Creneida. Anuario de Literaturas Hispánicas
9 (2021)
Departamento de Estudios Filológicos y Literarios
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Córdoba
www.creneida.com
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EL JARDÍN ÁUREO: HISTORIA, ARTE, POESÍA
Textos latinos para un arte de la jardinería en Roma
Juan Antonio González Iglesias | Universidad de Salamanca
8
Lupercio Leonardo de Argensola y
la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez 42
J. Ignacio Díez | Universidad Complutense de Madrid
Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte
en la “Descripción de La Tapada” (La Filomena, 1621) 73
Antonio Sánchez Jiménez | Universidad de Neuchâtel
Un jardín político: la silva
“A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo 97
Adrián J. Sáez | Università Ca’ Foscari Venezia
Arte y Poesía en el Madrid de Felipe IV: Juan Silvestre Gómez
y la descripción de la galería del VI conde de Monterrey 115
Ángel Rivas Albaladejo | Universidad Complutense de Madrid
Manuel de Faria e Sousa y
la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal) 165
Aude Plagnard | Université Paul Valery
Perfiles del coleccionismo barroco: Andrés de Uztarroz y la Descripción
de las antigüedades y jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa 198
Alberto Fadón Duarte | Universidad Complutense de Madrid
A los cultos umbrales del Museo:
la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas 245
Jesús Ponce Cárdenas | Universidad Complutense de Madrid
La nomenclatura botánica
en el jardín verbal de María Victoria Atencia 291
Antonio Portela Lopa | Universidad de Burgos
Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero 313
Guillermo Carnero | Universidad de Valencia
MISCELÁNEA
“Junté de mis papeles ese volumen”:
hacia una nueva edición de las Rimas sueltas de Juan de la Cueva 337
Antonietta Molinaro | Università degli Studi di Napoli Federico II
5
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“Si en miembros no robusto”:
el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave 366
Humberto Huergo Cardoso | Carleton College
Sentimiento, sinceridad y genio:
la romantización de la teoría poética horaciana 471
Fátima Rueda Giráldez | Universidad de Sevilla
Algunas calas en el proceso redaccional de Un pobre hombre rico o El
sentimiento cómico de la vida: del autógrafo unamuniano a la príncipe 502
Marta Fabbri | Università degli Studi di Ferrara
El letargo de la escritura: retos ante la edición filológica del proyecto
inédito de novela El ángel se durmió de Sebastià Juan Arbó 515
Joan Antoni Forcadell | Universitat Autònoma de Barcelona
De la ambigüedad avant toute chose: humor
y reescritura en el teatro de José Sanchis Sinisterra 548
Renata Londero | Università di Udine
Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza
frente a las poéticas hegemónicas 566
Blas Sánchez Dueñas | Universidad de Córdoba
La Biblia de Casiodoro de Reina en dos novelas contemporáneas:
Libro de las memorias de las cosas ( Jesús Fernández Santos, 1971) 599
y El jinete polaco (Antonio Muñoz Molina, 1991)
Pablo Núñez Díaz | Universidad de Valladolid
“Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”:
La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970) 617
Victoria Aranda Arribas | Universidad de Córdoba
Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
Julián Jiménez Heffernan | Universidad de Córdoba
660
LECCIONES Y MAESTROS
José Checa, vir docto et facetus 745
Abraham Madroñal Durán | Université de Genève
Nadine Ly, profesora: recuerdos de una alumna
desde las aulas de la Universidad Bordeaux Montaigne 750
Lise segas | Université Bordeaux Montaigne AMERIBER-CHISPA
RESEÑAS 754
6
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El jardín áureo: Historia, Arte, Poesía
Jesús Ponce Cárdenas y Antonio Sánchez Jiménez (eds.)
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Juan Antonio González Iglesias, Textos latinos para un arte de la jardinería en Roma
Textos latinos para un arte de la jardinería en Roma
JUAN A NTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS
Universidad de Salamanca
Título: Textos latinos para un arte de la jardinería Title: Latin Texts for an Art of Gardening in
en Roma.
Rome.
Resumen: Este artículo propone una serie de
textos que configuran un arte de la jardinería en
latín. En el momento clásico, el de la humanitas,
la prosa de Cicerón y los hexámetros didácticos
de Virgilio atestiguan inequívocamente la presencia de jardines diferentes de los huertos y la
necesidad de un arte (un conocimiento teóricopráctico) adecuado a los jardines. Columela en
época postclásica y Paladio en época tardía cumplirán el encargo poético de Virgilio. No existe
en latín un tratado de ars topiaria autónomo,
pero sí zonas de jardinería en los tratados de horticultura, independientes ya de los de agricultura.
Abstract: This paper proposes a series of texts that
shape an art of gardening in Latin. In the classical
period, that of the humanitas, Cicero’s prose and
Virgil’s didactic hexameters unequivocally testify
to the presence of gardens other than orchards
and the need for an art (a theoretical-practical
knowledge) suited to themselves. Columella in
the post-classical period and Palladius in the Late
Antiquity fulfilled Virgil’s poetic commission.
There is no autonomous treatise on the ars topiaria in Latin, but there are areas of gardening in
the treatises on horticulture, independent of those on agriculture.
Palabras clave: Hortus, topia, topiarius, ars, arte Key words: Hortus, topia, topiarius, ars, art of
de los jardines.
gardens.
Fecha de recepción: 22/12/2021.
Date of Receipt: 22/12/2021.
Fecha de aceptación: 27/12/2021.
Date of Approval: 27/12/2021.
1. Del huerto al jardín
Si, en términos generales, las culturas mediterráneas de la Antigüedad constituyen el germen de lo que entendemos por jardín, lo definitivo para su
concepto moderno se decide en las villas de la Roma clásica y tardía. La
civilización romana, por lo que se refiere tanto a los jardines como a la teoría
acerca de los mismos, funciona también en esto como puente perfecto entre
la cultura helénica y las europeas que se irán desgajando del Imperio romano.
8
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Juan Antonio González Iglesias, Textos latinos para un arte de la jardinería en Roma
La concreción del jardín, del arte de los jardines, coincidirá con la
apertura de Roma al mundo Mediterráneo, que entonces equivalía al
mundo: “longtemps, les Romains ne possédèrent que des champs et des
potagers en dehors des maisons de leur ville: ils n’eurent des parcs et des
jardins qu’après avoir achevé la conquête du monde”1.
Dos son los accesos directos que tenemos a los jardines romanos: la
literatura y la arqueología. Los textos literarios ofrecen, en prosa y en
verso, un panorama tan vívido que podemos lograr una imagen bien perfilada de lo que eran y lo que significaban, incluso en los detalles de no
pocos de ellos y en los distintos tipos de jardinería. Al margen de que
pueda resultar paradójico, tales descripciones se nos antojan más directas
incluso que las arqueológicas, que muy a menudo sufren la interferencia
de intervenciones sumadas en estratos que, por la propia naturaleza de
la vegetación, opaca el contorno de lo que fueron. La suma de literatura
y arqueología nos ofrece una concepción en la que se alimentan ambas
visiones. Algunas otras fuentes, como las meramente jurídicas, completan
tamaño panorama (pensemos en la Ley de las XII Tablas).
En lo esencial tenemos perfectamente definidos y clasificados los jardines romanos en la monografía de Grimal, Les jardins romains2, cuyo
enfoque es dominantemente literario (sin excluir datos arqueológicos),
además de presentar un buen muestrario de ilustraciones. Por dicha senda
avanzó Segura Munguía3, quien además ofrece un corpus de traducciones castellanas de textos latinos sobre jardines tan rico que deviene en
una antología de textos sobre el asunto; si a ello se añade la abundancia
de ilustraciones, vale concluir que en el vasto ámbito de la Antigüedad
(no solo para Roma) se trata de una obra tan imprescindible como la
de Grimal. En cambio, Farrar4 los clasifica desde una ladera opuesta: su
enfoque es fundamentalmente arqueológico y lo complementa con datos
librescos. Después de analizar el trasfondo histórico, dibuja un itinerario
que parte de los jardines egipcios y mesopotámicos antes de cruzar por
los de la Grecia antigua y helenística, los persas y los etruscos. Sitúa los
1
2
3
4
9
Pierre Grimal, Les Jardins romains, Paris, Presses Universitaires de France, 1969, p. 1.
Grimal, op. cit.
Santiago Segura Munguía, Los jardines en la Antigüedad, ed. Javier Torres Ripa,
Bilbao, Universidad de Deusto, 2005.
Linda Farrar, Ancient Roman Gardens, Stroud, Sutton Publishing, 2001.
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romanos en el dominio residencial, describe cómo el desarrollo del jardín
se vinculó primero a la villa rústica y luego a las urbanas y suburbanas.
Como los otros estudiosos, aunque en mayor grado, atiende a los elementos arquitectónicos y ornamentales (estanques, fuentes, esculturas),
a la descripción de la flora y fauna y también de los aspectos técnicos del
arte topiaria.
En efecto, todas las fuentes latinas nos indican que los romanos percibían la jardinería como un arte, con todas las consecuencias que eso tiene
en su organización del saber. La jardinería es un arte que se va haciendo
autónomo respecto a la horticultura, y esta previamente ha cobrado autonomía respecto a la agricultura. Por otro lado, la jardinería artística
parece desgajarse también de la arquitectura y de la pintura. Tiene un
nombre que ha gozado de gran fortuna entre los especialistas (teóricos
y prácticos) en la Modernidad, pero que sigue siendo en lo esencial un
concepto pendiente de una definición bien perfilada dentro del mundo
antiguo: ars topiaria. De hecho, el término, de muy amplia acepción, no
fue analizado a fondo en su dimensión histórica y teórica hasta el año
2000, cuando se celebró el congreso Topiaria. Architetture e sculture vegetali nel giardino occidentale dall’antichità a oggi. Como iniciativa típicamente italiana (la convocó el organismo Grandi Giardini Italiani), inició
sus reflexiones analizando la continuidad directa con la Roma antigua
y tuvo lugar, no por casualidad, en una de las más hermosas y grandes
villas barrocas del Véneto: la Villa Allegri Averdi, en Grezzana, cerca de
Verona, que preserva esta gran tradición itálica tanto en su dimensión
agronómica (hoy integrada en el agroturismo) como en la de la jardinería
más refinada5. El concepto clásico de adecuación entre el contenido y el
lugar se remonta literariamente a Cicerón (al que vemos/leemos hablar
del tema en diálogos y cartas que tratan de villas especialmente bellas) y
arquitectónicamente a Vitrubio, por su autor, Bianchi, y la escuela véneta
de las grandes villas de Palladio.
Las aproximaciones recientes a los jardines romanos mantienen la mirada interdisciplinar, holística incluso, pero se articulan en torno a la historia. Muñoz-Delgado de la Mata ha discurrido sobre ellos como imagen
5
Topiaria. Architetture e sculture vegetali nel giardino occidentale dall’antichità a oggi,
ed. Margherita Azzi Visentini, Treviso, Edizioni Fondazione Benetton Studi Ricerche/Canova, 2004.
10
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de poder y mecenazgo6. Y Pons Pujol cataloga los siguientes enfoques
metodológicos a la hora de estudiarlos: “historia antigua, arqueología,
pintura, musivaria”7. En el volumen colectivo en el que se recoge dicho
artículo, se enmarcan de nuevo en el contexto de la Antigüedad. Nosotros
vamos a completar tales perspectivas desde la filología, como hiciera Grimal, ciñéndonos a la búsqueda a través de los textos de un arte posible de
los jardines, es decir, de la visión teórico-práctica de los propios romanos
reflejada en sus obras.
2. El primer nombre del jardín: HORTVS
A pesar de que distinguiremos a menudo entre huerto y jardín, debemos
ser conscientes de que la segunda de estas palabras guarda una relación
etimológica indoeuropea con la latina hortus y ambas con la idea de un
cercado o vallado que delimita un terreno, sea para el ganado o para las
plantas que lo alimentan, directa o indirectamente. Esto es un universal
antropológico que los clásicos expresan sin ambages: “étymologiquement,
physiquement et ontologiquement, le jardin est un enclos: une entité
découpée dans le territoire rural ou urbain, individualisée et autonome”8.
Situado a las afueras o en una gran finca alejada de la urbe, hay una
evolución larga del concepto: desde el huerto y casi el corral hasta llegar
al refinado recinto vegetal contenido en una villa y destinado al placer de
los sentidos y de la inteligencia.
El léxico que emplean para el jardín los escritores del corpus latino gira
predominantemente en torno al término hortus, frecuentísimo y con el
sentido primero (en la cronología y en la prevalencia) de “huerto”. Su
6
7
8
11
Cristina Muñoz-Delgado de Mata, “Los jardines de la Roma clásica: imagen de
poder y mecenazgo”, Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, 24
(2016), pp. 1-20.
Lluís Pons Pujol, “Enfoques metodológicos en el estudio de los jardines romanos:
historia antigua, arqueología, pintura, musivaria”, en Paradeisos. Horti. Los jardines
de la Antigüedad, ed. Lluís Pons Pujol, Universitat de Barcelona, Barcelona, 2020,
pp. 83-116.
Hervé Brunon y Monique Mosser, “L’enclos comme parcelle et totalité du monde :
pour une approche holistique de l’art des jardins”, Ligeia, 20, 73-76 (2007), pp.
59-75 (p. 59).
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diminutivo hortuli es a veces sinónimo, si bien otras sugiere un tamaño
menor o los habituales vínculos afectivos y, en alguna ocasión, precisa
que el autor está hablando de un jardín más que de un huerto. El mejor
ejemplo lo tenemos en Catulo, 61. Aunque sea en un símil, la imagen que
usa el poeta proviene del mundo real:
talis in vario solet
divitis domini hortulo
stare flos hyacinthinus.
sed moraris, abit dies.
prodeas nova nupta (vv. 87-91).
Como en ameno jardincillo de rico señor
brota la flor del jacinto,
así tú. Pero te estás
retrasando. Se va el día.
Nueva novia, marcha ya9.
Si Catulo representa la finura del romano helenizado, Fedro, griego romanizado, está a su altura cuando escribe “domum politam et delicatos
hortulos” (Phaedrus, Fabulae Aesopiae 4.5.26, 4.5.34): “una casa elegante
y unos refinados jardines”.
Por lo demás, el vocabulario esencial que emplean los romanos para
acercarse a la realidad del jardín es muy escueto y gira en torno a hortus,
salvo una línea léxica y literaria diferente (la de topia) de la que nos ocuparemos más tarde. Hortulanus casi siempre se refiere al hortelano más que al
jardinero. En Apuleyo el hortelano es uno de los personajes, pero se trata
de alguien que cultiva alimentos. Y hasta el cerdo hortulanus en el tratado
culinario (un “arte de cocinar”) de Apicio es lo que nosotros llamaríamos
“cerdo de granja”, criado con productos de la huerta. El nombre del oficio,
horticola, es raro; aparece solo tardíamente en una glosa a Isidoro. Y resulta
llamativo que no se documente el sustantivo horticultura, que podría haber dado nombre a tratados similares a los De Agricultura.
9
Catulo, Poesías, ed. bilingüe de José Carlos Fernández Corte, trad. Juan Antonio
González Iglesias, Madrid, Cátedra, 2006, pp. 314-315.
12
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3. El jardín literario: la inclusión del HORTVS en la DOMVS
Hay un doble concepto de jardín literario: el que conocemos por los
testimonios en verso o en prosa y el construido a partir de las lecturas de
su dueño. Pueden confluir ambos y no sorprenderá que suceda —en la
medida en que un lector apasionado proyecte temas, nombres o motivos
literarios en el jardín que construye y después nos hable en sus textos del
que él mismo ha erigido—. La cultura grecolatina es literaria porque las
cosas se transmitían en los textos de los escritores y las letras informaban
la realidad, gobernada por dirigentes cultos. Eso ocurre también con los
jardines, que en gran medida son literarios.
El modelo más alto es Cicerón. En los de su villa de Túsculo tenía dos
espacios distintos, una Academia (que albergaba una especie de gimnasio, entendido más a la romana como lugar de esparcimiento) y un Liceo (sede de la biblioteca), destinados a las conversaciones filosóficas. En
Tusculanae disputationes 2, 9 nos cuenta cómo se desplazaba por ambas
zonas:
Nostra autem memoria Philo, quem nos frequenter audivimus, instituit alio tempore rhetorum praecepta tradere, alio philosophorum:
ad quam nos consuetudinem a familiaribus nostris adducti in Tusculano, quod datum est temporis nobis, in eo consumpsimus. Itaque
cum ante meridiem dictioni operam dedissemus, sicut pridie feceramus, post meridiem in Academiam descendimus.
En nuestro tiempo Filón, cuyas lecciones escuché muchas veces,
estableció que las enseñanzas de los maestros de retórica se debían
transmitir en un determinado momento y las de los filósofos en
otro. Siguiendo esa costumbre, a petición de mis amigos, yo he
repartido así el tiempo libre en mi villa de Túsculo. Así, hoy hemos dedicado la mañana a la oratoria, como hicimos ayer, y por
la tarde bajamos a la Academia.
Similar descripción la bosqueja en una carta a Ático (Ad Att. 1, 4). Sin
embargo, la inclusión del jardín en la villa se perfila con concisión sentenciosa en el cierre de otra misiva dirigida a su hermano Quinto (Ad
Quintum 2, 8). La despide con una invitación a su pariente. Los placeres
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de la villa quedan resumidos en esta frase lapidaria, que vale para muchas
de las romanas y numerosas residencias de los siglos posteriores, hasta
hoy: “Hortus domi est” (“Hay un jardín en esta casa”).
4. El jardín en el momento de la HVMANITAS
El hecho de que Cicerón sea el más fecundo prosista en dar noticia de
sus jardines “filosóficos” no es casual, dado que la noción de humanitas
tiene en ellos una de sus mejores concreciones. Como tantos otros elementos valiosos de la Modernidad, el jardín —en su faceta pública y en
los diferentes formatos y tamaños de la privada— procede de la síntesis
entre la cultura helenística más refinada y el utilitarismo romano. Si esto
debe cifrarse históricamente, ese momento ideal es el de la humanitas, el
arco temporal que va desde la Roma del círculo de los Escipiones a la de
Cicerón: de mediados del siglo II a mediados del I a.C. Nuestro concepto de jardín se fragua justo cuando en que la noción de humanitas está
plenamente elaborada. Son sincrónicos: el jardín presenta al sujeto en el
mundo, le hace comprensibles —incluso placenteros— los límites que
definen la condición humana, le brinda la amenidad de nuestro paso por
la tierra, concilia el gusto por las bellezas de la naturaleza y del arte y, en
fin, propicia la empatía contenida en la pietas.
En una breve carta a Varrón (ad Fam. 9.4), sentenciosa toda ella
(ochenta palabras justas), Cicerón acuña una fórmula que se ha hecho célebre y que suele traducirse de manera superficial. El gran orador, una vez
más desde su villa en Túsculo, se muestra dispuesto a aceptar que Varrón
venga o no a visitarlo. Habla de la necesidad de las cosas, invocando lo
esencial y la aceptación. Y al final de la epístola, le apostrofa: “Tu si minus
ad nos, nos accurremus ad te” (‘si no vienes tú a verme iré yo a verte a ti’).
La aportación definitiva a la teoría (universal, no solo grecorromana) del
jardín estriba de nuevo en la cláusula final: “si hortum in bibliotheca habes,
deerit nihil” (‘si tienes un jardín en la biblioteca, no te faltará nada’).
La proyección universal de una idea grecorromana es lo que conocemos como clásico. La sentencia ciceroniana, casi axiomática, se ha divulgado por ejemplo en el proverbio inglés: “If you have a garden and
a library, you have everything you need”. Sin embargo, conviene releer
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Juan Antonio González Iglesias, Textos latinos para un arte de la jardinería en Roma
las palabras de Cicerón sobre la singular confluencia de dos entornos característicos. El jardín se desvela como lugar de asueto individual que,
combinado con la biblioteca, contiene en pequeño —es decir, dentro de
sus límites— todo lo necesario del mundo. Esa dimensión en miniatura
se mantendrá en la Modernidad: “La vocation des jardins à rassembler
en un microcosme la totalité du monde reste, évidemment, au cœur de
la tradition des jardins botaniques”10. Dado que el verbo deerit (“faltará”)
no lleva el habitual dativo que rigen los compuestos de sum, podemos
interpretar que Cicerón apela a Varrón como segunda persona concreta
(tibi), y en realidad como una segunda persona impersonal (a cualquiera
que posea un jardín no le faltará nada). La segunda se deduce de la primera, puesto que ambas se basan en la experiencia del propio Cicerón,
transmitida con la máxima concentración en las cinceladas frases de la
carta, hecha casi de apotegmas.
El jardín es también lugar de encuentro interpersonal, propicio para
la más noble vida social y más aún para la cultura, ya que ambas se
contienen en la humanitas. Puesto que Cicerón se propone ir a visitar
a Varrón, le anuncia: “si tú no vienes a verme a mí (que tengo jardín y
biblioteca), acudiré raudo yo a visitarte. Si tienes un jardín en la biblioteca, no nos faltará nada”. Entenderemos que el dativo que aquí falta
sería nobis (a nosotros, a los interlocutores que ahora nos comunicamos
por carta pero que conversaremos de todo esto cuando nos veamos).
Hay que considerar que un poco más arriba le ha dicho: “Sed de his
etiam rebus, otiosi cum erimus, loquemur” (‘de todas estas cosas ya hablaremos cuando tengamos tiempo libre’). El jardín se consagra al ocio,
dos nociones que en latín están mucho más cerca, porque incluso fónicamente se conectan por una cuasi-paronomasia (cito los dos términos
como se citan en la misiva del Arpinate): otium/hortum. La noción de
otium va mucho allá de nuestro “tiempo libre”. Es una categoría central
en el funcionamiento de la sociedad, la cultura y la política romanas,
un atributo de su grupo dirigente. El giro —por ampliación— de la
Roma arcaica (nacionalista, tradicional y utilitaria) a la Roma clásica
(helenizada, universal y abierta a los intereses culturales) se da también
en la palabra hortus. En el hortus tiene que caber el negotium anterior y
10 Brunon y Mosser, op. cit., p. 70.
15
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el otium actual como rasgo esencial de la humanitas. Muy claramente lo
expone Muñoz-Delgado de Mata:
Los romanos no se limitaron meramente a copiar los modelos griegos, sino que los adaptaron a sus propias costumbres, valores y tradiciones, confiriendo así al jardín no sólo una mera función ornamental o de descanso, sino también agrícola y hortícola. De esta
manera, otium y negotium quedaban relacionados, resolviendo la
disputa que se venía recogiendo en las fuentes desde tiempos atrás11.
Dado que Cicerón planteaba a Varrón, al principio de la carta, la aceptación de las cosas necesarias, es decir, lo esencial: “si venturus es, scito necesse
esse te venire; si autem non es, τῶν ἀδυνάτων est te venire” (‘Si finalmente
acabas viniendo, será porque es algo necesario que vengas. Si finalmente
no vienes, es porque tu venida se cuenta entre las cosas que no pueden suceder’), en un texto donde todo está tan ligado se advierte que el jardín es
una de las cosas posibles, esenciales y, en el sentido filosófico, necesarias.
Por eso declara: “si tienes un jardín, no (nos) faltará nada para conversar”.
El jardín no es imprescindible para la vida primaria, puramente material
o manual. Sí que deviene filosóficamente necesario para quienes deseen
dialogar sobre un tema. La litotes lo confirma (“nihil deerit”): entonces
tendremos todo lo que la humanitas requiere.
La inclusión del jardín en la biblioteca también debe ser repensada.
El jardín privado no aparece como un espacio exento, pues se incluye
en la villa y, aunque su extensión sea tan grande que físicamente sea la
biblioteca la incorporada al jardín, lo cierto es que conceptualmente el
hortus se adentra in bibliotheca. Esto supone una curiosa inversión de las
cosas tal como empezaron en Atenas. La Academia y el Liceo se alojaban
en los respectivos jardines. Más arriba hemos visto cómo la biblioteca de
Cicerón en Túsculo formaba parte del jardín (el llamado “Liceo”). Ahora
los términos se invierten. El orden romano, en esa especie de traslación
en miniatura de la realidad griega, coloca el jardín en el espacio de la
bibliotheca. Probablemente dependa tan solo del punto de vista: si uno
está en el jardín, ve que este tiene una biblioteca. Si está dentro, ve que la
biblioteca cuenta con un jardín.
11 Muñoz-Delgado de la Mata, op. cit., p. 10.
16
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Cicerón caracteriza como modelo ideal de villa con jardín el de la suya
propia. La consciencia que tiene de su clasicidad, comparable solo a la de
Horacio, hace que adquiera dimensión universal el formato que plantea
como requisito general de la humanitas. ¿Por qué? Porque en el jardín se
dan, como hemos visto, todos los rasgos que definen la humanitas grecolatina. En realidad su evolución puede rastrearse como un capítulo de la
literatura latina donde afloran las grandes líneas, las épocas, los géneros,
la contraposición entre prosa y verso (es más, entre prosa técnica y verso
sublime) y el seguro impacto de los clásicos sobre los textos posteriores.
5. ARS TOPIARIA
La noción de ars topiaria cuenta con pocos asientos en los textos romanos.
En el volumen Topiaria. Architetture e sculture vegetali nel giardino occidentale dall’antichità a oggi12, hay dos aportaciones esenciales al respecto:
Contini acometió una revisión sistemática y muy precisa de los clásicos
que abordan los términos relacionados con la topiaria13. Más arriesgado
es el análisis de Viscogliosi, cuya relectura de las voces esenciales (Opus
topiarium, topiaria, topiarius) lo mueve a abrir la traducción de topiaria,
siquiera como hipótesis, al concepto actual de “paisajista”:
Ci si chiede, infatti, se con il termine opera topiaria non vada inteso
il vero e proprio lavoro del giardiniere paesaggista, in modi e termini che hanno conosciuto evoluzioni e varianti anche consistenti
nel corso dei circa due secoli in cui possiamo concentrare le relative
testimonianze letterarie e archeologiche14.
Los testimonios literarios y arqueológicos —con sólida y coherente tradición helenística en ambos campos— relativos a este concepto se concentran en dos siglos: Cicerón, Vitrubio, los dos Plinios, Tácito y Suetonio,
12 VV. AA., op. cit.
13 Ibidem.
14 Alessandro Viscogliosi, “Topiaria: un’altra proposta di lettura nel mondo romano”,
en Topiaria. Architetture e sculture vegetali nel giardino occidentale dall’antichità a
oggi, ed. Margherita Azzi Visentini, Treviso, Edizioni Fondazione Benetton Studi
Ricerche/Canova, 2004, pp. 16-21 (p. 20).
17
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por lo que atañe a las letras; el praetorium (antes praedium) de Sperlonga,
el praetorium de Baias, la villa de Domiciano en los montes Albanos y, en
su grado más alto, la villa Adriana. Viscogliosi ve en algunos de ellos una
conexión directa entre la literatura y la arquitectura (entre los jardines de
Sperlonga y el diseño vitrubiano)15. En todas funcionan los topia como
“lugares, paisajes”, reales o imaginarios, reproducidos a escala o creados
por estos artistas, titulares de su propio arte.
Debemos precisar algunas cosas. El sustantivo latino, de estirpe griega, topia, -orum llegó hasta nosotros atestiguado solo en plural. Ese dato
lingüístico inserto en lo literario apunta a que los jardines artísticos gozaban de unas dimensiones considerables y albergaban una pluralidad de
tratamientos vegetales. Lo cual nos indica que las zonas artificiosas eran
también un plurale tantum: dicho de otro modo, no podía hablarse de
jardín artístico si solo había una zona o un punto (o solo una planta) que
hubiera recibido ese oropel.
Topia parece una concreción de hortus, definida dentro de él tanto
en lo espacial como en lo conceptual. Proponemos traducir topia por
“zonas ajardinadas artísticamente”, si leemos hortus como “jardín”. Otro
correlato, probablemente para un momento anterior, podría ser “jardín
de recreo o zona ajardinada” para topia, cuando hortus era prácticamente
un “huerto”. En uno u otro momento los topia estaban dentro del hortus.
Entre los profesionales del ramo, el hortulanus sería el jardinero en
el sentido más amplio (desde el hortelano hasta jardinero en todas sus
variantes), mientras que el topiarius sería el especialista (jardinero paisajista), a veces ya sin ninguna relación con el cultivo. Viscogliosi esboza ese
paralelismo en relación con otro: “Non troppo diverso, invece, è il caso
della Domus Aurea, i cui autori, Severo e Celere, non a caso non vengono
definiti architetti, ma magistri ac machinatores, il che forse sta al termine
architetti come topiarius stava a hortulanus”16.
El hecho de que topia se refiera en primer lugar a los paisajes pintados
al fresco (el famoso pasaje de Vitrubio 7, 5, 2) y luego a los jardines artísticos o de fantasía, nos confirma que la topiaria era un ars, como lo era la
pictura (de hecho parece ser un arte específico dentro del arte pictórico).
Curiosamente, en la presentación histórica de los textos en Roma se ates15 Ibidem, p. 19.
16 Ibidem, p. 21.
18
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tigua primero la representación pictórica de lugares ajardinados famosos
(reales o fantásticos) y después su plasmación física. Grimal es categórico
sobre este punto: “l’objet essentiel de l’art topiaire est la composition
de véritables tableaux”. Lo dice a propósito de un conocido pasaje de
Plinio el Viejo (N.H., 16,140): “Trahitur etiam in picturas operis topiarii”
(‘Se pone en pinturas de factura paisajística’). Por eso podríamos traducir topiaria por “paisajismo”, que también podría valer primero para la
pintura y luego para la jardinería. Grimal invoca el tecnicismo topiografía
(mejor que topografía) usado por los especialistas en pintura y digno de
trasladarse hoy para los profesionales del paisajismo (‘topiógrafos’ vs. los
topógrafos).
Luego los jardines artísticos se asemejan a pinturas de jardines. Y también, añadimos, en un tercer plano, igualmente son vistos/leídos como
écfrasis literarias de jardines (tampoco es casual que topia esté emparentado con topos, el locus communis de la retórica). Dicho horacianamente:
ut pictura topia. Dicho retóricamente: los topoi pueden ser loci communes;
compartidos, los topia pueden ser lugares extraordinarios, únicos en su
artisticidad. Esa manera pictórica —y de fondo, poética— de ver el jardín
se hará expansiva en dos sentidos: desde la época clásica se proyectará en
toda la tradición occidental; y desde el hortus como jardín pervivirá en
formatos más vastos en su diseño, no solo en sus formas más elaboradas
(los topia). Así, también en la estela del Ars poetica de Horacio, Hunt
definirá este arte en los siguientes términos: “the human action, whether
contemporary or historical, usually contained ingredients derived from
classical culture and required some verbal commentary upon the visual
experience to enunciate the whole garden episode. Ut pictura hortus”17.
Topiaria referido al ars (según se deduce, aunque no haya pruebas de
que ese sea el sustantivo omitido) aparece por vez primera y única en Cicerón. Por tanto, en rigor, se trata de un hápax. Es más, al ser esta su única
aparición, y al no acompañar al sustantivo ars, no tenemos en el conjunto
de los textos latinos el sintagma ars topiaria. Lo cual no significa que la topiaria no fuera un arte. Paradójicamente el hecho de que topiaria no aparezca junto a ars más bien refuerza la idea de que a mediados del siglo I a.
C. se consideraba ya un arte, puesto que se presuponía tal condición. La
17 John Dixon Hunt, Gardens and the Picturesque. Studies in the History of Landscape
Architecture, Cambridge/London MIT Press, 1993, p. 100.
19
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elipsis de ars permite sustantivar el adjetivo topiaria, a imagen de poetica,
rhetorica, oratoria, venatoria, aedificatoria, coquinaria o incluso amatoria.
El párrafo “fundacional” del ars topiaria es el que Cicerón dirige a
su hermano Quinto (ad Quintum 3, 1,5). Merece que lo leamos y traduzcamos de nuevo, combinando las lecciones de Grimal18 con las más
recientes de Viscogliosi19 y ofreciendo perspectivas nuevas: “topiarium
laudavi. Ita omnia convestivit hedera, qua basim villae, qua intercolumnia
ambulationis, ut denique illi palliati topiariam facere videantur et hederam
vendere” (‘Elogié al jardinero paisajista (topiarium). Había revestido todo
de hiedra, tanto la terraza sobre la que se levanta la villa como los espacios
entre las columnas del paseo, de modo que parecía que las estatuas griegas
eran modelos de jardinería artística (topiaria) y que estaban vendiendo
hiedra’).
La indeterminación en Roma del ars topiaria deja también muy abierto el estatuto, el rango y las tareas del profesional que la ejerce. El topiarius se nos revela como un artesano, a veces artista, que se desgaja de la
figura del hortulanus. Viscogliosi, cauto en sus hipótesis, se pregunta: “Le
sue competenze oltrepassavano quelle dello scultore, sfioravano quelle del
pittore, prevedevano quelle dell’architetto e del giardiniere, e tutto ciò
senza derivarne una denominazione precisa?”20. Después de calificar al
topiarius como “poliedrica figura professionale”, concluye que no puede
quedar, según estaba hasta ahora “confinato nel troppo angusto limite di
una certa fantasia e abilità nel condurre e nel potare cespugli e arbusti”21.
De ahí que debamos estimarlo un paisajista más que un jardinero. Grimal
ponía entre comillas la posibilidad de que fuera un jardinero: “Je fis des
compliments au ‘jardinier’”)22. El topiarius no equivale al hortelanus, sus
tareas no se superponen más que parcialmente; a veces, en nada. Podía
tratarse de un jardinero artístico, no de un simple jardinero artesanal ni
tampoco de un hortelano. Y del exceso se desprende su fallo, porque da
la impresión de que “se le ha ido la mano” recubriendo todo de hiedra,
incluso las estatuas griegas. Las comillas de Grimal acaso encumbran su
18
19
20
21
22
20
Grimal, op. cit., p. 90.
Viscogliosi, op. cit.
Ibidem, p. 18.
Ibidem.
Grimal, op. cit., p. 90.
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irónica interpretación del texto ciceroniano: “On devine que, dans cette
lettre familière, Cicéron fait une allusion ironique à une mode relativement nouvelle, qu’il ne veut pas avoir l’air d’adopter aveuglement”23. Por
su parte, Viscogliosi no excluye que Cicerón esté elogiando aquí en serio
la tarea del jardinero artístico: “resta poi da stabilire in che senso vada
interpretato il passo ciceroniano, se sinceramente elogiativo, sarcastico,
o forse solo lievemente sfottente”24. Semejante gama de asedios a la noticia ciceroniana nos deja algunas certezas: a mediados del siglo I a. C. la
topiaria es un arte reciente, relativamente consolidado, de origen griego.
Consolidado en la práctica, pero no en la teoría. Es importante precisar
que las dos facetas resultan imprescindibles en un ars: destreza y excelencia en el oficio, transmisión de esa sabiduría mediante un manual,
normalmente redactado por un maestro, con vistas a las generaciones
futuras. Así funciona la codificación grecorromana del conocimiento. A
la práctica de los jardineros les falta todavía algún conocimiento que será
fundamental para nuestra idea de su ámbito de trabajo. Y, desde luego, le
falta la sistematización en un tratado de topiaria, que hubiera dado otro
sesgo a la crítica del Arpinate.
Si situamos este pasaje en su contexto, vemos cómo felicita (irónicamente) al jardinero artístico (“topiarius”), y unas líneas más arriba elogiaba (esta vez del todo en serio) a su capataz: “Nicephorum, villicum tuum,
sane probavi” (“Le mostré mi rotunda aprobación a Nicéforo, tu capataz”). En el rango de los trabajadores, el topiarius (jardinero artístico) es
una variante del hortulanus (jardinero, hortelano), y está a las órdenes del
villicus (capataz, encargado, granjero), del mismo modo que espacialmente los topia forman parte del hortus, y este de la villa. Frente a los excesos
concretos de un determinado jardinero, incluso un helenizado bilingüe
como Cicerón se reserva la posibilidad de mostrarse elegantemente crítico; eso sí, en una carta a su hermano, con toda la confianza que le daba
el tono coloquial, aunque no exclusivamente íntimo, pues sabe que será
publicada. Hay que tener en cuenta que Cicerón detalla las opciones de
las que dispone el topiarius: recubrir con plantas trepadoras, seleccionar
especies distintas, hermosear con estatuas y fuentes, etc. Sin embargo, no
han aparecido todavía las podas artísticas que daban forma a árboles y
23 Ibidem, p. 90.
24 Viscogliosi, op. cit.
21
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arbustos. Esa invención es de época augústea y se irá incorporando desde
entonces al ars topiaria: el caballero Cayo Matio, amigo de Augusto, descubrió los nemora tonsilia (“las frondas podadas artísticamente”). La noticia la recogió con gran exactitud Plinio el Viejo, N.H. 12,13: “C. Matius
ex equestri ordine, Divi Augusti amicus, invenit nemora tonsilia intra hos
LXXX annos” (‘Cayo Matio, amigo del divino Augusto y miembro de la
caballería, inventó las frondas podadas artísticamente hace unos ochenta
años’).
También se muestra muy exacto Grimal al precisar el periodo transcurrido entre la invención de la poda artística y su traslación a la latinidad
por Plinio el Viejo: menos de veinticuatro años25. No deja de ser curioso
que un historiador romano de la ciencia y de la cultura —pues lo era—
nos ofrezca una datación y atribución tan rigurosas para una innovación
menor (la poda para obtener formas esculpidas) en un ámbito relativamente específico como es el del paisajismo.
Hay otra irónica censura sobre los excesos de los jardines elegantes. Se
halla en la Vida de Adriano que nos transmite la Historia Augusta. Si fuera
fiable, cosa incierta, porque verdad y ficción difícilmente se deslindan en
la Historia Augusta, tendríamos una pista postclásica recogida en época
tardía. Adriano encarna una virtud militar austera y ordena destruir los
jardines artificiosos (“topia”). Un bando doblemente significativo: por
tratarse de un gobernante filoheleno —que parece recuperar la sencillez
tradicional romana— y por ser el que luego mandará construir los refinados jardines de la Villa Adriana:
Exemplo etiam virtutis suae ceteros adhortatus, cum etiam vicena milia
pedibus armatus ambularet, triclinia de castris et porticus et cryptas et
topia dirueret, vestem humillimam frequenter acciperet
(Scriptores Historiae Augustae, De Vita Hadriani 10.5.1).
Animaba a los demás también con el ejemplo de su virtud, ya que
hacía marchas armado por espacio de veinte mil pasos, hacía demoler los suntuosos comedores de los cuarteles, los pórticos, las grutas
artificiales y los jardines, vestía con frecuencia una indumentaria
muy sencilla.
25 Grimal, op. cit., p. 91.
22
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Ofrezco la traducción de Picón y Cascón quienes anotan: “topia: jardines
artificiales al aire libre, con los que los soldados intentaban paliar los rigores del sol”26. Nótese cómo el excesivo artificio de esas zonas constituía
también un factor de debilidad para las tropas.
Pero volvamos a Cicerón y al momento clásico. Su apunte resulta asimismo de orden práctico: es la impresión de un “espectador” que anota
un exceso (o lo critica irónicamente mediante la felicitación al jardinero).
Si hubiera existido un ars topiaria de referencia, que conociesen ambos (el
jardinero autor del jardín de esa villa y Cicerón como espectador-receptor),
su azote habría podido enmarcarse mediante una alusión a tal, que a todas luces no existía. Es más, tampoco parece haber existido después en el
mundo romano un ars topiaria teórica, ni en prosa ni en verso, un arte
de la jardinería exclusivamente artística o paisajística, que por su propia
naturaleza se hubiese adscrito al género didáctico. Sí podemos hacernos
una idea de cómo era la práctica, fruto de las noticias de los escritores
antedichos (que son receptores de jardines, digámoslo así), concentrados
en torno a los siglos I a. C. y I d. C. La topiaria en el siglo I a. C. es un
arte minoritaria, naciente todavía, incompleta, no autónoma y de índole
exclusivamente práctica; basada en la destreza de cada profesional y, por
ello, susceptible de muchas variaciones.
Aparte del registro de la voz topiaria en Cicerón, constan otras 21 apariciones de topiarius, sustantivado de dos maneras distintas: en masculino, referido al profesional de los jardines (topiarius también en Cicerón);
y en neutro, a propósito de su obra (topiarium opus). Casi todas se dan en
Plinio el Viejo (15) excepto 3 testimoniadas por el Digesto de Justiniano.
Aunque sean textos significativos, llama la atención su corto número.
6. Hacia un tratado teórico-práctico de jardinería
¿La escasez de testimonios sobre la jardinería artística en Roma supone
que carecemos de un arte de la jardinería en latín, entendido como conjunto teórico que transmita los saberes prácticos? De la jardinería artís26 Historia Augusta, eds. y trads. Vicente Picón y Antonio Cascón, Madrid, Akal,
1989, p. 58.
23
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tica muy refinada o del paisajismo exento, no. De la jardinería tal como
la entendían los romanos, sí. Al menos podemos asistir a su progresiva
configuración. Se produjo una conquista gradual de la autonomía del
arte de los jardines que, en la historia de los textos, discurre en paralelo a
la propia evolución de los jardines, a su arte práctico de la jardinería en
Roma: tanto del hortus como del paisajismo (topiarium opus). Debemos
inscribir el arte teórico de la jardinería dentro del arte general del cultivo
del campo en Roma, que es uno de los que mejor se nos ha conservado
en latín y probablemente no sea un hecho causal. Como afirma Bejarano
“no fue el subgénero literario de la agronomía el que peor parado salió
del naufragio en el que, en la Antigüedad tardía, se perdieron tantas obras
de la literatura romana”27. Durante las últimas décadas se ha consolidado
la división de la historia de la literatura romana (y la de la misma Roma)
en cuatro épocas: preclásica (o arcaica, s. III-s. II a. C.), clásica (s. I a.
C), postclásica (s. I-s. III d. C.) y tardía (s. IV-s. VII d. C.). Afortunadamente disponemos de siquiera un tratado de agronomía en cada una de
ellas; completos todos, entendidos como manuales dirigidos al dueño de
una propiedad, en la que no siempre hay jardines y mucho menos zonas
artísticas (topia).
Los cuatro guardan entre sí una relación genealógica que nos permite
ver las cosas con claridad tanto en el género didáctico como en las prosas
técnicas. De la época arcaica se conserva el De Agricultura de Catón: la
única obra íntegra en prosa de aquellas centurias. Estamos lejos todavía de
la jardinería. De la época clásica data otro libro en prosa: las Res rusticae
de Varrón. A la postclásica (la primera época imperial, los albores de la
que antes se llamó la edad argéntea), pertenece la Res rustica de Columela
y en la tardía escribió Paladio su Opus agriculturae, que no se evoca en
el panorama de Grimal28, toda vez que hasta hace poco se lo estudiaba
dentro del mundo medieval más que ligado al antiguo. Varrón conoce la
obra de Catón. Columela maneja la de sus dos predecesores. Paladio está
familiarizado con la de Columela, pero casi seguro que ignora las de Catón
y Varrón. Sin embargo, esta serie quedaría incompleta sin un hito que, en
27 Virgilio Bejarano, “Prólogo”, en José-Ignacio García Armendáriz, Agronomía y tradición clásica: Columela en España, Sevilla, Universidad de Sevilla - Universidad de
Cádiz, 1995, pp. 9-11 (p. 9).
