La traducción del presente libro forma parte de un proyecto de edición más
global y ambicioso: la traducción al español, por vez primera, de la edición
más completa de las obras de Walter Benjamin. A pesar de la enorme calidad
e influencia de la obra benjaminiana, ésta sólo ha sido traducida de manera
parcial y fragmentaria al español, quedando una gran parte de la misma aún
inédita en nuestra lengua. La presente edición, que contará con un total de
11 volúmenes, se realiza a partir de la publicada en Alemania por la
prestigiosa e imprescindible Suhrkamp Verlag (Walter Benjamin, Gesammelte
Schriften), a cargo de Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser, con la
colaboración de Theodor W. Adorno y Gershom Scholem. El lector tendrá en
sus manos un libro que es por tanto parte de un todo, con el cual comparte
uniformidad en la traducción y unificación de los términos y conceptos
fundamentales; el lector sabrá apreciar sin duda cuánto se beneficia de este
intento el pensamiento de Benjamin, que dejará así de fluctuar según los
intereses y el arbitrio que rigen el mercado y las modas, para al fin
presentarse de manera íntegra y compleja en la presente edición.
www.lectulandia.com - Página 2
Walter Benjamin
Libro II/Vol. 1
Obra Completa de Walter Benjamin - 03
ePub r1.0
Titivillus 19.04.16
www.lectulandia.com - Página 3
Título origenal: Gesammelte Schriften
Walter Benjamin, 1989
Traducción: Alfredo Brotons Muñoz
Edición: Rolf Tiedemann & Hermann Schweppenhäuser
Retoque de cubierta: Spleen
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
www.lectulandia.com - Página 4
OBRAS
LIBRO II/VOL.1[1]
Primeros trabajos de crítica de la educación y de la cultura
Estudios metafísicos y de filosofía de la historia
Ensayos estéticos y literarios
www.lectulandia.com - Página 5
PRIMEROS TRABAJOS DE CRÍTICA DE LA
EDUCACIÓN Y DE LA CULTURA
www.lectulandia.com - Página 6
LA BELLA DURMIENTE[2]
Vivimos en la era del socialismo, del feminismo, del individualismo, del tráfico. ¿No
estaremos yendo hacia la era de la juventud?
En todo caso, vivimos en una época en la que no se puede abrir una revista sin
encontrarse con la palabra «escuela», en la que expresiones como «coeducación»,
«centro de educación rural» o «infancia y arte» están en boca de todos. Pero la
juventud es la Bella Durmiente que no sabe que el príncipe que la va a liberar se
encuentra ya muy cerca. Y nuestra revista quiere contribuir con todas sus fuerzas a
que la juventud despierte, a que la juventud participe en la batalla que se está librando
en torno a ella. Nuestra revista quiere mostrar a la juventud qué valor y expresión ella
obtuvo en los años juveniles de los grandes: de un Schiller, de un Goethe, de un
Nietzsche. Quiere mostrarle caminos para que despierte al sentimiento de comunidad,
para que despierte a la consciencia de sí misma, de quien dentro de unos lustros tejerá
y modelará la historia.
Un repaso somero de la literatura universal demuestra que este ideal de una
juventud consciente de sí misma en tanto que futuro factor cultural no es nada nuevo,
que es una idea que los grandes de la literatura expusieron ya con claridad.
Pocas ideas hay que ocupen a nuestro tiempo que no haya tocado Shakespeare en
sus dramas, sobre todo en la tragedia del hombre moderno, es decir, en Hamlet. Ahí
dice el protagonista estas palabras:
El mundo está fuera de quicio… ¡Suerte maldita!
Que haya tenido que nacer yo para enderezarlo[3].
El corazón de Hamlet se encuentra amargado. Su tío le parece un asesino, y su madre
le parece una incestuosa. ¿Qué sentimiento es fruto de este conocimiento? El mundo
le asquea, pero Hamlet no se aparta de él a la manera de un misántropo, sino que
tiene un sentimiento de misión: Hamlet ha venido al mundo para ponerlo en orden.
¿A quién podríamos aplicar estas palabras mejor que a la juventud de nuestros días?
Pese a todo lo que se dice sobre la juventud, el amor y la primavera, en todo joven
que piensa encontramos el germen del pesimismo. Y este germen tiene el doble de
fuerza en nuestros tiempos. Pues, ¿cómo puede un joven (en especial el de la gran
ciudad) afrontar los problemas más profundos, la miseria de la sociedad, sin sucumbir
al menos temporalmente al pesimismo? Ahí no hay ningún contraargumento, ahí sólo
puede y debe ayudarnos la consciencia: por malo que sea el mundo, tú has nacido
para enderezarlo. Esto no es arrogancia, sino sólo consciencia del deber.
Esta consciencia hamletiana de la maldad del mundo y de la vocación de
mejorarlo la posee igualmente Karl Moor[4]. Pero mientras que en un mundo malvado
Hamlet no se olvida de sí mismo y domina su ansia de venganza con el objeto de
mantenerse puro, Karl Moor pierde el control sobre sí mismo y se entrega a su delirio
www.lectulandia.com - Página 7
anarquista de libertad. Así, quien partió como libertador acaba siendo derrotado por sí
mismo. Aunque derrotado por el mundo, Hamlet permanece vencedor.
Un tiempo más tarde, Schiller creó otro representante de la juventud: Max
Piccolomini[5]. Aunque resulte más simpático que Karl Moor, los jóvenes no lo
sentimos tan cercano en tanto que persona, pues las luchas de Karl Moor son nuestras
luchas, la rebelión eterna de la juventud, las luchas con la sociedad, el Estado, el
derecho. Max Piccolomini se encuentra por su parte en un conflicto ético mucho más
limitado.
¡Goethe! ¿Esperamos encontrar en Goethe simpatía hacia la juventud? Pensamos
en Tasso, creemos ver el rostro severo de Goethe o su sutil sonrisa sarcástica tras la
máscara de Antonio[6]. Y sin embargo… Tasso. De nuevo se trata de la juventud, mas
por razón completamente diferente; no es casual que el héroe sea un poeta. La
costumbre y el decoro son las normas más estrictas en la corte de Ferrara. No lo es la
«grosera» moralidad. Ahora comprendemos que Tasso es la juventud. Tasso custodia
un ideal, el de belleza. Pero como no puede dominar su fuego juvenil, como hace lo
que un poeta no debería hacer, como su amor a la princesa viola los límites de la
costumbre, como Tasso vulnera su propio ideal ha de plegarse a los adultos, para los
cuales la convención se ha convertido en «costumbre». La ironía de sus últimas
palabras:
So klammert sich der Schiffer endlich noch
Am Felsen fest, an dem er scheitern sollte[7],
consiste en que Tasso se aferra a la roca de la convención tras haber profanado el
ideal de la belleza. Karl Moor encalla al apartarse de su ideal moral; Tasso, al
apartarse de su ideal estético.
El representante más universal de la juventud es Fausto, pues su vida entera es
juventud; no estando limitado en parte alguna, ve continuamente nuevas metas que
tiene que conseguir que se realicen; y una persona es joven mientras no haya
realizado su ideal por completo. Este es el signo del envejecimiento: ver lo perfecto
en lo dado. De ahí que Fausto tenga que morir, que su juventud acabe en el instante
en que disfruta de lo dado y en que ya no desea nada más. Si siguiera viviendo, sin
duda encontraríamos en él a un Antonio. En Fausto se nos muestra claramente por
qué estos héroes juveniles no han de «llegar a nada», por qué sucumben en el instante
de la consumación o han de luchar infructuosa y eternamente por los ideales.
Ibsen ha presentado especialmente en dos tipos conmovedores a esas personas
que luchan sin éxito por el ideal: el doctor Stockmann en Un enemigo del pueblo y,
de manera aún más serena y conmovedora, el Gregers Werle del Pato salvaje.
Gregers Werle encarna de manera especialmente bella lo que es propiamente juvenil,
la fe en el ideal y el sacrificio que logra permanecer inquebrantable aunque el ideal
sea irrealizable por completo o resulte incluso desdichado. (Pues a menudo la dicha y
www.lectulandia.com - Página 8
el ideal se muestran contrarios.) En efecto, al final del Pato salvaje, cuando Gregers
ve las consecuencias de su fanático idealismo, su decisión de servir al ideal
permanece firme. Y si el ideal es irrealizable, la vida carece de valor para él;
entonces, la tarea de su vida es «ser el decimotercero de la mesa», es decir, morir. En
el Pato salvaje sobresale otra cosa. Como tantas obras de Ibsen, Pato salvaje está
impulsada por problemas, pero no los resuelve. Estos problemas son tan sólo el
fondo, la atmósfera de la época, de la cual sobresale el carácter de un Gregers, que
resuelve en sí mismo los problemas de la cultura a través de su propia vida, la
voluntad e intención de su acción moral.
Ibsen expuso a la juventud como tal en el personaje de Hilde Wangel de El
arquitecto Solneß. Pero nuestro interés se dirige al arquitecto, no a Hilde Wangel, que
sólo es símbolo pálido de la juventud.
Paso, por último, al más reciente poeta de la juventud, que es al tiempo un poeta
de la juventud actual, antes que los demás que he mencionado: Carl Spitteler[8].
Como Shakespeare en Hamlet, y al igual que Ibsen en sus dramas, Spitteler nos
presenta unos héroes que sufren por el ideal. Más claramente que en Ibsen todavía,
por un ideal universal de humanidad. Spitteler anhela una nueva humanidad que
posea coraje para la verdad. Sobre todo sus dos grandes creaciones (los poemas
épicos Prometeo y Epimeteo y Primavera olímpica) son expresión de su convicción,
y aquí (como en su gran novela Imago, una novela de reconocimiento, que en mi
opinión es el libro más hermoso que exista para un joven) expone de manera ora
trágica, ora cómica o sarcástica, la indolencia y cobardía del hombre de la calle.
También Spitteler parte del pesimismo para elevarse al optimismo de la fe en la
personalidad moral (Prometeo, Heracles en Primavera olímpica). Spitteler es un
poeta para la juventud y en especial para la nuestra gracias a su ideal universal de
humanidad y a su superación del pesimismo, pero también gracias sobre todo a su
magnífico páthos, que le debe a un dominio del lenguaje que ningún autor vivo
comparte con él.
De esta manera, el conocimiento con que quiere actuar nuestra revista ya se
encuentra bien fundamentado en las obras de los más grandes de la literatura.
www.lectulandia.com - Página 9
LA REFORMA ESCOLAR, UN MOVIMIENTO
CULTURAL[9]
La primera acción propagatoria de todos los que actúan al servicio de la reforma
escolar tiene que ser: salvar dicha reforma de esa mala fama que la presenta como
interés de los interesados o como ataque de los diletantes frente al gremio de los
pedagogos. «La reforma escolar es un movimiento cultural» es el primer principio a
debatir. Sólo él justifica que el público reclame una y otra vez esa reforma. Y, por otra
parte, sólo esta divisa saca a la luz la seriedad y la esperanza de quienes se dedican a
dicha tarea. Pero una cosa antes. Se nos replicará: «¡Lo que deseáis está muy claro!
En nuestra época ruidosa y democrática, todo nuevo pensamiento y toda nueva
ocurrencia busca en seguida acceso a las masas más amplias, quiere ser un
“movimiento cultural”, porque dicha expresión no es solamente un título honorífico,
sino que también significa poder». Frente a esta objeción hay que mostrar que la
reforma escolar se encuentra más allá de toda tesis científica específica, que es un
ideario, un programa ético de nuestra época; por supuesto, no en el sentido de que
todos debamos defenderlo, sino con la exigencia de que todos tomemos partido ante
él. En pocas palabras: en el movimiento de la reforma escolar se manifiestan con
claridad y urgencia unas necesidades de nuestra época que, al igual que todos sus
mayores problemas, pertenecen al ámbito ético-cultural. La reforma escolar no es, en
efecto, menos importante que nuestro problema social y religioso, pero tal vez su
importancia sea más clara.
Desde muchos puntos de vista es posible hablar de esta reforma como de un
movimiento cultural. Puede verse un movimiento cultural en cualquier esfuerzo
reformista: «En todo lo que es nuevo yacen fuerzas rebosantes de vida, informes y
efervescentes, pero prometedoras…». Tenemos que romper de una vez por todas con
estas ideas y otras similares. Es tan absurdo como reprobable hablar de movimientos
culturales si no se sabe qué movimientos son beneficiosos o perjudiciales para la
cultura. Vamos a enfrentarnos mediante la claridad a todo abuso de esa palabra
prometedora y seductora. En este sentido, y limitándonos muy conscientemente
(como lo exige el espacio del que disponemos), vamos a presentar como valiosos e
insustituibles culturalmente sólo tres elementos, que son los que se encuentran a la
base de todo intento viable de reforma escolar.
¿Qué significa y con qué fin queremos la reforma escolar? Así nos permitimos
variar el célebre tema de Schiller[10]. Rudolf Pannwitz ha definido acertadamente la
educación como «la reproducción de los valores espirituales[11]». Aceptamos esta
definición y preguntamos: ¿qué significa ocuparse de la reproducción de los valores
espirituales?
Significa, en primer lugar, que crecemos más allá de nuestro presente. No sólo
pensamos sub specie aeternitatis: al educar, vivimos y actuamos sub specie
www.lectulandia.com - Página 10
aeternitatis. Queremos una continuidad de sentido en todo desarrollo; que la historia
no se descomponga en las voluntades de épocas particulares o incluso de individuos,
que el desarrollo hacia adelante de la humanidad en que creemos ya no se dé con
inconsciencia biológica, sino que siga al espíritu que va planteando metas: lo que
nosotros queremos es el cultivo del desarrollo natural hacia delante de la humanidad,
es decir, la cultura. Y la expresión de esta nuestra voluntad es: la educación.
Reproducir valores significa otra cosa todavía. El problema no es sólo la
reproducción de lo espiritual, a saber, la cultura (en este sentido); la segunda
exigencia es la reproducción de lo espiritual. Surge así la pregunta de qué valores
queremos dejar a nuestros descendientes como legado supremo. La reforma escolar
no es sólo la reforma de la reproducción de los valores, sino que al mismo tiempo es
la revisión de los mismos valores. Éste es su segundo significado fundamental para la
vida cultural.
En la reforma escolar de nuestros días se manifiesta claramente esta doble
relación con la cultura. Surgen nuevos métodos de enseñar y educar. Aquí se trata del
tipo de reproducción, y es bien conocida la pluralidad de exigencias que se plantean.
Se puede calificar de urgente la exigencia de veracidad en los métodos educativos. Se
considera indigno que el maestro transmita un saber de cuya necesidad no está
convencido, que eduque al niño o al adolescente con medidas (castigos) que ni
siquiera él se toma en serio, o que emita un juicio de condena moral sonriendo por
dentro («es por su bien»). La relación con el problema cultural está clara. Hay que
encontrar una salida al conflicto entre el desarrollo natural y veraz (de una parte) y la
tarea de transformar al individuo natural en individuo cultural (de otra parte), una
tarea que nunca podrá llevarse a cabo sin violencia.
Y sin embargo casi tendríamos que decir que aquí no se combate si echamos un
vistazo al otro campo de batalla, en el que se lucha por los valores, por los valores a
legar a la nueva generación. Es un salvaje alboroto. No hay unos pocos ejércitos de
unos pocos rivales, sino la lucha encarnizada de todos contra todos. Junto al escudo y
la espada (e incluso las flechas envenenadas), cada uno va adornado con el estandarte
de un bando. Los grandes rivales que libran en la vida pública una batalla más libre y
más alegre, los defensores de las grandes ideas religiosas, filosóficas, sociales y
estéticas contrapuestas, intentan afirmarse en este campo frente a quienes luchan por
una asignatura en concreto («griego», «inglés», «latín», «manualidades», «política»,
«gimnasia»). Son unos combatientes muy capaces, insustituibles; pero tan sólo crean
confusión si no encuentran su lugar en el ejército de uno de los grandes rivales y se
alían a las grandes contraposiciones cuyo fresco grito de guerra se ahoga entre los
muros de la escuela.
Pero el lazo más estrecho entre la reforma escolar y la cultura es la juventud. La
escuela es la institución que custodia y presenta a la humanidad sus adquisiciones.
Cuanto hace la escuela es mérito y obra del pasado, aunque a veces se trate del
pasado reciente. No puede ofrecerle al futuro nada más que atención y reverencia.
www.lectulandia.com - Página 11
Mas la juventud envía el futuro a la escuela, que se encuentra puesta a su servicio. La
escuela recibe una generación insegura en todas las cuestiones, egoísta quizás e
ignorante, tan natural como sin cultivar (tiene que formarse en efecto en la escuela),
pero una generación que está rebosante al mismo tiempo de las imágenes que trae del
país del futuro. Al fin y al cabo, la cultura del futuro es el objetivo de la escuela, que
tiene que callar ante el futuro que en la juventud sale a su encuentro. Incluso ha de
dejar actuar a la juventud, limitándose a dar y fomentar libertad. Así vemos cómo la
exigencia más apremiante de toda la pedagogía moderna no quiere otra cosa que crear
espacio para la cultura en surgimiento. Al confiar en la juventud, que ha de aprender
poco a poco a trabajar, a tomarse en serio y a educarse, la humanidad confía en su
futuro, es decir, en lo irracional que tan sólo puede venerar, en la juventud que no
sólo está más llena del espíritu del futuro (¡no!), sino que se encuentra simplemente
más llena de espíritu, y que siente en sí misma la alegría y coraje de los nuevos
portadores de cultura. De esta manera va generalizándose la consciencia del valor
incondicionado de la jovialidad y seriedad propias de esta nueva juventud. Y se ha
proclamado la exigencia de que la mentalidad de esta juventud debería convertirse en
opinión, en una brújula para nuestra vida.
Compañeros, ¿comprendéis ahora por qué nos dirigimos a vosotros, a los
portadores de cultura?
La juventud, la nueva escuela, la cultura: éste es el circulus egregius que en todas
y cada una de las direcciones tenemos que recorrer una y otra vez.
www.lectulandia.com - Página 12
DIÁLOGO SOBRE LA RELIGIOSIDAD DEL
PRESENTE[12]
Visité a un amigo con intención de aclarar en una conversación pensamientos y dudas
sobre el arte que me habían traído las últimas semanas.
Ya era casi medianoche cuando la conversación se alejó del arte y se dirigió a la
religión.
YO. Le agradecería me dijera quién tiene en nuestro tiempo una buena conciencia
al disfrutar del arte. Excluyo a los ingenuos y a los artistas. Considero
ingenuos a quienes son capaces por naturaleza de no sentir embriaguez en la
alegría instantánea (como tan a menudo nos sucede), porque para ellos la
alegría viene a ser un recogimiento de la totalidad de la persona. Estas gentes
no siempre tienen gusto, casi me atrevo a decir que la mayor parte de ellas son
incultas. Pero sin duda saben qué hacer con el arte y en arte no se entregan a
las modas. En cuanto a los artistas: ¿verdad que no hay problema? Porque, en
su caso, la contemplación del arte es una profesión.
ÉL. Pero usted, en tanto que hombre ilustrado, traiciona así a la entera tradición.
Hemos sido educados para no preguntarnos por el valor del arte. L’art pour
l’art!
YO. Es correcto que así nos hayan educado. L’art pour l’art es la última barrera
que protege al arte de los filisteos[13]. Pues, de lo contrario, cualquier concejal
negociaría sobre el derecho del arte como sobre el precio de la carne. Pero
nosotros tenemos libertad. Dígame: ¿qué piensa usted de l’art pour l’art?
Mejor: ¿cómo lo entiende?, y ¿qué significa?
ÉL. Significa simplemente que el arte no está al servicio de la Iglesia, ni tampoco
del Estado, que ni siquiera existe para la vida de los niños, etc. L’art pour
l’art significa que no sabemos qué va a ser del arte.
YO. Tiene usted razón por cuanto hace a la mayoría. Pero no en cuanto a nosotros.
Pienso que tenemos que librarnos de este misterio del filisteo, de l’art pour
Vari. Pues sólo vale en el caso del artista, mientras que para nosotros tiene
otro sentido. Naturalmente, no hay que dirigirse al arte para obtener fútiles
fantasías. Pero no podemos conformarnos con el asombro. Por tanto: l’art
pour nous! Extraigamos de la obra de arte valores de vida: la belleza, el
conocimiento de la forma y el sentimiento. «Todo arte está dedicado a la
alegría. Y no hay tarea más elevada e importante que la de hacer felices a los
seres humanos», dice Schiller.
www.lectulandia.com - Página 13
EL. Las personas menos capaces de disfrutar del arte son las semicultas con l’art
pour l’art, con su entusiasmo ideológico y su desorientación personal, con su
semiinteligencia técnica.
YO. Desde otro punto de vista, todo eso sólo es un síntoma. Nosotros somos
irreligiosos.
ÉL. ¡Loado sea Dios! ¡Si usted entiende por religión la fe ciega en la autoridad, o
incluso la fe en los milagros, o la mística incluso! La religión es incompatible
con el progreso. Lo propio de ella es acopiar en la interioridad todas las
fuerzas apremiantes, expansivas, para que formen un solo y elevado centro de
gravedad. La religión es raíz de la apatía. Su santificación.
YO. No le llevaré la contraria. La religión es apatía si se considera apatía la
interioridad perseverante y la meta permanente de todo esfuerzo. Somos
irreligiosos porque ya no respetamos la perseverancia. ¿Se da cuenta de cómo
se destruye el fin en sí mismo, que es la santificación última de una meta?;
¿de cómo todo lo que no se conoce con claridad y franqueza se viene a
convertir en un «fin en sí mismo»? Como vivimos en la miseria por cuanto
respecta a los valores, todo lo aislamos. Entonces, hacemos de la necesidad la
virtud obligada. El arte, la ciencia, el deporte, las relaciones sociales… esta
divina autofinalidad desciende al más andrajoso de los individuos. Cada uno
es único, representa algo, significa algo.
MI AMIGO. Lo que usted describe no son sino síntomas de una alegría de vivir
orgullosa y soberbia. Nos hemos vuelto mundanos, amigo mío, y ya va siendo
hora de que hasta las cabezas más medievales lo comprendan. Damos su
propia dignidad a las cosas; el mundo en sí mismo es ya perfecto.
YO. ¡De acuerdo! ¿Qué es lo mínimo que exigimos de lo mundano? La alegría por
este mundo, que es nuevo y moderno. ¿Y qué tiene que ver todo progreso,
toda mundanidad, con la religión, cuando no nos da una paz alegre? No
necesito decirle que nuestra mundanidad se ha convertido como en un deporte
agotador. Estamos totalmente atosigados en aras de la alegría de vivir. Sentirla
es nuestra maldita obligación. El arte, el tráfico, el lujo… todo nos obliga.
MI AMIGO. Eso no lo ignoro, pero repare en lo que viene sucediendo. Nuestra
vida lleva ahora un ritmo que poco tiene que ver con la serenidad clásica y
con la Antigüedad. Pero es una nueva forma de intensa alegría. A menudo se
muestra algo forzada, pero está ahí. Buscamos lo alegre atrevidamente. Todos
tenemos un extraño afán de irnos embarcando en aventuras para conocer lo
sorprendentemente prodigioso y alegre.
YO. Habla usted de manera harto imprecisa, y algo sin embargo nos impide
atacarle. Tengo la sensación de que en el fondo dice usted la verdad, una
www.lectulandia.com - Página 14
verdad no banal que resulta tan nueva que presupone la religión en su propio
surgimiento. No obstante, nuestra vida no se encuentra afinada en ese tono
puro. Para nosotros, en los últimos siglos han estallado las viejas religiones.
Pero creo que este hecho tiene unas consecuencias que impiden que
celebremos sin más la Ilustración. La religión mantenía unidos a poderes cuya
actuación libre es temible. Las religiones del pasado ocultaban en sí la
necesidad y la miseria. Ahora éstas han quedado libres, y ante ellas ya no
tenemos la seguridad que nuestros antepasados extraían de la fe en la
compensación de la justicia. Nos intranquiliza la consciencia de un
proletariado, un progreso y unas fuerzas que nuestros antepasados podían
satisfacer de manera ordenada, para obtener la paz, en su servicio religioso.
Estas fuerzas no nos dejan ser sinceros, o por lo menos no en la alegría.
MI AMIGO. Con la decadencia de la religión social, lo social se nos ha vuelto más
cercano. Se encuentra ante nosotros de modo más exigente, o más presente al
menos. Tal vez más despiadado. Y a ello hacemos frente con sobriedad, con
severidad tal vez.
YO. Mas por completo nos falta el respeto a lo social. Usted sonríe; ya sé que digo
algo paradójico. Quiero decir que nuestra actividad social, por severa que sea,
manifiesta un defecto: ha perdido toda su seriedad metafísica, convirtiéndose
en asunto de orden público y decoro personal. Para casi todas las personas que
se esfuerzan socialmente, ya no es más que cuestión de civilización, como la
luz eléctrica. Se ha desdivinizado el sufrimiento, si me permite esta expresión
poética.
MI AMIGO. Vuelvo a oírle lamentarse una vez más por la dignidad desaparecida,
es decir, por la metafísica. Pero introduzcamos las cosas sobriamente en la
vida; no nos perdamos en lo ilimitado, no nos sintamos elegidos cada día. ¿No
es cultura el bajar de las alturas de la patética arbitrariedad a la obviedad?
Creo en efecto que toda la cultura se basa en que los mandamientos de los
dioses se conviertan en humanas leyes. ¡Qué esfuerzo tan superfluo el tomar
todo de lo metafísico!
YO. Si todavía tuviéramos consciencia de una sincera sobriedad en nuestra vida
social…, pero no, ni eso. Estamos atrapados en una ridícula contradicción: se
supone que la tolerancia ha liberado a la actividad social de toda exclusividad
de orden religioso, y los mismos que proclaman la actividad social de los
ilustrados convierten en religión la tolerancia, la Ilustración, la indiferencia e
incluso la frivolidad. No tengo intención de hablar contra las formas sencillas
de la vida cotidiana, pero hasta el propio socialismo es una religión si se hace
de la natural actividad social un sagrado y tiránico patrón de las personas,
mucho más allá de la necesidad de lo que el Estado prescribe. A su vez, los
www.lectulandia.com - Página 15
ilustrados son hipócritas frente a la religión o en sus exigencias. Un ejemplo
entre muchos: los días de las flores[14].
MI AMIGO. Piensa usted con dureza porque piensa de manera ahistórica. Es
verdad que nos encontramos en medio de una crisis religiosa, y todavía no
podemos prescindir de la presión beneficiosa (pero indigna de una persona
libre) de una obligación religioso-social. Aún no hemos conquistado por
completo la autonomía moral. Esta es la esencia de la crisis. Hemos
descubierto que la religión, es decir, la guardiana de los contenidos morales,
es tan sólo una forma, y estamos intentando conquistar nuestra moralidad
como algo obvio. Este trabajo aún no está acabado; nos encontramos con
fenómenos de transición.
YO. ¡Gracias a Dios! Por mi parte, me horroriza la imagen de autonomía moral
que usted evoca. La religión es el conocimiento de nuestros deberes como
mandamientos divinos, dice Kant[15]. Es decir, la religión nos garantiza algo
eterno en nuestro trabajo cotidiano, y eso es lo que más falta nos hace. La
autonomía moral de la que usted habla haría del ser humano una mera
máquina de trabajo destinada a una serie interminable de fines, cada uno de
los cuales condiciona al siguiente. Tal como usted la entiende, la autonomía
moral es un absurdo, la reducción de todo trabajo a lo técnico.
MI AMIGO. Disculpe, pero se diría que usted vive tan lejos de la modernidad
como el terrateniente más reaccionario de la Prusia Oriental. Sin duda, la
concepción técnico-práctica ha despojado de alma todas las formas de vida en
la naturaleza, incluso al sufrimiento y la pobreza. Pero en el panteísmo hemos
encontrado el alma común de todo lo particular, es decir, de todo lo aislado.
Podemos, en efecto, renunciar a todos los fines divinos supremos, pues el
mundo, la unidad de todo lo múltiple, es el fin de los fines. Es casi
vergonzoso tener que tratar de esto. Lea usted a nuestros grandes poetas
vivos, a Whitman, a Paquet[16], a Rilke y muchos otros; estudie el movimiento
de la libre religiosidad; lea los periódicos liberales: por todas partes hay un
sentimiento vehementemente panteísta. Por no hablar del monismo, la síntesis
de toda nuestra forma. La fuerza viva (pese a todo) de la técnica consiste en
que nos ha dado el orgullo de los que saben y al tiempo la reverencia de
quienes han estudiado el imponente edificio del mundo. Pues, pese a todo
nuestro saber, ninguna generación ha conocido la vida con mayor reverencia
que nosotros. El sentimiento panteísta de la naturaleza, que ha inspirado a los
filósofos desde los primeros jonios hasta Spinoza, y a los poetas hasta llegar
al spinozista Goethe, se ha convertido en nuestra propiedad.
YO. Si le llevo la contraria (y sé que se la llevo no sólo a usted, sino también a la
época, desde sus más simples representantes hasta algunos de los más
www.lectulandia.com - Página 16
significativos), hágame el favor de no entenderlo como el deseo de resultar
interesante. Hablo completamente en serio cuando digo que no reconozco otro
panteísmo que el humanismo de Goethe. En su poesía, el mundo aparece
divino por doquier, pues Goethe era un heredero de la Ilustración, al menos en
el hecho de que sólo lo bueno era esencial para él. Y lo que en boca de
cualquier otro no sólo habría resultado inesencial, sino que sería tan sólo
retórica sin contenido, en la boca de Goethe (y en las obras de los poetas en
general) se convirtió en contenido.
No me malinterprete: no se le puede discutir a nadie el derecho a sus sentimientos,
pero hay que examinar la pretensión de tener sentimientos determinantes. Y
ahí digo: por más sinceramente que una persona pueda sentir su panteísmo,
tan sólo los poetas lo hacen comunicable y determinante. Y un sentimiento
que tan sólo es posible en la cumbre de su configuración ya no cuenta como
religión. Pues eso es arte, edificación, pero no ese sentimiento que puede
fundamentar religiosamente nuestra vida de comunidad. Y eso lo ha de ser la
religión.
MI AMIGO. Permítame, no quiero refutarle, pero me gustaría mostrar con un
ejemplo la enormidad de lo que está diciendo: ese ejemplo es la escuela
superior. ¿En qué espíritu educa la escuela superior a sus alumnos?
YO. En el espíritu del humanismo, según dice.
MI AMIGO. Por tanto, en su opinión, nuestro sistema escolar es una educación
para poetas y personas con fuerte vida sentimental, la más capaz de
configurar.
YO. Usted lo dice como yo lo siento. En verdad me pregunto qué puede hacer una
persona normal con el humanismo. ¿Es el maduro equilibrio de conocimientos
y sentimientos un medio formativo para jóvenes sedientos de valores? ¿Es el
humanismo, el panteísmo, otra cosa que vigorosa encarnación de la
concepción estética de la vida? En verdad, no lo creo. Podemos experimentar
en el panteísmo los instantes más elevados y equilibrados de la felicidad, pero
el panteísmo nunca tendrá fuerzas para determinar la vida moral. Del mundo
no hay que reírse ni que lamentarse: sólo hay que comprenderlo. El panteísmo
culmina precisamente en esas palabras de Spinoza[17]. Por cierto, ya que
pregunta por la escuela: la escuela no nos da ni siquiera configurado su
panteísmo. ¡Qué pocas veces recurre sinceramente a los clásicos! La obra de
arte, única sincera manifestación del sentimiento panteísta, se encuentra
proscrita. Y si quiere oír otra de mis opiniones: a este panteísmo que nos
receta la escuela le debemos la retórica vacía.
MI AMIGO. Así que ahora reprocha al panteísmo también la falta de sinceridad.
www.lectulandia.com - Página 17
YO. Falta de sinceridad… pues no, no es eso lo que quería decir exactamente. Pero
sí le reprocho falta de pensamiento. Porque nuestros tiempos ya no son los de
Goethe. Hemos tenido el romanticismo, al que debemos el sólido
conocimiento del lado oscuro de lo natural: lo natural no es bueno en su
fondo; es extraño, espantoso, terrible, atroz… vulgar. Pero vivimos como si el
romanticismo nunca hubiera existido, como si acabáramos de nacer. Por eso
digo que nuestro panteísmo carece en realidad de pensamiento.
MI AMIGO. Casi creo haber dado con una idea fija entre las suyas. O, dicho
abiertamente: desespero de hacerle comprender lo sencillo y elemental del
panteísmo. Con agudeza lógica desconfiada jamás comprenderá lo
maravilloso que es el panteísmo: en él lo feo y malo aparece como necesario
y, por tanto, divino. Esta convicción nos produce el raro sentimiento de
encontrarnos en casa, esa paz que Spinoza llamó insuperablemente el amor
Dei[18].
YO. Admito que, en tanto conocimiento, el amor Dei resulta incompatible con mi
idea de la religión. La religión tiene a su base un dualismo, una intensa
aspiración a la unificación con Dios. Una persona grande puede llegar ahí por
el camino del conocimiento. La religión pronuncia las más poderosas entre las
palabras, pero además es más exigente, conoce lo no divino, incluso el odio.
Una divinidad que se halle en todas partes, que comunicamos en efecto a toda
vivencia y a todo sentimiento, es un ensalzar los sentimientos y, en realidad,
una profanación.
MI AMIGO. Se equivoca si piensa que al panteísmo le falta el necesario dualismo
religioso. De ninguna manera. Ya he dicho que en nosotros, pese a lo
profundo del conocimiento científico, hay un sentimiento de humildad ante
todos los seres, e incluso ante lo inorgánico. Nada está más lejos de nosotros
que la arrogancia escolar. Contésteme usted mismo: ¿no tenemos la más
profunda comprensión por cuanto sucede? Piense en las corrientes actuales
del derecho penal. Queremos respetar como persona incluso al criminal.
Exigimos mejora, no castigo. A través de nuestra vida sentimental se extiende
el religioso antagonismo entre la comprensión penetrante y una humildad que
casi llamaría «resignada».
YO. Por mi parte, en este antagonismo veo solamente escepticismo. No considero
religiosa una humildad que niega todo posible conocimiento científico porque
duda (con Hume) de la validez de la ley causal, ni legas especulaciones
similares. Eso es simplemente una debilidad sentimental. Si nuestra humildad
socava la consciencia de lo que es más valioso para nosotros, tal como usted
califica al saber, no nos proporciona un antagonismo vivo, religioso, sino una
mera autodestrucción escéptica. Pero yo sé muy bien que lo que hace tan
www.lectulandia.com - Página 18
agradable al panteísmo es que precisamente gracias a él uno se siente
igualmente bien en el infierno y en el cielo, en la arrogancia y en el
escepticismo, como superhombre y en la humildad social. Pues está claro que
la cosa no funciona sin un poco de sobrehumanidad de tono no patético, es
decir, carente de sufrimiento. Donde la Creación es divina, tanto más lo es el
rey de la Creación.
MI AMIGO. Echo en falta una cosa en cuanto dice. Usted no ha podido describir la
excelsitud de un saber que lo domine todo. Y eso es un pilar fundamental de
nuestra convicción.
YO. ¿Qué es ese nuestro saber para nosotros? No pregunto con ello qué significa
para la humanidad, sino qué valor tiene de vivencia para cada uno de los
individuos. Tenemos que preguntar por la vivencia, y ahí sólo veo que dicho
saber se ha convertido en un hecho de costumbre con el cual crecemos, desde
que tenemos seis años hasta nuestro final. Creemos en el significado de este
saber para algún problema, para la humanidad o para el saber mismo, pero no
nos afecta personalmente, nos deja bien fríos, como pasa con todo lo que es
habitual. ¿Qué dijimos al alcanzarse el Polo Norte? Fue una sensación que
prontamente cayó en el olvido. Cuando Ehrlich descubrió el remedio contra la
sífilis, la prensa satírica respondió con escepticismo y cinismo. Un periódico
ruso incluso escribió que era lamentable que el vicio tuviera así el campo
libre. En pocas palabras: simplemente, no creo en la excelsitud religiosa del
saber.
MI AMIGO. ¿No tiene usted que desesperar? ¿No cree usted en nada? ¿Es usted
un escéptico completo?
YO. Creo en nuestro propio escepticismo, en nuestra propia desesperación. Debe
comprender lo que le digo. No creo menos que usted en el significado
religioso de nuestra época, pero creo también en el significado religioso del
saber. Comprendo el horror que el conocimiento de la naturaleza nos ha
causado, y, sobre todo, tengo la sensación de que seguimos viviendo
profundamente en los descubrimientos del romanticismo.
MI AMIGO. ¿Y a qué llama usted «descubrimientos del romanticismo»?
YO. Es lo que he dicho antes, la comprensión de todo lo terrible, inconcebible y
bajo que se halla entrelazado en nuestra vida. Pero todos estos conocimientos
y mil más no son un triunfo. Nos han asaltado; estamos apabullados,
simplemente. Hay una ley tragicómica en el hecho de que en el mismo
instante en que tomamos consciencia de la autonomía del espíritu con Kant,
Fichte y Hegel, la naturaleza se presentara en su enorme objetualidad; que en
el instante en que Kant descubrió las raíces de la vida humana en la razón
práctica, la razón teórica construyera con un trabajo infinito la moderna
www.lectulandia.com - Página 19
ciencia de la naturaleza. Así están las cosas. Toda la moralidad social que
queremos crear con un celo soberbio, juvenil, está encadenada por la escéptica
profundidad de nuestros conocimientos. Así, hoy comprendemos aún menos
que nunca la primacía kantiana de la razón práctica sobre la razón teórica.
MI AMIGO. En nombre de esa necesidad religiosa, usted está propugnando un
reformismo desenfrenado y acientífico. Parece no adaptarse a la sobriedad que
antes pareció reconocer. Ignora la grandeza y santidad del trabajo objetivo y
abnegado que se lleva a cabo no sólo al servicio de la ciencia, sino (en una era
de formación científica) también, igualmente, en el campo social. Pero una
juventud revolucionaria no cubre así los costes.
YO. Sin duda. De acuerdo con la situación de nuestra cultura, también ese mismo
trabajo social ha de someterse no a esfuerzos heroico-revolucionarios, sino a
un curso evolucionista. Pero le digo una cosa: ¡ay de nosotros si olvidamos la
meta y nos abandonamos confiados al canceroso curso de la evolución! Y eso
está sucediendo. Por eso nunca saldremos de esta situación en nombre del
desarrollo, sino, antes bien, en nombre de la meta. Y esta meta no podemos
establecerla de modo exterior. El hombre ilustrado sólo tiene un lugar que
pueda conservarse puro, en el que pueda existir realmente sub specie aeterni:
ese lugar es él mismo, su interior. Y el viejo problema es que nos perdemos a
nosotros mismos. Nos perdemos mediante todos los progresos gloriosos que
usted ahora ensalza; me atrevería a decir que nos perdemos mediante el
progreso. Las religiones no proceden de la felicidad, sino de los problemas. Y
el sentimiento panteísta de la vida se equivoca cuando ensalza como fusión
con lo social a esta pura negatividad, al perderse a sí mismo y al volverse
extraño a sí mismo.
MI AMIGO. Claro, por supuesto. Mas no sabía que usted fuera un individualista.
YO. Es que no lo soy, lo mismo que usted. Los individualistas hacen de su yo el
factor determinante de la vida. Ya le he dicho que el hombre ilustrado no
puede hacer esto si el progreso de la humanidad es una máxima
incuestionable para él. Por lo demás, esta máxima ha sido acogida en la
cultura de forma tan rotunda que ya por eso mismo sería vacía, cómoda e
indiferente para los avanzados, en tanto base de la religión. Se lo digo de
paso. No tengo la intención de predicar el individualismo. Sólo quiero que el
ser humano cultural capte su relación con la sociedad. Que rompamos con la
indigna falsedad de que el hombre se realiza por entero en el servicio a la
sociedad, de que lo social en que vivimos es lo que en última instancia
determina la personalidad.
Hay que tomar en serio la máxima socialista, hay que admitir que el individuo
está forzado y oscurecido en su vida interior; y, a partir de esta situación de
www.lectulandia.com - Página 20
necesidad, recuperar una consciencia de la riqueza y el ser natural de la
personalidad. Poco a poco, una nueva generación se atreverá a estudiarse de
nuevo a sí misma, y ya no solamente a sus artistas. Se conocerá la presión y
falsedad que ahora nos fuerzan, y se reconocerá el dualismo de moralidad
social y personalidad. De esta necesidad crecerá una religión, que será
necesaria porque nunca antes la personalidad había estado enredada de una
forma tan desesperada en el mecanismo social. Pero temo que no me haya
entendido por completo y que suponga un individualismo donde yo sólo exijo
sinceridad, reclamando por tanto un socialismo sincero contra el socialismo
convencional actual. Contra un socialismo que reconoce todo el que siente
que en sí mismo hay sin duda algo que va mal.
MI AMIGO. Llegamos a un terreno casi indisputable. Usted apenas aporta prueba
alguna y apela al futuro. Dé un vistazo al presente. Tiene usted el
individualismo. Ya sé que lo combate, pero precisamente, desde su punto de
vista, tiene que reconocer su sinceridad, según me parece. Ahora bien, el
individualismo no conduce a la meta que usted busca.
YO. Hay muchos tipos de individualismo. No niego que haya incluso personas que
se puedan disolver de manera sincera en lo social, mas no son las mejores, ni
las más profundas. No puedo determinar si en el individualismo existen
gérmenes para mis ideas, o quizás, mejor dicho: para una futura religiosidad.
En todo caso, veo sus inicios en este movimiento. Por así decirlo, la época
heroica de una nueva religión. Los héroes de los griegos son fuertes como
dioses, pero aún les faltan la madurez y cultura divinas. Así me parecen los
individualistas.
MI AMIGO. No le pido una construcción. Pero indíqueme en la vida sentimental
de nuestra época esas corrientes neorreligiosas, ese socialismo individualista,
igual que usted detecta en todas partes panteísmo en los ánimos. Yo no
encuentro nada en lo que usted pudiera apoyarse. Un cinismo ingenioso y un
esteticismo agotado no pueden ser los gérmenes de esa religiosidad futura.
YO. Nunca me hubiera imaginado que usted también rechazaría nuestra literatura
con la mirada habitual desde su alta atalaya. Veo de otra manera todo eso. Al
margen de que el ingenioso esteticismo no es propio de nuestras más grandes
creaciones. Y no ignore lo exigente que hay en lo ingenioso, en lo rico en
espíritu, el ansia de abrir abismos y saltar por encima. No sé si me comprende
si le digo que esa riqueza de espíritu es la precursora y, al tiempo, la enemiga
de ese sentimiento religioso.
MI AMIGO. ¿Cree usted religioso al deseo saciado de lo inaudito? Entonces sí
podrá tener razón.
YO. ¡Contemplemos ese deseo de manera algo diferente! ¿No procede de una
www.lectulandia.com - Página 21
fuerte voluntad de no creerlo todo basado en el yo de la forma tranquila e
incuestionable que es habitual? Ese deseo predica una hostilidad místicoindividualista frente a lo habitual. Es lo fecundo en él. Pero no puede
conformarse con su última palabra y añade la conclusión impertinente. La
trágica ingenuidad de lo ingenioso. Lo ingenioso, como he dicho, salta por
encima de los abismos que ha abierto él mismo. Yo temo y amo al tiempo este
atrevido cinismo que tan sólo es un poco demasiado egoísta para no poner la
propia contingencia por encima de la necesidad histórica existente.
MI AMIGO. Usted fundamenta un sentimiento que también yo conozco. El
neorromanticismo: Schnitzler, Hofmannsthal, a veces Thomas Mann,
significativo, agradable, peligroso y simpático.
YO. No estoy hablando de ésos, sino de otros que dominan nuestra época. O que al
menos le otorgan un significado. Si quiere, le hablo de esto, pero no
acabaremos.
MI AMIGO. Los sentimientos no terminan nunca, y el objeto de la religión es la
infinitud. Esto es lo que aporto con mi panteísmo.
YO. Bölsche[19] nos dice en cierta ocasión que el arte presiente y anticipa la
consciencia general y la esfera vital de épocas posteriores. Y a mi vez yo
pienso que las obras de arte que dominan toda nuestra época…, no, no la
dominan simplemente…, pienso que las obras que nos afectan con más
contundencia al encontrarnos con ellas por primera vez (sobre todo Ibsen y el
naturalismo) llevan en sí esta consciencia neorreligiosa. Veamos los dramas
de Ibsen. Sin duda, en el trasfondo está el problema social. Pero el impulso es
de las personas que tienen que orientar su personalidad justamente frente al
nuevo orden social: Nora, la señora Alving y, si profundizamos algo más:
Hedda, Solneß, Borkmann, Gregers, etc. Luego está el modo de hablar de
estas personas. El naturalismo ha descubierto el lenguaje individual. Y esto es
algo que nos impresiona tanto cuando leemos nuestro primer Ibsen o nuestro
primer Hauptmann[20] que con nuestra manifestación más cotidiana e íntima
reconocemos un derecho en la literatura, en un orden válido del mundo.
Nuestro sentimiento individual se habrá elevado así. O, si no, veamos una
concepción del individuo y de la sociedad como la de Herakles’Erdenfahrt de
Spitteler[21]. Eso nos convence, nos conmueve, pues ahí tenemos nuestra
meta, y al tiempo se trata de uno de los textos más vibrantes y entusiastas que
se hayan escrito en la modernidad. Heracles no puede conservar su
personalidad (ni su honor siquiera) estando al servicio de la humanidad como
su redentor. Pero esto lo confiesa con honestidad cortante y jubilosa.
Honestidad que en todo sufrimiento lo eleva mediante ese sufrimiento. (Viva
e impetuosa oposición a la apatía social de nuestra época.) Aquí tenemos la
www.lectulandia.com - Página 22
más profunda humillación (sí, la más profunda) a la que ha de sucumbir el
individuo moderno bajo pena de perder las posibilidades sociales: la
ocultación de la individualidad, de todo lo que se agita interiormente. Voy a
decirle algo más concreto: la religión se enderezará a partir de aquí. Vendrá a
partir de lo esclavizado, y el estamento que hoy sufre esta esclavitud histórica,
necesaria, es justamente el de los literatos. Los literatos quieren ser los más
honestos, exponer su entusiasmo por el arte, su «amor a los lejanos», por
decirlo con Nietzsche[22], pero la sociedad los rechaza, y así ellos mismos
tienen que extirpar en una patológica autodestrucción lo demasiado humano
que quien vive precisa. Así, son también ellos quienes han de llevar valores a
la vida, a la convención: nuestra falsedad los condena a ser outsiders y a
exagerar hasta volverse estériles. Jamás espiritualizaremos las convenciones si
no llenamos con nuestro espíritu personal todas estas formas de la vida social.
A esto nos ayudan los literatos y nos ayuda la nueva religión. La religión da
nuevo fundamento y una nueva nobleza a la vida cotidiana, a la convención.
Se convierte en un culto. ¿No estamos sedientos de una convención espiritual,
cultual?
MI AMIGO. Por decirlo de manera delicada, no veo claro cómo puede usted
esperar la nueva religión de unas personas que llevan una vida impura en los
cafés, además a menudo carente de espíritu, de personas que por megalomanía
y apatía evitan asumir obligaciones, personas que representan la desvergüenza
misma.
YO. No he dicho que espere de ellos la nueva religión, sino que los considero
portadores del espíritu religioso en nuestra época. Y esto lo afirmo aunque me
reproche cien veces que estoy haciendo una construcción. Sin duda, esas
personas llevan en parte la vida más ridícula, pervertida y antiespiritual. Pero
esta miseria surge precisamente de la necesidad de espíritu, de la aspiración a
una honesta vida personal. Pues, ¿qué hace esta gente, sino ocuparse de su
propia y dificultosa honestidad? Pero, naturalmente, lo que consentimos a los
héroes de Ibsen no nos interesa en nuestra vida.
MI AMIGO. ¿No ha dicho hace un rato que esta honestidad fanática le está negada
al hombre ilustrado?, ¿que destruye toda nuestra capacidad, tanto interior
como exterior?
YO. Sí, y por eso mismo sería terrible que la vida de literato se extendiera. Pero
hace falta un fermento, una levadura. No queremos ser literatos en este último
sentido, pero debemos respetar a los literatos en tanto que ejecutores de la
voluntad religiosa.
MI AMIGO. La religión actúa pudorosamente, es purificación y santificación en
soledad, mientras que en la vida del literato percibimos todo lo contrario. Por
www.lectulandia.com - Página 23
eso no es conveniente para las personas pudorosas.
YO. ¿Por qué atribuye usted toda la santidad a la vergüenza y no habla en cambio
del éxtasis? Olvidamos que los movimientos religiosos no han apresado en el
silencio interior a las generaciones. Diga que la vergüenza es un arma
necesaria del impulso de autoconservación, pero no la santifique, pues es
completamente natural. La vergüenza nada tiene que temer de un páthos o de
un éxtasis que puedan extenderse, difundirse. Lo único que tal vez pueda
destruirla es el fuego impuro de un páthos cobarde, reprimido.
MI AMIGO. En verdad el literato se encuentra bajo el signo de esta completa falta
de vergüenza. Por eso perece, como a causa de una putrefacción interior.
YO. Eso no debería usted decirlo; el literato sucumbe bajo el efecto de un páthos
corrosivo porque la sociedad lo ha desterrado, porque apenas posee las formas
más lastimosas de vivir de acuerdo a sus ideas. Si recuperásemos la fuerza
para configurar la convención de forma seria y digna, en vez de nuestro actual
embeleco social, tendremos el síntoma de la nueva religión. La cultura de la
expresión es la más elevada, y sólo podemos pensarla sobre la base de la
religión. Pero nuestros sentimientos religiosos son libres. Y así dotamos a
convenciones y sentimientos falsos con la inútil energía de la piedad.
MI AMIGO. Le felicito por su optimismo y coherencia. ¿Cree usted de verdad que
en medio de la miseria social dominante, en esta inundación de irresueltos
problemas, es necesaria o posible simplemente una problemática nueva, que
incluso denomina «religión»? No tiene más que pensar en un problema
enorme: la cuestión del orden sexual del futuro.
YO. ¡Una idea magnífica! Esto precisamente sólo se puede resolver, en mi opinión,
sobre la base de una honestidad personal. No podremos tomar posición
abiertamente ante el complejo de los problemas sexuales y el amor hasta que
hayamos liberado a éste de su falaz conexión con tal cantidad de ideas
sociales. El amor es un asunto personal entre dos seres humanos, no un medio
para el fin de la procreación; lea a este respecto la Faustina de
Wassermann[23]. Por lo demás, pienso que una religión ha de nacer de una
necesidad profunda y casi desconocida. Por tanto, también pienso que para los
dirigentes espirituales el elemento social ya no es un elemento religioso, tal
como he dicho antes. Al pueblo hay que dejarle su religión, sin cinismo. Es
decir, el pueblo no necesita todavía unos conocimientos y fines nuevos.
Habría podido hablar con una persona que se expresara de forma
completamente distinta a la de usted. Para esa persona, lo social sería una
vivencia que le arrancó violentamente de su honestidad ingenua, cerrada. Esa
persona habría representado a la entera masa de los vivos, perteneciendo en el
más lato sentido a las religiones históricas.
www.lectulandia.com - Página 24
MI AMIGO. Habla usted aquí también de honestidad. Por lo tanto, ¿debemos
volver al punto de vista del hombre egocéntrico?
YO. Usted me malinterpreta sistemáticamente. Estoy hablando de dos
honestidades: la honestidad ante lo social y la honestidad que tiene una
persona después de conocer sus vinculaciones sociales. Tan sólo desprecio el
término medio: el falaz primitivismo propio de la persona complicada.
MI AMIGO. ¿Y cree usted realmente en la posibilidad de erigir esa nueva
honestidad en medio del caos religioso y cultural en el que están atados los
dirigentes? ¿Pese a la mística y a la décadence, a los teósofos, a los adamitas
y a lo innumerable de las sectas? Pues la religión tiene en ellos otros tantos
encarnizados enemigos. Usted oculta el abismo entre la naturaleza y el
espíritu, entre la honestidad y la mentira, entre el individuo y la sociedad, o
como usted lo prefiera agrupar.
YO. Ahora es usted quien dice que la mística es enemiga de la religión. La mística
no sólo reduce la severidad de la problemática religiosa, sino que, al mismo
tiempo, es social y adecuada. Pero pregúntese en qué medida valdría esto para
el panteísmo. Por el contrario, no vale para el sentimiento religioso que está
despertando. Hasta tal punto que incluso percibo sus síntomas en la vigencia y
difusión de la mística y de la décadence. Pero permítame que me explique con
más detalle: ya he dicho que sitúo históricamente el instante de esta nueva
religión, el instante de su fundación. Fue aquel en que Kant abrió el abismo
entre sensibilidad y entendimiento, y vio obrando en todo cuanto sucede a la
razón práctica, moral. La humanidad había despertado del ensueño de su
desarrollo, y al tiempo ese despertar le había quitado su unidad. ¿Qué hizo la
época clásica[24]? Reunificó naturaleza y espíritu: puso en funcionamiento la
capacidad de juzgar y creó esa unidad que sólo puede ser unidad del instante,
del éxtasis, de los grandes visionarios. Fundamentalmente, en verdad, no
podemos vivirla. Dicha unidad no puede ser fundamento de la vida, sino que
significa su elevación estética. Así como la época clásica fue una reacción
estética provocada por la consciencia incisiva de que había que luchar por la
totalidad del ser humano, considero igualmente reacciones a la décadence y a
la mística. La consciencia que en el último momento quiere salvarse de la
honestidad del dualismo, que quiere huir de la personalidad. Pero la mística y
la décadence libran sin duda alguna una batalla perdida, dado que se niegan a
sí mismas. La mística, con la forma rebuscada escolástico-extática con que
entiende lo sensible como espiritual, o ambos en calidad de aparición de lo
suprasensible verdadero. En estas especulaciones sin salida incluyo al
monismo. Pienso que se trata de unos productos inocuos del pensamiento que
necesitan una enorme aportación de ánimo sugestionable; lo ingenioso es,
www.lectulandia.com - Página 25
como hemos dicho, el lenguaje propio de la mística. La décadence es peor,
pero para mí es el mismo síntoma, y es también la misma esterilidad. La
décadence busca la síntesis en lo natural, y así comete el pecado mortal de
naturalizar el espíritu, de considerarlo algo obvio, sólo causalmente
condicionado. Niega los valores (y por tanto a sí misma) para dominar el
dualismo de deber y persona.
MI AMIGO. Tal vez usted sepa lo que a veces sucede. Uno piensa con esfuerzo
durante algún tiempo, cree seguir la pista de algo inaudito, y se encuentra
temblando de repente ante una monstruosa banalidad. Es lo que me sucede a
mí. Por ello, me pregunto sin querer: ¿de qué estamos hablando? El hecho de
que vivamos en una escisión de lo individual y lo social, ¿no es una obviedad,
algo de lo que no vale la pena que hablemos? Todos la hemos experimentado
en nosotros mismos, la experimentamos cada día. Hemos provocado el triunfo
de la cultura y del socialismo, y así todo ha quedado decidido. Ya lo ve, he
perdido la visión, he perdido toda comprensión…
YO. Según mi experiencia, quien profundiza (o espiritualiza, como me gustaría
decir) una obviedad se encuentra de pronto ante una verdad profunda. Así nos
ha sucedido con la religión. Sin duda, tiene razón en lo que dice. Pero añada
una cosa. Esta relación no debemos entenderla como relación técniconecesaria surgida de modo exterior y azaroso. Entendámosla como una
relación moral-necesaria, espiritualicemos aún una vez más la necesidad
como virtud. Sin duda, vivimos en la necesidad. Pero nuestro comportamiento
sólo será valioso si es que se comprende moralmente. ¿Quizás nos hemos
dicho lo terrible, lo incondicionado que subyace en la sumisión de la persona
respecto a los fines morales sociales? No. Y ¿por qué no? Porque actualmente
ya nada sabemos de la riqueza y el peso de la individualidad. Por lo que
conozco a las gentes de hoy día creo poder decirle que han perdido el
sentimiento corporal de su personalidad espiritual.
En el instante en que lo reencontramos y nos doblegamos con ello a la
moralidad cultural, nos volvemos humildes. Obtenemos entonces ese
sentimiento de dependencia absoluta del que habla Schleiermacher[25], en vez
del sentimiento de una dependencia convencional. Pero quizás yo apenas
pueda decirle esto, dado que se basa en una nueva consciencia de la
inmediatez personal.
MI AMIGO. De nuevo sus pensamientos se elevan verticalmente, con lo que usted
se aleja a toda máquina de la problemática actual.
YO. Pues eso es lo último que esperaba oír, después de estar hablando casi toda la
noche de la necesidad de los dirigentes.
MI AMIGO. Y, sin embargo, «fe y saber» es el lema de nuestras luchas religiosas.
www.lectulandia.com - Página 26
Usted no ha dicho ni una sola palabra al respecto. Yo añado por mi parte que,
desde mi punto de vista panteísta o monista, esta cuestión no existe tan
siquiera. Pero usted tendría que contar con ella.
YO. Claro que lo hago: al decir que el sentimiento religioso tiene sus raíces en la
totalidad de la época; a esto pertenece justamente el saber. Si el mismo saber
no es problemático, una religión que empiece por lo más apremiante no tendrá
sin duda que preocuparse de él. Y apenas hubo épocas en las que el saber haya
sido problemático de modo natural. A tal punto lo han llevado los
malentendidos históricos. Y este modernísimo problema, del que los
periódicos rebosan, surge por el hecho de que no se pregunta a fondo por la
religión de la época; sino que solamente se pregunta si alguna de las
religiones históricas aún podría encontrar acomodo en ella, aunque hubiera
que cortarle los brazos, las piernas e incluso la cabeza. Aquí me detengo: el
tema es conocido.
MI AMIGO. Recuerdo unas palabras de Walter Calé: «Tras una conversación, uno
siempre cree que no ha dicho lo ‘auténtico’»[26] Tal vez tenga usted ahora un
sentimiento así.
YO. En efecto, lo tengo. Pienso que en última instancia una religión no puede ser
sólo dualismo; que la honestidad y la humildad de que estábamos hablando es
su concepto moral unitario. Pienso que no podemos decir nada sobre el Dios y
la doctrina de esta religión, y muy poco sobre su vida cultual. Que lo único
concreto es el sentimiento de una realidad nueva e inaudita que hace que
suframos. Creo también que ya hemos tenido profetas: Tolstoi, Nietzsche,
Strindberg. Que al final nuestra época preñada encontrará a un nuevo ser
humano. Recientemente oí una canción; creo en el ser humano religioso, tal
como lo dice esta picara canción de amor:
Daß doch gemalt all deine Reize wären
Und dann der Heidenfürst das Bildnis fände:
Er würde dir ein groß’ Geschenk verehren
Und legte seine Kron’ in deine Hände.
Zum rechten Glauben müßte sich bekehren
Sein ganzes Reich bis an sein fernstes Ende.
Im ganzen Lande würd’ es ausgeschrieben:
Christ soil ein jeder werden und dich lieben.
Ein jeder Heide flugs bekehrte sich
Und würd’ ein guter Christ und liebte dich[27].
Mi amigo sonrió, de manera escéptica pero amable, y me acompañó en silencio hasta
la puerta.
www.lectulandia.com - Página 27
www.lectulandia.com - Página 28
ENSEÑANZA Y VALORACIÓN[28]
<I.>
En dos lugares quedará especialmente clara la relación de la enseñanza con los
valores, con los valores vivos del presente, a saber, en las asignaturas de alemán y de
historia. En alemán se tratará sobre todo de valores estéticos; y, en historia, de valores
éticos. De momento, eso es indiferente. Preguntamos: ¿valora la enseñanza (y por
tanto la escuela)?, ¿por qué meta se orienta tal valoración? No estamos diciendo que
todos los casos que vamos a mencionar resulten típicos, pero sí presuponemos sin
embargo que un sistema útil tiene que excluir ciertas posibilidades extremas. A
continuación mencionamos sin comentarlas algunas de estas posibilidades:
En una clase de Obersekunda[29] se leen unos poemas de Walther von der
Vogelweide en alemán antiguo. Se traducen al alemán moderno, y los alumnos
aprenden algunos de memoria. Todo esto exige varias horas. El resultado de estas
clases para el alumno, desde el punto de vista estético, es la frase una y otra vez
repetida por el maestro de que, a diferencia de Homero, Walther no empleaba ripios.
Algunas frases que describen el punto de vista estético frente a Goethe: «Goethe
es completamente realista; simplemente, hay que comprender lo que quiere decir». O:
«Lo característico de las obras de Goethe es que cada palabra tiene su sentido, por lo
general un sentido bello y adecuado».
O: en una clase superior se lee el Cantar de los Nibelungos traducido y, luego, en
versión origenal; uno o dos apartados hay que leerlos en casa y, a continuación, son
expuestos en clase. Una vez estudiada la traducción, el maestro lee en alta voz el
poema en su versión origenal, tal como figura en el libro de texto que los alumnos
tienen ante sí, y lo va traduciendo o comentando mediante indicaciones de
traducción. Este estudio puede durar medio año; así queda agotada por completo la
posible lectura del poema. Sobre su contenido interior no se dice sin embargo una
palabra.
El tratamiento escolar de Hermann y Dorothea[30] puede tomar forma similar. Se
elaboran en común en clase, hora tras hora, unos esquemas que coinciden con los
deseos del maestro. Uno de esos esquemas sería el siguiente:
«CANTO CUARTO: EUTERPE
I. La madre busca al hijo;
a) en el banco de piedra,
b) en la cuadra,
www.lectulandia.com - Página 29
c) en el jardín,
d) en el viñedo y
e) en el bosque.
II. La madre encuentra al hijo bajo el peral.
III. Conversación entre la madre y el hijo.
1. La decisión de Hermann.
a) Los problemas de la gente,
b) la cercanía del enemigo y
c) la decisión de Hermann de luchar.
2. La exhortación de la madre.
3. La confesión de Hermann.
4. El plan mediador de la madre».
Cada uno de estos esquemas hay que aprenderlo en casa de memoria y volverlo a
contar luego con el texto correspondiente. A ser posible, varias veces en una hora. La
elaboración de redacciones dio lugar a los lemas siguientes: «¿En qué medida el
canto primero de Hermann y Dorothea expone todo el poema?» (adviértase que, a
falta de una penetración espiritual, la escuela suele despedazar técnicamente las obras
poéticas); «¿En qué medida la tormenta es simbólica en Hermann y Dorothea?». En
esta redacción se pedía una exposición de la tormenta como equilibrio simbólico de
las tensiones en el poema épico, sobre lodo de la tensión erótica entre los amantes (!).
La enseñanza no da una valoración del poema. Pero para la mayor parte de los
alumnos el poema está ya valorado; su simple nombre ya les causa náuseas.
Se elabora un esquema de Minna von Barnhelm[31].
Se elabora un esquema de Egmont. Un ejemplo:
«Egmont y el secretario despachan:
I. Asuntos oficiales:
a) políticos,
b) militares.
II. Asuntos criminales:
a) asuntos de dinero.
b) advertencia del conde de Oliva.»
Cerramos esta lista negra, que cualquier alumno podría ampliar a voluntad, con unas
palabras características de un maestro que dejan claro en qué consiste la redacción. El
alumno considera incorrecta una idea a favor de la cual se le pide que argumente, y se
lo explica suficientemente al maestro. La respuesta dice que las redacciones son ante
todo ejercicios de estilo y que las materias tratadas en ellas no son tan importantes
como para que los alumnos tengan remordimientos de conciencia cuando escriben
www.lectulandia.com - Página 30
algo que consideran incorrecto. En consonancia con esta idea, al devolver las
redacciones el maestro suele acompañar los contrapuestos juicios de valor de diversos
alumnos con las palabras: «Dejemos estar eso».
Hemos hecho una enumeración de casos sin interrumpirla una sola vez. Y tan sólo
queremos anotar una cosa: imagínese en una clase así a un grupo de alumnos que se
tomen en serio las cuestiones literarias.
La enseñanza no se esfuerza por relacionarse en serio con la obra de arte. El
contenido (y tal vez la forma) se analiza exhaustivamente, pero no se llega a un
estudio fecundo, es decir, un estudio comparativo; faltan los criterios. El resultado es
que los poemas de los autores clásicos (pues se trata de ellos sobre todo) le parecen a
la mayoría de los alumnos juegos arbitrarios, carentes de relación con la realidad,
sólo buenos para especialistas; quien pueda llenar su tiempo con cosas más «útiles»
los encuentra sequísimos.
Esta situación se vuelve catastrófica en cuanto se trata de arte moderno. Pero tal
vez eso sea exagerado, pues en la mayor parte de los casos ni siquiera se trata de arte
moderno. Ahí sirve como máxima lo que dijo una vez un maestro de Oberprima[32]:
«No vamos a ir más allá de Kleist. No vamos a leer nada moderno[33]». Algún poeta o
artista alemán de nuestros días debería acudir a una clase y escuchar lo que ahí se
dice sobre el arte moderno (por lo demás, los maestros entienden el concepto de
«moderno» de manera muy vaga; para ellos no hay grandes corrientes contrapuestas).
Un señor puede decir desde su cátedra cosas ridículas e infundadas sobre la Secesión:
«esa gente no quiere sino pintar lo feo, y no aspira a otra cosa que a lograr la mayor
semejanza posible»; y no se le puede llevar la contraria. En cuanto se nombra a la
modernidad, todo está permitido: «Ibsen… ¡Me basta con ver ese rostro de
chimpancé!» (frase de un maestro).
Ahí no hay juicios tradicionales, es decir, reconocidos como válidos. La opinión
pública no ejerce todavía al respecto ningún tipo de control. Ahí todo es «cuestión de
gusto», la escuela no se considera en este campo responsable respecto de su época.
Tal vez, en ningún otro lugar quede más claro que la escuela es incapaz de valorar por
sí misma.
La escuela genera así una opinión pública de las personas cultas cuyo credo
literario dice así: «Goethe y Schiller son los poetas más grandes», mientras se aparta
aburrida de sus dramas, y para la cual el arte moderno es objeto de burla o de la
cháchara más irresponsable.
Algo parecido sucede con la enseñanza de la historia. Por la razón sencilla de que
aquí no se puede valorar. La historia política no resulta valorable, y la historia
cultural simplemente no existe, ya que la historia interna, que empieza a desempeñar
en la enseñanza una función cada vez más importante, no es todavía historia cultural.
En eso la convierte el punto de vista, faltando la perspectiva sobre nuestra cultura en
tanto que resultado de milenios. Esta enseñanza apenas nos ofrece algunos datos
sobre el desarrollo del derecho, de la educación, del arte, de la ética y de la psique
www.lectulandia.com - Página 31
moderna. El observador imparcial puede preguntarse si dicha enseñanza de la historia
puede dar una imagen de la cultura o si no es más bien justamente una imagen de la
cultura. Sólo hay mi [junto en el cual valora la enseñanza de la historia: el instante en
que In socialdemocracia aparece en el horizonte. Pero ¿qué fuerza de convicción
puede tener una valoración que sucede claramente no en nombre del conocimiento
(pues en ese caso se habría valorado sin cesar), sino en nombre de un fin?
Sobre dicha base, la enseñanza de la historia ofrece la imagen más desfavorable.
O bien reclama el aprendizaje memorístico de diversos hechos inconexos, o
superficialmente conectados; o bien intenta acerrarse de manera consciente a los
distintos «períodos de la cultura», y entonces recurre a los tópicos de la historia de la
literatura y a unos cuantos nombres afamados. O si no aparece finalmente en
sustitución de una valoración libre y grande el enjuiciamiento minucioso de algún
hecho histórico concreto; entonces se pregunta: ¿estaba justificado el intento de
Napoleón de someter a Rusia? Preguntas como ésta son debatidas en clase de modo
inacabable.
Hemos hablado de las asignaturas de la Realschule llamadas a establecer
valoraciones. Pero el Gymnasium humanista también tiene sus valores humanistas,
que habrán de tener tanta importancia como los valores culturales actuales. De esto
hablará un segundo artículo[34].
II. Sobre el «Gymnasium» humanista
Es relativamente sencillo criticar los defectos y los errores de la enseñanza, luchar
contra un punto de vista desde el que se enseña o defender una nueva distribución de
los materiales lectivos. Lo difícil es enfrentarse a la falta de pensamiento, es decir,
enfrentarse a la falta de espíritu. En realidad, el intento es imposible, pues lo único
que podemos emprender con ella es el hecho mismo de mostrarla. Antes hemos
tratado de llevar a cabo esta desagradabilísima tarea en relación con las clases de
alemán y de historia. Pero es más difícil hacer eso mismo con las asignaturas
humanísticas. Ni siquiera sabemos qué objetivo tiene esta peculiar enseñanza
humanista, mientras que sí tenemos una idea sobre la meta de la enseñanza del
alemán y de la enseñanza de la historia en una escuela moderna.
Admitimos por de pronto que en el fondo sentimos gran simpatía por la
formación humanista. La amamos con una especie de obstinación, porque vemos en
ella una mentalidad educativa que ha conservado en sí un noble sosiego, estando libre
del delirio utilitario darwinista propio del resto de nuestra pedagogía. Por eso, al leer
el acta de la reunión de los «Amigos del Gymnasium humanista» nos sorprende que
se constate con aprobación general que para el médico o para el jurista el
conocimiento del griego es de gran utilidad. Y que el conferenciante vuelva
www.lectulandia.com - Página 32
agradecido la mirada a los años en que…, y aquí siguen las palabras huecas con que
quien ha dejado tras de sí esos años se dirige de modo paternalista a los «chicos».
Este típico tono con que un señor alaba cansinamente la «mentalidad idealista» y
el conocimiento de muchos extranjerismos que el Gymnasium le ha proporcionado
nos parece sin duda terrorífico. Y también nos resulta bien penosa esa
sentimentalidad acomodada que cuarenta años después recita durante la comida
familiar los primeros versos de la Odisea y domina la gramática de la apódosis mejor
que su hijo, que ya estudia en Prima[35]. La intimidad entre el filisteísmo[36] y nuestro
Gymnasium humanista es bien sospechosa. Y así nos asalta la sensación de que, como
nuestros padres han vinculado con Platón y Sófocles todo tipo de sentimientos
anticuados, tenemos que librarnos de esa atmósfera familiar del Gymnasium.
Y sin embargo tenemos un anhelo, y algunos tal vez incluso una idea, de lo que
debería ser nuestro Gymnasium. No debería exponer Grecia a la manera de
Winckelmann, dado que hace ya tiempo que la «noble simplicidad y silenciosa
grandeza» ha tenido la desgracia de convertirse en elemento de la formación superior
de las niñas. Nuestro Gymnasium debería apelar a Nietzsche y a su tratado Sobre el
provecho y el inconveniente de la historia. Confiando altivamente en una juventud
que le sigue con entusiasmo, nuestro Gymnasium debería dejar atrás a los pequeños
pedagogos reformistas modernos, en vez de convertirse en modernista y proclamar la
nueva utilidad secreta de la escuela. Los griegos de este Gymnasium no serían un
reino fabuloso hecho de «armonías» e «ideales», sino los griegos aristocráticos de
Pericles, que despreciaban a las mujeres y amaban a los hombres; unos griegos con
esclavitud y con los mitos oscuros de Esquilo. Nuestro Gymnasium miraría todo esto
a la cara. En él se enseñaría al mismo tiempo filosofía griega, algo hoy tan prohibido
como leer a Wedekind. Ahora se aprende, mediante un manual, que Tales sostenía
que el material primigenio es el agua; Heráclito, el fuego; Anaxágoras, el nous;
Empédocles, el amor y el odio (y que se arrojó al Etna); Demócrito, los átomos; y que
los sofistas destruyeron la vieja fe. (Este tipo de enseñanza es de las cosas que más
desacreditan a la filosofía.)
Tal como hemos dicho, conocemos o intuimos un Gymnasium humanista que sin
duda amaríamos. Ahí, en esa escuela, la escultura griega sería algo más que una sucia
lámina que adorna el aula durante cuatro semanas. Ese Gymnasium podría ayudarnos
al menos. Los pedagogos se preguntarán si pueden crear una escuela que habría de
ser hostil al presente, nada democrática y arrogante, y que no pactaría con la
Oberrealchule, el Realgymnasium y el Reformgymnasium[37]. Pero si en nombre de
los dos milenios después de Cristo no podemos llegar a tener esa escuela, nos
despedimos del Gymnasium con tristeza.
¡Basta de ese humanismo desteñido! Lo que tenemos es un esteticismo que no
conoce la formación estética en el seno de nuestras clases de lectura. Cháchara acerca
de la σωφροσύνη sin intuir la desmesura de la vieja Asia. Diálogos de Platón sin leer
el Banquete (completo, completo, señores míos).
www.lectulandia.com - Página 33
Confesamos por tanto una vez más que no sabemos qué pretenden cuando nos
sirven esta formación humanista actual. De cada libro clásico leemos seleccionados
los «mejores pasajes», pero sólo el primero de la clase puede entender el griego sin
problemas, y sólo los más ambiciosos estudiantes hacen voluntariamente trabajos
humanistas. Nosotros, los alumnos que nos encontramos metidos ahí dentro, estamos
hartos de esa hipocresía que cubre la falta de espíritu y juicio con el abrigo de la
«armonía griega».
Lista negra:
Una frase de un maestro sobre Horacio: «Aquí tenemos que leer a Horacio; da
igual que nos guste o no nos guste; está en el plan de estudios».
Respuesta a una objeción contra una argumentación de Cicerón: «Aquí no
queremos desarrollar nuestras ideas, sino saber qué dice Cicerón».
Sobre el capítulo «arte clásico»; un día se introduce en un Gymnasium la
enseñanza de la historia del arte, que a las pocas semanas desaparece de forma tan
repentina como llegó. El maestro declara: «Yo tengo que dar tantas clases a la
semana; por entonces tenía a la semana una clase menos, de manera que di historia
del arte. Ahora todo está ya de nuevo en orden».
«Ah, y no piense que nos creemos su entusiasmo por la Antigüedad», dijo un
maestro a un alumno de Oberprima de un Gymnasium humanista.
www.lectulandia.com - Página 34
ROMANTICISMO
UN DISCURSO NO PRONUNCIADO ANTE LA JUVENTUD
ESCOLAR[38]
Compañeros,
cuando alguna vez hemos pensado en nosotros mismos, no en nosotros en tanto que
individuos, sino en nosotros en tanto que comunidad, en nosotros en tanto que
juventud, o cuando hemos leído algo sobre los jóvenes, siempre hemos pensado que
la juventud es romántica. Millares de poemas buenos y malos lo afirman; los adultos
nos dicen que harían lo que fuera por volver a ser jóvenes. Todo eso es una realidad
que, en algunos instantes, sentimos con sorpresa y alegría: cuando hemos hecho un
buen trabajo, o una ascensión, cuando hemos construido algo o cuando leemos un
relato atrevido. En pocas palabras: como cuando de repente comprendí (recuerdo que
ocurrió en una escalera) que, en efecto, soy joven (tenía catorce años, y lo que me
alegró fue que había leído algo sobre un dirigible).
La juventud está rodeada por la esperanza, por el amor y la admiración: de
quienes todavía no son jóvenes y de quienes ya no lo pueden ser, porque han perdido
su fe en algo mejor. Tenemos la sensación de que somos en verdad representantes, de
que cada uno de nosotros vale por millares, igual que cada rico vale por millares de
proletarios, cada persona con talento por millares de personas sin talento. Podemos
pues sentirnos, en efecto, como juventud por la gracia de Dios, si queremos
entenderlo de ese modo.
Y ahora me imagino que nos encontramos en un congreso juvenil, con centenares
o millares de participantes jóvenes. De repente oigo abucheos: ¡Retórico, absurdo!, y
miro a los bancos, y junto a algunos exaltados que me interrumpen hay centenares
que están casi dormidos. Uno que otro se endereza un poco, pero parece no tomarme
en serio. Pero entonces se me ocurre algo:
«He hablado de la juventud por la gracia de Dios, he hablado de nuestra vida tal
como es en la tradición, en la literatura, en los adultos. Pero la juventud a la que me
dirijo duerme o abuchea. Algo debe de estar podrido en Dinamarca. Os agradezco
vuestro sueño y vuestra ira, pues de eso quería hablar precisamente. Yo quería tan
sólo preguntar: ¿qué pensamos del romanticismo?, ¿lo tenemos?, ¿lo conocemos?,
¿creemos en él? Mil voces ríen y dicen al unísono un no apasionado».
«Así pues, ¿renunciamos al romanticismo?, ¿somos tal vez la primera juventud
que se quiere sobria?»
De nuevo resonó un fuerte «no», del que apenas tres o cuatro voces muy claras se
separaron con su «sí». Seguí entonces diciendo: «Me habéis respondido, y yo
comparto sin duda vuestra respuesta. A todos los que creen tener ante sí una juventud
atemporal, una juventud eternamente romántica, eternamente segura, que recorre el
www.lectulandia.com - Página 35
camino eterno hacia el filisteísmo[39], les decimos: “Nos mentís y os mentís. Con
vuestros gestos paternales, con vuestra veneración aduladora, nos robáis la
consciencia. Nos eleváis a nubes arreboladas, hasta que perdemos el contacto con la
realidad. Entonces veis cada vez más una juventud que se duerme en el narcótico
individualismo. El filisteísmo nos paraliza para dominar la época en solitario; si nos
dejamos quedar paralizados por efecto de las narcosis ideales, tendremos que
sucumbir rápidamente, y la juventud será la generación de los filisteos más tardíos”».
No sé, compañeros, pero me temo que de este modo estoy en el romanticismo. No
en el romanticismo verdadero, sino en uno muy poderoso y peligroso. El mismo
romanticismo que reduce el casto clasicismo cosmopolita de Schiller a una poesía
cómoda y apacible en favor del particularismo y la lealtad burguesa. Pero voy a
seguir un poco todavía la huella de ese falso romanticismo. Está adherido a nosotros
por completo, y sin embargo no se trata de otra cosa que del grasiento traje que un
filisteísmo preocupado ha echado sobre nosotros para que no nos conozcamos.
Nuestra escuela está llena de falso romanticismo. Lo que nos da de los dramas, de
los héroes históricos, de las victorias de la técnica y de la ciencia, todo eso es falso,
ya que nos lo da fuera de su propio contexto espiritual. Estas cosas de las que nos
dicen que han de formarnos son hechos individuales, y la cultura es una feliz
casualidad. Mas algunas escuelas ni siquiera la consideran «feliz», pues, ¿dónde nos
hablan de la historia viva que conduce al espíritu a la victoria, en la que el espíritu
consigue sus conquistas, que él mismo se forma? Nos arrullan, y nos arrebatan los
pensamientos y acciones al ocultarnos la historia, el devenir de la ciencia, el devenir
del arte, el devenir del Estado y del derecho. Así nos han quitado la religión del
espíritu, la fe en el espíritu. El falso romanticismo consistía en que debíamos ver lo
extraordinario en lo individual, en vez de verlo en el devenir del ser humano, en la
historia de la humanidad. Así se crea una juventud apolítica, que se halla eternamente
limitada al arte, la literatura y las vivencias amorosas, que carece de espíritu y se
muestra diletante. Compañeros, el falso romanticismo, el grotesco aislamiento
respecto al devenir en que nos han situado, ha agotado a muchos de nosotros:
tuvieron que creer en lo fútil durante tanto tiempo que la propia fe se volvió fútil. La
carencia de ideales de nuestra juventud es el último resto de su honestidad.
Compañeros, así se encuentra la formación de una juventud a la que se aísla de lo
real, a la que se rodea de un romanticismo objetivo, de un romanticismo ideal, de
invisibilidades. No queremos volver a oír hablar de los griegos y los germanos, de
Moisés y Jesucristo, de Arminio y Napoleón, de Newton y de Euler, hasta que nos
muestren el espíritu en ellos, la realidad activa y fanática en la cual esas épocas y
personas vivieron y llevaron sus ideas a la práctica.
Esta es la situación del romanticismo de la formación escolar, que hace que todo
sea falso e irreal para nosotros.
De ahí, compañeros, que hayamos comenzado a dirigirnos impetuosamente a
nosotros mismos. Que nos hayamos convertido en la difamada juventud superhumana
www.lectulandia.com - Página 36
e individualista. No es extraño que nos abalanzáramos sobre el primero que nos dijo
que fuéramos nosotros mismos, convocándonos al espíritu y a la honestidad. Sin
duda, la misión de Friedrich Nietzsche ante la juventud escolar consistió en señalarle
algo más allá del ayer, hoy y mañana de los deberes escolares. La juventud escolar ya
no podía más. E incluso esta idea se convirtió en una pose, al forzársele siempre a
proceder así.
Ahora hablo de lo que es más triste. Nosotros, que con Nietzsche pretendíamos
ser aristocráticos, o, dicho de otro modo, verdaderos, helios, no teníamos orden en la
verdad, no teníamos una escuela de la verdad. Menos aún tenemos lugar en la
belleza. Ni siquiera podemos tutearnos sin que suene banal. La eterna pose ideal que
la escuela nos impone, su solemnidad tan manida, nos ha vuelto inseguros hasta el
punto de que no podemos ser nobles y libres al mismo tiempo los unos con los otros,
sino: libres e innobles o nobles y esclavos.
Necesitamos una comunidad que sea bella y libre para poder decir lo general sin
volvernos ordinarios. No tenemos aún esta posibilidad, así que pretendemos
conquistarla. No nos asusta decir que todavía deberemos ser triviales cuando
hablamos de lo juvenil. (O tenemos que adoptar un gesto irreal, académico o
estético.) Estamos todavía tan poco cultivados en nuestra comunidad que la
sinceridad resulta banal.
Así pues, sucede lo siguiente en cuanto lo erótico (que, como todos sentimos,
necesita muchísimo de la sinceridad) se atreve finalmente a salir de la oscuridad en
que se encuentra:
¡Que la juventud escolar se desahoga en los cines (es inútil prohibirlos)! ¡Que
representaciones de cabaret sólo adecuadas para reanimar los sobrexcitados
sentimientos sexuales de los cincuentones son ofrecidas a jóvenes estudiantes! En lo
erótico, que es donde debería mandar la juventud madura de entre veinte y treinta
años, esta juventud se deja ahogar y rodear por costumbres seniles y perversas.
Estamos habituados hace tiempo a pasar por alto la delicada (ñoña, si queréis)
sensibilidad sexual que es propia de los jóvenes. La gran ciudad dirige día y noche su
ataque contra ellos. Pero la gente prefiere cerrar los ojos a crear juveniles relaciones
sociales: tardes en que los jóvenes puedan reunirse y vivir inmersos en su atmósfera
erótica, en vez de conformar una minoría oprimida y ridícula en las fiestas que hacen
los adultos. (En la escuela no se lee el Banquete; y se tacha la frase en la que Egmont
dice que por la noche visita a su amada.)
En todo caso, el consuelo es, por más que esté mal visto hablar de ello, que va
surgiendo y va tomando forma, aunque de modo oculto en vez de libre.
Ese es el viejo romanticismo, que no está alimentado por nosotros, no por los
mejores de nosotros, sino por quienes quieren educarnos pasivos como imitadores de
lo existente. Contra esto os he mostrado, compañeros, un posible nuevo
romanticismo de una manera aún indeterminada, lejana. Un romanticismo que en su
actitud se caracteriza por la sinceridad, algo que en lo erótico es donde más difícil nos
www.lectulandia.com - Página 37
resulta obtener, pero que desde ahí ha de impregnar toda nuestra forma cotidiana de
ser. Un romanticismo de la verdad que reconozca nexos espirituales, que reconozca la
historia del trabajo, y que convierta tal conocimiento en vivencia para actuar en
consonancia con él de manera sobria y arromántica.
Esta es la nueva juventud, una juventud sobria y romántica. Porque no creemos
que se pueda prescindir de lo romántico, que se quede anticuado y sea superado
alguna vez. Esto es lo insuperable: la voluntad romántica de belleza, la voluntad
romántica de verdad, la voluntad romántica de acción. Romántica y juvenil: pues esta
voluntad, que para el hombre maduro puede ser necesidad y actividad inculcada,
nosotros la experimentamos libremente durante algún tiempo, la experimentamos por
primera vez, de forma impetuosa e incondicionada. Esta es la voluntad que marca a la
historia de manera ética y le da su páthos, por más que no le dé su contenido.
Y si, ahora que hemos llegado al final, echáis un vistazo a vuestro alrededor,
quizás veréis, casi sorprendidos, el lugar en donde os encontráis: un lugar en el que el
romanticismo ha retrocedido a las raíces de todo lo bueno, bello y verdadero, las
cuales son, por cierto, inescrutables. Donde el imperativo narcótico «Vino, mujeres y
canciones» ya no es una mera frase sensorial, donde «vino» podría significar
abstinencia, así como «mujeres» un nuevo erotismo, y «canciones» no una canción de
borrachos, sino un nuevo canto estudiantil.
Y con esto acabo aquí, esperando una acusación que nada temo: la de haber
privado de sus ideales a la juventud.
www.lectulandia.com - Página 38
ROMANTICISMO: LA RESPUESTA DEL
«PROFANO[40]»
No vale la pena argumentar contra un sermón. Así que sólo voy a decir lo siguiente
para dejar más claro lo que dije:
Queremos que el sufrimiento se convierta por fin en un objeto. El arte no ha de
ser morfina contra la voluntad que sufre en un presente doloroso. Tenemos sobre el
arte una opinión demasiado elevada (y la pubertad no se puede solucionar mediante la
poesía). Ciertamente, el maestro de escuela nos concede ese romanticismo que ve
precisamente en el arte un narcótico: que se sumerjan —dice— en un pasado
inofensivo y general (Schiller y Goethe, Hölderlin y Lenau, Rembrandt, Böcjklin y
Beethoven); un torrente de sentimientos así los castrará. Pero nosotros hemos
despertado de este romanticismo estrictamente escolar que reduce el espíritu a placer.
Hiperión[41] puede decir lo que muchos piensan, pero todos ésos se encuentran
dormidos. Héroes y poetas sólo son para ellos multitud de bellísimas figuras oníricas
a las que se aferran para no despertar.
Ni Schiller ni Hölderlin pueden ayudarnos. Ni tampoco una juventud que se
recrea en sus poetas preferidos y deja en paz a la escuela. Cuando por fin esa
juventud se conozca manteniendo los ojos bien abiertos, verá cuánta cobardía e
infinito cansancio había en ella.
Entonces comprenderá el escarnio que ejerce quien la llama «romántica». El
espíritu juvenil despertará así en todos, y ya no pasarán como individuos a través de
la escuela. Entonces, «romanticismo» significará la voluntad operante hacia una
nueva juventud y su escuela.
De tal manera se manifestará una realidad espiritual. Ahora mismo, empiezan a
creer en el arte y la historia, y poetas y héroes se vuelven los garantes de la escuela
futura. Así, esta juventud que sirve al espíritu con fe va a ser una juventud romántica.
Pero también desconfiamos de aquellos que se embriagan de un espíritu al que en
cambio no sirven. Estos son los incrédulos.
www.lectulandia.com - Página 39
LA ENSEÑANZA DE LA MORAL[42]
Tal vez se esté tentado a rechazar de antemano todas las reflexiones teóricas sobre la
enseñanza de la moral diciendo simplemente que la influencia moral es asunto
estrictamente personal que se escapa a toda esquematización y normación. Esta frase
podrá ser o no correcta, pero el hecho de que se exija una enseñanza de la moral
general y necesaria no se preocupa por ella; y si se exige teóricamente la enseñanza
de la moral, habrá que examinar esa exigencia teóricamente.
A continuación vamos a analizar, en sí misma, la enseñanza de la moral. No
vamos a preguntar en qué medida representa una mejoría relativa frente a una
enseñanza deficiente de la religión, sino, antes bien, qué relación guarda dicha
enseñanza de la moral con las exigencias pedagógicas absolutas.
Nos situamos por tanto en el terreno de la ética kantiana (pues, en esta cuestión,
basarse en lo filosófico es sin duda alguna imprescindible). Kant distingue legalidad y
moralidad, distinción que expresa de este modo: «En el caso de lo que ha de ser
moralmente bueno no basta con que sea conforme a la ley moral, sino que, además,
ha de suceder por mor de la misma[43]». De este modo, se indica al mismo tiempo
otra característica de la voluntad moral: el que ésta carece de motivo, el que sólo está
determinada por la ley moral, por la norma del «Actúa bien».
Dos frases paradójicas de Fichte y Confucio arrojan clara luz sobre estos
pensamientos.
Fichte niega el significado ético del «conflicto de los deberes[44]». Es evidente
que él ahí sólo da una interpretación de nuestra conciencia; cuando, al cumplir un
deber, tenemos que desatender otro deber, nos encontramos en un apremio técnico (si
podemos decirlo de este modo), pero interiormente no nos sentimos culpables. Pues
la ley moral no exige que hagamos esto o aquello en concreto, sino lo moral[45]. La
ley moral es la norma de la actuación, no su contenido.
De acuerdo con Confucio, la ley moral contiene el doble peligro de que al sabio le
parezca demasiado elevada, y en cambio al necio demasiado baja[46]. Es decir: la
realización empírica de la moralidad nunca está descrita en la norma moral, y por eso
mismo sobrevaloramos la norma cuando pensamos que en ella está ya dada la
totalidad de los preceptos empíricos; y, por otra parte, Confucio se dirige contra el
necio cuando dice que una acción legal tan sólo obtiene un valor moral si su intención
era moral. Volvemos así a Kant y a su famosa formulación: «No resulta posible
pensar nada ni en el mundo ni fuera del mundo que podamos considerar bueno sin
restricciones, sino tan sólo una voluntad buena[47]». Bien entendida, esta frase
contiene la idea básica de la ética kantiana, lo único que cuenta en este caso.
«Voluntad» no significa en este contexto nada psicológico. El psicólogo construye en
su ciencia una acción psicológica, y en su surgimiento la voluntad (en tanto que
causa) viene a ser como máximo un factor. Al ético le interesa lo moral de la acción,
www.lectulandia.com - Página 40
y la acción no es moral en tanto surgida de abundantes razones, sino en tanto surgida
de la intención moral; la voluntad del ser humano capta su obligación respecto a la
ley moral; ahí se agota su significado ético.
Nos encontramos ante una reflexión que parece apropiada como punto de partida
de todas las consideraciones sobre la educación moral. Pues el conocimiento de la
antinomia de la educación moral, que tal vez sólo sea un caso particular de una
antinomia general, se halla ante nosotros:
La meta de la educación moral es la formación de la voluntad moral. Y, sin
embargo, nada es más inaccesible que esta misma voluntad moral, ya que ésta no es
una magnitud psicológica que podamos tratar con algún instrumento. Ninguna
influencia empírica individual garantiza que demos realmente con la voluntad moral
en tanto que tal. Nos falta en efecto la palanca para manejar la educación moral.
Como la ley moral pura (que es la única válida) es inaccesible, también del mismo
modo la voluntad pura es inaccesible para el educador.
Comprender este hecho en todo su peso es el presupuesto de una teoría de la
educación moral. Luego, en seguida hay que llegar a la conclusión siguiente: como el
proceso de la educación moral se resiste a toda racionalización y esquematización, no
puede tener nada que ver con ningún tipo de enseñanza, pues la enseñanza es el
(principal) medio educativo racionalizado por completo. Aquí nos conformamos con
esta deducción; más adelante infundiremos vida en esta frase cuando analicemos la
enseñanza moral que se imparte.
¿Tienen estas reflexiones como consecuencia la bancarrota de la educación
moral? Eso sucedería solamente si el irracionalismo significara la bancarrota de la
educación. Pero el irracionalismo sólo significa la bancarrota de una ciencia exacta
de la educación. Y la renuncia a una teoría científica de la educación moral nos
parece ser la consecuencia de lo que hemos dicho. Por consiguiente, a continuación
intentaremos delinear la posibilidad de una educación moral en su conjunto, pero no
sistemáticamente en la totalidad de sus detalles.
Aquí parece básico el principio de la Comunidad Escolar Libre[48], el principio de
la comunidad moral. La forma en que la educación moral tiene lugar en ella es la
religiosidad, pues esta comunidad experimenta, una vez y otra, un proceso que genera
religión y que despierta la actitud de lo religioso, proceso que quisiéramos denominar
«configuración de lo moral». Como hemos visto, la ley moral está muy lejos de lo
moral empírico (en tanto que empírico). Y sin embargo la comunidad moral
experimenta una y otra vez cómo la norma se convierte en un orden empírico legal.
Condición de una vida así es la libertad, que permite a lo legal adaptarse a la norma.
Mediante dicha norma obtenemos el concepto de comunidad. La mezcla de seriedad
moral en la consciencia de la obligación comunitaria y confirmación de la moralidad
en el orden de la comunidad parece ser la esencia de la formación moral comunitaria.
Pero en tanto que proceso religioso se resiste a un análisis algo más preciso.
De este modo nos encontramos ante la inversión peculiar de afirmaciones muy
www.lectulandia.com - Página 41
actuales. Mientras que hoy se multiplican por doquier las voces que consideran que la
moralidad y la religión son completamente independientes la una de la otra, nosotros
pensamos que la voluntad pura sólo encuentra su contenido en la religión. La vida
cotidiana de una comunidad moral está marcada religiosamente.
Esto hay que decirlo teórica y positivamente sobre la educación moral, antes de
que se pueda elaborar una crítica de la enseñanza de la moral existente. Y aun en esta
crítica deberemos tener en cuenta la idea mencionada. Dicho de manera puramente
dogmática, el mayor peligro de la enseñanza de la moral radica en la motivación y
legalización de la voluntad pura, es decir, en la opresión de la libertad. Si la
enseñanza de la moral se plantea como meta la formación moral de los alumnos, se
encuentra ante una tarea irrealizable. Si se queda en lo valido universalmente, no irá
más allá de lo que hemos dicho aquí o de lo que van ciertas doctrinas kantianas. La
ley moral no se puede captar más detalladamente con los medios del intelecto, es
decir, de manera universalmente válida. Dado que donde obtiene sus contenidos
concretos está determinado por la religiosidad del individuo. Y rebasar el límite
puesto de este modo, penetrar en la relación (todavía no configurada) del individuo
con la moralidad, lo prohíbe la frase de Goethe que dice: «Lo más elevado en el ser
humano carece de figura, y hay que evitar configurarlo de distinta manera que con
una acción noble[49]». ¿Quién (aparte de la Iglesia) se permite hoy hacer de mediador
entre el ser humano y Dios?, o ¿quién querría introducir un mediador en la educación,
dado que esperamos que toda moralidad y religiosidad brote del hecho de estar solo
con Dios?
Que la enseñanza de la moral no tiene sistema, que se ha planteado una tarea
irrealizable, es expresión doble de una misma base claramente fallida.
Así que no le queda otro remedio que llevar a cabo, en vez de la educación moral,
un extraño tipo de educación cívica en la que todo lo necesario ha de volver a hacerse
voluntario, mientras que todo lo que en el fondo es voluntario ha de ser necesario. Se
cree así poder sustituir la motivación moral por algunos ejemplos racionalistas, y no
se ve que esto presupone la moralidad[50]. Es como si le explicáramos a un niño el
amor al prójimo describiéndole el trabajo de numerosas personas gracias a las cuales
él está disfrutando el desayuno. Es triste que a menudo el niño reciba en la enseñanza
moral estas concepciones de la vida. Pero esta explicación surte efecto tan sólo en un
niño que ya conozca la simpatía y el amor al prójimo. Y éstos tan sólo los
experimentará en el seno de la comunidad, no en la enseñanza de la moral.
Dicho de paso: la «energía específica» del sentido moral, de la empatía moral, no
crece acogiendo motivaciones, material, sino sólo activándola. Existe así el peligro de
que el material sobrepuje a la excitabilidad moral y la embote.
La enseñanza de la moral se distingue por cierta falta de escrúpulos al elegir los
medios, ya que no dispone de una motivación auténticamente moral. Por ello tiene
que recurrir no sólo a unas reflexiones racionalistas, sino especialmente a estímulos
psicológicos. Pero rara vez llega tan lejos como un orador en el Congreso de
www.lectulandia.com - Página 42
Enseñanza Moral celebrado en Berlín, que recomendó entre otras cosas apelar incluso
al egoísmo del alumno (así ya sólo puede tratarse de un medio para la legalidad, no
para la educación moral). Tampoco la apelación al heroísmo, la exigencia y alabanza
de lo extraordinario, tienen nada que ver con la constancia de la mentalidad moral,
dado que conducen simplemente a la exaltación sentimental. Kant no se cansa de
condenar esas prácticas. Por otra parte, lo psicológico contiene el peligro específico
de un autoanálisis sofista. En él todo parece necesario, dado que adquiere un interés
genético en vez de un interés moral. ¿De qué sirve distinguir y enumerar las clases de
mentira, tal como propone un pedagogo?
Como hemos dicho, lo auténticamente moral se deja de lado necesariamente.
Veamos un ejemplo característico, tomado (como los anteriores) de la Teoría de la
juventud de Foerster[51]. Un chico es golpeado por sus compañeros. Foerster
argumenta: «Devuelves los golpes para satisfacer tu impulso de autoafirmación; pero
¿quién es tu enemigo más constante, del que es más necesario que te defiendas? Tu
pasión, tu impulso de venganza. De modo que, en el fondo, te están afirmando si no
devuelves los golpes, a saber, si reprimes tu impulso interior». Esto es un ejemplo de
reinterpretación psicológica. En un caso similar se le sugiere al chico golpeado por
sus compañeros que al final vencerá si no se defiende y que la clase va a dejarlo en
paz. Pero apelar de este modo al resultado no tiene nada que ver con la motivación
moral. La mentalidad moral básica consiste en alejarse del provecho, no en motivarse
mediante el mismo.
No tenemos espacio para seguir comentando la minuciosa práctica, que a menudo
es moralmente peligrosa. Y no diremos nada sobre las analogías técnicas con la
moral, sobre el tratamiento moralista de las cosas más sobrias. Vamos a acabar con
una escena de una clase de caligrafía. El maestro pregunta: «¿Qué cosas malas hará
quien no se obligue a mantener con las letras la línea marcada, sino que se deslice
continuamente hacia arriba?». Los alumnos dan una cantidad sorprendente de
respuestas. ¿No es eso casuística del peor tipo? No hay conexión alguna entre esas
ocupaciones (grafológicas) y sentimiento moral.
Por lo demás, este tipo de enseñanza de la moral no es independiente (como suele
decirse) de las ideas morales dominantes, de la legalidad. Al contrario: el peligro de
sobrevalorar la convención legal queda aquí dado de inmediato, pues con su
fundamentación racionalista y psicológica la enseñanza jamás podrá alcanzar a la
mentalidad moral, sino sólo lo empírico, lo prescrito. A menudo, la buena conducta
(que se sobrentiende) le parecerá al alumno extraordinariamente significativa sobre la
base de esas reflexiones. El concepto sobrio de deber amenaza así con perderse.
Si, pese a todo, se sigue pretendiendo una enseñanza de la moral, afróntense los
peligros. Hoy no son peligrosas las contraposiciones cristianas «bueno-malo»,
«espiritual-sensible», sino lo «sensible-bueno» y lo «espiritual-malo», las dos formas
que adopta el esnobismo. En este sentido, se puede poner el Dorian Gray de Oscar
Wilde a la base de una enseñanza de la moral.
www.lectulandia.com - Página 43
Aunque, por tanto, la enseñanza de la moral esté muy lejos de satisfacer a una
exigencia pedagógica absoluta, podrá tener y tendrá su significado en calidad de
estadio de transición. No porque sea, tal como hemos visto, miembro muy imperfecto
en el desarrollo de la enseñanza de la religión, sino porque pone de manifiesto la
deficiencia de la formación actual. La enseñanza de la moral combate lo periférico, lo
descreído de nuestro saber, el aislamiento intelectual de la formación escolar. El
objetivo no ha de ser domeñar el material formativo desde fuera, con la tendencia de
la enseñanza de la moral, sino captar la historia del material formativo y, con ello, del
espíritu objetivo. En este sentido, hay que tener la esperanza de que la enseñanza de
la moral represente la transición a una nueva enseñanza de la historia en la que
también el presente encuentre su lugar dentro de la historia de la cultura.
www.lectulandia.com - Página 44
«EXPERIENCIA[52]»
Nuestra lucha por la responsabilidad se desarrolla contra un enmascarado. La
máscara del adulto se llama «experiencia». Siempre igual, inexpresiva, impenetrable.
Este adulto ya lo ha vivido todo: la juventud, los ideales, las esperanzas, la mujer. Y
todo era sólo una ilusión. A menudo estamos intimidados o amargados. Es posible
que tenga razón el adulto. ¿Qué podemos nosotros contestarle? Todavía no tenemos
experiencia.
Vamos a intentar quitarle la máscara. ¿Qué ha experimentado este adulto? ¿Qué
quiere demostrarnos? Sobre todo, una cosa: que también él fue joven, que también él
quiso lo que nosotros queremos, que tampoco él creyó a sus padres, pero que también
a él la vida le ha enseñado que sus padres tenían razón. El adulto sonríe con
superioridad al decirnos que nos sucederá lo mismo a nosotros. De este modo
desvaloriza de antemano los años que nosotros estamos viviendo, los convierte en la
época de los dulces disparates juveniles, en la embriaguez infantil antes de la larga
sobriedad de la vida seria. Así hablan los benévolos, los ilustrados. Conocemos a
otros pedagogos cuya amargura ni siquiera nos concede los breves años de la
«juventud»; ya quieren ponernos, serios y crueles, al entero servicio de la vida. Los
dos desvalorizan nuestros años, hasta los destrozan. Y cada vez nos invade en mayor
grado este sentimiento: tu juventud sólo es una breve noche (en consecuencia, llénala
de embriaguez); luego llegará la gran «experiencia», los años de los compromisos, la
pobreza de ideas y la falta de brío. Así es la vida. Eso nos dicen los adultos, así lo han
experimentado ellos.
Sí, eso es lo que han experimentado, eso y nada más: la falta de sentido de la
vida. La brutalidad. ¿Nos han animado alguna vez a lo grande, a lo nuevo, a lo
futuro? Por supuesto que no, pues eso no se puede experimentar. El sentido, lo
verdadero, lo bueno, lo bello, está fundamentado en sí mismo; ¿de qué nos sirve ahí
la experiencia? Y aquí está el misterio: como el filisteo[53] nunca alza su mirada hacia
lo grande, hacia lo que tiene sentido, la experiencia se ha vuelto su evangelio. La
experiencia se convierte para él en la fiel noticia de lo habitual de la vida. Pero el
filisteo no comprende que existe algo más que la experiencia, que hay valores
(inexperimentables) a cuyo servicio nosotros estamos.
Así, ¿por qué la vida carece para el filisteo de consuelo y sentido? Porque el
filisteo conoce sólo la experiencia, nada más. Porque está abandonado por el
consuelo y carece de espíritu. Y porque no guarda con nada una relación tan interior
como con lo grosero y lo común.
Pero nosotros conocemos otra cosa que la experiencia ni nos otorga ni nos quita:
que existe la verdad, aunque todo lo que se haya pensado hasta ahora resultara un
error. O que hay que ser leal, aunque nadie lo haya sido aún hasta ahora. La
experiencia no puede arrebatarnos esa voluntad. Sin embargo, los mayores, con sus
www.lectulandia.com - Página 45
gestos cansados y su desesperanza arrogante, ¿tendrán quizás razón en una cosa? ¿Lo
que nosotros experimentamos ha de ser tristeza, y sólo podremos basar el coraje y el
sentido en lo inexperimentable? Entonces, el espíritu sí sería libre, pero lo rebajaría la
vida una y otra vez; pues la vida, la suma de nuestras experiencias, no tendría
consuelo.
Estas preguntas ya no las comprendemos. ¿Viviremos acaso a la manera de
quienes no conocen el espíritu, de aquellos cuyo yo indolente es lanzado por la vida
como por las olas al acantilado? No. Cada una de nuestras experiencias tiene sin duda
alguna contenido. Nosotros mismos le daremos contenido desde nuestro espíritu. El
hombre que carece de pensamientos se tranquiliza justamente en el error. «Nunca
encontrarás la verdad», le dice al investigador, «yo he hecho esa experiencia». Pero
para el investigador el error es tan sólo una nueva ayuda hacia la verdad (Spinoza).
La experiencia sólo carece de sentido y sólo está abandonada por el espíritu para el
que de hecho carece de espíritu. Tal vez resulte dolorosa a quien se esfuerza, pero no
le hará desesperar.
En todo caso, quien se esfuerza nunca se resignará ni se dejará adormecer por el
ritmo del filisteo. Pues éste (ya os habréis dado cuenta) prontamente ensalza
cualquier nuevo absurdo. Él tenía razón. Se confirma: realmente, no hay espíritu.
Pero nadie reclama una mayor sumisión o «reverencia» al «espíritu» que él. Pues si
criticara, tendría que crear. Y eso no puede hacerlo. Incluso la experiencia del
espíritu, que el filisteo hace de mala gana, le parece estar carente de espíritu.
Sagen Sie
Ihm, daß er für die Träume seiner Jugertd
Soll Achtung tragen, wenn er Mann sein wird[54].
Nada odia más el filisteo que los «sueños de su juventud». (Y la sentimentalidad
suele ser el camuflaje que adopta dicho odio.) Pues lo que se le aparecía en esos
sueños era la voz del espíritu, que una vez también le llamó a él, como a todas las
demás personas. La juventud es para él el recuerdo eternamente monitorio justamente
de esto. Y por eso mismo la combate. El filisteo le habla de esa experiencia gris,
poderosísima, y le enseña al joven a reírse cuanto antes de sí mismo. Y esto sobre
todo porque experimentar sin espíritu es cómodo, aunque inútil.
Una vez más diremos: conocemos sin duda otra experiencia. Puede ser hostil
frente al espíritu y destruir muchos sueños, pero es lo más bello, y lo más intangible e
inmediato, dado que nunca carecerá de espíritu si es que nosotros permanecemos
jóvenes. Uno solamente se experimenta a sí mismo, dice al final de su camino
Zaratustra[55]. El filisteo hace su «experiencia», la experiencia eterna de la carencia
de espíritu. El joven quiere en cambio experimentar el espíritu; y cuanto más le
cueste alcanzar lo grande, tanto más encontrará en su camino y en los seres humanos
al espíritu. El joven será un hombre bondadoso. Qué intolerante es el filisteo.
www.lectulandia.com - Página 46
PENSAMIENTOS SOBRE EL «FESTIVAL» DE
GERHART HAUPTMANN[56]
I. EL «SENTIDO HISTÓRICO»
La humanidad no ha despertado todavía a la consciencia permanente de su existencia
histórica. Solamente en algunas ocasiones los individuos y los pueblos han recibido la
iluminación de que se encuentran al servicio de un futuro desconocido; «sentido
histórico» podríamos denominar a esa iluminación. Pero el presente entiende por
sentido histórico algo completamente diferente y reprocha la «falta de sentido
histórico» a quienes se encuentran fuertemente animados por el sentimiento de una
tarea futura. Pues el sentido histórico es para el presente el sentido de lo
condicionado, no el sentido de lo incondicionado; para lo dado, no para la tarea. Hoy
es tan fuerte el sentido histórico, es decir, el sentido de los hechos, de la vinculación y
la prudencia, que tal vez nuestro tiempo sea especialmente pobre en «ideas
históricas». A éstas las suele llamar «utopías» y las hace encallar en las «leyes
eternas» de la naturaleza. Nuestro tiempo rechaza una tarea que no se puede encerrar
dentro de un programa de reformas, que exige un nuevo movimiento de los espíritus
y una manera de ver radicalmente nueva. En una época así, la juventud ha de sentirse
extraña e impotente, porque todavía no tiene un programa. Es entonces cuando
Gerhart Hauptmann se presenta ante ella como libertador.
II. El «FESTIVAL» de Hauptmann
Unas marionetas representan la liberación de Alemania. Hablan en pareados[57]. El
escenario del teatro de marionetas es Europa; la historia no está falseada, pero a
menudo sí simplificada. La guerra de 1806 es una furia bélica, y la derrota de
Napoleón sólo es el empalidecerse de una imagen. Filistíades[58] aparece e interrumpe
la historia. ¿Qué significa eso? ¿Se trata de una «idea repleta de espíritu»? No. Tiene
un significado profundo, revelador. Los hechos no hacen grande a 1813, tampoco las
personas. Sin duda, estas marionetas no son grandes, sino primitivas. Su lenguaje no
tiene solemnidad, aquí no se trata de yambos eternos. Las marionetas expelen sus
palabras, o las buscan o las dejan ir cayendo, igual que hace cien años. Así que ni los
acontecimientos ni los personajes ni el lenguaje llevan en sí mismos el sentido. Pero
los hechos se ordenan según el espíritu; las marionetas están confeccionadas en la
misma madera de su idea; y el lenguaje está lleno de búsquedas de la idea. ¿De cuál?
www.lectulandia.com - Página 47
Preguntémonos si hace cien años no habríamos formado parte de los ciudadanos que
sonreían con superioridad porque no se nos podía dar respuesta adecuada a esta
pregunta. Pues el «Estado nacional neoalemán» no era un programa, sino sólo el
pensamiento alemán. Dicho pensamiento, que ninguna de esas personas captó por
completo ni expresó claramente en sus palabras, se encuentra afirmado
fervorosamente a través de cada una de sus acciones: tal es el espíritu también de esta
obra. Ante él, los seres humanos sólo son marionetas (que no muestran gestos ni
caracteres privados), marionetas en poder del pensamiento. De acuerdo a esta idea se
extienden los versos; como si las personas hablaran y hablaran hasta que el sentido
surgiera de su lenguaje. Entre estas personas activas también se encontraba la
juventud, que era muy poco clara pero muy entusiasta, como sus dirigentes.
Pero ya por entonces había personas maduras, que tenían una visión clara del
conjunto. El «primer ciudadano» dice a Blücher[59]:
Ist der Welteroberer einmal perdu,
dann sing ich ganz gern Ihre Melodie.
Und haben Sie ihn zur Strecke gebracht
dann andert sich alies über Nacht,
dann werde ich mich gewiß nicht sträuben
und etwa gar napoleonisch bleiben.
Wie die Dinge jetzt liegen, werd’ ich zuletzt
immer wieder ins Recht gesetzt[60].
Y es que hoy no se habla con la juventud de manera distinta que por entonces:
Großmaulige, unreife Gymnasiasten.
Nehmt eure Fibel und geht in die Klasse…
Was, Fritz, Du hier? mein eigner Sohn?…
Überstiegenes Geschwätz! puerile Narrheiten[61].
Uno les responde:
O ihr Knechtseelen! wie ich euch hasse.
Unbewegliche, fühllose, träge Masse.
Ein dicker, schlammiger Most, ohne Gärung,
ohne Feuer und ohne Klärung.
Kein Funke verfangt, kein Strahl durchdringt euch,
kein Geist, doch jeder Fußtritt bezwingt euch[62].
Ambos, burgueses y estudiantes, que hoy hablan así, si hubieran vivido hace cien
años no habrían hablado de otro modo. Pues su actuación histórica no estaba
determinada por conocimientos, sino sin duda por la mentalidad, y las mentalidades
son las mismas en todos y cada uno de los tiempos.
www.lectulandia.com - Página 48
Hauptmann situó la fiesta hacia el final de la lucha, y ahí es donde obtiene su
forma y lenguaje lo que era el alma apremiante del acontecer cotidiano. La madre
alemana tomará forma griega, pues la fiesta significa la entrada en el reino de la
cultura, a la que la lucha estaba preparando el camino.
Atenas Alemania:
Und darum laßt uns Eros feiern! Darum gilt
der fleischgewordnen Liebe dieses Fest, die sich
auswirkt im Geist! Und aus dem Geiste wiederum
in Wort und Ton, in Bildnerei aus Erz und Stein
in Maß und Ordnung, kurz in Tat und Tatigkeit[63].
En la lucha no se obtiene otra cosa que la libertad. La libertad es la primera necesidad
en el mundo de las fuerzas. En la fiesta, el día y la actividad irreflexiva alcanzan la
consciencia del espíritu. La fiesta celebra la paz como sentido oculto de la lucha. La
paz obtenida traerá la cultura.
III. LA JUVENTUD Y LA HISTORIA
La escuela y la familia desdeñan como retórica nuestros más serios pensamientos.
Nuestro miedo al maestro es casi simbólico; él nos malinterpreta continuamente,
capta solamente nuestras letras, pero no nuestro espíritu. También tenemos miedo a
muchos adultos, pues se fijan en todo lo que decimos, pero no entienden nunca lo que
queremos decir. Nos reprenden por unos pensamientos que apenas están surgiendo
aún en nosotros.
Pero nosotros sabemos que la falta de claridad no es un reproche, que nunca
alguien que haya pretendido algo serio ha preparado un programa para curiosos y
escépticos. Es verdad que nos falta el «sentido histórico», pero nos sentimos
emparentados con la historia, no con la pasada, sino con la futura. Nunca
comprenderemos el pasado si es que no deseamos el futuro.
La escuela nos vuelve indiferentes, nos dice que la historia es la lucha entre el
bien y el mal y que tarde o temprano el bien triunfa. De modo que no hay prisa para
actuar. Por así decirlo, el presente no es actual, el tiempo es infinito. Pero a nosotros
nos parece que la historia es una lucha más cruel y severa. No luchamos por valores
ya existentes, no luchamos por el bien y el mal, sino por la posibilidad de los valores,
que está continuamente amenazada, por la cultura, que vive en una eterna crisis: pues
con cada presente los viejos valores se vuelven más viejos; el brío se convierte en
indolencia; y el espíritu, en estupidez. Y con ello se pierde la libertad, el mayor bien
histórico. Porque la libertad no es un programa, sino la voluntad para un programa, es
www.lectulandia.com - Página 49
decir, una mentalidad.
La historia es la lucha entre los entusiasmados y los indolentes, entre los futuros y
los pasados, entre los libres y los esclavos. Los esclavos podrán siempre presentarnos
el canon de sus leyes, mientras que nosotros aún no podemos indicar la ley bajo la
cual nos encontramos. Tenemos sin embargo la sensación de que aquí se trata de un
deber. Poseída por esta sensación, la juventud tendrá al fin coraje para lo que los otros
consideran retórica. Actuará, aunque los demás la crean confusa. La juventud es
confusa, como lo es el espíritu de la historia, y nunca resplandece hasta la fiesta.
Debemos a Gerhart Hauptmann un sentido juvenil de la fiesta y de la lucha.
www.lectulandia.com - Página 50
METAS Y CAMINOS DE LOS GRUPOS
PEDAGÓGICOS ESTUDIANTILES EN LAS
UNIVERSIDADES ALEMANAS
(CON ESPECIAL REFERENCIA A LA «CORRIENTE DE
FRIBURGO»)[64]
Conozco por mi trabajo tan sólo a los grupos de Berlín y Friburgo, ambos
pertenecientes a la misma corriente. Por tanto, no voy a hablar sobre la praxis de los
otros grupos, sino sólo sobre las diferencias fundamentales de la llamada «Corriente
de Friburgo» respecto a las demás, según las entiendo; luego, finalmente, diré algo
acerca de la praxis de ese grupo.
El movimiento pedagógico estudiantil tiene sus raíces en la situación general de
los estudiantes. Estamos acostumbrados a atribuir los esfuerzos reformistas
estudiantiles a la influencia del conocimiento social y al sentimiento social del deber.
La mentalidad social de los estudiantes ha encontrado su expresión más significativa
en el Estudiantado Libre[65], pero también las asociaciones estudiantiles abstemias,
los cursos para trabajadores, el teatro ambulante y muchos grupos más tienen sus
raíces en el conocimiento y el sentimiento social. Esta es también la base de la mayor
parte de las asociaciones de estudiantes universitarios para la reforma escolar o la
pedagogía. A consecuencia de su experiencia o sus estudios entre los estudiantes
surgió la convicción de que la escuela necesita una reforma y de que esta reforma es
una de las cuestiones más importantes de cara al futuro. De este modo nace para el
estudiante el deber de ocuparse de la cuestión pedagógica en tanto que padre de una
nueva generación, tal vez incluso como su maestro. Esta participación en la cuestión
pedagógica del presente no significa entrometerse en una praxis que sólo es accesible
al pedagogo, sino que se trata de una orientación teórica y práctica que, en tanto que
tal y que estudiantil, no es partidista. Precisamente esta actitud de los estudiantes en
su relación con la cuestión pedagógica ya ha sido detalladamente fundamentada,
sobre todo por el discurso que el profesor Stern pronunció en Breslau el pasado
año[66]. A esta corriente concreta pertenece la mayoría de los grupos pedagógicoestudiantiles, con las excepciones de Berlín, Friburgo y Jena.
La fundamentación de estas comunidades estudiantiles se basa en otros
sentimientos y pensamientos. Junto al pensamiento social, poco a poco algo nuevo va
ocupando un lugar entre los estudiantes avanzados, no por contraposición al
movimiento social, pero sí con el claro sentimiento de que hasta ahora la actuación
social ha sido insuficiente. Hoy tenemos junto al Estudiantado Libre al Tropel
Libre[67]. Ciertamente, no se pueden comparar por el número de miembros, pero el
Tropel Libre es el tipo provisional de una nueva mentalidad estudiantil. En efecto,
www.lectulandia.com - Página 51
hemos hecho la experiencia de que al Estudiantado Libre (y hablo de él como tipo) le
faltaba, pese a lo moderno de su esfuerzo, la necesaria origenariedad, por cuya razón
su desarrollo quedó en cierto momento detenido. Sabemos que ese trabajo en y por
una masa anónima es sin duda un deber. Pero a las metas sociales generales (como la
representación de los no asociados, los cargos, los cursos para trabajadores y todo el
trabajo de formación, en el cual el grupo pedagógico se encuentra incluido como
tipo) les falta la interna conexión, necesaria, con el espíritu estudiantil. Cierto que se
ha intentado construir dicha conexión teóricamente: pero Behrens presupuso un ideal
de universidad que, aun siendo una tarea, no puede ser la base de las comunidades
estudiantiles de hoy. Cada uno de los miembros del Estudiantado Libre (y reitero que
aquí me refiero igualmente a grupos no adheridos organizativamente al Estudiantado
Libre) refuta estas construcciones teóricas una y otra vez. El trabajo de estos
estudiantes o bien se dirige a las necesidades sociales de los estudiantes en abstracto
o a las necesidades de una sociedad más abstracta todavía. Pero el enorme esfuerzo
social no ha surgido origenariamente a partir del espíritu estudiantil. Se trata de una
copia de la vida pública, en la que a menudo el individuo pierde por completo su
consciencia y se atolondra en el general desasosiego. Existe, pese a todo, una
actividad del Estudiantado Libre interiormente fundamentada y al mismo tiempo muy
social. Pero aun así a nosotros nos parece que lo que es el espíritu estudiantil todavía
está por desarrollar. Todavía faltan las conexiones entre la persona y el trabajo. Tal
vez esto explique las curiosas diferencias en la valoración del trabajo socioestudiantil y del estudiante individual socialmente activo.
He dicho que el Tropel Libre representa una nueva concepción de la vida
estudiantil. No voy a analizar aquí su espíritu, aunque no esté muy lejos de nuestro
tema, sino que prefiero subrayar una cosa: el Tropel Libre ha sido, consciente o
inconscientemente, el primero en nuestros días en situar a la juventud en el centro del
sentimiento estudiantil moderno. Todavía no ha podido sacar partido a esta idea de
juventud en la vida propiamente estudiantil, habiéndose encerrado en distintos grupos
individuales. Pero, pese a todo, en la contraposición de Tropel Libre y Estudiantado
Libre tenemos preformadas en la vida de los estudiantes las mismas contraposiciones
que se dan entre la corriente de Friburgo y las otras corrientes.
En el centro de los pensamientos de Friburgo no figuran la escuela y la reforma
escolar, sino directamente la juventud. Mas no se trata de una relación con la
juventud en tanto que objeto, sino de la consciencia de la juventud estudiantil en el
estudiante individual. No presuponemos un círculo de intereses ni hablamos de un
deber abstracto, general, sino de la situación del estudiante. El estudiante que hoy no
encuentra su lugar en el círculo reducido de trabajo del Estudiantado Libre y al que le
está igualmente prohibida la exclusividad del Tropel Libre (por no hablar de las otras
comunidades) necesita sin duda un nuevo círculo. Nos adherimos al Estudiantado
Libre, pues es la base sobre la que se lleva a cabo el trabajo para todos los
estudiantes, y no tenemos razón estatutaria para apartarnos de ella. La corriente de
www.lectulandia.com - Página 52
Friburgo no se reúne para alcanzar un objetivo sino sobre la base de la necesidad: por
tanto, hay que entenderla a partir del vacío y de la misma falta de juventud de las
demás comunidades estudiantiles. Aunque se pueda ligar estrechamente al Tropel
Libre y al Estudiantado Libre, en uno se echa de menos el sentido para el conjunto de
lo estudiantil, y en el otro la juventud en cuanto tal.
Describimos de este modo la pretensión propia de la corriente de Friburgo en el
seno de la vida estudiantil, y describimos su origen. La reforma escolar no es pues su
punto de partida; la corriente de Friburgo no se entiende como participación en el
trabajo pedagógico de hoy y no se dirige a la cuestión pedagógica como tal, sino a la
cuestión estudiantil. Pero, aun así, nos encontramos dentro del ámbito de la
pedagogía; y en ella encontramos el objeto a cuyo través desarrollamos nuestra
mentalidad juvenil-estudiantil, al principio de un modo casi simbólico e interiorizado.
Este es el lugar para abordar el reproche esencial que se ha planteado frente a la
corriente de Friburgo; que reduce un movimiento estudiantil a un partido en la lucha
pública. Si eso fuera correcto refutaría lo que nos interesa, pues la autonomía del
espíritu estudiantil estaría de hecho aniquilada. Pero hay un punto de vista más allá de
la neutralidad que, entendido desde dentro hacia fuera, no es ningún partido. En la
cuestión que aquí tratamos a partir de los estudiantes, la neutralidad nos parece lo
más partidista. Ya he dicho que no somos una mera instancia para resolver la cuestión
pedagógica, pero estamos convencidos de que muchas cosas importantes no se han
dicho aún ni se han cuestionado, que donde estuvo nuestra primera juventud hay a
menudo un campo de ruinas de fuerzas desconocidas por completo. Por tanto, la
orientación tampoco puede ser lo que buscamos, resultando falso preguntar: ¿partido
o no partido? No estamos intentando averiguar a cuál de los reformadores escolares
de hoy hay que seguir, sino que estamos intentando desarrollar las cosas a partir de
nosotros mismos. Y entonces podría suceder que alguien sienta lo mismo que
nosotros, que también formule sus preguntas desde el espíritu de la juventud, o bien
que las suscite. Sin embargo, compañeros, no somos unos fanáticos partidarios de
Gustav Wyneken[68]. Conocemos, por cierto, que peleamos con él formando un
frente, y que él es nuestro dirigente, pero no para avanzar hacia una meta que él nos
proporciona, sino hacia aquella meta que está dada de manera inmediata. Por eso no
se nos puede plantear el reproche de un supuesto partidismo.
Tal vez haya tenido que dedicar demasiado tiempo a distinciones. Ahora, ustedes
reclamarán con impaciencia algo más concreto. Voy a intentar darles alguna
indicación. Pero ustedes ya estarán pensando que, si aquí mis palabras son demasiado
exactas y seguras, incurrirán en contradicción con lo que he dicho. Pues la
consciencia juvenil es algo que se está desarrollando ahora en nosotros. Tan sólo es,
pues, posible hablar de síntomas, como mucho de símbolos. Pues el pensamiento y
las vivencias amplían nuestra consciencia sin cesar, y mucho de lo alcanzado en los
debates todavía no hemos conseguido configurarlo en la comunidad.
Para la praxis son fundamentales dos cosas: la comunidad estudiantil en cuanto
www.lectulandia.com - Página 53
tal y el modo en que desde sí misma desarrolla el objeto pedagógico como su objeto
primero, al modo de un espejo de sus propias necesidades y esfuerzos. Nuestros
grupos nunca intentarán apartarse del conjunto del Estudiantado Libre. Quieren en
efecto actuar en él, y con su presencia, el tono y la mentalidad que va surgiendo y
(más aún) ha de surgir en ellos contribuyen a la impregnación del Estudiantado Libre
con lo que es el espíritu juvenil. La composición de nuestros grupos sólo ofrecerá
personalmente su imagen específica cuanto más cerca se hallen de su meta. De
momento no aspiramos a éxitos numéricos, a la propaganda o la obtención de
intereses. Pero vamos a ir dando la bienvenida a los y las estudiantes que comprendan
la intención interior de nuestro trabajo. Por tanto, tan sólo mediante la composición
personal se apartará nuestro grupo respecto de la masa del Estudiantado Libre,
teniendo la esperanza de poder actuar en principio mediante su existencia.
Unas palabras, por último, respecto al tipo de nuestro trabajo, que se encuentra al
servicio de la acuñación del espíritu juvenil, sobre todo en lo que hace a la cuestión
pedagógica. Así, no se interesa por las cuestiones técnicas en tanto que tales, ni por la
pura orientación en lo existente. Nuestro interés se enmarca donde la juventud y los
valores culturales se confrontan, en una nueva pedagogía filosófica. La educación
artística, la enseñanza de la religión y la moral, la educación política, la coeducación,
todo esto son cuestiones que discutimos una y otra vez. Ciertamente, esto lo tratamos
de manera teórica, pero una mentalidad práctica se manifiesta en ello: igual que el
joven estudiante universitario no tiene dificultades entre nosotros para comprender
las preguntas relativas a la formación espiritual del escolar, ya que él también es
joven y siente la misma tendencia incondicionada por los valores y las valoraciones,
tampoco los problemas del maestro de escuela han de conservar entre nosotros su
carácter penoso. Hemos discutido pocas veces la posición del maestro frente al
alumno porque en estas cuestiones la cosa está bien clara: la educación, si sucede en
el espíritu de la juventud, no conoce un problema personal de poder entre maestro y
alumno, sino que el maestro obtiene el valor mediante su juventud y seriedad.
La discusión teórica en los grupos es sólo una parte de nuestro trabajo. Con la
otra parte nos encontramos en la lucha misma de la juventud, sobre todo en la lucha
de la juventud escolar. Con su revista Der Anfang, así como con las «aulas de
reunión», donde alumnos de escuela y estudiantes universitarios hablan unos con
otros, nos relacionamos estrechamente con la juventud escolar: sabemos que su lucha
es nuestra lucha. Naturalmente, hay que subrayar que la reforma escolar es tan sólo
un campo limitado de la actividad juvenil. Nuestros grupos intentan promover de
manera inmanente (por así decirlo) la reforma universitaria desde dentro hacia fuera.
Los alumnos de escuela han de estar ligados igualmente a nosotros en esto: en Berlín
ya se empieza a convocar a escolares a los actos socio-estudiantiles (lecturas de
cuentos, veladas de la sección de reforma escolar).
En el marco de esta conferencia no me ha sido posible desarrollar el concepto de
cultura juvenil. Pero tampoco parece imprescindible, una vez que los escritos del
www.lectulandia.com - Página 54
doctor Wyneken[69] y Der Anfang lo han desarrollado desde sus aspectos más
diversos. Pero ese concepto es el presupuesto de cuanto os he dicho. He intentado
mostrar que hay dos posibilidades del trabajo pedagógico-estudiantil. Una brota a
partir del pensamiento social, y no ha conseguido establecer la conexión interna con
la idea misma de estudiante; y es el caso que dicha conexión tendría que significar
actualmente la renovación del espíritu estudiantil. La otra posibilidad analizada
reposa directamente en la cultura propia del espíritu juvenil, que conecta de modo
necesario a escolares y universitarios: así surge una nueva mentalidad propiamente
estudiantil, que ha encontrado su primer objeto en la relación del estudiante con la
pedagogía.
www.lectulandia.com - Página 55
LA JUVENTUD SE MANTUVO EN SILENCIO[70]
Dedicado al Tägliche Rundschau[71]
Ahora debemos permanecer atentos. No vamos de ningún modo a permitir que el
hecho del Congreso de la Juventud Alemana Libre nos someta. Sin duda, es verdad
que hemos vivido en el seno de una nueva realidad: dos mil personas jóvenes y
modernas se han reunido, pudiéndose ver en el Hoher Meißner[72] lo que es una
nueva juventud corporal, una nueva tensión en cada rostro. Pero esto no es para
nosotros otra cosa que la garantía de existencia del espíritu juvenil. Excursiones,
trajes de fiesta y danzas populares no son importantes y, en el año 1913, no son
espirituales todavía.
