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(PDF) Federico García Lorca, Muerte y Memoria
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Federico García Lorca, Muerte y Memoria

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Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura.

Lorca - 1 FEDERICO GARCÍA LORCA, MUERTE Y MEMORIA* Santos Juliá Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos. Federico García Lorca, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, 1935. En uno de esos grandes titulares que han acabado por imponerse en la prensa española desde los primeros años de este siglo XXI, alguien preguntaba hace tres meses: “¿Y ahora dónde estás, Federico?”. La autora del reportaje hablaba en tiempo presente: Federico no está allí, lamentaba, lo mismo que el ex presidente de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica de Granada. Mientras tanto, el historiador que tanto trabajo ha dedicado a documentar hasta el último detalle de su muerte y que había creído, por la confesión de un testigo desinteresado, tener perfectamente localizado el lugar de su enterramiento confesaba sentirse enfermo y temía perder su salud mental si el poeta no aparecía. No faltó a esta cita de voces la del presidente de la Asociación de la Memoria Histórica que, olvidándose de los derechos de los familiares en cuyo nombre dice proceder a la exhumación de cadáveres de las víctimas, arremetía una vez más contra los Lorca -sin ellos, “sin los Lorca”, decía, ya habría aparecido- a la vez que recriminaba a indeterminadas asociaciones de homosexuales o de escritores no haberse constituido en representantes del poeta asesinado para reclamar la exhumación de sus huesos1. Hay en estas preguntas, frustraciones y recriminaciones un supuesto común, herencia quizás de nuestra secular cultura católica y de la sagrada entidad que atribuimos desde tiempo inmemorial a las reliquias de los santos: que Federico está donde yacen sus huesos, de tal manera que si sus huesos no se encuentran, no * Publicado en Claves de razón práctica, 200 (marzo 2010): 56-60. 1 Reportajes y declaraciones en El País, 16-20 de diciembre de 2009. Lorca - 2 encontraremos nunca a Federico. La conclusión, en la que todos estaban de acuerdo, es obligada: hay que seguir buscando; más exactamente: El Estado tiene que seguir buscando2. En idéntica dirección, se ha argumentado también que para restituir a las víctimas su identidad es preciso desenterrar sus huesos para enterrarlos de nuevo3. E interpretando acontecimientos de un tiempo con conceptos de otro, no han faltado penalistas y jueces que hayan propuesto aplicar la figura de la desaparición forzada y calificar de desaparecido o de detenido ilegal a quien fue sacado de su refugio para darle lo que en el atroz lenguaje de la época se llamó paseo. Desaparecido, en lugar de asesinado, acabaremos situando también a García Lorca entre todos los que han sufrido un “delito permanente de detención ilegal sin ofrecerse razón del paradero de la víctima”4, para exigir al Estado que siga buscando los huesos del poeta hasta que aparezcan. Suscribía también esa conminación al Estado, contra la voluntad de la nieta, la hija adoptiva del hijo del maestro asesinado junto a Lorca, Dióscoro Galindo: que sigan buscando. Toda la extensión del paraje de Alfacar a Víznar en la que se supone que fue enterrado Federico García Lorca tendría que ser removida hasta encontrar sus huesos. Esta es, al parecer, la única manera posible de “recuperar a Federico”, de devolverle su identidad, de acabar con su eterna condición de desaparecido forzado o de detenido ilegal, de posibilitar el descanso eterno de su espíritu en posesión por fin de su materia, pasando incluso por encima de la voluntad de su familia, que siempre ha expresado el deseo de dejar en paz