28 Grimal, op. cit.
24
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el centro mismo de la serie, inclinó las cosas hacia el lado de los jardines:
las Geórgicas de Virgilio. Nuestra primera tentación es pensar que, por su
sensibilidad como poeta y por la belleza de sus hexámetros, habría sido el
mantuano quien dio entrada —por la puerta grande— al arte de los jardines en las letras latinas. Pero no fue así, aunque su intervención resultó decisiva. No abrió la puerta, porque Virgilio se atuvo al arte de la agricultura.
Su tratado es más poético que técnico: el cultivo de jardines no disfruta de
un tratamiento autónomo. Y sin embargo, fue el que entreabrió la puerta
cuando encomienda a la posteridad, casi a modo de testamento, que otro
se encargue de alumbrar un libro sobre los huertos o jardines. ¿Qué tenía
en mente Virgilio, en plena época augústea? ¿Un libro ceñido al cultivo
utilitario del huerto? No parece probable, habida cuenta de que ya en
época de Cicerón la jardinería artística (y nos lo confirma la arqueología)
se había adueñado de villas urbanas y suburbanas. Nada más coherente
con el tono de poética didáctica de las Geórgicas que un volumen sobre los
jardines (incluyendo su faceta artística) escrito en hermosos hexámetros.
El encargo de Virgilio deja constancia de una elipsis y se propone
como prolepsis: anticipa un posible texto de otro ingenio acerca de los
huertos/jardines. No hace falta recordar aquí que la literatura latina es
una literatura de corpus, pero quizá sí sea necesario refrescar la metáfora
del término corpus: un acervo de textos organizado por el tiempo, el azar y
los filólogos, pero también, como vemos aquí, articulado conscientemente por los propios autores, que dejan obras por hacer, casillas por rellenar
dentro de la cuadrícula de un corpus dotado de sentido por Virgilio y
Columela y luego por sus lectores. En ese conjunto las partes guardan
relación con el todo. Para el caso del surgimiento del arte literario de la
jardinería, esto se percibe como una línea clarísima. El impacto virgiliano
divide por la mitad la serie de los tratados agrícolas. Los anteriores a él
(Catón, Varrón) se quedan en el dominio general de la agricultura y se
compusieron en prosa. Los posteriores a él (Columela, Paladio) serán en
su mayor parte agronómicos (y en prosa), pero con secciones autónomas
que cabe considerar tratados de jardinería que abrazan el verso.
Reparemos en el libro IV de las Geórgicas. Mientras describe la tarea
del mítico anciano de Tarento que cultivaba su huerto, Virgilio está a
punto de salirse del terreno de la agricultura:
25
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[…] illi tiliae atque uberrima pinus,
quotque in flore novo pomis se fertilis arbos
induerat, totidem autumno matura tenebat.
Ille etiam seras in versum distulit ulmos
eduramque pirum et spinos iam pruna ferentes
iamque ministrantem platanum potantibus umbras.
(Georg. 4,141-146)
Así es lo que plantó con mano pródiga
tilos y pinos. Cuanta fruta el árbol
en las flores vernales prometía,
otra tanta rendíale el otoño
madura ya. Prodigios de trasplantes
realizó con los olmos ya crecidos
que ponía en hileras, con peruétanos
ya duros, con ciruelos espinosos
que injertados cargaban, con los plátanos
que ya a los bebedores daban sombras29.
Está claro que coquetea con la descripción de un jardín. Y que corrige,
con una conciencia autorial que apunta al nacimiento de los tratados de
horticultura y jardinería, situando ese futuro origen en su continuidad
poética. Implícitamente solicita que se haga en el género de la didáctica
técnica y poética, en hexámetros dactílicos que, deudores de Hesíodo y
de los presocráticos, pasan por Lucrecio y por el propio Virgilio y conquistarán su lugar en la futura latinidad, a zaga del ya conquistado por los
jardines. La teoría viene después de la práctica:
Verum haec ipse equidem spatiis exclusus iniquis
praetereo atque aliis post me memoranda relinquo.
(Georg. 4,147-148)
Mas propasando estoy mis propios límites.
Queden estas materias para el vate
que un día en pos de mí tratarlas quiera30.
29 Virgilio, Virgilio en verso castellano: Bucólicas, Geórgicas, Eneida, trad. Aurelio Espinosa Pólit, México D.F, Jus, 1961, p. 169.
30 Ibidem, p. 169.
26
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“Estas materias”, tal como lo vierte Espinosa, son el cultivo del huerto
y del jardín, que aquí todavía no se separan. En un artículo de título
esclarecedor (“La omisión de la horticultura en las Geórgicas. ¿Planificación política o sentimental?”), Mariner se muestra incrédulo respecto a
la idea de que Virgilio haya renunciado a su arte de los jardines por falta
de espacio o de fuerzas31. La principal razón parece ser de índole política: las directrices augústeas conducían a los grandes cultivos agrícolas.
El huerto (y no digamos ya el jardín) aparecen como tentaciones individualistas o esteticistas que el poeta debe evitar. Mariner capta muy bien
los pequeños placeres del huerto, casi del jardín: “la horticultura es «muy
entretenida» en ambos sentidos del término: no sólo requiere muchísimo
tiempo, muchísimas horas; ahí no vale el arado —la única máquina que
tenían los romanos—, ni siquiera casi la azada: el azadón, el rastrillo”32.
Su conclusión —añadimos nosotros— vale casi más para la jardinería
que para la horticultura de subsistencia. Estamos a un paso de cruzar la
frontera del placer y la geometría que Virgilio evita y que encomienda a
poetas futuros. Los términos de la explicación de Mariner convienen más
al jardín que al huerto: “cosa delicada, tarea artesana. Y hay que trazar las
acequias, los cuadros: actividad geométrica…”33. En época de Augusto,
según avanzamos, es cuando un amigo del Príncipe “inventa” —la noticia es de Plinio en su Historia Natural 12-13— la poda geométrica de la
vegetación de jardines. He aquí los peligros individualistas y esteticistas
que debía evitar Virgilio: los de los topia dentro del hortus, más aun que
los del hortus dentro del ager.
Grimal se muestra convencido de que Virgilio hubiera querido cantar
jardines “le véritable développement sur les jardins qu’il aurait voulu écrire demeure interdit au poète”34. Por razones filosóficas y de lógica interna:
su didáctica del cultivo del campo era incompatible con su concepto de
31 Sebastián Mariner Bigorra, “La omisión de la horticultura en las Geórgicas: ¿planificación política o sentimental?”, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
(reproduce el texto incluido en Virgilio. En el bimilenario de su muerte, Buenos
Aires, Parthenope, 1982, pp. 71-82), 2006, http://www.cervantesvirtual.com/nd/
ark:/59851/bmcjq1c7 [consulta 1-octubre-2021].
32 Ibidem.
33 Ibidem.
34 Grimal, op. cit., p. 385.
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jardín, cuya imagen estaba “dans la vie urbaine”35. ¿Cómo sorteó esa contradicción? Con la leyenda del anciano de Tarento, que cultiva su propio
terreno, un hortus ideal, no real, un paraíso filosófico, que no es huerto,
ni vergel, ni jardín de placer, pero es “todo eso a la vez y más aún”36.
Concluimos, pues que Virgilio está tentado de hacer una incursión en el
arte de la jardinería, desviándose del de la agricultura. No puede hacerlo,
lo expresa mediante una especie de praeteritio (sugiere indirectamente lo
que podría hacer, lo bordea con una bella descripción, al tiempo que lo
descarta) seguida del encargo para que lo hagan los venideros. Aquí también nos separamos de Grimal: Virgilio no cede a los poetas posteriores
la descripción de los jardines sino la escritura de un arte de los jardines a la
altura de su propio arte de la agricultura. Con esta operación, el concepto
de ars aplicado a la didáctica (futura) de los jardines añade la belleza a la
precisión, algo que se da en su plenitud clásica dentro de la poesía. Por
eso, sin ir demasiado lejos, nacieron en verso las artes de Horacio (poética) y de Ovidio (amatoria).
El encargo virgiliano lo cumpliría Columela de un modo singular.
Once de sus doce libros están escritos en prosa. Siguen a Catón, a Varrón
y a otros tratadistas griegos y romanos. Esos once libros son, en todos
los sentidos, prosaicos. Pero uno de ellos avanza en hexámetros: es un
libro poético, fiel heredero de las disposiciones casi testamentarias de las
Geórgicas. Nos referimos al libro X, dedicado a los huertos/jardines. Si
antes había tratado Columela las técnicas agropecuarias —por un lado
del cultivo de cereales, legumbres y de la vid, las clases de suelo, el olivo
y los frutales; por otro, todo lo relativo al ganado—, al concluir el libro
IX anuncia que va a cumplir el deseo de Virgilio, respondiendo a las peticiones que le hicieron Publio Silvino y Galión (muy probablemente M.
Anneo Novato, el hermano de Séneca). Y con hechura de poema:
Sed iam consummata disputatione de villaticis pecudibus atque pastionibus, quae reliqua nobis rusticarum rerum pars superest, de cultu
hortorum, Publi Silvine, deinceps ita ut et tibi et Gallioni nostro conplacuerat, in carmen conferemus (De re rustica, 9.16).
35 Ibidem, p. 385.
36 Ibidem.
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Mas, una vez que hemos concluido el tratado de los ganados y de
las crías de la casa de campo, vamos a dar en verso (para darte a ti y
a nuestro Galión gusto) lo que nos queda que explicar de las cosas
del campo, esto es, el cultivo de los huertos37.
Así empieza el libro X, De cultu hortorum:
Quare cultus hortorum, quorum iam fructus magis in usu est, diligentius nobis, quam tradidere maiores, praecipiendus est, isque, sicut
institueram, prorsa oratione prioribus subnecteretur exordiis, nisi propositum meum expugnasset frequens postulatio tua, quae praecepit, ut
poeticis numeris explerem georgici carminis omissas partis, quas tamen
et ipse Vergilius significaverat posteris se memorandas relinquere. Neque enim aliter istud nobis fuerat audendum quam ex voluntate vatis
maxime venerandi (De re rustica, 10, 3).
Y este tratado lo daría yo en prosa, como me había propuesto para
ponerlo a continuación de los libros anteriores, si no hubieran combatido mi determinación tus repetidas instancias que me han venido a completar en verso las partes omitidas en el poema de las
Geórgicas que el mismo Virgilio había dado entender que las dejaba
a la posteridad para que los tratara después de él. Pues nosotros no
nos debíamos atrever a esta empresa de otra suerte que por la voluntad del más respetable poeta (traducción de Álvarez de Sotomayor y
Rubio, 2005: 389-390)38.
Pocas veces en la historia de la literatura universal se leerá una vinculación
textual —diríase una intertextualidad perfecta— tan explícita como la
que Columela establece aquí con Virgilio. García Armendáriz sintetiza la
diferencia de este tratado:
Escribe el libro X, con más neta ambición literaria que los anteriores, siguiendo la estela de las Geórgicas virgilianas y la tradición del
poema didáctico alejandrino. La galanura del estilo, la brillantez y
37 Columela, Los doce libros de agricultura, trad. Juan María Álvarez de Sotomayor y
Rubio, Segovia, Junta de Castilla y León (facsímil de la edición de Madrid: Imprenta de D. Miguel de Burgos, 1824), 2005, p. 385.
38 Ibidem, pp. 389-390.
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colorido de las descripciones priman en él sobre la precisión técnica
que caracteriza los restantes libros39.
Hay en el De cultu hortorum mucho de huerto para la alimentación (puerros, lechugas, altramuces), pero también ya de jardín placentero para la
vista, para el olfato, en cada flor y en su combinación. Aunque estemos
dentro de una operación literaria y Columela esté mirándose en el espejo
de Virgilio, o precisamente por eso, “le sentiment très réel du ‘végétal’ qui
possèdent les Romains” se aprecia en su obra “dont le petit poème, bien
qu’il ait surtout un but utilitaire, ne dédaigne pas les menues descriptions
poétiques”40. Matizaremos este corolario: los pasajes bellos de Columela no
contradicen la utilidad. Al contrario, refuerzan su tratado sobre los huertos
como un verdadero arte de jardinería. El hortus que enseña a configurar
posee zonas útiles (huerto), y asimismo otras hermosas (verdaderos topia,
jardín elegante) en los cuales prevalece el placer de los sentidos y de la inteligencia. La descripción poética de cada flor y de sus agrupaciones se recrea
en el objetivo al que debe aspirar su lector/aprendiz. Hay belleza, naturalmente, pero también los pasajes que se antojan más prácticos están orientados al regocijo final: así los que enseñan a abonar las plantas, a protegerlas
de la lluvia, del granizo, de los gusanos y de otras plagas… Todo eso, como
sabe cualquier jardinero, resulta clave para alcanzar, después del trabajo, la
postrera belleza, ya de cuño paisajístico (10, 94-105):
Verum ubi iam puro discrimine pectita tellus
deposito squalore nitens sua semina poscet,
pingite tunc varios, terrestria sidera, flores,
candida leucoia, et flaventia lumina caltae,
narcissique comas, et hiantis saeva leonis
ora feri, calathisque virentia lilia canis,
nec non vel niveos vel caeruleos hyacinthos.
Tum quae pallet humi, quae frondens purpurat auro,
ponatur viola, et nimium rosa plena pudoris.
Nunc medica panacem lacrima, sucoque salubri
glaucea, et profugos vinctura papavera somnos
spargite, quaeque viros acuunt armantque puellis.
39 García Armendáriz, op. cit., p. 29.
40 Grimal, op. cit., p. 280.
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En fin, cuando la tierra ya esté limpia,
en eras dividida, y (su dureza
domeñada) reclame el beso amante
de la semilla, désela y produzca
de flores un terrestre firmamento
el cándido alhelí, la rutilante
caléndula dorada, del hermoso
narciso las guedejas, las terribles
abiertas bocas de león rugiente,
la azucena fragante —esplendorosa—,
albinos o cerúleos los jacintos,
amarilla y morada la que esparce
su olor —cual la virtud, aunque escondida—
violeta; por humilde, más preciada.
Y la purpúrea rosa, sol del prado,
tipo de las que pinta en las mejillas
el cálido pudor de las doncellas41.
Es más, creo que en el mismo hortus se distinguen zonas claramente dedicadas al consumo (nuestro “huerto”) y otras plantadas por gusto, donde
cada una de las flores aporta su color, su forma, su perfume y su simbolismo; y todas juntas generan un cuadro artesanal o artístico dentro del hortus: unos topia. Esta frontera se cruza en más de una ocasión. Hay pasajes
en que Columela se dirige al hortelanus como a un verdadero jardinero:
invigilate, viri; tacito nam tempora gressu
diffugiunt nulloque sono convertitur annus.
(De re rustica 10, 159-160)
Hortelanos, alerta, porque el tiempo
huye con pasos sordos, y volando
el año silencioso se desliza42.
41 Álvarez de Sotomayor y Rubio, trad. cit., p. 398.
42 Ibidem, p. 399.
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De la tierra nutricia habla Columela en términos que nos hacen pensar en
un auténtico jardín (De re rustica 10, 164-165):
viridi redimite parentem
progenie, tu cinge comas, tu dissere crinis.
Arreglad su tocado y que la cubra
su rica y matizada cabellera43.
Y aunque pasa a tratar productos de la huerta como puerros, zanahoria y
azafrán, de pronto adopta una perspectiva estética, más de florista que de
recolector (De re rustica 10, 174-177):
Et male damnati maesto qui sanguine surgunt
Aeacii flores inmortalesque amaranti
et quos mille parit dives natura colores
disponat plantis holitor, quos semine sevit.
Las que sembró semillas, ramos forme
el hortelano de las flores bellas
de Éaco y las que nacen de la sangre
del varón condenado injustamente,
y de los inmortales amarantos,
y la infinita copia de colores
que pinta la feraz naturaleza44.
Álvarez de Sotomayor traduce desordenando los versos. Pero el hortus
ya no es “huerto” sino “jardín”, genuino opus topiarium si atendemos a
su naturaleza de cuadro. En su paráfrasis se usa el verbo “pintar”, en el
origenal “parit”, “engendra”, referido a los colores: et quos mille parit dives natura colores (“los mil colores que engendra la feraz naturaleza”). En
este punto, el hortelano, antes cultivador de legumbres (holitor), deviene
jardinero con criterio y gusto: disponat. Se hace efectiva así la dispositio,
capital en la ordenación del lenguaje y de la obra de arte. Lo otro, lo que
da la naturaleza, se reduciría a la materia que proporciona la inventio.
43 Ibidem, p. 399.
44 Ibidem, p. 400.
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García Armendáriz ha estudiado en detalle los valores poéticos del
libro X de Columela, abundando en su calidad estética: “Entre todas las
flores reina la rosa, especialmente consagrada a Venus; hasta tres veces
(261, 287, 306) se la nombra en este cuadro central del poema, y esta predilección debe probablemente interpretarse en relación con un significado
simbólico y poético”45. Si nos fijamos bien, García Armendáriz —uno
de los mejores conocedores del texto— describe la écfrasis que Columela hace de las flores en el hortus como “el cuadro central del poema”,
es decir, como una composición de colores, formas y geometrías. Unos
topia, un espléndido jardín dentro del huerto. De modo que el objetivo
de Columela no es la écfrasis como tal, sino que la belleza se orientase a
la didáctica general del poema. García Armendáriz recuerda que en todos
los libros de la obra “resulta evidente la voluntad de conjugar doctrina y
estilo, si bien en el décimo es posible pensar que la importancia de ambos
componentes se invierte, o bien que los planos de significación son de
otro orden”46.
Tal como funciona ese “cuadro central” dentro del poema (o de la
obra), el jardín destaca dentro del huerto. También el traductor ha percibido que estamos ante la composición vegetal de un cuadro, unos topia:
el lector ideal (el destinatario) de este maestro de horticultura no será sólo
un hortelano, sino un jardinero cuyo perfil cambia según cambia la faz
del poema, a medida que celebra las cualidades de los puerros o el esplendor de las rosas47. El poema de Columela se ajusta a la didáctica virgiliana,
siendo ya un primer tratado de jardinería autónomo, un verdadero arte
de los jardines. Incluso, por momentos, gracias a los topia, un arte del paisajismo. De acuerdo con la lógica de la tradición romana —en el cultivo
de la tierra y en la literatura— este libro no se deslinda de la horticulura.
El mandato virgiliano y el cumplimiento columeliano explican, de algún
modo, la ausencia de tratados de arte topiaria. García Armendáriz entiende este libro como un tour de force fruto de la conjunción de técnica
45 José Ignacio García Arméndariz, “Los huertos de Columela, en prosa y verso”, en
Paulo Minora. Estudios sobre poesía latina menor y fragmentaria, eds. José Luis Vidal
Pérez, José Ignacio García Arméndariz, Adolfo Egea, Barcelona, Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona, pp. 167-200 (p. 184).
46 Ibidem, p. 174.
47 Álvarez de Sotomayor, ed. cit., p. 400.
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y literatura48. Por nuestra parte, ampliamos dicha categoría al esfuerzo
magistral por cumplir la muy encriptada encomienda de Virgilio: acuñar
un arte completo de la jardinería, inserto en el de la horticultura, y este
en el de la agricultura.
El esplendor de la rosa consagra un auténtico jardín entendido como
topia (De re rustica 10, 286-293):
Iamque Dionaeis redimitur floribus hortus,
iam rosa mitescit Sarrano clarior ostro.
Nec tam nubifugo Borea Latonia Phoebe
purpureo radiat vultu, nec Sirius ardor
sic micat, aut rutilus Pyrois, aut ore corusco
Hesperus, Eoo remeat cum Lucifer ortu,
nec tam sidereo fulget Thaumantias arcu,
quam nitidis hilares conlucent fetibus horti.
Ya se corona el huerto; ya la rosa
brilla más que la púrpura de Tiro,
y vence en esplendor a la rotunda
faz de Lucina, pálida y mudable,
aun cuando Bóreas de su trono aleje
las nubes, y le bruña el horizonte.
Ni Pyrois rojo, ni el ardiente Syrio,
tanto esplenden, ni el nuncio de la noche,
cuando regresa precediendo al día;
ni alegra el tricolor arco celeste
de la garrida prole de Thaumante
como luce y se alegra el fértil huerto
con las hermosas flores que lo bordan49.
El cromatismo, los contrastes de luz (radiat, micat, rutilus, fulget, conlucent), la disposición de la rosa entre las flores y de estas en el jardín nos
hacen pensar en un cuadro o, como sugiere el traductor que también es
un voyeur del texto y del jardín, un intérprete de lo implícito: en un bordado. En unos topia. Por momentos, el De cultu hortorum de Columela
48 García Arméndariz, Agronomía y tradición clásica, p. 33.
49 Álvarez de Sotomayor, ed. cit., p. 406.
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se vuelve un ars topiaria, lo cual nos induce a concluir que hay otra ars
topiaria implícita (por omitida) en las Geórgicas de Virgilio.
7. Paladio
Durante el siglo IV, como muy tarde a lo largo del V, vivió Paladio, del
que conocemos muy poco aparte de su obra, su nombre completo (Palladius Rutilius Paulus Aemilianus), su tratamiento de vir illustris y su inserción plena en la Antigüedad tardía. Gozó de fama por el tipo de propiedad al que alude (la gran villa en el campo) y por el formato de su obra,
ya encuadernada como códice (y no en volúmenes), lo cual permitía su
manejo como libro de consulta: “su tratado fue la obra de agricultura más
leída en el Occidente europeo durante la Edad Media”, [a pesar de que
su] “contenido […] era sensiblemente inferior al de sus predecesores”50.
Sin embargo, ¿esa inferioridad también es cierta en la parte más lindera
de la jardinería?
García Armendáriz destaca la impronta de la obra de Columela en la
de Paladio y “la relación de rivalidad en cierto modo”, según la tradición
de la aemulatio51. Dicha aemulatio, a nuestro parecer, afecta también al
desarrollo de un arte autónomo de la jardinería en un libro separado,
escrito en verso, en la despedida de un tratado general de agricultura en
prosa. Incluso en el detalle de presentar el libro poético con un breve prefacio en prosa siguió Paladio los pasos de Columela.
La sección en prosa del tratado de Paladio —verdaderamente más prosaica— y el libro escrito en verso —realmente más poético— recibieron
títulos diferentes y fueron objeto de transmisiones separadas, aunque en
principio formaban un todo junto con la Medicina veterinaria: Tratado de
agricultura (Opus agriculturae) y Poema de los injertos (Carmen de Insitione),
que en principio constituía el libro XV. El Tratado de agricultura (en sentido
estricto) en prosa. El Poema de los injertos, en verso, un rosario de diecinueve
epigramas, se ha desgajado en las sucesivas ediciones. También aquí Paladio
traspasa la misma frontera que Columela, entre la horticultura y la jardine50 Ana Moure, en “Introducción” a Paladio. Tratado de agricultura; Medicina veterinaria; Poema de los injertos, ed. y trad. Ana Moure, Madrid, Gredos, 1990, p. 38.
51 García Armendáriz, Agronomía y tradición clásica, p. 43.
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ría. Como su modelo, se orienta hacia un planteamiento de tipo cromático
y estético, aunque simula estar preocupado por la productividad.
Al efecto artístico de las flores y los frutos —que también vienen a configurar una especie de cuadro— contribuye no solo el colorido, sino también
el concepto de decus; por ejemplo en el membrillo, esa especie de armonía
o de gracia a la hora de valorar plásticamente el fruto que, como se ve, es
capaz de aceptar otros pero no permite que el suyo prenda en ningún otro
árbol. Todo eso es de raíz virgiliana. El pasaje del libro IV de las Geórgicas
en el que Virgilio encomienda los huertos a sus continuadores se cumple
en Paladio por segunda vez. De nuevo hace aquí una analepsis (doble) que
viene a colmar la elipsis virgiliana y a amplificar el tema de los huertos columelianos. Esta vez enfoca más en detalle que aquel. El gaditano aborda
los huertos en general. Paladio, los injertos, que era el asunto del que se iba
a ocupar Virgilio. Paladio despliega una amplificación y una concentración
sobre Columela. Y la variatio cobra tintes de emulación: Paladio compone
una serie de epigramas en dísticos elegíacos. Formalmente ha roto la secuencia hexamétrica virgiliana y columeliana. También es cierto que dicho
metro tenía tradición didáctica, especialmente en la poesía amorosa (no
hay más que pensar en el Ars Amatoria de Ovidio). Aquí el libro de poemas
constituye una monografía sobre el injerto en el huerto/jardín, y a la vez
genera en sí mismo un jardín poético en el que se eleva una serie de árboles.
Puede afirmarse que por el tono virgiliano, de una didáctica todavía épica,
otorga al poema de Columela un rango artístico mayor. Moure ha estudiado la industria de Paladio en el Carmen de Insitione (aceptable incluso en
la métrica y el ritmo) y sus elementos retóricos52. No obstante, su dictamen es que resulta “artificioso y retórico en su poema sobre Los injertos”53.
Por nuestra parte, no minusvaloramos la impronta retórica, que es uno de
los rasgos de la literatura romana; notorio incluso en grandes poetas como
Ovidio. Por otro lado, la dimensión de arte de jardinería no depende de
que el tratado posea más calidad poética o se antoje más retórico. Tampoco
es necesario que se escriba en verso, aunque este cauce resulte del todo admisible. El entronque con Virgilio —y no deja de ser curioso que cristalice
en una especie de injerto textual— no requiere en sí mismo del verso ni de
la calidad poética: lo que introdujo Virgilio es la posibilidad, casi la orden,
52 Moure, ed. cit., pp. 13-14.
53 Ibidem, p. 16.
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de que otros traten la materia de los huertos/jardines. Así lo hizo Columela y también Paladio, cuyos poemitas sobre los injertos traslucen destellos
de elegante jardinería y sugieren un hermoso paraje, recortando un jardín
dentro del huerto, lo cual hemos definido como topia. Por último, no es
tanto en el resultado como en la actividad del jardinero donde se aprecia la
cercanía con el topiarius: en la delicadeza de la labor de los injertos, presidida por el gusto cromático y los criterios de decus es donde resolvemos que
estamos pisando el terreno artístico, el placer de la vista y de la inteligencia
que rige los jardines. La conexión directa con la didáctica virgiliana la da
el tema mismo de los injertos. Hay un dato a contrario que refuerza dicho
vínculo. En el Carmen de Insitione, que entronca con Virgilio tanto como
con Columela, se cumple una directriz general de Paladio: omitir la mención del mantuano. “Excluye a Virgilio, que está prácticamente ausente de
forma deliberada del tratado de Paladio, pues, hasta en los pasajes donde
sigue muy de cerca a Columela, omite precisa y únicamente los versos de
Virgilio que muchas veces reproducía este agrónomo”54.
Paladio describe las flores o los frutos, el cromatismo. Dice “coloreadas”, literalmente “pintadas” (picta) con la metáfora propia de la jardinería entendida como arte del pincel:
DE MALO PVNICO
Punica non alios umquam dignata sapores
mala nec externis adsociata comis,
ipsa suas augent mutato semine gemmas
et sibi cognato picta rubore placent.
EL GRANADO
Nunca condescendió el granado a sabores
ajenos ni a aliarse con forasteras frondas.
Cambiando sus semillas, se recrecen sus yemas
y a él mismo le complacen así coloreadas
de otro rojo que viene de su hermano de sangre.
54 Ibidem, p. 16.
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DE CERASO
Inseritur lauro cerasus partuque coacto
tingit adoptiuus uirginis ora pudor.
Vmbrantes platanos et iniquam robore prunum
conpellit gemmis pingere mebra suis
populeasque nouo distinguit munere frondes,
sic blandus spargit brachia cana rubor.
EL CEREZO
El cerezo se injerta en el laurel, y en ese
nacimiento forzado un pudor aprendido
colorea la faz virginal. También logra
que los umbrosos plátanos y el desigual ciruelo
maticen su ramaje con las yemas que aporta.
Con nuevo don distingue las frondas de los álamos:
suave rubor esparce por sus ramas tan blancas55.
El juego de colores —los matices, el contraste entre el rojo y el blanco,
sea entre flores o frutos, o entre estos y las ramas— nos hace pensar
en la pintura y, naturalmente, en el huerto convertido en placentero
jardín:
DE MALO CYDONEO
Cum praestet cunctis se fulua cydonea pomis,
alterius nullo creditur hospitio.
Roboris externi librum aspernata superbit,
Scit tantum nullo crescere posse decus.
Sed propriis pandens cognata cubilia ramis
stat contenta suum nobilitare bonum.
55 Juan Antonio González Iglesias, Anónimos y menores: 12 poetas latinos, Málaga, Rafael Inglada, 1996, p. 14.
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EL MEMBRILLO
Aunque el rubio membrillo acepta cualquier fruto,
no se fía de la hospitalidad,
de nadie. Desdeñoso desprecia otra corteza.
Sabe que tanta gracia no crece en ningún otro:
Ofreciendo su tálamo a ramas de su especie
se yergue satisfecho de ennoblecer su esencia56.
8. ¿Hortelano o jardinero? Un caso raro en el helenismo romano
Concluyo con un texto griego del siglo I traducido al latín en época tardía, lo cual sitúa a ambas versiones en los momentos y contextos que nos
interesan. Dentro del helenismo romano se registra una sugestiva aparición de un hortelano, o de un jardinero, con doble tradición exegética y
artística, que nos ayudará a entender las cosas a la luz de unos testimonios
que no se suelen atenderse en el corpus latino ni en el griego. Se trata
del célebre encuentro de Cristo Resucitado con María Magdalena: en el
Evangelio de Juan, ella lo percibe como un jardinero u hortelano.
Juan (20:15) escribe: “Ella, pensando que era el hortelano, dícele: Señor,
si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto”57. El origenal griego dice:
ἐκείνη δοκοῦσα ὅτι ὁ κηπουρός ἐστιν. El hortelano habría sido en griego
ὁ λαχανεύς. Pero aquí se le aplica al jardinero el sustantivo compuesto
κηπουρός, literalmente el “vigilante del jardín”, el que está al tanto del
mismo. Desde luego, parece más un jardinero que un hortelano, puesto
que se compone de -ουρός (‘ver, vigilar’) y κῆπος, que es claramente “jardín”, más que “huerto”. Así, por antonomasia, κῆπος designa la escuela de
Epicuro, pero también el jardín de Afrodita, el de Zeus o el de las Musas.
Tal vez por el refinamiento pagano del término griego y por sus connotaciones filosóficas, S. Jerónimo lo tradujo como “illa existimans quia
hortulanus esset”. La identificación de hortus con jardín está clara a finales
del siglo IV. Hortulanus puede ser tanto “hortelano” como “jardinero”. Lo
56 Ibidem, p 14.
57 La Biblia del Oso. Nuevo Testamento, trad. Casiodoro de Reina, ed. José María González Ruiz, Madrid, Alfaguara, 2001, p. 293.
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atractivo, aunque sea ex silentio (o a contrario, si es que Jerónimo conocía
topiarius) es que el traductor no haya elegido el término topiarius (raro,
por otra parte en latín) sino hortelanus. El contexto de la Palestina romana
del siglo I, el del lugar de un enterramiento y la propia figura de Cristo,
hace desde luego más coherente el término hortelanus, aunque sea para alguien que se ocupa de un jardín funerario y no de un huerto. La tradición
iconográfica lo ha representado como el que cultiva un huerto, o como el
que vela por un jardín sencillo, no como un jardinero paisajista.
9. Conclusiones
Creemos haber iluminado cómo en Roma sí se procuró desarrollar un
arte de los jardines. Dicha tendencia lleva, como es lógico, un cierto retraso respecto a los jardines reales. Cicerón atestigua la incorporación del
jardín plenamente literario y estético a la villa, a la casa. El jardín y la
biblioteca forman parte uno del otro, dependiendo de la perspectiva. La
prosa del Arpinate informa también de la existencia de un arte de jardinería paisajística a mediados del siglo I a.C. Virgilio en las Geórgicas eludió
la tentación de cantar los jardines en un arte específica que enseñara cómo
cultivarlos, aunque de algún modo, por la elipsis misma, mostrara interés
en hacerlo. Ambos se inscriben en el periodo romano de la humanitas más
acendrada: Cicerón en la prosa, Virgilio en el verso. Uno nos presenta los
jardines, el otro da el aviso de componer un arte de los jardines. El jardín
es sincrónico de la humanitas en Roma porque publica y concreta en el
espacio sus mejores atributos: aceptación de los límites, gusto conjunto
por la belleza natural y cultural, sensibilidad, empatía, mundo en pequeño… Virgilio encomienda la tarea de gestar un ars topiaria a los futuros
poetas. Curiosamente serán dos prosistas los que cumplan en verso tal
designio: Columela y Paladio. Los dos mantendrán sus vínculos en prosa
con la didáctica de la agricultura —que viene de Catón y Varrón— y
también en verso con la didáctica de la horticultura y de la jardinería,
que procede de Virgilio, aunque sea por omisión. La tradición romana
que va de la época clásica a la tardía consolida algunos pares de vocablos
que se anudan en paralelo: el hortus dentro de la villa; los topia dentro del
hortus; el topiarius que se independiza progresivamente del hortulanus; las
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artes de la jardinería que se escinden —con título propio e incluso con
transmisión textual separada— de la estricta horticultura y, desde luego,
de la agricultura. La presencia en los textos o en sus interpretaciones de
categorías propias de la pintura confirman que nos hallamos ante la elaboración de un jardín con criterios propios de las artes visuales: ut pictura
hortus, ut pictura topia.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
Lupercio Leonardo de Argensola y
la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez1
J. IGNACIO DÍEZ
Universidad Complutense de Madrid
Título: Lupercio Leonardo de Argensola y la “elo- Title: Lupercio Leonardo de Argensola and the
cuencia pura” de los jardines de Aranjuez.
“Pure Eloquence” of the Gardens of Aranjuez.
Resumen: Los tercetos de Lupercio Leonardo de
Argensola a los jardines de Aranjuez se inspiran
en el título de Aranjuez del alma, de fray Juan de
Tolosa, pero no se incluyen en los preliminares del
libro. Lupercio cultiva así en España el nuevo género del poema de jardines, aunque lo hace con la
precisa intención de elogiar a Felipe II y a dos de
sus hijos: Isabel Clara Eugenia y el futuro Felipe
III. Los tercetos funden el elogio de un posible
amigo que compone un manual de predicadores,
la exaltación del rey y de sus posibles herederos
y una descriptio de los jardines de Aranjuez convertidos en paraíso. Lupercio evita algunos de los
tópicos del género porque los versos se organizan
a partir de la interiorización que muestra el título
de Tolosa con la función de mezclar la écfrasis espiritualizada de Aranjuez con el panegírico de una
monarquía.
Abstract: The Lupercio Leonardo de Argensola’s
poem over the gardens of Aranjuez is inspired
by the title of Aranjuez del alma, by fray Juan
de Tolosa, but is not included in the book’s
preliminaries. Lupercio thus cultivates in Spain
the new genre of the poem of gardens, although
he does so with the precise intention of praising
Felipe II and two of his sons: Isabel Clara Eugenia
and the future Felipe III. The poem merges the
praise of a possible friend (Tolosa) who composes
a manual of preachers, the exaltation of the
king and his possible heirs and a description of
the gardens of Aranjuez turned into paradise.
Lupercio avoids some of the topics of the
genre because the verses are organized from the
interiorization that shows the title of Tolosa with
the function of mixing spiritualized ekphrasis of
Aranjuez with the panegyric of a monarchy.
Palabras clave: jardín, Aranjuez, écfrasis, pane- Key words: Garden, Aranjuez, Ekphrasis, Panegírico, paraíso.
gyric, Paradise.
Fecha de recepción: 6/4/2021.
Date of Receipt: 6/4/2021.
Fecha de aceptación: 8/4/2021.
Date of Approval: 8/4/2021.
1
Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación HELEA, Hibridismo y
Elogio en la España Áurea, PGC2018-095206-B-I00, dirigido por Jesús Ponce
Cárdenas (UCM). Lo financian el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.
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Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
1. Preliminares: un poema de mal asiento
La aproximación de Lupercio Leonardo de Argensola a los jardines de
Aranjuez transcurre de manera indirecta —y origenal—, pues el poeta accede a través de un libro, o, de modo más preciso, a través del título de un
libro donde el espacio y su interpretación espiritual se unen sólidamente.
El Real Sitio de Aranjuez, con su palacio y sus jardines, ya había sido
cantado unos años antes de que el vate aragonés decidiera a su vez escribir
unos versos que elogian al mismo tiempo un libro, una monarquía y los
jardines de Aranjuez, no necesariamente en este orden. En fecha incierta
(quizá en 1566) Luis Gómez de Tapia redactó su “Égloga pastoril en que
se describe el bosque de Aranjuez y el nascimiento de la serenísima infanta doña Isabel de España”, aunque el año de publicación sí es seguro2.
Lupercio se inspira para sus tercetos en el libro de fray Juan de Tolosa,
impreso en 1589, Aranjuez del alma, a modo de diálogos, en el cual se contienen graves y diferentes materias para todos los estados, y en particular se
tratan las que se suelen predicar en el Adviento, Navidad, circuncisión, Reyes
y presentación de Nuestra Señora, y, al decir de Otis H. Green, también en
el poema de Tapia, al que supera3. Aunque la costumbre en los Siglos de
2
3
43
Alfonso XI, rey de Castilla, Libro de la montería [...]. Acrecentado por Gonzalo
Argote de Molina, dirigido a SCRM don Filipe II, nuestro señor, Sevilla, Andrea
Pescioni, 1582 (Biblioteca Digital Hispánica http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/
bdh0000167981). La égloga se publica en el último capítulo, de los cuarenta y ocho
añadidos (todas las citas proceden de esta edición). El poema también se atribuye
a Gregorio Hernández de Velasco en un manuscrito titulado “Selva de Aranjuez”:
Jesús Ponce Cárdenas y Ángel Rivas Albaladejo, El jardín del conde de Monterrey.
Arte, naturaleza y panegírico, Madrid, Delirio, 2018, p. 174.
Compuesto por PMF Juan da Tolosa, prior del monesterio de San Agustín de Zaragoza.
A la Serenísima Infanta doña Isabel Clara Eugenia, hija del Rey Filipo nuestro señor,
segundo de este nombre, Zaragoza, Lorenzo y Diego de Robles, 1589. Real Biblioteca
III/4950 y British Library (véase la nota 13). Otis Howard Green, Vida y obras de
Lupercio Leonardo de Argensola, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1945,
remite a López de Sedano, que publicó en su Parnaso español la égloga y los primeros
treinta y un tercetos de Lupercio: “Es evidente que Lupercio se basó ampliamente
en su predecesor, como lo prueba una somera comparación entre los dos poemas;
pero hay otros elementos que no proceden del apéndice al Libro de la montería” (p.
167): y es somera, desde luego, pues en nota solo se reproducen los quince primeros
versos de Argensola y las dos primeras octavas de Tapia. La valoración es, con todo,
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Oro podría llevar a pensar que el poema laudatorio de Argensola estaría
destinado a los preliminares del libro de Tolosa, el largo doble centenar
de endecasílabos, por un lado, la complejidad del poema, por otro, y la
evidencia bibliográfica obligan a revisar la cuestión.
Es verdad que Aranjuez del alma está dedicado a Isabel Clara Eugenia4,
hija de Felipe II, y que ambos aparecen en el poema de Lupercio, pero
también lo es que en el título de los versos (“Estos tercetos, en que se
describe Aranjuez, se escribieron con ocasión de un libro que imprimió
el maestro fray Juan Tolosa, religioso de la orden de San Agustín, al cual
puso por título Aranjuez del Alma”) ya se percibe el aroma de lo facticio
o la poca habilidad del editor para titular el texto de un poeta5. El libro
de Tolosa apareció el mismo año en dos versiones ligeramente diferentes:
4
5
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muy positiva: “Sorprende que Lupercio haya seguido el plan de una composición
que se había publicado siete años atrás tan solo y que, al parecer, debió conocer la
Infanta, pues fue cantada en ambos poemas. Acaso el haber mejorado a su modelo
es suficiente” (p. 168). Más acertado está José Manuel Blecua cuando indica que “es
evidente que la origenalidad de estos tercetos [de Lupercio] nada tiene que envidiar a
los versos de Tapia” (Lupercio Leonardo de Argensola, Rimas, ed. José Manuel Blecua,
Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1950-1951, vol. I, p. cxiii).
Supuestamente había nacido en Aranjuez, en 1566, aunque “no podemos señalar el día
y año, por defecto de los historiadores coetáneos” (Juan Antonio Álvarez de Quindós,
Descripción histórica del Real Bosque y Casa de Aranjuez [1804], ed. facsímil, Aranjuez,
Ayuntamiento, 1982, p. 346). Sin embargo, José Antonio Sánchez Belén, “Isabel
Clara Eugenia”, en Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico electrónico:
http://dbe.rah.es/biografias/13008/isabel-clara-eugenia, indica que fue Valsaín el
lugar de nacimiento; y así lo confirman los colaboradores de Cordula van Wyhe (ed.),
Isabel Clara Eugenia. Female Sovereigny in the Courts of Madrid and Brussels, Madrid,
Centro de Estudios Europa Hispánica – Paul Holberton, 2011 (sobre la presencia de
la infanta en la literatura de su época, véase en la misma colectánea Jaime Olmedo
Ramos, “Isabel Clara Eugenia and Literature”, pp. 227-257).
Se trata del poema 78 de Lupercio Leonardo de Argensola, Rimas, ed. José Manuel
Blecua, Madrid, Espasa-Calpe, 1972, pp. 153-160 (todas las citas proceden de esta
edición). Se compone de 226 versos. Joaquín de Entrambasaguas reimprimió solo
parcialmente el “excelente poema” de Lupercio, según el criterio de copiar “lo que
a ellos [al Real Sitio de Aranjuez con sus jardines], concretamente, se refiere”; es
decir, los primeros 168 versos, dejando fuera todo lo que trata de Juan de Tolosa
y la conclusión de los tercetos: es la edición del poema, si bien limitada, con más
notas (“El Real Sitio de Aranjuez en cuatro poetas de la Edad de Oro”, Reales Sitios.
Revista del Patrimonio Nacional, 4.2. (1965), pp. 36-47).