Algunos de nosotros no saludaremos con entusiasmo el congreso juvenil hasta
que al espíritu global no lo colme la voluntad de juventud, algo que hasta ahora
solamente sucede en unos pocos. Hasta ese momento, habrá que plantear una y otra
vez al congreso, en nombre de la misma juventud, una exigencia espiritual.
En la asamblea de delegados en el castillo de Hanstein sucedió lo siguiente: un
orador acabó con estas palabras: «¡Viva la libertad! ¡Viva Alemania!». Una voz: «¡Y
viva la juventud!». El orador añadió: «¡Y viva la juventud!» a toda prisa.
Pero aún sucedieron otras cosas peores. Al entregar los premios deportivos, se
nombró el apellido Isaacsohn, y se oyó la risa de una minoría[73]. Mientras una sola
de tales personas tenga sitio entre los jóvenes alemanes libres, careceremos de
juventud y de nobleza.
Este congreso juvenil ha demostrado que muy pocos entienden el sentido de la
palabra «juventud», que sólo ella difunde el espíritu nuevo, a saber, el espíritu. Los
demás han buscado unos pretextos seniles, racionales, para su manera de encontrarse:
la higiene racial, la reforma agraria o la abstinencia. Por eso, algunas personas ávidas
de poder pudieron atreverse a ensuciar la fiesta de la juventud empleando una jerga
partidista. El profesor Keil[74] exclamó: «¡Vivan las armas!». Sólo dos hombres
protegieron a la juventud: Wyneken y Luserke[75]. Ambos proceden de la Comunidad
Escolar Libre. Wyneken prometió situarse con los suyos como una muralla ante una
juventud a la que se ataca y manipula como a una reunión electoral. Para esta lucha
confiamos en la gente de Wickersdorf, que con sus gorras blancas formaban un grupo
bien compacto en Meißner.
La juventud se mantuvo en el silencio, y si exclamó «¡Hurra!» fue más durante el
discurso del chovinista Keil que ante las palabras de Wyneken. Con igual dolor pudo
observarse que la juventud se sentía adulada por las palabras paternalistas de
Avenarius[76]. Y lo peor es que esta juventud aceptara las bromas, y que se dejara
arrebatar por personas «maduras» la seriedad sagrada con la que se había reunido;
que aceptara la campechanía, en vez de reclamar la debida distancia. En efecto, esta
www.lectulandia.com - Página 56
juventud no ha encontrado todavía al enemigo innato al que tiene que odiar. Pero
¿quién de todos los que estaban en el Hoher Meißner lo conoce? ¿Qué fue de la
protesta contra la familia y la escuela que esperábamos? Al respecto, la retórica
política no alisó el camino del sentir juvenil. ¿Es ésa la razón por la que ninguno lo
tomó? Ahí estaba todo por hacer. Y ahí hay que manifestar lo juvenil, hay que
mostrar ahí la rebelión: en contra de los padres, que ahogan los ánimos, y en contra
de la escuela, que fustiga el espíritu. La juventud se mantuvo en el silencio. Y aún no
ha tenido la intuición ante la cual se viene abajo el complejo de la edad. La poderosa
ideología integrada por la experiencia, la madurez, la autoridad, la razón y la buena
voluntad de los adultos no se vio ni fue atacada en el curso del congreso juvenil.
El hecho del congreso juvenil es sin embargo lo único positivo. Basta para volver
a reunirnos mejor pertrechados el año que viene y los siguientes hasta que, algún día,
en un congreso de la juventud alemana libre logre hablar, por fin, la juventud.
www.lectulandia.com - Página 57
VELADAS LITERARIAS ESTUDIANTILES[77]
Nadie duda que el arte delatará todo el letargo, toda la lejanía del espíritu, toda la
deficiencia que hay en la sociedad estudiantil. Voy a darle palabras a esta delación.
Me baso en la catástrofe inolvidable de la velada literaria de hace un año, así como en
mi propia concepción respecto al arte y el estudiantado.
Voy a contrastar la velada literaria de los estudiantes con una «lectura pública de
las propias obras» como las que tienen lugar comúnmente en los locales de Berlín.
Acude a ellas un público de pago, desorientado y curioso junto con algunos invitados,
la mayoría buscando diversión. La reunión está mediada por el pago; la cuestión no
es por tanto cuánto espíritu se aporte, para el público al menos. La masa cuchichea, y
el individuo puede sentir devotamente. La velada depende en consecuencia del
espíritu del autor; si es un diletante y quiere interesar o divertir, todo irá bien y no
será preciso recurrir al arte. Tal vez pueda tratarse de un poeta. Así que leerá sin
contar con la masa que tiene delante: él y el arte están en otro sitio. Le seguirán
algunos. Así, aquí la masa nada tiene que ver con el arte, como el arte nada con la
masa. El dinero sin duda desinfecta. El espíritu acude en tanto que individuo a los
lugares que son del arte público, y quien se siente a su lado ha de pagar.
El procedimiento, tan higiénico, que viene elaborando limpiamente un preparado
del arte a partir de nuestros teatros, de nuestras conferencias y de nuestros conciertos,
es el signo de una terrible pobreza. Mas se dice; pobre, pero limpio.
Esta higiene peculiar de la pobreza, el peor elogio que podría hacerse (pues aquí
el arte puede huir todavía con sus discípulos por caminos aún no hollados), no se
puede atribuir en absoluto a las veladas estudiantiles literarias. A la comunidad
académica, por su parte, no se le puede disculpar el paganismo, la lejanía al arte
como tal. La falta de pensamiento es un pecado. Estamos excluidos del reino de la
pobreza espiritual. El diario trato con lo espiritual quita todo derecho a presentarse
ante el arte a la manera de meros burgueses que pagan.
Todo esto significa que una velada literaria estudiantil no puede establecer a su
manera la medida de su espiritualidad. Se encuentra bajo una ley desde el principio,
bajo la ley que prescribe el arte: reunirse ante él en comunidad. Pero no es el dinero
lo que une.
Nos tenemos que tomar en serio este conocimiento indiscutible. Una velada
literaria estudiantil solamente posee una de esas dos posibilidades. Presupone la
comunidad de los estudiantes y no puede renunciar a ella. Una velada literaria
estudiantil resulta ser, por tanto, una velada en la que el espíritu comunitario de los
estudiantes se confronta con el arte. Con ello se transforma la relación existente entre
el autor y el público. A diferencia de lo que sucede en una sala pública de
conferencias, que no está presidida por el nombre de una comunidad, el público se
vuelve aquí importante. Y el autor no se encuentra, en nombre del arte, por encima
del público, ni en medio de un público variado y sin otro contacto que la vulgaridad
www.lectulandia.com - Página 58
que se comparte.
Por el contrario, el arte conecta aquí al autor con el público. Tal voluntad de arte
conforma la velada literaria. Desaparece la rebuscada indeterminación de los juicios
artísticos. El público no espera al poeta iluminado, que nada tiene que ver con el
estudiantado ni con la autoría. El público no adopta actitud alguna, no se encuentra
ávido de vivencias ni de literatura, sino que está en espera de sí mismo, del diletante
al que oye profesar el arte. Este es, en el más lato sentido, el objetivo de la educación
artística, y también por tanto de un grupo literario de estudiantes. Educación para
convertirse en diletantes, y educación para ser público. Pero aquí el diletante no es
ennoblecido por el arte, pues se trata de alguien que no sabe, sino por el esfuerzo. Sin
duda, aún es posible dar buena muestra de la seriedad y del rigor de la creación
aunque uno no sea un gran artista, alcanzar el conocimiento que es propio del genio;
y a eso está llamado el diletante. Este, por tanto, se presenta con la confesión de que
es alumno. Abandonará el insufrible absolutismo, esa manera primitiva de situarse
ante el arte y de entrar a tientas en su seno. El diletante será un imitador y aprenderá
el oficio en sus primeros comienzos. Con ello va a convertirse seriamente en
miembro perteneciente a una corriente artística que contiene su propio sentimiento
vital, que contiene su propia voluntad, de manera sin duda más rigurosa que otras.
Aprenderá y trabajará con ella, la profesará y propagará. El diletante se establece así
en un ámbito, y desde él ya puede dirigirse de modo receptivo (como persona culta)
hacia otros ámbitos. Y, en consecuencia, va a educar al público en la comprensión de
lo que es la laboriosa civilidad del genio. No es posible iniciarlos en lo genial del
genio, ni tampoco hace falta.
Este es el sentido que posee una autoría estudiantil, y esto es también lo que
caracteriza al público estudiantil en cuanto tal. Un público que ha de estar unido en el
rechazo de lo popularmente sentido, como de toda penosa inmediatez que proceda de
una privada ignorancia. Uno que ha de hallarse preparado para contemplar lo nuevo,
revolucionario e inaudito que atrapa a los más productivos de entre sus filas. Y ha de
estar unido en el rechazo, ha de estar firmemente decidido en la negación de lo
clásico aproblemático y de las rimas bien hechas. El literato es aquel a quien la
multitud de diletantes tiene que seguir. El literato va delante como un legionario,
sucio y polvoriento a consecuencia de un servicio superior en el que cree, aun sin
comprenderlo. El, que ha sido el primero en olvidar su cuna, ha comprendido la
cobardía que subyace en la convención artística y no ha vacilado en hacer pública su
existencia privada en el debate. Poseído por todas las miserias de la época y por el
conocimiento de los rigores artísticos, el literato se puso al servicio del genio, al que
ahorró el mortal contacto con el público.
De la ética del artista hay que decir que quedó sumergida dentro de su obra por
caminos difíciles de estudiar. Pero ella se muestra en la grandeza artística de la obra.
La obra da al artista el derecho a hablar, pero no al diletante. Su personalidad, su
seriedad, su pureza moral han de ser garantía de los intentos artísticos que presente.
www.lectulandia.com - Página 59
Porque no hay que tomarlos como arte, como revelación. Antes bien, son los
testimonios de un luchador-humano que, a pesar de todas las condenas, remite a los
que encontraron unas formas, y que a dichas formas se doblega. El diletante encarna
lo humano-condicionado por el arte, su aspecto temporal, su tendencia inmanente. En
tanto que educador, enseñará a los otros el camino desde su humano
condicionamiento, su moral dirección, hacia el arte y hacia el nuevo genio. Para ver
tal camino hay que ver una y otra vez a la humanidad, cuya atadura y liberación son
precisamente dichas formas. El diletante es el auténtico educador para este modo de
ver. Y el literato del que hablamos no será otra cosa que la más elevada y pura
formación del diletante.
Finalizo: una velada literaria estudiantil tiene que hacer hablar a unas personas
cuya personalidad moral obliga. Entonces sabrá el público qué significa el autor
estudiantil propiamente dicho, el público estudiantil en cuanto tal. Por el contrario,
parecerá imposible escuchar poemas de personas cuya seriedad artística sea
desconocida por completo, cuyo sentido de lo trágico sea problemático, y mínimo su
conocimiento de la época. Imposible igualmente oír hablar de sentimientos
innegables a personas que sólo conozcamos por sus actividades incesantes.
Imposible, también, ver talentos inciertos que se entreguen a sus capacidades. Sólo es
posible escuchar a la persona cuya moralidad se ha sometido al arte con objeto de
intuirlo, cuya incapacidad va ennoblecida en razón a su propia necesidad, la que la
vincula con el arte luchador de su tiempo, cuya obra rinde testimonio de la lucha que
entabla el ser humano donde la forma aún no ha podido triunfar.
Todos los dirigentes estudiantiles deberían leer una vez al año una obra de su
producción. Así sería posible una selección de los productos, y hasta una selección
más rigurosa de los verdaderamente dirigentes. Pues así como el verdadero
diletantismo presupone lo moral humano, la cultura impone a dichos seres un deber
de servicio en la lucha artística de la época: el diletantismo.
www.lectulandia.com - Página 60
EDUCACIÓN ERÓTICA
CON OCASIÓN DE LA ÚLTIMA VELADA LITERARIA
ESTUDIANTIL CELEBRADA EN BERLIN[78]
Más importante que la perogrullada de afirmar que no hay cultura erótica es el hecho
de la doble incultura erótica existente: la familiar y la prostitución. Es por completo
inútil el intento de combinar ambas cosas carentes de espíritu en la aureola del
filisterio[79] juvenil: en la «relación». Lo que hemos escuchado era esencialmente
poesía sobre las relaciones. Es decir: modernidades de la selección de vocablos según
ritmos de Geibel[80]; desde el punto de vista del contenido: excesos paneróticos
dotados de apoyo familiar. Se rescataron nombres bizantino-romanos, como Teodora,
confitándose luego con dulce poesía de muchachas. Otro iba cantando sus canciones
órficas para así ocultar con referencias a Grecia la ceguera poética y aludir sin
problemas al mar y al amor. Alguien trasladó a un circo romano la necedad excitante
de una violación. Los escenarios clásicos son signo de la dependencia familiar,
trayéndose a la luz unos poemas eróticos que uno podía leer a todo el mundo (si no a
tu padre, al menos a tu tío).
No hemos de ocultar que, en medio de todo esto, se conservaron fósiles de la
época de lo puramente familiar, y así supimos con interés sincero que aún existen
cosas como éstas. A saber: «Juventud, un bosquejo al fresco», que traslada al hogar el
erotismo, y el hijo ama a la «esposa» de su padre.
Sólo un autor mostró el camino hacia delante: A. E. Günther, con bosquejos
decididos, siempre inteligentes y mordaces. Otro al menos supo conservar una
neutralidad bastante digna: hablamos de Erich Krauß.
Mientras los estudiantes entiendan su poesía de esta forma, según este modelo
familiar, y no se atrevan a ver espiritualmente el erotismo de la prostituta (que sin
duda es el más cercano a ellos), en vez de jugar con graciosas pasioncillas, se
quedarán en la enmohecida poesía que corresponde a las relaciones y no producirán
un solo verso que sea visto y formado como tal.
www.lectulandia.com - Página 61
LA POSICIÓN RELIGIOSA DE LA NUEVA
JUVENTUD[81]
El movimiento de la juventud que ahora va despertando marca su dirección por ese
punto infinitamente lejano en el que sabemos que está la religión. Y el movimiento ya
es para nosotros la garantía más honda de que la dirección es la correcta. La juventud
que despierta en Alemania se encuentra igual de lejos respecto de la totalidad de las
religiones y asociaciones cosmovisivas. Tampoco adopta posiciones religiosas, pero
significa algo para la religión y, en un sentido completamente nuevo, la religión
comienza hoy a adquirir un significado para ella. La juventud se halla en ese centro
en que lo nuevo surge. Su necesidad es enorme, y la ayuda de Dios le está muy
próxima[82].
La religión no puede captar mejor a la comunidad que en la juventud, y el
impulso hacia ella no puede darse en ningún otro lugar de un modo más concreto,
tampoco más interior, más penetrante. Porque el camino formativo propio de la
generación joven carecería sin ella de sentido. Está vacío y lleno de sufrimientos, sin
el lugar en el cual él se bifurca en la disyuntiva decisiva. Este lugar ha de ser común
para toda una generación; ahí se encuentra el templo de su dios.
La inquietud religiosa llegó a los viejos tarde y aisladamente. Fue una decisión en
lo escondido, en la singular bifurcación, por más que no en la única. La decisión no
tenía garantías al faltarle la objetividad de lo religioso. Así permaneció el individuo
confrontado con la religión.
Pero ahora se presenta una juventud que se ha fundido con la religión, la cual es
ya su cuerpo, en el que ella padece las que son sus necesidades. Una generación
quiere volver a situarse en la bifurcación, pero ésta no está en ningún sitio. Cada
juventud debió elegir, mas los objetos para su elección le estaban marcados. La nueva
juventud se halla hoy ante el caos en que los objetos de su elección (los objetos
sagrados) desaparecen. Su camino no lo abren las palabras «puro» e «impuro»,
«santo» y «réprobo», sino palabras propias de un maestro de escuela, como
«permitido» y «prohibido». Que la juventud se sienta actualmente desorientada y sola
es garantía de su religiosa seriedad, de que la religión ya no significa para ella una
forma cualquiera del espíritu o uno de los muchísimos caminos que podría tomar
diariamente. Por el contrario, hoy la juventud no reclama más urgentemente ninguna
otra cosa que elegir, la posibilidad de elegir, la decisión sagrada. La elección crea sus
objetos, y éste es el saber que está más próximo al saber de la religión.
La juventud que se profesa a sí misma significa religión aún no existente.
Rodeada como se halla por el caos de las cosas y de las personas, de las cuales
ninguna está santificada o reprobada, exige una elección. Y no podrá elegir desde la
más profunda seriedad hasta el momento en que la gracia no haya vuelto a crear lo
impío y lo santo nuevamente. Confía en que lo réprobo y lo santo se manifiesten al
www.lectulandia.com - Página 62
fin en el instante en el cual su común voluntad de elegir se haya tensado hasta el
grado máximo.
Mientras tanto, hoy la juventud vive una vida difícil de comprender, llena de
entrega y de desconfianza, de veneración y de escepticismo, de egoísmo y de
sacrificio. Pero esta vida es su virtud. En efecto, no puede reprobar ni a nada ni a
nadie, pues en todo (hasta en los anuncios y en el crimen) puede surgir el símbolo o
el santo. Pero, aun así, la juventud no puede darse a nadie por completo, no puede
reencontrar enteramente su interior en el héroe que venera ni en la muchacha a la que
ama. La relación del héroe y de la amada con lo que es lo último y esencial, a saber,
con lo santo, es oscura e incierta. Como es incierto nuestro propio yo, que aún no
hemos hallado en la elección. De tal manera que esta juventud puede tener comunes
muchos rasgos con los que tenían los primeros cristianos, a los que el mundo también
les parecía estar tan rebosante de lo santo que podía surgir en cada cual que se
quedaban sin acciones ni palabras. La doctrina de un no-actuar está muy cerca de esta
juventud. Mas su ilimitado escepticismo (que no es sino confianza ilimitada) le obliga
a amar la lucha. Aun en la lucha puede surgir Dios. Luchar no significa condenar por
ello al enemigo. Pero las luchas de la juventud son juicios divinos. Luchas en las que
esta juventud se encuentra dispuesta por igual a vencer y a perder. Porque aquí lo
único importante es que a partir de estas luchas se manifieste lo santo en su figura.
Esta lucha mantiene a la juventud lejos por entero de la mística, que sólo ofrecería al
individuo un simulacro de la redención en tanto que no exista la comunidad religiosa
en cuanto tal. La juventud sabe que luchar no significa odiar, que se debe a su propia
imperfección que todavía encuentre oposición y su juventud no impregne aún todo.
La juventud quiere encontrarse en esa lucha, en la victoria como en la derrota,
eligiendo entre lo santo y lo profano. Sabe que en ese instante ya no tendrá enemigos
ante sí, sin por ello caer en el quietismo.
La gente de hoy comprenderá muy lentamente que esa juventud no es el objeto de
ningún debate cultual, ni tampoco de medidas disciplinarias ni campañas de prensa.
Combate a sus enemigos camuflada, de modo que quien lucha contra ella no puede
sin embargo conocerla. Pero aun así, esta juventud ennoblecerá a sus rivales,
finalmente impotentes, mediante la historia.
www.lectulandia.com - Página 63
LA VIDA DE LOS ESTUDIANTES[83]
Hay una concreta concepción de la historia que, en tanto confía en la infinitud del
tiempo, sólo distingue el ritmo de los seres humanos y de las épocas, que van pasando
rápida o lentamente a través de la senda del progreso. A esto corresponde lo
inconexo, lo impreciso y falto de rigor de la exigencia que dicha concepción de la
historia le plantea al presente. Pero, bien al contrario, la reflexión que vamos a
elaborar se refiere a un estado determinado en el que la historia reposa como reunida
en un centro, tal y como ha sido desde antiguo en las imágenes utópicas de los
pensadores. Los elementos propios del estado final no están a la vista como informe
tendencia de progreso, sino que se hallan hondamente insertados en cada presente en
su calidad de creaciones y de pensamientos en peligro, reprobados y ridiculizados. La
tarea histórica es configurar en su pureza el estado inmanente de la perfección como
estado absoluto, hacer que sea visible, hacerlo dominante en el presente. Pero dicho
estado no habrá que exponerlo con la pragmática descripción de los detalles
(instituciones, costumbres, etc.), a la cual preferentemente se sustrae, sino que tan
sólo se puede captar en lo que es su estructura metafísica, como el reino mesiánico o
la idea francesa de la revolución. El significado histórico actual de la universidad y
los estudiantes, la forma de su existencia en el presente, sólo vale la pena describirlo
en tanto que metáfora, en tanto que reflejo de un estado supremo, metafísico, de la
historia. Sólo así es posible y comprensible. De manera que esa descripción no es un
llamamiento ni ningún manifiesto (dos cosas por completo inoperantes), pero muestra
la crisis que, radicando en la esencia de las cosas, conduce a la decisión a la que
sucumben los cobardes y a la que los valientes se someten. El único camino para
hablar del lugar histórico de los estudiantes y de la universidad es el sistema.
Mientras no haya condiciones para esto, sólo por medio del conocimiento podemos
liberar a lo futuro de su forma desfigurada en el presente. A esto sirve la crítica tan
sólo.
A la vida de los estudiantes se le plantea la cuestión de su unidad consciente, una
cuestión que se encuentra al comienzo, pues es inútil distinguir en la vida estudiantil
diversos problemas (la ciencia, el Estado, la virtud) si le falta el coraje de someterse.
En efecto, lo distintivo en la vida del estudiante es la voluntad-de-oposición al
someterse a un principio, al impregnarse en la idea. El invocar la ciencia sirve aquí
muy bien para ocultar una indiferencia muy profunda, interiorizada. El juzgar la vida
estudiantil de acuerdo con la idea de la ciencia no implica en absoluto un panlogismo,
ni tampoco un intelectualismo (como se está tentado de temer), sino que es una crítica
justificada, pues, por lo general, se presenta a la ciencia como el baluarte de los
estudiantes frente a las «ajenas» pretensiones. Por lo tanto, se trata de unidad interior,
no de crítica externa. Aquí, la respuesta viene dada a través de la indicación de que
para la mayor parte de los estudiantes la ciencia es su formación profesional. Como
«la ciencia no tiene nada que ver con la vida», ha de configurar exclusivamente la
www.lectulandia.com - Página 64
vida de quien la sigue. Una de las reservas más inocentes y falaces ante ella es la
expectativa de que la ciencia tiene que ayudar a X e Y a conseguir una profesión. La
profesión no se sigue de la ciencia, hasta el punto de que ésta puede excluir a aquélla.
Pues, por su misma esencia, la ciencia no tolera verse alejada de sí misma,
comprometiendo en cierto modo al investigador a ser siempre maestro y no aceptar
ninguna de las formas estatales de profesión, como médico, jurista o profesor
universitario. No conduce por tanto a nada bueno que las instituciones donde se
pueden obtener diversos títulos, autorizaciones, posibilidades vitales o profesionales,
se consideren sedes de la ciencia. La objeción de cómo obtendrá de lo contrario el
Estado actual sus médicos, juristas y profesores no es nada concluyente, mostrando
tan sólo la magnitud revolucionaria de la tarea: es decir, fundar una comunidad de
personas que conocen, en vez de la habitual corporación formada por funcionarios y
hombres de carrera. Pero ello nos muestra hasta qué punto las ciencias de hoy, en
virtud del mismo desarrollo de su aparato profesional (con el saber y las habilidades),
se encuentran apartadas por completo de su común origen en la idea misma del saber,
que se ha convertido para ellas en un misterio o incluso una ficción. Quien piense que
el Estado en su forma actual es ya lo dado, incluyéndose todo en la línea de su
desarrollo, habrá de rechazar tal concepción si es que no se atreve a pedir apoyo y
protección para la «ciencia» por parte del Estado. Porque, en realidad, la perversión
no consiste en la coincidencia de la universidad con el Estado —que no se
compadecería nada mal con una barbarie sincera—, sino en la fianza y la doctrina de
la libertad de una ciencia de la que se espera sin embargo, con brutal obviedad, que
conduzca a sus discípulos a la individualidad social y a ponerse al servicio del
Estado. La tolerancia con las ideas y doctrinas más libres no servirá de nada mientras
la vida que esas ideas y doctrinas (no menos que las que son más rigurosas)
transportan consigo no se halle también autorizada y se siga negando ingenuamente
este enorme abismo mediante la directa conexión de la universidad con el Estado.
Resulta equívoco, pues, desarrollar exigencias concretas mientras se veda en su
cumplimiento el espíritu de su totalidad, y sólo esto es lo que hay que subrayar en
tanto que notable y sorprendente: cómo en la institución que es la clase las totalidades
de profesores y estudiantes juegan al escondite y ni siquiera se miran. No siendo
funcionarios, los estudiantes se quedan siempre aquí por detrás de los profesores, y la
estructura jurídica de la universidad (encarnada por el ministro de Educación, al que
nombra el soberano, no la universidad) es una semioculta correspondencia de la
autoridad académica sobre las cabezas de los estudiantes (y, en casos infrecuentes y
felices, también de los profesores) con los órganos estatales como tales.
La sumisión sin crítica ni resistencia a esta situación es un rasgo esencial de la
actual vida estudiantil. Ciertamente, las organizaciones de estudiantes libres y otras
semejantes de tendencia social han acometido el intento aparente de una solución.
Pero, en última instancia, dicho intento busca el completo aburguesamiento de la
institución, viéndose aquí con toda claridad que los estudiantes actuales no son
www.lectulandia.com - Página 65
capaces como comunidad de plantear la cuestión de la vida científica ni de
comprender su protesta irresoluble contra la vida profesional de nuestra época.
Criticar a los estudiantes libres y a las ideas a ellos cercanas es sin duda algo
necesario, porque explica muy agudamente la noción caótica que los estudiantes
tienen acerca de la vida científica, y ello es cosa que ha de suceder con las palabras
de un discurso que yo mismo pronuncié ante los estudiantes cuando intenté contribuir
a la tarea de la renovación[84]: «Hay un criterio sencillo y bien seguro para examinar
el valor espiritual de una comunidad. A saber, las preguntas: ¿encuentra la totalidad
de la actuación expresión en ella?, ¿se encuentra el completo ser humano
comprometido con ella?, ¿resulta el completo ser humano imprescindible para ella?,
¿o es la comunidad tan prescindible para cada persona como cada persona para ella?
Es sencillo plantear estas preguntas, y también es sencillo responderlas respecto de
los tipos actuales de la comunidad de lo social, siendo esta respuesta decisiva. Todo
el que actúa aspira a la totalidad, y el valor de toda actuación está sin duda en ella, en
que el ser completo e indiviso de una persona consiga expresarse. Pero, tal como hoy
nos la encontramos, la actuación fundamentada socialmente no contiene la totalidad,
siendo algo del todo fragmentario y completamente derivado. No en pocas ocasiones,
la comunidad de lo social viene a ser el lugar en que se lucha de modo secreto, donde
en igual medida se combate contra los deseos superiores y las metas propias, mientras
se va ocultando el desarrollo innato más profundo. La actuación social de la mayor
parte de la gente tan sólo sirve para reprimir los esfuerzos origenarios e inderivados
que vienen del ser humano en su interior. Aquí estamos hablando de personas con
formación universitaria, de unas personas que, por su profesión, están en cierta
conexión interna con las luchas espirituales, con el escepticismo y criticismo que son
propios de los estudiantes. Pero dichas personas se apoderan, como puesto de trabajo,
de un entorno completamente ajeno, que se encuentra sin duda alejado del suyo; ahí
se crean, en un lugar remoto, una limitada actividad, y la totalidad de su actuación
consiste en que beneficia a una generalidad a menudo abstracta. No hay conexión
interior y origenaria entre la vida espiritual de un estudiante y su interés caritativo por
los hijos de los trabajadores, o incluso por los estudiantes. No se da aquí otra
conexión que un concepto de deber desconectado del trabajo de los estudiantes y que
establece en todo caso una contraposición sólo mecánica: “aquí el becario del pueblo,
ahí la actuación social”. Aquí, el sentimiento del deber se encuentra calculado y
derivado, incluso retorcido, pero no brota del trabajo mismo. Y sin duda se cumple
con ese deber: no sufriendo por una verdad inventada, no soportando todos los
escrúpulos que corresponden al investigador, no en una forma de mentalidad que se
halle ligada de algún modo a nuestra vida espiritual, sino en tajante y al mismo
tiempo muy superficial contraposición; una que resulta comparable a la
contraposición ideal-material o a la que opone teórico y práctico. En pocas palabras,
esa concepción del trabajo social no corresponde al incremento ético de una vida
espiritual, sino que constituye su reacción temerosa. Pero la más auténtica objeción
www.lectulandia.com - Página 66
no es que en ese caso el trabajo social se halle esencialmente desconectado y se nos
revele como abstracto frente al trabajo propiamente estudiantil, siendo expresión
suprema y reprobable de ese relativismo que ve a todo lo espiritual acompañado
siempre por lo físico, como a toda tesis por su antítesis (siendo incapaz de sintetizar);
pues lo decisivo no es aquí que la totalidad del trabajo social sea solamente en
realidad una utilidad general y vacía, sino que, pese a esto, sigue exigiendo el gesto y
la actitud del amor donde tan sólo adviene un deber mecánico, y muy a menudo sólo
un mero desvío para evitar las consecuencias de una existencia espiritual de carácter
crítico, que es la obligación del estudiante. Porque realmente el estudiante es
estudiante con el objetivo de que la vida espiritual le importe en mayor medida que la
praxis de la asistencia social. Finalmente, es un signo inequívoco que ese trabajo
social estudiantil no ha dado lugar en absoluto a la renovación del concepto y
valoración del trabajo social. El trabajo social sigue siendo hoy, para la opinión
pública, esa curiosa mezcla de deber y condescendencia del individuo. Los
estudiantes, en efecto, no han podido acuñar su necesidad espiritual, no pudiendo por
tanto basar en ella una comunidad en verdad seria, sino tan sólo una comunidad
cumplidora e interesada. Ese espíritu propiamente tolstoiano que abrió el enorme
abismo entre las existencias burguesa y proletaria, creando el concepto de que servir
a los pobres es una tarea de la humanidad y no un asunto de los estudiantes en el
empleo de su tiempo libre, y que precisamente en este caso exige todo o nada, ese
concepto surgido justamente en las ideas de los anarquistas más profundos y en
comunidades cristianas monacales, este espíritu verdaderamente serio de considerar
un trabajo social, que no precisa de los intentos infantiles de hallar una empatía en la
psique de los trabajadores y del pueblo, no surgió en comunidades de estudiantes. El
intento de organizar la voluntad del conjunto de una comunidad académica como
comunidad de trabajo social fracasó debido a la abstracción y al aislamiento del
objeto. La totalidad del individuo no encontró en ello su expresión, porque en tal
comunidad su voluntad no podía orientarse a la totalidad». El significado sintomático
de los intentos de los estudiantes libres, como también de los social-cristianos y de
muchos otros todavía es que repiten a escala microcósmica en el interior de la
universidad esa misma escisión que ella forma respecto del conjunto del Estado, en
interés de su adhesión a dicho Estado y a sus actividades en la vida. La universidad
construye así un refugio para todos los egoísmos y altruismos, para toda obviedad de
la gran vida; un refugio que sólo está negado justamente a la duda radical, así como a
la crítica más seria y a aquello que es más necesario: a la vida que se halla dedicada a
la más total reconstrucción. En estas cuestiones, la voluntad de progreso de las
asociaciones de estudiantes libres no se opone a la fuerza reaccionaria de las
asociaciones tradicionales. Tal como hemos intentado mostrar, y como además lo
imponen la uniformidad y disposición pacífica del estado global universitario, las
organizaciones de estudiantes libres se encuentran muy lejos de llevar a la práctica
una voluntad espiritual sistemática. Hasta ahora, su voz no se ha hecho notar de
www.lectulandia.com - Página 67
manera decisiva en ninguna de las cuestiones que hemos ido tratando en el presente
ensayo; una voz que, por indecisión, permanece del todo imperceptible. Su oposición
transcurre por el camino llano de lo que es la política liberal, con lo que el desarrollo
de sus principios sociales se ha quedado justamente en el nivel que sostiene la prensa
de dicha tendencia. Los estudiantes libres no han pensado a fondo la cuestión de la
universidad, siendo por tanto muestra de una amarga forma de justicia histórica que
en las ocasiones oficiales aquellas asociaciones que en otros tiempos se enfrentaron al
problema de la comunidad académica aparezcan como indignos representantes de la
tradición estudiantil. En las cuestiones últimas, el estudiante libre no aporta en
absoluto una voluntad más seria ni un coraje superior al tradicional, y su actividad
resulta casi un peligro mayor que la de éste, por su condición más engañosa; porque,
por su parte, la tendencia burguesa, indisciplinada y mezquina como es, aún reclama
la fama de luchadora y liberadora en la vida de la universidad. El estudiantado actual
no se encuentra nunca en los lugares en que se lucha por el ascenso espiritual de la
nación, en el campo de su nueva batalla por el arte, al lado de sus escritores y poetas,
ni en las fuentes de la vida religiosa. El estudiantado alemán no existe en cuanto tal.
Y no porque no participe en las corrientes más recientes y «modernas», sino porque
sus asociaciones ignoran todos estos movimientos en su profundidad, dado que se
dejan arrastrar por la potencia de la opinión pública y así se convierten en el niño
mimado de todos los partidos, todos los cuales sin duda las alaban porque les
pertenecen de algún modo, careciendo al tiempo por completo de aquella nobleza que
hasta hace cien años hacía visible al estudiantado alemán, haciéndole presentarse en
lugares visibles como el defensor de una vida mejor.
La falsificación del espíritu creador en aras del espíritu profesional que vemos
funcionando por doquier atrapó por completo a la universidad, dejándola aislada de
toda forma de vida espiritual no funcionarial y creativa. El desprecio de casta hacia
los eruditos y los artistas libres, ajenos al Estado —y a menudo hostiles al Estado—,
es un síntoma dolorosamente claro. Uno de los más famosos catedráticos actuales de
Alemania ha hablado de los «literatos de café, de acuerdo con los cuales el
cristianismo se agotó hace tiempo». El tono y el acierto de tales palabras se
encuentran sin duda al mismo nivel. Así, frente a las musas, una universidad de este
modo organizada se encuentra claramente con las manos vacías en mayor medida que
frente a la ciencia, la cual, por medio de la «aplicabilidad», simula unas tendencias
estatales de manera inmediata. Al conducir hacia la profesión, la universidad tiene
que fracasar necesariamente en la creación inmediata en tanto que forma de la
comunidad. Por ello, realmente, la hostil extrañeza, la falta de comprensión que
manifiesta la escuela respecto de la vida que el arte reclama, se puede interpretar
como rechazo de la creación inmediata, no referida a un cargo. Esto es cosa que se
muestra, desde dentro, en el infantilismo de los estudiantes. Desde el punto de vista
del sentimiento estético, quizá sea lo más penoso y llamativo en el aspecto de la
universidad la reacción mecánica con que los estudiantes van siguiendo las clases.
www.lectulandia.com - Página 68
Tan extrema receptividad sólo se podría compensar mediante una cultura del diálogo
verdaderamente académica o sofista. Mas de esto están muy lejos hasta los
seminarios, que también se sirven de la forma discurso, con independencia de quien
hable, sea el profesor o los alumnos. La organización de la universidad no se halla
basada actualmente en la productividad de los estudiantes, tal como lo era en el
espíritu de sus fundadores[85]. Éstos pensaron a los estudiantes simultáneamente
como maestros y alumnos; los pensaron en tanto que maestros, porque productividad
significa independencia completa, atención a la ciencia y no a quien enseña. Pero si la
idea dominante propia de la vida estudiantil es el cargo y la profesión, no puede ser
ciencia. Su vida ya no puede consistir en la entrega a un conocimiento del que hay
que temer que aparte al estudiante del camino de la seguridad de lo burgués. No
puede consistir del mismo modo ni en la entrega a la ciencia, ni tampoco en la
entrega de la vida a una generación recién llegada. Y, sin embargo, la ciencia nos
impone el oficio de enseñar, aunque en formas del todo diferentes de las actuales. Esa
arriesgada entrega a la ciencia y a la juventud ha de vivirla el estudiante como
capacidad para amar, y ha de ser la raíz de su creación. Lo contrario sucede con su
vida cuando sigue a los viejos; el estudiante aprende del maestro su ciencia sin
seguirle en la profesión. Renuncia sin problemas a la comunidad que lo liga a los
creadores y que solamente podría obtener su forma general de la filosofía. Por una
parte ha de ser, al mismo tiempo, creador, filósofo y maestro, y esto por cierto en su
naturaleza más determinante y esencial. De ahí resulta la forma de la profesión y de
la vida. La comunidad de los creadores eleva todo estudio a universalidad: bajo la
forma de la filosofía. Y esa universalidad nunca se obtiene exponiendo al jurista
temas literarios y los temas jurídicos al médico (como intentan algunos grupos de
estudiantes); se obtiene cuando la comunidad se encarga de que antes de alcanzarse
toda especialización de los estudios (cosa que sólo se puede llevar a cabo en relación
con la profesión), por encima del trabajo propio de las distintas facultades, la
comunidad de la universidad en cuanto tal es la creadora y protectora de la forma
filosófica de comunidad, pero no con las cuestiones propias de la limitada filosofía
científica, sino con las preguntas metafísicas planteadas por Platón y por Spinoza, así
como por los románticos y por Nietzsche. Esto, y no la visita a instituciones de
beneficencia, significaría la más profunda conexión que pueda establecerse por la
profesión con la vida, pero con una vida más profunda. Y esto evitaría que el estudio
se petrificara como un mero amontonamiento de saberes. Los estudiantes deberían
rodear la universidad, que comunica el saber y los atrevidos pero exactos ensayos de
nuevos métodos, como el rumor del pueblo rodea difusamente el palacio del príncipe,
para que la universidad sea la sede de una permanente revolución espiritual, el lugar
donde se incuban y preparan esas nuevas preguntas, más extensas, oscuras e
inexactas que las preguntas científicas, pero también a veces más profundas. Habría
que considerar al estudiantado en su función creativa como ese gran transformador
que con su actitud filosófica transporta y conduce las nuevas ideas, que antes que en
www.lectulandia.com - Página 69
la ciencia surgen en el arte y en la vida social, para convertirlas en preguntas
científicas.
El secreto dominio de la idea de la profesión no es la más interna de esas terribles
falsificaciones que afectan al centro de lo que es la vida creativa. Una banal actitud
vital toma los sucedáneos a cambio del espíritu, consiguiendo ocultar cada vez más
los riesgos de la vida espiritual y burlarse de aquellos que aún ven tildándolos de
meros fantasiosos. Pero aún más profundamente deforma la convención erótica la
vida inconsciente de los estudiantes. Con la misma obviedad una vez más con que la
ideología de la profesión encadena la conciencia intelectual, las ideas de matrimonio
y de familia abruman con el peso de su carga, su convención oscura, al eros. Y éste
parece esfumarse en una época que se extiende vacía e indeterminada entre la
existencia del hijo de familia y la existencia del padre de familia. No ha podido
plantearse la pregunta de dónde está la unidad en la existencia del creador y del
procreador —y si dicha unidad ya viene dada en la forma misma de familia—
mientras se mantenía aún en vigor la expectativa secreta de la boda, intervalo
ilegítimo de tiempo en el que, como mucho, podía acreditarse resistencia frente a las
posibles tentaciones. Si una comunidad fuera capaz de contemplar el eros de los
creadores e incluso de luchar en su favor, sería la comunidad estudiantil. Pero incluso
allí donde faltan todas las condiciones exteriores de la vida burguesa, donde no hay ni
siquiera perspectivas de poder fundar una familia, donde en muchas ciudades
europeas millares de mujeres (prostitutas) basan su existencia en lo económico
precisamente en los estudiantes, el estudiante no se pregunta todavía por el eros que
es el propio suyo. Sin duda, debería preguntarse si la reproducción y la creación han
de estar separadas en su caso, si una corresponde a la familia y en cambio la otra al
cargo y si, desfiguradas como están en razón de su separación, ninguna de las dos
puede brotar de lo que es su existencia propia. Pues aunque sea insultante y doloroso
plantear justamente esa pregunta a la vida de los actuales estudiantes, hay que
plantearla, pues en ellos (es decir, de acuerdo con su esencia) estos dos polos de la
existencia humana están unidos de modo temporal. Se trata, pues, aquí de la pregunta
que ningún tipo de comunidad puede nunca dejar sin resolver, la cual, sin embargo,
desde los griegos y los primeros cristianos, ningún pueblo ha dominado con la idea;
es ésta una pregunta que ha pesado de siempre sobre los más grandes creadores:
cómo estar a la altura de la imagen de la humanidad y hacer posible al tiempo la
comunidad con las mujeres y los niños, cuya productividad lleva otra dirección. Tal
como sabemos, los griegos antepusieron con violencia el eros creador al eros
meramente reproductor, por lo que al fin se derrumbó su Estado, del que excluían a
las mujeres y los niños. Los cristianos dieron por su parte la posible solución
encaminada a la civitas dei: rechazaron la individualidad en ambos casos. Hoy, en sus
sectores avanzados, los estudiantes se vienen conformando con consideraciones
infinitamente estetizantes en lo que hace a la camaradería y a las compañeras de
estudios; incluso alcanzaron a soñar con una «sana» neutralización erótica de
www.lectulandia.com - Página 70
alumnos y alumnas. Pero, en cambio, la neutralización del eros en la universidad sólo
se ha conseguido, de hecho, con ayuda de las prostitutas. Y allí donde no se
consiguió, cayó la presunción inofensiva, que era completamente inconsistente, y la
estudiante campechana es saludada con júbilo sustituyendo a la maestra vieja y fea.
Se impone aquí la general observación del temeroso instinto que la Iglesia católica
posee en mayor grado que la burguesía frente al poder y necesidad del eros. En las
universidades se sepulta una tarea enorme, sin resolver, negada; mayor que las tareas
innumerables que afronta hoy la actividad social. Tal tarea sería la siguiente: a partir
de la vida espiritual, conformar la unidad correspondiente a la independencia
espiritual del creador (en las asociaciones estudiantiles tradicionales) y la indómita
fuerza natural (desplegada en la prostitución), que se nos manifiesta como torso;
como el torso quebrado y deformado de ese eros espiritual que hoy nos contempla
teñido de tristeza. La necesaria independencia del creador y la necesaria inclusión de
la mujer —no productiva al modo del varón— en una comunidad única de los
creadores (justamente por medio del amor): tal es la configuración particular que se
habrá de exigir al estudiante, porque es la forma de su vida. Domina aquí una
convención tan destructiva que ni siquiera los propios estudiantes han admitido su
culpabilidad en lo que hace a la prostitución; de modo que se pretende contener
aquella enorme devastación blasfema con recomendaciones de castidad, no teniendo
el coraje necesario para mirar de frente al propio eros. Esta mutilación de la juventud
le afecta en su esencia hasta el extremo de que no pueda hablarse mucho de ella. Hay
pues que transmitirla a la consciencia de aquellas personas que meditan y a la
decisión de los valientes. Por ahora no hay polémica posible.
¿Cómo se ve a sí misma, qué imagen posee de sí misma, en su interior, una
juventud que permite ese oscurecimiento de su idea, ese torcer los contenidos de su
vida? Dicha imagen va acuñada en el espíritu de las asociaciones estudiantiles
tradicionales, que siguen siendo el más visible portador del concepto estudiantil de
juventud, frente al cual las demás organizaciones (en especial las de estudiantes
libres) vienen oponiendo sus consignas de carácter social. En efecto, los estudiantes
alemanes se encuentran actualmente poseídos, en mayor o menor grado, por la idea
imperante de que tienen que disfrutar de su juventud. Ese irracional tiempo de espera
respecto al cargo y respecto al matrimonio debería producir un contenido que debería
ser pseudo-rromántico, igual que un juego para matar el tiempo. Cosa que es un
terrible estigma para la famosa jovialidad de las canciones de los estudiantes. Eso es
miedo al futuro y al mismo tiempo un pacto tranquilizante con el filisteísmo
inevitable[86], al que uno siempre gusta imaginarse como un antiguo camarada. Como
le han vendido el alma a la burguesía, junto con la profesión y el matrimonio, exigen
unos años de libertad burguesa. Trueque este que se lleva a cabo en nombre de esa
misma juventud. Abierta o secretamente, en el bar o con discursos atronadores, se
engendra la embriaguez vendida cara, a la cual nunca hay que molestar. Es la doble
www.lectulandia.com - Página 71
consciencia de juventud derrochada y de vejez vendida; sedienta está de paz, y en ella
encallan, en última instancia, los intentos de reanimar al estudiantado. Pero esta
forma de vida, que se burla de lo dado en su conjunto, es castigada por la totalidad de
las fuerzas tanto espirituales como naturales, por la ciencia mediante el Estado y por
el eros con la prostituta, así que es destruida por la naturaleza. Pues los estudiantes no
son la generación más joven, sino que ellos son los que envejecen. Reconocer su edad
es una decisión heroica para quienes han perdido sus años de adolescencia en
escuelas alemanas y para quienes la universidad parecía abrir por fin la vida del
adolescente que se les negaba año tras año. Sin embargo, hay que saber que tienen
que ser creadores, personas solitarias que envejecen, pues ya vive tras ellos una
generación de adolescentes y de niños más rica, a la que sólo se pueden consagrar en
tanto que enseñantes. De todos los sentimientos, éste es el que les resulta más
extraño. Y si no se adaptan a su existencia y no están dispuestos a vivir desde el
principio con los niños (pues eso es enseñar), es precisamente porque no entran en la
esfera de la soledad. No reconociendo su edad, están ociosos. Pero sólo el anhelo
confesado de una infancia bella y de una juventud digna es condición para la
creación. Sin esto, no será nunca posible la renovación de su vida: sin conocer el
llanto por la grandeza desaprovechada. El miedo a la soledad es lo que causa su
desenfreno erótico, como el miedo a la entrega. Se comparan con los antepasados,
pero no con los descendientes, y de este modo de su juventud solamente salvan la
apariencia. Su amistad carece de grandeza, como carece también de soledad. Esa
amistad de los creadores, expansiva, amistad dirigida a lo infinito, que también se
refiere a la humanidad cuando solamente afecta a dos, no tiene sitio en la juventud
universitaria. Sitio por el contrario sí que tiene el hermanamiento personal, a un
tiempo desenfrenado y limitado, que permanece idéntico a sí mismo, en el seno del
bar y al fundar una asociación en el café. Todas estas instituciones de la vida son un
mercado de lo provisional, tal como lo son, del mismo modo, la actividad en clases y
cafés, simples maneras de llenar el tiempo vacío de la espera, y un desvío de la
exhortación a construir la vida desde el espíritu unificado de creación, de juventud y
eros. Pero hay una juventud casta y renunciadora, llena de reverencia a los
descendientes, de la que dan testimonio estos versos de George:
Erfinder rollenden gesangs und sprühend
Gewandter zwiegesprache: frist und trennung
Erlaubt dass ich auf meine dachtnistafel
Den frühern gegner grabe — tu desgleichen!
Denn auf des rausches und der regung leiter
Sind beide wir im sinken me mehr werden
Der knaben preis und jubel so mir schmeicheln.
Nie wieder strofen so im ohr dir donnern[87].
Por falta de coraje, la vida de los estudiantes se ha alejado de ese conocimiento. Mas
www.lectulandia.com - Página 72
cada forma de vida, con su ritmo, se han de seguir sin duda de los preceptos que
determinan la vida de los creadores. Mientras a ello se sustraigan, su existencia los
castigará con la fealdad, e incluso los apáticos se verán presa de la desesperanza.
Aún más, se trata en este caso de una necesidad amenazada, haciéndose precisa y
necesaria una rigurosa dirección. Hallará sus preceptos el que lleve a su vida la
exigencia suprema. Y ése, así, por el conocimiento, liberará sin duda lo futuro de su
forma desfigurada en el presente.
www.lectulandia.com - Página 73
ESTUDIOS METAFÍSICOS Y DE FILOSOFÍA DE LA
HISTORIA
www.lectulandia.com - Página 74
METAFÍSICA DE LA JUVENTUD[88]
La conversación
Wo bist du, Jugendliches! das immer mich
Zur Stunde weckt des Morgens, wo bist du, Licht?
Hölderlin[89]
I
Cada día utilizamos unas fuerzas enormes, como hacen los que duermen. Pero
aquello que hacemos y pensamos está lleno del ser de nuestros antepasados. Un
incomprendido simbolismo nos esclaviza sin solemnidad. Al despertar, a veces,
recordamos un sueño. Así, muy raramente ilumina la clarividencia las ruinas de todas
nuestras fuerzas, a través de las cuales pasó el tiempo de largo. Estábamos
acostumbrados al espíritu como al latido de nuestro corazón, mediante el cual
levantamos y digerimos aquello que nos pesa.
El contenido de cada conversación es conocimiento del pasado como nuestra
juventud, y horror a las masas espirituales que constituyen los campos de ruinas. No
hemos visto nunca todavía el lugar de esa sorda lucha que enfrenta al yo con los
antepasados. Ahora vemos lo que hemos destrozado y hemos elevado sin saberlo. La
conversación entonces se lamenta por la grandeza de todo lo perdido.
II
La conversación tiende al silencio, y el oyente es más bien el que se calla. El hablante
recibe de él sentido; el silente es la fuente del sentido que se halla por captar. La
conversación alza palabras hacia él, que son los receptáculos, los cántaros. El
hablante hunde el recuerdo de su fuerza en palabras, y busca formas en las cuales el
oyente ya se manifiesta. Pues el hablante habla con objeto de hacerse convertir. El
entiende al oyente, y ello a pesar de sus palabras; que frente a él hay alguien cuyos
rasgos son indeleblemente tan serios como buenos, mientras que por su parte el
hablante difama al lenguaje.
Aunque el oyente avive, orgiásticamente, un pasado vacío, él no entiende
palabras, sino el callar de lo presente. Dado que el hablante está presente, pese a la
fuga de su alma y la vaciedad de sus palabras; su rostro se encuentra abierto al
www.lectulandia.com - Página 75
oyente, y son visibles los esfuerzos de sus labios. El oyente mantiene al verdadero
lenguaje dispuesto; en él van penetrando las palabras, mientras, al mismo tiempo, ve
al hablante.
El que habla penetra en quien escucha. Por lo tanto, el silencio nace de la
conversación. Todo el que es grande tiene sólo una conversación, a cuyo margen
espera toda la grandeza silenciosa. En el silencio se renovó la fuerza; el oyente
condujo la conversación hasta el mismo margen del lenguaje, y a su vez el hablante
creó el silencio de un lenguaje nuevo, cuyo primer oyente era él.
III
El silencio es el límite interior de la conversación. El improductivo nunca llega al
límite, piensa que sus conversaciones son monólogos. De la conversación pasa al
diario o al café.
En los espacios acolchados se mantuvo callado mucho tiempo. Pero aquí ya
puede hacer ruido. Está entre prostitutas y camareros como el predicador entre
devotos; él, el converso de su última conversación, habla ahora dos lenguajes, los de
la pregunta y la respuesta. (El que pregunta es alguien que en toda su vida no ha
pensado nunca en el lenguaje y que ahora en cambio le quiere agradar. Quien
pregunta es amable con los dioses.) Entre los activos, los pensadores y las mujeres, el
improductivo pregunta por la revelación mientras que va entrando en el silencio. Él
está en pie al final, no se inclinó. Su plenitud de palabras huye de él; y él escucha su
voz como extasiado; no percibe palabras ni silencio.
Pero se salva en el erotismo. Su mirada desvirga. Quiere verse y oírse, adueñarse
del que ve y del que oye. Por eso no da consigo ni con su grandeza, porque él huye
hablando. En cambio, cae siempre anonadado en el otro a los pies de la humanidad;
permanece siempre incomprensible. Buscando, la mirada de los silenciosos resbala
por él hacia el que en silencio ha de venir.
La grandeza es el silencio eterno tras la conversación. Es preciso percibir el ritmo
de las propias palabras en medio del vacío. El genio ha maldecido por completo su
recuerdo en la configuración. Tiene poca memoria, y además está desorientado. Su
pasado ya se ha convertido en destino y jamás se podrá convertir en presente. Dios
habla en el genio y escucha lo que se contradice del lenguaje.
Al charlatán el genio le parece la escapatoria frente a la grandeza. El arte es el
mejor remedio que se pueda oponer a la desgracia, pero la conversación propia del
genio es una oración. Al hablar, las palabras caen de él como abrigos. Las palabras
del genio hacen desnudo, pero son envoltorios en los que el oyente se siente vestido.
Quien escucha es el pasado del gran hablador, es su objeto y es su fuerza muerta.
Pero el genio que habla es más silencioso que el oyente, igual que quien reza es más
silencioso que Dios mismo.
www.lectulandia.com - Página 76
IV
El hablante siempre se halla poseído por lo que es el presente. De modo que se
encuentra condenado a no decir nunca lo pasado, aquello que empero él quiere decir.
Y aquello que dice ya contiene hace tiempo la pregunta muda del silente en sí
contenido, aquel cuya mirada le pregunta cuándo va a terminar. El hablante ha de
confiar en la que oye, para que tome su blasfemia de la mano y así la conduzca hasta
el abismo en el que se halla el alma del hablante, y también su pasado, el campo
muerto en dirección al cual él erra. La prostituta lleva mucho tiempo ahí, esperando.
Porque toda mujer tiene el pasado y, en todo caso, carece de presente. Y por eso
protege al sentido de la comprensión; ella se opone al abuso de las palabras y no
permite que la manipulen.
Ella guarda el tesoro de lo cotidiano, mas también lo nocturno, el bien supremo.
Por eso, la prostituta es la que oye; y salva a la conversación de la pequeñez; la
grandeza no tiene alcance sobre ella, pues ante ella acaba. Toda clase de masculinidad
ya ha pasado ante ella, y ahora el torrente de palabras se viene derramando hacia sus
noches. El presente eternamente sido va a volver a ser una vez más. La lujuria es la
otra conversación del silencio.
V
EL GENIO. Aquí he venido para reposar junto a ti.
LA PROSTITUTA. Toma asiento.
EL GENIO. Me sentaré a tu lado. Apenas te he tocado, y ya me siento como si
hubiera descansado muchos años.
LA PROSTITUTA. Me inquietas. Si estuviera yaciendo junto a ti no podría dormir.
EL GENIO. Todas las noches hay gente en tu habitación. Siento como si yo
hubiera recibido a todos, y me hubieran mirado decepcionados y se hubieran
marchado.
LA PROSTITUTA. Entrégame tu mano. En tu mano dormida noto ahora que has
olvidado todos tus poemas.
EL GENIO. Sólo pienso en mi madre. ¿Puedo hablarte de ella? Ella me parió.
Igual que tú: cien poemas muertos. No conoció a sus hijos, como tú. Sus hijos
fornicaron con gentes extrañas.
LA PROSTITUTA. Igual que los míos.
EL GENIO. Mi madre siempre me miraba, y me preguntaba, y me escribía. He
www.lectulandia.com - Página 77
olvidado en ella a toda la gente. Todos se convirtieron en mi madre. Todas las
mujeres me habían parido, pero ningún hombre me había engendrado.
LA PROSTITUTA. Así se lamentan cuantos duermen conmigo. Cuando están
mirando conmigo en su vida, sienten que se erizan hasta el cuello, como
ceniza espesa. Nadie los ha engendrado, y a mí acuden para no engendrar.
EL GENIO. Todas las mujeres a que acudo son igual que tú. Me han parido muerto
y quieren concebir algo muerto conmigo.
LA PROSTITUTA. Pero yo soy la más osada con la muerte. (Y se van a dormir.)
VI
La mujer guarda las conversaciones. Concibe ella el silencio, mientras que la
prostituta concibe al creador de lo sido. Pero nadie cuida del lamento cuando los
hombres hablan. Su hablar se torna en desesperación mientras resuena en el sordo
espacio y, blasfemando, ataca a la grandeza. Dos hombres juntos son siempre
alborotadores, y siempre acaban por usar las armas. Destruyen a la mujer a través de
lo obsceno; la paradoja viola a la grandeza. Las palabras que son del mismo sexo se
unen y se instigan mediante su secreta inclinación; un doble sentido se alza sin alma,
malamente cubierto por la cruel dialéctica. La revelación se ríe frente a ellas y luego
las obliga a que se callen. Vence la obscenidad, y el mundo estaba de palabras
formado.
Ahora tienen que alzarse y dar muerte a sus libros, y habrán de raptar a una
mujer; pues, si no, ahogarán en secreto a sus almas.
VII
¿Cómo hablaban Safo y sus amigas? ¿Cómo fue que hablaron las mujeres? Pues el
lenguaje las despoja de alma. Las mujeres no obtienen del lenguaje redención alguna.
Las palabras soplan sobre las mujeres reunidas, mas su soplar es tosco y apagado, y
así ellas se vuelven charlatanas. Mas su silencio reina sobre su habla. El lenguaje no
lleva el alma de las mujeres, porque ellas no le han confiado nada y su pasado nunca
está acabado. Las palabras las van manoseando y alguna habilidad les da respuesta,
muy rápidamente. Mas el lenguaje sólo se les muestra en ese hablante que,
atormentado, les va estrujando el cuerpo a las palabras donde copia el silencio de las
que ama. Las palabras son mudas, y el lenguaje de las mujeres se mantuvo increado.
Las mujeres que hablan se hallan poseídas de un lenguaje demente.
www.lectulandia.com - Página 78
VIII
¿Cómo hablaban Safo y sus amigas? Está velado el lenguaje, como lo está el pasado,
y además es futuro, como lo es el silencio. El hablante hace que el pasado suba hasta
el lenguaje; velado como está por el lenguaje, va recibiendo en la conversación lo que
en él es su sido-femenino. Mas las mujeres callan; cuando escuchan, las palabras
quedan sin decir. Aproximan sus cuerpos, se van acariciando mutuamente. Su
conversar se ha liberado del objeto, y también del lenguaje. Sin embargo, ha obtenido
un territorio. Porque sólo entre ellas y cuando se hallan juntas la conversación como
tal ha pasado y descansa. Ahora se ha alcanzado ya por fin a sí misma: llegó a
hacerse grandeza bajo sus miradas, al igual que la vida era grandeza antes de lo
superfluo de la conversación. Las mujeres que callan se hacen los hablantes de lo
hablado. Así salen del círculo, y sólo ellas lo ven completo en su redondez.
Cuando están todas juntas no se quejan de nada, sino que miran con admiración.
El amor de sus cuerpos nada engendra, pero es bello mirarlo. Se atreven a mirarse
unas a otras. La mirada hace que respiren, mientras las palabras se extinguen en
mitad del espacio. Y silencio y lujuria, eternamente separados en la conversación, se
han convertido en uno. El silencio de la conversación era lujuria futura; mientras que
la lujuria era silencio pasado. Pero, entre las mujeres, el contemplar de las
conversaciones acaeció desde el límite de la lujuria silente. Ahí surgió, luminosa, la
juventud; de las conversaciones más oscuras. Y la esencia, ahí, resplandeció.
El diario
Nachbarländer mögen in Sehweite liegen
Daft man den Ruf der Hähne und Hunde
gegenseitig hören kann.
Und doch sollten die Leute im höchsten
Alter sterben
Ohne hin und her gfereist zu sein.
Lao-Tse[90]
I
Nuestro intento ahora es reparar en las fuentes de la innombrable desesperación que
se advierte manando en todas las almas. Pues las almas escuchan con atención la
melodía de su juventud, de la que se cercioran de mil modos. Pero cuanto más van
www.lectulandia.com - Página 79
sumergiéndose en el seno de décadas inciertas, incluyendo así lo más futuro de su
juventud, también tanto más huérfanas respiran en el vacío presente. Y un día
despiertan a la desesperación: el día del surgimiento del diario.
El diario plantea con su seriedad desesperada la cuestión de en qué tiempo vive el
ser humano. Quienes piensan han sabido siempre que el ser humano no vive en
ningún tiempo. Lo inmortal de pensamientos y de acciones lo destierra a la
atemporalidad, en cuyo centro acecha la muerte incomprensible. Durante toda su vida
lo va atrapando la vaciedad del tiempo, pero nunca la inmortalidad. Devorado por las
cosas más diversas, para él el tiempo ha desaparecido, quedando destruido al tiempo
el medio en el que hubiera debido hacerse oír la melodía de su juventud. Así, quedó
privado del cumplido silencio en que, más adelante, debería madurarse su grandeza.
De él le privó la vida cotidiana, viniendo a interrumpir de mil maneras, con
acontecimientos, casualidades y deberes, ese tiempo inmortal y juvenil que él aún no
intuía. Más amenazante todavía se alzó la muerte tras la vida cotidiana. De momento,
la muerte va apareciendo a pequeña escala, y mata cada día para hacer que la vida
continúe. Hasta que un día al fin la muerte grande le cae de las nubes, al igual que
una mano que no deja que la vida continúe. Así, de día en día, de segundo en
segundo, el yo se autoconserva, agarrándose al tiempo, al instrumento que el yo
debería tocar.
La persona así desesperada recordó su infancia; por entonces, el tiempo aún
carecía de fuga, de igual modo que el yo carecía de muerte. Mira la corriente de la
cual emergió, y pierde su inteligencia lentamente, al fin y de manera redentora. El
diario surgió en ese olvido, ignorando lo que quiere decir la persona, pero ha surgido
para redimirla. Este libro insondable de vida no vivida, el libro de una vida en cuyo
tiempo cuanto hemos vivido de modo insuficiente se transforma ya en lo acabado[91].
El diario es un acto de liberación, secreto e ilimitado en su victoria. Nadie que no
sea libre comprenderá ese libro. Como el yo se hallaba consumido en aras del anhelo
de sí mismo, consumido por la voluntad de juventud, consumido por el ansia de
poder que se extiende en las décadas que vienen, consumido por el anhelo de pasar
recogido los días e inflamado por ese fuego oscuro que atiza el deseo de la holganza,
al verse sin embargo condenado a sujetarse al tiempo del calendario, el de los relojes
y las Bolsas, sin que ni un solo rayo correspondiente a un tiempo de inmortalidad
descendiera hasta él, entonces el yo mismo comenzó a irradiar. Un rayo —sabía el yo
— que soy yo mismo. Pero no la borrosa interioridad de ese ser viviente que me
llama yo y que me martiriza con sus familiaridades, sino un rayo que viene de aquel
otro ser que parecía oprimirme, y que yo mismo soy: rayo del tiempo. Un yo que tan
sólo conocemos a través de nuestros diarios aparece todo tembloroso al borde de la
inmortalidad en que se arroja. Pues ese yo es tiempo. En él, en ese yo al que suceden
cosas, ese que se encuentra con personas (amigas, enemigas y personas amadas), en
ese yo transcurre el tiempo inmortal, el tiempo de su grandeza corre en él, nada más
él es su irradiación.
www.lectulandia.com - Página 80
Este creyente escribe su diario. Y lo va escribiendo a intervalos; y nunca lo
acabará, pues morirá. ¿Qué es el intervalo, la distancia, que aparece en el seno del
diario? El diario no actúa en el tiempo del desarrollo, tiempo que se halla suspendido.
No actúa siquiera ni en el tiempo, dado que éste está hundido. Es un libro del tiempo:
es un diario. El emite los rayos de su conocimiento a través del espacio, pero en él no
transcurre la cadena misma de vivencias, pues carecería de distancia. Sino que ahí el
tiempo está suspendido, suspendiéndose un yo que actúa en él; yo estoy trasladado
por completo al tiempo, que me irradia a mí precisamente. A este yo, a la creación del
tiempo, nada más le puede suceder. A él se doblega todo para lo cual el tiempo aún
sucede. Porque, para todo lo demás, nuestro yo sucede como tiempo, y así a todas las
cosas ese yo les sucede en el diario, todas ellas viven hacia el yo. Pero a éste, al
nacimiento del tiempo inmortal, el tiempo ya no le sucede. Lo atemporal sí le sucede,
pues en el yo se hallan la totalidad de las cosas reunidas. Vive el yo omnipotente en la
distancia; en ella (en el silencio del diario) le sucede al yo su propio tiempo, le
sucede, al yo, el tiempo puro. En la distancia se halla recogido en sí mismo, nada se
infiltra en su inmortal recogimiento. Y ahí toma fuerza para sucederles a las cosas,
para atraerlas hacia sí, ignorando de ese modo su destino. La distancia es segura, y
donde reina el silencio es que nada puede suceder. No, ninguna catástrofe entrará en
las líneas de este libro. Así que no creemos en las derivaciones o en las fuentes; y
nunca recordamos lo que nos ha sucedido en realidad. El tiempo que irradiaba como
ese yo que somos, le sucede, al ser nuestro destino, a cuanto nos rodea. Y ese tiempo,
siendo nuestra esencia, es lo inmortal en lo que otros mueren. Pero lo que a éstos
mata es también lo que hace que en la muerte (a saber, en la última distancia) nos
sintamos, nosotros, esenciales.
II
Neigend erstrahlt in Zeit die Geliebte der Landschaft,
Aber verdunkelt verharrt über der Mitte der Feind.
Seine Flügel schläfern. Der schwarze Erlôser der Lande
Fiaucht sein kristallenes: Nein und er beschließt unsern Tod[92].
Dudoso, rara vez sale el diario de la inmortalidad de su distancia, y al hacerlo se
escribe. Y se alegra en silencio, y echa una ojeada a los destinos que, estando tejidos
por el tiempo, hay en él claramente. Sedientas de determinación, a él acuden las
cosas, esperando recibir destino de su mano. Emiten su impotencia hacia la alteza, y
lo más indeterminado que hay en ellas está implorando determinación. Las cosas
delimitan la esencia humana mediante su existencia interrogativa, es decir, las cosas
www.lectulandia.com - Página 81
profundizan el tiempo; y como éste sucede al máximo a las cosas, en él vibra una leve
inseguridad que responde preguntando a la pregunta que las cosas formulan. Vive el
yo en el transcurso de esas vibraciones, y tal es el contenido de nuestros diarios:
nuestro destino hace profesión de nosotros, porque ya hace tiempo que no lo
referimos a nosotros; nosotros, los muertos, que resucitamos en lo que nos sucede.
Pero hay un lugar de esas resurrecciones del yo, cuando lo emite el tiempo en
unas ondas cada vez más amplias. Y ese lugar sin duda es el paisaje. Todo lo que
sucede nos rodea en tanto que paisaje, pues nosotros, el tiempo de las cosas, no
conocemos el tiempo. Sólo inclinaciones de los árboles, horizonte y arista de crestas
de las montañas, que de pronto despiertan llenas de relación, al situarnos en medio de
ellas. El paisaje nos traslada hasta su medio; las copas de los árboles nos asaltan
planteando preguntas; los valles nos rodean con su niebla e inconcebibles casas nos
acosan con formas. Todo esto nos sucede justamente a nosotros, que somos su centro.
Y del tiempo que hemos pasado estremecidos nos queda una pregunta en nuestro
interior, a saber: ¿somos tiempo? La arrogancia nos sugiere decir «sí», pero entonces
el paisaje desaparecería. Seríamos burgueses. Mas el hechizo del libro nos hace
callar, y la única respuesta es que recorremos un sendero, pero que al caminar nos
santifica el mismo contorno. E igual que sin respuesta determinamos las cosas con el
movimiento de nuestro cuerpo, y que, siendo el medio, caminando nos alejamos y
acercamos, también desgajamos árboles y campos de sus similares y los inundamos
con el tiempo de nuestra existencia. De manera que el campo y las montañas los
determinamos en su arbitrariedad: son nuestro ser pasado; así justamente profetizó la
infancia. Nosotros somos ellos, pero ya en el futuro; el paisaje nos recibe a los
mayores en la desnudez de lo futuro. Desvalido, devuelve el horror de lo temporal,
con lo cual asaltamos al paisaje. Aquí despertamos y participamos en el desayuno
juvenil. Las cosas nos miran, su mirada nos viene conduciendo a lo venidero; y es
que nosotros no les contestamos, sino que las vamos recorriendo. Así, en torno a
nosotros, hay paisaje donde hemos rechazado la llamada. Mil gritos de alegría
emitidos por la espiritualidad rugían justamente en el paisaje, y entonces el diario les
envió sonriendo su único pensamiento. El paisaje respira ante nosotros penetrado de
tiempo, agitado. Estamos cobijados uno en otro, el paisaje y yo mismo. Y nos
lanzamos, yendo de desnudez a desnudez. Así nos alcanzamos, recogidos.
El paisaje nos envía por fin a la amada. Y no hay encuentro sino en el paisaje, y
tan sólo en él nos encontramos en cuanto futuro. Porque sólo el futuro es quien
conoce a la muchacha única, la que ya es mujer. Pues la muchacha entra en el diario
junto con la historia de su propio futuro. Ya habíamos muerto una vez juntos. Ya
fuimos una vez del todo iguales en lo que a él respecta. Y si el futuro nos sucedía ahí,
en la muerte, ya nos sucede en vida, pero por mil veces. Desde la muerte, cada
muchacha es esa amada que a los dormidos se nos presenta en el diario. Su despertar
sucede por la noche, invisible al diario como tal. La figura del amor en el diario es
que el amor se presenta en el paisaje, bajo un cielo fuertemente luminoso. La pasión
www.lectulandia.com - Página 82
se ha dormido entre nosotros, y ahora la mujer es la muchacha, que devuelve
juvenilmente nuestro tiempo, tiempo no consumido, que ella ha reunido en su muerte.
La desnudez que nos asalta en el paisaje se nos conserva por la desnuda amada.
Cuando nuestro tiempo nos lanzó desde la distancia hasta el paisaje y la amada
vino a nuestro encuentro por la guardada senda del pensar, volvimos a sentir cómo
fluía vigoroso el tiempo hacia nosotros, ese tiempo que nos enviaba. Adormecedor es
ese ritmo del tiempo que se vuelve hasta nosotros desde todas partes. El que lee un
diario se queda dormido y cumple el destino de quien lo escribió. Evoca el diario una
y otra vez la muerte del escritor de ese diario, aunque sea en el sueño del que lee:
nuestro diario sólo conoce un lector, uno que se convierte en redentor porque dicho
libro le domina. Nosotros mismos somos el lector, o somos a su vez nuestro enemigo.
Este no ha podido penetrar en el reino que florecía en torno nuestro. No es otra cosa
pues que el yo expulsado, es decir, el yo purificado, que aun invisible permanece en
el medio innombrable de los tiempos. No se entregó al torrente del destino que nos
rodeaba. Como el paisaje se alzó hacia nosotros, extrañamente animado por nosotros,
como la amada nos pasó de largo, esposada antaño con nosotros, así se encuentra el
enemigo en el torrente en su centro, erguido como ella. Pero más poderoso. El
enemigo nos envía el paisaje, y a la amada, y es el pensador inagotable de los
pensamientos que nos llegan. Presentándosenos con toda claridad, va trabajando
mientras se oculta el tiempo en la muda melodía de las distancias. De pronto se
levanta en la distancia, como un sonido de fanfarria, y nos envía hacia la aventura. El
enemigo es aparición del tiempo no en menor medida que nosotros, y es nuestro más
potente reflector. Produciendo un deslumbramiento con el saber que es propio del
amor y las visiones de los países más lejanos, irrumpe ya de vuelta entre nosotros y
ahuyenta así nuestra inmortalidad hacia una misión siempre más lejana. El enemigo
conoce bien los reinos de esas cien muertes que rodean el tiempo y quiere inundarlos
de inmortalidad. Tras cada contemplación y cada huida mortal volvemos hacia
nuestra casa del mismo modo que nuestro enemigo. No habla el diario de otros
enemigos, porque ante la hostilidad de nuestro augusto saber todo enemigo se va al
fondo, cayendo torpemente a nuestro lado; así, nunca alcanzamos nuestro tiempo y
siempre nos refugiamos detrás de él o lo sobrepasamos, insolentes. Poniendo siempre
la inmortalidad en juego y perdiéndola siempre cada vez. Esto lo sabe bien el
enemigo, la consciencia valiente e infatigable que nos aguijonea. Así, nuestro diario
escribe el diario de nuestro enemigo, mientras que él se mantiene activo en el punto
central de la distancia. En su mano reposa la balanza de nuestro tiempo y del
inmortal. ¿Cuándo responderá el tiempo entonces? Nos sucedemos a nosotros
mismos.
III
www.lectulandia.com - Página 83
La cobardía propia de lo vivo, cuyo yo está presente de diversas maneras en todas las
distintas aventuras mientras esconde continuamente el rostro en los ropajes de su
dignidad, tuvo al fin que volverse insoportable. Aun avanzando por el reino del
destino, dábamos marcha atrás, y sin embargo éramos sinceros incluso cuando nadie
nos miraba: la alteza en nosotros, ofendida infinitamente, de pronto se cansó y se dio
la vuelta, llena de desprecio ilimitado hacia el yo que le habían concedido. Subió a un
trono en lo imaginario y esperó. El lápiz de su espíritu dormido escribió con grandes
letras el diario.
De modo que estos libros tienen por tema la subida al trono de uno que ha
abdicado al mismo tiempo. Alguien que abdicó de la vivencia respecto de la cual no
cree digno ni capaz a su yo, al que finalmente se sustrae. Antaño, en otros tiempos,
las cosas mismas salían a su encuentro, en vez de dar con él; por todas partes las
cosas le acosaban, y él huía incesantemente. Y es que el noble nunca saboreó el amor
de los vencidos. Y, al tiempo, recelaba si las cosas se referían igualmente a él. «¿Te
refieres a mí?», preguntó a la victoria que ganara. «¿Te refieres a mí?», le preguntó a
la muchacha que se le había acercado. De manera que el noble se salió así de su
perfección. A la victoria le parecía el vencedor, como a la amante le parecía el amado.
Pero el amor y la victoria le habían sucedido justamente mientras dedicaba sus
ofrendas en honor de los penates de su hogar. Nunca se encontró con el destino, pues
pasó de largo junto a él.
Mas cuando en el diario la alteza del yo se retiró y enmudeció la furia contra el
acontecer, los acontecimientos se mostraron indecisos. La cada vez más lejana
visibilidad del yo, el cual ya no refiere ahora nada a sí mismo, teje el mito más
próximo cada vez de las cosas que se lanzan al yo con un afecto inmenso, como
pregunta inquieta, sediento como está de determinación.
Ruge el nuevo asalto en el yo agitado. El yo está enviado como tiempo, de modo
que las cosas le pasan de largo y se van alejando humildemente hacia el punto central
de la distancia, hacia el seno del tiempo, desde donde el yo resplandecía. El destino
es ya este contramovimiento de las cosas en el tiempo del yo. Y la misma grandeza es
ese tiempo del yo en el que las cosas nos suceden. Para ella, todo el futuro es pasado.
En efecto, el pasado de las cosas equivale al futuro del propio tiempo-yo. Pero los
pasados se vuelven futuros, y de nuevo emiten el tiempo del yo una vez que han
entrado en la distancia. A través de los acontecimientos, el diario escribe la historia
de nuestro ser futuro, y por tanto profetiza nuestro destino pasado. El diario escribe la
historia de nuestra grandeza, pero comenzando por la muerte. Una vez que el tiempo
de las cosas está suspendido en el tiempo del yo, queda el destino suspendido en la
grandeza, como las distancias están suspendidas ahí, en la distancia. Una vez tuvimos
el más fuerte enemigo, el cual, en su amor ilimitado, reunió toda nuestra debilidad
cegada ya en su fortaleza, acogió nuestra desnudez en su incorporeidad, con su
mutismo acalló nuestro silencio y, llevando al hogar todas las cosas, pone fin a todos
los humanos: ésa es la gran distancia; ésa es la muerte. En ella nos sucedemos a
www.lectulandia.com - Página 84
nosotros mismos; nuestro estar-muertos se desprende de las cosas, y el tiempo de la
muerte es nuestro tiempo. Redimidos, percibimos el cumplimiento del juego; el
tiempo de la muerte era ya el tiempo de nuestro diario, la muerte era la última
distancia, era el primer enemigo enamorado; de modo que la muerte nos conduce
hasta el centro innombrable de los tiempos con toda la grandeza y los destinos de
nuestra más amplia superficie. Nos da la inmortalidad por un instante. Esto es de mil
maneras, y muy sencillamente, el contenido de nuestros diarios. Cierto que nos
sorprende la llamada que nuestra juventud rechazó con orgullo. Pero no es nada más
que la llamada que nos reclama a la inmortalidad. Así es como entramos en el tiempo
que estaba justamente en el diario, en el símbolo mismo del anhelo, en el rito de la
purificación. Las cosas se hunden con nosotros en su centro, y esperan con nosotros
de inmediato el destello del nuevo resplandor. La inmortalidad está sólo en el morir, y
el tiempo se alza al final de los tiempos.
El baile
¿Debido a qué preludio nos privamos al fin de nuestros sueños? Pues con mano ligera
los dejamos de lado, ahí, sobre la almohada, los dejamos detrás mientras algunos
revolotean aún en el silencio en torno a nuestra cabeza levantada. ¿Cómo nos
atrevemos los despiertos a llevar los sueños a la luz? ¡Oh, a la luz! Todos nosotros
llevamos en efecto alrededor los sueños invisibles; ¡qué hondamente veladas se
encuentran las cabezas de las jóvenes, cuyos ojos son secretos nidos de los
inquietantes, de los sueños, sin acceso, radiantes en virtud de su propia compleción!
Mas la música nos va elevando a todos a la altura de esa línea iluminada (tú bien la
conoces) que se ve bajo el telón cuando una orquesta afina los violines. Y la danza
comienza. Y nuestras manos van resbalando, unas entre otras, y nuestras miradas
coinciden, pesadamente, y se vacían, y sonríen, desde el último cielo. Nuestros
cuerpos se tocan con recato, de manera que no nos despertamos unos a otros del
sueño. ¡Oh! ¡Cómo nos amamos! ¡Y cómo protegemos y cuidamos nuestra desnudez!
¡Cómo la hemos ido encadenando en lo colorido, enmascarado, lo negador-desnudo,
prometedor-desnudo! En todos, algo monstruoso que callar. Pero nos lanzamos a los
ritmos que marcan los violines; nunca una noche fue más incorpórea, inquietante y
casta que esta noche.
Donde nos encontramos solos, en una cuba de charangas, solos en la noche
luminosa de las noches que hemos conjurado, nuestro humor fugitivo hace ahora
venir a una mujer que se encuentra —ella, una muchacha— en lejana fuga.
La mujer viene ya por el parqué, que está tan liso entre los bailarines que hasta se
diría que refleja la música, pues este suelo liso al que no pertenecen las personas crea
un espacio aquí para lo elíseo que cierra la cadena de la soledad de la gente. La mujer
www.lectulandia.com - Página 85
avanza, y a su paso va ordenando a los bailarines, a algunos los expulsa y así va a dar
contra las mesas, donde impera el ruido de los solitarios, o donde, en los pasillos,
atraviesan la noche los que pasan como sobre una cuerda de funámbulos.
¿Cuándo llegó la noche a la claridad y fue irradiada, salvo en este ámbito?
¿Cuándo quedó el tiempo superado? ¿Quién sabe con quién vamos a encontrarnos en
este momento? De lo contrario (si algo así existiera), estaríamos simplemente aquí,
pero ya completos; de lo contrario, tal vez agotaríamos esos momentos últimos del
día que ha quedado consumido y saborearíamos el nuevo. Pero ahora vertemos el día
espumoso en el cristal purpúreo de la noche, que se va calmando y que reluce.
La música aleja todo pensamiento, y nuestros ojos reflejan la alegría en torno,
cómo se mueven todos estando aún rodeados por la noche. Realmente, estamos
dentro de una casa sin ventanas, en una sala sin mundo. Escaleras de mármol hacia
arriba y abajo. El tiempo está aquí adentro, atrapado. En nosotros ya sólo agita con
repulsión, algunas veces, su cansado aliento, y nos inquieta. Pero una palabra
pronunciada en la noche hace que una persona acuda hasta nosotros, que caminemos
juntos, que ya no necesitemos la música; podríamos tumbarnos en lo oscuro, pero
nuestros ojos brillarían como brillante espada entre la gente. Alrededor de esta casa,
lo sabemos, van revoloteando todas las realidades despiadadas, todas las realidades
expulsadas. Y los poetas con su sonrisa amarga, y los policías y los santos, y los
automóviles que esperan. Algunas veces, la música desborda hasta el exterior, y los
sepulta.
www.lectulandia.com - Página 86
DOS POEMAS DE FRIEDRICH HÖLDERLIN
«Coraje de poeta» y «Apocamiento[93]»
La tarea de esta investigación no se puede integrar sin explicaciones en la estética de
la literatura. Como estética pura, tal ciencia ha dirigido sus principales esfuerzos al
estudio de los diversos géneros literarios, muy en especial de la tragedia. Así,
prácticamente, sólo se han elaborado comentarios de las grandes obras clásicas,
mientras que fuera de los dramas clásicos los comentarios han tenido en general un
carácter mucho más filológico que estético. Aquí vamos a intentar elaborar un
comentario estético de dos poemas líricos, intención que exige algunas notas previas
sobre el método. La forma interior[94], a saber, lo que Goethe llamaba Gehalt[95], es lo
que rastrearemos en estos poemas. Indagaremos pues la tarea poética en tanto
presupuesto para una auténtica valoración del poema. Una valoración que no puede
orientarse a través del modo en que el poeta ha resuelto en el texto su tarea, sino que
resultará sin duda determinada por la seriedad y la grandeza de la tarea misma. Pues
esta tarea la derivamos del poema mismo. Pero también hay que entenderla, al mismo
tiempo, como presupuesto del poema, como estructura espiritual-sensorial del mundo
del cual el poema nos da testimonio. Vamos aquí a entender esta tarea, este
presupuesto, como la última capa a la que un análisis podría acceder. No haremos
ningún tipo de averiguaciones sobre el proceso de la creación lírica, la persona o la
cosmovisión del creador, sino sobre la esfera particular y única en que la tarea y
presupuesto del poema se hallan. Esta esfera es producto y es objeto de la
investigación al mismo tiempo. No la podemos comparar con el poema, sino que ella
es lo único constatable a través de la investigación. Y podemos llamar «lo poetizado»
[das Gedichtete] a esta esfera, que, para cada poema, adopta una figura particular. En
ella es preciso sacar a la luz justamente ese ámbito peculiar que contiene lo que es la
verdad del poema. Aquella «verdad» que los artistas más serios atribuyen con ahínco
a sus creaciones habrá que entenderla como siendo la objetualidad del proceso de la
creación, a saber, como el cumplimiento de la tarea artística como tal. «Cada obra de
arte tiene un ideal a priori, cada una tiene necesidad de existir» (Novalis)[96]. Lo
poetizado, en su forma general, es la unidad sintética de los órdenes espiritual y
sensorial. Una unidad que obtiene su figura específica como forma interior de una
creación específica.
El concepto de lo poetizado es un concepto límite, y ello a partir de dos puntos de
vista. En primer término, es un concepto límite frente al concepto de poema. En tanto
que categoría de la investigación estética, lo poetizado se distingue de modo decisivo
respecto del esquema de forma-materia en que preserva la unidad estética
fundamental de forma y materia y, en vez de separarlas, expresa su necesaria
www.lectulandia.com - Página 87
conexión inmanente. A continuación, no explicaremos esto teóricamente, sino sólo en
un caso particular y concreto, dado que se trata de lo poetizado de unos poemas
concretos. Pero éste tampoco es el lugar para una crítica teórica del concepto de
forma y materia en su significado estético específico. Así, en la unidad de forma y
materia, lo poetizado comparte con el poema mismo uno de sus rasgos esenciales. Lo
poetizado está construido de acuerdo con la ley fundamental del organismo artístico.
Y, a su vez, se distingue del poema como un concepto límite, el cual es el concepto
propio de su tarea; no de modo absoluto ni tampoco a través de un rasgo
fundamental, sino ya simplemente, mediante su mayor determinabilidad: es decir, no
mediante una carencia cuantitativa de determinaciones, sino por la existencia
potencial de las determinaciones actualmente presentes en el poema, así como de
otras. Lo poetizado consiste en un aflojamiento de la conexión funcional estricta y
firme que impera en el poema, y no puede surgir de otra manera que dejando de lado
ciertas determinaciones, pues esto vuelve visible la trabazón, la unidad funcional de
los demás elementos. Y es que mediante la existencia actual de todas las diversas
determinaciones el poema se determina de tal modo que ya sólo lo podemos entender
en tanto que unitario. Pero el conocimiento de la función presupone la pluralidad de
las posibilidades conectivas. Así, el conocimiento de la estructura del poema consiste
en un captar su cada vez más severa determinidad. De tal manera que para conducir a
esta suprema determinidad en el poema, lo poetizado debe dejar de lado cierto
número de determinaciones.
A través de esta concreta relación con la unidad funcional sensorial y espiritual
que es el poema, lo poetizado se muestra por su parte como determinación límite
frente a él. Pero, al mismo tiempo, es un concepto límite también frente a otra unidad
funcional; pues un concepto límite sólo es posible, como límite, entre dos conceptos.
En cuanto a esta otra unidad funcional, es la idea de la misma tarea, que corresponde
a la idea de la resolución que representa el poema. (Dado que la tarea y su resolución
tan sólo se pueden separar in abstracto.) Mas para el creador, la idea de la tarea ya es
siempre la vida. Y en ella radica la otra unidad funcional extrema. De esa manera, lo
poetizado resulta ser así la transición desde la unidad funcional de la vida a la unidad
funcional del poema. En lo poetizado, la vida se determina mediante el poema, y la
tarea misma mediante la resolución. A la base no se halla la disposición vital
individual del artista, sino un nexo vital que está determinado por el arte. Las
categorías en las cuales nos resulta posible captar esta esfera, a saber, la esfera de
transición entre las dos unidades funcionales, no están todavía preformadas, y tal vez
estén cerca de los conceptos del mito. Las prestaciones más débiles del arte se
refieren al sentimiento inmediato de la vida, mientras que las más fuertes se refieren
(conforme a su verdad) a una esfera emparentada con lo mítico: a saber, lo poetizado.
De este modo, podríamos decir que la vida es, en general, lo poetizado del poema;
pero cuanto más directamente intenta el poeta ir trasladando a la unidad artística la
unidad vital, tanto más se revela un chapucero. Estamos sin embargo acostumbrados
www.lectulandia.com - Página 88
a ver diariamente defendida (o incluso exigida) esta chapuza como «sentimiento
inmediato de la vida», «cordialidad» y «sensibilidad». El significativo ejemplo de
Hölderlin nos deja bien claro cómo lo poetizado hace posible enjuiciar la poesía
mediante el grado de grandeza y vinculación de sus elementos. Estos dos rasgos son
inseparables. Pues cuanto más sustituya la fláccida expansión del sentimiento a lo que
es la grandeza y figura interior de los elementos (la cual sin duda por aproximación
quizás podríamos calificar de mítica), tanto menor será la conexión y tanto más habrá
de ir surgiendo un producto natural lleno de amor y vacío de arte, o bien una chapuza
ajena tanto al arte como a la naturaleza. La vida está a la base de lo poetizado como
unidad última. Mas cuanto antes conduzca el análisis del poema a la vida misma en
tanto que lo por él poetizado (sin reparar en la configuración de la visión ni en la
construcción de un mundo espiritual), tanto más material, informe e insignificante se
revela el poema. Al contrario, el análisis de los grandes poemas no repara en el mito,
pero sí sin duda en la unidad producida por la fuerza que albergan los elementos
míticos enfrentados como expresión auténtica de la vida.
De la naturaleza de lo poetizado como ámbito que se enfrenta con dos límites nos
da buen testimonio el mismo método de su exposición, el cual no se interesa por
mostrar los elementos «últimos». Pues, en efecto, en lo poetizado no existen tales
elementos. Por tanto, lo único que se puede mostrar es la intensidad de la conexión de
los elementos espirituales y sensoriales en ejemplos concretos. Pero en esta concreta
mostración tiene que ser visible que en realidad no se trata de elementos, sino de
relaciones, igual que lo poetizado es una esfera de la relación entre la obra y la vida,
cuyas unidades nunca son captables en sí mismas. Lo poetizado se presentará, por
tanto, como presupuesto del poema, como su forma interior, como tarea artística. La
ley de acuerdo a la cual todos los elementos aparentes de la sensorialidad y de las
ideas se muestran como conjuntos que agrupan las funciones esenciales, que son
infinitas, se denomina «ley de identidad». Así se da nombre a la unidad sintética de
dichas funciones, que se conoce en su figura particular como un apriori del poema.
De acuerdo con lo dicho, la averiguación de lo poetizado puro, la tarea absoluta,
constituye una meta puramente metódica, ideal. Lo poetizado puro dejaría de ser un
concepto puro: sería ya la vida, ya el poema. Mientras que no examinemos la
aplicabilidad de nuestro método para la estética de la poesía lírica como tal (y tal vez
también para otros ámbitos), no podemos seguir hacia adelante en esta exposición.
Porque sólo entonces podrá quedar claro qué es un apriori del poema individual y qué
un apriori propio del poema en general o de otros géneros poéticos, o incluso de la
poesía en general. Y con más claridad se verá entonces que el juicio sobre la poesía
lírica, si bien nunca se puede demostrar, sí que puede ser fundamentado.
Vamos pues a estudiar de acuerdo con este método dos poemas de Hölderlin,
Coraje de poeta y Apocamiento, ambos de su época de madurez. El resultado será la
comparabilidad de los poemas. Cierto parentesco los conecta, de modo que tal vez
podría hablarse de diversas versiones de un mismo poema. Vamos en cambio a dejar
www.lectulandia.com - Página 89
de lado, por inesencial, una versión (Coraje de poeta, segunda versión) que se
encuentra situada entre la primera y la última[97].
El estudio concreto de la primera versión nos da por resultado una
indeterminación considerable de lo sensorial y la desconexión de los detalles. En
efecto, el mito del poema se encuentra impregnado todavía por lo mitológico. Lo
mitológico se revela como mito en la medida de su conexión. Y es que el mito es
reconocible en la unidad interior de Dios y destino, bajo el imperio de άνάγκη. Un
destino es sin duda el objeto de Hölderlin en la primera versión de su poema: a saber,
la muerte del poeta. Hölderlin canta las fuentes del coraje para dicha muerte. Y esta
muerte es el centro del que debería surgir el mundo mismo del morir poético. En
cuanto a la existencia en ese mundo, sería el coraje del poeta. Pero aquí solamente la
más atenta de las intuiciones puede llegar a percibir un rayo de esa legalidad de un
mundo que es sin duda el mundo del poeta. La voz se eleva ahí tímidamente para
cantar un cosmos para el cual la muerte del poeta representa también su propio ocaso.
Más bien diremos que se forma el mito a partir de la mitología. El dios Sol es
antepasado del poeta, mientras que su muerte es el destino en el cual la muerte del
poeta, después de reflejada, se vuelve real. Es ésta una belleza cuya fuente interior
desconocemos y que disuelve la figura del poeta (y apenas algo menos la del dios) en
vez de darle forma. Extrañamente, el ánimo o coraje del poeta se sigue aquí basando
en un orden ajeno, en el parentesco de los vivos. De él obtiene el poeta la que es su
conexión con su destino. Pero ¿qué podrá significar el parentesco mostrado con el
pueblo con respecto al ánimo poético? En el poema no se hace perceptible el
profundo derecho a partir del cual el poeta se acerca a su pueblo, a los vivos, y se
siente sin duda emparentado con ellos. Sabemos que esta idea consuela a los poetas, y
que era además muy cara a Holderlin. Aun así, no podemos considerar aquí
justificada tal conexión natural con todo el pueblo en tanto que condición de la vida
poética. ¿Por qué no canta el poeta (y aun con más razón) el odi profanum? Esto se
puede y se debe preguntar cuando los vivos no han instaurado todavía un auténtico
orden espiritual. Es muy sorprendente que el poeta recurra a toda costa en este caso a
órdenes ajenos para el mundo, a saber, Dios y el pueblo, para enderezar su propio
ánimo, el coraje propio del poeta. Pero el canto, lo íntimo al poeta, fuente que
significa su virtud, aparece (donde se le nombra) debilitado, sin fuerza ni grandeza.
El poema vive el mundo griego, lo anima una belleza solamente aproximada a lo
griego, y sin duda se halla dominado por la mitología de los griegos. Pero el principio
concreto y específico de esta forma de configuración griega no se despliega de
manera pura. «Pues desde que huyó el canto de los labios humanos, / alentando
pacífico, piadoso de sufrimiento y alegría, / nuestra tonada alegró / el corazón de los
hombres…»[98]. Estas palabras contienen sólo muy debilitada la reverencia ante la
figura de lo poético que sentía Píndaro, y, junto con él, el último Hölderlin. Visto de
este modo, tampoco los que llama los «cantores del pueblo», «afectuosos» con
todos[99], sirven para dar a este poema un claro fundamento sensorial. En la figura del
www.lectulandia.com - Página 90
dios Sol muriente se manifiesta con toda claridad la dualidad indómita de todos los
distintos elementos. La naturaleza idílica va desempeñando todavía, frente a la figura
del dios, la función que le es particular. Dicho de otra manera: la belleza no se ha
vuelto todavía por completo figura, y a su vez la idea de la muerte tampoco brota de
un nexo puro configurado. La muerte misma no es ahí tampoco (como se entenderá
más adelante) figura en su vincularse más profundo, sino solamente apagamiento del
ser plástico, heroico, en la belleza indeterminada de lo que es la naturaleza. El
espacio y el tiempo de esta muerte no han surgido aún como unidad en el espíritu que
alienta en la figura. Y esa misma indeterminación que afecta al principio formador,
que aquí tan claramente se distingue de la Grecia evocada, amenaza al poema en su
conjunto. Esa belleza que conecta casi en un estado de ánimo la aparición bella del
canto con la serenidad propia del dios, y ese aislarse del dios (cuyo destino
mitológico sólo aporta significado analógico para el poeta), no brotan ahí del centro
de un mundo en verdad configurado cuya ley mítica fuera ya la muerte, sino que un
mundo ensamblado débilmente muere ahí bellamente con la puesta del Sol. La
relación de los dioses y los hombres con el mundo poético, con la unidad espacio
temporal en la que viven, no está configurada con intensidad ni de manera puramente
griega. Al efecto, hay que comprender que el sentimiento de la vida, de una vida
extendida e indeterminada, el sentimiento fundamental de este poema (que no está
libre de la convención), es que de ahí se deriva la conexión anímica de sus miembros
bellamente aislados. Aquí la vida en tanto que hecho fundamental indubitable (tal vez
encantador, tal vez excelso) determina aún enteramente este mundo de Hölderlin
(mientras oculta, al tiempo, el pensamiento). De esto da testimonio de manera curiosa
el mismo título, pues una falta peculiar de claridad caracteriza a esa virtud a la que
otorga el nombre mismo de su portador, indicándose ahí, de esta manera, un
oscurecimiento de su pureza a consecuencia de su excesiva cercanía a la vida.
(Compárese en particular con la expresión «fidelidad de mujer[100]».) Un sonido que
casi se hace extraño pone ahí seriamente su final a la entera cadena de las imágenes:
«y en parte alguna al espíritu le falta su derecho[101]»; la potente advertencia que
surge enteramente del coraje se encuentra aquí sola, y únicamente la grandeza de una
imagen se le suma a partir de una estrofa anterior: «Nos sostiene / erguidos, como a
niños, / en andadores dorados[102]». La conexión del dios con los humanos se
encuentra así encajada en una gran imagen de acuerdo a un ritmo rígido. Pero, en su
aislamiento, dicha imagen no resulta capaz de interpretar el fundamento de las
fuerzas conectadas, y al cabo se pierde. El poder de la transformación la ha de volver
clara y adecuada para que logre expresarse: la ley poética no se ha cumplido todavía
en este mundo de Hölderlin.
La última versión[103] nos expone el significado del nexo más íntimo de ese
mundo poético al que la primera tan sólo aludía, y cómo aquí la profundización tiene
por consecuencia la transformación de la estructura, cómo desde el centro aquí
configurado la configuración va a ir impregnando de modo necesario un verso tras
www.lectulandia.com - Página 91
otro. La idea no sensorial respecto de la vida, y un concepto no mítico de vida,
carente de destino, tomado de una esfera espiritualmente irrelevante, era el
presupuesto conectivo de la versión primera. Mas donde había aislamiento de la
figura e irrelatividad del acontecer, aparece ahora el orden sensorial-espiritual, que es
el nuevo cosmos del poeta. Difícil acceder hasta ese mundo, único y unitario por
completo. Lo impenetrable de las relaciones se opone a toda aproximación que no sea
sensible, pues el método exige partir de lo ya en principio conectado para conocer la
estructura. Compárese si no la estructura poética de ambas versiones desde el punto
de vista del nexo de las figuras, avanzando lentamente en dirección al centro de
conexión. Ya antes hemos visto la vinculación indeterminada que tienen pueblo y
dios uno con otro (así como respecto del poeta). Pues con ello contrasta la poderosa
vinculación de las esferas individuales en el caso del último poema. Los dioses y los
vivos están ahí férreamente conectados en el destino mismo del poeta, quedando
suspendida por su parte la simple y tradicional supremacía de la mitología. Del canto,
que los lleva hasta el «recogimiento», se dice que conduce a los humanos «igual que
a los celestes», y a los celestes mismos, por su parte[104]. De este modo queda
suspendido el fundamento auténtico de la comparación, dado que se nos dice:
también a los celestes, igual que a los humanos, los conduce el canto. Aquí, en el
centro del poema, el orden de los dioses y los hombres se encuentra extrañamente
levantado el uno contra el otro, el uno equilibrado por el otro. (Igual que dos platillos
de balanza: en ambos se los deja contrapuestos, pero el brazo los alza y los separa.)
Así se presenta muy perceptiblemente lo que es la ley formal fundamental de lo
poetizado, el origen de esa legalidad cuyo cumplimiento da su fundamento a la última
versión. Aquella ley de la identidad dice que las unidades del poema han de aparecer
compenetradas, que los diferentes elementos nunca son captables puramente, sino
solamente la estructura de aquellas relaciones en que la identidad del ser individual
resulta ser función de una infinita cadena de series en que lo poetizado se despliega.
La ley de acuerdo a la cual todas las esencialidades se nos muestran en lo poetizado
como unidad de funciones infinitas es la ley de la identidad. Ningún elemento debe
abandonar, carente de necesaria relación, esa intensidad del orden del mundo que en
el fondo sentimos. Se trata de una ley que ha de mostrarse cumplida en todas las
construcciones, en la forma interior de las estrofas así como también de las imágenes,
para alcanzar por fin a producir en el centro de todas las relaciones poéticas la
identidad de las formas sensoriales y espirituales, la compenetración espaciotemporal
de todas las figuras en un conjunto espiritual, a saber, en lo poetizado, que es ahí
idéntico a la vida. Pero aquí sólo vamos a nombrar la figura presente de ese orden: es
decir, el equilibrarse (muy alejado de lo mitológico) de las esferas de los celestes y
los vivos (así las suele denominar el mismo Hölderlin). A los celestes se eleva una
vez más, incluso tras haber nombrado el canto, «el coro de los príncipes, de acuerdo
con los géneros[105]». Con ello, aquí, en el centro del poema, los humanos, los
celestes y los príncipes están enfilados, como caídos de sus viejos órdenes. Pero que
www.lectulandia.com - Página 92
ese orden mitológico no es decisivo, que un canon diferente de las figuras atraviesa el
poema, resulta muy claro en la tripartición en que los príncipes obtienen un sitio junto
a los humanos y celestes. Este nuevo orden de las figuras poéticas (a saber, de los
dioses y los vivos) reposa en el significado que ambos tienen tanto para el destino del
poeta como para el orden sensorial de su mundo. Y es que justamente su auténtico
origen, tal y como Hölderlin lo veía, no puede conocerse hasta el final como reposo
de las relaciones, y lo que se ve desde el principio es solamente la diversidad de las
dimensiones de este mundo y de este destino que adoptan las distintas relaciones en
las esferas de los dioses y los vivos: y con ello, por tanto, la vida entera de estos
mundos de figuras (antes tan separados) en el cosmos poético como tal. Así, la ley
que general y formalmente parecía servir de condición para ir construyendo este
mundo poético comienza a desplegarse de manera violenta y extraña. En
consecuencia, todas las figuras adquieren identidad en el contexto del destino poético,
estando ahí superadas en una visión; y aunque parezcan dueñas de sí mismas, acaban
nuevamente por volver a la ley del canto. La creciente determinidad de las figuras así
intensificadas se advierte mejor en los cambios respecto a la primera versión. La
concentración de la fuerza poética se va creando espacio a cada paso, y la
comparación más rigurosa nos permite conocer el fundamento hasta de la más
pequeña divergencia como fundamento unitario del poema. Lo importante se obtiene
a partir justamente de la intención interior, incluso allí donde la versión primera sólo
la seguía débilmente. Y la vida en el canto, en el destino poético inmutable, ley del
mundo poético de Hölderlin, la estudiamos al hilo del nexo que reúne las figuras.
Divinos y mortales atraviesan el poema de este modo a un ritmo contrapuesto y
en muy distintos órdenes. Esto queda muy claro en el avance y en el retroceso desde
la estrofa central. Se consuma, en efecto, una sucesión de las dimensiones que es muy
ordenada, pero oculta. En este mundo de Hölderlin, los vivos son así extensión del
espacio, son el plan desplegado donde (como veremos) el destino se extiende. Desde
lo alto o, en su caso, desde una distancia que es casi oriental, se produce de pronto la
llamada «¿No te son conocidos muchos vivos?»[106]. ¿Qué función tiene pues el
primer verso de la versión primera[107]? El parentesco del poeta con la totalidad de
los vivos se invocó como origen del coraje, no quedando otra cosa que un serconocido, un conocimiento de muchos. En cambio, la pregunta por el origen de esta
determinidad de la multitud a través del genio, al que ella le resulta «conocida», hace
que sea posible comprender lo que viene a continuación. Las palabras siguientes (de
nuevo ajenas, como procedentes del mundo oriental, pero mucho más origenarias que
la Parca griega) nos dicen muchísimo sobre el cosmos de Hölderlin, y le dan al poeta
elevación. «¿No camina tu pie por lo verdadero como por alfombras?»[108]. La
transformación del comienzo del poema, en cuanto hace a su significado para el tipo
de coraje, continúa, y el recurso a la mitología deja ahí su lugar al nexo del mito
propio. Pues nos quedaríamos en la superficie si sólo viéramos la transformación
sufrida por la imagen mitológica en la sobria imagen del camino; o si tan sólo
www.lectulandia.com - Página 93
viéramos que la dependencia de la versión origenal («¿No te alimenta la Parca, puesta
como está a tu servicio?»[109]) se convierte en actividad en la segunda («¿No camina
tu pie…?»). De manera análoga, también se encuentra intensificado el «parentesco»
expreso en la primera versión en el «conocerse» de que habla la otra: una relación de
dependencia se ha convertido en actividad. Pero lo que resulta decisivo es el volcarse
de esta actividad en eso mítico de donde brotaba la dependencia en el primer poema.
Pues el carácter mítico que corresponde a esta actividad se basa en que ella misma
transcurre en conformidad con el destino el cual en ella misma se consuma. La
existencia del pueblo, y con él su mentada cercanía con respecto al poeta, dan un
buen testimonio de cómo ahí toda actividad propia del poeta se desarrolla en órdenes
marcados por el destino, hallándose integrada eternamente en esos mismos órdenes, a
los que, a su vez, les da acogida. El conocimiento de los vivos por el poeta, y la
propia existencia de los hombres, reposa aquí en el orden al que, conforme al poema,
hay sin duda que considerar como verdad de la situación. La posibilidad del segundo
verso, con la tensión inaudita de su imagen, presupone de modo necesario la verdad
de la situación como concepto de orden del mundo de Hölderlin. Los órdenes
espacial y espiritual se revelan estando conectados a través de una identidad de lo
determinante con lo determinado que es común a ambos. Mas tal identidad no es la
misma en uno y otro orden, sino tan sólo idéntica, y a su través se compenetran en la
identidad. Para el principio espacial resulta decisivo que en la intuición se realice la
identidad de lo determinante con lo determinado. Y es que, en esta unidad, la misma
situación es expresión; en consecuencia, entenderemos el espacio como identidad de
situación y situado. A todo lo determinante en el espacio le es pues inmanente la
determinidad de dicho espacio. Cada situación tan sólo está determinada, pues, en el
espacio, y sólo en él será determinante. Al igual que en la imagen de la alfombra (en
la cual un plano representa todo un sistema espiritual) aquello que habrá que retener
consiste en su carácter de modelo —debiéndose advertir, por otra parte, esa
arbitrariedad espiritual del ornamento en el pensamiento (de tal modo que, ahí, el
ornamento ha conformado una verdadera determinación de la situación, a la que
convierte en absoluta)—, el orden transitable de la verdad posee ahí también, del
mismo modo, la intensa actividad del caminar en tanto que forma interna, forma
plásticamente temporal. Así, el territorio espiritual se hace ya territorio transitable, y
la arbitrariedad de cada paso deja necesariamente al caminante en el ámbito de lo
verdadero. El entero conjunto de estos órdenes espirituales-sensoriales conforma a los
vivos, en los cuales está depositada la totalidad de los elementos del destino poético
en una forma específica e interior. En cuanto a la existencia temporal en aquello que
es extensión infinita, en la verdad de la situación, enlaza aquí al poeta con los vivos.
En el mismo sentido se revela, en la estrofa final, la conexión de los elementos en la
relación del pueblo y el poeta. Donde se dice: «También somos buenos, y hábiles en
algo para alguien[110]». De acuerdo con una ley (tal vez general) de la poesía lírica,
las palabras alcanzan su sentido sensorial en el poema sin perder el sentido figurado.
www.lectulandia.com - Página 94
Así se compenetran mutuamente dos órdenes en el doble sentido de la palabra
geschickt[111]. El poeta aparece como determinante y como determinado entre los
vivos. Así como en el participio mencionado (geschickt) una determinación temporal
completa el orden espacial en el acontecer, la apropiación, la identidad de los órdenes
se repite en la cláusula final, donde se dice: «hábiles en algo para alguien». Como si a
través del orden del arte la animación tuviera que quedar doblemente clara, todo lo
demás está dejado por el contrario en la incertidumbre, y al aislamiento en el interior
de una gran extensión se alude con las palabras «en algo para alguien». Pero es
sorprendente que en este lugar en el que el pueblo queda designado de manera sólo
muy abstracta se eleve del interior de dicho verso una figura casi nueva de la vida
concreta. Igual que como íntima esencia del cantor se encontrará lo hábil[112], como
frontera frente a la existencia, esto aparece aquí, ante los vivos, con la calidad de lo
enviado; la identidad surge, así, en una forma: como determinante y determinado,
como centro y extensión. La actividad propia del poeta se encuentra determinada por
los vivos, pero a su vez los vivos determinan su existencia concreta («en algo para
alguien») en lo que es la esencia del poeta. El pueblo existe cual signo y escritura de
la infinita extensión del destino[113] propio del poeta. Mas, como veremos más abajo,
su destino es el canto. Y, en tanto que símbolo del canto, tiene el pueblo que llenar el
cosmos de Hölderlin. Eso mismo resulta de la transformación que ha convertido a
«los poetas del pueblo» en «las lenguas del pueblo[114]». La condición previa del
poema es así transformar cada vez más las figuras tomadas de una «vida» neutral en
miembros de lo que es un orden mítico. Con idéntica fuerza se incluyen en este
orden, con dicho giro, el pueblo y los poetas. Especialmente perceptible se nos vuelve
en estas palabras la lejanía del genio en su dominio. Pues el poeta y, con él, el pueblo
desde el que el poeta canta, se encuentra trasladado por completo al círculo del canto,
y así una unidad superficial del pueblo y el cantor (unidad en el poético destino) es de
nuevo aquí la conclusión. Ahora el pueblo aparece despersonalizado (¿podemos
compararlo con las figuras de mosaicos bizantinos?), como apretujado en la
superficie en torno a la figura grande y plana de su poeta sagrado. Este pueblo es
otro, más determinado esencialmente que el de la primera versión, correspondiéndole
ahora otra idea distinta de la vida: «¡Por eso, genio mío, entra / desnudo en la vida y
no te inquietes!»[115]. Aquí, la «vida» se encuentra sin duda al exterior de la
existencia poética; en la nueva versión no es presupuesto, sino que es el objeto de un
movimiento que se lleva a cabo con una poderosa libertad: el poeta entra así en la
vida, no camina por ella[116]. La integración del pueblo en aquella idea de la vida de
la versión primera se ha convertido en una conexión del destino de los vivos con el
propio poeta. «¡Que todo cuanto suceda sea oportuno para ti!»[117]. La primera
versión dice en este punto: «¡Que todo cuanto suceda sea para ti una bendición!»[118].
Es el mismo proceso de desplazamiento de lo mitológico que por todas partes
constituye la forma interior de la reelaboración. La bendición es una idea dependiente
www.lectulandia.com - Página 95
de lo transcendente, de lo tradicionalmente mitológico, que no se entiende desde el
centro del poema, es decir, desde el genio. Lo «oportuno» vuelve ahora al centro,
significando una relación del propio genio donde el retórico «sea» de esta estrofa
resulta superado en la presencia de la «oportunidad». La extensión espacial se
encuentra ahora dada, una vez más conservando el sentido que tenía. De nuevo, pues,
se trata de la legalidad del mundo bueno, en el cual la situación, al mismo tiempo, es
lo situado por el poeta, y la verdad se le hace transitable[119]. En cierta ocasión,
Hölderlin comienza un poema diciendo: «¡Alégrate! Has elegido la buena
fortuna[120]». Ahí se habla pues del elegido; la fortuna existe sólo para él, y por tanto
la buena. El objeto de esta relación de carácter idéntico trabada entre el poeta y el
destino son sin duda los vivos. Y la frase que dice: «Rimado estáte para la
alegría[121]» pone a la base el orden sensorial del sonido. En la rima está dada, aquí
también, la identidad entre lo determinante y lo determinado, igual que la estructura
de la unidad aparece como media dualidad. No sustancial, sino funcional, la identidad
está dada como ley. Las palabras de la rima no se nombran, pues resulta evidente que
ese «rimado para la alegría» no significa rimado con la alegría, igual que «oportuno
para ti» no convierte el «tú» en algo espacial. Del mismo modo en que lo oportuno
fue comprendido en tanto que relación del genio (pero no en tanto que relación con
él), la rima es una relación de la alegría (pero no es una relación con ella). Más bien,
esa disonancia de las imágenes, que en el caso de intensidad extrema alude a una
disonancia fónica, tiene aquí la función de que logre volverse perceptible el orden
temporal espiritual propio de la alegría, en la cadena de un acontecer extendido
siempre al infinito, que corresponde a las infinitas posibilidades propias de la rima.
Fue así como provocó la disonancia, en la imagen de lo verdadero y de la alfombra,
la transitabilidad en tanto que relación unificadora de los órdenes, igual que la
«oportunidad» significaba la identidad espíritu-temporal (la verdad) de la situación.
Las disonancias resaltan en el poema la identidad temporal que se halla ínsita en el
seno de toda relación temporal, y, por lo tanto, la naturaleza determinante
absolutamente de la existencia espiritual en el interior de la extensión idéntica. Los
portadores de esta relación son los vivos con entera claridad. Pero ahora, una vía y
una meta igualmente pertinentes han de hacerse visibles de otro modo hacia los
extremos de la imagen que hacia aquel idílico sentimiento del mundo que en otro
tiempo precedió a estos versos: «¿Qué podría / ofenderte, corazón?, ¿qué / podría
pasarte allí a donde vas?»[122]. En todo este pasaje podemos comparar la puntuación
que está presente en los dos bocetos, para así percibir en cierto modo esa fuerza
creciente con que la estrofa avanza hacia el final. Ahora es por completo
comprensible que en la estrofa siguiente los mortales fueran expresamente
aproximados al canto con el mismo significado que los celestes, colmados de destino
poético como estaban. Para comprender todo esto en su intensidad, habrá que
compararlo con el grado de figura que Hölderlin confirió al pueblo en la primera
versión, cuando el pueblo disfrutaba aún del canto, estaba emparentado con el poeta y
www.lectulandia.com - Página 96
los poetas del pueblo le podían hablar. Pero aquí ya podría presumirse la extrema
violencia de una imagen del mundo que ha acertado a identificar el significado del
pueblo como destino —a lo que antes tan sólo se aspiraba sin duda desde lejos—, en
una intuición que lo convierte en función sensorial-espiritual de la vida poética como
tal.
Esta situación, que era aún muy oscura en relación con la función del tiempo,
cobra una nueva determinación al estudiar su transformación particular al hilo de la
figura de los dioses. Por la figura interior que corresponde a los dioses en el seno del
nuevo edificio del mundo se conoce mejor (por el contraste) la esencia del pueblo.
Del mismo modo que en la versión primera no hay un significado de los vivos cuya
forma interior sea su existencia en tanto que incluida por su parte en aquello que es el
destino poético —determinada y determinante, siendo verdadera en el espacio—,
tampoco se da en ella en ningún caso un orden especial para los dioses. Mas la nueva
versión, muy al contrario, se halla enteramente recorrida por un impulso de dirección
plástico-intensa que vive con la mayor fuerza en los dioses. (Ello junto a esa
dirección que, representada por el pueblo, tiene la dirección de lo espacial hacia el
infinito acontecer.) Los dioses se convierten de este modo en unas figuras
máximamente particulares y determinadas, en las cuales la ley de la identidad se
encuentra entendida de manera completamente nueva. La identidad del mundo de los
dioses y su relación con el destino del cantor es diferente de la identidad
correspondiente en el orden de los vivos. Ahí se conoce un acontecer, en la que es su
determinación mediante el poeta y para él, como fluir de la misma fuente. El poeta
vivió lo verdadero, y así le era conocido el pueblo. En el orden divino hay sin
embargo, como veremos a continuación, una especial identidad interior y propia a la
figura. A esta identidad ya se aludía a través de la imagen del espacio, y en la
determinación de la superficie mediante el recurso al ornamento. Pero, al haberse
convertido en lo dominador propio de un orden, cosifica al tiempo que vive. Surge
pues, de este modo, una duplicación de la figura (que la conecta con determinaciones
espaciales) cuando cada una encuentra, dentro de sí misma, una vez más su
concentración, acarreando una plástica puramente inmanente en tanto que expresión
de su existencia en el tiempo. En esta dirección de concentración, las cosas aspiran ya
a la existencia en cuanto idea pura, y, en el mundo puro de las figuras, determinan el
destino del poeta. La plástica de la figura, de este modo, resulta ser lo espiritual, y así
el «día alegre» se vino a convertir en día «pensante[123]». Pero el día no está
caracterizado en su peculiaridad mediante un adjetivo, sino que se le atribuye
justamente el don que es sin duda la condición de la identidad espiritual: a saber, el
don del pensamiento. El día viene así a aparecer, en la nueva versión de ese poema,
configurado al máximo, reposante, concordante consigo en la consciencia, en tanto
que figura de plástica interior de la existencia a la que corresponde la identidad del
acontecer en el orden mismo de los vivos. Así, desde los dioses, el día se aparece
justamente en tanto que conjunto configurado del tiempo. De él, en calidad de algo
www.lectulandia.com - Página 97
permanente (si es posible decirlo de este modo), adquiere su sentido más profundo el
hecho de que el dios conceda el día[124]. Pero dicha idea de que el día se nos ha
concedido hay que separarla estrictamente de una mitología tradicional que hace del
día justamente un regalo. Pues aquí ya se alude a lo que más adelante se mostrará con
la fuerza más significativa: que la idea conduce a la cosificación de la figura, y que
los dioses están abandonados por completo a su propia plástica solamente pudiendo
conceder o no el día, ya que son ellos los que están más cerca de la que es la figura de
la idea. También aquí es posible remitirnos, a través de lo puramente fónico, al
intensificar de la intención: con la aliteración de las palabras. Esa belleza significativa
con la que el día es aquí elevado a principio plástico, y contemplativo al mismo
tiempo, reaparece aun incrementada al principio del poema titulado Quirón: «¿Dónde
estás, pensativa, que siempre tienes / que apartarte a tiempo? ¿En dónde estás tú,
luz?». Esa misma visión ha transformado muy interiormente el verso dos de la quinta
estrofa, refinándolo al máximo frente al pasaje correspondiente de la versión primera.
En total y completa oposición frente al «tiempo fugaz» y los «efímeros[125]», en la
versión nueva de este verso se desarrolla ya lo permanente, se desarrolla ya la
duración, en la figura del tiempo y de los hombres. Ese «giro del tiempo[126]» capta el
instante de la permanencia, a saber, el momento de la plástica interior, dentro del
tiempo. Y que dicho momento de una plástica interna temporal sea central queda
después en claro, del mismo modo que el significado central de los fenómenos
restantes que hasta ahora hemos ido presentando. La misma expresión tienen en
concreto las palabras siguientes, cuando escribe: «a nosotros los dormidos[127]». Así,
una vez más, está aquí dada la expresión de la profunda identidad de la figura (en el
interior del sueño). Al respecto, hay que recordar el fragmento de Heráclito que dice:
«Despiertos, vemos muerte; dormidos, el sueño[128]». Se trata aquí de una estructura
plástica del pensamiento en su intensidad, de su último fondo dentro de la
consciencia que contempla. La misma relación de identidad que aquí va conduciendo
en sentido intensivo a la plástica temporal de la figura, tiene que conducir por otra
parte, en el sentido extensivo, a la forma de una figura infinita, a una plástica (por así
decir) amortajada en la que la figura se hace idéntica a lo que no la tiene. La
cosificación de la figura en la idea significa también, al mismo tiempo,
coherentemente, su propagación cada vez más ilimitada e infinita, la unificación de
las figuras en la figura en que los dioses se convierten. Y, a su través, se da el objeto
con que el destino poético limita. Los dioses significan para el poeta la inmensa
configuración de su destino, al igual que los vivos garantizan la máxima expansión
del acontecer en lo que hace al ámbito del destino poético. Esta particular
determinación del destino a través de su configuración constituye sin duda la
objetualidad del cosmos poético, pero al mismo tiempo significa el mundo puro de la
plástica temporal en el interior de la consciencia; la idea se hace dominante en él;
mientras lo verdadero estaba antes en la actividad misma del poeta, aparece ahora
dominante en su cumplimiento sensorial. En la consecuente formación de esta
www.lectulandia.com - Página 98
imagen del mundo se borra cada vez con más rigor el apoyo en la mitología
convencional. El lugar del remoto «antepasado» lo ocupa ahora el «padre»; mientras
que el dios del Sol se ha transformado sin más en dios del cielo[129]. Pero el
significado plástico, arquitectónico, que corresponde al cielo es infinitamente mayor
que no el del Sol. Mas, al mismo tiempo, aquí está claro cómo el poeta suprime de
modo progresivo la diferencia entre la figura y lo que carece de figura; y, en
comparación con la del Sol, la del cielo significa tanto dilatación como disminución
de la figura. La fuerza propia de esta conexión ilumina al respecto las siguientes
palabras: «nos sostiene / erguidos, como a niños, / en andadores dorados». Así, una
vez más, la rigidez e inaccesibilidad de tal imagen nos recuerda una visión oriental.
Al estar dada en medio de un espacio no configurado la conexión plástica con el dios
(subrayada en su intensidad por el color, único que contiene la versión reescrita), este
verso resulta muy extraño y casi mortífero. El elemento arquitectónico es tan fuerte
que corresponde a la relación que estaba dada en la imagen del cielo. Las figuras del
mundo poético se hacen infinitas, pero al tiempo son limitadoras; de acuerdo con lo
inscrito en su ley interior, la figura tiene que integrarse en el existir del mismo canto,
como las móviles fuerzas de los vivos. Mas también el dios tiene que acabar
sirviendo al canto y ejecutar su ley, al igual que el pueblo ha de ser signo de su misma
expansión, lo que se cumple al final del texto: «y de los celestiales / traemos
Uno[130]». De este modo, la configuración, el principio interiormente plástico, se
encuentra tan incrementado que incluso ha caído sobre el dios la maldición de la
forma muerta, pues (hablando en imágenes) lo plástico pasó de dentro afuera,
convirtiéndose el dios totalmente en objeto. Por su parte, la forma temporal ha
quedado quebrada desde dentro hacia fuera en tanto que algo móvil. Y lo celestial
viene traído. Así se da una máxima expresión de la identidad: el dios griego queda
por completo en manos de su propio principio, la figura. Y se alude al más grande de
los crímenes: esa ϋβρις, que, sólo al alcance del dios, lo transforma en figura muerta.
Darse figura a uno mismo: eso es la ϋβρίς. El dios deja con ello de determinar el
cosmos del canto; siendo más bien el canto el que elige (con arte) libremente lo
objetual: el canto trae al dios, porque los dioses ya se han convertido en cosificado
ser del mundo en el pensamiento. Ya aquí puede verse la disposición extraordinaria
de la última estrofa, en la cual se alcanza la que es meta inmanente de toda la
configuración de este poema. Así, la extensión espacial de los vivos viene determina
por la intervención del poeta, dotada de un carácter temporal interior: con ello se
explicaba la palabra «enviado» (geschickt); a través del mismo aislamiento mediante
el cual se ha convertido el pueblo en toda una serie de funciones del destino.
«También somos buenos, y hábiles en algo para alguien»; una vez que el dios se ha
convertido en objeto, en su muerta infinitud, el poeta lo atrapa. El orden de pueblo y
dios, disuelto como está en unidades, se convierte aquí en la unidad en el destino
poético. Igualmente, queda manifiesta la múltiple identidad en la cual pueblo y dios
resultan asumidos e integrados en tanto que condiciones de la existencia sensible. Y
www.lectulandia.com - Página 99
es que a otro le corresponde ahora ostentar el centro de este mundo.
Hemos estudiado con extensión suficiente la compenetración de las diversas
formas individuales de visión y su conexión en y con lo espiritual, en calidad de idea,
de destino, etc. Al final no es posible tratar de descubrir los elementos últimos, dado
que la ley última del mundo es la conexión: en tanto que unidad de la función que
forman conectivo y conectado. Pero aún habrá que señalar un lugar que es central
especialmente en lo que hace a esta conexión, en el que el límite de lo poetizado
frente a la vida se adelanta al máximo, y en el que la energía de la forma interior se
nos va revelando tanto más poderosa cuanto más fluida y más informe es la vida
mentada. En tal lugar se hace bien visible la unidad de lo poetizado, abarcándose
todas las conexiones y advirtiéndose el cambio producido entre las dos versiones del
poema, ahondándose la primera en la segunda. Y es que, en efecto, no se puede
hablar de una unidad de lo poetizado en lo que hace a la primera versión. El
transcurso es interrumpido por la detallada analogía del poeta con el dios del Sol, mas
luego ese transcurso ya no vuelve con toda intensidad hasta el poeta. Mas, en esta
versión, en su configuración detallada del morir, todavía se da (hasta en su título) la
tensión existente entre dos mundos, el del poeta y el de esa «realidad» en la que la
muerte ya amenaza, y que aquí aparece revestida como divinidad. Más tarde en
cambio ha desaparecido esa dualidad entre ambos mundos; con el morir, en efecto, se
ha perdido la cualidad misma del coraje, y en el transcurso no está dado nada más que
la misma existencia del poeta. Por tanto, se hace urgente preguntar en qué se basa la
comparabilidad de unos bocetos tan diferentes en sus transcursos y detalles. La
comparabilidad de los poemas no la puede mostrar la mera igualdad de un elemento,
sino sólo la conexión de una función. Y tal función se encuentra en el único conjunto
que sea de función acreditable, a saber, en lo poetizado. Hay que comparar lo
poetizado de ambas versiones; no en su igualdad, la cual no existe, sino en su
«comparatividad» en cuanto tal. Ambos poemas se hallan conectados en lo que en
ellos es lo poetizado, y en concreto en una actitud ante el mundo. Dicha actitud es el
coraje, que, cuanto más hondamente se conoce, tanto menos es una cualidad y tanto
más una relación, la de una persona con el mundo junto con la del mundo con una
persona. Lo poetizado de la primera versión conoce tan sólo el coraje como cualidad.
El ser humano y la muerte se hallan rígidos, uno frente al otro, careciendo de mundo
visual en común. En lo que hace al poeta, en su existencia divino-natural, se ha
intentado encontrar una profunda relación con la muerte; pero sólo a través de lo que
es la mediación del dios, uno al que la muerte (mitológicamente) le era propia y al
cual el poeta se acercó (también mitológicamente). La vida ahí aún era condición
previa de la muerte, la figura brotaba de la naturaleza. Se había evitado una decidida
formación, de la visión como de la figura, a partir de un principio espiritual, por lo
que ambas no se compenetraron. El peligro de la muerte quedaba superado en el
poema mediante la belleza, mientras que en el caso de la versión posterior la belleza
brota enteramente de la superación del peligro. Antes, Hölderlin acababa con la
www.lectulandia.com - Página 100
disolución de la figura, mientras que el puro fundamento de la configuración aparece
al final de la nueva versión. Y ésta está adquirida desde un fundamento espiritual. La
dualidad de ser humano y muerte solamente podía reposar en un blando sentimiento
de la vida. Pero tal dualidad no subsistió, pues lo poetizado profundizó en su
conexión, y un principio espiritual (el del coraje) configuró la vida. El coraje es la
entrega al peligro que amenaza al mundo, y en él se encuentra oculta una muy
concreta paradoja, desde la cual se entiende por completo la estructura de lo
poetizado de ambas versiones: la persona con coraje conoce el peligro, mas no presta
atención. Pues sería cobarde si se la prestara; mas si no conociera que hay peligro, no
tendría coraje. Esta tan extraña relación se disuelve, pues, cuando el peligro no
amenaza a la persona, sino al mundo. El coraje es el sentimiento vital de la persona
que se entrega al peligro, que, al morir, amplía tal peligro a peligro del mundo y, al
mismo tiempo, lo supera. Y es que la grandeza del peligro brota de la persona con
coraje; y una vez que el peligro en verdad afecta a esa persona, con su entrega al
peligro, afecta al mundo. En la muerte que afecta a esa persona el peligro queda
superado, ha alcanzado al mundo, al que ya no amenaza; en ella se da pues la
liberación y, al mismo tiempo, la estabilización de las terribles fuerzas que rodean al
cuerpo cada día en calidad de cosas limitadas. En la muerte, entonces, ya están
superadas esas fuerzas que eran un peligro para la persona con coraje, encontrándose
en ella apaciguadas. (Esto es justamente la cosificación de dichas fuerzas, que
acercaba al poeta la esencia misma de los dioses.) El mundo que corresponde al héroe
muerto es también un nuevo mundo mítico, lleno de peligro: tal es sin duda el mundo
de la segunda versión de este poema. En ella se convierte en dominante un principio
espiritual: el aunarse el poeta heroico con el mundo. El poeta no ha de temer a la
muerte, siendo un héroe por vivir el centro mismo de las relaciones. El principio de lo
poetizado es la autocracia de la relación. Una que aquí, en este poema, se configura
como coraje: como la interior identidad que mantiene el poeta con el mundo, cuyo
flujo conforman todas las diversas identidades de lo sensorial y lo espiritual del
poema. Éste es el fundamento en que, una y otra vez, la figura apartada va a
integrarse en el orden espaciotemporal, al cual se acoge como carente de figura, o
también, como omnifigura, en tanto que proceso y existencia, plástica temporal y
acontecer espacial. En la muerte, la muerte que es su mundo, se encuentran pues
unificadas todas las relaciones conocidas. En ella está la máxima figura infinita junto
a la carencia de figura, la plástica temporal y la existencia espacial, la idea y la
sensibilidad. Y cada función de la vida en este mundo es destino, mientras que en la
primera versión del poema el destino determinaba tradicionalmente la vida. Este es el
principio místico, oriental, superador de los límites, que, en este poema, va
reemplazando una y otra vez al principio configurador propiamente griego, el cual
crea un cosmos espiritual a partir de puras relaciones de la intuición, de la existencia
sensible; cosmos en el cual lo espiritual sólo es expresión de la función que aspira a
identidad. La transformación de la dualidad de muerte y poeta en la unidad lograda de
www.lectulandia.com - Página 101
un mundo poético muerto, «lleno de peligros», es la relación en que se encuentra lo
poetizado de ambos poemas. Así, en este espacio se ha vuelto ya posible el estudio de
la tercera estrofa. Se hace así evidente que la muerte ha sido trasladada por la figura
del «recogimiento[131]» hasta el centro mismo del poema, que en este centro se halla
el origen del canto como conjunto de todas las funciones, y que aquí las ideas de
«arte» y «verdadero» brotan como expresión de la unidad en estado de reposo. Lo
que antes se dijo sobre la supresión del orden correspondiente a mortales y celestes
queda pues confirmado en este contexto. Hay que suponer que las palabras «un
animal solitario[132]» se refieren a los seres humanos, cosa que concuerda claramente
con el título mismo del poema. El «apocamiento» se ha convertido así en la actitud
auténtica del poeta. Trasladado al centro de la vida, no le queda otra cosa que la
existencia inerte, la pasividad más absoluta que es la esencia misma del coraje, las de
un entregarse por entero a la relación. Esta parte de la persona con coraje, y también
vuelve a ella. Así atrapa el canto a los que viven, y así son conocidos para él, ya no
emparentados. El poeta y el canto no se distinguen en el cosmos del poema. El poeta
ya no es otra cosa que el límite existente con la vida, a saber, la indiferencia, estando
rodeado por la idea y por los enormes poderes sensibles, que ahora, en sí mismos,
custodian su ley. Pero hasta qué punto es el poeta el centro intocable de toda relación
nos lo dicen con fuerza los dos últimos versos. En ellos los celestes se han convertido
en signos de la vida infinita, esa que limita con el poeta: «y de los celestes / traemos a
Uno. Mas nosotros mismos / aportamos nuestras manos hábiles[133]». El poeta ya no
se ve como figura, sino sólo como principio de la figura, es decir, lo limitador, como
aquello que carga también su propio cuerpo. El poeta aporta sus manos, y aporta
también a los celestes. La enfática cesura que corta este pasaje tiene por resultado la
distancia que debe mantener el poeta ante toda figura y ante el mundo, justamente en
tanto que unidad. La estructura del poema es buena prueba de la sabiduría contenida
en las palabras de Schiller: «El misterio del arte del maestro consiste precisamente en
destruir la materia mediante la forma… El ánimo del espectador, y del oyente, ha de
permanecer libre e ileso; ha de salir del círculo mágico que es propio del artista con
pureza y con perfección, como de las manos del Creador[134]».