los huesos del poeta y mantener el lugar del crimen como lugar de su memoria y de la de todos los granadinos que sufrieron la misma muerte. De verdad, ¿hay que seguir buscando? La Junta de Andalucía ya ha demostrado que no ahorra esfuerzos ni recursos en su empeño de encontrar el cadáver de García Lorca; los forenses y antropólogos han cumplido su tarea de manera ejemplar, según exigen los protocolos científicos; los periódicos no han escatimado grandes titulares ni toda clase de ilustraciones en el seguimiento de los trabajos de búsqueda; los historiadores han comprobado una vez más que los testimonios orales 2 Ian Gibson, “El Estado debe buscar de una vez a Federico García Lorca”, El País, 30 de diciembre de 2009. 3 4 Julián Casanova, “¿Debe el Estado buscar a García Lorca?”, El País, 5 de enero de 2010. Así se califican en el Auto de 16 de octubre de 2008 firmado por el magistrado-juez del Juzgado Central de Instrucción Nº 5 de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. Lorca - 3 de presuntos y desprendidos testigos -como fue el caso de aquel “testigo presencial” que juraba haber escuchado de labios del poeta una heroica arenga por la libertad antes de caer bajo las balas de los guardias civiles5- hay que tomarlos siempre con un grano de sal; en fin, los dirigentes de asociaciones para la recuperación de la memoria histórica debían comprender que no sólo de exhumaciones se alimenta la memoria, que todo tiene un límite y que la pretensión de suprimir la presencia de “los Lorca”, o de nombrarle al mismo Federico García Lorca unos “representantes” entre grupos o asociaciones de homosexuales, de escritores, o de cualquier otro “colectivo” por muy honorable que sea, atenta precisamente contra los derechos de los familiares de las víctimas que ellos dicen defender –derechos prioritariamente reconocidos por la Ley 52/2007, llamada de Memoria Histórica6- y deja a la misma víctima en la más absoluta indefensión: ¿Querría Federico García Lorca que algún colectivo lo representara para trasladar sus huesos del lugar en que fue asesinado al monumento en que sería presuntamente recordado? 1. MUERTE Podían tomarse todos un respiro mientras volvemos, como pedía Luis García Montero, a lo incontestable7. Y lo incontestable comienza con la misma muerte de Lorca. En el ya lejano 1954, la editorial Aguilar sacaba a la calle “la primera y única edición, en un solo tomo, de las Obras Completas de Federico García Lorca”. Losada, en Buenos Aires, se había adelantado con una edición en ocho tomos, juzgada de meritoria en la Nota editorial del tomo de Aguilar por su intento de recoger las hasta entonces dispersas publicaciones del poeta. La nueva edición venía precedida de un emocionante prólogo de Jorge Guillén y se cerraba con la inolvidable semblanza del “noble Federico de la tristeza, del hombre de soledad y de pasión”, que Vicente Aleixandre había escrito para Hora de España. Incluía, entre variada documentación, 5 “Un testigo presencial relata como asesinaron los facciosos al inmortal García Lorca. Se levantó, sangrando… Con ojos terribles miró a todos, que retrocedieron espantados”: con estos título y subtítulo, publicó ABC de Madrid,17 de septiembre de 1937, un relato que presenta a Lorca marchando “seguro, con magnífica serenidad. De pronto se paró, se volvió cara a nosotros pidiendo hablar […] Y habló. Habló García Lorca con firmeza y voz segura. No eran sus palabras de flaqueza o invocando el perdón. Eran palabras viriles en defensa de lo que siempre amó: La libertad.” 6 Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra. BOE, 27 de diciembre de 2007, especialmente arts. 4.2 y 13.3. 