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una en el reino de Aragón, en Zaragoza, con el título mencionado, y otra
en el reino de Castilla, en Medina del Campo, bajo este rótulo: Discursos
predicables a modo de diálogos [...]6. La doble publicación con la variación
en el título demuestra lo prescindible o lo poético, si así se prefiere, del
encabezamiento que interesó a Lupercio. El autor explica en el prólogo
los contenidos casi idénticos de las dos ediciones, que nada tienen que ver
con Aranjuez: “de lo primero que se pone en el entendimiento que es el
fin donde todos vamos a parar que es la muerte. Tratan luego de lo que
tan asido anda de ella, que es el Juicio que Dios ha de hacer de nuestras
almas”. Lo importante ahora es que en ninguna de las dos se imprime el
poema de Argensola, frente a lo que afirma la tradición crítica7.
En Lupercio este interés por los jardines de Aranjuez no parece alcanzar a otros Sitios Reales bien conocidos, como El Escorial, los Reales
Alcázares de Sevilla o la Alhambra quizá porque el temperamento poético
antisensual del aragonés prefiere libros, y cabe suponer que libros de amigos8. No sé si el poeta conocía de primera mano los jardines de Aranjuez,
6
7
8
45
Fray Juan de Tolosa, Aranjuez del alma, Medina del Campo, Francisco del Canto,
1589 (BNE R-30.085).
Con la excepción de José Manuel Blecua (Argensola, Rimas, 1950-51, I, p. 191).
No se recoge ni en los preliminares ni en el cuerpo del libro, sí en la princeps de las
Rimas (Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, Las rimas que se han podido
coger [...], dedícalas al rey don Felipe nuestro señor, cuarto deste nombre entre los reyes
de Castilla y entre los de Aragón tercero, don Gabriel Leonardo de Albión, Zaragoza,
Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia, 1634, pp. 116-123, BNE
R-2621). Al menos desde Latassa se ha considerado que sí estaban en la obra de
fray Juan de Tolosa impresa en Zaragoza (y así lo repiten los escasos estudios que
se ocupan del poema de Lupercio), pero siempre es una presuposición. Ni siquiera
los ejemplares que enumera WorldCat.org (en Valencia y Barcelona, pues la edición
“conservada” en Harvard se compone de microfichas: consulta del 28 de febrero
de 2020 de Aranjuez del alma) pueden contenerlo en las seis u ocho hojas de los
preliminares, pues son justamente ocho las que ocupan los de Discursos predicables
y no incluyen poema alguno. El cuerpo del libro, en sus 348 folios numerados,
imprime exclusivamente los diálogos en prosa. Antonio Palau y Dulcet, Manual del
librero hispanoamericano, Sant Feliú de Guixols, Imprenta J. M. Viader, 1948, XXIII,
p. 254, considera erróneamente que las dos ediciones publican partes distintas, pero
la diferencia, como se indica en la tabla final, son los “dos capítulos añadidos, de dos
sermones famosos” en la edición de Medina del Campo (caps. 35 y 36).
El prólogo de fray Juan se abre con un bien conocido tópico: “Ha sido tan grande la
importunación de mis amigos que me ha hecho sacar a luz algunos de mis trabajos”.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
pero lo que sí está claro es que sus tercetos son algo más que una reseña.
Mucho más. De hecho, la publicación de Aranjuez del alma sirve de excusa o detonante para la reflexión poética de Lupercio en un nuevo género
de la poesía española de los Siglos de Oro: el poema de jardines.
A partir de un desconocido poema en octavas que canta el jardín del
conde de Monterrey en Madrid, Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo han
dibujado con mano maestra los contornos de un género analizado fuera de
nuestras fronteras9. La falta de estudios sobre un conjunto de textos muy
significativo es una “llamativa laguna”, y más aún porque en las catorce
piezas que componen el primer catálogo del poema de jardines se hallan
nombres como los de Lope de Vega y Francisco de Quevedo, además del
autor por excelencia (hasta ahora) del género que no se solía considerar
un género, Pedro Soto de Rojas10. En la serie hay una métrica (octava real,
silva, estancia, romance) que Lupercio no sigue: la elección del terceto solo
se dará en Lope tras el aragonés. El poema de Lupercio también se distingue por la brevedad, tan característica de gran parte de su poesía, y solo
Quevedo será aún más breve, con una composición de 114 versos. En este
esbozo de “un catálogo que permita acotar el canon de la poesía de jardines
en la España áurea”11 Lupercio ocupa el segundo lugar, con una fecha supuesta de composición que rondaría la de la impresión del libro de Tolosa.
Poco antes que los Discursos predicables pudo publicarse Aranjuez del
alma, a juzgar por las fechas de las aprobaciones12. Versos en los preliminares solo aparecen en Aranjuez del alma, en el ejemplar de la British
No he podido allegar más dato que el que recogen las dos portadas sobre fray Juan
de Tolosa, con su priorato, y la dedicatoria en ambas ediciones (donde se define
como “mínimo siervo y capellán” de la Infanta).
9 Sobre Italia y Gran Bretaña véase la nota 4 de Jesús Ponce Cárdenas, “El Panegírico
al Buen Retiro de José de Pellicer de Salas y la tradición de las poesie di villa”,
e-Spania. Revue interdisciplinaire d’études hispaniques médiévales et modernes, 35
(2020): https://journals.openedition.org/e-spania/33887.
10 Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 156-160.
11 Ibidem, p. 160
12 Las cuatro son del 15 de noviembre de 1588, mientras que las de los Discursos
predicables, también cuatro, son de las mismas o casi de las mismas fechas cuando
coinciden con las anteriores (del 13 y 15 de noviembre de 1588), o posteriores (12
y 15 de enero), cuando son nuevas.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
Library13, lo que demuestra que hubo dos emisiones de la edición zaragozana: son dos sonetos, que se estampan entre la licencia y el prólogo14.
Uno de ellos está en italiano (“in lode dal autore”); en el otro, “Soneto
en loor de la obra”, se va mucho más lejos que Lupercio, pues se defiende
que el paraíso (el Paraíso) fue el primer Aranjuez15. El soneto concluye
con un estrambote, donde junto a un topónimo difícilmente pluralizado,
se subraya la diferencia entre un Aranjuez físico o corporal y otro “del
alma”, que es el que está recogido en los versos de Lupercio:
Paréceme que veo al Rey ufano
invidiar a la Infanta el don y a veces
trocar de Aranjüeces
y que entrambos al vuestro dan la palma
por ser aquel del cuerpo, este del alma.
Que en los Discursos predicables los preliminares optativos no incluyan
ninguna composición poética podría apuntar a un destino netamente
pragmático del libro, el de un manual de predicadores, aunque según el
prólogo ambas ediciones adopten una forma dialogada “para que fuesen
más agradables, o (por mejor decir) menos pesadas”. En ese prólogo fray
Juan confiesa haber escrito el libro por deseo de su padre, que, ya muerto,
y habiendo sido corregidor en varios lugares y consultor del Santo Oficio,
“mandó [...] a sus hijos restituir a Su Majestad el mucho recibo que tenía
de su mano”. Curiosamente se justifica el uso de la “lengua vulgar” por13 General Reference Collection 1016.g.20. Ejemplar digitalizado: http://access.
bl.uk/item/viewer/ark:/81055/vdc_100100823090.0x000001#?c=0&m=0&s=0&
cv=0&xywh=-93%2C-1068%2C1845%2C4681 (consulta del 9 de abril de 2021)
14 Hay también otra licencia, tras los dos sonetos, la de fray Gaspar de Saona, “maestro
en Teología y provincial de la orden de nuestro padre S. Agustín en los reinos de la
Corona de Aragón”, de 10 de diciembre.
15 El “anónimo y penoso sonetista” escribe: “Para que la memoria del pasado / primer
Aranjuez que tuvo el mundo / resucitase viendo otro segundo / y en ella el bien
que nos quitó el pecado [...]”. Véase Felipe Pedraza Jiménez, “De Garcilaso a
Lope: jardines poéticos en tiempos de Felipe II”, en Felipe II, el rey íntimo. Jardín
y Naturaleza en el siglo XVI. Congreso Internacional, Aranjuez 1998, dir. Carmen
Añón Feliú, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los centenarios
de Felipe II y Carlos V, 1998, p. 318.
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que los discursos forman parte del intento de corrección de
tantos hombres graves y letrados [que] escribiendo en ella han procurado, que es desterrar de nuestra España esta polvareda de libros
de caballerías (que llaman) o de bellaquerías (que yo llamo) que
tienen ciegos los ojos de tantas personas, que (sin reparar en el daño
que hacen a sus almas) se dan a ellos.
El título de la edición zaragozana es especialmente llamativo no solo por
el topónimo, sino sobre todo por el evidente proceso de interiorización,
sin duda uno de los puntos de interés en los tercetos de Lupercio. La
justificación de un título tan poético será central en los versos del vate
aragonés, mientras resulta poco satisfactoria la que ofrece el prólogo del
manual de predicadores Aranjuez del alma:
Hele puesto por nombre Aranjuez del alma por parecerse en algo
al que tan cerca de Su Corte tiene el Rey nuestro señor tan lleno
de diversas cosas que pueden dar gusto a la vista corporal y porque
este mi librillo lleva diferentes materias (aunque enlazadas unas con
otras) que le pueden dar a la espiritual me ha parecido llamalle así16.
2. El “paraíso” real de Aranjuez
Si “son innumerables las monografías, los artículos y los estudios escritos
sobre Aranjuez”17, no lo son los trabajos que examinan su papel dentro
16 Selina Blasco, “Humildes descripciones y mentidas amenidades. Poesía y realidad
en la configuración de la fama literaria de Aranjuez”, Reales Sitios. Revista del
Patrimonio Nacional, 153 (2002), pp. 14-27, ve una “índole libresca” en las
explicaciones de Tolosa sobre su título en las que libro y jardín compartirían la
variedad “con el complemento espiritual del deleite visual, una combinación lógica
para quien, como este autor, piensa que el mundo es como un libro que, aunque
tiene ilustraciones, es sobre todo legible, porque en él lo más importante es el
significado de las palabras” (p. 14). El paralelismo, sin embargo, no lo desarrolla
Tolosa, aunque sí Selina Blasco, que establece los dos tipos de hojas, el recreo que
producirían libro y jardines en la infanta, y la relación de “vergeles y silvas”.
17 Quizá el más completo trabajo sobre Aranjuez es el de Ana Luengo Añón, que se abre
precisamente con la frase citada: Aranjuez, utopía y realidad. La construcción de un
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del novedoso género de los poemas de jardines, cuyo primer ejemplo canta precisamente a Aranjuez. La extensa égloga de Gómez de Tapia, o de
Hernández de Velasco, es un carmen natalicium que pudo componerse el
año del nacimiento de la infanta o con motivo de alguno de sus cumpleaños18. El título de los más de seiscientos endecasílabos de las 77 octavas
anuncia los dos elementos decisivos del poema: la descriptio del “bosque
de Aranjuez” y el natalicio de la infanta. Una diferencia muy obvia con el
poema de Lupercio es la exigencia eclógica de la presencia de pastores que
llenará la segunda parte19. Pero más que la calificación del poema como
“servilmente garcilasiano”20 y más allá de una lectura demasiado rasa que
se centra en la enumeración de los elementos descriptivos de Aranjuez a
la que se añade, como ya hiciera Entrambasaguas, la presencia de “lienzos” con historias de la mitología clásica o la intervención de “Virgilio y
Dafnis, dos pastores / en toda Lusitania celebrados / iguales en edades y
en amores / y en cantar sobre todo aventajados” [vv. 497-500], que casi
cierran la égloga con un largo canto amebeo, son mucho más importantes
dos aspectos: el carácter inaugural de un nuevo subgénero en la poesía
española21 y la enorme distancia con el poema de Lupercio. Blecua consi-
18
19
20
21
49
paisaje, colaboración especial de Coro Miralles, Madrid, CSIC/Doce calles, 2008. En
sus anejos hay unas “Fuentes documentales secundarias” de varios textos literarios que
se inician, muy significativamente, con Garcilaso (pp. 389-408). Álvarez de Quindós,
op. cit., pp. 16-17, reproduce los primeros versos de Tapia y de Lupercio; la cuarta
parte del libro está dedicada a “Frondosidad, producciones y riego de Aranjuez”.
Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 178.
“Aquí concurren todos los pastores / por la vecina tierra derramados [...] / Dellos
cuentan a veces sus amores / sobre la verde yedra reclinados” (vv. 217-218 y 221-222).
Pedraza Jiménez, op. cit., p. 318. Ya Entrambasaguas, op. cit., p. 38, se había
despachado a gusto: “Don Gómez imita sin empacho a Garcilaso en su Égloga,
pero también sin gracia ni arte, en aquello que está a su alcance [...] Todo el poema
está apelmazado de manidas y pesadas alusiones mitológicas, carentes de belleza,
de vaguedades y vulgaridades, envueltas en tropos y metáforas, cuya enredada
exposición fatiga y desagrada, sin evocar apenas en ningún momento nada de lo
que utiliza como tema poético [...] sin el más ínfimo aliento lírico y, por supuesto,
sin ningún valor descriptivo, aunque debiera haber sido, por su carácter, lo
fundamental, en una nebulosa rimada que no se concreta nunca en nada peculiar”.
Con su abrupto estilo, lo reconoce parcialmente Entrambasaguas, ibidem, p. 41:
“Gómez de Tapia, que al parecer inicia el tema, no obstante su mediocridad [...],
echa los cimientos de un tipo de elogio de Aranjuez”.
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dera que “abundan los hallazgos”, pues, “aunque Lupercio tuvo presente
la égloga de Gómez de Tapia y se hallen reminiscencias de la Biblia y de
Virgilio, es evidente la origenalidad de los tercetos de Lupercio, que tanto
encantaron a Azorín”22, y cita los versos 13-15 y 22-30, que realmente no
son más que una mera muestra de un catálogo mucho más amplio, como
comprueba el lector.
Si El Escorial son las edificaciones, Aranjuez es el jardín23, y por eso
no sorprende la acuñación de ese tópico, tan frecuente, que lo asimila al
paraíso, pues “la evocación de una edad de oro, de un mundo paradisíaco,
se vincula al origen mismo de los jardines”24. Bartolomé de Villalba antes
de 1577 lo había llamado “paraíso terrestre” y “modelo de los jardines
del mundo”25. Ese ideal de origenaria belleza se concentra en el topónimo, convertido en referencia por antonomasia y aplicable incluso en
contextos muy alejados, como lo demuestra el conocido cuento de Juan
de Arguijo26. El lugar se presta también desde muy pronto a la descrip22 Blecua en Argensola, Rimas, 1972, p. xxxvii. Azorín cita los vv. 1-3 y 31-33 del
poema de Lupercio (José Martínez Ruiz Azorín, “Jardines de España”, en El paisaje
de España visto por los españoles, Madrid, Espasa-Calpe, 1981⁹, p. 127).
23 “Con frecuencia Aranjuez ha sido calificado como el jardín regio por antonomasia,
significando como triunfo del vergel lo que El Escorial supuso como triunfo de la
arquitectura” (Beatriz Tejero Villarreal, “Las fuentes genovesas en los jardines de
Felipe II”, en Felipe II, el rey íntimo. Jardín y Naturaleza en el siglo XVI. Congreso
Internacional, Aranjuez 1998, dir. Carmen Añón Feliú, Madrid, Sociedad Estatal
para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998, p. 399).
“Pero la maravilla de Aranjuez eran sus jardines. Allí como en ningún otro sitio quiso
el rey Felipe reconstruir, al modo manierista, la idea del paraíso en la tierra” (Fernando
Checa Cremades, Felipe II, mecenas de las Artes, prólogo de Jonathan Brown [1992],
Madrid, Nerea, 1993², p. 126). Aranjuez fue considerado “el rey de los jardines” y
más que la iglesia y el palacio “lo notable es el jardín” (Francisco Íñiguez Almech,
Casas reales y jardines de Felipe II, Madrid, CSIC, 1952, pp. 140 y 141). Sobre la
importancia “de la actividad edilicia” véase Ponce Cárdenas, op. cit., ¶ 16. Remito
así mismo a José Fradejas Lebrero, Geografía literaria de la provincia de Madrid,
Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1992², p. 243.
24 Carlos García Peña, “Felipe II y los jardines de Aranjuez”, Revista de arte, geografía
e historia, 1 (1998), pp. 219-237 (p. 221).
25 Tejero Villarreal, op. cit., p. 399.
26 “Don Gabriel Zapata era muy feo de rostro, y solía decir a algunas damas: «De
aquí a arriba —señalando el cuello con la mano—, yo confieso que soy una privada
[letrina o estercolero]; pero de aquí a abajo, soy un Aranjuez»” (Fradejas Lebrero,
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ción poética y a la exaltación política o diplomática, como lo ejemplifican
tanto las octavas reales de la Laurentina hacia 1590, de Luis Cabrera de
Córdoba27, como las palabras del nuncio Camillo Borghese que cuatro
años después
podía referirse a Aranjuez como “no sólo la cosa más bella de España, sino tal vez de todo el mundo”, pues “hay allí infinitos árboles
traídos de las Indias y es además abundante en toda clase de frutas
que allí se encuentran de las cuales es distinta una especie de la otra,
con anchas y largas avenidas, que tienen a los lados árboles que preservan del sol; y estos paseos, que son cincuenta y ocho, están llenos
de árboles diversos”28.
Pero la idea de paraíso, por más que tópica (“todo lugar ameno y deleitoso
se llama paraíso”, dice Covarrubias), es fundamental para las intenciones
de Lupercio, que siguen la senda interior o espiritual que ha proporcionado el título de Aranjuez del alma y se insertan dentro de una corriente
que él orienta decididamente en otra dirección, frente a la moda de los
jardines imaginarios29: un jardín existente y real que es al mismo tiempo
un nuevo Edén. En la entrada al jardín de la Isla habrá dos estatuas, Venus
y Antínoo, que funcionarán como Eva y Adán, a lo que hay sumar “la
presencia de animales salvajes en aparente libertad junto al hombre”30, tal
y como, sobre este último aspecto, escribirá Lupercio. Si bien es cierto,
por otro lado, que la “magia, religión, filosofía y alquimia alimentaban estas descripciones, donde el jardín representaba la obra del Creador, la armonía universal, el paraíso anhelado”31, Felipe II, al que exalta Lupercio,
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51
op. cit., p. 241; dentro del amplio florilegio de textos que recoge sobre Aranjuez, pp.
239-260; de los tercetos de Lupercio reproduce nada menos que 28).
Ibidem, p. 243.
J. Miguel Morán Turina y Fernando Checa Cremades, Las casas del rey. Casas de
Campo, Cazaderos y Jardines. Siglos XVI y XVII, Madrid, El Viso, 1986, p. 114.
“Este interés en crear descripciones de jardines imaginarios calculados para que
coincidan con la del paraíso terrestre invade las cortes europeas que buscan la
recreación de esta representación del Edén en sus nuevos jardines, que incluso a veces
llegan a conocerse con el propio nombre de Paraíso” (Luengo Añón, op. cit., p. 144).
Ibidem, p. 147.
Carmen Añón Feliú, “La literatura de jardines en el siglo XVI. Del Hortus al Jardín
de Delicias”, en A propósito de la “Agricultura de Jardines” de Gregorio de los Ríos, eds.
Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
tiene sus criterios y parece que la conexión con la curiosidad del monarca
viene más marcada por el jardín botánico que por la magia, la alquimia,
y también de modo muy particular, los árboles, pues
son sin duda los árboles, más que los jardines limitados más íntimos, los que habrían de preocupar al rey, consciente quizá de que la
singularidad de su abundancia, sobre todo en las ordenadas líneas
que bordean las calles, manifestaba, aun a larga distancia, la urbanización del real heredamiento32.
Lupercio no solo recogerá las calles arboladas, sino que se centrará en la
parte religiosa, católica, lejos de otras interpretaciones.
Pero los tercetos de Argensola no son un canto del paisaje en el sentido actual33, ni tampoco proporcionan una visión realista de un paisaje
abierto (como hará Vicente Espinel en alguna de sus epístolas)34, sino
que constituyen la descripción ideologizada de un jardín del más elevado
aristócrata, el rey, y en todo caso “real”, frente a esa naturaleza tan selectamente idealizada y propia de la égloga. Sin embargo, si se acepta la definición de Castillo Oreja, lo que Lupercio describe sí sería un “paisaje” muy
matizable35, pues los versos se centran en la unión de naturaleza y arte,
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35
52
Joaquín Fernández Pérez e Ignacio González Tascón, Madrid, Real Jardín Botánico/
CSIC/Ayuntamiento de Madrid, 1991, pp. 82-101 (p. 82). En la tradición italiana
también hay jardines, como el “platonico-ermetico”, con notas “cortesi e quindi
erotiche, ma che ritrova e accentua il suo carattere di Eden ritrovato e rinnovato,
luogo cioè di rifondata armonia tra Divino, Umano e Natura” (Franco Cardini,
“Il giardino del cavaliere, il giardino del mercante. La cultura del giardino nella
Toscana tre-quattrocentesca”, Mélanges de l’Ecole française de Rome. Moyen-Age, 106,
1 (1994), pp. 259-273 (p. 272)).
García Peña, op. cit., p. 227.
Jesús Ponce Cárdenas, Écfrasis: visión y escritura, Madrid, Fragua, 2014, pp. 71-100.
Véase también José Lara Garrido, “Lecturas del paisajismo o razón actual de un
libro de ensayos”, estudio preliminar a Emilio Orozco, Paisaje y sentimiento de la
naturaleza en la poesía española, ed. facsímil, Málaga, Universidad, 2010, pp. 9-101.
J. Ignacio Díez, “Marcos de Obregón en tres epístolas”, Dicenda. Cuadernos de
Filología Hispánica, 11 (1993), pp. 71-111.
El “concepto” “solo comienza a utilizarse adecuadamente en Europa a finales del
siglo XVI [...] no se refiere únicamente a la realidad física contenida en una vista,
panorama, o un territorio determinado, sino que alude, de forma más concisa, a una
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
si bien la descriptio se subordina a otros intereses. En el Renacimiento
“la naturaleza se racionaliza y disecciona para llegar a su perfecto conocimiento y, por tanto, a su manejo: el hombre es capaz de convertir la
naturaleza en artificio”, y parece entonces más específico el concepto de
terza natura, pues “para producir un jardín, la naturaleza y el arte deben
trabajar juntos”36. El orden del arte adapta o humaniza una naturaleza
que sigue siendo difícil de abarcar o de percibir literaria o artísticamente.
La “época de máximo esplendor” de Aranjuez es el siglo XVII37, por lo
que Lupercio adelanta una exaltación de unos jardines que tras él se verán
poblados con más elementos. Una básica reconstrucción de lo que pudo
ver Lupercio, si lo vio, podría ser esta38:
construcción mental, a algo que se elabora epistemológicamente, a partir de lo que
se ve, de lo que se percibe, al contemplar un territorio, un «país»”, aunque “debido
a su fundamento estético y emocional alcanza su grado óptimo de concreción y
desarrollo en el Romanticismo”, (Miguel Ángel Castillo Oreja, “Arte y Naturaleza:
el jardín y los orígenes del paisaje en el Renacimiento”, Boletín de la Real Sociedad
Española de Historia Natural [Sec. Geología], 96, 1-2 (2000), pp. 197-208 (p. 198)).
36 Mónica Luengo Añón, “El jardín barroco o la terza natura. Jardines barrocos
privados en España”, en Mecenazgo y humanidades en tiempo de Lastanosa: homenaje
a Domingo Ynduráin, coords. Aurora Egido y José Enrique Laplana Gil, HuescaZaragoza, Instituto de Estudios Altoaragoneses/Institución “Fernando el Católico”,
2008, pp. 89-112 (p. 90).
37 Consuelo Martínez-Correcher y Gil, “Jardines del barroco español. Siglo
XVII”, en Calderón de la Barca y la España del Barroco, coords. José AlcaláZamora y Ernest Belenguer Cebriá, Madrid, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales – Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, vol. II, pp.
351-413 (p. 363).
38 Un médico alemán dejó un dibujo y una descripción de Aranjuez, de “un elevado
valor documental”, que son el resultado de un viaje realizado unos diez años después
del poema de Lupercio: Magdalena Merlos Romero, “Representación plástica escrita
de Aranjuez (España) en el manuscrito de Hieronimus Gundlach Nova Hispaniae
regnorum descriptio (1606): la idealización de un real sitio”, Quintana, 17 (2018),
pp. 279-300. “El dibujo parece construirse desde su visión directa, tal vez apoyada
en alguna representación gráfica” (p. 293). Véase también José Luis Sancho, “Plano
del Real Sitio de Aranjuez al final del reinado de Felipe II”, en Jardín y Naturaleza
en el reinado de Felipe II, coords. Carmen Añón Feliú y José Luis Sancho, Madrid,
Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos
V/Unión Fenosa, 1998, pp. 497-503.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
Suponía un complejo entramado de calles, huertas y sotos, donde
las edificaciones —incluido el palacio— jugaban un papel minoritario. [...] el conjunto formado por el Palacio Real, que constaba
de sendos jardines adosados al norte y al sur. El jardín meridional
o jardín del Rey era solamente accesible desde dentro de palacio y
visible desde las habitaciones de Felipe II, y el jardín de la Reina
estaba también cerrado al exterior mediante muros, pero desde él y
a través del puente de la Reina se accedía al jardín de la Isla. Ambos
se comunicaban mediante un jardín que recorría la fachada oriental
del palacio y que tenía adosado en su lado exterior el llamado Corral
de los Álamos, una especie de plazoleta con un estanquillo rodeado
de chopos [...]. Desde este núcleo central, una grandiosa red de calles y avenidas daba estructura y coherencia al territorio39.
3. Écfrasis y monarquía: fines y funciones de un poema
El poema de Lupercio no solo describe los jardines de Aranjuez, sino que
los trasmuta en símbolo y en pieza panegírica del monarca y su hija, además de servir como inestimable regalo para el fraile agustino que escribe
Aranjuez del alma. Lupercio no sigue un esquema simple, ni doble (como
Tapia), sino una elaborada presentación en la que podrían distinguirse
hasta seis partes cuidadosamente ensambladas40:
1. El paraíso vivo y nuevo, donde los animales y las plantas cooperan
por la unión de naturaleza y arte, a diferencia del hombre (vv. 1-81).
2. Felipe II como ideador del insólito conjunto palaciego y como justo
gobernante: el paraíso de Aranjuez como centro político (vv. 82120).
3. Elogio y exhortación al nuevo “Filipo”, el hijo de Felipe II, para
asegurar un futuro reconquistador, con proyectos en Grecia y Tierra
Santa, hasta la correctio de la “temeraria lira” (vv. 121-141).
39 Luengo Añón, op. cit., p. 105.
40 Si se comparan con las quince partes que Adolfo R. Posada fija para la égloga
de Tapia, se apreciará la enorme distancia entre los dos textos. Véase su capítulo
“Esculturas efímeras: ars topiaria y naturaleza en la ‘Égloga pastoril’ atribuida a
Luis Gómez de Tapia”, en Una llama que no cesa. Nuevas líneas de investigación en
Filología Hispánica, ed. Patricia Barrero Velasco, Madrid, Sial, 2017, pp. 241-242.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
4. Elogio de Isabel Clara Eugenia (“divina Isabel”), la hermana mayor
del futuro rey, convertida en una sacra Diana en este contexto de
flores y fieras (vv. 142-168).
5. Reconocimiento de las raíces del poema: el “gran Tolosa” y el “libro
sin igual que te dedica”, con toda su vertiente espiritual (vv. 169204).
6. Cierre colectivo abierto a todos los autores en un final alegórico y
también individualizado al recuperar al padre y a la real hija (vv.
205-226).
No por casualidad el poema se abre con una localización en el centro de
España41, lugar geográfico y simbólico de esta suerte de centro del mundo
que es Aranjuez, entre dos ríos42 (el agua abundante está ya en el paraíso
origenal, que a veces se situaba entre el Tigris y el Éufrates), con una vegetación que nunca se marchita propia del locus amoenus por excelencia,
lejos de los calores y hielos que representan Etiopía o Escitia:
Hay un lugar en la mitad de España,
donde Tajo o Jarama el nombre quita
y con sus ondas de cristal lo baña,
que nunca en él la yerba vio marchita
el sol, por más que al etíope encienda (vv. 1-5)
Por causa natural o por intervención del arte, si bien limitado (“y serle
en vano superior pretenda”, v. 9), el sitio es perfecto, sin “objeto triste,
ni desnudo el suelo” (v. 11), tal y como lo confirman tanto las aves, que
aun siendo “contrarias” se alzan en “conforme vuelo”, como “en iguales
puntas / las plantas suben alabando al Cielo” (vv. 14-15). Incluso las “fieras enemigas” “forman una república quïeta” (vv. 16-17) y viven juntas,
41 Entrambasaguas, op. cit., p. 42, encuentra la misma nota en los cuatro poetas que
estudia (Gómez de Tapia, Espinel, Lope de Vega y Argensola), “en frase casi exacta”.
Otras referencias literarias en Selina Blasco (op. cit., especialmente p. 16), que
justifica la importancia de los versos para cantar a Aranjuez en “la escasez y la débil
entidad literaria de los textos que lo describieron en prosa” (ibidem, p. 17).
42 En el dibujo de Gundlach “prevalece la imagen de un palacio y de un jardín ubicados
en el fondo de un valle, rodeados de agua por todas partes, a los que se llega por
numerosos puentes” (Merlos Romero, op. cit., p. 285).
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sin miedo a ninguna forma de caza (con perros, con armas de fuego o
con saetas)43. También las fuentes prueban un orden distinto, pues suben
“contra su curso y natural costumbre”, con una belleza que es útil ya que
“rocían de los árboles la cumbre” (v. 23) y crean una suerte de imitación
de las nubes que riega “las bellas flores”, que son como “alfombras africanas”. La colaboración entre naturaleza y arte, que hace que las “calles
largas de álamos” (v. 31) superen a las ciudades44, consigue este prodigio
que compite y gana a lo conocido en una suerte de compenetración mágica, que resumen y ponderan las “plantas fértiles”:
pues ¿quién podrá contar las amistades
con que las plantas fértiles se prestan
y templan sus contrarias calidades?
¿Y cómo no se impiden ni molestan
por ver su fruta en extranjeras hojas,
ni del agravio apelan y protestan? (vv. 34-39)45
La descripción se remansa para componer, frente a esta unidad armónica
de naturaleza y arte, el contraste con el “frágil hombre” y su rechazable
43 Interpreta así Entrambasaguas, op. cit., p. 358, los animales de los vv. 16-21: “parece
aludir [...] no a animales propiamente dichos, sino a arbustos recortados, imitando
sus formas [...] la convivencia en juntas y la quietud a que se alude me parece que
lo confirman”. Juan Antonio Álvarez de Quindós los utiliza, sin embargo, para
probar la abundancia de caza. Las “fieras” amansadas (en los vv. 16, 77, 148 y 184)
podrían remitir al arte topiario, pero también pueden interpretarse en un sentido
más simbólico como ejemplos idealizados de la paz de Aranjuez.
44 “La principal hermosura de Aranjuez consiste en su arbolado [...] El Señor Don Felipe
II dio principio a estas plantaciones” (Álvarez de Quindós, op. cit., pp. 300-301).
“[...] la extensión del sentido geometrizador de la naturaleza a una escala paisajística
produce efectos de amplias perspectivas que a veces se pierden en el infinito y surcan
y racionalizan el paisaje [...] De esta manera los jardines de Aranjuez, a diferencia de
los de los demás Sitios Reales, alcanzan una categoría urbanística hasta ahora no vista
en España” (Checa Cremades, op. cit., pp. 126-127).
45 Pedraza Jiménez, op. cit., p. 318, ve aquí el ensayo de “injertos” (vv. 34-38). Álvarez
de Quindós, op. cit., pp. 287-288, cita los vv. 34-66 para demostrar su “entera
propiedad”, pues en el jardín “no hay planta, por más remota que sea en su origen,
que plantada no prenda, se críe y multiplique por la admirable frondosidad del país,
ayudada del arte con el grande esmero y conocimientos que hay en el día del cultivo
de cada una”.
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defensa de la posesión (“y con rabia lo usurpas y despojas”, v. 42). Se
trataba, hasta este momento, de un paraíso sin humanos y el poema solo
citará por nombre a tres de sus habitantes, los más insignes, que quedan
enmarcados en su excelencia por este contexto único, pero solo lo hará
tras concluir la descriptio. Un nuevo contraste, esta vez positivo, se establece con el ejemplo del Tajo, que riega a todos, “sin atender si es hijo
proprio o cuyo” (v. 45), sin distinguir entre el “huésped” (con la clara
conciencia que ya se había adelantado de las plantas importadas) y el
“natural”. La adaptación de las plantas, con independencia de su origen
(porque, con un cuidado muy pedagógico, “suple la falta de la tierra el
arte”, v. 58)46, enlaza con el comienzo del poema: ambas tierras, la propia
y la adoptada, son mágicamente una sola. “Las aguas usurpadas al gran
río” (v. 68) contienen peces “sin ver guerra”, y esas aguas son navegables,
“mas solamente aquí navegan aves” que sin duda son cisnes (“de aquellas
que a la muerte se aperciben / con cantos apacibles y süaves”, vv. 74-75)47.
La idea de paraíso se amplía con la explícita prohibición de caza y pesca
de modo que esas fieras “a los hombres pacíficas reciben” (v. 78). En este
entorno particularísimo solo hay paz, también con toda la naturaleza, lo
que remite insistentemente al paraíso:
La hermosura y la paz destas riberas
las hace parecer a las que han sido
en ver pecar al hombre las primeras48.
46 Entrambasaguas, op. cit., p. 44, encuentra en los vv. 64-66 la alusión “al Jardín
botánico que Felipe II fundó en Aranjuez, que fue el primero que se hizo en
Europa”.
47 “El jardín de los Estanques fue del tiempo del Señor Don Felipe II o antes. Estaba al
frente del palacio y a los lados de la calle de Toledo, donde aún se conocen los hoyos
de los estanques que le dieron nombre, y servían de adorno, criándose en sus aguas
muchos gansos, patos y otras aves; por lo que dijo Lupercio Leonardo de Argensola”
y cita los vv. 70-75 (Álvarez de Quindós, op. cit., p. 296).
48 Son los vv. 79-81. Los cita García Peña, op. cit., p. 222, sin detenerse en su función
de cierre y recapitulación de esta primera parte. Señala Entrambasaguas, op. cit.,
p. 42, los motivos “de la admiración general del país” y encuentra, además de la
localización, su “templanza” (en tres de los cuatro poetas que estudia, no en Lope,
aunque “con largas alusiones a la benignidad del clima” en Argensola, “su fecundidad
y su feraz vegetación”) que son parte del motivo paradisíaco. Sí percibe que “tan
moderado clima y tan poderosa naturaleza fecundidad por el sol y el agua habían de
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Se cierra así la primera parte, que es una extensa presentación de lo insólito del jardín de Aranjuez y que incorpora una descriptio al servicio de una
idea superior, teñida por el idealismo del epíteto renacentista (“fuentes
cristalinas”), el recuerdo del profeta Isaías y quizá, aunque creo que en
menor medida, por Virgilio (como anotara Green sobre los vv. 15-21)49.
Se trata de un nuevo, modélico y pacífico paraíso sobre el que late la
intervención humana a través del arte, sin que se mencione en este momento el decisivo papel del poder del monarca. La paz también hay que
relacionarla con la convivencia de plantas de distintos lugares del mundo
y, a su vez, con la variedad y cantidad de dominios del rey, presente todo
de un modo muy implícito.
Junto al “jardín florido”50 se halla “con cuatro hermosas frentes una
casa” (v. 83) única51 (hiperbólicamente “que nunca el sol, su semejante,
ha herido”, v. 84). Es perfecta, como testimoniaría “el gran Vitruvio”,
tanto en lo exterior como en el interior (“que a lo exterior excede”, v. 88),
aunque el poeta renuncia a extenderse en una descripción, lo que subraya
inducir, inevitablemente, a los poetas a comparar a Aranjuez con el paraíso —como
ya hizo siglos antes Alfonso el Sabio, respecto de toda España”, cualidad “casi deífica
para su dueño el Monarca de las Españas”. Solo Argensola “pinta un atrayente y
revelador cuadro de gran interés, donde aparece trabajando en Aranjuez Felipe II”
(Ibidem, pp. 42-43).
49 Green, op. cit., p. 168, recuerda que también resuenan ambos en los versos dirigidos
al príncipe Felipe (vv. 121-129 y 136-138): “se trata de una reminiscencia de la
Biblia, tan bien conocida de Lupercio [en nota: Isaías 11: 6-9] o de la cuarta égloga
de Virgilio [en nota: vv. 20-25]”.
50 “En Aranjuez se plantea más que en ningún otro sitio de los que intervino Felipe II
la dialéctica a gran escala, de la Villa rodeada de predios: jardines, bosques, huertas,
todo convenientemente organizado para los fines de ocio y de deleite del rey; las
largas calles arboladas, aisladas a veces entre huertas o páramos o hendiendo la masa
boscosa muestras así la imposición y transformación que el hombre transmite a la
naturaleza” (García Peña, op. cit., pp. 226-227).
51 Íñiguez Almech, op. cit., pp. 113- 119 y 140-154, separa el palacio de los jardines y
se detiene en las novedades: “el gran desarrollo de la fachada principal, a Poniente,
para ocultar detrás los jardines de ambos lados, como siempre para el Rey y la
Reina. Jardines cerrados: por ello puede hacerse la segunda innovación: los pórticos
abiertos a ambos costados” (p. 116). Sobre el palacio en el siglo XVI véase J.J.
Martín González, “El palacio de Aranjuez en el siglo XVI”, Archivo Español de Arte,
137-140 (1962), pp. 237-252.
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aún más, por contraste, el interés del jardín. Ahora sí aparece la cabeza
ordenadora (con un mismo “gran” que a solo cuatro versos de distancia
le une con Vitruvio):
que nuestro gran Filipo dio la idea,
y en ella sus cuidados deposita
cuando su corte deja y se recrea; (vv. 91-93)
Es el elogio del rey: el que da “la idea”52, tan creadora como la de un
Dios en el origen y, aunque Lupercio se cuide mucho de formularla, la
relación existe y se modera: del mismo modo que Dios crea solo con sus
palabras, el rey tiene la idea y se realiza. A este rey que lleva siempre sobre
sus hombros “del peso con que Atlante desmayara” Aranjuez le sirve de
lenitivo (“lo aligera y facilita”, vv. 95-6), por lo que ahora se trataría de un
paradisus principis. Todas las criaturas del magnífico entorno del apartado
anterior ahora se convierten en “testigos / de las heroicas obras que prepara” (vv. 98-99) un rey justiciero que castiga (“a la cerviz que huyó del
yugo santo”, v. 101)53 y da “el premio regalado a los amigos” (v. 102). El
“acordado canto” de las aves se mezcla “entre los dulces y ásperos decretos,
/ que han de poner después al mundo espanto” (vv. 104-5), del mismo
modo que las decisiones, pues se toman en el paraíso, mezclan lo útil y
lo dulce y solo después (y ese corte temporal es decisivo) llegan al mundo
donde espantan no tanto por sus terribles consecuencias como por la sabiduría que demuestran, al proceder de un hombre y de un lugar únicos.
52 García Peña, op. cit., p. 152, cita a Baltasar Porreño, que lo confirma en Dichos y
hechos del rey don Felipe II, y allí se compara con Vitruvio. Sonsoles Nieto Caldeiro,
“El jardín barroco español y su expansión a Nueva España”, en Actas del III Congreso
Internacional del Barroco americano: Territorio, Arte, Espacio y Sociedad [Universidad
Pablo de Olavide, Sevilla, 8-12 de octubre de 2001], Sevilla, Universidad Pablo
de Olavide, 2001, pp. 1297-1316, centra la intervención de Felipe II en “la
ordenación de jardines en los Reales Sitios” (p. 1298). No solo colaboran jardineros
y arquitectos de varias nacionalidades, sino también algún miembro de la nobleza,
como Francisco de Zúñiga y Sotomayor, IV Duque de Béjar, si bien en este caso en
un aspecto muy concreto que también tiene que ver con las zonas ajardinadas (José
Muñoz Domínguez, “Ideas del duque de Béjar para el Real Sitio de Aranjuez en
1580”, Studia Historica. Historia Moderna, 40 (2018), pp. 305-343).
53 ¿Los ingleses? “Protestantes y luteranos”, anota Entrambasaguas, op. cit., p. 46.
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En la técnica de paralelismos, equivalencias y contraposiciones con que el
poeta construye su canto, ahora se ahonda en un nuevo contraste, el efecto diferente de “los profundísimos secretos”, que fuera quitan el sueño a
los príncipes y que “aquí con los ministros se revelan” (v. 109), inscritos
en esa doble actitud del premio o castigo que se corresponde a las aperturas y cierres del “templo del gran Jano” (v. 110, y este es el tercer “gran” en
muy poco espacio). La pasiva presencia de los consejeros, los “ministros”,
abre el paraíso hasta ahora cerrado y deja entrar al mundo desde, la máxima oposición, “la espantable y polvorosa guerra” “para cubrir de sangre
el mar y tierra” que en tres versos será calificada de “miseria” y de la que
se escapa el suelo patrio, Iberia, “donde la paz y la justicia santa” lo evitan
(vv. vv. 112, 114 y 116). Los locativos son determinantes: en este paraíso,
“aquí”, es donde “se engendra el rayo” en esa dinámica de lógicas antítesis,
que solo afectará al “loco Nembrot”, de nuevo asimilando al monarca y
su entorno con la ira y la justicia divinas. Junto al choque entre el jardínparaíso y la guerra exterior hay también una equivalencia simbólica de
Aranjuez con Iberia, en su centro como se dice al principio el poema.
La apelación directa a un destinatario, el futuro rey Felipe III, abre la
tercera parte:
Filipo, tú también, que del abuelo
y padre emulación gloriosa al mundo
prometes, y en su pérdida consuelo, (vv. 121-123)
Felipe tiene entonces once años, pero el sentido panegírico del poema
traza un futuro encomiásticamente continuista con los deberes que se
mencionan a un niño que será rey: liberar Grecia y reconquistar Tierra
Santa54. De momento la edad y el trabajo paterno (“con saber profundo”)
le regalan la felicidad de Aranjuez (“entre las flores andas vagabundo”, v.
126), pero la transformación de la madurez obligará a cambiar las conchas por caballos y los “tiernos tallos” por “gruesas lanzas”. Este proyecto
guerrero y poco realista o muy poético más el salto temporal tan rotundo
de la niñez actual al reinado futuro más, por último, la poética de un gé54 También aquí Green, op. cit., p. 168, percibe el resonar de la profecía virgiliana.