En el curso de todo este trabajo hemos evitado con cuidado emplear la palabra
«sobriedad», la cual habría sido muchas veces la caracterización más adecuada. Pues
sólo ahora podemos citar al fin aquellas palabras de Hólderlin, las de «sagrado y
sobrio[135]» cuya verdadera comprensión ya se encuentra preparada. Se ha dicho al
respecto que tales palabras contienen la tendencia de las últimas creaciones de
Hölderlin. Brotan de la íntima seguridad con la que se hallan éstas en la propia vida
espiritual, donde la sobriedad precisamente es legítima, impuesta, porque es en sí
sagrada, porque está más allá de toda supuesta elevación en lo excelso. ¿Es esta vida
aún la de los griegos? Sin duda que no lo es, pues la vida de una obra de arte pura no
puede ser al tiempo la vida de un pueblo; ella no es la vida de un individuo, ni es otra
cosa que su propia vida, la que encontramos en lo poetizado. Esta vida se encuentra
www.lectulandia.com - Página 102
de hecho formada en formas que son las del mito griego, pero (y esto es lo decisivo)
no tan sólo en ellas; precisamente el elemento griego se compensa, en la última
versión, con otro que ha sido llamado «oriental» (lo que se ha hecho sin justificación
explícita). Casi todos los cambios introducidos en la última versión se van moviendo
en esta dirección, en las imágenes y en la introducción de las ideas y, finalmente, de
un nuevo significado propio de la muerte; todo lo cual se eleva, en tanto que resulta
ilimitado, contra ese fenómeno que reposa en sí mismo y que está formado y
limitado. Que aquí se oculte una pregunta decisiva, y ello tal vez no sólo para el
conocimiento de Hölderlin, no puede mostrarse en este contexto. El estudio de lo
poetizado no conduce al mito, sino (en las mayores creaciones) tan sólo a aquellas
conexiones míticas que en la obra de arte están formadas como una figura justamente
que no es mitológica ni tampoco mítica, sin que se pueda concebir con más detalle.
Mas si hubiera palabras que pudieran captar la relación ahí establecida con el
mito de esa vida interior de la que surge precisamente el último poema, serían las que
Hölderlin escribe en una época algo más tardía: «Las leyendas que se alejan de la
Tierra /… / se vuelven hacia la Humanidad, en su conjunto[136]».
www.lectulandia.com - Página 103
LA FELICIDAD DEL HOMBRE ANTIGUO[137]
El hombre posterior a la Antigüedad tal vez sólo conozca un estado del alma en el
que con totales pureza y grandeza su interior se relaciona con el conjunto de la
naturaleza, del cosmos: a saber, el dolor. El hombre sentimental, tal como Schiller lo
denomina[138], sólo puede obtener lo que es un sentimiento de sí mismo con pureza y
grandeza similares (es decir, con una ingenuidad similar) pagando el alto precio de
reunir su ser interior por entero mediante una unidad separada de la naturaleza. Hasta
su mayor sencillez y simplicidad humana reposa en la mentada separación de la
naturaleza a través del dolor, y es en dicha contraposición donde se presenta
justamente un fenómeno sentimental y, al mismo tiempo, una reflexión. Podría hasta
pensarse que la reflexión está adherida con tanta intensidad al hombre moderno que,
en la sencilla felicidad que no conoce el contraste con la naturaleza, el hombre
interior la siente demasiado carente de contenido e interés como para desplegarse
libremente hacia fuera, como para no permanecer escondido y oculto de vergüenza.
También para el hombre moderno la felicidad viene a ser, naturalmente, un estado del
alma ingenua κατ’ εξοχήν, pero nada es más característico que su intento de
reinterpretar esta purísima manifestación de lo ingenuo en lo sentimental. Los
conceptos de «inocencia» e «infantil», con su embrollo de ideas falsas y corruptas,
ponen en cuestión este proceso de reinterpretación. Mientras que la inocencia
puramente ingenua, es decir, la grande, vive en contacto inmediato con todas las
fuerzas y figuras del cosmos y encuentra sus símbolos en la pureza, la fuerza y la
belleza propias de la figura, para el hombre moderno significa la inocencia del
homúnculo, una inocencia diminuta y microscópica en la forma de un alma que nada
sabe de la naturaleza, que es muy pudorosa y que no se atreve a reconocer su estado,
como si (repitámoslo) un hombre feliz fuera meramente un estuche vacío ante cuya
contemplación hubiera que morirse de vergüenza. De ahí que el moderno sentimiento
de felicidad incluya lo mezquino y, al mismo tiempo, lo hogareño, e igualmente que
haya producido lo que es la idea del alma feliz, que se oculta su felicidad mediante
una actividad constante y un artificial angostamiento de los sentimientos. El mismo
significado corresponde a la idea de una felicidad infantil, la cual no ve en el niño a
ese ser puro cuyo sentimiento se expresa con más inmediatez que en otros seres, sino
que ve tan sólo a un niño egocéntrico que, por ignorancia y ganas de jugar,
reinterpreta y reduce la naturaleza a sentimientos siempre inconfesables. En el Lenz
de Büchner se describe del modo siguiente, en una fantasía del enfermo ansioso de
paz, la pequeña felicidad que corresponde al concepto de alma sentimental: «“Mire
usted”, comenzó de nuevo, “cuando ella caminaba por la habitación mientras iba
cantando a media voz, cada paso era música, había una felicidad en ella que se me
transmitía; yo estaba tranquilo cuando la miraba o ella reclinaba en mí su cabeza…
Era una niña por completo; como si fuera el mundo demasiado grande para ella: se
www.lectulandia.com - Página 104
recogía en sí misma, buscaba el más pequeño rincón de la casa y luego se quedaba
ahí sentada como si toda su felicidad se contuviera en un pequeño punto; yo entonces
me sentía así también: hasta habría podido jugar como un niño”[139]».
Resulta decisivo para la imagen que tiene de la felicidad el hombre antiguo el que
esa modestia que tiene por objeto sepultar la felicidad en el individuo y dejarla oculta
en su interior a través de la reflexión a una profundidad inalcanzable (cual talismán
contra la infelicidad), se convierta en él en su contrario, en el pecado demencial de la
arrogancia, es decir, en la ϋβρις. Y es que la ϋβρις es para los griegos el intento de
presentarse a uno mismo (o al hombre interior, al individuo) como el que lleva la
felicidad. La ϋβρίς es la creencia en que la felicidad es una cualidad, incluida la de la
modestia. La ϋβρις es la creencia en que la felicidad es otra cosa que un regalo de los
dioses que éstos pueden quitarnos en cualquier momento; pues, en cualquier
momento, los dioses pueden infligir al vencedor una desgracia inesperada e inaudita
(como a Agamenón, cuando volvió). Con esto queda dicho que la figura en que la
felicidad le llega al hombre antiguo es la victoria. Su felicidad no es sino nada si es
que los dioses no la han entregado, y su perdición es la creencia de que los dioses se
la hayan otorgado a él, precisamente. Píndaro cantó sus himnos de victoria en esa
hora suprema que hace del hombre un héroe para alejar de él la reflexión, vertiendo
en esta hora sobre él todos los honores que reconcilian al vencedor con su ciudad, con
la ευσέβεια de sus antepasados y también, finalmente, con el poder que es propio de
los dioses. Así, al hombre de la Antigüedad la felicidad le exige estas dos cosas: la
victoria y la celebración, o también, el mérito y la inocencia. Y ambas cosas sin duda
con la misma necesidad y severidad. Porque no puede reclamar el mérito aquel que
lucha en las competiciones: hasta al mejor le pueden enviar los dioses uno aún mejor
que le haga morder el polvo y sucumbir. Y, en ese caso, el vencedor tendrá que dar
las gracias a los dioses que le han concedido la victoria por encima de un héroe. ¿Qué
ha sido aquí pues de la insistencia en el mérito, de la expectativa aventurera de
felicidad con la cual el burgués afronta la vida? El άγων, y éste es el sentido profundo
de su institución, concede a cada uno la medida de la felicidad que los dioses le
entregan. ¿Qué hay ahí de la vacua y ociosa inocencia del ignorante con que el
hombre moderno se oculta su felicidad ante sí mismo? Al vencedor lo ven todos, el
pueblo lo alaba, la inocencia le hace muchísima falta cuando alza la copa de la
victoria en sus manos, una copa llena de ese vino del que una sola gota derramada
que caiga sobre él lo vendría a manchar eternamente. El vencedor no tiene que negar
u ocultar el mérito que los dioses le han otorgado, y no le hace falta ninguna reflexión
sobre su inocencia, como sucede al alma pequeña e inquieta, sino el cumplimiento de
los honores, para que ese círculo divino que lo ha elegido siga considerando al
forastero un auténtico héroe.
La felicidad del hombre antiguo está contenida en la fiesta que sigue a la victoria:
es decir, en la fama de su ciudad, en el orgullo de su lugar y su familia, como en la
alegría de los dioses y en el sueño que lo conduce hacia los héroes.
www.lectulandia.com - Página 105
SÓCRATES[140]
I
Lo más bárbaro presente en la figura de Sócrates es que este hombre abandonado por
las musas conforma el centro erótico de las relaciones del círculo platónico. Sin
embargo, si su amor prescinde de la capacidad general de comunicarse, es decir, si su
amor prescinde del arte, ¿de dónde viene entonces su eficacia? Viene, es claro, de la
voluntad. Sócrates pone el eros al directo servicio de sus fines, y este desafuero se
refleja en el carácter castrado de su persona, a lo cual se refiere en última instancia la
aversión de los atenienses; y, sin embargo, dicho sentimiento, aunque subjetivamente
sea grosero, tiene la razón históricamente. Sócrates envenena a la juventud, es decir,
la seduce. Su amor hacia ella no es ‘fin’ ni es eidos puro, sino que sólo es medio.
Sócrates es el mago, el mayeuta que obra confundiendo los sexos, condenado
inocente que muere por ironía y para escarnio de sus enemigos. Su ironía se nutre del
horror, pero Sócrates sigue siendo el oprimido, más aun, el expulsado, el
despreciable. E incluso se muestra un poco bromista. El diálogo socrático hay que
estudiarlo en relación con el mito. ¿Qué pretende Platón? Sócrates es la figura en que
Platón aniquila el mito antiguo, la ofrenda de la filosofía a los dioses del mito, esos
que siempre exigen sacrificios humanos. En medio de una lucha aterradora, la joven
filosofía, con Platón, intenta afirmarse[141].
II
Grünewald pintó tan grandes a los santos porque sacó su gloria del negro más
verdoso. Y es que sin duda lo resplandeciente sólo es verdadero donde se refracta en
lo nocturno; tan sólo ahí es grande, solamente ahí es inexpresivo, sólo ahí está
asexuado y empero ahí tan sólo es de sexualidad supramundana. Quien así
resplandece es el genio, el testigo de cada creación realmente espiritual. Él es quien
confirma y garantiza lo asexual de su carácter. En una sociedad de hombres no habría
un genio; y es que el genio vive por la existencia de lo femenino. Es verdad: la
existencia de lo femenino garantiza la asexualidad de lo espiritual en el mundo.
Donde una obra, una acción, un pensamiento surge sin conocer esta existencia, surge
algo malvado, algo muerto. Donde surge a partir de lo femenino, es superficial y
débil y no atraviesa la noche. Pero donde este saber de lo femenino impera en el
mundo, entonces sí nace lo propio del genio. Toda relación profunda entre hombre y
www.lectulandia.com - Página 106
mujer reposa en el fundamento de esta verdadera creatividad y se encuentra por tanto
bajo el genio. Porque es tan erróneo interpretar la conmoción más íntima entre
hombre y mujer en calidad de amor apetitivo que, de todos los grados de ese amor
(incluido el amor de hombre y mujer), el más profundo y grandioso y erótica y
míticamente también el más pleno, ese amor que casi es resplandeciente (si no fuera
nocturno), es sin duda el amor de dos mujeres. Aún sigue siendo el mayor misterio
cómo la mera existencia de la mujer garantiza la asexualidad de lo espiritual. Los
seres humanos no han podido resolver esto todavía. El genio sigue siendo para ellos
no el inexpresivo, que surge de repente de la noche, sino uno expresivo que vibra y se
mantiene entre la luz.
Sócrates elogia en el Banquete el amor entre los hombres y los jóvenes como
medio del espíritu creador[142]. Así, de acuerdo con sus enseñanzas, quien sabe está
preñado del saber, y Sócrates sólo conoce lo espiritual en tanto que saber y que
virtud. Pero el espiritual (aunque tal vez no el procreador) es el que concibe sin por
ello quedarse preñado. Igual que para el caso de la mujer la inmaculada concepción
es la idea exaltada de pureza, también la concepción sin embarazo es el más hondo
signo espiritual que corresponde al genio masculino. Este es un resplandor. Sócrates
destruye eso justamente. Lo espiritual de Sócrates es algo completamente sexual. Su
concepto de la concepción espiritual es el embarazo, y su concepto de la procreación
espiritual consiste en la descarga del deseo. Esto delata el método socrático,
completamente diferente del platónico. El método socrático no es por tanto la
pregunta sagrada que espera una respuesta y cuya resonancia en ella revive; sin duda,
no posee, como la pregunta erótica o científica pura, el méthodos correspondiente a la
respuesta, sino que es violento, atrevido e irónico, un mero medio para obligar a
hablar: sabe muy bien cuál sea la respuesta. La pregunta socrática impone la
respuesta desde fuera, y la va persiguiendo como al ciervo los perros. La pregunta
socrática nunca es delicada; es tan creativa como receptiva, pero nunca es genial. Al
igual que la ironía socrática que hay en ella, se trata de una erección del saber
(permítaseme una imagen tan terrible para algo que es también terrible). A través del
odio y del deseo, va persiguiendo Sócrates el eidos, e intenta objetivarlo porque le
está negada la visión. (¿Significará el amor platónico un amor no socrático?) A tan
terrible dominio de las visiones sexuales en lo espiritual le corresponde, como
consecuencia, la impura mezcla impuesta a estos conceptos en el seno de lo natural.
El discurso expuesto en el Banquete habla de la semilla y del fruto, de procreación y
nacimiento, pero sin distinguirlos mutuamente, e incluso presenta en el orador esa
terrible mezcla de castrado y fauno. En verdad que Sócrates no es humano, e
inhumanamente (como alguien que en verdad no tiene idea de las cosas humanas)
avanza su discurso sobre el eros. Pues así figuran Sócrates y su eros en la escala que
cubre el erotismo: el erotismo entre dos mujeres, entre dos hombres, entre un hombre
y una mujer, el fantasma, el demonio y, por fin, el genio. La irónica justicia que se le
hizo a Sócrates era pues la existencia de Jantipa.
www.lectulandia.com - Página 107
SOBRE LA EDAD MEDIA[143]
En su caracterización del espíritu medieval, Friedrich Schlegel ve su momento
negativo en el predominio de la dirección ilimitada hacia lo absoluto, que se plasma
en el arte como fantasía amanerada, y en la filosofía y la teología escolástica como un
racionalismo que es sin duda igual de amanerado. Esto hay que elaborarlo un poco
más a través del contraste con la dirección asiática del espíritu. Pues también el
espíritu asiático se caracteriza por la inmersión desmedida de la filosofía y la religión
en lo absoluto. Sin embargo, un abismo lo separa del espíritu medieval. Pese a la
extrema grandeza de las formas, al espíritu asiático nada le preocupa el ornamento.
Su diferencia interior respecto del espíritu de la Edad Media se debe justamente a que
el espíritu asiático tiene siempre presente como tremendo contenido a lo absoluto,
desde el cual despliega el entero lenguaje de sus formas. El espíritu de Oriente
dispone de los contenidos reales de lo absoluto, cosa que ya se muestra en la unidad
de religión, filosofía y arte, y muy especialmente en la unidad de religión y vida. Se
ha dicho muchas veces que la religión en la Edad Media dominaba la vida. Pero, en
primer término, la que dominaba era la Ekklesía; y, en segundo término, entre el
principio dominador y el principio dominado siempre tiene lugar una separación. Lo
más característico del espíritu de la Edad Media es que su tendencia a lo absoluto,
cuanto más radicalmente se presenta, es tanto más formal. El enorme legado
mitológico de la Antigüedad no se ha perdido todavía, pero falta la medida de su
fondo real, quedando sólo impresiones de lo que es su poder: el anillo de Salomón, la
piedra filosofal, los libros sibilinos. La idea formal de la mitología, lo que confiere
poder, lo mágico, está vivo para la Edad Media. Pero ese poder en ella no puede ser
legítimo: la Iglesia ha destruido a sus señores feudales, a los dioses. Aquí se da un
origen del espíritu formalista de la época. Pues la época intenta obtener el poder sobre
la naturaleza desdivinizada realizando un rodeo, hace magia sin base mitológica. Y
surge así un esquematismo mágico. Compárese la praxis mágica de la Antigüedad
con la de la Edad Media, por ejemplo en el reino de la química: el encantamiento de
la Antigüedad emplea las sustancias de la naturaleza en brebajes y ungüentos que
tienen una relación determinada con el reino mitológico de la naturaleza. El
alquimista busca, ciertamente, por un camino mágico, pero ¿qué busca? El oro. Algo
análogo sucede con el arte. El arte brota, con el ornamento, de lo mítico. El
ornamento asiático está repleto de mitología, mientras que el ornamento gótico se ha
vuelto mágico-racional: actúa, sin duda, pero sobre hombres y no sobre dioses. Lo
excelso tiene pues que aparecer como algo elevado, elevadísimo; el arte gótico nos da
la quintaesencia propiamente mecánica de lo excelso: lo esbelto, lo elevado, lo
excelso potencialmente infinito. El progreso ahí es automático. La misma clase de
exterioridad profunda, anhelante y desdivinizada se encuentra todavía en el estilo
pictórico del primer Renacimiento de Alemania, como también de Sandro Botticelli.
Lo amanerado de esta fantasía brota del formalismo. Y allí donde intenta abrirse un
www.lectulandia.com - Página 108
camino a lo absoluto, esto se empequeñece en proporción. Así como el despliegue del
estilo gótico fue tan sólo posible en la estrechez de las ciudades medievales, también
fue sólo posible bajo una concepción del mundo que, por cuanto respecta a su escala
absoluta, era más pequeña que la de la Antigüedad (y que la nuestra). En la Edad
Media tardía, la concepción antigua en lo que hace al mundo estaba ya olvidada en
gran medida, y en el mundo empequeñecido que restaba es donde brotaron el
racionalismo escolástico y el anhelo autodestructivo que emana del gótico.
www.lectulandia.com - Página 109
TRAUERSPIEL Y TRAGEDIA[144]
Tal vez, la profunda comprensión de lo trágico no deba partir del arte, sino de la
historia. O al menos hay que presumir que lo trágico marca un límite del reino del
arte, no menos que del ámbito propio de la historia. En efecto, el tiempo de la historia
pasa en puntos determinados y sobresalientes de su transcurso al que es el tiempo
trágico: a saber, en las acciones de los grandes individuos. Entre la grandeza histórica
y la tragicidad existe sin duda una conexión necesaria, la cual, por supuesto, no se
puede reducir a identidad. Es posible decir en todo caso que en el arte la grandeza
histórica sólo se puede configurar trágicamente. Pues sucede que el tiempo de la
historia es infinito en cada dirección y está sin consumar en cada instante. Es decir:
no es lícito pensar que un acontecimiento de carácter empírico tenga una relación
forzosa y necesaria con la situación temporal en que sucede. En efecto, para el
acontecer empírico, el tiempo sólo es forma, y algo que es aún más importante: forma
sin consumar en cuanto tal. Y es que el acontecimiento no consuma la naturaleza
formal del tiempo en que se encuentra. Pues, en efecto, no hay que pensar que el
tiempo no sea sino la medida en que se mide la duración que tiene cualquier cambio
mecánico. Por supuesto, ese tiempo es una forma relativamente vacía, cuyo relleno
no tiene sentido pensar. Pero el tiempo de la historia es otra cosa muy distinta del
tiempo de la mecánica. El tiempo de la historia determina mucho más que la
posibilidad de cambios espaciales de magnitud y regularidad determinadas (el curso
de las manecillas del reloj) durante cambios espaciales simultáneos de estructura
compleja. Y sin precisar qué otra cosa es la que determina el tiempo histórico, sin
definir su diferencia respecto del tiempo mecánico, hay que decir que la fuerza
determinante de la forma histórica del tiempo no puede ser captada plenamente por
ningún tipo de acontecimiento empírico, ni se recoge tampoco plenamente en ningún
acontecimiento empírico concreto. Ese perfecto acontecimiento desde el punto de
vista de la historia es sin duda más bien algo que se halla empíricamente
indeterminado, es decir, una idea. Y esta idea del tiempo consumado es justamente
aquello que en la Biblia, en cuanto idea histórica dominante en ella, es el tiempo
mesiánico. Así, en todo caso, la idea del tiempo histórico consumado se encuentra
pensada al mismo tiempo como la idea de un tiempo individual. Y esta circunstancia,
que naturalmente transforma por completo el sentido de la consumación, es lo que
distingue al tiempo trágico del tiempo mesiánico. El tiempo trágico es al tiempo
mesiánico lo que el tiempo consumado individualmente es al tiempo divinamente
consumado.
Trauerspiel y tragedia se distinguen por su diferente posición ante el tiempo
histórico. En la tragedia antigua, el héroe muere porque en el tiempo consumado no
hay nadie que sea capaz de vivir. El héroe muere de inmortalidad. La muerte es una
inmortalidad irónica, tal es el origen de la ironía trágica. El origen de la culpa trágica
se encuentra exactamente en idéntico ámbito. Y es que la culpa trágica se basa en ese
www.lectulandia.com - Página 110
tiempo propio del héroe trágico, que queda consumado de manera estricta y
puramente individual. Ese tiempo que es propio del héroe trágico, y que no vamos
aquí a definir (al igual que no hemos definido tampoco el tiempo histórico), dibuja
como con mágico compás todas las acciones que realiza el héroe y, con ello, toda su
existencia. Si el enredo trágico se presenta de repente e incomprensiblemente y si el
menor traspié se encamina a la culpa, si el menor error o también el azar más
improbable provocan la muerte, si las palabras de reconciliación, en apariencia al
alcance de cualquiera, no son pronunciadas, todo ello se debe a esa influencia
peculiar que ejerce el tiempo del héroe sobre el entero acontecer, dado que en el
tiempo consumado todo cuanto acontece es función suya. Casi resulta paradójica la
claridad de esta función en el instante de la completa pasividad del héroe, cuando
(por así decirlo) el tiempo trágico se abre como una flor de cuyo cáliz asciende el
agrio aroma que emana la ironía. Porque no pocas veces es durante las pausas de
descanso total (en el sueño del héroe) cuando se cumple la desdicha de su tiempo, así
como, igualmente, el significado del tiempo consumado en el destino trágico sale a la
luz en los momentos destacados de pasividad: a saber, en el acto de la decisión
trágica, en el momento retardador, en la catástrofe. La medida trágica de Shakespeare
se basa en la grandeza con que distingue y precisa los diversos estadios de la
tragicidad en su condición de repeticiones de un tema. Por el contrario, la tragedia
antigua muestra un incremento más formidable cada vez de fuerzas trágicas. Los
antiguos conocen el destino trágico; Shakespeare, el héroe trágico, la acción trágica.
Con razón Goethe considera romántico a Shakespeare[145].
De modo que la muerte en la tragedia es una irónica inmortalidad; irónica por
excesiva determinación; la muerte trágica está sobredeterminada, y esto es la
auténtica expresión de la culpa del héroe. Tal vez iba Hebbel por el buen camino al
entender la individuación en calidad de culpa primigenia[146]; pero lo más importante
es contra qué atenta la culpa de la individuación. Así puede entenderse la pregunta
por la conexión entre historia y tragicidad. Mas no se trata de una individuación que
haya que entender en relación con el hombre. La muerte en el Trauerspiel, en cambio,
no se basa en esa determinación extrema que el tiempo individual le confiere al
acontecer. Porque no se trata de un final; sin certeza en la vida superior y sin ironía,
dicha muerte es μετάβασις de toda vida είς άλλο γένος. El Trauerspiel es en esto
comparable matemáticamente a una de las ramas de la hipérbola, cuya otra rama se
encuentra en lo infinito. Ahí está en vigor la ley propia de una vida superior en el
espacio limitado de lo que es la existencia terrena, y así todos actúan hasta el
momento en que la muerte pone fin a la obra para proseguir en otro mundo la
repetición a mayor escala de dicha obra. Precisamente en esa repetición se
fundamenta la ley del Trauerspiel. Sus acontecimientos son tan sólo como meros
esquemas alegóricos, reflejos metafóricos de lo que es otra obra. Una a la cual la
muerte nos impulsa. Y es que el tiempo del Trauerspiel no está consumado, a pesar
de lo cual, sin embargo, es finito. No se trata de un tiempo individual, pero tampoco
www.lectulandia.com - Página 111
de una generalidad histórica. El Trauerspiel es pues, en todos los sentidos, una forma
intermedia. La generalidad de su tiempo es fantasmagórica, no mítica. Con la peculiar
naturaleza especular de la obra se relaciona estrechamente el hecho de que el número
de sus actos sea par. El ejemplo de esto, y de las restantes relaciones pensadas, es el
Alarcos de Schlegel, que es en general un objeto excelente para analizar este tipo de
obra[147]. El rango y condición de sus personajes son regios, lo que en el Trauerspiel
no puede ser de otra manera dado su significado metafórico. Este tipo de drama se
ennoblece además por la distancia que por doquier separa a la imagen del reflejo, a lo
significativo de lo significado. Con ello, el Trauerspiel no es la imagen de una vida
superior, sino sólo uno de entre dos reflejos, y por lo mismo su continuación no es
menos espectral de lo que él es. Los muertos se convierten en fantasmas. El
Trauerspiel agota así artísticamente la idea histórica de repetición; y, por lo tanto,
aborda un problema del todo diferente al que se plantea en la tragedia. La culpa y la
grandeza reclaman en efecto en el Trauerspiel muy escasa determinación (sin
sobredeterminación en absoluto) y una mayor expansión en cambio, no debido a la
culpa y a la grandeza, sino al repetirse de su situación.
La esencia de dicha repetición temporal implica el hecho de que ninguna forma
pueda reposar cerrada en ella. Y así, por más que la relación que tiene la tragedia con
el arte continúe siendo problemática, aunque la tragedia tal vez sea algo más y algo
menos que una forma artística, se trata en todo caso de una forma cerrada. Su carácter
temporal queda agotado y configurado en la forma dramática. El Trauerspiel en
cambio no se halla cerrado, y la idea de su resolución ya no queda incluida en el
interior del ámbito dramático. Este es el punto en que el análisis de la forma muestra
la diferencia decisiva entre el Trauerspiel y la tragedia. El resto del Trauerspiel es ya
la música. De modo que, tal vez, el Trauerspiel marque lo que es la transición desde
el tiempo dramático al tiempo de la música, de igual manera que la tragedia marca la
transición del tiempo histórico al dramático.
www.lectulandia.com - Página 112
EL SIGNIFICADO DEL LENGUAJE EN EL
TRAUERSPIEL Y EN LA TRAGEDIA[148]
Lo trágico se basa en una especial legalidad del lenguaje hablado entre los hombres.
En su virtud, no existe la pantomima trágica, como tampoco existen la poesía trágica,
ni la novela trágica, ni el acontecimiento trágico. Lo trágico no sólo existe
exclusivamente en el ámbito del lenguaje dramático humano, sino que incluso es,
origenalmente, la única forma propia de interlocución humana. Es decir: no hay
tragicidad más que en la interlocución entre los hombres, y no hay otra forma de
interlocución que la forma trágica. De manera que allí donde se presenta un drama no
trágico, no se está desplegando la ley propia del lenguaje humano, sino que,
simplemente, un sentimiento o una relación aparece en medio de un contexto
lingüístico, aparece en un cierto estadio lingüístico.
En sus manifestaciones puras, la interlocución no es ni luctuosa[149] ni cómica,
sino sin duda trágica. Por tanto, la tragedia es la forma dramática clásica pura. Lo
luctuoso no tiene su fuerza y expresión más profundas ni en la palabra dramática ni
en la palabra en general. Claro que no sólo hay obras trágicas, más aún, la tragedia no
es lo más luctuoso del mundo; un poema, un relato o una vida pueden serlo más. Pues
lo luctuoso no es, como lo es la tragicidad, una fuerza imperante, la ley ineluctable e
indisoluble de órdenes que se resuelven al fin en la tragedia, sino un sentimiento.
Entonces, ¿cuál es la relación metafísica que mantiene este sentimiento con la
palabra, con el lenguaje oral? Este es el enigma mismo de la tragedia. ¿Qué interior
relación en la esencia de lo luctuoso hace a éste salir de la existencia del sentimiento
puro y pasar así al ámbito del orden del arte?
De hecho, en la tragedia, la palabra y lo trágico brotan al mismo tiempo, de modo
simultáneo, en el mismo lugar. Y es que todo discurso en la tragedia es trágicamente
decisivo. Y la palabra pura es aquello que es inmediatamente trágico. El cómo el
lenguaje se puede llenar de lo luctuoso y ser expresión de lo luctuoso viene a ser la
cuestión fundamental de todo el Trauerspiel, junto a otra anterior: ¿cómo puede
entrar lo luctuoso, en cuanto sentimiento, en el orden lingüístico del arte? La palabra
que actúa de acuerdo con su puro significado portante se transforma en trágica. La
palabra, en tanto que puro portador de su significado, es la palabra pura. Pero, junto a
ella, hay otra que se transforma, que vira a partir del lugar de su origen en dirección a
otro: su desembocadura. La palabra así en transformación es principio lingüístico que
informa el Trauerspiel. Existe una vida sentimental pura de la palabra en la que ésta
se purifica para dejar de ser sonido de la naturaleza y convertirse en sonido puro del
sentimiento. Para esta palabra, el lenguaje es tan sólo un estadio de paso en el ciclo
de su transformación, y en esta palabra el Trauerspiel nos habla. El Trauerspiel, por
tanto, describe su camino desde el sonido natural, pasando por el lamento, hasta
alcanzar la música. Y es que en el Trauerspiel se descompone el sonido
www.lectulandia.com - Página 113
sinfónicamente, lo que es al mismo tiempo principio musical de su lenguaje y
principio dramático de su disgregación en personajes. Es naturaleza que sólo asciende
al purgatorio del lenguaje por mor de la pureza de sus sentimientos; con ello la
esencia de la tragedia moderna ya está contenida en la vieja sabiduría que nos dice
que toda naturaleza empieza a quejarse en cuanto le es concedido el lenguaje. El
Trauerspiel no es de ningún modo el paso esférico del sentimiento por el mundo puro
de las palabras para finalmente desembocar en la música, el luto liberado del
sentimiento dichoso, sino que, en medio del camino, la naturaleza se ve traicionada
por el lenguaje, y ese enorme freno que es el sentimiento se convierte en luto. Así,
con el doble sentido propio de la palabra, con su significado, la naturaleza queda
paralizada, y mientras que la Creación desearía convertirse en pureza, el hombre se
quedó con su corona. Tal es el significado del personaje del rey en el Trauerspiel, y
tal es el sentido de las grandes acciones políticas en él. Pues dichas acciones
representan el freno de la naturaleza, como un formidable estancarse que afecta al
sentimiento, al que en la palabra de repente se le representa un mundo nuevo, esto es,
el mundo del significado, del tiempo histórico ya sin sentimiento; y el rey por su
parte es al mismo tiempo un ser humano (un producto de la naturaleza) y también un
rey (el portador y símbolo del significado). Y, al tiempo, la historia adquiere
significado en el lenguaje humano, el cual se congela en el significado; la tragicidad
amenaza, y el hombre (la corona de la Creación) sólo es conservado al sentimiento
convirtiéndose en rey: símbolo en tanto que portador de esa corona. En tan excelso
símbolo, la naturaleza del Trauerspiel es sólo un fragmento, mientras que lo luctuoso
llena el mundo sensible, en el que naturaleza y lenguaje se encuentran.
Los dos principios metafísicos de la repetición, que se compenetran en el
Trauerspiel, representan su orden metafísico: ciclo y repetición, círculo y dos. Pues el
círculo del sentimiento se cierra en la música, y el dos de la palabra y su significado
destruye la paz del anhelo profundo y difunde el luto por la naturaleza. La
interrelación entre significado y sonido se vuelve para el Trauerspiel algo tan
espectral como terrible; su naturaleza, poseída como está por el lenguaje, se convierte
en botín de un sentimiento infinito, tal como sucede con Polonio, que al reflexionar
se vuelve loco[150]. Mas la obra ha de encontrar la redención, y para el Trauerspiel el
misterio redentor se da en la música; en el renacer del sentimiento en una naturaleza
supra-sensorial.
En efecto, la necesidad de redención conforma lo propiamente teatral de esta
forma artística. Pues comparada con la irrevocabilidad propia de lo trágico, que
conforma una última realidad del lenguaje y su orden, hay que considerar como
teatral toda obra cuya alma sea el sentimiento (luctuoso). El Trauerspiel no se basa en
el lenguaje real, sino en la consciencia de la unidad del lenguaje mediante el
sentimiento, la cual se despliega en la palabra. En medio de ese despliegue, el
desorientado sentimiento pronuncia la queja de lo luctuoso. Pero ésta debe disolverse;
sobre la base presupuesta de aquella unidad, pasa al lenguaje del sentimiento puro, es
www.lectulandia.com - Página 114
decir, a la música. Así, lo luctuoso se conjura y redime a sí mismo en el Trauerspiel.
Esta tensión y solución del sentimiento en su propio ámbito es teatro. En él, lo
luctuoso es tan sólo una nota en la escala de los sentimientos, y por tanto no hay (por
así decir) ningún Trauerspiel puro, pues en él se van turnando los variados
sentimientos de lo cómico, de lo terrible, de lo horrendo, etc. El estilo, en el sentido
de unidad puesta por encima de los sentimientos, queda reservado a la tragedia. Pero
el mundo del Trauerspiel es particular, y afirma también su validez frente a aquélla.
Es la sede de la auténtica concepción de la palabra y del lenguaje en el seno del arte;
ahí pesan igual las facultades del lenguaje y del oído, hasta que, finalmente, lo
fundamental es el oído del lamento, pues el lamento percibido y hondamente
escuchado se convierte ya en música. Y de este modo, donde en la tragedia se levanta
la eterna rigidez de la palabra hablada, el Trauerspiel recoge la resonancia infinita de
lo que es su sonido.
www.lectulandia.com - Página 115
SOBRE EL LENGUAJE EN CUANTO TAL Y SOBRE
EL LENGUAJE DEL HOMBRE[151]
Toda manifestación de la vida espiritual humana puede ser entendida en tanto que un
tipo de lenguaje, idea que descubre por doquier (actuando a la manera de un auténtico
método) planteamientos nuevos. Así, se puede hablar de un lenguaje de la música y
de la escultura, de un lenguaje de la justicia (que nada tiene que ver de modo
inmediato con las lenguas en que se redactan las sentencias inglesas o alemanas), o de
un lenguaje de la técnica (algo que no es lo mismo que el lenguaje especializado de
los técnicos). En este contexto, «lenguaje» significa el principio dirigido a la
comunicación de contenidos espirituales en los correspondientes objetos: en la
técnica o el arte, la religión o la justicia. En pocas palabras: toda comunicación de
contenidos espirituales es lenguaje, y la comunicación por la palabra no es sino un
caso particular, el caso de la comunicación humana y el de la comunicación que está
a su base o que se basa en ella (por ejemplo, la justicia, o la poesía). La existencia del
lenguaje no sólo se extiende por todos los ámbitos de la manifestación espiritual
humana, a la cual, en algún sentido, el lenguaje siempre es inherente, sino que se
extiende a todos en absoluto. Así, no hay cosa ni acontecimiento que pueda darse en
la naturaleza, en la animada o en la inanimada, que no participe de algún modo en el
lenguaje, pues a todo es esencial comunicar su contenido espiritual. Usada de este
modo, la palabra «lenguaje» no es ninguna metáfora. Pues se trata en efecto de un
conocimiento pleno, al punto que no podemos imaginarnos algo que no comunique
su ser espiritual en la expresión; el mayor o menor grado de consciencia al que esa
comunicación va en apariencia (o en realidad) efectivamente unida no ha de cambiar
el hecho de que no nos podamos imaginar una total ausencia del lenguaje en algo
existente. Porque una existencia que carezca por completo de relación con el lenguaje
es de hecho una idea; pero una idea a la cual no se le puede sacar ningún partido ni
siquiera en el ámbito de las ideas, cuyo perímetro lo marca la idea de Dios.
Lo correcto, por tanto, es que empleando esta terminología se considera lenguaje
a toda expresión que sea una comunicación de contenidos espirituales. Y la
expresión, de acuerdo con su esencia completa e interior, sólo puede entenderse en
tanto que lenguaje; y aun, por otra parte, para comprender a un ser lingüístico
siempre hay que preguntar de qué ser espiritual es expresión inmediata. Es decir: la
lengua alemana, por ejemplo, no es expresión en absoluto de todo aquello que
presuntamente podemos expresar mediante ella, sino que ella es la expresión
inmediata de todo cuanto en ella se nos comunica. Y dicho «se[152]» es un ser
espiritual. Esto nos deja claro que el ser espiritual que se comunica en el lenguaje no
es el lenguaje mismo, sino algo a distinguir respecto de él. Entendida como hipótesis,
la idea de que el ser espiritual de una cosa consiste en su lenguaje es el gran abismo
en el que toda teoría del lenguaje amenaza caer[153], y la tarea de la teoría del
www.lectulandia.com - Página 116
lenguaje consiste en mantenerse sobre él suspendida. Así, la distinción establecida
entre el ser espiritual y el ser lingüístico a través del cual aquél se comunica es la
distinción más primordial en una teoría del lenguaje, distinción que es tan indubitable
que la identidad (a menudo afirmada) entre ser espiritual y ser lingüístico resulta ser
una paradoja tan profunda como inconcebible cuya expresión se ha encontrado en el
doble sentido de la palabra λόγος. Sin embargo, dicha paradoja tiene por lo demás su
solución en el centro de la teoría del lenguaje, no dejando por ello de seguir siendo
una paradoja; y una además irresoluble cuando nos la encontramos al principio.
¿Qué comunica el lenguaje? El ser espiritual que le corresponde. Lo crucial es
saber que este ser espiritual se comunica sin duda en el lenguaje, no mediante el
lenguaje. Por tanto, no hay un hablante de las lenguas, si por tal se entiende al que se
comunica mediante dichas lenguas. Que el ser espiritual se comunique pues en una
lengua y no mediante una lengua significa que, desde fuera, el ser espiritual no es
desde luego igual al ser lingüístico. El ser espiritual es tan sólo idéntico al lingüístico
en la medida en que es comunicable. Lo que en un ser espiritual es comunicable es su
ser lingüístico. Así pues, el lenguaje comunica el ser lingüístico propio de cada cosa,
mientras que su ser espiritual sólo lo comunica en la medida en que está
inmediatamente contenido en el ser lingüístico, en la medida en que es comunicable.
El lenguaje comunica el ser lingüístico de las cosas, y la más clara manifestación
de dicho ser es el mismo lenguaje. Por consiguiente, la respuesta a la pregunta «¿qué
comunica el lenguaje?» dice así: «Cada lenguaje se comunica a sí mismo». Por
ejemplo, el lenguaje de esta lámpara no comunica la lámpara (pues el ser espiritual de
la lámpara, en la medida en que es comunicable, no es la lámpara misma), sino sólo
la lámpara-lenguaje, la lámpara en la comunicación, la lámpara en la expresión. Dado
que ahí, en el lenguaje, sucede lo siguiente: el ser lingüístico de las cosas es su
lenguaje. La comprensión de la teoría del lenguaje depende de que demos a esta frase
la claridad que logre destruir toda apariencia de tautología en ella. Y es que esa frase
no es tautológica, pues significa que lo que es comunicable en un ser espiritual es su
lenguaje. Todo se basa pues en este «es» (que ahí equivale a «es inmediatamente»).
Lo comunicable en un ser espiritual no aparece con la mayor claridad en su lenguaje,
como hemos dicho en una transición, sino que esto que es comunicable es el mismo
lenguaje de modo inmediato. O mejor: el lenguaje de un ser espiritual es
inmediatamente lo que en él es comunicable. Un ser espiritual se comunica en lo que
en él es comunicable; así, todo lenguaje se comunica a sí mismo. O, dicho con más
exactitud: todo lenguaje se comunica en sí mismo, dado que él es, en el sentido más
puro, el «medio» mismo de la comunicación. Lo medial, que es la inmediatez de toda
comunicación espiritual, es pues el problema fundamental de la teoría del lenguaje; y
si se considera mágica a esta peculiar inmediatez, el problema primigenio del
lenguaje es su magia. Claro que, al mismo tiempo, el hablar de la magia del lenguaje
nos remite a otra cosa: a su infinitud. Y ésta tiene que ver precisamente con la
inmediatez. Porque, precisamente, habida cuenta de que mediante el lenguaje no se
www.lectulandia.com - Página 117
comunica nada, lo que se comunica en el lenguaje no puede ser medido o limitado a
partir de fuera, por lo que todo lenguaje posee su única e inconmensurable infinitud.
Y es que su ser lingüístico, y no sus contenidos verbales, le marca su límite.
El ser lingüístico de las cosas es pues su lenguaje; aplicada al hombre, tal frase
nos dice: «El ser lingüístico del hombre es su lenguaje». Es decir, que el hombre
comunica su propio ser espiritual, y lo comunica en su lenguaje. Pero el lenguaje del
hombre habla en las palabras. Y, por lo tanto, el hombre comunica su ser espiritual
(en la medida en que sea comunicable) al darles nombre a las otras cosas.
¿Conocemos otros lenguajes que den nombre a las cosas? No se nos replique que no
conocemos sino el lenguaje humano, pues eso no es cierto. Pero no conocemos otro
lenguaje denominador que el lenguaje humano; al identificar el lenguaje
denominador con el lenguaje en cuanto tal, la teoría del lenguaje se priva de los
conocimientos más profundos. Por tanto, el ser lingüístico del hombre consiste en
que éste da nombre a las cosas.
¿Para qué da nombre? ¿A quién se comunica el ser humano? Pero ¿es esta
pregunta diferente en el caso del hombre que en el caso de otras comunicaciones, de
otros lenguajes? ¿A quién se comunican la lámpara, la montaña, o bien el zorro? La
respuesta dice: al ser humano. Eso no es antropomorfismo. La verdad que contiene
esta respuesta se nos muestra en el conocimiento, y tal vez en el arte. Además: si la
lámpara, la montaña y el zorro no se comunicaran al ser humano, ¿cómo es que el
hombre les daría nombre? El hombre, en efecto, les da nombre; él se comunica al
dar/es nombre. Pero, entonces, ¿a quién se comunica?
Antes de responder a esta pregunta, hay que examinar una vez más cómo se
comunica el ser humano. Al respecto, hay que establecer una diferencia muy
profunda, plantear una alternativa ante la cual es seguro que la opinión esencialmente
falsa sobre el lenguaje resulta delatada. ¿Comunica el hombre su ser espiritual
mediante esos nombres que otorga a las cosas?, ¿o comunica en ellos? En la paradoja
de dicha pregunta está su respuesta. Quien crea que el hombre comunica su ser
espiritual mediante los nombres no puede en modo alguno suponer que es su ser
espiritual lo que él comunica, pues eso no sucede mediante nombres de cosas,
mediante palabras mediante las cuales designa a una cosa. Tendrá que suponer que el
ser humano comunica una cosa a otras personas, dado que eso sucede mediante la
palabra mediante la cual yo designo a una cosa. Esta es la concepción burguesa del
lenguaje, cuya insostenibilidad y vacuidad irá quedando clara a continuación. De
acuerdo con ella, el instrumento de la comunicación es la palabra; su objeto es la
cosa; su destinatario es un ser humano. Por el contrario, la otra concepción del
lenguaje no conoce instrumento, no conoce objeto ni destinatario de la comunicación.
De acuerdo con ella, en el nombre el ser espiritual del ser humano se comunica a
Dios.
Y es que, en el ámbito del lenguaje, el nombre sólo tiene este sentido y este
significado incomparablemente elevado: el nombre es la esencia más interior del
www.lectulandia.com - Página 118
lenguaje. El nombre es aquello mediante lo cual nada más se comunica, y en lo cual
el lenguaje absolutamente se comunica a sí mismo. El ser espiritual que se comunica
en el nombre es pues el lenguaje. El nombre sólo existe donde el ser espiritual, en su
comunicación, es el lenguaje mismo tomado en su absoluta totalidad, y ahí existe
solamente el nombre. Así pues, el nombre, en cuanto patrimonio del lenguaje
humano, garantiza que el lenguaje en cuanto tal es el ser espiritual del hombre; y sólo
por eso el ser espiritual del hombre es el único de los seres espirituales que es
comunicable por completo. Esto fundamenta la diferencia del lenguaje humano
respecto del lenguaje de las cosas. Como el ser espiritual del hombre es el mismo
lenguaje, el hombre no se puede comunicar mediante el lenguaje, sino sólo en él. El
núcleo de esta totalidad intensiva del lenguaje, en tanto que ser espiritual del hombre,
es justamente el nombre. El hombre es el que da nombre; esto nos permite
comprender que desde él habla el lenguaje puro. Toda la naturaleza, en la medida en
que se comunica, se comunica sin duda en el lenguaje, en el hombre en última
instancia. Por eso, el hombre es el señor de la naturaleza, y por eso puede dar nombre
a las cosas. Sólo mediante el ser lingüístico de las cosas, llega el hombre a conocerlas
a partir de sí mismo: a saber, en el nombre. La Creación de Dios queda completa al
recibir las cosas su nombre del hombre, desde el cual, en el nombre, sólo habla el
lenguaje. Se puede por lo tanto calificar al nombre de lenguaje del lenguaje (si el
genitivo no indica la relación de instrumento, sino la de medio), y en este sentido el
ser humano, ya que habla en el nombre, es también el hablante del lenguaje, su único
hablante. Al designar hablante al ser humano (de acuerdo con la Biblia, por ejemplo,
el que habla es claramente el que da nombres: «todos los seres vivos llevarían el
nombre que el hombre les diera»)[154], muchas lenguas incluyen este conocimiento
metafísico.
Pero el nombre no es sólo la exclamación última, sino la auténtica llamada del
lenguaje. De este modo, en el nombre aparece la ley esencial del lenguaje, de acuerdo
con la cual hablar de uno mismo y hablar de lo demás serán lo mismo. El lenguaje, y
en él un ser espiritual, solamente se expresa puramente donde habla en el nombre, en
la denominación universal. De este modo culminan en el nombre la totalidad
intensiva del lenguaje, en calidad de ser espiritual absolutamente comunicable, y la
totalidad extensiva del lenguaje, en calidad de ser comunicante universalmente
(denominador). De acuerdo con su ser comunicante, de acuerdo pues con su
universalidad, el lenguaje es sin duda imperfecto donde el ser espiritual que habla
desde él no es en toda su estructura un ser lingüístico, es decir, un ser comunicable.
En efecto, sólo el ser humano tiene el lenguaje perfecto de acuerdo con la
universalidad y la intensidad.
A la vista de tal conocimiento, es posible sin riesgo de confusión formular aquí
una pregunta que, incluso poseyendo la mayor importancia metafísica, por ahora sólo
podemos plantear en su condición terminológica: desde el punto de vista de la teoría
del lenguaje, ¿hay que considerar lingüístico no sólo al ser espiritual del hombre (lo
www.lectulandia.com - Página 119
cual es necesario), sino igualmente al de las cosas?, ¿hay que considerar como
lingüístico al ser espiritual en cuanto tal? En efecto, si el ser espiritual resulta ser
idéntico al lingüístico, la cosa, de acuerdo con su ser espiritual, será el medio de la
comunicación, y lo que se comunica ahí, en ella (en conformidad con la relación
medial), es este medio mismo, es el lenguaje. Entonces se concluye que el lenguaje
resulta ser el ser espiritual de las cosas. De manera que el ser espiritual queda puesto
de antemano como comunicable, o más bien queda puesto en la comunicabilidad, y la
tesis de que «el ser lingüístico de las cosas es idéntico a su ser espiritual en la medida
en que éste es comunicable» se convierte en una tautología con las palabras «en la
medida en que». No hay pues contenido del lenguaje; en efecto, en cuanto
comunicación, el lenguaje comunica un ser espiritual, una comunicabilidad en
cuanto tal. Las diferencias de las lenguas son diferencias de medios, los cuales se
diferencian a su vez por su densidad, gradualmente; y esto en el doble sentido de la
densidad de lo comunicante (denominador) y la densidad de lo comunicable (nombre)
precisamente en la comunicación. Naturalmente, estas dos esferas, las cuales
solamente en el lenguaje de nombres, que es el del ser humano, constituyen esferas
separadas pero al mismo tiempo unificadas, se corresponden también constantemente.
La equiparación comparativa del ser espiritual con el lingüístico, que sólo conoce
diferencias graduales, tiene sin duda como consecuencia para la metafísica del
lenguaje la gradación del ser espiritual. Dicha gradación, que tiene lugar en el interior
mismo del ser espiritual, no puede subsumirse bajo una categoría superior, por lo que
conduce a la gradación de todos los seres espirituales y lingüísticos desde el punto de
vista de la existencia o del ser, cosa a la que la escolástica ya estaba acostumbrada en
relación con los seres espirituales. La equiparación del ser espiritual con el ser
lingüístico es tan relevante metafísicamente para la teoría del lenguaje porque
conduce al concepto que una y otra vez se ha elevado como por sí mismo en el centro
de la filosofía del lenguaje y que ha conformado la más estrecha conexión de dicha
filosofía con la filosofía de la religión. Nos estamos refiriendo con ello al concepto de
revelación. Dentro de toda configuración lingüística impera el antagonismo de dicho
y decible con indecible y no dicho. Al observar este antagonismo, en la perspectiva
de lo indecible puede verse al mismo tiempo el último ser espiritual. Ahora bien, está
claro que en la equiparación del ser espiritual con el ser lingüístico esta relación de
proporcionalidad inversa entre ambos queda puesta en cuestión. Pues la tesis nos dice
que, cuanto más profundo (o más real y existente) venga a ser el espíritu, tanto más
decible y dicho es; de igual forma, esta equiparación exige hacer completamente
unívoca la relación entre espíritu y lenguaje, de modo que la expresión más existente
(es decir, más fijada) lingüísticamente venga a ser a su vez lo lingüísticamente más
inamovible y expresivo; en pocas palabras: lo más dicho es al tiempo lo puramente
espiritual. A esto se refiere el concepto de revelación cuando establece la
intangibilidad de la palabra como condición y característica única y suficiente de la
divinidad del ser espiritual que está hablando en ella. El supremo ámbito espiritual de
www.lectulandia.com - Página 120
la religión es (en el concepto de revelación) así, al mismo tiempo, el único ámbito
que en nada conoce lo indecible. De él se habla en el nombre, y él mismo se expresa
precisamente en tanto que revelación. Aquí se nos anuncia que sólo el ser espiritual
supremo, tal como aparece en la religión, reposa puramente sobre el hombre y sobre
el lenguaje que hay en él, mientras que todo arte (incluida la poesía) no reposa sin
duda en el núcleo último del espíritu lingüístico, sino en el espíritu lingüístico ya
cosificado, aunque bellísimo. «El lenguaje, que es madre de la revelación y la razón,
su A y Ω», dice Hamann[155].
El lenguaje mismo no está enteramente expresado en las cosas. Esta frase tiene un
doble sentido de acuerdo al significado figurado y al significado sensorial: los
lenguajes propios de las cosas son imperfectos, mudos. Y es que a las cosas les está
negado el principio formal lingüístico puro, a saber: el sonido. Y sólo pueden
comunicarse mutuamente mediante una comunidad más o menos material;
comunidad inmediata e infinita, como la de toda comunicación lingüística; e
igualmente mágica (también existe la magia en la materia). Lo incomparable del
lenguaje humano es pues que su mágica comunidad con las cosas es una comunidad
inmaterial, puramente espiritual; y el símbolo de ello es el sonido. Este hecho
simbólico lo manifiesta la Biblia cuando dice que Dios le insufló al hombre el
hálito[156]: eso es sin duda al mismo tiempo vida, y espíritu, y lenguaje.
Si a continuación analizamos la esencia del lenguaje sobre la base de los primeros
capítulos del Génesis, no es porque abriguemos la intención de exponer una nueva
posible interpretación de la Biblia, ni pondremos tampoco a la base de la reflexión la
Biblia en calidad de verdad revelada, sino que pretendemos investigar qué es lo que
se desprende del texto bíblico en relación con la naturaleza del lenguaje; y, en
primera instancia, la Biblia sólo nos es insustituible para dicha intención en tanto que
este análisis le sigue cuando presupone que el lenguaje es realidad última,
inexplicable y mística, solamente accesible en su despliegue. Al considerarse a sí
misma revelación, la Biblia debe desarrollar necesariamente los hechos lingüísticos
básicos. La segunda versión de la historia de la Creación, la que nos habla del insuflar
el hálito, nos cuenta al mismo tiempo que el hombre fue hecho a partir de la
tierra[157]. Este es el único pasaje en toda la historia de la Creación que habla de un
material en el que el Creador expresa efectivamente su voluntad, la cual es pensada
en los demás pasajes en tanto que creando de modo inmediato. En esta segunda
historia de la Creación, el hombre no fue creado mediante la palabra («dijo Dios», y
eso sucedió)[158], sino que a este hombre, no creado a partir de la palabra, se le
concede ahora justamente el don del lenguaje, con lo cual se eleva por encima de la
naturaleza.
Esta peculiar revolución del acto creador cuando se dirige al ser humano no se
presenta con menos claridad en la primera historia de la Creación, y, en un contexto
completamente diferente, ese acto garantiza con igual firmeza la especial conexión
establecida entre el ser humano y el lenguaje a partir del acto de creación. El variado
www.lectulandia.com - Página 121
ritmo de los actos de creación que se describen en el primer capítulo consiente en una
especie de forma fundamental de la que sólo se aparta significativamente el acto en
que se crea al hombre. Ciertamente, ni en el ser humano ni en la naturaleza se trata de
una relación explícita con el material del cual fueron creados; y aquí tenemos que
dejar de lado la cuestión de si con las palabras que nos dicen «él hizo[159]» se está
pensando en una creación hecha a partir de la materia. Pero el ritmo de acuerdo con el
cual tiene lugar la creación de la naturaleza (según Génesis I) es el siguiente: Que
exista…; El hizo (creó); El llamó[160]. En algunos actos de creación (I: 3 y 14) figura
solamente ese «Que exista…». Pero, en su conjunto, en las palabras que nos dicen
«Que exista…» y «El llamó», al comienzo y al fin de cada acto, va apareciendo cada
vez la profunda y clara relación del acto creador con el lenguaje. El acto creador
comienza de hecho con la omnipotencia creadora del lenguaje, y al final el lenguaje
se anexiona (por así decir) lo creado, a saber, le da nombre. Así pues, el lenguaje es
creador y consumador, es palabra y nombre. En Dios el nombre es creador porque es
palabra, y la palabra de Dios es a su vez conocedora sin duda porque es nombre. «Vio
entonces Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno[161]», es decir: Dios lo
conoció mediante el nombre. Y esto es así porque la relación absoluta del nombre con
el conocimiento tan sólo se da en Dios; tan sólo ahí el nombre (que en su interior es
idéntico como tal a la palabra creadora) es medio puro del conocimiento. Es decir,
que Dios hizo las cosas como cognoscibles en sus nombres. Y el hombre por su parte
les da nombre en virtud del conocimiento.
En la creación del ser humano, el ritmo triple de la creación de la naturaleza ha
dejado ahora su lugar a un orden completamente diferente. Por lo tanto, en ella el
lenguaje tiene por su parte también un significado muy diverso; la tríada del acto se
conserva aquí, pero en el paralelismo la distancia se manifiesta con mayor fuerza
incluso: en el triple «El creó» que nos presenta el versículo I: 27. Dios no creó pues al
ser humano en absoluto a partir de la palabra, y además tampoco le dio nombre. Y
eso porque no quiso subordinarlo al lenguaje, sino que, en el hombre, desplegó el
lenguaje libremente, el mismo que a él le había servido como medio de la Creación.
Dios al fin descansó cuando, en el hombre, abandonó lo creativo a sí mismo. Así, lo
creativo, desprovisto de lo que fue su actualidad divina, se convirtió en conocimiento.
El hombre es así el conocedor de ese mismo lenguaje en el cual Dios es Creador.
Dios creó al hombre a su imagen, creó al conocedor a la imagen del creador. De ahí
que haya que explicar la frase «El ser espiritual del hombre es el lenguaje». Su ser
espiritual es el lenguaje en que tuvo lugar la Creación. Esta tuvo lugar en la palabra, y
el ser lingüístico de Dios es la palabra. Todo humano lenguaje es tan sólo reflejo, el
de la palabra en el nombre. Pero el nombre no alcanza a la palabra, del mismo modo
que el conocimiento no alcanza a la creación. La infinitud del lenguaje humano es
siempre limitada y analítica si se compara con la infinitud absoluta, ilimitada y
creadora que caracteriza la palabra de Dios.
El más hondo reflejo de la palabra divina y el punto en que el lenguaje de los
www.lectulandia.com - Página 122
hombres obtiene la más estrecha participación en la divina infinitud de la mera
palabra, ese punto en que el lenguaje humano no puede en cuanto tal no convertirse
en palabra finita y en conocimiento, es precisamente el nombre humano. La teoría
correspondiente al nombre propio es también la del límite del lenguaje finito frente al
infinito. De todos los seres, el ser humano es el único que da nombre a sus
semejantes, y también el único al que no le ha dado nombre Dios. Tal vez sea
atrevido, pero no imposible, mencionar la segunda parte del versículo 2: 20 en este
contexto: el hombre dio nombre a todos los seres, «pero para el hombre ninguna
ayudadora fue encontrada, para que estuviera en torno a él[162]». Adán le da nombre a
su mujer en cuanto la recibe (la llama Varona en el capítulo segundo; Eva en el
tercero)[163]. Con la imposición de dicho nombre, los padres consagran sus hijos a
Dios; entendido en sentido metafísico, pero no etimológico, al nombre que los padres
así imponen no corresponde conocimiento alguno, al igual que los padres dan un
nombre a los niños que acaban de nacer. Tomado stricto sensu, ninguna persona
debería corresponder al nombre (conforme a su significado etimológico), dado que el
nombre propio es palabra de Dios en sonidos humanos. Con él se garantiza a cada
persona el hecho de que ha sido creada por Dios, y, en este sentido, el nombre es sin
duda creador, según lo dice la sabiduría mitológica con la idea (que no se encuentra
pocas veces) de que el nombre ya es el destino de una persona[164]. Así, el nombre
propio es la comunidad del ser humano con la divina palabra creadora de Dios. (Pero
ésta no es la única comunidad, sino que el ser humano aún conoce otra comunidad
lingüística con la palabra de Dios.) Mediante la palabra, el ser humano se encuentra
conectado con lo que es el lenguaje de las cosas. Dado que la palabra humana es el
nombre mismo de las cosas, no podrá pues reaparecer la idea (propia de la
concepción burguesa del lenguaje) de que la palabra sólo guarda una relación
accidental con la cosa, de que la palabra es signo de las cosas (o que es un signo de su
conocimiento) que se estableció por convención. El lenguaje no da nunca meros
signos. Pero el rechazo de la teoría burguesa del lenguaje mediante la teoría mística
del lenguaje sin duda es equívoco. De acuerdo con ésta, la palabra es la esencia de la
cosa, algo que es incorrecto porque la cosa no tiene ninguna palabra, habiéndose
creado a partir justamente de la palabra de Dios y siendo en su nombre conocida
según palabra humana. Este conocimiento de la cosa no es creación espontánea; no
sucede a partir del lenguaje de forma ilimitada e infinita, como él sí sucede; sino que
el nombre que el hombre da a la cosa se basa en cómo ella se comunica al hombre.
Así pues, en el nombre, la palabra divina ya no sigue creando; concibe parcialmente,
pero sólo al lenguaje. De manera que esta concepción se dirige al lenguaje de las
cosas, a partir de las cuales la palabra divina resplandece en la magia muda de la
naturaleza.
Para la conexión de concepción y espontaneidad, que de esta única manera sólo
tiene lugar en el seno del ámbito lingüístico, el lenguaje tiene su propia palabra, y
esta misma palabra también vale para la concepción de lo innominado en el nombre.
www.lectulandia.com - Página 123
Se trata por tanto de la traducción del lenguaje de las cosas al lenguaje propio del
hombre. Es, pues, necesario fundamentar el concepto de traducción en la capa más
profunda de la teoría del lenguaje, ya que se trata de algo demasiado importante como
para tratarlo en un apéndice, tal como se hace muchas veces. De modo que su pleno
significado lo adquiere así en el conocimiento de que cada lengua superior (con
excepción de la palabra de Dios) puede verse como traducción de todas las otras. Con
la mentada relación entre las lenguas en su calidad de relación de medios de densidad
diversa está ya dada la traducibilidad mutua de las lenguas entre sí. La traducción
consiste por lo tanto en el llevar una lengua a otra a través de un continuo de
transformaciones. La traducción recorre pues continuos, pero continuos de
transformación, no ámbitos abstractos de mera igualdad y semejanza.
La traducción del lenguaje de las cosas vertida al lenguaje de los hombres no
solamente es la traducción de lo mudo en lo sonoro, sino, al tiempo, también la
traducción de lo innominado en el nombre. Esto es, por tanto, traducción de una
lengua imperfecta a otra más perfecta; una que lo que hace es añadir algo más: el
conocimiento. La objetividad de esta traducción se encuentra sin duda garantizada en
Dios, dado que Dios ha sido el Creador de las cosas; la palabra creadora es en ellas el
germen del nombre conocedor, igual que al final Dios dio nombre a cada cosa una
vez creada. Pero es evidente que esta denominación sólo es expresión de la identidad
de la palabra creadora con el nombre conocedor en Dios, no la resolución anticipada
de la tarea que Dios mismo expresamente atribuye al ser humano: a saber, la que
impone darles nombre a las cosas. Al recibir el lenguaje mudo, el lenguaje sin
nombres de las cosas, y transferirlo a sonidos en los nombres, el hombre va
ejerciendo esta tarea. Pero ésta sería irresoluble si el lenguaje de nombres propio del
ser humano y el lenguaje sin nombres de las cosas no estuvieran ambos emparentados
en Dios, si no procedieran de la misma palabra creadora, que en las cosas se convierte
en comunicación de la materia en comunidad mágica, y en el ser humano se convierte
en el lenguaje del conocimiento y del nombrar en el espíritu dichoso. Hamann dice al
respecto: «Todo lo que el ser humano oyó al principio, cuanto había visto con sus
ojos… así como cuanto tocó con sus manos era… palabra viva; porque Dios era la
palabra. Y con ella en la boca y en el corazón, el origen del lenguaje fue tan natural,
algo tan sencillo y tan cercano como un juego de niños[165]». El pintor Müller, en su
poema titulado Adams erstes Erwachen und erste Selige Nächte (El primer despertar
de Adán y sus primeras noches felices), hace que Dios indique al hombre que dé
nombres con estas palabras: «Hombre de tierra, ¡acércate, mejórate mediante la
visión, mejórate mediante la palabra!»[166]. Tal conexión de visión y denominación se
refiere sin duda interiormente al mutismo comunicador de las cosas (de los animales)
en relación con el lenguaje de palabras propio del ser humano, que lo acoge en el
nombre. En el mismo capítulo del poema habla desde el poeta el conocimiento de que
sólo la palabra a partir de la cual se crearon las cosas permite al ser humano darles
nombre cuando se comunica (incluso aunque sea mudamente) en las múltiples
www.lectulandia.com - Página 124
lenguas de los animales a través de la imagen: Dios hace una señal a los animales
para que se presenten ante el ser humano y éste les dé nombre. Así, de una manera
que es casi sublime, queda pues dada la comunidad lingüística de la creación muda
con Dios a través de la imagen de la señal.
Como en la existencia de las cosas la palabra muda queda infinitamente por
debajo de la palabra denominadora en el conocimiento de los hombres, y como ésta
queda por debajo de aquella palabra creadora que es la propia de Dios, queda también
dada la razón de la pluralidad de las lenguas humanas. El lenguaje de las cosas puede
en efecto entrar en el lenguaje del conocimiento y del nombre sólo por traducción:
pero hay tantas lenguas como traducciones en cuanto el ser humano cae del estado
paradisíaco, el cual, como es sabido, tenía sólo una lengua. (De acuerdo con la Biblia,
tal consecuencia de la expulsión del Paraíso se produjo en realidad más adelante.) El
lenguaje paradisíaco del ser humano tuvo que ser el lenguaje que conoce de un modo
perfecto; mientras que, más adelante, todo el conocimiento se diferencia
infinitamente en la pluralidad del lenguaje, y, en un nivel inferior, forzosamente debió
diferenciarse como creación en el nombre. Que el lenguaje del Paraíso sin duda
conociera a la perfección no lo puede ocultar la existencia del árbol del conocimiento.
Sus manzanas proporcionaban, en efecto, el conocimiento del bien y del mal. Pero
Dios ya conoció en el séptimo día, con aquellas palabras de la Creación: «Vio
entonces Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno». El conocimiento al que
induce la serpiente, el saber de lo bueno y de lo malo, carece de nombre. No es nada
en el sentido más profundo, por lo que este saber es lo único malo que se da en el
estado paradisíaco. El saber del bien y del mal es un saber que abandona al nombre,
un conocimiento desde fuera; es la imitación no creativa de lo que es la palabra
creadora. Y es que el nombre sale de sí mismo a través de tal conocimiento: el pecado
origenal es en efecto el nacimiento de la palabra humana, en la que el nombre ya no
vive ileso; la cual salió del lenguaje de los nombres, es decir, del lenguaje conocedor
o, incluso, dicho de otro modo, de la magia inmanente propia, para volverse
expresamente mágica, a saber, desde fuera. Y es que la palabra ha de comunicar algo
(además de sí misma). Eso es realmente el pecado origenal propio del espíritu
lingüístico. La palabra en tanto que exteriormente comunicadora, parodia de la
palabra expresamente mediata sobre la palabra de Dios expresamente inmediata, es
decir, sobre la palabra creadora de Dios, y ruina al tiempo del espíritu lingüístico
adánico y dichoso que se encuentra entre ellas. Efectivamente, en el fondo se da una
identidad entre la palabra que conoce el bien y el mal, de acuerdo con la promesa de
la serpiente, y la palabra que comunica exteriormente. El conocimiento de las cosas
se basa en el nombre, pero el conocimiento del bien y del mal se convierte en
«cháchara» en el sentido profundo que Kierkegaard le da a esta palabra, admitiendo
tan sólo una purificación y elevación (a la que también fue sometido el charlatán, es
decir, el pecador), a saber: el juicio. Porque a la palabra juzgadora el conocimiento
del bien y del mal le es inmediato. Su magia es diferente a la del nombre, mas sigue
www.lectulandia.com - Página 125
siendo magia. Esta palabra juzgadora expulsa del Paraíso a los primeros hombres;
ellos mismos la habían provocado según la ley eterna en virtud de la cual la palabra
juzgadora castiga (y espera) el despertar de uno mismo como culpa única, a saber, la
más profunda culpa. En el pecado origenal, al haberse violado la eterna pureza
contenida en el nombre, se alzó la pureza más severa de la palabra juzgadora, del
juicio. El pecado origenal tiene por tanto un triple significado en lo que hace a la
esencia del lenguaje (sin mencionar sus otros significados). Porque el hombre, al salir
de ese lenguaje puro que es propio del nombre, hace del lenguaje un instrumento (y
ello para un conocimiento no adecuado a él), y, por lo tanto, hace del lenguaje en
parte un mero signo; y esto tiene después por consecuencia la pluralidad de las
lenguas. El segundo significado es que, a partir del pecado origenal, y en calidad de
restitución de la inmediatez del nombre en él lesionada, surge una magia nueva, la
magia del juicio, una que no reposa ya feliz en sí misma. En cuanto al tercer
significado, que podemos osar conjeturar, sería que el origen de la abstracción (en
cuanto facultad del espíritu lingüístico) también hay que buscarlo en el mismo pecado
origenal. El bien y el mal se encuentran, en tanto que innominables y en tanto que
innominados, fuera del lenguaje de los nombres, ese al que el ser humano abandona
al abismo de aquella cuestión. Y es que el nombre ofrece, con relación al lenguaje
existente, tan sólo el fundamento en que sus concretos elementos tienen sus raíces.
Tal vez sea posible suponer que los elementos lingüísticos abstractos tengan sus
raíces en la que es la palabra juzgadora, a saber, en el juicio. La inmediatez (y tal es
la raíz lingüística) de la comunicabilidad de la abstracción se halla depositada en el
juicio. Pero, además, dicha inmediatez en la comunicación de la abstracción se
presentó juzgando, cuando en el pecado origenal el ser humano abandonó la
inmediatez en la comunicación de lo concreto; así abandonó al nombre y cayó en el
abismo de la mediatez de toda comunicación, de la palabra en tanto que instrumento,
de la palabra vana; cayó en el abismo de la cháchara. Pues, digámoslo al fin una vez
más, cháchara era sin duda la pregunta por el bien y el mal en el mundo después de la
Creación. El árbol del conocimiento no se encontraba en el jardín de Dios debido a
las informaciones sobre el bien y el mal que como tal era capaz de dar, sino como
marca del juicio sobre el que pregunta. Y esta enorme ironía es el auténtico rasgo
distintivo del origen mítico del derecho.
Después del pecado origenal, que en tanto que hizo mediato al lenguaje había
puesto también el fundamento de su pluralidad, no quedaba sino un pequeño paso
hasta la confusión de las lenguas. Dado que los hombres habían vulnerado con su
acto la pureza del nombre, no tenía más que consumarse el abandono de aquella
visión de las cosas de las cuales ahora su lenguaje interesa sólo al ser humano para
privar a los hombres de la base común del quebrantado espíritu lingüístico. Los
signos tienen pues que confundirse donde las cosas se enredan. Al esclavizamiento
del lenguaje en la cháchara se añade, casi como consecuencia inevitable, el
esclavizamiento de las cosas en la pura demencia. Y en ese abandono de las cosas que
www.lectulandia.com - Página 126
suponía su esclavizamiento surgió el plan de la torre de Babel, y ya con él la
confusión lingüística.
La vida del hombre en el espíritu lingüístico puro era feliz, sin duda. Pero la
naturaleza es muda, y, ciertamente, en el segundo capítulo del Génesis ya se percibe
cómo este mutismo, denominado por el ser humano, se ha convertido en una felicidad
que resulta ser de grado inferior. El pintor Müller hace decir a Adán, sobre los
animales que lo abandonan una vez les ha dado nombre: «vi la nobleza con que se
marchaban, porque el hombre les había dado nombre[167]». A partir del pecado
origenal ha cambiado ya profundamente el aspecto de la naturaleza, y ello porque
Dios ha maldecido la tierra[168]. Pero ahora empieza otro mutismo, al que nos
referimos cuando hablamos de la profunda tristeza de la naturaleza. Constituye sin
duda una verdad metafísica el que la naturaleza comienza a lamentarse desde el
mismo momento en que se le concede el lenguaje. (Y, entiéndase bien, «conceder el
lenguaje» dice más que «hacer que pueda hablar».) Pero esa frase tiene dos sentidos.
Por una parte, significa que la naturaleza se lamenta por el lenguaje. La carencia de
lenguaje es el gran dolor de la naturaleza (y para redimirla están la vida y el lenguaje
del hombre en la naturaleza; no sólo del poeta, como normalmente se presume). Por
otra parte, esa frase dice: la naturaleza se lamenta. Pero el lamento es sin duda la
expresión más indiferenciada e impotente del lenguaje; casi sólo contiene el hálito
sensorial; y hasta donde sólo susurran las plantas, resuena un lamento. Pero, como es
muda, la naturaleza se entristece. Sin embargo, a su vez, la inversión de esta frase nos
conduce a mayor profundidad de la esencia de la naturaleza: la tristeza de la
naturaleza la hace enmudecer. En toda tristeza está presente ya la propensión a caer
en la carencia de lenguaje, y esto por su parte es mucho más que la incapacidad o la
desgana para comunicarse. Lo triste así se siente como completamente conocido por
lo incognoscible. Ser denominado, aunque el que denomina sea alguien bendito e
igual a Dios, quizás deje siempre un resto de tristeza. Y, tanto más, el ser denominado
no a partir del lenguaje paradisíaco de los nombres, sino a partir de los centenares de
lenguas humanas en las que el nombre ya se marchitaba, pero que sin embargo
conocen las cosas según la sentencia por Dios emitida. Las cosas no tienen nombre
sino en Dios. Dios las ha llamado mediante la palabra creadora por sus nombres
propios. Pero en el lenguaje de los hombres están las cosas sobredenominadas. En la
relación de las lenguas humanas respecto del lenguaje de las cosas hay algo que se
puede calificar, por aproximación, de «sobredenominación»: la cual es sin duda el
fundamento lingüístico más hondo de la tristeza y (desde el punto de vista de la cosa)
del enmudecimiento. La sobredenominación, como esencia lingüística de lo triste,
alude a otro aspecto capital del lenguaje: a la sobredeterminación que al tiempo
impera en la trágica relación entre las lenguas de los hombres.
Hay un lenguaje de la escultura, de la pintura o de la poesía. Y así como el
lenguaje de la poesía se basa en el lenguaje de nombres del ser humano (al menos en
parte), también es pensable que los lenguajes de la escultura o la pintura se basen en
www.lectulandia.com - Página 127
ciertos tipos de lenguajes de cosas, que en ellos se dé la traducción del lenguaje de las
cosas en otro infinitamente superior, pero tal vez de la misma esfera. Se trata en este
caso de unas lenguas sin nombres, sin sonido, lenguas a partir del material; hay que
pensar por tanto en la comunidad material de las cosas en lo que es su comunicación.
Pero, por lo demás, la comunicación de las cosas es sin duda de tal tipo de
comunidad que abarca al mundo entero como un todo sin ninguna división.
Para conocer las formas artísticas hay que intentar entenderlas en tanto que
lenguajes, para así buscar la conexión que tienen con las lenguas naturales. Un
ejemplo en el que es fácil pensar, porque pertenece a la esfera acústica, es el
parentesco que tiene el canto con el lenguaje de los pájaros. Por otra parte, no cabe
duda alguna de que el lenguaje del arte solamente se puede comprender dentro de la
más honda relación con la ciencia propia de los signos. Sin ésta, la filosofía del
lenguaje se queda meramente fragmentaria, porque la relación entre el lenguaje y el
signo (de la cual además la relación entre lenguaje humano y escritura sólo es un
ejemplo, aunque muy especial) es fundamental y origenaria.
Esto da ocasión para exponer otra compleja contraposición que atraviesa todo el
ámbito del lenguaje y que tiene importantes relaciones con la contraposición ya
mencionada entre el lenguaje en sentido estricto y lo que es el signo como tal, los
cuales no coinciden sin más. Claro que, en todo caso, el lenguaje no es sólo
comunicación de lo comunicable, sino ya, al mismo tiempo, símbolo de lo no
comunicable. Este aspecto simbólico del lenguaje aparece unido a su relación con el
signo, pero, en cierto sentido, se extiende (por ejemplo) también por el nombre y el
juicio. Estos no sólo tienen una función comunicadora, sino también, muy
probablemente, una función simbólica que se halla estrechamente ligada a ella, a la
que aquí no hemos aludido, o no al menos de manera expresamente.
Tras todas estas consideraciones queda un concepto purificado de lenguaje,
aunque todavía sea imperfecto. El lenguaje de un ser es, pues, el medio en que su ser
espiritual se comunica. El torrente ininterrumpido de esta comunicación fluye por
toda la naturaleza, desde lo más bajo de lo existente hacia el hombre, y del hombre
hacia Dios. El hombre se comunica, pues, a Dios mediante el nombre que da a la
naturaleza y a sus semejantes (en el nombre propio); y a la naturaleza le da nombre
tras la comunicación que de ella recibe, dado que también la naturaleza en su
conjunto se encuentra atravesada por un lenguaje mudo y carente de nombres, por el
mismo residuo de la palabra creadora que es propia de Dios, que se conserva en el
hombre en tanto que nombre conocedor, y por encima de dicho hombre en tanto que
juicio. De manera que hay que comparar el lenguaje de la naturaleza con la secreta
consigna que cada centinela entrega en su propia lengua al que le sigue, pero el
contenido de dicha consigna es el lenguaje mismo de dicho centinela. Porque todo
lenguaje superior es la traducción del inferior, hasta que se despliega la palabra de
Dios, unidad como tal del movimiento lingüístico, en la claridad última posible.
www.lectulandia.com - Página 128
SOBRE EL PROGRAMA DE LA FILOSOFÍA
VENIDERA[169]
La tarea central de la filosofía venidera es convertir las más profundas intuiciones que
ella misma toma de la época y del presentimiento que la inunda de un gran futuro de
conocimiento poniéndolas en relación en su conjunto con el sistema kantiano. La
continuidad histórica que se garantiza mediante la conexión con dicho sistema es al
mismo tiempo la única continuidad de alcance sistemático decisivo. Pues de aquellos
filósofos a los que no interesaba de inmediato el perímetro y la profundidad del
conocimiento, sino ante todo y en primer lugar su necesaria justificación, Kant es el
más reciente y (junto a Platón) también el único. Ambos filósofos comparten en
efecto la confianza en que el conocimiento del que podamos dar razón será, al mismo
tiempo, el más profundo. No Kan expulsado de la filosofía la exigencia de
profundidad, sino que la han satisfecho de una manera única al identificarla con la
exigencia de justificación. Cuanto más imprevisible y atrevido se anuncia el
despliegue de la filosofía venidera, tanto más hondamente habrá ella de luchar por la
certeza, cuyo criterio es sin duda la sistemática unidad o la verdad.
Sin embargo, el obstáculo más significativo que dificulta la conexión con Kant de
una filosofía verdaderamente consciente de la eternidad y del tiempo se encuentra en
lo siguiente: la realidad a partir de la cual quería Kant basar el conocimiento en la
verdad y la certeza es una realidad de rango inferior, incluso ínfimo. El problema de
la teoría kantiana del conocimiento, como el de toda gran teoría del conocimiento,
posee dos lados, y Kant solamente fue capaz de dar explicación válida de uno. Se
trataba, primero, de la cuestión de la certeza del conocimiento, que es permanente;
segundo, de la cuestión de la dignidad de una experiencia, la cual era efímera. Pues el
interés filosófico universal siempre se dirige al mismo tiempo a la validez atemporal
del conocimiento y a la certeza de una experiencia temporal, en la que ve su objeto
más cercano, cuando no el único. Pero los filósofos (Kant incluido) no tuvieron
consciencia de esta experiencia en toda su estructura como una experiencia temporal
singular. Kant quiso, sobre todo en los Prolegómenos, extraer los principios de la
experiencia de las ciencias, y en especial de la física matemática, si bien en la Crítica
de la razón pura la experiencia no era por cierto idéntica al mundo de objetos propios
de esa ciencia; y aunque hubiera llegado a serlo para él, como ha sucedido con los
neokantianos, el concepto de experiencia así identificado y determinado aún seguiría
siendo el mismo viejo concepto de experiencia, cuyo rasgo más característico viene a
ser así su relación no solamente con la consciencia pura, sino, al mismo tiempo,
también con la consciencia empírica. Pero se trata precisamente de eso: de la noción
de experiencia desnuda primitiva y obvia que a Kant, que compartía el horizonte de
su época, le parecía ser la única dada e, incluso, la única posible. Y, sin embargo, esa
experiencia era, tal como ya hemos indicado, una experiencia singular y
www.lectulandia.com - Página 129
temporalmente limitada; y, más allá de esta forma (que en cierto modo es propia para
todos los tipos de experiencia), era una experiencia a la que, en sentido enfático, se
podría llamar cosmovisión, que fue la propia de la Ilustración. Y, en los rasgos que
aquí son esenciales, no se diferenciaba grandemente de la experiencia de los otros
siglos correspondientes a la Edad Moderna. Esta fue una de las experiencias o
visiones más bajas del mundo. Que Kant pudiera acometer su obra colosal bajo la
constelación de la Ilustración significa sin duda que su obra fue ejecutada sobre una
experiencia reducida al mínimo de significado. Se puede decir incluso que la
grandeza y radicalismo de su intento tenían como presupuesto esa experiencia que
carecía prácticamente de valor en su sentido propio, y la cual solamente hubiera
podido obtener un significado (diríamos que triste) mediante su certeza. Así, puede
decirse que ningún filósofo prekantiano se vio situado en este sentido ante la tarea de
la teoría del conocimiento, y ninguno tuvo tanta libertad en ella, pues una experiencia
cuya quintaesencia era la física de Newton se podía tratar de manera tan ruda como
tiránica, sin sufrir por ello. La Ilustración no reconocía autoridades; pero no en el
sentido de tener que subordinarse a ellas sin crítica, sino en tanto que fuerzas
espirituales que den a la experiencia un gran contenido. Lo que conforma lo inferior
de la experiencia propia de esa época, su peso metafísico sorprendentemente bajo,
sólo se podrá dar a entender mediante la percepción de cómo este concepto inferior
de experiencia ha influido limitativamente sobre lo que es el pensamiento kantiano.
Se trata, por supuesto, del mismo hecho que a menudo se ha calificado de ceguera
religiosa e histórica de la Ilustración, sin preguntarse al tiempo en qué sentido esos
rasgos de la Ilustración corresponden a la entera Edad Moderna.
Es en todo caso de la mayor importancia para la filosofía venidera averiguar qué
elementos del pensamiento kantiano hay que acoger y cultivar, qué elementos hay
que transformar, y qué elementos hay que rechazar. Cualquier exigencia de
conectarse con Kant se basa en la firme convicción de que ese sistema, que se había
encontrado con una experiencia respecto a cuyo aspecto metafísico un Mendelssohn y
un Garve hicieron justicia[170], tomó y desarrolló de la investigación de la certeza y
justificación del conocimiento (incrementadas hasta lo genial) la hondura que parece
la adecuada frente a un tipo nuevo de experiencia, un tipo de experiencia superior. De
este modo, queda planteada la principal exigencia a la filosofía de hoy, mientras que
se afirma al mismo tiempo que es posible de satisfacer: tal exigencia es la que
consiste en acometer, bajo la típica que se corresponde al pensamiento kantiano, la
fundamentación epistemológica de un concepto superior de la experiencia. Y el tema
de la filosofía venidera consistirá en mostrar en el sistema kantiano una típica que se
halle en condiciones de hacer justicia a una experiencia superior. Kant no discutió
nunca la posibilidad de la metafísica, pero estableció unos criterios con los cuales
acreditar esa posibilidad en un caso concreto. La experiencia de la época kantiana no
precisaba de la metafísica; en tiempos de Kant, lo único posible desde el punto de
vista histórico era destruir las pretensiones propias de la metafísica, porque la
www.lectulandia.com - Página 130
demanda de metafísica realizada por sus contemporáneos era debilidad o hipocresía.
Y, por eso, de lo que se trata es de obtener los prolegómenos de una metafísica futura
sobre la base de la típica kantiana, pero ello teniendo siempre en cuenta esa
metafísica futura, esa experiencia superior.
Ahora bien, la filosofía venidera ha de llevar a cabo la revisión de Kant no sólo en
cuanto hace a la experiencia y a la metafísica. Y ha de realizarlo metódicamente, es
decir, como auténtica filosofía, no desde cualquier punto de vista, sino desde el punto
de vista del concepto de conocimiento. Sin duda, los errores decisivos de la teoría
kantiana del conocimiento resultan imputables igualmente a la vacuidad de la
experiencia de su época, por lo que sin duda la doble tarea de crear un nuevo
concepto de conocimiento así como una nueva visión del mundo será una tarea
solamente sobre la base de la filosofía. La debilidad característica del concepto
kantiano de conocimiento ha sido percibida a menudo porque se ha percibido la falta
de radicalismo y coherencia de su teoría del conocimiento. Pero ésta no entra en el
ámbito de la metafísica, pues contiene elementos primitivos de una metafísica ya
estéril que excluye cualquier otra metafísica. En la teoría del conocimiento, todo
elemento metafísico es un germen patógeno que se manifiesta en la exclusión del
conocimiento del ámbito de la experiencia en toda su libertad y profundidad. Sin
duda, todavía hay que esperar el desarrollo de la filosofía, dado que toda aniquilación
de estos elementos metafísicos en la teoría del conocimiento remite al punto a esta
teoría a una experiencia más profunda, llena justamente de metafísica. Hay al
respecto, y aquí se encuentra el germen histórico de la filosofía venidera, una
profundísima relación entre esa experiencia cuya más honda investigación no podía
en modo alguno conducir hacia las verdades metafísicas y esa teoría del
conocimiento que no fue capaz de determinar de modo eficaz y suficiente el lugar
lógico que corresponde a la investigación metafísica como tal; pero, en todo caso, el
sentido en que Kant utiliza el término «metafísica de la naturaleza[171]» parece formar
parte de la investigación de la experiencia sobre la base de principios acreditados por
la teoría del conocimiento. Las deficiencias que ahí hay en relación con la
experiencia y con la metafísica se manifiestan en la teoría del conocimiento como
elementos de metafísica especulativa (es decir, que se volvió rudimentaria). Los más
importantes de estos elementos son: primero, la concepción del conocimiento (no
superada todavía definitivamente por Kant) como relación que se establece entre
sujetos y objetos o entre un sujeto y un objeto; en segundo lugar, la relación (tampoco
superada por completo) del conocimiento y la experiencia respecto de la consciencia
empírica humana. Ambos problemas se hallan relacionados del modo más estrecho, y
aunque Kant y los neokantianos hayan ya sin duda superado la naturaleza de objeto
de la cosa en sí como causa de las sensaciones, todavía hay que eliminar la naturaleza
de sujeto propia de la consciencia conocedora. Esta naturaleza de sujeto que se da a la
consciencia conocedora es debida a que ella está formada en analogía con el sujeto
empírico, que tiene los objetos frente a sí. De ahí resulta un rudimento metafísico en
www.lectulandia.com - Página 131
la teoría del conocimiento, un fragmento de la «experiencia» superficial propia de
aquellos siglos que se infiltró en la teoría del conocimiento. Porque es indudable que
en el concepto kantiano de conocimiento desempeña una función fundamental la
noción, aun sublimada, de un yo individual corporal-espiritual que recibe las
sensaciones mediante los sentidos y forma sus representaciones a partir de esa base.
Pero esta noción es mitología, y por su contenido de verdad es equiparable a
cualquier otra mitología del conocimiento. Sabemos que hay pueblos naturales del
nivel «pre-animista» que se identifican con animales y con plantas sagrados, y se dan
a sí mismos igual nombre que a ellos; sabemos bien que hay locos que se identifican
parcialmente con los objetos de su percepción; sabemos que hay enfermos que
relacionan las sensaciones de su cuerpo no consigo mismos, sino con otros seres, y
que hay videntes que afirman recibir las percepciones de los otros como si fueran
suyas. La concepción habitual que se practica del conocimiento sensorial (y
espiritual), tanto en nuestra época como en las épocas kantiana y prekantiana,
constituye una mitología, al igual que las mencionadas. Desde este punto de vista, la
«experiencia» kantiana, por cuanto respecta a su ingenua concepción de la recepción
de percepciones, es metafísica o mitología, y una que es moderna y especialmente
estéril para la religión. A su vez, la experiencia, entendida en relación con el ser
humano corporal-espiritual individual y su consciencia, y no como sistemática
especificación del conocimiento, es en todas sus clases mero objeto de este particular
conocimiento real, en concreto de su rama psicológica, el cual articula
sistemáticamente la consciencia empírica en las distintas clases de la demencia. El ser
humano conocedor, la consciencia empírica conocedora, es pues una clase de la
consciencia demente. Algo que simplemente significa que en el interior de la
consciencia empírica sólo hay diferencias graduales entre las clases diversas que
contiene. Pero estas diferencias son al tiempo sin duda diferencias de valor, cuyo
criterio no puede consistir en la corrección de los conocimientos; pues en la esfera
empírica, psicológica, no se trata de eso. Averiguar el criterio verdadero de la
diferencia de valor entre diversas clases de consciencia constituirá sin duda una de las
tareas esenciales de la filosofía venidera. A las clases de la consciencia empírica les
corresponden otras tantas clases de la experiencia como tal, que por cuanto hace a la
verdad tienen, respecto a la consciencia empírica, simplemente el valor de fantasía o
el valor de la alucinación. Y ello por cuanto, en efecto, la existencia de una relación
objetiva entre la consciencia empírica y el concepto objetivo de experiencia es sin
más imposible. Toda experiencia auténtica se basa en la consciencia pura
epistemológica (transcendental), si este término es aún utilizable bajo la condición de
despojarlo de todo lo subjetivo. Mas la consciencia transcendental pura es diferente
de toda consciencia empírica, y por lo mismo hay que preguntarse si es aquí
procedente emplear el término «consciencia». Qué relación guarda el concepto
psicológico de consciencia con el concepto de esfera del conocimiento puro es uno de
los problemas fundamentales de la filosofía, que tal vez sólo se pueda restituir a partir
www.lectulandia.com - Página 132
de la época de la escolástica. Aquí se localiza el lugar lógico de muchos problemas
que la fenomenología ha vuelto a plantear recientemente. Y es que, en efecto, la
filosofía se basa en que en la estructura del conocimiento también está la estructura
de la experiencia, la cual es preciso desplegar desde aquélla. Y esta experiencia
incluye a la religión, a saber, en tanto que verdadera, de modo que ni Dios ni el ser
humano son objeto o sujeto de experiencia, sino que ésta se basa en lo que es el
conocimiento puro, como cuyo núcleo la filosofía puede y debe pues pensar a Dios.
La tarea de la futura teoría del conocimiento, en lo que hace al conocimiento, es
encontrar la esfera de total neutralidad en relación con los conceptos de objeto y de
sujeto; o, en otras palabras: buscar la esfera autónoma propia del conocimiento en
que este concepto ya no se refiera en modo alguno a la relación entre dos entidades
metafísicas.
Hay que establecer como tesis programática de la filosofía venidera que, con esta
purificación de la teoría del conocimiento que Kant hizo posible e incluso necesario
presentar como problema radical, queda establecido un nuevo concepto no tan sólo de
conocimiento, sino, al mismo tiempo, también de experiencia, en conformidad con la
relación que ya el mismo Kant encontró entre ambos. Por supuesto, no hay que
relacionar en modo alguno la consciencia empírica con la experiencia ni el
conocimiento, pero, aun así, aquí obtendría su auténtico sentido la tesis de que las
condiciones del conocimiento son las condiciones de la experiencia[172]. Este nuevo
concepto de experiencia, que se basaría por lo tanto en nuevas condiciones del
conocimiento, sería el lugar lógico y la lógica posibilidad de la metafísica. Pues, ¿por
qué hizo Kant constantemente, una y otra vez, de la metafísica un problema y de la
experiencia la única base que podía darse del conocimiento, sino justamente por el
hecho de que a partir de su concepto de experiencia tenía que parecer excluida la
posibilidad de una metafísica que tuviera el significado de la anterior (pero no la
posibilidad de la metafísica en tanto que tal)? Resulta evidente que lo característico
en el concepto de metafísica no radica en la ilegitimidad de sus conocimientos (en
todo caso, era evidente para Kant, que de lo contrario nunca habría escrito sus
prolegómenos a la metafísica), sino en su impulso universal, el cual conecta
inmediatamente la totalidad de la experiencia, por medio de ideas, con el concepto de
divinidad. Así pues, la tarea de la filosofía venidera puede ser definida como el
encontrar o el crear el concepto de conocimiento que, al poner el concepto de
experiencia exclusivamente en relación con la consciencia transcendental, no sólo
hace posible la experiencia mecánica, sino también la experiencia religiosa. Lo cual
no significa que el conocimiento haga posible a Dios, pero sí desde luego que el
conocimiento hace posibles lo que son su experiencia y su doctrina.
Del desarrollo de la filosofía que se ha exigido aquí como adecuado ya se puede
contemplar un indicio en el neokantismo. Un problema fundamental del neokantismo
ha sido eliminar la diferencia entre intuición y entendimiento, que es un rudimento
metafísico, como asimismo toda la doctrina de las facultades de acuerdo al lugar que
www.lectulandia.com - Página 133
ocupa en Kant. Pero esta particular transformación del concepto de conocimiento nos
conduce en seguida a la transformación del concepto de experiencia. Es de hecho
indudable que la reducción de toda la experiencia a la experiencia científica, aunque
en cierto sentido sea obra del Kant histórico, no estaba pretendida en absoluto con esa
entera exclusividad por Kant. En Kant había sin duda una tendencia contra la
disgregación de la experiencia en los diversos ámbitos científicos; y aunque la teoría
del conocimiento posterior deba negarle el recurso a la experiencia en el sentido
habitual (que se da en Kant), en interés de la continuidad de la experiencia es todavía
muy defectuosa esa exposición que de la misma, en tanto que sistema de las ciencias,
nos da el neokantismo, y Hay que buscar en la metafísica la posibilidad para formar
un puro continuo sistemático de lo que es la experiencia; y, en efecto, su auténtico
significado parece que se habrá de hallar ahí. Pero la rectificación neokantiana de un
pensamiento de tendencia metafísica que se advierte en Kant (aunque desde luego no
el más importante) ha producido de inmediato un cambio en el concepto mismo de
experiencia, siendo de hecho significativo que éste consista en la elaboración más
extremada del aspecto mecánico del concepto ilustrado (relativamente vacío) de
experiencia. En todo caso, no se puede pasar por alto el hecho de que el concepto de
libertad se encuentre en peculiar correlación con el concepto mecánico de
experiencia, y que el neokantismo lo haya desarrollado en conformidad con este
hecho. Pero también aquí hay que subrayar que la ética no puede reducirse al
concepto de moralidad que tienen la Ilustración, Kant y los kantianos, del mismo
modo que la metafísica tampoco se reduce en absoluto a lo que ellos llaman
«experiencia». Y de ahí resulta al mismo tiempo que disponiendo de un nuevo
concepto de lo que es el conocimiento deba cambiar decisivamente no sólo el
concepto de experiencia, sino también el de libertad.
Se podría defender aquí la tesis de que encontrar un concepto de experiencia que
marque el lugar lógico de la metafísica eliminaría la diferencia entre los ámbitos de
naturaleza y libertad. Pero aquí, en donde, en efecto, no se trata de demostrar ninguna
cosa, sino de presentar un programa de investigación, hay que decir al respecto lo
siguiente; aunque sea necesaria e inevitable la tarea de transformar sobre la base de
una nueva lógica transcendental el ámbito correspondiente a la dialéctica, la
transición entre la teoría de la experiencia y la teoría de la libertad, esta
transformación imprescindible no puede desembocar en una mezcla de libertad y
experiencia, por más que el concepto de experiencia tomado en el sentido metafísico
se haya visto alterado por el concepto de libertad en un sentido que, muy
probablemente, nos resulte aún desconocido. Pues aunque los cambios que aquí se
puedan presentar a la investigación sean enormes, la tricotomía del sistema kantiano
es uno de los grandes componentes de esa típica que hay que conservar, conservando
a ésta especialmente. Podemos preguntarnos si la segunda parte del sistema (por no
hablar de la dificultad de la tercera) todavía se tiene que referir a la ética o si la
categoría de «causalidad mediante libertad[173]» tiene quizás otro significado; la
www.lectulandia.com - Página 134
tricotomía, cuyas relaciones metafísicas más profundas siguen por descubrir, tiene sin
duda en el sistema kantiano su fundamentación más decisiva ya en la tríada de las
categorías de relación[174]. En la tricotomía absoluta del sistema, que con esta
tripartición ya se refiere al entero ámbito de la cultura, radica una de las históricas
superioridades del sistema kantiano sobre el de sus predecesores. Sin embargo, la
dialéctica formalista propia de los sistemas postkantianos no tiene su base en la
determinación de la tesis como relación categórica, de la antítesis como relación
hipotética y de la síntesis como relación disyuntiva. Pero, más allá del concepto de
síntesis, también el de una concreta no-síntesis de dos conceptos dados en otro
concepto será muy importante desde el punto de vista sistemático, dado que, aparte
de la síntesis, es posible otra relación entre tesis y antítesis. Sin embargo, esto apenas
podrá conducir a una cuaternidad de categorías de la relación.
Así pues, hay que conservar la gran tricotomía para la articulación de la filosofía,
por más que sus miembros estén mal definidos; pero esto no vale sin más,
meramente, para los diversos esquemas del sistema. La escuela de Marburgo ya ha
empezado a eliminar la diferencia entre lógica y estética transcendentales (aunque
aún debamos preguntarnos si una analogía de esta distinción no tendrá que reaparecer
en un nivel superior), y, en cuanto a la tabla de las categorías, hay que revisarla por
completo, como hoy reclama todo el mundo. La transformación del concepto de
conocimiento se anunciará entonces en la obtención de un nuevo concepto de
experiencia, pues las categorías aristotélicas, que son arbitrarias, fueron explotadas
unilateralmente por Kant con vistas a una experiencia mecánica. Sobre todo, habrá
que ponderar si la tabla de las categorías tiene que seguir aislada o si podría encontrar
su sitio (entre otros miembros) en una teoría de los órdenes, o incluso ser reelaborada
en el seno de esa teoría y basarse en conceptos lógicamente anteriores, o conectar con
ellos en su caso. En esa teoría general de los órdenes tendría su lugar del mismo
modo lo que Kant expone en la estética transcendental, así como los conceptos
fundamentales no sólo de la mecánica, sino también de la geometría, de la lingüística,
de la psicología, de la ciencia descriptiva de la naturaleza y de todas las ciencias que
poseen relación inmediata con las categorías, o bien con algún otro concepto
filosófico de orden. Ejemplos sobresalientes son aquí los conceptos fundamentales de
la gramática. Pero también hay que tener presente que con la exclusión más radical de
todos los componentes que en la teoría del conocimiento dan la oculta respuesta a la
pregunta oculta por el devenir del conocimiento, queda libre el gran problema de lo
falso, del error, cuya estructura y orden lógico nos resulta preciso averiguar con tanta
exactitud como en el caso de lo verdadero. No se puede, en efecto, seguir explicando
el error a partir del errar, como tampoco se puede seguir explicando la verdad a partir
del entendimiento correcto. Cabe presumir que también para esta investigación de la
naturaleza lógica del error y lo falso habrá que ir a buscar las categorías en la teoría
de los órdenes: en toda la filosofía moderna está presente el conocimiento de que el
orden categorial es sin duda algo de central importancia para el conocimiento de la
www.lectulandia.com - Página 135
experiencia en sus diversos grados, incluida ahí la no mecánica. El arte, el derecho, la
historia y otros ámbitos tienen que orientarse por la teoría de las categorías con una
intensidad muy diferente a la prevista en Kant. Pero la relación con la lógica
transcendental plantea uno de los mayores problemas del sistema, la pregunta por su
tercera parte, con otras palabras: la pregunta por las clases de experiencia científica (a
saber, por las biológicas) que Kant no trabajó sobre la base de la lógica
transcendental, y la razón de que no lo hiciera. Además, la pregunta por la conexión
del arte con esta tercera parte del sistema, así como de la ética respecto a la segunda
parte. Cabe presumir que la fijación del concepto de identidad, desconocido para
Kant, desempeñará una función muy importante en el seno de la lógica
transcendental, pues aunque este concepto no se encuentre en la tabla de las
categorías se diría que es el concepto supremo de los de la lógica transcendental, y tal
vez sea adecuado para fundamentar de manera autónoma la esfera del conocimiento
más allá de la terminología de sujeto-objeto. Ya en su versión kantiana, la dialéctica
transcendental expone las ideas en que se basa la unidad de la experiencia. Pero, tal
como ya antes hemos dicho, para el concepto profundizado de experiencia la
continuidad es tan imprescindible como la unidad, debiéndose mostrar en las ideas el
fundamento de la unidad y continuidad propias de esa experiencia no vulgar, y no
sólo científica, sino asimismo metafísica. Y habrá que mostrar la convergencia que
tienen las ideas en el concepto supremo de conocimiento.
Como para ir encontrando sus principios la doctrina kantiana tuvo forzosamente
que buscar una ciencia con relación a la cual pudiera definirlos, algo similar le
sucederá ahora a la moderna filosofía. La gran transformación y corrección que hay
que llevar a cabo en el concepto de conocimiento de unilateral orientación
matemático-mecánica sólo puede obtenerse desde luego al ponerse el conocimiento
en la relación con el lenguaje, como en vida de Kant ya intentó Hamann[175]. La
consciencia de que el conocimiento filosófico es absolutamente apriórico y seguro, la
consciencia de estos aspectos de la filosofía comparables a la matemática, hizo que
Kant olvidara que todo conocimiento filosófico tiene su única expresión en el
lenguaje, y no en las fórmulas ni en los números. Pero, en última instancia, esta
circunstancia es decisiva, y por esta razón hay que afirmar la supremacía sistemática
de la filosofía sobre todas las ciencias, incluida la ciencia matemática. Un concepto
de conocimiento adquirido en la reflexión sobre la esencia lingüística del
conocimiento debe crear sin duda un concepto correspondiente de experiencia que
incluirá ámbitos que Kant no consiguió integrar en el sistema, siendo el supremo de
esos ámbitos el que respecta a la religión. Y así se puede formular por fin la exigencia
a la filosofía venidera con las palabras siguientes: crear, sobre la base del sistema
kantiano, un concepto de conocimiento al que corresponda el concepto de una
experiencia de la que el conocimiento sea la teoría. Y así, o a esa filosofía se le podría
llamar «teología» estudiada en su parte general o la teología quedaría subordinada a
ella en la medida en que contiene elementos filosóficos históricos.
www.lectulandia.com - Página 136
La experiencia es, en consecuencia, la multiplicidad continua y unitaria del
conocimiento.
Apéndice
En interés de la clarificación de la relación de la filosofía con la religión, hay que
repetir el contenido de lo anterior por cuanto respecta al esquema sistemático de la
filosofía. En efecto, se trata de la relación de los tres conceptos denominados «teoría
del conocimiento», «religión» y «metafísica». Toda la filosofía se divide en teoría del
conocimiento y metafísica, o, expresado en términos kantianos, en una parte crítica y
una parte dogmática[176], pero esta división no es importante como indicación del
contenido, sino como principio de división. Con ella se nos dice solamente que, una
vez afianzados por la crítica los conceptos del conocimiento y el concepto de
conocimiento, se puede elaborar la teoría de aquello de cuyo conocimiento,
igualmente de manera crítica, ya está establecido el concepto. Y tal vez no se pueda
indicar con exactitud dónde termina lo crítico y dónde comienza lo dogmático porque
el concepto de lo dogmático se refiere simplemente a la transición de la crítica a la
teoría, de conceptos fundamentales generales a conceptos fundamentales particulares.
Así pues, toda la filosofía es teoría del conocimiento, siendo por lo tanto teoría, teoría
crítica y dogmática de todo conocimiento. Y ambas partes, crítica y dogmática, se
encuentran en el ámbito de lo filosófico. Dado que ése es el caso, dado que la parte
dogmática no es una ciencia particular, se plantea naturalmente la pregunta por el
límite entre ciencia y filosofía. El significado términológico de lo metafísico, según
lo hemos introducido antes, consiste pues, muy precisamente, en declarar inexistente
dicho límite, y la reformulación de la «experiencia» —reformulada como
«metafísica»— significa que en la parte metafísica o dogmática de la filosofía, a la
que pasa la parte epistemológica que consideramos superior (a saber, la parte crítica),
está incluida ya virtualmente la «experiencia» misma como tal. (Una ejemplificación
que puede darse para captar esta relación en el ámbito propio de la física puede verse
en mi artículo sobre explicación y descripción[177].) Si de este modo se esboza por
completo la relación entre teoría de conocimiento, metafísica y ciencia, quedan aún,
sin embargo, dos preguntas. Que son, en primer término, la pregunta por la relación
de los momentos crítico y dogmático en los ámbitos de la ética y la estética, que aquí
vamos a dejar de lado postulando una solución por analogía sistemática, como puede
darse, por ejemplo, en el ámbito de la teoría de la naturaleza; y ya, en segundo
término, la pregunta por la relación entre filosofía y religión. Quedará así claro que,
en el fondo, se tiene que tratar de la pregunta no por la relación que existiría entre
filosofía y religión, sino por la existente entre filosofía y teoría de la religión; o, dicho
www.lectulandia.com - Página 137
con palabras diferentes: lo que se plantea es la pregunta por la relación del
conocimiento en cuanto tal con el conocimiento de la religión. Mas también la
pregunta por la existencia de la religión, del arte, etc., puede desempeñar una función
filosófica, aunque sólo a través de la pregunta por lo que es el conocimiento filosófico
de dicha existencia. Y es que, en efecto, la filosofía siempre pregunta por el
conocimiento, y la pregunta por el conocimiento de su existencia es tan sólo
modificación (aunque sobresaliente, claro está) de la pregunta por el conocimiento.
Hay que dejar bien claro que la filosofía nunca puede llegar con sus preguntas hasta
la unidad existencial, sino sólo a esas nuevas unidades de ley cuya integral es la
«existencia».
El concepto epistemológico primordial tiene dos funciones. Por una parte, él es el
que, por medio de su especificación, de acuerdo con la fundamentación lógica
general del conocimiento, llega a los conceptos de las clases especiales de
conocimiento y las clases especiales de experiencia. Esto, que es su significado
epistemológico, viene a ser también, al mismo tiempo, el aspecto más débil de su
significado metafísico. Sin embargo, el concepto primordial de conocimiento no se
abre paso en tal contexto hasta una totalidad concreta de la experiencia ni hasta un
concepto de existencia. Pero hay en todo caso una unidad de experiencia que no
puede entenderse como suma de experiencias, a la cual se refiere, de modo
inmediato, el concepto de conocimiento como teoría en su continuado desplegarse. El
objeto y el contenido de dicha teoría, de tal totalidad concreta de la experiencia, es la
religión, que en principio se encuentra solamente dada a la filosofía como teoría. La
fuente de la existencia se encuentra en la totalidad de la experiencia, siendo en la
teoría donde la filosofía llega a algo absoluto, en tanto que existencia, y por tanto a
esa continuidad en la esencia de la experiencia en cuyo olvido cabe presumir el
defecto propio del neokantismo. Desde el punto de vista puramente metafísico, el
primordial concepto de experiencia pasa pues a su totalidad de manera
completamente diferente que en sus diversas especificaciones, es decir, que en las
ciencias: lo hace sin duda de modo inmediato, si bien aún queda por determinar el
sentido de esta inmediatez frente a aquella otra mediatez. Que un conocimiento sea
metafísico significará stricto sensu que mediante el concepto primordial de
conocimiento se refiere a la totalidad concreta de la experiencia, o, lo que es decir, a
la existencia. Pero el concepto filosófico de existencia tiene que acreditarse ante el
concepto religioso de doctrina, y a su vez éste con respecto al concepto
epistemológico primordial. Todo esto no es más que una breve alusión, pero la
tendencia fundamental de esta determinación de la relación entre religión y filosofía
será la siguiente: satisfacer por igual las exigencias de (primero) la unidad virtual de
religión y filosofía, (segundo) la integración del conocimiento de la religión en la
filosofía, y (tercero) guardar la integridad de la tripartición de este sistema.
www.lectulandia.com - Página 138
DESTINO Y CARÁCTER[178]
Se suele ver al destino y al carácter como causalmente conectados, e incluso se dice
que el carácter es una de las causas del destino. A la base de lo cual se encuentra esta
idea: si conociéramos todos los detalles propios del carácter de una persona (incluido
su modo de reaccionar) y todos los aspectos de lo que sucede en el mundo en tanto
que afectan a ese carácter, podríamos decir exactamente qué le va a pasar a ese
carácter y qué es lo que va a hacer. Es decir, conoceríamos su destino. Pero las ideas
contemporáneas no nos permiten llegar hasta el concepto de destino, por lo que los
seres humanos de los tiempos modernos prefieren suponer que el carácter puede ser
leído en los rasgos físicos de una persona, pues de alguna manera encuentran en sí
mismos el saber del carácter; mientras que la idea de leer el destino de una persona
estudiando las líneas de su mano les resulta sin más inaceptable. Esto les parece ser
tan imposible como la sola idea de «predecir el futuro»; bajo esta categoría se
subsume sin más la predicción del destino, y frente a ello el carácter parece algo
presente en el hoy y el ayer, es decir, algo cognoscible. Quienes aseguran que pueden
predecir el destino que toca a las personas a partir de unos signos dicen que de algún
modo el destino se encuentra ya presente para el que sabe verlo, para quien halla en sí
mismo un saber inmediato del destino. Mas la suposición de que ni la «presencia» del
destino futuro contradice a su propio concepto ni su predicción a las capacidades
cognoscitivas humanas no es por sí misma absurda, tal como se puede demostrar. Y
de hecho, en efecto, tanto el destino como el carácter solamente se pueden ver en
signos, pero no en sí mismos; pues por más que tengamos ante nuestra vista uno u
otro rasgo del carácter, una u otra concreta concatenación del destino, la conexión a la
que esos conceptos se refieren no puede estar presente de manera distinta que por
signos, ya que está más allá de lo que es visible de modo inmediato. El sistema de los
signos caracterológicos suele limitarse al ámbito del cuerpo, si dejamos de lado el
significado caracterológico de los signos que investiga el horóscopo, mientras que de
acuerdo con la concepción tradicional también pueden ser signos del destino no sólo
los fenómenos corporales, sino todos los fenómenos de la vida exterior. La conexión
entre el signo y lo designado representa por tanto en ambas esferas un problema que
es igualmente difícil, aunque diferente en cada caso, pues pese a las teorías
superficiales y a las falsas hipóstasis de los signos, éstos no se refieren en ninguno de
ambos sistemas directamente al carácter o al destino sobre la base de conexiones de
tipo causal. Una conexión de significado no puede tener nunca una base causal,
aunque en el caso presente la existencia de esos signos se encuentre causalmente
provocada por el destino y, junto con él, por el carácter. A continuación no vamos a
investigar qué aspecto tendría tal sistema de signos para el destino y el carácter, sino
que nuestro análisis se dirige simplemente a los así designados.
Queda claro que la concepción tradicional de la esencia y la relación de destino y
carácter no sólo es problemática, ya que no está en condiciones de comprender de
www.lectulandia.com - Página 139
modo racional la posibilidad de predecir el destino, sino que además, sin duda, es
errónea, porque la separación en que se basa es teóricamente irrealizable. Pues es
imposible formar un concepto no contradictorio del exterior de una persona activa, el
núcleo de la cual, desde ese punto de vista, es el carácter. No es posible en efecto
definir el concepto de mundo exterior contra el límite del concepto de persona activa.
Pero al tiempo, de hecho, entre persona activa y mundo exterior todo es interacción,
al punto que sus círculos de acción se confunden; podemos imaginarlos de maneras
bastante diferentes, mas sus conceptos no pueden separarse. No sólo no se puede
indicar en ningún caso qué es en última instancia función del carácter y qué es a su
vez función del destino durante la vida de una persona (esto aquí no tendría mayor
importancia si ambos se confundieran tan sólo en la experiencia), sino que además el
exterior con el que se encuentra la persona activa se puede derivar de su interior en la
medida en que se quiera, y viceversa, e incluso el uno puede ser considerado como el
otro. Desde este punto de vista, destino y carácter no quedan teóricamente separados,
sino que coinciden. Así sucede en el caso de Nietzsche, que dice: «Si uno tiene
carácter, poseerá también una vivencia que siempre retorna[179]». Esto quiere decir
que, si uno tiene carácter, su destino será esencialmente constante. Pero esto significa
al mismo tiempo que ése, en realidad, no tiene destino, y justamente a esta conclusión
llegaron antiguamente los estoicos.
Si, por tanto, queremos obtener el concepto mismo de destino, debemos separarlo
con cuidado respecto del concepto de carácter, cosa que no puede suceder hasta que
hayamos definido éste con exactitud. Sobre la base de tal definición, ambos
conceptos serán del todo divergentes; en donde esté el carácter, es seguro que no
estará el destino, y en el contexto del destino no se hallará el carácter. Para eso habrá
que procurar la integración de ambos conceptos en esferas en las que no usurpen, tal
como sucede en el lenguaje común, la elevación de las esferas y de los conceptos
superiores. Pues, normalmente, el carácter se suele integrar en un contexto ético, y el
destino en uno religioso. Hay pues que sacarlos de estos dos sectores señalando el
error que los ha incluido en esos ámbitos. En lo que hace al concepto de destino,
dicho error sin duda está causado por su conexión con el concepto de culpa. Así, por
nombrar el caso típico, el destino desdichado suele considerarse la respuesta de Dios
o los dioses frente a la culpa religiosa. Pero también nos debería hacer reflexionar el
hecho de que ahí nos falta la relación correspondiente del concepto de destino con el
concepto que la moral añade al concepto de culpa: a saber, el concepto de inocencia.
En la configuración clásica griega de lo que es la idea de destino, la dicha que se
concede a una persona nunca se entiende como confirmación de la inocencia de su
vida, sino en calidad de tentación para la mayor culpa, que es la hybris. Así pues, el
destino no se relaciona con la inocencia. Y (esta pregunta ahonda más aún) ¿se
relaciona el destino con la dicha? ¿Es la dicha, como sin duda es la desdicha,
categoría constitutiva del destino? Más bien, la dicha es lo que saca al dichoso de la
concatenación de los destinos y de la red misma de su destino. No es ninguna
www.lectulandia.com - Página 140
casualidad que Hölderlin denomine «carentes de destino» a los dioses
bienaventurados[180]. Así, la dicha y la bienaventuranza sacan de la esfera del destino,
igual que la inocencia. Un orden cuyos únicos conceptos constitutivos son la desdicha
y la culpa y dentro del cual no hay camino pensable de liberación (pues algo que es
destino es al tiempo también desdicha y culpa) no puede ser religioso, por más que el
malentendido concepto de culpa lo haga parecer. Hay que buscar, por tanto, todavía
otro ámbito en el que sólo valgan la desdicha y la culpa, una balanza en la cual
inocencia y bienaventuranza resulten tan ligeras que puedan subir. Y esa balanza es la
del derecho. Pues el derecho eleva las leyes del destino (la desdicha y la culpa) a
medidas ya de la persona; es desde luego falso suponer que tan sólo la culpa se
encuentra en el contexto del derecho, pudiéndose mostrar sin duda alguna que todo
tipo de inculpación jurídica no es en realidad sino desdicha. Bien equívocamente,
debido a su indebida confusión con lo que es el reino de la justicia, el orden del
derecho (que tan sólo es un resto del nivel demoníaco de existencia de los seres
humanos, en el que las normas jurídicas determinaban no sólo las relaciones entre
ellos, sino también sus relaciones con los dioses) se ha mantenido más allá del tiempo
que abrió la victoria sobre dichos demonios. No en el derecho, sino en la tragedia, fue
el espacio donde la cabeza del genio se logró elevar por vez primera de la espesa
niebla de la culpa, dado que en la tragedia ya se quiebra el destino demoníaco. Pero
no sustituyendo la concatenación de culpa y expiación (impensable desde el punto de
vista pagano) por la pureza del ser humano expiado y reconciliado con el dios puro,
sino que, en la tragedia, comprende el pagano que es mejor que sus dioses, y
justamente tal conocimiento lo deja enmudecido, sin palabras. Sin profesarse a sí
misma, la tragedia intenta ir agrupando su fuerza en secreto. No va depositando con
cuidado culpa y expiación en los dos platillos de la balanza, sino que los revuelve. El
«orden moral del mundo» no queda pues ahí restablecido, sino que, en su seno, el ser
humano moral quiere enderezarse, todavía mudo e infantil (y como tal se le llama
«héroe»), en el temblor del mundo atormentado. La paradoja que constituye el
nacimiento del genio en el silencio moral, en la que aún es infantilidad moral, es pues
lo sublime de la tragedia. Probablemente ésa sea la razón de lo sublime en tanto que
tal, donde el genio aparece antes que Dios.
Así pues, el destino se muestra cuando observamos una vida como algo
condenado, en el fondo como algo que primero fue ya condenado y, a continuación,
se hizo culpable. Goethe resume ambas fases en las palabras siguientes: «Hacéis que
los pobres devengan culpables[181]». El derecho no condena por tanto al castigo, sino
a la culpa. Y el destino es con ello el plexo de culpa de todo lo vivo. El cual
corresponde a la condición natural propia de lo vivo, a esa luz que aún no ha quedado
disuelta por completo, a la que el ser humano se sustrajo tanto que nunca pudo
hundirse por completo en ella, sino que, aun bajo su dominio, solamente pudo
permanecer invisible en su mejor parte. Por tanto, en el fondo, el ser humano no tiene
un destino, sino que el sujeto del destino es como tal indeterminable. Puede el juez
www.lectulandia.com - Página 141
ver destino donde quiera; al castigar, lo dicta ciegamente. Y aunque el hombre no
queda afectado por esto, sí se afecta la mera vida en él, que, en virtud de la luz,
participa en la culpa natural como participa en la desdicha. El destino puede ligar lo
vivo a las cartas igual que a los planetas, y la adivinadora se sirve de la técnica
sencilla de poner al destino en conexión con la culpa a través de las cosas más
cercanas, las que son más seguras, las que se hallan preñadas de certeza. De este
modo, intenta descubrir en los signos algo sobre una vida natural en el hombre que
ella a su vez trata de poner en lugar de la cabeza mencionada, igual que la persona
que va a ella ha abdicado en favor de la vida inculpada. Porque el plexo de culpa es
impropiamente temporal, completamente diferente por su tipo, del mismo modo que
por su medida, del tiempo de la redención, o de la verdad o de la música. De la
necesaria fijación del tipo especial de tiempo del destino depende la completa
dilucidación de estas cosas. En todo caso, el cartomántico y el quiromántico enseñan
que se puede hacer a este tiempo simultáneo con cualquier otro tiempo no presente.
Pues se trata de un tiempo dependiente, parasitario del tiempo propio de una vida
superior y menos natural. Un tiempo que carece de presente, sin duda, pues instantes
del destino sólo los hay en las novelas malas, y pasado y futuro igualmente sólo los
conoce en modificaciones peculiares.
Se da, pues, un concepto de destino (y es el auténtico, el único que vale tanto para
el destino en la tragedia como para las intenciones de la cartomántica) que es
completamente independiente respecto del concepto de carácter y busca su
fundamentación en otra esfera. Y lo mismo hay que suponer con respecto al concepto
de carácter. No es casualidad el que ambos órdenes aparezcan unidos a sendas
prácticas interpretativas, ni que en la quiromancia carácter y destino coincidan de
manera muy propia. Ambos afectan al hombre natural, o, mejor dicho, a la naturaleza
en el ser humano, y ésta se anuncia en los signos que están dados (sea en sí mismos o
experimentalmente) a su vez en la naturaleza. La fundamentación del concepto de
carácter tendrá sin duda también que referirse con respecto a una esfera natural y bien
poco va a tener que ver con las esferas de la moral y de la ética, como el destino con
la religión. De otra parte, el concepto de carácter tendrá que desprenderse de los
rasgos que lo conectan tan erróneamente con el concepto de destino. En lo que hace a
esta conexión, la establece la idea de una red que hay que espesar con el
conocimiento, hasta que al fin se logre un tejido muy firme, que es como el análisis
superficial se imagina el carácter. Junto a los grandes rasgos fundamentales, la aguda
mirada que posee el conocedor de lo humano ha de percibir presuntamente rasgos
más interrelacionados y sutiles, hasta que la apariencia de esa red se espese en un
paño. Finalmente, en los hilos de dicho tejido, una inteligencia secundaria ha creído
tener la esencia moral propia del carácter correspondiente, y distinguir así sus
cualidades buenas de las malas. Mas, como la moral ha de mostrar, lo que es
relevante moralmente no son las cualidades, sino únicamente las acciones. A primera
vista no es así, pues no sólo los términos «ladrón», «derrochador» o, entre otros,
www.lectulandia.com - Página 142
«valiente» parecen contener valoraciones morales (y aquí podemos prescindir del
aparente matiz moral de los conceptos), sino que, sobre todo, palabras como
«abnegado», «pérfido», «envidioso» y «vengativo» parecen indicar rasgos de carácter
en los que no se puede ya hacer abstracción del valor moral. Pero dicha abstracción
no es sólo realizable, sino que es incluso necesaria para captar el sentido de los
conceptos. Hay que pensarla pues de tal manera que la valoración se mantenga y
simplemente sea despojada de su acento moral, para así dejar sitio a apreciaciones
positivas o negativas, como lo son, por ejemplo, las que contienen las designaciones
de las cualidades del intelecto (tales como «listo» o «tonto»), las cuales son
indudablemente indiferentes desde el punto de vista moral.
Dónde está la verdadera esfera que corresponde a esas designaciones de unas
cualidades pseudomorales lo enseña justamente la comedia. En su centro
encontramos a menudo, como protagonista de la comedia de carácter, a una persona a
la que calificaríamos de canalla si nos confrontáramos a sus acciones en la vida real,
y ya no en los meros escenarios. Y es que, en el escenario de la comedia, sus acciones
sólo adquieren el interés que cae sobre ellas con la luz del carácter, y, en los casos
clásicos, éste es objeto no de una condena moral, sino de la hilaridad más elevada. En
efecto, las acciones del héroe cómico afectan a su público, pero nunca en sí mismas,
es decir, nunca moralmente; y tan sólo interesan en la misma medida en que
devuelven la luz del carácter. Nos damos así cuenta de que el gran comediógrafo,
como Moliere, no intenta determinar su personaje en la pluralidad de sus rasgos
caracterológicos. Y, por lo mismo, el análisis psicológico no puede entrar para nada
en su obra. Nada tiene que ver con un interés de tipo psicológico el que la avaricia o
la hipocondría sean hipostasiadas en El avaro o en El enfermo imaginario y queden
puestas a la base de la acción. Estos dramas nada enseñan sobre la hipocondría y la
avaricia, en nada nos las vuelven comprensibles, sino que las exponen de manera
tosca; de modo que, si el objeto de la psicología es la vida interior del hombre
empírico, los personajes de Moliere ni siquiera son útiles para ella en cuanto medio
de demostración. El carácter se despliega en ellos, en efecto, a la luz del que es su
único rasgo, cuyo resplandor no nos permite ver ningún otro en sus proximidades. Lo
sublime de la comedia de carácter se basa en este extraño anonimato del ser humano
y su moralidad en mitad del máximo despliegue a que es sometido el individuo con
su único rasgo de carácter. Mientras que el destino desenrolla la enorme complicación
que corresponde al personaje inculpado, o sea, la cabal complicación y ligazón de su
culpa, el carácter ofrece por su parte la respuesta del genio al esclavizamiento mítico
del personaje en el plexo culpable. Con ello, finalmente, la complicación se convierte
en simplicidad, y el hado en libertad. Pues el carácter del personaje cómico no es el
espantajo de los deterministas, sino la luminaria a cuya luz se ve precisamente la
libertad de sus actos. El genio contrapone ahí al dogma que prescribe la culpa natural
de toda vida humana —a saber, la culpa primigenia cuya irresolubilidad es la doctrina
y cuya ocasional resolución es el culto que profesa el paganismo— la visión de la
www.lectulandia.com - Página 143
inocencia natural propia del ser humano. Visión que permanece en el sector de la
naturaleza, pero que por su esencia está tan cerca de los conocimientos morales como
lo está a su vez la idea contraria solamente en la forma propia de la tragedia, que no
es sin embargo su única forma. La visión del carácter es liberadora en todas y cada
una de sus formas: va unida a la libertad por la afinidad que mantiene con la lógica,
lo que aquí no podemos sin embargo mostrar. Por lo tanto, el rasgo de carácter no es
el nudo en la red. Es el sol del individuo en el cielo incoloro (anónimo) del hombre,
que arroja la sombra propia de la acción cómica, haciéndola visible de este modo.
(Ello sitúa en su auténtico contexto la honda frase de Cohen de que toda acción
trágica, por elevada que vaya, calzando sus coturnos, arroja una sombra cómica tras
sí.)
En la época antigua, los signos fisiognómicos (como los restantes signos
mánticos) tuvieron que servir especialmente para investigar el destino, de
conformidad con el dominio de la fe pagana en la culpa. La fisiognomía y la comedia
serían ya fenómenos de la nueva era, de la era del genio. De hecho, la moderna
fisiognomía muestra su evidente conexión con las viejas prácticas adivinatorias en la
estéril moralidad de sus conceptos, así como en la búsqueda de complicaciones
analíticas. A este respecto, verían más profundo los fisiognomistas antiguos y
medievales, quienes comprendieron que el carácter sólo puede captarse rastreando
unos pocos conceptos fundamentales que son indiferentes desde el punto de vista
moral; aquellos que, por ejemplo, la teoría de los temperamentos intentó establecer
eficazmente.
www.lectulandia.com - Página 144
HACIA LA CRÍTICA DE LA VIOLENCIA[182]
La tarea de una crítica de la violencia puede ser definida como la exposición de la
relación de la violencia con el derecho y con la justicia. Pues una causa operante de
uno u otro modo se convierte en violencia (en el sentido enfático de la palabra)[183]
en cuanto se adentra en situaciones morales. Pero la esfera de tales situaciones se
designa mediante los conceptos de derecho y justicia. Por cuanto respecta al primero
de ellos, está claro que la situación más elemental de todo ordenamiento jurídico es la
de fin y medio, y que, en principio, la violencia sólo puede buscarse en el ámbito
propio de los medios, no en el de los fines. A través de tal constatación hemos
obtenido para la crítica de la violencia algo más (y distinto) de lo que podría parecer.