7 Luis García Montero, “Volvamos a lo incontestable”, El País, 19 de diciembre de 2009. Lorca - 4 una detallada cronología de la vida y obra de Federico García Lorca en la que a 1936, 19 de agosto, seguía esta escueta información: “Muere”. En 1954, en España, nadie podía publicar nada mas elocuente sobre la muerte de García Lorca que la constatación pura y simple de que efectivamente murió un día de agosto de 19368. Fue la suya, desde el mismo momento en que manos asesinas dispararon sobre el poeta desvalido, una muerte rodeada de misterio. Ante todo, porque fue una muerte increíble, una muerte que nadie se podía creer aunque todos supieran que, efectivamente, había sucedido. Así lo dijo Antonio Machado a un periodista en Valencia a mediados de diciembre de 1936, dos meses después de haber publicado “El crimen fue en Granada”. Machado “no podía creer que hubiera sido asesinado”, y añadía: “Sin saber por qué, tengo la firme esperanza de que no se habrá consumado tanta desgracia”. Tampoco podía creer la muerte del poeta uno de sus más íntimos y queridos amigos, Carlos Morla Lynch, que permaneció en Madrid, a cargo de la embajada de Chile y prestando asilo a cientos de refugiados: “No lo creo, no lo quiero creer, ni tampoco quiero detenerme a imaginarlo. ¡¡No puede ser!!”, anotó en su diario el 1 de septiembre, días antes de que ABC republicano de Madrid publicara un suelto confirmando la muerte de Federico García Lorca. Manuel Altolaguire le llamó el 7 de septiembre para desmentir la noticia, pero el 19 de ese mismo mes, recibe carta de su hermana Ximena: “He soñado con Federico triste. Lo guiaba de la mano, para atravesar la niebla”. Y Morla comenta: me deja anonadado; como desolado quedará durante dos largos años, sin poder creer las noticias que llegan de su más querido amigo: “que esté muerto él, este coloso de ingenio que vendía vida, me parece increíble. Monstruoso”, escribe en mayo de 19379. Lo increíble adquiere así una nueva dimensión: sus amigos no quieren ni pueden creer su muerte porque no se puede creer que alguien tan lleno de vida haya muerto de muerte tan monstruosa. Lo monstruoso consiste en la destrucción de ese manantial interior de donde irradiaba su música, su poesía, sus canciones, que Lorca repartía a raudales. Pero lo monstruoso se refiere también a sus autores, que se niegan a reconocer la infamia que han cometido. De la muerte de Lorca, nadie alardea: los 8 Cito por la 6ª edición, de 1965, de Federico García Lorca, Obras Completas, recopilación y notas de Arturo del Hoyo, Madrid, Aguilar, pág. 1909. De Vicente Aleixandre, “Federico”, Hora de España, julio de 1937, págs. 43-45. 9 Declaraciones de Antonio Machado, La Vanguardia, 12 de diciembre de 1936. Carlos Morla Lynch, España sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano, Sevilla, Renacimiento, 2008, entradas de 1, 7 y 19 de septiembre de 1936. Lorca - 5 culpables no la pregonan, sino más bien la secuestran o tratan de restarle importancia contando su nombre como uno más de los sacrificados aquel día, como si eso no fuera lo que convierte en monstruoso el crimen, su magnitud innumerable. Sus amigos no quieren ni pueden creer su muerte porque es para ellos una monstruosidad; sus asesinos la esconden, o inventan motivos espurios, para sacudirse de encima la enormidad del crimen hasta reducir “la muerte del poeta [a] un episodio vil y desgraciado, totalmente ajeno a toda responsabilidad e iniciativa oficial”, como escribirá años después otro andaluz, también conocido suyo, José María Pemán, o como leerá Carmen Soler en la emisión francesa de Radio Nacional para que se enteraran Jean Cassou y Louis Aragon y reproduce ABC: “García Lorca, todo el mundo lo sabe, fue víctima de una condenable acción personal”, víctima pues de un fortuito desorden en una ciudad aislada de España. O simplemente no decían nada y se limitaban a escribir de Lorca como lo hace su gran amigo de juventud, Melchorito Fernández Almagro, como si su muerte no hubiera sido10. Un