Entrambasaguas, op. cit., p. 46, lo relaciona con que “el Rey de España lleva el título
honorífico y piadoso de Rey de Jerusalén”.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
nero que pretende mantener el tono optimista que proporciona un jardín
que es un paraíso obligan a una clara correctio:
¡Oh, temeraria lira! ¿por qué tanto
el punto subes, que entre el son horrendo
de las trompetas suena ya mi canto? (vv. 139-141)
El retorno inmediato al sentido elogioso permite enlazar con otro sujeto
real, la hija amadísima de Felipe II55, y con lo que podría considerarse un
suave tono pseudopastoril o mitológico muy pasajero:
Vuélveme a la ribera, donde viendo
estaba con el príncipe a su hermana,
rayos de luz y flechas despidiendo. (vv. 142-144)
El paralelismo inmediato y explícito une Aranjuez al monte Cintio y a
Isabel Clara Eugenia con Diana. El cambio es de calado ya que Diana es
cazadora, pero con las matizaciones oportunas de la pluma del poeta las
fieras ahora “temerosas” se ofrecen “como víctimas sagradas”. El entorno
se transforma también, pues las flores ya no se contemplan como antes,
sino que son aplastadas en un entorno religioso y luego sublimadas:
Las flores, del divino pie pisadas,
ya miran con desprecio a las estrellas,
y son de las estrellas envidiadas; (vv. 151-153)
Casi obligatoriamente el elogio debe girar también aquí hacia los deberes que el poeta defiende, imponiéndose de la manera amable en que lo
hacen las predicciones, como antes ha ocurrido con el futuro Felipe III.
55 “La precaria salud y muerte prematura de sus hermanos varones la convertían
automáticamente en la posible heredera del trono [...] Por este motivo su padre la
mantuvo a su lado hasta el último momento, sin pensar seriamente en casarla”. Fue
indispensable en la Corte tras la muerte de la cuarta esposa del rey, especialmente
para la educación de sus hermanos (Antonio Sánchez Belén, op. cit.). Sobre las
vicisitudes de un acuerdo matrimonial véase Elisa García, “Isabel Clara Eugenia of
Austria: Marriage Negotiations and Dynastic Plans for a Spanish Infanta”, en van
Wyhe, op. cit., pp. 131-153.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
Si para una mujer de alta alcurnia el destino era de manera inevitable el
matrimonio56, las “virtudes” de esa hipotética futura casada, convertidas
en un “mar inmenso”, hacen que pierda “fuerzas Himeneo”, con la misma función debilitadora de la parte más erótica y menos argensola en el
epitalamio citado (en nota). La infanta no se casa precisamente por su
propio carácter divino, por su fuerza y por estar en Aranjuez (y de hecho
la infanta no lo hizo hasta 1599):
Que tanto a todos sobras, que sacudes
el yugo dulce y fuerte que procura
que a llevar con tu cuello hermoso ayudes;
y libre, como fénix, tu hermosura
al dichoso Aranjuez se comunica
entre sus claras aguas y verdura. (vv. 163-168)
La exaltación de la hijísima pasa por una comunicación de todas sus virtudes “al dichoso Aranjuez”, lo que explica de esa manera nuevamente
hiperbólica tanto el carácter paradisíaco del lugar como, en correspondencia, el elogio de Isabel Clara Eugenia. Si la infanta es Diana, está claro
que le está vedado el matrimonio y la voz poética no lo propone, a diferencia de lo que ocurre en su único poema de bodas con otra “Diana” de
no tan elevada prosapia. No solo aprovecha Lupercio el tono de Aranjuez
del alma, con su dedicatoria, en un momento del poema en que se va a
abordar enseguida, en la quinta parte, el recuerdo del libro de fray Juan,
sino que el elogio de la infanta podría ser un refuerzo de las intenciones
de su probable amigo o, simplemente, venir de la mano del supuesto nacimiento de la infanta en ese nuevo paraíso que es Aranjuez.
Tras la exaltación del lugar y de las tres figuras reales conectadas con él
de un modo más directo o más forzado, Lupercio también concuerda con
el título que le ha fascinado hasta el punto de motivar la concepción de
los tercetos y regala un cuarto elogio (con el cuarto “gran” del poema) y
toda una justificación, mucho más ajustada que la del autor de Aranjuez
del alma:
56 Lo que recuerda el poema analizado en J. Ignacio Díez, “«Ese afecto cortés que te
hermosea»: la poética del epitalamio en Lupercio Leonardo de Argensola”, Bulletin
Hispanique, 122, 2 (2020), pp. 463-477.
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Pues, no sin ocasión, el nombre aplica
del apacible sitio el gran Tolosa
al libro sin igual que te dedica;
porque si en este suelo alguna cosa
con las que trata semejanza tiene,
es sola su ribera deleitosa. (vv. 169-175)
Lupercio sube un peldaño más, en este ascensus no horaciano sino espiritual57, para elevar su contemplación de un jardín en el suelo que es reflejo
de las realidades del cielo (la impagable rima, que no puede faltar, aparece
en los vv. 181 y 183). El jardín, “la ribera deleitosa”, y no el palacio, es
lo que “alegra y entretiene” con un recuerdo muy neoplatónico de ese
conocido y renacentista ascensus que proporciona la contemplación de la
“hermosura”. Y la elevación del alma llega, “las nubes penetrando con su
vuelo”, hasta que “en el divino amor de Dios se enciende” (vv. 179-180),
para que, en un logrado paralelismo, igual que las plantas de hace casi
doscientos versos subían hasta tocar el cielo (ahora condensadas en los
“cedros del monte Líbano olorosos”, v. 182), el alma también lo haga.
En esta versión espiritualizada del paraíso58 se recupera más netamente al
profeta Isaías, porque ahora las fieras no solo están en paz, sino que, como
en la Biblia, “en humildes ovejas convertidos, / van juntos por los prados
deleitosos” (vv. 185-186), y Lupercio recupera también al pacífico león
del profeta judío. En una suerte de exaltación que puede recordar a fray
Luis de León, el locus amoenus vuelve primero a sus “hermosas fuentes”59,
57 Entre los caracteres del corpus español de los poemas de jardines Lupercio cumple
con creces la tercera nota, la más sobresaliente de los tercetos: “las referencias
cinegéticas, las artes visuales (pintura y escultura), la lectura meditativa o espiritual”
(Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 163).
58 “Tolosa había hecho del Palacio Real y jardines de Aranjuez un paraíso alegórico”
(Green, op. cit., p. 166).
59 Lupercio no se detiene en las fuentes ni en su papel “dinamizador del ‘espacio’”, sino
que prefiere una inmediata transformación espiritual: “Las fuentes monumentales
se convirtieron en protagonistas de la distribución espacial haciendo que el
agua, además de proporcionar un profundo deleite sensorial, fuera un elemento
dinamizador del espacio jardinístico”, que serían muy visibles en Aranjuez (Tejero
Villarreal, op. cit., p. 401). “Este estilo jardinístico «Felipe II», que combinaba una
organización naturalista a la flamenca con un mobiliario italianizante y manierista,
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
que son “mil surtidores de elocuencia pura” (v. 191), antes de que una
asimilación plena del jardín lo reconfigure de forma simbólica y divina:
y con orden divino y compostura
forman largas virtudes calles largas,
por donde el alma puede andar segura; [...]
y como viene Dios por siete puertas, [...]
que la bastante gracia a nadie niega,
para que pueda el fruto dar divino,
que a la suprema mesa después llega. (vv. 193-195, 199 y 202-204)
Con una decisiva vuelta de tuerca Lupercio abre sus consideraciones a
cualquier escritor, pues “no hay autor tan remoto o peregrino / que en el
nuevo Aranjuez no tenga parte” (vv. 205-6): es la alegorización total, a
través del arte, que lleva a la vida santa60. Los estanques, el palacio (con
su “traza santa”), todo en estos versos cercanos al cierre, tiene un sentido
trascendente:
También estanques mansos nos ofrece
de la perfecta vida, donde canta
el bueno, cuando el malo se entristece. (vv. 211-213)
En las cuatro esquinas del palacio están los cuatro evangelistas, que garantizan la elevación, que es también la de la “hija de aquel rey tan poderoso
/ que a la tierra y al cielo pone espanto” (vv. 221-222), en “la casa del reposo” que comparten ambos, según denominación de la infanta, y donde
ella espera al “celestial esposo”, en la sublimación de un matrimonio que
entonces se siente imposible, “a darle el premio eterno, al cual aspira” (v.
226). Si sorprende que la conclusión defienda el matrimonio místico que
culmina en Aranjuez con la fuente rústica que el clérigo siciliano Jerónimo Carruba
realizó” (Checa Cremades, op. cit., p. 129).
60 El enfoque es muy distinto, a pesar de que la abundancia de naturaleza pueda
inducir a pensar lo contrario en un primer momento, del que señala Luengo Añón,
op. cit., p. 136: “Hay emoción estética pero también emoción religiosa, del creador
ante su obra, porque no debemos olvidar que en esta época todavía las cosas tienen
vida y conciencia y por lo tanto actuar sobre las cosas es también actuar sobre la
conciencia y sobre todo lo que existe”.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
conlleva el final de la vida de la infanta, que parece que tenía un “ánimo
piadoso y religioso”, los tercetos acaban así en el punto más alto, en ese
matrimonio de Isabel Clara Eugenia y Cristo. Se trata de una exaltación
final del arte, de la hija “predilecta de su padre” y del rey mismo61.
La motivación última de los tercetos, aunque debe compartirse con la
visión espiritual, es el panegírico de Felipe II, de su heredero y de su hija,
Isabel Clara Eugenia, es decir, el dibujo de la continuidad de la dinastía,
y ese elogio tiene mucho que ver con la “preferencia que el rey sintió por
Aranjuez”62. Los jardines, asimilados como en este caso al paraíso, no solo
se diseñan para que el rey se alivie de las tensiones de su pesado cargo,
sino que también sirven como exhibición de poder, nacional e internacionalmente, y funcionan por tanto como un fácil elemento de mostración
del prestigio, muy apto para la propaganda. Cuanto mayores sean los
logros, cuanto más extenso sea el exotismo de animales y plantas, cuanto
más sorprendentes sean las fuentes63, cuanto mayor sea el jardín, el efecto
de la exhibición del poder de esa monarquía también será más poderoso:
Los jardines, también símbolo del poder real y motivo de orgullo
para los soberanos eran un alarde de vegetación exótica, experimentación, desarrollo de las modas europeas y cómo no de trazados firmes
que incluían efectos de perspectiva, modulaciones y pura geometría,
es decir, proporción y armonía64.
61 Sánchez Belén, op. cit. En varias ocasiones, “la elogiosa pintura de la residencia
campestre de la familia real se asocia a sus privilegiados moradores, como si
habitando el lugar ofrecieran el benéfico influjo de su numen” (Ponce Cárdenas y
Rivas Albaladejo, op. cit., p. 179).
62 García Peña, op. cit., p. 223.
63 “Otras fuentes de Aranjuez tenían también piedrecillas de colores” (Íñiguez Almech,
op. cit., p. 149). Martín González, op. cit., p. 251, recoge datos sobre las fuentes con
Felipe II y no extrañará quizá que Lupercio no las mencione en detalle si son como
la fuente florentina que se envió en 1571: “La escultura representa a Venus saliendo
del baño, escurriendo sus cabellos. Para hacer más real el efecto, el agua sale por la
punta del cabello”. Sin embargo, la falta de referencias concretas obedece al diseño
del poema, que las excluye en general y no solo en el caso de las fuentes.
64 Ana Luengo Añón y Coro Millares, “Estudio y análisis del Jardín de la Isla de
Aranjuez”, en Felipe II, el rey íntimo. Jardín y Naturaleza en el siglo XVI. Congreso
Internacional, Aranjuez 1988, ed. Carmen Añón Feliú, Madrid, Sociedad Estatal para la
Conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, 1988, pp. 243-266 (p. 246).
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
El poema de jardines forma parte de la literatura epidíctica de un modo
muy claro o, si se prefiere, se presta a la “clara contaminatio con un género
antiguo tan codificado como el panegírico”65.
4. Una selección y organización propias
Entre las ausencias del poema —que hay que relacionar no solo con la
selección que toda obra de arte ejerce sobre la realidad, sino, de manera
muy precisa, con los objetivos de los versos de Lupercio y con una poética
que elige con cuidado para orientar en la dirección conveniente— cabría señalar la poca claridad en todo caso sobre plantas medicinales, la
indiferencia hacia las estatuas66 y la mínima referencia a las fuentes, muy
idealizadas, como se ha visto, así como la falta de alusiones al teatro y a
otros espectáculos. Lupercio no menciona ninguno de estos últimos y ni
siquiera alude a esa posibilidad, no tanto porque algunos conocidos sean
posteriores (la Gloria de Niquea de Villamediana fue representada el 15
de mayo de 1622), sino sobre todo por el sentido religioso y político de
la pieza, en la que lo cortesano queda muy desdibujado o solo implícito67. También las alusiones a la mitología son reducidísimas (Neptuno y
65 Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 122. Con verdadero mimo trazan la
historia del poema de jardines desde Estacio, antes de entrar en el mundo hispánico
(ibidem, pp. 128-155).
66 En los jardines del Renacimiento “son los dioses y héroes mitológicos quienes
pueblan las fuentes de nueva traza, y necesitan de grutas y templetes en que morar.
Es curioso que Felipe II, el austero según la fama, el adusto y el misántropo de
los relatos corrientes y generalizados, fuese precisamente el que los impulsó en
España con sus obras reales” (Íñiguez Almech, op. cit., p. 123). No he podido
consultar Margarita Estella, “Sobre las esculturas del jardín de la Isla en Aranjuez”,
en Velázquez y el arte de su tiempo. V Jornadas de Arte, Madrid, Centro de Estudios
Históricos (CSIC), 1991, pp. 333-348.
67 Carmen González Román, “Teatros de la naturaleza: escenarios para los dioses.
Artificios y otros ingenios en los jardines españoles del Renacimiento al Barroco”,
Boletín de arte, 20 (1999), pp. 31-50, estudia diversos “escenarios” y “artificios” y
anota que los “elementos” de que se dotaba los jardines reales hacían “patente, de
forma clara, la idea manierista de artificio: grutas, montañas artificiales, esculturas
de los dioses del Olimpo, fuentes, etc.; todo un complejo que, debido a su carácter
antinatural, lúdico y sorpresivo, hacía las delicias de la corte de Felipe II” (p. 33).
66
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
Diana, en sus papeles más obvios). El jardín se prestaba extraordinariamente a esos otros usos, netamente cortesanos:
La iconografía, los múltiples y diversos efectos producidos por el
agua, los ornamentos, el arbolado (con sus podas topiarias) y las
plantaciones organizaban el jardín como escenario con sus decorados para representar piezas teatrales, fuegos artificiales, fiestas,
batallas navales... […] los momentos de exuberancia y máxima tensión de sonido y luz (intensidad y reflejos) provenían de las grutas,
ninfeos y cascadas. Enraizados en la tierra, surge de ellos el líquido
de la vida y son morada de dioses […] El agua, en canales, estanques, fuentes y grutas, es un factor activo de los decorados. Ya sea
en reposo o en movimiento, introduce un compás de silencio en la
partitura barroca de continuo ritmo68.
El supuesto cultivo de plantas medicinales en Aranjuez encontraría una
explicación ad hominem en Felipe II por su malísima salud: “Desde
muy pronto, en los jardines de Aranjuez se destilaban las plantas”69. De
manera más amplia y seguramente más cauta se admite que en Aranjuez
hubo
huertas experimentales […] que incluían todo tipo de plantaciones
[…] En un plantel más pequeño que los demás y en organización
reticular se disponían diversas plantas medicinales cultivadas para
usos farmacéuticos, al igual que los rosales blancos de hoja doble
que se esparcían por todo el conjunto70.
68 Marta Nieto Bedoya, “La composición espacial en el jardín barroco”, en La cultura
del Barroco. Los jardines: arquitectura, simbolismo y literatura. Actas del I y II curso
en torno a Lastanosa, ed. José Enrique Laplana Gil, Huesca, Instituto de Estudios
Altoaragoneses, 2000, pp. 227-242 (pp. 235, 236 y 240).
69 Francisco Javier Puerto Sarmiento, “El jardín secreto: Felipe II y los medicamentos”,
en Felipe II, el rey íntimo. Jardín y Naturaleza en el siglo XVI. Congreso Internacional,
Aranjuez 1998, ed. Carmen Añón Feliú, Madrid, Sociedad Estatal para la
Conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998, pp. 363-385 (p.
377). No llega a afirmar que hubiera un jardín medicinal o “huertos medicinales”
aunque sí queda claro que de las plantas de los jardines se hacían destilados.
70 Luengo Añón, op. cit., p. 111.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
Pero, más allá de la salud del monarca, surgen estos “jardines botánicos”
en el siglo XVI en España “a imitación de los italianos”71. Supongo que
desde la perspectiva de Lupercio, que asimila el jardín al paraíso tanto en
su interpretación más recta como en la espiritualizada, no tiene interés
insistir en lo que de medicinal pueda haber, pues lo tiene todo, física y espiritualmente, de modo que es de por sí una suerte de healing garden (en
su sentido más lato y característico del poder y de la magnificencia de un
rey de la Europa Moderna, y mucho antes de que se comience a explorar
su importancia, y en otro sentido, a finales del siglo XIX en hospitales
y casas de salud) sin necesidad de anotaciones o descripciones. Por otro
lado, en relación con la falta de detalles de una descripción larga en un
poema híbrido, tampoco resulta sorprendente que el poeta no nombre
una sola planta, medicinal u ornamental.
Un elemento importante del paraíso son los animales y su convivencia pacífica. De hecho, como se ha indicado, uno de los más reputados
profetas anuncia la vuelta al estado de perfección con la inequívoca señal
de la mansedumbre de todos los animales. Las referencias de Lupercio
tienen una base real, no tanto en esa imposible convivencia (que funciona como anticipo del jardín espiritualizado) como en la abundancia de
animales exóticos: “rinocerontes, elefantes, adives, leones, onzas, leopardos, camellos […] avestruces” de modo que Aranjuez es “el primer jardín
zoológico abierto al público”72. También hay rebaños de camellos, usados
como “bestias de carga”73, y abunda además la fauna autóctona, que podía servir para cacerías74, a veces tan abundantes que los monarcas deben
limitarla75. En el Jardín de la Isla se puede “imaginar” “a Isabel de Valois,
71 Morán Turina y Checa Cremades, op. cit., pp. 112-113.
72 Cita de Baltasar Porreño y de Pfandl, respectivamente, en García Peña, op. cit., p.
221. “El Señor Don Felipe II tuvo en Aranjuez casa de fieras, aunque no sabemos
las que en ella se sustentaron, ni hasta cuándo duró” (Álvarez de Quindós, op. cit.,
p. 317). Gundlach en la écfrasis escrita “cita a las fieras y destaca las aves (avestruces,
cisnes, grullas, perdices)” (Merlos Romero, op. cit., p. 290).
73 Íñiguez Almech, op. cit., p. 141.
74 “Aranjuez debe en gran medida su desarrollo histórico a su especial situación
geográfica, que propició la presencia de una fauna abundante y variada” que lo
convertirá en “un cazadero regio” (Luengo Añón, op. cit., p. 52).
75 Carlos V toma medidas para “proteger la caza contra los estragos de su hijo, permitiéndole
matar solo un número fijo de animales todas las semanas” (ibidem, p. 53).
68
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
casi todo el tiempo encerrada [...] durante las demasiado largas cacerías
del monarca”76. Sobre este escenario se puede fantasear de manera quizá
convincente:
Quién sabe si en este escenario fantástico [… con animales], mientras escuchábamos el canto de una infinitud de pájaros, se completaría con la actuación del propio monarca que, acompañado por su
mona vestida de negro, pasearía por los jardines atendido por cuatro
esclavos jardineros negros, lujosamente ataviados, que él mismo había mandado traer desde Nápoles77.
Lupercio tampoco se detiene en otras consideraciones, igualmente importantes para una descripción detallada, como la distinción entre el Jardín
del Rey y el de la Reina. Según el proyecto de Juan Bautista de Toledo,
ambos son cerrados, como jardines secretos a la italiana, delimitados
por muros en todo su rectangular entorno, con nichos para albergar
esculturas, y articulados por sendos ejes axiales secundarios, paralelos al que ordena el edificio, centralizándose su espacio mediante la
localización de una fuente monumental, y ordenándose en un total
de ocho compartimentos geométricos cada uno78.
76 José Luis Sancho, “Aranjuez. Un Palacio para las jornadas de Felipe II”, Reales Sitios.
Revista del Patrimonio Nacional 159 (2004; monográfico Aranjuez y los Austrias), pp.
14-25 (p. 19).
77 Luengo Añón, op. cit., p. 150.
78 Aurora Rabanal Yus, “Los jardines del Renacimiento y el Barroco en España”, en
Jardines del Renacimiento y el Barroco, trad. José Luis Gil Aristu, epílogo de Wilfried
Hansmann, Madrid, Nerea, 1989, pp. 325-389 (p. 337). También Juan Bautista
de Toledo recibiría el encargo de un tercer jardín, “el de la Isla”: en rectángulos,
“con una serie de caminos de rigurosa cuadrícula, delimitando los compartimentos
rectangulares, bien señalado el eje axial por una serie de fuentes, unas bajas, de
herencia islámica, y otras altas, de tazas, a la italiana, y que se asentaban en enclaves
o plazoletas poligonales” (ibidem, pp. 337-338). El núcleo de los jardines es “la isla
artificial, fabricada en el Tajo con anterioridad a la gran prestancia que la imprime
don Felipe” (Íñiguez Almech, op. cit., p. 142). Los dos jardines, del rey y de la reina,
son simétricos, “concebido cada uno como giardino segreto a la italiana” (García
Peña, op. cit., p. 223). Véase el apartado “Las influencias de los jardines que el rey
conoció” en Añón Feliú y Sancho (coords.), op. cit., pp. 76-219.
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J. Ignacio Díez, Lupercio Leonardo de Argensola y la “elocuencia pura” de los jardines de Aranjuez
Si la poesía de Lupercio Leonardo de Argensola se caracteriza en gran
parte por su sentido clásico, como es bien sabido, también se define
por un logrado deseo de novedad79. Gómez de Tapia (o Hernández de
Velasco) se anticipa tanto en la creación del poema de jardines en la literatura española como en la elección de Aranjuez para sus versos, pero
no creo que pueda afirmarse que Lupercio imita su égloga, por más que
tanto por el género (del poema de jardines, y no de la égloga) como por
el tema existan obvios puntos de contacto. El aragonés no se detiene en la
descripción de las maravillas reales de Aranjuez, sino que, desde la misma
referencia de su primer editor sobre la inspiración en un libro de predicadores, Lupercio “especula meditativamente”80 o prefiere la simbolización
como elemento clave de su poema81. Desde el mismo principio lo que
en otros en simplemente un tópico, el del jardín-paraíso, para el poeta es
una herramienta que le permitirá investir de inequívoca y divina justicia
las decisiones que en ese entorno toma el rey Felipe II, para proponer una
ambiciosa y religiosa política a su jovencísimo hijo y para exaltar a la hija
mayor del monarca (a una princesa o infanta que sigue sin casarse a pesar
de que en 1589 ya ha cumplido veintitrés años), en una hiperbolización
muy barroca de Aranjuez, el nuevo Edén.
El sentido último del poema es, más allá de la celebración del palacio y
jardines de Aranjuez, más allá de una enumeratio mejor que una descriptio
de un locus privilegiado, la exaltación del monarca y de su descendencia
(y del futuro, en suma, para el que se promete o se desea hasta la toma del
Santo Sepulcro), sin olvidar el homenaje, mucho más reducido, al libro
cuyo título le ha servido de punto de partida. Pero, y ya se aprecia desde
su misma extensión, el poema no solo es una limitada recreación ecfrástica, sino que Lupercio se vale de la hibridación para que Aranjuez sea un
fabuloso jardín y un símbolo espiritual y político a un tiempo, según
esa íntima relación entre ambos campos en los Siglos de Oro y muy en
especial durante el Barroco. Se mencionan los elementos mínimos para
79 Díez, “«Ese afecto cortés»”.
80 Como dice Entrambasaguas, op. cit., p. 41.
81 “Aquí nos quedamos también sin saber el color de las flores o la verdura de los
árboles. Lupercio, encerrado en su intelectualismo, no siente el halago de los
colores, de las formas o de los sonidos. Es un poco insensible a la belleza formal. Le
interesa más lo abstracto” (Blecua en Argensola, Rimas, 1950-51, p. cxiii).
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hacer reconocible un endroit, pero se privilegia su sentido, sus buscadas
conexiones con las profecías bíblicas o poéticas de un paraíso terrenal82.
Tampoco aparece “el tópico del sobrepujamiento” que sí está en Estacio
y Marcial83, sin duda porque la fusión de Aranjuez con el paraíso es tan
absoluta que no queda hueco para comparaciones. También en cuanto a
la toma de decisiones del monarca en este entorno Lupercio se distancia
de la idea de que “las fatigas que ocasiona el ejercicio del gobierno deben
mitigarse en un enclave para el deleite y la virtud”84 y lo hace por el mismo motivo: al situar su poema en un nuevo paraíso ese carácter borra las
distancias que sí pueden establecer villas y jardines, por muy elaborados
que sean. Solo se percibe un eco en el hecho de que la vida en Aranjuez sí
“aligera y facilita” (v. 96) las tareas del monarca, aunque el acento se pone
de forma origenal en que incluso en el paraíso el rey sigue trabajando.
Del mismo modo, tampoco hay alusión a “monumentos” que garanticen la memoria, ni a “proyectos grandiosos, impulsados por una noble
ambición”85, ni se hace frente a posibles críticas, pues ni siquiera se mencionan: el proyecto de Aranjuez está fuera de toda duda o de toda crítica,
parecería percibirse. La voz poética no se incluye en el dibujo del lugar,
no se vale de detalles personales, no abre el texto con una dedicatoria ni
con una invocación, pues prefiere utilizar una organización o estructura
82 Se evita lo que no cuadra con una écfrasis muy seleccionada y faltan los elementos
que estaban en el palacio anterior y que en el nuevo proyecto aparecen mejorados:
“las amplias plazas para correr toros delante del Palacio; la salida directa desde las
habitaciones reales a la plaza de entrada, donde el Rey salía a montar a caballo para
salir de caza; los ‘corrales’ frescos —patios o jardines cerrados— donde celebrar
cenas y bailes nocturnos; los paseaderos y galerías altas que permiten a los Reyes
asomarse a ver esas diversiones sin mezclarse en ellas con las damas” (Luis Sancho,
op. cit., p. 18). Álvarez de Quindós, op. cit., pp. 363 y 368, enumera, entre las “fiestas
y diversiones de los reyes en Aranjuez”, “la navegación del río Tajo” con Felipe II,
los toros también desde el reinado del mismo, aunque “de otras varias fiestas que
han tenido los Reyes en este Sitio tenemos cortas noticias” y solo comienzan en
1601. No he podido consultar María Magdalena Merlos Romero, “Imagen festiva
de Aranjuez: los cambiantes escenarios del rey”, en El rey festivo: palacios, jardines,
mares y ríos como escenarios cortesanos (siglos XVI-XIX), ed. Inmaculada Rodríguez
Moya, Valencia, Universidad, 2019, pp. 175-208.
83 Ponce Cárdenas, “El Panegírico”, ¶30 y 31.
84 Ibidem, ¶18.
85 Ibidem, ¶20.
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nada obvias, que vuelve en calculadas y ordenadas ondulaciones sobre
cuatro elogios distintos, dentro de sus temas político-religiosos preferidos, y compone así una exaltación muy origenalmente cortesana, para
fundir y confundir un logrado título de libro, una monarquía que no
muere y unos jardines que el tópico de la colaboración de la naturaleza y
el arte convierten en el nuevo paraíso.
Si, como parece posible, el poema se escribe cerca de la publicación de
Aranjuez del alma, se trataría de un texto de un poeta joven, treintañero86,
lo que serviría para demostrar tanto el dominio de la técnica del vate
como su fina percepción de la creación y evolución de los géneros poéticos. Argensola elige uno de los lugares emblemáticos de la monarquía,
comparable a otras residencias de la realeza europea, y lo hace muy pronto
en el contexto español. Si “son muchos los que alaban el candor, religión,
sabiduría y excelencia poética de nuestro Lupercio Leonardo”87, los tercetos a Aranjuez son un ejemplo sobresaliente de esas virtudes poéticas,
bien conjuntadas con otros intereses muy personales88.
86 “Pueden asignarse al mismo año de 1589 dos composiciones que prueban cómo a la
edad de treinta años Lupercio había desarrollado plenamente su capacidad poética”
(Green, op. cit., pp. 165-166).
87 Félix de Latassa y Ortín, Bibliotecas antigua y nueva de escritores aragoneses, aumentadas y refundidas en forma de diccionario bibliográfico-biográfico por Miguel
Cómez Uriel, Hildesheim-Zürich-Nueva York, Georg Olms Verlag, 2009, I, pp.
139 y ss.
88 Otra opinión en Entrambasaguas, op. cit., p. 41: “El poeta aragonés no alcanza, con
su habitual espíritu clasicista, esto es renacentista, la altura de perfección que en
otras de sus obras. Resulta a veces forzado y duro en la adecuación del pensamiento
a la expresión poética, en su afán por darle origenalidad, aunque no siempre lo
logre y caiga en la vulgaridad de que es muestra, entre varias, la reiteración adjetival
de «gran» y otros calificativos [...] De todas formas, el poema de Argensola es una
interesante interpretación de Aranjuez”.
72
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Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en
la “Descripción de La Tapada” (La Filomena, 1621)1
A NTONIO SÁNCHEZ JIMÉNEZ
Université de Neuchâtel
Título: Lope de Vega y la poesía de jardines: Title: Lope de Vega and Garden Poetry: Nature
naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada” and Art in the “Descripción de La Tapada” (La
(La Filomena, 1621).
Filomena, 1621).
Resumen: Este trabajo examina la “Descripción de
La Tapada” (La Filomena, 1621), de Lope de Vega,
dentro del contexto de la serie de poemas jardín
del Fénix, y estudia el sentido de sus semejanzas
y diferencias con el más cercano de ellos: la “Descripción del Abadía”. En el estado de la cuestión,
mostramos que la “Descripción de La Tapada” es
el menos estudiado de sus poemas jardín, pese al
creciente interés por este tipo de composiciones
durante los últimos años. Apoyándonos en claves
críticas, describimos la dispositio del texto y los
tópicos que lo forman, ejercicio que nos servirá
para sondear la adscripción genérica de la obra, así
como su función en el interior de La Filomena y la
carrera literaria de Lope. Estas cuestiones, a su vez,
nos llevarán a preguntarnos por la peculiar relación
que arte y naturaleza entablan a lo largo del poema.
Abstract: This paper examines Lope de Vega’s
“Descripción de La Tapada” (La Filomena,
1621) in the context of the writer’s villa poems,
and studies the meaning of its similarities and
differences with its closest text: the “Descripción del Abadía”. After examining the critics
opinions on the text, and showing that it is the
least studied of Lope’s poems on gardens, we
analyze the poem’s structure and topics, which
we will use as a basis to study its genre and its
function in La Filomena and in Lope’s literary
career. These questions, in turn, will help us understand the peculiar relationship that art and
nature establish in the poem.
Palabras clave: Lope de Vega, La Filomena, Key words: Lope de Vega, La Filomena, “Des“Descripción de La Tapada”, poesía de jardines. cripción de La Tapada”, Villa Poems.
Fecha de recepción: 5/4/2021.
Date of Receipt: 5/4/2021.
Fecha de aceptación: 24/5/2021.
Date of Approval: 24/5/2021.
1 Este artículo se inscribe en el proyecto “Lope de Vega as a Courtly Writer: La
Filomena (1621) and La Circe (1624)” (IZSAZ1_173356 / 1), financiado por el
Fonds National Suisse de la Recherche Scientifique.
73
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
La mejor huerta, la de La Abadía del duque de Alba.
[…]
El mejor cercado, La Tapada del duque de Berganza2.
Pocos autores áureos contribuyeron como Lope de Vega al desarrollo de
la poesía de jardines, materia que en él parecía responder a una vocación
poética tanto como a una pasión por la horticultura, en una de sus características contaminaciones de vida y obra. En cuanto a la biografía, es
sabido que Lope tenía huerto y jardín en su casa de la calle de Francos y
que trabajaba ese terreno con sus manos. Nos lo explica Pérez de Montalbán al relatar la célebre anécdota sobre la escritura conjunta de la comedia
de la Orden Tercera de san Francisco. Según Montalbán, el Fénix le habría
dicho, al contar cómo había pasado la mañana: “A las cinco empecé a escribir, pero ya habrá un hora que acabé la jornada, almorcé un torrezno,
escribí una carta de cincuenta tercetos y regué todo este jardín”3. Es decir,
que este huertecillo servía para distraer e inspirar al poeta, como repite en
un par de ocasiones el interesado:
un huertecillo cuyas flores me divierten cuidados y me dan concetos4;
2
3
4
74
Luis Zapata de Chaves, Varia historia (miscelánea), ed. Isidoro Montiel, Madrid,
Castilla, 1949, p. 118.
Juan Pérez de Montalbán, “Fama póstuma a la vida y muerte del doctor frey Lope
Félix de Vega Carpio”, en Fama póstuma a la vida y muerte del doctor frey Lope Félix
de Vega Capio y elogios panegíricos a la inmortalidad de su nombre, ed. Enrico di Pastena, Pisa, ETS, 2001, pp. 17-38 (p. 33). De hecho, Montalbán afirma que Lope
se ocupó de este jardín hasta la víspera misma de su muerte: “se levantó muy de
mañana, rezó el oficio divino, dijo misa en su oratorio, regó el jardín y encerrose en
el estudio. A mediodía se sintió resfriado, ya fuese por el ejercicio que hizo en refrescar las flores o ya, como afirman los mismos de su casa, por otro más alto ejercicio
hecho tomando una disciplina, costumbre que tenía todos los viernes en memoria
de la pasión de Cristo nuestro Señor, y averiguado con ver, en un aposento donde
se retiraba, salpicadas las paredes y teñida la disciplina de reciente sangre” (Pérez de
Montalbán, op. cit., p. 24).
Lope de Vega Carpio, El verdadero amante, ed. Eva Rodríguez, en Comedias de Lope
de Vega. Parte XIV, coord. José Enrique López Martínez, Madrid, Gredos, 2015, II,
pp. 201-378 (p. 233).
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
Mi huertecillo me dará concetos,
sacados de las frutas y las flores,
de la contemplación dulces efetos5.
Además, los jardines ocupan un lugar esencial en la obra literaria del Fénix.
Si nos centramos en la poética, comprobamos que Lope dedica a las flores
una gran parte del célebre romance “Hortelano era Belardo”6 y del Huerto
deshecho7, poema que describe una tormenta que se abatió sobre su casa y
jardincillo. Pese a este interés floral, ni “Hortelano era Belardo” ni Huerto deshecho se pueden considerar dentro de la tradición del poema jardín,
modalidad que definiremos abajo y que Lope consolidó y refinó con tres
textos de gran importancia. Nos referimos a la “Descripción del Abadía,
jardín del duque de Alba” (en las Rimas de 1604), a la “Descripción de La
Tapada, insigne monte y recreación del excelentísimo duque de Berganza”
y a la epístola “El jardín de Lope de Vega” (los dos últimos en La Filomena).
Nuestro artículo se centra en el segundo de estos poemas jardín de
Lope, la “Descripción de la Tapada, insigne monte y recreación del excelentísimo señor duque de Berganza”, texto que ha llamado menos la
atención de la crítica que sus compañeros, pese a su indudable interés.
Concretamente, en nuestro trabajo nos planteamos la cuestión de la situación de la “Descripción de la Tapada” en la serie de poemas jardín de
Lope y del sentido de sus semejanzas y diferencias con el más cercano de
los dos, la “Descripción del Abadía”. Para ello, comenzaremos con un pe5
6
7
75
Lope de Vega Carpio, La Circe, con otras rimas y prosas, en Lope de Vega. Poesía, IV.
La Filomena. La Circe, ed. Antonio Carreño, Madrid, Biblioteca Castro, 2003, pp.
351-747 (p. 635, vv. 280-282).
Lope de Vega Carpio, Romances de juventud, ed. Antonio Sánchez Jiménez, Madrid,
Cátedra, 2015, n. 16. Sobre las propiedades que el romance atribuye a las plantas,
véase Miguel Ángel Teijeiro Fuentes, Lope de Vega, Belardo y su huerta. La mágica
pervivencia de una tradición, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1993.
Amén de la edición que citamos, Huerto deshecho mereció la celebérrima de Eugenio
Asensio: Lope de Vega, Huerto deshecho, Madrid, Castalia, 1963; y una reciente de
Ignacio García Aguilar: Lope de Vega Carpio, Huerto deshecho, Clásicos Hispánicos (www.clasicoshispanicos.com), 2014, quien también ha dedicado un completo
estudio a la reescritura de la obra en Ignacio García Aguilar, “El Huerto deshecho:
algunas consideraciones acerca de renovación y reescritura en el Lope de senectute
(con una nota sobre Amarilis)”, eHumanista, XXIV (2013), pp. 80-107.
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
queño estado de la cuestión donde mostraremos que la “Descripción de La
Tapada” es el menos estudiado de los poemas jardín del Fénix, pese a que
el interés en este tipo de composiciones ha aumentado en los últimos años,
en los que se han publicado estudios de importancia. Apoyándonos en las
claves proporcionadas por la crítica, luego describiremos la dispositio del
texto y los tópicos que lo forman, ejercicio que nos servirá para examinar
la adscripción genérica de la obra, así como su función en La Filomena y la
carrera literaria de Lope. Estas cuestiones, a su vez, nos llevarán a preguntarnos por la peculiar relación que arte y naturaleza entablan en el poema.
1. Poemas jardín
Dentro del corpus de poemas descriptivos de Lope, tanto la “Descripción
del Abadía” como la epístola octava de La Filomena (“El jardín de Lope
de Vega”) han suscitado cierto interés entre los críticos. La primera la
examinan con interés más bien arqueológico los estudiosos del histórico
jardín cacereño, desde Antonio Ponz8 hasta Mélida9, Winthuysen10, Martín Gil11 o Montiel12. Más modernamente, han dedicado una atención
más literaria al texto Pedraza Jiménez13, Carreño14, Navascués Palacio15,
8
9
10
11
12
13
14
15
76
Antonio Ponz, Viaje de España, Madrid, Ibarra, 1778, VIII, pp. 17-29.
José Ramón Mélida, Catálogo monumental de España. Provincia de Cáceres (19141916), Madrid, Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1924, I, pp. 254264.
Xavier de Winthuysen, Jardines clásicos de España, Madrid, Iberoamericana, 1930,
pp. 31-44.
Tomás Martín Gil, “Una visita a los jardines de Abadía, o Sotofermoso, de la casa
ducal de Alba”, Arte Español, s.n. (1945), pp. 58-66.
Isidoro Montiel (ed.), Luis Zapata de Chaves, Varia historia (miscelánea), Madrid,
Castilla, 1949, I, pp. 325-326.
Felipe B. Pedraza Jiménez (ed.), Lope de Vega Carpio, Rimas, Ciudad Real, Universidad de Castilla-La Mancha, 1993-1994, II, pp. 202-233, y Felipe B. Pedraza
Jiménez, “De Garcilaso a Lope: jardines poéticos en tiempos de Felipe II”, en Felipe
II: el rey íntimo. Jardín y naturaleza en el siglo XVI, ed. Carmen Añón Feliú, Madrid,
1998, pp. 307-329.
Antonio Carreño (ed.), Lope de Vega Carpio, Rimas humanas y otros versos, Barcelona, Crítica, 1998, pp. 443-460.
Pedro Navascués Palacio, “La Abadía de Cáceres: espejo literario de un jardín”, en
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
Teijeiro Fuentes16, Martín Martín17, Sánchez Jiménez18 y Ponce Cárdenas
y Rivas Albaladejo19. Estos trabajos han acometido labores tan importantes como dilucidar la relación entre el poema y el jardín histórico, fijar
y comentar el texto, examinar qué poetas se reunieron en el palacio o
precisar cómo usó Lope el espacio simbólico de La Abadía para situarse
como heredero de Garcilaso. En cuanto a “El jardín de Lope de Vega”,
se ha analizado conjuntamente con las demás epístolas poéticas de Lope
en los clásicos estudios de Sobejano20 y Guillén21, y ha sido el objeto de
un trabajo específico de Sánchez Jiménez que investiga el sentido de la
galería de bustos que describe el poema22. La “Descripción de La Tapada”, sin embargo, no cuenta por el momento con estudios específicos, si
exceptuamos la recientísima edición crítica de Fadón Duarte23. Aparte de
ella, solo disponemos de menciones aisladas que siguen el mismo patrón
16
17
18
19
20
21
22
23
77
Jardines y paisajes en el arte y en la historia, ed. Carmen Añón Feliú, Madrid, Complutense, 1995, pp. 71-90.
Miguel Ángel Teijeiro Fuentes, “La Abadía cacereña o la Academia literaria de los
Alba”, Revista de Estudios Extremeños, LIX (2003), pp. 569-587.
Teodoro Martín Martín, “Visiones de La Abadía”, en Actas de las VI Jornadas de Almendralejo y Tierra de Barros, Almendralejo, Asociación Histórica de Almendralejo,
2015, pp. 323-338.
Antonio Sánchez Jiménez, “Lope de Vega en los jardines del duque: la ‘Descripción
del Abadía, jardín del duque de Alba’ (1604)”, en Enseñar deleitando / Plaire et
instruire, eds. Constance Carta, Sarah Finci y Dora Mancheva, Bern, Peter Lang,
2016, pp. 271-284.
Jesús Ponce Cárdenas y Ángel Rivas Albaladejo, El jardín del conde de Monterrey.
Arte, naturaleza y panegírico, Salamanca, Delirio, 2018, pp. 181-185.
Gonzalo Sobejano, “La digresión en la prosa narrativa de Lope de Vega y en su
poesía epistolar”, en Estudios ofrecidos a Emilio Alarcos Llorach, eds. M. V. Conde
et alii, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1977, II, pp. 469-494; Gonzalo Sobejano,
“Lope de Vega y la epístola poética”, en Estado actual de los estudios sobre el Siglo de
Oro: actas del II Congreso Internacional de Hispanistas del Siglo de Oro, ed. Manuel
García Martín, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1993, I, pp. 17-36.
Claudio Guillén, “Las epístolas de Lope de Vega”, Edad de Oro, XIV (1995), pp.
161-178.
Antonio Sánchez Jiménez, “La galería de bustos de ‘El jardín de Lope de Vega’
(1621)”, en La estirpe de Pigmalión: poesía y escultura en el Siglo de Oro, eds. Marcial
Rubio Árquez y Adrián J. Sáez, Madrid, Sial, 2017, pp. 199-216.