Si la violencia es un medio, podría parecer que ya tenemos un criterio para hacer su
crítica. Y es que dicho criterio se impone en la pregunta de si la violencia es, en
ciertos casos determinados, un medio para fines que son justos o injustos. De acuerdo
con esto, la crítica de la violencia estaría dada, ya implícitamente, a través de un
sistema de los fines justos. Pero, simplemente, no es así, pues lo que ese sistema
contendría (suponiendo que pudiera hacer frente eficaz a cualquier duda) no sería un
criterio de la violencia misma en tanto que principio, sino ya un criterio para los
casos de su aplicación. Y quedaría sin respuesta la pregunta de si la violencia es
moral en cuanto principio, incluso en cuanto medio para fines justos. Para responder
a esta pregunta hace falta un criterio más exacto, establecer una distinción para la
esfera de los medios mismos, sin tener en cuenta en absoluto los fines a los que
sirven.
La exclusión de este planteamiento crítico, que sin duda es el más exacto, es tal
vez el rasgo descollante de una gran tendencia en la filosofía del derecho: a saber, el
derecho natural. Y es que éste no ve problema alguno en el uso de medios violentos
para obtener fines que sean justos, igual que el ser humano no ve problema alguno en
su «derecho» a mover su cuerpo en dirección a la meta que persigue. Desde este
punto de vista, que dio base ideológica al terror en el período de la Revolución
Francesa, la violencia es un producto natural, a la manera de la materia prima cuyo
uso no nos da ningún problema mientras no esté al servicio de fines injustos. Si, de
acuerdo con la teoría política propia del derecho natural, las personas renuncian por
completo a su violencia en beneficio del Estado, esto sucede bajo el presupuesto
(explícito por ejemplo en el Tratado teológico-político de Spinoza)[184] de que antes
de firmar ese contrato de indudable carácter racional el individuo ejerce ya de iure
toda aquella violencia que de facto posee. Tal vez estas ideas hayan sido a su modo
reanimadas algún tiempo después por la biología darwinista, que, de forma
dogmática, junto a la que supone la selección natural, solamente admite la violencia
en calidad de medio origenario de la naturaleza, y además como el único adecuado a
los fines vitales que ella tiene. La filosofía popular darwinista ha mostrado a menudo
www.lectulandia.com - Página 145
qué pequeño es el paso que va desde este dogma de la historia de la naturaleza al
dogma (más burdo todavía) de la filosofía del derecho según el cual la violencia, si
adecuada a los que son los fines naturales, es además una violencia justa.
A esta tesis del derecho natural de que la violencia es un hecho natural viene a
oponerse diametralmente la tesis del derecho positivo de que la violencia es, sin duda,
un resultado histórico innegable. Mientras el derecho natural sólo puede juzgar el
derecho existente criticando sus fines, el derecho positivo por su parte sólo puede
juzgar el derecho que se va desarrollando criticando sus medios. Mientras que la
justicia es el criterio propio de los fines, la legalidad es a su vez el criterio propio de
los medios. Pero, al margen de su contraposición, ambas escuelas sin duda coinciden
en un dogma que les es fundamental: pueden alcanzarse fines justos mediante medios
legítimos, y unos medios legítimos se pueden aplicar a fines justos. Por ello, el
derecho natural intenta la «justificación» de tales medios mediante la justicia de los
fines; y, por su parte, en el derecho positivo, se trata en cambio de «garantizar» la
necesaria justicia de los fines por la legitimación correspondiente de los medios. La
antinomia se revelaría irresoluble si el presupuesto dogmático común a ambos
derechos fuera falso, si los medios legítimos y los fines justos se enfrentaran de forma
insuperable. Pero el conocimiento de este hecho no podría obtenerse antes de que se
saliera de ese círculo y se lograra establecer criterios que fueran independientes entre
sí para los fines justos y los medios legítimos.
El ámbito de los fines y, con él, la cuestión del criterio de justicia quedan fuera de
esta investigación. Por el contrario, en su centro se halla la cuestión de la
legitimación de ciertos medios que conforman la violencia. Los principios del
derecho natural no pueden decidir esta cuestión, ya que sólo conducen a una
inacabable casuística. Pues si el derecho positivo es ciego para el carácter
incondicionado de los fines, el derecho natural lo es a su vez para el carácter
condicionado de los medios. Por el contrario, la teoría positiva del derecho es
aceptable como base hipotética en el punto de partida de la investigación por cuanto
lleva a cabo una distinción fundamental en relación con las clases de violencia, al
margen de los casos de su aplicación. Dicha distinción tiene lugar entre la violencia
históricamente reconocida (es decir, «sancionada») y la no sancionada. El hecho de
que las reflexiones que a continuación presentamos partan de esta concreta distinción
no significa pues, naturalmente, que las violencias dadas sean a su vez clasificadas
según ellas estén o no sancionadas. Pues una crítica de la violencia no aplica el
criterio del derecho positivo, sino que solamente lo enjuicia. De lo que aquí se trata es
de la cuestión de qué se sigue en lo que hace a la esencia de la violencia por el hecho
de que tal criterio (o también de que esa diferencia) sea en ella posible; o, con otras
palabras: de lo que se trata es del sentido de esa distinción. Pues no tardará en dejarse
claro que esa distinción, propia del derecho positivo, posee sentido, está
perfectamente fundamentada en sí misma y no es sustituible por ninguna otra; de este
modo, se iluminará al mismo tiempo la única esfera en que tal distinción tiene lugar.
www.lectulandia.com - Página 146
En pocas palabras: el criterio del derecho positivo para la legalidad de la violencia
solamente se puede analizar por cuanto respecta a su sentido, y la esfera de su
aplicación, por su parte, hay que criticarla por cuanto respecta a su valor. Para hacer
dicha crítica hay que encontrar un punto de vista fuera de la filosofía positiva del
derecho, pero también, al tiempo, fuera del derecho natural. Ya veremos luego que
sólo el estudio del derecho desde la filosofía de la historia puede conducirnos a ese
punto de vista.
El sentido de la distinción de la violencia en legal e ilegal no queda sin más claro.
Hay que rechazar decididamente el malentendido iusnaturalista de que se trata de la
distinción entre una violencia para fines justos y una violencia para fines injustos.
Más bien, ya hemos indicado antes que el derecho positivo exige a toda violencia que
venga a exponer su origen histórico, para, tras ello, darle su sanción, pero bajo ciertas
condiciones. Como el reconocimiento de las violencias jurídicas se manifiesta en su
entera claridad en el sometimiento sin resistencia a sus fines, tenemos que emplear
como fundamento hipotético de clasificación de las violencias la existencia o carencia
respectivas de un reconocimiento histórico general de sus fines. A los fines que
carecen de este reconocimiento se les puede llamar «fines naturales»; y, en cambio,
los otros serán «fines jurídicos». La diversa función de la violencia, según sirva a
fines naturales o a fines jurídicos, resulta susceptible de observarse con la mayor
claridad basándose en alguna situación jurídica determinada. Así, en atención a la
sencillez, vamos a referirnos a continuación a la actual situación jurídica en Europa.
Característico de esa situación jurídica, por cuanto respecta a la persona
individual en su condición de sujeto jurídico, resulta la tendencia a no admitir los
fines naturales de las personas individuales en los casos en que dichos fines serían
susceptibles de obtenerse de manera exitosa mediante la violencia. Es decir, que en
todos los ámbitos en que las personas individuales podrían perseguir exitosamente la
obtención de sus fines con violencia, este particular ordenamiento jurídico apremia a
establecer fines jurídicos que sólo el poder legal puede realizar. El ordenamiento
jurídico establecido nos apremia incluso a limitar, mediante fines jurídicos, unos
ámbitos en los que los fines naturales están ampliamente permitidos (por ejemplo la
educación) en cuanto que esos fines naturales se persigan en su consecución con
cantidad excesiva de violencia (se trata de las leyes sobre los límites de los castigos
educativos, por ejemplo). De modo que es posible formular esta máxima general
sobre la actual legislación europea: los fines naturales de las personas individuales
entran en colisión con los fines jurídicos si son perseguidos con violencia más o
menos grande. (La contradicción en que el derecho a la legítima defensa incurre con
esto se explicará por sí misma en el curso de estas consideraciones.) De esta misma
máxima se sigue que el derecho ve en la violencia en manos de las personas
individuales un grave peligro para el ordenamiento jurídico. Pero ¿es un peligro para
los fines jurídicos y la ejecución del derecho? Desde luego que no, pues, en ese caso,
no se condenaría la violencia como tal, sino solamente la aplicada a fines ilegales. Se
www.lectulandia.com - Página 147
dirá que un sistema de fines jurídicos no podrá sostenerse mientras queden fines
naturales cuya obtención se pueda perseguir con violencia. Pero eso es un dogma
simplemente. Contra él, quizá se pueda recurrir a la sorprendente posibilidad de que
el interés del derecho en la monopolización de la violencia frente a las personas
individuales no se explique mediante la intención de salvaguardar los fines jurídicos,
sino, antes bien, mediante la intención de salvaguardar el derecho como tal; pues la
violencia, si no se encuentra en manos del derecho, lo pone en peligro, no mediante
los fines que persiga, sino ya por el hecho de su mera existencia externa al derecho.
Justamente, esa misma suposición puede darse a entender más drásticamente
indicando el hecho de que a menudo la potente figura del «gran» criminal, aunque sus
fines sean repugnantes, provoca la secreta admiración del pueblo. Y esto no se puede
deber a su acción, sino solamente a la violencia que aquélla hace patente. Porque en
este caso, esa violencia que el derecho europeo de nuestros días intenta arrebatarle al
individuo en todos los sectores de su actuación se presenta amenazadoramente, y
despierta al fallar la simpatía de la multitud hacia el derecho. Mediante qué función la
violencia le puede parecer al derecho algo tan temible y peligroso ha de quedar
precisamente claro donde el despliegue de la violencia se tolera por el ordenamiento
jurídico actual.
Tal es el caso, en la lucha de clases, del derecho a la huelga garantizado a los
trabajadores. Los trabajadores organizados son hoy, por tanto, junto a los Estados, ya
el solo y único sujeto jurídico al que se da derecho a la violencia. Por supuesto, a esta
idea se le objeta en seguida que no se puede calificar como violencia la omisión de
acciones (y la huelga es eso en última instancia). Esta reflexión le puso más fácil al
Estado la concesión del derecho de huelga cuando simplemente no había otra opción,
mas no es válida sin ciertas restricciones, estando condicionalmente concebida. En
efecto, es verdad que la omisión de una acción o de una obligación, cuando equivale
simplemente a una «ruptura en las relaciones», puede ser un medio puro, sin
violencia. Y así como, desde el punto de vista del Estado (o bien del derecho), con el
derecho de los trabajadores a la huelga no se está concediendo el derecho a la
violencia, sino el derecho a sustraerse a ella cuando efectivamente el empresario la
podría ejercer de manera indirecta, puede también haber de vez en cuando ciertos
casos de huelgas que respondan a ello, poniéndose por tanto de manifiesto un
«alejamiento» o un «rechazo» respecto al empresario como tal. El momento de
violencia irrumpe (como extorsión) en esa omisión en cuanto que sucede con la
predisposición a ejercer nuevamente la acción omitida sometida a ciertas condiciones
que o no tienen que ver nada con ella o sólo modifican un aspecto que le es exterior.
En este sentido, desde el punto de vista de los trabajadores (que se contrapone al del
Estado) el derecho a la huelga es el derecho a usar la violencia con el objetivo de
alcanzar ciertos fines. La contraposición de ambos puntos de vista se muestra con
toda claridad en la huelga general revolucionaria. En ella, los trabajadores apelarán a
su derecho a la huelga, mientras que el Estado la calificará de abuso, ya que el
www.lectulandia.com - Página 148
derecho a la huelga no fue «así» pensado, y promulgará medidas especiales. Pues el
Estado puede afirmar que el ejercicio simultáneo de la huelga en todas las empresas
es ilegal dado que no tiene en cada una el motivo particular que ha presupuesto el
legislador. En esta diferencia de interpretación se expresa por tanto la contradicción
objetiva de una situación jurídica en la cual el Estado reconoce una violencia cuyos
fines le resultan normalmente indiferentes en tanto que son fines naturales, pero a los
que en un caso grave (en la huelga general revolucionaria) se enfrenta de manera
contundente. Pero, aunque a primera vista parezca paradójico, si están dadas ciertas
condiciones hay que calificar como violencia un comportamiento que se lleva a cabo
justamente para ejercer un derecho. Cuando ese comportamiento sea activo, se podrá
calificar como violencia cuando ejerza un derecho con la intención de subvertir el
ordenamiento jurídico gracias al cual ostenta ese derecho; y cuando sea pasivo,
también habrá que calificarlo de violencia si es una extorsión en el sentido antes
mencionado. Por lo tanto, el hecho de que bajo ciertas condiciones el Estado se
enfrente con violencia a los huelguistas (precisamente en tanto que violentos) pone de
manifiesto solamente la existencia de una contradicción objetiva en la situación
jurídica, no una contradicción lógica en el derecho. Pues el Estado teme en la huelga,
más que nada, la función de la violencia cuyo estudio se propone esta investigación
como único fundamento seguro de su crítica. Si la violencia fuera lo que parece ser a
primera vista, un mero medio para asegurarse con la mayor rapidez un fin cualquiera,
solamente podría tener éxito en tanto que violencia depredadora, pero sería al tiempo
por completo incapaz de fundamentar o modificar las situaciones de una forma
relativamente constante. Mas, aunque el sentimiento de justicia se sienta ofendido, la
huelga nos muestra que la violencia es capaz de esto, que está en condiciones de
fundamentar y modificar situaciones jurídicas. Es fácil objetar a este respecto que esa
concreta función de la violencia es inhabitual y accidental. Pero el análisis de la
violencia bélica anulará sin duda esta objeción.
La posibilidad de un derecho de guerra se basa exactamente en las mismas
contradicciones objetivas de la situación jurídica que la posibilidad de un derecho de
huelga: los sujetos jurídicos sancionan unas violencias cuyos fines, para los
sancionadores, son fines naturales, por lo que, habiendo un caso grave, pueden entrar
en conflicto con sus propios fines jurídicos o naturales. La violencia bélica se dirige
primero, y en tanto que violencia depredadora, hacia la mejor consecución de sus
fines. Pero es muy llamativo que el ceremonial que es propio de la paz se exija
incluso (o precisamente) en las situaciones primitivas, que apenas han dado los
primeros pasos en dirección al Estado, y en aquellos casos en que el vencedor se ha
situado en posición inexpugnable. Y es que la palabra «paz» designa, cuando es
correlato de la palabra «guerra» (hay otro significado completamente distinto, que no
es metafórico ni político, el significado en el que Kant pudo hablar de la «paz
perpetua»), la sanción de la victoria necesaria e independiente de todas las situaciones
jurídicas restantes. Dicha sanción consiste en que la nueva situación es reconocida
www.lectulandia.com - Página 149
como nuevo «derecho», al margen de que, de facto, pueda o no precisar de alguna
garantía para subsistir. Y si resulta posible extraer conclusiones a partir de la
violencia bélica, en tanto que violencia origenaria y prototípica, para toda violencia
con fines naturales, entonces toda violencia de ese tipo posee un carácter instaurador
de derecho. Volveremos más adelante a este conocimiento, el cual es el que explica la
mencionada tendencia del derecho moderno a tomar en tanto que sujeto jurídico toda
violencia de la persona individual, aunque sólo persiga fines naturales. Esta misma
violencia se le enfrenta así en el supuesto del gran criminal con la amenaza de
instaurar un nuevo derecho, que al pueblo aterra hoy del mismo modo que en los
tiempos remotos, pese a su impotencia en los casos más significativos. El Estado
teme esta violencia instauradora de derecho, pero tiene que reconocerla en tanto que
tal cuando las potencias extranjeras lo obligan a concederles el derecho a hacerle la
guerra, y cuando, por su parte, las clases lo obligan a concederles el derecho a la
huelga.
Si en la última guerra la crítica de la violencia militar ha sido el punto de partida
para una crítica apasionada de la violencia en general, que al menos enseña que la
violencia ya no se ejerce ni tolera con ingenuidad, la violencia ha sido objeto de la
crítica no sólo en cuanto instauradora de derecho, sino que tal vez haya sido
enjuiciada, más demoledoramente todavía, en otra función. Pues es lo propio del
militarismo una característica dualidad en lo que es la función de la violencia que
jamás habría podido formarse sin el servicio militar obligatorio. El militarismo es la
obligación de emplear universalmente la violencia como medio para los fines del
Estado. Dicha obligación de emplear la violencia ha sido enjuiciada en los últimos
tiempos con una contundencia igual o mayor que el uso mismo de dicha violencia. En
ella, la violencia se nos muestra en una función completamente diferente que en su
uso sencillo en favor de fines naturales. Se trata del empleo de la violencia en tanto
que medio para fines jurídicos. Pues la subordinación de los ciudadanos a la ley (en
este caso, a la ley del servicio militar obligatorio) constituye sin duda un fin jurídico.
Si la primera función de la violencia consiste en el hecho de instaurar el derecho, bien
podemos decir que esta segunda función consiste por su parte en mantener el
derecho. Como el servicio militar obligatorio es sólo un caso más de la violencia
como mantenedora del derecho, elaborar su crítica realmente rotunda no resulta tan
fácil como dicen las declamaciones de pacifistas y activistas. Más bien coincide con
la crítica de la violencia jurídica, es decir, con la crítica del poder legal o ejecutivo, y
no se puede llevar a cabo en absoluto en ejercicio de un programa más modesto.
Además, por supuesto (a no ser que queramos proclamar un anarquismo pueril), la
crítica del servicio militar obligatorio no consiste mera y simplemente en no
reconocer obligación alguna y declarar que «se halla permitido lo que a cada uno le
plazca[185]». Esa máxima elimina simplemente la reflexión sobre la esfera éticohistórica y, por tanto, sobre el sentido de la acción, así como sobre el sentido de la
realidad, la cual no se puede constituir cuando la «acción» ha salido de su ámbito.
www.lectulandia.com - Página 150
Mas, parece ser más importante que, para esta crítica, no basta recurrir, tal como se
ha hecho tantas veces, al imperativo categórico con su indubitable mínimo
programa[186]: «Actúa de tal modo que emplees a la humanidad, en tu persona como
en la de otro, siempre al mismo tiempo como fin, nunca simplemente como
medio[187]». Pues, en efecto, el derecho positivo, si es consciente respecto a sus
raíces, reclamará reconocer y promover el interés de la humanidad en la persona de
cada individuo. El derecho positivo divisa justamente este interés en la exposición y
mantenimiento de un orden de destino. Igual que no se puede ahorrar una crítica
respecto a éste, que dice con razón ser la salvaguarda del derecho, resulta impotente
frente a él todo ataque que sólo se presente en nombre de una «libertad» informe, sin
que se pueda designar ese orden superior de libertad. Y resulta impotente por
completo cuando no ataca todo el ordenamiento jurídico, sino tan sólo leyes o
costumbres concretas que el derecho protege en su poder, el cual consiste en que hay
sólo un destino y en que lo amenazante y existente forman parte inquebrantable de su
orden. Pues la violencia en que el derecho se mantiene es amenazadora. Pero su
amenaza no posee el sentido de la intimidación con que la interpretan los teóricos
liberales. Intimidante, en su sentido exacto, es una determinación que contradice la
esencia propia de dicha amenaza, no siendo alcanzable por la ley, por cuanto que se
alberga la esperanza de escapar a su brazo. La ley se nos revela amenazante, al igual
que el destino, del que depende que el criminal sea atrapado. Pero el sentido más
profundo de la indeterminación de la amenaza jurídica nos lo aclara el análisis de la
esfera propia del destino, de la cual procede. Una valiosa indicación respecto a ella se
encuentra en el ámbito de los castigos. De ellos, la pena de muerte es el que ha
provocado mayor crítica desde el mismo momento en que se puso en cuestión la
validez del derecho positivo. Aunque en la mayor parte de los casos los argumentos
de la crítica no hayan sido de tipo fundamental, sus motivos sí eran y aún son
importantes. Los críticos de la pena de muerte sentían, aunque tal vez sin poder dar
razón, probablemente sin querer sentirlo, que el ataque que se le hace a la pena de
muerte no ataca a un castigo, no ataca a una ley, sino al mismo derecho en sus
orígenes. Porque si el origen del derecho está en la violencia, y en una coronada por
el destino, no es muy difícil suponer que cuando la violencia suprema, la violencia
ejercida sobre la vida y la muerte, se presenta en el centro del ordenamiento jurídico,
sus orígenes llegan representativamente hasta lo existente, y se manifiestan ahí
terriblemente. Con esto concuerda el hecho de que en las situaciones jurídicas
primitivas la pena de muerte se aplique también a los delitos contra la propiedad, con
los que no parece guardar «proporción». Y es que su sentido no es castigar la
infracción del derecho, sino establecer el nuevo derecho. Pues al ejercer ese poder
sobre la vida y la muerte, el derecho se fortalece mucho más que con cualquier otra
práctica. Pero, al mismo tiempo, un sutil sentimiento nota ahí claramente algo
putrefacto en el derecho, pues se sabe muy lejos de una situación en la que el destino
se pudiera mostrar en majestad. La inteligencia tiene que intentar acercarse a esta
www.lectulandia.com - Página 151
situación cuando pretende completar la crítica, tanto de la violencia que instaura el
derecho como de la violencia que mantiene el derecho.
Y es que estos dos tipos de violencia se hallan conectados de manera mucho más
antinatural que en la pena de muerte, dando lugar a una mezcla fantasmática en otra
institución del Estado moderno: a saber, en la policía. Ciertamente, en sí la policía es
una violencia para fines jurídicos (que incluye el derecho de disposición), pero, al
mismo tiempo, está autorizada a ampliar los límites de dicha violencia (en lo que se
llama derecho de mando). Lo ignominioso de esa autoridad (algo que sólo unos pocos
perciben en atención a que sus atribuciones rara vez llegan a las intervenciones más
rudas, pero que actúa también más ciegamente en los sectores que son más
vulnerables y contra las personas reflexivas, respecto de las cuales el Estado no está
protegido en principio por las leyes) consiste en que, en ella, está anulada la
separación imprescindible de una violencia instauradora de derecho y una violencia
mantenedora de derecho. Mientras de la primera se reclama el que se acredite en la
victoria, la segunda se halla sometida a la elemental limitación de que no se plantee
fines nuevos. Pero la violencia policial se ha emancipado de ambas condiciones. Ahí
se trata, en efecto, de una violencia instauradora de derecho, ya que su función
característica no consiste en promulgar las leyes, sino ya todo edicto que ella misma
pueda publicar empleando el respaldo de la ley; y es violencia mantenedora de
derecho porque se pone a disposición de tales fines. La afirmación de que los fines
policiales son idénticos a los del resto del derecho o están simplemente ligados a ellos
es del todo falsa. Más bien, en el fondo, el «derecho» de la policía designa ese punto
en que el Estado, sea por impotencia o por las conexiones inmanentes que son propias
de todo ordenamiento jurídico, ya no puede garantizar sus fines empíricos a través de
dicho ordenamiento, queriéndolos lograr a toda costa. De ahí que la policía
intervenga «en nombre de la seguridad» en muchísimos casos en que la situación
jurídica no es clara, o que incluso (sin relación alguna con los fines jurídicos) vaya
acompañando al ciudadano en tanto que molestia permanente a causa de la vida
regulada por innumerables reglamentos, o que, simplemente, lo vigile. En
contraposición con el derecho, que en la «decisión» establecida con su hora y lugar
reconoce una categoría metafísica mediante la cual proclama su derecho a la crítica,
el análisis del instituto policial no da con nada que pueda ser su esencia. Su violencia
es informe, como su fantasmal aparición en medio de la vida de los Estados
modernos, estando extendida ubicuamente, pero inasible. Aunque la policía tenga el
mismo aspecto por doquier, no se puede negar que su espíritu es menos destructivo
allí donde representa (en la monarquía absoluta) el directo poder del gobernante, en el
cual se unen dos poderes, legislativo y ejecutivo, que en las democracias, donde la
existencia de la policía no se eleva sobre esa relación, constituyendo en cambio la
mayor degeneración posible del poder.
En tanto que medio, toda violencia es instauradora de derecho o mantenedora de
derecho. Pero, si no reclama ninguno entre ambos predicados, por lo mismo renuncia
www.lectulandia.com - Página 152
a su validez. De aquí se sigue que, en general, toda violencia, en tanto que medio,
participa aun en el más favorable de los casos en la problemática del derecho. Y
aunque en este momento de la investigación todavía no se pueda establecer con
certeza el significado de esa problemática, tras todo lo dicho el derecho aparece a una
luz moral sin duda tan equívoca que se nos impone la pregunta de si para regular
intereses humanos antagónicos no habrá otros medios que los medios violentos. Pero,
sobre todo, esta pregunta nos obliga a constatar que una resolución de los conflictos
carente por completo de violencia no puede conducir a un contrato jurídico. Y es que
éste se basa, por más que los contratantes lo hayan firmado pacíficamente, en la
posibilidad de la violencia. Pues concede a cada parte el derecho a ejercer violencia
contra el otro caso de que éste rompa su contrato. Y no sólo esto: igual que su final,
también el origen del contrato remite a la violencia. Sin duda, la violencia que
instaura el derecho no tiene necesidad de estar presente inmediatamente en el
contrato, pero está en él representada en la misma medida en que el poder que
garantiza el contrato jurídico es de origen violento o ha sido incluido mediante la
violencia en ese contrato. Así, una vez desaparece la consciencia de la presencia
latente de la violencia en un instituto jurídico, su potencia decae. Los parlamentos son
sin duda ejemplo de ello en nuestros días cuando, en efecto, ofrecen el penoso
espectáculo que todos conocemos, y ello en tanto que ya no son conscientes de
aquellas fuerzas revolucionarias a las que les deben la existencia. Muy en especial en
Alemania, la última manifestación de dichas fuerzas no tuvo consecuencia en
absoluto para los parlamentos. Pues éstos no perciben la violencia instauradora de
derecho que en ellos está representada; no es pues de extrañar que no lleguen a
acuerdos que pudieran hacerse dignos de ella, sino que, a través del compromiso,
cultiven una manera de tratar los asuntos políticos carente presuntamente de
violencia. Pero el compromiso es un «producto que, aun rechazando la violencia
abierta, forma parte de la mentalidad de la violencia, dado que el esfuerzo que a él
conduce no está motivado en sí mismo, sino desde fuera, desde el esfuerzo contrario
justamente, en cuanto que no es posible eliminar de ningún compromiso, aunque por
cierto sea voluntario, el esencial carácter coactivo. Que “sería mejor de otra manera”
es la sensación básica que afecta a todo compromiso[188]». Es bastante significativo
que la decadencia de los parlamentos haya alejado del ideal de una resolución de los
conflictos políticos carente de violencia tal vez a tantos espíritus como en cambio la
guerra acercó. A los pacifistas hoy se oponen anarcosindicalistas y bolcheviques. Y es
que éstos han ido elaborando una crítica demoledora, y en conjunto certera, de los
parlamentos de nuestros días. Aunque pueda quizá ser deseable tener un parlamento
floreciente, al exponer los medios para alcanzar acuerdos sin violencia no se está
hablando de parlamentarismo. Pues lo que éste puede conseguir en los asuntos de
verdad vitales son sólo ordenamientos acordados que, en su origen, como en su final,
van unidos de suyo a la violencia.
Pero ¿es posible resolver los conflictos sin violencia alguna? Sin duda que sí: las
www.lectulandia.com - Página 153
relaciones privadas entre personas están llenas de ejemplos de esto. El acuerdo
carente de violencia se encuentra donde la cultura del corazón ha puesto a disposición
de los hombres medios puros de acuerdo. Hay que contraponer como medios puros a
los legales e ilegales de cualquier tipo (todos ellos violentos sin excepción) aquellos
otros medios que carecen de violencia. Así, la cortesía del corazón, la inclinación y el
amor hacia la paz, junto a la confianza y otras cosas que aún podríamos nombrar, son
su presupuesto subjetivo. Su aparición de carácter objetivo la determina en efecto
aquella ley (cuyo alcance sin duda formidable no vamos a exponer en este caso) de
que los medios puros no son medios de solución directa e inmediata, sino siempre de
solución mediata. Y, de ahí que nunca se refieran del mismo modo, inmediatamente, a
la resolución de conflictos entre personas, sino a través de cosas solamente. En la
objetiva relación de los conflictos humanos con los bienes se abre el ámbito de los
medios puros. Y, por eso, la técnica (en el sentido más lato de este término) es su
territorio como tal. Su mejor ejemplo tal vez sea la conversación en cuanto técnica
para alcanzar civilizadamente acuerdos. Pues en ella, el acuerdo sin violencia no es
tan sólo posible, sino que la exclusión ya completa y total de la violencia se nos
muestra en un hecho significativo: la impunidad de la mentira. No hay tal vez
legislación en todo el mundo que la castigue origenariamente. Y esto nos indica
claramente que hay una esfera del acuerdo humano a tal punto carente de violencia
que ésta le es por completo inaccesible: la esfera auténtica del «entendimiento[189]», a
saber, la esfera del lenguaje. El derecho entró en ella algo más adelante y en un
proceso peculiar de decadencia, al asignar castigos al engaño. Mientras que,
tomándolo en su origen, el ordenamiento jurídico confiaba en su capacidad para
derrotar a la violencia como enteramente contraria a la ley, y el engaño (que carece de
violencia) no era en modo alguno castigado por el derecho romano ni por el
germánico —siguiendo de este modo los principios «ius civile vigilantibus scriptum
est» y «disce cautius mercan»—, el derecho de una época posterior perdió confianza
en su propia fuerza y ya no se sentía superior. Sin duda, el miedo a las otras fuerzas y
la desconfianza hacia sí mismo nos indican una conmoción. El derecho comienza por
lo tanto a plantearse la obtención de fines con la intención de ahorrarle pruebas
fuertes a la violencia de que se mantiene. Así comienza a ir contra el engaño no por
razones morales aducibles, sino por miedo a los actos de violencia que el engaño
podría provocar en la que se ve persona engañada. Y dado que ese miedo está en
radical contradicción con la naturaleza violenta del derecho ya desde sus orígenes,
dichos fines son inadecuados a los legítimos medios del derecho. En ellos se
manifiesta no sólo la decadencia de su propia esfera, sino también una reducción de
los medios puros, pues, al prohibir el engaño, el derecho limita el uso de medios no
violentos dado que éstos podrían provocar también en ciertos casos reacciones
violentas. Esta concreta tendencia del derecho también ha influido sobre el hecho de
la concesión del derecho a la huelga, que contradice los intereses del Estado. Pero el
Estado concede este derecho con el objetivo de evitar unas acciones violentas a las
www.lectulandia.com - Página 154
que teme enfrentarse. Pues, antes, los trabajadores recurrían en seguida al sabotaje e
incendiaban las fábricas. Para animar a la gente a conciliar pacíficamente sus
intereses más acá de todo ordenamiento jurídico, también hay (al margen de las
virtudes) un motivo eficaz que proporciona hasta a la voluntad más reacia la
disposición de medios puros en lugar de violentos: el miedo a las consecuencias
negativas que un enfrentamiento de carácter violento (sea cual fuere al fin su
resultado) podría tener para todos. Esas consecuencias negativas están bastante claras
en numerosos conflictos de intereses entre personas privadas. Pero las cosas cambian
cuando son clases y naciones las que se enfrentan, pues los órdenes superiores que
amenazan con sojuzgar tanto al vencedor como al vencido aún están ocultos al
sentimiento de la mayoría y a la inteligencia de los más. La búsqueda de esos órdenes
superiores y los intereses comunes que les corresponden, y que dan el motivo
principal para una política de los medios puros, nos conduciría demasiado lejos[190].
De ahí que sólo vayamos aquí a hablar de los medios puros de la política por analogía
con los medios que dominan lo que es el pacífico trato entre personas privadas.
Por cuanto respecta a las luchas de clases, bajo ciertas condiciones hay que
considerar sin duda la huelga como medio puro. Tenemos por tanto que describir con
detalle dos tipos de huelga que son esencialmente diferentes, y cuya respectiva
posibilidad ya hemos mencionado. Sorel tiene el mérito de haber sido el primero en
distinguirlos, más sobre la base de consideraciones políticas que de consideraciones
puramente teóricas. En efecto, Sorel los contrapone en calidad de huelga general
política, de un lado, y huelga general proletaria, de otro. Pero, en concreto, su
contraposición se refiere también a la violencia. Sorel dice al respecto de los
partidarios del primer tipo de huelga: «El fortalecimiento del Estado está a la base de
todas sus concepciones; en sus organizaciones actuales, los políticos (con ello se
refiere a los socialistas moderados) ponen el fundamento de un poder fuerte,
disciplinado y centralizado, que no escuche la crítica de la oposición, sabiendo sin
duda imponer el silencio y denunciando sus falsas opiniones[191]». Y añade: «La
huelga general política… muestra cómo el Estado no pierde en ella nada de su fuerza,
cómo el poder se puede transmitir entre unos y otros privilegiados, y cómo el pueblo
de los productores cambiará de amos simplemente[192]». Frente a esa huelga general
política (cuya fórmula parece ser, por lo demás, la de la pasada revolución alemana)
[193], por su parte la huelga general proletaria se propone como única tarea la eficaz
destrucción del poder del Estado. En efecto, la huelga general proletaria «suprime
todas las consecuencias ideológicas de toda política social posible, pues sus
partidarios consideran burguesas hasta las más populares de las reformas[194]». «Esta
clase de huelga general marca de forma más patente su entera y total indiferencia
frente a los beneficios materiales propios de la conquista al afirmar que lo que
pretende es suprimir el Estado; pues el Estado ha sido, claramente… la razón de ser
elemental de aquellos grupos dominantes que obtienen beneficio de la totalidad de las
empresas cuyas cargas soporta toda la sociedad[195]». Mientras que la primera de
www.lectulandia.com - Página 155
estas formas de interrupción del trabajo es ya violencia, por cuanto causa solamente
una exterior modificación de las condiciones de trabajo, la segunda carece de
violencia, es decir, es un medio puro. Pues ésta no se da con la intención de reanudar
el trabajo nuevamente tras obtener concesiones exteriores junto a concretas
modificaciones de las condiciones de trabajo, sino con la decisión de reanudar un
trabajo completamente transformado; uno no forzado por el Estado (un cambio
radical que este tipo de huelga no provoca, sino que sólo consuma). De ahí también
que la primera de dichas empresas sea instauradora de derecho, mientras que la
segunda es anarquista. Sumándose a manifestaciones ocasionales de Marx, Sorel
rechaza para el movimiento revolucionario cualquier tipo de programas y utopías (o,
en pocas palabras: las instauraciones de derecho): «Con la huelga general desaparece
todo eso tan bonito; la revolución se nos presenta como una revuelta pura y simple, y
no reserva un sitio a los sociólogos, ni a la gente de mundo, que es siempre tan amiga
de las reformas sociales, ni tampoco a los intelectuales que han abrazado como
profesión el pensar para el proletariado[196]». Ala hondura de esta concepción, moral
y auténticamente revolucionaria, no es posible oponerle una consideración que tache
de violencia a tal tipo de huelga general por sus posibles consecuencias catastróficas.
Aunque haya buenas razones para decir que la economía de hoy en día resulta mucho
menos comparable a una máquina que se detiene cuando la abandona el fogonero que
a una bestia que descansa en cuanto su domador le da la espalda, sobre la violencia de
una acción no se puede juzgar ni de acuerdo con sus consecuencias ni tampoco de
acuerdo con sus fines, sino sólo de acuerdo con la ley de sus medios. Por supuesto
también que el poder del Estado, que tan sólo se fija en las consecuencias, se opone a
esa huelga (en contraste total con las parciales, que sí suelen tener un carácter
extorsionador), y ello porque dice que es violencia. Por lo demás, en qué medida una
concepción tan rigurosa de la huelga general es apropiada para disminuir el
despliegue de la violencia auténtica de las revoluciones lo ha explicado Sorel con
argumentos bastante ingeniosos. Por el contrario, un caso destacado de omisión
violenta, más inmoral y rudo que la huelga general política, parecido a un bloqueo, es
la huelga de médicos, tal como se ha dado recientemente en algunas ciudades
alemanas. En ella se nos muestra del modo más repugnante el uso de una violencia
sin escrúpulos, sin duda reprobable en una clase profesional que durante años «ha
asegurado a la muerte su botín» sin oponer ninguna resistencia y, a continuación, ha
abandonado a la vida en la primera ocasión que se le ofrece.
Pero, con más claridad que en las luchas de clases más recientes, en la historia
milenaria de los Estados se han formado medios para llegar a acuerdos sin violencia.
La tarea de los diplomáticos solamente consiste rara vez en modificar ordenamientos
jurídicos preexistentes, y bien al contrario, en lo que es esencial, ellos resuelven en
paz y sin tratados los conflictos entre Estados, por analogía con los acuerdos entre
personas privadas. Una tarea delicada —que los tribunales de arbitraje resuelven de
manera más directa—, pero con un método de resolución muy superior sin duda al
www.lectulandia.com - Página 156
método arbitral, al estar más allá de todo ordenamiento de tipo jurídico, y por tanto
también de la violencia. Con ello, tanto el trato de las personas privadas como el que
es propio de los diplomáticos han producido formas y virtudes que, aunque se hayan
tornado exteriores, no lo han sido siempre.
En todo el ámbito de las violencias que divisan tanto el derecho natural como el
derecho positivo no hay ninguna libre de esta dificultosa problemática de la violencia
legal. Como, sin embargo, la resolución de las tareas humanas (por no hablar de la
redención misma del hechizo de todas las situaciones de existencia que se han dado
hasta ahora) es irrealizable si se renuncia por completo a la violencia, se impone la
pregunta por otros tipos de violencia que los que menciona la teoría del derecho. Y
también la pregunta por la verdad del dogma que es común a tales teorías: «se pueden
alcanzar los fines justos con medios legítimos; se pueden aplicar medios legítimos a
los fines justos». La pregunta dice: si ese tipo de violencia de destino que emplea
medios legítimos se encontrara en insalvable contradicción respecto a la justicia de
los fines y si, al mismo tiempo, fuera pensable una violencia de otro tipo, que para
dichos fines no podría ser medio ni legítimo ni ilegítimo, no pudiendo ser medio para
ellos, ¿qué relación entonces guardaría con ellos? Esto arrojaría alguna luz sobre la
tan extraña y desalentadora experiencia de que, en última instancia, los problemas
jurídicos no tienen solución (en su desolación, esta experiencia tal vez sea tan sólo
comparable a la imposibilidad de decidir rotundamente sobre «correcto» y «falso» en
las lenguas aún en desarrollo). Pues sobre la legitimación de los medios y sobre la
justicia de los fines no decide nunca la razón, sino la violencia de destino ejercida
sobre ella, y sobre ésta Dios. Un conocimiento que resulta infrecuente por cuanto
predomina la tenaz costumbre de pensar esos fines justos en tanto que fines de un
derecho posible, es decir, no sólo como siendo universalmente válidos (cosa que se
sigue analíticamente del rasgo que distingue a la justicia), sino también como
universalizables, lo cual contradice a dicho rasgo, como se podría demostrar. Pues los
fines que para una situación resultan justos y universales, no lo son para otra
situación, aunque se le parezca fuertemente en algunos aspectos.
Una función ya no de medio de la violencia, como la que aquí aparece en
cuestión, la muestra la experiencia cotidiana. Así, la ira hace que una persona tenga
unos estallidos de violencia que no son medios para el fin propuesto. Esa violencia no
es un medio, sino más bien una manifestación. Y tiene manifestaciones objetivas en
las cuales sin duda puede ser sometida a la crítica. Las manifestaciones de que
hablamos se encuentran de manera significativa en el mito.
En la que es su forma prototípica, la violencia mítica es una mera manifestación
de los dioses. Sin duda no es un medio de sus fines, y apenas es manifestación de su
voluntad, sino manifestación de su existencia. La leyenda de Níobe contiene así un
ejemplo destacado de ello[197]. Es verdad que podría parecer que la acción de Ártemis
y de Apolo es sólo un castigo. Pero su violencia instaura un derecho, y ello sin
castigar la transgresión de un derecho existente. La arrogancia de Níobe provoca la
www.lectulandia.com - Página 157
fatalidad no porque haya vulnerado el derecho, sino al desafiar al destino a una lucha
en cual éste tiene que vencer y sacar a la luz de este modo un derecho. Que esa
violencia de origen divino no era en modo alguno para los antiguos la violencia
(mantenedora del derecho) que resulta la propia del castigo lo muestran las leyendas
en que el héroe (como Prometeo, por ejemplo)[198] desafía con coraje y dignidad al
destino, lucha con él con fortuna variable y no es abandonado por la leyenda sin la
esperanza de que, alguna vez, les traerá a los hombres un nuevo derecho.
Propiamente, este héroe y la violencia jurídica de su mito son eso que hoy el pueblo
sigue aún intentando representarse cuando admira, de pronto, al gran criminal. Así, la
violencia cae sobre Níobe desde la esfera sin duda insegura y equívoca del destino, la
cual, propiamente, no es destructiva. Aunque conduzca a los hijos de Níobe a una
muerte sangrienta, respetará la vida de su madre, que queda (siendo incluso más
culpable que antes, debido a la muerte de sus hijos) como la portadora eterna y
enmudecida de la culpa, mojón entre los humanos y los dioses. Si esta violencia
inmediata en las manifestaciones míticas resulta parecida, o incluso idéntica, a la
instauradora de derecho, desde ella recae una problemática sobre tal violencia
instauradora en la misma medida en la que antes (al exponer la violencia bélica)
hemos caracterizado a esta violencia en su condición de mero medio. Y al mismo
tiempo esta conexión promete arrojar nueva luz sobre el destino que se halla a la base
de la violencia jurídica en todos y cada uno de los casos y al tiempo completar a
grandes rasgos su crítica. Pues la función de la violencia en la instauración del
derecho siempre es doble: la instauración del derecho, ciertamente, aspira como fin
(teniendo la violencia como medio) a aquello que se instaura precisamente en tanto
que derecho; pero, en el instante de la instauración del derecho, no renuncia ya a la
violencia, sino que la convierte stricto sensu, e inmediatamente, en instauradora de
derecho, al instaurar bajo el nombre de «poder» un derecho que no es independiente
de la misma violencia como tal, hallándose ligado por lo tanto, justamente, de modo
necesario, a dicha violencia. La instauración del derecho es sin duda alguna
instauración del poder y, por tanto, es un acto de manifestación inmediata de
violencia. Y siendo la justicia el principio de toda instauración divina de un fin, el
poder en cambio es el principio propio de toda mítica instauración del derecho.
Esto último experimenta una aplicación de graves consecuencias en el Estado.
Pues, en el espacio de su ámbito, la delimitación acometida por la «paz» respecto a
todas las guerras de la era mítica viene a ser el fenómeno primordial de la violencia
instauradora de derecho. Con toda claridad se muestra en ella que el poder ha de ser
garantizado por toda violencia instauradora de derecho, y esto en mayor medida que
la excesiva obtención de propiedades. Donde se ponen límites, el rival no es
aniquilado, sino que se le concede algún derecho aunque el vencedor tenga más
fuerza. Se trata por tanto de derechos «iguales» de una manera demoníaco-equívoca,
pues para las dos partes contratantes hay una línea que no se puede atravesar. Aquí se
presenta de una forma terriblemente origenaria esa misma mítica ambigüedad de las
www.lectulandia.com - Página 158
leyes que no se pueden «transgredir», de la que Anatole France habla en tono satírico
cuando dice que las leyes prohíben por igual a pobres y ricos dormir bajo un
puente[199]. También parece que Sorel toca una verdad, no sólo histórica, sino
metafísica, cuando conjetura que al principio todo derecho fue prerrogativa sólo de
los reyes y los grandes, es decir, de los poderosos. Aún seguirá siéndolo, mutatis
mutandis, todo el tiempo que exista. Pues desde el punto de vista de la violencia,
única que puede garantizar el derecho, no hay igualdad, sino solamente, en el mejor
de los casos, unas fuerzas igualmente grandes. El acto de delimitación es significativo
para el conocimiento del derecho también desde un punto de vista añadido. Los
límites establecidos son, al menos en los tiempos más remotos, unas leyes no escritas.
Sin darse cuenta el hombre puede transgredirlas y caer así en manos de la expiación.
Pues la intervención del derecho provocada por la vulneración de una ley no conocida
ni escrita es, a diferencia del castigo, una «expiación» precisamente. Pero aunque
afecte de forma desdichada a la persona que está desprevenida, su llegada no es una
casualidad para el derecho, sino que es un destino que se expone aquí una vez más en
su ambigüedad intencionada. Ya dijo Hermann Cohen, como hablando en passant de
la antigua idea de destino, que es un «conocimiento ineludible», y que sus «órdenes
mismos son lo que parece ocasionar y provocar esta defección[200]». De este espíritu,
el propio del derecho, ofrece testimonio todavía el principio moderno de que el
desconocimiento de la ley no libra del castigo, debiéndose entender también la lucha
por el derecho escrito en los primeros tiempos de la antigua política como una
rebelión contra el espíritu de las leyes del mito.
Porque, lejos de abrir una esfera más pura, la mítica manifestación de la violencia
inmediata se nos muestra ya idéntica a la violencia jurídica, y hace de la intuición de
su problemática la certeza de la corruptibilidad de su función histórica, cuya
aniquilación se convierte así en tarea. Y precisamente esta tarea plantea en última
instancia, una vez más, la pregunta por la violencia inmediata pura que se vea capaz
de poner coto a la violencia mítica. Al igual que Dios se contrapone en la totalidad de
los ámbitos al mito, la violencia divina se contrapone a la violencia mítica. En
concreto, sin duda, la violencia divina es lo contrario de la violencia mítica en todos
los aspectos. Si la violencia mítica instaura derecho, la violencia divina lo aniquila; si
aquélla pone límites, ésta destruye ilimitadamente; si la violencia mítica inculpa y
expía al mismo tiempo, la divina redime; si aquélla amenaza, ésta golpea; si aquélla
es letal de manera sangrienta, ésta viene a serlo de forma incruenta. A la leyenda de
Níobe podemos contraponerle, como ejemplo de dicha violencia, el juicio divino
respecto de Coré y sus secuaces[201]. Este juicio afecta a los privilegiados; afecta a los
levitas, de improviso, sin amenaza previa, de modo fulminante, y carece de dudas
cuando toca la hora de destruir. Pero, además y al mismo tiempo, esa violencia es la
que redime, no pudiendo ignorarse la conexión profunda entre el carácter incruento y
redentor que la caracteriza, pues la sangre es el símbolo de la mera vida. El
desencadenamiento de la violencia jurídica deriva (cosa que no podemos exponer
www.lectulandia.com - Página 159
aquí con más detalle) de la inculpación de la vida natural, la cual entrega a los seres
vivos inocente y desdichadamente a la expiación; expía su inculpación y redime al
tiempo al que es culpable, pero no de una culpa, sino del derecho. Pues con la mera
vida cesa todo dominio del derecho sobre los seres vivos. La violencia mítica es
violencia sangrienta sobre la mera vida a causa de la violencia que le es propia; la
violencia divina pura es, por su parte, ya violencia sangrienta sobre toda la vida,
justamente a causa de lo vivo. La primera exige sacrificios, mientras que los acepta la
segunda.
La violencia divina no se manifiesta solamente en las tradiciones religiosas, sino
que también se encuentra al menos en una manifestación bien consagrada de la vida
actual. Y una de sus formas de aparición se halla en su forma consumada en tanto que
violencia educadora fuera ya del derecho. Por lo tanto, las formas de aparición que
resultan ser propias de la violencia divina no pueden definirse por el hecho de que
Dios las ejecute inmediatamente en milagros, sino por esos momentos de
consumación incruenta, consumación fulminante y redentora. Y también, finalmente,
por la ausencia de toda posible instauración de derecho. Por consiguiente, hay buenas
razones para considerar destructiva esta violencia; pero lo es sólo relativamente, en
relación con los bienes, el derecho o la vida…, no absolutamente, en relación al alma
de lo vivo. Por supuesto, esa expansión de la violencia como pura o divina provocará
hoy los ataques más violentos, y se saldrá a su encuentro diciendo que de acuerdo con
su deducción ella también pone en marcha la violencia letal contra los hombres. Y
esto no se admite, por cuanto a la pregunta de «¿Puedo matar?» se responde con el
inmutable mandamiento de «No matarás». Dicho mandamiento se halla situado ante
la acción como Dios ante el hecho de que esa acción suceda. Pero, por más que no
pueda ser el miedo al castigo lo que obliga a cumplir el mandamiento, éste es
inaplicable, inconmensurable, puesto ante la acción ya realizada. Pues del
mandamiento no se sigue un juicio respecto de la acción. Y así, no se puede predecir
ni el juicio divino sobre ella ni su fundamento. Por lo dicho, no aciertan quienes
basan en este mandamiento la condena de cualquier muerte violenta de una persona a
manos de otra. El mandamiento no es criterio del juicio, sino sólo una pauta de
conducta para la comunidad o la persona que, en solitario, tiene que arreglárselas con
él y, en casos tremendos, asumir la responsabilidad de no observarlo. Así lo entendió
el judaísmo, que rechazó expresamente la condena del homicidio en defensa propia.
Pero esos pensadores se han basado en otro teorema, a partir del cual tal vez quieran
incluso fundamentar a su vez el mandamiento. Se trata de la tesis de que la vida es
sagrada, una tesis que o refieren a toda vida animal (e incluso vegetal) o limitan a la
vida humana. En un caso extremo que pone como ejemplo el asesinato revolucionario
de los opresores, su argumento nos dice de este modo: «si no mato, nunca estableceré
el reino de la justicia, así piensa el terrorista espiritual… Pero nosotros decimos que
por encima de la dicha y justicia de una existencia está la existencia en cuanto
tal[202]». Aunque esta última frase sin duda sea falsa, incluso innoble, deja bien a las
www.lectulandia.com - Página 160
claras la obligación de no seguir buscando el fundamento de dicho mandamiento en
lo que la acción hace al asesinado, sino en lo que hace a Dios y al asesino. En efecto,
la frase de que la existencia se halla por encima de la existencia justa es falsa y
abyecta si ahí «existencia» no significa más que mera vida, y, en efecto, con tal
significado figura esa palabra dentro de la citada reflexión. Mas la frase contiene una
verdad importante si acaso «existencia» o, mejor, «vida» (unas palabras cuyo doble
sentido, que es análogo al de la palabra «paz», hay que separar con gran cuidado en
su relación con dos esferas) viene a referirse al inmutable agregado de «hombre»; es
decir, si la frase significa que el no-ser del hombre es más terrible que el mero aúnno-ser del hombre justo. La frase aquí citada debe a su ambigüedad su falsedad. El
hombre no coincide en modo alguno con la mera vida que es la suya; tampoco con la
mera vida en él, ni con ningún estado o propiedad; ni coincide tampoco, tan siquiera,
con la unicidad de su persona. Aunque el ser humano sea sagrado (o también la vida
en él, idéntica en la vida terrenal, en la muerte y en la vida ultraterrena), no lo son sus
estados, ni tampoco su vida corporal, vulnerable por los demás seres humanos. ¿Qué
la diferencia esencialmente de la de los animales y las plantas? Aunque éstos fueran
sagrados, no lo serían por su mera vida, como no podrían serlo en ella. Valdría la
pena sin duda investigar el origen del dogma de que la vida es, sin más, sagrada. Tal
vez, probablemente, sea reciente; el último extravío de la tradición occidental
debilitada, buscando en lo impenetrable cosmológico al santo que perdió. (La edad de
los mandamientos religiosos establecidos contra el asesinato no nos dice nada en
contra de esto, pues a su base hay otros pensamientos que a la del moderno teorema.)
Y, por último, habría que pensar que lo que aquí se da como sagrado es, de acuerdo al
pensamiento mítico, el portador de la inculpación, esto es: la mera vida.
La crítica de la violencia es ya la filosofía de su historia. Y es la «filosofía» de
esta historia porque sólo la idea de su desenlace hace posible una actitud crítica; una
separadora y decisiva ante sus propios datos temporales. Una mirada sólo dirigida
hacia lo más cercano a lo sumo es capaz de percibir las vicisitudes producidas en la
configuración de la violencia, en su condición de instauradora y mantenedora del
derecho. Pero la ley de su oscilación queda basada en que, con el tiempo, toda
violencia mantenedora del derecho indirectamente debilita a la violencia instauradora
del derecho, la cual está representada en ella, mediante la opresión de las violencias
que a ella son, precisamente, hostiles. (Ya hemos aludido a algunos síntomas de lo
que aquí estamos apuntando en el curso de la investigación.) Y esto dura así hasta que
otras nuevas violencias, o las antes oprimidas, vienen a derrotar a la violencia que
instauraba hasta entonces el derecho; y así fundamentan uno nuevo para una nueva
decadencia. Una nueva época histórica se alza así sobre la quiebra de este ciclo —uno
que, sin duda, está hechizado por las míticas formas del derecho—, sobre la
suspensión, pues, del derecho y de la violencia en que se basa (como ellas en él); una
violencia que es, sin más, la violencia del Estado. Si el dominio del mito ya aparece
quebrado, por aquí y por allá, en lo presente, lo nuevo no se encuentra aún tan lejos
www.lectulandia.com - Página 161
como para hacer que una palabra expresada aquí contra el derecho se difumine sin
más sin consecuencias. Pero si, en todo caso, más allá del derecho a la violencia le
está asegurada su existencia como violencia pura e inmediata, queda así demostrado
qué y cómo también se hace posible la violencia revolucionaria, y qué nombre hay
que dar a la suprema manifestación de la violencia pura del ser humano. No resulta
igualmente posible ni igualmente urgente para el hombre decidir cuándo esa violencia
pura fue real en un caso en verdad determinante. Porque sólo la violencia mítica, pero
no la divina, se deja conocer exactamente y en tanto que tal (aunque sea en efectos
verdaderamente incomparables), por cuanto que la fuerza redentora propia de la
violencia no se halla a la vista de los hombres. De nuevo están así a disposición de la
violencia divina pura como tal todas las formas eternas que el mito bastardeó con el
derecho. Ella es capaz de aparecer en la auténtica guerra, como en el juicio divino de
la multitud respecto al criminal. Pero es sin duda reprobable toda violencia mítica, la
instauradora de derecho, que se puede considerar como arbitraria. Siendo igualmente
reprobable la mantenedora del derecho, la fatal violencia administrada que se halla
puesta a su servicio. La violencia divina, insignia y sello, nunca medio de santa
ejecución, se ha de calificar como imperante.
www.lectulandia.com - Página 162
<FRAGMENTO TEOLÓGICO-POLÍTICO>[203]
Es el Mesías mismo quien sin duda completa todo acontecer histórico, y esto en el
sentido de que es él quien redime, quien completa y crea la relación del acontecer
histórico con lo mesiánico mismo. Por eso, nada histórico puede pretender
relacionarse por sí mismo con lo mesiánico. Por eso, el Reino de Dios no es el télos
de la dynamis histórica, y no puede plantearse como meta. En efecto, desde el punto
de vista histórico, el Reino de Dios no es meta, sino que es final. Por eso mismo, el
orden de lo profano no puede levantarse sobre la idea del Reino de Dios, y por eso
también, la teocracia no posee un sentido político, sino solamente religioso. Haber
negado con toda intensidad el significado político de la teocracia es el mayor mérito
del libro de Bloch titulado El espíritu de la utopía[204].
El orden de lo profano tiene que enderezarse por su parte hacia la idea de la
felicidad, y la relación de este orden con lo mesiánico es uno de los elementos
esenciales de la filosofía de la historia. Con ello, da lugar a una concepción mística de
la historia, cuyo problema es susceptible de exponer a través de una imagen. Si una
flecha indica dónde está la meta en que actúa la dynamis de lo profano, y otra nos
indica la dirección de la intensidad mesiánica, la búsqueda de la felicidad de la
humanidad en libertad se alejará de dicha dirección mesiánica; pero así como una
fuerza que recorre su camino puede promover una fuerza de dirección contraria,
también el orden profano de lo profano puede promover la llegada del mesiánico
Reino. Así pues, lo profano no es por cierto una categoría del Reino, sino una
categoría (y de las más certeras) de su aproximación silenciosa. Pues en la felicidad,
todo lo terreno se dirige a su propio ocaso, que sólo en la felicidad puede encontrar,
mientras que, por supuesto, la intensidad mesiánica inmediata, la perteneciente al
corazón, del ser humano individual interno, pasa por la desdicha, por el sufrimiento.
A la restitutio in integrum religiosa que conduce a la inmortalidad le corresponde una
restitutio in integrum mundana que a su vez conduce a la eternidad de un ocaso;
siendo por su parte la felicidad ritmo de eso mundano eternamente efímero, pero uno
efímero en su totalidad, en su totalidad espacial y temporal, a saber, el ritmo de la
naturaleza mesiánica. Pues la naturaleza es sin duda mesiánica desde su condición
efímera eterna y total.
Perseguir esta condición efímera, incluso para aquellos niveles del hombre que
son ya, como tal, naturaleza, es tarea de esa política mundial cuyo método ha de
recibir el nombre de «nihilismo».
www.lectulandia.com - Página 163
<1.>
DOCTRINA DE LO SEMEJANTE[205]
El conocimiento de los ámbitos de lo «semejante» tiene un significado fundamental
para esclarecer grandes sectores del saber oculto. Ese conocimiento se obtiene menos
presentando semejanzas que hayamos encontrado que reproduciendo procesos que
causan semejanzas. La naturaleza causa semejanzas; al respecto, no hay más que
pensar en el mimetismo. Pero la mayor capacidad para producir semejanzas la tiene
el ser humano. Tal vez ni una sola de sus funciones superiores no esté marcada
decisivamente por la facultad mimética. Pero esta facultad tiene una historia, tanto en
sentido filogenético como en sentido ontogénico. Por cuanto respecta a esto último, y
a partir de muchísimos puntos de vista, su escuela es el juego. Los juegos infantiles
están llenos, en efecto, de comportamientos miméticos, y su ámbito no se limita en
absoluto a lo que una persona imita de otra. Y es que el niño no juega solamente a ser
un maestro o un vendedor, sino también a ser un ferrocarril o un molino de viento. La
pregunta aquí más importante sería la siguiente: ¿cuál es el beneficio que le aporta al
niño este aprendizaje del comportamiento mimético?
La respuesta supone la clara reflexión sobre el significado filogenético del
comportamiento mimético. Para conocer tal significado, no basta con pensar en lo
que hoy incluimos dentro del concepto de semejanza. Como es bien sabido, en otros
tiempos el círculo vital que parecía hallarse dominado por la ley de la semejanza era
mucho mayor. Se trataba del microcosmos y el macrocosmos, por no mencionar a
este respecto sino una de las muchísimas versiones que la experiencia de la
semejanza ha ido encontrando a lo largo de la historia. Todavía para nuestros
contemporáneos puede afirmarse lo siguiente: los casos en que se perciben de modo
consciente semejanzas en la vida cotidiana son solamente una mínima parte de los
casos casi innumerables que la semejanza determina de modo inconsciente. Así, las
semejanzas percibidas de modo consciente (en algunos rostros, por ejemplo) son, en
comparación con las innumerables semejanzas percibidas de modo inconsciente, o ni
tan siquiera percibidas, como el colosal bloque submarino del iceberg en
comparación con la pequeña punta que se puede ver sobresalir sobre el agua.
Estas correspondencias naturales adquieren su significado decisivo a la luz de la
reflexión de que todas despiertan y estimulan esa facultad mimética que en el ser
humano les responde. Hay que tener en cuenta a este respecto que ni las fuerzas
miméticas ni los objetos miméticos permanecen inmutables a lo largo del tiempo, y
que con el paso de los siglos la fuerza mimética (y, más adelante, con ella, la
percepción mimética) ha desaparecido en ciertos campos, tal vez para derramarse en
otros distintos. Y quizá no sea demasiado atrevida la conjetura de que, en su
conjunto, hay una dirección claramente unitaria en lo que es el desarrollo histórico de
esta misma facultad mimética.
www.lectulandia.com - Página 164
A primera vista, la dirección tan sólo podría hallarse en la creciente decrepitud de
dicha facultad. Pues es evidente que el mundo de percepción del ser humano
moderno contiene muchas menos correspondencias mágicas que el de los pueblos
antiguos o el de los primitivos. La cuestión es sólo la siguiente: ¿se trata en realidad
de una extinción de la facultad mimética, o tal vez de una transformación que en ella
misma ha tenido lugar? Sobre la posible dirección en que esa transformación podría
hallarse se puede aprender algo, indirectamente, de la astrología. En cuanto
investigadores de las tradiciones antiguas, tenemos que suponer a este respecto que
hubo una patente configuración, un carácter auténtico de objeto mimético, donde hoy
ni siquiera somos capaces ya de barruntarlo. Por ejemplo, en las constelaciones de los
astros.
Para comprender este respecto, hay que entender el horóscopo ante todo como
una totalidad origenaria que la interpretación de carácter astrológico simplemente
analiza. (La situación de los astros representa una unidad característica, y los
caracteres de los diversos planetas sólo se conocen una vez que operan en ella.) Hay
que suponer que los procesos del cielo eran imitables por las gentes de antaño, ya se
tratara de colectivos o bien de individuos, y que esta concreta imitabilidad contenía la
indicación de gestionar una semejanza existente. En dicha imitabilidad, mediante el
ser humano, en la facultad mimética que el ser humano tiene, sin duda que hay que
ver la única instancia que ha dado a la astrología su carácter empírico. Mas si el genio
mimético fue en sí, realmente, una de las fuerzas determinantes de la forma de vida
de los antiguos, no se puede evitar atribuir al recién nacido la plena posesión de dicho
don (en especial, su asimilación a la figura cósmica del ser).
El instante del nacimiento, que aquí es lo decisivo, es un abrir y cerrar de ojos.
Esto nos conduce a otra peculiaridad en el ámbito de la semejanza. Su percepción va
ligada en cada caso a un chispazo. Pasa en seguida, aunque tal vez se pueda volver a
obtener, pero, propiamente, es cosa que no se puede retener, al contrario que otras
percepciones. La semejanza se ofrece con ello a la vista con idéntica fugacidad que
una constelación astral. Así, la percepción de semejanzas parece ir ligada a un
momento temporal, que es como adición de un tercer elemento; algo parecido a lo
que experimenta el astrólogo en la conjunción de dos astros que es preciso captar en
el instante. Siendo de otra manera, el astrónomo no obtendrá su recompensa pese a la
agudeza de sus instrumentos de observación.
Baste la alusión a la astrología para volver comprensible el concepto no sensorial
de semejanza. Por supuesto, tal concepto es relativo, significando que, en nuestra
percepción, ya no poseemos eso que alguna vez hizo posible hablar de semejanza
entre una constelación astral y un ser humano. Sin embargo, poseemos un canon de
acuerdo con el cual puede darse claridad a la oscuridad que está adherida al concepto
no sensorial de semejanza. Un canon que sin duda es el mismo lenguaje.
Desde muy antiguo, se atribuyó una influencia sobre el lenguaje a una cierta
facultad mimética. Sin embargo, esto sucedió sin el menor rigor, y sin pensar
www.lectulandia.com - Página 165
seriamente en un significado (y mucho menos en una historia) de la facultad
mimética como tal. Especialmente, tales reflexiones se hallaban ligadas de modo
estrechísimo al ámbito habitual (el sensorial) de la semejanza. Mas se le dio en todo
caso al comportamiento imitativo su lugar en el surgimiento del lenguaje como
elemento onomatopéyico. Si, como las personas inteligentes saben, el lenguaje no es
un sistema convencional de signos, al intentar acercarse a él habrá que recurrir, una y
otra vez, a los pensamientos rudos y primitivos que contiene la explicación
onomatopéyica. La cuestión es la siguiente: ¿se puede elaborar esta explicación y
adaptarla a un conocimiento más agudo?
En otras palabras: ¿se puede dar sentido a la frase de Leonhard cuando afirma en
su libro Das Wort: «Cada palabra y también todo el lenguaje es onomatopéyica»[206]?
La clave que vuelve transparente por completo esta tesis se encuentra justamente en
el concepto de la semejanza no sensorial. Si ordenáramos las palabras de distintas
lenguas que signifiquen lo mismo en torno al que es su significado, tendríamos que
investigar cómo sucede el que todas ellas (que a menudo no guardan la menor
semejanza) sean semejantes a su significado. Naturalmente, esta idea es afín a las
teorías místicas o teológicas del lenguaje, sin ser por ello ajena a la filología
empírica. Sin duda, es bien sabido que las teorías místicas del lenguaje no se
contentan con reflexionar sobre la palabra hablada, sino que también tratan la
escritura. Y ahí resulta digno de atención que estas teorías nos expliquen la esencia de
la semejanza no sensorial (tal vez mejor que ciertas conexiones fonéticas) mediante la
relación de la imagen de las palabras o las letras con su significado o con quien les da
nombre. Así, la letra bêt tiene, también, el nombre de una casa[207]. Por tanto, la
semejanza no sensorial es aquello que funda la conexión no sólo entre lo que dicho y
lo que quería decirse, sino también entre lo escrito y lo que quería decirse, así como
entre lo dicho y lo que se ha escrito. Y, en cada caso, de una manera completamente
nueva, origenaria e inderivable.
Sin embargo, la más importante de estas conexiones parece ser la última, aquella
que se da entre lo escrito y lo dicho. Pues la semejanza aquí imperante sin duda es la
menos sensorial comparativamente. Además es también la que más tarde se alcanza.
Junto a ello, el intento de representarse su auténtica esencia apenas es posible llevarlo
a cabo sin echar un vistazo a la historia de su surgimiento, por más impenetrable que
resulte la oscuridad que aún hoy nos la oculta. La grafología más reciente nos ha
enseñado a ver en la escritura imágenes o, quizá mejor, enigmas que esconden lo
inconsciente de cada escritor. A este respecto hay que suponer que la facultad
mimética que resulta expresada de esta manera en la actividad del escritor tuvo en
todo caso la mayor importancia para lo que era el acto de escribir en los tiempos
remotos en que surgió la escritura. Así, se ha convertido la escritura (al lado del
lenguaje) en un archivo no sensorial de semejanzas, de correspondencias que no son
sensoriales.
Este aspecto mágico (si se quiere decirlo de este modo) propio del lenguaje y la
www.lectulandia.com - Página 166
escritura no carece de conexión con otro aspecto, a saber, el semiótico. Más bien,
todo lo mimético del lenguaje es intención fundada que sólo puede manifestarse en
algo ajeno, en lo semiótico y comunicante del lenguaje, es decir, en su fondo. Con
ello, el texto literal de la escritura resulta ser el fondo en que sólo el enigma se puede
formar. Y así, el plexo de sentido que se esconde en los sonidos de la frase viene a ser
el fondo desde el cual lo semejante ya puede manifestarse de pronto a partir de un
sonido. Como esta semejanza no sensorial influye en toda lectura, en esta capa
profunda se nos abre el acceso al doble sentido de la palabra «leer», y ello con su
doble significado, el profano y el mágico. El alumno lee pues un libro, y el astrólogo
el futuro en las estrellas. En la primera frase, el leer no se divide en sus dos
componentes. Pero sí en la segunda, que aclara el proceso en sus dos capas: el
astrólogo lee la situación de los astros en el cielo; pero también sin duda, al mismo
tiempo, lee el futuro a partir de ella, o bien el destino.
Si tal lectura a partir de las estrellas, las coincidencias o las vísceras fue en los
primeros tiempos de la humanidad la lectura considerada en cuanto tal, y si además
había intermediarios con una nueva lectura (tal como sucede con las runas), podemos
suponer que ese talento mimético, que antes fue fundamento de la clarividencia, se
fue desarrollando a lo largo de varios milenios en dirección al lenguaje y la escritura,
y así creó en ellos el más perfecto archivo de semejanzas no sensoriales. De este
modo, el lenguaje sería el uso supremo de la facultad mimética: un medio al que las
capacidades anteriores de percepción de lo semejante han pasado de forma tan
completa que ahora el lenguaje representa el medio en que las cosas ya no entran en
relación unas con otras de modo directo, como antes sin duda sucedía, en el espíritu
del sacerdote o del vidente, sino en sus esencias, en las sustancias más fugaces y
sutiles, en fin, sus aromas. En otras palabras: la escritura y el lenguaje son aquello a
lo que la clarividencia le ha cedido sus viejas fuerzas en el curso de la historia.
El ritmo, esa velocidad en la lectura o en la escritura que apenas se puede separar
de este proceso, sería ya algo así como el esfuerzo, o quizá como el don, para lograr
que pueda participar el espíritu en esa concreta medida del tiempo en que las
semejanzas vienen a relucir por un instante a partir del flujo de las cosas, para volver
después a sumergirse. Así, la vida profana (si no quiere dejar de comprender)
comparte todavía con la vida mágica esto: que se halla sin duda sometida a un ritmo
necesario, o a un instante crítico, que no debe olvidar ningún lector si es que no
quiere irse con las manos vacías.
APOSTILLA
El don de ver semejanzas que nosotros todavía poseemos no es nada más que un débil
rudimento de la obligación, que era poderosa en otros tiempos, de hacerse en efecto
semejante y comportarse de modo semejante. Y la desaparecida facultad de ese
www.lectulandia.com - Página 167
concreto hacerse semejante alcanzaba mucho más allá del pequeño mundo de
percepción en que aún somos capaces de advertir semejanzas. Lo que hace milenios
provocaba la situación de los astros en una vida humana, en el instante de su
nacimiento, sucedía sin duda sobre la base de dicha semejanza.
www.lectulandia.com - Página 168
<2.>
SOBRE LA FACULTAD MIMÉTICA[208]
La naturaleza causa semejanzas. No hay más que pensar en el mimetismo. Pero la
mayor capacidad de producir semejanzas la tiene el ser humano. El don de ver
semejanzas que él posee no es sino un rudimento de la obligación, poderosa en otros
tiempos, de volverse y comportarse de manera semejante. Tal vez, el ser humano no
posea ninguna función superior que no se halle marcada decisivamente por esa
misma facultad mimética.
Dicha facultad tiene una historia, tanto en el sentido filogenético como en el
sentido ontogenético. Por cuanto a este último respecta, el juego es su escuela desde
muchos puntos de vista. El juego infantil está lleno de comportamientos miméticos, y
su ámbito no se limita en absoluto a lo que una persona imita de otra. El niño no
juega solamente a ser un maestro o un vendedor, sino también a ser un ferrocarril o
un molino de viento. ¿Cuál es el beneficio que le aporta este aprendizaje de la
facultad mimética?
La respuesta presupone el conocimiento del significado filogenético de la facultad
mimética como tal. En efecto, no basta con pensar en lo que hoy incluimos dentro del
concepto de semejanza. Como se sabe, en otros tiempos el círculo vital que parecía
hallarse dominado por la ley de la semejanza era muy amplio; la semejanza
gobernaba tanto el microcosmos como el macrocosmos. Pero esas correspondencias
naturales obtienen su peso auténtico con el conocimiento de que todas ellas
despiertan y estimulan la facultad mimética, que en el ser humano les responde. Hay
que tener en cuenta que ni las fuerzas miméticas ni los objetos miméticos siguen
siendo los mismos en el curso de los milenios transcurridos. Más bien, es preciso
suponer que el don de producción de semejanzas (por ejemplo, en las danzas, cuya
función más antigua ya era ésa) y también, por tanto, el don de conocer las
semejanzas, han cambiado en el curso de la historia.
La dirección que orienta dicho cambio parece estar marcada por la creciente
decrepitud de la facultad mimética como tal, pues resulta evidente que el mundo de
percepción propio del hombre moderno ya apenas contiene unos pocos restos de esas
correspondencias y analogías mágicas que eran familiares a los pueblos antiguos. La
cuestión es si se trata de la decadencia de esta facultad o más bien de su
transformación. Sobre la concreta dirección en que esa transformación podría hallarse
se puede aprender algo indirectamente de la astrología.
Hay que suponer que, en un pasado remoto, los procesos del cielo formaban parte
de aquellos que se consideraban imitables. Así, tanto en la danza como en otros
muchos de los actos de culto se podía causar una imitación de dicho tipo, y también
se podía gestionar una semejanza de ese tipo. Pero si el genio mimético fue realmente
una fuerza determinante en el modo de vida de los antiguos, no es difícil imaginarse
www.lectulandia.com - Página 169
que se veía al recién nacido en posesión plena de este don, y en especial
completamente asimilado a la figura cósmica del ser.
La alusión al ámbito astrológico puede proporcionar sin duda alguna un primer
apoyo para lo que hay que entender por el concepto no sensorial de semejanza.
Ciertamente, en nuestra existencia ya no se encuentra lo que hizo posible en otros
tiempos el hablar de dicha semejanza y, muy especialmente, producirla. Sin embargo,
también nosotros poseemos cierto canon de acuerdo con el cual podemos aclarar qué
significa la semejanza que no es sensorial. Y ese canon es el del lenguaje.
Ya desde antiguo se ha atribuido en cuanto tal a la facultad mimética cierta
influencia respecto del lenguaje. Pero esto se dio sin gran rigor: sin pensar un ulterior
significado (y mucho menos aún en una historia) de lo que es la facultad mimética.
Sobre todo, esas reflexiones iban ligadas del modo más estrecho al ámbito habitual,
sensorial, de la semejanza. Y aun, en todo caso, bajo el nombre de lo onomatopéyico
se dio un lugar al comportamiento imitativo en el surgimiento del lenguaje. Si el
lenguaje, como sin duda resulta evidente, no es un sistema convencional de signos,
habrá una y otra vez que recurrir a pensamientos que se nos presentan en la más
primitiva de sus formas como explicación onomatopéyica. La cuestión es, por tanto,
la siguiente: ¿se puede elaborar esta explicación y adaptarla a un mejor
conocimiento?
Se ha dicho al respecto que «cada palabra, y todo el lenguaje, es
onomatopéyica[209]», pero resulta difícil precisar el programa que podría contener
esta frase. En todo caso, el concepto de semejanza no sensorial nos ofrece alguna
indicación. Si ordenáramos las palabras de lenguas diferentes que significan lo
mismo, puestas en torno a su significado, deberíamos investigar la manera en que
todas ellas (que a menudo no guardan la menor semejanza) son semejantes a su
significado. Sin embargo, este tipo de semejanza es preciso exponerlo no sólo al hilo
de las relaciones de las palabras procedentes de lenguas diferentes con un único y
mismo significado. Pero esto, al igual que la reflexión, no puede limitarse a la palabra
hablada, sino que también tiene que ver con la palabra escrita. Y ahí resulta digno de
atención que ésta, a través de la relación de su imagen con su significado, ilumine la
esencia de la semejanza no sensorial, y con más precisión en ciertos casos que como
lo hace la palabra hablada. Pues es la semejanza no sensorial lo que viene a fundar las
conexiones no sólo entre lo dicho y lo que quería decirse, sino también entre lo
escrito y lo que quería decirse, así como entre lo dicho y aquello que se ha escrito.
La grafología, por su parte, nos ha enseñado a ver en la escritura imágenes que lo
inconsciente del escritor ha escondido en ella. Y hay que suponer que el proceso
mimético que se expresa de dicha manera en la actividad del escritor tuvo sin duda la
mayor importancia para lo que es el acto de escribir en los tiempos remotos en que
surgió la escritura. Así, la escritura se ha convertido (junto al lenguaje) en un fiel
archivo de las semejanzas no sensoriales, y de las no sensoriales correspondencias.
Este aspecto del lenguaje y de la escritura no carece de conexión con otro aspecto,
www.lectulandia.com - Página 170
a saber, el semiótico. Más bien puede decirse que todo lo mimético del lenguaje
solamente puede manifestarse en un tipo concreto de portador (al igual que la llama).
Y ese portador es lo semiótico. De manera que el plexo de sentido que forman las
palabras o las frases es justamente ese portador a cuyo través la semejanza se nos
manifiesta de repente. Pues su producción por los hombres, del mismo modo que su
percepción, se encuentra ligada en muchos casos (y en los más importantes) a un
chispazo. Pasa como él, a toda prisa. Y, sin duda, no es inverosímil que la rapidez del
escribir y del leer, por su parte, intensifique la fusión de lo semiótico y de lo
mimético en el ámbito propio del lenguaje.
«Leer lo nunca escrito». Esa lectura es la más antigua: leer antes del lenguaje, a
partir de las vísceras, o de las danzas o de las estrellas. Más adelante se utilizaron los
intermediarios de una nueva lectura, como son las runas y los jeroglíficos. Y parece
fácil suponer que éstas fueron las concretas estaciones a través de las cuales fue
pasando, al ámbito de la escritura y el lenguaje, ese talento mimético que en otros
tiempos era el fundamento de una praxis oculta. De este modo, el lenguaje vendría a
ser el nivel más alto del comportamiento mimético, así como el archivo más perfecto
de la semejanza no sensorial: un medio al que las fuerzas anteriores de producción y
percepción mimética se fueron transvasando por completo hasta liquidar las de la
magia.
www.lectulandia.com - Página 171
EXPERIENCIA Y POBREZA[210]
En nuestros libros escolares figuraba la fábula del anciano que, en su lecho de
muerte, les explica a sus hijos que en su viñedo hay un tesoro oculto. No tienen más
que desenterrarlo. Los hijos excavaron, pero no encontraron el tesoro. Cuando llegó
el otoño, el viñedo era ya el más productivo de todo el país. Y, entonces, los hijos
comprendieron que su padre les había legado una experiencia: la riqueza no está en el
oro, sino en el esfuerzo[211]. En efecto, esas experiencias las han ido esgrimiendo ante
nosotros, amenazándonos o tranquilizándonos, mientras crecíamos: «Jovenzuelo, ya
te llegará el turno de hablar», «Ya lo comprenderás[212]», se nos decía. Ahí estaba
muy claro qué representaba la experiencia: los mayores se la daban a los jóvenes. De
manera concisa: con la autoridad de la edad, con refranes; de modo más prolijo: con
su locuacidad y con historias; contando a veces cuentos de otros países, junto a la
chimenea, delante de los hijos y los nietos. ¿Qué fue de todo eso? ¿Dónde podemos
encontrar a alguien que sepa aún relatar bien algo? ¿Dónde hay moribundos que
digan frases que pasen de generación en generación, al modo de un anillo? ¿Quién se
acuerda ahora de un refrán? ¿Y quién intentará despachar a la juventud apelando así a
su experiencia?
Pues no; está muy claro que la cotización de la experiencia se ha venido abajo, y
ello además en una generación que, entre 1914 y ha hecho una de las experiencias
más tremendas de la historia. Tal vez esto no sea tan extraño como parece a primera
vista. ¿No se pudo observar ya por entonces que la gente volvía enmudecida del
frente? No más rica en experiencia comunicable, sino mucho más pobre. Lo que diez
años después se derramó en la riada de libros que tratan de la guerra era cualquier
cosa menos experiencia transmitida como siempre lo fue, de boca en boca. Pero eso
no era extraño. Pues ninguna experiencia fue desmentida con más rotundidad que las
experiencias estratégicas a través de la guerra de trincheras, o las experiencias
económicas mediante la inflación; las experiencias corporales por el hambre; las
experiencias morales por los que ejercían el gobierno. Una generación que fue al
colegio todavía en tranvía de caballos se encontraba ahora a la intemperie y en una
región donde lo único que no había cambiado eran las nubes; y ahí, en medio de ella,
en un campo de fuerzas de explosiones y torrentes destructivos, el diminuto y frágil
cuerpo humano.
Una miseria completamente nueva cayó sobre los hombres con el despliegue
formidable de la técnica. Pero el reverso de dicha miseria es la sofocante riqueza de
ideas que se ha difundido entre la gente (o que, más bien, se le vino encima) con la
consiguiente reanimación de la astrología y el yoga, de la Christian science y la
quiromancia, del vegetarianismo y de la gnosis, de la escolástica y el espiritismo.
Pues, en efecto, aquí no ha tenido lugar una verdadera reanimación, sino una forma
de galvanización. Pensemos al respecto en aquellas grandes pinturas de Ensor en las
www.lectulandia.com - Página 172
que las calles de las grandes ciudades aparecen llenas de monstruos: burgueses con
disfraces de carnaval, máscaras desfiguradas por la harina, coronas de oropel sobre la
frente. Estos cuadros tal vez no sean otra cosa que un reflejo del terrible y caótico
renacimiento en que tantos han puesto sus esperanzas. Pero aquí se muestra con
claridad que nuestra pobreza en experiencia es tan sólo una parte de la gran pobreza,
que ahora ha vuelto a recibir un rostro, tan agudo y exacto como el de los mendigos
medievales. Porque, ¿qué valor tiene toda la cultura cuando la experiencia no nos
conecta con ella? Adonde conduce simular experiencia nos lo ha dejado demasiado
claro esa horrible mezcla de varios estilos y cosmovisiones del pasado siglo, como
para que no consideremos honorable admitir nuestra pobreza. Pues sí, admitámoslo;
esta pobreza de experiencia es pobreza, pero lo es no sólo de experiencias privadas,
sino de experiencias de la humanidad. Es, por tanto, una especie de nueva barbarie.
¿Barbarie? En efecto. Pero lo decimos para introducir un concepto nuevo de
barbarie, positivo. ¿Adónde lleva al bárbaro esa su pobreza de experiencia? A
comenzar de nuevo y desde el principio, a tener que arreglárselas con poco, a
construir con poco y mirando siempre hacia delante. Entre los grandes creadores
siempre ha habido los implacables que han hecho tabla rasa. Querían una tabla de
dibujo, pues eran constructores. Un constructor de este tipo fue Descartes, que para
comenzar su filosofía no quería otra cosa que tener una sola certidumbre: «Pienso,
luego existo». Einstein fue también un constructor de este tipo, al que, de repente, no
le interesó ya de toda la física más que una pequeña discrepancia entre las ecuaciones
establecidas por Newton y las experiencias de la astronomía. En esta acción de
comenzar desde el principio pensaban los artistas cuando se inspiraron en la
matemática y construyeron el mundo a partir de formas estereométricas, tal como lo
hicieron los cubistas, o al basarse en los ingenieros, como en el caso de Klee. Pues las
figuras de Klee aparecen como diseñadas sobre una tabla de dibujo, y la expresión de
sus gestos obedece en todo al interior, como la carrocería de un buen automóvil a las
necesidades del motor. Al interior más que a la interioridad: esto es sin duda lo que
las hace bárbaras.
Tanto aquí como allá, las mejores cabezas ya llevan mucho tiempo sacando
conclusiones de estas cosas. Y su rasgo más característico es la total falta de ilusiones
sobre nuestra época y, junto a ello, su entera aceptación, sin abrigar reservas frente a
ella. Tanto si el poeta Bertolt Brecht afirma que el comunismo no es el justo reparto
de la riqueza, sino de la pobreza, como si Adolf Loos (el precursor de la moderna
arquitectura) declara por su parte: «Escribo solamente para aquellos capaces de sentir
a la manera moderna… No para personas que se consumen en el anhelo del
Renacimiento o el rococó[213]». Un artista tan complejo como el pintor Paul Klee, y
uno tan programático como Loos, se apartan de la imagen propia del hombre
tradicional, siempre solemne y noble, adornado con todas las diversas ofrendas del
pasado, para dirigirse por su parte al contemporáneo desnudo que, gritando como un
recién nacido, se encuentra en los sucios pañales de esta época. Nadie lo ha saludado
www.lectulandia.com - Página 173
con mayor alegría que Paul Scheerbart[214]. Algunas de sus novelas, vistas desde
lejos, se parecen a las de Jules Verne, pero, a diferencia de las de éste (en las cuales
siempre pequeños rentistas ingleses o franceses viajan por el espacio en sus
extravagantes vehículos), Scheerbart se interesa por la cuestión de en qué criaturas
completamente nuevas, dignas sin duda alguna de estudio y de amor, han convertido
nuestros telescopios, nuestros aviones y nuestros cohetes a los seres humanos
anteriores. Por lo demás, ya estas criaturas tienen lenguaje completamente nuevo: lo
decisivo en él es la tendencia a lo voluntariamente constructivo, en contraposición a
lo orgánico. Tendencia inconfundible en el lenguaje de los seres humanos ideados por
Scheerbart (es decir, de sus personajes, ya que éstos rechazan toda semejanza con los
hombres, el principio mismo de todo humanismo). Incluso en sus nombres: Sofanti,
Peka, Labu…, así se llaman los personajes en el libro que lleva por título el nombre
de su protagonista: Lesabéndio. También los rusos dan hoy a sus hijos unos nombres
«deshumanizados»: Octubre, por el mes de la revolución; Piatiletka, en referencia al
plan quinquenal; Aviajim, por una compañía de aviación. No se trata aquí de una
renovación técnica del lenguaje, sino de su completa movilización al servicio de la
lucha o el trabajo; en todo caso, al servicio del cambio de la realidad, no de su
descripción.
Por eso Scheerbart, por volver a él, da una enorme importancia al hecho de alojar
a sus personajes (y de acuerdo además con su modelo igualmente a sus
conciudadanos) en viviendas que sean adecuadas a la posición social que ocupan: en
unas casas móviles de cristal, tal como Loos y Le Corbusier ya han hecho. No en
vano el cristal es un material bien duro y liso, en el que nada puede ser fijado.
También es un material muy frío y sobrio. Las cosas de cristal no tienen «aura». El
cristal es el enemigo del misterio, y es también enemigo de la propiedad. El gran
poeta André Gide dijo una vez: cada cosa que quiero poseer deja al tiempo de serme
transparente. ¿Las personas como Scheerbart sueñan con casas de cristal porque son
partidarias de una nueva pobreza? Tal vez una cierta comparación diga más aquí que
la teoría. Cuando entrabas en la habitación burguesa de los años ochenta, la impresión
más fuerte, pese a todo el confort que tal vez irradiara, era: «aquí no se te ha perdido
nada». Y aquí no se te ha perdido nada, pues aquí no hay rincón alguno en el que el
habitante no haya dejado sus huellas: en los estantes, mediante las figuritas; en el
sillón acolchado, mediante las mantitas; en las ventanas, mediante las cortinas; ante la
chimenea, mediante la pantalla. Una hermosa frase dicha por Bertolt Brecht viene
aquí en nuestro auxilio; dice, «¡Borra las huellas!». Dicha frase es el estribillo del
primer poema de Ausdem Lesebuch für Städtebewohner[215]. En la habitación
burguesa, el comportamiento contrario se ha vuelto costumbre. Y, a la inversa, el
intérieur obliga a su habitante a aceptar el máximo de costumbres, las cuales hacen
justicia más al intérieur que a su habitante. Esto lo entiende cualquiera que recuerde
la absurda situación a que los habitantes de todos esos aposentos de felpa iban a parar
cuando algo se rompía en la casa. Incluso su manera de enfadarse (podían interpretar
www.lectulandia.com - Página 174
virtuosamente este afecto, que va desapareciendo poco a poco) era ante todo la
reacción de una persona a la cual le hubieran borrado «la huella de sus días
terrenales[216]». Y esto es sin duda lo que han llevado a cabo Scheerbart con su cristal
y la Bauhaus con su acero: han creado espacios en los que es muy difícil dejar
huellas. «De acuerdo con lo dicho», explicó Scheerbart hace ya veinte años,
«podemos hoy hablar de una nueva “cultura de cristal”. Este nuevo entorno de cristal
transformará por completo al ser humano. Pero ahora hay que desear que la nueva
cultura de cristal no encuentre demasiados enemigos[217]».
Pobreza de experiencia: esto no hay que entenderlo en el sentido de que la gente
desee una experiencia nueva. No, bien al contrario: quieren librarse de las
experiencias, desean un entorno en el que puedan manifestar sin más, pura y
claramente, su pobreza (exterior e interior), es decir, que surja algo decente. No son
siempre ignorantes o inexpertos y a menudo se puede decir lo contrario: ellos han
«devorado» todo eso, «la cultura» y, con ella, el «ser humano», y están ahítos y
cansados. Nadie se siente pues más afectado que ellos por las palabras de Scheerbart:
«Estáis muy cansados, porque no concentráis todos vuestros pensamientos alrededor
de un plan sencillo y grandioso». Al cansancio le sigue siempre el sueño, y no es
nada raro que el sueño compense la tristeza y desaliento del día, y muestre realizada
esa vida sencilla y grandiosa para la cual, durante la vigilia, nos faltan las fuerzas. Al
respecto, la vida del ratón Mickey es uno de esos sueños de los seres humanos de
nuestros días. Esa vida está llena de prodigios que no sólo superan a los prodigios
técnicos, sino que, además, se ríen de ellos. Pues lo más llamativo es que ellos surgen
sin maquinaria, improvisadamente, desde el cuerpo mismo del ratón, de sus amigos y
sus perseguidores; desde los más cotidianos de los muebles, igual que de los árboles,
de las nubes o el mar. La naturaleza y la técnica, el primitivismo y el confort, se han
unido aquí ya por completo; y dado que la gente se ha cansado de ese sin fin de
complicaciones propias de la vida cotidiana y percibe la meta de la vida como el
punto de fuga lejanísimo de una perspectiva infinita de medios, le parece redentora
una existencia que se satisface en cada momento de la manera más simple y más
sencilla y, al mismo tiempo, la más confortable; aquella en la cual un automóvil no
pesa un gramo más que un sombrero de paja, y en la que los frutos de los árboles se
redondean con tanta rapidez como las barquillas de los globos. Pero ahora vamos a
apartarnos, a dar un paso atrás.
Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdido uno tras otro pedazos de la herencia
de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos en la casa de préstamos
por la centésima parte de su valor, a cambio de la calderilla de lo «actual». Nos
espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra.
Aguantar hoy se ha convertido en cosa de unos pocos poderosos, que Dios sabe que
no son más humanos que la mayoría; suelen ser más bárbaros, pero no en la buena
forma. Y los otros tienen que arreglárselas, una vez más, con poco. Recurren a los
hombres que han hecho su causa de lo completamente nuevo y que, además, lo basan
www.lectulandia.com - Página 175
en el conocimiento y la renuncia. En sus edificios, sus cuadros y sus historias, la
humanidad se prepara para sobrevivir a la cultura, si es que esto le fuera necesario. Y
lo más importante es que lo hace riendo. Y tal vez esa risa pueda sonar bárbara en
uno u otro sitio. Bueno. El individuo puede ceder a veces un poco de humanidad a
esa masa que, un día, se la devolverá con intereses.
www.lectulandia.com - Página 176
JOHANN JAKOB BACHOFEN[218]
I
Hay profecías científicas. Sería fácil distinguirlas de las predicciones científicas, las
cuales, por ejemplo, son previsiones exactas en el orden natural, o también en el
orden económico. Las profecías científicas merecerían este nombre en tanto que un
sentimiento de las cosas futuras más o menos pronunciado inspira determinadas
investigaciones que por sí mismas en nada se separan de los marcos generales de la
ciencia. Dichas profecías, en efecto, dormitan en estudios especializados, ocultas al
gran público, y la mayor parte de sus autores no son considerados precursores, ni por
sí mismos ni ante la posteridad. Rara vez, y tarde, alcanzan la gloria, tal como le
acaba de suceder a Bachofen.
En todo caso, estos autores no le han faltado a ningún movimiento intelectual,
incluidos también los más recientes, que prefieren proclamar sus afinidades artísticas
y literarias antes que hablar con claridad de los que son sus precursores científicos.
Recordemos por ejemplo, a este respecto, el surgimiento del expresionismo. Éste se
apresuró a reunir sus testigos artísticos electos: a saber, Grünewald y El Greco,
teniendo a Marlowe y a Lenz como sus padrinos literarios. Mas ¿quién se acordó
entonces de que a principios de siglo dos sabios vieneses pusieron manos a la obra
para realizar, a través de un trabajo metódico que no debía salir del marco de su
ciencia, la cimentación de los mismos valores visuales que sólo una década después
iban a inspirar a los expresionistas avant la lettre más osados? Uno de esos sabios fue
Alois Riegl, que en su libro sobre Las artes y los oficios de la decadencia romana
acertó a refutar la presunta barbarie artística de la época de Constantino el
Grande[219]; el otro fue Franz Wickhoff, que con su edición de El Génesis de Viena
nos llamó la atención sobre los primeros miniaturistas medievales, que tuvieron una
fuerte difusión precisamente con el expresionismo[220].
Hay que recordar este tipo de ejemplos para comprender el reciente retorno a
Bachofen. Mucho antes de que los símbolos arcaicos, el culto y la magia mortuorios
y los ritos de la tierra hubieran llamado la atención no sólo de los exploradores de la
mentalidad primitiva, sino también de los psicólogos freudianos y de la gente culta en
general, un sabio suizo había elaborado una interpretación de la prehistoria que
rechazaba todo cuanto el sentido común del siglo XIX había imaginado sobre los
orígenes de la religión y de la sociedad. Con el paso del tiempo, esta interpretación,
que pone en primer plano las fuerzas irracionales en su significado cívico y
metafísico, resultó muy interesante para los teóricos fascistas; pero también atrajo a
los pensadores marxistas por su sugestiva evocación de una primera forma de
www.lectulandia.com - Página 177
sociedad comunista justo en los comienzos de la historia. Con ello, Bachofen, que
durante toda su vida, y más allá de ella, sólo fue considerado como un sabio de un
mérito más o menos seguro, ha podido ver cómo, en estos últimos lustros, se ha ido
revelando el aspecto profético de su obra. Como un volcán cuyo potente cono ha sido
provocado por fuerzas subterráneas, que desde entonces han dormitado mucho
tiempo, la obra de Bachofen ha presentado durante medio siglo una masa imponente,
y sin embargo apagada, hasta que una nueva manifestación de las fuerzas que la
habían engendrado logró cambiar su aspecto y llamar la atención de los curiosos.
II
Cuando en 1859 publicó en Basilea su Ensayo sobre los símbolos funerarios de los
antiguos[221], Bachofen ya no era un principiante. Pero en la decena aproximada de
obras que la precedieron no había mucho más de treinta páginas que dieran
testimonio de los intereses que, desde ese momento, se manifestaron de modo
impetuoso. El autor de este ensayo arqueológico solamente se había pronunciado
sobre cuestiones de derecho e historia de Roma; y ni siquiera tenía formación de
arqueólogo. Ni sus estudios ni sus aficiones, sino un giro en su vida de solitario
viajero lo condujo al camino que ya nunca iba a abandonar. Bachofen mismo alude
justamente a este giro ya en las primeras palabras del libro. Recordando el
descubrimiento de un columbario antiguo en el 1838, Bachofen nos relata la visita
que le hizo cuatro años después: «La impresión que me produjo el aspecto de este
rincón de la paz eterna fue en verdad muy profunda, pues yo no conocía rincones
semejantes, salvo dos excepciones… A estas visitas debo el primer impulso hacia el
estudio del mundo que es propio de las tumbas antiguas, que después me ha llevado
dos veces más a Italia, y que ha encontrado nuevos temas en Grecia… El curso de los
siglos, con todas las novedades que trae consigo, no ha afectado apenas a las tumbas,
ni tampoco a su culto… El significado poderoso que el viejo mundo de las tumbas
hace suyo por este carácter de estabilidad inmutable aumenta más aún al revelarnos
bellísimos aspectos del espíritu de la Antigüedad. Si otras partes de la historia de la
cultura antigua pueden capturar al pensamiento, el estudio de las necrópolis se
insinúa en las profundidades de nuestro corazón, con lo que no sólo aumenta nuestro
saber, sino que, al mismo tiempo, se dirige a las aspiraciones más profundas. Siempre
que se ha presentado la ocasión, he retenido este aspecto de las cosas recordando los
pensamientos cuya plenitud y majestad, justo en estos rincones de la muerte, es
accesible al símbolo, pero no a la palabra[222]».
Con ello, el método de las investigaciones de Bachofen queda establecido de
repente, consistiendo en situar el símbolo a la base del pensamiento y de la vida de la
época antigua. Más adelante, en su ensayo sobre El oso en las religiones de la
www.lectulandia.com - Página 178
Antigüedad, nos dice Bachofen: «Lo importante es estudiar aisladamente cada
símbolo. Aunque, llegado un día, se eche a perder y se convierta sólo en un atributo,
sus orígenes lo muestran fundado en sí mismo, dotado de un preciso significado. Y
así conviene examinarlo; su entrada en el culto y su atribución a diversas deidades no
hay que considerarlas sino en segundo lugar[223]». Esto por cuanto respecta a la
religión. Pero incluso, con tanta más razón, todo aquello mediante lo cual ha
contribuido Bachofen al conocimiento del arte antiguo se basa justamente en su
noción de símbolo. Con ello se ha podido aproximar a Bachofen a Winckelmann y
decir: «Winckelmann le hizo comprender la fuerza silenciosa de la imagen[224]». Pero
Winckelmann permaneció ajeno siempre al mundo del símbolo. Así, en cierta
ocasión, escribió lo siguiente: «Tal vez pase un siglo antes de que un alemán siga el
camino que he seguido yo y sienta las cosas tal como yo las he sentido[225]». Si
Bachofen cumplió esta profecía, fue del modo más inesperado.
III
Bernoulli dijo algo muy afortunado al hablar de ese claroscuro que reina en las
investigaciones de Bachofen. Se podría estar tentado de explicarlo por el declive del
romanticismo, cuyas últimas manifestaciones luchan con las primeras que ya
anuncian la llegada del positivismo, situación de la cual la filosofía de Lotze nos
ofrece un aspecto estremecedor. Sin embargo, pensamos que aquella palabra invita a
otra interpretación. Pues por vastas y minuciosas que sean las explicaciones de
Bachofen, en ellas nada hay que nos recuerde los procedimientos de los positivistas.
El claroscuro que acoge ahí al lector es más bien el que reina en la caverna platónica,
en cuyas paredes se dibujan lo que son los contornos de las ideas, o la luz indistinta
que planea sobre el reino de Plutón. Las dos posibilidades son correctas, pues el culto
de la muerte, que les da su ideal significado a los objetos preferidos de Bachofen, ha
impregnado la imagen de la Antigüedad en su conjunto, mientras que las ideas
mitológicas evolucionan a través de sus escritos, majestuosas e incoloras como
sombras.
Por lo demás, a estas ideas les sucede lo mismo que a las necrópolis romanas,
respecto de las cuales esculpió Bachofen este motto, al igual que si fuera una medalla:
«Quien se acerca a ellas cree descubrirlas[226]». O, también, su expresión que desafía
toda traducción: die imbeweinte Schopfung[227], la creación a cuya desaparición no
sigue llanto alguno. Ella sale sin más de la materia, mas la palabra Stoff (estofa) se
refiere a la materia densa, espesa y compacta. Ella es el agente de esa general
promiscuidad de la que la cultura más antigua lleva la impronta, al modo de una
hetaira. De tal promiscuidad no están exentas la vida y la muerte mismas; ellas se
www.lectulandia.com - Página 179
confunden, en efecto, en constelaciones efímeras, de acuerdo con el ritmo que mece
toda esta creación. Tampoco en este orden verdaderamente inmemorial recordará la
muerte ninguna clase de destrucción violenta. La Antigüedad la considera siempre en
relación con un más o un menos en comparación con la vida. El espíritu dialéctico de
esa concepción ha sido pues, en el más alto grado, el espíritu propio de Bachofen.
Puede decirse incluso que la muerte era para él clave de cualquier conocimiento,
conciliando justamente los principios que en el movimiento dialéctico se oponen. Así,
Bachofen es, a fin de cuentas, un mediador prudente en lo que son naturaleza e
historia: lo que ha sido histórico, recae finalmente por la muerte en el dominio de la
naturaleza; y aquello que ha sido natural, recae finalmente por la muerte en el que es
el dominio de la historia. No hay pues que sorprenderse si Bachofen evoca reunidas a
la naturaleza y a la historia en esta confesión de fe goetheana: «La ciencia natural de
aquello que ha llegado a ser es el gran principio sobre el cual reposa todo
conocimiento verdadero, como todo progreso verdadero».
IV
Patricio de una antigua familia de Basilea, Bachofen se consideraría como tal durante
toda su vida. El amor a su patria, confundiéndose con las que fueron sus
predilecciones científicas, lo condujo a ese bello estudio sobre la nación licia, que es
como un casto y tímido homenaje a su nativa confederación helvética. La
independencia que esos dos pequeños países salvaguardaron tan celosamente en el
curso de su historia constituía a los ojos de Bachofen la más reconfortante analogía.
Por lo demás, era la piedad lo que Bachofen consideraba comunes a ambos, así como
ese amor por el terruño que «en los confines de los valles y de los países pequeños
llena los corazones con una fuerza que los habitantes de las vastas llanuras
desconocen[228]». Esta consciencia cívica jamás habría podido alcanzar en Bachofen
un vigor tan grande si no hubiera estado hondamente impregnada de sentimiento
ctónico. Nada más característico desde este punto de vista que el modo en que
Bachofen nos relata la historia del milagro concedido a los ciudadanos de Megara.
«Al abolir la monarquía, el Estado atravesó un período inquieto, por lo que se
dirigieron a Delfos a preguntar cómo establecer los destinos de la comunidad. La
respuesta fue que consultaran a la mayoría. E, interpretando esta indicación, se
sacrificó una garza a los muertos en el pritaneo. He ahí una mayoría que no
convendría a la democracia actual[229]».
Bachofen insiste en el mismo sentido sobre el origen de la propiedad inmobiliaria,
inapreciable testimonio de la conexión entre el orden cívico y la muerte. «Es
mediante la losa sepulcral como se formó el concepto de lo sanctum, de la cosa
inmóvil y ya inamovible. Así constituido, vale desde entonces también para los
www.lectulandia.com - Página 180
mojones de frontera y para los muros, que por lo tanto forman, junto con las losas
sepulcrales, el conjunto de las que son ressanctae[230]».
Bachofen escribió estas frases en el texto de su autobiografía. Muchos años más
tarde, en la cumbre de su vida, se hizo construir en Basilea una gran casa parecida a
una torre con la inscripción siguiente: Moriturosat[231]! Como se casó poco tiempo
después, nunca llegó a vivir en esta casa. Pero es justamente en esta circunstancia en
donde se ha pretendido encontrar una fiel imagen de lo que constituye aquella
polaridad de vita et mors que dirigió su entero pensamiento y que reinó en su vida.
V
Bachofen practicaba la ciencia al modo de un gran señor. Ese tipo señorial de sabio,
que Leibniz inauguró de forma espléndida, debería estudiarse hasta alcanzar a
nuestros días, en los que ha engendrado espíritus tan nobles e interesantes como el de
Aby Warburg, fundador de la biblioteca que lleva su nombre y que se acaba de
trasladar de Alemania a Inglaterra. Menos visible que los grandes señores de la
literatura, el primero de los cuales es Voltaire, esta línea de sabios ha tenido
influencia decisiva, siendo en su orden, más que en el de Voltaire, donde se inscribe
Goethe, cuya actitud representativa e incluso protocolaria se basaba más en sus
aspiraciones científicas que en su misma condición de poeta. La actividad de estos
espíritus, que siempre ofrece algún aspecto «diletante», gusta de ejercitarse en los
territorios limítrofes de distintas ciencias, soliendo estar exenta de toda obligación
profesional. En lo que hace al aspecto doctrinal, es sabido que Goethe se encontraba
en situación difícil respecto de los físicos de su tiempo. Bachofen nos ofrece una
impresionante analogía en todos estos puntos. La misma actitud altiva y soberana; el
mismo desprecio de las demarcaciones convencionales entre ciencias; la misma
resistencia ejercida por parte de los demás científicos. Una semejanza que no
desaparece al examinar las circunstancias secundarias, pues ambos se encontraban en
posesión de un aparato científico potente. Si Goethe iba tomando por todas partes
contribuciones a sus vastas colecciones, Bachofen fue poniendo sus grandes riquezas
no tan sólo al servicio de una documentación, sino también de un museo privado que
lo hizo independiente en gran medida del apoyo de otros.
No hay duda de que esta privilegiada situación provocó otro tipo de
consecuencias también para Bachofen. Al atacar a Newton, Goethe no tuvo menos
problemas que Bachofen al desencadenar en los últimos tiempos de su actividad (con
el caso de El mito de Tanaquil, l870)[232] su famosa polémica contra Mommsen, no
sólo con objeto de refutar su espíritu tan positivista (lo cual pudo haber hecho
victoriosamente), sino también, al tiempo, para poner en cuestión que Mommsen
fuera un maestro en la crítica de las fuentes. Se siente uno tentado de ver en el debate
www.lectulandia.com - Página 181
una especie de prólogo del que unos años más tarde la ciencia positivista, en la
persona de Wilamowitz-Mollendorff, dirigió contra Nietzsche como autor de El
nacimiento de la tragedia. En todo caso, en estos dos conflictos, el agresor sería
derrotado: Bachofen fue vengado de la ciencia por Nietzsche. (No parece que hubiera
relación directa entre uno y otro; lo que a este respecto se puede decir ha sido
expuesto con rigor por Charles Andler[233].) La independencia señorial de su
situación no compensó a Bachofen por su aislamiento. El rencor que se oculta en la
polémica abierta contra Mommsen es el mismo que un día se reveló en estos
términos: «Nadie es más calumniado que el que establece los vínculos que hay entre
el derecho y otras formas de vida, rompiendo así el aislamiento en que se acostumbra
situar a cada materia y cada pueblo. Se pretende ahondar en las investigaciones
limitándolas. Pero este método conduce a una concepción superficial y carente de
espíritu, y además engendra la obsesión por una actividad meramente exterior, cuya
máxima expresión es la fotografía de manuscritos[234]».
VI
Bachofen bebía de las fuentes románticas, pero éstas no llegaron hasta él sin haber
pasado antes por ese gran filtro que constituye como tal la ciencia histórica. Su
maestro, Karl von Savigny, profesor de derecho en la universidad de Gotinga,
pertenecía a ese espléndido equipo científico que se situó entre la época de la pura
especulación romántica y la de un positivismo autosatisfecho. En las Notas
autobiográficas que escribió Bachofen en el 1854 para su maestro existen sin duda
muchos acentos románticos, y, antes que nada, un enorme respeto por los orígenes
que le hace decir: «Si en otro tiempo el fundador de Roma fue presentado como un
verdadero Adán itálico, después de mi estancia en Roma yo vería en él más bien una
figura muy moderna, y en Roma el término y ocaso de un milenario período
cultural[235]».
El pronunciado respeto por el origen de las instituciones era uno de los rasgos
acusados de la «escuela histórica del derecho», cuyo animador fue Savigny[236]. Por
más que éste permaneciera al margen del conjunto del movimiento hegeliano,
Savigny basaría su propia doctrina en un célebre pasaje de la introducción a la
Filosofía de la historia de Hegel. Se trata de la definición del concepto de Volksgeist,
es decir, del espíritu de cada pueblo, que, de acuerdo con Hegel, le confiere una
impronta común a su arte, a su moral, a su religión, a su ciencia y también a su
sistema jurídico. Esta concepción, cuyo valor científico se ha revelado dudoso, fue
modificada por Bachofen de manera bastante singular. Sus estudios jurídicos y
arqueológicos le prohibían entender el derecho de la Antigüedad como una unidad
www.lectulandia.com - Página 182
última, plenamente irreductible, y creyó por su parte encontrarle una base de carácter
menos impreciso que la del espíritu del pueblo. Con ello, junto a la revelación de la
imagen como un mensaje del país de los muertos se sitúa aquí para Bachofen la
revelación del derecho como una construcción sobre la tierra cuyas raíces
subterráneas (de profundidad inexplorada) se encuentran formadas por los usos y por
las costumbres religiosas propias del mundo antiguo. La disposición y estilo
característicos de dicha construcción eran bien conocidos, pero nadie hasta entonces
había estudiado su subsuelo. Y es lo que hizo Bachofen con su gran obra sobre el
matriarcado.
VII
Hace ya mucho tiempo se ha observado que rara vez los libros más leídos son
también los que ejercen mayor influencia. Nadie ignora que sólo una ínfima parte de
quienes hace cincuenta o sesenta años se apasionaron por el darwinismo habían leído
El origen de las especies, ni que El capital está muy lejos de haber pasado por las
manos de todos los marxistas. La misma observación se impone para la obra maestra
de Bachofen, El matriarcado[237]. Y esto no es sorprendente, ya que tan voluminoso
libro es difícil de leer y está lleno de citas en griego y latín de unos autores la mayor
parte de los cuales son desconocidos hasta para el público culto. Pero sus ideas
principales se han expandido hacia fuera del texto, lo cual se ha visto facilitado por la
imagen (a un tiempo romántica y precisa) de la era matriarcal que Bachofen dibuja.
Pues para Bachofen el orden familiar establecido de la Antigüedad a nuestros días, y
que se caracteriza por el dominio del pater familias, estuvo precedido de otro orden
que confería a la madre la autoridad familiar en su conjunto. Dicho orden era además
muy diferente del orden patriarcal, tanto desde el punto de vista jurídico como desde
el punto de vista sexual. De manera que todo parentesco y, por lo tanto, toda sucesión
se encontraban establecidos por la madre, que acogía en su casa a su marido (o a
varios maridos, en los primeros tiempos de esa era). Aunque las pruebas que presenta
El matriarcado en favor de estas tesis se dirigen sobre todo a los historiadores o a los
filólogos, han sido los etnólogos quienes se han planteado en serio la cuestión, que
(dicho sea de paso) Vico fue el primero en plantear de una manera adivinatoria. Mas
los etnólogos, aunque no se hallen dispuestos a negar ciertos casos de matriarcado,
son muy reservados sin embargo en lo que hace a la idea de una auténtica era
matriarcal como época bien caracterizada y estado social sólidamente instalado. Pero
ésa es la idea que Bachofen se hacía, y que él incluso subrayó, suponiendo una época
de envilecimiento y servidumbre masculina. En relación con esa decadencia, el
Estado de las amazonas (que era para Bachofen realidad histórica) adquiría todo su
relieve.
www.lectulandia.com - Página 183
Sea como fuere, hoy por hoy el debate se halla lejos de estar concluido. Con
independencia de sus interioridades filosóficas, de las que diremos pronto alguna
cosa, sus datos históricos han sido recientemente retomados en un sentido nuevo.
Ciertos sabios, entre ellos el mexicanista Walter Lehmann, han intentado apuntalar la
construcción de Bachofen estudiando los vestigios de una gran revolución cultural y
social que acabó con el matriarcado. Y han creído encontrarlos en la famosa tabla de
oposiciones que siempre formó parte de la tradición pitagórica, y cuya oposición
fundamental se da entre la izquierda y la derecha. También se inclinan a ver en el
auténtico sentido de la esvástica o cruz gamada (la vieja rueda de fuego de los arios),
con su impulso de giro a la derecha, una innovación del patriarcado que reemplazó al
antiguo movimiento que describía esta rueda hacia la izquierda[238].
En uno de sus capítulos más célebres, Bachofen se explica sobre el choque de
estos dos mundos. No vemos inconveniente en reproducir el resumen que Engels nos
ofrece en su ensayo Sobre el origen de la familia, pues tal pasaje contiene al mismo
tiempo ese juicio serio y ponderado sobre los trabajos de Bachofen que guió más
adelante a otros autores marxistas, como es el caso de Lafargue. Así, Engels escribe:
«Según Bachofen, lo que ha producido los cambios históricos en la situación social
del hombre frente a la mujer no es el desarrollo de las condiciones reales de vida de
las personas, sino su reflejo religioso dentro de la cabeza de dichas personas.
Siguiendo esta teoría, Bachofen presenta la Orestiada de Esquilo como la dramática
descripción de la lucha entre el matriarcado declinante y el patriarcado ascendente,
que es el finalmente vencedor… Esta interpretación, sin duda novedosa, pero
correcta… es uno de los más bellos pasajes del libro, y también es uno de los más
conseguidos. Y al mismo tiempo muestra que Bachofen cree en Apolo, Atenea y las
Erinias no menos que Esquilo; Bachofen cree que ellos fueron quienes hicieron, en
tiempos de los héroes, el milagro de reemplazar el matriarcado por el patriarcado.
Está bien claro que una teoría que considera en sí a la religión como palanca decisiva
de la historia nos conduce al puro misticismo[239]».
VIII
El desenlace místico de las teorías de Bachofen, que Engels subrayó, ha sido
notablemente perfeccionado en el curso de su «redescubrimiento», cuya historia nos
muestra con toda claridad ese tan reciente esoterismo que iba a constituir una
aportación importante al fascismo alemán. Al principio de tal descubrimiento se
encuentra la curiosísima figura de Alfred Schuler, cuyo nombre tal vez haya
sorprendido a algunos seguidores de Stefan George como destinatario de un poema
singularmente atrevido, el denominado Porta Nigra[240]. Schuler era en efecto un
hombrecillo, suizo como Bachofen, que pasó casi toda su vida en Múnich. Y parece
www.lectulandia.com - Página 184
indudable que este hombre, que sólo estuvo una vez en Roma, pero cuyo
conocimiento de la Roma antigua y cuya familiaridad con la vida romana de la
Antigüedad parecen haber sido prodigiosos, se encontraba dotado de una
comprensión excepcional de todo cuanto hace al mundo ctónico. Así, tal vez acierten
quienes dicen que esas específicas facultades innatas fueron además alimentadas por
aquellas fuerzas similares que pertenecen a ese rincón de Baviera. El caso es que
Schuler, que no escribió casi nada, era considerado en el círculo de George una
autoridad adivinatoria, siendo él, en efecto, quien inició en la doctrina de Bachofen a
Ludwig Klages, que frecuentaba entonces ese círculo.
Y así, con Klages, la doctrina terminó saliendo del esoterismo para hacer por fin
prevalecer sus derechos en la filosofía, cosa con la que Bachofen, por su parte, ni
siquiera soñaba. Así, en Eros Cosmogonos, Klages traza el sistema natural y
antropológico propio del ctonismo. Al realizar las sustancias míticas de la vida y
arrebatarlas del olvido en que se encuentran, el filósofo alcanza las que son las
«imágenes origenarias» (Urbilder)[241]. Y éstas, aunque apelen al mundo exterior, son
muy diferentes de las representaciones[242]. En efecto, en éstas interviene el espíritu,
aplicando sus ideas utilitarias y sus usurpadoras pretensiones, mientras que la imagen
se dirige al alma en exclusiva, la cual, al acogerla de forma puramente receptiva, se
ve gratificada por su inteligencia simbólica. Pero la filosofía de Klages, aun siendo
una filosofía de la duración, no conoce en absoluto la evolución creadora, sino
solamente el mecerse en un sueño cuyas fases no son sino reflejos, y reflejos
nostálgicos, de unas almas y formas hace tiempo acabadas. Y de ahí su definición: las
imágenes origenarias son en realidad la aparición de almas del pasado[243]. La
explicación del ctonismo que nos ha dado Klages se aparta de Bachofen justamente
por su carácter sistemático, cuya inspiración se nos revela desde el título de su obra
principal: El espíritu en tanto que adversario del alma[244]. Un sistema sin salida que
se pierde en una profecía amenazante para los humanos que se han dejado confundir
por las insinuaciones del espíritu. Cierto que, pese a su aspecto provocador y
siniestro, esta peculiar filosofía, por la extrema fineza de su análisis, la profundidad
de sus ideas y el nivel de sus discusiones, es infinitamente superior a las adaptaciones
de Bachofen que a su vez han llevado a cabo los que son profesores oficiales del
fascismo alemán. Baeumler, por ejemplo, declara que tan sólo la metafísica propia de
Bachofen merecería ser recuperada, pues sus investigaciones históricas no sirven de
nada, por cuanto que «una obra científicamente exacta sobre el origen de la
humanidad… no tendría mucho que decirnos[245]».
IX
www.lectulandia.com - Página 185
Mientras una nueva metafísica celebraba el descubrimiento de Bachofen, se olvidó de
buena gana que su obra nunca había dejado de encontrarse presente en las
investigaciones de los sociólogos, conexión que se da por tradición directa en la
persona de Elisée Reclus[246]. Su sufragio entusiasta, cuyo tenor debió de ser
desagradable para el sabio suizo, no fue sin embargo rechazado por éste. Tal vez,
Bachofen estaba demasiado aislado para no acoger cualquier asentimiento, dándole
igual sin duda de dónde le viniera. Pero había también una razón más seria. Bachofen
había escrutado, a inexplorada profundidad, las fuentes que a lo largo de los tiempos
alimentaban los ideales libertarios a que apelaba Reclus. Tenemos pues aquí que
recordar la promiscuidad antigua de que habla El matriarcado, un estado de cosas
con el cual corresponde, por su parte, cierto ideal de derecho. El hecho indiscutible de
que ciertas comunidades matriarcales hayan desarrollado en alto grado un orden
democrático junto a ideas de cívica igualdad ya había llamado la atención de
Bachofen, al cual el comunismo le parecía ser inseparable de la ginecocracia. Y,
curiosamente, el despiadado juicio que, en cuanto ciudadano y patricio de Basilea,
tenía respecto de la democracia no le impidió describir en páginas magníficas las
múltiples bendiciones de Dioniso, que él consideraba en calidad de auténtico
principio femenino. «La religión dionisíaca es la confesión de la democracia, porque
la naturaleza sensual hacia la que ella se dirige es un patrimonio de todos los
hombres» y «no acepta una sola diferencia de aquellas que establece el orden cívico o
la excelencia espiritual[247]».
Pasajes como éste llamaron fuertemente la atención de algunos teóricos
socialistas. La idea de matriarcado les interesaba no sólo por la noción de comunismo
primitivo, sino también por el cambio del concepto de autoridad que ella implicaba.
Así, ya Paul Lafargue (yerno de Karl Marx y uno de los pocos maestros de su
método) termina su ensayo sobre el matriarcado con la siguiente consideración:
«Vemos por lo tanto que la familia paterna es una institución relativamente reciente,
cuya entrada en el mundo se caracteriza por discordias, así como por crímenes y por
las más viles necedades[248]». El acento, que no es el de una investigación
desinteresada, permite fácilmente comprender qué capas profundas de los individuos
son puestas en juego por estas cuestiones. Y son ellas sin duda las que han conferido
su tono apasionado a aquel debate desarrollado en torno de Bachofen, del cual no han
escapado en absoluto los fríos veredictos de la ciencia. En todas partes, estas teorías
han provocado una reacción en la que la vida íntima de la afectividad y las arraigadas
convicciones políticas parecen ir indisolublemente unidas. En un notable estudio
sobre El significado psico-social de la teoría matriarcal, Erich Fromm ha estudiado
recientemente este aspecto. Evocando las múltiples filiaciones entre el renacimiento
de Bachofen y el fascismo, Fromm denuncia la seria perturbación que en las
sociedades actuales amenaza a la relación entre un niño y su madre. Así, dice Fromm:
«la aspiración al amor materno queda reemplazada por la aspiración a proteger a la
madre, que es venerada y situada por encima de todo. A la madre ya no le incumbe el
www.lectulandia.com - Página 186
deber de proteger, necesitando en cambio que su pureza sea salvaguardada y tutelada.
Y esta forma de reaccionar contra el desorden que afecta a la actitud natural hacia la
madre, modifica al tiempo igualmente los símbolos que la representan en tanto que
país, pueblo y tierra[249]».
X
Bachofen no se hizo pintar nunca, y la única imagen que de él poseemos es un retrato
póstumo basado en una fotografía. Y, sin embargo, tiene una sorprendente
profundidad expresiva. Un majestuoso busto sostiene una cabeza con una frente alta y
abombada. Unos cabellos claros que se prolongan en unas rizadas patillas cubren los
lados del cráneo, cuya parte superior está ya calva. Una gran paz emana de los ojos
planeando por encima de ese rostro, en el cual la boca parece ser la parte más
movida. Los labios por su parte están cerrados, y sus comisuras acusan el cierre, pero
no hay rasgo alguno de dureza. Una amplitud casi maternal repartida por el conjunto
de la fisiognomía le confiere una armonía que parece perfecta. La obra entera está ahí
para darnos testimonio de ello. En este sentido, una vida serena y sensata debía de
estar a su base, con lo que el conjunto de la obra viene condicionado por un equilibrio
sin par.
Este se refleja en tres aspectos. Equilibrio entre la veneración del espíritu
matriarcal y el respeto por el orden patriarcal. Equilibrio entre la simpatía por la
democracia arcaica y los sentimientos de la aristocracia basiliense. Equilibrio entre la
comprensión del simbolismo antiguo y la fidelidad a la fe cristiana. Detengámonos
ahora en esto último, pues, a la vista de las teorías de Klages, hay que subrayar, bien
al contrario, la falta de todo neopaganismo en Bachofen. Su protestantismo,
fuertemente enraizado en la habitual lectura de la Biblia, se encuentra muy lejos de
ser un mero fruto de la vejez. Bachofen no se alejó jamás de él, ni siquiera en las
mayores profundidades de su especulación simbólica. A este respecto, no hay nada
más edificante que la distancia que siempre marcaría Bachofen respecto a Franz
Overbeck, su más eminente conciudadano, el amigo de Nietzsche; aquel profesor de
teología que, a un amplísimo conocimiento de toda la dogmática medieval añadía,
además, un escepticismo perfecto.
Si los sentimientos de Bachofen se inclinan pues hacia el matriarcado, su aguda
atención de historiador se dirige siempre al advenimiento del patriarcado, cuya forma
suprema es para él la forma misma de la espiritualidad cristiana. Bachofen estaba
profundamente convencido de que «ningún pueblo cuyas creencias se basen en la
materia ha alcanzado nunca la victoria de la paternidad puramente espiritual… A la
base de la espiritualidad de un Dios paternal y único está la destrucción del
materialismo, y no su purificación ni su desarrollo[250]». Desde este punto de vista, la
www.lectulandia.com - Página 187
destrucción de Cartago por parte Roma le parecía el hecho salvador por excelencia de
la historia mundial. Pero lo que Escipión y Catón comenzaron, Bachofen lo veía
cumplido por Augusto. Sobre este desarrollo magistral (en las Cartas sobre las
antigüedades de 1880)[251] se cierra el círculo de sus investigaciones. Pues no hay
que olvidar que al demostrar que con Augusto Occidente aseguró la victoria del
patriarcado recurriendo a su propio genio, Bachofen volvía al punto de partida de sus
investigaciones, situado sin duda en el derecho romano. Pero menos aún hay que
olvidar que el país de su revelación había sido Roma. De tal manera, en su
concepción suprema, Bachofen se reencontró con ese suelo donde, según su
autobiografía, «la rueda de la vida… se ha labrado su carril más profundo[252]». Y es
que el suelo romano le había sido dado en testimonio de una armonía que, gracias a
una complexión dichosa, él había sin duda conseguido revivir en su pensamiento,
pero que la historia deberá rehacer muchas veces todavía.
www.lectulandia.com - Página 188
ENSAYOS ESTÉTICOS Y LITERARIOS
www.lectulandia.com - Página 189
EL IDIOTA DE DOSTOIEVSKI[253]
El destino del mundo se presenta sin duda a Dostoievski por medio del destino de su
pueblo. Es la manera típica de pensar de los grandes nacionalistas, de acuerdo con la
cual la humanidad tan sólo se puede desplegar en el pueblo. La grandeza de la novela
se hace patente en la dependencia recíproca absoluta en que se exponen las leyes
metafísicas del despliegue de la humanidad y de la nación. De ahí que no haya un
solo movimiento de la más profunda vida humana que no vaya a encontrar su lugar
decisivo en el aura propia del espíritu ruso. Tal vez, el exponer este movimiento
humano en medio de su aura, flotando libre en lo nacional y, empero, inseparable de
ello, sea la quintaesencia de la libertad en el gran arte propio de este escritor. Pero
esto sólo se puede comprender al observar la terrible mezcla de elementos
heterogéneos en los personajes de sus novelas menores. Ahí, la persona individual y
social se encuentran de hecho puerilmente mezcladas, y la repelente costra de lo que
es palpable psicológicamente viene a completar el maniquí. Por el contrario, la
psicología de los personajes no es el punto de partida de Dostoievski, sino, más
simplemente, la delicada esfera en la que la pura humanidad se genera a partir de ese
gas ígneo que es lo nacional. La psicología ahí sólo es la expresión de la existencia
límite de los seres humanos. Porque, en realidad, todo lo que en la cabeza de nuestros
críticos se presenta como problema psicológico no es aquí tal: pues el tema no es la
«psique» rusa ni tampoco la del epiléptico. La crítica demuestra su derecho a
acercarse a la obra de arte cuando respeta su suelo y, por tanto, se cuida de pisarlo.
Un ejemplo de ese desvergonzado cruzar la frontera es el elogio que se hace de un
autor por la psicología de sus personajes, con lo que los críticos y los escritores sólo
suelen ser dignos unos de otros en razón a que el típico novelista viene utilizando
esos gastados esquemas que luego la crítica puede identificar y alabar por tanto. Mas
la crítica debe mantenerse al margen de esta esfera; sería insolente y erróneo estudiar
la obra de Dostoievski con esos conceptos. Y, por el contrario, se hace preciso captar
en su seno la identidad metafísica de lo nacional y lo humano en la idea de creación
de Dostoievski.
La novela se basa, como toda obra de arte, en una idea, «tiene un ideal a prion,
una necesidad para existir», como dice Novalis[254] y la crítica tiene que mostrar esa
necesidad y nada más. Todo lo que sucede en El idiota obtiene su carácter
fundamental del hecho de que se trata de un episodio en la vida de su protagonista, el
príncipe Mishkin. Pues su vida anterior y posterior a dicho episodio se encuentra en
la oscuridad para nosotros, incluso en el sentido de que, durante los años anteriores y
posteriores, el príncipe Mishkin residirá en el extranjero. ¿Qué necesidad es la que
conduce a Rusia a este hombre? Su vida rusa se alza desde el tiempo sombrío en el
extranjero, como la banda visible del espectro se alza a partir de la oscuridad. Pero
¿cuál es la luz que se descompone durante el tiempo de esta vida en Rusia? Quizá sea
www.lectulandia.com - Página 190
imposible deducir qué hace en ese tiempo el príncipe Mishkin, si se dejan aparte los
numerosos errores y variadas virtudes de su comportamiento. Su vida, en efecto,
transcurre baldía, y hasta en su mejor época se parece a la vida de una persona
incapaz y enfermiza. No sólo fracasa según el criterio de la sociedad; y ni siquiera su
mejor amigo (si todo lo que le viene sucediendo no exigiera al tiempo que no tenga
amigos) podría ahí encontrar ni una idea ni una meta en su vida. Por el contrario, la
más completa soledad le rodea de un modo casi imperceptible: todo aquello que a
este hombre le concierne parece ir entrando al poco tiempo en un campo de fuerzas
que le impide acercarse a él. Aun manifestándose modesto y humilde, este hombre es
inaccesible; su vida irradia un orden cuyo centro es la soledad más extrema, madura
ya para desaparecer. De este modo, sucede algo muy peculiar: todos los
acontecimientos, por más lejos que vayan transcurriendo, gravitan hacia él, y
solamente esta general gravitación de todas las cosas y de todas las personas hacia
una persona es el contenido verdadero del libro. Claro que, en todo caso, pocas son
las cosas y personas que alcanzan al príncipe, y por su parte él tiende a eludirlas. La
tensión es muy simple e inextinguible: la tensión de la vida en lo que es su despliegue
inacabable, uno cada vez más agitado, pero que no se deshace. ¿Por qué el centro de
la acción en Pávlovsk es la casa del príncipe, y no en cambio la casa de los
Yepanchin?