episodio vil, una acción condenable, un no sucedido: Todos sabían bien, sin embargo, que para matar a Lorca hizo falta que las manos de fascistas de Falange, católicos de la CEDA, militares y guardias civiles rebeldes tuvieran cada cual su parte en el crimen. Lorca condensa y simboliza en su muerte la muerte de tantos miles de granadinos llevados, como el poeta, al matadero por la coalición militar-falangista-católica que se rebeló contra la República: más de cinco mil muertos, entre ellos Lorca: eso es lo increíble y lo monstruoso, lo que impide reducir la muerte de Lorca a una condenable acción personal, a un episodio vil y desgraciado. Pero lo increíble y monstruoso de la muerte de Lorca dice relación no solo a la infamia de sus asesinos y a la magnitud del crimen sino a la vida misma del poeta. Su muerte no se puede creer porque Lorca no puede morir. En ningún poeta como en él la vida se funde tan estrechamente con sus romances, sus poemas, sus elegías, sus risas y sus llantos, su luz y su oscuridad, sus hondos silencios y la alegría de sus canciones. Lorca no da nunca la impresión de producir una obra, de tener una obra: Lorca es su obra. Porque en su caso el material del que está construida su poesía -y todo en él es poesía- procede de su misma vida, de sus juegos de infancia, de la luz de sus noches de Granada, de las coplas, canciones y cantes, de la tierra y de la luna, del 10 José María Pemán, “García Lorca”, ABC, 5 de diciembre de 1948; Carmen Soler, “Despilfarro de palabras solemnes…”, ABC, 25 de agosto de 1946; Melchor Fernández Almagro, “Primeros versos de García Lorca”, ABC, 15 de octubre de 1949. Lorca - 6 amor que dio y recibió, del sentimiento del dolor y de la muerte, como lo ha puesto maravillosamente en claro su hermana Isabel. A Juan Ramón Jiménez le llegó a obsesionar –y lo repitió en varias ocasiones- que aquel joven de apenas veinte años que un buen día apareció por su casa con sus primeras composiciones bajo el brazo hubiera acarreado de una copla que de niño él había oído en Moguer un verso que se hará célebre y dará la vuelta al mundo. “Verde que te quiero verde, del color de la aceituna, con el pelo derramado y los ojos con la luna” cantaba alguien por las calles de Moguer y Juan Ramón se quedó con la copla. Y Lorca, que también la había oído, en lugar de quedarse con ella, arrancó su romance con el primer verso de aquella copla: “Verde que te quiero verde” para luego transformarlo todo con su “Verde viento. Verdes ramas. / El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña”. Pues sí, ese fue su secreto que nadie mejor que otro poeta andaluz, Felipe Benítez Reyes, ha sabido expresar: “resulta milagroso que barajando elementos de chamarilería popular, alguien logre construir un mundo de extraña hermosura y de misterio irresistible.”11 Lorca supo construir ese mundo. Benítez Reyes atribuye su grandeza a la “conmovedora inocencia poética de su autor”. Y así es. Pero esa inocencia poética le viene a Lorca de una extraordinaria erudición mezclada con aquel “popularismo” que hoy puede sonar como de otro mundo, como cosa antigua, pero que un día fue impulso de una gran generación de intelectuales y artistas. Consistía, como manifestaron entre otros Zambrano y Alberti, en abrir los oídos a la voz del pueblo, en empaparse de pueblo, o como lo dirá el mismo Lorca en la entrevista con Luis Bagaría publicada por El Sol pocas semanas antes de su muerte: se acabó el arte por el arte, el arte deshumanizado, independiente, puro; el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar la azucena y “meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas”12. Lorca no necesito del debate sobre la tarea del escritor 11 Felipe Benítez Reyes, “El poeta inocente”, El País, Babelia, 3 de enero de 1998. Por dos veces repite Juan Ramón Jiménez en la misma conferencia -“El romance, río de la lengua española”, recogido en Prosas críticas, Madrid, Taurus, 1981, págs. 262 y 284- que Lorca sacó de la copla popular sus mejores versos. No todo fue copla popular, sin embargo; otros materiales proceden de la rica tradición que él dominaba y del jardín, la casa y los juegos de infancia, por ejemplo, las anémonas, como recuerda Isabel García Lorca, Recuerdos míos, Barcelona, Tusquets, 2002. 