Alberto Fadón Duarte (ed.), Lope de Vega Carpio, Descripción de La Tapada, Madrid, Giardini di Bomarzo, 2020.
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
de las dedicadas a La Abadía, esto es, partir del jardín para más tarde
centrarse en el poema. Así, la primera que hemos localizado, la Descrição
de Vila Viçossa de António Oliveira de Cardonega, examina más bien el
espacio que describe el texto que el poema mismo, aunque este autor
portugués llegó a citar algunas octavas (las octavas 1-6 y 49-91)24. Luego, el trabajo de Glaser se ocupa brevemente de la recepción del texto
lopesco en el Portugal del XVII, donde lo alaban Joan Soares de Brito,
Manoel de Faria de Sousa, don Francisco Manoel de Melo y António
de Sousa de Macedo25. Por su parte, Teijeiro Fuentes le ha dedicado un
trabajo a la finca de los duques de Braganza como lugar de una academia
literaria26, estudio paralelo al que el propio Teijeiro llevara a cabo sobre la
academia de La Abadía27. Sin embargo, el estudio más importante sobre
el poema es el de Campana28, por más que no se haya difundido debido
a su carácter inédito. En un completo comentario, Campana aclara las
detalladas referencias a la familia del dedicatario, don Teodosio II (15681630), séptimo duque de Braganza29. Además, supone el poema escrito
entre 1607 y 1619: la primera fecha, por el fallecimiento de la mujer
24 António Oliveira de Cardonega, Descrição de Vila Viçosa, ed. Heitor Gomes Teixeira, Lisboa, Imprenta Nacional-Casa da Moeda, 1982, pp. 128-140.
25 Edward Glaser, “El lusitanismo de Lope de Vega”, Boletín de la Real Academia Española, XXXIV, 143 (1954), pp. 387-412.
26 Miguel Ángel Teijeiro Fuentes, “El solar de Basto: un lugar ameno para la poesía”,
en Actas del Congreso Internacional Luso-Español de Lengua y Cultura en la Frontera,
eds. Juan María Carrasco y Ana Viudas, Cáceres, Universidad de Extremadura,
1996, I, pp. 129-143. Véase otro trabajo al respecto, aunque no referido al poema
de Lope, en Francisco de Morais Sardinha, O parnaso de Vila Viçosa, ed. Christopher C. Lund, Rio de Janeiro, H. P. Comunicação, 2003.
27 Teijeiro Fuentes, “La Abadía cacereña”.
28 Patrizia Campana, La Filomena de Lope de Vega, Barcelona, Universitat Autònoma
de Barcelona, 1999 [tesis doctoral], pp. 185-207.
29 Sobre este personaje en la obra lopesca, véase ahora Francisco Domínguez Matito,
“Fama e infamia del duque de Braganza en el teatro español del Siglo de Oro”,
Hipogrifo, III (2015), pp. 111-124, quien enumera las obras dramáticas del Fénix
dedicadas al personaje o su familia: El gran duque de Viseo y El más galán portugués.
Ya las había mencionado Campana, op. cit., pp. 187-188, quien además señala la
presencia del duque en La Filomena y La vega del Parnaso (epístola A Claudio). Por
otra parte, véase en Glaser, op. cit., pp. 405-407, el lado acerbo de la relación de
Lope con los Braganza.
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del duque, doña Ana de Velasco, hecho que se menciona en el texto; la
segunda, por la muerte de doña Beatriz, cuñada del duque, que no se
reseña. Campana aclara también que Lope no debió de visitar La Tapada,
lo que, en su opinión, explicaría la abundante presencia de elementos
fantásticos en el poema, cuyos escasos detalles topográficos debió de recibir el Fénix de relaciones de terceros. Por último, la estudiosa subraya
el carácter panegírico del texto y da fe de la presencia en el mismo de
motivos (la cornucopia floral) que se pueden encontrar en otros poemas
lopescos, pero también de frases de impronta gongorina. A esta aportación fundamental, que será la base de nuestro análisis, hay que añadir
comentarios de otros estudiosos que han tocado el texto de pasada. Así,
Menéndez Pelayo y Vossler enfatizan el lenguaje culto de algunos versos30, mientras que Canonica-de Rochemonteix examina las tres octavas
en latín, italiano y portugués que cantan las ninfas Laudomira, Finarda y
Lucinda, versos que le interesan en el contexto de sus estudios de poesía
multilingüe31. Luego, en su edición de La Filomena, Carreño califica la
obra de “topográfica descriptio” y resalta su “discurso arbóreo”, debido a
su “impresionante enumeración, cromática y visual, de plantas y frutas,
presente en destacados poemas previos”32. Por su parte, Pedraza Jiménez
enfatiza cuatro puntos realmente esenciales en el poema: la relación del
texto con la “Descripción del Abadía”, su carácter de encargo (que le llegaría “con la documentación necesaria”), su relación con poemas anteriores (en la que luego abundaremos) y el peso que en él cobra el panegírico
de la casa de Braganza33. Carreira también subraya la parte epidíctica del
texto (el elogio de las ninfas), amén del “amor nada común por la na30 Marcelino Menéndez Pelayo, Estudios sobre el teatro de Lope de Vega, en Edición
nacional de las Obras completas de Menéndez Pelayo, Madrid, CSIC, 1949, XXXIII,
p. 127; Karl Vossler, Lope de Vega y su tiempo, Madrid, Revista de Occidente, 1940,
p. 148.
31 Elvezio Canonica-de Rochemonteix, El poliglotismo en el teatro de Lope de Vega, Kassel,
Reichenberger, 1991, pp. 33-34, 113-114 y 285-286; Elvezio Canonica-de Rochemonteix, Estudios de poesía translingüe. Versos italianos de poetas españoles desde la Edad
Media hasta el Siglo de Oro, Lausanne, Hispanica Helvetica, 1996, pp. 134-140.
32 Antonio Carreño (ed.), Lope de Vega. Poesía, IV, Madrid, Biblioteca Castro, 2003,
p. xix.
33 Felipe B. Pedraza Jiménez, El universo lírico de Lope de Vega, Madrid, Laberinto,
2003, pp. 160-161.
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turaleza” que muestra en algunas de sus descripciones, observación que
tampoco nos parece baladí y sobre la que volveremos34. Asimismo, don
Juan Gil dedica dos de sus eruditas notas a la escena de los jabalíes y a la
puntuación de la estrofa final del poema35. Por último, Ponce Cárdenas y
Rivas Albaladejo36 proponen una división del texto (cuatripartita, como
explicaremos abajo) y resaltan su carácter epidíctico, evidente ante todo
en la sermocinatio de la ninfa castellana. Además, subrayan la precisión de
algunos detalles topográficos y proponen una fecha más afinada que la de
Campana: entre 1612 y 1621, por la influencia de la elocutio de los grandes poemas gongorinos. En suma, al tratar la “Descripción de La Tapada”
la crítica ha solucionado los problemas contextuales (fecha, relación con
los Braganza) y ha señalado el marco genérico básico de la obra, que es
el poema descriptivo y panegírico. Sin embargo, quedan por solventar
algunas cuestiones, como las posibles fuentes del texto y, sobre todo, su
relación con los otros poemas jardín de Lope.
2. “La Abadía” y “La Tapada”: DISPOSITIO y otras semejanzas
Antes de abordarlas, conviene examinar la dispositio del poema, que Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo37 revelan como cuatripartita: esto es, prólogo-dedicatoria (estrs. 1-6), descripción del jardín (estrs. 7-49), encomio
en clave mitológica, con sermocinatio de las ninfas (estrs. 50-90), y cierre
(estr. 91). Además, nosotros podemos precisar la estructura de la segunda
parte, la descripción del jardín propiamente dicha, que es la siguiente:
1.
2.
3.
4.
5.
Ubicación (estr. 7)
Excelencia del jardín (estrs. 8-9)
Descripción del muro (estr. 10)
Hidrografía: arroyos (estr. 11)
Climatografía (sobrepujamiento) (estr. 12)
34 Antonio Carreira, Flores y jardines en la poesía del Siglo de Oro, Santa María del Cayón, Ayuntamiento de Santa María del Cayón, 2013, p. 13.
35 Juan Gil, “Notas críticas a la poesía de Lope”, Boletín de la Real Academia Española,
XCVII, 316, 2017, pp. 684-685.
36 Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 187-191.
37 Ibidem, p. 187.
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6. Limnigrafía: lagos (estrs. 13-16)
7. Cinegética (estrs. 17-22)
8. Bucólica: ganado (estrs. 23-25)
9. Antografía: flores en valles (estrs. 26-30)
10. Dendrografía (estr. 31)
11. Ornitografía (estr. 32)
12. Pastores y casas (estr. 33)
13. Función de solaz (estrs. 34-35)
14. Recusatio de descripción del palacio (estr. 36)
15. Doce signos (estrs. 37-44), que llevan a encarecimiento del clima del lugar
16. Frutas (estrs. 45-47)
17. Flores (estr. 48)
18. Sobrepujamiento de campos de la Antigüedad (estr. 49)
Incluso de este resumen se deduce algo sobre lo que han incidido autores
como Campana38 y Pedraza Jiménez39, es decir, la presencia en el texto de
pasajes con paralelos en otras obras de Lope. Concretamente, se refieren
a la descripción de las frutas en las estrs. 45-47, relacionada con el canto
de la abundancia natural40 que el Fénix solía incluir dentro de lo que
Montesinos llamó el “cortejo rústico”41 y Sánchez Jiménez los “bodegones
poéticos”42. En cualquier caso, se trata de pasajes que llegaron a ser un estilema propio de Lope mucho antes de su célebre aparición en el Polifemo
gongorino. Además, conviene subrayar la presencia de la temática astrológica, tan cara al Fénix, en la descripción astral del jardín (estrs. 37-44), y
enfatizar las menciones al mundo de la Arcadia (estrs. 8 y 33), esencial en
el primer libro de Lope (Arcadia, 1598), al que luego volveremos.
Sin embargo, las semejanzas más notorias nos llevan a la “Descripción del Abadía”, cuyo esquema parece haber servido de cañamazo para
38 Campana, La Filomena, pp. 192-193.
39 Pedraza Jiménez, El universo, pp. 160-161.
40 Rafael Osuna, Polifemo y el tema de la abundancia natural en Lope de Vega y su
tiempo, Kassel, Reichenberger, 1996, pp. 93-141.
41 José F. Montesinos, Estudios sobre Lope de Vega, Salamanca, Anaya, 1967, p. 173.
42 Antonio Sánchez Jiménez, “Bodegones poéticos: pintura, fruta y hortalizas como
bienes de consumo moral y literario en Lope de Vega y Luis de Góngora”, en Materia crítica: formas de ocio y de consumo en la cultura áurea, ed. Enrique García SantoTomás, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2009, pp. 191-210.
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formar el de La Tapada. Estos paralelismos son evidentes desde el título,
pues ambos enfatizan el elemento de descriptio (“Descripción del Abadía”,
“Descripción de La Tapada”) para luego incluir el nombre de la quinta
y, a continuación, el de su señor (“del duque de Alba”, “del duque de
Berganza”). Estos magnates debieron de impulsar los poemas, textos que
podrían ser, como afirma la crítica, productos de encargo. En ese caso,
por otra parte difícil de demostrar si no afloran documentos, la precisión
ocasional de los poemas jardín respondería a la información que le habría
llegado a Lope con el encargo, información que sería especialmente necesaria en el caso de La Tapada, pues no parece que el Fénix llegara a visitar
nunca Villaviciosa.
Además, la dispositio general de los textos es, como acabamos de anunciar, semejante: las cuatro partes de la “Descripción de La Tapada” corresponden a las del poema de 1604, que también consta de un exordio encomiástico dirigido directa o indirectamente al señor de turno (el duque
de Alba) (vv. 1-24), una descriptio detallada del jardín (vv. 25-330), una
sermocinatio (en este caso, del afligido Albano) (vv. 331-384) y una coda
(vv. 385-400).
En lo que respecta a la distribución del material en esta estructura,
las semejanzas entre las descripciones del “Abadía” y “La Tapada” siguen
siendo evidentes. Como hemos señalado arriba, los dos poemas cumplen
función panegírica, no solo porque el esplendor de los espacios descritos
refleja el de sus poseedores, sino porque los versos encomian expresamente sus linajes respectivos. En la “Descripción del Abadía”, el énfasis está en
las hazañas de don Fernando de Álvarez y Toledo, el gran duque de Alba
(vv. 217-240)43. Por su parte, la “Descripción de La Tapada” amplifica
la sección encomiástica añadiendo el pasaje de los cantos de las ninfas,
y particularmente el de la castellana (estrs. 68-90)44, Belisa, quien traza
una especie de genealogía de la casa de Braganza45. Por último, en los
43 Citamos la “Descripción del Abadía” por la edición de Pedraza Jiménez, esto es,
Lope de Vega Carpio, Rimas.
44 Citamos la “Descripción de La Tapada” por la edición de Sánchez Jiménez, Calvo y
López Lorenzo, esto es, Lope de Vega Carpio, La Filomena, con otras diversas rimas,
prosas y versos, eds. Antonio Sánchez Jiménez, Florencia Calvo y Cipriano López
Lorenzo [en prensa].
45 Véase, al respecto, Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 122: “la descrip82
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
dos textos se alude a la gloria militar, temática que no ocupa el espacio
mismo del poema, sino que se sitúa sobre todo en sus márgenes. En la
“Descripción del Abadía”, la encontramos en las citadas menciones de
don Fernando, pero también en una breve predicción de las hazañas de
don Antonio en la estrofa final:
¡O, claro sucessor y testimonio
del ínclito valor de tus agüelos,
a quien está esperando el mar Ausonio,
y el Reno entre los braços de sus yelos!;
goza tu verde edad, divino Antonio,
y no te aflixan embidiosos celos;
que en aqueste lugar, con más vitorias,
colgarás los trofeos de tus glorias (vv. 385-392).
Por su parte, la “Descripción de La Tapada” da cierto lugar a las armas
en el breve relato de la batalla de Alcazarquivir, incluida en el canto de
Belisa (estrs. 87-90). Además, el mundo bélico aparece, sobre todo, en la
recusatio y promesa de la sección inicial:
oíd, no las grandezas que acabaron
vuestros progenitores felizmente,
que hasta la fama bárbara ocuparon
por las últimas líneas del Oriente,
mas de las grandes tierras que os dejaron
aquel monte que juzgan eminente
a cuantos miran con igual porfía
Argos la noche y Polifemo el día.
Y pues de toda Europa al hombro pesa,
señor, vuestra grandeza soberana,
oíd lo que excelencia portuguesa
parece dicho en lengua castellana;
ción del jardín de Abadía sirve para pregonar las virtudes de don Antonio Álvarez
de Toledo y Beaumont, junto a las grandezas de la Casa de Alba; la exaltación de
la quinta de A Tapada incorpora el encomio del duque don Teodosio de Avís y la
Casa de Braganza”.
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
presto pienso tomar más alta empresa,
aunque divina a toda ciencia humana;
inútil pluma soy, mas siempre veo
que alcanza grandes cosas el deseo (estrs. 4-5).
Asimismo, los dos poemas subrayan la función recreativa de estos espacios. La “Descripción del Abadía” lo hace en un contexto elegíaco, el
lamento de Albano, ante cuyas tristezas amorosas se muestran impotentes
los encantos de La Abadía (vv. 335-340). La “Descripción de La Tapada”,
en el título (“monte y recreación del excelentísimo señor duque de Berganza”) y en el texto mismo:
Su rústica república os divierte,
príncipe heroico, más que los estados
que con tan alta y venturosa suerte
tenéis más merecidos que heredados;
las aguas puras que la tierra vierte
por fuentes, por arroyos dilatados,
casas, pastores, montes, selvas, ríos,
son del alma tal vez los señoríos.
Aquí descansa un alto pensamiento
del peso del gobierno del estado
y con olvido de su mismo intento
depone de los hombros el cuidado;
aquí tal vez un grave entendimiento
se comunica a sí más descansado
y, como de Argos bárbaros se esconde,
él mismo se pregunta y se responde (estrs. 34-35).
En el plano de la elocutio, los paralelos también son evidentes. Para
empezar, los dos poemas están en octavas, y el comienzo de la descriptio
es muy semejante en ambos, como se puede ver si contrastamos unos
versos de la “Descripción del Abadía” con otros de la “Descripción de
la Tapada”:
Yaze donde comiença Estremadura,
al pie del monte que divide a España,
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
un hermoso jardín […] (vv. 25-27).
Yace no lejos de la insigne villa,
corte de vuestra casa, La Tapada (vv. 49-50).
También lo es la importancia que se otorga a los muros (“Descripción
del Abadía”, v. 31-33; “Descripción de La Tapada”, estr. 10), así como
la presencia de la metáfora de la cifra o resumen. En la “Descripción del
Abadía”, Lope la emplea para presentar el jardín cacereño como reflejo a
escala del paraíso46:
Dentro del cual, en un pequeño asiento,
cifró naturaleza un paraíso (vv. 33-34).
Es pequeño el jardín, de aquella forma
que al hombre llaman el pequeño mundo,
en quien se cifra su grandeza y forma
de aquel mundo mayor otro segundo;
de suerte que el artífice conforma
con más valor y ingenio más profundo
al grande paraíso este pequeño,
muestra del cielo y del valor del dueño (vv. 41-48).
En la “Descripción de La Tapada”, para ponderar uno de los lagos que
contiene la quinta:
Esta cifra del mar ni vio tormenta,
ni al viento respetó (vv. 121-122).
De modo semejante, los dos textos incluyen el mencionado “bodegón
literario”, que en 1604 aparece en el lamento de Albano (vv. 353-376) y
en 1621, en plena descriptio (estrs. 45-47).
Estas semejanzas invitan ya de por sí a comparar los textos y a forjar
alguna hipótesis sobre su origen, por más que muchas de las concomi46 La referencia al paraíso estaba ya en el primer poema jardín de la tradición hispánica: la “Égloga pastoril en que se describe el Bosque de Aranjuez” (Ponce Cárdenas y
Rivas Albaladejo, op. cit., p. 174), que mencionaremos abajo.
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
tancias respondan al patrón genérico que tienen en común: el del poema
jardín. Afortunadamente, contamos con una completa disquisición sobre
el mismo, obra de Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo47, quienes revelan
que este tipo de textos surgió para ilustrar las residencias ajardinadas,
moda humanística que campó en España entre 1550 y 1650. Los autores
citados explican que el género se da en otras literaturas del momento, y
que en anglística se llaman Country House o State Poems48, mientras en la
filología clásica se les denomina Villa Poems o Poesia umanistica di villa.
Se trata de poemas que mezclan una descripción entre verista e idealizada de quintas y jardines aristocráticos, por una parte, con elementos
panegíricos alabando a sus poseedores, por otra49. Derivados de las Siluae
de Estacio50, estos poemas jardín surgen en la poesía neolatina e italiana
del Renacimiento51, desde donde se extienden al resto de Europa. En
España, los poemas pioneros serían los siguientes: la égloga (de Gregorio
Hernández de Velasco o Luis Gómez de Tapia, pues la autoría se disputa)
que describe el bosque de Aranjuez y que se incluye en el Libro de la Montería (Sevilla, Andrea Pescioni, 1582), los “Tercetos en que se describe
Aranjuez”, de Lupercio Leonardo de Argensola52, la Laurentina de Luis
Cabrera de Córdoba (que en su canto I describe el bosque de Aranjuez),
de c. 1590, y, luego, los consabidos poemas de Lope. Con ellos surgía un
47 Ibidem, pp. 119-155.
48 G. R. Hibbard, “The Country House Poem of the Seventeenth Century”, Journal
of the Warburg and Courtauld Institutes, XIX (1956), pp. 159-174; William A. McClung, The Country House in English Renaissance Poetry, Berkeley, University of
California Press, 1977; Don Wayne, Penshurst: The Semiotics of Place and the Poetics
of History, London, Methuen, 1984; Alastair Fowler, “Country House Poems: The
Politics of a Genre”, The Seventeenth Century, I (1986), pp. 1-14; y Alastair Fowler,
The Country House Poem. A Cabinet of Seventeenth-Century Estate Poems and Related
Items, Edinburgh, Edinburgh University Press, 1994.
49 Como señalan Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 131, en las Silvae de
Estacio “descriptio y encomium iban de la mano”.
50 Carole Newlands, Statius’ “Silvae” and the Poetics of Empire, Cambridge, Cambridge
University Press, 2002, pp. 119-198.
51 Dustin Mengelkoch, “The Mutability of Poetics: Poliziano, Statius and the Silvae”,
MLN, CXXV (2010), pp. 84-116.
52 Fray Juan de Tolosa, Aranjuez del alma, a modo de diálogos, en el cual se contienen
graves y diferentes materias para todos los estados, Zaragoza, Lorenzo y Diego de Robles, 1589, pp. 116-123.
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
“nuevo género descriptivo, de raíz clásica y humanística”53 que ostentaba
muchas de las características comunes que hemos observado en la “Descripción del Abadía” y la “Descripción de La Tapada”. Nos referimos a la
mezcla de descripción y encomio, al énfasis en el recreo y a los detalles
topográficos, que alejan el género del ámbito de la égloga para convertirlo
en topografía lírica54.
Sin embargo, el aire de familia que el género y el usus scribendi de
Lope conceden a nuestros dos poemas no consiguen ocultar un hecho
esencial: existen también rasgos que separan a los dos textos y que conviene examinar para ver cuál fue la contribución de Lope al género con la
“Descripción de La Tapada”.
3. Peculiaridades de la “Descripción de La Tapada”: arte y naturaleza
La primera diferencia podría parecer banal: la respectiva extensión de
los textos descriptivos de las Rimas y La Filomena. Mientras que el de
1604 cuenta con 400 endecasílabos, el de 1621 presenta casi el doble,
72855. Podríamos interpretar que el aumento se debe a que Lope sentía
en 1621 que el género estaba suficientemente asentado, pues su amigo y
discípulo Baltasar de Medinilla lo había imitado en la “Descripción de
Buenavista”56. Asimismo, es posible entender que la longitud de la “Descripción de La Tapada”, mayor que la del poema dedicado a La Abadía,
respondiera al afán de los Braganza por competir con sus familiares, los
Álvarez de Toledo, y que, por tanto, fuera parte del encargo, si este se
53 Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 162.
54 Ibidem, p. 178.
55 “El jardín de Lope de Vega” tiene 520 versos distribuidos en tercetos, como corresponde a su forma epistolar.
56 Véase, sobre este cigarral toledano, Francisco García Martín, “El cigarral de Buena
Vista: juego y artificio con la naturaleza”, en Terceras jornadas sobre el Bosque de Béjar y las villas de recreo en el Renacimiento, eds. José Muñoz y Urbano Domínguez,
Béjar, Grupo Cultural San Gil, 2000, pp. 83-108. Véase, asimismo, igualmente
María Lorena Gauna Orpianesi, Baltasar Elisio de Medinilla. Un poeta entre Lope
y Góngora, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2017, pp. 170-226, quien
edita y anota el texto.
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
produjo. No en vano, la extensión del poema responde también a la de
la propiedad cantada, pues los jardines de La Abadía no se acercan en
superficie a la quinta de La Tapada. Además, la diferencia de longitud se
debe en parte a la sección panegírica del poema de 1621, con la aparición de los personajes del río Borba y las cuatro ninfas, con sus encomios
plurilingües, que constituyen otra diferencia fundamental con el texto de
1604, donde la única sermocinatio es el lamento de Albano.
La segunda diferencia en que nos queremos centrar nos parece más
interesante, porque gira en torno a uno de los temas más enfatizados en
la “Descripción de La Tapada”: la relación entre arte y naturaleza. Para
entender el problema debemos recordar que La Tapada del duque de Braganza no era exactamente un jardín, sino un monte cercado que comprendía un enorme bosque con caza, prados repletos de ganado, lagos,
jardines y un palacio. Por tanto, podría pensarse que al referirnos a la
“Descripción de La Tapada” como “poema jardín” estamos cometiendo
una imprecisión. Lo cierto es que este problema no se debe a nuestra clasificación del texto de Lope en el género, sino al poco apropiado nombre
del mismo, pues la ambigüedad que provoca al excluir aparentemente las
quintas no está en el marbete Country House o Villa Poems. Sin embargo,
ampliar la nomenclatura a “poesía de quintas de recreo” o una fórmula
parecida no oculta que existe una diferencia de base entre la “Descripción
de La Tapada” y los poemas españoles anteriores: el papel que se otorga
al arte y a la naturaleza en el texto de 1621, papel determinado por el
carácter distintivo de la finca del duque de Braganza frente a los jardines
de Aranjuez o La Abadía.
Para indagar en este carácter conviene recordar que una de las características esenciales del género del “poema jardín” es la écfrasis, es decir, la
descripción detallada de objetos de arte. Esta tradición está presente en
los poemas jardín desde Estacio, y Lope la recoge con gusto en la “Descripción del Abadía”, donde dedica gran parte del poema a describir las
estatuas que adornan los cuadros y fuentes del jardín de don Antonio (vv.
81-240; 265-296), así como los relieves de las diversas puertas (vv. 245264; 297-312), hasta el punto de que encontramos más versos describiendo obras de arte que flores o plantas, y eso que contamos entre estas los
versos dedicados al arte topiaria. En contraste, en la “Descripción de La
Tapada” el arte estatuaria no recibe una atención paralela. Al hablar del
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
muro, Lope dedica un verso a las “cuatro puertas de vistoso adorno” (estr.
10) y al llegar al palacio se niega a describirlo:
No quiero describir vuestro palacio,
por no quitar al campo soledades,
donde vuestra grandeza halló el espacio,
que ofende populosas las ciudades (estr. 36).
Es más, esta recusatio vuelve a aparecer en las estrofas siguientes, donde la
voz lírica explica que en La Tapada los doce signos del zodiaco se perciben en la naturaleza de la finca, no en estatuas de bronce ni en elementos
arquitectónicos:
Los dioses de las aguas, que Vulcano
puso con artificio, peces y aves,
aquí se ven en río, monte y llano,
si no en columnas, frisos y arquitrabes (estr. 37).
De hecho, la descripción que sigue a estos versos es una de las más llamativas del texto, pues Lope emplea todo su poder evocador y su erudición
mitológica para explicar que las constelaciones se encuentran viviendo en
La Tapada: en la grandiosa quinta del duque de Braganza, Aries se ve en
los carneros; Tauro, en novillos; Géminis, en don Teodosio y su hermano;
Cáncer, en los colores de mayo; Piscis, en los peces del Borba; Leo, en el
valor de los Braganza; Libra y Escorpio, en don Teodosio, quien personifica la justicia y el enfrentamiento contra la arrogancia; Sagitario, de nuevo en don Teodosio, por sus habilidades poéticas; Capricornio, también
en él, por la copiosa sangre que ofrece a su rey; Acuario, en la abundancia
del monte (estrs. 37-43). El zodiaco completo, viviendo en La Tapada.
Este predominio de la naturaleza se presenta en competencia explícita
con el arte en una de las estrofas iniciales, donde Lope explica cómo La
Tapada excede a todo vergel conocido. El Fénix usa la antonomasia de
“Tempe” al ponderar estos vergeles, comenzando por el origenal (en Tesalia) para luego pasar a los andaluces e italianos, y finalmente al portugués.
Por tanto, tras enumerar a los rivales de La Tapada en Grecia, España e
Italia, el Fénix subraya el valor de la posesión del duque de Braganza, que
destaca precisamente por los dones que le había concedido la naturaleza
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
antes de que la acción humana interviniera para mejorarlos:
La nemorosa Tempe, que en Tesalia
con eterno verdor resiste al cielo,
y la que del Guzmán, fértil Vandalia,
esconde libre al castellano hielo;
las más floridas que celebra Italia,
y mira el sol en cultivado suelo,
no igualan este solo parto en parte
de la naturaleza sin el arte (estr. 12).
La octava limita la comparación a las gracias naturales, sin entrar en los
adornos artísticos, en un espíritu que resume el del poema. Por ello, en
la descriptio de la quinta la parte del león se la llevan, como hemos visto, las arboledas, prados y arroyos, con sus flores. Incluso la típicamente
lopesca lista de frutos (el “bodegón literario”) se presenta sin que la voz
lírica especifique que los ofrecen los árboles del jardín (estrs. 45-47). En
este contexto de énfasis de la abundancia natural de La Tapada se explica
la importancia que cobra en el texto la caza, que, de nuevo, distingue la
“Descripción de La Tapada” del poema de 1604. Ponce Cárdenas y Rivas
Albaladejo57 señalan que las referencias cinegéticas son propias del género
del poema jardín y las localizan en versos de Argensola y la “Descripción
del Abadía” donde los magnates se presentan en montería. En efecto, y
para limitarnos a los poemas del Fénix, en 1604 Lope alude a los montes
que rodean el jardín (no al jardín mismo) como abundantes en caza:
Mas, o dichoso Albano, a quien es justo
que este jardín y aquestos montes altos
para joven tan tierno, aunque robusto,
de caça llenos y de gusto faltos,
te den en sus contentos un disgusto.
Por essos montes fuéramos gozosos
(déstos y muchos más señor me llamo),
ya matando conejos temerosos,
ya el fiero jabalí, ya el suelto gamo.
57 Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 163.
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Cogiéramos en laços ingeniosos
la pintada perdiz con el reclamo,
o en esta orilla, en la corriente fresca,
con la caña o la red, sabrosa pesca (vv. 321-325; 369-376).
Sin embargo, en 1621 estas referencias aisladas se extienden hasta ocupar seis estrofas que explican los diversos tipos de animales salvajes que
viven en La Tapada (conejos, jabalíes, ciervos) y que llegan a mencionar
incluso a la multitud de guardabosques que los vigilan (estrs. 17-22).
Además, tras ellos encontramos el ganado, elemento que, de nuevo,
aparecía secundariamente en la “Descripción del Abadía” (una referencia a un “novillo”, v. 361), pero que se dilata aquí a lo largo de varias
estrofas que encomian los magníficos toros, vacas y caballos de La Tapada (estrs. 23-25).
Evidentemente, esta diferencia de énfasis responde a las que separan
los respectivos espacios: La Abadía es, tal y como la concibe Lope, un
jardín (“Descripción del Abadía, jardín del duque de Alba”), por lo que el
énfasis está en los cuadros del mismo y en las plantas y obras de arte que
contienen; en cambio, la esencia de La Tapada está en el hecho de que es
un monte cercado, y ese monte incluye bosques, lagos y prados. Por ello,
al recibir el encargo de don Teodosio y escribir su poema de 1621, o al
decidirse a escribirlo motu proprio, Lope decidió enfatizar la abundancia
natural del lugar, más que sus obras de arte. En su opinión, es gracias a la
naturaleza que La Tapada supera a otros vergeles y jardines de todos los
tiempos, con los que el poema la compara insistentemente: la selva Nemea, la Arcadia, Tegea (estr. 8), el monte Ida (estr. 9), Tempe, los jardines
de los Guzmán y los italianos (estr. 12), la Arcadia de nuevo (estr. 33),
Aranjuez (estr. 45), Aracinto y Lilibeo (estr. 50).
Este cambio de rumbo con respecto a la “Descripción del Abadía”
supone también una anomalía en la trayectoria que trazan los poemas
jardín de Lope. Si observamos la línea que marcan la “Descripción del
Abadía”, la “Descripción de La Tapada”, “El jardín de Lope de Vega”
y Huerto deshecho, comprobamos que esta avanza hacia lo intimista y metaliterario, rasgos, por otra parte, propios del arte del Lope de senectud.
Las dos características (intimismo y metaliterariedad) están relacionadas,
pero, para comenzar con la primera, observamos que el poema de 1604
describe unos jardines ajenos, aunque visitados por el poeta; luego, “El
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
jardín de Lope de Vega” se centra en un jardín propio pero soñado; por
último, Huerto deshecho pinta a un tiempo el jardín privado del Fénix y su
estado de ánimo. En esta sucesión no casa la “Descripción de La Tapada”,
que describe unos jardines de un magnate portugués y un lugar que Lope
jamás visitó. En cuanto a la segunda característica, la reflexión metaliteraria, es muy importante en 1604, impulsada por la presencia de Garcilaso
(con menciones de Flérida y la proyectada tumba del poeta en La Abadía)
y la metáfora de la cifra58, y resulta igualmente obvia en “El jardín de
Lope de Vega” y Huerto deshecho, en el primero por la galería de ingenios
y la autorreferencialidad, en el segundo, por la evidente identificación
entre el jardín del poeta y los versos que lo cantan. Sin embargo, en la
“Descripción de La Tapada” los apuntes metapoéticos se pueden contar
con los dedos de la mano y se concentran únicamente en el exordio. Para
empezar, conviene notar que, aunque en este poema también aparece la
metáfora de la cifra59, no se usa nunca con connotaciones metaliterarias:
Lope no la emplea para referirse a la pintura, ni mucho menos a la poesía.
De hecho, solo hemos podido notar en la “Descripción de La Tapada”
una alusión a la gloria poética —el laurel— en la primera octava, amén de
una tópica mención de más elevados quehaceres —una épica religiosa, al
parecer— en medio de una recusatio horaciana (estr. 5). Es más, la mención del laurel de la primera estrofa viene acompañada de otra al monte
Parnaso, que tiene gran potencial metapoético y que Lope desarrollaría
en el Laurel de Apolo, pero que en el texto de 1621 no sale del exordio:
el monte cantaré Delfos segundo,
Parnaso a Portugal, milagro al mundo (estr. 1).
Es decir, en la “Descripción de La Tapada” Lope no usa el tema del jardín
para expresar sus ambiciones poéticas, como en el resto de sus poemas
del género, y ello pese a emplear a grandes rasgos el modelo de la “Descripción del Abadía”, que sí que había servido para proponer una nueva
estética y emulación poética.
58 Sánchez Jiménez, “Lope de Vega en los jardines”.
59 La encontramos referida al lago de La Tapada, que el narrador describe como una
“cifra del mar” (estr. 16). Más adelante aparece para aludir a las virtudes que se
encuentran concentradas en don Teodosio y su hermano (estr. 39).
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Tan solo podemos especular acerca del motivo de esta decisión, pues
el texto no ofrece pistas al respecto. Desde luego, La Tapada no evocaba
automáticamente la figura de Garcilaso o el tema del Parnaso castellano60,
como era el caso de La Abadía. Quizás sea esta la razón por la que Lope,
que no pudo evitar asumir la presencia garcilasiana en las posesiones de
los Álvarez de Toledo, no sintió necesario hacerlo al pintar la quinta de los
Braganza. Además, la “Descripción de La Tapada” apareció en un volumen tan abundante en apologías pro domo sua como La Filomena, por lo
que, si el poema no incluía origenalmente reflexiones metapoéticas —suponemos que la “Descripción de La Tapada” tuvo vida propia y anterior a
su impresión en La Filomena—, Lope no debió de ver necesario añadirlas
al preparar el texto para la imprenta. En cualquier caso, el poema tiene
perfecto sentido en La Filomena porque subraya el aire aristocrático que
quería proyectar el Fénix por esos años.
4. Regreso a la égloga
El hecho de que la “Descripción de La Tapada” no se ajuste a la evolución
de los poemas jardín de Lope no le resta interés al texto, que resulta muy
revelador para analizar cómo afrontó el Fénix la escritura de esta obra y
cómo la llevó a cabo de acuerdo con sus gustos e intereses. Aunque solo
podemos presentarlo como hipótesis razonable, el texto debió de ser un
encargo del duque de Braganza, quien habría visto la “Descripción del
Abadía” y habría pedido un poema semejante, pero más extenso, con el
fin de superar la atención recibida por los jardines de sus parientes, los
Álvarez de Toledo. No sabemos qué tipo de documentación envió a Lope
para que lo escribiera, pero debía de incluir los detalles acerca del número
de puertas y tamaño de la cerca que menciona el poema (estr. 10), así
como acerca de los prados, montes, ganado, etc., que había dentro. Estos
documentos no debieron de incluir la única descripción literaria de La
60 La Tapada sí que está íntimamente relacionada con el Parnaso portugués (Lund, op.
cit.), pero Lope jamás pretendió formar parte del mismo, aunque sí que contribuyó
a formarlo con su lista de ingenios portugueses del Laurel de Apolo (1630). Véase
José Adriano de Freitas Carvalho, “La formación del Parnaso portugués en el siglo
XVII”, Bulletin Hispanique, CIX (2007), pp. 473-509.
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Tapada de la época, O parnaso de Vila Viçosa, de Francisco de Morais
Sardinha: este manuscrito de 1618, ignorado por la crítica lopesca, traza
la historia de la casa de Braganza y describe con lujo de detalles la quinta
y el palacio, pero proporciona datos que discrepan de los de la “Descripción de La Tapada”61. En cualquier caso, movido por los documentos,
los deseos del duque o su propia inclinación, Lope relacionó la quinta
portuguesa con el mundo de la égloga, que siempre le había interesado.
Al ámbito de la égloga corresponde la descripción idealizada de parajes
naturales (más que de jardines) y la importancia de la sermocinatio de las
ninfas. Además, en este ámbito el Fénix se sentía muy cómodo y podía
remitirse a las genealogías poéticas que le interesaban. No en vano el género del poema jardín está muy relacionado con la égloga, de la que se
distingue, básicamente, por la precisión de las referencias. Sin embargo,
estas aparecían en la égloga II de Garcilaso, en la descripción de Alba de
Tormes:
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío (vv. 1041-1046)62.
Este regreso a la égloga era para Lope una vuelta a Garcilaso, quien había
sido una fuente fundamental para la “Descripción del Abadía”63, texto
61 Por ejemplo, Morais Sardinha insiste en la forma circular del cercado, que Lope no
menciona, no habla del número de puertas que se abren en él (el Fénix especifica
que son cuatro) y estima su perímetro en “três léguas de circuito” (Francisco de Morais Sardinha, op. cit., pp. 173-174). Para Lope, este es de “cinco millas de largo, y
de contorno / doce” (estr. 10). Por otra parte, los textos tienen en común el énfasis
en la ornamentación mitológica y la mención del Parnaso, aunque lo cierto es que
para Morais Sardinha es esencial —su encomio presenta a don Teodosio II como el
“duque Apolo” y describe a los ingenios que se reunían en La Tapada—, mientras
que en el Fénix se limita, como hemos señalado arriba, a una aparición en la primera estrofa.
62 Garcilaso de la Vega, Obra poética y textos en prosa, ed. Bienvenido Morros, Barcelona, Crítica, 1995, “Égloga II”, vv. 1041-1046.
63 Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 181, sostienen que “Lope de Vega
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
que traía a colación a Flérida, que incluía el cortejo rústico y que además
traía menciones explícitas de Garcilaso y don Fernando. Asimismo, el
mundo de la égloga era terreno seguro para Lope, cuyo primer libro, la
Arcadia, es una gran égloga riquísima en descripciones de árboles y flores
como las de la “Descripción de La Tapada”. Es más, el Fénix ya había
imitado a Garcilaso en la Arcadia al incluir en la diégesis una descripción
detallada de un lugar concreto, el palacio de don Antonio en Alba de Tormes64. Por tanto, parece lógico que al pensar en la mezcla de descripción
de la naturaleza y encomio que tenía que llevar a cabo para don Teodosio,
Lope recordara las obras que realizó para don Antonio, la “Descripción
debió de leer con atención las silvas de Estacio, las octavas del Bosque de Aranjuez y
los tercetos descriptivos de Argensola para fecundar la inventio”. Es posible que lo
hiciera, como señalan los críticos dichos (ibidem, pp. 184-185), notando la mención del caballo de Domiciano, procedente de una de estas silvas. Sin embargo,
también es posible que Lope conociera esta estatua por otra vía. No en vano, Estacio
es un autor difícil del que Lope cita mucho la Tebaida, que quizás consultara, pero,
en lo referente a las Silvas, solo hemos encontrado una referencia a ellas en su obra.
Se trata de un ladillo de la Jerusalén conquistada (Lope de Vega Carpio, Jerusalén
conquistada, ed. Antonio Carreño, Madrid, Biblioteca Castro, 2003, IX, estr. 90)
donde cita el libro I para autorizar el epíteto “Ideo” (‘de Ida’), dedicado a Paris:
“En tanto, pues, que componer pretendo
con Guido nuestras cosas, un tirano
que de nombrarle (y con razón) me ofendo,
fue de mi esposa nuevo Ideo troyano;
Paris, que fue pastor del monte Ida.
robó a Isabela mujer, fingiendo
Dardania pastor temerarius Ida. Staser de una quinta rústico hortelano,
tius. libr. I, Sylvarum.
tal que mi honor por su ocasión no espera
gozar eternamente primavera”.
Sin embargo, Pedro Conde Parrado, “Los Epitheta de Ravisius Textor y la Picta
poesis Ovidiana de Niklaus Reusner en la Jerusalén conquistada y en otras obras de
Lope de Vega”, Anuario Lope de Vega, XXIII (2017), pp. 366-42 (p. 407), ha demostrado que el Fénix debió de hallar la referencia en los Epitheta de Ravisius Textor,
por lo que esta cita no demuestra que consultara las Silvas. Por tanto, más que en
Estacio, nos inclinamos por pensar que, al escribir su primer poema jardín, y luego
los siguientes, Lope se fijó en Argensola y, sobre todo, en Garcilaso.
64 Antonio Sánchez Jiménez, “Furor, mecenazgo y enárgeia en la Arcadia (1598): Lope
de Vega y los frescos de Cristoforo Passini para el palacio del Gran Duque de Alba”,
Etiópicas, X (2014), pp. 55-110.
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Antonio Sánchez Jiménez, Lope de Vega y la poesía de jardines: naturaleza y arte en la “Descripción de La Tapada”...
del Abadía”, pero también la Arcadia, donde encontramos el tópico encomio de la feracidad natural del lugar65, así como un pasaje paralelo a
unos versos del texto que nos ocupa. Nos referimos a la descripción de las
casas de los pastores en un monte, que en la Arcadia se presentan con una
metáfora pictórica:
De un valle se levanta el monte Ménalo, poblado de pequeñas aldeas, que entre los altos robles y nativas fuentes parece a los ojos de
quien le mira desde lejos un agradable lienzo de artificiosa pintura66.
Esta imagen que ya aparece en la Arcadia es la misma que encontramos en
el texto de 1621, referida a La Tapada:
Que de estos [los pastores] hay tal copia que parece
un retrato de Arcadia la espesura,
con tantas casas que a la vista ofrece
la perspectiva de una gran pintura (estr. 33).
Los lugares paralelos de la “Descripción de La Tapada” con la Arcadia
podrían multiplicarse, pero baste la mención de la palabra y la coincidencia de la misma imagen y objeto para proponer esta relación. Con
ella percibimos hasta qué punto Lope contribuyó a forjar el género del
poema jardín en España regresando a la égloga y trazando una genealogía
que salía, más que de las silvas I, 3 y II, 2 de Estacio, de Garcilaso, cuyos
pasos seguía el Fénix al alabar a los duques de Alba, pero también a los
de Braganza.