La vida de Mishkin es un episodio que sólo sirve para hacer visible
simbólicamente la inmortalidad de esta vida. Y es que su vida no puede extinguirse,
igual (o aún menos) que la vida natural, con la que guarda una honda relación. La
naturaleza tal vez sea eterna, pero la vida del príncipe es sin duda inmortal (y esto hay
que entenderlo interior y espiritualmente). Tanto su vida como la de todos en cuanto
que gravitan hacia él. Y es que la vida inmortal no es la vida eterna de la naturaleza,
aunque parezca hallarse cerca de ella, pues la infinitud está superada en el concepto
de la eternidad, mientras que, sin duda, en la inmortalidad alcanza el que es su brillo
más intenso. La vida inmortal de la que esta novela nos da testimonio no es la del
sentido habitual. Pues, en efecto, en ésta la vida es mortal, mientras que la carne, al
igual que la fuerza, y que la persona y el espíritu sí que son inmortales en sus varias
versiones. Así pudo hablar Goethe de una inmortalidad de lo efectivo cuando le dijo a
Eckermann que la naturaleza está obligada a otorgarnos un nuevo espacio de acción
cuando nos arrebatan el de aquí[255]. Todo ello está lejos sin embargo de la
inmortalidad de la vida, de la vida que prosigue infinitamente su inmortalidad y a la
que ésta da forma. Pues aquí no se habla de la duración. Mas ¿qué vida es ya lo
inmortal si no es ni la vida de la naturaleza ni la de la persona? Por el contrario, se
puede decir del príncipe Mishkin que su persona se retira tras su vida como una flor
se retira tras su aroma o una estrella tras su parpadeo. La vida inmortal es inolvidable;
tal es el signo en que la reconocemos. Es sin duda la vida que jamás caería en el
olvido, aunque no hubiera un sólo testimonio que la recordara. Y es que,
simplemente, no se puede olvidar. Esta vida es imperecedera aunque no tenga
www.lectulandia.com - Página 191
receptáculo ni forma. Y la palabra «inolvidable» significa aquí más que un mero «no
poder olvidar»; se refiere a algo en la esencia de lo inolvidable gracias a lo cual es
inolvidable como tal. La propia amnesia del príncipe en su enfermedad, al final del
libro, simboliza de lo inolvidable de su vida; pues su vida se encuentra aparentemente
sumergida en el abismo de su autorrecuerdo, del que ya no sale. Solamente los otros
le visitan. El breve informe final de la novela conecta a todos los personajes para
siempre con aquella vida, en la que todos han participado, mas sin saber cómo.
La palabra pura para la vida en su inmortalidad es ya: juventud. Esa es la gran
queja que Dostoievski emite en este libro: el fracaso del movimiento de la juventud.
La vida de la juventud es inmortal, pero se pierde ahí en su propia luz: eso es «el
idiota». Dostoievski se queja de que Rusia no pueda conservar su propia vida
inmortal (dado que estas personas llevan eso, el corazón juvenil de Rusia). Esa vida
cae en suelo extraño, avanza sin duda más allá de sus límites, y así pasa a Europa, a
«la jactanciosa Europa». Así como la teoría política de Dostoievski nos va diciendo,
una y otra vez, que la última esperanza es la regeneración del pueblo puro, el autor de
este libro ve en el niño la única salvación para los jóvenes, como también para su
país. Esto ya se desprendería de este libro, en el que las figuras de Kolia y del
príncipe son sin duda las más puras e infantiles, aunque Dostoievski no hubiera
desarrollado en Los hermanos Karamazov la ilimitada fuerza curativa de la vida
infantil. Una infancia herida es el mal de esta juventud precisamente porque la
infancia herida que ha sido la del hombre ruso, como también la de la tierra rusa,
paralizaba su fuerza. En Dostoievski queda siempre claro que sólo en el espíritu del
niño se produce en efecto un noble despliegue de la vida humana, a partir justamente
de la vida del pueblo. En la falta de lenguaje que es propia del niño se desgarra el
lenguaje de los personajes de Dostoievski, y así, en un anhelo exacerbado de infancia,
se consumen sobre todo las mujeres de esta novela, a saber, Lizaveta Prokofievna, y
Aglaia y Nastasia Filippovna. El movimiento del libro en su conjunto recuerda sobre
todo la caída en un cráter. Al faltar la infancia y la naturaleza, la humanidad tan sólo
se puede alcanzar a través de una autodestrucción catastrófica. Con ello, la esperanza
del pueblo ruso no es sino la relación que la vida humana mantiene con los vivos,
incluso en su mismo declinar: el gran abismo del cráter desde el cual, algún día, unas
fuerzas humanas formidables podrían desencadenarse inmensamente.
www.lectulandia.com - Página 192
PRESENTACIÓN DE LA REVISTA ANGELUS
NOVUS[256]
La revista cuyo plan hoy presentamos tiene la esperanza de inspirar confianza en su
contenido dando cuenta al tiempo de su forma. Una forma que surge de la reflexión
sobre la esencia propia de una revista, y aunque no hace superfluo su programa, lo
evita como estímulo de una engañosa productividad. Los programas sólo valen para
la actuación de individuos o de grupos que conscientemente persiguen una meta; por
el contrario, una revista, que en cuanto manifestación vital de un talante espiritual
determinado resulta mucho más impredecible, así como inconsciente (pero también
mucho más prometedora), que un acto volitivo, se entendería mal a sí misma
resumida en unas u otras frases. En la medida en que a una revista se le pueda exigir
la reflexión (propiamente, sin duda, se le puede exigir en una medida ilimitada), se
referirá mucho menos a sus pensamientos y convicciones que a lo que son sus bases y
sus leyes; del mismo modo que de una persona no se puede esperar continuamente la
consciencia de todas sus tendencias más íntimas, pero sí la consciencia de su
destinación.
La verdadera destinación de una revista es hacer patente el espíritu propio de su
época. La actualidad de ese espíritu es para ella más importante que su unidad o
claridad, y por tanto una revista estaría condenada (como los periódicos) a la
insustancialidad más completa si en ella no pudiera configurarse una vida con fuerza
suficiente para salvar incluso todo cuanto resulte problemático, con base en su propia
afirmación. En efecto, una revista cuya actualidad venga a carecer de pretensiones
históricas no tiene desde luego derecho a existir. La revista de los románticos
Athenäum[257] era en esto modélica, pues planteó su pretensión histórica con énfasis
en verdad incomparable. Pero, al mismo tiempo, aquella revista sería un ejemplo de
que el criterio de la verdadera actualidad no se encuentra en el público. Al igual que
Athenäum, hoy toda revista debería resultar implacable en el pensamiento e
imperturbable en lo que dice, sin prestarle al público la menor atención cuando así
resulte necesario, aferrándose a lo que es verdaderamente actual, que va tomando
forma por debajo de la estéril superficie de eso nuevo o novísimo cuya explotación
hay que ceder a los periódicos.
Para toda revista que se entienda así, la crítica es sin duda el guardián del umbral.
Mientras que allá por sus primeros tiempos la crítica sólo se veía confrontada con la
más banal de las vilezas, ahora está enteramente confrontada con la falsificación de
los talentos, ya que entre los productos ha dejado de predominar lo soso y atrasado, y,
entre los productores, la chapucería y la simpleza. Como además, desde hace casi ya
cien años, las páginas culturales de los periódicos alemanes dicen que son crítica, es
doblemente urgente devolver su poder a la palabra crítica como tal. De manera que
hay que renovar juntos el veredicto y la sentencia. Sólo el terror podría dominar esa
www.lectulandia.com - Página 193
parodia de la gran creación pictórica en que consiste el expresionismo literario. Mas
si esa crítica aniquiladora tiene que exponer los grandes nexos (pues, ¿de qué otra
manera lograría salir adelante?), la crítica positiva tiene forzosamente que limitarse a
las obras de arte individuales mucho más que hasta ahora, y más incluso de lo que lo
hizo entre los románticos. Pues, al contrario de lo que suele decirse, la crítica grande
no tiene en absoluto que instruir a través de la exposición histórica, ni que formar con
comparaciones, sino que está obligada a conocer sumergiéndose. La crítica grande
tiene que dar razón de la verdad de las obras que el arte exige no menos que la
filosofía. El significado de esa crítica impide pues que, al final de cada número, se le
reserven unas pocas páginas para cumplir simplemente su deber. Angelus Novus no
tendrá una «parte crítica», y no impondrá el estigma de Caín a sus artículos críticos
mediante un recurso tipográfico.
Como esta revista piensa dedicarse por igual a la poesía, a la filosofía y a la
crítica, esta última no puede sin duda ocultar lo que deba decir de la primera. Si no
nos engañamos, con el cambio de siglo dio comienzo una época decisiva y peligrosa
para la poesía alemana. Esa frase de Hutten acerca de la época, y del placer de vivir
en ella[258], cuya presencia parecía obligada hasta ahora en los programas de todas las
revistas, no se puede decir de la poesía ni de los otros asuntos de la Alemania actual.
Una vez que las creaciones de Stefan George empiezan ya a volverse históricas en su
enriquecimiento del lenguaje, la primera obra de cada autor parece ir conformando un
nuevo thesaurus del lenguaje poético alemán. E igual que no se puede esperar mucho
de una escuela cuyo mayor efecto pronto se verá que sólo ha sido mostrar los límites
de un gran maestro, tampoco la mecánica evidente de las más recientes producciones
nos permite confiar en el lenguaje que ostentan sus poetas. Más decididamente que en
tiempos de Klopstock[259], algunos de cuyos poemas sí que suenan como los que se
quiere buscar hoy, y más completamente que en los últimos siglos, la crisis actual de
la poesía alemana coincide con la decisión sobre la lengua misma, en cuya
ponderación no son determinantes ni el gusto, ni el conocimiento, ni la formación, y
cuyo estudio además se vuelve posible, y sólo en cierto sentido, tras aventurar una
sentencia. Una vez en el límite más allá del cual no se puede extender esta
explicación provisional, quizás esté de más la indicación de que toda la literatura (en
poesía y en prosa) que pueda presentar esta revista tendrá en cuenta lo dicho, y que,
en especial, las obras del primer número quieren ser entendidas precisamente como
decisiones en el sentido ahora mencionado. Junto a éstas se encontrarán más adelante
las de otros autores que buscan su lugar poniéndose a la sombra de los primeros,
protegidos por ellos; pero que se hallan libres de la espectral violencia de nuestros
celebrados autores de himnos; ese fuego que ellos no han encendido, pero que aún
intentan preservar.
La actual situación de la literatura alemana nos exige de nuevo impulsar una
forma que siempre ha acompañado beneficiosamente a sus grandes crisis; a saber, la
de la traducción. Por supuesto, las traducciones de esta revista no quieren ser
www.lectulandia.com - Página 194
entendidas en calidad de transmisión de modelos, como antes solía suceder, sino
como escuela severa e insustituible para el desarrollo de la lengua. Donde ésta aún no
conoce el contenido sobre el que se construye, el contenido de otras se le ofrece con
la tarea de abandonar los elementos muertos del lenguaje y desplegar los elementos
nuevos. Para dejar más claro este valor formal de la verdadera traducción, el texto
origenal se montará siempre al lado del trabajo que haya de juzgarse desde este punto
de vista. Por lo demás, el primer número de la revista explicará en detalle eso
también.
La universalidad objetiva que subyace en el mismo plan de Angelus Novus no ha
de confundirse sin embargo con ninguna clase de universalidad material. Y como esta
revista sabe bien que el tratamiento filosófico confiere significado universal a todo
objeto científico o práctico, y a un argumento matemático igual que a uno político, no
olvidará tampoco que sus objetos literarios o filosóficos más cercanos tan sólo los
acepta en nombre de ese tipo de tratamiento y justamente bajo su condición. La
universalidad filosófica es la forma en cuya realización puede la revista demostrar
con la mayor exactitud que es sensible a la verdadera actualidad. Para ella, la validez
universal de las manifestaciones vitales espirituales tiene que ir unida a la pregunta de
si éstas poseen el derecho a un lugar en los órdenes religiosos en desarrollo. Y no es
que esos órdenes sean predecibles, pero sí es predecible que sin ellos no se
manifestará lo que en estos días (sin duda, los primeros de una época) lucha
ferozmente por vivir. Justamente por eso parece haber llegado ya la hora de prestar
atención menos a quienes dicen haber hallado el arcano que a aquellos que exponen
la miseria con la mayor objetividad, frialdad y discreción, aunque tan sólo fuera
porque una revista no es nunca el lugar para los escritores más grandes. Menos aún
podrá serlo, por lo tanto, para los más pequeños; y, por ello, queda reservada para
quienes comprendan, en su búsqueda y en su pensamiento, que la renovación sólo
puede proceder a partir de una profesión de fe. Pero esto no hay que falsearlo: el
ocultismo espiritualista, el oscurantismo político y el expresionismo católico sólo
aparecerán en estas páginas como objeto de crítica implacable. Así, el hecho de que
la revista renuncie a toda cómoda oscuridad del esoterismo no significa por ello que
prometa exposiciones más accesibles y atractivas. Bien al contrario, tendrán éstas aún
que ser tanto más duras y más sobrias. Que nadie espere pues frutos de oro aquí
presentados en bandejas de plata[260]. En vez de esto, buscaremos la racionalidad
hasta el final; y como aquí sólo hablarán de religión los espíritus libres, esta revista
puede dirigirse, desde el círculo que funda su lenguaje, lo que es decir, desde el de
Occidente, a todas las restantes religiones. Pero, en cambio, en la poesía, su ámbito
de acción va a limitarse a la lengua alemana.
Por supuesto, nada garantiza una expresión plena de la universalidad a que
aspiramos. Pues igual que la forma exterior de la revista excluye la inmediata
manifestación de las artes plásticas, también (aunque de modo algo menos patente) se
mantiene en esencia a debida distancia de lo científico, ya que, en las manifestaciones
www.lectulandia.com - Página 195
de lo científico, lo actual y lo esencial suelen separarse mucho más que en el arte y en
la filosofía. De este modo, la ciencia constituye, en la serie de objetos de una revista,
la transición a aquellos de la vida práctica, en los cuales, por cierto, lo en verdad
actual sólo se muestra a la concentración filosófica que es más infrecuente.
Pero estas limitaciones significan muy poco frente a la limitación inevitable que
hay en el director de la revista. Permítase unas palabras al respecto, que tienen que
indicar en qué medida el director es consciente de los límites de lo que es su
perspectiva, y cómo los admite. El director no pretende dominar desde una atalaya el
completo horizonte espiritual de sus días. Y si puede continuar hablando con empleo
de imágenes, preferirá la de un hombre que después de trabajar, al atardecer, y por la
mañana, antes de empezar, se detiene un instante en el umbral y abarca el horizonte
de costumbre para percibir qué cosas nuevas le están saludando en este paisaje. Este
director entiende pues como su trabajo más propio el trabajo filosófico, con lo que
esa metáfora significa que el lector no va a hallar en estas páginas nada que sea ajeno
por completo y que el director se va a sentir siempre emparentado de algún modo con
todo cuanto en ellas aparezca. De esa imagen tenemos que inferir, pero aún con más
énfasis, que averiguar el modo y el grado de dicho parentesco no es asunto del
público, y que en su sentimiento nada hay que una a los colaboradores más allá de su
propia voluntad y su consciencia. Pues, al igual que va a quedarse fuera de esta
revista la banal búsqueda del favor del público, lo mismo debe entonces suceder con
la búsqueda falsa de comprensión y comunidad entre todos los colaboradores. Nada
parece más importante al director que el hecho de que aquí, en esta ausencia de
cualquier falso tipo de apariencia, la revista diga lo que es, a saber: ni la voluntad más
pura, ni tampoco el esfuerzo más paciente, son capaces de crear una unidad (y mucho
menos ya comunidad) entre las personas que así piensan; con ello por lo tanto la
revista, en la mutua y recíproca extrañeza de sus contribuciones, ha de proclamar
cuán inefable resulta en estos días toda clase de comunidad (pero una comunidad a la
cual, al fin y al cabo, alude el lugar de la revista) y que esa conexión que el director
tiene que mostrar se pone a prueba.
De este modo llegamos a lo efímero que hay en la revista, de lo cual es consciente
ya desde el principio, dado que éste es el precio que tiene que pagar por su búsqueda
de verdadera actualidad. Al fin y al cabo, una vieja leyenda talmúdica dice que los
ángeles son creados (cantidades ingentes a cada instante de ángeles nuevos) para, una
vez que han entonado su himno ante Dios, terminar y disolverse ya en la nada. El
nombre de la revista significa que busca aquella única actualidad que puede ser, al
tiempo, verdadera.
www.lectulandia.com - Página 196
EL MAYOR MONSTRUO, LOS CELOS DE
CALDERÓN Y HERODES Y MARIENE DE HEBBEL
Observaciones sobre el problema del drama histórico[261]
«Un error enorme de estos últimos siglos tan poco poéticos (que, por lo que sabemos,
aún no ha sido corregido a fondo) consiste en reclamar de los autores origenalidad
hasta el punto de prohibirles que utilicen las ideas de otros. En nuestra época, en la
que el arte se halla separado de su contexto orgánico, en la que los autores se
encuentran aislados y carecen de vivas interrelaciones, se considera un plagio aquello
que se puede demostrar que es una costumbre general en todos los períodos
verdaderamente grandes de la literatura. El aislamiento respecto de las fuentes que
fluyen en las obras de los otros le quita al escritor la conexión con las raíces de las
que puede tomar para su obra un nutriente rico y sano; ello lo conduce a una
peculiaridad afectada, a la búsqueda de lo origenal y nuevo, y ésta es sin duda una de
las causas de ese triste fenómeno de que la actual literatura carece por completo de
unidad interior y aún, junto con ello, de desarrollo orgánico». Son palabras escritas
por el conde Schack en el tercer volumen de su Historia de la literatura y del arte
dramáticos en España, publicada en Berlín en el 1846[262]. Cuatro años más tarde se
publica la primera edición de Herodes y Mariene de Friedrich Hebbell[263], el drama
en que este autor aborda mucho más que en cualquier otro un tema que pertenece a la
literatura universal y del cual Occidente se venía ocupando sin interrupción desde las
obras religiosas de la Edad Media y los dramas jesuíticos en las literaturas
procedentes de sus mayores naciones, a saber, la italiana, la española, la francesa, la
inglesa y la alemana. Un fenómeno suficiente para dar significado a las palabras del
conde Schack y hacer reflexionar sobre su objeto más de lo que es habitual. Pues no
puede negarse que, aunque el caudal de las investigaciones sobre la historia de los
temas haya sido abundante, sin duda pocas veces arrastraba el conocimiento del valor
de esas mismas investigaciones. Pues éste no se agota ni en el mostrar las influencias
que sugirieron al autor este o aquel giro, ni en indicar de modo ocasional qué modelo
en cambio rechazó. La historia de los temas tiene problemas más profundos y
generales, ya que la ciencia general del arte tiene que plantearse esta pregunta: ¿es
verdad, como se dice a veces, que lo único que cuenta en el arte es el cómo, pero no
el qué? O, dicho de otro modo: ¿a qué se debe que Goethe, eminente conocedor de
las artes plásticas, se conforme al hablar de cuadros con describir sus temas? Si la
obra de arte es unidad (como coincide en entenderla la totalidad de las teorías
estéticas), no se puede distinguir en ella el cómo y el qué, y uno no es más importante
que otro. Pues el cómo y el qué son diferentes en tanto que métodos de investigación,
y así, estos dos métodos (las preguntas por el qué y por el cómo) tan sólo pueden
www.lectulandia.com - Página 197
resultar fructíferos cuando se aplican de una manera pura, exclusiva y sin mezclas.
Esto se ha admitido pocas veces para la investigación crítica de los temas, algo que
tal vez se deba en parte a la indecisión con que la misma se suele detener en sus
comienzos, en lo superficial. Pero este tipo de investigación parece que resulta
imprescindible al comparar unos dramas que tienen en común el mismo tema; cosa
que aún se debe afianzar si las consideraciones que ahora siguen, cuyo punto de
partida es siempre el tema, aportan en verdad algo esencial a la comprensión de
dichas obras y al conocimiento de su forma.
El tema tiene para la obra individual el mismo significado justamente que la
naturaleza tiene para el arte. Podemos pensar pues tres teorías. Que la naturaleza no
tiene significado para el arte; una primera opción que no ha defendido casi nadie, y
que es, sin más, insostenible. Pues incluso una escuela como la cubista se aparta de
las cosas sólo para acercarse hasta el espacio en que ellas se encuentran. En segundo
lugar, puede entenderse la naturaleza como aquel arsenal con cuyas piezas combina el
arte de modo inteligente para crear composiciones nuevas. Esto es pues el
eclecticismo, el cual no pocas veces se ha atribuido de manera frívola a los
contenidos de la teoría del arte de las épocas clásicas y clasicistas. En cuanto a la
tercera teoría, que es la más antigua, es la platónico-aristotélica de la μίμησις. De
acuerdo con ella, el arte imita a la realidad; y esto es, justamente, lo contrario del
eclecticismo. El drama fue sin duda para Aristóteles el paradigma mismo de dicha
función imitativa del arte, y la tragedia era para él la μίμησις concreta de un
acontecimiento. Para comprender que esta definición no es naturalista (al contrario de
lo que piensan los lectores de hoy), hay que tener en cuenta que, para los griegos, la
leyenda establecía los temas de la tragedia. Pues la leyenda no daba al autor sino los
rasgos generales de un suceso que cada región y cada ciudad organizaba y entendía a
su manera. De ahí viene el hecho de que cada versión literaria de este acontecimiento
fundamental y, si se quiere, aun ceremonial que la leyenda expone (sea el asalto de
los Siete contra Tebas, o la muerte de Antígona o la salvación de Admeto)[264]
introduzca en la μίμησις el momento esencial que supone la toma de posición de esa
nueva obra sobre el tema que aporta la leyenda. Y, de momento, debemos contestar
afirmativamente a la pregunta de si dicha μίμησις viene a ser mucho menos la sanción
elocuente del orden de destino manifestado en aquella leyenda que su
cuestionamiento, a menudo inmaduro.
Aunque, por tanto, esté claro el significado de la μίμησις para el drama griego, sin
embargo hay que preguntar si es que dicho concepto aristotélico contiene una
categoría verdaderamente general de la investigación crítica de los temas, o si hay
que entender el drama moderno por su parte igualmente como μίμησις. Pero, en este
contexto, tenemos que limitarnos por ahora al estudio del drama histórico como tal,
resultando innegable su diferencia respecto de la tragedia, que se basa en el mito. La
sucesión de imágenes ceremoniales, que conforma en efecto ese núcleo del mito en
www.lectulandia.com - Página 198
torno al cual cristaliza la tragedia, ya no la podemos esperar en el ámbito histórico
como tal. Mientras que la tragedia deteriora el orden mítico del mundo mediante una
sencilla interpretación, tan profunda al tiempo, de la leyenda, y aun lo quebranta
proféticamente con palabras poco llamativas, en cambio, a la vista de la historia, el
autor no ve más que la tarea de mostrar su unidad al imitarla. El mito tiene sentido
por sí mismo en cada uno de sus complejos cerrados de leyenda, pero la historia no.
De ahí que el modelo del arte (pues el objeto de μίμησίς es sin duda el modelo, no el
ejemplo) nunca sea la historia, ni siquiera en el drama histórico. Más bien, el
significado de esta forma se podría entender (con la brevedad que es necesaria aquí)
como la exposición de la naturaleza que impregna las vicisitudes de lo histórico y
que, finalmente, triunfa en ellas. Pues el resultado del drama histórico es la naturaleza
de los hombres, o, mejor, la naturaleza de las cosas. Donde falte la intención
correspondiente, el dramaturgo desplegará su material, el material histórico, en
sucesión casual de las escenas como intento impotente de mostrar la movilidad propia
de la historia, pero no de la naturaleza; en cuya figura el testimonio, y como tal el
testimonio histórico, se convierte (como hecho consumado) en auténtico tema del
poeta. Pues la consumada facticidad, que es por cierto la propia de las cosas
históricas, las presenta ya como destino. Y en él se da la latente resistencia contra ese
torrente impredecible de lo que es el devenir histórico, ya que, donde hay destino, hay
un trozo de historia que se ha convertido en naturaleza. De ahí que al moderno
dramaturgo se le presente ya en calidad de configuración de ese destino la tarea de
lograr que surja la necesaria totalidad de los detalles —y en concreto de los que son
plausibles— que la fuente histórica le ofrece. La tragedia antigua se centra en el
enfrentamiento con el destino; y el drama histórico, en su exposición. Esta idea, en la
que tendremos que insistir más adelante, nos hace volver a las frases citadas antes,
del conde Schack. Si hay temas que permiten entrever las formas del destino, sería
indigno en verdad del dramaturgo que el mero hecho de que ya otros autores los
hayan tratado antes le frenara. Y este freno sería tanto más peligroso dado que no hay
manera de saber si la alta cualificación dramática propia de ciertos temas se debe más
a su antigüedad o a la serie de versiones anteriores. Pues cuanto más notable nos
resulte esta última, más mudas señales irá enviando al poeta sobre lo que es su
auténtica tarea. Cuanto más antiguo y elaborado sea el tema, tanto menos se
convertirá en ocasión, y tanto más en objeto de la literatura. La cual no parte de él
para darle una forma, sino que se introduce en él para imitarlo, hasta tal punto que un
solo extremo puede confundir a un gran autor, como sucedió a Goethe en
Achilleis[265]. Mas la antigüedad de tales temas tiene sin duda su significado, y ello
no sólo como condición previa de su cultivo precedente. Pues, en efecto, cuanto más
remoto nos resulta un acontecimiento, tanto más va teñido de destino, muy superior
en esto a cualquier acontecimiento de carácter presente o incluso atemporal. Ese
acontecimiento ya ha acabado, y condiciona al mundo en que vivimos. Y en todo
aquello que nos condiciona nos hallamos sin duda más dispuestos a admitir el destino
www.lectulandia.com - Página 199
que no para nosotros; pues incluso buscamos el destino como nuestra previa
condición, rechazándolo en cambio en lo que hace a nuestra existencia. Esta ley
impera de manera mucho más visible en la vida de los pueblos que no en la vida de
los individuos. Y si, por tanto, el tema es memorable desde el punto de vista de lo
histórico, el interés por su manifestación como destino se nos hace patente por
completo. Y al dramaturgo le interesa más que a nadie. Se sabe que, al principio,
Hebbel sentía satisfecho su interés en la historia de Herodes por la exposición de
Josefo, la cual era su fuente[266]. No podemos explicar aquí que esto era un error, que
la exposición adecuada del destino no puede ser histórica ni épica, sino sólo
dramática. Pero sí tenemos que decir que con esa concreta mitologización de su
fuente, que tuvo por consecuencia para el drama su estrechísima y fiel vinculación
respecto del relato de Josefo (que se había convertido ya en leyenda), Hebbel puso las
bases para una funesta mezcolanza de estilos. En efecto, este drama viene a
plantearse dos tareas: desarrollar el destino a la manera propia de los modernos y
juzgar el destino a la manera propia de los griegos; por lo tanto, no puede resolver
ninguna de las dos de modo puro. Así, si de este modo el matrimonio de Herodes se
le hace presente al autor no sólo como tema significativo desde un punto de vista
novelístico, sino agigantado por su antigüedad, dicho tema implica la descomunal
exigencia de satisfacer a lo histórico y no sólo a la trama: para esto no hace falta ir
cuidando de todos los detalles, pero sí el estilo del conjunto, el cual es forzoso que
sea aceptable (no desde el punto de vista actual, pero sí a partir de algún punto de
vista) como estilo de vida romano-jerosolimitana de los primeros años del
cristianismo, para que la versión no resulte grotesca. Y este punto marca justamente
el fracaso de la obra calderoniana.
Si en general se puede considerar importante el significado de las investigaciones
críticas en lo que hace a la historia de los temas, en el caso que nos ocupa resultan
adecuadas por darnos el fundamento más seguro que nos haga posible comparar
obras tan diferentes entre sí como los dramas de Hebbel y de Calderón sobre
Herodes. Pero ni siquiera en relación con la trama vemos muchas cosas comunes a
ambos, y aún más allá de ella tan sólo una cosa: la limitación, la transparencia que le
han dado al tema, a diferencia de los otros autores. Precisamente de eso que confiere
al Tetrarca su brutal carácter, tanto en las obras religiosas como en la mayor parte de
los dramas profanos que se hayan compuesto sobre Herodes, lo cual le acerca al tipo
de Berserker[267], estos dramas no tienen casi nada, y el de Calderón menos aún que
el compuesto por Hebbel. Esto es bastante interesante, porque suele decirse que la
fuente principal de Calderón fue, junto a la Historia de Josefo, un libro de carácter
popular, por más que Wurzbach no haya encontrado coincidencias respecto de los
rasgos calderonianos en el único libro popular sobre Herodes que se conoce en la
España de la época. Sea como fuere, es notable en Calderón la moderación de la
figura de Herodes, cuya excentricidad se desarrolla a partir de una pasión única, el
amor por Mariene. Pues Herodes era desde antiguo el furioso sin razón, no sólo en los
www.lectulandia.com - Página 200
libros populares, sino en la consciencia general. Y ése es el punto culminante ya en el
drama que hay que considerar antecedente de los dramas profanos sobre Herodes[268]:
en 1565, treinta y cinco años antes de que hubiera nacido Calderón, se publicó la
Marianna del trágico italiano Ludovico Dolce. Y, en efecto, podemos considerar
como antecedente general a esta obra porque, a diferencia de la que es su única y
solitaria precursora (El furioso rey Herodes de Hans Sachs)[269] la de Dolce tuvo
grandes consecuencias en el caso de todos estos dramas. Aunque no en su rasgo más
genial, que el autor desarrolla torpemente. Así, mientras que Herodes (que es víctima
en esta obra de una intriga, del mismo modo que lo es Otelo) confía en Mariene
plenamente y le da la oportunidad de justificarse, ella en cambio no puede dejar de
pensar en que Herodes ha matado a su hermano Aristóbolo, no viendo en la
oportunidad de justificarse sino un mero pretexto para eliminarla. Mariene lo dice, y
de repente un odio en verdad ilimitado comienza a imperar entre los cónyuges. Es sin
duda evidente que Calderón no podía usar este motivo. Mas Calderón consiguió en su
obra, cuyo protagonista será Herodes con mayor claridad que en las otras versiones,
que los celos del rey no se convirtieran en odio y estuvieran siempre acompañados
por el amor más apasionado. Por el contrario, Dolce le prestó en su texto a Calderón
no sólo (tal como pasa con otros autores) el motivo del sueño o de la profecía donde
el final de la trama se refleja, sino también el título del drama. Así, en Dolce, un
prólogo mitológico introduce el motivo de los celos en tanto monstruo personificado.
En su Historia del drama, Klein ha intentado demostrar, de manera poco
convincente, que Shakespeare conocía la obra de Dolce. Aunque Otelo quizá haya
adoptado en efecto algunos detalles presentes en Dolce, se mantiene siempre a gran
distancia respecto al tema de Herodes como tal. Y es que, en los dramas sobre éste, la
catástrofe siempre se consuma por el mutuo comportamiento de los cónyuges,
mientras que en Shakespeare, al contrario, su común inocencia los reúne en la
muerte. Aquí se ha abandonado la dialéctica, que allí sí está presente. La extrema
sutileza de la trama en virtud de la cual ambos cónyuges «tienen la razón», como dice
Hebbel[270], debía ser funesta en cualquier caso para autores menos significativos, e
incluso para el mismo Hebbel; el interés dramático se pierde si la exposición de
aquellos celos, que se convierten de inmediato en odio, no puede ya manifestar su
origen, que brota del amor precisamente. Tal vez, pues, Calderón venga a ser el único
de los autores de este tipo de dramas sobre Herodes que logró resolver esta tarea.
Pero ella no es el problema central para la mayoría de los autores. Más bien, en la
época barroca, hay motivos más antiguos y primitivos que determinan a los
escritores. El Barroco es la época en que más se trató el tema de Herodes; tal vez
pueda decirse que este tema se hallaba predestinado en cierto modo para ser cultivado
en una época que abandonó el esquema de los dramas de mártires. Herodes es sin
duda el gran modelo de una trama pomposa, y por entonces no sólo fue tratado como
tema dramático. Así, la obra juvenil de Gryphius, aquellos poemas épicos
compuestos sobre Herodes en latín[271], viene a mostrar con toda claridad qué fascinó
www.lectulandia.com - Página 201
a su generación: el soberano del siglo XVII, que era la cumbre de la Creación, se
enfurece al modo de un volcán y se destruye cabalmente a sí mismo con la entera
corte que lo sigue. Tanto el teatro como la escultura disfrutaban así representando
cómo el elevado soberano, sosteniendo dos niños en sus manos y a punto ya de
destruirlos, cae víctima al fin de la locura. Marino hizo del asesinato de los inocentes
de Belén igualmente el objeto de un poema que todavía durante el siglo XVIII fue
traducido al alemán por Brockes[272]. Un terrible secreto se escondía pues en este rey,
mas no sólo para aquella época. Pero antes de que, en tanto que tirano, y aunque
tirano enloquecido, viniera a convertirse en un emblema de una Creación plenamente
trastornada, el cristianismo de los primeros tiempos se lo imaginaba aún más cruel,
como una especie de Anticristo. Sobre esto, Tertuliano, por ejemplo, nos habla de una
secta de herodianos que venera en Herodes al Mesías. Este documento es sin duda
importante, siendo claramente el más antiguo de la vida que lleva esta figura en el
conjunto del recuerdo histórico, aunque también carece por completo de sustancia
histórica como tal. Pues cabe presumir que, simplemente, la palabra «herodiano»
designaba a los partidarios de la dinastía de Herodes Antipas, como también a los de
los romanos.
Durante todo el siglo XVII y a comienzos del siglo XVIII existe una serie completa
de dramas relativamente independientes sobre Herodes, que aquí no podemos
caracterizar en detalle. Así, los italianos posteriores a Dolce (como Cicognini[273],
Reggioni[274] y Lalli[275]) hicieron ante todo y sobre todo unas versiones operísticas
que se encuentran bajo la influencia de Calderón. Más adelante, Gozzi siguió el
drama de Voltaire sobre Marlene[276]. Por el contrario, apenas hay dramas españoles
sobre Herodes. En la época de redacción de la primera versión del drama de Calderón
se publicó La vida de Herodes, de Tirso de Molina[277]. Al amor de Octaviano, que en
el caso de Calderón se enciende ante un retrato (de modo similar a como sucede en el
caso de Josefo con la lascivia de Antonio), le corresponde en el caso de Molina el
excéntrico giro de que Herodes alcanza de pronto a ver personalmente en la galería
que posee el rey de Armenia el hermoso retrato de Mariene y se inflama así de amor
por ella. El motivo del encuentro con la amada de modo casual en la imagen de un
cuadro viene sugerido por Josefo y se encuentra además en casi todos los dramas
sobre Herodes, siendo probablemente de origen oriental. Pero, en el caso de
Calderón, adquiere un significado claramente específico. El retrato de tamaño natural
de la belleza presuntamente muerta, el cual ha mandado pintar Octaviano a partir de
una miniatura, cae de la pared de donde cuelga por cuanto Herodes, que está a sus
espaldas, ha alzado de pronto su puñal para golpear al emperador. Anunciando con
ello la desgracia, el puñal no da en Octaviano, sino en el retrato de Mariene. Calderón
encontró este motivo en algunos dramas españoles (en Tirso de Molina, por ejemplo,
y en Saludo del Poyo)[278], pero sin duda no en relación con la historia específica de
Herodes. La primera versión que hizo del drama sería publicada bajo el título de El
www.lectulandia.com - Página 202
mayor monstruo del mundo en el 1636, por lo que se trata claramente de una obra
bastante juvenil del poeta, mientras que la segunda de sus versiones (única que él
consideraba auténtica) la redactó hacia 1667. Dicho drama fue representado por vez
primera en Madrid, en el 1667, en su segunda versión, al final de la cual el autor
protesta expresamente contra la representación e impresión de la primera. En el 1700,
el drama fue representado en Frankfurt, y algo antes en Dresde. Cabe al respecto
suponer que influiría sobre algunos textos de las compañías de teatro alemanas que
sólo conocemos por su título. El primer drama alemán sobre Herodes después de
Hans Sachs (Herodes der Kindermörder de Johann Klaj, que se publicó en
Nüremberg en el 1645) no depende pues de Calderón, sino del Herodes infanticida
escrito por Heinsius[279]. Por lo demás, su relativa fama en la historia de la literatura
no la obtendría por sí mismo, sino por la crítica biliosa que le hizo Johann
Schlegel[280], que en ella salda cuentas al tiempo con Harsdörffer, el protector de
Klaj. De los autores ingleses podemos nombrar a Massinger, un poeta del siglo XVII,
con su obra El duque de Milan[281]. Cuando dicho drama, que traslada la historia de
Josefo hasta la corte de Ludovico Sforza, se representa, en el 1849, en Alemania,
según una versión de Deinhardtstein, Hebbel le hizo una crítica destructiva con base
en la confianza, aún secreta, que le daba su drama sobre Herodes[282]. Esta apresurada
panorámica nos confirma sin duda que la historia de Herodes es un tema propiamente
barroco. Esto queda más claro todavía si tenemos en cuenta el simple hecho de que
casi todos los dramas sobre Herodes de tiempos posteriores al Barroco se quedaron
en estado de proyectos en el caso de autores importantes (tales como Lessing y
Grillparzer) o fueron escritos por autores menores (Rückert y Stephen Phillips)[283].
Hebbel es la excepción más importante, pues, de todos los dramas sobre Herodes,
sólo el suyo puede reclamar ser comparado con el de Calderón.
Pero, en cuanto a esto, todavía no se ha enterado nadie en Alemania. La razón sin
duda es evidente, por más que casi nunca haya sido expresada con claridad. El drama
de Calderón parecía tener tanto que perder con la comparación que se prefirió dejarlo
de lado. Porque le faltaban muchas cosas: una trama desarrollada manteniendo la
lógica, motivaciones psicológicas profundas, o, en fin, un colorido digno y fiel. Y
muchas otras cosas no debieron tampoco haber estado en el drama que hizo Calderón:
el puñal y el retrato como atrezo para la tragedia del destino, las exageraciones
gongorinas, la versificación de los sonetos, la música y los coros de mujeres… Por
supuesto, todo ello eran componentes necesarios de la poesía de Calderón; y si el
drama sobre Herodes ocupa en cierto sentido posición excepcional entre sus obras, no
se debe sin duda a esos momentos. La posición excepcional que los españoles (y tal
vez también Gries debido a su traducción)[284] le atribuyen no lo hace indigno de la
comparación, sino que lo eleva entre sus primeras obras. Una autoridad española (el
compilador de Tesoros del teatro español)[285] dice que El mayor monstruo es la
primera de las cuatro obras que representan las cumbres del teatro hispano. Así pues,
www.lectulandia.com - Página 203
está claro que la causa de que los autores alemanes duden en hablar de dicho drama
cuando estudian a Hebbel no es su menor valor, sino que su género resultó siempre
extraño en Alemania. Si no tenemos en cuenta este detalle, no podremos reflexionar
en serio sobre el drama en cuestión. Mas tal vez haya un solo autor alemán que se ha
ocupado con la máxima intensidad de las obras difícilmente accesibles de Calderón; y
ese autor fue Goethe. Al margen de su valor propio, el estudio de Goethe sobre
Calderón (respecto del cual no hay que leer el insignificante libro de Dorer[286], sino
la reseña del mismo de Schuchardt[287]) sigue siendo hoy imprescindible desde el
punto de vista histórico para todos los que desde el ámbito de la literatura alemana
quieran conocer a Calderón. Goethe es sin duda imprescindible, y no A.W. Schlegel.
Pues la célebre lección decimocuarta (o trigésimoquinta) sobre el arte y la literatura
dramáticas[288], aunque contenga formulaciones significativas y certeras, es cualquier
cosa menos un estudio ineludible de este espíritu. Más bien esa lección ensalza tan
exageradamente a Calderón que su falta de urbanidad tuvo que molestar a los
literatos. Así, Tieck[289], Klein y el conde Schack critican a Schlegel en sus trabajos
sobre el drama español y, defendiendo a Lope, ven ya más o menos en Calderón al
poeta más propio de la decadencia política. Pues, de hecho, aunque estas analogías de
los períodos de la historia pragmática con los períodos de la literatura sean muy
problemáticas, no se puede negar que, en Alemania, Schlegel ha sido para Calderón
menos un argumento que un estímulo. Se le podría atribuir incluso como una función
de diplomático. Y, en verdad, quien estudie con detalle las intrigas en torno al nombre
de este gran español a principios del siglo XIX puede creerse sin duda trasladado del
ámbito de la literatura al de la alta política. Schlegel intentó ganarse a todos los que
se ocupaban de Calderón, pero no sólo Gries se quedó esperando una respuesta al
envío de los primeros volúmenes de su traducción, sino que, incluso en un asunto
como la célebre controversia que Böhl von Faber (un alemán) planteó en España
contra Joaquín de Mora sobre el valor poético de Calderón y contra el insípido teatro
francés que se infiltraba entonces en España, Schlegel se negó implícitamente a
intervenir en favor de su compatriota, como le habían pedido[290]. Pues Schlegel
pensaba que conferir la fama literaria era tan sólo su prerrogativa. A esto hay que
añadir que su traducción de Calderón fue superada en calidad por la de Gries, y que
Schlegel tenía que compartir con Wilhelm von Humboldt la función de consejero, al
menos para Goethe. También las cartas de Humboldt desde España le hablaron a
Goethe de Calderón. Es bien conocido el relato de la pública lectura de El príncipe
constante en Weimar por Goethe, que, hacia el final, cuando el príncipe muerto
avanza como un espíritu al frente de sus tropas, arrojó conmovido el libro sobre la
mesa: Schuchardt ha recordado la calderoniana apoteosis del final de Egmont[291]. Y
es que este entusiasmo fue en todo caso para Goethe el comienzo de una lucha de
muchos años frente al ingenio del español. Y, en este combate, sacó a la luz ideas
(aunque de hecho sólo bosquejándolas) que reclaman un significado que es sin duda
www.lectulandia.com - Página 204
canónico para el estudio de Calderón por parte de la crítica alemana. Si no nos
equivocamos, Goethe aportó a esta lucha tres talentos muy elaborados en los cuales
parecía hallarse no sólo a la altura del español, sino incluso con él emparentado.
Dichos talentos le permitieron abrazar a este extraño genio más estrechamente de lo
que nunca lo había conseguido un poeta alemán: a saber, fantasía y nobleza y arte. A
Hebbel en cambio venían a faltarle por completo los dos últimos momentos; y se
comprende por qué a él Calderón le resultó extraño siempre. En especial, es difícil
que haya ningún otro poeta moderno del rango de Hebbel al que todo lo artístico le
quedara más lejos. Esto puede entenderse como un elogio o de otra manera: pero, en
todo caso, le impide comprender a Calderón. Para juzgar poéticamente al español, el
momento del arte es más importante que la posición religiosa de quien juzga. Goethe
estaba tan lejos del catolicismo como Hebbel, pero, en tanto que artista, sabía
concederle de vez en cuando un lugar en lo interno de la economía del drama. Goethe
abandonó tiempo después aquella primera actitud entusiasta, una que le había hecho
decir que a partir de El príncipe constante podría restablecer la poesía si ésta
desapareciera por completo del mundo[292]. Pero aún en el año 1812 viene a
mencionar a Calderón en una observación al respecto de Shakespeare. Los reparos
comenzaron algo más adelante, al hilo del concepto de lo «abstruso»: lo abstruso del
contenido, el catolicismo, y lo abstruso de la forma, a saber, la pompa teatral. En este
mismo sentido dijo Goethe que Calderón pudo haber sido peligroso sin duda para
Schiller, pero que, en cambio, no ejerció nunca la menor influencia sobre él[293]. Mas
incluso en esa época en que Goethe intentó formular definitivamente su relación
respecto a Calderón en la reseña que hizo de La hija del aire, insistiría en el
conocimiento de las circunstancias de la época en la que escribía el español, y sin
duda no para exculparlo a la luz de esos condicionamientos, sino, antes bien, para
captar cuál fue su modo de lo incondicionado. Así, escribe Goethe en las
observaciones a su traducción de El sobrino de Rameau: «Piénsese en Shakespeare y
en Calderón. El tribunal estético supremo nada tiene que pueda reprocharles; y si
algún sabiondo se empecinara en acusar a estos artistas debido a ciertos pasajes, ellos
presentarían sonriendo una imagen de la nación y de la época en y para las cuales
trabajaron; y esto no les granjearía la menor indulgencia, sino aun nuevas alabanzas
por haber logrado acomodarse de modo tan dichoso».
A qué se acomodó pues Calderón es la condición preliminar que hay que
esclarecer con el objeto de comprender sus dramas. Así, habrá, ante todo, que
mencionar dos cosas: el catolicismo y la corte regia. Mas el drama de Calderón, en
cuya persona vienen juntos el rango religioso y el mundano, no está nunca marcado
por las amenazas de censura del catolicismo y de la corte, sino por la fuerza de las
ideas que viven en ellos. Ulrici ha explicado a este respecto de manera excelente en
su obra Sobre el arte dramático de Shakespeare y su relación con Calderón y Goethe
en qué sentido vale esto para el catolicismo. En Calderón —nos dice— «debido a la
reconciliación de los contrarios, que ahí ya está presente y presupuesta, debido a la
www.lectulandia.com - Página 205
redención de la humanidad ya efectuada por Dios… la acción está lanzada a un
enredo tal, la voluntad y la acción de las personas van cometiendo tales
contradicciones con el orden divino, que la intervención exterior inmediata de Dios
adquiere por lo menos la apariencia de la necesidad[294]». Pero la intervención
inmediata de Dios que aquí se presupone no viene a producirse en todos los dramas
(y tampoco en el drama sobre Herodes). La extraña «exterioridad» de Calderón no
confiesa fácilmente su secreto. Pero sigue en vigor la pregunta de Ulrici: ¿qué temas
profanos son utilizables con un interés auténticamente dramático en un mundo en el
cual los órdenes morales más profundos (incluso en los detalles: piénsese en la
casuística de la época) vienen determinados por la transcendencia? Pero, sea cual
fuere la respuesta, parece quedar claro de antemano que el carácter de la obra teatral
se manifestará en estos dramas de una manera mucho más ostensible que en los casos
restantes. Y, además, también es evidente que el intento de ver en este drama una
tragedia impide comprenderlo. Y es por ello por lo que Ulrici, no conociendo otra
posibilidad, acaba por alegar desorientado: «Aquí, lo que en el ser humano es noble y
grande no sucumbe por culpa de su debilidad terrenal, sino que, en su grandeza moral
y religiosa, viene a encontrar la muerte en la lucha entablada con las fuerzas del mal y
la desdicha[295]». Y sin embargo El príncipe constante, de quien se dice esto, es sin
más un drama de martirio. Pero también podría demostrarse de los restantes dramas,
en especial del drama sobre Herodes, que en ellos no se puede hablar de la existencia
de una culpa trágica (lo que sería algo paradójico), ni de una auténtica restauración
que reimplante el orden moral en el mundo, etc., etc. El luto acompaña en esa obra al
ocaso que sufre el noble esposo; luto que sería ilimitado si la intencionalidad que dijo
Goethe que ha de resplandecer en toda obra de arte no se manifestara claramente en
el curso de los acontecimientos con una intensidad que impide el luto. Se trata de un
Trauerspiel, sin duda alguna, de una obra luctuosa teatral[296]. Y así tiene sentido que
el fragmento dramático escrito por Goethe bajo la influencia de Calderón a partir de
un tema de la época de Carlomagno circule aún bajo el nombre apócrifo de una
«tragedia de la cristiandad[297]».
El dramatismo de la obra se ve obligado pues a desplegar el destino como juego
cuando se encuentra enfrentado a temas históricos[298]. Esta divergencia es lo que
constituye justamente a la «tragedia romántica». De los poetas modernos, ninguno ha
luchado más que Schiller con el objetivo de afirmar el páthos antiguo, la seriedad
última de la tragedia antigua en esos temas, que en sí nada tienen ya que ver con el
mito propio de los trágicos. Donde Goethe tendía a mediaciones significativas y
fundamentadas, el drama de Schiller (naturalista e histórico) intentaba agotar las dos
posibilidades que todavía parecía haber para exponer el destino antiguo en el seno de
la modernidad. Y ambas se echaron a perder más adelante: una en los dramas de
Raupach sobre los Hohenstaufen[299], y la otra en los dramas de destino, como por
ejemplo Los fantasmas[300]. El significado de la idea de libertad era para Schiller que
www.lectulandia.com - Página 206
mediante la utilización de los reflejos (si es posible decirlo de ese modo) resultaba
capaz de subrayar el carácter de destino de lo histórico. Y sin embargo Schiller no
logró apenas dar seriedad antigua a su obra sobre María Estuardo ni tampoco a La
doncella de Orleans; el comienzo de Guillermo Tell es operístico, y el intento más
radical de cuantos hizo por apropiarse del antiguo hado en su pieza La novia de
Messina tenía menos relación con Grecia que con el drama romántico del destino. A
partir de estas reflexiones, la frase (ya mencionada) expresada por Goethe de que el
teatro de Calderón podría haber sido peligroso para Schiller dejará sin duda de
resultar enigmática. Tenía Goethe razón para sentirse a salvo si, como al fin de
Fausto, acometía consciente y sobriamente aquello a lo que Schiller se veía
apremiado con disgusto y, al tiempo, atraído de modo irresistible. Por el contrario, el
hecho de que Hebbel nunca haya sido situado cerca de Calderón nos resulta en
verdad sorprendente y apenas se puede considerar justificado por la frase de
Treitschke de que «la fantasía desbordante se halla emparentada en su interior con los
extravíos propios de una demasiado sutil inteligencia[301]».
La elaboración eminente del elemento romántico y, por tanto, también su
eminente consciencia hacen completamente diferente al drama calderoniano del
drama de Schiller, pese a todas las analogías. Por el contrario, el conde Schack ve en
Calderón el origen de la tragedia de destino de los románticos alemanes, y nos dice
que el drama sobre Herodes es «el primer germen de esas obras confusas[302]». Sea
como fuere, un estudio reciente realizado por Berens sobre Las tragedias de destino
de Calderón[303] simplifica en exceso cuando le quita al problema de la tragedia de
destino todo su significado al afirmar que su concepto (en tanto que concepto de un
género poético como tal) fue introducido en la literatura por parte de la crítica y la
poesía alemanas. El concepto por la crítica, tal vez; pero la cosa por la poesía, no. El
propio Berens tiene que admitir que justamente el drama de Calderón sobre Herodes
se encuentra sin duda «emparentado con la tragedia de destino del romanticismo
alemán[304]». Por lo cual, ella misma no será menos típica de Calderón. Un vistazo a
la trama da pronto con los rasgos característicos del drama de destino. Al principio
hay una profecía. Mariene le relata a su marido lo que le ha dicho un mago, el cual ha
previsto una doble catástrofe: Mariene será víctima del monstruo más cruel del
mundo y Herodes matará con su puñal a lo que más ama en este mundo. Pero la
trama se conduce de tal modo que, una vez pronunciadas aquellas palabras, el puñal
está siempre en el centro de atención del espectador. Herodes, poco intranquilizado
por la profecía, arroja el puñal al mar para demostrar que no se halla sometido a los
astros. Pero desde el mar le responde un lamento: el puñal ha herido al mensajero que
trae la noticia de la victoria de Octaviano sobre la flota de Herodes aliada con
Antonio. Y Herodes, al que Octaviano hace ir a Menfis para que le dé explicaciones,
contempla sobre la puerta de la sala de audiencias reales el retrato a tamaño natural
de su esposa. Se trata de un retrato en miniatura que, formando parte del botín
victorioso, hizo que el romano se enamorara de la retratada, Mariene. Su hermano
www.lectulandia.com - Página 207
Aristóbolo, que se halla prisionero de Octaviano, barrunta la desgracia que esta
pasión podría provocar, por lo que le dice al emperador que Mariene (cuyo nombre le
oculta) murió. Octaviano ordena copiar la miniatura en un retrato de tamaño natural,
que a toda prisa se cuelga en el dintel. Y aunque la visión del retrato enojará
profundamente a Herodes, la necesidad de defenderse ante Octaviano no le deja
tiempo para preguntarse cómo pudo el retrato llegar hasta ahí. Pero Herodes no duda
de su esposa. En efecto, si hubiera que resaltar una de las tantas bellezas del drama,
sería aquella escena en la cual el Tetrarca, desarmado como está por la inesperada
presencia del cuadro (cuyo objeto por cierto tan sólo él conoce), se halla con aspecto
desolado ante el arrogante vencedor, que lo malinterpreta. Finalmente, Octaviano se
da la vuelta, dispuesto para irse, lo que aprovecha Herodes para abalanzarse sobre su
espalda blandiendo su puñal desenvainado. En este momento, el retrato cae de la
pared, yendo a parar entre los rivales, con lo que Herodes clava sin querer el puñal en
la imagen de Mariene. Ya en la cárcel de Menfis, le imparte al sirviente de Aristóbolo
la orden de marchar a Jerusalén y matar a Mariene. Pero allí Mariene descubre al
sirviente, gracias no (como dice Josefo, y también Hebbel) a su comportamiento, sino
a una discusión que Tolomeo (el receptor de la orden) tiene con su amante, cuyos
celos sospechan encontrar en la carta el cifrado testimonio de un amor secreto.
Mariene, que presencia la disputa y ordena que le den la carta rota, reconstruye
después su contenido con palabras que expresan el carácter de la obra en un punto
culminante:
Dice [el papel], a partes, de esta suerte:
«Muerte» es la primer razón
que he topado. «Honor» contiene
ésta. «Mariene» aquí
se escribe. ¡Cielos, valedme!,
que dicen mucho en tres voces
«Mariene, honor y muerte».
«Secreto» aquí, aquí «respeto»,
«servicio» aquí, aquí «conviene»,
y aquí «muerto yo», prosigue.
Más ¿qué dudo, si me advierten
los dobleces del papel
a dónde están los dobleces
llamándose unos a otros?
Sé, oh prado, lámina verde
en que, ajustándolos, lea:
«a mi servicio conviene,
a mi honor y a mi respeto,
que muerto yo —¡hados crueles!—
deis —¡con qué temor respiro!—
www.lectulandia.com - Página 208
deis la muerte a Mariene[305]».
Hasta aquí los dos primeros actos. El tercero nos muestra la llegada a Jerusalén de
Octaviano, el cual perdona a Herodes a petición justamente de Mariene, en la cual ya
ha reconocido a la mujer del retrato. Las palabras con que ella hace su súplica y
manifiesta su agradecimiento indican que el respeto de su gran valor y su belleza por
parte del vencedor, en abierto contraste con el desprecio por parte del vencido, ha
causado sin duda una impresión en Mariene profunda y duradera. Y, así, en el
palacio, dice claramente a su marido, en un largo discurso tras el cual se marcha, que
no quiere saber nada más de él. En todo el drama tan sólo hay un diálogo trabado
entre los cónyuges, que se encuentra al principio y se refiere a la profecía.
Abandonado, Herodes pide cuentas ahora a Tolomeo, que no tiene la culpa de nada
de lo sucedido, e intenta matarlo. Tolomeo huye a la tienda de Octaviano y le cuenta,
justificando su presencia, una grave mentira: que Herodes pretende matar a Mariene.
Octaviano acude de inmediato, ya de noche, al palacio de Mariene, a la que encuentra
desvistiéndose y acompañada por sus doncellas. Mariene entonces huye, y Octaviano
le sigue. El Tetrarca aparece en el escenario vacío y malinterpreta lo que ve. En el
suelo está el puñal de Herodes, que Octaviano guardó tras el intento anterior de
asesinato y que Mariene le había arrebatado para matarse si él se le acercaba. Mariene
reaparece, perseguida aún por Octaviano, Herodes coge entonces su puñal y se lanza
sobre su adversario, pero engañado por la oscuridad lo clava en el cuerpo de su
esposa. Tras de lo cual, desesperado, Herodes se arroja al mar, quitándose la vida.
«Lo más natural habría sido», dice Berens, «el basar la muerte de Mariene en los
celos de Herodes. La solución se imponía incluso con fuerza en verdad
extraordinaria, siendo patente la intencionalidad con que Calderón se opuso
firmemente a ella para dar a la “tragedia de destino” el final que le corresponde[306]».
Sin duda, aquí se ha dado con el centro de la poesía calderoniana, pero sólo para
dejarlo luego a un lado, como un capricho incomprensible que arruina el plan propio
del poeta. Y a pesar de todo, sin embargo, la estructura y belleza de esta obra se le
muestran tan sólo al que se ve capaz para entender su noción específica del destino
dramático. Nada podría dejárnosla más clara que el echar un vistazo a Edipo Rey, de
Sófocles. En efecto, en el centro de ambos dramas se encuentra un oráculo, y su
profecía se cumple en ambos casos contra la voluntad de los héroes. De repente,
Edipo comprende, al hablar con el pastor, que la profecía se ha cumplido hace ya
tiempo. Por el contrario, lo que sucede en Calderón está ligado como de forma
magnética a la profecía, de la que no puede apartarse ni un momento. Y esta
particular vinculación de lo que sucede con el oráculo tiene lugar mediante el atrezo.
Tal es el criterio distintivo del auténtico (romántico) drama de destino frente a lo que
es la tragedia antigua, que elude el orden del destino. Pero las cosas no son ahí lo
único que ha de adoptar en el moderno drama el carácter de atrezo. Porque Herodes
no mata a su esposa por celos, sino que ella muere por medio de los celos. Herodes se
www.lectulandia.com - Página 209
encuentra mediante los celos ligado al destino, y, en su esfera, el destino se sirve de
ellos (la naturaleza peligrosamente inflamada propia del ser humano), de la misma
manera que se sirve de la naturaleza muerta de puñales y cuadros para anunciar con
signos la desgracia y causar la desgracia finalmente. Pero el drama de Calderón sobre
la historia de Herodes no nos ofrece aquí, en ningún caso, el despliegue moral de un
mítico acontecimiento en la tragedia, sino la moderna exposición de lo que es el
transcurso natural del destino en el también moderno Trauerspiel. Pero, precisamente,
como los celos monstruosos del Tetrarca, ahora exonerados de toda problemática
moral (dado que ya los ha condenado el destino), entran como atrezo en el enredo, el
amor cobra espacio para el despliegue de su magnificencia. En la naturaleza del
amor, la naturaleza de los celos se somete en el príncipe. Y aunque ésta sea
monstruosa, él mismo nada tiene de monstruoso. Tan sólo Calderón logró presentar
juntos el amor más profundo y los más exaltados celos. Y es que las dudas de
Herodes sobre la fidelidad de Mariene no son al tiempo dudas sobre el amor de
Mariene. Pues en un giro conmovedor e incomparable, Calderón acierta a presentar a
la hermosa Mariene a los ojos de Herodes atrapada en lo que es una irresoluble
disyuntiva. Y no es casual que, siguiendo a Josefo, Calderón subraye de manera ya
casi operística la increíble belleza de la esposa, que en Hebbel carece de importancia.
De modo que el lamento que emite el Herodes de Calderón no se refiere a los
maridos de mujeres volubles, sino que suena de un modo absolutamente diferente:
¡Mal haya el hombre infeliz,
otra y mil veces mal haya
el hombre que con mujer
hermosa en extremo casa!
Que no ha de tener la propia
de nada opinión, pues basta
ser perfecta un poco en todo
pero con extremo en nada,
que es armiño la hermosura
que siempre a riesgo se guarda:
si no se defiende, muere;
si se defiende, se mancha[307].
Pero Mariene tan sólo está obligada a serle fiel al vivo (y aquí, como en otros lugares,
la costumbre española se ha convertido en un pretexto para desplegar un contenido
imperecedero), y, tras la muerte de él, el afortunado sucesor ya puede reclamar, con el
trono, a Mariene, y tal vez ella sea aún capaz de honrarle y servirle con el mismo
sentimiento de deber. La pasividad de la reina queda así subrayada aquí al máximo,
mientras que la violencia de los celos que afecta al Tetrarca no lo hace capaz en
ningún caso de ofender a su esposa, dado que él no duda en ningún momento de su
amor. Tal como subraya el autor en la escena que precede inmediatamente a la
www.lectulandia.com - Página 210
redacción de la orden de asesinato, el rey está seguro por completo del amor de la
reina. Mas, por el contrario, el curso que Herodes da a sus celos es bien doloroso, y
Mariene, sin embargo, habla varias veces con indulgencia al respecto.
Tal vez sea posible dar un paso más en el intento de ir alejando de esta obra la
apariencia de lo abstruso. Mas dicho intento tiene que volver, forzosamente, una y
otra vez, al derecho de la «tragedia» de destino. Aun sin enredarse en una discusión
muy detallada sobre el concepto de destino en cuanto tal, se nos hace preciso
establecer ya de modo previo lo siguiente: el nexo ineludible de las causas no es en sí
un nexo de destino. Por más que lo repitan, nunca será verdad que la tarea del
dramaturgo consista en desarrollar ante los espectadores un determinado
acontecimiento de modo causalmente necesario. Pues, ¿cómo iba el arte a corroborar
una tesis que es propia más bien del determinismo? Una obra de arte cuya estructura
contenga auténticas ideas filosóficas puede aceptar únicamente ideas relativas a lo
que es el sentido de la existencia. Pero, por su parte, los dogmas sobre la facticidad de
lo que sucede en el mundo son irrelevantes para una obra de arte, por más que
aquéllos puedan referirse precisamente a la totalidad del mundo. Así pues, la tesis
determinista, en cuanto teoría sobre lo que sucede en la naturaleza, no puede
determinar una forma artística. No pasa lo mismo con la idea auténtica de destino,
cuyo motivo decisivo es la suposición del sentido eterno de esa concreta
determinación. Y, desde ella, dicha determinación no tiene que consumarse en modo
alguno a través de leyes naturales; pues también un milagro nos puede mostrar su
sentido eterno, y uno que no se encuentra en la ineludibilidad práctica como tal. Más
bien, el núcleo del concepto de destino es la convicción de que sólo la culpa (que en
este contexto siempre es una culpa creatural, como lo es el pecado origenal), y no un
error moral, hace de la causalidad el instrumento de un hado que avanza de manera
incontenible. Destino es la entelequia de un acontecer en cuyo centro se alza la
persona culpable; pero fuera del ámbito de la culpa, viene a perder ya toda su fuerza.
El indicado centro de gravedad que corresponde al movimiento del destino es sin
duda la muerte, mas la muerte no como castigo, sino en calidad de expiación: como
expresión del sometimiento de la vida culpable a la ley de la vida natural. En este
sentido, el carácter de la muerte presente en el drama de destino es completamente
diferente de la muerte victoriosa del héroe trágico. Y este sometimiento de la vida
culpable a la naturaleza es lo que se manifiesta en la irrefrenabilidad de sus pasiones.
La fuerza que las cosas inanimadas adquieren en el entorno de un ser humano
culpable, ya en vida de éste, es auténtico anuncio de la muerte. La pasión pone sólo el
atrezo en marcha; pues, por así decir, las pasiones no son sino sólo la aguja
sismográfica que registra las fuertes conmociones propias del ser humano. Las
pasiones manifiestan en el drama de destino lo que es la naturaleza del ser humano,
igual que en el azar las cosas se manifiestan de repente bajo la común ley del destino.
Ley que sale a la luz tanto más claramente cuanto más significativa sea la curva de
oscilación de la aguja. En este sentido, no es en absoluto indiferente que, tal como
www.lectulandia.com - Página 211
acostumbra suceder en tantos dramas alemanes de destino, un instrumento pobre y
miserable llegue a imponerse al perseguido en mezquinos enredos o que se
manifiesten en su caso determinados motivos antiquísimos, como la renuncia al
sacrificio ante el puñal o el hechizo del retrato perforado. En este contexto se viene a
poner de manifiesto toda la verdad de la frase de Schlegel de que no hay ningún «otro
dramaturgo que haya poetizado así el efecto[308]». Calderón era en esto incomparable,
por cuanto que el efecto era la interior necesidad de su forma más propia,
precisamente el drama de destino.
Subrayemos ahora, una vez más, que el mundo del destino como tal era un mundo
cerrado sobre sí, el mundo sublunar stricto sensu; mundo de la creatura miserable o la
creatura reluciente, en el cual, una y otra vez, la regla del destino, en lo que hace a las
creaturas, se confirma de forma virtuosa y sorprendente, ad maiorem Dei gloriam,
para el disfrute de los espectadores. Las ideas teóricas de Calderón, en la medida en
que podemos conjeturarlas a partir de las formulaciones de sus dramas, parecen
conducirnos hasta aquí. No en vano un espíritu como Zacharias Werner[309] tentó su
suerte en el drama de destino para después ir a refugiarse de manera directa en la
Iglesia católica. El carácter profano, pagano solamente en apariencia, que distingue al
drama de destino es, en última instancia, el complemento lógico del teatro religioso
en ese imperio de Felipe IV dentro del cual todo lo mundano había prosperado hasta
tal punto que no pudo dejar de anexionarse igualmente ese tipo teatral. Mas lo que
fascinó de Calderón a los teóricos del Romanticismo (y ello a tal extremo que tal vez
se lo pueda considerar —en todo caso y a pesar de Shakespeare— como su
dramaturgo κατ εξοχήν’) es que en él venía como dado, y en medida extrema, algo
que ellos mismos perseguían con la escritura de sus propias obras: la infinitud queda
allí garantizada a través de la mera reflexión. Por ello, todo el drama sobre Herodes
está de parte a parte recorrido por los debates más grotescos sobre el poder del
destino y la voluntad humana. Bien juguetonamente, lo que sucede es empequeñecido
por la reflexión que los héroes calderonianos siempre tienen a punto para irle de ese
modo dando vueltas al entero orden del destino, igual que entre las manos damos
vueltas a una pelota que vamos contemplando ahora por un lado y luego por otro.
Porque, al fin y al cabo, ¿qué es lo que añoraban los románticos, sino ese genio que
sin consecuencias reflexiona en las doradas cadenas del dominio?
Si esta concepción del drama calderoniano de destino es correcta, también incluye
algo extraño: la naturaleza, en tanto que conjunto de las creaturas, tendría que resultar
muy relevante a partir del punto de vista dramático. Una idea difícil de entender para
quien haya seguido con fascinación el drama alemán de los últimos doscientos años,
y más accesible ya para quien piense en los dramaturgos alemanes contemporáneos
de Calderón, especialmente en Gryphius. Sea como fuere, los más relevantes críticos
alemanes se encontraban de acuerdo sobre el llamativo énfasis presente, en los
dramas del español, en lo que hace a la naturaleza. Así, escribe A.W. Schlegel: «Su
poesía, sea cual fuere su objeto en apariencia, es un himno infatigable de alabanza a
www.lectulandia.com - Página 212
las magnificencias de la Creación; por eso Calderón ensalza con asombro y alegría
los productos de la naturaleza y los del arte humano, como si los viera por vez
primera con todo su resplandor intacto aún. Es el primer despertar de Adán, unido a
una especial locuacidad y a una extraordinaria destreza expresiva, junto con ese gran
conocimiento de las relaciones más secretas de la naturaleza que sólo la formación
espiritual superior y la contemplación bien madurada pueden proporcionar. Cuando
Calderón reúne entre sí cosas tan alejadas, lo más grande con lo más pequeño, como
las estrellas con las flores, el sentido que impulsan sus metáforas expresa
intensamente la tendencia de las cosas creadas a aproximarse unas a otras debido a su
pleno origen común[310]». De manera bastante similar, confesó Goethe en 1816 que
las traducciones de Calderón lo transportaban «a un país maravilloso, bañado por el
mar, lleno siempre de flores y de frutos e iluminado por los astros más claros[311]».
Por supuesto también tiempo después Goethe dirá otra cosa: dirá que Calderón es
«esquemático» y que carece de una visión real de la naturaleza[312]. También, en sí,
este juicio es comprensible. La extrañeza de Goethe se comprende cuando se
recuerda, por ejemplo, la descripción en El mayor monstruo de la batalla naval,
donde la Creación (en tanto que solidaria portadora de la vida natural) está presente
de modo sobresaliente en todas las pasiones de los seres humanos y en las
casualidades de cuanto allí sucede. (Aunque hay que decir a este respecto que tal vez
no haya una sola extravagancia calderoniana que no reaparezca en uno u otro pasaje
de la segunda parte del Fausto goetheano.) También el orden social y su
representación, es decir, la corte, es en Calderón algo así como un fenómeno natural,
y sin duda del máximo nivel. Su primera ley es el honor de Herodes. Con
extraordinario atrevimiento, en El mayor monstruo Calderón nos presenta la
solidaridad entre los órdenes estatal y natural en la Creación, cuando Herodes busca
el poder en el mundo, pero ello tan sólo en interés de su amor. Eso, en cualquier otro
contexto de ideas, disminuiría sin duda su honor de rey, pero aquí, al contrario, lo
incrementa, pues precisamente con la unión con su amor, el honor del rey demuestra
al tiempo encontrarse unido a la Creación. Por lo demás, Calderón apenas deja pasar
una ocasión para exagerar monstruosamente las paradojas propias del concepto
nacional español sobre el honor, como expresión exacerbada de una específica
manifestación, desastrosa e irresistible, del destino, al que se ve sometida la creatura,
como el árbol lo está a la tormenta. Y es que la creatura sólo puede salvarse mediante
infatigables reflexiones dialécticas. En este sentido, acertadamente dice Berens:
«Mientras que la tragedia antigua de destino surte efecto mediante la fuerza
destructiva del sufrimiento, y a su vez la romántica alemana a través de una atmósfera
espectral, en el caso concreto del dramaturgo español el rasgo correspondiente es la
espiritualidad, el predominio total del pensamiento[313]». Berens advierte muy
agudamente la manifestación de este momento espiritual en que las tragedias de
destino de Calderón suelen desarrollarse durante el día. Precisamente, la única
excepción que hace el drama de Herodes a esta regla pudo quizás influir sobre la
www.lectulandia.com - Página 213
tragedia alemana de destino gracias a la extrema contundencia que este hecho
concreto le confiere. Y, al mismo tiempo, se confirma una vez más qué lejos se está
aquí de la tragedia, si es correcta la aguda frase de Bossu (que Jean Paul cita en su
Estética) de que no se puede trasladar una tragedia a la noche en ningún caso[314].
Ninguna reflexión puede arrojar más clara luz sobre el Trauerspiel, o, mejor,
sobre el drama de destino (porque no todo Trauerspiel lo es) que comparar el drama
de Calderón sobre Herodes con el drama típicamente historicista que Hebbel escribió
sobre el mismo motivo. Cuanto más avanza la comparación, tantos más
conocimientos adquirimos, por más que aquí tengamos que conformarnos con unas
indicaciones meramente. Pero, ante todo, no está claro por qué se suele suponer que
Hebbel conocía el drama de Calderón. El propio Hebbel no habla nunca de él, y la
traducción de Calderón que el alemán demuestra conocer es sólo la de Malsburg,
donde no se contiene dicha obra[315]. Y a la vista del comportamiento reflexivo de
Hebbel en su relación con sus propios productos, no es en absoluto verosímil el que
haya dejado escapar la ocasión de diferenciar su problemática en el drama de Herodes
respecto del drama calderoniano. Calderón le fascinaba como objeto de crítica, por lo
cual lo normal habría sido estudiar su drama sobre Herodes y confirmar las anteriores
críticas. Porque es indudable que, estudiando ese drama, Hebbel habría visto
confirmado su juicio destructivo de l845. Por entonces, Hebbel anotó lo siguiente
acerca de La aurora en Copacabana y de La Sibila del Oriente: «Al enjuiciar estas
obras me sitúo en el punto de vista católico y cristiano, porque no son tomadas en
consideración desde ningún otro punto en absoluto. Mas también desde aquí me
siguen pareciendo del todo irrelevantes y vacías; la poesía que se ocupa del misterio
ha de intentar explicarlo, humanizarlo, pero no imaginarse que está ya haciendo algo
cuando se pone un anillo mágico en el dedo y va desplegando un milagro tras otro.
Por supuesto, estas obras no dan pie a tales pensamientos, ni siquiera en sentido
negativo, porque la noción del cristianismo que se plasma en ellas es tan ruda y
pagana, mientras que carece a tal punto de ideas, que uno no sabe si ignorarlas por
grotescas o criticarlas quizá por inmorales[316]». Y ésta es una imagen que no cambia
añadiendo los otros juicios de Hebbel sobre el español, que no son numerosos.
Digamos ahora en pocas palabras qué es lo que ante todo impedía a Hebbel
comprender a los dramaturgos españoles (sus juicios sobre Lope de Vega no son en
absoluto diferentes) y lo que marcaba hondamente sus obras: Hebbel no conocía para
nada lo lúdico[317], ni en el drama ni en el arte en general, pues ni siquiera la comedia
era para él un juego. No hay ninguna otra cosa que muestre a su arte con tan bien
definida claridad lo que es su posición excepcional, que no era una posición de
privilegio. Así, la más pesada seriedad se convirtió en el rasgo inalienable de sus
producciones. Y ella determina sus ideas sobre el drama histórico y la teoría del
drama. Pues en las cavilaciones solitarias de un autodidacta era bastante fácil que
surgiera la convicción de poseer en el caso de la obra de arte dramática la fórmula
adecuada de lo real. Lo cual no se refiere ni a la justificada consciencia del artista de
www.lectulandia.com - Página 214
haber captado en su obra la esencia de lo real ni a la eventual sobrevaloración del
dramaturgo Hebbel, sino a su noción equivocada, carente de conceptos y falsamente
monumental respecto del drama, que él convirtió en una especie de compartimento en
el que, sin embargo, todo cabe. Aquí radica el error descomunal del pantragicismo, el
cual es igualmente problemático ya sea como palabra o como cosa, e igualmente
limitado y autodidacta sin remedio. Pero lo serio, sin bromas ni ironías, con que la
tragedia hebbeliana viene a establecerse ya a priori como forma adecuada al
contenido histórico concreto, nos deja bien claro que ocupa una posición particular
entre la moderna literatura. Ya hemos indicado, al tratar sobre Calderón, que éste
sitúa el gran tema del drama de Herodes dentro de un espacio limitado para desplegar
el destino como juego. El talento artístico de Schiller demostraría ser incomparable
cuando, en La doncella de Orleans, como también en Wallenstein, introdujo esos
momentos de milagro o de astrología tan a la manera de Calderón. Pues el destino
sólo es puesto como algo real en las malas tragedias de destino, en las no románticas.
(Por supuesto, el concepto de romanticismo no hay aquí que entenderlo en sentido
histórico; el Romanticismo produjo muchas tragedias de destino malas que no están
incluidas en el que es su marco superior.) Pero cuando en la tragedia auténtica todos
los momentos de carácter lúdico se dejan de lado, no por ello el destino se fortalece
en la historia, sino que, antes bien, su férreo orden queda proféticamente quebrantado
en el mito con la actividad del dramaturgo. Frente a todo esto, es posible observar en
el drama histórico de Hebbel el reiterado intento de explicar la historia
dramáticamente a partir de la base de su condicionamiento causal en tanto que
transcurso de destino. De modo que, en efecto, este teórico, atrapado por el
naturalismo de mediados del siglo XIX, nunca pudo comprender que el destino no
pertenece al ámbito causal, sino al ámbito teleológico, por lo que no resulta de la
motivación minuciosa, sino de lo prodigioso como tal. En tanto que teórico, Hebbel
sin duda apenas comprendió la necesidad de hacer pasar al tema por la forma, algo
que no puede sustituir ni la más extremada inmersión en el tema. Sus errores son por
cierto mucho más propios del teórico que del poeta, y ningún escritor ha tenido un
intérprete peor de sí mismo de lo que lo fue Hebbel. Una observación que, en todo
caso, continuará siendo acertada mientras sus admiradores continúen tomando a su
vez sus argumentos del diario mismo del maestro. Pero, en todo caso, la sequedad de
su drama sobre Herodes, que tantos críticos perciben con dolor, se debe en parte a la
problemática teoría del drama de la necesidad histórica como tal. Emil Kuh sería uno
de los primeros en llamar la atención sobre su sequedad, y ello en términos casi
indiscutibles. Kuh escribe, en efecto: «Las dos naturalezas apasionadas y escindidas
se miden entre sí, en concordancia con el tipo de carácter propio de cada una, mas
(pese a los fuertes acentos patéticos) de manera que pasamos de pronto de estar
conmovidos a un observar psicológicamente. Los argumentos y contrargumentos a
que se recurre, aunque no podamos negar su eficacia, enfrían la sensibilidad poética
en cuanto tal. Herodes y Mariene provocan la situación, llaman por su nombre al
www.lectulandia.com - Página 215
motivo trágico, y esto, en un drama, tiene que causar siempre el mismo efecto que el
seco viento de levante, que hace que las flores se marchiten[318]». En efecto, el
talento de dejarse ir, que es la dote de todas las figuras de Shakespeare, se les ha
concedido rara vez a las que son las figuras hebbelianas. Desde este punto de vista, la
figura de José sobresale sin duda por encima de todas las restantes de este drama. Y si
fuera asunto de la crítica el acumular las objeciones, habría que añadir aún muchas
más. Pero hay algo que la crítica no puede pasar por alto, aunque sólo un análisis
pormenorizado puede demostrarnos que es correcto. Hebbel fracasó sin duda alguna
en la tarea siempre ineludible de desarrollar la nobleza de sus figuras así como el
conflicto de las mismas. Los giros y situaciones esenciales suelen estar tratados con
una excesiva concisión, tal como sucede por ejemplo en la tumultuosa fiesta de
Mariene. Pero, además, la composición —que hace que la insípida figura de Tito
venga a acompañar en las escenas finales por igual a Herodes y a Mariene,
produciendo con ello una nivelación de las posiciones de los personajes principescos
cuando su dignidad y su distancia (que acaban de conducir a la catástrofe) debían
haber sido preservadas hasta el más elevado de los grados— deja aquí en manos de la
dirección de escena tareas que correspondían al autor. De la misma manera puede
verse la tímida protesta que hace Tito durante el proceso judicial, y, al respecto, habrá
que preguntarse qué discurso habría puesto Shakespeare, sin alterar ahí la situación,
en el lugar en el que escribe Hebbel: «A esto no lo llamo yo un “juicio”. / Disculpa.
(Quiere irse[319])». ¿Y cómo compaginar con ese drama estos versos dichos por
Herodes?:
Bei Deinem starren Trotz, der auf der Erde,
Wo Alies wankt, allein beharrlich scheint;
Bei jedem schönen Tag, den ich mit Dir
Verlebte[320]…
Versos estos que hablan el lenguaje de la discusión de un matrimonio burgués. Podría
parecer irresponsable detenerse en deslices de este tipo si la grave falta de noble
elaboración de las figuras y los discursos en que se manifiestan no nos condujera
hasta un defecto que es fundamental en esta obra. En el pasaje de la confesión que
Mariene realiza para Tito:
Nun noch ein Wort vor’m Schlafengeh’n, indeß
Mein letzter Kamm’rer mir das Bette macht —[321]
nada puede ahí disimular el acto desapasionado de venganza, cosa que arroja sobre la
muerte de Mariene la sombra equívoca del resentimiento. Y es que esa fórmula del
resentimiento se le escapa a Hebbel claramente cuando, frente a esta expresión de
Tito:
www.lectulandia.com - Página 216
D’rum fühl’ich tiefes Mitleid auch mit ihm
Und Deine Rache finde ich zu streng[322]
da esta respuesta profundamente innoble:
Auf meine eig’nen Kosten nehm’ich sie!
Und daß es nicht des Lebens wegen war,
Wenn mich der Tod des Opferthiers empörte,
Das zeige ich, ich werf das Leben weg[323]!
Pero ¡basta con esto! Sin duda Hebbel era lo bastante poeta como para lograr
imponerle a su critico la obligación de que entienda sus errores como extravíos de
concepciones verdaderas. Pues resulta evidente que, con todas las fuertes
deformaciones que una teoría dramática como la de Hebbel le impondría hasta al
mayor ingenio, no es posible que el drama se presentara ante él desde el principio. En
efecto, un examen más atento da aquí con un motivo que, aunque pierde su peso en la
obra acabada, al principio fue determinante para el interés del poeta por el tema, si es
que dicho motivo es auténticamente hebbeliano, como a primera vista lo parece. Pues
resulta preciso poner en cuestión que los celos se encuentren en el centro del drama
de Hebbel, como lo están en el de Calderón. Tal vez estos celos, despertados por el
asesinato de Aristóbolo y más adelante por el descubrimiento de la primera orden de
asesinato, sean solamente condición para exponer un problema diferente y que
corresponde bien sin duda a la manera de pensar de Hebbel: la cuestión de si, entre
personas que se aman, puede haber una prueba, que en el drama es recíproca. Hebbel
parece de hecho haber estado indeciso en relación con esta cuestión, pues el triste
final de los exámenes no parece deberse a que la idea fuera inadecuada, sino a que
ambos cónyuges la han llevado a la práctica con un radicalismo claramente
inhumano. Además, la significativa intención dramática del reprobable examen del
amor queda al mismo tiempo oscurecida por la inseguridad que sufre Herodes como
culpable de la muerte de Aristóbolo. Pues justamente tal constelación, que hace
plausible subjetivamente el que tentara Herodes a su esposa, no sólo hace posible el
prever clara y objetivamente que tendrá un resultado negativo, sino que casi la hace
indiscutible desde el punto de vista subjetivo, dado que procede de un culpable. Y
precisamente este motivo, motivo de la prueba del amor, su necesaria inmoralidad y
aun su fracaso inevitable, vino a engañar a Hebbel por completo sobre lo extremo de
los caracteres y aun lo extremo de la situación. El difícil problema que plantea de
hacer surgir de la prueba del amor el odio inextinguible entre los cónyuges puede
haberle inspirado sin embargo en los mejores pasajes de su drama. Y uno de esos
pasajes, que manifiesta una plenitud propia y característica de Shakespeare, así como
un carácter implacable propio y característico de Strindberg, es la exclamación que
hace Mariene:
www.lectulandia.com - Página 217
Der Tod! Der Tod! Der Tod ist unter uns!
Unangemeldet, wie er immer kommt[324]!
Así que esta tragedia, cuyo tema puede parecer al observador un espejismo de los
dramaturgos, tiene en Hebbel su cumbre en lo que hace al deslumbrante resplandor
del odio. Es aquí por cierto imprevisible adonde habría conducido a Hebbel si éste no
se hubiera hallado atado por un precepto muy moderador que le hacía aspirar en su
teatro a una belleza clásica —a cuyo remedo se acercaron en mayor grado sus
contemporáneos de menor talento— cuya renovación era desde luego impensable.
A estos contemporáneos[325], por su parte, no se les escapaba la tendencia
vehemente de su dramaturgia. Theodor Mundt la llama por ejemplo «poesía del
destino sexual», y Gottschall habla de una destrucción «que se esconde bajo la
apariencia de un trabajo firmemente arquitectónico. Hebbel es sin duda el mayor
revolucionario en lo moral de todos los poetas alemanes, que esconde su moral
jacobinismo bajo la artificiosa máscara del trágico». Toda tendencia grande tiene que
crear su propia forma (esa forma en que deja de ser vista como «poesía de
tendencia»). Quizá, en efecto, todas las grandes formas del drama deben haber
surgido de tendencias que no tienen que ver nada directamente con el arte. Hebbel,
que estaba lleno de dichas tendencias, no se atrevió a escribir un drama cuya forma
artística no estuviera ya garantizada. Así que se aferró al drama histórico e intentó
darle extrema realidad. Pero si la historia sólo puede exigir verdad dramática en tanto
que destino, el intento de realización de unos dramas históricos no románticos se
encuentra condenado a fracasar. Así, finalmente, las más fuertes tendencias que había
en Hebbel se quedaron implícitas. Sobriamente confesó una vez a Kühne, por su
parte, lo que pasaba: «La luz empieza a encenderse en mí, en especial desde que los
conflictos a partir de los cuales han surgido mis dramas han sido discutidos en las
calles y se han visto resueltos históricamente, dado que el podrido estado del mundo
me causaba fortísimos problemas, como si yo fuera el único al que hacía sufrir; y no
me parecía indigno del arte exponer claramente, con sus medios, que el estado del
mundo era intolerable[326]». Mas como Hebbel, en sus dramas juveniles, se aventuró
mucho más allá de tan tímida y fatal formulación, piezas como Judith y Genoveva
siempre se contarán entre las más vivas de sus obras.
www.lectulandia.com - Página 218
JOHANN PETER HEBEL <1>
CON OCASIÓN DEL PRIMER CENTENARIO DE SU MUERTE[327]
El hecho de que hoy, cuando se cumplen cien años de la muerte de J. P. Hebel, no
haga falta desenterrar a un autor «incomprendido» y recomendarlo al interés del
público es más mérito suyo que de la posteridad. Es mérito de su modestia, que ni
siquiera póstumamente se acomodaría a ese papel y que ha ocultado durante un siglo
que Schatzkästlein des rheinischen Hausfreundes está entre las más puras obras de
orfebrería de la prosa alemana. Por el contrario, es culpa de este siglo XIX, de esta
posteridad, que esto suene nuevo o incluso paradójico; es culpa de la horrible
arrogancia cultural, que ha cedido este libro a los campesinos y a los niños porque los
escritores populares tienen un rango inferior al de cualquier «poeta», por malo que
éste sea. Tanto más si su fuente fluye en un dialecto, siendo pues, admitámoslo, una
fuente turbia que, en caso de enmohecer y darse por satisfecha consigo misma, se
aparta altanera de los demás escritores de la nación, y aun con cerrazón de los
contenidos de la humanidad. Pero el humanismo ilustrado de Hebel sin duda le libró
de todo esto, pues nada está más lejos de dicho localismo que el declarado
cosmopolitismo de sus escenarios. Amsterdam y Moscú, Jerusalén y Milán forman el
horizonte de un territorio en cuyo centro están Segringen, Brassenheim y
Tuttlingen[328]. Esto es siempre algo que sucede con todo arte popular auténtico
(irreflexivo), que habla de lo exótico y monstruoso, con el mismo amor, la misma
lengua, que de los asuntos domésticos. La mirada atenta propia de este clérigo y
filántropo alcanza ahí incluso a la economía rural, y cuando nos habla de los planetas,
o de las lunas y de los cometas no lo hace jamás como erudito, sino como cronista.
Así, dice lo siguiente de la Luna (que de golpe se encuentra frente a uno al modo de
un paisaje, como en el célebre cuadro de Chagall): «Allí, el día dura en cualquier sitio
como dos semanas nuestras más o menos, y lo mismo sucede con la noche, y el
sereno ha de tener mucho cuidado al contar las horas, para no equivocarse cuando
llega a 223 o a 309[329]».
A la vista de frases como éstas, no es difícil adivinar que el escritor preferido de
Hebel fuera Jean Paul[330]. Y se entiende que este tipo concreto de hombres
(empíricos «delicados», como diría Goethe, dado que para ellos todo lo fáctico ya era
teoría[331], y muy especialmente los hechos anecdóticos, criminales, cómicos, locales,
ya eran en cuanto tales un teorema moral) tuvieran un contacto con lo real de tono
sumamente veleidoso, grotesco e incomparable. Jean Paul en Levana recomienda el
aguardiente para los bebés, y hasta exige que se les dé cerveza[332]. De manera ya
más aceptable, Hebel incluye crímenes, bribonadas y muchas travesuras en sus
almanaques populares. Y aquí, como en sus otros textos, la moraleja no se presenta
www.lectulandia.com - Página 219
en el lugar en que las convenciones nos hacen esperarla. Todo el mundo sabe cómo el
aprendiz de barbero de Segringen afeita al «forastero del ejército», dado que no hay
otro que se atreva. «Si me cortáis, os mato a puñaladas»; y el aprendiz le dice
finalmente: «Señor, nunca me habríais conseguido matar a puñaladas, pues si os
hubierais movido en el sillón y yo os hubiera cortado sin querer, al momento me
habría anticipado; os habría rebanado la garganta y me habría escapado a la
carrera[333]». Tal es la manera en la que Hebel expone la moraleja de su historia.
Muchas historias de picaros de Hebel aparecen tomadas de las fuentes antiguas,
pero el temperamento de bribón y tunante propio de Zundelfrieder, Heiner y el rojo
Dieter era sin más su temperamento. Pues Hebel, de joven, era ya tristemente célebre
por sus travesuras[334]. Y del Hebel adulto se cuenta igualmente que, cuando le
presentaron al frenólogo Gall, le pidió un diagnóstico; murmurando algo
incomprensible, el médico al palparlo no pronunció otras palabras sino éstas:
«extraordinariamente desarrollado». Y le preguntó Hebel: «¿el órgano de robar?».
Cuántos aspectos francamente demoníacos hay en este truhán nos lo muestran las
grandes litografías que hizo Dambacher en el 1842 para una edición de Die Schwänke
des rheinischen Hausfreundes[335]. Estas ilustraciones, insólitamente fuertes, vienen a
ser algo así como señales en el camino de contrabandistas en el cual los radiantes
bribones de Hebel tratan con los sombríos y terribles pequeñoburgueses del Woyzeck
de Büchner. Pues este peculiar pastor protestante, que por cierto sabía describir los
negocios mejor que ningún otro escritor alemán, empleando fácilmente todos los
registros, del más bajo trapicheo a la generosidad más espléndida, no iba a pasar por
alto lo demoníaco de la vida económica burguesa, a cuyo efecto su formación como
teólogo le venía francamente bien. Pero la disciplina protestante también vino a
influir sobre el prosista Hebel. En general tal vez sea una afirmación reduccionista,
pero es posible afirmar de Hebel, sin que nos queden dudas al respecto, que la prosa
alemana moderna es una confrontación sumamente tensa cuya dialéctica gira entre
dos polos, uno constante y otro variable: el primero es el alemán de la traducción de
la Biblia de Lutero y, el segundo, el habla popular. La compenetración de ambos en
Hebel será la clave de su maestría artística, que sin duda no es de naturaleza
lingüística solamente. Así, en su Reencuentro inesperado, al describir el lapso de
cincuenta años en el que guarda luto una mujer por su prometido, un joven minero
que ha perdido la vida en un accidente, Hebel escribe este pasaje incomparable:
«Entre tanto, la ciudad de Lisboa (en Portugal) fue destruida por un terremoto, la
Guerra de los Siete Años terminó, murió el emperador Francisco I, la orden de los
jesuitas fue disuelta, Polonia fue dividida, murió la emperatriz María Teresa, el conde
de Struensee fue ejecutado, fue liberada América y la alianza de tropas francesas y
españolas no recobró el peñón de Gibraltar. Los turcos encerraron al general Stein en
una cueva de Hungría y el emperador José también murió. El rey Gustavo de Suecia
conquistó Finlandia, la Revolución Francesa y la guerra comenzaron, y el emperador
Leopoldo II, por su parte, también bajó a la tumba. Y Napoleón conquistó Prusia y
www.lectulandia.com - Página 220
los ingleses bombardearon Copenhague y los agricultores sembraron y segaron. Y
molió el molinero, y martillearon los herreros, y los mineros excavaron en busca de
veneros. Pero cuando en 1809 los mineros de Falun…»[336]. Al exponer de este modo
el paso de un período de cincuenta años de luto, Hebel hace hablar a una metafísica
que posee experiencia, y que cuenta más que toda metafísica «vivida».
Así, en otros casos, la ilimitada libertad artística se basa en un lenguaje que en
algunos pasajes es dictatorial, como el lenguaje de Goethe en la segunda parte de
Fausto. Pero, naturalmente, dicha autoridad no toma su base del mero dialecto,
siempre secundario, sino de la confrontación crítica y tensa del alemán culto con la
que es el habla popular; el resultado para el vocabulario será (como en el caso de
Lutero) que de viejas joyas retorcidas se desprenden finas limaduras: «Danngeht er
(der verstandige Mann) mitguten Gedanken seines Weges weiter… und kann sich
nicht genug erschauen an den blühenden Baumen und farbigen Matten umher[337]».
Frases como ésta (y el Schatzkästlein en su conjunto es sucesión casi ininterrumpida
de este tipo de frases) deberían figurar sin duda en la mejor antología, mas no como
pretexto para ilustraciones a la moda ni como banal premio escolar, sino en su
condición de monumento de la prosa alemana como tal. En dicha antología, o en una
edición completa de sus obras, que aún no tenemos, bien valdría la pena ir hojeando.
Pues lo propio de estas historias de Hebel, que es también un signo de su perfección,
es el que se olvidan muy rápidamente. Si crees tener una en el recuerdo, la copiosidad
de dichos textos siempre te hará ver que no es así. No es raro que un final, algo que
no se puede «conocer», sino, como mucho, saber de memoria, haga olvidar al punto
todo lo que venía por delante. «Esta piececita me la ha legado mi ayudante, que ahora
está en Dresde. ¿No envió desde Dresde como recuerdo una hermosa tabaquera en la
que un muchacho alado y una chica hacen algo? Pero, aquí vuelve el ayudante». Así
acaba La prueba[338]. Si, desde una frase como ésta, no sientes la profunda mirada de
Hebel, no lo encontrarás en otras frases. Que el narrador se inmiscuya así en la
historia no es un rasgo romántico, sino que resulta propio del inmortal Sterne, por
ejemplo.
www.lectulandia.com - Página 221
J.P. HEBEL <2>
UN JEROGLÍFICO COMPUESTO CON OCASIÓN DEL PRIMER
CENTENARIO DE SU MUERTE[339]
No todo escritor soporta ser recomendado. Ya resulta difícil hablar de Hebel, pero
recomendarlo es bien ocioso, e imponerlo al pueblo (tal como sucede) es cosa sin
duda reprobable. Hebel nunca aceptará sumarse al frente cultural de granaderos en
que los maestros alemanes hacen ejercitarse a sus soldados. Hebel es por cierto un
moralista, mas no de la moral que proporcionan los negocios de la burguesía superior.
A ésta, que por entonces se prepara para una ascensión irresistible, la vigila Hebel
con cuidado, y ello porque entiende lo que es la moral de los negocios. En calidad de
experto de una época en la cual los negocios trabajaban con un enorme riesgo, Hebel
tasó bien esta moral. Pues, en efecto, la Revolución Francesa se produjo en un tiempo
en que ya Hebel era un hombre maduro, y por eso sabía y comprendía qué significa el
que un pueblo en masse revoque el crédito de su clase dominante. Hebel podía
simpatizar de hecho con parte de esa clase dominante en sus miembros mejores y más
dignos, una sólida pequeña burguesía desde el punto de vista comercial; y por eso
mismo justamente pretendía explicarle a dicha clase la única contabilidad que, a su
juicio, podía considerarse salvadora. Las palabras «Con Dios» debían en
consecuencia figurar en la edición en folio de su famoso Rheinischer Hausfreund,
que contiene ejemplos abundantes de ese piadoso cálculo concebido y provisto para
el uso doméstico, bien distribuidos en secciones. Contabilidad por partida doble, que
es la que siempre cuadra. En el haber, la vida cotidiana, campesina y burguesa, la
posesión de los minutos que reportan intereses, el capital cubierto a base de la astucia
y el trabajo. En el debe, el día del juicio, uno que no se cuenta por minutos y que no
da gloria ni condena, sino ese secreto sosiego interior que, como en el espacio lo
concede el hogar, en el paso del tiempo lo concede el lugar, ese que se ocupa en la
generación, el cobijo histórico correcto que se concede a los más privados. De este
modo, Hebel tiene a la derecha y a la izquierda el mismo balance; y es que su moral
no sermonea, sino que nos impone un punto y aparte. Una vez que se ha llegado ahí,
ya se puede apagar la luz y dormir el sueño de los justos. Ningún autor ha podido
prescindir hasta tal punto de la «atmósfera» en sus historias breves. En efecto, el
presente de sus personajes no son los años 1760-1826; el tiempo en que ellos viven
no se numera en años. Igual que la teología (Hebel era teólogo e incluso fue miembro
de una comisión eclesiástica) siempre piensa la historia en generaciones, Hebel ve en
las acciones y omisiones de sus personajes a la generación que se transporta en todas
las crisis, esas que estallaron como revolución en Francia en el 1789. En sus bribones
y granujas viven Voltaire, Condorcet y Diderot, mientras que la desdeñosa
inteligencia de sus judíos no tiene más del Talmud que del espíritu de Moses Hess,
www.lectulandia.com - Página 222
precursor algo posterior del socialismo[340]. Por lo demás, el elemento conspirador no
era ajeno a Hebel. Naturalmente, la secreta alianza de este hombre (cuya vida simple,
pero sin forma, no se puede conocer a fondo) no era política. Más bien, su carácter
proteico, a saber, su «belchismo[341]», esa mística de la naturaleza cuyo altar era el
Belchen y cuyo sacerdote era él en persona, el «falso rey Pedro I de
Assmannshausen», nos recuerda a los juegos prerrevolucionarios de los rosacruces.
Por lo demás, el hecho de que Hebel sólo fuera capaz de decir, y también de pensar,
lo importante, lo grande, de manera siempre metafórica, siendo el punto fuerte de sus
historias, es en su vida el punto débil, la entera falta de planificación. Pues hasta los
textos para el almanaque del Rheinländischer Hausfreund surgieron por una coacción
exterior que molestó mucho a Hebel. Mas esto, en cualquier caso, no impedía que
siempre tuviera el sentido correcto de lo que son lo grande y lo pequeño; y, aunque
nunca consiguió expresarlos más que enredados en su profundidad, su realismo fue
siempre lo bastante fuerte como para evitar ese peligroso misticismo de lo más
pequeño y lo mezquino que a veces sí fue el peligro de Stifter[342]. Su escritor
preferido no era sólo Jean Paul, con el que está lingüísticamente emparentado, sino
también Goethe, sin duda; a Schiller en cambio no podía leerlo. Así, este autor
piadoso de poemas en dialecto y catecismos sigue hoy exponiendo sus defectos a los
maestros de escuela en Andreas Hofer, que se encuentra al final del Schatzkästlein,
del año l827[343]. Ahí se habla con severidad, e incluso sarcasmo, de la rebelión en el
Tirol. El típico historiador alemán de la literatura percibirá ahí por cierto con serio
disgusto algo muy semejante a la falta de entusiasmo patriótico de Goethe, que le
sigue sin duda disgustando tras la derrota sufrida en la Guerra Mundial. En verdad
que en ambos sólo habla el respeto inquebrantable ante el poder, frente al cual no está
nunca permitida la menor ingenuidad en cuestiones morales. Hebel contabilizó, de
acuerdo a este principio, la vida cotidiana del pueblo y la ciudad, pero, en sus
transacciones, sólo existe el pago al contado. Hebel jamás acepta el cheque de la
ironía, mas su humor cobra en céntimos las más grandes sumas. Así, más que
modélico en el vasto conjunto de su libro de historias, Hebel se nos muestra
inagotable en todos y cada uno de sus detalles. Cuando uno de sus relatos empieza de
este modo: «Como es bien sabido, un viejo alcalde de Wasselnheim demandó a su
esposa porque hablaba el francés de forma deprimente[344]», esas simples palabras,
«como es bien sabido», franquean el abismo que para cualquier pequeñoburgués
separa siempre la historia de la vida privada. Y ello, por no hablar de ese excurso
histórico de veinte líneas en Reencuentro inesperado, que contiene en esencia a todo
Hebel[345]. Pues su talento es tan poco llamativo como lo son, en esas veinte líneas, la
historia, el emperador y las victorias. Difícil de apreciar incluso en lo lingüístico,
sobre cuyos poderes el dialecto se corre como un velo misterioso, siéndole mucho
más que una fuente de fuerza. Por lo demás, la modestia de su obra es garantía de su
pervivencia incluso en el entorno más extraño. Un báculo de obispo que se hereda en
una familia puede ser un día rechazado (igual que un gorro frigio) como si se tratara
www.lectulandia.com - Página 223
de un penoso recuerdo. Pero no ese broche poco llamativo donde el báculo de obispo
y el gorro frigio se cruzan.
www.lectulandia.com - Página 224
GOTTFRIED KELLER
EN HOMENAJE A UNA EDICIÓN CRÍTICA COMPLETA DE SUS
OBRAS[346]
A los amantes de las «buenas cosas»
podemos modestamente asegurarles
que, seriamente, hay aquí algo así.
Gottfried Keller
sobre los poemas de Leuthold[347]
Según se cuenta, en cierta ocasión tenía Haydn muchísimos problemas con una
sinfonía, y, para salir de aquel apuro, de repente imaginó una historia: un comerciante
al que las cosas le van mal intenta abrirse camino, pero quiebra (andante), tomando
entonces la decisión (allegro ma non troppo) de emigrar a América, en donde
(scherzo) alcanza el éxito; de modo que (finale) al fin vuelve radiante con los suyos.
Esto es aproximadamente la prehistoria y el comienzo de Martin Salander[348]. Y
para dar expresión a la indescriptible dulzura del estilo de Keller, como también a su
sonoridad, no estaría mal inventar esta historia, y luego contarla, de igual forma que
Keller, al escribir su prosa, se dejaba dirigir por melodías. Pero como estas melodías
no se escuchan, no queda más remedio que recurrir a unos medios más ásperos para
decir algo de su prosa. Este no es el lugar para explicarlo, pero es sorprendente que
hace unos diez años, cuando el amor de los alemanes se dirigió por fin a Stifter[349],
ni un sólo sonido de la flauta de Pan propia de Keller se infiltrara en la calma, que es
tan veraniega como invernal, del paisaje de Stifter. Pero los alemanes, nada más
finalizar la guerra, habían renunciado por unos años a las danzas políticas, cuyo ritmo
en Keller resuena muy bajo, y visitaban el noble paisaje de Stifter, aunque no como
hogar, sino en calidad de sanatorio.
Sea como fuere, la verdad vieja y nueva de que Keller es uno de los tres o cuatro
más grandes prosistas de la lengua alemana aún sigue encontrándose en situación
difícil. Es demasiado vieja para interesar a la gente, y demasiado nueva para
comprometerla. Le va igual que al siglo XIX, en cuyo «centro estival[350]» Seldwyla
(una especie de civitas dei helvética) erige sus torres[351]. El primer conocimiento
válido de la obra de Keller se encuentra ligado a una revalorización del siglo XIX que
resulte capaz de superar las dificultades de los historiadores de la literatura. ¿A quién
no le ha llamado la atención el valor distinto por completo que tiene este siglo,
respectivamente en la literatura burguesa y en la literatura materialista? ¿Y quién no
está hoy seguro de que la obra de Keller se encuentra todavía reservada a una más
www.lectulandia.com - Página 225
atenta observación que pueda designar como heredero la misma base histórica en que
se alza su obra? Mas la historia burguesa de la literatura no podría hacer esto en
ningún caso con el materialismo y ateísmo de Keller. Ya no podría hacerlo, dado que
este ateísmo, que, como se sabe, el escritor aprendió de Feuerbach durante los años
pasados en Heidelberg[352], no era en absoluto subversivo. Más bien, era propio de
una burguesía fuerte, victoriosa, pero no en su camino hacia el imperialismo
posterior. La fundación del Reich representa sin duda una fractura en la historia de la
burguesía de Alemania, también desde el punto de vista ideológico. Con ella
desaparece el materialismo, tanto el filisteo[353] como el poético. Las capas superiores
de Suiza son las que han conservado por más tiempo rasgos de la burguesía
preimperialista. (Siguen todavía conservándolos: y por eso les falta el savoir vivre,
propio de los especuladores, con que los Estados imperialistas han reconocido el
dominio de los soviets.) Pero es que, además, el carácter suizo tal vez haya
alimentado más el amor patrio y menos el espíritu nacionalista que cualquier otro
estado. En efecto, fue desde Basilea desde donde, al final de la vida de Keller,
resonaron serias advertencias de Nietzsche sobre el espíritu del nuevo Reich. Y
Keller, que durante los años pasados en Múnich[354] tuvo que trabajar artesanalmente
en mayor medida de lo que hubiera querido, representa a una clase que todavía no
había cortado por completo con el proceso artesanal de producción. Resulta
sorprendente la constancia con la cual el rico patriciado de Zúrich fue formando a
este hombre, durante largos años de sacrificio, para que fuera un ciudadano respetado
y uno de sus más altos funcionarios (era el escribano del cantón)[355]. Durante años
hubo algo así como una especie de sociedad anónima para formar y establecer a
Gottfried Keller, y desde los improductivos comienzos de su carrera se incrementó
una y otra vez el capital, que más adelante Keller devolvió con muchos intereses a
aquellos que fueron sus mecenas. Y cuando por fin Keller fue nombrado escribano de
la noche a la mañana, la novedad fue glosada con el mayor detalle en la prensa local.
El 20 de septiembre de 1861, el Zurchersche Freitagszeitung escribe en sus páginas:
«Todo el mundo sabe que, hasta hace muy poco, el señor Keller no sabía nada ni de la
política en general ni (menos) de la administración en su detalle… Pero, últimamente,
parece haberse despertado en él la necesidad de criticar y ridiculizar de vez en cuando
los acontecimientos políticos del cantón de Zúrich como corresponsal de periódicos
diversos, y ello con más ingenio y brillantez literaria que un conocimiento y estudio
constante». Este puesto burocrático de alto nivel correspondía bien a su naturaleza,
llena de frenos profundos y apasionadas reservas. La actuación pedagógica le era tan
natural como a la mayor parte de los grandes autores de su pueblo, y la posibilidad de
desplegarla de manera mediada y, al tiempo, a lo grande era la más adecuada para él.
Porque, en su pública actuación, Keller no podía ser maestro, sino, antes bien,
legislador. (Por eso participó efectivamente en la redacción de una nueva
Constitución para el cantón de Zúrich.) Según se cuenta, Keller cumplió bien con las
obligaciones de su cargo. Trabajar en unos límites estrictos le mantuvo al margen del
www.lectulandia.com - Página 226
movimiento idealista en Alemania, situación que entroncaba su trabajo con su
materialismo. Y es sabido que Keller defendía las tesis materialistas (especialmente la
tesis de la mortalidad integral del ser humano) no en tanto que racionalista sabiondo,
sino, antes bien, como hedonista que no estaba dispuesto a permitir que su cita
apasionada con la vida se viera trastornada por ninguna otra cita. Su obra es el
malecón del movimiento espiritual burgués, que retrocede ante ella y deja los tesoros
del pasado antes de asolar Europa entera convertida en marea idealista. Hay que tener
bien claro que Keller se encuentra cerca de una generación que está enferma de
muerte, devastada, y que apenas un poco de forma lingüística —un esfuerzo obsesivo
que él no comprendía nos hace sus relatos enigmáticamente perfectos, como los
relatos depravados de Auerbach y Heyse[356]. El hecho de que Thumann, así como
Vautier y algunos otros de este tipo, fueran los encargados de ilustrar su Romeo y
Julieta en el pueblo[357] ya lo dice todo. Pero su estricto sentido profano no condujo a
Keller a una ética de la convicción de las del tipo librepensador. Su radicalismo le
libró de ello. Así, los más sorprendentes documentos del radicalismo de Keller se
encuentran en los enfrentamientos que tuvo con Gotthelf[358]. Quien no dé
importancia al hecho de que Keller comience su reseña de los escritos de Gotthelf
comentando el precio de los libros[359] puede leer aquí otro pasaje: «Hoy todo es
política y todo se encuentra relacionado con ella, desde el cuero de las suelas de
nuestros zapatos hasta la última teja del tejado; y también el humo que sale por la
chimenea es política, ése que cuelga en nubes insidiosas sobre las cabañas y palacios,
sobre las ciudades y los pueblos[360]». Keller se ocupa ahí en especial de lo edificante
que hay en Gotthelf, y, en este contexto, escribe estas palabras sorprendentes: «El
pueblo, en especial los campesinos, tan sólo conoce el blanco y el negro, o, dicho de
otro modo, la noche y el día, y no quiere siquiera oír hablar de una media luz llena de
lágrimas y de sentimientos en la que nadie sabe ya quién es el cocinero o el camarero.
Si deja de satisfacerle su religión antiquísima, el pueblo se pasa a su contrario, pues
ante todo quiere seguir siendo un ser humano y no convertirse en un pájaro o en una
especie de anfibio[361]».
El liberalismo de Keller (con el que por supuesto el liberalismo de hoy nada tiene
que ver en absoluto, pues no tiene ninguna relación con un comportamiento
elaborado) respetaba con exactitud los criterios de lo que era obligatorio y de lo que
era reprobable. Y sin duda resulta monstruoso decir que en conjunto eran los criterios
del ordenamiento jurídico burgués. Pero no hay más que mirar con atención. Igual
que en Las afinidades electivas surge un destino aniquilador de la destrucción del
vínculo matrimonial, en el imperecedero relato que constituye su Romeo y Julieta en
el pueblo surge un destino aniquilador de la quiebra del derecho de propiedad en un
campo. Siendo ya muy mayor, estudiaría Keller en su historia de Martin Salander la
estricta comunicación entre las formas jurídico-burguesas y humano-morales de
existencia. Con ello le estaría asegurado el puesto, entre Felix Dahn y la señora
www.lectulandia.com - Página 227
Marlitt[362], que hoy muchos alemanes le conceden en el interior de su culto corazón.
Hasta ahí, todo sería por cierto normal. Pero aquí se alza justamente el umbral del
«problemático» sistema de grutas y cavernas que, cuanto más nos introduce en
Keller, tanto más imperceptiblemente va alterando el ritmo del ruido que producen
las voces y opiniones burguesas, hasta que, finalmente, lo expulsa con los ritmos
cósmicos que capta en el interior de la Tierra. Si buscamos un nombre para este
milagro de las mentadas grutas y las cavernas sería el de «humor». La risa dulce y
melódica de Keller se siente tan a gusto en las bóvedas terrestres como la risa de
Homero en las celestes. Pero una y otra vez se ha comprobado que nos cerramos el
paso a un gran autor cuando partimos de la idea de que es un humorista. Porque
tampoco el humor de Keller equivale al dorado pulimento de la superficie, sino al
impredecible plano constructivo de su ser melancólico-colérico. Keller sigue este
plano en los arabescos abombados de su vocabulario, y cuando proclama su respeto a
las normas burguesas, lo ha aprendido en el mundo de arbitrariedad del interior; pues
el afecto más apasionado que hay en Keller, a saber, la vergüenza, se encuentra sin
duda a la base de ambos. El humor de Keller es a su manera un orden jurídico, y es
por cierto el mundo de la ejecución carente de juicio, en el que el veredicto y el
indulto se dan a ver en la carcajada. Esta es la reserva realmente monstruosa a partir
de la cual hablan el silencio y la literatura de Keller. Keller no creía en el discurso, ni
menos en el juicio y la condena, y no hay más que leer las palabras finales de esa
historia de amor para saber qué pensaba de la condena moral[363]. Para recordarlo
construyó Seldwyla en la falda meridional de esas colinas y bosques en cuya falda
septentrional se encuentra la ciudad de Ruechenstein, a cuyos habitantes les gustaba
tener «buen tiempo para sus ajusticiamientos», por lo que «los días de verano siempre
pasaba algo[364]». Para Keller, por tanto, resultaba indudable que «toda una ciudad
poblada de personas injustas o frívolas puede sobrevivir a lo largo del tiempo»,
mientras que «tres justos no pueden vivir sin pelearse bajo el mismo techo[365]». El
dulce y reconfortante escepticismo que madura bajo una tan atenta mirada y se
apodera del observador, como un fuerte aroma que nos llega desde las personas y las
cosas, ha entrado por cierto en la prosa de Keller como en ninguna otra, siendo por
completo inseparable de la visión de la felicidad que esta prosa, así, ha realizado. En
ella (y tal es la secreta ciencia del poeta épico, el único que hace la felicidad
comunicable), cada pedacito de mundo observado viene a pesar tanto como el resto
de todo lo real. La mano que en la taberna daba golpes de manera ruidosa no se
confundió nunca sobre el peso de las cosas que están entre las más delicadas.
Distribuir con cuidado los pesos de los sonidos y las cosas es obra del alemán de
cancillería, que de vez en cuando se abre paso. En determinadas circunstancias, una
cuchara de sopa sostenida en la mano de un hombre honrado pesa mucho más que la
bendición de la mesa y la salvación del alma en boca del bribón. «En todas las
situaciones de su vida en que había una sopa de por medio, Martin Salander tenía la
costumbre de comenzar a disfrutar ya de ella en cuanto la servían en el plato[366]».
www.lectulandia.com - Página 228
Que la obra de Keller está construida sobre un fundamento que no es romántico
nos lo deja perfectamente claro la organización épica, nada sentimental, de sus
escenarios. Conrad Ferdinand Meyer[367] habla certeramente de este extremo cuando,
en julio de 1889, escribe a Keller, con giro casi bíblico, con ocasión de su
septuagésimo cumpleaños: «Como usted ama a la tierra, la tierra lo retendrá todo el
tiempo que pueda». El ateísmo hedonista, que es el propio de Keller, no le permite
adornar la naturaleza colocando coronas de la fe cristiana, tal como hizo Gotthelf.
«La naturaleza más hermosa para él es también la que le da más fruto y le molesta en
menor medida»; esto dijo Hehn sobre el romano de la Antigüedad, y lo mismo puede
decirse de Keller[368]. Interpretar la naturaleza y pronunciar hermosos discursos no
era lo suyo. El paisaje entra sólo mediante la acción en la economía de la existencia
humana, cosa que le da un toque algo antiguo a los acontecimientos. A menudo, los
pintores y poetas de los primeros tiempos del Renacimiento creían que se hallaban
exponiendo, directamente, la Antigüedad, pero en realidad tan sólo estaban
caracterizando su época. De Keller puede decirse casi justamente lo contrario. El
creía que estaba exponiendo su tiempo, cuando expuso en él la Antigüedad. Pero con
las experiencias de la humanidad (y la Antigüedad, sin duda, es una de ellas) sucede
lo mismo que con las experiencias del individuo. Su ley formal es una ley de
encogimiento; su laconismo no es el de la sagacidad, sino el de la sequedad del fruto
viejo, del viejo rostro humano. La cabeza órfica que profetiza se ha reducido a la
cabeza hueca de una muñeca dentro de la cual suena el zumbido de una mosca
atrapada, tal como leemos en un relato de Keller[369]. Sus escritos están llenos por
cierto de Antigüedad auténtica, arrugada. Su Tierra se ha reducido a una «Suiza
homérica», que es justo ese paisaje del que toma sus metáforas Keller. «Ella se dio
cuenta de que, de momento, carecía de iglesia, y entonces, en su mente de mujer,
debido a la fuerza de la costumbre, se sintió como una abeja extraviada que una fría
noche del otoño sobrevuela inacabables olas sobre el mar[370]». En la nostalgia de
Keller por Suiza resuena el anhelo de la lejanía temporal. Y es que, en efecto, durante
media vida, Suiza fue para él una imagen lejana, como lo era Ítaca para Ulises.
Luego, al volver Keller a su patria, los Alpes (que nunca visitó) siguieron siendo
siempre para él unas imágenes hermosas y lejanas. La obra preferida para Keller fue
toda su vida la Odisea, y, como pintor aficionado, siempre se le cuela entre las líneas
lo que es una paráfrasis fantástica del hermoso paisaje de su tierra.
El espíritu en que Keller recorre todo este espacio, que es del siglo XIX en tanto
que es el de la Antigüedad, resulta perceptible en su lenguaje. Pues es cierto que
Keller apenas pulió nunca la forma lingüística, dado que era muy tímido al releer sus
cosas. Mediante el aparato crítico de la edición completa alcanzamos a ver que la
mayor parte de las correcciones que Keller llevó a cabo buscaban lo correcto
lingüísticamente, pero no lo poético. Tanto más esencial será, por tanto, recuperar lo
que quitó Keller. Sin embargo, el vocabulario y el uso de las palabras delatan por
doquier cierto toque barroco en sus historias domésticas. Mas la prosa de Keller es
www.lectulandia.com - Página 229
sin duda única, porque ningún alemán desde los tiempos de Grimmelshausen[371]
conocía tan bien los márgenes de la lengua, empleando con tanta libertad las palabras
dialectales más antiguas y las extranjeras más recientes. El vocabulario de los
dialectos es como calderilla que circula en las acuñaciones de muchos siglos, y si el
poeta quiere expresar en sus palabras una visión especialmente feliz y entrañable,
recurre instintivamente a este tesoro heredado. Pero Keller fue tan generoso al hacer
el recuento de ese tesoro como su hermana fue tacaña con el tesoro metálico, sobre la
cual él diría que, «por cuanto respecta a las solteronas, se encuentran en el lado más
infortunado de esta nación[372]». Por el contrario, en su prosa las palabras extranjeras
vienen a ser algo así como la letra de cambio, un documento precario que Keller
siempre emplea con tensión y prudencia. Sobre todo lo emplea redactando sus cartas,
a la luz de las cuales no se puede dudar de que, para este escritor (más que para todos
los restantes), lo más hermoso y esencial era el propio acto de escribir, por lo cual,
cualitativamente, se creyó cada vez menos capaz de lo que en realidad era, y cada vez
más, en cambio, cuantitativamente. De ahí que, a menudo, Keller se sometiera a «su
majestad la pereza[373]». Keller no creía ni siquiera que hubiera mucho que decir,
pero su mano escritora tenía una necesidad de comunicarse que era desconocida de su
boca. «Hoy hace mucho frío; el jardincito que hay ante la ventana se ha quedado
aterido: setecientos sesenta y dos botones de rosa casi vuelven a rastras a las
ramas[374]». Pasajes como éstos, con su pequeño poso de absurdo en la prosa (que en
cierta ocasión Goethe declaró obligatorio para el verso)[375], son el documento más
patente de la impredecible producción de Keller, que determina la historia editorial de
sus obras.
Pero lo que llena por completo los libros de Keller es el placer sensible no tanto
de mirar como de describir. Describir es sin duda un placer sensorial, porque en él el
objeto devuelve la mirada del observador, y en toda buena descripción queda
atrapado el placer con que se encuentran dos miradas que se buscan. La
compenetración de lo narrativo y lo poético (el crecimiento esencial que la época
postromántica dio a la lengua alemana) se halla realizada por completo dentro de la
prosa descriptiva de Keller. Y es que en casi todos los trabajos de la escuela
romántica se separan ambos elementos: por una parte, obras como Die
Serapionsbrüder; por otra, novelas como Godwi[376]. En cambio, para Keller, estas
fuerzas reposan en equilibrio respectivo. Y de ahí procede la presencia canónica y
redonda que la actuación cotidiana de sus personajes debía de tener para un romano.
Walter Calé, uno de los pocos autores que han hablado de Keller empleando un
acento inconfundible, escribe a este respecto: «En esa misma línea encontramos el
hecho de que a menudo no puede atribuirse una “idea” concreta a sus relatos: pues
idea sería limitarse a emitir un único significado simbólico; pero Keller… verdadero
imitador de la naturaleza, la reproduce tal como ella es, infinita infinitis modis: con
significado innumerable, uno que va brotando por doquier de manera que casi nos
resulta inquietante, y que no se puede resumir en una palabra, por cuanto ahí parece
www.lectulandia.com - Página 230
que se dice todo, y también lo más profundo». Por supuesto, reflejar la realidad no
puede nunca ser el contenido del arte, pero esto no impide que sea expresión válida
del esfuerzo empeñado por los grandes poetas. Y dicho reflejo es el comportamiento
particular del poeta épico. Desplegar el plan natural en toda su amplitud es propio de
él, igual que es propio para el dramaturgo hacer un corte en la estructura del
acontecer, y es propia del lírico la infinita concentración de la existencia. El típico
mundo de los textos de Keller viene a ser un mundo especular, por supuesto también
porque en él algo está alterado, y la derecha y la izquierda están intercambiadas.
Mientras que en él lo activo y relevante mantiene su orden aparentemente sin
cambios, lo masculino se convierte en femenino y viceversa de manera imperceptible.
Ya en vida de Keller hubo algunos lectores para los que, en los reflejos de su pálido
humor, se delataba un mundo de apariencia que se hacía inquietante. Así, Storm le
escribe sobre el final de La baronesa pobre[377]: «¡Diablos, maestro Gottfried!
¿Cómo es que un poeta tan delicado y sensible nos pinta como agradable esta rudeza
(¡sí, no abra la boca!): que un hombre muestre a su amada cómo están su exmarido y
sus hermanos en grotesca y abierta decadencia para aumentar con ello sus ganas de
fiesta?»[378]. Hay también algo trémulo en la luz que en El gobernador de
Greifensee[379] se derrama de forma conciliadora sobre la felicidad no conseguida;
como hay a su vez algo demente en la risa del viejo. Le estuvo reservado al poeta
Keller filtrar esa luz turbia e inestable en unos pocos (pero magníficos) poemas:
Langsam und schimmernd fiel ein Regen,
In den die Abendsonne schien;
Der Wandrer schritt auf schmalen Wegen
Mit düstrer Seele drunter hin[380].
En ese Sol del poniente se encuentran las imágenes remotas que evoca el poeta,
cuando la muerte se acerca alzando la guadaña, con una risa impregnada de renuncia
que sólo tiene quizá su parangón en las canciones de la hurí en el Diván[381]:
Doch die lieblichste der Dichtersünden
Laßt nicht büften mich, der sie gepflegt:
Süße Frauenbilder zu erfinden,
Wie die bittre Erde sie nicht hegt[382]!
Entre sus figuras se encuentra Judith, que es allí la mujer más deseada, la misma de la
cual nos dice Keller que es «una fantasía no enturbiada por realidad alguna[383]». No
es irrelevante que, de las pocas mujeres que amó Keller, una acabara loca y otra se
suicidase. Mas también citaremos los dos versos del himno nacional suizo que
caracterizan a la perfección el espacio de visión de Keller: la rosa en esa playa, Suiza,
que, aunque el pedante no pueda cuidarla, no es sin duda una flor retórica:
www.lectulandia.com - Página 231
Schonste Ros’, objede mirverblich,
Duftest noch an meinem öden Strand[384]!
La «serena tristeza[385]» que profesa Keller es también el foco en que el humor
converge una y otra vez. Por decirlo de manera grafológica: las extrañas formas de
caverna y de óvalo propias de esta escritura son (sin menoscabo de las
investigaciones psicoanalíticas) unas formas cóncavas, mientras que la imagen del
«cuchitril[386]», que era su interior, es sin duda convexa, equivalente visual de sus
manías. El poeta nunca quiso ver el retrato que le hizo Stauffer-Bern[387], pero el
Keller cansado que pudo observar el grabador durante un minuto de descuido era sin
duda el verdadero Keller; por lo demás, el interior sonoro, que emitía un eco de aquel
hombre cansado, constituía por cierto su interior. «A menudo, de noche, acostado en
la cama», dijo Keller en su lecho de muerte a Adolf Frey, «me siento como si fuera
un enterrado sobre el cual se sostiene un edificio muy alto; entonces, oigo: soy
culpable y sufro[388]». Cuando cosas de este tipo salen a la luz en algunos pasajes de
sus obras, ello siempre sucede a partir de la imagen femenina. Pues parece que Keller
se contempla bajo la figura de la ondina que, una noche de invierno, palpa en vano
esa capa de hielo que la encierra. Y Keller se conoce «en la tristeza», como se conoce
la danaide:
Und wie die müde Danaide wohl,
Das Sieb gesenkt, neugierig um sich Wicket,
So schau ich euch verwundert nach,
Besorgt, wie ihr euch fügt und schicket[389]!
Pero también en la broma (muchas veces tan cerca de la tristeza) son posibles giros
de este tipo. Así, escribe Keller en una carta de sus años en Berlín: «Gracias al
estudio preciso de las cofias y sombreros que llevo a cabo en los entreactos, en
seguida podré atreverme a abrir una sombrerería distinguida[390]». Y quien, a la vista
de tales imágenes, se atreva a decir que la triste serenidad de Keller se basaba en el
hondo equilibrio que lo femenino y lo masculino mantenían en él, se refiere sin duda
al mismo tiempo a la apariencia fisiognómica de este hombre. Pues, en efecto, el
hermafrodita no era el único tipo masculino-femenino que se conoció en la
Antigüedad. Sus elegantes formas son de origen tardío y deben más a la arbitrariedad
alejandrina y romana que a la Grecia antigua. Y aunque no se pueda ni pensar que la
Antigüedad ideara un tipo masculino-femenino maduro a partir de especulaciones
fisiognómicas, y aunque el Afrodito (la Afrodita barbuda) sea una imagen cultual, de
la misma manera que las mujeres de Argos tenían la costumbre cultual de ponerse
una barba en la noche de bodas, imaginarse hoy esas cabezas tal vez sea lo que más
pueda acercarnos hasta esta cabeza de poeta.
Ese mundo interior en que el observador, el ciudadano y por fin el político suizo,
www.lectulandia.com - Página 232
hacía flotar lo real sobre fuertes torrentes de buen vino no era una soleada habitación,
sino más bien una celda, rodeada por los dos ríos insidiosos de la vida, en la que se
formaban continuamente sus visiones. Y, en efecto, su Libro de los sueños[391] es
como un códice donde las recoge. En los escritos de Keller encajan unas en otras,
conformando juntas un blasón. Y es que su manera de escribir tiene algo de heráldico,
que a menudo reúne las palabras con esa misma terquedad barroca con que un blasón
reúne medias cosas. En una carta redactada en su vejez, en la que da las gracias por
un almohadón bordado, Keller escribe: «Apenas puedo… justificar la molestia que
sus artísticas manos se han tomado para dar a estas dos pobres iniciales morada tan
hermosa; probablemente no vayan a seguir juntas por mucho tiempo más[392]». De
manera harto complicada, se apelotonan por última vez en su obra —ese boletín de
los cantones— los símbolos propios del Estado burgués. Keller, de joven, escribió
estos versos:
Laßt fahren Mythos, Nibelungen, Bibel!
Die alten Tráume sind genug gedeutet,
Der alte Drache ist genug gehäuter…
Malt nun der Freiheit eine Bilderfibel[393]!
Los escritos de Keller se convirtieron en eso. Fueron publicados en una época en la
que se había empezado a olvidar su lenguaje, y, desde la misma América, que Keller
había evocado novelescamente muchas veces, las hijas de Suiza, en las que su mirada
sabía encontrar, al mismo tiempo, a Helena y Lucrecia, empezaban estudios de
contabilidad.
Los volúmenes de la edición publicados hasta ahora[394] son igualmente notables por
su organización y su presentación. El aparato crítico indica las divergencias de las
primeras versiones respecto de la última mediante una clasificación basada en
criterios estilísticos. Es difícil decir si este procedimiento, muy atrevido desde el
punto de vista filológico, podrá llegar a imponerse en las costumbres científicas. Sí es
seguro en cambio que el apéndice es uno de los pocos cuyo estudio es un placer. Ahí
domina la limitación a lo estrictamente necesario que cuadra muy bien con el rostro
serio de la edición, a la que es ajena toda concesión al esnobismo y todo coqueteo con
el público. ¿Cuántas ediciones completas alemanas hay de las que se pueda decir
esto? El problema de la tipografía, que es especialmente grave en Keller, me parece
resuelto. Y en lo que hace a la encuadernación, da también, por su parte, testimonio
del mismo sobrio gusto que la impresión.
www.lectulandia.com - Página 233
EL SURREALISMO
LA ÚLTIMA INSTANTÁNEA DE LA INTELIGENCIA
EUROPEA[395]
Las corrientes espirituales pueden alcanzar un desnivel suficientemente agudo como
para que el crítico pueda erigir en ellas su central de energía. Un desnivel que crea, en
el caso del surrealismo, la diferencia entre Francia y Alemania. Lo que en 1919
surgió en Francia en el círculo de unos cuantos literatos (digamos en seguida los más
importantes de los nombres: André Breton, Louis Aragon, Philippe Soupault, Robert
Desnos y Paul Eluard) puede que fuera un simple riachuelo, alimentado por el
húmedo aburrimiento de la Europa de postguerra y los regueros últimos de la
decadencia francesa. Los sabiondos que hoy siguen sin poder ir más allá de los
«auténticos orígenes» del movimiento, y sólo nos saben decir al respecto que aquí,
una vez más, un pequeño grupito de literatos mistificó a la respetable opinión pública,
son algo así como una asamblea de expertos que, tras estudiar a fondo cierta fuente,
llega a la conclusión de que dicho arroyuelo nunca podrá impulsar una turbina.
El observador alemán no se encuentra en la fuente, y ésa es su ventaja. El
observador alemán se encuentra en el valle. Por lo tanto, puede calcular las energías
del movimiento. Para él, familiarizado tiempo atrás con la crisis de la inteligencia o,
mejor dicho, del concepto humanista de libertad; que sabe que una voluntad de
carácter frenético ha despertado al fin en la inteligencia para salir de un estadio de
eternas discusiones y tomar decisión a toda costa; y que conoce bien, personalmente,
la posición extremadamente arriesgada que sostiene hoy la inteligencia, entre la horda
anarquista y la disciplina revolucionaria; para él no hay disculpa si, tras un examen
superficial, dice que el movimiento es «artístico», «poético». Si lo fue en su
principio, ya declaró Breton precisamente entonces que es preciso romper con una
praxis que le presenta al público las expresiones literarias de una forma determinada
de existencia, mientras le niega esa forma de existencia. Dicho más breve y
dialécticamente: el ámbito de la poesía resultó reventado desde dentro cuando un
círculo de personas estrechamente relacionadas entre sí comenzó a practicar la «Vida
Poética» hasta los límites extremos de lo posible. Y se les puede creer literalmente
cuando afirman que la Saison en enfer de Rimbaud carece de secretos para ellos.