12 De este diálogo con Luis Bagaría, publicado en El Sol, 10 de junio de 1936, se suprimió en la edición de sus Obras Completas –es de suponer que por la vigilante atención de la censura eclesiásticaun inocuo párrafo en el que el entrevistador respondía a una pregunta del entrevistado diciendo: “Querido Lorca: Según los católicos, los animales no tienen alma; tan solo algunos animales enchufistas, como el perro de San Roque, el cerdo de San Antón, el gallo de San Pedro y el palomo de la divina carpintería…” Lorca - 7 y sobre la relación del autor con su obra –tan a la orden del día en los años de entreguerras- ni fue preciso que nadie le transmitiera la consigna de poner la pluma al servicio de las ideas. No era eso; no se trataba para él de poner nada al servicio de nada, nunca se deslizó hacia ningún tipo de realismo socialista, nunca transformó su escritura en panfleto o propaganda. Lorca fue popular o “popularista” –como decía Juan Ramón; en realidad, no hay palabra para expresarlo- antes de que las gentes de su generación propusieran salir al encuentro del pueblo y mucho antes de que a nadie se le ocurriera la necesidad de adaptar la obra para ponerla al servicio de una vanguardia y de una estrategia política. 2. MEMORIA Lo de Lorca es de otra índole. Es, como señaló Benjamin Jarnés, la prodigiosa maestría con la que supo “engarzar en versos, ya inmortales, la poesía popular y la erudita”. Un prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento, como calificó Vicente Aleixandre sus Sonetos del amor oscuro, “honor de la poesía española y deleite de las generaciones hasta la consumación de la lengua”. Es la gracia y la tristeza, el luto y la extraña alegría, que Rafael Alberti recordaba como esencia del cante jondo a propósito del romance de “La casada infiel” 13. Pero sea lo que fuere de esos hondos manantiales de tradición y de pueblo de los que se alimenta su obra, lo que aquí nos interesa es que inmediatamente después de que en él se consumara el crimen que revelaba la naturaleza infame de sus asesinos, el ansía de comunicarse con los demás, evocado en la entrevista con Bagaría, estalló en decenas de convocatorias de homenajes a su memoria, organizadas por grupos sindicales, ateneos populares, casas del pueblo, sociedades recreativas. Cines y teatros se llenan de gente, como la vio Carlos Morla un año después del crimen, “tranquila y sin odio”, en una función matinal del cine Salamanca, de Madrid, en memoria del poeta, mientras se cantaba un himno y se ejecutaba el saludo de la CNT. Un joven recita el romance de la casada infiel, hay danzas de Miguel Albaicín, una muchacha baila “con gracia tranquila” un poema dolorido a García Lorca, y para terminar, La Niña de los Peines, que canta Los Muleros y “esa voz no es voz, no es palabra, no es canto; es más que todo eso junto u otra cosa distinta: fracciones de voz, lágrimas sonoras, 13 De Benjamín Jarnés, mentando Yerma como “La casada fiel”, La Vanguardia, 20 de diciembre de 1936. Aleixandre, “Federico”, cit. Y de Rafael Alberti, su conferencia de diciembre de 1932, en Berlín, “La poesía popular en la lírica española contemporánea”, recogida en Prosas encontradas, ed. de Robert Marrast, Barcelona, Seix Barral, 2000, pág. 99. Lorca - 8 suspiros doloridos”. Y Morla, que sale conmovido de aquella función conservando todavía “un fulgor de esperanza” dentro de él, vuelve