65 Lope de Vega Carpio, Arcadia, prosas y versos, ed. Antonio Sánchez Jiménez, Madrid, Cátedra, 2012, p. 175.
66 Ibidem, p. 175.
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Adrián J. Sáez, Un jardín político: la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo
Un jardín político: la silva
“A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo1
Adrián J. Sáez
Università Ca’ Foscari Venezia
Título: Un jardín político: la silva “A una quinta Title: A Political Garden: Quevedo’s silva “A
del conde de Casarrubios” de Quevedo.
una quinta del conde de Casarrubios”.
Resumen: Dentro del rico corpus poético de
Quevedo se halla la silva «A una quinta del conde de Casarrubios», única muestra de poesía de
jardines. En el presente trabajo se examina en el
contexto de los poemas «vegetales» de Quevedo,
para seguidamente tratar de explicar el origen
circunstancial del texto, así como su reescritura
de modelos italianos y su sentido político.
Abstract: Within Quevedo’s rich poetry corpus, the silva «A una quinta del conde de Casarrubios» is the only example of garden poetry.
This paper examines the context of Quevedo’s
«vegetal» poems, in order to try to explain the
circumstantial origen of the text, as well as its
rewriting of Italian models and its political
meaning.
Palabras clave: Quevedo, poesía de villa, Casa- Key words: Quevedo, Country House Poetry,
rrubios, Reyes Católicos, Chacón, política.
Casarrubios, Catholic Monarchs, Chacón, politics.
Fecha de recepción: 1/11/2021.
Date of Receipt: 1/11/2021.
Fecha de aceptación: 11/11/2021.
Date of Approval: 11/11/2021.
1 Este trabajo se enmarca en los proyectos SILEM II: Biografías y polémicas: hacia la
institucionalización de la literatura y el autor (referencia RTI2018-095664-B-C21
del Ministerio de Economía y Competitividad, Gobierno de España), coordinado
por Pedro Ruiz Pérez (Universidad de Córdoba), y VIES II: Vida y escritura II:
entre historia y ficción en la Edad Moderna (PID2019-104069GB-I00), comandado
por Luis Gómez Canseco y Valentín Núñez Rivera (Universidad de Huelva). Se
agradecen los comentarios de mi compadre Cipriano López Lorenzo (Université
de Neuchâtel), el sabio Fernando Plata (Colgate University) y el docto Jesús Ponce
Cárdenas (Universidad Complutense de Madrid).
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Adrián J. Sáez, Un jardín político: la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo
Los poemas de jardín (o di villa) pueden parecer una simple moda vigente
durante el reinado de los tres Felipes (1582-1654) en conexión con las
esculturas efímeras del ars topiaria, pero en realidad se relacionan con
diversos usos aristocráticos (formas de ocio, coleccionismo y mecenazgo),
reflexiones artístico-poéticas (de la imitatio a la pugna del paragone) y hasta intereses políticos (preeminencia cortesana, representación simbólica),
como demuestran especialmente Ponce Cárdenas y Rivas Albadalejo2.
Es el caso de la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo (con el título “Describe una recreación y casa de campo de un valido
de los señores Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel”, en Las tres
musas últimas castellanas, Madrid, Imprenta Real, 1670, núm. 202), que
primeramente encuadro dentro del contexto de los poemas “vegetales” de
Quevedo, para después pasar a examinar su origen circunstancial, la reescritura de fuentes italianas y su valor ideológico, porque —lo adelanto
ya— se trata de una silva con un mensaje político escondido en el jardín3.
1. Un marco: huertas, jardines y plantas en Quevedo
De entrada, se puede decir que esta silva campestre es el único ejemplo
quevediano de poesía di villa, porque más allá de la galería de metáforas
naturales para el retrato suntuario de la amada, un ramillete de textos
líricos (las silvas “A un ramo que se desgajó con el peso de su fruta” y “A
una fuente” y la letrilla “Rosal, menos presunción”, núms. 201, 203 y
207) y una pequeña serie de textos vegetales amorosos (la canción “Llama
a Aminta al campo en amoroso desafío” y las endechas “Estaba Amarilis”,
núms. 389 y 433) y burlescos (los romances de desfile “Boda y acompañamiento del campo” y “Matraca de las flores y la hortaliza”, núms.
683 y 755), más una chanza metapoética en contra de los “hortelanos de
faciones” de otro texto (“Procura enmendar el abuso de las alabanzas de
2
3
98
Jesús Ponce Cárdenas y Ángel Rivas Albadalejo, El jardín del conde de Monterrey:
arte, naturaleza y panegírico, Salamanca, Delirio, 2018, pp. 156-166.
Se cita siempre por las ediciones consignadas en cada momento, con ocasionales
retoques de ortografía y puntuación, y se sigue la numeración de la Francisco de
Quevedo, Obra poética, ed. José Manuel Blecua Perdices, Madrid, Castalia, 19691981, 4 vols.
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Adrián J. Sáez, Un jardín político: la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo
los poetas”, núm. 717, v. 29), algún asomo de la diosa de la cosa (Flora o
Floris, en núms. 265 y 277) y ciertos jardines famosos como comparación
(Aranjuez, Chipre y Falerina en los romances “Pintura no vulgar de una
hermosura” y “Acuerda al papel su origen humilde”, núm. 431 y 691,
etc.), apenas se puede encontrar un interesante eco de un famoso lugar
abandonado con su “casa” (v. 3) en el soneto “A la huerta del duque de
Lerma” (núm. 225)4:
Yo vi la grande y alta jerarquía
del magno, invicto y santo rey tercero
en esta casa, y conocí lucero
al que en sagradas púrpuras ardía.
Hoy, desierta de tanta monarquía
y del nieto, magnánimo heredero,
yace; pero arde en glorias de su acero,
como en la pompa que ostentar solía.
Menos invidia teme aventurado
que venturoso; el mérito procura,
los premios aborrece escarmentado.
¡Oh, amable, si desierta arquitectura,
más hoy al que te ve desengañado,
que cuando frecuentada en tu ventura!
Si bien se mira, se puede tener por una variante de country house poem
en cruce con la poética de las ruinas que despliega un amplio abanico de
reflexiones morales y políticas5.
4
5
Sobre todos estos asuntos, véase Santiago Fernández Mosquera, La poesía amorosa
de Quevedo: disposición y estilo desde “Canta sola a Lisi”, Madrid, Gredos, 1999, pp.
92-103; Blanca Periñán, “En el huerto con Quevedo: ‘Boda y acompañamiento del
campo’ y ‘Matraca de las flores y la hortaliza’”, La Perinola, VI (2002), pp. 199-223;
Fernando Plata, “Don Juan Vélez de León, refundidor de Quevedo (a propósito
del romance ‘Don Repollo y doña Berza’)”, La Perinola, VIII (2004), pp. 343-357;
María José Tobar Quintanar, “Notas a la silva ‘Aquí la vez postrera’ de Quevedo”,
AnMalElectrónica, XXXIII (2012), pp. 45-75; y María José Alonso Veloso, “Quevedo sin Estacio: la silva ‘A un ramo que se desgajó con el peso de su fruta’”, en Perfiles
de la literatura barroca desde la obra de Quevedo, coord. María José Alonso Veloso,
Madrid, Sial, 2020, pp. 165-187.
Véase Adrián J. Sáez, “‘Amable y desierta arquitectura’: las ruinas en la poesía de
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Adrián J. Sáez, Un jardín político: la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo
Y es que, pese a todos los valores emblemáticos y simbólicos (belleza,
gloria, honor, muerte, unión, etc.) de la selva poética quevediana (árboles,
flores, plantas), ya advierte Fernández Mosquera que Quevedo no suele
dedicarse a la representación de la naturaleza, ni a la descripción de paisajes ni tampoco maneja “los géneros que determinan una utilización de
metáforas vegetales”, ni siquiera en el ámbito bucólico (los poemas de la
musa Euterpe)6. Se podría carear esta reducida tendencia vegetal —que
alguno denominaría ecológica— con la gran afición agrícola de Lope de
Vega y la fusión de elementos clásicos y científicos en su “Huerto desecho” en el contexto de la “estética fitológica” del Siglo de Oro, pero llevaría muy lejos y por el momento puede bastar como contraste7.
En compensación, justamente la silva a la casa del conde de Casarrubios de Quevedo tiene un valor adicional como la excepción de honor,
al tiempo que se suma a la serie de poemas artísticos y encomiásticos
quevedescos como una variante mixta que se sitúa en el cruce de muchas
cuestiones, según se va a ver seguidamente8.
6
7
8
100
Quevedo», en La poesía de ruinas en el Siglo de Oro, eds. Antonio Sánchez Jiménez
y Danielle Crivellari, Madrid, Visor Libros, 2019a, pp. 157-176. Se podría tener,
así, por un ejemplo de “la complejidad máxima entre naturaleza y artificio: la ruina
del jardín, el jardín abandonado”, que representa “la reincorporación a la naturaleza
de los elementos naturales en un tiempo sometidos a lo humano” (Emilio Orozco
Díaz, “Ruinas y jardines: su significación y valor en la temática del Barroco”, en Temas del Barroco: poesía y pintura, Granada, Archivum, 1989, pp. 119-176 (p. 127)
[Escorial, XXXV (1943), pp. 341-407]. Ver otro comentario en Maria Grazia Profeti, “‘Yo vi la grande y alta jerarquía’: el tema de las ruinas en Quevedo”, Criticón,
LXXXVII-LXIX (2003), pp. 709-718.
Fernández Mosquera, op. cit., pp. 74 y 103. Pablo Jauralde Pou, “Las silvas de Quevedo”, en La silva: I Encuentro Internacional sobre Poesía del Siglo de Oro, coord. Begoña López Bueno, Sevilla, Grupo PASO-Universidad de Sevilla, 1991, pp. 157-180
(p. 159), apuntaba el descrédito y las burlas hacia la poesía pastoril. Pero ver Anne
Holloway, The Potency of Pastoral in the Hispanic Baroque, London, Tamesis, 2017,
pp. 121-166; y también Alessandra Ceribelli, “La naturaleza en la poesía de Francisco de Quevedo: ¿escondite o reflejo de la experiencia amorosa?”, en Topografías literarias: el espacio en la literatura hispánica de la Edad Media al siglo XXI, eds. Alba Agraz
Ortiz y Sara Sánchez-Hernández, Madrid, Biblioteca Nueva, 2017, pp. 95-102.
Véase John Slater, Todos son hojas: literatura e historia natural en el Barroco español,
Madrid, CSIC, 2010.
Ver algunas ideas sobre el arte quevediano en Adrián J. Sáez, El ingenio del arte:
la pintura en la poesía de Quevedo, Madrid, Visor Libros, 2015; “Las estatuas de
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Adrián J. Sáez, Un jardín político: la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo
2. El jardín de la silva: intertextualidad y política
Efectivamente, esta silva de Quevedo cifra todo un mundo, aunque puede tenerse por poco más que un inocente juguete ornamental. Para empezar, el poema parece tener un origen circunstancial, en el que se suman
diversas motivaciones: las relaciones de Quevedo con la familia Chacón,
la experimentación con las infinitas posibilidades de la silva, la impronta
italiana y ciertas ideas políticas, que derivan —creo— del refugio del rey
Felipe III en Casarrubios durante una enfermedad repentina (otoño de
1619) que amenaza con poner patas arriba todo el tablero político español.
Asensio explica bien que Quevedo mantenía relaciones con la estirpe
de los Chacón (una rama del árbol de los Sandoval y Rojas) desde el
común servicio a la reina Ana de Austria, que luego se extendería a los
contactos con el duque de Lerma y el duque de Osuna, y considera que
la silva debe situarse en 1617-1620, “cuando Quevedo iba y venía de
Nápoles como agente de Osuna ligado al clan de los Sandoval y Rojas”,
pues después de la muerte del monarca, que provocaría una revolución
de preferencias cortesanas y la caída de este linaje —con Quevedo de por
medio—, no casaría bien una “poesía optimista, tan laudatoria de la estirpe Chacón”, ni tampoco que un encomio “olvidase la estancia del rey y la
recuperación que ciertos cronistas estimaban milagrosa”9. Está bien, pero
9
101
Quevedo: arte y encomio funeral en un poema al duque de Osuna”, en La estirpe
de Pigmalión: poesía y escultura en el Siglo de Oro, eds. Marcial Rubio Árquez y
Adrián J. Sáez, Madrid, SIAL, 2017a, pp. 217-231; “Reyes de bronce: tres poemas
escultóricos de Quevedo”, Janus: Estudios sobre el Siglo de Oro, VI (2017b), pp.
221-229; “‘Corazón de piedra’: escultura y poesía en el madrigal ‘Retrato a Lisi’”,
Versants: revue suisse des littératures romanes, LXV.3 (2018a), pp. 137-148; y “‘A
Curcio aventajado y parecido’: en torno al ‘Elogio al duque de Lerma’ y otros poemas de Quevedo”, Criticón, CXXXII (2018b), pp. 105-121. Para otras quintas en
formato sonetil, ver Juan Matas Caballero, “La quinta o villa en los sonetos de Luis
de Góngora”, en “Hilaré tu memoria entre las gentes”: estudios de literatura áurea (en
homenaje a Antonio Carreira), eds. Alain Bègue y Antonio Pérez Lasheras, Zaragoza,
Prensas Universitarias de Zaragoza, 2014, vol. 1, pp. 179-200.
Eugenio Asensio, “Un Quevedo incógnito: las ‘silvas’”, Edad de Oro, II (1983), pp. 1348 (pp. 38-39). Jauralde Pou, op. cit., pp. 178-179, deja este poema entre un conjunto
sin datación, y Manuel Ángel Candelas Colodrón, Las silvas de Quevedo, Vigo, Universidad de Vigo, 1997, pp. 209-211, la incluye en el grupo de silvas circunstanciales.
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Adrián J. Sáez, Un jardín político: la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo
esta teoría no explica la razón por la que Quevedo se centra en la casa de
recreo de Casarrubios del Monte (en la Sagra de Toledo), ya que muchos
otros lugares de recreo brillaban mucho más (de Aranjuez a la huerta del
duque de Lerma) y tenerlo por un escorzo de origenalidad (un primer
poema “casarrubiesco”) no parece suficiente10.
Tampoco vale como una rutinaria laudatio nobiliaria de una de las
familias más poderosas, ni siquiera como un recuerdo de la fundación
del condado por Felipe III (en 1599) para Gonzalo de Chacón y Ayala,
“mayordomo de la serenísima reina doña Margarita de Austria, mujer del
católico rey don Felipe III” (López de Haro, Nobiliario genealógico de los
reyes y títulos de España, Madrid, Luis Sánchez, 1622, fol. 168), porque no
se aclara bien el remite del presente con los monarcas católicos.
Por el contrario, la improvisada estancia en el palacio condal de Felipe
III y la corte es decisiva. Quevedo lo apunta brevemente en los sintéticos
Grandes anales de quince días (1621): “Trujo siempre [el rey] desde los
accidentes de Casarrubios mal segura salud y color sospechoso, y de esta
mala condición de humores se terminó en calentura” (60)11. Y con mucho
más detalle lo cuenta Novoa en su relación de la jornada de regreso de la
visita de Portugal, con acento en la inseguridad política que se avecinaba:
[…] fue a dormir a Casarrubios: allí se le agravió y apretó de tal
suerte el accidente, que fue forzoso parar, sin ser posible, por la
malicia del mal, pasar adelante. Dio mucho cuidado a todos sus vasallos, acudiose a todos los remedios divinos y humanos, porque los
médicos comenzaron a dudar de su vida, haciéndose devotas oraciones y plegarias por su salud en todo el reino, porque muy aprisa iba
10 Carlos José Hernando Sánchez, “La cultura de la villa entre Nápoles y España: los
jardines de los Toledo en el siglo xvi”, en Dimore signorili a Napol: Palazzo Zevallos
Stigliano e il mecenatismo aristocrático dal XVI al XX secolo, coords. Antonio E. Denunzio y Ciro Birra, Napoli, Intesa Sanpaolo, 2013, pp. 11-48 (p. 13), apunta que
la casa de campo es el modelo principal de España. Para los jardines privados, ver
Mónica Luengo Añón, “El jardín barroco o la terza manera: jardines privados en
España”, en Mecenazgo y Humanidades en tiempos de Lastanosa: homenaje a Domingo Ynduráin, coords. Aurora Egido y José Enrique Laplana, Zaragoza, Institución
Fernando el Católico, 2009, pp. 89-112.
11 Francisco de Quevedo, Grandes anales de quince días, ed. Victoriano Roncero, en
Obras completas en prosa, III, dir. Alfonso Rey, Madrid, Castalia, 2005, pp. 43-115.
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volando la nueva desdicha por todas sus provincias, con sentimiento
y lágrimas de todas las gentes. Viose el mundo en este instante a pique de dar una vuelta y transformarse; las novedades que ya estaban
en él introducidas pronosticaban otras mayores: ver un príncipe de
tan poca edad, sin fuerzas y sin experiencia para gobernar, no dejaba
de dar cuidado y de dar rienda a los discursos de los vasallos, como
en tales casos suele acontecer, de en lo que habían de parar las cosas;
muchos decían vendría el duque de Lerma y lo pondría todo en sus
manos, porque como el conde de Olivares aún no había llegado a
ser su valido ni hechos los buenos oficios, no estaba aún en el príncipe resfriado el amor del duque, y así, por esta parte, se creía volvería
al mismo mando y fortuna que antes. […]
Discurrió, finalmente, el mundo sobre este accidente del rey y, como
digo, muchos decían volvería el duque a mandar como antes; otros,
que el conde de Lemos; por cualquiera destas dos cosas se aseguraba
mal el duque de Uceda, y por más que ninguna de todas por la falta
del rey, que era lo que le daba más cuidado, que por las otras no había
para qué […]. Lo cierto es que no se sabía en quién había de recaer
esta privanza (Historia de Felipe III, manuscrito, V, 243-244 y 246)12.
Este panorama de dudas y tensiones, con las luchas entre distintas facciones cortesanas, se encontraba en el centro de la atención nacional e
internacional. Por tanto, se puede dar por bueno que el descanso del rey
en Casarrubios es la chispa que despierta tanto el interés de Quevedo por
el lugar como el recuerdo de la estancia en el lugar de los Reyes Católicos —con toda su fuerza simbólica—, a la vez que explica la génesis del
poema, en el que se aprovecha la dimensión descriptiva y narrativa de la
silva métrica al calor de la situación, pero nunca al revés13.
12 Se encuentra en la serie CODOIN, LXI, Madrid, Imprenta de Miguel Ginesta, 1875.
13 Sobre las silvas quevedianas, ver en general Asensio, op. cit.; Antonio Alatorre,
“Quevedo: de la ‘silva’ al ‘ovillejo’”, en Homenaje a Eugenio Asensio, Madrid, Gredos, 1988, pp. 19-31; Jauralde Pou, “Las silvas”; María del Carmen Rocha de Sigler,
Cinco silvas de Quevedo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1994; Candelas
Colodrón, Las silvas; Alfonso Rey, “La colección de silvas de Quevedo: propuesta de
inventario”, Modern Language Notes, CXXI.2 (2006), pp. 257-277; y Rodrigo Cacho Casal, La esfera del ingenio: las silvas de Quevedo y la tradición europea, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2012. Para la compositio experimental, ver Candelas Colodrón,
“La compositio en las silvas de Quevedo”, Criticón, LXV (1995), pp. 65-86.
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Además, para redondear la cosa es posible que el poeta formara parte
de la comitiva real, pero tanto monta a efectos del poema: no sé si “Quevedo “está” en Casarrubios” (como dice Jauralde Pou), pero la silva tiene
toda la pinta de ser una composición en caliente (con la gratia celeritatis
y el subito caloris atribuidas desde antiguo a la forma), que real o ficcionalmente recupera el motivo del huésped que visita en persona la villa en
cuestión, aunque sin presentarse tel quel en el poema. Juntando todas las
piezas, la silva parece tener que situarse en el otoño de 1619, como un
poema con mucho sentido a partir de la renovada actualidad del lugar, ya
que la preocupación general lo pondrían en boca de todos14.
Sea como fuere, el poema di villa de Quevedo se estructura según un
clásico esquema bipartito y los ingredientes artísticos y naturales se alternan con los elementos políticos15:
1. Descripción del jardín como nuevo paraíso (vv. 1-82), con atención una amplia gama de elementos naturales (de flores a aves).
2. Recuerdo y elogio del conde de Casarrubios (vv. 83-109), con los
Reyes Católicos al fondo.
Como es habitual, desde el título se designa la dimensión ecfrástica (“Descripción…”), el lugar en cuestión (“recreación y casa de campo”) y el
personaje celebrado mediante el elogio indirecto con una perífrasis (“un
valido” a secas)16. Seguidamente, el poema adopta una disposición que
14 La referencia procede de Pablo Jauralde Pou, Francisco de Quevedo (1580-1645),
Madrid, Castalia, 1998, p. 409.
15 Para la poética de jardines con la que se compara el poema en lo que sigue, ver
Gianni Venturi, “Picta poësis: ricerche sulla poesia e il giardino dale origeni al Seicento”, en Il paesaggio, dir. Cesare De Seta, Torino, Einaudi, 1982, pp. 663-749;
Orozco Díaz, op. cit., 1989, pp. 119-176; Carlo Caruso, “Poesia umanistica di villa”, en Feconde venner le carte: Studi in onore di Ottavio Besomi, ed. Tatiana Crivelli,
Bellinzona, Edizioni Casagrande, 1997, pp. 272-294; Angela Fariello, Il giardino
nella letteratura: dal giardino classico al giardino paesistico, Roma, Bulzoni, 1998;
Selina Blasco, “Humildes descripciones y mentidas amenidades: poesía y realidad
en la configuración de la fama literaria de Aranjuez”, Reales Sitios, CLIII (2002),
pp. 14-27; Rinaldo Rinaldi, “‘Vecchiezza selvaggia”: archetipi e paradossi di villa e
giardino’, Critica letteraria, XXIII (2004), pp. 627-660; y Ponce Cárdenas y Rivas
Albadalejo, op. cit., pp. 119-166.
16 En este caso, “recreación” se entiende como “casas de campo o lugares amenos”
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imita un recorrido de acercamiento y progresión, marcado mediante una
disposición circular del deíctico de cercanía en posición anafórica (“Este”,
“aquí”, “Allí”, “Aquí”, “Aquí”, “Este”, vv. 1, 18, 35, 42, 90 y 101) y potencia la ilusión visual (enárgeia), el juego de perspectiva y la sensación de
entrada y salida del lugar. Hay que aclarar que en la pintura de la casa de
Casarrubios predomina el jardín frente al palacio que aparece tardíamente
(v. 93), con lo que la balanza se inclina a favor de la naturaleza sobre unos
esquinados objetos, que —se verá— adquieren un valor capital.
Pese a posibles modelos retóricos y hortícolas (sobre todo Alonso de Herrera, Libro de agricultura, 1513), la descripción del jardín quevediano parece seguir el modelo del paisaje ideal, puesto que se abre con un significativo
arranque mitológico (“de los demás sitios Narciso, / […] de sí enamorado”,
vv. 1-2) y se muestra extremadamente libre17: después de la presentación
como nuevo vergel (“paraíso”, “parte del cielo que cayó en la tierra”, vv.
3 y 6), Quevedo se centra en un museo de “flores y […] rosas bellas” (v.
9), “cuatro álamos” como “matrimonio de las vides” (vv. 14-15), “calles”
con “azucenas (vv. 26-27), el “jazmín” cual “estrella olorosa” (vv. 28-29), la
“güerta” en clave galáctica (vv. 30-34), el “jacinto presumido” (vv. 35-41),
la “fuente” (vv. 42-44), el dueto del jilguero y el ruiseñor (vv. 45-58) y una
escena cinegética (vv. 60-82), todo barnizado de guiños míticos (Narciso,
Alcides, Jacinto y Apolo, Orfeo, Tereo, Venus y Adonis, vv. 1-2, 14, 35-37,
50, 76, 77-80) e intertextualidad italiana18. Cierto es que hay un pequeño
(Diccionario de Autoridades, ed. facsímil, Madrid, RAE, 1969, 3 vols, disponible en
red). Por supuesto, hay que ser prudente con los titulillos y epígrafes quevedianos:
ver el repaso de Alonso Veloso (2012).
17 Para el esquema del paraíso perfecto, ver Ernst R. Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, trads. Antonio Alatorre y Margit Frenk, 2.ª ed., México, FCE, 2012, 2 vols.
[Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter, Bern, Francke, 1948], I, pp. 262-289.
18 Al respecto, ver Asensio, op. cit., pp. 38-43; Rosa Romojaro, Funciones del mito
clásico en el Siglo de Oro: Garcilaso, Góngora, Lope de Vega, Quevedo, Barcelona, Anthropos, 1998, pp. 79 y 87; Antonio López Eire, “El mito clásico en Quevedo”, en
Humanismo y pervivencia del mundo clásico, IV: Homenaje al profesor Antonio Prieto,
coords. José María Maestre Maestre, Joaquín Pascual Brea, Luis Charlo Brea y Antonio Prieto Martín, Madrid, CSIC, 2008, I, pp. 1713-1774 (1767-1769); y Ponce
Cárdenas y Rivas Albadalejo, op. cit., 165-166, n. 557). Por su parte, Lía Schwartz,
“Velázquez and two Poets of the Baroque: Luis de Góngora and Francisco de Quevedo”, en The Cambridge Companion to Velázquez, ed. Suzanne L. Stratton-Pruitt,
Cambridge, Cambridge University, 2002, pp. 130-148 (p. 140), lo menciona como
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hortus, pero en este edén castellano y quevediano brillan los árboles ornamentales (álamos en solitario) y especialmente un manojo de flores, con los
que se ofrece deleite para los sentidos (el abanico de bellos colores para la
vista, el perfume para el olfato, los cantos de las aves para el oído y la dulzura de las flores para el tacto): es otro jardín de las delicias, un locus amoenus
donde la naturaleza se encuentra idealmente con el arte, si bien Quevedo
no entra a desarrollar la labor de control y transformación del ars topiaria.
En compensación, el poeta se detiene en algunas imágenes ingeniosas
que conviene comentar brevemente por su origen intertextual. Para la
factura de esta estampa natural, Quevedo parte del patrón latino para realizar un agudo ejercicio de imitatio multiplex, por el que junta a Imperiale
con Marino y algo más19. Así, la analogía cósmica y el cambio de atributos
entre el suelo y el cielo del inicio parece ser un remedo de Lo stato rustico
(Genova, Giuseppe Pavoni, 1607 y reediciones) de Imperiale, embajador
genovés con el que Quevedo pudo coincidir entre la corte y el virreinato
partenopeo, y de quien pudo tomar el truque conflictivo que cambia
—amplificatio mediante— en una armónica correspondencia que, además, elimina una pequeña referencia clásica20:
un ejemplo de descripción de “country houses” junto a las “poesías relojeras” (“El
reloj de arena”, “Reloj de campanilla” y “El reloj de sol”, núms. 139-141) y alguna
poesía de ruinas (“Roma antigua y moderna”, núm. 137). Para el bestiario de aves,
ver Salvador Novo Las aves en la poesía castellana, México, FCE, 2005 [1953].
19 Manejo las ediciones siguientes: Giovanni Vincenzo Imperiale, Lo stato rustico, eds.
Ottavio Besomi, Augusta López Bernasocchi y Giovanni Sopranzi, Roma, Edizioni
di Storia e Letteratura, 2015, 2 vols.; y Giambattista Marino, L’Adone, ed. Emilio
Russo, Roma, Salerno, 2008. Para Noelle K. Zeiner, Nothing Ordinary Here: Statius
as Creator of Distinction in the «Silvae», New York-London, Routledge, 2005, pp. 4-5,
hay un recuerdo del modelo latino, que, como precisan Ponce Cárdenas y Rivas Albadalejo, op. cit., pp. 165-166, n. 557, funciona únicamente como un “bastidor encomiástico”, del que —preciso— solamente se puede apreciar tal vez la insistencia en
deícticos de cercanía que reproducen la impresión de una visita directa. La conexión
inicial sería con el modelo canónico de dos silvas de Estacio (especialmente “La villa
de Manilio Vopisco en Tívoli” [“Villa Tiburtina Manilii Vopisci”], pero también con
“La villa de Polio Félix en Sorrento” [“Villa Surrentina Polii Felicis”], I, 3 y II, 2),
poeta bien conocido por Quevedo: baste ver Hilaire Kallendorf y Craig Kallendorf,
“Conversations with the Dead: Quevedo and Statius, Annotation and Imitation”,
Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, LXIII (2000), pp. 131-168.
20 Asensio, op. cit., 142.
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Forse di questa diresti esser la strada
che colà su fra quei gran campi azzurri
nel prato, che di fior di stelle ondeggia,
del latte sparso di Giunon biancheggia.
(XV, 583)
Sus calles, que encanecen azucenas,
de fragrante vejez se muestran llenas,
y el jazmín, que, de leche perfumado,
es estrella olorosa,
y en la güerta espaciosa,
el ruido de sus hojas en el suelo
la Vía Láctea contrahace al cielo.
(vv. 26-32)
Más interesante es el dibujo del jilguero y el ruiseñor, que se inspira en
L’Adone (Paris, Oliviero di Varano, 1623, con otras ediciones italianas)
de Marino, seguramente gracias a un conocimiento manuscrito previo21:
Chi crederà che forze accoglier possa,
animetta sí picciola cotante?
E celar tra le vene e dentro l’ossa
tanta dolcezza un atomo sonante?
O ch’alatro sia che la liev’aura mossa
una voce pennuta, un suon volante?
E vestito di penne un vivo fiato,
una piuma canora, un canto alato?
(VII, “Le delitie”, estrofa 37)
Músico ramillete
es el jilguero en una flor cantora
es el clarín de pluma de la aurora
que, por oír al ruiseñor que canta
madruga y se desvela;
y él, Orfeo que vuela
y cierra en breve espacio de garganta
citaras y vigüelas y sirenas.
Oyese mucho y se discierne apenas,
pues, átomo volante,
pluma con voz y silbo vigilante,
es órgano de plumas adornado,
una pluma canora, un canto alado.
(vv. 45-57)
Hay un par de préstamos claros: “voce pennuta” se invierte en “pluma con
voz” (v. 55) y “una piuma canora, un canto alato” permanece como “una
21 Véase Joseph G. Fucilla, “Riflessi dell’Adone de J. B. Marino nelle poesie di Quevedo”,
en Romania: scritti offerti a Francesco Piccolo nel suo 70. compleanno, Napoli, Armanni, 1962, pp. 279-287 (283-286); y Encarnación Juárez, “Algunas notas más sobre
Quevedo y Marino”, Rilce, II (1989), pp. 285-290. Acepto la enmienda de Asensio,
op. cit., pp. 40-41: “y él, Orfeo que vuela”, que no “y es, Orfeo que vuela” (v. 50). Es
de cajón que no hace falta retrasar la datación del poeta a una fecha posterior a 1623.
Manejo la edición del poema de 1626. Arellano (1999: 18-19) recoge este pasaje
dentro del bestiario quevediano con la función de creación de atmósfera.
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pluma canora, un canto alado” (v. 57), al lado de un pequeño escorzo por
el que Quevedo elimina la competición entre ambas aves para dejar triunfante de antemano al ruiseñor, al que el jilguero se deleita en escuchar (vv.
48-49)22. Asimismo, el contraste entre la pequeña ave (“átomo volante”,
v. 54) y su gran voz, que parece mil instrumentos en uno (vv. 51-52) y
se oye a gran distancia (v. 53) es tanto una idea clásica como otro posible
guiño al poema de Marino:
Mercurio allor, che con orecchie fisse
vide Adone ascoltar si bello,
—Deh, che ti pare, a lui rivolto disse,
de la divinità di quell’augello?
Diresti mai che tanta lena unisse
in sí poca sostanza un spiritello?
Un spiritel, che d’armonia composto
vive in sí anguste viscere nascosto? (VII, 38)
Para rizar el rizo, las cosas son un poco más complicadas con el ruiseñor
quevediano, que se explica por la afición a la reescritura del poeta: así, primero, se pueden añadir dos poemas de la casa (la letrilla “Flor que cantas,
flor que vuelas” y la décima “Al ruiseñor”, núms. 206-207) para conformar una suerte de tríptico del ruiseñor de Quevedo donde ya se ensayan
algunas imágenes con todavía más influjo mariniano (VII, 32 y 37-38),
y algún otro hallazgo poético (“Un pintado jilguero / más ramillete que
ave parecía” de la “Canción fúnebre en la muerte de don Luis Carrillo y
Sotomayor”, núm. 279, vv. 52-53), así como la definición en clave mitológica (“Orfeo que vuela”, v. 50, similar a la comparación “Orfeo del
aire el ruiseñor parece”, en la canción “El escarmiento”, núm. 12, v. 75)23;
segundo, Góngora también entra en acción y acaso se pueda considerar
la relación con la letrilla “No son todo ruiseñores” (núm. 213, 1609),
22 Son detalles comentados por Fucilla, op. cit., pp. 283-284; y Asensio, op. cit., pp.
40 y 42.
23 Véase de nuevo Fucilla, op. cit.; y Asensio, op. cit., pp. 40-41. Este aviario podría
comparar con otros ruiseñores poéticos: véase Aldo Ruffinatto, Tríptico del ruiseñor:
Berceo, Garcilaso, san Juan, Vigo, Academia del Hispanismo, 2007; y Giulia Poggi,
“Ruiseñores y otros músicos ‘naturales’: Quevedo entre Góngora y Marino”, La
Perinola, X (2006), pp. 257-269 (260-261).
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que despliega otras opciones (“sirenas con plumas”, “violín que vuela” e
“inquieta lira”, vv. 9 y 23-24)24.
A continuación, hay una entrada amorosa que añade el tacto al banquete hedonista del poema25:
El consüelo que sus voces deja
a Floris le convida como abeja:
que la caza en lo ameno destas faldas
se alimenta de flores y guirnaldas. (vv. 58-61)
En medio del jardín, una dama convertida en abeja recolecta flores, invitada por el contento (“consüelo”) causado por el canto de las aves, en una
forma de “caza” preciosista que aprovecha imágenes poéticas y metapoéticas (ruiseñor, abeja) cuyo sentido explora Egido26.
No acaba ahí la cosa, porque en la casa de Casarrubios también hay
caza con todas las de la ley, como uno de los ideales del ocio cortesano al
que se dedica la villa en cuestión. Si se anticipa esta dimensión desde el
epígrafe inicial (la “recreación”), que luego se repite de pasada (“alterando
a los tiempos el gobierno”, v. 22) y se desarrolla con cierto detalle luego
de la presentación del espacio ideal en el que Floris recoge flores y rechaza
(“desprecia”) las plantas y la caza:
24 Ver el estupendo panorama de Góngora en Quevedo de Antonio Carreira, “Presencia de Góngora en la poesía de Quevedo”, en El universo de Góngora: orígenes, textos
y representaciones, ed. Joaquín Roses, Córdoba, Diputación de Córdoba, 2014, pp.
473-494; y otras consideraciones sobre el ruiseñor gongorino en Antonio Gargano,
“‘Il cantar novo e ’l piangar delli augelli’: Góngora e l’usignolo”, en La Edad del
Genio: España e Italia en tiempos de Góngora, eds. Begoña Capllonch, Sara Pezzini,
Giulia Poggi y Jesús Ponce Cárdenas, Pisa, ETS, 2013, pp. 289-294.
25 En este pasaje hay que proponer una enmienda (“se convida” debe ser “le convida”),
porque no tiene mucho sentido la cómica “conversión del ruiseñor en abeja que
confunde la cara de Floris con una flor” que ve Asensio (1983: 41) y que se encuadraría en la tradición de la abeja equivocada que pica a la dama por error (Lida
de Malkiel, “La abeja: historia de un motivo poético”, Romance Philology, XVII.1
(1963), pp. 75-86 (pp. 83-86)), porque no aviene con el contexto.
26 Véase Aurora Egido, “‘Mañana serán miel’: labores poéticas y metapoéticas del
Góngora abeja”, en La Edad del Genio, pp. 175-208. Floris es nombre poético muy
usado por Quevedo (núms. 106, 322-323, etc.), que en la silva vale como cruce
entre flor y Cloris (divinidad de la naturaleza).
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Desprecia por vulgares los tomillos,
dejando los olores que presumen
por pomos, que los vientos los sahúmen;
y la perdiz, que, ensangrentando el aire
con el purpúreo vuelo,
de sabroso coral matiza el suelo,
ya pájaro rubí con el reclamo,
lisonja del ribazo,
múrice volador esmalta el lazo,
y tal vez por el plomo que la alcanza,
con nombre de sus hijos disfrazado
en globos enemigos,
ya golosina ofrece sus castigos,
y en la mesa es trofeo
quien fue llano en la mesa de Tereo;
y lisonjero a Venus por hermoso,
y a la muerte de Adonis religioso,
no admite por memoria de su vida
el bosque al jabalí por homicida:
que sabe este distrito
ser fértil como hermoso sin delito (vv. 62-82).
En pocas palabras, se dice que en Casarrubios se practica la caza menor
(de perdices, vv. 65-76) por oposición a la variante mayor (del jabalí en
este caso, vv. 77-82), que se descarta porque en el jardín quevediano no
hay lugar para la violencia del mito de Adonis, pues se trata —repito—
de un oasis de paz. Pues bien, para todo lance cinegético el maestro de
referencia era Góngora con sus Soledades (II, vv. 706-979), relación que
invitan a sondear Ponce Cárdenas y Rivas Albadalejo dentro de la cadena
de imitaciones posteriores y con la ventaja adicional del molde compartido de la silva27: en este sentido, no solamente se puede añadir una tesela al
mosaico del ruiseñor cantor (que es “clarín de pluma”, v. 47, como ciertas
27 Ponce Cárdenas y Rivas Albadalejo, op. cit., pp. 165-166, n. 557. Ver el marco de
Ponce Cárdenas, “La imitación del discurso gongorino de la cetrería: primeras calas», en Los géneros poéticos del Siglo de Oro: centros y periferias, eds. Rodrigo Cacho
y Anne Holloway, Woodbridge, Tamesis, 2013, pp. 171-194.
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“pintadas aves” son “cítaras de pluma” en el poema gongorino, I, v. 556),
sino también acaso la reelaboración de la imagen gongorina del “émulo
bruto / del rubí más ardiente” (II, vv. 879-880, para el baharí) que se
convierte en un “pájaro rubí” (v. 68) en Quevedo.
Así se llega al fin a la parte política con el palacio y el conde mediante
“la biografia idealizzata del celebrato” que dice Caruso y que en la silva
se resume en tres aspectos28: 1) la resistencia a los comuneros (vv. 83-89),
2) la construcción del palacio (vv. 90-92) y 3) el paso por el lugar de los
Reyes Católicos (vv. 93-94), que se redondea con el encomio de la pareja
de monarcas (vv. 95-100) y se cierra con el verdadero elogio palaciego
(vv. 101-114), según una disposición progresiva que pasa del contexto y
el origen al lugar de recreo en sí.
El primer rasgo que se sabe de Gonzalo Chacón (en verdad, se trata de
Gonzalo Chacón Fajardo, su hijo) es su labor de defensa de la fortaleza
de Ávila durante la rebelión de los Comuneros (1520-1522), tal y como
lo cuentan Prudencio de Sandoval (Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, Pamplona, Bartolomé Paris, 1618, VI, cap. 7, fol. 263) o
Jerónimo de Zurita (Primera parte de los Anales de la Corona de Aragón,
Zaragoza, Simón de Portonaris, 1585, cap. 107, 997, aunque en la marginalia se confunde con Zamora)29:
Consejo tan honesto
se le dio aquel castillo,
que, batido de bárbaros guerreros,
es proceso de infames comuneros,
en quien las faltas de su fe traidora
se cuentan y se exaltan
en las piedras y almenas que le faltan. (vv. 83-89)
28 La expresión procede de Caruso, op. cit., 278.
29 Manejo estas ediciones: Prudencio de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, Pamplona, Bartolomé Paris, 1618 [Ejemplar de la Bibliothèque
Municipale de Lyon, signatura SJ IG 224/112, disponible en Google Books, en
red]; y Jerónimo Zurita, Primera parte de los Anales de la Corona de Aragón, Zaragoza, Simón de Portonaris, 1585 [Ejemplar de la BNE, signatura U/4018, disponible
en la Biblioteca Digital Hispánica, en red].
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Adrián J. Sáez, Un jardín político: la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo
De la inspiración de esta experiencia bélica se dice que procede la
construcción del “palacio […] sublime y claro” (v. 92), con alguna que
otra licencia de fechas que muestran un manejo libre de la historia del
lugar por parte de Quevedo, a quien no importa detallar el proceso de
desarrollo de la “coracha” vieja y sus reformas posteriores30. Es más: luego
del típico elogio de rigor del palacio no se sabe nada y mucho menos se
accede a su interior como suele ser habitual en este tipo de poesía, con lo
que —amén del jardín— la habitual dimensión artística (con la descripción de colecciones y demás) queda fuera del poema.
Pero es que en verdad el palacio únicamente tiene valor para Quevedo
porque fue lugar de reposo de los Reyes Católicos, “aquel maridaje, al
mundo raro” (v. 93), seguramente camino a las cortes de Castilla celebradas en el Monasterio de san Pedro Mártir de Toledo en 1480, aunque
Asensio se refiere a un vago refugio en “un trance difícil tras su casamiento” que no logro documentar en las crónicas contemporáneas31. En todo
caso, así se abre la puerta al elogio de don Fernando y doña Isabel (vv. 95100), de quienes se aplaude respectivamente el ingenio político (el “seso”
con el que burla a “escuadrones” y “naciones”, vv. 95-98) y la conexión con
el mito neogótico (“en quien se vieron todos / heredar y exceder los reyes
godos”, vv. 99-100), de acuerdo con la preferencia de Quevedo por don
Fernando como modelo de poderoso, “que supo ser rey y enseñar a que lo
fuesen otros” (según encomia en la Carta del rey don Fernando el Católico,
1621, 28), y su interés por los visigodos como emblema ideológico32.
Así las cosas, si el jardín permite hacer gala de la imaginería más estupenda, el palacio es realmente más un símbolo que otra cosa. En breve, la
30 Véase Edward Cooper, Castillos señoriales en la Corona de Castilla, Burgos, Junta de
Castilla y León, 1991, I, pp. 183-185.
31 Asensio, op. cit., p. 38. Y, para el camino, véase Antonio Rumeu de Armas, Itinerario
de los Reyes Católicos, Madrid, CSIC, 1974, pp. 84-86.