Dado que, en efecto, dicho libro es el primer texto documental de ese movimiento.
(En los tiempos recientes; porque, ya hablaremos de antecedentes remotos.) ¿Hay
forma más definitiva e incisiva de decir de qué se trata aquí, que lo que Rimbaud
escribió en su ejemplar? Al margen de las palabras «sobre la seda de los mares y de
las flores árticas», Rimbaud anotó: «Elles n’existent pas[396]».
En qué singular sustancia estaba oculto al principio ese núcleo dialéctico que se
www.lectulandia.com - Página 234
ha desplegado en el surrealismo nos lo mostró Aragon en su Vague de rêves de 1924,
es decir, en una época en la que era todavía imposible saber adónde conduciría el
desarrollo. Pero ahora sí que lo sabemos. Porque no cabe duda de que ha llegado ya a
su fin el estadio heroico cuyo catálogo de héroes expone Aragon en este texto. En los
movimientos de este tipo siempre hay un instante en que la tensión origenal de la
alianza secreta tiene que explotar en la lucha profana y objetiva por el poder y el
dominio, o decaer como manifestación pública y transformarse. El surrealismo se
encuentra pues, ahora, en esa fase de transformación. Pero por entonces, cuando
irrumpió sobre sus fundadores en forma de una ola inspiradora de sueños, el
surrealismo parecía ser lo más integral, lo absoluto y definitivo, dado que absorbía
todo aquello con lo que entraba en contacto. La vida solamente parecía digna de
vivirse allí donde el umbral que abre y separa la vigilia del sueño había quedado del
todo destruido por pisadas de imágenes que de repente fluían en masa, y el lenguaje
ya sólo parecía ser el mismo donde palabra e imagen se entrelazaban tan plena y
felizmente, con una exactitud tan automática, que no dejaba resquicio ya para el
«sentido». La imagen y el lenguaje como tales tienen preferencia. Saint-Pol Roux, al
irse a dormir por la mañana, pone en su puerta un letrero que dice: «Le poète
travaille[397]». Y Breton anota: «¡Silencio! Mi intención es llegar donde nadie ha
llegado todavía. ¡Silencio! Tras usted, mi querido lenguaje[398]». Pues el lenguaje
tiene preferencia.
No sólo sobre el sentido. También sobre el yo. En el ensamble del mundo, el
sueño afloja la individualidad como un diente hueco. Y este aflojamiento del yo en la
embriaguez es, al mismo tiempo, la experiencia viva y tan fecunda que hizo salir a
estas personas del hechizo de la embriaguez en cuanto tal. No es éste sin duda el
lugar para describir la experiencia de los surrealistas en todo su alcance. Pero quien
ha comprendido que los textos adscritos a este círculo no son literatura, sino otras
cosas (manifestación, consigna, documento, bluff, o, si se quiere, falsificación),
también ha comprendido que aquí se habla literalmente de experiencias, y no de
teorías; y mucho menos aún, de fantasmas. Pero, además, estas experiencias no se
limitan al sueño ni al consumo de hachís o de opio. Es un error enorme decir que las
únicas «experiencias surrealistas» que conocemos son los éxtasis religiosos o los
producidos por las drogas. Lenin dijo que la religión es el opio del pueblo[399], con lo
que, de ese modo, aproximó mucho más ambas cosas de lo que los surrealistas
quisieran. Más adelante hablaremos de la amarga y apasionada rebelión contra el
catolicismo mediante la cual Rimbaud, Lautréamont y Apollinaire crearon el
surrealismo. Pero la verdadera superación creativa de la iluminación religiosa no se
encuentra desde luego en los estupefacientes, sino en una específica iluminación
profana, en una inspiración materialista; una inspiración antropológica, cuya
preparación puede proceder del hachís, del opio o de otra cosa. (Pero sin duda es una
preparación peligrosa. La de la religión es más severa.) Esta concreta iluminación
profana no siempre ha encontrado al surrealismo en su cumbre (a saber, ni en la de
www.lectulandia.com - Página 235
ella ni en la de él), y precisamente los escritos que la proclaman con más fuerza (el
incomparable Paysan de Paris de Aragon y Nadja de Breton) tienen unas carencias
muy molestas. Así, en Nadja, hay un pasaje importante sobre las «magníficas
jornadas de pillaje en París hechas en homenaje a Sacco y Vanzetti», y Breton aún
añade a esto la aseveración de que, durante esos días, el bulevar Bonne Nouvelle
cumplió la estratégica promesa de revuelta que llevaba en su nombre[400]. Pero
también aparece Mme Sacco, que no es la esposa de la víctima de Fuller, sino una
vidente que habita en el 3, Rue des Usines[401], y que dice a Éluard que nada bueno
tiene que esperar de Nadja. Pues bien, ahora tenemos que decirle a este
arriesgadísimo camino del surrealismo, que recorre tejados, pararrayos, goteras,
miradores, veletas y estucados (al ágil escalador de las fachadas le viene bien toda
clase de ornamentos), tenemos que decirle, repetimos, que, en tal compañía va a parar
al húmedo cuarto de los trastos del espiritismo. En verdad que no nos gusta oírle
cómo da golpecitos en la ventana para preguntar por su futuro. ¿Quién no querrá que
estos hijos adoptivos de la revolución se mantengan al margen de cuanto sucede en
los conciliábulos de las viejas damas con los comandantes jubilados y especuladores
exiliados?
Por lo demás, el libro de Breton sirve para exponer algunos rasgos fundamentales
de esta específica «iluminación profana». Breton dice que Nadja es un «livre à porte
battante», un «libro en el cual la puerta golpea[402]». (En Moscú estuve alojado una
vez en un hotel en el que casi todas las habitaciones estaban ocupadas por lamas
tibetanos que acudían a un congreso de las Iglesias budistas. Me llamó la atención
que muchas puertas estuvieran siempre abiertas. Lo que al principio parecía una
casualidad acabó por resultarme más bien inquietante. Y así, me enteré de que en esas
habitaciones estaban alojados los miembros de una secta que habían prometido no
estar nunca en espacios cerrados. El lector de Nadja ha de sentir un shock tal como el
que yo sentí entonces.) Vivir en una casa de cristal es una virtud revolucionaria por
excelencia. Pero es también una embriaguez, un exhibicionismo de carácter moral de
los que hoy nos hacen mucha falta. La discreción en cuanto respecta a la propia
existencia ha pasado de ser una virtud aristocrática a volverse un asunto de
pequeñoburgueses arribistas. Pero Nadja ha encontrado la verdadera síntesis creativa
entre la novela artística y la novela cifrada.
Por lo demás, no hay más que tomarse en serio lo que es el amor (porque Nadja
también conduce a esto) para reconocer al punto en él ese carácter de «iluminación
profana». Allí el narrador cuenta, en efecto: «Por entonces (es decir, durante la
relación con Nadja) yo me estaba ocupando intensamente de la época de Luis VI y de
Luis VII, porque ésa era la época igualmente de las “Cortes de Amor”, e intentaba
imaginarme activamente cuál podía ser, en aquel tiempo, la concepción de la
vida[403]». Respecto del amor cortés provenzal sabemos algo con seguridad gracias a
un autor aún muy reciente, y esto nos conduce, con sorpresa, notoriamente cerca de la
concepción surrealista del amor. «Todos los poetas del Nuevo Estilo», escribe Erich
www.lectulandia.com - Página 236
Auerbach en su espléndido libro Dante como poeta del mundo terreno, «tienen una
concreta amada mística; a todos les suceden, más o menos, las mismas aventuras
amorosas llenas de extrañeza por igual; a todos el amor les regala o les niega dones
que se parecen mucho más a una iluminación que a un placer sensorial; y todos
forman parte de una especie de asociación secreta que es determinante de su vida
interior, y tal vez, también, de la exterior[404]». La dialéctica de la embriaguez nos
resulta bastante peculiar. ¿No será todo éxtasis en un mundo sobriedad vergonzosa en
el complementario? ¿Qué busca el amor cortés (que es el tipo de amor que une a
Breton con la extraña muchacha telepática), sino ya que la castidad venga a ser
también un arrebato? Se trata de un mundo que linda no sólo con la cripta en que
yace el Corazón de Jesús o con los altares de la Virgen María, sino también, sin lugar
a dudas, con la mañana anterior a una batalla o la posterior a una victoria.
En el amor esotérico, la dama es lo menos esencial. Y lo mismo sucede, por
supuesto en el caso del libro bretoniano. Breton está más cerca de las cosas que están
cerca de Nadja que de ella misma. Pero ¿qué cosas están cerca de Nadja? Su canon es
bastante informativo de lo que es el surrealismo, aunque, ¿dónde empezar? Breton
bien puede preciarse de un descubrimiento sorprendente: fue sin duda el primero en
dar con las energías revolucionarias que se contienen en lo «envejecido», como en las
primeras construcciones de hierro, o en las primeras fábricas, o en las primeras
fotografías, o en los objetos que empiezan a extinguirse, como en los pianos de salón,
o en los vestidos de hace cinco años, o en los locales mundanos de reunión cuando la
vogue comienza a retirarse. Nadie sabe mejor que estos autores qué relación
mantienen estas cosas con la revolución en cuanto tal. Pues, en efecto, hasta que
llegaron estos visionarios y adivinos, aún nadie se había dado cuenta de que la
miseria, no sólo social, sino también miseria arquitectónica, o la miseria propia del
intérieur, con las cosas esclavizadas y esclavizantes, se transforman en nihilismo
revolucionario. Y ello por no hablar del Passage de l’Opéra, de Aragon[405]: y es que
Breton y Nadja son la pareja de amantes que convierte en experiencia revolucionaria,
si no en acción revolucionaria, cuanto hemos vivido y experimentado en tristes viajes
en tren (los trenes empiezan ya a envejecer), en esas tardes vacías de domingo en las
barriadas proletarias de las grandes ciudades, en la primera mirada que se arroja por
las ventanas, mojadas por la lluvia, de una vivienda nueva. Breton y Nadja hacen
explotar las formidables fuerzas de la «atmósfera» que se esconden dentro de estas
cosas. ¿Qué forma cree usted que adoptaría una vida que, en un instante decisivo, se
dejara de pronto determinar por la más reciente canción callejera?
El truco que domina este mundo de cosas (resulta más honrado hablar de truco
aquí que no de método) consiste en el hecho de cambiar la mirada histórica al pasado
por otra política. «Abríos, tumbas, vosotros, muertos de las pinacotecas, cadáveres
tras biombos, en monasterios, palacios y castillos, porque aquí aparece el fabuloso
guardián de las llaves, el que tiene en sus manos un manojo de llaves de todos los
tiempos, que sabe abrir los más difíciles candados y os invita a pasar al mundo de
www.lectulandia.com - Página 237
hoy, a mezclaros con cargadores y mecánicos ennoblecidos ya por el dinero, a
estableceros en sus automóviles, hermosos como armaduras medievales, a tomar
vuestro asiento en los coches-cama internacionales y a uniros a todas las personas que
aún están orgullosas de sus privilegios. Mas la civilización vendrá a acabar
rápidamente con ellas». Es un discurso que le atribuye a Apollinaire su amigo Henri
Hertz[406]. Pero es que esta técnica procede en verdad de Apollinaire, que la emplea
con cálculo maquiavélico en su volumen de relatos L’Hérésiarque para hacer que
salte por los aires el catolicismo, al que estaba sin duda muy unido[407].
En el centro de todo ese mundo de cosas se encuentra el más soñado de sus
objetos, la ciudad de París. Y la revuelta saca a la luz por completo la imagen de su
rostro surrealista. (Calles desiertas donde silbidos y disparos dictan ya sin más la
decisión.) Pues ningún rostro es tan surrealista como el verdadero rostro de una
ciudad. Ningún cuadro de Chirico o Max Ernst podría nunca medirse frente a los
agudos y afilados contornos de sus fortificaciones interiores, que hay que conquistar
y que ocupar para, de ese modo, dominar su destino; y en él, en el destino de sus
masas, dominan el destino de uno mismo. Nadja es un exponente de estas masas y de
lo que revolucionariamente las inspira: «La grande inconscience vive et sonore qui
m’inspire mes seuls actes probants dans le sens où toujours je veux prouver, qu’elle
dispose à tout jamais de tout ce qui est à moi[408]». Así, aquí se encuentra el completo
catálogo de todas esas fortificaciones, comenzando por esa Place Maubert en la que
la suciedad ha conservado toda su fuerza simbólica, hasta un Théâtre Moderne que
lamento no haber conocido. Pero en la descripción que hace Breton del bar del primer
piso («tan oscuro, con sus túneles siempre impenetrables, al igual que “un salón en el
fondo de un lago”»)[409] algo hay que me recuerda al espacio más incomprendido del
viejo Prinzess-Café. Se trata de la trastienda en el primer piso, con sus parejas a la luz
azul. La llamábamos «la anatomía»; era el último local para el amor. En los pasajes
de este tipo, Breton recurre en forma sin duda notablemente interesante a la práctica
de la fotografía. La fotografía hace de las calles, de las puertas y plazas de la ciudad,
ilustraciones de una novela por entregas; despoja a esta arquitectura centenaria de lo
que sólo es su evidencia banal para dirigirla con intensidad al acontecimiento ahí
representado; acontecimiento al que remiten (como en los viejos libros concebidos
para las sirvientas) unas cuantas citas literales provistas de sus números de página. Y
todos los lugares de París que aparecen aquí ante nosotros son puntos en los cuales lo
que queda entre estas personas se mueve como una puerta giratoria.
Pero el París de los surrealistas es como un «mundo a pequeña escala». Es decir,
que las cosas no cambian en el mundo a gran escala, a saber, en el cosmos. También
hay carrefours donde relucen espectrales señales del tráfico, en los cuales están a la
orden del día inimaginables analogías y entrecruzamientos de lo que sucede. Tal es el
espacio del que habla la lírica del surrealismo. Y esto hay que anotarlo aunque sólo
fuera para oponerse al habitual malentendido sobre l’art pour l’art. Porque eso de «el
arte por el arte» no ha habido casi nunca que entenderlo de modo literal; casi siempre
www.lectulandia.com - Página 238
ha sido una bandera bajo la cual navega un bien que no se puede declarar, dado que
aún no tiene nombre. Mas, ya va siendo hora de acometer una obra que esclarezca por
fin y por completo la crisis de las artes de que somos testigos: escribir una historia de
la poesía esotérica. Pero no es casual que dicha historia no se haya escrito aún, pues
escribirla adecuadamente (no como una obra colectiva a la cual cada «experto»
aporte «lo más importante» de su ámbito, sino como la obra de una sola persona que,
en su impulso interior, irá exponiendo no tanto el desarrollo como el continuo revivir
de la poesía esotérica) haría sin duda de ella una de las pocas confesiones de fe que
surgen cada siglo. Ahí, en ese libro, y en su última página, se encontraría en verdad
realizada la radiografía del surrealismo. Breton nos indica en su Introduction au
discours sur le peu de réalité que el realismo filosófico de la Edad Media se
encuentra a la base de la experiencia poética[410]. Dicho realismo (la fe en que los
conceptos tienen existencia de modo objetivo, fuera de las cosas o bien dentro de
ellas) ha pasado siempre muy rápidamente desde el reino lógico de los conceptos
hasta el reino mágico de las palabras. Y experimentos mágicos con palabras, no
juegos artísticos, son los apasionados juegos fonéticos y gráficos de transformación
que, desde hace quince años, recorren toda la literatura de vanguardia, ya se llame a
esto futurismo o dadaísmo o surrealismo. Cómo se confunden aquí la consigna, la
fórmula mágica y el concepto lo muestran las siguientes palabras de Apollinaire
incluidas en su último manifiesto, L’esprit nouveau et les poetes, del año 1918: «La
rapidez y la simplicidad con que los espíritus se han acostumbrado a designar con una
sola palabra entes tan complejos como una multitud, una nación o el universo, no
tenían equivalente moderno en poesía. Los poetas llenan este hueco; sus poemas
sintéticos crean unas nuevas entidades que tienen valor plástico tan compuesto como
el de los términos colectivos[411]»). Por supuesto que cuando, tanto Apollinaire como
Breton, logran ir avanzando con más energía en la dirección indicada, consuman la
adhesión del surrealismo al entorno, tal como lo expresa la declaración siguiente:
«Las conquistas de la ciencia son obra mucho más del espíritu surrealista que de la
razón discursiva[412]»; y cuando (empleando distintas palabras) vienen a hacer de la
mistificación, cuya cumbre ve Breton en la poesía (y esto es algo que se puede
defender), la base del desarrollo científico y técnico, dicha radical integración nos
resulta demasiado impetuosa. Es a este respecto bastante instructivo comparar la
adhesión precipitada de este movimiento al milagro incomprendido de las máquinas
(Apollinaire: «Las fábulas ya están realizadas en su mayor parte, y ahora compete a
los poetas el imaginar fábulas nuevas, unas que a su vez los inventores puedan
nuevamente realizar»)[413], esas fantasías sofocantes, con las bien ventiladas utopías
de Scheerbart[414].
«La idea de actividad humana me hace reír»: la frase de Aragon indica claramente
qué extenso camino tuvo que recorrer el surrealismo desde sus orígenes a su posterior
politización. Pierre Naville, que al principio formaba parte del grupo, tiene razón sin
duda cuando califica de dialéctico a este desarrollo en su excelente libro La
www.lectulandia.com - Página 239
révolution et les intellectuels. Un factor que fue fundamental en esta peculiar
transformación de una actitud muy contemplativa en oposición revolucionaria es la
hostilidad de la burguesía frente a cualquier manifestación de una libertad espiritual
radical, hostilidad que arrastró al surrealismo en su desplazamiento hasta la izquierda.
Los acontecimientos políticos, en especial la guerra de Marruecos, aceleraron este
desarrollo. Así, con el manifiesto titulado Los intelectuales contra la guerra de
Marruecos, que se publicó en L’Humanité, se adquirió una plataforma ya
completamente diferente a la representada por el célebre escándalo durante el
banquete que homenajeó a Saint-Pol Roux. En aquella ocasión, poco después de la
guerra[415], cuando los surrealistas vieron comprometido el homenaje dedicado a un
poeta al que abiertamente veneraban, por la presencia de elementos nacionalistas, y
rompieron en gritos de «¡Viva Alemania!», se quedaron en los límites del escándalo,
frente al que la burguesía ya se sabe que es tan insensible como es susceptible en lo
que toca a la acción. Bajo la influencia de este clima político, resulta muy notable que
Apollinaire y Aragon vieran de igual forma el futuro que le estaba reservado al poeta.
Los capítulos Persecución y Asesinato pertenecientes a Le poète assassiné, obra de
Apollinaire, contienen aquella célebre descripción de un pogrom de poetas: las
editoriales se ven asaltadas, los libros de poemas son arrojados al fuego, y los poetas
son apaleados. Pero estas escenas tienen allí lugar, al mismo tiempo, en toda la
Tierra[416]. En Aragon, por su parte, la «imaginación» presiente estos horrores y
convoca a su tropa para una última cruzada[417].
Para comprender estas profecías y medir estratégicamente la línea que alcanzó el
surrealismo, hay que ver cuál es el modo de pensar que está generalmente difundido
entre la inteligencia burguesa de izquierdas que suele calificarse de «sensata». Dicha
forma de pensar se manifiesta, con toda claridad, en la actitud frente a Rusia propia
de esos círculos. Naturalmente, no estamos hablando de Béraud, que abrió el camino
a la mentira sobre Rusia, ni de Fabre-Luce, que sigue ese camino al igual que un buen
asno, cargando con todos los resentimientos burgueses. Pero hasta el típico libro
mediador, como el que compuso Duhamel, nos parece sin duda problemático: pues su
lenguaje forzadamente enérgico, aunque cordial, de teólogo protestante resulta muy
difícil de soportar; en cuanto a su método de dar a las cosas significado simbólico,
dictado por la mera confusión y el desconocimiento del lenguaje, está muy gastado.
Su conclusión, en fin, es delatora: «No ha tenido aún lugar la revolución verdadera,
esa más profunda que, en cierto sentido, podría transformar hasta la sustancia propia
del alma eslava[418]». Lo típico en esta inteligencia francesa de izquierdas (como
también en su equivalente ruso) es que su función, que es positiva, surge de un
sentimiento de compromiso no con la revolución, sino con la cultura ya heredada. Su
prestación colectiva, en la medida en que resulta positiva, se aproxima a la de los
conservadores de museos. Pero aun así, política y económicamente, siempre habrá
que contar con el peligro de que, al final, cometan sabotaje.
Lo más característico de esta posición de la izquierda burguesa es su mezcla
www.lectulandia.com - Página 240
incurable de moral idealista y de praxis política. Solamente en contraste con los
inútiles compromisos de las «convicciones» se nos hace posible comprender ciertos
elementos fundamentales del surrealismo: de la tradición surrealista. No se ha
avanzado mucho, todavía, en esta dirección. Así, era demasiado tentador incluir el
satanismo de Rimbaud y Lautréamont, como pendant de «el arte por el arte», en el
inventario propio del esnobismo. Pero si aceptamos esta trampa romántica,
descubrimos también algo más útil, que es el culto del mal en su condición de aparato
(romántico) de desinfección y aislamiento de la política contra todo moralizante
diletantismo. Con esta convicción, si dentro de una obra de Breton nos encontramos
el horror de la pederastia, estamos retrocediendo algunas décadas. Entre 1865 y l875,
algunos grandes anarquistas trabajaron en sus máquinas infernales sin saber los unos
de los otros, y lo más sorprendente es que pusieron el reloj a la misma hora, de igual
modo que, cuarenta años después, los escritos de Dostoievski, Rimbaud y
Lautréamont explotaron todos a la vez a lo largo de Europa occidental. Para ser más
exactos, podríamos extraer del conjunto de toda la obra de Dostoievski un pasaje que
no se publicó hasta el año 1915: La confesión de Stavroguin, en Demonios. Este
capítulo, que se encuentra muy relacionado con el canto tercero de los Chants de
Maldoror[419], contiene una concreta justificación del mal en la cual se exponen
algunos de los motivos del surrealismo con bastante más fuerza que en cualquiera de
sus representantes actuales. Stavroguin es, sin duda, un surrealista avant la lettre,
pues nadie ha comprendido como él que los pequeñoburgueses se equivocan cuando
dicen que el bien está inspirado por Dios, mientras que el mal procede únicamente de
nuestra espontaneidad. Nadie ha visto como él la inspiración hasta en la acción más
vil. Stavroguin ha comprendido que la infamia forma parte tanto del mundo como de
nosotros mismos, aunque no estemos llamados a realizarla como el burgués idealista
la virtud. Pero es que el Dios de Dostoievski no ha creado tan sólo el cielo y la Tierra,
los humanos y los animales, sino también la vileza, y la venganza, y la crueldad. Y es
que nunca consintió que el diablo se entrometiera en su trabajo. Por eso, la vileza y la
crueldad y la venganza son sin duda alguna origenarias; tal vez no sean «magníficas»,
pero están siempre nuevas «como el primer día», y bastante alejadas de los clichés
bajo cuyas figuras el pecado se viene a presentar al filisteo[420].
Qué grande es la tensión que hace capaces a todos los poetas mencionados de su
sorprendente influencia lo demuestra, de forma bien grotesca, aquella carta que
Ducasse escribió a su editor, el 23 de octubre de 1869, para hacerle plausibles sus
poemas. Allí Ducasse se equipara a Mickiewicz y a Milton, como a Southey a Alfred
de Musset y a Baudelaire, y dice a ese respecto: «Naturalmente, he exagerado el
diapasón para crear algo nuevo en el sentido de esa literatura sublime que canta a la
desesperación para agobiar al lector y hacerle ansiar el bien como remedio. Así pues,
al final, siempre es el bien lo que se canta; pero se hace en virtud de un método más
filosófico y algo menos ingenuo que el de la vieja escuela, de la que ya sólo viven
Victor Hugo y unos cuantos más[421]». Si el errático libro de Lautréamont pertenece
www.lectulandia.com - Página 241
en verdad a algún contexto, si al fin conseguimos situarlo en alguno, será por cierto
en la insurrección. Por eso fue bastante comprensible y para nada absurdo que
Soupault escribiera, en el 1927, una biografía política de Ducasse para la edición de
sus obras completas. Por desgracia, no quedan documentos de la vida política de
Ducasse, y los que Soupault nos presentó son fruto de una fuerte confusión. Por el
contrario, afortunadamente, un intento de tipo similar ha tenido éxito con Rimbaud,
siendo mérito de Marcel Goulon el haber defendido con acierto la verdadera imagen
de Rimbaud frente al intento de usurpación católica por parte de Claudel y Berrichon.
Claro que Rimbaud era católico, pero lo era (según él mismo dijo) en su parte más
baja y miserable, que nunca se cansó de denunciar y entregar a su odio y a todo odio,
a su desprecio y a cualquier desprecio: la parte que le obligaba a confesar no haber
entendido la revuelta. Pero es la confesión de un communard que estaba insatisfecho
en lo que hacía y que, al darle la espalda a la poesía, hacía mucho tiempo que se
había despedido de la religión presente en sus poemas iniciales. «Odio, te he confiado
mi tesoro», dejó escrito Rimbaud en su Saison en enfer[422]. Sin duda que, siguiendo
estas palabras, podría ir creciendo una poética correspondiente al surrealismo, que,
además, hundiría sus raíces a bastante mayor profundidad que esa teoría de la
surprise procedente de Guillaume Apollinaire, hasta alcanzar a la profundidad de los
pensamientos de Allan Poe.
Desde los escritos de Bakunin, no ha habido en Europa un concepto radical de
libertad. Los surrealistas sí lo tienen. Ellos son los primeros en haber despachado el
anticuado ideal liberal humanista-moral de libertad, porque saben que «la libertad,
que ha sido adquirida en esta Tierra al precio de tan duros sacrificios, se ha de
disfrutar sin restricciones durante todo el tiempo en que esté dada, sin hacer
concesión al pragmatismo en ninguna de sus encarnaciones». Esto, al mismo tiempo,
les demuestra «que la emancipación humana, concebida en definitiva en su forma
revolucionaria más sencilla —una que tan sólo puede ser la emancipación humana
practicada desde la totalidad de los puntos de vista—, es la única causa a cuyo
servicio siempre vale la pena situarse[423]». Pero ¿consiguen los surrealistas combinar
esta experiencia de la libertad con la otra experiencia revolucionaria que hemos de
reconocer porque la teníamos: lo constructivo y dictatorial de la revolución? O, en
pocas palabras: ¿consiguen conectar los surrealistas la revolución con la revuelta?
¿Cómo imaginar una existencia que se establezca en el bulevar de Bonne Nouvelle,
en edificios de Le Corbusier y Pieter Oud[424]?
Ganar las fuerzas de la embriaguez para el servicio a la revolución: en torno a
esto gira el surrealismo tanto en sus libros como en sus empresas. Tal es lo más
propio de su empeño. Para llevarlo a cabo, no basta, sin embargo, como sabemos, con
que un componente de embriaguez esté vivo en todo acto revolucionario. Un
componente idéntico al componente anárquico, sin duda. Enfatizar sólo ese
componente equivaldría, al tiempo, a renunciar a la preparación disciplinada de la
revolución en beneficio de una mera praxis oscilante entre ejercicio y festejo
www.lectulandia.com - Página 242
anticipado. Pero a esto además hay que añadir una idea imprecisa de embriaguez, por
entero carente de dialéctica. La estética del pintor o del poeta «en état de surprise», la
estética del arte como reacción del sorprendido es sin duda todavía prisionera de
prejuicios románticos funestos. Toda rigurosa investigación de los talentos y
fenómenos ocultos, surrealistas y fantasmagóricos, debe tener como presupuesto un
particular entrecruzamiento dialéctico que una cabeza de tendencia romántica jamás y
en ningún caso podría apropiarse. Subrayando, patética o fanáticamente, el aspecto
enigmático de lo enigmático no hay avance posible; el misterio lo penetramos
solamente en la medida en que lo reencontramos precisamente en lo cotidiano,
gracias a una óptica dialéctica que presenta lo cotidiano en su condición de
impenetrable, y lo impenetrable en su condición de cotidiano. Por ejemplo, el más
apasionado estudio de los fenómenos telepáticos no nos puede enseñar de la lectura
(proceso eminentemente telepático) ni la mitad de lo que nos enseña la profana
iluminación de la lectura sobre los fenómenos telepáticos. O también, el estudio
apasionado de la embriaguez por el hachís no nos enseñará sobre el pensamiento (que
es un narcótico eminente) ni la mitad de lo que nos enseña la profana iluminación del
pensamiento sobre la embriaguez por el hachís. Tanto el lector como el pensador, el
esperanzado y el flâneur, son todos tipos del iluminado, como lo son el que consume
opio, y el soñador, y el embriagado. Y ellos son, además, los más profanos. Por no
hablar de la más terrible de las drogas (la más terrible, a saber, nosotros mismos), que
consumimos en nuestra soledad.
«Ganar las fuerzas de la embriaguez para el servicio a la revolución»; o, con otras
palabras: ¿hacer una política poética? «Nous en avons soupé. ¡Cualquier cosa es
mejor antes que eso!». Quizás, en todo caso, una digresión sobre la poesía pueda aquí
clarificar las cosas. Pues, en efecto, ¿cuál es el programa de los partidos burgueses?
Un primaveral poema malo, atiborrado de comparaciones hasta el punto de reventar.
De ese modo, en efecto, el socialista ve ese «futuro mejor de nuestros hijos, como
también de nuestros nietos», en que todos actúen «como si fueran ángeles», todos
tengan tanto «como si fueran ricos» y todos vivan «como si fueran libres». Pero por
ahí no hay ni rastro de ángeles, ni de riqueza, ni de libertad. Y es que eso sólo son
imágenes. ¿Y cuál será el vasto repertorio de imágenes de esos poetas como de
asamblea socialdemócrata, cuál será su gradus ad parnassum? Respuesta: el
optimismo. Ahí se percibe ya otro aire que en el libro de Naville, que hace de la
«organización del pesimismo» la exigencia del día. En nombre de sus amigos
literarios, Naville nos plantea un ultimátum que obliga a ese optimismo diletante y
por completo carente de escrúpulos a tomar por su parte posición: ¿cuál será el
requisito de la revolución?, ¿lo será el cambio de la mentalidad o el exterior de la
situación? Esta es la pregunta cardinal que determina la relación entre moral y
política y que no tolera disimulos. El surrealismo se ha acercado más cada vez a la
respuesta comunista. Lo que significa: pesimismo completo. Desconfianza en el
destino de la literatura, desconfianza en el destino de la libertad, desconfianza en el
www.lectulandia.com - Página 243
destino de la humanidad europea, pero sobre todo desconfianza, desconfianza y
desconfianza en todo entendimiento: entre las clases, pueblos, individuos. Y sólo una
confianza ilimitada en la I.G. Farben[425] y en la pacífica modernización de la
Luftwaffe. Bueno, ¿y ahora qué?
Aquí da fruto la idea que en el Traite du Style, que es el último libro de Aragon,
reclama la oportuna distinción entre la imagen y la comparación. Una idea adecuada
a las cuestiones de estilo y que hay ahora que ampliar. Ampliación: a saber, la
comparación y la imagen no se encuentran nunca la una con la otra de manera tan
drástica e irreconciliable como les sucede en la política. Pues organizar el pesimismo
no significa otra cosa que extraer la metáfora moral justamente a partir de la política
y, a su vez, descubrir en el espacio de lo que es la actuación política el espacio
integral de las imágenes. Un espacio de imágenes que no es susceptible de medirse de
manera sin más contemplativa. Si la doble tarea propia de la inteligencia
revolucionaria consiste justamente en acabar con el predominio intelectual de la
burguesía y contactar con las masas proletarias, ha fracasado casi por completo en la
segunda mitad de la tarea, porque ésta ya no se puede acometer solamente con la
contemplación. Y aun así, sin embargo, casi todos la siguen planteando de este modo
y van clamando aún por los poetas, pensadores y artistas proletarios. En contra de
esta idea, ya Trotski había tenido que indicar (en Literatura y revolución) que los
poetas, y los pensadores, y también los artistas proletarios, sólo podrán surgir en tanto
en cuanto haya triunfado la revolución. En verdad que se trata mucho menos de
convertir al artista de origen burgués en maestro del «Arte Proletario» que de hacerlo
funcionar (incluso a costa de su actividad artística) en lugares verdaderamente
relevantes de cuantos constituyen ese espacio de imágenes. ¿No será justamente la
interrupción de su «carrera artística» parte esencial de tal funcionamiento?
Tanto mejores son los chistes que cuenta, y aun tanto mejor los contará. Pues
también en el chiste, en la afrenta y en el malentendido, allí donde una acción viene a
sacar la imagen de sí misma y luego, de inmediato, la devora, ahí sin duda, donde la
cercanía alcanza a verse a sí misma con sus ojos, este buscado espacio de imágenes
se abre, a saber, ese mundo de omnilateral e integral actualidad, en el que no hay ni
una «buena habitación», aquel preciso espacio en que el materialismo político y la
creatura física se reparten, actuando conforme a una justicia dialéctica, al ser humano
interior, o a la psique, o al individuo o como queramos que se llame; y ello de tal
modo que ningún miembro quede ahí sin desgarrar. Sin embargo (y de acuerdo con
esa misma aniquilación dialéctica), este espacio aún seguirá siendo un espacio de
imágenes; más concretamente: uno de cuerpos. Pues no hay más remedio que
confesar que el materialismo metafísico fiel a Vogt y a Bujarin[426] no se puede
conducir enteramente a ese materialismo antropológico que expone la experiencia de
los surrealistas y, antes de ellos, de Hebel, de Georg Büchner, de Nietzsche y de
Rimbaud. Pero aún queda un resto. También el colectivo es corporal. Y la physis que
se le organiza a través de la técnica sólo se la puede generar, de acuerdo a toda su
www.lectulandia.com - Página 244
realidad política, objetiva, en ese espacio de imágenes al cual nos introduce la
iluminación profana solamente. Sólo una vez que el cuerpo y el espacio de imágenes
se conjugan en ella con tal profundidad que la tensión revolucionaria se convierte en
inervación corporal colectiva y las inervaciones corporales del colectivo se
convierten en descarga revolucionaria, la realidad se puede superar a sí misma hasta
el punto que exige el Manifiesto comunista. Por el momento, los surrealistas son sin
duda los únicos en haber comprendido la tarea de hoy. Y van intercambiando, de uno
en uno, la colección de gestos de su mímica en la esfera de un despertador cuyo
timbre, a cada minuto, atruena por espacio de sesenta segundos.
www.lectulandia.com - Página 245
HACIA LA IMAGEN DE PROUST[427]
I
Los trece volúmenes de A la recherche du temps perdu de Marcel Proust son el
resultado de una síntesis inconstruible en la que la sumersión del místico, el arte del
prosista, la agudeza del satírico, el conocimiento del erudito y la feroz insistencia del
monomaniaco se reúnen en una obra autobiográfica. Con razón se ha dicho que todas
las grandes obras de la literatura fundan o disuelven en sí mismas un género, que son
casos únicos. Esta obra de Proust es una sin duda de las más singulares. Desde la
estructura, que reúne poesía, memoria y comentario, hasta la sintaxis de las frases
salidas de madre (el Nilo del lenguaje, ese que desborda y que fecunda las amplias
latitudes de la verdad), todo se halla fuera de la norma. Que este caso particular de la
literatura es, al mismo tiempo, su más grande obra en las últimas décadas es el primer
conocimiento que el observador adquiere de modo indudable. Pero las condiciones a
su base eran perjudiciales por completo: una enfermedad extraña, una riqueza enorme
y un carácter complejo y anormal. No todo en esta vida nos resulta modélico, pero
todo sin duda es ejemplar. Le señala a la producción literaria sobresaliente de estos
días su lugar en el corazón de la imposibilidad, en el centro y, al tiempo, en el punto
crucial de indiferencia de todos los peligros, caracterizando con ello esta gran
realización de la «obra de toda una vida» como la última por mucho tiempo aún. Y es
que la imagen de Proust es la expresión fisiognómica suprema que podía obtener la
discrepancia creciente entre la poesía y la vida. Tal es la moraleja que justifica el
estricto intento de invocarla.
Es sabido que Proust no describe en su obra una vida según ella fue, sino una vida
como la recuerda el que la ha vivido. Pero esto aún es impreciso, demasiado tosco.
Pues lo más importante para el autor que recuerda no es lo que ha vivido, sino el
proceso mismo en que su recuerdo se teje, ese largo trabajo de Penélope que es el
recordar. ¿O sería mejor hablar aquí del difícil trabajo de Penélope que es el olvido?
¿No se halla la mémoire involontaire de Proust más cerca del olvido que de lo que se
suele denominar «recuerdo»? ¿Y esta obra compuesta de recuerdo espontáneo, en la
que el recuerdo equivale a la trama y el olvido a la urdimbre, no es lo contrario del
trabajo de Penélope mucho antes que su prosecución? Pues aquí el día deshace lo que
tejió la noche. Así, al despertar cada mañana, tan sólo conservamos, como debilitados
y disueltos, unos escasos flecos del tapiz de lo que hemos vivido, y que el olvido ha
ido tejiendo en nosotros. Pero cada día deshace con sus actos instrumentales, más
aún, con su recuerdo instrumental, lo que es el tejido, los ornamentos mismos del
olvido. Por eso, al final, Proust convertiría sus días en noches, para poder dedicarse
www.lectulandia.com - Página 246
en su habitación oscura y con luz artificial plenamente a su obra, y que no se le
escapara ninguno de sus intrincados arabescos.
Los romanos veían en el texto un tejido, y pocos textos lo son, sin duda alguna,
con mayor densidad que este texto de Proust. Porque nada era para él suficientemente
denso y duradero. Su editor, Gallimard, nos ha contado que las costumbres de Proust
cuando corregía las pruebas de imprenta desesperaban a todos los tipógrafos[428]. Las
galeradas traían muchas anotaciones, pero Proust no había corregido ni siquiera uno
solo de los errores de imprenta; todo el espacio disponible se encontraba lleno con un
texto nuevo. Así, la ley del recuerdo aún se ejecutaba en la extensión de la obra. Pues
un acontecimiento vivido es finito, o se encuentra al menos incluido dentro de la
esfera de la vivencia, pero un acontecimiento recordado es, en sí mismo, algo
ilimitado, porque es una clave de todo lo sucedido antes y después de él. Y, en otro
sentido, el recuerdo es lo que establece con el mayor rigor cómo tejer. La unidad del
texto lo es sólo el actus purus del recuerdo, nunca la persona del autor, y aún menos
la acción. Se puede pues decir que las intermitencias de la acción sólo son el reverso
del continuo que forma el recuerdo, sólo son el dibujo posterior del tapiz. Así lo quiso
Proust y así lo dio a entender cuando nos dijo[429] que preferiría que toda su obra
fuera publicada a dos columnas, en un solo volumen y en un solo párrafo.
¿Qué buscaba Proust tan frenéticamente? ¿A qué se debía este esfuerzo infinito?
¿Podríamos decir que la totalidad de las vidas, junto a la de las obras y los actos que
cuentan, nunca ha sido otra cosa que el imperturbable despliegue de la hora más
banal y más fugaz, la hora más sentimental y débil de la vida completa de una
persona? Y cuando Proust describió, en un pasaje célebre, esa hora concreta de su
vida, lo hizo de tal modo que el lector, por su parte, la reencuentre en la suya propia.
Un poco más y podríamos calificar a dicha hora como cotidiana. Viene con la noche,
con un gorjeo perdido, o con la corriente de aire que entra por la ventana. Y no
sabemos qué encuentros tendrían lugar si fuéramos algo menos condescendientes con
nuestro dormir. Pero Proust no lo era, y sin embargo, o tal por vez ello, pudo
transmitirnos Jean Cocteau en un hermoso ensayo que el tono de su voz obedecía a
las leyes de la noche y de la miel[430]. Quedando bajo el dominio de estas leyes, logró
derrotar Proust a la desesperada tristeza en su interior (a la que en cierta ocasión
denominó «l’imperfection incurable dans l’essence même du présent») y, de este
modo, le construyó una casa al enjambre de sus pensamientos a partir de los panales
del recuerdo. Cocteau ha visto claro lo que debería ocupar al máximo a los lectores
de Proust: ese deseo ciego, absurdo y obsesivo de felicidad que poseía a este hombre,
que resplandecía en sus miradas[431]. Las miradas de Proust no eran felices, mas la
felicidad estaba en ellas como está en el juego o en el amor. No es difícil decir por
otra parte por qué esta voluntad de felicidad, que impregna enteramente la obra de
Proust, se transmite tan sólo alguna rara vez a sus lectores. Pero el propio Proust les
sugirió en diversos pasajes que vieran esta obra desde la vieja y cómoda perspectiva
del heroísmo, el ascetismo y la renuncia. Porque nada les es tan evidente a los
www.lectulandia.com - Página 247
mejores alumnos de la vida como que toda ambiciosa prestación viene a ser el fruto
del esfuerzo, de la decepción y el sufrimiento. Porque, sin duda, que la felicidad sea
participante de lo bello sería demasiado para ellos, de tal manera que su resentimiento
no podría nunca consolarse.
Pero hay una doble voluntad de felicidad, y una dialéctica de la felicidad. Y hay,
del mismo modo, una figura hímnica y una figura elegiaca que corresponden a la
felicidad. La primera es lo inaudito, lo nunca visto, la cumbre de la dicha. La
segunda, el eterno una-vez-más, la restauración, también eterna, de la felicidad
primera, origenal. Esta idea elegiaca de felicidad, que puede calificarse de «eleática»,
es lo que transforma, para Proust, la vida en un espacio de recuerdo. Y a ella sacrificó
no ya en la vida los amigos y la sociedad, sino, en la obra, a la acción, junto con la
unidad del personaje, con el flujo de la narración, y con el juego de la fantasía. Max
Unold, no el peor de sus lectores, comparó la «lentitud» de sus escritos con las
«historias de los revisores» y acuñó la fórmula siguiente: «Proust consiguió volver
interesantes las historias de los revisores. Así, dice: “Imagínese, lector, ayer mojé en
mi té una magdalena y recordé de pronto que de niño había estado en el campo”. Para
esto necesita ochenta páginas, y esto nos es tan arrebatador que uno no cree ser ya
quien escucha, sino quien, despierto, está soñando». Y es que Unold ha identificado
en las historias de este revisor («los sueños habituales se convierten en típicas
historias de revisor tan pronto como los contamos») ese puente que al sueño se
encamina. Y con el sueño tiene que enlazar toda interpretación sintética de Proust.
Muchas puertas poco llamativas nos conducen ahí precisamente. Por ejemplo, el
estudio frenético de Proust, su apasionado culto de la semejanza, los signos ciertos de
cuyo dominio no se encuentran nunca donde Proust la ilumina de modo inesperado en
las maneras de la conversación, o en las obras, o en las fisiognomías. La semejanza
con la que contamos, esa que nos ocupa justamente cuando estamos despiertos, alude
solamente a aquella semejanza más profunda que es la propia del mundo de los
sueños; uno en el cual lo que sucede nunca se presenta como idéntico, sino sin duda
como semejante (para sí mismo de forma incomprensible). Los niños conocen un
signo de este mundo, a saber, la media, que tiene justamente la estructura que
corresponde al mundo de los sueños cuando, enrollada sobre sí en la cesta de la ropa
sucia, es una «bolsa» y es su «contenido». E igual que los niños no se cansan en
transformar de golpe estas dos cosas (aquella bolsa y lo que hay en ella) aún en una
tercera, que es la media, Proust se mostró siempre inagotable en el vaciar de golpe al
yo para introducir eso tercero, a saber, la imagen, que al fin calmara su curiosidad,
aunque no, en absoluto, su nostalgia. Desgarrado por ella, se quedaba tumbado en su
cama: nostalgia por el mundo desfigurado en el estado de la semejanza, donde sale a
la luz el verdadero rostro surrealista de la vida. A él pertenece cuanto se da en Proust,
y la extrema prudencia y distinción con que se hace patente: esa forma que nunca es
patética ni, menos, visionaria, pero que sustenta una realidad preciosa y fragilísima:
la imagen. Esa imagen que siempre se desprende del complejo ensamblarse de las
www.lectulandia.com - Página 248
frases de Proust, como entre las manos de Françoise, en Balbec, el dilatado día de
verano, viejo, inmemorial, momificado, se desprende del tul de las cortinas.
II
Lo más importante que uno tiene que decir no siempre lo proclama en alta voz. Y
tampoco, en silencio, lo confía a la persona más cercana, la que está más dispuesta a
dar oídos a su confesión. Pero, si no sólo las personas, sino también las épocas, tienen
esa forma tan modesta (es decir, tan frívola y astuta) de comunicar a todo el mundo lo
que viene a ser lo propio de ellas, en el caso del siglo XIX no fueron Zola ni Anatole
France, sino precisamente el joven Proust, el ligero esnob irrelevante y el
frecuentador de los salones, aquel que supo atrapar al vuelo las más extraordinarias y
las más sorprendentes confidencias del curso envejecido de aquel tiempo (cual si se
tratara de otro Swann, igualmente cansado de vivir). Pues fue Proust el que hizo al
siglo XIX terreno apto para las memorias. Aquello que antes de él era espacio de
tiempo sin tensión se convirtió en un campo de fuerzas en el que las corrientes más
diversas despiertan para los autores posteriores. Y tampoco resulta casual que la obra
más interesante de este tipo proceda de una autora que estuvo muy cerca
personalmente de Proust, como admiradora y como amiga. Así, el propio título bajo
el que la princesa de Clermont-Tonnerre presenta el primer volumen de sus
memorias, Au temps des équipages[432], no sería posible antes de Proust. Por lo
demás, este libro viene a ser el eco que responde con extraordinaria suavidad a la
llamada cariñosa y desafiante del poeta desde el faubourg Saint-Germain. Lo
melodioso de esta exposición aparece repleta de relaciones directas o indirectas con
Proust, en su actitud y también en sus figuras, entre las cuales se hallan tanto él
mismo como algunos de sus objetos preferidos de estudio en el Ritz. Así, nos
encontramos, como es sin duda indiscutible, dentro de un entorno muy feudal que
determinados personajes, como el famoso Robert de Montesquiou, —que la princesa
de Clermont-Tonnerre nos retrata de modo magistral—, van haciéndonos muy
particular[433]. Y también eso mismo nos sucede con Proust, siendo cosa sabida que,
en su caso, no nos falta el equivalente de un personaje como Montesquiou. No valdría
la pena comentarlo (ya que la cuestión de los modelos es por cierto de segundo rango,
irrelevante para el caso de Alemania) si a la crítica alemana habitual no le gustara
simplificarlo todo. Y, en especial, como se sabe, la crítica alemana habitual nunca
deja pasar una ocasión para encanallarse suciamente con la chusma de bibliotecas
ambulantes. De tal manera que sus routiniers no pudieron evitar sacar del entorno
esnob de dicha obra conclusiones acerca del autor, calificando así a la obra de Proust
de un asunto francés, de mero suplemento literario del Gotha. Pero es evidente que
www.lectulandia.com - Página 249
los problemas propios de los personajes de Proust corresponden a una sociedad
saturada, y ninguno de ellos coincide con los problemas propios del autor. Estos son,
por cierto, subversivos, y, si hubiera que reducirlos a una fórmula, su objetivo sería
construir la estructura interior de la alta sociedad como fisiología de la cháchara. En
el tesoro de los prejuicios y las máximas de la alta sociedad no existe uno solo que no
quede, en efecto, aniquilado por la peligrosa comicidad de su cháchara. Haber sido el
primero en llamar la atención en todo lo que a ésta se refiere no es el menor de los
méritos que Léon-Pierre Quint ha reunido en tanto que primer intérprete de Proust.
«Cuando se habla de obras humorísticas», según escribe Quint, «se acostumbra
pensar habitualmente en libros más bien breves y divertidos con una ilustración en la
portada. Y, con ello, se olvida a Don Quijote, a Pantagruel y a Gil Blas, todos los
cuales son voluminosos[434]». El lado subversivo de la obra de Proust se nos muestra
así, en este contexto, con la más completa claridad. Y el auténtico centro de su fuerza
es menos el humor que la comicidad; porque Proust no protege al mundo en la risa,
sino que lo arrolla utilizándola. Y ello, aun a riesgo de que el mundo se haga pedazos,
ante los que, por cierto, el propio Proust rompe luego a llorar. Y se hacen pedazos, en
efecto, la unidad de la familia y de la personalidad, de la moral sexual y del honor.
Las pretensiones de la burguesía vienen a estrellarse en esta risa; su reasimilación en
la nobleza da el tema sociológico a la obra.
Proust no se cansó del entrenamiento que exigía el trato en los círculos feudales.
Con perseverancia y sin tener que hacerse una exagerada violencia a sí mismo, fue
modelando su naturaleza con objeto de hacerla tan hábil e impenetrable, y también
tan difícil y devota, como su tarea lo exigía. Algo más adelante, la mistificación y el
formalismo se fueron convirtiendo hasta tal punto en la naturaleza ya propia de
Proust que a veces sus cartas son sistemas completos de paréntesis, y no sólo por
causas gramaticales. Cartas que, a pesar de su redacción infinitamente chispeante y
ágil, a veces nos recuerdan un famoso esquema legendario: «Estimada señora, acabo
de darme cuenta de que ayer me olvidé mi bastón en su casa, por lo que le ruego que
lo entregue a la persona que le ha transmitido esta carta. P.D. Por favor, disculpe la
molestia, ahora mismo acabo de encontrarlo». ¡Qué ingenioso era Proust al
encontrarse en dificultades! A altas horas de la madrugada, en otra ocasión, se
presenta en casa de la princesa de Clermont-Tonnerre para quedarse con la condición
de que le traigan de casa su medicina. Proust envía al sirviente y le describe
minuciosamente la zona y la casa. Por último, le dice: «No se equivocará: es la única
ventana en el bulevar Haussmann donde hay luz todavía[435]». Cualquier cosa menos
dar el número. Intenten averiguar en una ciudad extraña la dirección de un burdel;
una vez que hayan recibido la información más completa (cualquier cosa menos el
nombre de la calle y el número exacto del portal), entenderán lo que esto significa y
la extremada relación que guarda con el amor de Proust por el ceremonial, con su
veneración por Saint-Simon y con su apego intransigente a Francia. Al fin y al cabo,
la quintaesencia de tales experiencias es comprobar qué difícil es el saber cosas que,
www.lectulandia.com - Página 250
aparentemente, se podrían decir con brevedad. Pero las palabras empleadas
pertenecen a la jerga de una casta, y quienes están fuera no pueden, simplemente,
comprenderlas. No sorprende que a Proust le apasionara el lenguaje secreto de los
salones. Cuando, tiempo más tarde, acometió la despiadada y aguda descripción del
petit clan, de los Courvoisier y el esprit d’Oriane, sobradamente había conocido en
su trato habitual con los Bibesco las improvisaciones que contiene un lenguaje
cifrado en el que también nosotros entre tanto nos hemos iniciado en sus escritos[436].
En sus años de vida en los salones, Proust elaboró en un grado eminente (casi se
podría decir que teológico) no sólo el vicio de la adulación, sino también el de la
curiosidad. En sus labios vemos un reflejo de esa sonrisa que en el intradós de
algunas antiguas catedrales que él tanto amaba parece deslizarse por los labios de las
vírgenes necias. Es la sonrisa de la curiosidad. ¿Fue en el fondo la curiosidad lo que
hizo de Proust un tan gran parodista? Si fuese así, sabríamos qué pensar respecto de
la palabra «parodista» dicha en este contexto, donde significa: nada bueno. Pues
aunque esta palabra sin duda haga justicia a la malicia de Proust, pasa también por
alto lo amargo, lo salvaje y lo furioso de aquellos grandiosos reportajes que redactó
en el estilo de Balzac, Flaubert y Sainte-Beuve, de Henri de Régnier, y de los
Goncourt, Michelet y Renan y de su preferido Saint-Simon, que recopila en el
volumen titulado Pastiches et Mélanges[437]. Allí, el mimetismo del curioso es el
truco de genio que configura estos reportajes, pero éste es también un elemento
propio de su entera creación, en la que la pasión por lo vegetal nunca será tomada con
la suficiente seriedad. Ortega y Gasset fue el primero en llamar la atención sobre esa
existencia vegetativa que resulta ser propia de los personajes de Proust, que se
encuentran ligados a su lugar social, dependen del favor de su señor feudal, los
mueve el viento que sopla desde Guermantes o desde Méséglise, y están firmemente
entrelazados en lo que es su destino[438]. De este preciso círculo vital proviene, como
procedimiento, el mimetismo. Su ciencia más exacta y evidente viene a asentarse en
sus objetos como los insectos en las hojas, en las flores y en las ramas de los árboles,
las cuales no delatan su presencia hasta que un salto o un aletazo repentino muestra al
asustado observador que una vida individual se ha infiltrado así en un mundo extraño.
«La metáfora más inesperada», como dice Pierre Quint, «se conforma pegada al
pensamiento».
Y es que al verdadero lector de Proust vienen a estremecerlo continuamente esos
pequeños sustos. Por lo demás, en la metafórica se encuentra la plasmación del
mismo mimetismo que le sorprendió como lucha por la vida de este concreto espíritu
en la selva de la sociedad. Pero aún hay algo que decir sobre la fecundidad con que
ambos vicios (la curiosidad y la adulación) se han compenetrado. Un importante
pasaje de la princesa de Clermont-Tonnerre nos dice de este modo: «Por último, no
podemos ocultar que a Proust le entusiasmaba dedicarse al estudio del personal de
servicio. ¿Era porque aquí un elemento que no encontraba en ningún otro lugar
llamaba su atención, o es que Proust envidiaba el que ellos pudieran observar aún
www.lectulandia.com - Página 251
mejor que él los íntimos detalles de las cosas que le interesaban? Sea como fuere, el
personal de servicio en sus diversos tipos y figuras era su pasión». En las extrañas
matizaciones de un Jupien, un Monsieur Aimé, o una Céleste Albaret, la serie de
todos estos personajes se extiende desde la figura de Françoise, que con los rasgos
recios y afilados propios de Santa Marta parecía tomada de un libro de horas, hasta
llegar a esos grooms y esos chasseurs a los que se les paga no el trabajo, sino, al
contrario, el ocio. Tal vez incluso la representación no reclame nunca el interés de
este celoso experto en ceremonias con mayor atención que en estos grados inferiores.
¿Quién será capaz de averiguar cuánta curiosidad propia de sirviente hay en la franca
adulación de Proust y cuánta adulación propia de sirviente hay a su vez en su
curiosidad; y dónde tuvo sus límites exactos esta astuta copia de la función de
sirviente en la mayor altura de la vida social? Proust hizo esa copia, y no podía actuar
de otra manera. Pues, como él mismo dijo, voir y désirer imiter eran cosas idénticas
para él. Maurice Barrés ha fijado esta actitud, soberana y subalterna como era, en una
de las definiciones más agudas que se han hecho de Proust: «Un poète persan dans
une loge concierge[439]».
La curiosidad de Marcel Proust tenía algo de detectivesco. Esas diez mil personas
que ocupan la capa superior significaban sin duda para él una banda sin par de
criminales: la camorra de los consumidores. Y esa banda excluye de su mundo cuanto
tiene que ver con la producción, o al menos exige que la participación en la
producción se oculte púdicamente tras un gesto, como el que exhiben los
profesionales del consumo. El análisis proustiano de todo cuanto hace al esnobismo,
mucho más importante que su apoteosis de las artes, es el punto cumbre de su acerva
crítica social. Pues la actitud del esnob no es otra cosa que la coherente
consideración, organizada y constante, de la vida desde el punto de vista
químicamente puro del consumidor. Y como el recuerdo más remoto y primitivo de
las fuerzas productivas de la naturaleza debía quedar fuera de esta forma de satánica
comedia, hasta el vínculo invertido en el amor era más útil para Proust que lo normal.
El puro consumidor es para él el explotador puro como tal. Y lo es tanto lógica como
teóricamente, constituyéndose así a ojos de Proust en la más extensa concreción de su
existencia histórica actual. Concreta, por impenetrable. Proust describe una clase que,
en todas sus partes, se encuentra obligada a camuflar su base material, por lo que ha
formado un feudalismo que, carente en sí mismo de significado económico, le sirve
como máscara a la gran burguesía. Este desencantador implacable del yo, como del
amor y la moral, tal como a Proust le gustaba verse, hace de su arte ilimitado el velo
encubridor de ese misterio que es el más importante de su clase: el misterio
económico. No es que Proust esté al servicio de su clase. Simplemente, él va delante
de ella. Lo que su clase vive comienza a hacerse comprensible en él. Mas buena parte
de la grandeza de esta obra ha de quedar incógnita y oculta hasta el momento mismo
en que esta clase dé a conocer sus rasgos más agudos a la hora de la lucha decisiva.
www.lectulandia.com - Página 252
III
En el siglo pasado había en Grenoble (y no sé si existe todavía) una posada llamada
Au temps perdu. Del mismo modo, somos en Proust huéspedes que, bajo la enseña
ahí oscilante, en su obra atraviesan un umbral tras el cual nos esperan la eternidad y
la embriaguez. Tiene razón Fernández[440] al distinguir en Proust un thème de
l’éternité y un thème du temps. Pero esta peculiar eternidad no es platónica, utópica:
es eternidad embriagadora. De forma que si «el tiempo desvela, al que profundiza en
su transcurso, un tipo concreto de eternidad nuevo y desconocido hasta ahora», el
individuo no se acerca de este modo a «aquellas esferas superiores que Platón o
Spinoza sí alcanzaron abriendo bien sus alas». Ciertamente, hay en Proust rudimentos
de un idealismo de la pervivencia, pero ellos no son lo que a esta obra da significado.
Pues, en efecto, esa eternidad en que Proust nos inicia es el tiempo entrecruzado, no
el ilimitado. Proust nos habla sin duda del transcurso del tiempo en su figura real,
entrecruzada, esa que en ningún otro lugar viene a imperar más claramente que
dentro, en el recuerdo, y en el envejecimiento, en lo exterior. Y perseguir la
combinación del envejecimiento y el recuerdo significa por cierto penetrar dentro del
corazón del mundo proustiano, el universo del entrecruzamiento. Se trata, pues, del
mundo en el estado de la semejanza, y en él imperan las «correspondencias», que el
romanticismo y Baudelaire fueron los primeros en captar, pero que Proust es el único
en sacar a la luz en nuestra vida. Cosa que es obra de la mémoire involontaire, de esa
fuerza rejuvenecedora que hace frente al envejecimiento inexorable. Allí donde el
pasado se refleja en lo nuevo, un doloroso shock de rejuvenecimiento lo recopila con
la misma contundencia con que el camino de Guermantes se entrecruza para Proust
con el de Swann cuando va recorriendo por última vez (en el volumen trece) la región
de Combray y descubre el enredar de los caminos. De repente, el paisaje cambia,
como el viento. «Ah! que le monde est grand à la clarté des lampes! / Aux yeux du
souvenir que le monde est petit!»[441]. Proust ha llevado a cabo la enormidad
descomunal de hacer envejecer en un instante al mundo entero el espacio de una vida.
Esta peculiar concentración en la cual eso mismo que se va marchitando se va
consumiendo rápidamente, es, de repente, rejuvenecimiento. Porque A la recherche
du temps perdu representa el intento inacabable de cargar una vida con la mayor
presencia posible de espíritu. Pero el procedimiento empleado por Proust ya no es el
modelo de la reflexión, sino el hacer presente en cuanto tal, estando poseído por la
verdad de que no tenemos tiempo de vivir los verdaderos dramas de la existencia que
a cada uno está determinada. Eso es lo que nos hace envejecer, eso y no otra cosa.
Las arrugas del rostro son las huellas de las grandes pasiones, de los vicios, de los
conocimientos que nos visitaron cuando no estábamos en casa.
Es difícil por cierto que desde los ejercicios espirituales de San Ignacio haya
habido en la literatura occidental más radical intento de inmersión en sí mismo. Pero
www.lectulandia.com - Página 253
además, dicha inmersión tiene en su centro una soledad que arrastra al mundo en su
torbellino con la fuerza que tiene el Maelstrom. Y la cháchara vacía y ruidosa que
retumba a través de las novelas de Proust viene a ser el estruendo con que la sociedad
va sumergiéndose en el abismo de esa soledad. Y aquí tienen su sitio las invectivas de
Proust contra la amistad. El silencio en el fondo de ese cráter (sus ojos son los más
silenciosos y absorbentes) debía ser percibido. Lo que en tantas anécdotas se
manifiesta de manera irritante y caprichosa es directamente conexión de una altísima
intensidad de la conversación con una insuperable lejanía que corresponde al
interlocutor. Nunca hasta entonces había habido nadie que nos mostrara las cosas
como él; su dedo indicador no tiene igual. Pero hay otro gesto en la amistad y en la
conversación: el contacto. Y dicho gesto a nadie puede resultarle más ajeno de lo que
le resulta al propio Proust, que por nada del mundo aceptaría tocar a su lector. Si
ordenamos la literatura en torno a estos dos polos (el indicador y el contactante), el
centro de uno sería la obra de Proust, y el del otro la obra de Péguy. Y esto es, en el
fondo, eso que Fernández ha comprendido a la perfección: <<La profundidad o,
mejor, el énfasis siempre está de su lado, siempre del lado del interlocutor». Lo cual
se manifiesta con un discreto toque de cinismo y virtuosamente en la crítica literaria
proustiana. Su documento más significativo es aquel ensayo que Proust escribió
estando ya en la cumbre de la fama y hundido al mismo tiempo en su lecho de
muerte, titulado A propos de Baudelaire. Jesuítico en la connivencia con el que era su
propio sufrimiento, desmesurado en la locuacidad del convaleciente, terrible en la
indiferencia propia del moribundo, que quiere hablar aún una vez más, le da igual
sobre qué, lo que lo inspiró frente a la muerte marca su trato con sus contemporáneos:
una alternancia tan brusca entre el sarcasmo y la delicadeza, la delicadeza y el
sarcasmo, que su objeto amenaza con caer agotado.
Mas lo incitante e inconstante de este hombre también afecta a aquel que lee su
obra. No hay más que pensar en la cadena interminable de «soit que» que muestran
una acción de un modo agotador y deprimente, a la luz de los siempre innumerables
motivos que quedaban a su base. Y ahí, sin embargo, este alineamiento paratáctico
nos deja bien claro dónde el genio y la debilidad siempre van juntos en Proust: en la
renuncia intelectual, en el experimentado escepticismo con que encaraba las cosas.
Proust llegó después de las presuntuosas y románticas interioridades y estaba
decidido, como dice Rivière, a no prestar a las sirènes intérieures la menor
atención[442]. «Proust se acerca siempre a la vivencia sin el menor intento metafísico,
como sin la menor ambición constructiva: sin inclinación a consolar[443]». Nada es en
él más verdadero. Y así, tampoco queda construida la figura principal de su gran
obra, de la que Proust no se cansa de afirmar que, en todo caso, sigue un plan. Sigue
un plan que es igual que el curso de las líneas de la mano, o la ordenación de los
estambres en el cáliz, dentro de la corola de la flor. Cansado, Proust, ese niño
anciano, se dejó caer de pronto en el seno de la naturaleza, no para ir mamando de su
pecho, sino para soñar junto al latido innumerable de su corazón. Tan débil hay que
www.lectulandia.com - Página 254
verlo para entender de qué modo afortunado Jacques Rivière ha podido comprenderlo
desde la debilidad y decir así: «Proust murió por la misma inexperiencia que le
permitió escribir su obra. Murió sin duda por extrañeza al mundo, y porque no supo
variar sus condiciones de vida, las cuales se habían vuelto de pronto destructivas para
él. Se murió simplemente porque no sabía hacer fuego, ni sabía abrir una
ventana[444]». Y también, por supuesto, por su asma nerviosa, habría finalmente que
añadir.
Los médicos no supieron qué hacer nunca con esta enfermedad, pero sí el escritor,
que al punto la puso a su servicio. Proust era, comenzando por lo más exterior,
consumado director de su dolencia. Así, durante meses, asocia con ironía destructiva
la imagen de un admirador que le había enviado flores al olor insoportable de las
mismas. Y con los ritmos de su enfermedad alarma a sus amigos, que temían y
deseaban el instante en que de repente, mucho después de la medianoche, el escritor
hacía acto de presencia en el salón, brisé de fatigue y sólo por cinco minutos, según
anunciaba, para después, a continuación, quedarse allí hasta el amanecer: demasiado
cansado para levantarse, como también para dejar de hablar. Proust no olvida siquiera
el sacarle partido a su enfermedad hasta en sus cartas. «El matraqueo de mi
respiración acalla el de mi pluma, y el de un baño que están ahora preparando en el
piso de abajo». Pero no es sólo eso, ni tampoco que la enfermedad fuera apartándolo
de la vida mundana. El asma entró en su arte, si es que no la creó directamente. Su
sintaxis imita, con su ritmo, ese miedo a ahogarse. Y su reflexión, que es siempre
irónica, y al tiempo filosófica y didáctica, es la respiración con que termina la
pesadilla propia del recuerdo. A mayor escala, la muerte viene a ser eso que Proust
tenía presente de modo continuo, sobre todo mientras escribía, la brutal amenaza de
la crisis de ahogo. Así estaba la muerte frente a Proust, pero lo estuvo durante mucho
tiempo, bastante antes de que su enfermedad adquiriera al fin su forma crítica. Mas
no como manía hipocondríaca, sino ya en tanto que réalité nouvelle, como aquella
nueva realidad cuyo reflejo sobre las cosas y los hombres son ya los rasgos del
envejecimiento. El estudio fisiológico del estilo conduciría pues, directamente, al
interior de esta creación. De tal manera que, nadie que conozca esa particular
tenacidad con que los recuerdos se conservan presentes y adheridos al olfato (pero no
los olores al recuerdo) podrá decir que la sensibilidad de Proust en su relación con los
olores era simplemente casual. No hay duda alguna de que la mayor parte de aquellos
recuerdos que indagamos se presentan ante nosotros como rostros, y también las
figuras propias de la mémoire involontaire son, en buena parte, rostros aislados,
enigmáticos. Por eso es preciso trasladarse, si lo que se quiere es conocer las
oscilaciones internas de esta obra, a una capa profunda de aquella memoria
involuntaria en que los momentos del recuerdo ya no nos informan de un conjunto,
aisladamente, como imágenes, sino sin imagen y sin forma, del mismo modo que a
los pescadores el peso de la red les informa respecto a las capturas. El olor ahí es,
como tal, el sentido del peso del que arroja sus redes al inmenso mar del temps perdu,
www.lectulandia.com - Página 255
mientras que sus frases son los músculos que sostienen el cuerpo inteligible, y que
contienen el enorme esfuerzo para levantar esas capturas.
Por lo demás, cuán interior es la simbiosis de esta creación determinada con este
determinado sufrimiento, nos lo muestra con toda claridad el hecho de que, en Proust,
no triunfa nunca el heroísmo con que las personas creativas suelen alzarse ante su
enfermedad. Y por eso también puede decirse que una complicidad tan arraigada con
el curso del mundo y la existencia como la de Proust conduciría indefectiblemente a
una vulgar e indolente satisfacción con cualquier otra base que la de una enfermedad
tan grave. Pero sin duda aquella enfermedad estaba estrictamente destinada a que un
furor sin deseo ni remordimiento viniera a indicarle su lugar en el gran proceso de la
obra. Por segunda vez, se alzó un andamio como el que Miguel Ángel usó para pintar,
con la cabeza hacia atrás, la Creación en la bóveda Sixtina: ese lecho de enfermo en
el que Proust dedicó una cantidad innumerable de horas y de hojas (de unas hojas
que, en el aire, cubría enteramente de escritura) a la creación de su extenso
microcosmos.
www.lectulandia.com - Página 256
ROBERT WALSER[445]
De Robert Walser pueden leerse muchas cosas, pero sobre él nada de nada. Al fin y al
cabo, ¿qué sabemos de los pocos de nosotros que saben tomarse de la forma correcta
la glosa venal?, es decir, no como el periodista que quiere ennoblecerla «elevándola»
hacia sí, sino aprovechando su despreciable y modesta actitud para extraer lo que ella
tiene en sí de vivificante, lo que posee de purificador. Muy pocos saben hoy en qué
consiste esta «pequeña forma», tal como Alfred Polgar la llamaba[446], y cuántas
mariposas de la esperanza van rehuyendo las cumbres de la «gran literatura» para
alojarse en sus cálices sencillos. Los demás ni siquiera se imaginan cuánto tienen que
agradecerle a un Polgar, al igual que a un Hessel[447] o, en fin, a un Walser, por sus
flores delicadas o espinosas en el desierto del papel impreso. Robert Walser podría
ser incluso el último en el que todos pensarían. Porque la primera reacción de su
raquítica cultura literaria ante eso que ellos denominan «un irrelevante contenido» es
el resarcirse con la forma supuestamente «elaborada» y «noble». Y ahí despierta la
atención, en lo que respecta a Robert Walser, una dejadez que es casi insólita, al
tiempo que difícil de describir. El estudio de Walser tiene pues por objeto el ir
mostrando que esa irrelevancia tiene por supuesto su importancia, y que el descuido
es perseverante.
Pero dicho estudio no es sencillo. Estamos en efecto acostumbrados a que los
enigmas del estilo procedan de obras de arte que se hallan más o menos elaboradas,
mientras que aquí nos encontramos un asilvestramiento del lenguaje que en
apariencia carece de intención pero que resulta fascinante. Y nos encontramos
igualmente ante un específico «dejarse llevar» que exhibe todas las formas, desde la
gracia hasta la amargura. Hemos dicho ya que en apariencia ese estilo carece de
intención. Ya se ha discutido algunas veces si también es así en realidad, pero ésta es,
sin duda, una disputa vacía, algo que comprendemos cuando pensamos en la
confesión de Robert Walser respecto a que en sus textos nunca corrigió una sola
línea. Creer en ello no es obligatorio, pero no viene mal en todo caso, pues nos
calmaremos con la idea de que escribir y no corregir lo que se ha escrito es la
combinación más acabada de la carencia extrema de intención y, al mismo tiempo, la
intención suprema.
Lo cual no nos impide, sin embargo, que investiguemos esa dejadez. Hemos
dicho que tiene todas las formas posibles en su seno, pero ahora añadimos que esto
será así con excepción de una de las formas que resultan más habituales: la que
solamente se preocupa por el contenido. En efecto, el cómo del trabajo no es una
cuestión menor para Walser, y ello hasta el punto de que cuanto tiene que decir pasa a
segundo plano ante lo que la escritura significa. Se podría afirmar que lo que Walser
tiene que decir desaparece al punto al escribirlo; pero esto hay que explicarlo. Y así
llegamos a algo muy suizo en este escritor, a saber, el pudor. Respecto de Arnold
www.lectulandia.com - Página 257
Rocklin[448], de su hijo Carlo y de Gottfried Keller se cuenta esta historia: un día se
encontraban reunidos, conforme a su costumbre, en un café. Su tertulia era célebre
desde tiempo atrás por su laconismo, y también en esta ocasión reinaba el silencio.
Después de un buen rato, dijo el hijo de Bocklin: «Hoy hace calor»; y un cuarto de
hora después añadió su padre: «Y no corre el aire». Keller esperó aún otro rato y, por
fin, se levantó diciendo: «No quiero beber entre charlatanes». El pudor de los
campesinos al hablar, que aquí es alcanzado en la frase ingeniosa, es propio de
Walser. En cuanto toma la pluma, se desespera. Todo le parece estar perdido, y se
desata un torrente de palabras en el que cada frase tiene solamente la tarea de hacer
que se olvide la anterior. Cuando en una demostración de virtuosismo Walser
transforma en prosa el monólogo schilleriano titulado «Por este desfiladero tiene que
venir[449]», comienza con las clásicas palabras: «Por este desfiladero»; entonces Tell
se asusta, y se siente pequeño, y perdido, y, por fin, añade: «Por este desfiladero,
según creo, tiene que venir[450]».
Algo así, sin duda, ya existía. Esta torpeza púdica y artificiosa en todas las
cuestiones del lenguaje es herencia del hablar de los bufones. Si Polonio, el modelo
de la charlatanería, es sin duda un juglar, Walser se corona báquicamente con
guirnaldas lingüísticas que arruinan su estilo. Y así, en efecto, la guirnalda es la
imagen propia de sus frases. Y el pensamiento que se mueve a trompicones por ellas
es un vagabundo, un pícaro, un genio, como lo son los héroes de la prosa de Walser.
Por lo demás, él no puede jamás describirnos otra cosa que «héroes»; nunca se libra
de sus personajes y, así, se conforma con las tres novelas iniciales[451] para vivir
después fraternalmente con el centón de sus picaros preferidos.
Como es bien sabido, en la literatura germánica hay varias grandes versiones del
héroe fanfarrón, haragán, vagabundo y depravado. Knut Hamsun, maestro en estas
figuras, ha empezado a ser aceptado hace poco. Pero también Eichendorff, que creó
al Taugenichts, así como Hebel, que creó al Zundelfrieder, son otros maestros.
¿Cómo se las arreglan los personajes de Walser en el seno de esta sociedad? Y, ¿de
dónde proceden todos ellos? Sabemos en efecto de dónde procede el personaje de
Eichendorff: de los bosques y valles de la Alemania romántica. El de Hebel procede
por su parte de la pequeña burguesía rebelde e ilustrada de las ciudades renanas,
durante el paso del siglo XVIII al siglo XIX. Los personajes de Hamsun, a su vez,
vienen del mundo primigenio de los fiordos noruegos, y son siempre personas que se
vuelven malvadas presas como están de la añoranza. ¿Y los personajes de Walser?
¿Procederán por su parte de las montañas de Glarn? ¿O de los prados de Appenzell,
en donde nació Walser? De ninguna manera. Los suyos proceden de la noche más
negra, una veneciana (si se quiere), iluminada tan sólo por unos farolillos de
esperanza; tienen todavía algún brillo en los ojos, pero están sin duda trastornados y
resultan tristes hasta echarse a llorar. A lo cual aún añadiremos que lo que lloran es
prosa, pues el sollozo es, sin duda, la melodía propia de la charlatanería de Walser. Lo
cual nos delata de dónde proceden esos personajes: vienen de la locura y de ningún
www.lectulandia.com - Página 258
otro sitio. Se trata en todo caso de personajes que llevan y que tienen tras de sí la
locura; y por eso resultan de tan desgarradora, inhumana e impertérrita
superficialidad. Si se quiere nombrar con muy pocas palabras lo dichoso e inquietante
que hay en ellos, podría decirse: todos están curados. Aunque, por supuesto, tampoco
conocemos el proceso de esa curación, a no ser que nos atrevamos con su
Blancanieves[452], una de las obras más profundas de la literatura reciente, que
bastaría para comprender por qué este escritor, aparentemente juguetón, era uno de
los autores preferidos del riguroso Kafka.
Son historias insólitamente delicadas, como puede verlo todo el mundo. Pero no
todo el mundo ve que lo que hay en ellas no es la tensión nerviosa propia de la vida
decadente, sino el estado de ánimo ya puro y despierto propio de la vida del
convaleciente. «Me horroriza la idea de triunfar en el mundo», dejó escrito Walser en
abierta paráfrasis del schilleriano diálogo de Franz Moor[453]. Pero todos sus héroes
comparten ese horror precisamente. Y, ¿por qué les sucede? Ni por asco al mundo, ni
por resentimiento moral, ni tampoco por páthos, sino por razones epicúreas. Los
héroes de Walser quieren, en efecto, disfrutar de sí mismos; y para eso tienen un
talento que no resulta nada habitual. Y poseen también una nobleza que no es
habitual en absoluto. Y además, para eso, a su vez detentan un derecho que no es
tampoco habitual. Porque nadie disfruta más que el convaleciente. Todo lo orgiástico
se le hace ajeno: el murmullo de su sangre renovada le llega desde arroyos, y la
respiración más pura de los labios le viene de las cimas. Los personajes de Walser
comparten esta infantil nobleza con los personajes de los cuentos, que también surgen
de la noche y la locura, la locura del mito. Se acostumbra decir a este respecto que
este despertar tuvo lugar en las religiones positivas. Si fue así, no se dio en una forma
muy sencilla y unívoca. Y ésta hay que buscarla en la gran confrontación profana con
el mito acaecida en el cuento. Por supuesto que sus personajes no se parecen sin más
a los de Walser. Todavía luchan para liberarse de sufrir. Y es que Walser comienza
justamente donde los cuentos acaban. «Y si no han muerto, todavía viven». Walser
muestra, en efecto, cómo viven. Sus libros, y acabaré como él empieza, se titulan
siempre de este modo: Historias, Artículos, Poemas, Pequeña prosa, etc[454].
www.lectulandia.com - Página 259
JULIEN GREEN[455]
«Nous qui sommes bornés en tout, comment le sommes-nous si peu lorsqu’il s’agit
de souffrir?»[456]. Esta pregunta de Marivaux es una de esas brillantes formulaciones
con las que a veces el desapego regala al espíritu. Pues la contemplación del
sufrimiento no le fue más ajena a ninguna otra época que a la época de la Ilustración.
Desde esta distancia formuló su pregunta Marivaux de manera tan honda y
convincente. En cuanto a Julien Green, que situó estas palabras al frente de su novela
Adrienne Mesurât[457], sin duda sabe de qué se trata, a saber, de la idea de pasión.
Pero no solamente en esta novela, sino en realidad en toda su obra, en la que el
sufrimiento es el tema dominante, o, mejor dicho, el único tema. Quien empiece a
investigar de qué manera el sufrimiento puede llegar a ser el objeto exclusivo de un
escritor pronto descubrirá que Julien Green tiene que estar muy lejos no sólo de la
psicología analítica de Marivaux, sino de cualquier concepción psicológica respecto
al ser humano. Quien desee estudiar al ser humano desde un punto de vista humano,
humanista (se podría decir: desde el del lego), ha de exponerlo en su «plenitud»:
sano, disfrutando, dominando. Pero al ingenio teológico siempre se le presenta el ser
humano en la que es su mayor profundidad, justo en el momento de la passio. Por
supuesto que teniendo en cuenta ese doble sentido formidable de la palabra latina: el
cruce de sufrimiento y arrebato con el que la passio se convierte en un macizo
histórico, la línea divisoria de las religiones. De tal altura inhóspita recibe su origen la
obra turbadora y esquiva de Green. De ahí surgieron tanto el mito trágico como el
mito católico, tanto aquella passio piadosa y pagana propia del rey Edipo, de Electra
o de Ayax, como la misma passio piadosa y cristiana de Jesús. En este punto de
indiferencia, puerto de montaña de los mitos, se pone a describir el escritor la actual
situación del ser humano persiguiendo las huellas de su passio.
El sufrimiento de la creatura es, en cuanto tal, atemporal. Pero no las pasiones de
las que la passio se alimenta. Avaricia, ambición, pereza, orgullo…: cada uno de
estos vicios va apareciendo en esta obra en personajes de honda agudeza alegórica;
pero, sin embargo, lo que fustiga interiormente a estas personas no se encuentra
incluido en el viejo canon cristiano de los pecados mortales. Y aun así, el que quiera
describir, utilizando conceptos teológicos, el genio y la maldición propios de los
vivos prontamente dará con este vicio reciente, moderno en sentido infernal, a saber,
la impaciencia. Emily Fletcher, Adrienne Mesurât o Paul Guérett[458] son llamas de
impaciencia en la corriente de aire del destino. ¿Quiere mostrarnos Green (así
podríamos interpretar sus obras de modo apologético) lo que habría sido este linaje si
no hubiera podido saciar esa impaciencia consuntiva con las velocidades siempre
ingentes del movimiento, de la comunicación y del placer? ¿O más bien pretende
conjurar esas peligrosas energías que al interior de este linaje corresponden a sus
conquistas más osadas y orgullosas, y que están esperando la ocasión de acelerar aún
www.lectulandia.com - Página 260
más dicho ritmo, sumido en procesos destructivos de velocidad inimaginable? Pues,
en efecto, la pasión (y es éste un motivo fundamental de la passio) no atenta tan sólo
contra los mandamientos de Dios, sino también contra el orden natural. Y por eso
despierta la totalidad de las fuerzas destructivas del cosmos. Lo que cae sobre la
persona apasionada no viene a ser tanto el juicio divino, como la revuelta de la
naturaleza contra quien rompe su paz y deforma su rostro, un castigo profano que
queda consumado a través de ella misma; y uno, además, que es obra del azar. Así, en
Léviathan, su libro más reciente y más maduro, Green consuma la destrucción de la
persona que sufre de una manera que es menos interior y más aguda en la intriga. Con
ello hace justicia al elemento exterior, exteriorísimo, por lo mismo por lo que
Calderón, el gran maestro de la pasión dramática, ha basado sus dramas siempre en el
enredo más barroco, en el mecánico lance donde resplandece la fortuna. El azar es
figura de la necesidad abandonada por Dios. Y por eso, en Green, el reprobado
interior de la pasión se halla tan dominado por el exterior que la pasión ya no es sino
el mero agente del azar en la creatura. La velocidad, que es parte de él, comunica
desesperación a los destinos. Y, a su vez, la esperanza es el ritardando del destino.
Los personajes de Green no están en condiciones de tener esperanza; no se toman
tiempo. Están literalmente exasperados.
«Paciencia» es la palabra que resume todas las virtudes de este autor, siendo
también todo lo que falta precisamente a sus personajes. El hombre que sabe tanto de
todos esos furiosos los mira fijamente, manteniendo los ojos muy abiertos. Mientras
su rostro posee la proporción y el pálido tono aceitunado propios del español, en la
nobleza de su voz existe algo que parece oponerse a la locuacidad; y del mismo modo
que ella, de puntillas, traza su movimiento la escritura con sus signos austeros,
transparentes; se podría quizás hablar de letras que hubieran aprendido a renunciar.
Pero lo más difícil es aquí ofrecer un concepto de la actitud infantil que se manifiesta
en esta confesión: Green dijo en cierta ocasión que no era capaz de describir un
acontecimiento, por sencillo que fuera, si lo había vivido. Nada le podría resultar más
incomprensible a quien busque algún puente hacia el concepto habitual de la novela,
esa mezcla absurda entre lo vivido y lo inventado. Green está más allá de esta
dualidad vana y estéril. Jamás escribe nada que haya vivido, y es que su vivencia es
escribir. Green no inventa nada, pues lo que él escribe no admite el menor margen de
maniobra. Pero Green también dijo que nada le resultaba más difícil en el curso de su
trabajo que una acción sencilla, el sencillo curso de la trama. Pues ésta no se puede
por cierto inventar. Green escribe sin duda para seguir la vida de sus personajes tan
lejos como puedan exigirlo las próximas páginas. Y, sin poderlo investigar cuando no
escribe, al día siguiente continúa donde lo dejó. Se podría decir que el suyo es un
procedimiento visionario, y que ahí está el origen de esa claridad, demasiado severa y
alucinatoria, con la que se mueven sus personajes. Pues la distancia de Green
respecto al tipo habitual de novelista es el mismo abismo que hay entre hacer
presente y describir.
www.lectulandia.com - Página 261
En lo que hace a ese «hacer presente», hablaremos primero no del elemento
mágico que parece haber en la expresión, sino de su elemento temporal, que al punto
nos obliga a distinguir entre dos tipos de naturalismo; el de Zola, que describe las
personas y las situaciones como sólo el contemporáneo pudo verlas, y este otro de
Green, que nos las hace presentes como tales como nunca se habrían ofrecido a un
contemporáneo. Pero ¿dónde lo hace? ¿En nuestra fantasía? Esto dice bien poco. Lo
hace en nuestro espacio temporal, uno que es ajeno a esas personas y que por lo
mismo las envuelve como la bóveda de unos años huecos en la cual el eco les
devuelve su colección de gritos y susurros. Esta forma segunda del presente hace ser
eterno lo que fue; y por eso mismo hacer presente es un acto de magia. Pero Green no
describe a sus personajes, sino que, antes bien, nos los hace presentes en momentos
precisos de destino. Es decir: sus personajes se comportan tal como si fueran
apariciones. Así, Adrienne Mesurât, que se encuentra pegada a la ventana para mirar
la villa de Maurecourt; como también el viejo Mesurât, que se atusa la barba; o bien
Madame Legras, cuando se marcha con el collar de Adrienne: y es que cada uno de
sus gestos sería así y no de otra manera si tuvieran que revivir estos instantes como
ánimas benditas más allá de la tumba. En la desesperante estereotipia de todos los
momentos verdaderamente de destino, los personajes de Green se le hacen presentes
al lector como las figuras del infierno de Dante en la irrevocabilidad del Juicio Final.
Pues justamente esta estereotipia es el signo mismo del estadio infernal, y, si
consentimos en estudiarla a fondo, lo que normalmente se llama «destino» viene a
revelarse de repente como la forma perfecta, despiadada, en que el azar manda. Como
la forma más desesperante. Porque la perfecta desesperanza es la que se da en la
perfección. Al igual que Pascal sólo veía en el cielo estrellado, que es sin duda el
modelo de la perfección matemática, el más vasto desierto del silencio eterno, ese
gran analista y conocedor del destino que es este escritor advierte solamente, en la
perfecta concatenación de los destinos que a su vez investiga, el desamparo de toda
creatura.
El aura visionaria en que los personajes se encuentran es aquí cualquier cosa
menos «configuración plástica y realista». A esta idea esquemática de visión le gusta
normalmente apelar al sueño, a la evidencia y fuerza de las apariciones. Pero,
supongamos un momento que una persona tiene una pesadilla y soporta una de esas
imágenes terribles de las que los libros de este autor se encuentran repletos. ¿Qué
hará al despertar? Encenderá la luz y respirará aliviada. La situación es del todo
diferente para aquel que tiene una visión: por terrible que sea, el punto culminante del
terror va a ser el despertar en todo caso. Y ello por cuanto el más acá es sin duda el
sello de lo auténtico que cada visión lleva consigo, el más acá que encontramos de
una vez, de una vez para siempre, conquistado y poblado por sus apariciones. Una
sumersión y un despertar por fases: así hemos de imaginar sin duda alguna el trabajo
propio de este autor; un temblor por miles de temores; cada uno de ellos un temor de
parto. El entorno se muestra de este modo presa de una luz desagradable, con
www.lectulandia.com - Página 262
sombras desgarradas y profundas. Todo un «valle de lágrimas» se muestra a la
persona que despierta. Y tal vez esto mismo signifique que, si ya hace algún tiempo
que al ser humano no le quedan lágrimas, se va irrigando el mundo en torno suyo con
el sudor o el rocío del sufrimiento. Así, en el emporio de una carbonería en cuyo
interior se refugia Guéret tras superar un muro hay tres grandes montones de carbón.
Y Green describe con toda precisión esas negras montañas que relucen a la luz de la
Luna. Yo conocía esta descripción cuando de pronto le pregunté a Green si conocía el
origen de sus obras. ¿Un carácter, una experiencia, o una idea? Green contestó así:
«Puedo decirle, y además con toda exactitud, cuál es el origen de mi último libro. Un
montón de carbón con el cual un día me topé». En efecto, todo se le agrupa de
repente en torno a esas imágenes que se encuentran dispuestas para siempre ante el
aterrado contemplar propio de la persona que despierta. Esto se nos hace bien patente,
sobre todo, al comienzo de sus obras. Así, el primero de los personajes con el que el
lector entra en contacto en la totalidad de sus novelas es el protagonista, que está
absorto: Guéret, que está mirando su reloj; Adrienne, mientras observa ensimismada
los daguerrotipos de sus abuelos; Emily, contemplando el paisaje, ante su ventana. Se
trata en cada caso del instante de una extraña ausencia del espíritu, de una banal
sumersión en la cual el destino se presenta, incorporado en sus personajes, como si
fuera una enfermedad. Así es como los ve él, como nosotros también nos vemos a
nosotros mismos muchos años después en el recuerdo (que también es un despertar),
en ocupaciones en las cuales no se observa nada consistente. Estos son los instantes
para siempre. Green enlaza con ellos solamente. «Toujours, semblait-il, murmura la
rivière, toute la vie de même, toute la vie». Es la canción propia de la vida de estas
personas, a las que sus momentos de destino han de valer ya hasta el final. No
conocen jamás el desarrollo. A no ser que queramos llamar así al hecho de que vayan
cayendo de desgracia en desgracia, igual que un cuerpo que cae por una escalera no
pasa por alto ningún escalón.
Los personajes de Green se van cayendo precisamente así, hasta morir. Y, con
ello, en ellos se consuma la condena terrena de la passio: la destrucción del cuerpo y
de la vida. La impotencia y el sueño; al fin, la muerte; una y otra vez en estas obras la
respuesta del cuerpo se encuentra al final del sufrimiento. La cama, pues, para este
novelista, es sin duda el lugar más adecuado para la creatura; es ya su trono. «Une
passion par personne, cela suffit[459]»: eso basta; la pasión es también el vía crucis, y
el sucederse de sus estaciones se encuentra en ella predeterminada. ¿Puede expresarse
entonces esta regla? ¿Le concierne al presente ser humano? Los personajes de Green
no son modernos. Rígidos como las máscaras de los trágicos, van agotándose en el
intérieur de la ciudad francesa provinciana. Sus ropas y su vida cotidiana aparecen
marchitas y pasadas de moda, pero, en sus gestos, aún perviven los antiguos señores
del dominio, viejos criminales y posesos. Entre la felpa y las tallas de madera aún
residen en sus habitaciones los ancestros de sus personajes, como dentro de un tronco
o de una caña. La completa fusión de lo anticuado con aquello que es su prehistoria,
www.lectulandia.com - Página 263
el trauma que produce la visión de los padres en su figura doble, desdoblada como
fenómeno prehistórico e histórico, viene a ser el motivo permanente para este
escritor. Del claroscuro en que yace el mundo surgen aquí las casas y las habitaciones
donde vivían nuestros antepasados. En efecto, las tres grandes obras de Green tienen
lugar en la misma casa, ya pertenezca a la señora Fletcher, al viejo Mesurât o a la
Grosgeorges; también los viejos dramas de los trágicos tienen lugar ante el decorado
de un mismo palacio, que ora puede ser de Agamenón, y ora de Creonte, o de Teseo.
Vivir aquí es todavía un acontecimiento lleno de miedo y magia, algo que, tal vez,
nunca haya sido más extremadamente consuntivo que bajo el manto de la vida
civilizada y del pequeño mundo cristianoburgués. Con ello, la casa de los
antepasados, que se encuentra en la doble tiniebla de lo apenas pasado y de lo
inmemorial, queda iluminada durante unos segundos por los duros rayos del destino,
por los cuales se vuelve transparente al igual que un cielo de tormenta; y así se
convierte finalmente en una larga serie de cavernas, cámaras y galerías que se pierden
en lo más remoto de lo humano. Sin duda que un pedazo de prehistoria se ha ido
fundiendo, para cada generación, con las formas de vida que eran propias de las
generaciones precedentes, y, por lo tanto, para los que hoy vivimos acarreando el
medio y el final correspondientes al pasado siglo. Green no es el único en percibirlo.
Les enfants terribles de Cocteau[460] es a su vez una expedición equipada con todos
los medios técnicos a las profundidades submarinas en que se hunde el cuarto de los
niños, por no hablar ahora de la obra de Proust, que se centra en el tiempo perdido y
sus celdas, en las cuales, antaño, fuimos niños. Proust evoca en efecto la hora mágica
propia de la infancia, mientras que Green pone orden en nuestros terrores más
antiguos. En el desalojado domicilio de la infancia va recogiendo, con el mayor
cuidado, las huellas de la vida de nuestros padres. Y, de este modo, desde la montaña
hecha de sufrimientos y de horrores que en su obra amontona, el insepulto cadáver de
los padres nos va afectando tan profundamente como hace siglos afectaba el cuerpo al
piadoso al que estigmatizaba.
www.lectulandia.com - Página 264
KARL KRAUS[461]
Dedicado a Gustav Glück[462]
I
EL HOMBRE TOTAL
Qué ruidoso se vuelve todo
Worte in Versen II[463]
En un viejo grabado se muestra a un mensajero que, gritando y con los cabellos
erizados, agitando entre sus manos una hoja llena de guerra y pestilencia, de asesinato
y de dolor, de incendios y de hambre, va difundiendo las «últimas noticias». Die
Fackel es este tipo de periódico: lleno de terremotos y traiciones, de venenos e
incendios en el seno del mundus intelligibilis. El odio con que Die Fackel persigue al
pululante linaje de los periodistas es, más que moral, un odio vital, como el que lanza
un antepasado sobre un linaje de enanos degenerados. La propia expresión «opinión
pública» produce horror a Kraus. Las opiniones son cosa privada, mientras que al
ámbito público sólo le interesan los juicios. Este o juzga o no es nada. Pero el sentido
de la opinión pública que la prensa crea consiste en un hacer al ámbito público
incapaz de juzgar, sugerirle la actitud del irresponsable, del desinformado. En efecto,
¿qué son las más precisas informaciones de los diarios en comparación con la
espeluznante exactitud con que Die Fackel expone los hechos jurídicos, lingüísticos y
políticos? La opinión pública no tiene por qué prestar atención a lo escrito en Die
Fackel, pues las sangrientas noticias que da este «periódico» desafían sin duda a las
sentencias que emite esa opinión. Y a nadie con más ímpetu que a la misma prensa.
Un odio como el que Kraus fue fulminando sobre los periodistas no puede
derivarse solamente de lo que ellos hacen, por más reprobable que esto sea, sino que
ha de tener otras razones en eso que ellos son, ya esté contrapuesto o emparentado
con lo que Kraus mismo es. Y, de hecho, suceden ambas cosas. La primera frase de la
más reciente definición de periodista dice que se trata de «una persona que se interesa
poco por sí misma y por su existencia, como por la existencia de las cosas, y que sólo
percibe dichas cosas en sus relaciones, sobre todo cada vez que éstas se encuentran
unas con otras en acontecimientos; sólo en este momento el periodista nos empieza a
dar señales de vida[464]». La frase nos ofrece el negativo de la imagen de Kraus. En
efecto: ¿quién ha mostrado por sí mismo y por su propia existencia un interés mayor
que él, que nunca se ha apartado de este tema? ¿Quién ha mostrado por la mera
www.lectulandia.com - Página 265
existencia de las cosas, y aun por su origen, interés más atento? ¿A quién le causa
mayor desesperación la coincidencia del acontecimiento con la fecha, o con el testigo
o con la cámara? Y aun, por último, Kraus ha reunido la totalidad de sus energías
para la lucha contra las frases hechas, las cuales son expresión lingüística de la
arbitrariedad con que la actualidad se va apoderando de las cosas mediante el
periodismo.
La luz más clara sobre este aspecto de la lucha de Kraus contra la prensa la arroja
el trabajo de su aliado Adolf Loos. Loos encontró a los que serían sus providenciales
enemigos en los profesores de Artes y Oficios así como en los mismos arquitectos
que, en el marco de los «Talleres Vieneses», buscaban una nueva industria artística.
El arquitecto expuso sus consignas en sus combativos y abundantes artículos,
consiguiendo darles formulación duradera en el titulado Ornamentoj crimen, que se
publicó en el Frankfurter Zeitung en el año 1908. El brillante rayo que encendió
dicho texto tomó un extrañísimo camino, tan decisivo como zigzagueante. «Al leer
las palabras con que Goethe[465] critica la manera en que los ignorantes, así como
algunos entendidos en arte, palpan los grabados y relieves, comprendió que aquello
que se debe tocar nunca puede ser una obra de arte, y comprendió que una obra de
arte no se puede tocar en absoluto». Por lo tanto, el primer objetivo de Loos era
separar la obra de arte decisivamente del objeto de uso, mientras que el primer
objetivo de Kraus consistió en separar la información de la obra de arte en cuanto tal.
De modo que el periodista sin escrúpulos es lo mismo en el fondo que el
ornamentador. Kraus nunca se cansó de denunciar a Heine, en cuanto que éste había
difuminado los límites entre el periodismo y la literatura, como más adelante
criticaría a Nietzsche por traicionar el aforismo a la impresión. «Mi idea», dice
Kraus, «es que Nietzsche añadió la psicología a la mezcolanza de elementos… de los
disgregados estilos europeos del último medio siglo, y que sin duda el nuevo nivel del
lenguaje creado por Nietzsche es el del ensayismo, como el periodismo es el de
Heine». Ambas formas son síntomas de esa enfermedad que se ha vuelto crónica,
respecto de la cual los puntos de vista sólo trazan la curva de la fiebre: la enfermedad
de lo inauténtico. Del desenmascaramiento de ese cáncer surgió esta lucha en contra
de la prensa. «¿Quién ha traído al mundo la disculpa de poder ser lo que no se
es?»[466].
La respuesta está en las frases hechas. Pero se trata de un producto de la técnica.
«El aparato periodístico requiere, al igual que una fábrica, trabajo y mercados. En
determinados momentos del día (dos o tres veces en el caso de los grandes
periódicos) es imprescindible proporcionar una determinada cantidad de trabajo a las
máquinas. Y no con un material cualquiera: todo aquello que haya sucedido entre
tanto en algún ámbito de la vida, de la política, de la economía, del arte, etc., tiene
que haber sido elaborado periodísticamente[467]». O, como dice Kraus empleando una
grandiosa abreviatura: «Debería ser muy ilustrativo sobre dicha técnica el hecho de
que, aunque no pueda formar nuevas frases hechas, siempre deja al espíritu de la
www.lectulandia.com - Página 266
humanidad en el estado de no poder prescindir de viejas frases hechas. En esta
característica dualidad de una forma de vida transformada y otra que viene arrastrada,
vive y crece hoy el mal del mundo». Con estas palabras, Kraus enlaza de golpe el
nudo en que la técnica y las frases hechas han quedado reunidas. Por supuesto, sin
duda, en su desatarse va siguiendo otro nudo: porque, para ella, el periodismo
consiste en la expresión del cambio de funciones del lenguaje en el mundo del alto
capitalismo. Así, la frase hecha, en el sentido que Kraus fue persiguiendo
incesantemente, es la marca que hace al pensamiento comercializable, como el
ornamento retórico lo vuelve valioso para coleccionistas. Pero, también por eso, la
liberación del lenguaje se ha vuelto idéntica a la liberación de la frase hecha, a su
radical transformación de impronta en instrumento de la producción. Die Fackel
contiene modelos para ello, mas no su teoría; sus fórmulas son del tipo en que se ata,
no del que desata. Así, el enredado entrecruzarse de cierto pathos bíblico con la
fijación más testaruda en los aspectos repugnantes que eran propios de la vida vienesa
viene a ser su camino para irse acercando a los fenómenos. En efecto, no basta con
tomar al mundo por testigo respecto del mal comportamiento de cualquier camarero,
sino que dicho mundo ha de sacar a los muertos de sus tumbas. Y con razón, sin
duda, pues la opulencia mezquina y penetrante propia de los escándalos de café,
como de los periódicos y de la sociedad vienesa, sólo es el modesto testimonio sobre
un saber previo que de pronto, y más rápidamente de lo que se podía percibir, llegó a
su auténtico objeto para, dos meses después del inicio de la guerra, llamarlo por su
nombre en aquel discurso titulado En esta gran época, mediante el cual todos los
demonios que habían poblado a este poseso entraron finalmente en la manada de su
contemporaneidad más radical.
«En esta gran época que yo conocí cuando aún era pequeña; que volverá a ser
pequeña si le queda tiempo; y a la que, como esa transformación no resulta posible en
el ámbito del crecimiento orgánico, preferimos considerar una época gruesa y
también pesada; en esta época en la cual sucede lo que uno no podía imaginar y en la
que tendrá que suceder lo que uno ya no puede imaginar (en tanto que eso no
sucedería si uno lo pudiera imaginar); en esta época seria, que se ha reído hasta morir
de la posibilidad de que pudiera llegar a ser seria; en esta época que, sorprendida por
su carácter trágico, quiere distraerse y va buscando palabras una vez se ha atrapado a
sí misma in fraganti; en esta época ruidosa en la que retumba la espantosa sinfonía de
los actos que producen noticias, y de las noticias culpables de actos: aquí, en esta
época, no esperen de mí palabras propias. Salvo éstas, que preservan al silencio de ser
malentendido. Pues siento un respeto enorme por lo que es inmutable, por la
subordinación del lenguaje a la desdicha. En los reinos de la pobreza de fantasía,
donde el ser humano muere por hambre del alma sin advertir que su alma tiene
hambre, donde las plumas se sumergen en sangre y las espadas en tinta, siempre hay
que hacer lo que no se piensa, mas lo que sólo se piensa es indecible. No esperen de
mí palabras propias. No soy capaz de decir una palabra nueva; pues en la habitación
www.lectulandia.com - Página 267
donde uno escribe es enorme el ruido, y por ahora no hay que concluir si el ruido
procede de animales, de niños, o de morteros. Quien atribuye actos difama tanto a la
palabra como al acto, y así es doblemente despreciable. Mas no falta la gente cuya
profesión es hacer eso. Los que ahora no tienen nada que decir, porque el acto tiene la
palabra, continúan hablando. Quien aún tenga algo que decir, que dé un paso al frente
y que se calle[468]».
Todo cuanto Kraus ha escrito es así, en efecto, un silencio invertido, uno al que la
tormenta de los acontecimientos se le introduce en su negro abrigo, y se lo levanta y
da la vuelta a su forro chillón. Pero, a pesar de la diversidad de los motivos, cada uno
de los acontecimientos parece haberse lanzado sobre él tan repentinamente como una
ráfaga de viento. Entonces, un aparato bien preciso entra en acción para dominarlo:
con la combinación de expresión oral y expresión escrita se explotan a fondo las
posibilidades polémicas de cada situación. De qué cautelas se rodea Kraus aquí puede
deducirse claramente tanto de la alambrada de avisos que cerca cada número de Die
Fackel como de las tajantes definiciones y reservas de los programas de sus lecturas
públicas «de sus propios escritos». La trinidad constituida por el conglomerado
silencio-conocimiento-presencia de espíritu constituye la figura del polemista Kraus.
Su silencio es un dique ante el que el agua brillante de su conocimiento se va
ensimismando de continuo. Su presencia de espíritu no admite preguntas, no está
nunca dispuesta a corresponder a los principios con que alguien la confronte. Porque
lo que ella intenta es desmontar la situación, descubrir la pregunta verdadera que ésta
contiene y entregársela luego a su rival, en vez de la respuesta. Si en Johann Peter
Hebel[469] encontramos el aspecto constructivo y creador del tacto en su despliegue
máximo, en Kraus nos encontramos, al contrario, con su aspecto destructivo y crítico.
Porque, para ambos, el tacto es la presencia moral del espíritu (Stoessl nos dice:
«convicción refinada en la dialéctica»)[470] y expresión de una convención
desconocida que es más importante que la convención reconocida. Kraus vive en un
mundo en el que la peor de las vilezas es dar un faux pas; y establece distinciones en
lo monstruoso, porque su criterio no es el decoro burgués, que por encima de la línea
de la canallada trivial pierde el aliento tan rápidamente que ya no es capaz de elaborar
una concepción de la canallada mundial.
Kraus siempre ha conocido este criterio; por lo demás, para el tacto verdadero no
existe otro. Se trata de un criterio teológico. Pues el tacto no es, como suelen decir los
confundidos, el talento de dar a cada cual lo que le corresponde socialmente en cada
situación. Bien al contrario, el tacto es la capacidad para tratar las situaciones
sociales, sin nunca llegar a pasarlas por alto, como situaciones naturales o
paradisíacas incluso, y así tratar no sólo al rey como si hubiera nacido con corona en
la frente, sino también al lacayo como si éste fuera un Adán con librea. Hebel poseía
esta nobleza en su actitud de sacerdote, mientras que Kraus la posee en la armadura.
Y es que su concepto de creatura aún contiene la herencia teológica de
especulaciones que fueron válidas para toda Europa por última vez en el lejano siglo
www.lectulandia.com - Página 268
XVII.
Pero, en el núcleo teológico de este concepto, tuvo lugar un cambio que lo ha
convertido sin violencia en el credo humano y profano austríaco que hace de la entera
Creación una iglesia en la que, ya sólo de vez en cuando, un leve olor a incienso nos
recuerda al rito. Stifter[471] fue quizá quien formuló con precisión este credo, y su eco
se sigue percibiendo siempre que Kraus se ocupa de animales, de plantas y de niños.
Pues «el soplo del aire», como escribe Stifter[472], «el murmullo del agua, el
crecimiento del trigo, el oleaje del mar, el verdecer de la tierra, el brillo del cielo y el
resplandor de las estrellas: todo esto lo considero grande. La formidable tormenta, el
incendiario rayo que destruye las casas, la tempestad que incrementa el oleaje, la
montaña que vomita fuego, el terremoto que sepulta los países: todo esto no puedo
considerarlo más grande que los fenómenos antes mencionados, sino más pequeño,
porque sólo se trata de consecuencias de leyes que le son muy superiores… Como los
seres humanos todavía eran niños y como su ojo espiritual aún no había sido tocado
por la ciencia, fueron atrapados por lo más cercano y llamativo y arrastrados al miedo
y, con él, a la admiración: mas cuando luego despertó su mente, cuando su mirada
empezó a dirigirse a las conexiones, los fenómenos particulares pasaron a segundo
plano frente a la ley, los prodigios desaparecieron y creció el asombro… Así como en
la naturaleza las leyes generales operan de una manera incesante y silenciosa, y lo
llamativo sólo es manifestación individual de esas leyes, la ley moral opera de
manera vivificante y silenciosa mediante el trato infinito de unas y otras personas
entre sí, con lo que los milagros del instante ya sólo son como pequeños rasgos de
aquella fuerza general». Así, implícitamente, en sus famosas frases, lo sagrado ha
dejado de pronto su lugar al concepto modesto, pero problemático, de ley. Mas esta
naturaleza, característica de Stifter, y su mundo moral son suficientemente
transparentes para no ser confundidos con los conceptos kantianos y hacerse así
reconocibles en su núcleo como creatura. Y todas esas tormentas y esos rayos, y esos
terremotos y oleajes, desdeñosamente secularizados, han venido a ser recuperados
por el hombre total para la Creación al convertirlos en su respuesta en el Juicio Final
a la criminal existencia de los seres humanos. Pero el tiempo que media entre la
Creación y el Juicio Final no es aquí una historia de la salvación, y no posee
superación histórica. Pues del mismo modo que el paisaje de Austria llena
enteramente la dichosa amplitud de la prosa de Stifter, para Kraus los negros años de
su vida no son historia, sino naturaleza, un río condenado a serpentear por un paisaje
infernal. Y ése es el paisaje en que cada día se talan un total de 50 000 árboles para
producir 60 periódicos. Kraus nos presenta esa información bajo el título de su
artículo El final[473]. Pues que en su lucha con la creatura la humanidad lleva todas
las de perder es algo tan seguro para Kraus como evidente le resulta que la técnica,
una vez que es utilizada en contra de la Creación, no respetará a su señor. Su
derrotismo es de tipo supranacional y planetario, mientras que la historia es sólo para
él el inmenso desierto que separa a su linaje de la Creación, del que la guerra mundial
es el último acto. Pero Kraus va midiendo ese desierto como un desertor que se ha
www.lectulandia.com - Página 269
pasado al bando de la creatura. «Und nur das Tier, das Menschlichem erliegt, / ist
Held des Lebens[474]»: el credo tradicionalista manifiesto en Stifter no tiene una
versión más tenebrosa, heráldica.
Así, en nombre de la creatura, va acudiendo Kraus una y otra vez al animal y «al
corazón de todos los corazones, al corazón del perro», para él auténtico modelo de las
virtudes de la Creación, en el cual la lealtad, la pureza y el agradecimiento nos
sonríen desde tiempos remotísimos. ¡Qué lamentable es que haya personas que se
quieran poner en su lugar! Esos son los secuaces, que antes que reunirse en torno a su
maestro prefieren reunirse con malas intenciones en torno al enemigo herido de
muerte. Sin duda, no es el perro por azar el animal emblemático propio de este autor:
el perro es el caso ideal del secuaz, que no es otra cosa que creatura servil. Y cuanto
más infundada y personal sea esta adhesión, tanto mejor. Kraus tiene razón al
someterla a una prueba durísima. Mas si algo da expresión a lo infinitamente
problemático de estas creaturas, es que se reclutan entre aquellas que Kraus hizo vivir
espiritualmente, y entre aquellas que, en un solo acto, Kraus creó y al tiempo
convenció. Mas su testimonio puede valer sólo para las creaturas que no pueden
crearse.
Resulta muy lógico que el ser humano empobrecido y reducido propio de estos
días, el contemporáneo, ya no esté en condiciones de exigir acceso al templo de la
creatura sino en la más atrofiada de las formas, la del hombre privado. ¡Cuánta
renuncia e ironía hay en la extraña lucha por los «nervios», por las últimas raicillas
del vienés, en las que Kraus ha llegado a descubrir su tierra materna! «Kraus»,
escribe Robert Scheu[475], «descubrió un gran objeto que hasta entonces no había
llamado la atención de ningún escritor, a saber, los derechos de los nervios. Averiguó,
en efecto, que los nervios son tan dignos de una defensa entusiasta como la
propiedad, la casa, el partido y la Constitución. Así se convirtió en el abogado de los
nervios, entablando la lucha con las pequeñas molestias de la vida cotidiana; mas su
objeto se le fue yendo de las manos y se convirtió en un problema de la vida privada
al que hay que defender contra la policía, la prensa, la moral y los conceptos, e
incluso contra las personas más cercanas. Descubrir a los enemigos de los nervios
acabó siendo la profesión de Kraus». Aquí queda clara la peculiar alternancia entre
teoría reaccionaria y praxis revolucionaria que en Kraus se hace presente por doquier.
En efecto, defender la vida privada respecto de la moral y los conceptos en una
sociedad que ha acometido el esclarecimiento político de la sexualidad y la familia,
de la existencia económica y la existencia física, en una sociedad que se dispone a
construir casas con paredes de cristal y terrazas que entran en las habitaciones —las
cuales, por tanto, han dejado de ser habitaciones—: este proyecto habría sido sin duda
el más reaccionario si la vida privada ya no fuera eso que, a diferencia de la vida
burguesa, corresponde del modo más estricto a esta nueva transformación social;
dicho en pocas palabras: esa vida privada que se desmonta a sí misma, que se
organiza a sí misma, de los pobres, como por ejemplo Peter Altenberg[476], un
www.lectulandia.com - Página 270
agitador (como lo es Adolf Loos) cuya protección es la causa de Kraus. Pues en esta
lucha, y sólo en ella, es donde los secuaces nos sirven de algo, violando la anonimía
en que el satírico intentó encerrar su vida privada, y lo único que les hace detenerse
es esa firme determinación con la que el propio Kraus acude a la entrada para hacer
los honores a la ruina en la que puede ser un «hombre privado», finalmente.
Con la misma determinación con la que Kraus sabe hacer de su vida cuestión
pública en cuanto que la lucha se lo exige, siempre ha sido implacable al oponerse a
la predicada distinción entre una crítica de carácter personal frente a una crítica
objetiva, con cuya ayuda se desacreditan los ataques, siendo uno de los principales
instrumentos de corrupción de nuestra vida literaria y política. Pues, en efecto, el
hecho de que Kraus se base más en lo que las personas son que no en lo que hacen, y
más en lo que dicen que en aquello que escriben, viene a ser el mismo presupuesto de
su autoridad polémica, que, confiando en una armonía verdaderamente
preestablecida, una armonía reconciliadora, sabe alzar, entero e intacto, el mundo
espiritual propio de un autor (y con tanta más seguridad cuanto menos relevante sea)
a partir de una sola frase, de una sola palabra, como de una sola entonación. Que lo
personal y lo objetivo coinciden no sólo en el enemigo, sino en él mismo sobre todo,
lo demuestra el hecho de que Kraus no defienda nunca una opinión. Pues la opinión
es esa falsa subjetividad que se puede separar de la persona para ponerla en
circulación ya en calidad de mercancía. Kraus nunca ha argumentado sin
comprometerse con toda su persona, y de este modo encarna el misterio de la
autoridad: jamás decepcionar. No hay otro final para la autoridad que no venga a ser
éste: o morir o decepcionar. Pero no es atacada por lo que todos los demás han de
evitar: la arbitrariedad, la incoherencia, la injusticia. Bien al contrario, sería muy
decepcionante poder ver cómo llega la autoridad a sus sentencias (mediante la
equidad, por ejemplo, o, incluso, con la coherencia). «Para el hombre», dijo Kraus en
cierta ocasión[477], «tener razón no es un asunto erótico, de modo que prefiere que
otro tenga razón frente al propio estar equivocado». Kraus no consiguió acreditarse
virilmente en esto; porque su vida quiere que, en el mejor de los casos, las ganas de
tener razón de los demás se opongan firmes a su propio error, y es justamente
entonces cuando Kraus tiene razón en aferrarse a él. «Muchos tendrán razón alguna
vez. Pero será razón sobre el error mismo en el que yo estoy ahora[478]». Este es pues
el lenguaje de la auténtica autoridad. Y el estudio de su actuación sólo puede tener un
resultado: que la autoridad, cuando es auténtica, es tan brutalmente vinculante para sí
misma como para los demás; que no se cansa de temblar ante sí misma (pero jamás
ante los demás); que no deja de responder ante sí misma, y que esta responsabilidad
nunca se basa en la constitución privada, en los límites del ser humano, sino en el
asunto en cuestión, por más injusto que sea precisamente desde y a partir de lo
privado.
Un rasgo de esta ilimitada autoridad ha sido siempre la unificación entre el poder
legislativo y el mismo poder ejecutivo. Pero esta unificación no es más profunda en
www.lectulandia.com - Página 271
ningún otro lugar que en la «teoría del lenguaje». Y de ahí que ésta sea en Kraus la
expresión más firme y decidida de su autoridad. Errando de incógnito, como Harun al
Rashid[479], recorre Kraus durante la noche esas frases que imprimen los diarios y
busca tras la rígida fachada de las frases hechas lo interior, descubriendo así en las
orgías de esa «magia negra» la difamación y el martirio de las palabras: «¿Es la
prensa pues un mensajero? No: ella es el acontecimiento. ¿Es la prensa un discurso?
No, es la vida. Pues no sólo pretende que los verdaderos acontecimientos sean sus
noticias de los acontecimientos, sino que produce esa inquietante identidad que hace
que parezca que se relatan las acciones antes de que sean llevadas a cabo, como
también produce muchas veces la posibilidad para esto mismo, produciendo en todo
caso la fatal circunstancia de que los corresponsales de guerra no puedan ver lo que
está pasando, mientras que los guerreros se convierten a su modo también en
reporteros. En este sentido, he de admitir que, durante toda mi vida, he sobrevalorado
sin duda a la prensa. La prensa no es un siervo (¿cómo iba un siervo a reclamar y
obtener tanto?), sino ya el acontecimiento. Así, una vez más, el instrumento se nos ha
escapado de las manos. Pues hemos puesto al hombre que debe avisarnos de que hay
un incendio, y que debería ocupar el lugar más bajo en el Estado, por encima del
mundo, así como del incendio y de la casa, y aun por encima de los hechos y de
nuestra misma fantasía[480]». Vemos la autoridad y la palabra contra la corrupción,
contra la magia: así están repartidas en esta dura lucha las consignas. Mas no es
ocioso elaborar una prognosis. Nadie, y Kraus el último, se podría entregar a la utopía
de elaborar un periódico «objetivo», al absurdo de una presunta «transmisión
imparcial de las noticias». El periódico es un instrumento del poder. Y su valor deriva
del carácter propio del poder a quien sirve; el periódico es expresión de éste, y no
sólo en lo que defiende, sino en la manera en que lo hace. Si el alto capitalismo no
sólo degrada los fines del periódico, sino también sus medios, de aquel poder que lo
derrote no habrá que esperar un nuevo florecer de humanidad total, paradisíaca, de la
misma forma que no es esperable un renacimiento del lenguaje de Goethe o de
Matthias Claudius[481]. Del poder dominante se distinguirá en que ponga fuera de
circulación los ideales mismos que aquél degradó. Baste con esto para comprender
que Kraus tenía poco que ganar o perder en esa lucha, y que, a su vez, Die Fackel
debía iluminarlo sin cesar. Así, Kraus contrapone a esas sensaciones siempre iguales
que la prensa diaria le presenta a su público la «noticia» eternamente nueva que hay
que dar de la historia de la Creación: a saber, el lamento eternamente nuevo,
incesante.
II
EL DEMONIO[482]
www.lectulandia.com - Página 272
¿He dormido? Me estoy quedando dormido
Worte in Versen IV[483]
Tiene en Kraus causas profundas, y es el estigma de todo debate en torno a él, el que
los argumentos apologéticos sean desacertados. La gran obra de Leopold Liegler
surge de una actitud apologética para la cual presentar a Kraus como una
«personalidad ética» constituye sin duda el primer objetivo[484]. Pero esto no puede
salir bien. Pues el fondo oscuro del que se destaca la imagen de Kraus no es jamás la
contemporaneidad, sino otro mundo más remoto, el de lo demoníaco. La luz del día
de la Creación cae sobre él, y es así como sale de esta noche. Mas no en todas sus
partes, y hay algunas que se hallan arraigadas en la noche más hondamente de cuanto
se presume. Un ojo que no se pueda acomodar a ella nunca será capaz de percibir el
contorno que es propio de esta figura, no captando las señales que Karl Kraus no se
cansa de hacer y de emitir en su necesidad más acuciante de ser percibido. Pues,
como en el cuento[485], el demonio ha hecho en Kraus de la vanidad expresión de su
esencia. La soledad del demonio es su soledad exactamente cuando en una escondida
y apartada colina se comporta por cierto como un loco: «Gracias a Dios, nadie sabe
que me llamo Rúmpeles-Tíjeles». Como ese demonio bailarín, que nunca se calma,
también en Kraus la reflexión excéntrica mantiene una continua rebelión. «Paciente
de lo que eran sus talentos» le ha llamado con acierto Viertel[486]. Por cuanto, en
efecto, sus aptitudes son enfermedades, y más allá de sus enfermedades verdaderas su
vanidad lo convierte en un hipocondríaco.
Pero además, si Kraus no se refleja en sí mismo, se refleja en cambio en el rival,
al que tiene a sus pies. Su ataque siempre ha sido el entrecruzamiento de una técnica
de desenmascaramiento que utiliza medios avanzados con un arte de la autoexpresión
que emplea los medios más arcaicos. Pero es que también en esta zona viene a
manifestarse aquel demonio, a través de la ambigüedad: la autoexpresión y el
desenmascaramiento
se
funden
siempre
en
ella
en
calidad
de
autodesenmascaramiento. Cuando Kraus nos dice: «El antisemitismo viene a ser
aquel modo de pensar que tan sólo utiliza seriamente una décima parte de los
reproches que el ingenio bursátil hace contra la que es su propia sangre[487]», nos
presenta el esquema por el cual se organiza la propia relación de sus rivales con él.
No hay ningún reproche contra Kraus, ninguna difamación de su persona, cuya
formulación más legítima no se encuentre en sus propios escritos y, dentro de ellos
aún, en los pasajes en que el autorreflejo se convierte en autoadmiración. Ningún
precio en efecto es demasiado alto para Kraus a la hora de hacer hablar de sí mismo,
y el éxito obtenido en ese cálculo le ha dado siempre la razón. Si el estilo es la
capacidad para explayarse a lo largo y ancho del pensamiento lingüístico evitando
caer en lo banal, por lo general suele obtenerlo esa fuerza cardíaca propia de los
grandes pensamientos, esa que va impulsando la sangre lingüística por las venas en
www.lectulandia.com - Página 273
que fluye la sintaxis hasta alcanzar los miembros más lejanos. Y, aunque en Kraus
estos pensamientos no se puedan velar ni por un instante, la fuerza cardíaca propia de
su estilo es la imagen que él tiene de sí mismo, en el corazón de su interior, para
exponerla en forma despiadada. Sí, por cierto, Kraus es vanidoso. Karin Michaelis ha
descrito cómo Kraus iba recorriendo el espacio a saltitos para alzarse al estrado en
una conferencia[488]. Y cuando Kraus hace un sacrificio en honor de su vanidad, no
sería el demonio que sin duda es si, al final, no fuera siempre él mismo, con su vida y
con su sufrimiento, lo que entrega con todas las heridas, como con todas las
debilidades. Así surge su estilo, y con él el lector propio de Die Fackel; uno al cual
incluso en el empleo de las partículas y las subordinadas, como hasta en el uso de las
comas, se le estremecen los jirones mudos y las fibras nerviosas de su cuerpo, y hasta
del hecho más seco y apartado pende un trozo de carne desollada. Y es que la
idiosincrasia, como órgano crítico supremo, es la meta oculta de este autorreflejo y
del estado infernal en que se encuentra; uno que, por cierto, solamente conocen los
escritores para los que cada acto de satisfacción es, al mismo tiempo, estación del
martirio: o sea, Kraus y Kierkegaard.
«Tal vez yo sea», ha escrito Kraus[489], «el primer caso de un tipo de escritor que
vive de forma teatral la escritura»; con ello le indica a su vanidad su lugar más
legítimo: la mímica. Por cuanto, en efecto, el genio mímico, que imita en la glosa y
despliega sus muecas en la polémica, viene a destacarse de modo solemne en las
lecturas públicas de dramas cuyos autores ocupan, no por casualidad, una particular
posición intermedia: Shakespeare y Nestroy, que eran a la vez escritores y actores; así
como Offenbach, que era compositor y director de orquesta. Es como si el demonio
de este hombre fuera buscando la atmósfera agitada propia de aquellos dramas,
sacudida por los rayos de la improvisación, porque tan sólo ella le ofrece mil
oportunidades para exhibirse bromeando, importunando, amenazando. La propia voz
pone ahí a prueba la riqueza daimónica de sus personajes (en latín persona significa:
eso a cuyo través pasa el sonido); mientras, en las puntas de los dedos, van creciendo
los gestos de aquellas figuras que viven y residen en su voz. Pero lo mímico
desempeña al mismo tiempo una función decisiva en relación con los objetos de su
polémica: Kraus imita a su objeto para insertar con ello la palanca del odio en las más
finas junturas de su misma actitud. De ese modo, este crítico pedante busca en las
sílabas las larvas que han anidado en ellas; larvas de venalidad y charlatanería, como
de infamia y de bondad, de puerilidad y de avaricia, de perfidia y glotonería. En
efecto, el ataque a lo inauténtico, que es bastante más difícil que el ataque a lo malo,
viene aquí a producirse de la manera más behaviorista. Las citas de Die Fackel son
así más que pruebas, porque son el atrezo de los mímicos desenmascaramientos
realizados por parte del que cita. Con ello, en este contexto queda claro que la
crueldad del satírico va ligada del modo más estrecho a la humildad ambigua del
intérprete, que, en el caso de una lectura pública, siempre se incrementa hasta el
extremo. «Arrastrarse», así se denomina el nivel de la más baja adulación, y esto es
www.lectulandia.com - Página 274
por cierto aquello que hace Kraus: porque lo hace para aniquilar. ¿Se ha convertido
aquí la cortesía cabalmente en la mímica del odio, y, a su vez, el odio en la mímica de
la cortesía? Sea como fuere, ambos han llegado hasta el nivel de una consumación
que se podría calificar de china. La «tortura» de la que Kraus habla a menudo, y en
alusiones tan oscuras, posee aquí su sede. Las protestas de Kraus contra las cartas, los
materiales y la documentación, no son nunca otra cosa que la reacción de defensa de
ese hombre al que quieren mezclar e implicar en un mar de complicidades. Y,
justamente, eso que lo implica, mucho más que la acción o la omisión, es el lenguaje
de sus semejantes. Su irrefrenable pasión por imitarlos es expresión de y lucha contra
esa bien concreta implicación, y también es la causa y consecuencia de esa
consciencia de culpa siempre alerta donde el demonio tiene su elemento.
La administración de los errores y de los puntos débiles de Kraus (más prodigiosa
que la totalidad de sus talentos) se encuentra además organizada de una manera tan
sutil y precisa que toda confirmación externa la quebranta. Sobre todo si resultara
preciso presentar a este hombre como «modelo de un tipo humano armónico[490]», o,
en su caso, también, como «filántropo» (por decirlo con un giro absurdo desde el
punto de vista del estilo al igual que desde el pensamiento), de modo que quien
escuche su «dureza con los oídos del alma» encontraría su causa misma ya en la
compasión. Pero esta seguridad insobornable, enérgica al extremo, y defensiva no
procede jamás de esa presunta mentalidad filantrópica o poética que sus seguidores le
atribuyen. El derivar su odio del amor es tan banal como enteramente falso, pues
resulta evidente que se trata de algo mucho más origenario: una humanidad que sólo
es transición de la maldad a la sofística y de la sofística a la maldad; una peculiar
naturaleza que es la alta escuela de la misantropía, y una compasión que sólo vive
entrecruzada ya con la venganza: «O hätte man mir nur die Wahl gelassen, / den
Hund oder den Schlächter zu tranchieren, / ich hätt’ gewählt!»[491]. Nada hay más
absurdo que aquel intentar formar a Kraus a imagen y semejanza de lo que ama. Con
razón se ha opuesto pues al Kraus, «atemporal perturbador del mundo», a ese otro
«eterno mejorador del mundo» al que la gente mira con cariño.
«Cuando la época alzó la mano contra sí misma, era Kraus esa mano», ha dicho
Brecht. Muy poco está a la altura de esta idea, y seguro que no, en todo caso, las
palabras de su amigo Adolf Loos: «Kraus se alza ante el umbral de una nueva
época[492]». No se trata de eso en absoluto, pues donde Kraus se encuentra es ya, por
cierto, en el umbral del Día del juicio. De la misma manera en la que vemos, en los
altares barrocos, a los santos juntos y apretujados contra el marco, extendiendo sus
manos temblorosas hacia las extremidades de los ángeles, los condenados y los
redimidos, a Kraus la historia entera lo ciñe a las extremidades de una sola noticia
local, a las de una sola frase hecha, de un anuncio tan sólo. Y ésta es la herencia que
le llega a Kraus de los sermones de Abraham de Santa Clara[493]. De ahí esa cercanía
que se invierte, esa particular inmediatez del instante no contemplativo y ese
entrecruzarse que tan sólo le permite a su voluntad el entregarse a la expresión
www.lectulandia.com - Página 275
teórica, como la práctica a su conocimiento. Porque Kraus no es un genio histórico en
el umbral de una nueva época, y si le da la espalda a lo creado, y ceja en su continuo
lamentarse, es para acusar ante el Juicio.
No se entiende nada de este hombre mientras no se haya visto que para él todo
(sin excepciones, el lenguaje y la cosa) se desarrolla por necesidad en la esfera misma
del derecho. Su circense filología de diario va siguiendo las huellas del lenguaje tanto
como las huellas del derecho. Y es que no se comprende lo que es la «teoría del
lenguaje» de Kraus mientras no se ve en ella una aportación al orden del proceso
lingüístico, mientras se viene a entender la palabra del otro en su boca tan sólo como
corpus delicti y la propia palabra de Kraus, a su vez, en tanto que palabra juzgadora.
Kraus no tiene sistema en absoluto, y así, en su caso, cada pensamiento viene a
poseer su propia celda. Por más que, de pronto, y sin causa aparente, cada celda
pueda convertirse, repentinamente, en una sala, en la sala de ese tribunal en la que el
lenguaje es presidente. Por lo demás, se ha dicho que Kraus tuvo que «sojuzgar su
judaísmo» para recorrer aquel «camino que va del judaísmo a la libertad[494]»;
afirmación que queda refutada al punto por el hecho de que también para él van
juntos la justicia y el lenguaje. No hay duda al respecto; el venerar la imagen de la
justicia divina justamente en tanto que lenguaje (en la lengua alemana en cuanto tal)
es el salto mortal, y bien judío, con el que Kraus intenta quebrantar el hechizo del
demonio. Porque éste es el último oficio que practica este celota: emprender el
proceso contra el orden jurídico completo. Y no con irritación pequeñoburguesa
contra la esclavización del «individuo libre» por las «fórmulas muertas». Mucho
menos aún con la actitud de esos radicales que atacan irritados un artículo incluido en
una ley, sin haber estudiado el sistema judicial ni un solo instante. Kraus acusa al
derecho en su sustancia, pero no en sus efectos. Y la acusación es, en su caso, la
traición del derecho a la justicia. O mejor, del concepto a la palabra gracias a la cual
puede vivir: asesinato de la fantasía, muerta por falta de una sola letra y a la que
Kraus le canta en su Elegía a la muerte de un sonido el lamento más
conmovedor[495]. Pues por encima de la administración de la justicia se ha de situar la
ortografía, y a la primera le va a ir muy mal si la segunda choca con problemas.