a su desolación: “Cuesta tanto acostumbrarse a la idea de que lo hayan matado”14. Cuesta tanto que nadie lo puede creer y se multiplican, por sentirlo vivo, las protestas contra sus asesinos y los homenajes a su memoria. Anuncios de funciones semejantes a la del cine Salamanca, con Lorca, para Lorca, abundan en la prensa de aquellos años de guerra. Y es que Lorca vive en el recuerdo de todos, inspirando cantes y poemas, no importa si populares o “eruditos”. En el music-hall del Tívoli, de Barcelona, la rapsoda Pura de Lara quiere que “Salga la luna a buscarlo / por toditas las veredas / que, en sus brazos de oro fino, / me lo traigan las estrellas”: no se canta así a un muerto15. Proliferan las odas y elegías, que luego la gente aprende y repite. Nadie falta: Machado, Neruda, Alberti, Prados, Altolaguierre, Cernuda. Todas son dolor y llanto: “Sufro tu irreparable perdida llorando”, termina su elegía Manuel -su querido Manolín- Altolaguirre; “Si pudiera llorar de miedo en una casa sola”, comienza su oda Pablo Neruda; labrad, decía Machado a sus amigos -y sus amigos de hoy, en Granada, debían escuchar de nuevo esta voz tantas veces oída-, “un túmulo al poeta sobre una fuente donde llore el agua”. Si vive, Lorca vivirá en el llorar del agua y en el emocionado recuerdo de sus amigos. Y si alguien abriera por azar un poema de Lorca y al recitarlo en voz alta no regresara “a un tiempo destruido en el que queremos llorar diciendo nuestro nombre”16, entonces será que no hay nada que hacer: más le valdría olvidarse del poeta. Pero mientras le queden amigos, gentes que lo encuentren sin necesidad de preguntarle dónde está, sin necesidad de exigir perentoriamente al Estado que siga buscando sus restos, ése ha de ser su monumento: un túmulo sobre una fuente donde llore el agua. ¿Para qué grandes mausoleos? ¿Qué monumento podrá compararse a su fosa, sea cual fuere el lugar exacto en que se encuentren sus huesos? ¿Qué mejor compañía para el poeta y para los miles que con él sufrieron la misma muerte que el llanto del agua? Dejaros, amigos de Lorca, de intervenciones de arquitectos y 14 Morla, España sufre, entrada de 22 de agosto de 1937. 15 “Exploraciones escénicas. Music-Hall en el Tìvoli”, La Vanguardia, 19 de marzo de 1937 16 Como escribe también Benítez Reyes, art. cit. Lorca - 9 escultores de fama internacional17, allí donde basta la tierra, el árbol y el viento: anchos espacios hay en la triste España para construir un lugar de memoria a todos los muertos de la guerra y de la dictadura, un memorial que abra ventanas a la reflexión y al dolor por tanta muerte. Pero que nadie convierta aquellos parajes ni sus aledaños en cualquier suerte de parque temático ni en visita obligada de los tour operators. Escuchad, más bien, la voz de otro poeta andaluz, otro más de aquella generación irrepetible: “Tenga tu sombra paz, / busque otros valles / un río donde el viento / se lleve los sonidos entre juncos / y lirios y el encanto / tan viejo de las aguas elocuentes”18. Esto es lo que ha visto la familia de Federico García Lorca y de su cuñado, Manuel Fernández Montesinos, joven alcalde de Granada, asesinado también aquellos días, -como lo fue en la misma Andalucía otro joven alcalde republicano, el de Sevilla, Horacio Hermoso, y tantos como ellos-, que se ha negado siempre a exhumar los restos mortales del poeta. No quieren que se conozca la verdad, reprochan a la familia, no quieren recuperar la memoria de su asesinato. Parece mentira, responden sus familiares, que alguien pueda seguir propalando estas acusaciones. Y afirman en un escrito de 12 de septiembre de 2003, y no podría decirse mejor: la existencia de una fosa común es parte de la verdad histórica. Ningún miembro de la familia niega a los familiares de otros asesinados –nadie, sea o no miembro de la familia García