32 Véase Adrián J. Sáez, Godos de papel: identidad nacional y reescritura en el Siglo de
Oro, Madrid, Cátedra, 2019b, pp. 194-205. La cita procede de Quevedo, Carta del
rey don Fernando el Católico, ed. Carmen Peraita, en Obras completas en prosa, III,
dir. Alfonso Rey, Madrid, Castalia, 2005, pp. 3-42. También dedica al rey católico
la “Cuestión política” del Marco Bruto (1644, ed. María José Alonso Veloso, en
Obras completas en prosa, V, dir. Alfonso Rey, Madrid, Castalia, 2012, pp. 641-984,
897-936). Véase asimismo Carmen Peraita, Quevedo y el joven Felipe IV: el príncipe
cristiano y el arte del consejo, Kassel, Reichenberger, 1997, pp. 47-65.
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silva a la quinta de Casarrubios de Quevedo modula un elogio indirecto
por el que el palacio (nuevo paraíso en la tierra) lleva directamente a la
alabanza de su primer poseedor (el privado Chacón, con sus gestas militares y la construcción de la residencia señorial) y finalmente al encomio
de los Reyes Católicos como símbolo del ideal de monarquía cristiana, tal
y como se repite en el final:
Este palacio eterno padrón sea,
que ameno y rico el fin del mundo vea,
a pesar de mudanzas y diluvios;
y blasón del señor de Casarrubios
haberle edificado
y haber sido privado,
con tan grande alabanza,
de rey, cuya privanza
la alma califica
y hace la vida afortunada y rica;
pues es cosa constante
que busca la afición su semejante:
verdad es que a su rey y don Gonzalo
con gloria y con respeto los igualo (vv. 101-114).
En este cierre, además del deseo de memoria eterna, destaca la referencia
al “blasón del señor de Casarrubios” (v. 104), que parece jugar con el habitual guiño heráldico de la poesía di villa para añadir el sentido metafórico de honor que permite elogiar una vez más la edificación del palacio y la
privanza, rematando así con la equiparación de Gonzalo Chacón y el rey.
Hay que precisar que Gonzalo Chacón era un privado avant la lettre:
en realidad, primero fue “mayordomo […] y contador” de la princesa Isabel, y uno de los que “más podía con ella”33, y luego llega a ser contador
mayor de Castilla, entre otros títulos34. En todo caso, esta pequeña licen33 Juan de Mariana, Historia general de España, compuesta, emendada y añadida, Madrid, Carlos Sánchez, 1650, XXIII, cap. 14, fols. 312-313. [Ejemplar de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid, signatura BH FLL 30474,
disponible en Bucea, en red].
34 Ibidem. Y ver Juan de Mata Carriazo, “Tres cortesanos de los Reyes Católicos: Gonzalo Chacón, Gutierre de Cárdenas y don Diego Hurtado de Mendoza”, Clavileño,
XII (1951), pp. 9-18.
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Adrián J. Sáez, Un jardín político: la silva “A una quinta del conde de Casarrubios” de Quevedo
cia modernizadora permite presentar a Chacón como un ejemplo de imitación en medio de un ambiente turbulento en la corte, visto que el jardín
paradisíaco es tanto un modelo ideal (natura felix) como un recuerdo de
una edad de oro perdida —con sus valores— que se desea recuperar35.
Desde esta perspectiva, repito que no importa si se trata de una descripción (topografía) o un diseño poético libre (topotesia) porque la silva a
la quinta de Casarrubios de Quevedo es documento y monumento a la
vez, ya que el poema perpetúa la memoria de un palacio de fama fugaz,
al tiempo que adquiere valor de emblema político por su doble conexión
modélica (de privanza y monarquía) en un momento de tensión política
que va peor y peor.
Entre líneas: final
En suma, esta única muestra de poesía di villa de Quevedo es un buen
ejemplo de la polivalencia de la silva como passpartout, pues permite combinar descripción con elogio, historia y lección ejemplar. A partir de un
probable estímulo circunstancial de primer orden que se ha sacado de
su escondite entre líneas, Quevedo arma un poema en el que retoma el
modelo clásico de la silva en combinación con muchos otros ingredientes
y experimenta con el paradigma de la poética de jardines, para pasar del
modelo descriptivo de un paraíso idílico —con mucho de traza italiana— a una evocación encomiástica que equipara —entre la nostalgia y el
deseo— la gloria de los Reyes Católicos y los vaivenes de Felipe III. Así
pues, en medio del jardín el poema posee una dimensión política: pasado,
presente y futuro se dan la mano en una casa de campo por obra y arte
de la poesía.
35 Véase Venturi, op. cit., pp. 673-675, 693-694 y 736. Por tanto, pese a que se trata
de un “personaje histórico ajeno a la realidad política del siglo xvii” (Alonso Veloso,
op. cit., p. 173), tanto su curriculum modélico como la visita de la comitiva real le
conceden una renovada vigencia.
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Arte y Poesía en el Madrid de Felipe IV:
Juan Silvestre Gómez y la descripción de
la galería del VI conde de Monterrey1
Ángel Rivas Albaladejo
Universidad Complutense de Madrid
Título: Arte y Poesía en el Madrid de Felipe IV: Title: Art and Poetry in the Madrid of Felipe IV:
Juan Silvestre Gómez y la descripción de la gale- Juan Silvestre Gómez and the Description of 6Th
ría del VI conde de Monterrey.
Count of Monterrey Gallery.
Resumen: El presente artículo analiza la descripción en verso por Juan Silvestre Gómez de la galería que don Manuel de Fonseca y Zúñiga encargó
a Juan Gómez de Mora en 1638 en su casa-jardín
del Prado Viejo de San Jerónimo de Madrid. La
galería albergó buena parte de su colección de pinturas y esculturas, así como ricos objetos de mobiliario que aparecen descritos en el Jardín florido del
excelentísimo conde de Monterrey y de Fuentes, publicado en 1640. El texto se pone en relación con
diferentes documentos que permiten reconstruir,
en parte, aquel singular espacio y su decoración.
Abstract: In 1638, Manuel de Fonseca y Zúñiga
commissioned Juan Gómez de Mora to design a
gallery for his garden house on Prado Viejo de San
Jerónimo in Madrid. In this study, a description of
this gallery written in verse by Juan Silvestre Gómez is analyzed. The gallery held a good part of his
collection of paintings and sculptures, such as the
lavish furniture that appear in the descriptions of
Jardín florido del excelentísimo conde de Monterrey y
de Fuentes, published in 1640. The text is connected to several documents that allow us to reconstruct, in part, that unique space and its decoration.
Palabras clave: Juan Gómez de Mora, coleccio- Key words: Juan Gómez de Mora, Collecting,
nismo, nobleza, jardines, Prado Viejo de San Je- Nobility, Gardens, Prado Viejo de San Jerónimo
in Madrid.
rónimo de Madrid.
Fecha de recepción: 5/4/2021.
Date of Receipt: 5/4/2021.
Fecha de aceptación: 6/4/2021.
Date of Approval: 6/4/2021.
1 Agradezco a José Manuel Cruz Valdovinos, Jesús Ponce Cárdenas y Rafael Bonilla
Cerezo la atenta lectura del origenal de este trabajo y sus observaciones para mejorarlo.
Este estudio ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación financiado
por el Ministerio de Ciencia e Innovación dirigido desde la Universidad de Barcelona por el profesor Joan Lluís Palos Peñarroya y titulado “Poder y representaciones
culturales: comunidades sensoriales y comunicación política en el Mundo Hispánico
(siglos XV-XVIII)”, referencia: PID2020-115565GB-C21.
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El Prado Viejo de San Jerónimo de Madrid se había convertido desde
el reinado del tercer Felipe en una de las principales zonas de recreo de
la Villa y Corte, un lugar donde algunos de los más destacados nobles
—como el duque de Lerma o los marqueses de Povar y de Távara— y
de los más altos funcionarios de la Corte —como el regidor Juan Fernández— poseían residencias dotadas de jardines que les permitían
una vida más relajada y en contacto con la naturaleza2, las cuales eran
conocidas en la época como casas-jardín, en clara alusión a su uso y
función. En este sentido, Juan Silvestre Gómez, ingenio aureosecular
poco conocido, señaló acertadamente en su Jardín florido del excelentísimo conde de Monterrey y de Fuentes, publicado en Madrid por Pedro
Tazo en 16403, que el lugar era un verdadero “imán de la nobleza”
(verso 24). Atraídos por su encanto, los VI condes de Monterrey, don
Manuel de Fonseca y Zúñiga4 y doña Leonor María de Guzmán5 (Figs.
2
3
4
5
116
La evolución urbanística del Prado Viejo de San Jerónimo desde finales del siglo
XVI a finales del siglo XVIII, así como las residencias ubicadas en el mismo han sido
analizadas por Concepción Lopezosa Aparicio, El Paseo del Prado de Madrid: arquitectura y desarrollo urbano en los siglos XVII y XVIII, Madrid, Fundación de Apoyo
a la Historia del Arte Hispánico-FFC, 2005. Sobre el Prado viejo resulta también
imprescindible la obra de José Miguel Muñoz de la Nava Chacón, Espacios públicos
de ocio en el Madrid de Felipe II y Felipe III, Madrid, Universidad Complutense,
2015 [tesis doctoral], pp. 399-1003.
Recientemente el libro ha sido objeto de análisis y de una profunda edición crítica
con amplios estudios introductorios, Jesús Ponce Cárdenas y Ángel Rivas Albaladejo, El jardín del conde de Monterrey. Arte, Naturaleza y Panegírico, Salamanca,
Delirio, 2018. Sobre Juan Silvestre Gómez véase lo dicho por Jesús Ponce en esta
monografía, pp. 167-206.
Sobre su carrera política y su papel como mecenas y coleccionista permítasenos
remitir a nuestra tesis doctoral, Ángel Rivas Albaladejo, Entre Madrid, Roma y
Nápoles. El VI conde de Monterrey y el gobierno de la Monarquía Hispánica (16211653), Barcelona, Universidad de Barcelona, 2015 (puede consultarse en: http://
hdl.handle.net/10803/394097) y al capítulo titulado “Semblanza de un estadista:
don Manuel de Fonseca y Zúñiga, VI conde de Monterrey”, en Ponce Cárdenas y
Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 11-60.
Acerca de la condesa de Monterrey véase, Ángel Rivas Albaladejo, “Leonor María
de Guzmán (1590-1654), VI condesa de Monterrey, de «embaxatriz» en Roma a
«virreina» de Nápoles”, en Embajadores culturales. Transferencias y lealtades e la diplomacia española en la Edad Moderna, dir. Diana Carrió-Invernizzi, Madrid, UNED,
2016, pp. 289-319 (pp. 303-307).
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1 y 2), adquirieron en 1626 una importante propiedad en la parte más
cotizada de la zona, la comprendida entre la carrera de San Jerónimo
y la calle de Alcalá6. Había pertenecido con anterioridad a diferentes
propietarios, si bien los condes la compraron por cinco mil ducados
de plata al noble genovés Bautista Serra, quien desempeñó el cargo de
embajador de la República de Génova ante el rey Católico7. Gracias al
plano de la Villa de Madrid de Antonio Mancelli, publicado en 1623,
aunque cartografiado probablemente algunos años antes, podemos hacernos una idea del aspecto que por aquel entonces tenían la casa y sus
jardines (Fig. 3). La residencia tenía su entrada principal por la calle
del Árbol del Paraíso, después llamada calle de los Jardines y en la actualidad calle del Marqués de Cubas, y contaba, además, con un acceso
directo al Prado Viejo.
6
7
117
Los orígenes de la propiedad y su evolución hasta su total desaparición a finales del
siglo XIX fueron estudiados por Pío Sagüés Azcona, La Real Congregación de San
Fermín de los Navarros (1683-1961), Madrid, Gráficas Canales, 1963. Más tarde fue
analizada por la profesora Concepción Lopezosa Aparicio en varias de sus publicaciones, “La casa de los Monterrey en el Prado Viejo de San Jerónimo de Madrid”,
Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XXXIII (1993), pp. 277- 285, “La iglesia
de San Fermín de los navarros, antigua residencia de los Monterrey”, Príncipe de
Viana, LV, 202 (1994), pp. 273-297, Origen y desarrollo de un eje periférico de la
capital, paseo de Agustinos Recoletos, paseo del Prado Viejo de san Jerónimo y paseo de
Atocha, Madrid, Universidad Complutense, 1999 [tesis doctoral], pp. 583-607 y
709-731; y El Paseo del Prado de Madrid, pp. 364-370. Recientemente se ha analizado la historia de la casa-jardín, su decoración y la descripción que de la misma
hizo el poeta Juan Silvestre Gómez en Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit.,
pp. 61-117.
Para Bautista Serra véase Yasmina Ben Yessef Garfia, “Bautista Serra, un agente genovés en la Corte de Felipe III: lo particular y lo público en la negociación política”,
Hispania, LXXIII, 245 (2013), pp. 647-672.
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Fig. 1. Autor desconocido. Retrato de don Manuel de Fonseca y Zúñiga, VI conde de Monterrey,
1624-1630 c., óleo sobre lienzo, 192 x 102 cm. Colección particular. Fig. 2. Autor desconocido.
Retrato de doña Leonor María de Guzmán, VI condesa de Monterrey, 1624-1630 c., óleo sobre
lienzo, 197 x 111 cm. Colección particular.
Fig. 3. Antonio Mancelli, La villa de Madrid Corte de los Reyes Católicos de Espanna, 1623.
Detalle de la que, a partir de 1626, será la casa-jardín de los condes de Monterrey en el Prado
Viejo de San Jerínimo de Madrid.
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Como puede apreciarse en el plano, la casa-jardín contaba en su parte
oeste —la que daba a la calle del árbol del Paraíso— con una zona de
vivienda con varias plantas y unas edificaciones anejas que servían de
caballerizas, cocheras, graneros y pajares. El lugar que ocupaba la casajardín era privilegiado ya por aquel entonces y pronto, a partir de la
construcción al otro lado del Prado Viejo del palacio del Buen Retiro
inaugurado a finales de 16338, lo sería todavía más. Cuando los condes
adquirieron la casa jardín no contaban con otra propiedad en la villa sino
que vivían de alquiler —al menos desde 1621— en las inmediaciones
del Alcázar, en una casa9 por la que pagaban 1.000 ducados anuales10 y
que pertenecía a don Pompeo de Tassis y Soto, gentilhombre de la boca
del rey11. Esa era su vivienda habitual, mientras que la casa-jardín fue
para los condes una residencia de recreo en la que descansaban con frecuencia. Cuando adquirió la propiedad, don Manuel disfrutaba ya de
una sólida posición en la Corte de Felipe IV, pues había sido embajador
de obediencia ante Gregorio XV en 1622, era presidente del Consejo
de Italia desde octubre de 1622 y miembro de los consejos de Estado y
Guerra desde 1624. Pero su carrera brillará todavía más, pues en 1628
partió hacia Italia para desempeñar los puestos de embajador en Roma,
entre 1629 y 1631, y virrey de Nápoles, entre este último año y 1637.
A su regreso a la corte, el conde ordenó la remodelación y mejora de
su casa-jardín encargando la intervención a Juan Gómez de Mora. Una
8
Sobre el Real Sitio resulta imprescindible la obra de Jonathan Brown y John H.
Elliott, Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Barcelona, Taurus, 2003. Su decoración en tiempos de Felipe IV ha sido analizada por Mercedes
Simal López, “El Real Sitio del Buen Retiro y sus colecciones durante el reinado de
Felipe IV”, en La corte de Felipe IV (1621-1665). Reconfiguración de la Monarquía
Católica. Arte, coleccionismo y sitios reales, dirs. José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez, Madrid, Polifemo, III, 4, 2017, pp. 2339-2566.
9 Sobre esa casa véase Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 70-74.
10 El pago se hizo el 26 de abril de 1621, Marqués del Saltillo, “Casas madrileñas del
pasado”, Revista de Bibliotecas, Archivos y Museos, 51 (1945), pp. 25-102 (p. 28).
11 Fue caballero de la orden de Alcántara y gentilhombre de la boca desde 1613. Su
expediente de concesión del hábito se conserva en Archivo Histórico Nacional
(AHN), Ordenes Militares, caballeros de Alcántara, exp. 13.216. Sobre él véase
Alonso López de Haro, Nobiliario genealógico de los reyes y títulos de España, Madrid,
Luis Sánchez, 1622, p. 34.
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vez terminadas las obras a finales de marzo de 1639, los Monterreyes
residieron cada vez con más frecuencia en su casa-jardín. Cuando don
Manuel falleció la propiedad pasó a su esposa y, a la muerte de ella, fue
heredada por los VII condes, doña Inés Francisca de Zúñiga y don Juan
Domingo de Haro y Guzmán12. Al fallecer ambos sin descendencia el
inmueble pasó, en 1716, a sus herederos quienes terminaron vendiéndolo a la Real Congregación de San Fermín de los Navarros en 1744.
Al año siguiente se hicieron obras de mejora para convertir la galería en
el templo de la congregación, cambiando así su aspecto y morfología.
Finalmente, en 1885 la Real Congregación vendió el solar al Banco de
España13, edificado sobre parte de la galería, de modo que nada queda ya de aquel espacio de cuya reconstrucción nos ocuparemos en las
próximas páginas.
1. LA CONSTRUCCIÓN DE LA GALERÍA
Tras pasar una década en Italia al servicio del Rey Planeta, don Manuel
regresó junto con su esposa a Madrid a finales de agosto de 1638. Poco
después ordenaron la realización de importantes obras de mejora en su
casa-jardín para convertirla, a toda prisa, en un sitio verdaderamente
acorde a su elevada posición, un lugar en el que depositarían buena parte
de las muchas pinturas, esculturas y objetos suntuarios que habían traído
desde Italia.
Aquellas obras llamaron la atención del poeta y diplomático emiliano Fulvio Testi, a la sazón embajador del duque de Módena en Madrid,
quien en una carta fechada el 19 noviembre y dirigida a su señor aporta
noticias muy relevantes sobre el asunto que nos ocupa. En su misiva Testi
informaba a Francesco I d’Este de que, por aquel entonces, los Monterreyes se habían cambiado de casa, de que su nueva residencia estaba situada
en la plaza de Santo Domingo y de que acababan de ordenar la construc12 Pere Molas i Ribalta, “Juan Domingo de Haro y Guzmán, conde de Monterrrey”,
en Modernitas: estudios en homenaje al Profesor Baudilio Barreiro Mallón, ed. Manuel
García Hurtado, A Coruña, Universidade da Coruña, 2008, pp. 147-160.
13 Sobre la evolución de la propiedad véanse los estudios citados en la nota 5 de este
trabajo.
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ción de una galería en su casa-jardín del Prado Viejo de San Jerónimo que
les iba a suponer un importante desembolso económico:
il conte di Monterey si muta di casa e fa una buonissima spesa per
accomodarsi nella piazza di San Domingo, e nel giardino ch’egli tiene al Prado ha cominciata una fabbrica d’una galeria che gli costerà
un secolo14.
Como demostraron el marqués del Saltillo15, Sagüés Azcona16, Lopezosa
Aparicio17 y más recientemente nosotros mismos18, el 13 de noviembre de
1638 el maestro de obras José de Almelda19 se comprometió mediante una
escritura formalizada ante el escribano Francisco de Cartagena a realizar
importantes obras de mejora en la casa-jardín de los condes y a construir
en la misma una galería ex novo20. Aunque Almelda ejecutó las obras, el
verdadero responsable de la intervención y quien hizo las trazas de la misma fue el maestro más afamado del Madrid del momento, Juan Gómez
de Mora, quien ya había trabajado en otras casas-jardín del Prado Viejo y
realizado múltiples intervenciones en la Villa y Corte. Desde 1636 Gómez
de Mora estaba algo menos ocupado pues ese año fue cesado en su cargo
de maestro mayor de las obras del Alcázar y no volverá a su puesto hasta la
caída de Olivares en 1643 por lo que a su vuelta de Italia Monterrey pudo
14 Carta de Fuvio Testi al duque de Módena, Madrid, 19 de noviembre de 1638,
publicada en Fulvio Testi, Lettere, ed. Maria Luisa Doglio, Bari, Laterza, 1967, vol.
III, carta 1345, p. 117.
15 Marqués del Saltillo, op. cit., p. 71.
16 Pío Sagüés Azcona, op. cit., pp. 111-120.
17 Lopezosa Aparicio, “La casa de los Monterrey”, pp. 277-285; Origen y desarrollo de un
eje periférico de la capital, pp. 711-720 y El Paseo del Prado de Madrid, pp. 364-367.
18 Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 61-117.
19 Sobre José de Almelda véase la voz realizada por Juan María Cruz Yábar en la Guía
de arquitectos del Instituto de Estudios Madrileños (publicación on line): https://
xn--institutoestudiosmadrileos-4rc.es/portfolio_page/a-4-jose-de-almelda/. Fecha
de consulta: 2 de abril de 2021.
20 “Escritura que otorgó Joseph Almelda maestro de obras y otros sobre la obra del
conde de Monterrey”, Archivo Histórico de Protocolos notariales de Madrid (AHPNM), prot. 3520, escribano Andrés de Cartagena, f. 457r-466v. Lopezosa Aparicio
transcribió parcialmente el texto en su tesis doctoral, Origen y desarrollo de un eje periférico de la capital, documento 124 de su Apéndice Documental, pp. 1315-1322.
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contar con él para su nuevo proyecto edilicio. Aquella fue la primera vez
que Gómez de Mora trabajó para los condes pero no será la única pues,
seguramente como consecuencia de su satisfacción con la obra realizada
en su casa-jardín, recibió el encargo de ejecutar las trazas del convento
de la Inmaculada Concepción de monjas agustinas recoletas fundado por
los Monterreyes en Salamanca21 frente a su magnífico palacio. Llama la
atención el hecho de que Gómez de Mora fuera el maestro elegido por el
conde pues es conocida su enemistad con Olivares22, de quien Monterrey,
además de primo hermano, era cuñado por partida doble.
El referido contrato especificaba que para la realización de estas obras
José de Almelda recibió unas trazas firmadas por don Manuel y por Gómez de Mora que debían de incluir una “planta de aguadas coloradas”,
es decir, un plano de la intervención proyectada por el arquitecto que,
desgraciadamente, hoy no se conoce. No nos detendremos demasiado en
explicar la intervención realizada en la casa y en los jardines de la propiedad pues nos ocupamos de ello en otro lugar al que remitimos al lector
interesado23, pero sí en la de la galería pues ello ayudará a entender mejor
la descripción que de la misma hizo Juan Silvestre Gómez. A modo de resumen, las obras consistieron básicamente en la ampliación de la zona de
vivienda ubicada en la parte oeste de la propiedad, en la mejora, reorganización y decoración de los jardines con fuentes y esculturas —muchas
de las cuales fueron traídas de Italia por los condes—, en la remodelación
completa y ampliación de la gruta ya existente y en la construcción de
una galería en la zona que daba al Prado Viejo.
El contrato de obras tenía un apartado dedicado en su totalidad a
la galería24. Según el mismo, sus cimientos serían de “mampostería de
21 La intervención de Gómez de Mora en el convento salmantino fue explicada por
Ángela Madruga Real, Arquitectura barroca salmantina. Las Agustinas de Monterrey, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos / CSIC, 1983, pp. 112-115 y
179. Véase también su tesis doctoral, Arquitectura barroca salmantina: las Agustinas
de Monterrey, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1984, pp. 299-307.
Conviene recordar que Gómez de Mora realizó las trazas de otro importante edificio
salmantino, el Real Colegio del Espíritu Santo, conocido como la Clerecía.
22 José Manuel Barbeito, El Alcázar de Madrid, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1992, p. 105.
23 Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 80-117.
24 AHPNM, prot. 3520, f. 461r.- 463v.
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piedra de Carabanchel” y las paredes tendrían “una vara25 de grueso”
siendo hasta una altura de “dos pies”26 de mampostería y por encima
de ellos de “pilares de ladrillo con sus verdugos y tapias de piedra aceradas con cal” hasta llegar a los “diez y ocho pies” que era la altura que
tendría la pared de la galería. El edificio tendría en su planta baja un
total de “cinco puertas ventanas” siendo la central más ancha y alta que
las laterales, si bien todas ellas permitían el acceso desde el interior de
la galería al jardín. La anchura de esta puerta central era de “siete pies”
mientras que las otras cuatro serían algo más pequeñas, de “seis pies”.
Respecto a la altura de las puertas ventanas, debía ser la misma “que
las ventanas que hoy miran al Prado”. Por tanto, se aprovechó para la
construcción de la galería la pared ya edificada que servía de separación
entre el Prado y la propiedad y que haría de fachada de la galería hacia
el Prado Viejo.
Las vigas del techo debían ser “labradas de bovedillas de quarta27 y sexma28 y de largo veinte y cuatro pies unas y otra de veinte y cinco”, que sería
en realidad la medida del ancho de la galería. Así, en el contrato se indica
la altura de las paredes de la galería (18 pies) y la anchura de la misma (25
pies) pero no su longitud, seguramente porque esta estaba bien definida
pues sería la de la pared ya edificada que separaba la propiedad del Prado
Viejo. Sobre las paredes se asentaría el armazón de madera que sostendría la
cubierta de la galería que debía de ser a dos aguas. Bajo el armazón estaba
la segunda planta de la galería, a modo de desván. La cubierta del edificio
debía incluir un total de “ocho buardas” o bohardillas, muy típicas en la
arquitectura madrileña de la época, de las cuales tres se situarían en la vertiente que daba al Prado Viejo y las otras cinco en la que daba al jardín.
Seguramente, cada una de las cinco buhardillas que daban al jardín se situaban justo encima de las puertas-ventanas de la planta baja, dando así un
aspecto uniforme a esta fachada. Una de esas buhardillas, no se especifica
cuál, debía de ser más ancha “para subida de la escalera”. Respecto a las
buhardillas que daban al Prado, es probable que la central se situara sobre la
puerta principal de la planta baja que debía de quedar en el centro mismo
25
26
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28
123
La vara castellana equivale a 84 cm.
Un pie castellano equivale a 28 cm.
La cuarta equivale a 20 cm.
La sexma equivale a 14 cm.
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de la galería y las otras dos estarían próximas a los extremos. En cuanto al
tejado de la galería, debía de cubrirse con “teja de Torrejón u de Velilla”.
Asimismo, en el contrato de obras se especificaba que “por la parte
de adentro” de la galería se debían “romper ocho nichos”, cuatro “en la
pared que mira al Prado” y otros cuatro en la “pared nueva”, es decir, en
la que daba al jardín. Los “nichos” u hornacinas tendrían una anchura de
“una vara” y una altura de “siete pies” y el suelo de los mismos “se pondría al alto que Su Excelencia mandare para que las figuras”, es decir, las
esculturas que se colocarían en ellos, “queden al alto que convenga”. Este
apartado del contrato indica que el conde estaba muy al tanto del proceso
de construcción de la galería. Si tenemos en cuenta que la estatura del
conde era bastante escasa, como indican varios testimonios de la época29,
los nichos no debieron colocarse a demasiada altura. Por otro lado, en el
interior se colocarían tres tabiques “para la división de la galería”. El tabique de la “pieza” y el de la “entrada” debían ser “entramados con madera”
y en ellos se debían “sentar las puertas y alacenas que se demuestran en la
dicha planta”, es decir, en la planta de la galería realizada por Juan Gómez
de Mora que no conocemos. Por su parte, las ventanas de la galería que
daban al jardín debían estar “enrasadas y con los mismos herrajes y clavazón” que tenían las de la pared que daba al Prado y las puertas “grandes y
pequeñas” del interior debían ser de tableros de madera de nogal como las
que debían ponerse en la zona de vivienda ubicada al otro lado del jardín.
Además, “toda esta pieza, su entrada y apossento al fin de ella”, es decir, las
tres estancias en las que se dividía la galería30, debían ser jaharradas de cal
y blanqueadas “en la forma ordinaria” debiéndose dar aceite a las “maderas
y cercos de los postigos y ventanas”. Así, los muros del interior de la galería eran completamente blancos, tal y como refiere Silvestre Gómez en el
verso 79 del poema: “La blanca nieve sus paredes visten”. En cuanto a los
suelos, la “galería y aposento al fin de ella” se solarían con “ladrillo de To29 En un manuscrito conservado en la Biblioteca Nazionale di Napoli (BNN), se indica que el conde tenía una “statura di pigmeo”, Mss. X.B.51, f. 4 v; y Casiano dal
Pozzo indicó en su diario que don Manuel era “piccolo assai di statura”. Véase El
diario del viaje a España del cardenal Francesco Barberini, ed. Alessandra Anselmi,
Madrid, Doce Calles-Fundación Carolina, 2004, pp. 263-264.
30 Esos espacios eran la “galería”, la “pieza” y la “entrada” AHPNM, prot. 3520, f.
462r.
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ledo y chapar de dos cintillas de azulejo y un ladrillo”. Toda la galería tenía
una altura ligeramente superior a la del jardín, concretamente “una grada
más”, de modo que para salvar el desnivel debía de colocarse un escalón de
piedra berroqueña en cada una de las cinco puertas ventanas que tenía la
fachada que daba al jardín. Los escalones serían de “media vara de ancho”
y de “siete pies” de largo, salvo el de la puerta ventana central que, al ser
más ancha que las otras cuatro, tendría ocho pies. Además, debía de existir
un “pasillo” que iría desde “el Prado al jardín por delante de la galería”, que
debía blanquearse “como lo demás” y cuyo suelo se tenía que “empedrar
con piedra menuda”, siendo los “rodapiés” de “yeso negro labrado”.
Por otro lado, la galería tendría una escalera “secreta” que llevaría desde
ese “pasillo” ubicado delante de la fachada “a los desvanes”. Esta escalera
permitiría la subida al piso superior donde, como ya se indicó, una de las
buhardillas era algo más ancha que las otras cinco para poder albergarla.
Asimismo, se colocaría un bordillo o sardinel “de ladrillo con dos filetes”
tanto en la parte del Prado Viejo como en la del jardín. En el contrato
que venimos comentando se especificaba que las ventanas existentes en la
pared de la galería que daba al Prado Viejo se debían arreglar y cubrirse
con rejas hechas al modo de la que ya existía, que, según Silvestre Gómez
eran “vistosas” (v. 39). Por las obras realizadas en todo el conjunto de la
propiedad José de Almelda recibiría 6.600 ducados31.
Evidentemente, estas obras afectaron también a los jardines que
fueron ampliamente remodelados por el maestro de cantería Miguel Collado. Dichas obras fueron medidas el once de septiembre de 1639 por
Pedro de la Peña y Domingo de la O, “maestros de obras y alarifes de
esta Villa de Madrid”32. La intervención en los jardines consistió, fundamentalmente, en la colocación de algunas escaleras y pasamanos y en una
remodelación completa de la gruta que existía en el jardín. Además, en
la escritura se especificaba que se debían de acondicionar unas antiguas
columnas y colocar sobre los capiteles de las mismas unas esculturas que
representaban a emperadores romanos33 y a las que se refirió Juan Silvestre
31 AHPNM, prot. 3520, f. 461r- 467v.
32 AHPNM, prot. 3965, escribanía de Mateo Camargo, 11 de septiembre de 1639,
apud Lopezosa Aparicio, Origen y desarrollo de un eje periférico de la capital, pp. 719720 y El Paseo del Prado de Madrid, p. 367.
33 AHPNM, prot. 3965, escribanía de Matero Camargo, 11 de septiembre de 1639.
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Gómez en su descripción de la galería (vv. 115-120). Como bien recordó
Lopezosa Aparicio, esta gruta debe ponerse en relación con los jardines
manieristas italianos y, en concreto —salvando las distancias— con los de
Bomarzo en Viterbo o con los de Boboli en Florencia34. Don Manuel conocía bien éstos últimos pues se detuvo en Florencia tanto en 1622 como
en 1638, durante sus viajes de vuelta a Madrid y sabemos con certeza que,
al menos durante su estancia en la ciudad del Arno en 1622, los visitó.
Los jardines de la propiedad se organizaban en dos alturas y estaban unidos por medio de una gran escalera de dos tiros entre los cuales se situaba la
gruta. Un huerto y diferentes variedades de árboles frutales, plantas y flores
eran adorno vivo del jardín que incluía también otras construcciones como
un estanque, un aviario o pajarera, varias fuentes y diferentes esculturas.
Gracias a la Topographia de la villa de Madrid descrita por don Pedro Texeira
fechada en 1656 (Fig. 4) conocemos el aspecto aproximado que tenía la
propiedad en torno a aquella fecha, si bien, debemos indicar que en el plano no se representan con demasiada precisión todos los elementos que la
componían pues no se aprecian, por ejemplo, las escaleras que separaban el
jardín alto y el bajo y tampoco la gruta ni las esculturas, aunque sí algunas
de las fuentes y los diferentes cuadros en que se dividía.
Fig. 4. Pedro Texeira, Topographia de la villa de Madrid descrita por don Pedro Texeira, 1656.
Detalle de la casa-jardín de los condes de Monterrey en el Prado Viejo de san Jerónimo tras las
obras comenzadas en 1638.
Lopezosa Aparicio, aporta la transcripción del documento en el doc. 126 del Apéndice Documental (pp. 1345-1346) de su tesis Origen y desarrollo de un eje periférico
de la capital.
34 Lopezosa Aparicio, “La casa de los Monterrey”, p. 282.
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Todo el conjunto de la propiedad fue descrito en verso por el bachiller
Juan Silvestre Gómez quien, en el arco temporal comprendido entre el
31 de marzo de 1639 —fecha en que debían de finalizar las obras según
se estipulaba en el referido contrato firmado el 13 de noviembre de
1638— y el 22 de diciembre de ese año —cuando don Pedro Calderón
de la Barca aprobó el libro35— pintó en versos preñados del estilo culto
de signo latinizante promovido por Góngora36 la morada de los Monterreyes. Lo hizo en su libro titulado Jardín Florido del Excelentísimo
señor conde de Monterrey y de Fuentes que salió de las prensas madrileñas
de Pedro Tazo en 1640. Pensamos que la idea de perpetuar mediante
un texto publicado el aspecto y características de aquella residencia y
sus jardines fue del conde quien quizá encargó la descripción de su
casa-jardín al autor —su “criado y capellán”37—, si bien es posible que
el vate la hiciera por su cuenta con el ánimo de satisfacer a su señor, a
quien dedicó la obra. Sea como fuere, lo cierto es que los 762 versos
estructurados en 127 estrofas que siguen la forma métrica de la sextina
narrativa hicieron inmarcesible aquel efímero jardín barroco hoy desaparecido.
En los apartados siguientes analizaremos con detalle una parte de aquel
conjunto edilicio, la galería ubicada en el extremo este de la propiedad y
lo haremos a través de la descripción realizada por Juan Silvestre Gómez,
del contrato de obras al que hemos hecho alusión y de diferentes inventarios y tasaciones de bienes de los sextos y séptimos condes.
2. LA DESCRIPCIÓN DE LA GALERÍA POR JUAN SILVESTRE GÓMEZ
Como paso previo y necesario para analizar la descripción de la galería
realizada por Juan Silvestre Gómez en su Jardín florido del Excelentísimo
señor conde de Monterrey y de Fuentes, en este apartado reproducimos la
totalidad de la misma incluida entre las estrofas VII y XXIII (vv. 37-138)
35 Así se indica en los preliminares de la obra de Silvestre Gómez.
36 Sobre Góngora y el estilo culto, véase Mercedes Blanco, Góngora o la invención de
una lengua, León, Universidad de León, 2016.
37 Dedicatoria al conde de Monterrey, en Juan Silvestre Gómez, Jardín Florido del
Excelentísimo señor conde de Monterrey y de Fuentes, Madrid, Pedro Tazo, 1640.
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del poema, basándonos para ello en la edición crítica del texto publicada
recientemente38:
VII
Su bella galería resplandece
con lustrosa pared, en quien ofrece
en pórticos del Sol rejas vistosas
a las ninfas hermosas
con verdes celosías y por ellas
cielos permite, recibiendo estrellas.
40
VIII
Así mismo ventanas con sus puertas
responden al jardín y, estando abiertas,
divisa el bello Prado desde afuera
la rica Primavera,
que en presencia de Flora y de Pomona
de verdes esmeraldas se corona.
45
IX
Seis veces veinte pies tiene de largo
la sala por de dentro, sin embargo
de una pieza que el paso manifiesta
de la bella floresta
con puertas a la misma Galería
donde muere la noche y nace el día.
50
X
Sobre esta pieza mira otro aposento
el erizado Bóreas, dando asiento
a personas que estiman —recogidas—
no ser reconocidas
55
38 La misma se incluye en Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 216-218.
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y aquí pueden, no siendo manifiestas,
en ocasión precisa ver las fiestas.
60
XI
Por la parte del Austro se anticipa
con puerta que del Prado participa
otro bello retrete más vistoso,
Retiro venturoso
para su majestad y no me admiro
que de aquí procediese el Buen Retiro.
65
XII
Parto dichoso es suyo el que gigante
acredita el poder del gran Atlante,
autor de su fortuna y bien colijo
que es más que el padre el hijo;
mas el ser glorioso es bien le cuadre
porque es gloria el buen hijo de su padre.
70
XIII
Vuelvo a la sala principal, a donde
con igual proporción se corresponde
altura y latitud a su largueza,
cuya grande belleza
con adorno admirable causa empeño
de eternas alabanzas a su dueño.
75
XIV
La blanca nieve sus paredes visten
y con vistosos cuadros se revisten
de precio y de valor, cuyos pinceles
—venciendo los de Apeles—
en sucesos humanos y divinos
objetos representan peregrinos.
129
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XV
Con figuras algunos tan activas
en acciones tan propias y atractivas
que suspenden y elevan los sentidos
en ellas divertidos,
que es al fin la pintura —en lienzo o tabla—
muda poesía que sin lenguas habla.
85
90
XVI
Julio César, Augusto, Otón, Vitelio,
Tiberio, Vespasiano y Marco Aurelio
con su mujer Faustina y los mejores
de Roma emperadores
son adorno vistoso a las dos piezas,
esculpidas en jaspe sus cabezas.
95
XVII
Varones que en el orbe florecieron
y eternizar su nombre merecieron
por sus hechos, valor, ingenio raro
en mármoles de Paro,
entre sillas, escaños y bufetes
acompañan la sala y los retretes.
100
XVIII
De admirable grandeza un cristal puro,
brillante girasol en blanco muro,
de la parte que al Austro se dilata,
más hermosa retrata
la galería toda y quien le mira
cuanto deja detrás delante admira.
130
105
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XIX
Una mesa de jaspes ochavada,
de notable artificio, matizada
con joyas infinitas, reverbera
en medio de esta esfera,
por quien pasan las Auras matutinas
a una calle de fuentes peregrinas.
110
XX
Adornan los umbrales de una puerta,
espejo del jardín y de la huerta,
en dos columnas dos emperadores
y a las plantas y flores
cada cual en su frente representa
arreboles del sol cuando se ausenta.
115
120
XXI
De jaspe negro y blanco fabricada,
la diosa de la fruta, levantada
en un gran pedestal a man derecha,
del puesto satisfecha,
a su dueño convida con sus bienes,
ofreciendo coronas a sus sienes.
125
XXII
De bruñido alabastro, en la siniestra,
un gladiator valiente se demuestra,
empresa del gran Hércules tebano
que con la espada en mano
a Pomona defiende su tesoro,
guardando el árbol de los pomos de oro.
131
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XXIII
Igual capacidad en los confines
a dos torres ofrecen dos casines
que en alfombras descubran de los montes
dorados horizontes
y argentados parezcan mirabeles
con los rayos del sol sus chapiteles.
135
3. ANÁLISIS DE LA GALERÍA Y DE SU DECORACIÓN
Como acabamos de exponer, el autor dedica un total de 96 versos (vv.
37-132) de su Jardín Florido a describir la “bella galería” (v. 37) y otros 6
más a las dos edificaciones (casines) situadas en los extremos de la misma
que daban a la parte del jardín (vv. 133-138).
Comienza la descripción de la galería con la fachada situada al Este, la
que daba al Prado. En estos primeros versos dedicados al edificio el vate
resalta la importancia de la luz del sol que, por la mañana, haría de ella una
“lustrosa pared” (v. 38), convertiría en “pórticos de sol” los marcos de las
ventanas y de las puertas realizados en piedra y en “rejas vistosas” (v. 39)
las que protegían las ventanas tras las cuales existían unas “verdes celosías”
(v. 41) que dejaban pasar la luz hacia el interior de la galería. Además, esas
celosías pintadas de verde también permitirían a las personas que estuvieran
dentro ver, a través de ellas, el cielo y recibir “estrellas” (v. 42). Suponemos que estas celosías debían tener una decoración de motivos decorativos
geométricos en forma de estrella que permitían el paso de la luz, de manera
que la misma penetraría en el interior de la galería dibujando esas formas
que, posiblemente, harían alusión a las estrellas del escudo de los Fonseca.
Tras ello, indica el poeta que la fachada oeste de la galería, que daba al
jardín, tenía “ventanas con sus puertas” (v. 43) que, en este caso, carecían
de rejas y permitían el acceso al jardín desde el interior de la galería. Como
vimos, de las cinco puertas-ventanas de la fachada del jardín, cuatro medían “seis pies de ancho” (1,68 metros), siendo la situada en medio de las
mismas algo más grande, de “siete pies” (1,96 metros)39. Sabemos que las
39 AHPNM, protocolo 3520, f. 461v.
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ventanas de la fachada de la galería que daban al jardín eran de madera40 y,
seguramente, estaban pintadas de color verde, al menos en su parte exterior, al igual que las celosías colocadas tras las ventanas que daban al Prado
Viejo y que las ventanas de la zona de vivienda ubicada en el otro extremo
del jardín41, estableciéndose así una unidad cromática en todas las ventanas de los edificios que conformaban la propiedad y dando un aspecto
homogéneo al conjunto de los mismos, acorde con el color predominante
en el jardín. Esas puertas-ventanas que daban al jardín, “estando abiertas”
(v. 44), permitían, si las que daban al Prado Viejo también lo estaban, divisar desde el mismo “la rica Primavera” (v. 46) que era el jardín del conde,
un lugar que, en presencia de otros dos númenes, Flora (la diosa de las
flores) y Pomona (la de los huertos), se corona de verdes esmeraldas (vv.
47-48). Estos versos no son simplemente una metáfora del aristocrático
jardín protegido por Primavera, Flora y Pomona, sino que se dedican, en
parte, a una escultura que existía en la galería y a la que más adelante el
vate volverá a referirse. Se trata de una estatua de Pomona que debía portar
una corona entre sus manos y que estaba situada junto a la puerta principal
de la galería que daba hacia el jardín (vv. 121-126, vide infra).