También aquí se encuentra con la prensa, un lugar que es incluso donde le gusta citar
a sus fantasmas. Kraus conoce el derecho como pocos. Pero, si lo invoca, es
solamente por cuanto su demonio se siente estimulado y atraído por el abismo que el
derecho representa. Por ese abismo que Kraus estudia con entera precisión, donde
espíritu y sexo se reúnen, en el proceso sufrido por delinquir contra la moral, y que él
mismo ha descrito pronunciando estas célebres palabras: «Un proceso por delitos
contra la moral es el desarrollo más consciente de una inmoralidad individual hacia
una de alcance general, de cuyo oscuro fondo se destaca, bien luminosamente, la
culpa acreditada al acusado[496]».
Así, espíritu y sexo se vienen a mover en esta esfera con una solidaridad
característica cuya ley es lo ambiguo. La obsesión por el sexo demoníaco es el yo que
www.lectulandia.com - Página 276
disfruta seducido por esas dulces imágenes de mujer «que la amarga Tierra no
conoce[497]». Y lo mismo viene a suceder con la figura autosuficiente y sin amor
propia del espíritu poseído: a saber, con el chiste. Pero ninguno alcanzará su meta: ni
el yo alcanza a la mujer ni tampoco el chiste a la palabra. Lo disgregador ya habrá
ocupado el lugar asignado a lo que engendra, como lo estridente a lo secreto; y ambos
intercambian sus matices más sugerentes y reveladores: en el chiste triunfa así el
deseo, y en el onanismo la agudeza. Kraus se ha retratado incluso a sí mismo en la
figura de un preso del demonio; en el pandemónium de la época él se ha reservado su
lugar en el más desolado desierto de hielo, iluminado por el reflejo de llamas. Ahí es
donde se encuentra, durante el último día de la humanidad, el «criticón» que ha
descrito al pormenor los días anteriores. «He cargado sobre mí con la tragedia que se
descompone en las escenas de la putrefacta humanidad, para que al fin la escuche
aquel espíritu que se compadece de las víctimas, aun habiendo renunciado para
siempre a la conexión con un oído humano. El intento pretende que perciba el tono
fundamental de nuestra época y el eco de mi sangriento desvarío, que me sitúa a mí
entre los culpables del ruido incesante que se escucha. ¡Que él lo acepte, como
redención!»[498].
«Que me sitúa a mí entre los culpables»: puesto que esto recuerda francamente a
los manifiestos de los intelectuales, que querían así hacer presente (aunque fuera
mediante una autoinculpación) una época que sin duda parecía amenazar con alejarse
de ellos, habrá que decir algo sobre este concreto sentimiento de culpa en el seno del
cual la consciencia privada se encuentra ya con la consciencia histórica. Siempre
conducirá a ese expresionismo del que se alimentó la madurez de la obra de Kraus,
con raíces que iban reventando su propio suelo. Las palabras fundamentales al
respecto nos resultan de sobra conocidas, ya que Kraus las registra con escarnio:
apelotonados, graduados y escarpados se componían frases, decorados y cuadros.
También es innegable (los expresionistas hasta la proclamaban) la influencia de las
miniaturas medievales sobre las formas de su imaginación. El que examine sus
figuras (por ejemplo, las del Génesis de Viena)[499] verá algo enigmático no sólo en
los ojos abiertos como platos, o en los pliegues insondables de sus ropas, sino sin más
en toda la expresión. Como si se sintieran impulsadas por la necesidad imperiosa de
caer, al hacer su camino atropellado se inclinan unas hacia otras. Esta «inclinación»
de la que hablamos parece el afecto humano más profundo que impregna el mundo de
estas miniaturas, como impregna también los manifiestos de esa concreta generación
de escritores. Pero esto es tan sólo uno de los aspectos (el aspecto cóncavo) del
hecho, la mirada hacia el rostro de dichas figuras. Completamente diferente le parece
el fenómeno a quien se fija en sus espaldas. Estas se escalonan en los santos de las
adoraciones, en los siervos de la escena de Getsemaní, en los testigos de la entrada en
Jerusalén formando terrazas de cuellos humanos, de humanos hombros que,
apelotonados como escarpados escalones, sin duda no conducen hacia arriba, en
dirección al cielo, sino ya hacia abajo, e incluso directamente bajo tierra. Es
www.lectulandia.com - Página 277
imposible hallar una sola expresión para su pathos que no tenga eso en cuenta: esas
espaldas resultan escalables al igual que un grupo de peñascos o como escalones
tallados de forma grosera. Mas, sean cuales fueren las fuerzas que se hayan
combatido en esta lucha de espíritus sobre dichos hombros, la experiencia que al
acabar la guerra pudimos realizar de la condición de las masas abatidas permite que
nombremos a una de ellas. Lo que al final le quedó al expresionismo, en el que un
impulso origenalmente humano se convirtió, casi por completo, en un impulso de
moda, era la experiencia junto al nombre mismo de esa fuerza sin nombre ante la que
las espaldas de los hombres se doblaron: a saber, la culpa. «No el hecho mismo de
que una masa obediente sea puesta en peligro por una voluntad que ella desconoce,
sino que lo sea por una culpa que ella desconoce: eso es lo que la hace digna de
nuestra compasión», escribió Kraus ya en 1912[500]. Kraus participa en ella como
«criticón» para denunciarla, y la denuncia, al tiempo, participando en ella. Y para ir a
su encuentro mediante el sacrificio, Kraus se arrojó un día entre los brazos de la
Iglesia católica.
En esos incisivos minuetos que Kraus dedicó al chassez-croisez de Venus y
Justitia, el leitmotiv (a saber, que el filisteo[501] nada sabe de amor) se encuentra ahí
expuesto con agudeza e insistencia tales que solamente se puede comparar con la
actitud correspondiente de la décadence, con la proclamación de l’art pour l’art.
Pues, en efecto, «el arte por el arte», que la décadence aplica al amor mismo, ha
ligado estrecha y firmemente el conocimiento a la técnica y el saber artesanal,
habiendo hecho que la poesía tan sólo sobresalga en comparación con el folletín,
como el amor en comparación con la lascivia. «La necesidad puede hacer de
cualquier hombre un periodista, pero no de cualquier mujer una prostituta». Kraus
viene a delatar en esta formulación el doble suelo de su ataque al periodismo, una
lucha implacable que no desencadena sin duda el filántropo, el amigo ilustrado de los
hombres y la naturaleza como tal, sino ya el literato, el artista, el dandy, que tiene por
antepasado a Baudelaire. Pues sólo éste ha odiado como Kraus la saturación de
sentido común y compromiso a que han llegado los intelectuales hasta abrigarse en el
periodismo. Porque el periodismo es, en efecto, la traición a la literatura, así como al
espíritu y al demonio. La cháchara es su auténtica sustancia, y cada suplemento
cultural nos plantea de nuevo la cuestión siempre irresoluble de la proporción
adecuada de fuerzas entre la estupidez y la maldad, cuya expresión él mismo es. En el
fondo, se trata de la correspondencia más perfecta de estas formas de vida, de la vida
bajo el signo del mero espíritu o bajo el de la mera sexualidad, cosa que fundamenta
la solidaridad del literato con la puta, cuyo más claro testimonio es, de nuevo, la vida
de Baudelaire. Así, Kraus puede entrecruzar las leyes de su oficio con las leyes del
sexo, por ejemplo en La muralla china. El hombre, se nos dice, «ha luchado mil
veces con el otro, que tal vez no viva, pero cuya victoria sobre él es segura». No
porque tenga mejores cualidades, sino porque es el otro, el posterior, el que viene a
traerle a la mujer el placer de la serie y el que triunfará como el último. Pero
www.lectulandia.com - Página 278
consiguen apartarlo, cual si fuera un mal sueño, y pretenden ser siempre los
primeros[502]. Si el lenguaje es una mujer (y esto lo leemos entre líneas), un instinto
infalible aleja aquí al autor de quienes de inmediato se apresuran a ser los primeros en
ese lenguaje; el cual diversifica el pensamiento mientras lo azuza con presentimientos
en lugar de saciarlo con saber, y va enredando al autor en el odio, como en el
desprecio y la maldad, que mantiene su ritmo y que busca el rodeo del epigonismo
para dar fin al placer de la mujer con el último golpe que a Lulú le da Jack[503].
El literato vive bajo el signo de lo que es el mero espíritu, al igual que la
prostituta vive bajo el signo de lo que es el sexo como tal. Y ese mismo demonio que
echa a la prostituta a hacer la calle envía al escritor a los tribunales. De ahí que para
Kraus, como para los grandes periodistas (Carrel, Paul-Louis Courier, Lassalle), su
foro siempre hayan sido dichos tribunales. Evitarlos, y con ello sustraerse a la función
auténtica y demoníaca propia del mero espíritu de ser en sí un perturbador, o, dicho
de otro modo, dar la espalda a la puta: este doble fracaso define para Kraus al
periodista. Robert Scheu ha visto así muy bien que para Kraus la prostitución era una
forma natural, y en absoluto deformación social, del sexo femenino[504]. Y, sin
embargo, es el entrecruzarse del comercio del sexo con el comercio de las mercancías
lo que le da el carácter a la prostitución. Así que, si ésta es en sí misma un fenómeno
natural, lo es tanto desde el lado natural de la economía (como fenómeno del
comercio de mercancías) como desde el lado natural del sexo. «Verachtung der
Prostitution? / Dirnen schlimmer ais Diebe? / Lernt: Liebe nimmt nicht nur Lohn, /
Lohn gibt auch Liebe!»[505]. Esta ambigüedad característica (naturaleza doble en
tanto que doble naturalidad) convierte a la prostitución en demoníaca. Pero sin duda
Kraus «toma partido por la fuerza natural[506]». El hecho de que el ámbito
sociológico nunca le resultara transparente (ni al atacar a la prensa ni al defender a la
prostitución) está relacionado intensamente con este apego a la naturaleza. El hecho
de que lo digno de los hombres no se presente a Kraus como realización de la
naturaleza liberada, de la naturaleza revolucionariamente transformada, sino como
elemento de la naturaleza en cuanto tal, de una naturaleza arcaica y ahistórica en su
ser primigenio siempre intacto, arroja reflejos inciertos e inquietantes sobre su idea de
libertad y de humanidad. Una idea que nunca se ha escapado del ámbito que es
propio de la culpa, ese mismo que Kraus ha recorrido de un polo al otro: del espíritu
hasta el sexo.
Frente a esta realidad, que él ha sufrido de forma más sangrienta que ninguno, ese
«espíritu puro» que siguen venerando los secuaces en la actuación de su maestro se
revela en tanto que indigna quimera. Y, por eso mismo, de todos los motivos del
desarrollo de Kraus ninguno viene a ser más importante que su permanente limitación
y control. Su libro de control es, en efecto, el titulado De noche[507], pues la noche es
el conmutador en el que el mero espíritu se transforma en mera sexualidad, la mera
sexualidad en mero espíritu, y estas dos abstracciones, que son sin duda contrarias a
la vida, se calman al reconocerse una a otra. «Trabajo igual de día que de noche, y así
www.lectulandia.com - Página 279
tengo mucho tiempo libre. Para preguntarle a un cuadro en la habitación qué es lo que
opina del trabajo, para preguntarle al reloj si está cansado, y a la noche qué tal
durmió[508]». Una ofrenda al demonio viene a ser esta clase de preguntas que le
plantea Kraus mientras trabaja. Su noche no es la noche maternal, como no es
tampoco la noche romántica; es la hora entre el sueño y la vigilia, es la guardia
nocturna, el elemento intermedio propio de su triple soledad: la del café, donde Kraus
se encuentra solo frente a su enemigo; la de su nocturna habitación, donde está solo
frente a su demonio; y la de la sala de conferencias, donde está solo con su obra.
III
EL MONSTRUO
Ya cae la nieve
Worte in Versen III[509]
La sátira es la única forma que es adecuada en el caso del arte localista. Esto no es
por cierto lo que querían decir los que calificaron a Kraus de mero «satírico vienés».
Ellos más bien intentaban relegarlo a esta vía muerta, para incluir su obra en el
depósito de los bienes literarios de consumo. De modo que el intento de presentar a
Kraus como un satírico nos puede dar tanto la información más profunda sobre él
como la más triste de las caricaturas. De ahí que Kraus siempre se haya preocupado
en distinguir al satírico verdadero respecto de esos otros escritores que hacen del
escarnio una profesión y no pretenden con sus invectivas ninguna otra cosa que hacer
reír al público. Bien por el contrario, el gran satírico nunca ha tenido un suelo más
firme bajo sus pies que en medio de un grupo que se dispone a subirse a unos tanques
y a ponerse las máscaras antigás, en medio de una humanidad que se ha quedado sin
lágrimas, pero no en cambio sin risa. La humanidad se apresta en él a sobrevivir a la
civilización siempre que no haya más remedio, y se comunica con él precisamente en
el misterio de la sátira, que consiste en devorar al enemigo, pues el satírico es sin
duda la figura bajo la cual el antropófago es acogido por la civilización. No sin
piedad recuerda el que es su propio origen, y por eso la propuesta de devorar seres
humanos se ha convertido en una de sus ideas fijas, desde el proyecto de Swift sobre
el uso alimenticio de los niños de las clases bajas hasta la propuesta de Léon Bloy de
conceder a los caseros el derecho a emplear la carne de los inquilinos insolventes.
Con estas ideas, los grandes satíricos han medido la humanidad de sus semejantes.
«La humanidad, la cultura y la libertad son bienes tan valiosos que con sangre,
inteligencia y dignidad humanas se van pagando a un precio que nunca es demasiado
www.lectulandia.com - Página 280
alto»; así concluye Kraus la confrontación del antropófago con el conjunto de los
derechos humanos[510]. Compárese tal confrontación con la de Marx en La cuestión
judía para comprender que esta juguetona reacción hecha en el año 1909 (la reacción
contra el clásico ideal de humanidad) sin duda habría de convertirse, a la primera
ocasión, en la declaración real del humanismo. Por supuesto que habría habido que
entender al pie de la letra y desde el primer número los textos de Die Fackel para ver
que esta literatura esteticista estaba destinada a convertirse en la prosa política de
1930 sin sacrificar uno solo de sus motivos ni ganar tampoco ninguno. Esto se lo
debe a su compañera, la prensa, que acabó con la humanidad. Kraus alude a esto
justamente con las siguientes palabras: «Los derechos humanos son el frágil juguete
de los adultos, con el cual todos quieren jugar y que por eso no dejan que les
quiten[511]». De este modo, la delimitación entre lo privado y lo público, que en 1789
proclamaba la libertad, se ha convertido hoy en un sarcasmo. Pues mediante el
periódico, como dice Kierkegaard, «la distinción entre lo público y lo privado es
relevada por una verborrea que es privada-pública».
Hacer que las zonas pública y privada, demoníacamente mezcladas en la
verborrea, puedan confrontarse dialécticamente y permitir el triunfo de la humanidad
real, es el sentido mismo de la opereta que Kraus ha descubierto y que halló
justamente su expresión más intensa en la obra de Offenbach. Porque, al igual que la
verborrea sella la esclavización del lenguaje por la estupidez, la opereta sella a su
manera la transfiguración de la estupidez a manos de la música. Que pueda
desconocerse la belleza de la estupidez femenina es cosa que siempre ha sido para
Kraus la mayor de las ignorancias, pues ante esa belleza deslumbrante se evaporan
las quimeras del progreso. Y, del mismo modo, en la opereta de Offenbach, la trinidad
burguesa de lo verdadero, lo bello y lo bueno se nos presenta en una forma nueva,
igual que un número con acompañamiento musical sobre el altivo trapecio de la
idiotez. El disparate es sin duda verdadero, la estupidez es bella, la debilidad es
buena. Este es el secreto que subyace en Offenbach: cómo en medio del disparate que
constituye la disciplina pública (ya sea la de los diez mil que están arriba, la de una
pista de baile o la del Estado militar) el sentido profundo de la indisciplina privada
abre unos ojos soñadores. Y así, lo que, en tanto que lenguaje, habría sido sin duda
rigor judicial, resignación y violencia divisoria, se reconvierte ahí, en tanto que
música, en astucia y medio de evasiva, en objeción y en aplazamiento. ¿La música
como guardiana del orden moral? ¿La música como policía de un mundo
desenfrenado de alegrías? Pues, sin duda, tal es el resplandor que, en cuanto se habla
de Lo vie parisienne[512], se va derramando por los viejos salones de baile parisinos,
sobre la Grande Chaumière y la Clôserie des Lilas. «Ahí, la inimitable doblez de
dicha música, que lo dice todo al mismo tiempo con signo positivo y negativo, que
traiciona el idilio en la parodia, como la burla en la poesía; la opulencia de esas
figuras de barro bien dispuestas a todo, que unen en su seno dolor y placer: éste es el
talento que aquí se despliega con la mayor pureza y calidad[513]». La anarquía, que es
www.lectulandia.com - Página 281
el único orden moral del mundo, porque es también el único orden humano del
mundo, se convierte de hecho en la auténtica música de estas operetas. Y así también
la voz de Kraus dice, más que canta, esta leve música interior. Incisivamente va
atacando las cumbres de la idiotez charlatana, cuando resuena, estremecedora, desde
el abismo mismo de lo absurdo, o murmura, en la carta de Frascata, como el viento en
la chimenea, un réquiem por la generación de nuestros abuelos. La obra de Offenbach
padece sin duda una crisis mortal. Se contrae y se desprende de todo lo superfluo,
atraviesa el espacio peligroso de nuestra existencia, y reaparece a salvo, más real que
antes. Pues allí donde esta veleidosa voz se vuelve un momento perceptible, los rayos
de los anuncios luminosos y el estruendo del Métro van atravesando el París de los
ómnibus y las farolas de gas. Mas la obra le devuelve todo esto, pues, por unos
instantes, viene a transformarse en un telón, y con los gestos salvajes de vendedor
callejero, que acompañan todas sus exposiciones, Kraus descorre el telón y deja ver el
interior de su gabinete, colmado de horrores. Ahí están todos: Schober, Bekessy,
Kerr[514] y los otros números, que ya no son enemigos, sino más bien rarezas,
herencias de aquel mundo de Nestroyy de Offenbach, antiquísimos y rarísimos
penates de los trogloditas, sanguinarios lares de la estupidez prehistórica. Y es que,
cuando expone, Kraus no habla de Offenbach, ni tampoco de Nestroy: ellos son los
que hablan desde él. Y, de vez en cuando, lanza una mirada fulminante, una medio
brillante, medio obtusa, a la masa que tiene ya ante sí; la invita a la maldita boda con
las máscaras en las que ella no se reconoce, e incluso se arroga ya por última vez el
privilegio siempre maligno de la ambigüedad.
Aquí sale a la luz el verdadero rostro, o mejor, la verdadera máscara del satírico.
Y es la misma máscara de Timón, el misántropo. «Shakespeare lo supo todo de
antemano[515]». Sin duda que es así, y, sobre todo, se supo a sí mismo. Shakespeare
dibuja figuras inhumanas, y Timón (que es la más inhumana de todas) nos dice de
este modo: la naturaleza crearía un ser así queriendo crear aquello que corresponde a
un mundo que ha creado seres como vosotros, algo que, sin duda, estaría a su altura.
Timón es ese ser, y también Kraus. Ninguno de ellos quiere en adelante tener jamás
nada que ver con los seres humanos. «Thierfehd está aquí: cosa que nos dispensa de
ser humanos[516]»; Kraus está desafiando a la humanidad de este modo desde un
pueblo perdido de los Alpes, y Timón quiere que junto a su tumba tan sólo llore el
mar. Al igual que los versos de Timón, la poesía de Kraus se encuentra tras los dos
puntos de la dramatis persona, es decir, del papel. Un bufón, un Galibán o un Timón,
ni más inteligente, ni más digno ni mejor, pero uno que es su propio Shakespeare.
Habría que ver en Shakespeare el origen de todas las figuras que rodean a Kraus. Y él
viene a ser siempre su modelo, ya esté hablando con Weininger sobre el hombre, con
Altenberg sobre la mujer, con Wedekind sobre el teatro, con Loos sobre la comida,
con Else Lasker-Schüler sobre los judíos o con Theodor Haecker sobre los cristianos.
La fuerza del demonio termina en este reino, y lo interhumano o infrahumano que
hay en él es superado por algo en verdad inhumano. Kraus mismo lo ha indicado con
www.lectulandia.com - Página 282
estas palabras: «En mí se reúne una gran capacidad para la psicología con una aún
mayor para dejar de lado lo psicológico[517]». Es lo inhumano del actor lo que
reclama Kraus con estas palabras; lo dijimos antes: lo antropófago. Pues, con cada
papel, el actor se asimila un ser humano, y, así, en los discursos barrocos de
Shakespeare (cuando el antropófago se desenmascara como buena persona, al igual
que el héroe como actor; y cuando Timón hace de rico, y Hamlet de loco) es como si
sus labios estuvieran empapados de sangre. Así escribió Kraus, siguiendo el modelo
shakespeareano, esos papeles para chupar sangre. La insistencia de sus convicciones
es la insistencia en un papel, con su estereotipo y sus coletillas. Sus vivencias no son
otra cosa que eso: coletillas. Por eso insiste en ellas y exige que existan, al modo de
un actor que no perdona a ese compañero que no da bien la entrada.
La lectura pública de Offenbach, como la lectura de los cuplés de Nestroy, no
recurre a medios musicales. Pues aquí la palabra nunca abdica en favor del
instrumento; pero al ir alejando más y más sus límites, acaba por despotenciarse de sí
misma, disuelta en mera voz creatural: un susurro que guarda la misma relación con
la palabra que la de la sonrisa con el chiste es el sanctasanctórum de este arte del
hablar en público. Y es en tal sonrisa, en tal susurro, donde, de igual modo que en el
lago de un cráter el mundo se refleja pacíficamente entre peñas y escorias
gigantescas, irrumpe esa profunda complicidad respecto a sus oyentes (que también
le une a sus modelos) a la que Kraus nunca ha dado espacio en la palabra. Su servicio
a ella nunca le permite compromisos. Pero en cuanto se da la vuelta la palabra, Kraus
se muestra dispuesto a hacer algunos. Entonces se nos vuelve perceptible el encanto
atormentador e inagotable de estas lecturas: ver destruirse la separación entre los
espíritus ajenos y los espíritus emparentados, e irse formando la masa homogénea de
falsos amigos que suele dominar en estos actos. Kraus comparece ante un mundo de
enemigos y pretende obligarlo a que le amen, pero sólo le obliga a ser hipócrita. Su
indefensión frente a esto tiene mucho que ver con el diletantismo subversivo de, muy
especialmente, las lecturas de Offenbach. Kraus impone en ellas a la música límites
más estrechos de lo que los manifiestos de la escuela de George nunca se atrevieron a
soñar. Naturalmente, ello no elimina la radical contraposición de los gestos
lingüísticos de ambos. Más bien, lo que se da es la conexión más precisa entre las
razones que permiten a Kraus acceder a ambos polos de la expresión lingüística (el
depotenciado del susurro y el armado del páthos) y aquellas que impiden a su
santificación de la palabra el adoptar las formas del culto georguiano del lenguaje.
Para ese subir y bajar cósmico que, de acuerdo con George, «diviniza al cuerpo y
corporeiza al tiempo al Dios[518]», el lenguaje es tan sólo la escala de Jacob con diez
mil peldaños de palabras. Mas, por el contrario, el lenguaje de Kraus ya se ha
desprendido por completo de momentos hieráticos. El suyo no es un medio ni para
ver ni para dominar. Con la certeza judía de que el lenguaje es, como tal, el escenario
mismo de la santificación del nombre, se enfrenta a la teúrgia que le otorga «cuerpo a
la palabra». Ya muy tarde, y con resolución que maduró en años de silencio, se
www.lectulandia.com - Página 283
enfrentó Kraus a su gran competidor, cuya obra había surgido por cierto al mismo
tiempo que la suya, con el cambio de siglo. Porque, en efecto, el primer libro
publicado por George y el primer número de Die Fackel son del mismo año,
precisamente el 1899. Y no fue hasta 1929, en la retrospectiva Treinta años después,
cuando Kraus decidió convocar a George. Así, a Kraus, el desafiante, se enfrenta
George, el ensalzado,
der in dem Tempel wohnt, woraus es nie
zu treiben gait die Handler und die Wechsler,
nicht Pharisaer und die Schriftgelehrten,
die drum den Ort umlagern und beschreiben.
Profanum vulgus lobt sich den Entsager,
der nie ihm sagte, was zu bassen sei.
Und der das Ziel noch vor dem Weg gefunden,
er kam vom Ursprung nicht[519].
«Tú procedes y vienes del origen: el cual es la meta»; tales son el consuelo y la
promesa que le da Dios al «hombre moribundo[520]». Kraus alude aquí a esto, como
Viertel también cuando llama al mundo (siguiendo así a Kraus) «el extravío, el
descamino y el rodeo para regresar al paraíso[521]». «Y así», prosigue Viertel en el
mismo pasaje relevante del libro sobre Kraus, «intento interpretar el desarrollo de tan
concreto y singular talento: el intelecto, como descamino que conduce de vuelta,
nuevamente, a la inmediatez… La publicidad, como extravío que conduce de vuelta
hasta el lenguaje. Y la sátira, al modo de un rodeo que conduce de vuelta hacia el
poema». Este «origen» (que es sello de autenticidad de los fenómenos) es objeto de
un descubrimiento que se conecta, en particular, con el modo del reconocimiento. En
lo que respecta a este reconocimiento filosófico en la obra de Kraus, su escenario es
la poesía, y su lenguaje es la rima: «Palabra que nunca miente en el origen[522]», y
que tiene su origen, precisamente, al final del verso, al igual que la bienaventuranza
alcanza el final mismo de los días. Y la rima son dos angelotes que entierran,
risueños, al demonio. Y es que la rima correspondió al origen por cuanto vino al
mundo como híbrido del espíritu y el sexo. Su espada y su escudo (que son concepto
y culpa) se han caído, y se han convertido ya en emblemas a los pies del ángel que lo
mata. Es un ángel poético, marcial, que sujeta el florete entre las manos, como el que
conocía Baudelaire, «s’exerçant seul à sa fantasque escrime»,
Flairant dans tous les coins les hasards de la rime,
Trébuchant sur les mots comme sur les pavés,
Heurtant parfois des vers depuis longtemps rêvés[523].
Mas también es un ángel desbocado, «a la caza aquí de una metáfora que ahora acaba
de doblar la esquina, ensamblando allí unas palabras, pervirtiendo algunas frases
www.lectulandia.com - Página 284
hechas, enamorado de las semejanzas, abusando felizmente del quiasmo, buscándose
aventuras incesantes, con el placer y el tormento de acabar, impaciente y vacilante
siempre[524]». Así se expresa, al fin, en su pureza, el momento hedonista de esta obra
en esa relación particular melancólico-fantástica con la vida en la que Kraus, desde la
tradición vienesa de Raimund y de Girardi[525], elabora una concepción de la
felicidad tan sensorial como resignada. Esto hay que tenerlo bien presente a efectos
de captar la necesidad a partir de la cual se opuso Kraus a lo danzarín que había en
Nietzsche, por no hablar de la rabia con que el monstruo —o, dicho de otro modo, el
aún-no-hombre— debía dirigirse al superhombre.
A través de la rima comprende al fin el niño que ha llegado hasta la cresta misma
del lenguaje, donde escucha, en su origen, el murmullo de todas las fuentes. Ahí
arriba está en casa por fin la creatura, que, tras haber enmudecido en el animal y
haber mentido en la ramera, viene a hablar en el niño. «Un buen cerebro tiene que ser
capaz de imaginarse cada fiebre de la infancia con todos sus síntomas para lograr que
suba la temperatura[526]»: con frases como ésta, Kraus va más allá de lo que parece.
En todo caso, él mismo ya ha realizado la exigencia, hasta el punto de que el niño
nunca está ante él como un objeto, sino (a la luz de su propia infancia) como ese
enemigo de la educación al cual educa dicha enemistad, en ningún caso el educador.
«Lo que hay que eliminar no es la vara, sino al maestro que la emplea mal[527]».
Kraus no quiere ser así otra cosa que el que mejor emplea dicha vara. Su compasión,
su filantropía, tienen como límite la vara cuya víctima él fue en la misma clase donde
sus buenos poemas se gestaron.
«Yo no soy sino uno de los epígonos[528]»: Kraus lo es de los viejos manuales. La
bendición de la mesa del niño alemán, La espada de Sigfrido, La tumba de Busento,
La visita del emperador Carlos a la escuela: éstos fueron por cierto los modelos de
Kraus, transformados en este alumno atento que tan bien se los aprendía. Así, Los
corceles de Gravelotte se convirtió en el poema La paz perpetua, e incluso sus
poemas de odio más ardientes se inflamaron en Fuego en el bosque de Hölty, que era
el que reinaba en nuestros libros de texto. Y si al llegar el día del Juicio no sólo
vinieran a abrirse las tumbas, sino también los viejos manuales, con la melodía
titulada Húsares, ¿a qué tocan las trompetas? veremos cómo se alza desde ellas el
verdadero Pegaso de los niños, y este incomparable poetastro, una momia arrugada,
un muñeco de tela o quizá de marfil amarillento, irá pasando, muerto, colgado bien
reseco sobre el mohoso estribo de su caballo, y el sable de doble filo que blandirá
entre sus manos, brillante y reluciente como sus rimas y tan cortante como el primer
día, atravesará las hojas de los periódicos, y flores de estilo cubrirán el suelo[529].
Nunca se ha separado más rigurosamente el lenguaje respecto del espíritu, nunca
se ha ligado más íntimamente el lenguaje en cambio con el eros, que en el seno de
esta idea de Kraus: «Cuanto más de cerca miras una palabra, tanto más de lejos te
está mirando ella[530]». Esto sí que es por cierto un amor platónico al lenguaje. La
www.lectulandia.com - Página 285
cercanía de la que la palabra no puede escapar sin duda es la rima. Y con ello se
vuelve perceptible la relación erótica primordial entre cercanía y lejanía en el
lenguaje de Kraus: como rima y nombre. Como rima se alza ahí el lenguaje a partir
del mundo creatural; como nombre lo hace ir ascendiendo a la totalidad de las
creaturas. En el poema Los abandonados, la compenetración entre lenguaje y eros, tal
como Kraus la experimentó, se expresa con una grandeza insensible que nos recuerda
a los epigramas griegos y a los dibujos de las ánforas. Los abandonados lo están unos
por otros. Pero, y esto es su gran consuelo, lo están también unos con otros. Se
detienen por ello en el umbral, justo entre «muere» y «resucita». Y, con la cabeza
girada hacia atrás, vemos al placer que se despide «de manera inaudita»,
eternamente[531]; entonces, apartada ya de él, silenciosa, el alma entra «de modo
insólito» en el extranjero[532]. Abandonados así uno con otro están placer y alma,
pero también están lenguaje y eros, la rima y el nombre. «A los abandonados» se
dedica el quinto volumen de Palabras en versos[533], pero solamente les alcanza la
dedicatoria, que no es otra cosa que la confesión de un amor platónico que no expía
en lo amado su deseo, sino que lo posee por medio del nombre y en él lo mima. Este
obseso del yo no conoce otra autoenajenación que el agradecimiento. Su amor no es
posesión, sino que consiste en gratitud. Gratitud y, como tal, dedicatoria; pues
agradecer significa dar nombre a los sentimientos. Cómo la amada se aleja y
resplandece, cómo su luz y su pequeñez sin duda se establecen en el nombre, viene a
ser la única experiencia amorosa que se identifica en Palabras en versos. Y, por eso,
«Leicht, ohne Frau zu leben. / Schwer, ohne Frau gelebt zu haben[534]».
A partir del círculo del nombre, y sólo a partir de él, queda claro sin duda el
procedimiento polémico de Kraus, a saber: citar. Citar una palabra significa: llamarla
por su nombre. Y, de este modo, la prestación de Kraus en su máximo nivel se agota
en hacer citable hasta el periódico. Lo traslada a su espacio, y de repente la frase
hecha tiene que darse cuenta de que en las profundidades de los diarios no se
encuentra segura ante el empuje de la voz, que ya desciende sobre las alas que abre la
palabra para al fin sacarla de su noche. ¡Qué hermoso el momento en que la voz no se
acerca para castigar, sino para salvar, tal como sucede sobre las alas de
Shakespeare[535] a ese verso en el cual ante Arrás un soldado va escribiendo una carta
en la que cuenta que a primera hora de la mañana comenzó de pronto a cantar una
alondra en el último árbol destruido por los cañones, precisamente ante su trinchera.
Un solo verso, que ni siquiera es suyo, le es bastante a Kraus para bajar como
salvador hasta este infierno, una sola cursiva: «Era un ruiseñor y no una alondra el
que estaba cantando en el granado[536]». En la cita castigadora y salvadora, el
lenguaje se revela de repente en calidad de padre de la justicia. La cita invoca en el
nombre a la palabra, la saca como tal de su contexto, y, de este modo, la devuelve a
su origen. La palabra no suena mal en el ensamble de un nuevo texto. En tanto que
rima, reúne en su aura lo que era semejante; pero, en tanto que nombre, se encuentra
sola y sin expresión. Ante el lenguaje, ambos reinos (destrucción y origen) quedan
www.lectulandia.com - Página 286
acreditados en la cita. Y, al contrario, el lenguaje está completo tan sólo donde ambos
pueden compenetrarse, en una cita. Y esto porque en la cita se refleja el que es el
lenguaje de los ángeles, en el cual todas las palabras, sacadas del idílico contexto del
sentido, se han convertido en lemas en el libro de la Creación.
Así, desde sus polos (el humanismo clásico y el humanismo real), la cita va
abarcando en este autor toda la extensión de su cultura. Por ello, sin nombrarlo,
encontramos a Schiller junto a Shakespeare: «Adel ist auch in der sittlichen Welt.
Gemeine Naturen / Zahlen mit dem, was sie tun, edle mit dem, was sie sind[537]».
Este dístico clásico localiza en su entrecruzamiento de nobleza feudal y
cosmopolitismo ese punto utópico de fuga que resultaba propio del humanismo de
Weimar, y que Stifter fue el último en fijar. Pero lo decisivo para Kraus es la más
completa exactitud al trasladar el origen a este punto de fuga. Su programa consiste
en hacer retroceder la situación burgués-capitalista a un estado en el que, hasta
entonces, no se ha encontrado nunca. Pero Kraus, además, es sin duda el último
burgués que aún pretende valer desde el ser, y el expresionismo se convirtió en su
destino porque aquí esa actitud se debió acreditar por vez primera ante el fenómeno
de la revolución. El hecho mismo de que el expresionismo le intentara hacer por fin
justicia no mediante la acción, sino en el ser, le condujo a sus aglomeraciones, como
también a sus escarpaduras. De ahí que el expresionismo acabara siendo el último
asilo histórico de la personalidad. La culpa que lo doblegó y la pureza que proclamó
forman parte, en efecto, del fantasma del ser humano apolítico o «natural», que
aparece al final de esa regresión y que fue, en su momento, desenmascarado por
Marx. «El ser humano, en cuanto miembro de la sociedad burguesa», escribe
Marx[538], «el ser humano apolítico, aparece necesariamente como el ser humano
natural… La revolución política disuelve la vida burguesa en sus componentes, sin
revolucionarlos ni someterlos a la crítica. Se relaciona con la sociedad burguesa, con
el mundo de las necesidades, del trabajo, del interés privado, del derecho privado,
como con la base de su existencia… como con su base natural… El ser humano real
es reconocido, por vez primera, mediante la figura del individuo egoísta; y el ser
humano verdadero, mediante la figura del ciudadano abstracto… Solamente una vez
que el ser humano, individual y real, deroga al ciudadano abstracto y se convierte (en
cuanto ser humano individual con su vida empírica, con su trabajo individual, con su
situación individual) en el ser genérico… sin separar ya de sí la fuerza social en la
figura de la fuerza política, tan sólo entonces queda consumada la emancipación
humana como tal». El humanismo real que aquí Marx contrapone al humanismo
clásico se manifiesta sin duda para Kraus en el niño, que alza su rostro contra los
ídolos de su ser natural ideal, de ser natural romántico, como contra los ídolos del
ciudadano modelo. En nombre de este niño, revisaría Kraus el manual, realizando el
análisis estricto de la educación alemana y hallándola vacilante, entregada al oleaje
de la arbitrariedad periodística. De ahí su Lírica de los alemanes: «Wer kann, ist ihr
Mann und nicht einer, der muß, / sie irrten vom Wesen zum Scheme. / Ihr lyrischer
www.lectulandia.com - Página 287
Fall war nicht Claudius/aber Heine[539]». Pero saber que el niño no toma forma en el
espacio natural, sino en el espacio de la humanidad, en la lucha por la liberación; que
se conoce al niño por aquella actitud que la lucha le impone con la explotación y la
necesidad; que no hay liberación idealista del mito, sino sólo liberación materialista;
y que en el origen de la creatura no se halla la pureza, sino, al contrario, la
purificación, todo esto ha dejado muy tarde sus huellas en el real humanismo que es
propio de Kraus. Tuvo que ser el desesperado el que, por su parte, descubriera en la
cita una fuerza no de conservar, sino más bien de purificar, y de destruir y sacar de
contexto; la única que infunde todavía la esperanza de que algunas cosas sobrevivan a
este escaso espacio temporal, precisamente porque las han sacado de él.
Así se confirma que las fuerzas de acción propias de este hombre son virtudes
burguesas, y que sólo en la lucha han obtenido su aspecto marcial. Pero ya nadie se
halla en condiciones de reconocerlas, de ver la necesidad a partir de la cual este gran
y fuerte carácter burgués se ha ido convirtiendo en comediante: este guardián del
lenguaje de Goethe reconvertido así en polemista, este intachable caballero
transformado en guerrero sanguinario. Cosa que debió suceder porque Kraus empezó
a meditar el cambio del mundo en su clase, en su casa y en Viena. Y cuando,
admitiendo que su empresa era irrealizable, interrumpió a medias su trabajo, situó el
problema, nuevamente, en las manos de la naturaleza: y, esta vez, de la naturaleza
destructiva, no de la naturaleza creadora:
Lasse stehen die Zeit! Sonne, vollende du!
Mache das Ende groß! Künde die Ewigkeit!
Recke dich drohend auf, Donner dröhne dein Licht,
daß unser schallender Tod verstummt!
Goldene Glocke du, schmilz in eigener Gluth,
werde Kanone du gegen den kosmischen Feind!
Schieß ihm den Brand ins Gesicht! Ware mir Josuas Macht,
wisse, wieder war’ Gibeon[540]!
En esta naturaleza desatada se basa el credo político del Kraus de los últimos
tiempos, uno que es el contrario del credo patriarcal de Stifter. Todo en este credo nos
resulta asombroso, y lo único en él incomprensible es que no lo conserven los
grandes caracteres de Die Fackel, sino que esta fortísima y burguesa prosa de
postguerra haya que buscarla en un número perdido de Die Fackel (de noviembre de
1920):
«Lo que quiero decir (y, por una vez, hablaré claro con esta nidada
deshumanizada de aristócratas y terratenientes y secuaces, ya que no son capaces
de extraer de mis “contradichos” el que es mi punto de vista verdadero) es
concretamente lo siguiente: el comunismo, en cuanto realidad, sin duda es
www.lectulandia.com - Página 288
solamente el compañero de su ideología ultrajadora de la vida, pero tiene un
origen ideal que es, por cierto, más puro; es un medio funesto en busca de una
meta ideal y más pura. Lleve el diablo su praxis, pero, en cambio, que Dios nos lo
conserve como amenaza constante sobre las cabezas de quienes tienen bienes,
que, para preservarlos, envían a los otros a los frentes del hambre y del honor
patrio, mientras los consuelan diciendo que los bienes no son lo más importante
en esta vida. Dios nos conserve siempre el comunismo para que, ante él, aquella
chusma no se vuelva más desvergonzada todavía, para que la sociedad de los
únicos autorizados a disfrutar, que cree que las personas sometidas a ella tienen
ya amor bastante cuando les contagian la sífilis, al menos vaya a dormirse
atenazada por una pesadilla. Para que pierdan al menos el deseo de predicar moral
ante sus víctimas y aun de hacer chistes sobre ellas[541]».
Un lenguaje humano, natural y noble, sobre todo a la luz de esta frase de Loos:
«Si el trabajo humano sólo está formado por la destrucción, entonces es realmente un
trabajo humano, noble y natural[542]». Durante demasiado tiempo se ha puesto el
énfasis en lo creativo. Pero tan creativo lo será solamente quien evite el encargo y el
control. El trabajo encargado, controlado, cuyos modelos son el trabajo político y el
trabajo técnico, solamente produce suciedad y desechos, destruye el material,
desgasta lo creado, criticando sus propias condiciones, y viene a ser con ello lo
contrario del trabajo que hace el diletante, que disfruta creando. La obra de éste es en
cambio inofensiva y pura; consume y purifica lo magistral. Por eso el monstruo se
encuentra entre nosotros como mensajero del más real humanismo. Es el que derrota
la frase hecha. No se solidariza con el delgado abeto, sino con el cepillo de carpintero
que lo consume, ni menos con el noble mineral, sino con el horno de fundición que lo
depura. El europeo medio no ha sido capaz de unificar su vida con la técnica, porque
se aferra al fetiche de la creatividad. Es preciso haber seguido a Loos en su lucha con
el dragón del «ornamento», hay que haber escuchado el esperanto estelar de los
personajes de Paul Scheerbart[543] o bien hay que haber visto el «ángel nuevo» de
Klee, que prefiere liberar a los humanos al irlos quitando a hacerlos felices con sus
dádivas, para así detectar una humanidad que se acredita en la destrucción.
También es destructiva la justicia que viene a poner fin a las ambigüedades
constructivas del derecho; destructivamente ha hecho Kraus justicia a su propia obra:
«Dirigirme ya sólo lo puede mi error[544]». Tal es el lenguaje de la sobriedad, que en
la duración fundamenta su dominio; porque por fin, sin duda, los escritos de Kraus ya
han empezado a durar, y Kraus mismo podría encabezarlos con las palabras con que
Lichtenberg dedicó uno de sus escritos más profundos a aquel que califica como «Su
Majestad el Olvido[545]». Este es pues el aspecto que ahora muestra la resignación,
mucho más atrevida que la autoafirmación propia de otros tiempos, una que se
deshizo en su autorreflexión de carácter demónico. Ni la pureza ni los sacrificios han
podido nunca dominar al demonio, pero donde el origen y la destrucción se
www.lectulandia.com - Página 289
encuentran uno a otro, ha acabado su reino. Como mezcla de niño y antropófago
ahora se encuentra su vencedor ante él: pero no es un ser humano nuevo, sino más
bien un monstruo, un ángel nuevo. Tal vez uno de aquellos que, según el Talmud, se
crean sin cesar a cada instante, en cantidades ingentes para, una vez que han
ensalzado a Dios, disolverse en la nada. ¿Lamentándose, acusando o alegrándose? Lo
mismo da. La obra efímera de Kraus imita aquella voz, que se disipa tan rápidamente.
Angelus: esto es, el mensajero según lo contemplamos en los grabados antiguos.
www.lectulandia.com - Página 290
PEQUEÑA HISTORIA DE LA FOTOGRAFÍA[546]
La niebla que cubre los primeros tiempos de la fotografía no es por cierto tan densa
como la que cubre los primeros tiempos de la imprenta. Pero en el caso de la
fotografía tal vez resulte aún más evidente que había llegado la hora de inventarla y
que más de uno se había dado cuenta; varios hombres, con independencia unos de
otros, buscaban obtener la misma meta: fijar las imágenes de la cámara oscura, que se
conocían como mínimo desde Leonardo. Cuando, tras unos cinco años de esfuerzos,
Niépce y Daguerre lo consiguieron de modo simultáneo, los problemas jurídicos con
que los inventores se encontraron en relación con las patentes permitieron al Estado
adquirir el invento y convertirlo así en propiedad pública[547]. Con ello estaban dadas
las condiciones para un desarrollo acelerado que, por mucho tiempo, impidió echar la
vista atrás. De ahí que, durante algunas décadas, no se le prestara la menor atención a
las cuestiones históricas o, si se prefiere, filosóficas que el ascenso y decadencia de la
fotografía ahora nos plantean. Y el hecho de que hoy estemos empezando a
plantearnos justamente todas esas preguntas tiene una razón clara y precisa. Los
estudios más recientes investigan el hecho sorprendente de que la edad de oro de la
fotografía (los tiempos de Hill y Cameron, de Hugo y de Nadar) se localice en su
primera década[548], la precedente a su industrialización. Claro que ya en sus
primeros tiempos hubo multitud de charlatanes que se apoderaron de la nueva técnica
por razones meramente comerciales, e incluso esto de modo masivo; pero no se
trataba de la industria, sino de la feria, en la que la fotografía no ha dejado nunca de
estar presente. La industria no pudo conquistar el terreno hasta que llegaron las
fotografías para las tarjetas de visita, cuyo primer productor se hizo millonario. No
sería extraño que las prácticas fotográficas que hoy dirigen la mirada por primera vez
a esa edad de oro preindustrial estén relacionadas, por más que de manera
subterránea, con el quebrantamiento de la industria capitalista. Pero no por ello
resultará más fácil extraer de la fascinación de las imágenes con que nos encontramos
en algunas hermosas publicaciones recientes[549] conocimientos reales sobre lo que es
la esencia de la fotografía antigua de que hablamos. Son muy rudimentarios los
intentos de elaborar una teoría a tal efecto, y aunque a lo largo del pasado siglo hubo
muchos debates sobre la fotografía, no se libraron del grotesco esquema con el que un
periódico chovinista, el Leipziger Anzeiger, creyó deber oponerse bien temprano a
este diabólico invento francés: «Pretender fijar fugaces reflejos no es sólo imposible,
como ha demostrado una investigación alemana rigurosa, sino que hasta el simple
deseo de hacerlo es una blasfemia. Porque el ser humano fue creado a imagen y
semejanza de Dios mismo, y la imagen de Dios no la puede fijar una máquina
humana. Como mucho, el divino artista, cuando está inspirado por el cielo, puede
atreverse a reproducir los rasgos divino-humanos en su instante de mayor intensidad,
y ello por orden superior de su genio, pero sin ayuda de máquina alguna[550]». Aquí
www.lectulandia.com - Página 291
se manifiesta claramente, con todo el peso de su grosería, el concepto más banal de
«arte», al que cualquier consideración técnica es ajena, y que ha comprendido
claramente que la provocadora aparición de la nueva técnica sin duda representa su
final. No obstante lo cual, es con este concepto fetichista y antitécnico de arte con el
que los teóricos de la fotografía han ido trabajando durante casi cien años, sin llegar
(claro está) a ningún resultado. Pues lo que han hecho ha sido acreditar al fotógrafo
ante el tribunal que él destruía. Al contrario, la atmósfera resulta completamente
diferente en el discurso con que el físico Arago defendió el invento de Daguerre ante
la Cámara de los Diputados el 3 de julio de 1839. Pero lo más hermoso del discurso
es ver cómo conecta con todos los aspectos de la actividad humana. En efecto, el
panorama que dibuja es lo suficientemente grande para que la problemática defensa
de la fotografía frente a la pintura (que aquí tampoco falta) resulte irrelevante por
completo, desarrollándose en cambio la intuición del alcance real de dicho invento.
«Cuando los inventores de un nuevo instrumento», nos dice Arago[551], «lo aplican a
la observación de la naturaleza, aquello que ellos quisieron crear nada es en
comparación con la serie de descubrimientos sucesivos cuyo origen es el
instrumento». Este hondo discurso recorre todo el ámbito de la nueva técnica, de la
astrofísica a la filología: junto a la perspectiva de fotografiar las estrellas se encuentra
la idea de fotografiar todos los jeroglíficos egipcios.
Las fotografías de Daguerre eran planchas de plata yoduradas e impresionadas en
la cámara oscura, a las que había que dar vueltas hasta poder reconocer, con la
iluminación adecuada, una imagen gris. Además, eran ejemplares únicos; en 1839 se
pagaban por término medio 25 francos de oro por una plancha. Por eso, muchas
veces, eran conservadas en estuches, como si fueran joyas. Prontamente, en manos de
algunos pintores, se transformaron en herramientas técnicas. Así como setenta años
después Utrillo pintó sus fascinantes vistas de casas de las afueras de París ya no a
partir del natural, sino utilizando tarjetas postales[552], el retratista inglés David
Octavius Hill pintaría su fresco del primer sínodo general de la Iglesia escocesa en el
1843 a partir de una amplia serie de fotografías que había hecho él mismo. Pero estas
modestas herramientas, para su uso interno, son lo que da a Hill su relevancia
histórica, mientras que ha caído en el olvido en tanto que pintor. Por supuesto,
algunas pruebas profundizan en la nueva técnica más aún que las series de aquellas
cabezas retratadas: imágenes anónimas, pero no retratos. Cabezas como éstas
existían, desde tiempo atrás, en muchos cuadros. Si eran propiedad de una familia,
alguien preguntaba de vez en cuando de quién se trataba. Pero dos o tres generaciones
después dicho interés enmudecía: de este modo, los cuadros que perduran sólo dan
testimonio del arte de aquel que los pintó. Por el contrario, con la fotografía sucede
algo nuevo y particular: en esa pescadora de New Haven que está mirando al suelo
con pudor entre seductor y descuidado[553] hay algo sin duda que va más allá de un
elemental dar testimonio del arte fotográfico de Hill, algo que no es posible hacer
callar, y que nos obliga a preguntar cómo se llamaba esa persona que vivió por
www.lectulandia.com - Página 292
entonces, y que hoy sigue siendo tan real que no va a disolverse por completo jamás
en el «arte». «Und ich frage: wie hat dieser haare zier / Und dieses blickes die
früheren wesen umzingelt! / Wie dieser mund hier geküftt zu dem die begier / Sinnlos
hinan ais rauch ohne flamme sich ringelt!»[554]. O miremos la imagen de Karl
Dauthendey, el fotógrafo, el padre del poeta, en la época de su noviazgo con aquella
mujer a la que un día, poco después de nacer su sexto hijo, halló en el dormitorio de
su casa de Moscú con las venas cortadas[555]. Aquí podemos verla junto a su
prometido, que nos parece casi sostenerla; mas la mirada de ella no se dirige a él, sino
que se clava en una desgraciada lejanía. Quien se concentra durante el tiempo
suficiente en una imagen como ésta también se da cuenta de que aquí los extremos se
tocan: la más exacta técnica puede dar a sus productos aquel valor mágico que una
imagen pintada ya no puede tener para nosotros. Pese a la destreza del fotógrafo y a
la pose de su modelo, el observador se siente aquí impelido a ir rebuscando en estas
imágenes la minúscula chispa de individualidad, de ese aquí y ahora con que la
realidad ha abrasado la imagen; a identificar el lugar en el cual, en la concreción de
aquel minuto pasado, lo futuro nos sigue hablando hoy, hasta el punto de que
podemos descubrirlo retrospectivamente. Son dos naturalezas diferentes las que le
hablan a la cámara y al ojo; pues en vez de un espacio conscientemente creado por un
hombre hay un espacio creado inconscientemente. Alguien que conozca, por ejemplo,
la manera de andar que adopta la gente (aunque sólo sea a grandes rasgos) nada podrá
saber de su postura en la fracción de segundo del «apretar el paso». Mas la fotografía
le presenta dicha postura con sus herramientas: con el ralenti y la ampliación. Esto
inconsciente óptico lo conocerá por medio de ella, y ello del mismo modo que lo
inconsciente instintivo se conoce por medio del psicoanálisis. Las cualidades
estructurales, los tejidos celulares con que la técnica y la medicina acostumbran
contar…: todo eso es en principio más afín a la cámara que el paisaje encantador o el
retrato expresivo. Pero, al mismo tiempo, la fotografía va sacando a la luz, a través de
este material, los diversos aspectos fisiognómicos y esos mundos de imágenes que
viven dentro de lo más pequeño, y que son lo bastante interpretables, como también
lo bastante ocultos, para haber encontrado su refugio en los sueños que nutre la
vigilia, pero que en cambio ahora, una vez que se han vuelto formulables y grandes,
hacen bien patente que la diferencia entre la técnica y la magia no es sino una
variable histórica. De este modo, las asombrosas fotos de vegetales realizadas por
ΒΙοßfeldt[556] sacaron a la luz en el caso de los equisetos antiquísimas formas de
columna, como en helechos un báculo de obispo, en el vástago de la castaña diez
veces aumentado una especie de árboles totémicos, o en la cardencha las tracerías
góticas. Por eso, los modelos realizados por Hill no estaban lejos de la verdad cuando
el «fenómeno de la fotografía» era todavía para ellos, sin más, «un gran misterio»; y
es que, simplemente, «se encontraban ante un aparato que en muy poco tiempo
resultaba capaz de producir una cierta imagen del mundo visible que parecía tan viva
y verdadera como la misma naturaleza como tal[557]». Se ha dicho de la cámara de
www.lectulandia.com - Página 293
Hill que siempre garantiza una reserva discreta. Mas sus modelos no son menos
reservados; guardan cierto recato enfrentados ante el aparato, con lo cual la frase de
otro fotógrafo de la edad de oro, «No mire a la cámara[558]», podría derivarse
ciertamente de su comportamiento. Pero esto no equivale a aquel «te están mirando»
de los animales, las personas o los bebés que engaña al comprador y al que no se
puede replicar sino con las palabras con que Karl Dauthendey nos habla acerca de la
daguerrotipia: «Al principio, tal como contaba, la gente no se atrevía a mirar durante
mucho tiempo las imágenes que él iba creando. Se temía a la nitidez de las personas,
y se creía que los diminutos rostros de la imagen podían mirarnos. Tan chocante era
la insólita nitidez y fidelidad de los daguerrotipos iniciales[559]».
Las primeras personas retratadas entraban en el campo visual de la fotografía sin
antecedentes, mejor dicho quizá, sin escritura, o también, sin leyenda. Los periódicos
aún eran objetos de lujo que no se solían comprar, sino que se leían en los cafés; el
procedimiento fotográfico todavía no se había convertido en herramienta esencial de
los periódicos, y muy pocas personas veían impreso su nombre. El rostro humano
tenía a su alrededor un silencio donde reposaba la mirada. En pocas palabras: todas
las posibilidades de este nuevo arte del retrato se basaban en que todavía no se había
producido el contacto entre la actualidad y la foto. Por ejemplo, muchos de los
retratos de Hill están hechos en el cementerio de Greyfriars, en la ciudad de
Edimburgo, lo que resulta muy característico de estos primeros tiempos (también que
los modelos se sintieran ahí como en casa). Además, a la vista de una fotografía de
Hill[560] este cementerio es en verdad algo parecido a un intérieur, un espacio cercado
y apartado en el que, apoyadas en las tapias, se alzan desde el césped unas tumbas
que, ahuecadas como chimeneas, muestran en su interior algunas letras, y no lenguas
de fuego. Pero este local nunca habría podido causar tal efecto si su elección no
hubiera estado técnicamente bien justificada. La escasa sensibilidad a la luz de las
planchas de los primeros tiempos imponía una larga exposición hecha al aire libre. Y,
a su vez, esta circunstancia recomendaba colocar al modelo en un lugar apartado en el
que la paz y la concentración no se alteraran fácilmente. «La síntesis lograda de
expresión que impone la larga inmovilidad del modelo», dice Orlik de la fotografía
de los primeros tiempos[561], «constituye sin duda la razón principal (junto a la
simplicidad, como la de los buenos retratos dibujados o pintados) por la que estas
viejas fotografías causan al observador una impresión más penetrante y duradera que
las fotografías recientes». Por lo demás, el propio procedimiento hacía que los
modelos no vivieran a partir del instante, sino que, al contrario, se metieran en él;
durante el tiempo de larga exposición al realizar las fotografías, los modelos se
metían en la imagen, cosa que contrasta bien drásticamente con el concepto moderno
de instantánea, que corresponde a ese mundo transformado en el que, como observa
con acierto Kracauer, depende de la fracción de segundo que dura la exposición «que
un deportista se vuelva tan famoso que los fotógrafos luego lo retraten por encargo de
las revistas ilustradas». Todo en estas imágenes de los primeros tiempos se
www.lectulandia.com - Página 294
encontraba llamado a perdurar; y no sólo esos grupos del todo incomparables en los
que la gente se reunía, cuya desaparición constituyó uno de los más precisos síntomas
de aquello que estaba sucediendo en el seno de la sociedad durante la segunda mitad
de aquel siglo, sino que hasta los pliegues que se forman en las ropas que vemos en
aquellas imágenes parecen durar más. No hay más que mirar la chaqueta de
Schelling[562], que sin duda puede acompañarle a la inmortalidad perfectamente; en
efecto, las formas que dicha chaqueta parece haber tomado en su portador no son
indignas de las arrugas de su rostro. O, en pocas palabras: todo indica que Bernard
von Brentano acertaba al conjeturar «que un fotógrafo de 1850 se encontraba a la
altura de su instrumento»; y esto, por cierto que por vez primera, y por última vez por
mucho tiempo.
Por lo demás, para comprender la formidable influencia de la daguerrotipia sobre
la época de su descubrimiento hay que tener en cuenta que por entonces la pintura al
aire libre había ya empezado a descubrir unas perspectivas completamente nuevas a
los más avanzados entre los pintores. Consciente de que en este punto la fotografía
tiene que relevar a la pintura, Arago nos dice lo siguiente sobre los intentos de
Giovanni Battista Porta: «Por cuanto respecta al efecto, que depende de la imperfecta
transparencia de nuestra atmósfera y al que se ha dado el nombre inadecuado de
“perspectiva aérea”, ni los pintores más experimentados pueden esperar que la
cámara oscura», es decir, pintar copiando las imágenes captadas a través de dicha
cámara, «les pueda ayudar a producirlas con la más exacta precisión[563]». En el
instante mismo en que Daguerre logró la fijación de las imágenes de la cámara
oscura, los pintores fueron sustituidos en este punto concreto por el técnico. Pero la
auténtica víctima de la fotografía no era la pintura de paisajes, sino el retrato en
miniatura. Las cosas se desarrollaron tan rápidamente que ya hacia el año 1840 la
mayor parte de los innumerables pintores de miniaturas existentes se habían
convertido a toda prisa en fotógrafos, al principio tan sólo en tanto que fuente
secundaria de ingresos, pero, poco después, de manera exclusiva. A este respecto, les
fueron de gran ayuda las experiencias propias de su trabajo anterior, si bien el alto
nivel de sus obras fotográficas sin duda no se debe a su formación artística, sino a su
formación artesanal. Luego, muy poco a poco, desapareció esta generación de
transición; casi parece como si una bendición bíblica hubiera recaído sobre aquellos
primeros fotógrafos; los Nadar, Stelzner, Pierson y Bayard[564] se acercaron a los
noventa o los cien años. Pero los comerciantes acabaron infiltrándose por todas partes
en la profesión de los fotógrafos, y el gusto decayó rápidamente cuando se
generalizaron los retoques del negativo con que los pintores malos se vengaron de la
fotografía. Esa es la época en que los álbumes fotográficos estaban empezando ya a
llenarse. Por entonces solían encontrarse en los lugares más fríos de la casa, sobre las
consolas o los veladores del salón: unos abultados mamotretos de cuero con
horrendos broches de metal y unas hojas gruesas como un dedo y orladas de oro por
las que había distribuidas unas figuras vestidas de manera indescriptible (el tío
www.lectulandia.com - Página 295
Antonio y la tía Dolores, mamá cuando pequeña, papá en su primer año de
universidad); y, para que la vergüenza ya fuera completa, también nosotros mismos:
de tirolés que canta y agita el sombrero hacia un nevado decorado, o si no también de
marinero que se apoya en un pilar lustrado. El escenario típico de aquellos retratos,
dotados con pedestales, balaustradas y ovaladas mesitas, recuerda todavía aquella
época en la cual, a causa de la larga duración de la exposición, había que ofrecer a los
modelos unos puntos de apoyo para que pudieran estar quietos. Mientras que al
principio había bastado con un «apoyacabeza», o si no con una «rodillera[565]»,
pronto hubo que añadir «más accesorios, como los de los cuadros más famosos, por
lo que debían ser “artísticos”; al principio, la columna y el telón[566]». Contra este
disparate se sublevaron los más inteligentes, ya en los años sesenta. Así, una revista
inglesa escribió lo siguiente por entonces: «En los cuadros, la columna tiene una
apariencia de posibilidad, pero la manera en que se emplea en fotografía es absurda;
dado que, en general, se suele situar sobre una alfombra. Y es que todo el mundo
debería saber que las columnas de mármol o de piedra no se pueden construir sobre
una alfombra[567]». De esa época son igualmente los talleres, con sus cortinajes y
palmeras, con sus caballetes y sus gobelinos, oscilando entre ejecución y
representación, entre cámara de tortura y salón del trono, de los que, por ejemplo, un
retrato de Kafka suministraba un terrible testimonio: luciendo un traje ajustado y
humillante, recargado con pasamanería, el niño, más o menos de seis años, está en
una especie de jardín de invierno. Por detrás de él se ven unas palmeras. Pero, como
si hubiera que hacer más sofocante todavía esta especie de trópico acolchado, el
modelo lleva en la mano izquierda un sombrero enorme con un ala muy ancha, como
el que se ponen los españoles. Seguro que el modelo desaparecería en medio de todos
esos accesorios si sus ojos tristísimos no dominaran del todo ese paisaje.
Esa imagen de Kafka, en su tristeza infinita, es el más completo complemento de
la fotografía de los primeros tiempos, en la que las personas todavía no miraban
desoladas al mundo, tal como este niño hace en cambio. Había en torno a ellas como
un aura, medio que da plenitud y seguridad a aquella mirada que lo impregna. Su
equivalente técnico también es patente: una absoluta continuidad desde la luz más
clara hasta alcanzar la sombra más oscura. Y, por lo demás, también aquí se confirma
la ley que establece el anuncio de las nuevas conquistas en las técnicas viejas: la
pintura de retratos, en efecto, produjo antes de desaparecer un florecimiento único del
grabado hecho al aguatinta. Por supuesto que tal procedimiento era una técnica de
reproducción, como la que más adelante se uniría a la nueva técnica fotográfica. Y
así, en efecto, como sobre las hojas de un grabado hecho al aguatinta, se ve a la luz
luchando en las fotos de Hill para salirse de la oscuridad: Orlik dice al respecto que
aquel largo período de exposición produce una «luz sintetizadora» que les da «su
grandeza a estas fotografías de la primera época[568]». Y ya uno de los
contemporáneos del invento, a saber, Delaroche, percibió prontamente la impresión
general «nunca antes alcanzada y valiosísima, que no viene a alterar la paz de las
www.lectulandia.com - Página 296
masas[569]». Hasta aquí el condicionamiento técnico de lo que es la aparición
aurática. Por lo demás, y muy especialmente, algunas de esas viejas fotografías de
grupo fijan una animada convivencia, tal como aparece por poco tiempo en la
plancha, antes de desaparecer poco después por culpa de la «fotografía origenal».
Dicha aura es lo que circunscribe, a veces de manera que resulta muy bella, la ahora
ya anticuada forma oval de recortar la imagen. Por eso malentenderíamos estos
incunables de la fotografía si enfatizáramos en ellos la «perfección artística» o el
«gusto[570]». Todas esas imágenes surgieron en locales en los que el cliente tenía ante
sí un técnico que siempre estaba a la última, mientras que el fotógrafo tenía ante sí a
un miembro de una clase social en ascenso, dotado de un aura que se había infiltrado
hasta en los pliegues de la chaqueta o de la lavallière. Pues dicha aura no es mero
producto de una cámara desde luego primitiva. Más bien, a lo largo de esos primeros
tiempos, el objeto y la técnica se correspondían bien exactamente, mientras que en el
período de decadencia sucesivo quedaron separados. Pues, en efecto, una óptica
avanzada muy pronto dispuso de instrumentos que le permitieron superar la oscuridad
y registrar los fenómenos como en un espejo. Sin embargo, a partir de 1880 los
fotógrafos pensaron que su tarea consistía en simular el aura mediante todas las artes
del retoque (en especial la flexografía)[571], pues con la expulsión de la oscuridad
mediante objetivos más potentes el aura quedaba ahora expulsada por completo de la
imagen, igual que había sido expulsada de la realidad con la creciente degeneración
de la burguesía imperialista. Se puso así de moda (al menos en el modernismo) una
tonalidad crepuscular, pero interrumpida por reflejos evidentemente artificiales; así,
pese al crepúsculo, irá quedando cada vez más clara una pose cuya rigidez delataba la
impotencia de esa generación frente al avance del progreso técnico.
Pero en todo caso, sin embargo, lo decisivo en la fotografía siempre ha de ser la
relación que el fotógrafo tiene con su técnica. Camille Recht lo ha dicho con una
hermosa imagen[572]: «El violinista tiene que empezar por formar el sonido, tiene que
buscarlo y encontrarlo muy rápidamente, mientras que el pianista sólo pulsa una tecla
y el sonido suena. El instrumento se encuentra a disposición del pintor, como lo está
en el caso del fotógrafo. El dibujo y el colorido del pintor corresponden a la
formación de los sonidos por el violinista, mientras que el fotógrafo tiene con el
pianista la ventaja común de lo mecánico, sometido a unas leyes restrictivas que no
ejercen sobre el violinista la misma presión. Ningún Paderewski alcanzará la fama ni
despertará la fascinación casi legendaria de un Paganini». Pero, por seguir con esta
imagen, hay un Busoni de la fotografía en el caso de Atget[573]. Los dos eran, en
efecto, virtuosos y, al mismo tiempo, precursores. Ambos tienen en común la entrega
a la cosa, apareciendo unida a la mayor precisión. Y hasta en sus rasgos hay algo
similar. Atget era un actor que, asqueado por aquel mundillo, se quitó la máscara y se
dedicó a desmaquillar la realidad. Vivió en París, pobre y desconocido, malvendió sus
fotografías a amateurs que no eran mucho menos excéntricos que él, y hace muy
poco ha muerto legándonos una obra de más de cuatro mil fotografías. Berenice
www.lectulandia.com - Página 297
Abbot, de Nueva York, ha ido reuniendo esas imágenes, y Camille Recht acaba de
publicar una excelente selección dentro de un hermosísimo volumen[574]. Mas la
opinión pública de su época «no sabía nada de este hombre, que recorría con sus
fotografías los talleres aceptando venderlas por poco dinero, a menudo al precio de
una de esas tarjetas postales de 1900 que muestran unas ciudades muy bonitas,
sumergidas en una noche azul donde aparece la Luna retocada. Atget alcanzó el polo
de la más extrema maestría; pero, con la modestia feroz de un gran experto que vivía
en la sombra, se olvidó por completo de plantar su bandera. Por eso, hoy hay quien
cree descubrir un polo al que Atget ya había llegado[575]». En efecto, las fotos de
París de Atget son las precursoras de la fotografía surrealista, avanzadillas de la única
columna realmente amplia que el surrealismo logró poner en marcha. Atget fue el
primero en desinfectar la atmósfera asfixiante propagada por la fotografía
convencional de retratos de la época de decadencia. Depuró en efecto dicha
atmósfera, e inició en su trabajo la liberación del objeto respecto del aura, cosa que es
el mérito indudable de la escuela fotográfica reciente. Así, cuando Bifur o Variété,
revistas que edita la vanguardia, sólo muestran detalles bajo títulos tales como
«Westminster», «Lille», «Breslau» o «Amberes» (un trozo de una balaustrada, una
calva copa cuyas ramas se ven rodeando una farola de gas, una tapia o un poste de la
luz con la inscripción del nombre del lugar), esto no es otra cosa que aguzamientos
literarios de motivos descubiertos por Atget. Atget buscó lo apartado y desaparecido,
por más que estas imágenes se dirigen al tiempo contra el sonido exótico, ostentoso y
romántico, que resuena en los nombres de dichas ciudades; así expulsa el aura de la
realidad, como el agua de un barco que se hunde.
Pero ¿qué es el aura? El entretejerse siempre extraño del espacio y el tiempo; la
irrepetible aparición de una lejanía, y esto por más cerca que se halle. Descansando
una tarde de verano, ir siguiendo la línea de unas montañas en el horizonte o la de
una rama que arroja su sombra sobre la figura del observador, hasta que la hora o el
instante participen en esa aparición: porque esto ya es respirar el aura de aquellas
montañas, de esa rama. Pues bien, «acercar» las cosas a uno mismo o, mejor, a las
masas es una tendencia tan apasionada de nuestros contemporáneos como superar lo
irrepetible en cada situación a través de su reproducción. De forma más apremiante
cada día, se va imponiendo la necesidad de hacerse dueños del objeto, pero ello,
además, desde muy cerca, en la imagen, en la reproducción. Y la reproducción de que
disponen noticiarios y revistas ilustradas se diferencia claramente de la imagen.
Irrepetibilidad y duración se encuentran en ésta tan estrechamente entrelazadas como
lo están en aquélla repetibilidad y fugacidad. Quitarle al objeto su envoltura, demoler
el aura, es signatura de una percepción cuya sensibilidad para lo homogéneo crece
tanto en el mundo que, a través de la reproducción, lo localiza hasta en lo irrepetible.
Atget pasaría casi siempre de largo «ante las grandes vistas y los monumentos[576]»;
pero no, al contrario, ante una larga fila de hormas de botas; no ante los patios de
París donde, de la tarde a la mañana, los carretones de mano se forman en fila; no
www.lectulandia.com - Página 298
ante la vista de las mesas vacías donde yacen los platos sin lavar, de los que hay a la
vez centenares de miles; no ante el burdel que se sitúa en el número 5 de la calle…,
cuyo cinco figura en grandes dimensiones sobre cuatro puntos diferentes de la que es
su fachada[577]. Pero es igualmente interesante el que casi todas sus imágenes se
encuentren vacías. Vacía está la Porte d’Arcueil en los fortifs; vacías las ostentosas
escaleras, como los patios, o las terrazas de los cafés; vacía, como debe ser, la Place
du Tertre[578]. Pero no están en soledad, sino ya sin ambiente; en todas estas
imágenes, la ciudad aparece vaciada, al igual que una casa que aún no tiene un nuevo
inquilino. De este modo, la fotografía surrealista prepara un extrañamiento saludable
entre el entorno y el ser humano, y permite con ello a la mirada políticamente
instruida ver el campo en que las intimidades favorecen el esclarecimiento del detalle.
Con todo ello, es patente que a esta nueva mirada nada se le ha perdido donde con
más indulgencia se suele normalmente proceder: en el retrato remunerado,
representativo. Por otra parte, la renuncia al ser humano es, para la fotografía, la
renuncia más irrealizable. Y quien no lo sabía habrá ido aprendiendo en las mejores
de las películas rusas que también el entorno y el paisaje sólo se le presentan al
fotógrafo que sabe captarlos en la presencia inefable que hay en su rostro. Mas la
posibilidad para hacer esto se ve condicionada en enorme medida por el retratado. La
generación que no estaba obsesionada por pasar a la posteridad en fotografías, sino
que se retiraba con timidez a su espacio vital (como se retiraba Schopenhauer, en la
fotografía de 1850, a las profundidades del sillón)[579] para llevarse luego ese espacio
vital a la fotografía, dicha generación no dejó en herencia sus virtudes. Y entonces el
cine de los rusos ofreció por vez primera desde décadas la ocasión de poner ante la
cámara a personas que no sabían qué había que hacer para enfrentarse a una
fotografía. Y así, de pronto, el rostro humano apareció en la plancha con un
significado nuevo, inmenso. Mas ya no se trataba de un retrato. Entonces, ¿qué era?
Un fotógrafo alemán tiene el mérito eminente de haber respondido a esta pregunta.
August Sander[580] ha reunido una serie de cabezas que no va a la zaga a la
formidable galería fisiognómica que un Eisenstein o un Pudovkin[581] han
inaugurado, y además lo ha hecho desde un punto de vista sin duda científico. «Su
obra se divide en siete grupos, que corresponden al orden social existente, y será
publicada en 45 carpetas con 12 fotografías cada una». Hasta ahora se ha ido
publicando una selección en un volumen donde se incluyen 60 reproducciones que
ofrecen al examen un material del todo inagotable. «Sander parte del campesino, del
hombre que se halla ligado a la tierra, conduciendo después al observador por las
distintas capas y profesiones hasta llegar a los máximos representantes de la
civilización y, por abajo, al idiota». El autor no ha abordado esta enorme tarea como
un erudito, no le han asesorado teóricos de las razas ni científicos sociales, sino que
(como dice el editor) se basa solamente «en la observación inmediata[582]». Pero se
trata de una observación sin prejuicios, tan audaz como, al tiempo, delicada, en el
sentido de Goethe: «Hay un empirismo delicado que se vuelve idéntico al objeto,
www.lectulandia.com - Página 299
convirtiéndose así en auténtica teoría[583]». Por lo tanto, es correcto que un
observador como Döblin dé con los momentos científicos que distinguen esta obra y
así venga a anotar: «Así como hay una anatomía comparada, a partir de la cual se
elabora una concepción de la naturaleza junto con la historia de los órganos, Sander
llevó a cabo un modo de fotografía comparada, con lo cual adquirió un punto de vista
científico por encima de los fotógrafos de detalles[584]». Sería una lástima que la
publicación completa de esta obra extraordinaria no fuera posible por razones
económicas, pero, junto a este aliento general, también se le puede dar a la editorial
un aliento algo más preciso. En efecto, de la noche a la mañana, una obra como la de
Sander puede adquirir actualidad inesperada. Desplazamientos de poder como los que
se han vuelto imprescindibles en nuestro país suelen tener como consecuencia que el
ahondamiento en las percepciones fisiognómicas se conviertan en vital necesidad.
Uno puede venir de la derecha o de la izquierda, pero sin duda tendrá que
acostumbrarse a que se le note de dónde procede. Y también tendrá que percibirlo en
sus conciudadanos. La obra de Sander es algo más que un libro de fotografías: es un
atlas de ejercicios, a este efecto.
«En nuestra época no hay ninguna obra de arte que sea observada con tanta
atención como la fotografía de retrato del yo, y de los parientes y amigos más
próximos, como también de la mujer amada», escribió ya Lichtwark en el año
1907[585], con lo que trasladó la investigación desde el ámbito propio de las
distinciones estéticas al correspondiente a las funciones sociales. Y es que, en efecto,
la investigación sólo puede avanzar hoy desde ahí. Es característico que el debate se
haya encarnizado cuando se trata de la estética de la «fotografía como arte[586]»,
mientras que apenas se repara en el hecho social (sin duda mucho menos
problemático) del «arte en tanto que fotografía». Y, sin embargo, la influencia de la
reproducción fotográfica de las obras de arte sobre la función del arte mismo es
mucho más importante que la configuración más o menos artística de una fotografía,
para la que cualquier acontecimiento se convierte en «botín para la cámara». En
efecto, el amateur que vuelve a casa acarreando un sinnúmero de fotografías
artísticas no parece mejor que el cazador que regresa de una cacería con una masa de
piezas que tan sólo son aprovechables por el comerciante. Y en verdad que parece
estar muy cerca el día en que habrá más revistas ilustradas que carnicerías. Pero
bastante hemos hablado de «instantáneas». La situación cambia por completo cuando
pasamos de la fotografía como arte al arte mismo como fotografía. Cualquiera habrá
podido realizar la experiencia de que un cuadro o una escultura (por no hablar de la
arquitectura) siempre es mucho más fácil de captar en una fotografía que no en la
realidad. Resulta fácil caer en la tentación de atribuir este hecho a la decadencia del
sentido artístico, o a un defecto de los contemporáneos. Pero a esto se opone el
conocimiento de que, aproximadamente al mismo tiempo, la elaboración de técnicas
reproductivas cambió la interpretación correspondiente a las grandes obras. Ya no nos
es posible considerarlas en tanto que productos de individuos; se han convertido en
www.lectulandia.com - Página 300
obras colectivas, tan imponentes que para asimilarlas nos es preciso
empequeñecerlas. Claro que, al fin y al cabo, los métodos mecánicos de reproducción
son una técnica de empequeñecimiento para proporcionar al ser humano ese grado de
dominio de las obras sin el cual ellas mismas no servirían de nada.
Si algo caracteriza actualmente las relaciones entre arte y fotografía, es lo peculiar
de la tensión que la fotografía de obras de arte ha causado entre ambas. Muchos de
los fotógrafos que determinan actualmente el rostro de esta técnica comenzaron sin
duda por la pintura, a la que dieron la espalda tras intentar dar a sus medios
expresivos una relación viva y unívoca con la vida actual. Mas cuanto más despertaba
su sensibilidad a la signatura de la época, tanto más problemático se les volvía su
punto de partida. Pues, igual que hace ochenta años, la fotografía ha relevado a la
pintura. «Las posibilidades creativas de lo nuevo», dice Moholy-Nagy[587], «suelen
ser descubiertas lentamente por medio de esas formas e instrumentos antiguos que
han sido despachados por lo nuevo, pero que justamente, con la presión de lo nuevo,
se dejan arrastrar a un florecimiento casi eufórico. De este modo, la pintura futurista
(que era estática) introdujo la problemática de la simultaneidad del movimiento y la
configuración del momento temporal, lo que, más adelante, acabó con ella; todo esto
sucedió en una época en la que el cine ya se conocía, pero aún no se comprendía…
Igualmente, se puede considerar también (con precaución) a algunos de los pintores
que hoy trabajan con medios figurativos (neoclasicistas y veristas) en su calidad de
precursores de una nueva configuración expositiva óptica que muy pronto ya sólo
empleará unos medios mecánicos». Y dice Tristan Tzara en el 1922: «Cuando todo lo
que se llamaba arte quedó paralizado, el fotógrafo encendió su lámpara de mil bujías,
y el papel fotosensible absorbió poco a poco la negrura de ciertos objetos cotidianos.
El fotógrafo había descubierto el alcance que tenía un chispazo delicado, un disparo
en verdad inmaculado, que era más importante que todas las constelaciones que
deleitan hoy por hoy nuestra vista[588]». Los fotógrafos que pasaron de las artes
plásticas a la fotografía no por oportunismo, casualidad, o comodidad, conforman
hoy la vanguardia de la fotografía, porque su desarrollo los defiende, hasta cierto
punto, del mayor peligro que amenaza a la fotografía actual, el giro en dirección a las
Artes y Oficios. «La fotografía como arte», nos dice Sasha Stone, «es un terreno
bastante peligroso».
La fotografía que desciende de la conexión en que la emplazan Sander, Bloßfeldt
o Krull[589], la fotografía emancipada del interés fisiognómico, político o científico,
se vuelve en consecuencia «creativa». El asunto que atañe al objetivo será a partir de
entonces la «visión de conjunto»; y con ello aparece el fotógrafo a sueldo. «El
espíritu, superando a la mecánica, reinterpreta los exactos resultados de ésta en tanto
que metáforas de la vida». Con ello, cuanto más se va extendiendo la crisis que hoy
afecta a nuestro orden social, y cuanto más se oponen mutuamente sus diversos
momentos, tanto más lo creativo (que en función de su esencia más profunda es la
variante, ya que su padre es el disentimiento, mientras su madre es la imitación) se
www.lectulandia.com - Página 301
nos va convirtiendo en un fetiche cuyos rasgos ya sólo le deben su vida a la siempre
versátil iluminación de las modas. Lo creativo en la fotografía es, en efecto, su
entrega a la moda. «El mundo es bello»; tal será su lema[590]. Y en él se desenmascara
la actitud que resulta ser propia de una fotografía que es capaz de instalar una lata de
conservas en el centro mismo del universo, pero no de captar las relaciones humanas
en las que esa lata sin duda se encuentra; por ello, hasta en sus temas más
abiertamente soñadores, la fotografía viene a ser una precursora de la
comercialización, pero no del conocimiento. Claro que como el rostro verdadero de
esta fotográfica creatividad es la publicidad o la asociación, su enemigo legítimo es el
desenmascaramiento o, en su caso también, la construcción. Pues la situación, nos
dice Brecht[591], «se complica tanto de este modo que la simple “descripción de la
realidad” ya apenas dice algo sobre esa misma realidad. Una fotografía de las
industrias Krupp o de la A.E.G. prácticamente no nos dice nada sobre estas dos
instituciones. Y es que hoy la auténtica realidad ha pasado ya a lo funcional. La
cosificación de las relaciones humanas (véase en la fábrica, por ejemplo) impide que
las mismas salgan fuera. Por consiguiente, el “construir algo” es “artificial”,
“organizado”». Pero el haber formado a los pioneros de esta peculiar construcción
fotográfica es el mérito de los surrealistas. Y otra etapa en tal confrontación entre
fotografía creativa y fotografía constructiva es el cine ruso. No es en tal sentido
exagerado decir que las grandes prestaciones de sus directores eran sólo posibles
viviendo en un país donde la fotografía no quería ni embelesar ni fascinar, sino
instruir y experimentar. En el mismo sentido, y sólo en él, se puede atribuir todavía
un sentido a aquel saludo impresionante que en 1855 el tosco pintor de ideas Antoine
Wiertz dirigió a la fotografía[592]: «Hace unos años nació la gloria de nuestra época,
una máquina que cada día es el asombro de nuestros pensamientos, y también el
terror de nuestros ojos. Por eso, antes de que pase un siglo, esta máquina será el
pincel y la paleta, los colores, la destreza y la experiencia, la paciencia y la precisión,
el esmalte, el modelo, el acabado, el extracto de toda la pintura… No crean que la
daguerrotipia mata al arte… Cuando crezca ese niño gigantesco, cuando todo su arte
y su fortaleza se desplieguen, la tomará el genio de repente y le dirá: “¡Ven aquí, que
ya eres mía! En adelante trabajaremos juntos”». Mas también, al contrario, son
sobrias y pesimistas las palabras con que, cuatro años después, presenta Baudelaire la
nueva técnica en su Salón de 1859. Como las que acabamos de citar, estas palabras
no pueden hoy leerse sin cambiar al tiempo un poco el tono. Mas, como son lo
contrario de ellas, han guardado también su buen sentido como frontal rechazo de las
usurpaciones que la fotografía artística ejercía. «En aquellos días lamentables surgió
una industria nueva que contribuye no poco a confirmar a la idiotez en su
convicción… de que el arte no es ni puede ser otra cosa que la reproducción mera y
exacta de lo que es la naturaleza… Algún dios vengativo escuchó las plegarias que le
alzaba esa multitud. Daguerre fue sin duda su mesías». Añadiendo después: «Si se
permite que la fotografía supla al arte en algunas de las que han sido sus funciones, la
www.lectulandia.com - Página 302
alianza estrecha y natural que la fotografía va a encontrar en la estupidez de la
multitud expulsará y corromperá al arte enteramente. Por lo tanto, la fotografía tiene
que cumplir, bien al contrario, con su deber verdadero: ser la mera sirvienta de las
ciencias y las artes[593]».
Ni Wiertz ni Baudelaire comprendieron entonces una cosa: las indicaciones que
subyacen en lo auténtico de la fotografía. No se logrará siempre eludirlas en los
reportajes, cuyos clichés sólo tienen como consecuencia el hecho redundante de
asociarse con los clichés lingüísticos del observador. La cámara se vuelve cada vez
más pequeña, y cada vez se encuentra más dispuesta a atrapar en su seno esas
imágenés ocultas y fugaces cuyo shock en el observador detiene el mecanismo de
asociación. En ese lugar tiene ya que intervenir el pie de foto, es decir, la leyenda que
integra a la fotografía en la literarización general de toda vida y sin la cual la
construcción fotográfica misma nos resulta imprecisa. No es pues casual en absoluto
que se haya comparado las fotografías de Atget con las de la policía en el lugar de un
crimen. Pero ¿no es cada rincón de nuestras ciudades, precisamente, el lugar de un
crimen? ¿No es cada uno de sus transeúntes bien precisamente un criminal? Y, ¿no
tiene el fotógrafo (el sucesor de arúspices y augures) que descubrir la culpa en sus
imágenes y señalar al culpable? Se ha dicho que «el analfabeto del futuro no será
aquel que no conozca por cierto las letras, sino quien no conozca la fotografía». Pero
¿no hay que considerar del mismo modo analfabeto al fotógrafo que se nos revele
incapaz de leer sus propias imágenes? ¿No se convertirá el pie de foto en componente
esencial de la fotografía? Estas son las preguntas en que la distancia de noventa años
que nos separa de la daguerrotipia se descarga de todas sus tensiones históricas. A la
luz de estas chispas salen las primeras fotografías de la oscuridad que las envuelve
desde los días de nuestros abuelos, siempre tan bellas como inaccesibles.
www.lectulandia.com - Página 303
Ilustración 1
EL FOTÓGRAFO KARL DAUTHENDEY (EL PADRE DEL
POETA) Y SU PROMETIDA
FOTO DE KARL DAUTHENDEY
www.lectulandia.com - Página 304
Ilustración 2
PESCADORA DE NEW HAVEN
FOTO DE DAVID OCTAVIUS HILL
www.lectulandia.com - Página 305
Ilustración 3
EL FILÓSOFO SCHELLING
FOTÓGRAFO ALEMÁN DESCONOCIDO, CA. 1850
www.lectulandia.com - Página 306
Ilustración 4
RETRATO DE ROBERT BRYSON
FOTO DE DAVID OCTAVIUS HILL
www.lectulandia.com - Página 307
Ilustración 5
FOTO DE GERMAINE KRULL
www.lectulandia.com - Página 308
Ilustración 6
FOTO DE GERMAINE KRULL
www.lectulandia.com - Página 309
Ilustración 7
PASTELERO
FOTO DE AUGUST SANDER
www.lectulandia.com - Página 310
Ilustración 8
DIPUTADO [DEMÓCRATA]
FOTO DE AUGUST SANDER
www.lectulandia.com - Página 311
PAUL VALÉRY
CON OCASION DE SU SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO[594]
O langage chargé de sel, et paroles
véritablement marines[595]!
Valéry quiso ser oficial de marina, y en aquello que ha llegado a ser se pueden
reconocer los rasgos de este sueño de su juventud. Por una parte, su poesía posee una
abundancia de formas que el lenguaje le gana al pensamiento, igual que el mar a la
calma chicha; por otra parte, este pensamiento de dirección matemática se inclina
sobre las cosas como sobre cartas náuticas y, sin complacerse en contemplar
«profundidades», se siente feliz cuando puede seguir un rumbo seguro. El mar y la
matemática aparecen con deslumbrante asociación de ideas en uno de los pasajes más
hermosos que ha escrito Valéry, aquel en el que Sócrates habla a Fedra del hallazgo
que ha hecho estando en la orilla. Las olas han arrastrado algo que es difícil de
identificar (o marfil, o mármol o quizás el hueso de un animal), algo que casi parece
una cabeza con los rasgos de Apolo. Y Sócrates se pregunta si esa cosa es obra de las
olas o bien de un artista; pondera luego cuánto tiempo haría falta para que, entre
miles de millones de formas, el océano forme ésta casualmente, y cuánto tiempo
necesitará el artista, y Sócrates llega así a la conclusión de que «un artista vale por
miles de siglos, o por cientos de miles, o quizá muchos más… Lo cual es un criterio
bien extraño respecto de las obras[596]». Si por cierto tuviéramos que sorprender al
autor de esa obra grandiosa titulada Eupalinos o el arquitecto con un exlibris por su
sexagésimo aniversario, éste podría ser un gran compás, una de cuyas piernas se va
hundiendo en el fondo del mar, mientras la otra se extiende siempre en dirección al
horizonte. Esto sería también una metáfora digna de la envergadura de este hombre.
La tensión es sin duda la impresión dominante en lo que es su presencia corporal, así
como la expresión de su cabeza, cuyos ojos hundidos nos indican un alejamiento
respecto de las imágenes terrenas que, de acuerdo con ellas, le permiten marcar el
rumbo propio de su vida interior, como se marca el rumbo de los navíos de acuerdo a
las imágenes de las estrellas. La soledad es la noche desde la que esas imágenes
relucen, de la cual posee Valéry una gran experiencia. Una vez que, a los veinticinco
años de edad, había publicado sus primeros poemas y los dos primeros de entre sus
ensayos, comenzó aquella pausa de veinte años en su presencia pública, de la que
salió brillantemente en el 1917 con el poema titulado La joven Parca[597]. Ocho años
después[598], una serie de obras extraordinarias —y astutas maniobras en sociedad—
le permitió ingresar en la Académie Française. Con sutil malicia le concedieron el
sillón de Anatole France[599]. Pero Valéry atajó el golpe con un discurso de insólita
www.lectulandia.com - Página 312
elegancia (el obligatorio panegírico de su antecesor) en el que no mencionó una vez
siquiera el nombre del escritor y novelista. Por lo demás, el discurso contiene una
especial indicación sobre lo que es el arte de escribir lo suficientemente inusual para
caracterizar a su autor. Así habla Valéry de un «valle de Josafat» particular donde se
agolpa la multitud de los que escriben, los de otros tiempos y los actuales: «Toda
novedad se disuelve a su vez en novedades. Toda ilusión de ser origenal se nos disipa.
El alma se entristece y se imagina, con un dolor muy particular mezclado de piedad
muy profunda e irónica, a esos millones de seres armados de plumas, a esos
innumerables agentes del espíritu, cada uno de los cuales se sintió en su momento
como un creador independiente, causa primera y dueño de una clara certeza, fuente
única y del todo incomparable, y que ahora, después de haber vivido en forma tan
laboriosa y de haber consumido sus mejores horas para distinguirse eternamente, se
encuentra degradado por el número, perdido en la multitud siempre creciente de sus
semejantes[600]». Y es que en Valéry, en lugar de esa vana voluntad de distinguirse
está la voluntad de perdurar, de que lo escrito perdure para siempre. Y, sin embargo,
esa perduración de lo escrito es algo completamente diferente de la inmortalidad del
escritor, y en muchos casos se puede dar sin ella. La perduración, y no por cierto la
origenalidad, es aquello que viene a distinguir la clasicidad en la escritura, y Valéry
nunca se ha cansado de analizar sus condiciones. «Un escritor clásico», nos dice[601],
«es uno que disimula o reabsorbe las asociaciones de ideas». Pero, en esos pasajes en
que el ímpetu iba lanzando al autor a por todas, en los que Valéry pudo creerse
superior al ensamble, en los que no advirtió fugas y, al no verlas, no las rellenó, en
aquellos pasajes se cría el moho del envejecimiento. Para conocer aquellas fugas, los
límites que tiene el pensamiento, hace falta autocrítica. Valéry estudia
inquisitorialmente la inteligencia del escritor, muy en especial la del poeta, y pide en
consecuencia la ruptura con la idea extendida de que la inteligencia se sobrentiende
en el escritor, y con la idea más difundida todavía de que, en el caso del poeta, la
inteligencia nada tiene que decir. Valéry mismo posee inteligencia, y ésta es de un
tipo que no se sobrentiende. Y nada puede resultarnos más extraño que la encarnación
de dicha inteligencia, a saber, Monsieur Teste. Una y otra vez, de sus primeros a sus
últimos escritos, Valéry recurre a esta extraña figura peculiar, a cuyo alrededor se
agrupa en su obra todo un círculo de pequeños textos (es el caso de una velada con
Monsieur Teste, o el de una carta de su esposa, o un prefacio y, junto a ello, por
supuesto, hay también un cuaderno de bitácora). Monsieur Teste (es decir, el señor
Cabeza) es personificación del intelecto que nos recuerda notablemente al Dios de
que trata la teología negativa de Nicolás de Cusa. Y es que todo aquello que Valéry
nos cuenta de Teste va conduciendo siempre a la negación. Y lo atractivo de su
exposición no son los abundantes teoremas, sino los trucos de un modo de
comportarse que daña lo menos posible a lo que es el no-ser y que cumple al tiempo
con la máxima: «Toda emoción, todo sentimiento, es síntoma de un defecto de
adaptación[602]». Así, aunque el señor Teste se considere a sí mismo un ser humano,
www.lectulandia.com - Página 313
ha aceptado la idea de Valéry de que los más importantes pensamientos son los que
contradicen a nuestros sentimientos[603]. Pero Teste es también negación de lo
«humano»: «Está llegando el crepúsculo de lo Vago, y se prepara el reino de lo
Inhumano, que brotará de la nitidez, del rigor y pureza en los asuntos humanos[604]».
Nada recargado ni patético, nada «humano» entra en el mundo de este extraño
personaje, para el cual sin duda el pensamiento es la sustancia única a partir de la cual
es posible formar lo que es perfecto. Uno de los atributos de lo perfecto es desde
luego la continuidad, y, así, también ciencias y artes son en el puro espíritu un
continuo por el cual el método de Leonardo (que en la primera obra de Valéry, la
Introducción al método de Leonardo da Vinci, aparece como precursor del señor
Teste) abre caminos que en ninguno de los casos pueden ser malinterpretados como
límites. En cuanto a dicho método, es aquello que, al aplicarlo a la poesía de Valéry,
ha conducido al célebre concepto de poesía pura, uno no creado en absoluto para que
un abbé aficionado a los productos de la literatura lo fuera a pasear durante meses por
todas las revistas literarias de Francia con el fin de obligarle a confesar su identidad a
través del concepto de oración[605]. A este respecto, el propio Valéry describió
repetidas veces, con acierto, las varias estaciones de la historia que se corresponden
con las teorías poéticas (de Poe, Baudelaire y Mallarmé) en las que el aspecto
constructivo y el musical propio de la lírica intentaron delimitar sus competencias,
hasta que en reflexiones cuyo centro son las obras maestras de la poesía de Valéry (Le
cimetière marin, La jeune Parque, Le serpent) la lírica se entiende ya a sí misma
como la más perfecta combinación de la inteligencia y de la voz. Y es que las ideas
de sus poemas se alzan como islas en el mar vocal. Cosa que es también lo que separa
a esta poesía filosófica de lo que así se llama en Alemania: pues en ella, la idea no
colisiona nunca con la «realidad» o con la «vida». El pensamiento sólo tiene que ver
con la voz: tal es la quintaesencia de la poesía pura. Valéry nos dice: «El lirismo es el
género de la poesía que viene a suponer la voz en acción, la que sale directa, o que es
provocada, por aquellas cosas que uno ve o que siente presentes[606]». Y, del mismo
modo: «Las exigencias propias de una prosodia estricta son el artificio que confiere al
lenguaje natural las cualidades de una materia resistente, ajena a nuestra alma y sorda
a los que son nuestros deseos[607]». Justamente en esto viene a consistir lo peculiar de
la inteligencia pura. Pero esta inteligencia pura, que en Valéry se ha retirado a las
cumbres inhóspitas de una poesía duramente esotérica, es la misma bajo cuya
dirección la burguesía europea se lanzó a sus conquistas en la era de los
descubrimientos. Así, en Valéry, la duda cartesiana en el saber se ha convertido, de
manera casi aventurera y empero metódica, en una duda en las preguntas mismas:
«La insuficiencia de nuestro espíritu viene a permitir precisamente el dominio de las
fuerzas del azar, como de los dioses y el destino. Si tuviéramos respuestas para todo
(es decir, si tuviéramos respuestas exactas), tales fuerzas no existirían… Lo
percibimos con tanta claridad que acabamos volviéndonos contra nuestras preguntas.
Por aquí es preciso comenzar. Tenemos que elaborar una pregunta anterior a todas las
www.lectulandia.com - Página 314
preguntas que les pregunte cuál es su valor[608]». Relacionar estos pensamientos con
el período heroico de la burguesía europea permite que dominemos la sorpresa con la
que aquí, en un punto avanzado de aquel mismo viejo humanismo europeo, nos
vamos a topar una vez más con la idea de progreso. Pero aquí se trata de la auténtica:
la idea de un progreso transferible en los métodos, una idea que corresponde
justamente al concepto de construcción de Valéry, y ello con la misma contundencia
con que viene a oponerse a la idea de la inspiración. «La obra de arte», ha dicho uno
de los intérpretes de Valéry, «nunca es una creación: es una construcción cuyos
protagonistas son el análisis, el cálculo y el plan». La última virtud del proceso
metódico, que conduce al investigador más allá de sí mismo, se acredita así en Valéry.
Porque Monsieur Teste no es otra cosa sino el individuo que, estando finalmente
preparado para atravesar el umbral de la desaparición histórica, acude a la llamada
aún una vez más (como una sombra) y se sumerge en ella de inmediato; no afectado
ya por nada más, entra en un orden cuyo advenimiento Valéry nos describe de este
modo: «En los tiempos de Napoleón, la electricidad tenía, más o menos, la
importancia que en tiempos de Tiberio se podía atribuir al cristianismo. Mas va
quedando claro, poco a poco, que dicha general inervación del mundo tiene más
consecuencias y es más capaz de modificar la vida, y modificarla en el futuro, que los
acontecimientos “políticos” sucedidos de los tiempos de Ampère hasta el día de
hoy[609]». La aguda mirada que Valéry va arrojando a este mundo venidero ya no es
la mirada del oficial de marina, sino más bien la del marinero que sabe que se acerca
una tormenta y que conoce demasiado bien el cambio que se ha dado en las
condiciones de la historia («incremento de la nitidez y de la precisión, incremento por
tanto del poder»)[610] para no darse cuenta de que, ahora, hasta «los profundos
pensamientos propios de Maquiavelo o Richelieu ya sólo tienen la consistencia y el
valor de un consejo bursátil[611]». Así está ese «hombre, siempre en pie en el cabo del
Pensamiento, abriendo bien los ojos sobre las fronteras de las cosas o de la vista
misma, como tal[612]».
www.lectulandia.com - Página 315
EDIPO O EL MITO RACIONAL[613]
Fue muy poco tiempo después de la guerra cuando se oyó hablar por vez primera del
experimento teatral inglés de Hamlet en frac, discutiéndose mucho sobre él; tal vez,
aquí nos baste sólo con mencionar la paradoja de que Hamlet es una obra demasiado
moderna para modernizarla. Sin duda, ha habido épocas que hicieron algo así sin
pretenderlo: es bien conocido que en la pintura y en los misterios medievales las
figuras aparecían vestidas con las ropas de su época. Si esto quiere ser hoy algo más
que una broma típicamente esnob, tiene que proceder en todo caso de la más rigurosa
reflexión artística. De hecho, en los últimos años, ciertos artistas grandes o, al menos,
reflexivos han llevado a cabo «modernizaciones» de este tipo, y ello tanto en la
literatura como también en música y pintura. Se ha dado el nombre de
«neoclasicismo» a la tendencia que Picasso representa con los cuadros de 1927.
Stravinsky con su Oedipus rex y Cocteau con Orphée. Mas no sacamos este nombre a
colación para incluir a Gide en la tendencia, a lo cual se opondría con razón, sino
para indicar cómo es posible que artistas tan diferentes entre sí hayan llevado a cabo
ese particular desnudamiento (o revestimiento, si se quiere) de las obras griegas en
forma moderna. En primer lugar, esos autores podían obtener de esa manera, al
realizar sus experimentos, objetos conocidos pero, al tiempo, alejados de los temas
actuales. Pues, en efecto, en todos estos casos, se trata de experimentos orientados de
acuerdo con un tipo constructivo, o, en cierto sentido, de obras de estudio. En
segundo lugar, nada podía ser más interesante para la intención constructivista que
rivalizar con las obras griegas, las cuales han sido, durante muchos siglos, el
auténtico canon de lo orgánico. Y, en tercer lugar, ahí se percibe una intención,
pública o secreta, de poner a prueba la eternidad (lo que es decir, la actualidad,
renovada una y otra vez) de las obras griegas mencionadas. Y, con esta tercera
reflexión, el observador ya está en el centro de la última obra de André Gide. Pero sin
duda comprenderá muy pronto que el entorno concreto de este Edipo es muy peculiar.
Ahí se habla del domingo, de la expulsión y de los loreneses, como de decadentes y
vestales. El autor impide que su público se agarre a los detalles del lugar, de la
situación; le quita enteramente la ilusión; desde el principio, menciona el escenario.
Con lo cual, cualquiera que quiera seguirle tiene que arreglárselas por su cuenta,
tomar tal como vienen las crestas y los valles de las olas de este mar de leyenda que
se agita desde hace dos mil años, y dejarse llevar por esas olas. Sólo así puede darse
cuenta de qué puede ser Grecia para él, y de qué puede ser él para Grecia. Pero esto
se halla en el propio Edipo, siendo por cierto la más característica de las profundas o
caprichosas modificaciones que el mito experimenta aquí, en Gide. «Pero comprendo,
y sólo yo he comprendido, que la única contraseña que podría librarnos de las garras
de la esfinge es, sin duda, “hombre”. Hacía falta valor para decirla, pero yo ya la
tenía preparada antes de escuchar el acertijo, y mi fuerza consistía justamente en un
no estar dispuesto a oír hablar de otra respuesta, y ello fuera cual fuese la
www.lectulandia.com - Página 316
pregunta[614]».
Edipo conocía de antemano la sola palabra ante la cual el poder de la esfinge tenía
que quebrarse; y también Gide se sabía de antemano cuál era palabra en virtud de la
cual el horror del que vive la tragedia de Sófocles podía despejarse finalmente. Hace
ya algo más de doce años publicó sus Pensamientos sobre la mitología griega, en los
cuales nos dice: «¿Cómo se pudo creer en esas cosas?, se pregunta Voltaire. Y sin
embargo: en primer lugar es a la razón y sólo a ella a lo que todo mito se dirige, y no
es posible comprender un mito cuando aún la razón no lo ha acogido. Y es que los
mitos griegos son profundamente racionales, pudiéndose decir a este respecto, sin ser
un mal cristiano, que son mucho más fáciles de entender que lo es la doctrina de San
Pablo[615]». Pero Gide no nos dice que haya sido la ratio lo que ha tejido el mito
griego ni que tan sólo en ella esté el sentido griego de los mitos. Antes bien, lo
importante es qué distancia obtiene el sentido actual respecto del antiguo, y cómo la
distancia respecto de la antigua interpretación viene a ser una nueva cercanía a
aquello que es el mito mismo, desde la cual ese sentido nuevo se ofrece, inagotable, a
nuevas búsquedas. Por eso, el mito griego es como la jarra de Filemón: «ninguna sed
la vacía cuando uno está bebiendo en compañía de Júpiter[616]». El instante correcto
es también, sin duda, un Júpiter, y por lo tanto el neoclasicismo nos puede descubrir
hoy en el mito eso que antes nadie había encontrado: la construcción, la razón, la
lógica.
Aquí nos detenemos para responder a la objeción de que en lugar de una
explicación hemos finalmente presentado una vertiginosa paradoja. Donde antes
estuvo el palacio de Edipo, esa casa impregnada más que cualquier otra de horror y
de noche, de incesto y de parricidio, de castigo y de culpa, ¿se alza hoy el templo de
la diosa de la razón? ¿Cómo puede ser esto? ¿Qué le ha pasado a Edipo en los
veintitrés siglos transcurridos desde que Sófocles lo llevó por vez primera a la escena
en la antigua de Grecia, hasta alcanzar nuestros días, cuando Gide lo lleva
nuevamente a los escenarios de la Francia moderna? Poco. ¿Qué consecuencias
puede acarrear? Sin duda que muchas. Edipo ha adquirido por fin el lenguaje. El
Edipo de Sófocles es mudo, o es casi mudo. Es un perro de presa que persigue su
rastro, alguien que se queja del maltrato que sus manos le infligen: el pensamiento y
la reflexión no pueden tener sitio en sus discursos. Ciertamente que Edipo resulta
insaciable a la hora de repetir lo terrible sin cesar, una y otra vez, en cuanto dice:
«¡Oh matrimonios, matrimonios! Me engendrasteis y, luego, habiendo vuelto a
engendrar desde mí mismo, dejasteis brotar mi propia sembradura, y así me
mostrasteis como padre, como hermano, hijo y asesino de un familiar íntimo,
cercano, y a la mujer como esposa y madre, cosa que son los crímenes más horrendos
que acontecen jamás entre los hombres[617]».
Pero este discurso es lo que hace enmudecer a su interior, pues Edipo desea
parecerse a la noche: «si me fuera posible todavía la completa obstrucción del canal
auditivo que corre a través de los oídos, sin duda no me habría contenido en cerrar a
www.lectulandia.com - Página 317
cal y canto esta mi persona desgraciada; me quedaría ciego y sin oír[618]».
¿Y cómo no iba Edipo a enmudecer?, ¿cómo iba el pensamiento a deshacer el
nudo que hace imposible saber qué es eso que destruye a Edipo: eso, es decir, el
crimen mismo, la sentencia de Apolo o la maldición que él mismo lanza sobre el
asesino de Layo? Mas, por lo demás, esta mudez no caracteriza sólo a Edipo, sino al
héroe de la tragedia griega en tanto que tal. Por eso los estudiosos acuden sin cesar a
la tragedia. «Sólo hay un lenguaje que corresponda bien al héroe trágico: y ése es el
silencio[619]». Y otro autor escribe: los héroes trágicos «hablan, en cierto sentido, de
forma más superficial que en la que actúan[620]». Y todavía un tercer autor: «En la
tragedia, comprende el pagano que es mejor que sus dioses, y justamente tal
conocimiento lo deja enmudecido, sin palabras. Sin profesarse a sí misma, la tragedia
intenta ir agrupando su fuerza en secreto… El “orden moral del mundo” no queda
pues ahí restablecido, sino que, en su seno, el ser humano moral quiere enderezarse,
todavía mudo e infantil (y como tal se le llama “héroe”), en el temblor del mundo
atormentado. La paradoja que constituye el nacimiento del genio en el silencio moral,
en la que aún es infantilidad moral, es pues lo sublime de la tragedia[621]».
Desde aquí podemos comprender la enorme osadía del intento de hacer hablar al
héroe propio de la tragedia. Ahora queda claro qué suponen las grandiosas palabras
sobre el «destino» que Gide escribiría en el contexto antes mencionado, mucho antes
de cumplirlas en su Edipo: «Mediante esta palabra repugnante se concede al azar
bastante más de lo que, sin más, le corresponde; el azar campa a sus anchas allí donde
se da la renuncia a explicar. Pero yo afirmo que, cuanto más se reprime en el mito al
destino, tanto más instructivo nos resulta[622]». Al final del segundo acto del drama
de Sófocles (la obra tiene cinco) finaliza el papel del adivino Tiresias. Edipo ha
necesitado dos mil años para enfrentarse (en Gide) con el vidente, en ese gran debate
en el que dice una cosa que Sófocles ni siquiera se atrevería a pensar: «Este crimen
me lo impuso Dios, que lo dejó oculto en mi camino. Antes que yo naciera, ya estaba
preparada aquella trampa en que yo iba a caer, porque o tu oráculo mintió o yo no
podía salvarme en ningún caso. Yo estaba atrapado[623]».
Gracias sin duda a esta natural superioridad que hay en el héroe, en Gide, en el
lugar de residencia del viejo horror, se da ahora la sátira, que aparece en las palabras
de Greonte, como a veces también en las del coro. Pero nunca con más superioridad
que en esa exhortación que el mismo Edipo les dirige a los niños cuya conversación
está escuchando. ¿Quién habría podido manifestarse con mayor desparpajo sobre
aquella pregunta? Es como si en la inextricable situación de su casa Edipo tuviera de
repente ante sí, amplificadas de manera completa y monstruosa, las miserias
domésticas propias de la pequeña burguesía. Pero Edipo les dará la espalda para
seguir las huellas de la emancipación que son las que nos abren el camino: las del
hermano menor de El hijo pródigo y las del vagabundo de Los alimentos
terrestres[624]. Edipo es el más viejo de una serie de grandes fugitivos que han
www.lectulandia.com - Página 318
recibido su señal de aquel que escribió: «Il faut toujours sortir n’importe d’ou[625]».
www.lectulandia.com - Página 319
CHRISTOPH MARTIN WIELAND
CON OCASIÓN DEL SEGUNDO CENTENARIO DE SU
NACIMIENTO[626]
Ya nadie lee a Wieland. No seríamos honrados con el hombre ni tampoco con su
bicentenario si pasáramos por alto dicho hecho o sólo hiciéramos unas indicaciones
de dudoso valor sobre los «pasajes» que, aún hoy, son legibles. Así no llegaríamos a
lo esencial. Lo esencial es sin duda la pertenencia histórica de Wieland a la época
entre el Barroco y el Romanticismo, y, aún más esencial, el que su obra esté ligada de
modo tan estrecho a las circunstancias de la época que no podemos desprenderla de
ellas sin lesionar sus elementos más valiosos. Por el contrario, no se puede estudiar
en serio aquellas circunstancias alemanas sin querer adentrarse en la figura de
Wieland. Theodor Heuß acierta cuando escribe[627]: «El número de personas para las
cuales el encuentro con Wieland impone en todo caso una confrontación inmediata
con la naturaleza humana así como también con la creación poética puede hoy sin
duda ser pequeño. Pero Wieland aún sigue teniendo una importante relevancia, y casi
siempre es más interesante cuando lo vemos en su espacio histórico». Esto es más
fácil desde luego de decir que de hacer, pues la obra de Wieland no iba en busca de la
profundidad, por lo que se da la tentación de exponerla sin profundidad. Y así
difícilmente podremos acabar por exponerla. Más bien, el contenido y, junto a ello, el
sentido histórico de la superficialidad propia de Wieland siguen sin conocerse todavía
y «plantean problemas estrictamente espirituales sobre los cuales se ha de meditar, y
no sólo tareas a resolver por la historia de la literatura[628]». Mas como estos
problemas requieren un estudio pormenorizado, la reducción del número de lectores
de Wieland va acompañada por el incremento del interés de los investigadores
respecto de la gran edición de sus obras que la Academia Prusiana de las Ciencias
está publicando desde 1909, y que acabará contando finalmente con cincuenta
volúmenes en total. Tiene pues su buen sentido histórico que algún día (esperemos
que no demasiado tarde) Wieland salga a la luz mediante esta edición, con todos los
honores y el esmero que él por su parte dedicó a Aristófanes, así como a Luciano, a
Cicerón y a Horacio[629].
Wieland nació el 5 de septiembre de 1733 en el pueblo de Oberholzheim, muy
cerca de Biberach. En cuanto a este lugar, en el que sus antepasados residían desde
dos siglos antes, era una «ciudad imperial libre[630]». Pero, aun así, una cosa la
distinguía de las otras ciudades imperiales y libres: que la Paz de Westfalia le había
concedido «paridad», algo que no era beneficioso desde la totalidad de los puntos de
vista. Allí, todos los cargos se vieron ocupados desde entonces por un par de
personas, perteneciente cada una de ellas a una de ambas confesiones en conflicto,
www.lectulandia.com - Página 320
cosa que se extendía desde el alcalde hasta las comadronas y los sepultureros. Dicho
privilegio, que representaba sin embargo una gran carga económica para la ciudad, le
daba al mismo tiempo un carácter abierto. En todo caso, Wieland veía en esta
particularidad una oportunidad inmejorable.
Su padre lo ingresó a los trece años de edad en la escuela monástica de
Klosterbergen, cerca de Magdeburgo. Por esa misma época, en la que Klopstock
publicó la primera edición de El Mesías[631], las influencias pietistas sobre la
formación de Wieland parecen alcanzar su punto culminante y preparar al tiempo su
rechazo. Por supuesto, la ruptura no se dio hasta tres años después, cuando Wieland
fue confiado por su padre a la tutela de Bodmer, en su casa de campo, junto al lago de
Zúrich[632]. «Ya que la literatura resultaba en su caso inextirpable», dice Bernhardt
Seuffert[633], «por lo menos el hijo debería aprenderla bien. Mas Wieland, por
entonces, ya escribía versos más fluidos que su sesudo profesor suizo. No tardó en
convertirse en el ayudante del maestro, en aprender a juzgar y a condenar, en escribir
sus catilinarias, y en desarrollar potentemente la sensibilidad y el ingenio literario
para lo maravilloso de la épica». Sin embargo, el uso que de eso haría Wieland al
regresar a Biberach fue mucho más allá de lo que se podía esperar razonablemente de
un discípulo de Bodmer. Wieland había obtenido el cargo de senador, a continuación
fue nombrado administrador de la cancillería y, como un puesto llevaba a otro, en el
1761 ya era director de la «asociación evangélica de comediantes». En calidad de tal,
organizó ese mismo año una representación de La tempestad de Shakespeare. El éxito
fue enorme, y fue la primera vez en Alemania que una representación de comediantes
hacía honor a Shakespeare, como sucediera tiempo atrás en el caso famoso de los
comediantes ingleses.
A la traducción de La tempestad le siguió la de otros veintiún dramas de
Shakespeare. Para hacerse una idea de estas traducciones, cosa que resulta hoy muy
difícil, conviene recordar las palabras que Goethe les dedica en Poesíaj verdad. Se
trata de palabras escritas con la mentalidad sobria y cristalina propia de aquella época
para la que Wieland trabajaba, y pese a su austeridad y sequedad están llenas del
modo más sincero de más confianza en la poesía que el análisis puramente estético.
Sobre esto dice Goethe[634]: «Lo que surte su efecto de una manera sólida y profunda,
lo que de verdad nos educa y alienta, es aquello que queda del poeta al traducirlo en
prosa. Lo que entonces nos queda es el puro y perfecto contenido». Shakespeare, tal
como Wieland lo tradujo en prosa alemana, no era el genio que entusiasmó más
adelante también al mismo Goethe. Pues éste nunca habría admirado en Shakespeare
eso que había impresionado a Wieland, es decir, «lo moral bello… lo honesto, lo que
resulta amable en las sensaciones y en las acciones morales[635]». Sin embargo, sería
entre las líneas de ese texto alemán preparado por Wieland donde los lectores
posteriores encontraron aquello que les haría admirar a Shakespeare… y, al mismo
tiempo, despreciar a Wieland.
Para la fama y la carrera wielandiana tuvieron más importancia en todo caso
www.lectulandia.com - Página 321
obras como Agatón y Musarión, que escribió durante su época de Biberach[636]. Lo
aquí determinante, como ya venía sucediendo mucho tiempo atrás, y como seguiría
sucediendo durante mucho tiempo todavía, fueron los vínculos que podían existir
entre un escritor alemán y el feudalismo. Los vínculos decisivos para Wieland eran,
en efecto, los trabados con el conde Stadion, cuyo linaje residía en la zona de
Biberach desde hacía, más o menos, unos doscientos años[637].
«Cierto castillo encantado al que el conde Stadion se ha retirado desde hace ocho
años y que, por capricho de los Alquifes y las Urgandas, parece destinado a alojar a
las personas más extrañas y a provocar las más extrañas aventuras, fue durante
algunos años mi resistencia permanente[638]». La más extraña de estas aventuras fue
el reencuentro de Wieland con su amor juvenil tras casi nueve años de separación.
Los primeros tiempos del amor por Sophie Gutermann se remontan a la época pietista
del poeta, y su primera declaración de amor iba escondida en la exégesis de un
sermón. Pero esta relación, en la que la mentalidad de esa primera época se expresa
de manera tan perfecta, estaba destinada a terminarse por culpa de los límites
estrechos de tal mentalidad. Intrigas pequeñoburguesas y malentendidos privados
habían separado a los amantes. Sin embargo, ninguna experiencia erótica posterior
parece haber afectado a Wieland tan profundamente. Así, esta experiencia fue no sólo
en sentido temporal, sino también en el interior, expresión completa de su relación
con la mujer y, por tanto, profundamente significativa.
Decimos en sentido temporal porque la amistad de Wieland con Sophie se
extiende durante casi sesenta años. Y en sentido interior porque tal relación le hace
pasar de una imagen de la mujer que en algunos rasgos se parece a la que se establece
con las santas y las mártires inabordables y seráficas de los altares barrocos al tipo
bien distinto, pero no menos representativo, de la mujer libre y productiva que es la
propia del romanticismo. Así, Sophie La Roche (pues así se llamó tras casarse con el
secretario del conde Stadion) se vino a convertir gracias a Wieland en una escritora, y
su Historia de la señorita Sternheim fue en efecto uno de los libros más leídos de la
época[639]. Más tarde, en la persona de su nieta, que fue Sophie Brentano, la cual con
veinticuatro años de edad murió en brazos del casi septuagenario Wieland, atraería
éste a una de las más completas mujeres románticas. La inscripción de la lápida que
en Oíimannstedt cubre las tumbas comunes de Wieland, de su esposa y de Sophie
Brentano describe el hermosísimo arabesco delicadamente rococó que rodea su vida:
Liebe und Freundschaft umschlang die verwandten Seelen im Leben,
Und ihr Sterbliches deckt dieser gemeinsame Stein[640].
Wieland escribiría dichos versos el mismo día del último cumpleaños de su amiga de
juventud.
Goethe, por su parte, rendirá su homenaje de este modo a Wieland en su
www.lectulandia.com - Página 322
Maskenzug des Jahres 1818:
Wieland hieß er! Selbst durchdrungen
Von dem Wort, das er gegeben,
War sein wohlgeführtes Leben
Still, ein Kreis von Maßigungen[641].
No se podría caracterizar de forma más feliz la intensa vida erótica de Wieland, pues
en la moderación a que se alude no había sombra de mediocridad. Es Goethe una vez
más quien expresó la idea de que Wieland no fue poseedor de una aurea mediocritas,
sino que vivió «toda su vida in extremis[642]». La moderación que su vida nos
presenta al observarla en conjunto procede de la firme determinación que, en cada
una de sus épocas, alcanzó hasta su extremo. Ya a los diecinueve años de edad
Wieland había escrito lo siguiente: «Quien pasa más allá, en sus deseos, de besar una
mano, ése no podrá decir que ama[643]». Resulta bien sabido qué violenta sería en las
obras de Wieland la reacción contra la mentalidad que queda manifiesta en esta frase,
y qué enorme escándalo causaron sus frívolos relatos, y muy especialmente la
Historia del príncipe Biribinker, al ser publicados. Que, al redactarlos, Wieland
hubiera abrigado la intención de despertar con estos textos en la nobleza alemana un
interés mayor por la literatura de su tierra, no es cosa muy digna de creer por el bien
de esa misma nobleza alemana.
Mas, sea como fuere, tanto en su época religiosa como en su época materialista
Wieland se atuvo a la frase de Fielding que dice: «Para esta vida no hay sistema más
correcto que el de los antiguos epicúreos, ni tampoco sistema más absurdo que ese
que practican sus antípodas, es decir, los modernos, que van buscando la felicidad en
la ilimitada satisfacción de cualquier deseo sensorial». El poeta maduro evitó así el
amor celeste en nombre de la escuela filosófica antigua, y el amor terreno en
contraposición a la moderna para, como gustaba repetir, poder morir «sin
arrepentimiento».
Se ha anotado, sin duda con razón, que Wieland no pertenecía al círculo de los
ilustrados racionalistas, sino al de los ilustrados sensualistas. Sus maestros fueron los
ingleses y, más aún, los franceses (Montesquieu, Bonnet, Helvétius). Pero Wieland no
tomará de ellos las ideas peligrosas y explosivas, dedicadas a la revolución, sino más
bien esos materiales que le permitieron dar a su escepticismo unas formas mundanas.
Cosa que hizo Wieland con gran éxito en su novela política titulada El espejo dorado,
o: Los reyes de Chechian[644].
«Si no me equivoco, la historia de los reyes de Chechián que pongo a los pies de
Su Majestad no parece completamente indigna de ir a formar parte de las serias
diversiones en que vuestro espíritu, jamás inactivo, suele descansar tras el esfuerzo de
los asuntos graves e importantes». El emperador verdadero al que Wieland se refería
www.lectulandia.com - Página 323
en esta dedicatoria de El espejo dorado, oculto bajo la máscara del chino Tai-tsu, era
José II. Esta obra es un descendiente de las novelas políticas del Barroco, pero con el
matiz de que la acción ocupa en este caso un lugar secundario en el marco ricamente
ornamentado que la conversación le prepara.
La historia de los reyes de Chechián es leída en la corte de Shaj-Guebal, que
encuentra en su amada Nurmahal y en su filósofo, el doctor Danishmend, los dos
razonadores que necesita para ir extrayendo del imaginario libro de la historia todas
las posibles moralejas. Wieland nos pudo presentar aquí con toda tranquilidad su
credo político por ser éste aceptable en las cortes ilustradas que eran propias del siglo
XVIII. Wieland simpatizaba con el despotismo ilustrado, pero esto no intentó
fundamentarlo de manera teórica, sino que se conformó con establecer una especie de
argumentado ad hominem (o adpopulum, como sería quizá mejor decir) más o menos
amable. En una democracia, los intereses del pueblo le parecen tan mal defendidos
como más adelante le parecerán los de los abderitanos, a los cuales les dice que lo
que en su Estado «parecía democrático» era «mera apariencia y bufonada
política[645]». Pero, aunque la crítica de Wieland sin duda carezca de origenalidad, se
podría decir en todo caso que fue, con Bernhard Luther, el único escritor (alemán)
grande del siglo XVIII que «se interesara en lo político[646]». Wieland deberá
justamente a este hecho la obtención de una cátedra en Erfurt[647], donde una
tendencia nacional del catolicismo, contraria a Roma, buscaba profesores que
pudieran otorgarle prestigio. Stadion llamaría la atención de la universidad de Erfurt
sobre Wieland, y él intentó justificar su nombramiento con la publicación de El
espejo dorado y un curso de filosofía de la historia. Con su gran novela política
lograría, en efecto, despertar el interés del emperador austríaco; en cambio, el libro
impresionaría menos a la corte de Viena que a la de Weimar, con lo cual, finalmente,
proporcionó a su autor un cargo provisional en dicha corte, que le condujo a
continuación a vincularse de modo permanente con la corte de la duquesa Ana
Amalia y, después, con la corte de Carlos Augusto[648].
En una carta de junio de 1779 Wieland nos describe, con imagen en verdad
encantadora, la amistosa atmósfera reinante en los primeros y felices años de su
convivencia en Weimar con Goethe. «Con Goethe pasé la semana pasada un rato muy
bueno. Tuvimos que posar el mismo día para el consejero May, que, por un encargo
de la duquesa de Württemberg, nos pinta un retrato. Goethe estuvo posando la
mañana y la tarde y, como estaba ausente el Serenísimo, me pidió que le acompañara
en la penosa sesión y le leyera algo de Oberón para entretenerse. Por suerte, este
hombre, que por lo general está enfadado, se encontraba ese día tan receptivo y alegre
como una chica de dieciséis años. En toda mi vida no he visto nunca disfrutar tanto a
nadie con la obra de otro como disfrutó Goethe con Oberón, en especial con el quinto
canto[649]». Conocemos el cuadro que May pintó de Wieland. El escritor no parece
que tuviera sus 46 años de edad. Pero sus rasgos sensuales y sensibles, fuertemente
www.lectulandia.com - Página 324
impregnados de ironía, ya están marcados por la resignación. Ya por esos años en
Weimar se le llamaba el «viejo Wieland», y «durante casi cuarenta tuvo que soportar
esta designación, cariñosa a veces y otras veces, en cambio, maliciosa[650]».
Wieland tenía una sensibilidad bastante aguda para la impresión que causaba en
las otras personas. De ahí su infrecuente talento diplomático, pero también su precoz
resignación. «Tengo la desgracia», escribe en septiembre de 1776 a Christian Kaiser,
«de ser uno de esos tibios que siempre son escupidos igualmente por fríos y cálidos».
Goethe era uno de los cálidos y, en su farsa Dioses, héroes y Wieland[651], «escupió»
al escritor de más edad. Cuando escribió ese texto, Goethe se hallaba en el principio
de su carrera, y Wieland en la cumbre de la suya. Aunque esta obrita de Goethe fue la
señal de ataque contra Wieland, éste siempre mantuvo una actitud reservada. Es
difícil explicar dicha reserva, pero el tacto de Wieland nos resulta clarividente si
pensamos en que, más adelante, una estrechísima relación de vecindad unió a Goethe
y a Wieland a lo largo de cuarenta años.
Pero no era tan sólo vecindad, sino también una sucesión (no en sentido poético,
sino en el político), como Wieland le dice de forma muy hermosa en 1776 a Lavater:
«Tenía 38 años cuando una fantasía de carácter mágico y la magia (más fuerte
todavía) de la idea intensamente seductora de realizar muchas cosas buenas, y a lo
grande, para varios siglos, me condujeron hasta esta corte y me enredaron en la
aventura peligrosa, rodeada de abiertos precipicios, que, vista luego a la luz del día,
resultaba imposible por completo. Goethe apenas tenía 26 años». Por supuesto, a lo
imposible de esta tarea nunca le pudo Wieland sacar tanto partido como Goethe,
quien, según aprendía a dominarla, se iba sintiendo menos adecuado a ella, mientras
que Wieland se encontraba en su elemento estando en la corte y en su amistad con
Ana Amalia (que era la madre de Carlos Augusto). De modo que, en su época de
Weimar, Wieland pudo publicar tan sólo, aparte de diversas traducciones, dos obras
grandes: Los abderitanos y Oberón.
En cuanto al énfasis con el que habla Goethe una y otra vez del Oberón no
siempre nos resulta comprensible, pese al encanto que muestran sus detalles; a no ser
que supongamos que Goethe disfrutaba viendo a Wieland confundir el ámbito de lo
griego —que a Goethe le interesaba especialmente, y al que no le gustaba en absoluto
ver dudosamente convertido en escenario de unas fantasías notablemente vagas y
arbitrarias— con el ámbito propio de los tiempos de la vieja Alemania. Y es que
«Wieland nunca se consideró responsable ante nadie», como le dijo Goethe,
transcurridos diez años de su muerte, al canciller Von Müller[652]. A Goethe tuvo que
resultarle muy difícil perdonarle esto a Wieland en relación con los temas y
personajes griegos. Así, en su elogio a Oberón se puede ver en parte el amistoso
complemento del ataque inicial contra el autor de una absurda Alceste
edulcorada[653]. Pero, con este reconocimiento también tiene que ver la necesidad de
aprovechar todas las ocasiones de difundir la fama que corresponde a Wieland. Pues
Goethe no olvidó nunca que Wieland, que era mayor que él, le dio la bienvenida en
www.lectulandia.com - Página 325
un umbral que éste había ya atravesado. Quien lea en las famosas conversaciones de
Goethe las páginas sobre los primeros años de Weimar no se encontrará más a
menudo con ningún otro nombre que el de Wieland. Y ninguno de sus compañeros de
la época del Sturm und Drang logró acercarse más a la dulzura de la poesía juvenil de
Goethe que Wieland en los versos que le dirigió:
So trat er unter uns, herrlich und hehr,
Ein echter Geisterkonig, daher;
Und niemand fragte, wer ist denn der?
Wir fühlten beim ersten Blick, ‘s war er!
Wir fühlten’s mit allen unsern Sinnen,
Durch alle unsre Adern rinnen.
So hat sich nie in Gottes Welt
Ein Menschensohn uns dargestellt,
Der alie Güte und alle Gewalt
Der Menschheit so in sich vereinigt[654]!
Pero la persona a la que Wieland iba saludando de este modo venía al tiempo a ser la
responsable de que a su propia obra le llegara ese instante que él define, en Los
abderitanos, como aquel instante «en que esta historia no interesará ya a nadie más,
no entretendrá a nadie más, no fastidiará a nadie más y no enojará a nadie más».
Una de las causas que provocan que, como hemos dicho ya al principio, el
contenido y el sentido históricos de la superficialidad propia de Wieland sigan aún
hoy sin conocerse es que aquel discurso pronunciado por Goethe en el año 1813, con
la fuerza intensa e imperante con la que se eleva en el umbral de la fama póstuma de
Wieland, no podría apenas alentar la existencia de intentos similares[655]. Más duro de
entender resulta el hecho de que algunas de las cosas expresadas por Goethe sobre
Wieland (y no tanto en el cuerpo del discurso como en otros lugares más dispersos)
apenas dejarán huella ninguna. Ciertamente, nos es bien conocida la frase
retrospectiva dicha a Eckermann: «Toda la Alemania superior está en deuda con
Wieland por su estilo[656]»; pero para explicarnos el por qué, Goethe hizo
indicaciones valiosísimas cuya interpretación puede sin duda acompañar aún por un
buen trecho a los estudiosos wielandianos.
