Portada Sinopsis Portadilla Cita Prólogo La educación como acoso a la vitalidad La «pedagogía neg... more Portada Sinopsis Portadilla Cita Prólogo La educación como acoso a la vitalidad La «pedagogía negra» ¿Existe una «pedagogía blanca»? El último acto del drama mudo: el mundo está horrorizado Introducción La guerra de exterminio contra el propio Yo La infancia de Adolf Hitler: del horror oculto al horror manifiesto Jürgen Bartsch: una vida observada retrospectivamente Consideraciones finales En el camino hacia la reconciliación: miedo, ira y duelo, pero no sentimientos de culpa También la crueldad no intencionada hace daño Sylvia Plath y la prohibición de sufrir La ira no vivida El permiso de saber Epílogo Epílogo a la segunda edición Epílogo a la tercera edición El muchacho: ¿De dónde vienen los niños, querido preceptor? El preceptor: Crecen en el vientre de su madre. Cuando han crecido tanto que ya no tienen cabida en el vientre, las madres deben expulsarlo, más o menos como cuando hemos comido mucho y vamos luego al retrete. Pero a las mamás les hace mucho daño. El muchacho: ¿Y entonces nace el bebé? El preceptor: Sí. El muchacho: Pero ¿cómo entra el niño en el vientre de su madre? El preceptor: No se sabe; solo se sabe que crece en el interior. El muchacho: Es muy raro. El preceptor: Pues no, precisamente no lo es. Mira ese bosque que ha crecido allí. Nadie se extraña al verlo, pues todos sabemos que los árboles crecen de la tierra. Del mismo modo, ningún ser pensante se extraña de que los niños crezcan en el vientre de su madre. Pues siempre ha sido así, desde que hay hombres en la Tierra. El muchacho: ¿Y las comadronas tienen que estar presentes cuando nace un niño? El preceptor: Sí, precisamente porque las madres sienten tantos dolores que no pueden valerse por sí solas. Y como no todas las mujeres son tan duras de corazón y valerosas para atender a otras que han de soportar tantos dolores, en cada lugar hay mujeres que, a cambio de una remuneración, se quedan con las madres hasta que pasen los dolores. Exactamente como las mujeres que preparan y lavan a los muertos; pues lavar y vestir o desvestir a un muerto es un oficio que tampoco a cualquiera le gusta ejercer, y la gente lo hace por dinero. El muchacho: Pues me gustaría asistir al nacimiento de un niño. El preceptor: Si quieres hacerte una idea de los dolores y de la aflicción de las madres, no necesitas estar ahí cuando nacen los niños, pues raras veces se puede presenciar una cosa así, ya que ni las mismas madres saben en qué cuarto de hora les empezarán los dolores. Iré más bien contigo a casa del consejero áulico R. cuando tenga que amputar una pierna a algún paciente o sacarle una piedra del cuerpo. Esos pacientes gimen y lloran exactamente como las madres que dan a luz (...). El muchacho: Mi madre me dijo hace poco que la comadrona sabe en seguida si un recién nacido es niño o niña. ¿Cómo puede averiguarlo? El preceptor: Te lo diré. Los niños son, en general, mucho más anchos de espaldas y de huesos más fuertes que las niñas: pero lo primordial es que las manos y los pies de un niño son siempre más anchos y toscos que las manos y los pies de una niña. Basta con que mires, por ejemplo, la mano de tu hermanita, que es casi año y medio mayor que tú. Tu mano es mucho más ancha que la suya, y tus dedos son más gruesos y carnosos. Por eso parecen más cortos, aunque en realidad no lo son.
Portada Sinopsis Portadilla Cita Prólogo La educación como acoso a la vitalidad La «pedagogía neg... more Portada Sinopsis Portadilla Cita Prólogo La educación como acoso a la vitalidad La «pedagogía negra» ¿Existe una «pedagogía blanca»? El último acto del drama mudo: el mundo está horrorizado Introducción La guerra de exterminio contra el propio Yo La infancia de Adolf Hitler: del horror oculto al horror manifiesto Jürgen Bartsch: una vida observada retrospectivamente Consideraciones finales En el camino hacia la reconciliación: miedo, ira y duelo, pero no sentimientos de culpa También la crueldad no intencionada hace daño Sylvia Plath y la prohibición de sufrir La ira no vivida El permiso de saber Epílogo Epílogo a la segunda edición Epílogo a la tercera edición El muchacho: ¿De dónde vienen los niños, querido preceptor? El preceptor: Crecen en el vientre de su madre. Cuando han crecido tanto que ya no tienen cabida en el vientre, las madres deben expulsarlo, más o menos como cuando hemos comido mucho y vamos luego al retrete. Pero a las mamás les hace mucho daño. El muchacho: ¿Y entonces nace el bebé? El preceptor: Sí. El muchacho: Pero ¿cómo entra el niño en el vientre de su madre? El preceptor: No se sabe; solo se sabe que crece en el interior. El muchacho: Es muy raro. El preceptor: Pues no, precisamente no lo es. Mira ese bosque que ha crecido allí. Nadie se extraña al verlo, pues todos sabemos que los árboles crecen de la tierra. Del mismo modo, ningún ser pensante se extraña de que los niños crezcan en el vientre de su madre. Pues siempre ha sido así, desde que hay hombres en la Tierra. El muchacho: ¿Y las comadronas tienen que estar presentes cuando nace un niño? El preceptor: Sí, precisamente porque las madres sienten tantos dolores que no pueden valerse por sí solas. Y como no todas las mujeres son tan duras de corazón y valerosas para atender a otras que han de soportar tantos dolores, en cada lugar hay mujeres que, a cambio de una remuneración, se quedan con las madres hasta que pasen los dolores. Exactamente como las mujeres que preparan y lavan a los muertos; pues lavar y vestir o desvestir a un muerto es un oficio que tampoco a cualquiera le gusta ejercer, y la gente lo hace por dinero. El muchacho: Pues me gustaría asistir al nacimiento de un niño. El preceptor: Si quieres hacerte una idea de los dolores y de la aflicción de las madres, no necesitas estar ahí cuando nacen los niños, pues raras veces se puede presenciar una cosa así, ya que ni las mismas madres saben en qué cuarto de hora les empezarán los dolores. Iré más bien contigo a casa del consejero áulico R. cuando tenga que amputar una pierna a algún paciente o sacarle una piedra del cuerpo. Esos pacientes gimen y lloran exactamente como las madres que dan a luz (...). El muchacho: Mi madre me dijo hace poco que la comadrona sabe en seguida si un recién nacido es niño o niña. ¿Cómo puede averiguarlo? El preceptor: Te lo diré. Los niños son, en general, mucho más anchos de espaldas y de huesos más fuertes que las niñas: pero lo primordial es que las manos y los pies de un niño son siempre más anchos y toscos que las manos y los pies de una niña. Basta con que mires, por ejemplo, la mano de tu hermanita, que es casi año y medio mayor que tú. Tu mano es mucho más ancha que la suya, y tus dedos son más gruesos y carnosos. Por eso parecen más cortos, aunque en realidad no lo son.
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