Lorca ni de ninguna otra podría negarlo- su derecho a desenterrar y trasladar sus cadáveres a cementerios si tal es su voluntad libremente expresada. Nadie debería negar tampoco a los familiares que así lo manifiesten en uso de una idéntica libertad su derecho, reconocido también por la ley de Memoria Histórica, a que los cadáveres permanezcan en las fosas -“desnudos de todo ornamento encubridor”-, y que esas fosas se mantengan como lugares de la memoria pública o social de las víctimas y del crimen en ellas perpetrado. Ocurre, además, que en este como en tantos otros lugares en los que se han cometido crímenes de lesa humanidad, la memoria del lugar se identifica plenamente con el lugar de la memoria y en él se sostiene. Esto siempre ha sido así para todos los que, de Federico García Lorca, han sentido más emoción por su obra que interés por sus huesos. El 10 de mayo de 1960, 17 Lo propone Luis García Montero en su artículo citado. Y esto no me parece tan incontestable como todo lo demás. 18 Luis Cernuda, “Elegía a un poeta muerto”, Hora de España, junio de 1937, págs. 35-36. Lorca - 10 y después de visitar el Barranco de Víznar, Marguerite Yourcenar envió a Isabel García Lorca una preciosa carta que la familia incorporó a su irreprochable escrito “Parecer de los herederos de Federico García Lorca sobre la exhumación de cadáveres en el Barranco de Víznar”. Escribía Yourcenar: “Yo me volví para contemplar aquella montaña desnuda, aquel suelo árido, aquellos pinos jóvenes creciendo vigorosos en la soledad, aquellos grandes plegamientos perpendiculares del barranco por donde debieron discurrir antaño los torrentes de la prehistoria, Sierra Nevada perfilándose majestuosa en el horizonte; y me dije a mí misma que un lugar como aquel hace vergonzante toda la pacotilla de mármol y de granito que puebla nuestros cementerios, y que cabe envidiar a su hermano por haber comenzado su muerte en aquel paisaje de eternidad […] No cabe imaginar más hermosa sepultura para un poeta.” No, no cabe imaginarla. Y es ya buena hora de que todos, políticos, periodistas, historiadores, presidentes de asociaciones para la recuperación de la memoria histórica, respeten la voluntad de la familia: la tierra ya está removida y el cadáver de Lorca no yace en los lugares señalados por presuntos testigos. No es tampoco un desaparecido ni es una víctima de un delito permanente de detención ilegal: Federico García Lorca es un asesinado, lo sacaron de su refugio, lo encarcelaron y se lo llevaron a las afueras, al monte, a matarlo, como a miles de granadinos; el día del crimen y quienes lo facilitaron, alentaron y perpetraron son conocidos. Conservar el lugar al que unos falangistas, católicos, militares, guardias civiles lo empujaron y lo llevaron a matar, como lugar de memoria, sin alardes arquitectónicos ni escultóricos, sin desvirtuar su significado con alguna intervención modernista o vanguardista, sin arquitecturas ni esculturas que “dialoguen” con su medio, es todo lo que nos queda por hacer, porque esa es la manera de perpetuar no ya su presencia, siempre viva, sino el recuerdo de los crímenes cometidos en aquellos parajes de Granada, de su Granada. Y quien vuelva a preguntar, con esa ausencia de pudor y de respeto propia de los titulares sensacionalistas: “¿Y ahora donde estás, Federico?”, ya tiene todo lo preciso para saberlo: Federico no está en sus huesos, polvo y ceniza; tampoco ha de estar en ninguna pacotilla de mármol y granito; Federico García Lorca está vivo, hasta la consumación de la lengua, en su poesía, en su teatro, en sus canciones, en su música, en sus dibujos y en el recuerdo de todos los que en alguna ocasión, recitando sus poemas o presenciando sus dramas, hayan llorado su muerte. View publication stats








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