fueron arrojados a lo largo del río Masacre, frontera natural entre los dos países y escenario de antiguas disputas entre las colonias, francesa y española, en otras épocas.

A partir de este genocidio se recrudecen las relaciones entre Haití y la República Dominicana y toman un rumbo incierto los vínculos de vecindad, provocando unas consecuencias que aún tienen vigencia.

Durante las tres décadas de dictadura trujillista y lamentablemente hasta nuestro tiempo, se ha insistido en estimular una cultura de odio entre ambos pueblos. A pesar de que Haití es uno de los socios comerciales más importantes de la República Dominicana, existen desafortunadamente sectores políticos y económicos que promueven el racismo, alegando siempre una supuesta invasión, anexión o fusión orquestada desde la sombra por ciertas potencias. Por otro lado, no faltan los medios de comunicación sensacionalistas que tratan de contagiar su indignación con esperpénticas posturas frente a una invasión más propia de la ficción que de la realidad, creando un discurso saturado de rancio ultranacionalismo. 

Muchos años después de la matanza, un grupo de intelectuales de la diáspora dominicana en Estados Unidos, ha venido realizando en Dajabón (frontera domínico-haitiana), un evento llamado Frontera de Luz, que cada año, entre finales de septiembre y principios de octubre, conmemora el lamentable suceso histórico conocido como la Masacre de Perejil.

Frontera de Luz incluye a artistas, activistas, estudiantes, padres de familias, maestros y religiosos que se integran en las dos jornadas de trabajo comunitario que se desarrolla en las ciudades fronterizas de Dajabón y Ouanaminthe en memoria de las víctimas de una tragedia apenas recordada en la lista de los grandes genocidios del siglo XX. La Frontera de Luz busca resucitar la historia olvidada del intercambio cultural, económico y la solidaridad de ambos pueblos fronterizos que la masacre y la campaña anti-haitiana gubernamental, ha intentado borrar.2

Entre las personalidades destacadas que apoyan este proyecto y asisten a la conmemoración se encuentran la autora y activista, Julia Álvarez, y Edward Paulino, historiador y profesor universitario, junto a descendientes de haitianos y dominicanos de la diáspora, así como a activistas que se reúnen para denunciar las injusticias que todavía hoy sufren dominicanos de ascendencia haitiana.

La actividad se inicia con el trabajo comunitario en el que los voluntarios participan en proyectos de embellecimiento de parques y con exhibiciones artísticas. En la noche, se lleva a cabo una misa en memoria de las víctimas de la masacre dentro del ámbito del más importante acto de colaboración y solidaridad fronteriza. Para el segundo día, se continúan desarrollando los proyectos de embellecimiento en los parques de Dajabón y Ouanaminthe. Al mismo tiempo, se realiza una exhibición cultural interactiva; y en la noche, las comunidades de ambos lados de la frontera participan en una emotiva vigilia marchando con antorchas y velas encendidas, para confluir justo en el río que divide los dos países en lo que se conoce como “Frontera de Luces”.

Cynthia Carrión, una de las organizadoras de esta actividad, manifiesta que "estos eventos no solo tienen el objetivo de recordar a las víctimas de la masacre, sino también de alumbrar las injusticias actualmente en curso, sufridas por los descendientes de haitianos en la República Dominicana".

Haciendo un poco de historia sobre las relaciones entre las naciones que comparten la misma isla, cabría recordar que en su política expansionista y hegemónica, los Estados Unidos de Norteamérica invadieron Haití en 1915 y la República Dominicana en 1916 y—para rentabilizar su operación comercial—recurrieron a la explotación de los ingenios azucareros dominicanos, trabajados fundamentalmente con mano de obra haitiana, con la finalidad de abastecer a la vieja Europa que, enzarzada en la Primera Guerra Mundial, había dejado de producir remolacha azucarera. Mucha de esa mano de obra se asentó en territorio dominicano y sus descendientes nacidos y criados en República Dominicana fueron reconocidos como dominicanos.

Pero en 2007, el Estado dominicano, a través de la Junta Central Electoral (JCE), inició la negación de cédulas de identidad y actas de nacimiento. Documentos esenciales para estudiar, trabajar, cotizar en la seguridad social o solicitar un pasaporte.

A partir del 2011, un grupo de dominicanos descendientes de haitianos se organizó en un movimiento llamado Reconoci.do para exigirle al Estado la restitución de su derecho a la nacionalidad.

En septiembre del 2013, el Tribunal Constitucional (TC) dominicano, emitía la Sentencia 168-13 en la que perdían la nacionalidad todos los nacidos de padres con estatus migratorio en “tránsito” entre 1929 y 2007, dejando en un limbo legal a más de 250,000 personas que veían cómo, de un día para otro, perdían su nacionalidad convirtiéndose en apátridas.

La decisión del TC generó una generalizada indignación internacional, al tiempo que provocaba una división en la opinión pública nacional, tanto en la prensa con opiniones encontradas a favor y en contra, así como a través de pronunciamientos en personalidades que desde diferentes ámbitos hacían lo propio.

El escritor y ganador del premio Nobel, Mario Vargas Llosa, publicó en ese tiempo el artículo “Los Parias del Caribe,” en el periódico español El País, en alusión a dicha sentencia, aplaudido por los sectores progresistas y demonizado por los ultranacionalistas.

En la República Dominicana se creó una alianza de “defensores de la patria” que apoyaban a ultranza la Sentencia 168-13, como la Red Nacional por la Defensa de la Soberanía, quienes abogaban por la expulsión del país de los afectados; sin embargo, en sentido contrario se crearon otros en apoyo a los perjudicados, como el Comité de Solidaridad con Desnacionalizados dirigidos por intelectuales y artistas criollos.

Luego de la presión nacional e internacional, el presidente Danilo Medina se vio obligado a buscar una salida legislativa para atender la demanda de los dominicanos de ascendencia haitiana. En julio del 2014 entró en vigencia la Ley 169-14 que en teoría era devolver los documentos a los desnacionalizados por la Sentencia 168-13, decisión que si bien se inició, no se cumplió en su totalidad.

Para crear un buen ambiente de colaboración entre ambos pueblos, habría que comenzar por cambiar la cultura inculcada de que Haití representa el atraso, y cambiar, además, el discurso del periodismo radical que fomenta abiertamente el racismo. Por fortuna y en contraposición, cada vez se siente más el peso de comunicadores progresistas comprometidos con la justicia y la causa social.

Las relaciones mejorarán cuando se entienda que ya no corren buenos tiempos para rancios ultranacionalismos. Es necesario conocer la historia de ambos pueblos, sus realidades, sus costumbres, sus culturas, su arte; en suma, las ricas identidades de dos pueblos hermanos que comparten la misma isla.

Y esperemos que debacles como la masacre de 1937 y la desnacionalización de sus descendientes en el 2013 no vuelvan a escribirse en la historia con la pluma del racismo.

Notas

1. Deisy asistió a Frontera de Luces en 2017. Vea su reportaje aquí: https://youtu.be/oDiIKwB6Yps

2. Esta cita es de la página de web de Frontera de Luces: www.borederoflights.org

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