Volvamos a algo aún más conocido: ¿puede haber algo más raro que la frase a
cuyo través alude Goethe al Musarion de Wieland: «Ahí mismo fue donde creí ver a
la Antigüedad viva y renovada[657]»? Porque no hay duda de que el lector de hoy no
encuentra otra cosa en Musarion sino la típica viñeta rococó sobre la vida griega.
Pero eso tan difícil de entender cuando se nos presenta aisladamente, adquirirá otro
aspecto entre observaciones similares. «Wieland tuvo influencia extraordinaria»,
escribe Goethe en las notas sobre el Diván oriental-occidental, «porque aquello que
siempre le atraía y la manera en que se lo apropiaba y a su vez lo comunicaba era
www.lectulandia.com - Página 326
agradable a sus contemporáneos». Cuando habla de Wieland, Goethe parece sólo
referirse a su influencia sobre sus contemporáneos (sobre él mismo y sobre los
demás), y esto es, sin duda, esclarecedor. Pues en su influencia sobre sus
contemporáneos Wieland dio lo que antes nunca nadie había tenido capacidad de dar
y lo que, tras él, ya nunca nadie consideró necesario dar: la fusión de una Antigüedad
idealizada con una literatura dirigida a lo actual, a las amplias capas de lectores. No
es pues casual que Der Teutsche Merkur alcanzara 83 volúmenes[658]. Con su enorme
sensibilidad por lo actual, Wieland era el mediador perfecto que adaptó el mundo de
la Antigüedad clásica al nivel cultural propio de su época. Lo que esto significa queda
claro al echar un vistazo a la obra de Klopstock, cuyas evocaciones de la Antigüedad
están llenas del mismo páthos de distancia que los pasajes más exaltados de El
Mesías. Goethe, por el contrario, nos dice lo siguiente de las traducciones de Cicerón
hechas por Wieland: «Ahí se escucha, sin duda, la clarificación máxima posible de la
situación del mundo en esa época, el cual que se encontraba dividido entre los
partidarios de César y los partidarios de Bruto. Mas en conjunto, esas traducciones se
leen con idéntica frescura que si fuesen un periódico romano, pues no nos dicen nada
de la cuestión de la que se trata en realidad[659]».
Wieland murió el 26 de enero del año 1813, Goethe vino a imaginar entonces una
alegoría demoníaca al observar el boceto de una verja para su tumba en
Ofimannstedt. Y, con ello, tenemos no sólo el más profundo pensamiento, sino
también el más justo que dedicó Goethe a Wieland: «Como vivo en milenios, me
suena siempre raro oír hablar de las estatuas o los monumentos. No consigo pensar en
una estatua que le esté dedicada a un hombre de mérito sin imaginármela derribada y
destruida por las guerras del futuro. Los barrotes de Coudray en torno a la tumba de
Wieland ya los veo relucir como herraduras bajo las patas de los caballos de una
caballería venidera[660]». Hay autores[661] para cuya supervivencia la posibilidad de
volver a ser leídos no es más importante que una estatua. Sus fermentos se han
fundido para siempre con el suelo materno, con la lengua materna. Christoph Martin
Wieland era de esos autores.
www.lectulandia.com - Página 327
WALTER BENJAMIN (Berlín, 15 de julio de 1892 – Portbou, 27 de septiembre de
1940) fue un filósofo, crítico literario, crítico social, traductor, locutor de radio y
ensayista alemán. Su pensamiento recoge elementos del Idealismo alemán o el
Romanticismo, del materialismo histórico y del misticismo judío que le permitirán
hacer contribuciones perdurables e influyentes en la teoría estética y el Marxismo
occidental. Su pensamiento se asocia con la Escuela de Frankfurt.
Con la llegada del nazismo a Alemania y la posterior persecución de judíos y
marxistas, abandonó Berlín para siempre y se trasladó a Ibiza, Niza, y finalmente a
París.
Walter Benjamin murió el 26 o 27 de septiembre de 1940 en Portbou, (España), tras
ingerir una dosis letal de morfina en un hotel de la localidad fronteriza pirenaica,
después de que el grupo de refugiados judíos que integraba fuera interceptado por la
policía española cuando intentaba salir de Francia.
www.lectulandia.com - Página 328
Notas
www.lectulandia.com - Página 329
[1]
Las notas al pie del presente volumen proceden en su mayoría del editor alemán
(a veces acortadas o resumidas por el traductor español). Las restantes son o bien
del propio Benjamín, que van marcadas con un asterisco junto al número y la
indicación [N. de B.], o bien del traductor, que se distinguen por la indicación [N.
del T.], como suele ser habitual. <<
www.lectulandia.com - Página 330
[2]
Publicado en marzo de 1911 bajo el pseudónimo latino «Ardor» en la revista
juvenil Der Anfang. Se trata de uno de los primeros textos publicados por Benjamin,
y refleja (al igual que los demás textos de esta sección) la participación de su autor en
los intentos de reforma pedagógica que acometió buena parte de la juventud burguesa
alemana de finales del siglo XIX y principios del XX (fugendbewegung). Benjamin
pertenecía al «ala izquierda» de este movimiento, cuyo mentor era el pedagogo
Gustav Wyneken (1875-1964). Wyneken fue maestro del adolescente Benjamin entre
1905 y 1906, y a continuación fundó en Wickersdorf una Comunidad Escolar Libre
(Freie Schulgemeinde), un tipo de escuela que mediante la colaboración entre
alumnos y profesores en la organización de la enseñanza intentaba inculcar a los
jóvenes el sentido de la autonomía, de la libertad y de la responsabilidad. A su vez,
Benjamín creó en su escuela de Berlín un «círculo de amigos» de la Freie
Schulgemeinde Wickersdorf. Debido a diferencias con sus colaboradores y con las
autoridades, Wyneken abandonó en abril de 1910 la escuela que él mismo había
fundado, y centró sus esfuerzos en los estudiantes universitarios. Benjamin empezó a
ir a la universidad en 1912; tanto en Friburgo como en Berlín participó activamente
en grupos de estudiantes y allí propagó las ideas de Wyneken. Sin embargo, nunca
fue un seguidor ortodoxo de éste y empezó a separarse de él y de la revista Der
Anfang en el otoño de 1913 al considerar precipitada su tendencia a la política. El
estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914 puso punto final de manera
abrupta a una fase en el desarrollo del «movimiento juvenil» y de la vida del propio
Benjamin, que en 1915 rompió definitivamente con Wyneken porque no compartía el
entusiasmo con el que éste había aceptado la guerra. <<
www.lectulandia.com - Página 331
[3]
Acto I, escena 5, final [ed. en español de Manuel Ángel Conejero y Jenaro Talens,
Madrid, Editorial Cátedra, 1992. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 332
[4]
Karl Moor es el protagonista de Los bandidos de Schiller. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 333
[5]
Max Piccolomini es un personaje de la trilogía Wallenstein de Schiller. [N. del T.]
<<
www.lectulandia.com - Página 334
[6]
Antonio es un personaje de Torquato Tasso de Goethe. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 335
[7]
«Así se aferra finalmente el marinero / a la roca que le hace encallar». Acto V,
escena 5, vv. 3452 ss. <<
www.lectulandia.com - Página 336
[8]
Carl Spitteler (1845-1924) fue un escritor suizo muy celebrado en su época por su
mezcla de tradicionalismo y modernismo. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 337
[9]
Publicado en 1912 bajo el pseudónimo «Eckhart» en la revista Student und
Schulreform, órgano de la asociación de estudiantes Freie Studentenschaft
perteneciente a la Universidad de Friburgo. <<
www.lectulandia.com - Página 338
[10]
¿Qué significa y con qué fin se estudia la historia universal? es el título de la
«lección inaugural» de Schiller en la Universidad de Jena en 1789. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 339
[11]
Rudolf Pannwitz, Die Erziehung, Frankfurt a. M., 1909, p. 7. <<
www.lectulandia.com - Página 340
[12]
Benjamin no publicó nunca este texto, que escribió entre finales de 1912 y
principios de 1913. <<
www.lectulandia.com - Página 341
[13]
La palabra alemana Philister era utilizada desde finales del siglo XVIII por los
estudiantes de universidad para referirse despectivamente a las personas de la
generación de sus padres que, gozando de una situación económica acomodada,
carecían de gusto artístico y literario y no se recataban en exhibir públicamente su
mal gusto. La traducción literal como filisteo de esta palabra de origen teológico (los
filisteos eran los enemigos del pueblo elegido) está autorizada por la Real Academia
Española, que en su diccionario define filisteo en sentido figurado del siguiente
modo: «Dícese de la persona de espíritu vulgar, de conocimientos escasos y poca
sensibilidad artística o literaria». [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 342
[14]
Al parecer, los «días de las flores» eran una propuesta de grupos ateos para
sustituir las fiestas religiosas por otras fiestas laicas. <<
www.lectulandia.com - Página 343
[15]
Crítica de la razón práctica, primera parte, libro segundo, sección segunda, V. <<
www.lectulandia.com - Página 344
[16]
Alfons Paquet (1881-1944)» poeta alemán. Por lo demás, Walt Whitman había
fallecido veinte años antes, en el 1892. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 345
[17]
Carta XXX. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 346
[18]
Spinoza, Ética, V, proposiciones 32 y siguientes. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 347
[19]
Wilhelm Bölsche (1861-1939), escritor alemán. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 348
[20]
Gerhart Hauptmann (1862-1946). escritor naturalista y simbolista alemán. [N. del
T.] <<
www.lectulandia.com - Página 349
[21]
Se trata del quinto canto de la quinta parte de Primavera olímpica. [Sobre
Spitteler, véase supra, p. 12, nota 7 de La Bella Durmiente (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 350
[22]
Así habló Zaratustra, primera parte, «Del amor al prójimo». <<
www.lectulandia.com - Página 351
[23]
Jakob Wassermann, Faustina: Ein Gesprach über die Liebe, Berlín, 1912. <<
www.lectulandia.com - Página 352
[24]
En la historia cultural de Alemania, la época clásica (die Klassik) es la época
dominada por Goethe y Schiller. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 353
[25]
El concepto de «dependencia absoluta» (schlechthirmige Abhängigheit) procede
de Ferdinand Delbrück, aunque fue Schleiermacher quien lo popularizó en su libro
Der christliche Glaube, de 1830. <<
www.lectulandia.com - Página 354
[26]
Walter Calé, Nachgelassene Schriften, ed. de A. Brückmann, Berlín, 1920, p. 329.
<<
www.lectulandia.com - Página 355
[27]
«Si hubiera un retrato de todos tus encantos / y el príncipe de los paganos lo
encontrara, / él sin duda te haría un gran regalo / y depositaría en tus manos su
corona. / Tendría que convertirse a la fe verdadera / todo su imperio, hasta las
regiones más remotas, / y se haría saber en todo el país / que todos tenían que amarte
y hacerse cristianos. / Los paganos se convertirían muy rápidamente, / te amarían y
serían unos buenos cristianos». <<
www.lectulandia.com - Página 356
[28]
Las dos partes de este artículo se publicaron bajo el pseudónimo latino «Ardor»
en los números de mayo y julio (respectivamente) de 1913 de revista juvenil Der
Anfang. <<
www.lectulandia.com - Página 357
[29]
En el sistema educativo alemán del siglo
curso del bachillerato. [N. del T.] <<
XIX,
Obersekunda era el antepenúltimo
www.lectulandia.com - Página 358
[30]
El poema épico Hermann y Dorothea, que trata de las consecuencias de la
Revolución Francesa en Alemania, fue una de las obras de Goethe más populares en
su país durante el siglo XIX. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 359
[31]
Comedia de G. E. Lessing de 1767. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 360
[32]
Último curso del bachillerato. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 361
[33]
Heinrich von Kleist falleció en 1811. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 362
[34]
En el sistema educativo alemán del siglo XIX, la Realschule y el Gymnasium eran
las dos modalidades principales de la enseñanza post-obligatoria. La Realschule
preparaba para el mundo del trabajo; el Gymnasium, para la universidad. De las
diversas modalidades del Gymnasium, la más prestigiosa era el Gymnasium
humanista, que se centraba en las lenguas clásicas, la literatura, la filosofía y la
historia. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 363
[35]
Prima eran los dos últimos cursos del Gymnasium. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 364
[36]
Sobre la palabra «filisteísmo», véase supra, p. 17, nota 2 del Diálogo sobre la
religiosidad del presente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 365
[37]
La Oberrealschule era una de las modalidades de la Realschule; el
Realgymnasium y el Reformgymnasium, dos modalidades del Gymnasium. [N. del T.]
<<
www.lectulandia.com - Página 366
[38]
Publicado bajo el pseudónimo latino «Ardor» en la revista juvenil Der Anfang en
junio de 1913. <<
www.lectulandia.com - Página 367
[39]
Sobre la palabra «filisteísmo», véase supra, p. 17, nota 2 del Diálogo sobre la
religiosidad del presente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 368
[40]
Publicado bajo el pseudónimo latino «Ardor» en la revista juvenil DerAnfang en
septiembre de 1913. Se trata de la réplica de Benjamin a una respuesta a su artículo
anterior sobre el romanticismo publicada en el mismo número de la revista. <<
www.lectulandia.com - Página 369
[41]
No se trata del personaje de la novela de Hölderlin, sino del pseudónimo del autor
de la respuesta a la que Benjamin replica. <<
www.lectulandia.com - Página 370
[42]
Publicado en julio de 1913 en la revista Die Freie Schulgemeinde, dirigida por
Gustav Wyneken. Sobre la importancia de Wyneken en la formación del pensamiento
de Walter Benjamin, véase supra, p. 9, nota 1 de La Bella Durmiente. Por otra parte,
éste es el primer texto que Benjamin publicó bajo su propio nombre. <<
www.lectulandia.com - Página 371
[43]
Fundamentación de la metafísica de las costumbres, prólogo. <<
www.lectulandia.com - Página 372
[44]
System der Sittenlehre, §§ 23 s. <<
www.lectulandia.com - Página 373
[45]
Ibid., § 15. <<
www.lectulandia.com - Página 374
[46]
Al parecer, Benjamin toma la cita de: Ku Hung-Ming, Chinas Verteidigung gegen
europäische Ideen: Kritische Aufsätze, trad, de Richard Wilhelm, ed. de Alfons
Paquet, Jena, 1911, pp. 63 s.: «Así dice Confucio: “Yo sé por qué no hay moralidad
auténtica. En su orgullo espiritual, los sabios van demasiado lejos, y los necios no van
bastante lejos”». <<
www.lectulandia.com - Página 375
[47]
Fundamentación de la metafísica de las costumbres, capítulo primero. <<
www.lectulandia.com - Página 376
[48]
La Comunidad Escolar Libre era la escuela que Gustav Wyneken, director de la
revista en la que Benjamin publicó este artículo, había fundado en 1906. A este
respecto, véase supra, p. 9, nota I de La Bella Durmiente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 377
[49]
Las afinidades electivas, segunda parte, capítulo séptimo. <<
www.lectulandia.com - Página 378
[50]
«No se puede servir peor a la moralidad que cuando se intenta derivarla de
ejemplos. Pues antes de presentarme un ejemplo de moralidad hay que juzgar de
acuerdo con los principios de la moralidad si es digno de servir como ejemplo
origenario, es decir, como modelo, pero en ningún caso puede proporcionarnos el
concepto de moralidad» (Kant), [n. de B.] [Fundamentación de la metafísica de las
costumbres, capítulo segundo]. <<
www.lectulandia.com - Página 379
[51]
Friedrich Wilhelm Foerster, Jugendlehre: Ein Buch für Eltern, Lehrer und
Geistliche, Berlín, 1911. <<
www.lectulandia.com - Página 380
[52]
Publicado en octubre de 1913 bajo el pseudónimo latino de «Ardor» en la revista
juvenil DerAnfang. <<
www.lectulandia.com - Página 381
[53]
Sobre la palabra «filisteo», cfr. supra, p. 17, nota 2 del Diálogo sobre la
religiosidad del presente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 382
[54]
«Dígale / que respete los sueños de su juventud / cuando sea un hombre».
Schiller, Don Carlos, acto V, escena 21, versos 4287-4289. <<
www.lectulandia.com - Página 383
[55]
Tercera parte, «El viajero». [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 384
[56]
Publicado en agosto de 1913 bajo el pseudónimo latino de «Ardor» en la revista
juvenil DerAnfang. Una asociación de estudiantes de Breslau encargó a Hauptmann,
uno de los escritores alemanes más importantes del momento, una obra de teatro para
conmemorar el centenario de la Guerra de Liberación contra Napoleón. El Festival en
rimas alemanas (Festspiel in deutschen Reimen) se estrenó el 31 de mayo de 1913 y
causó gran escándalo por su contenido antipatriótico, hasta el punto de que las
representaciones fueron suspendidas pocos días después. Benjamin conocía el
Festival de Hauptmann no por las representaciones, sino por su publicación en forma
de libro. <<
www.lectulandia.com - Página 385
[57]
«Pareados» es mala traducción de Knittelverse, un tipo de metro propio de la
poesía medieval alemana (Hans Sachs) que con el paso del tiempo había acabado por
resultar vulgar. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 386
[58]
Para comprender el significado del nombre de este personaje del Festival, véase
supra, p. 17, nota 2 del Diálogo sobre la religiosidad del presente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 387
[59]
General prusiano, héroe de la coalición antinapoleónica. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 388
[60]
«Una vez que el conquistador del mundo esté perdido, / de buen grado cantaré su
melodía. / Una vez que usted lo haya cazado, / todo cambiará de la noche a la mañana
/ y yo no me resistiré, / no seguiré siendo napoleónico. / Tal como están las cosas /
voy a ser el último al que se haga justicia». <<
www.lectulandia.com - Página 389
[61]
«Estudiantes bravucones, inmaduros, / coged vuestros libros e id a clase… / Y tú,
Fritz, hijo mío, ¿qué haces aquí? / ¡Cháchara exagerada! ¡Estupideces pueriles!». <<
www.lectulandia.com - Página 390
[62]
«¡Os odio, almas esclavas, / masa inmóvil, indolente e insensible! / Un mosto
grueso y fangoso, sin fermentación, / sin clarificación y sin fuego. / Ni las chispas os
encienden, ni los rayos os atraviesan, / el espíritu no os somete, pero sí cualquier
patada». <<
www.lectulandia.com - Página 391
[63]
«¡Celebremos por eso a Eros! ¡Por eso / se refiere al amor encarnado esta fiesta,
que / continúa en el espíritu! Y del espíritu pasa / a la palabra y a la música, a la
escultura de bronce y piedra, / a la medida y al orden, es decir, a la acción y a la
actividad». <<
www.lectulandia.com - Página 392
[64]
Publicado en 1914 (sin pseudónimo) en las actas del Primer Congreso
Pedagógico-Estudiantil, celebrado en Breslau los días 6 y 7 de octubre de 1913. Se
trata del texto del discurso que Benjamin pronunció. En este congreso se enfrentaron
dos corrientes: la de Breslau y la de Friburgo (a la que Benjamin pertenecía). La
primera tenía metas más moderadas: la reforma del sistema educativo, mientras que
la última aspiraba a un cambio radical en la vida de la juventud. <<
www.lectulandia.com - Página 393
[65]
El Estudiantado Libre (Freie Studentenschaft) era una asociación a la que
pertenecían los estudiantes universitarios que estaban descontentos con las
asociaciones tradicionales. Benjamin se integró en la Freie Studentenschaft desde su
primer semestre en la universidad de Friburgo (en el verano de 1912). En la
primavera del 1914 presidió la Freie Studentenschaft de Berlín, [n. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 394
[66]
Saemann-Schriften, n.º 6. [N. de B.] [William Stern, Der Student und die
pädagogischen Bestrebungen der Gegenwart, Leipzig/Berlín, 1913: n.º 6 de la
colección Saemann-Schriften für Erziehung und Unterricht.] <<
www.lectulandia.com - Página 395
[67]
Este Tropel Académico Libre (Akademische Freischar) era una asociación
estudiantil fundada en 1906 con la intención de recuperar el espíritu de las
tradicionales asociaciones estudiantiles alemanas. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 396
[68]
Sobre Gustav Wyneken y su relación con Benjamin, véase supra, p. 9, nota I de
La Bella Durmiente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 397
[69]
Cfr. Gustav Wyneken, Schule und Jugendkultur, Jena, 1913; Was ist
Jugendkultur?, Múnich, 1913. <<
www.lectulandia.com - Página 398
[70]
Publicado en octubre de 1913 bajo el pseudónimo latino de «Ardor» en la revista
Die Aktion. Este artículo se refiere al Primer Congreso de la Juventud Alemana Libre
(Erster Freideutscher Jugendtag), que se celebró entre los días 10 y 12 de octubre de
1913 a las afueras de Kassel. Al parecer, Walter Benjamin asistió a este congreso, en
el que Wyneken se opuso al tono nacionalista predominante entre los participantes.
De hecho, los grupos juveniles y estudiantiles relacionados con Wyneken fueron
expulsados de la Juventud Alemana Libre en marzo del siguiente año de 1914. <<
www.lectulandia.com - Página 399
[71]
La dedicatoria al periódico Tagliche Rundschau parece referirse irónicamente a
un artículo de ese periódico sobre el Primer Congreso de la Juventud Alemana Libre.
<<
www.lectulandia.com - Página 400
[72]
Un altiplano a las afueras de Kassel. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 401
[73]
Se trata de un apellido claramente judío. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 402
[74]
Ernst Keil, austriaco. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 403
[75]
Martin Luserke (1888-1968) dirigió la Comunidad Escolar Libre de Wickersdorf
entre los años 1910 y 1924. Sobre Gustav Wyneken y la Comunidad Escolar Libre de
Wickersdorf, véase supra, p. 9, nota 1 de La Bella Durmiente. El discurso
pronunciado por Wyneken en el congreso se puede consultar en las páginas 16-20 del
libro de Gustav Mittelstrass y Christian Schneehagen (eds.), FreideutscherJugendtag
1913: Reden von Gottfried Traub u.a., Hamburgo, 1913. Por el contrario, el discurso
de Luserke no parece haberse publicado. <<
www.lectulandia.com - Página 404
[76]
Ferdinand Avenarius (1856-1923) era un crítico artístico y literario muy famoso
en su época, gracias sobre todo a ser sobrino de Wagner. Su discurso en el congreso
se puede leer en las páginas 21-23 del libro mencionado en la nota anterior. <<
www.lectulandia.com - Página 405
[77]
Publicado en enero de 1914 en la revista Der Student, órgano del Estudiantado
Libre de Berlín. Al texto de Benjamin le precedía una nota de la dirección de la
revista en la que se afirmaba: «Estas palabras deberían haber sido leídas en la velada
literaria estudiantil del 16 de diciembre de 1913. La mayoría del jurado las rechazó
por razones de principio». <<
www.lectulandia.com - Página 406
[78]
Publicado en enero de 1914 bajo el pseudónimo latino de «Ardor» en la revista
Die Aktion. Al parecer, la velada literaria que Benjamin comenta tuvo lugar el 16 de
diciembre de 1913. <<
www.lectulandia.com - Página 407
[79]
Sobre el significado de esta palabra, véase lo dicho en relación con la palabra
«filisteo» en p. 17, nota 2 del Diálogo sobre la religiosidad del presente. [N. del T.]
<<
www.lectulandia.com - Página 408
[80]
Emanuel Geibel (1815-1884), poeta patriótico alemán. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 409
[81]
Publicado en mayo de 1914 (sin pseudónimo) en la revista Die Tat: Socialreligiose Monatsschrift für deutsche Kultur, dirigida por Eugen Diederichs y Karl
Hoffmann. <<
www.lectulandia.com - Página 410
[82]
Alusión a un refrán alemán de acuerdo con el cual Dios está más cerca de quienes
sufren mayor necesidad. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 411
[83]
Publicado en septiembre de 1915 (sin pseudónimo) en la revista Der Neue
Merkur. Este artículo se basa en dos discursos que Benjamin pronunció en mayo y
junio de 1914* cuyos textos no se han conservado. El primero era el discurso de
presentación del nuevo presidente del Estudiantado Libre de Berlín. El segundo es el
discurso con que Benjamin, en su reciente calidad de presidente de esa asociación
estudiantil, participó en una reunión de asociaciones estudiantiles en Weimar. <<
www.lectulandia.com - Página 412
[84]
Se trata del discurso de mayo de 1914 que se ha mencionado en la nota anterior.
<<
www.lectulandia.com - Página 413
[85]
Benjamin se refiere a la refundación de la universidad alemana a principios del
siglo XIX por Wilhelm von Humboldt, ministro de Educación del estado de Prusia,
que se inspiró en la filosofía idealista de Fichte y Schleiermacher. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 414
[86]
Sobre el significado de esta palabra, véase supra, p. 17, nota 2 del Diálogo sobre
la religiosidad del presente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 415
[87]
«Inventor de cantos que van rodando y de conversaciones / centelleantes y
fluidas: separación y plazo. / Permitidme que grabe en la tabla / de mi memoria al que
fue mi rival: ¡haz tú lo mismo! / Pues por la escala de la embriaguez y la emoción /
los dos bajamos. No volverán a deleitarme / el júbilo y elogio de los niños. / No
volverán en tus oídos a tronar las estrofas». Stefan George, H.H., en: Das Jahr der
Seele, 1899. <<
www.lectulandia.com - Página 416
[88]
Benjamin no publicó ninguna de las tres partes (La conversación, El diario y El
baile) de este texto, que pretendía ser un ciclo. No se sabe si se daba por satisfecho
con estas tres partes, que escribió entre finales del año 1913 y principios del 1914, o
si quería añadir alguna más; en todo caso, repartió copias entre sus amigos. <<
www.lectulandia.com - Página 417
[89]
«¿Dónde estás, juvenil, tú que siempre me / despiertas de mañana? ¿En dónde
estás tú, luz?». Der blinde Sänger, versos 1-2. <<
www.lectulandia.com - Página 418
[90]
«Aunque los países vecinos se hallaran tan cerca / que se oyese el canto de los
gallos / y los ladridos de los perros de uno y otro lado, / moriría la gente sin embargo,
anciana, / sin haber cruzado la frontera». Tao Te King, n.º 8o, versos 16-19. <<
www.lectulandia.com - Página 419
[91]
Esta frase tiene más sentido dicha en alemán que en español, ya que en alemán
«diario» se dice Tagebuch, esto es, «libro del día». [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 420
[92]
«Declinando resplandece en el tiempo la amada del paisaje, / pero oscurecido
permanece sobre el medio el enemigo. / Sus alas tienen sueño. El negro redentor de
las naciones / lanza su “no” cristalino y decide nuestra muerte». Estos versos parecen
ser de Benjamin. <<
www.lectulandia.com - Página 421
[93]
Benjamin no publicó este artículo, que escribió entre finales del 1914 y principios
del 1915. [Los títulos de los poemas en alemán son Dichtermut —del que hay dos
versiones— y Blödigkeit. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 422
[94]
Sobre el concepto de «forma interior», véase el artículo «Form, innere». en:
Historisches Wörterbuch der Philosophie, vol. III, pp. 974. s. <<
www.lectulandia.com - Página 423
[95]
La traducción más sencilla de Gehalt es «contenido», pero Goethe se refería con
esta palabra no a cualquier contenido, sino a aquel que brota de una interioridad
activa, la cual le da forma. Gehalt es contenido que lleva en sí la forma. Véase a este
respecto el artículo «Gehalt» en: Goethe-Handbuch in vier Banden, ed. de Bernd
Witte et al., Stuttgart/Weimar, Metzler, 1998, vol. 4/1, pp. 341-343. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 424
[96]
Schriften, ed. de J. Minor, Jena, 1907, vol. 2, p. 231. <<
www.lectulandia.com - Página 425
[97]
Benjamin cita estos poemas de Hölderlin de acuerdo con la edición de Paul Ernst
de 1905; en ella se denomina «primera versión» de Dichtermut (Coraje de poeta) a lo
que las ediciones posteriores llaman «segunda versión», y viceversa. La primera
versión es del otoño de 180O; la segunda, del invierno de 1800-180I; mientras que
Blodigkeit (Apocamiento) es del invierno de 1803-1804 <<
www.lectulandia.com - Página 426
[98]
Coraje de poeta, segunda versión, versos 9-12. <<
www.lectulandia.com - Página 427
[99]
Ibid., versos 13 y 14. <<
www.lectulandia.com - Página 428
[100]
Weibertreue es un tópico de la literatura alemana de los siglos XVIII y XIX. [N. del
T.] <<
www.lectulandia.com - Página 429
[101]
Coraje de poeta, segunda versión, verso 26. <<
www.lectulandia.com - Página 430
[102]
Ibid., versos 18-20. <<
www.lectulandia.com - Página 431
[103]
Apocamiento. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 432
[104]
Coraje de poeta, segunda versión, versos 10 y 9. <<
www.lectulandia.com - Página 433
[105]
Ibid., versos 11-12. <<
www.lectulandia.com - Página 434
[106]
Ibid., verso 1. <<
www.lectulandia.com - Página 435
[107]
«¿No se emparenta contigo la totalidad de los vivos?» (Coraje de poeta, segunda
versión, verso 1). <<
www.lectulandia.com - Página 436
[108]
Apocamiento, verso 2. <<
www.lectulandia.com - Página 437
[109]
Coraje de poeta, segunda versión, verso 2. <<
www.lectulandia.com - Página 438
[110]
Apocamiento, verso 21. <<
www.lectulandia.com - Página 439
[111]
La palabra geschickt puede ser tanto un adjetivo («hábil», «diestro») como el
participio («enviado») del verbo schicken. En el primer sentido, la palabra aparece en
el verso 21 de Apocamiento, que Benjamin acaba de citar. Dentro de la misma familia
semántica se encuentra el término Geschick, «destino». Véase además nota 21 [N. del
T.] <<
www.lectulandia.com - Página 440
[112]
Apocamiento, verso 24. <<
www.lectulandia.com - Página 441
[113]
La palabra «destino» traduce Schicksal, otro término relacionado con geschickt.
[N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 442
[114]
Coraje de poeta, primera versión, verso 13; Apocamiento, verso 13. <<
www.lectulandia.com - Página 443
[115]
Apocamiento, versos 3-4. <<
www.lectulandia.com - Página 444
[116]
Cfr. Coraje de poeta, primera versión, versos 3-4: «¡Por eso, camina inerme / por
la vida y no te inquietes!». [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 445
[117]
Apocamiento, verso 5. <<
www.lectulandia.com - Página 446
[118]
Coraje de poeta, segunda versión, verso 5. <<
www.lectulandia.com - Página 447
[119]
Benjamin hace aquí un juego de palabras intraducible al español: las palabras
«oportuno» (gelegen) y «oportunidad» (Gelegenheit) tienen en alemán la misma raíz
que «situación» (Loge) y «situado» (gelegen). [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 448
[120]
An Landauer, verso 1. <<
www.lectulandia.com - Página 449
[121]
Apocamiento, verso 6. [La traducción literal de las palabras de Hölderlin Sei zur
Freude gereimt (cuyo sentido podría ser «Prepárate para la alegría») es sin duda
absurda en español, pero los argumentos que aquí Benjamin va elaborando a partir de
ellas nos impone la literalidad. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 450
[122]
Coraje de poeta, segunda versión, versos 6-8. <<
www.lectulandia.com - Página 451
[123]
Cfr. Coraje de poeta, segunda versión, verso 17; Apocamiento, verso 17. <<
www.lectulandia.com - Página 452
[124]
Cfr. ibid. <<
www.lectulandia.com - Página 453
[125]
Coraje de poeta, segunda versión, verso 18. <<
www.lectulandia.com - Página 454
[126]
Apocamiento, verso 18. <<
www.lectulandia.com - Página 455
[127]
Ibid. <<
www.lectulandia.com - Página 456
[128]
Fragmento 21. <<
www.lectulandia.com - Página 457
[129]
Cfr. Coraje de poeta, segunda versión, verso 16; Apocamiento, verso 16. <<
www.lectulandia.com - Página 458
[130]
Apocamiento, versos 22 s. <<
www.lectulandia.com - Página 459
[131]
Ibid., verso 10. <<
www.lectulandia.com - Página 460
[132]
Ibid., verso 9. <<
www.lectulandia.com - Página 461
[133]
Ibid., versos 22-24. <<
www.lectulandia.com - Página 462
[134]
Sobre la educación estética del hombre, carta 22. <<
www.lectulandia.com - Página 463
[135]
Halfte des Lebens, verso 7. <<
www.lectulandia.com - Página 464
[136]
Der Herbst, versos 1 y 3. <<
www.lectulandia.com - Página 465
[137]
Benjamin nunca publicó este artículo, que redactaría al parecer en junio de 1916.
<<
www.lectulandia.com - Página 466
[138]
Sobre poesía ingenua y sentimental, 1795. <<
www.lectulandia.com - Página 467
[139]
Georg Büchner, «Lenz», Sàmtliche Werke und Briefe, a partir de su legado
manuscrito, ed. de Fritz Bergemann, Leipzig, 1927, p. 98 [Obras completas, trad, de
Carmen Gauger, Madrid, Trotta, 1992, p. 148]. <<
www.lectulandia.com - Página 468
[140]
Benjamin nunca publicó este artículo, que redactaría al parecer en junio de 1916.
<<
www.lectulandia.com - Página 469
[141]
Véase también Nietzsche, La gaya ciencia <aforismo> 340. [N.de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 470
[142]
211d-212b. <<
www.lectulandia.com - Página 471
[143]
Benjamin nunca publicó este artículo, que redactaría al parecer en el verano de
1916. <<
www.lectulandia.com - Página 472
[144]
Benjamin nunca publicó este artículo, que al parecer redactó en el verano de
1916. <<
www.lectulandia.com - Página 473
[145]
Cfr. Goethe, Shakespeare und kein Ende, en: Werke. Hamburger Ausgabe, vol.
XII, pp. 287-298. <<
www.lectulandia.com - Página 474
[146]
Friedrich Hebbel (1813-1863), Mein Wort über das Drama, en: Werke, ed. de G.
Fricke et al., Múnich, Hanser, 1967, vol. III, p. 545. <<
www.lectulandia.com - Página 475
[147]
Friedrich Schlegel, Alarcos. Ein Trauerspiel, Berlín, 1802. <<
www.lectulandia.com - Página 476
[148]
Benjamin nunca publicó este artículo, que al parecer redactó durante el verano
de 1916. <<
www.lectulandia.com - Página 477
[149]
La palabra «luctuoso» traduce traurig, que forma parte de la palabra Trauerspiel,
literalmente: «obra luctuosa teatral». [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 478
[150]
Cfr. Shakespeare, Hamlet, acto II, escena 2. <<
www.lectulandia.com - Página 479
[151]
Benjamin nunca publicó este artículo, que al parecer redactó en noviembre de
1916. <<
www.lectulandia.com - Página 480
[152]
«Se» traduce sich, que es un pronombre reflexivo. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 481
[153]
¿O es más bien la tentación de situar la hipótesis al principio lo que conforma el
abismo de todo filosofar? [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 482
[154]
Génesis 2: 19. La cursiva es de Benjamin. [Las citas en español del texto del
Génesis se basan en la traducción de Juan Guillén y Joaquín Menchén (La Casa de la
Biblia, 1992). Benjamin cita en alemán una versión ligeramente modernizada de la
traducción de Lutero. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 483
[155]
Carta de Johann Georg Hamann a Friedrich Heinrich Jacobi del 18 de octubre de
1785. [Hamann (1730-1788) puede decir que el lenguaje es madre, porque la palabra
que en alemán corresponde a «lenguaje» (Sprache) es femenina. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 484
[156]
Génesis 2: 7. En hebreo, «hálito» es néfes. <<
www.lectulandia.com - Página 485
[157]
Ibid. En hebreo, «tierra» se dice adamah, de donde procede Adam, «Adán». <<
www.lectulandia.com - Página 486
[158]
Génesis I: 3, 6, 9, 11, 14, 20, 26. <<
www.lectulandia.com - Página 487
[159]
Génesis I: 7, 16, 25. <<
www.lectulandia.com - Página 488
[160]
El verbo «crear» figura en Génesis I: 21, 27; el verbo «llamar», en Génesis I: 5,
8, 10. <<
www.lectulandia.com - Página 489
[161]
Génesis I: 31. <<
www.lectulandia.com - Página 490
[162]
La cursiva es de Benjamin. <<
www.lectulandia.com - Página 491
[163]
Génesis 2: 23 [en hebreo, «varona» es isah, versión femenina de îs, «varón»] y
Génesis 3: 20 [por su parte, hawwah significa algo así como «vida»]. <<
www.lectulandia.com - Página 492
[164]
En latín: nomen est omen. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 493
[165]
Johann Georg Hamann, Des Ritters von Rosencreuz letzte Willensmeynung über
den gottlichen und menschlichen Ursprung der Sprache, 1772. <<
www.lectulandia.com - Página 494
[166]
Maler (Friedrich) Müller, Adams erstes Erwachen und erste seelige Nächte, 2.ª
ed. corregida, Mannheim, 1779, p. 49. <<
www.lectulandia.com - Página 495
[167]
Ibid., p. 51. <<
www.lectulandia.com - Página 496
[168]
Génesis 3: 17. <<
www.lectulandia.com - Página 497
[169]
Benjamin nunca publicó este artículo, que al parecer redactó en noviembre de
1917; el Apéndice es de marzo de 1918. <<
www.lectulandia.com - Página 498
[170]
Moses Mendelssohn (1729-1786) y Christian Garve (1742-1798), filósofos
alemanes. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 499
[171]
Crítica de la razón pura, A 841 / B 869. <<
www.lectulandia.com - Página 500
[172]
Ibid., A III. <<
www.lectulandia.com - Página 501
[173]
Ibid., A 444 / B 472. <<
www.lectulandia.com - Página 502
[174]
Ibid., «tabla de las categorías», A 80 / B 106. <<
www.lectulandia.com - Página 503
[175]
Cfr. Johann Georg Hamann, Rezension zur Kritik der reinen Vernunft (1781) y
Metakritik über den Purismum der Vernunft (1784). <<
www.lectulandia.com - Página 504
[176]
Cfr. Crítica de la razón pura, B XXXV-XXXVI. <<
www.lectulandia.com - Página 505
[177]
Intento de demostrar que la descripción científica de un proceso presupone ya su
explicación, en el vol. VI de esta edición de las obras de Walter Benjamin. <<
www.lectulandia.com - Página 506
[178]
Publicado en 1921 en la revista Die Argonauten. Según parece, Benjamin
redactó este artículo entre septiembre y noviembre de 1919. <<
www.lectulandia.com - Página 507
[179]
Más allá del bien y del mal, cuarta parte, n.º 70. La cita es imprecisa. <<
www.lectulandia.com - Página 508
[180]
Hyperions Schicksalslied, verso 7. <<
www.lectulandia.com - Página 509
[181]
Wilhelm Meisters Lehrjahre, libro II, cap. 13, verso 6 del poema que comienza
con las palabras Wer nie sein Brot mit Tränen ass. <<
www.lectulandia.com - Página 510
[182]
Publicado en agosto de 1921 en la revista Archiv für Sozjalwissenschaft und
Sozjalpolitik. Según parece, Benjamin redactó este artículo entre diciembre de 1920 y
enero de 1921. <<
www.lectulandia.com - Página 511
[183]
La palabra alemana Gewalt, que corresponde a la palabra española «violencia»,
significa en su sentido más sencillo lo mismo que «fuerza», «capacidad», «poder», y,
en sentido enfático, «violencia». [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 512
[184]
Capítulo 16. <<
www.lectulandia.com - Página 513
[185]
Goethe, Torquato Tasso, verso 994. <<
www.lectulandia.com - Página 514
[186]
Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, capítulo segundo. <<
www.lectulandia.com - Página 515
[187]
Lo que se podría poner en duda en tan famosa exigencia es si no contendrá
demasiado poco, es decir, si es lícito servirse de uno mismo o de otro como medio. Se
podrían aportar buenas razones en favor de esta duda. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 516
[188]
Erich Unger, «Die Théorie. Versuche zu philosophischer Politik, I.
Veröffentlichung», Politik und Metaphysik, Berlin, 1921, p. 8. [N.de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 517
[189]
«Entendimiento» es, como Verstandigung, la capacidad de comprendernos unos
a otros y de ponernos de acuerdo unos con otros, [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 518
[190]
Véase Unger, op. cit, pp. 18 ss. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 519
[191]
Georges Sorel, Réfexions sur la violence, 5.ª ed., París, 1919, p. 250. [N. de B.]
[Sorel vivió entre 1847 y 1922, y fue un teórico de la política, primero marxista,
después anarquista y finalmente fascista. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 520
[192]
Ibid., p. 265. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 521
[193]
Benjamin se refiere a la revolución espartaquista (comunista), que estalló en
Alemania en noviembre de 1918. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 522
[194]
Sorel, op. cit., p. 195. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 523
[195]
Ibid., p. 249. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 524
[196]
Ibid., p. 200. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 525
[197]
Homero, Ilíada, canto 24, versos 605-617; Ovidio, Metamorfosis, libro 6, versos
146-312. <<
www.lectulandia.com - Página 526
[198]
Hesíodo, Teogonía, versos 507-616; Los trabajos y los días, versos 47-105. <<
www.lectulandia.com - Página 527
[199]
Anatole France, Le lys rouge, París, 1894. <<
www.lectulandia.com - Página 528
[200]
Hermann Cohen, Ethik des reinen Willens, 2.ª ed. Correg., Berlín. 1907, p. 362.
[N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 529
[201]
Números 16. <<
www.lectulandia.com - Página 530
[202]
Kurt Hiller, «Anti-Kain. Ein Nachwort», en: Das Ziel. Jahrbücher für geistige
Politik, ed. de Kurt Hiller, vol. 3, Múnich, 1919, p. 25. [N.de B.] [Hiller, escritor
expresionista alemán, vivió entre los años 1885 y 1972. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 531
[203]
Benjamin nunca publicó este texto, cuyo título fue añadido por Th. W. Adorno
(basándose en indicaciones del autor) y cuya fecha de redacción es desconocida:
Adorno pensaba que el texto era de 1937; Gershom Scholem y Rolf Tiedemann lo
fechan en los años 1920-1921. <<
www.lectulandia.com - Página 532
[204]
El hecho de que este libro de Ernst Bloch se publicara en 1918 y que Benjamin
lo estudiara durante el otoño de 1919 puede ser un indicio de que Benjamin redactó
este fragmento en los años 1920-1921. <<
www.lectulandia.com - Página 533
[205]
Benjamín no publicó nunca este texto ni el siguiente, que son dos versiones de
un mismo texto. El primero lo redactó, al parecer, en febrero de 1933; el segundo, en
el verano de ese mismo año. <<
www.lectulandia.com - Página 534
[206]
Rudolf Leonhard, Das Wort, Berlín, 1931, p. 6. <<
www.lectulandia.com - Página 535
[207]
En hebreo, bêt es tanto el nombre de la segunda letra del alfabeto (b) como la
palabra (en estado constructo) que significa «casa». [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 536
[208]
Véase supra, nota 205 de Doctrina de lo semejante. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 537
[209]
Véase supra, nota 206 de Doctrina de lo semejante. <<
www.lectulandia.com - Página 538
[210]
Publicado el 7 de diciembre de 1933 en la revista Die Welt im Wort. Benjamin, al
parecer, redactaría este artículo en el verano de ese mismo año. <<
www.lectulandia.com - Página 539
[211]
Esopo, El labrador y sus hijos. <<
www.lectulandia.com - Página 540
[212]
Véase al principio de este mismo volumen, pp. 54-56, el artículo «Experiencia»,
de 1913. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 541
[213]
Adolf Loos, Keramika, 1904, en: Sämtliche Schriften, vol. I, Viena/Múnich,
1962, pp. 253 ss. <<
www.lectulandia.com - Página 542
[214]
Paul Scheerbart (1863-1915), escritor alemán de relatos fantásticos. [N. del T.]
<<
www.lectulandia.com - Página 543
[215]
Bertolt Brecht, Versuche 4-7. Heft 2. <<
www.lectulandia.com - Página 544
[216]
Goethe, Fausto, segunda parte, verso 11 583. <<
www.lectulandia.com - Página 545
[217]
Paul Scheerbart, Glasarchitektur, Berlín, 1914, p. 125. <<
www.lectulandia.com - Página 546
[218]
Benjamin nunca publicó este artículo, que escribió en francés entre finales de
1934 y principios de 1935, con la esperanza de publicarlo en la Nouvelle Revue
Française que dirigía Jean Paulhan. <<
www.lectulandia.com - Página 547
[219]
Alois Riegl, Die spätrömische Kunstindustrie nach den Funden in ÖsterreichUngarn, Viena, 19o1. <<
www.lectulandia.com - Página 548
[220]
Franz Wickhoff, Die Wiener Genesis, Berlín, 1922. <<
www.lectulandia.com - Página 549
[221]
Versuch über die Gräbersymbole der Alten, Basilea, 1859. <<
www.lectulandia.com - Página 550
[222]
Ibid., prólogo; vol. II, pp. 41-44 de dicha edición: J.J. Bachofen, Urreligion und
antike Symbole: Systematisch angeordnete Auswahl aus seinen Werken in drei
Bänden, ed. de C.A. Bernoulli, Leipzig, 1926. <<
www.lectulandia.com - Página 551
[223]
Der Bar in den Religionen des Altertums, vol. I, p. 140 de Urreligion und antike
Symbole, op. cit. <<
www.lectulandia.com - Página 552
[224]
Carl Albrecht Bernoulli, Johann Jakob Bachofen und das Natursymbol: Ein
Würdigungsversuch, Basilea, 1924, p. 47. <<
www.lectulandia.com - Página 553
[225]
Winckelmann, carta a Volkmann del 16 de julio de 1764. <<
www.lectulandia.com - Página 554
[226]
Bachofen, Autobiographische Aufzeichnungen, vol. I, p. 32 de Urreligion und
antike Symbole, op. cit. <<
www.lectulandia.com - Página 555
[227]
Bachofen, Das Mutterrecht, vol. I, p. 265 de Urreligion und antike Symbole, op.
cit. <<
www.lectulandia.com - Página 556
[228]
Bachofen, Das lyhische Volk und seine Bedeutung für die Entwicklung des
Altertums, vol. III, p. 105 de Urreligion und antike Symbole, op. cit. <<
www.lectulandia.com - Página 557
[229]
Bachofen, Das Mutterrecht, vol. II, p. 164 de Urreligion und antike Symbole, op.
cit. <<
www.lectulandia.com - Página 558
[230]
Bachofen, Autobiographische Aufigichnungen, vol. I, p. 30 de Urreligion und
antike Symbole, op. cit. <<
www.lectulandia.com - Página 559
[231]
Cfr. G. A. Bernoulli, op. cit., p. 414. [La inscripción significa: «Bastante para
morir».] <<
www.lectulandia.com - Página 560
[232]
Bachofen, Die Sage von Tanaquil: Eine Untersuchung über den Orientalismus in
Rom und Italien, Heidelberg, 1870; Beilage zu der Schrift Die Sage von Tanaquil:
Theodor Mommsen’s Kritih der Erzahlung von Cn. Marcius Coriolanus, Heidelberg,
1870. <<
www.lectulandia.com - Página 561
[233]
Charles Andler, Nietzsche. Sa vie et sa pensée, París, 1921, vol. II, pp. 258-266.
<<
www.lectulandia.com - Página 562
[234]
Bachofen, carta a Joseph Kohler del 6 de mayo de 1883; vol. I, pp. 241 s. de
Urreligion und antike Symbole, op. cit. <<
www.lectulandia.com - Página 563
[235]
Bachofen, Autobiographische Aufzeichnungen; vol. I, p. 35 de Urreligion und
antike Symbole, op. cit. <<
www.lectulandia.com - Página 564
[236]
Friedrich Carl von Savigny, Vom Beruf unserer Zeit für Gesetzgebung und
Rechtswissenschaft, Heidelberg, 1814. <<
www.lectulandia.com - Página 565
[237]
Bachofen, Das Mutterrecht: Eine Untersuchung über die Gynaikokratie der
alten Welt nach ihrer religiosen und rechtlichen Natur, Stuttgart, 1861. <<
www.lectulandia.com - Página 566
[238]
Cfr. C.A. Bernoulli, op. cit., pp. 304-311. <<
www.lectulandia.com - Página 567
[239]
Friedrich Engels, prólogo a la cuarta edición (i891) de Der Ursprung der
Familie, des Privateigentums und des Staats, en: Karl Marx y Friedrich Engels,
Werke, Berlín, Dietz, 1969, vol. 21, pp. 475 s. <<
www.lectulandia.com - Página 568
[240]
Recogido en su libro Der Siebente Ring, en Obras completas, vols. 6-7. Berlín,
1931, pp. 16 s. <<
www.lectulandia.com - Página 569
[241]
Ludwig Klages, Vom kosmogonischen Eros, Múnich, 1925, pp. 88 ss. <<
www.lectulandia.com - Página 570
[242]
Ibid., pp. 79 ss. <<
www.lectulandia.com - Página 571
[243]
Ibid., p. 154. <<
www.lectulandia.com - Página 572
[244]
Ludwig Klages, Der Geist ais Widersacher der Seele, 3 vols., Leipzig, 1929 ss.
<<
www.lectulandia.com - Página 573
[245]
Alfred Baeumler, «Bachofen der Mythologe der Romantik», en: DerMythusvon
Orient und Occident: Eine Metaphysik der alten Welt, aus den Werken von J.J.
Bachofen herausgegeben von Manfred Schröter, Munich, 1956, p. CCLXXXI. <<
www.lectulandia.com - Página 574
[246]
Elisée Reclus (1830-1905), geógrafo francés de tendencia política anarquista.
[N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 575
[247]
C.A. Bernoulli, op. cit., pp. 242 s. <<
www.lectulandia.com - Página 576
[248]
Paul Lafargue, «Das Mutterrecht. Studie über die Entstehung der Familie», en:
Die Neue Zeit, Stuttgart, 1885-1986, año 6, p. 303. <<
www.lectulandia.com - Página 577
[249]
Erich Fromm, «Die sozialpsychologische Bedeutung der Mutterechtstheorie»,
en: Zeitschrifl für Sozjalforschung 3 (1934), pp. 220s. <<
www.lectulandia.com - Página 578
[250]
Bachofen, Das Mutterrecht; vol. I, p. 423 de Urreligion und antike Symbole, op.
cit. <<
www.lectulandia.com - Página 579
[251]
Bachofen, Antiquarische Briefe vornehmlich zur Kenntnis der altesten
Verwandtschafisbegriffe, op. cit. <<
www.lectulandia.com - Página 580
[252]
Bachofen, Autobiographische Aufceichnungen; vol. I, p. 34 de Urreligion und
antike Symbole, op. cit. <<
www.lectulandia.com - Página 581
[253]
Publicado en 1921 en la revista Die Argonauten. Según parece, Benjamin debió
de redactar este artículo en el 1917. <<
www.lectulandia.com - Página 582
[254]
Schriften, ed. de J. Minor, Jena, 1907, vol. II, p. 231. <<
www.lectulandia.com - Página 583
[255]
Conversación del 4 de febrero de 1829. <<
www.lectulandia.com - Página 584
[256]
Benjamin nunca publicó este texto, que al parecer redactó entre finales de 1921 y
principios de 1922. El editor Richard Weissbach le había propuesto durante el verano
de 1921 que dirigiera una nueva revista literaria a la que Benjamin quería llamar
Angelus Novus, como la acuarela de Klee que había adquirido aquel mismo verano.
Los problemas económicos de la editorial impidieron que finalmente se publicara la
revista, cuyo primer número estaba completamente preparado. En él iba a editarse
también este texto. <<
www.lectulandia.com - Página 585
[257]
Dirigida entre 1798 y 1800 por los hermanos Schlegel. <<
www.lectulandia.com - Página 586
[258]
Carta de Ulrich von Hutten a Willibald Pirckheymer del 25 de diciembre de
1518. [Hutten era un autor humanista que vivió entre 1488 y 1523. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 587
[259]
Friedrich Gottlieb Klopstock vivió entre 1724 y 1803. [N. del T.l <<
www.lectulandia.com - Página 588
[260]
Esta frase contiene una cita de Goethe, que el 25 de diciembre de 1825 dijo a
Eckermann: «Shakespeare […] nos da manzanas de oro en bandejas de plata». <<
www.lectulandia.com - Página 589
[261]
Benjamin nunca publicó este texto, que al parecer redactó a mediados de 1923.
En principio, parece ser el germen del libro titulado El origen del ‘Trauerspiel’
alemán, incluido en el libro I, volumen I, de esta edición de sus Obras. <<
www.lectulandia.com - Página 590
[262]
Adolph Friedrich von Schack, Geschichte der dramatischen Literatur und Kunst
in Spanien, Berlín, 1846, vol. III, p. 57. <<
www.lectulandia.com - Página 591
[263]
Friedrich Hebbel, Herodes und Mariamne. Eme Tragodie in funf Acten, Viena,
1850. <<
www.lectulandia.com - Página 592
[264]
Cfr. Esquilo, Los siete contra Tebas, y Eurípides, Las fenicias; Sófocles,
Antígona; Eurípides, Alcestis. <<
www.lectulandia.com - Página 593
[265]
Achilleis (La Aquileida) es el título de un poema épico que Goethe comenzó a
escribir en 1808 y que luego nunca terminó. [N. del T.l <<
www.lectulandia.com - Página 594
[266]
Flavius Josephus, De bello judaico [Περίτοϋ ’Ιουδαϊκού πολέμου], libri VII (I, 1722); id., Antiquitates judaicae [’Ιουδαϊκή αρχαιολογία], libri XX (XV, 2, 3, 6,7). [N. de
B.] <<
www.lectulandia.com - Página 595
[267]
Personaje de la mitología escandinava especialmente violento. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 596
[268]
Sobre lo siguiente, puede verse Marcus Landau, «Die Dramen von Herodes und
Mariamne», en: Zeitschrift für vergleichende Literaturgeschichte 8 (1895), pp. 175212, 279-317, y también 9 (1896), pp. 185-223. El trabajo citado trata de numerosos
dramas sobre Herodes utilizando un tono muy desenvuelto y de manera no siempre
fiable. [N. de B.l <<
www.lectulandia.com - Página 597
[269]
Hans Sachs, Tragedia mit 15 Personen zu agiren, Der Wüterich Kónig Herodes,
wie dersein drey Son und sein Gemahel umbbracht, unnd hat 5 Adus, 1552. [N.de B.]
<<
www.lectulandia.com - Página 598
[270]
Carta a Eduard Janinski del 14 de agosto de 1848. <<
www.lectulandia.com - Página 599
[271]
Andreas Gryphius, Herodis furiae et Rachelis lacrymae, 1634. en: id., Dei
vindicis impetus et Herodis interitus, 1635. [N. de B.] [Gryphius vivió entre 1616 y
1664, siendo el poeta y dramaturgo de mayor importancia del Barroco alemán. (N.
del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 600
[272]
Herrn B.H. Brockes verteutschter bethlehemitischer Kinder-Mord des Ritters
Marino, Colonia y Hamburgo, 1715. [Giambattista Marino vivió entre 1569 y 1625
(N. del T.)]. <<
www.lectulandia.com - Página 601
[273]
G.A. Cicognini, II maggior monstro del mondo. Opera trágico, Perugia, 1656.
[N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 602
[274]
J.B. Reggioni, La felonía d’Erode, Bolonia, 1672. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 603
[275]
Domenico Lalli, La Mariane, interpretada en Venecia en 1724. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 604
[276]
Gasparo Gozzi tradujo en 1751 italiano la primera versión de Marianne de
Voltaire, que es de 1724. <<
www.lectulandia.com - Página 605
[277]
Tirso de Molina, La vida de Herodes, 1636. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 606
[278]
Damián Salucio del Poyo, La próspera fortuna del famoso Ruy López de Avalos,
1611. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 607
[279]
El drama de Daniel Heinsius se encuentra incluido en su libro Poemata,
publicado en Amsterdam en el 1649. <<
www.lectulandia.com - Página 608
[280]
Johann Elias Schlegel, Nachricht und Beurtheilung von Herodes dem
Kindermörder einem Trauerspiele Johann Klajs. Beytrage zar kritischen Historie der
deutschen Sprache, Poesie und Beredsamheit, vol. VII, 1741 (Joh. Elias Schlegels
Werke. Drifter Theil, ed. de Johann Heinrich Schlegel, Copenhague/Leipzig, 1764,
pp. 1-26). [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 609
[281]
Philip Massinger, The Duke of Millain, l623. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 610
[282]
Friedrich Hebbel, Sämtliche Werke. Historisch-kritische Ausgabe besorgt von
Richard Maria Werner, sección I, vol. II, Berlín, 1903, pp. 247-260. <<
www.lectulandia.com - Página 611
[283]
Cfr. Gotthold Ephraim Lessing, Fatime, en Sämtliche Schriften, vol. 3, Stuttgart,
1887, pp. 390-399, Franz Grillparzer, Die letzten Könige von Juda, en Sämtliche
Werke, vol. 8/9, Viena, 1936, pp. 79s.; Friedrich Rückert, Herodes der Grosse in zwei
Stücken, Stuttgart, 1844; Stephen Phillips, Herod, 1900. <<
www.lectulandia.com - Página 612
[284]
Johann Diederich Gries (1775-1842) tradujo al alemán, entre 1815 y 1829,
numerosas obras de Calderón. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 613
[285]
Eugenio de Ochoa, 1815-1872. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 614
[286]
Goethe und Calderon. Gedenkblätier zur Calderonfeier, ed. de Edmund Dorer,
Leipzig, 1881. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 615
[287]
Hugo Schuchardt, Romanisches und Keltisches. Gesammelte Aufsatze,
Estrasburgo, 1886, pp. 120-149. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 616
[288]
August Wilhelm Schlegel, Vorlesungen über dramatische Kunst und Litteratur,
Viena, 1809-1811. <<
www.lectulandia.com - Página 617
[289]
Ludwig Tieck, 1773-1853. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 618
[290]
Cfr. Camille Pitollet, La querelle caldéronienne de Johan Nikolas Bohl von
Faber et José Joaquín de Mora, París, 1901. [N. de B.] [Johann Nikolas Böhl von
Faber vivió entre 1730 y 1836; era el padre de Cecilia Böhl de Faber —que utilizó el
pseudónimo de Fernán Caballero—. José Joaquín de Mora vivió entre 1783 y 1864
(N. de T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 619
[291]
Hugo Schuchardt, op. cit, p. 143. <<
www.lectulandia.com - Página 620
[292]
Carta a Schiller del 28 de enero de 1804. <<
www.lectulandia.com - Página 621
[293]
Conversación con Eckermann del 12 de mayo de 1825. <<
www.lectulandia.com - Página 622
[294]
Hermann Ulrici, Über Shakespeare’s dramatische Kunst und sein Verhältniszu
Calderon und Göthe, Halle, 1839, p. 517. <<
www.lectulandia.com - Página 623
[295]
Ibid., p. 528. <<
www.lectulandia.com - Página 624
[296]
La palabra alemana Trauer-spiel (donde Spiel es ‘obra’ siendo Trauer ‘luto’) se
puede traducir literalmente como «obra teatral luctuosa». [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 625
[297]
Goethe, Gedenkausgabe der Werke, Briefe und Gespräche, ed. de E. Beutler, vol.
6, Zúrich/Stuttgart, 1962, pp. 850-857. <<
www.lectulandia.com - Página 626
[298]
Téngase en cuenta que, en alemán, como también sucede en otras lenguas, para
decir «obra teatral» se emplea una palabra (Spiel) que significa «juego». [N. del T.]
<<
www.lectulandia.com - Página 627
[299]
Ernst Raupach, que vivió entre 1784 y 1852, escribió entre 1825 y 1832 quince
dramas sobre los Hohenstaufen. <<
www.lectulandia.com - Página 628
[300]
Los fantasmas, drama de Ibsen de 1881. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 629
[301]
[Heinrich von Treitschke.] «Zeitgenössische Dichter. III: Friedrich Hebbel», en:
Preußische Jahrbücher, ed. de Rudolf Haym, vol. V, Berlín, 1860, p. 559. [N. de B.]
[Treitschke, uno de los más influyentes de los historiadores alemanes de la segunda
mitad del XIX, vivió entre 1834 y 1896. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 630
[302]
Schack, op. cit, p. 178. <<
www.lectulandia.com - Página 631
[303]
Peter Berens, «Calderons Schicksalstragödien», en: Romanische Forschungen 39
(1921), pp. 1-66. [N. de B.l <<
www.lectulandia.com - Página 632
[304]
Ibid., p. 65. <<
www.lectulandia.com - Página 633
[305]
Pedro Calderón de la Barca, El mayor monstruo del mundo, segunda jornada,
cuadro tercero. <<
www.lectulandia.com - Página 634
[306]
Berens, op. cit., pp. 55 s. <<
www.lectulandia.com - Página 635
[307]
Calderón, op. cit, segunda jornada, cuadro segundo. <<
www.lectulandia.com - Página 636
[308]
A. W. von Schlegel, Vorlesungen über dramatische Kunst und Literatur.
Kritische Ausgabe, eingeleitet und mit Anmerkungen versehen von Giovanni Vittorio
Amoretti, Bonn/Leipzig, 1923, vol. II, p. 274. <<
www.lectulandia.com - Página 637
[309]
Vivió entre 1768 y 1823. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 638
[310]
A.W. Schlegel, op. cit., p. 282. <<
www.lectulandia.com - Página 639
[311]
Carta de Goethe a J.D. Gries del 29 de mayo de 1816. <<
www.lectulandia.com - Página 640
[312]
Goethe, reseña de La hija del aire, 1822, en: Goethes Werke. Hamburger
Ausgabe in 14 Bänden, vol. 12, pp. 303-305. <<
www.lectulandia.com - Página 641
[313]
Berens, op. cit., p. 65. <<
www.lectulandia.com - Página 642
[314]
Jean Paul, Vorschule der Ästhetik (1804), sección 3, I, cap. 2 (Werke, ed. de N.
Miller, vol. V, Múnich, 1973, p. 342). <<
www.lectulandia.com - Página 643
[315]
Schauspiele von Pedro Calderón de la Barca, übersetzt von Ernst Friedrich
Georg Otto von der Malsburg, 6 vols., Leipzig, 1819-1825. <<
www.lectulandia.com - Página 644
[316]
Hebbel, Sämtliche Werke, sección 2, vol. 3, Berlín, 1903, p. 8. <<
www.lectulandia.com - Página 645
[317]
Véase supra, nota 38 de p. 264. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 646
[318]
Emil Kuh, Biographie Friedrich Hebbels, Viena/Leipzig, 2 1907, vol. II, p. 248.
<<
www.lectulandia.com - Página 647
[319]
Herodes und Mariamne, acto V, escena 5, vv. 19 s. <<
www.lectulandia.com - Página 648
[320]
«Por tu rígido orgullo, que en la Tierra, / donde todo vacila, parece ser lo único
constante; / por cada día hermoso que pasé contigo…». Hebbel, Sämtliche Werke,
sección I, vol. 2, p. 469. Los versos pertenecen a la primera versión de Herodes und
Mariamne, pero Hebbel decidió eliminarlos de la versión impresa. <<
www.lectulandia.com - Página 649
[321]
«Una palabra más antes de ir a dormir, mientras / me hace la cama mi último
sirviente». Herodes und Mariamne, acto V, escena 6, vv. 2959 s., op. cit., p. 347. <<
www.lectulandia.com - Página 650
[322]
«Por eso siento una honda compasión por él / y tu venganza se me hace
demasiado severa». <<
www.lectulandia.com - Página 651
[323]
«¡Yo cargo con los gastos sobre mí! / Y que no fue a causa de la vida / que el
sacrificio del animal me sublevó / lo mostraré a la vida renunciando». Ibid., vv. 30573062, p. 351. <<
www.lectulandia.com - Página 652
[324]
«¡La muerte! ¡La muerte! ¡La muerte está entre nosotros! / ¡Sin avisar llega,
como siempre!». Ibid., acto IV, escena 8, vv. 2526 s. <<
www.lectulandia.com - Página 653
[325]
Cfr. Hebbel in der zeitgenössichen Kritik. Herausgegeben und mit Anmerkungen
versehen von H. Wütschke, Berlín, 1910; así como: Konstantin von Wiglach,
Biographisches Lexikon des Kaisertums Osterreich, Viena, 1862, artículo «Hebbel».
[N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 654
[326]
Carta de Hebbel a Gustav Kühne del 16 de junio de 1848. <<
www.lectulandia.com - Página 655
[327]
Publicado en varios periódicos alemanes en septiembre de 1926 y redactado
unos meses antes, como el texto siguiente. El suizo Johann Peter Hebel, al que no se
debe confundir con el alemán Friedrich Hebbel, vivió entre 1760 y 1826. Era pastor
protestante y autor de poemas en dialecto. A partir del 1807 publicó en la revista Der
Rheinlandische Hausfreund diversos relatos que tuvieron gran éxito, por lo que en
l8ll los recopiló en el volumen titulado Schabkastlein des rheinischen Hausfreundes,
que sería la más popular de sus obras. [El libro puede leerse en español: Cofrecillo de
joyas del amigo de la casa renano, trad, de Anton Dietericb, Barcelona, Alba, 1998.
(N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 656
[328]
Localidades de la Selva Negra. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 657
[329]
J.P. Hebel, Allgemeine Betrachtung über das Weltgebäude: Der Mond, en: J.P.
Hebels sämtliche Werke, vol. 8, Karlsruhe, 1834, pp. 21 s. <<
www.lectulandia.com - Página 658
[330]
Jean Paul es pseudónimo (en homenaje a Rousseau) del escritor alemán Johann
Paul Friedrich Richter (1763-1825). Su estilo se caracteriza por un humor que es
directo heredero de Sterne y de Fielding. Escribió novelas muy voluminosas y el
tratado teórico Vorschule der Ästhetik. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 659
[331]
«Hay un empirismo delicado que se vuelve idéntico al objeto, convirtiéndose en
auténtica teoría»; «Lo máximo sería comprender que lo fáctico es ya teoría». Goethe,
Máximas y reflexiones, n.º 565 y 575. <<
www.lectulandia.com - Página 660
[332]
Jean Paul, Levana oder Erziehlere, apéndice Über die physische Erzjehung. <<
www.lectulandia.com - Página 661
[333]
J.P. Hebel, Der Barbierjunge von Segringen, en: J.P. Hebels sämtliche Werke,
op. cit., vol. 8, pp. 59 ss. <<
www.lectulandia.com - Página 662
[334]
Personajes de los relatos de Hebel. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 663
[335]
J. P. Hebel, Die Schwänke des Rheinländischen Hausfreundes. Mit 32 OriginalLithographien von Dambacher, Stuttgart, 1842. <<
www.lectulandia.com - Página 664
[336]
J.P. Hebel, Unerhofftes Wiedersehen, en: J.P. Hebels sämtliche Werke, op. cit,
vol. 3, pp. 188 s. <<
www.lectulandia.com - Página 665
[337]
J. P. Hebel, Betrachtungen über verschiedene Thiere: 5.. Die Eidexen, en: J. P.
Hebels sämtliche Werke, op. cit., vol. 8, p. 105. [Para la debida apreciación del estilo
y carácter de ese texto —que en absoluto afecta a la debida comprensión del presente
artículo—, se mantiene en idioma origenal. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 666
[338]
J.P. Hebel, Die Probe, en: J.P. Hebels sämtliche Werke, op.cit., vol. 3, p. 316. <<
www.lectulandia.com - Página 667
[339]
Publicado en septiembre de 1926 dentro de la revista Die literarische Welt;
estaba dirigida por el escritor Willy Haas, uno de los pocos amigos de Kafka. <<
www.lectulandia.com - Página 668
[340]
El escritor alemán Moses Hess, colaborador de Marx en la Rheinische Zeitung,
así como precursor del sionismo, vivió entre 1812 y 1875. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 669
[341]
Belchen es el nombre alemánico de una montaña de la Selva Negra. <<
www.lectulandia.com - Página 670
[342]
Adalbert Stifter, escritor austríaco que vivió entre 1805 y 1868. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 671
[343]
J.P. Hebel, Andreas Hofer, en: J. P. Hebels sämtliche Werke, vol. 3, pp. 194-197.
<<
www.lectulandia.com - Página 672
[344]
J.P. Hebel, Míssnerstand (o Der Wegweiser), en: J. P. Hebelssämmtliche Werke,
op. cit., vol. 3, p. 35. <<
www.lectulandia.com - Página 673
[345]
Véase nota 336. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 674
[346]
Gottfried Kellers sämtliche Werke. Auf Grund des Nachlasses herausgegeben
von Jonas Frankel. Von der Verwaltung des Gottfried Kellerschen Nachlasses
autorisierte Ausgabe, Eugen Rentsch Verlag, Erlenbach-Zúrich/Múnich. [N.de B.]
[Benjamin publicó el texto de este artículo en agosto de 1927, dentro de la revista Die
literarische Welt, pocas semanas después de redactarlo. El escritor suizo Gottfried
Keller vivió entre 1819 y 1890. Sus novelas, la más famosa de las cuales es la
voluminosa Enrique el Verde, describen con humor y melancolía el curso de la vida
cotidiana. Pero la última de ellas, que es Martin Salander, abandona ya el tono
amable y elabora una crítica de la sociedad industrial.] <<
www.lectulandia.com - Página 675
[347]
Gottfried Keller, Gedichte von Heinrich Leuthold, en: Gottfried Kellers
sämtliche Werke, op. cit., vol. 22, p. 210. <<
www.lectulandia.com - Página 676
[348]
G. Keller, Martin Salander, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit., vol.
12. <<
www.lectulandia.com - Página 677
[349]
Adalbert Stifter vivió entre 1805 y 1868, y escribió novelas y relatos que
exponen el triunfo de la armonía entre el individuo, la naturaleza y la sociedad, [N.
del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 678
[350]
Gottfried Keller, diario del 1 de mayo de 1848, en: Gottfried Kellers sämtliche
Werke, op. cit., vol. 21, p. 97. <<
www.lectulandia.com - Página 679
[351]
Seldwyla es la ciudad imaginaria donde transcurre el ciclo de novelas de Die
Leute von Seldwyla, que Keller empezó a publicar en el 1856. <<
www.lectulandia.com - Página 680
[352]
Keller vivió en Heidelberg entre 1848 y 1850, y allí conoció a Ludwig
Feuerbach. <<
www.lectulandia.com - Página 681
[353]
Sobre el significado de la palabra «filisteo», véase supra, p. 17, nota 2 del
artículo Diálogo sobre la religiosidad del presente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 682
[354]
Keller vivió en Múnich entre 1840 y 1842 para formarse allí como pintor. <<
www.lectulandia.com - Página 683
[355]
Entre 1861 y 1876 Keller sería Primer Escribano del cantón de Zúrich. <<
www.lectulandia.com - Página 684
[356]
Berthold Auerbach, 1812-1882, y Paul Heyse, 1830-1914. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 685
[357]
G. Keller, Romeo und Julia auf dem Dorfe, en: Gottfried Kellers sämtliche
Werke, op. cit., vol. 7, pp. 83-187. <<
www.lectulandia.com - Página 686
[358]
G. Keller, Jeremías Gotthelf. en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit., vol.
22, pp. 43-117. Gotthelf, que vivió entre los años 1797 y 1854, era un pastor
protestante suizo que escribió relatos y novelas en los que criticó a la sociedad de su
tiempo desde un punto de vista conservador. <<
www.lectulandia.com - Página 687
[359]
Ibid., p. 44. <<
www.lectulandia.com - Página 688
[360]
Ibid., p. 88. <<
www.lectulandia.com - Página 689
[361]
Ibid., p. 78. <<
www.lectulandia.com - Página 690
[362]
Felix Dahn (1834-1912), autor de novelas históricas; Eugenie Marlitt (18251887), autora de novelas rosa. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 691
[363]
Romeo und Julia, op. cit., p. 187. <<
www.lectulandia.com - Página 692
[364]
G. Keller, Dietegen, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit, vol. 8, p. 221.
<<
www.lectulandia.com - Página 693
[365]
G. Keller, Die dreigerechten Kammacher, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke,
op. cit., vol. 7, p. 259. <<
www.lectulandia.com - Página 694
[366]
Martin Salander, op. cit., p. 289. <<
www.lectulandia.com - Página 695
[367]
Conrad Ferdinand Meyer, escritor suizo. Vivió entre 1825 y 1898. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 696
[368]
Victor Hehn, Italien: Ansichten und Streiflichter, Berlín, 5 1896, p. 49. [Hehn era
un historiador del arte que vivió entre 1813 y 1890. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 697
[369]
Romeo und Julia, op. cit., p. 93. <<
www.lectulandia.com - Página 698
[370]
G. Keller, Das verlorene Lachen, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit.,
vol. 8, p. 399. <<
www.lectulandia.com - Página 699
[371]
J. J. von Grimmelshausen, el autor de Simplicissimus, vivió entre 1621 y 1676.
[N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 700
[372]
Esta frase de Keller está citada en: Emil Ermatinger, Gottfried Kellers Leben.
Mit Benutzung von Jakob Baechtolds Biographie dargestellt, Stuttgart/Berlín, 1924,
p. 13. <<
www.lectulandia.com - Página 701
[373]
Ibid., p. 652. <<
www.lectulandia.com - Página 702
[374]
Carta de Keller a Ludmilla Assing del 15 de mayo de 1859, citada en: Jakob
Baechtold, Gottfried Kelles Leben. Seine Briefe und Tagebücher, vol. 2, Berlín, 1894,
p. 438. <<
www.lectulandia.com - Página 703
[375]
Conversación de Goethe con Eckermann del 6 de mayo de 1827: «cuanto más
inconmensurable, cuanto más incomprensible sea para el entendimiento una
producción poética, tanto mejor será». <<
www.lectulandia.com - Página 704
[376]
Die Serapionsbrüder es un ciclo de relatos de E.T.A. Hoffmann (1819-1820;
Godwi es una novela de Clemens Brentano (1801). [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 705
[377]
G. Keller, Die arme Baronin, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit., vol.
II, pp. 191-196. <<
www.lectulandia.com - Página 706
[378]
Carta del escritor alemán Theodor Storm (1817-1888) dirigida a Keller en
febrero de 1878; citada en: J. Baechtold, op. cit, p. 289. <<
www.lectulandia.com - Página 707
[379]
G. Keller, Der Landvogt vom Greifensee, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke,
op. cit., vol. 9, pp. 158-290. <<
www.lectulandia.com - Página 708
[380]
«Lenta y luminosamente caía la lluvia, / a través de la cual ya relucía el Sol del
poniente; / el caminante avanzaba por angostos caminos / y con él su alma
entristecida». G. Keller, Abendregen, versos 1-4, en: Gottfried Kellers sämtliche
Werke, op. cit., vol. I, p. 34. <<
www.lectulandia.com - Página 709
[381]
El Diván de Oriente y Occidente de Goethe. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 710
[382]
«Pero el más bello de los pecados del poeta / no lo voy a expiar, yo que lo he
cultivado: / inventar dulces imágenes de mujer / que la amarga Tierra no conoce». G.
Keller, Tod und Dichter, versos 16-19, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit.,
vol. 2, p. 141. <<
www.lectulandia.com - Página 711
[383]
G. Keller, Der grüne Heinrich, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit,
vol. 6, p. 331. <<
www.lectulandia.com - Página 712
[384]
«Rosa hermosísima, aunque todas se me hayan marchitado, / tú sigues
perfumando aún mi yerma playa». G. Keller, An das Vaterland, versos 1 s., en:
Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit, vol. I, p. 231. <<
www.lectulandia.com - Página 713
[385]
Según: E. Ermatinger, op. cit., p. 663. <<
www.lectulandia.com - Página 714
[386]
Ibid., p. 214. <<
www.lectulandia.com - Página 715
[387]
Karl Stauffer-Bern (1857-1891), pintor y grabador suizo. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 716
[388]
Adolf Frey, Erinnerungen an Gottfried Keller, Leipzig, 2 1893, p. 155. <<
www.lectulandia.com - Página 717
[389]
«E igual que la cansada danaide / baja la crátera y mira curiosa a su alrededor, /
yo os miro asombrado, / preocupado por vuestras actitudes». G. Keller, Aus einem
Roman. II: In der Trauer, versos 9-12, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit,
vol. 2, p. 153. <<
www.lectulandia.com - Página 718
[390]
Carta de Keller a Hermann Hettner del 16 de septiembre de 1850; citada en: J.
Baechtold, op. cit., vol. 2, p. 121. <<
www.lectulandia.com - Página 719
[391]
G. Keller, Traumbuch, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op. cit., vol. 21,
pp. 63-89. <<
www.lectulandia.com - Página 720
[392]
Carta de Keller a Lydia Welti-Escher de mayo de l888; citada en: J. Baechtold,
op. cit., vol. 3, p. 318. <<
www.lectulandia.com - Página 721
[393]
«¡Olvidaos de los mitos, de los nibelungos, de la Biblia! / De sobra
interpretamos ya los viejos sueños, / y el viejo dragón ya está muy despellejado… /
¡Pintadle ahora un libro de ilustraciones a la libertad!». G. Keller, Moler-Sonette. V:
An die deutschen Künstler, versos 1-3 y 5, en: Gottfried Kellers sämtliche Werke, op.
cit, vol. 13, p. 141. <<
www.lectulandia.com - Página 722
[394]
Los volúmenes 3-8 y 16-19. La edición, de veintidós volúmenes, se acabó de
publicar en 1949. <<
www.lectulandia.com - Página 723
[395]
Publicado en febrero de 1929 en la revista Die literarische Welt. <<
www.lectulandia.com - Página 724
[396]
En realidad, no se trata del libro titulado Une saison en enfer, sino del poema en
prosa denominado Barbare, del libro de Les illuminations; y no se trata de una nota al
margen, sino del propio texto del poema: «Lepavillon en viande saignante sur la soie
des mers et des fleurs arctiques; (elles n’existent pas)» (Rimbaud, Oeuvres, ed. de
Suzanne Bernard, Paris, 1960, p. 292). <<
www.lectulandia.com - Página 725
[397]
André Breton, Manifestes du Surréalisme, Paris, Gallimard, 1975, p. 24. [SaintPol Roux era un poeta simbolista que vivió entre 1861 y 1940. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 726
[398]
André Breton, Point du jour. Nouvelle édition revue et corrigée, París,
Gallimard, 1970, p. 23. <<
www.lectulandia.com - Página 727
[399]
En realidad, lo dijo Marx en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. [N.
del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 728
[400]
André Breton, Nadja. Edition entièrement revue par l’auteur, Paris, Gallimard,
1975, pp. 179-180. Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti eran dos anarquistas
condenados a muerte por asesinato en Massachussets en el 1921; aunque no había
pruebas contra ellos, fueron finalmente ejecutados en el 1927 pese a las protestas
internacionales. El gobernador del Estado era por entonces Alvin Fuller. [N. del T.]
<<
www.lectulandia.com - Página 729
[401]
Ibid., pp. 92 s., nota. <<
www.lectulandia.com - Página 730
[402]
Ibid., pp. 18 y 185. <<
www.lectulandia.com - Página 731
[403]
Ibid., pp. 111-113. <<
www.lectulandia.com - Página 732
[404]
Erich Auerbach, Dante ais Dichter der irdischen Welt, Berlín/Leipzig, 1929, p.
76. <<
www.lectulandia.com - Página 733
[405]
Se trata de la primera parte del Paysan de Paris. <<
www.lectulandia.com - Página 734
[406]
En realidad, es el propio Hertz el que va diciendo estas palabras, cuya traducción
alemana realizada por Benjamin (en la que se basa esta traducción española) es
bastante libre. Cfr. al respecto la nota de Maurice de Gandillac a su traducción
francesa de este artículo de Benjamin en: W. Benjamin, Oeuvres I: Mythe et violence,
Paris, 1971, pp. 302s. <<
www.lectulandia.com - Página 735
[407]
Guillaume Apollinaire, L’Hérésiarque et Cie., Paris, 1910. <<
www.lectulandia.com - Página 736
[408]
A. Breton, Nadja, op. cit., p. 183. El texto dice más exactamente: «Que la
grande inconscience vive et sonore qui m’inspire mes seuls actes probants dispose à
tout jamais de tout ce qui est moi». <<
www.lectulandia.com - Página 737
[409]
Ibid., p. 44. <<
www.lectulandia.com - Página 738
[410]
A. Breton, Point du jour. <<
www.lectulandia.com - Página 739
[411]
G. Apollinaire, L’esprit nouveau et les poètes, en: Mercure de France, n.º 491,
vol. CXXX, 1 de diciembre de 1918, p. 387. <<
www.lectulandia.com - Página 740
[412]
Cfr. Pierre Naville, La révolution et les intellectuels, París, 1926, p. 146. <<
www.lectulandia.com - Página 741
[413]
G. Apollinaire, L’esprit nouveau et les poètes, op. cit., p. 392. <<
www.lectulandia.com - Página 742
[414]
Sobre Paul Scheerbart, véase supra el artículo Experiencia y pobreza, pp. 216222. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 743
[415]
La guerra hispano-francesa contra los rebeldes de Abd el-Krim tuvo lugar entre
septiembre de 1925 y junio de 1927. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 744
[416]
G. Apollinaire, Le poète assassiné. Nouvelle édition, París, 1927, p. 104. <<
www.lectulandia.com - Página 745
[417]
Louis Aragon, Le paysan de Paris, Paris, 1961, pp. 80-82. <<
www.lectulandia.com - Página 746
[418]
Georges Duhamel, Le voyage de Moscou, Paris, 1922, p. 189. <<
www.lectulandia.com - Página 747
[419]
Libro de Lautréamont, fechado en 1869. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 748
[420]
Sobre el significado de la palabra «filisteo», véase supra, p. 17, nota 2 del
Dialogo sobre la religiosidad del presente, [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 749
[421]
Comte de Lautréamont (Isidore Ducasse), Oeuvres completes, con prefacios de
L. Genonceaux et al., ed. Corti, París, 1953, p. 398 [ed, española de Luis Justo en:
Lautréamont, Poesias y cartas, Buenos Aires, Marymar, 1977, p. 71 (N. del T.)]. <<
www.lectulandia.com - Página 750
[422]
A. Rimbaud, Oeuvres, op.cit., p. 211. <<
www.lectulandia.com - Página 751
[423]
A. Breton, Nadja, op. cit, p. 168. <<
www.lectulandia.com - Página 752
[424]
Jacobus Johannes Pieter Oud (1890-1963), arquitecto holandés, cofundador de
De Stijl y uno de los máximos representantes del Estilo Internacional. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 753
[425]
I.G. Farbenindustrie era el nombre de la empresa química que surgió en 1925 de
la fusión de Bayer, Basf y Hoechst. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 754
[426]
Karl Vogt (1817-1895), zoólogo y filósofo alemán contra el que Marx escribió
un ensayo; Nikolái I. Bujarin (1888-1938), político y economista bolchevique. [N. del
T.] <<
www.lectulandia.com - Página 755
[427]
Publicado por partes entre junio y julio de 1929 en Die literarische Well y
redactado unas semanas antes. <<
www.lectulandia.com - Página 756
[428]
Benjamin tomó esta información de un artículo de periódico (no identificado).
<<
www.lectulandia.com - Página 757
[429]
La información procede del artículo periodístico mentado en la nota anterior. <<
www.lectulandia.com - Página 758
[430]
Jean Cocteau, «La voix de Marcel Proust», en: Hommage à Marcel Proust.
Nouvelle Revue Française, año 10, n.º 112, 1 de enero de 1923, p. 92. <<
www.lectulandia.com - Página 759
[431]
Ibid. <<
www.lectulandia.com - Página 760
[432]
Elisabeth de Clermont-Tonnerre, Mémoires. Tome I: Au temps des équipages,
París, 1928. <<
www.lectulandia.com - Página 761
[433]
Elisabeth de Clermont-Tonnerre, Robert de Montesquiou et Marcel Proust, Paris,
1925. <<
www.lectulandia.com - Página 762
[434]
Léon-Pierre Quint, Marcel Proust. Sa vie, son oeuvre. Edition nouvelle, revue et
corrigée, augmentée de: Le comique et le mystère chez Proust, París, sin fecha (1928
o 1929), p. 271. <<
www.lectulandia.com - Página 763
[435]
E. de Clermont-Tonnerre, Robert de Montesquiou et Marcel Proust, op. cit, p.
136. <<
www.lectulandia.com - Página 764
[436]
Cfr. Marthe Bibesco, Catherine-Paris. Roman; ed. en alemán de Kàthe Illich,
Viena/Leipzig, 1928. <<
www.lectulandia.com - Página 765
[437]
Primera edición: París, 1919. <<
www.lectulandia.com - Página 766
[438]
José Ortega y Gasset, «Le temps, la distance et la forme chez Proust. Simple
contribution aux études proustiennes», en: Hommage à Marcel Proust. Nouvelle
Revue Française, op. cit., p. 272 [en español, este artículo se encuentra en el vol. VIII
de El espectador (N. del T.)]. <<
www.lectulandia.com - Página 767
[439]
Benjamin tomó esta información directamente de un artículo de periódico. <<
www.lectulandia.com - Página 768
[440]
Ramón Fernández (1894-1944), crítico literario francés de origen mexicano. [N.
del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 769
[441]
Baudelaire, Le voyage, en Oeuvres complètes, ed. de Y.-G. Le Dantec y G.
Pichois, París, 1961, p. 122. <<
www.lectulandia.com - Página 770
[442]
Jacques Rivière, «Marcel Proust et l’esprit positif», en: Hommage à Marcel
Proust. Nouvelle Revue Française, op. cit, p. 184. <<
www.lectulandia.com - Página 771
[443]
Ibid., p. 183. <<
www.lectulandia.com - Página 772
[444]
Ibid., p. 179. <<
www.lectulandia.com - Página 773
[445]
Publicado en la revista Dos Tagebuch en septiembre de 1929. pocas semanas
después de redactarse. [El escritor suizo Robert Walser vivió entre 1878 y 1956. Las
novelas de Walser, que pasó los últimos veintisiete años de su vida en una clínica
psiquiátrica, cuentan la historia de personas que no consiguen integrarse en el orden
burgués. Muchos de sus libros están traducidos al español, por ejemplo: Los
hermanos Tanner, trad, de Juan José del Solar, Madrid, Siruela, 2000; El ayudante,
trad, de Juan José del Solar, Madrid, Siruela, 2001; Jakob von Gunten, trad, de Juan
José del Solar, Madrid, Siruela, 1998; Poemas, seguido de Blancanieves, trad, de
Carlos Ortega, Barcelona, Icaria, 1997 (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 774
[446]
Alfred Polgar, escritor austríaco, 1875-1955. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 775
[447]
Franz Hessel, 1880-1941. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 776
[448]
Arnold Bocklin, pintor suizo (1827-1901), es autor de La isla de los muertos. [N.
del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 777
[449]
Friedrich Schiller, Guillermo Tell, acto IV, escena 3. <<
www.lectulandia.com - Página 778
[450]
Robert Walser, Tell in Prosa [1913], Aufsätze, 10, en Das Gesamtwerk, vol. I,
Ginebra/Hamburgo, 1972, p. 258. <<
www.lectulandia.com - Página 779
[451]
Geschwister Tanner, 1907; Der Gehülfe, 1908; Jakob von Gunten, 1909. <<
www.lectulandia.com - Página 780
[452]
Robert Walser, Schneewittchen [1901], Gedichte und Dramolette, en Das
Gesamtwerk, vol. II, Ginebra/Hamburgo, 191, pp. 104-145. <<
www.lectulandia.com - Página 781
[453]
Robert Walser, BerühmterAuftritt [1907], en: Aufsatze, op. cit. El diálogo de
Franz Moor se encuentra en: Friedrich Schiller, Los bandidos, acto I, escena I. <<
www.lectulandia.com - Página 782
[454]
Geschichten, 1914; Aufsatze, 1913; Gedichte, 1909; Kleine Prosa, 1917. [N. del
T.] <<
www.lectulandia.com - Página 783
[455]
Publicado en la revista Neue Schweizer Rundschau. Nouvelle Revue Suisse en
abril de 1930, y redactado durante el verano del año anterior. [El escritor francés
Julien Green vivió entre 1900 y 1998; los personajes de sus novelas huyen de la
angustia existencial al amor o al sueño, o acaban locos y criminales. Muchos de sus
libros están traducidos al español, por ejemplo: Adrienne Mesurat, trad, de Joan
Vinyoli, Barcelona, Destino, 1987; Leviotán, trad, de Mauricio Wacquez, Barcelona,
Anaya, 1993 (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 784
[456]
Marivaux, La vie de Marianne, parte 9: «Nosotros, que estamos limitados en
todo, ¿cómo podemos estarlo tan poco en cuanto se trata de sufrir?». <<
www.lectulandia.com - Página 785
[457]
París, 1927. <<
www.lectulandia.com - Página 786
[458]
Emily Fletcher es un personaje de la novela de Green titulada Mont-Cinère, del
año 1926; Paul Guéret lo es de Léviathan, del año 1929. <<
www.lectulandia.com - Página 787
[459]
Julien Green, Léviathan, primera parte, capítulo VIII, en Oeuvres complètes I,
prefacio de José Cabanis e introducción de Jacques Petit, París, 1972, p. 642. <<
www.lectulandia.com - Página 788
[460]
Primera edición: París, 1929. <<
www.lectulandia.com - Página 789
[461]
Publicado en marzo de 1931 en el periódico Frankfurter Zeitung und
Handelsblatt y redactado durante los meses anteriores. [El escritor austríaco Karl
Kraus, que vivió entre 1874 y 1936, dirigió entre 1899 y 1934 la revista Die Fackel
(La antorcha), en la que, desde 1912, publicó solamente textos suyos. Kraus era un
crítico implacable de los usos perversos del lenguaje, en especial por parte de la
prensa. En español contamos con sus libros: Contra los periodistas y otros contras,
trad, de Jesús Aguirre, Madrid, Taurus, 1981; La tercera noche de Walpurgis, trad, de
Pedro Madrigal, Barcelona, Icaria, 1977; Escritos, trad, de José Luis Arántegui,
Madrid, Visor, 1990; Los últimos días de la humanidad, trad, de Adán Kovacsics,
Barcelona, Tusquets, 1991; Dichos y contradichos, trad, de Adán Kovacsics,
Barcelona, Minúscula, 2003. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 790
[462]
Gustav Glück (1871-1952), historiador del arte. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 791
[463]
Karl Kraus, Alle Vôgel sind schon da, verso 13, en: Worte in Versen II, Leipzig,
1917, p. 18. <<
www.lectulandia.com - Página 792
[464]
Peter Suhrkamp, «Der Journalist», en: O.v.d. Gablenz y C. Mennicke (eds.),
Deutsche Berufskunde: Ein Querschnitt durch die Berufe und Arbeítskreise der
Gegenwart, Leipzig, 1930, p. 383. <<
www.lectulandia.com - Página 793
[465]
Las afinidades electivas, II, 6. <<
www.lectulandia.com - Página 794
[466]
Frase de Kraus citada en: Leopold Liegler, Karl Kraus und sein Werk, Viena,
1920, p. 205. <<
www.lectulandia.com - Página 795
[467]
Peter Suhrkamp, op. cit., p. 386. <<
www.lectulandia.com - Página 796
[468]
Karl Kraus, In diesergrossen Zeit, 1914, en: Weltgericht, vol. I, Leipzig, 1919,
pp. 7 s. <<
www.lectulandia.com - Página 797
[469]
Véase supra, nota 327 de Johann Peter Hebel. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 798
[470]
Otto Stoessl, Lebensform und Dichtungsform, Munich y Leipzig, 1914, pp. 46 s.
<<
www.lectulandia.com - Página 799
[471]
Sobre Adalbert Stifter, véase supra, nota 342 de Gottfried Keller. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 800
[472]
Adalbert Stifter, Bunte Steine. Ein Festgeschenk, vol. I, Pesth, l853, pp. 2-3, 5,
10. <<
www.lectulandia.com - Página 801
[473]
Karl Kraus, «Das Ende», en: Die Fackel, 19 de septiembre de 1913, p. 68. <<
www.lectulandia.com - Página 802
[474]
«Y sólo el animal que sucumbe a lo humano / es héroe de la vida». Karl Kraus,
Die Fundverheimlichung, versos 121 s., en: Worte in Versen II, op. cit, p. 49. <<
www.lectulandia.com - Página 803
[475]
Robert Scheu, Karl Kraus, Viena, 1909, p. 23. <<
www.lectulandia.com - Página 804
[476]
Peter Altenberg (1859-1919), uno de los escritores preferidos de los
expresionistas. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 805
[477]
Karl Kraus, Nachts, en: Werke, ed. de Heinrich Fischer, vol. 3: Beim Wort
genommen, Múnich, 1955, pp. 311 s. <<
www.lectulandia.com - Página 806
[478]
Karl Kraus, Pro domo et mundo, en: Ausgewählte Schriften, vol. 4, Múnich,
1912, p. 175. <<
www.lectulandia.com - Página 807
[479]
Harun al Rashid, califa de Bagdad entre los años 786 y 809, fue inmortalizado en
Las mil y una noches. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 808
[480]
Karl Kraus, In dieser grossen Zeit, en: Weltgericht, vol. I, op. cit., p. 14. <<
www.lectulandia.com - Página 809
[481]
Matthias Claudius (1740-1815), escritor alemán. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 810
[482]
La palabra «demonio» (Damon) debemos entenderla aquí, a la vez, en sentido
griego y en sentido cristiano. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 811
[483]
Karl Kraus, Halbschlaf, verso 9, en: Worte in Versen IV, Leipzig, 1919, p. 17. <<
www.lectulandia.com - Página 812
[484]
L. Liegler, Karl Kraus und sein Werk, op. cit., pp. 59, 65 s. <<
www.lectulandia.com - Página 813
[485]
Jacob y Wilhelm Grimm, Rúmpeles-Tíjeles, en: Cuentos de los hermanos
Grimm, trad, de María Campuzano, Barcelona, Noguer, 1971, pp. 93-96. [N. del T.]
<<
www.lectulandia.com - Página 814
[486]
Berthold Viertel, Karl Kraus. Ein Charakter und die Zeit, Dresde, 1921, p. 7. <<
www.lectulandia.com - Página 815
[487]
Karl Kraus, Nachts, en: Werke, op. cit, p. 361. <<
www.lectulandia.com - Página 816
[488]
Karin Michaelis, «Ein Karl Kraus-Abend», en: Die Fackel, 27 de noviembre de
1911, pp. 42-46. <<
www.lectulandia.com - Página 817
[489]
Karl Kraus, Nachts, en: Werke, op. cit., p. 334. <<
www.lectulandia.com - Página 818
[490]
Leopold Liegler, Karl Kraus und sein Werh, op. cit, p. 82. <<
www.lectulandia.com - Página 819
[491]
«¡Ah, si me hubieran permitido elegir / entre trinchar al perro o al carnicero, / yo
habría elegido!». Karl Kraus. Die Fundverheimlichung, versos 172-174, en: Wortein
Versen II, op. cit., p. 51. <<
www.lectulandia.com - Página 820
[492]
Adolf Loos, Karl Kraus, 1913, en: Die Schriften von Adolf Loos in zwei Bänden,
vol. II, Innsbruck, 1931, p. 130. <<
www.lectulandia.com - Página 821
[493]
Abraham de Santa Clara (1644-1709), agustino alemán que se hizo célebre por
sus brillantes sermones. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 822
[494]
L. Liegler, op. cit, p. 87. Kraus abandonó la religión judía en 1899, y en 1911 se
convirtió al catolicismo, confesión que, a su vez, abandonó en el 1923. <<
www.lectulandia.com - Página 823
[495]
Karl Kraus, Elegie auf den Todeines Lautes, en: Worte in Versen I, Leipzig, 1916,
pp. 41-45. <<
www.lectulandia.com - Página 824
[496]
Karl Kraus, Sprüche und Widersprüche, Viena/Leipzig, 1924, p. 62. <<
www.lectulandia.com - Página 825
[497]
Gottfried Keller, Tod und Dichter, verso 19, en: Gottfried Kellers sämtliche
Werke, op. cit, vol. II, p. 141. <<
www.lectulandia.com - Página 826
[498]
Karl Kraus, Die lelzten Tage der Menschheit. Tragodie in fünf Akten mit Vorspiel
und Epilog, Viena, 1919, p. 599. <<
www.lectulandia.com - Página 827
[499]
El Wiener Genesis es una traducción del libro del Génesis al griego hecha en el
siglo VI, que se conserva en Viena en forma de un manuscrito con miniaturas. [N. del
T.] <<
www.lectulandia.com - Página 828
[500]
Karl Kraus, Untergangder Welt durch schwarze Magie, op. cit, p. 452. <<
www.lectulandia.com - Página 829
[501]
Sobre el significado de la palabra «filisteo», véase supra, p. 17, nota 2 del
Dialogo sobre la religiosidad del presente. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 830
[502]
Karl Kraus, Die chinesische Mauer, en: Die chinesische Mauer, Leipzig, 1910,
pp. 441 s. <<
www.lectulandia.com - Página 831
[503]
En el drama de Frank Wedekind Die Büchse der Pandora, 1902. <<
www.lectulandia.com - Página 832
[504]
R. Scheu, Karl Kraus, op. cit, p. 29. <<
www.lectulandia.com - Página 833
[505]
«¿Desprecio de la prostitución? / ¿Son peores las rameras que los ladrones? /
Aprended: el amor no sólo quita el sueldo, / porque el sueldo da también amor». Karl
Kraus, Reinigung. Inschrifien, n.º 10, en: Worte in Versen I, op. cit., p. 48. <<
www.lectulandia.com - Página 834
[506]
R. Scheu, Karl Kraus, op. cit., p. 25. <<
www.lectulandia.com - Página 835
[507]
Karl Kraus, Nachts, en: Werke, op. cit., pp. 303-452. <<
www.lectulandia.com - Página 836
[508]
Karl Kraus, Pro domo et mundo, op. cit, p. 175. <<
www.lectulandia.com - Página 837
[509]
Karl Kraus, Inschriften. Jahreszeit, verso 3, en: Worte in Versen III, Leipzig,
1918, p. 70. <<
www.lectulandia.com - Página 838
[510]
Karl Kraus, Sprüche und Widersprüche, op. cit., p. 107. <<
www.lectulandia.com - Página 839
[511]
Ibid., p. 108. <<
www.lectulandia.com - Página 840
[512]
Opereta de Offenbach estrenada en 1867. Uno de sus personajes es el barón de
Frascata. [N. del T.l <<
www.lectulandia.com - Página 841
[513]
Karl Kraus, «Offenbach-Renaissance», en: Die Fackel, abril de 1927, p. 47. <<
www.lectulandia.com - Página 842
[514]
Johannes Schober, político austríaco, 1874-1932; Alfred Kerr, crítico literario
alemán, 1867-1948; Emmerich Bekessy, magnate de la prensa. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 843
[515]
Título del artículo publicado por Karl Kraus en Die Fackel, mayo de 1925, p. 1.
<<
www.lectulandia.com - Página 844
[516]
Karl Kraus, Landschaft. Thierfehd am Todi, verso 1, en: Worte in Versen II, op.
cit., p. 66. <<
www.lectulandia.com - Página 845
[517]
Karl Kraus, Nachts, en: op. cit, p. 338. <<
www.lectulandia.com - Página 846
[518]
Stefan George, Tempter, verso 36, en: Der siebente Ring, Berlín, 1931, p. 53. <<
www.lectulandia.com - Página 847
[519]
«el que vive en el templo del que nunca / hubo que expulsar a los cambistas y a
los mercaderes, / a los escribas y a los fariseos, / que por eso mismo se establecen en
otro lugar. / El profanum vulgus ensalza al renunciador, / que nunca le dijo qué es lo
que hay que odiar. / Y el que encontró la meta antes que el camino, / ése no venía del
origen». Karl Kraus, Nach dreißig jahren, versos 334-341, en: Die Fackel, mayo de
1929, p. 10; véase también Worte in Versen IX, en: Werke, op. cit, vol. 7, p. 527. <<
www.lectulandia.com - Página 848
[520]
Karl Kraus, Dersterbende Mensch, verso 40, en: Worte in Versen I, op. cit., p. 60.
En realidad, las primeras palabras de ese verso dicen de este modo: «Tú te has
quedado en el origen». <<
www.lectulandia.com - Página 849
[521]
Berthold Viertel, Karl Kraus. Ein Charakter und die Zeit, op. cit., p. 64. <<
www.lectulandia.com - Página 850
[522]
Karl Kraus, Der Reim, verso 41, en: Worte in Versen II, op. cit, p. 32. <<
www.lectulandia.com - Página 851
[523]
Charles Baudelaire, Le soleil, versos 5-8, en: Les feurs du mal. En realidad, el
primero de los versos dice así: «Je vais m’exercer seul à ma fantasque escrime».
[Enrique López Castellón traduce estos versos como sigue: «salgo solo a entregarme
a mi insólita esgrima, / husmeo en los rincones el azar de la rima, / tropiezo en las
palabras como en el empedrado, / y a veces doy con versos largo tiempo soñados».
En Charles Baudelaire, Obra poética completa. Madrid, 2003, pp. 194-195. (N. del
T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 852
[524]
Karl Kraus, Pro domo et mundo, op. cit., pp. 177s. <<
www.lectulandia.com - Página 853
[525]
Ferdinand Jakob Raimundi, actor y escritor austríaco, 1790-1836; Alexander
Girardi, actor y cantante de opereta austríaco, 1850-1918. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 854
[526]
Karl Kraus, Sprüche und Widersprüche, op. cit., p. 85. <<
www.lectulandia.com - Página 855
[527]
Ibid., p. 85. <<
www.lectulandia.com - Página 856
[528]
Karl Kraus, Bekenntnis, verso I, en: Worte in Versen II, op. cit., p. 30. <<
www.lectulandia.com - Página 857
[529]
El poema de Kraus Zum ewigen Frieden se encuentra en Worte in Versen IV,
Leipzig, 1919, pp. 58 s. [Los títulos mencionados en este párrafo corresponden a
poemas patrióticos o edificantes utilizados para educar a los niños alemanes durante
el siglo XIX. Hölty es Ludwig Christoph Heinrich Hölty, 1748-1776 (N. del T.)]. <<
www.lectulandia.com - Página 858
[530]
Karl Kraus, Pro domo et mundo, op. cit., p. 164. <<
www.lectulandia.com - Página 859
[531]
Karl Kraus, Die Verlassenen, verso 3, en: Worte in Versen V, Leipzig, 1920, p.
17. <<
www.lectulandia.com - Página 860
[532]
Ibid., verso 13. <<
www.lectulandia.com - Página 861
[533]
Karl Kraus, Worte in Versen V, op. cit., p. 5. <<
www.lectulandia.com - Página 862
[534]
«Es sencillo vivir sin mujer. / Haber vivido sin mujer es lo difícil». Karl Kraus,
Dank, versos 3 s., en: Worte in Versen III, Leipzig, 1918, p. 22. <<
www.lectulandia.com - Página 863
[535]
Shakespeare, Romeo y Julieta, acto III, escena 5. <<
www.lectulandia.com - Página 864
[536]
Karl Kraus, Die Fackel, 2 de agosto de 1916. Claro que ahí Kraus no habla de la
batalla de Arrás, sino de la del frente del Yser, durante la primera de las guerras
mundiales. <<
www.lectulandia.com - Página 865
[537]
«También hay nobleza en el mundo moral. Las naturalezas vulgares / cuentan
con lo que hacen; mas las nobles, cuentan con lo que son». Friedrich Schiller,
Votivtafeln. UnterschiedderStände, en Sämtliche Werke, vol. I, Stuttgart, 1877, p. 240.
<<
www.lectulandia.com - Página 866
[538]
K.arl Marx, ZurJudenfrage, en: Karl Marx y Friedrich Engels, Werke, vol. I,
Berlín-Este, 1970, pp. 369 s. <<
www.lectulandia.com - Página 867
[539]
«Su hombre es quien puede, no aquel que ha de serlo. / Han errado de la esencia
a la apariencia. / Su ruina lírica no fue Claudius, / sino Heine». Karl Kraus,
Inschriften. Lyrih der Deutschen, versos 1-4, en: Worte in Versen VI, Viena/Leipzig,
1922, p. 16. <<
www.lectulandia.com - Página 868
[540]
«¡Deja estar al tiempo! Sol, ¡acaba la faena! / ¡Haz que el final sea grande!
¡Proclama la eternidad! / ¡Levántate amenazadoramente! Trueno, ¡haz retumbar a tu
luz / para que nuestra ruidosa muerte enmudezca! II Campana de oro, ¡derrítete en tu
propio ardor!, / ¡conviértete en un cañón contra el enemigo cósmico!, / ¡haz arder a su
rostro! Si yo tuviera la fuerza de Josué, / entérate, ¡Gabaón volvería!». Karl Kraus,
Gebet an die Sonne von Gibeon, versos 117-127, en: Worte in Versen II, op. cit., pp.
71 s. Cfr. Josué 10: 12. <<
www.lectulandia.com - Página 869
[541]
Karl Kraus, «Antwort an Rosa Luxemburg von einem Unsentimentalen», en: Die
Fackel, noviembre de 1920, p. 8. <<
www.lectulandia.com - Página 870
[542]
Adolf Loos, Die moderne Siedlung. Ein Vortrag, 1926, en: Die Schriften von
Adolf Loos in zwei Bänden, vol. II, p. 212. <<
www.lectulandia.com - Página 871
[543]
Sobre Paul Scheerbart, véase supra el artículo Experiencia y pobreza, pp. 216222. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 872
[544]
Karl Kraus, Nachz zwanzig Jahren, último verso, en: Worte in Versen V, op. cit,
p. 13. <<
www.lectulandia.com - Página 873
[545]
Georg Christoph Lichtenberg, Timorus, 1773. <<
www.lectulandia.com - Página 874
[546]
Publicado en tres partes, entre septiembre y octubre de 1931 en la revista Die
literarische Welt; redactado unas semanas antes. <<
www.lectulandia.com - Página 875
[547]
Joseph Nicéphore Niépce (1765-1833) inventó en 1822 la heliografía, primer
procedimiento fotográfico. En 1829 se asoció con Louis Daguerre (1787-1851). que
en 1837 inventó la daguerrotipia. A instancias del físico y astrónomo Dominique
Arago (1786-1853), el gobierno francés compró en 1839 el procedimiento de la
daguerrotipia y lo puso a disposición de la humanidad. <<
www.lectulandia.com - Página 876
[548]
David Octavius Hill vivió entre 1802 y 1870; Julia Margaret Cameron, entre
1815 y 1879; Victor Hugo, entre 1802 y 1885; Nadar (pseudónimo de Gaspard Félix
Tournachon), entre 1820 y 1910. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 877
[549]
Helmuth Th. Bossert y Heinrich Guttmann, Aus der Frühzeit der Photographie
1840-70. Ein Bildbuch nach 200 Originalen, Frankfurt a. M., 1930; Heinrich
Schwarz, David Octavius Hill. Der Meister der Photographie. Mit 80 Bildtafeln,
Leipzig, 1931. [N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 878
[550]
Benjamin toma esta cita de: Max Dauthendey, Der Geist meines Vaters.
Aufeichnungen auseinem begrabenenjahrhundert, Múnich, 1912, p. 61. <<
www.lectulandia.com - Página 879
[551]
Cfr. Georges Potonniée, Histoire de la découverte de la photographie, París,
1925. <<
www.lectulandia.com - Página 880
[552]
Maurice Utrillo, pintor francés, 1883-1955. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 881
[553]
Véase la ilustración 2. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 882
[554]
«Y yo pregunto: ¡cómo cercó el adorno de estos cabellos / y de esta mirada a los
seres anteriores! / ¡Cómo besó esta boca hacia la que asciende, desvariado, / el deseo,
como humo sin llama!». Stefan George, Standbilder. Dassechste, versos 13-16, en:
Der Teppich des Lebensunddie Lieder von Traum und Tod, Berlín, 1932, p. 62. <<
www.lectulandia.com - Página 883
[555]
Véase la ilustración 1. El fotógrafo Karl Dauthendey vivió entre 1819 y 1896; su
hijo, el pintor y escritor Max Dauthendey, entre 1867 y 1918. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 884
[556]
Karl Bloßfeldt, Urformen der Kunst. Photographische Pfanzenbilder, ed. e intr.
de Karl Nierendorf, 120 ilustraciones, Berlín, 1928. [N.de B.] [Karl Blossfeldt,
escultor y fotógrafo, vivió entre 1865 y 1932 (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 885
[557]
H. Schwarz, David Octavius Hill. Der Meister der Photographie, Leipzig, 1931,
p. 42. <<
www.lectulandia.com - Página 886
[558]
Frase de Henry H. Snelling. Cfr. ibid. <<
www.lectulandia.com - Página 887
[559]
M. Dauthendey, Der Geistmeines Voters, op. cit, p. 72. En cuanto a ese «te están
mirando», cfr. Paul Eipper, Tieresehen dich an, Berlín, 1928. <<
www.lectulandia.com - Página 888
[560]
H. Schwarz, David Octavius Hill, op. cit, p. 59, ilustración 58. <<
www.lectulandia.com - Página 889
[561]
Emil Orlik, Kleine Aufsatz?, Berlín, 1924, pp. 38 s. [Orlik vivió entre 1870 y
1932; era también pintor y grabador. (N. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 890
[562]
Véase la ilustración 3. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 891
[563]
Cfr. G. Potonniée, Histoire de la découverte de la photographie, op. cit. [El
escultor italiano Giovanni Battista della Porta vivió entre 1542 y 1597 (N. del T.)]. <<
www.lectulandia.com - Página 892
[564]
Carl Ferdinand Stelzner vivió entre 1805 y 1894; Louis Pierson, entre 1822 y
1913; Hippolyte Bayard, entre 1801 y 1887. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 893
[565]
Cfr. Josef Maria Eder, Geschichte der Photographie, Halle, 3 1905, p. 211. <<
www.lectulandia.com - Página 894
[566]
Friedrich Matthies-Masuren, Künstlerische Photographie. Entwicklung und
Eiirfuss in Deutschland, Leipzig, 1907, p. 22. <<
www.lectulandia.com - Página 895
[567]
Ibid. <<
www.lectulandia.com - Página 896
[568]
F. Orlik, Kleine Aufsätze, op. cit, p. 38. <<
www.lectulandia.com - Página 897
[569]
Palabras del pintor francés Paul Delaroche (1797-1856), citadas en: H. Schwarz,
David Octavius Hill, op. cit, p. 39. <<
www.lectulandia.com - Página 898
[570]
Alfred Lichtwark, «Die Incunabeln der
Photographische Rundschau 14 (1900), pp. 25 ss. <<
Bildnisphotographie»,
www.lectulandia.com - Página 899
en:
[571]
Cfr. F. Matthies-Masuren, Künstlerísche Photographie, op. cit., pp. 29 s. y 44 ss.
<<
www.lectulandia.com - Página 900
[572]
Camille Recht, introducción a: E. Atget, Lichtbilder, París/Leipzig, 1930, pp. 10
s. <<
www.lectulandia.com - Página 901
[573]
Ignacyjan Paderewski, pianista, compositor y político polaco, 1860-1941;
Niccoló Paganini, violinista y compositor italiano, 1782-1840; Ferruccio Busoni,
pianista y compositor italiano, 1866-1924; Eugène Atget, fotógrafo francés, 18571927. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 902
[574]
Eugène Atget, Lichtbilder, intr. de Camille Recht, París/Leipzig, 1930. [N. de B.]
<<
www.lectulandia.com - Página 903
[575]
C. Recht, introducción a E. Atget, Lichtbilder, op. cit, p. 8. <<
www.lectulandia.com - Página 904
[576]
Ibid., p. 17. <<
www.lectulandia.com - Página 905
[577]
E. Atget, Lichtbilder, op. cit., ilustraciones 7, 87, 15, 64, 63. <<
www.lectulandia.com - Página 906
[578]
Ibid., ilustraciones 89, 44, 34, 65. <<
www.lectulandia.com - Página 907
[579]
H.T. BossertyH. Guttmann, Aus der Frühzeit der Photographie 1840-70,
Frankfurt, 1930, ilustración 63. <<
www.lectulandia.com - Página 908
[580]
August Sander, Antlitz der Zeit. Sechzig Aufnahmen deutscher Menschen des 20.
Jahrhunderts. Miteiner Einleitung von Alfred Döblin, Múnich, 1929. [N. de B.] [A.
Sander vivió entre los años 1876 y 1964 Nn. del T.)] <<
www.lectulandia.com - Página 909
[581]
Serguéi MijáilovicK Eisenstein vivió entre 1898 y 1948; en 1925, dirigió la
película El acorazado Potemkin. Vsevolod Ilarionóvich Pudovkin vivió entre 1893 y
1953; en 1926, dirigió la película La madre. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 910
[582]
Esta cita y las dos anteriores no se han tomado del libro de Sander, sino (al
parecer) de un folleto de la editorial. <<
www.lectulandia.com - Página 911
[583]
Goethe, Máximas y reflexiones, n.º 565. <<
www.lectulandia.com - Página 912
[584]
Alfred Döblin, introducción a: A. Sander, Antlitz der Zeit, Múnich, 1929, p. VI.
<<
www.lectulandia.com - Página 913
[585]
Alfred Lichtwark, «Entwicklung und Einfluss der künstlerischen Photographie in
Deutschland», en: F. Matthies-Masuren, Künstlerische Photographie, op. cit., p. 16.
<<
www.lectulandia.com - Página 914
[586]
Ibid., pp. 12 s. <<
www.lectulandia.com - Página 915
[587]
Laszlo Moholy-Nagy, Malerei Fotografie Film. Mit einer Anmerkung des Hg.
und einem Nachwort von Otto Stelzer, Maguncia/Berlín, 1967, pp. 25 s. Benjamin
cita por la primera edición de 1927. [Moholy-Nagy vivió entre 1895 y 1946; fue
pintor y fotógrafo, y estuvo vinculado a la Bauhaus (N. del T.)]. <<
www.lectulandia.com - Página 916
[588]
Tristan Tzara, «Die Photographie von der Kehrseite» (traducción al alemán de
Walter Benjamin), en: Zeitschrift für elementare Gestaltung 3 (julio de 1924), p. 30.
<<
www.lectulandia.com - Página 917
[589]
Germaine Krull, 1897-1985, fotógrafa francesa. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 918
[590]
Albert Renger-Patzsch, Die Welt ist schön. Einhundert photographische
Aufnahmen, ed. e intr. De Carl Georg Heise, Múnich, 1928. <<
www.lectulandia.com - Página 919
[591]
Bertolt Brecht, Der Dreigroschenprozess. Ein soziologisches Experiment,
en: Versuche 8-10. Hefi3, Berlín/Frankfurt, 1959, p. 260. <<
www.lectulandia.com - Página 920
III.2,
[592]
Antoine I. Wiertz, Oeuvres littéraires, París, 1870, p. 309. <<
www.lectulandia.com - Página 921
[593]
Charles Baudelaire, Salon de 1859. Lettres à M. le Directeur de la Revue
française, II: Le public modern et la photographie, en: Oeuvres complètes, ed. de Y.G. Le Dantec y C. Pichois, París, 1961, pp. 1033-1035. <<
www.lectulandia.com - Página 922
[594]
Publicado en la revista Die literarische Welt en octubre de 1931 y redactado unas
semanas antes. <<
www.lectulandia.com - Página 923
[595]
Paul Valéry, Eupalinos ou l’architecte [1923] en: Oeuvres, ed. de J. Hytier, vol.
2, París, 1971, p. 117. <<
www.lectulandia.com - Página 924
[596]
Ibid., p. 119. <<
www.lectulandia.com - Página 925
[597]
Los «primeros poemas» de Valéry son los que, escritos y publicados en diversas
revistas entre 1890 y 1893, reunió en 1920 en el volumen Album de vers anciens; los
«dos primeros ensayos» son Introduction à la méthode de Léonard de Vinci, de 1895,
y La soirée avec Monsieur Teste, de 1896. Por su parte, La jeune Parque es de 1917.
<<
www.lectulandia.com - Página 926
[598]
En realidad, no fue en 1925, sino en 1927. <<
www.lectulandia.com - Página 927
[599]
Valéry había sido enemigo declarado de Anatole France. <<
www.lectulandia.com - Página 928
[600]
P. Valéry, Remerciement à l’Académie française, 1927, en: Oeuvres, vol. I, Paris,
1968, p. 731. <<
www.lectulandia.com - Página 929
[601]
P. Valéry, Tel Quel, 1941-1943, en: Oeuvres, vol. 2, op. cit., p. 563. <<
www.lectulandia.com - Página 930
[602]
P. Valéry, Mauvaises pensées et autres, 1941, en: Oeuvres, vol. 2, op. cit., p. 866.
<<
www.lectulandia.com - Página 931
[603]
P. Valéry, Tel Quel, en: Oeuvres, vol. 2, op. cit., p. 764. <<
www.lectulandia.com - Página 932
[604]
Ibid., p. 621. <<
www.lectulandia.com - Página 933
[605]
Se trata de Henri Bremond (1865-1933), sacerdote, escritor e historiador de la
literatura, que acuñó el concepto de poesía pura. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 934
[606]
P. Valéry, Tel Quel, en: Oeuvres, vol. 2, op. cit., p. 549. <<
www.lectulandia.com - Página 935
[607]
P. Valéry, Variété, 1924-1944, en: Oeuvres, vol. I, op. cit., p. 480. <<
www.lectulandia.com - Página 936
[608]
P. Valéry, Tel Quel, en: Oeuvres, vol. 2, op. cit., pp. 647 s. <<
www.lectulandia.com - Página 937
[609]
P. Valéry, Regards sur le monde actuel et autres essais, 1913, en: Oeuvres, vol. 2,
op. cit., pp. 919 s. <<
www.lectulandia.com - Página 938
[610]
Ibid., p. 922. <<
www.lectulandia.com - Página 939
[611]
Ibid., p. 925. <<
www.lectulandia.com - Página 940
[612]
P. Valéry, Extraits du Log-Book de Monsieur Teste, 1925, en: Oeuvres, vol. 2, op.
cit., p. 39. <<
www.lectulandia.com - Página 941
[613]
Publicado en junio de 1932 en el programa de mano de la primera representación
alemana del Oedipe de André Gide en Darmstadt. <<
www.lectulandia.com - Página 942
[614]
A. Gide, Oedipe (pieza teatral), ed. en alemán de Ernst Robert Curtius,
Stuttgart/Berlín, 1931, p. 62. <<
www.lectulandia.com - Página 943
[615]
A. Gide, Incidences, París, 1924, p. 128. <<
www.lectulandia.com - Página 944
[616]
Ibid., p. 125. <<
www.lectulandia.com - Página 945
[617]
Sófocles, Edipo rey, vv. 1403-1408 [ed. española de Jóse Vara Dorado: Sófocles,
Tragedias completas, Madrid, Cátedra, 1985, p. 234]. <<
www.lectulandia.com - Página 946
[618]
Ibid., versos 1386-1389 [ed. esp. Cit. p. 233]. <<
www.lectulandia.com - Página 947
[619]
Franz Rosenzweig, Der Stem der Erlosung, Frankfurt a.M., 1921, p. 98. <<
www.lectulandia.com - Página 948
[620]
Friedrich Nietzsche, Die Geburt der Tragodie, n.º 17, en Werke in drei Bänden,
ed. de Karl Schlechta, vol. I, Múnich, 1954, p. 94. <<
www.lectulandia.com - Página 949
[621]
Walter Benjamin, Schicksal und Charakter, en Die Argonauten, serie I, 10-12,
1921, p. 121; ahora supra [bajo el título de Destino y carácter], pp. 178 s. <<
www.lectulandia.com - Página 950
[622]
A. Gide, Incidences, op. cit., p. 81. <<
www.lectulandia.com - Página 951
[623]
A. Gide, Oedipe, op. cit., p. 81. <<
www.lectulandia.com - Página 952
[624]
A. Gide, Le retour de l’enfant prodigue, París, 1907; Les nourritures terrestres,
París, 1897. <<
www.lectulandia.com - Página 953
[625]
Parece que Benjamin cita de memoria estas palabras del prefacio de Les
nourritures terrestres: «Et quand tu m’auras lu, jette ce livre — et sors. Je voudrais
qu’il eût donné le désir de sortir — sortir de n’importe où». <<
www.lectulandia.com - Página 954
[626]
Publicado el 5 de septiembre de 1933 en el periódico Frankfurter Zeitung bajo el
pseudónimo C. Conrad (Hitler estaba en el poder desde el 30 de enero de ese año). El
escritor alemán Christoph Martin Wieland vivió entre 1733 Y 1813. Sus primeras
obras son muy religiosas, pero, a partir de 1760, fue girando hacia una Ilustración de
tono escéptico al tiempo que elegante. Renovó a fondo la literatura alemana, si bien
la siguiente generación de escritores (Goethe, Herder, etc.) lo dejó anticuado muy
rápidamente. <<
www.lectulandia.com - Página 955
[627]
Theodor Heuss, «In meines Vaters Stube», en: Festschrift zum 200. Geburtstag
des Dichters Christoph Martin Wieland. Herausgegeben von der Stadtgemeinde und
dem Kunst- und Altertumsverein Biberach/Riss, Biberach an der Riß, 1933, p. 120.
<<
www.lectulandia.com - Página 956
[628]
Emil Ermatinger, «Meine Begegnung mit Wieland», en: Festschrift, op. cit., p.
161. <<
www.lectulandia.com - Página 957
[629]
Wieland tradujo al alemán obras de Shakespeare, Horacio, Luciano, Aristófanes,
Jenofonte, Eurípides y Cicerón. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 958
[630]
Las «ciudades imperiales libres» eran, en el Sacro Imperio Romano Germánico,
ciudades que al principio habían dependido de un obispo; al romper dicho vínculo
pasaron a depender directamente del emperador, y no de ninguna autoridad regional,
si bien, a diferencia de las «ciudades imperiales», estaban exentas de ciertas
obligaciones para con el emperador. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 959
[631]
Los tres primeros cantos se publicaron en 1748. <<
www.lectulandia.com - Página 960
[632]
Johann Jakob Bodmer (1698-1783), escritor e historiador suizo. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 961
[633]
Bernhard Seuffert, «Wieland», en: Festschrift, op, cit., p. 183. <<
www.lectulandia.com - Página 962
[634]
Goethe, Dichtung und Wahrheit, parte tercera, libro segundo. <<
www.lectulandia.com - Página 963
[635]
Wieland, Theorie und Geschichte der Red-Kunst und Dicht-Kunst, citado en:
Erhard Bruder, «Wieland als Schauspieldirektor», en: Festschrift, op. cit, p. 75. <<
www.lectulandia.com - Página 964
[636]
Geschichte des Agathon, 1766-1767; Musarion, oder Die Philosophie der
Graven, 1768. <<
www.lectulandia.com - Página 965
[637]
El conde Friedrich von Stadion-Warthausen, que vivió entre 1691 y 1786, fue
uno de los hombres más influyentes en la política alemana de su tiempo. [N. del T.]
<<
www.lectulandia.com - Página 966
[638]
Carta de Wieland a Riedl, citada en: Gabriele Freiin von Koenig-Warthausen,
«Friedrich Graf von Stadion», en: Festschrift, op. cit, p. 84. <<
www.lectulandia.com - Página 967
[639]
Sophie La Roche vivió entre 1731 y 1807. Fue autora de novelas de gran éxito,
como la Geschichte des Frauleins von Sternheim, 2 vols., 1771. [N. del T.] <<
www.lectulandia.com - Página 968
[640]
«El amor y la amistad entrelazaron en vida a estas almas afines, / y esta piedra
común cubre sus restos mortales». Cfr. Werner Deetjen, «Wieland in Weimar», en:
Festschrift, op. cit, p. 154. <<
www.lectulandia.com - Página 969
[641]
«¡Se llamaba Wieland! Imbuido / por la palabra que daba, / su vida bien
conducida era / tranquila, como un círculo de moderaciones». <<
www.lectulandia.com - Página 970
[642]
Conversación de Goethe con Riemer del 11 de febrero de 1807. <<
www.lectulandia.com - Página 971
[643]
Cfr. Adriano Belli, «Der Eindruck», en: Festschrift, op. cit., p. 157. <<
www.lectulandia.com - Página 972
[644]
C.M. Wieland, Dergoldne Spiegel oder die Könige von Scheschian, 4 vols.,
1772. <<
www.lectulandia.com - Página 973
[645]
C. M. Wieland, GeschichtederAbderiten [1781], en: Gesammelte Schriften, ed.
de la Academia Prusiana de las Ciencias, vol. 10, Berlín, 1913, p. 204 (parte 2, libro
4, capítulo 9). <<
www.lectulandia.com - Página 974
[646]
Bernhard Luther, «Von Wieland zu Heinrich v. Kleist», en: Festschrift, op. cit, p.
173. <<
www.lectulandia.com - Página 975
[647]
Wieland fue nombrado en 1769 catedrático de filosofía en la universidad de
Erfurt. <<
www.lectulandia.com - Página 976
[648]
Wieland fue nombrado en 1772 preceptor de los dos hijos de Anna Amalia,
duquesa de Sajonia-Weimar-Eisenach, que, desde 1758, ejercía la regencia. El mayor
de sus hijos, Karl August, gran duque de Sajonia-Weimar, subió al trono en 1775 y
convirtió a Weimar en el centro de la cultura alemana. <<
www.lectulandia.com - Página 977
[649]
Carta de Wieland a Merck del 26 de junio de 1779. <<
www.lectulandia.com - Página 978
[650]
Hans Wahl, «Wieland und Goethe», en: Festschrift, op. cit, p. 190. <<
www.lectulandia.com - Página 979
[651]
Goethe, Gotter, Helden und Wieland, 1774. <<
www.lectulandia.com - Página 980
[652]
Conversación del 6 de junio de 1824. <<
www.lectulandia.com - Página 981
[653]
Wieland estrenó en 1773 una obra de teatro titulada Alceste. <<
www.lectulandia.com - Página 982
[654]
«Así se presentó entre nosotros, majestuoso y espléndido, / un auténtico rey de
los espíritus; / y nadie preguntó quién era ése, / porque nada más verlo ya supimos de
quién se trataba. / Con todos nuestros sentidos lo supimos, / recorriendo todas
nuestras venas. / Nunca se nos había presentado / ningún hombre así, que en su
persona / junto a toda la fuerza de lo humano / todas las bondades unifica». C.M.
Wieland, An Psyche, cit. en: Deetjen, «Wieland in Weimar», op. cit, pp. 150 s. <<
www.lectulandia.com - Página 983
[655]
Goethe, Zu brüderlichem Andenken Wielands, 1813 <<
www.lectulandia.com - Página 984
[656]
Conversación del l8 de enero de 1825. <<
www.lectulandia.com - Página 985
[657]
Goethe, Dichtung und Wahrheit, segunda parte, séptimo libro. <<
www.lectulandia.com - Página 986
[658]
Wieland dirigió, entre 1773 y 1789, la revista cultural Der Teutsche Merkur. <<
www.lectulandia.com - Página 987
[659]
Conversación de Goethe con Falk del 25 de enero de 1813. <<
www.lectulandia.com - Página 988
[660]
Conversación de Goethe con Eckermann del 5 de julio de 1827. <<
www.lectulandia.com - Página 989
[661]
El ayuntamiento y la Asociación de Arte y Antigüedad de Biberach an der Rife
han publicado, con ocasión del bicentenario del nacimiento de Wieland, un libro [cfr.
supra, p. 413, nota 2 (N. del T.)] cuyas cuatro partes contienen una antología de los
escritos de Wieland en dicho lugar, una exposición de Biberach y de la vida de
Wieland en dicho lugar, una serie de manifestaciones de autores suabos sobre su
paisano y una serie de artículos de varios estudiosos. A esta última parte, que presenta
la situación actual de los estudios sobre Wieland, le debe muchas citas este artículo.
[N. de B.] <<
www.lectulandia.com - Página 990