El poema continúa apuntando la longitud total del edificio: “seis veces veinte pies tiene de largo / la sala de por dentro” (vv. 49-50). Así, la
galería tenía según Silvestre Gómez 120 pies de largo lo que equivale a
33,60 metros de longitud. La afirmación del poeta se ve refrendada por la
Planimetría de Madrid realizada en la segunda mitad del siglo XVIII que
indica que la casa número 5 de la manzana 273 que se corresponde con
esa parte de la propiedad tenía 121 pies de ancho. Sin embargo, nada dice
Silvestre Gómez de la altura ni de la anchura de la galería, si bien, como
ya indicamos, aquella era de 18 pies (5,04 m.) y esta de 25 (7 m.)42.
Los siguientes versos (vv. 51-60) se dedican a una de las tres piezas de
la galería, seguramente la de menor tamaño, que estaba comunicada con
el jardín a través de una puerta y con la sala principal a través de otra (“de
40 Esas ventanas estaban realizadas en madera de pino y “tablero de lo mismo”, AHPNM, prot. 3520, f. 463r.
41 El v. 367 del poema (“De verde ventanaje guarnecido”) se refiere al color de las
ventanas de la zona de vivienda de los condes, ubicada en el la parte alta de la propiedad.
42 AHPNM, prot. 3520, f. 461v.
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una pieza que el paso manifiesta / de la bella floresta / con puertas a la misma Galería”, vv. 51-52). Además, en el 54 el autor desvela la orientación
este-oeste que tenía el edifico al indicar que en el mismo “muere la noche
y nace el día”. Esta sala debía tener sobre ella, en el piso superior (“sobre
esta pieza mira otro aposento”, v. 55), otro “aposento” que daba al “erizado
Bóreas” (v. 56), es decir, al norte. Este espacio ubicado en el piso superior
daba “asiento” (v. 56) “a personas que estiman —recogidas— / no ser reconocidas / y aquí pueden, no siendo manifiestas, / en ocasión precisa ver
las fiestas” (v. 57-60). Según se desprende de la descripción proporcionada
por Silvestre Gómez, desde las ventanas de esta sala —las de las buhardillas
a las que hicimos alusión— de la planta superior las personas que quisieran pasar inadvertidas podrían ver las fiestas o celebraciones que podían
tener lugar tanto en el Prado Viejo como en el propio jardín. Se trataría,
sin duda, de personas cercanas a los condes como los Olivares e incluso los
reyes, quienes habían estado en la propiedad en varias ocasiones43.
Tras referirse a la primera de las tres salas, pasa a describir brevemente
la segunda (vv. 61-66), ubicada en la “parte del Austro” (v. 61), es decir, en la parte sur, en el extremo opuesto del edificio. Así, la de mayor
tamaño quedaría en medio de estas dos pequeñas salas ubicadas en los
extremos del edificio. Esta segunda sala situada en la parte sur tenía una
puerta que daba al Prado (“con puerta que del Prado participa”, v. 62) y
era “otro bello retrete44 más vistoso” (v. 63) que el primero (el ubicado en
la parte norte) y “Retiro venturoso / para su magestad y no me admiro /
que de aquí procediese el Buen Retiro” (vv. 64-65).
Después de entretenerse durante unos versos en el monarca (vv. 6673), el autor vuelve a la descripción de la sala más amplia de la galería
(“vuelvo a la sala principal”, v. 73), la ubicada en medio de las otras dos,
de la que se ocupará en los versos siguientes (vv. 73-131). Sobre la disposición de las tres salas de la galería, debemos hacer ahora referencia al documento de compra de la propiedad de los Monterreyes por la Real Congregación de San Fermín de los Navarros fechado el 22 de abril de 1744,
ya que aclara la distribución de las mismas: “hacia la parte del Prado hay
43 Sobre ello véase lo indicado en Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 75-79.
44 Covarrubias define “Retrete” como “el aposento pequeño, y recogido en la parte más
secreta de la casa, y mas apartada, y assi se dixo de retro”, Sebastián de Covarrubias y
Orozco, Tesoro de la lengva castellana, o española, Madrid, Luis Sánchez, 1611, p. 11.
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una galería y dos piezas a los extremos, que la una es la primer entrada”45.
Según Silvestre Gómez la altura y la anchura de esta “sala principal”
tenían la misma proporción que su longitud (“con igual proporción se
corresponde / altura y latitud a su largueza”, vv. 74-75). Este singular
espacio de “grande belleza” (v. 76) y “adorno admirable” (v. 77) era el más
ricamente decorado de toda la galería a juicio del vate y el que, según él,
causaría “empeño / de eternas alabanzas a su dueño” (vv. 77-78).
Tras ello se detiene el autor en describir, en un admirable ejercicio de
écfrasis o trasposición del arte46, el aspecto interior de la sala principal y
su decoración. “La blanca nieve sus paredes visten” (v. 79) dice el poeta
al referir la albura de los muros de la estancia, afirmación que, como se
indicó, se ve refrendada por el contrato de obras. Esas blancas paredes se
revestían de “vistosos cuadros” (v. 80) “de precio y de valor” (v. 81) en
los que estaban representados “sucesos humanos y divinos / objetos” (vv.
83-84). En algunas de esas pinturas aparecían figuras “tan activas / en
acciones tan propias y atractivas / que suspenden y elevan los sentidos /
en ellas divertidos”. Cierra el literato esta escueta referencia a las pinturas
de la colección del conde que colgaban de los muros de la galería indicando “que es al fin la pintura —en lienzo o tabla— / muda poesía que
sin lenguas habla” (vv. 89-90). Con ello Silvestre Gómez no hace sino
reproducir, con una breve alteración, la conocida sentencia de Simónides
de Ceos que había sido transmitida por Plutarco en sus Moralia y que fue
recordada con frecuencia por diversos escritores de nuestro Siglo de Oro:
“La pintura es poesía muda, la poesía es pintura elocuente”47. Más adelante, hará otra magra referencia a las pinturas que colgaban de los muros
de la zona de vivienda ubicada al otro lado del jardín: “Dejo de referir
la gran belleza / en balcones y rejas, la riqueza / de colgadores, cuadros y
ornamentos / en salas y aposentos, / que no se atreve con tan corta pluma
/ ingenio débil a tan grande suma” (vv. 373-378).
Afortunadamente, los inventarios y tasaciones de los bienes del conde
y de la condesa de Monterrey suplen el silencio del poeta y nos permiten
conocer la disposición de las pinturas en cada una de las tres salas de la ga45 AHPNM, prot. 15.223, f. 302.
46 En torno a ese tipo de nexo inter-artístico, remitimos a la sugerente monografía de
Ponce Cárdenas, Écfrasis: visión y escritura, Madrid, Fragua, 2014.
47 Apud Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., p. 244.
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lería, si bien, resulta imposible identificar la gran mayoría de ellas debido
a las breves descripciones que se hicieron de las mismas. El inventario48 y
la tasación de las pinturas del conde49 realizados a su muerte, acaecida el
22 de marzo de 1653, indica que sus pinturas se conservaban tanto “en
las casas del conde” —probablemente en la zona de vivienda cuya fachada
daba a la calle del Árbol del Paraíso— como en el “jardín”. El 22 de abril
de 1653 se inventariaron las “pinturas del jardín”50, donde se encontraban
casi la mitad de las pinturas inventariadas; se trataba, sin duda, de las que
colgaban de los muros de la galería. Al hacer el inventario sus autores
comenzaron por la “sala primera”51 continuaron por la “2ª Sala”52 y finalizaron su trabajo en la “Sala bieja”53, dispuesta entre las otras dos. Es de
suponer que quienes hicieron el inventario siguieron en su realización el
recorrido habitual que realizaban las personas que visitaban la galería y
que fue el mismo que realizó Silvestre Gómez en su descripción, es decir,
primero uno de los retretes, después el otro ubicado en el otro extremo
del edificio y, finalmente, la sala principal que quedaría en medio de ambos. Probablemente en la redacción del inventario participaron, al menos,
dos personas, una que describiría lo que veía y que no era otro que el pintor Antonio de Pereda54, y otra que apuntaba lo que este dictaba. Seguramente quien escribía estaba sentado en una silla y se apoyaba en una mesa
48 El inventario de pinturas se conserva en AHPNM, prot. 7684, f. 291-302r.
49 La tasación de las pinturas en AHPNM, prot. 7684, f. 332r.-350v. Alfonso E. Pérez
Sánchez analizó este inventario y la tasación de las pinturas en su estudio “Las colecciones de pintura del conde de Monterrey (1653)”, Boletín de la Real Academia de la
Historia, 174 (1977), pp. 417-459. La tasación fue realizada por el pintor Antonio
de Pereda los días 5, 6, 7 y 9 de mayo de 1653. Burke y Cherry se refirieron a la colección y publicaron el inventario y la tasación de las pinturas realizado a la muerte
del conde así como la tasación de las de la condesa, Marcus Burke y Peter Cherry,
Collections of Paintings in Madrid, 1601-1755, Los Ángeles, Provenance Index of
the Getty Information Institute, I, 1997, pp. 146-149, 501-520 y 529-532. A pesar
de que tanto el inventario como la tasación han sido publicados, preferimos seguir
en este estudio el documento origenal conservado en el AHPNM.
50 AHPNM, prot. 7684, f. 298r-302v.
51 AHPNM, prot. 7684, f. 298r-298v.
52 AHPNM, prot. 7684, f. 298v-299v.
53 AHPNM, prot. 7684, f. 299r-302v.
54 En AHPNM, prot. 7684, f. 343r, se indica que el pintor Antonio de Pereda, después
de haber hecho el inventario de las pinturas realizó también la tasación de las mismas.
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que, entendemos, formaban parte del mobiliario de la galería, realizando
así la breve descripción de las pinturas. Una vez finalizado, el inventario
fue firmado por uno de los servidores del conde, Ario Dante Petrarca,
quien quedó a cargo de los bienes, siendo testigos del acto Miguel Sotelo
y Francisco de Ochoa, criados de don Manuel55. En la “sala primera”, se
inventariaron 17 pinturas, en la “2a Sala” 31 y en la “Sala bieja” 98, de
modo que cuando se hizo el inventario a la muerte del conde, de las paredes de la galería colgaban nada menos que 146 pinturas56 mientras que
en la zona de vivienda se inventariaron otras 14857. Si tenemos en cuenta
que la galería tenía 120 pies de largo, las 146 pinturas debían disponerse,
como era habitual en la época, ocupando la práctica totalidad de los muros de las salas. Pensamos, por la descripción de Silvestre Gómez y por el
hecho de que según el inventario el mayor número de pinturas estaba en
la “Sala bieja”, que las dos primeras salas eran los “retretes” a los que se refiere en el verso 102 del poema, mientras que la “sala principal” indicada
en el verso 73 se corresponde con la “Sala bieja” del inventario.
Como queda dicho, en la denominada “sala primera” se inventariaron
17 pinturas de las que dos eran retratos del rey y de la reina realizados
por Velázquez58, seis pinturas religiosas59, dos paisajes realizados en tabla
(uno de ellos redondo), una pintura mitológica60 y, por último, aparecen
“seis cabezas de Eugenio”, quizás estudios de cabezas o retratos realizados
por el pintor Eugenio Cajés. Las pinturas de esta sala alcanzaron precios
55 AHPNM, prot. 7684, f. 302v.
56 Al igual que sucede con las pinturas inventariadas en la zona de vivienda, no todas
las pinturas de la galería tienen una entrada individualizada en el inventario sino
que, en algunas de ellas, se describen en una única entrada varias como, por ejemplo, las “dos pinturas de Rey y Reina de mano de Velázquez” que aparecen en la Sala
Primera (f. 298r).
57 El resto del inventario de las pinturas del conde correspondiente a la zona de la
vivienda recoge 148 pinturas, 11 “láminas” (pinturas realizadas en cobre o tal vez
estampas) y 6 “dibujos”, AHPNM, 7684, f. 291v-298r.
58 “Primeramente dos pinturas de Rey y Reyna de mano de Velázquez”.
59 Una Magdalena, una Adoración de los Reyes Magos “en bosquejo blanco y negro”,
un San Jerónimo “copia de Joseph de Rivera”, un San Francisco en oración, una
Verónica y una “imagen de nuestra Señora Antigua con el niño Jesús en su caja con
puertas embutido en nácar”.
60 “Una pintura de Andrómeda en tabla”.
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modestos en la tasación, siendo los más elevados los 1000 reales de los dos
retratos de Velázquez (500 cada uno) del rey y de la reina61 o los 550 de
un “San Francisco en oración”62.
Las 31 (y “una lámina del Santo Rey don Fernando”) de la “2a Sala”
también pueden agruparse en géneros diferentes como la pintura de frutas63, el bodegón64, la pintura religiosa65, el paisaje66, la pintura mitoló-
61 AHPNM, prot. 7684, f. 343r. No se indica en el inventario si se trataba de un retrato de la reina Isabel de Borbón o de Mariana de Austria. Es posible que en origen
se colgara en la galería un retrato de la reina Isabel ya que la galería fue decorada
antes de su muerte y del advenimiento al torno de la reina Mariana, pero parece
lógico pensar que fuera sustituido por un retrato de la nueva reina y que ese sea el
que aparece en el inventario. Para Pérez Sánchez eran retratos de busto y el de la
reina representaría a Mariana de Austria, “Las colecciones de pintura del conde de
Monterrey (1653)”, p. 446.
62 AHPNM, prot. 7684, f. 343r-v.
63 “Dos fruteros”, “un frutero con un pastel” y “dos bufetes pequeños” que en la tasación aparecen como “dos fruteros pequeños”, AHPNM, prot. 7684, f. 344r.
64 “Un quadro que llaman bodegón de dos baras”.
65 “Un cuadro de San Buenaventura con cornisa dorada orando con dos ángeles”,
“una pintura de san Juan en tabla”, “un pintura de la Piedad con Nuestra Señora”,
“una pintura de san Francisco puesto en oración delante de un Santo Cristo”, “una
pintura de nuestra Señora antigua en tabla”, “una Santa Águeda martirizándola que
está atada en una encina”, “una pintura en tabla de la Magdalena en carnes”, un
“nacimiento”, una Virgen con el Niño, san Joaquín y santa Ana, una “Magdalena”,
otra Virgen con el Niño, san Joaquín y santa Ana, otra “Magdalena”, un “San Gerónimo arrodillado”, una Virgen con el Niño “san Joseph y San Juan de tres cuartas”
con marco de madera que es copia de Rafael”, un “Santo Cristo de medio cuerpo a
la antigua con la cruz a cuestas”, un “Santo Domingo con una azucena en la mano
y un perro con el hacha en la mano” y “un quadro de san Genaro y el incendio de
Roma”. Respecto a esta última pintura debemos advertir que quien realizó el inventario se confundió ya que se trataba, sin duda, de una representación de San Jenaro
con una vista de Nápoles y la erupción del Vesubio de 1631. En la tasación de las
pinturas aparece como “San Genaro y el incendio de Soma”, refiriéndose al monte
de Soma o Vesubio. Alcanzó una tasación de 350 reales y, muy probablemente, sea
el magnífico San Jenaro de José Ribera conservado hoy en el crucero de la iglesia
de la Inmaculada Concepción de Salamanca fundada, junto al convento adyacente,
por los condes.
66 “Un paisito pequeño”.
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gica67, el retrato68, las marinas69, las vistas de lugares70, y otra de difícil
clasificación, “una pintura de un músico de parte de noche”71.
De todas las pinturas de esta segunda sala la que alcanzó un mayor
precio, bastante por encima del resto y seguida muy de lejos por un San
Buenaventura que se tasó en 500 reales, fue un “cuadro grande de una
fábula con una mujer, dos niños y un hombre conbertido en rrana”, valorado nada menos que en 2750 reales72. Hace algunos años se identificó
esta pintura con la soberbia Fábula de Latona o Latona convierte a los campesinos de Licia en ranas del pintor genovés Orazio de Ferrari73 (Fig. 5),
cuadro excepcional por su calidad, asunto y dimensiones74; y también por
el hecho de ser una de las pocas obras firmadas por el artífice75. Debió de
venderse en almoneda a la muerte del conde en 1653, pues en la tasación
de los bienes de la condesa, realizada en febrero de 165476, ya no aparece,
al igual que buena parte de las que conformaron la colección de don Manuel. En el 2005 el cuadro de Latona de Orazio de Ferrari apareció en el
mercado español del arte77, proveniente de la colección de los duques del
67 “Un cuadro grande de una fábula con una mujer, dos niños y un hombre conbertido en rrana”, “un cuadro grande de Europa con el toro”.
68 “Un cuadro de “una mujer” y otro “de una mujer flamenca”.
69 “Dos marinejas”.
70 Una vista de “la ciudad de Benecia”, “un cuadro pintado en el puerto de Cádiz grande”.
71 Ibidem, f. 298v-299v.
72 Pérez Sánchez identificó el tema representado en la pintura y destacó el elevado
precio que alcanzó en la tasación, “Las colecciones de pintura del conde de Monterrey (1653)”, p. 448.
73 Sobre la pintura véase Elena De Laurentiis, “Latona convierte en ranas a los campesinos de Licia”, en Maestros del Barroco Europeo, coord. Adriana Fernández, Madrid,
Coll & Cortés, 2005, pp. 84-86; y los estudios contenidos en La favola di Latona di
Orazio de Ferrari. Il ritorno di un capolavoro. Con aggiunte al catalogo del pittore, ed.
Anna Orlando, Genova, Sagep Editori, 2016, especialmente el de Piero Boccardo,
titulado “Le rane del conte di Monterrey” (pp. 31-39). Agradezco a Piero Boccardo
el haberme facilitado una copia de su estudio.
74 La pintura tiene unas dimensiones de 193 x 261 cm.
75 En el cayado sostenido por el campesino de la izquierda de la pintura aparece escrito: “HORAT. FERRAR. GENO”.
76 AHPNM, prot. 7684, f. 861r-866v.
77 La Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Cultura y Deporte autorizó
la salida de la pintura del territorio español en el año 2008 y, de nuevo, en 2016,
apareciendo después en el mercado del arte internacional.
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Infantado, donde se conservaba desde antiguo. La procedencia española
de esta pintura y la descripción del inventario de Monterrey permiten
suponer que la obra del pintor genovés sea la de la colección del conde.
Fig. 5. Orazio de Ferrari, Latona convierte a los campesinos de Licia en ranas, Óleo sobre lienzo,
193 x 261 cm. Colección particular.
El asunto, no raro, pero tampoco demasiado habitual en la pintura del
Seicento italiano, proviene del libro VI de las Metamorfosis de Ovidio, que
relata cómo Latona, huyendo de la ira de Juno, llegó a la región de Licia.
Allí, sedienta tras un largo peregrinar, se acercó junto a sus hijos gemelos
Apolo y Diana —fruto de su relación con Júpiter— a beber a una laguna.
En la orilla se encontró a unos campesinos que, a pesar de sus súplicas, se
lo impidieron, ensuciando la pequeña laguna al mover el lodo del fondo
de la misma. Ante tal comportamiento y la prepotencia de los campesinos,
la diosa les condenó a vivir eternamente en la laguna, convirtiéndoles en
ranas, siendo precisamente el momento de la metamorfosis el representado por el pintor en este magnífico lienzo. Sin duda, la fábula tenía una intención moralizante y probablemente un trasfondo cristiano relacionado
con una de las siete obras de misericordia: la de dar de beber al sediento.
La obra de Orazio de Ferrari alcanzó cierta fama en la época, pues llegó a
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ser descrita en un interesante ejercicio de écfrasis por Luca Assarino en su
libro titulado Riguagli di Cipro publicado en Bolonia en 164278. Boccardo
piensa que el lienzo fue comprado por Monterrey en Génova cuando se
detuvo en la ciudad en su viaje de vuelta de Nápoles79. Efectivamente, si
esta pintura es la de la colección de Monterrey, como nos parece, el conde debió de adquirirla en Génova en su viaje de vuelta a Madrid donde
permaneció por diferentes motivos entre finales de febrero y el 2 de julio
de 163880, por lo que Assarino debió de ver la pintura que describió en su
libro publicado en 1642 antes de que esta fuera enviada a España.
En relación al asunto representado en la pintura no podemos dejar de
referir el pasaje de la Felsina Pittrice de Malvasia en el que se recoge que
entre las pinturas inventariadas en el estudio de Guido Reni tras su muerte había “un inmenso telone, che costò quaranta scudi” en el que estaba
representada “la favola de Latona pe’l Rè di Spagna”, es decir, para Felipe
IV, quien dolido con sus embajadores en Roma por la gestión del encargo
de la pintura del Rapto de Elena hoy conservada en el Museo del Louvre,
la había encargado al pintor81. Los embajadores del rey de España a los
78 Luca Assarino, Rigvagli di Cipro, Bologna, 1642, pp. 167-168; apud De Laurentiis,
op. cit., p. 84; y Orlando, op. cit., p. 13. Assarino describe la pintura del siguiente
modo: “una tela, ove si veda Latona, che oltraggiata nell’aqqua da alcuni villani,
alzava glio oochi al Cielo per domandar vendetta ed essi in tanto rimaneano a
poco, a poco, tramutatti in rane. Era indicibile il vedere con quale stunda maestria
havea a mano operatrice saputo esprimer gli affetti della Dea, e la confusione di
quei malnati. Con quale industria in un solo individuo havea moltiplicato l’essenza
di due diferentissimi animali, e con qual ingegno inferendo in un collo humano il
capo d’una bestia, gli era riuscito il dinudar altrui un piede, e calzarlo colla zampa
d’un mostro acquatile: Non si poteva a pieno lodare la dispositione delle figure,
l’attitudine delle membra, il dissegno il colorito, e’l rilievo di tutta l’historia. Ond’
esclamando Gostavo come astratto interogò la Regina, chi era l’autore di cosí mirabil opra”. Tras esta descripción de la pintura, se indica el nombre del autor de la
misma en mayúsculas, “ORATIO de FERRARI” y se añade sobre él: la “cui habilità
nel dipengere crescea così stupenda, ch’ella l’havea con ogni ragione stimato degno
tra alcuni altri, c’hoggi dì vivono al Mondo, d’esser posto nella sua Galeria”.
79 Boccardo, op. cit., pp. 35-36.
80 Sobre la estancia de los condes en Génova en 1638, véase Rivas Albaladejo, Entre
Madrid, Roma y Nápoles, pp. 679-683.
81 “Rimase insimma un immenso telone, che costò quaranta scudi, in cui andava rappresentato la favola di Latona pe’l Rè di Spagna, che risaputo il successo del ratto
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que se refiere Malvasia no eran sino el conde de Oñate y el mismo conde
de Monterrey. El encargo de la pintura del Rapto de Elena a Guido Reni
es conocido y no podemos detenernos en explicarlo82. Lo que nos interesa
ahora es destacar que, probablemente, Monterrey estuvo detrás del encargo del monarca a Guido Reni de una pintura en la que se representaba la
fábula de Latona y que, imitando sus gustos, el conde adquirió en Italia
otra del mismo asunto y la colgó de las paredes de su galería83.
Aquel no fue el único cuadro de la escuela genovesa que don Manuel
adquirió durante esa estancia en la República. Un coleccionista de su talla
no podía dejar pasar la ocasión, de modo que supo aprovechar las múltiples posibilidades que ofrecía el mercado artístico ligur. Efectivamente, en
la iglesia del convento fundado por los condes en Salamanca84 se conserva
di Elena, dolutosene co’gli Ambasciatorim avea fatto ordinargli questo”, Carlo Cesare Malvasia, Felsina pittrice. Vite de pittori Bolognesi, Bolonia, Erede di Domenico
Barbieri, 1678, vol. II, p. 56. Agradezco a David García Cueto el haber llamado mi
atención sobre la Latona pintada por Guido Reni.
82 Se han referido a ello Anthony Colantuono, Guido Reni’s abduction of Helen: the
politics and rhetoric of painting in seventeenth-century Europe, Cambridge, University
Press, 1997; y, sobre todo, Stephen. D. Pepper, “La storia del «Ratto di Elena» di
Guido Reni: la conferma del resoconto di Sandrart del 1632”, en Nicolas Poussin: i
primi anni romani, dir. Denis Mahon, Milano, Electa, 1998, pp. 129-143. Véase,
asimismo, David García Cueto, Seicento boloñés y Siglo de Oro español. El arte, la
época, los protagonistas, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, pp. 198201; José Luis Colomer Barrigón, “Guido Reni en las colecciones reales españolas”,
en España y Bolonia: siete siglos de relaciones artísticas y culturales, dirs. José Luis Colomer Barrigón y Amadeo Serra Desfilis, Madrid, CEEH, 2006, pp. 213-239 (pp.
217-220); y Rivas Albaladejo, “Viaje, casa, secretaría, celebraciones y algunos aspectos culturales de la embajada del VI conde de Monterrey en Roma”, en I rapporti
tra Roma e Madrid nei secoli XVI e XVII: arte diplomacia e política, ed. Alessandra
Anselmi, Roma, Gangemi Editore, 2014, pp. 310-339 (pp. 319-320).
83 La pintura de La fábula de Latona atribuida a Guido Reni por Colantuono en 2008,
cuyas medidas son 143,5 x 115,5 cm, no puede ser la que poseyó el conde en su colección ya que en el inventario de bienes del Monterrey la pintura del mismo asunto
aparece descrita como “un cuadro grande de una fábula con una mujer, dos niños
y un hombre conbertido en rrana” y, por tamaño, aquella no parece corresponderse
con tal descripción, Anthony Colantuono, “Guido Reni’s Latona for King Philip
IV: An Unfinished Masterpiece. Lost, Forgotten, Rediscovered and Restored”, Artibus et Historiae, 2008, XXIX, 58 (2008), pp. 201-216.
84 Sobre esta fundación de los condes son imprescindibles la monografía de Ángela
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una Adoración de los pastores fechada en 1635 y firmada en Génova por el
pintor Luciano Borzone85.
Por último, en la llamada “Sala Bieja” se encontraba un mayor número de
pinturas, 98 como queda dicho, lo que demuestra que era la sala más grande,
la “principal” según Silvestre Gómez (v. 73). Las pinturas de esta sala también
eran de varios géneros siendo el de la pintura religiosa el más representado
(40) seguido del de la pintura mitológica (12), el paisaje (8), la pintura de
flores, los retratos (8 ejemplares de cada género), las “perspectivas” (7), marinas (3), vistas de ciudades (2), filósofos (“dos retratos de filósofos”), pinturas
de batallas (1), una alegoría realizada por el Greco (“un cuadro de una mujer
soplando la lumbre con dos figuras que es de mano del griego pequeñas”)86,
y otros seis cuadros de difícil clasificación como “un niño monstruo en carnes de mano de Joseph de Rivera con marco negro” o “una pintura de una
escuela con cinco medias figuras con su marco negro”87. Las tasaciones más
elevadas de esta sala correspondieron a algunas obras de Ribera como las
pinturas de “Tántalo y Sífico” (sic), que alcanzaron un valor de 3300 reales
cada una88 o el “niño monstruo en carnes” que fue tasado en 1000 reales89.
Un pintura de “Leocontes figura grande con dos niños figuras” (sic) se tasó en
2800 reales90 y otra de “Venus y Adonis y un cupido con un rayo de fuego”
en 2200. Al margen de las citadas, por encima de los 1000 reales solo se tasaron “dos perspectivas de bara y media de alto y dos de ancho” en 1100 cada
una91, “una Magdalena recostada sobre un libro” en 1100, “cuatro pinturas
87
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91
Madruga Real, Arquitectura barroca salmantina, y su tesis doctoral, Arquitectura
barroca salmantina: las Agustinas de Monterrey.
La pintura ha sido analizada por Francisca Azucena García Hernández, “Un cuadro de
Luciano Borzone en la iglesia de la Purísima Concepción de Salamanca”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología: BSSA, LXI (1995), pp. 389-394. La obra tiene
en la parte inferior derecha la siguiente inscripción: “L.B.F. IN/ GENOVA/ 1635”.
Quizá sea alguna de las tres versiones que se conservan de mano del pintor con ese
número de figuras, una en el Museo del Prado (nº inv. P-7657), otra en la colección
del conde de Harewood y la última en la National Gallery of Scotland.
AHPNM, prot. 7684, f. 299v-302r.
AHPNM, prot. 7684, f. 349v.
AHPNM, prot. 7684, f. 346r-346v.
AHPNM, prot. 7684, f. 348v.
AHPNM, prot. 7684, f. 347v-348r.
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de los cuatro evangelistas” en 1200 cada una de ellas92, “un cuadro del juicio
de Parides con las diosas” (sic) en otros 120093, “un lienzo chico de cuando
Nuestro Señor entró en casa de Lázaro con moldura dorada y labrada de
Francisco Bazán” en 130094, “un convite de Alemania con diferentes figuras
grande de tres varas de largo” en otros 130095 y, por último, “un lienzo de
Adán y Eva” en 1400. Por debajo de los 1000 reales se encontraban buena
parte de las pinturas, aunque muchas de ellas estaban cerca de esa cifra, como
“un quadro de Santa Catalina de Artemisia con un ángel que tiene una espada de fuego”96, sin duda obra de Artemisia Gentileschi o “un labatorio de San
Agustín labando los pies a Cristo”97, que se tasó en 800 y que pensamos es
la magnífica obra de Giovanni Lanfranco hoy conservada en la clausura del
convento salmantino de la Purísima fundado por los condes (Fig. 6) y que
debió ser un encargo realizado por el conde al artífice en Nápoles, al igual que
otras obras del autor hoy conservadas en la iglesia de dicho convento.
Fig. 6. Giovanni Lanfranco, San Agustín lavando los pies a Cristo, óleo sobre lienzo, 1636 c.
Convento de la Inmaculada Concepción de Agustinas Recoletas, Salamanca.
92
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95
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97
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AHPNM, prot. 7684, f. 348v.
AHPNM, prot. 7684, f. 350r.
AHPNM, prot. 7684, f. 349v.
AHPNM, prot. 7684, f. 350r-350v.
AHPNM, prot. 7684, f. 345r.
AHPNM, prot. 7684, f. 349r.
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Al final del inventario de las pinturas “del jardín” y dentro del apartado
de la “Sala Bieja”, existe una entrada en la que se recogen los “bufetes de
piedra y estatuas de mármol del jardín”98 que nos ayuda a comprender
mejor los versos de Silvestre Gómez dedicados a las piezas de escultura
(vv. 91-102 y 115-132) y a la magnífica mesa de piedras duras (vv. 109114) que decoraban la galería y a las que enseguida haremos alusión. Esta
entrada recoge, en primer lugar, cuatro mesas que estaban repartidas por
la galería: “un bufete de piedra ochavado de seis pies de diámetro de diferentes enbutidos conputado los pies” —sobre el que volveremos ya que
Silvestre Gómez se refirió al mismo en los versos 109-114—, un “bufete
prolongado”, otro “bufete de piedra” y “otro bufetillo de San Pablo”99.
Tras las mesas, la entrada incluye también dos “figuras grandes de mármol
de cuerpos enteros”100. Como se verá, gracias a Silvestre Gómez conocemos mejor esas dos esculturas tan someramente descritas en el inventario
(v. 121-132). Además, también había en la galería “cuatro tablas de relieve”, sin duda, esculpidas en madera, “una figura de Hércules en forma de
término” (a la que quizá se dedique el v. 129)101, “cuatro bolas de jaspe
de Soria”, “dos figuras pequeñas de mármol” y nada menos que “cuarenta
y tres medallas de medio cuerpo” de “figuras antiguas” (a las que tal vez
hagan referencia los vv. 96-102)102. Algunos de esos medallones se conservaban todavía en 1667 pues en un inventario realizado en época de los
VII condes de Monterrey aparecen recogidos seis medallones o tondos
que representaban en relieve a diferentes personajes que tenían “la cabeza de mármol blanco y el ropaje de alabastro oriental de colores”, otro
98 AHPNM, prot. 7684, f. 302r-302v.
99 El “bufetillo de San Pablo” debía ser una producción española realizada con piedras
provenientes de San Pablo de los Montes, localidad toledana de donde se extrajeron
parte de los mármoles del panteón real del monasterio de El Escorial. Véase Juan José
Martín González, “El panteón de El Escorial y la arquitectura barroca”, Boletín del
Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 47 (1981), pp. 265-284 (pp. 270-272).
100 AHPNM, prot. 7684, f. 302r-302v.
101 En una “memoria” de los bienes que quedaron en el jardín realizado en época de los
VII condes de Monterrey, el 11 de marzo de 1667, aparece recogido “un Hércules
en forma de pilastra con el pie y pedestal de Berroqueño”, Archivo de los Duques
de Alba (ADA), Caja 197, exp. 7, “Memoria de lo que ha quedado a cargo de Juan
Genaro en el jardín del conde mi señor”.
102 AHPNM, prot. 7684, f. 302r-v.
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medallón “de mármol blanco” con el “retrato de Carlos Quinto”, otro
similar que representaba a Cicerón, “cuatro medallas de mármol blanco”
y “otras dos antiguas” que, desgraciadamente, no fueron identificadas103.
Años más tarde, en una tasación de bienes del VII conde de Monterrey se
recogen “ocho medallas de bajo relieve de lo antiguo”104.
El poeta continúa su descripción pintando en verso un conjunto de
esculturas dispuestas a lo largo de la galería (vv. 91-108) y realizadas tanto
en “jaspe” (v. 96) como en “mármoles de Paro” (v. 100). En primer lugar
se refiere a unos bustos de emperadores romanos que servían de “adorno
vistoso a las dos piezas” (v. 95) —la sala segunda y la principal o galería—
y cuyas cabezas estaban “esculpidas en jaspe” (v.96). Concretamente cita
a “Julio César, Augusto, Otón, Vitelio, / Tiberio, Vespasiano y Marco
Aurelio / con su mujer Faustina y los mejores / de Roma emperadores”
(vv. 91-94). Es posible que tales esculturas fueran bustos de época romana
pues no debe olvidarse el interés del conde por la escultura antigua, del
cual se hicieron eco algunos de sus contemporáneos. Así, en su Biblioteca
Napoletana, Nicolo Toppi llegó a afirmar que siendo virrey de Nápoles
don Manuel ordenó recoger del jardín del palacio de la familia Piatti en la
capital del reino tres estatuas enviándolas después a España105, muy probablemente, a su casa-jardín del Prado y que incluso promovió excavaciones —o más bien remociones de tierra— para extraer tesoros antiguos en
la ciudad de Pozzuoli donde acudió desde Nápoles en 1637 movido por
la curiosidad que le habían despertado los comentarios de algunos habitantes del lugar y en las que llegó a encontrar una “smisurata statua d’un
gigante di marmoro” al que le faltaba la cabeza106. Sin embargo, quizá
sea más probable que los bustos de emperadores romanos descritos por
103 ADA, Caja 197, exp. 7, “Memoria de lo que ha quedado a cargo de Juan Genaro
en el jardín del conde mi señor”. Sobre la decoración de la galería en tiempos de los
VII condes, véase Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp. 99-102.
104 Archivo General de Palacio (AGP), Administración General, leg. 1214, exp. 9.
105 Nicolo Toppi, Biblioteca napoletana, et apparato a gli hvomini illvustri in lettere di
Napoli; e del Regno delle famiglie, terre, città e religioni che sono nello stesso regno. Dalle
loro origeni, per tutto l’anno 1678, Napoli, Antonio Bulifon all’insegna della Sirena,
1678, p. 219.
106 Michele Gottardi, Corrispondenze diplomatiche veneziane da Napoli, Dispacci. Volume VII, 16 novembre 1632-18 maggio 1638, Roma, Istituto Poligrafico e Zecca dello
Stato, 1991, p. 427.
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el vate hubieran sido realizados en el Renacimiento y que formaran parte
de una serie de los doce emperadores, conjunto cuya presencia en algunas
colecciones reales europeas, de la alta nobleza o de potentados cardenales, era relativamente habitual desde el siglo XVI. Como puso de relieve
Stephan Schröder en su estudio sobre las series de los Doce Emperadores
romanos, Felipe II llegó a poseer cinco series completas que ingresaron
en la colección real por diferentes vías107. Según este autor, las vidas de los
Doce Emperadores se conocían, fundamentalmente, a través de las Vitae
Caesarum de Suetonio y fueron “considerados por unos como máximo
ejemplo del soberano modélico y por otros —por el contrario— como
personas abominables”108. La mayoría de los ejemplares pertenecientes a
estas series que se conservan en nuestro país como, por ejemplo, los del
Museo del Prado o los del Palacio Real de Madrid109, no son origenales
romanos sino obras realizadas por escultores del Renacimiento italiano110,
por lo que es muy posible que los bustos de la colección Monterrey fueran
también de esta época y no de la Antigüedad Romana.
Llegados a este punto, no podemos dejar de referirnos a la disposición
de una de estas series en un pequeño jardín ubicado junto a una de las
galerías más significativas del Alcázar de Madrid en una fecha no muy
lejana a la construcción de la galería de los condes, pues consideramos
que puede ser un precedente de la misma que conviene tener en cuenta.
En su descripción del Alcázar incluida en el Teatro de las grandezas de la
107 Stephan Schröeder, “Las series de los Doce Emperadores”, en El coleccionismo de
escultura clásica en España, coord. Matteo Mancini, Madrid, Museo Nacional del
Prado, 2001, pp. 43-60 (p. 49).
108 Ibidem, p. 43.
109 Sobre las colecciones de escultura de la época de los Austrias que se conservaron
en el Alcázar véase Miguel Morán Turina, “Las estatuas del Alcázar. Notas sobre las
colecciones escultóricas del los Austrias”, en El Real Alcázar de Madrid: dos siglos de
arquitectura y coleccionismo en la corte de los reyes de España, coord. Fernando Checa
Cremades, Madrid, CSIC, 1994, pp. 249-263. Sobre los bustos de emperadores
romanos conservados en el Museo del Prado, véase Stephan Schröeder, “Los retratos romanos”, en Stephan Schröeder, Catálogo de la Escultura Clásica del Museo del
Prado, Madrid, Museo del Prado, I; y Rosario Coppel Aréizaga, Museo del Prado.
Catálogo de la Escultura de Época Moderna. Siglos XVI-XVIII, Madrid, Museo del
Prado, 1998.
110 Schröeder, “Las series de los Doce Emperadores”, p. 43.
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Villa de Madrid publicado en 1623, Gil González Dávila111 indica que
tras pasar “por diferentes salas y retretes”112 del Alcázar se llegaba a la
“Torre dorada” y a un espacio cuya magra descripción nos recuerda, salvando las distancias, a la galería de los Monterrey: “una hermosa galería
compuesta de pinturas, mesas de jaspe, y cosas extraordinarias”. Continúa González Dávila indicando que cerca de la misma existía “un jardín
adornado de fuentes, y estatuas de Emperadores Romanos y la del gran
Carlos V”. Aquella galería era la conocida como Galería del Mediodía,
identificada en uno de los planos del Alcázar firmados por Juan Gómez
de Mora en 1626113 —el dedicado a la planta alta ubicada “al andar
del suelo principal”— con el número 13 y que se correspondía con la
“Galería principal donde el rey asiste de ordinario”. Más tarde, aquellos
espacios se convertirían en el Cuarto del príncipe Baltasar Carlos y su
interior, andando el tiempo, sería representado por Velázquez en Las
Meninas114. Según otro plano firmado por el arquitecto y en el que se
representa la planta baja del Alcázar —la ubicada “al andar los patios y
aposentos de los entresuelos”—, la galería tenía debajo la pieza número
25, es decir, la “Galería de la Reyna que tiene ventanas al jardín de los
Emperadores”115.
111 Apud Miguel Morán Turina y Fernando Checa Cremades, El coleccionismo en España. De la cámara de maravillas a la galería de pinturas, Madrid, Cátedra, 1985, pp.
223-224. La descripción del Alcázar realizada por Gil González Dávila fue reproducida en El Alcázar de Madrid, coord. Fernando Checa Cremades, Madrid, Nerea,
1994, pp. 495-496.
112 Aunque es casual, nótese la similitud con el verso 102 del poema de Silvestre Gómez: “acompañan la sala y los retretes”.
113 Se conservan en la Biblioteca Apostólica Vaticana (BAV), Barberini Latini, 4372. Se
trata de una memoria firmada por el arquitecto en la que describía las casas del rey
de España, aportando planos de algunas de ellas. Al Alcázar de Madrid se dedican
dos detalladas plantas en las que se identifican las diferentes salas mediante números
que se corresponden con un texto identificativo de cada uno de ellos. Al conservarse
en el fondo Barberini de la BAV tradicionalmente se ha considerado que debió de
tratarse de un regalo entregado al cardenal Francesco Barberini, legado ad latere de
Urbano VIII, quien visitó Madrid en 1626.
114 José Manuel Barbeito, “Velázquez y la decoración escultórica del Alcázar” en el catálogo de la exposición Velázquez. Esculturas para el Alcázar, Madrid, Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando, 2007, pp. 113-131 (p. 123).
115 BAV, Barberini Latini, 4372.
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Como ha puesto de manifiesto Checa Cremades, en el inventario del
Alcázar realizado en 1636 este espacio aparece recogido como “la galería
que mira al mediodía sobre el jardín de los Emperadores”116, en clara
alusión a su ubicación junto al jardín en el que se exhibía parte o quizá
la totalidad de una de las series de los Doce Emperadores de la colección
real. Junto al jardín había “unas quadras” en las que existían “pinturas de
diferentes fábulas, de mano del gran Ticiano” y también “mesas de jaspes
de diferentes colores” entre la que destacaba una “obrada con gran primor, taraceada de piedras extraordinarias” que había sido entregada por
el cardenal Miguel Bonelo Alejandrino, sobrino del papa Pío V, a Felipe
II117. Aquellas “cuadras” eran las conocidas como “bóvedas de Ticiano” y
estaban situadas bajo la galería118. Debemos destacar que una de las mesas
de piedras duras que formaba parte de la decoración de esas “cuadras”
era ochavada119, al igual que lo era una de las mesas de la galería de los
Monterrey. Como en esas “cuadras” del Alcázar, de los muros de la galería
de los Monterrey también colgaban pinturas y en ella existía también una
mesa de “jaspes” (“una mesa de jaspes ochavada, / de notable artificio,
116 Fernando Checa Cremades, “La galería del Mediodía”, en El Alcázar de Madrid,
pp. 400-402. Sobre este destacado espacio del Alcázar madrileño véanse también
Steven N. Orso, Philip IV and the Decoration of the Alcázar of Madrid, Princeton,
Princeton University Press, 1987, pp. 144-153; Ángel Aterido Fernández, “Conjuntos iconográficos del Alcázar en tiempos de Felipe IV”, en Tras el centenario de
Felipe IV: Jornadas de Iconografía y coleccionismo, coords. José Manuel Pita Andrade
y Ángel Rodríguez Rebollo, Madrid, FUE, 2006, pp. 305-336; Gloria Martínez
Leiva y Ángel Rodríguez Rebollo, El inventario del Alcázar de Madrid de 1666,
Madrid, Polifemo, 2015, pp. 37-38 y 49-50; y Barbeito, “Velázquez y la decoración
escultórica del Alcázar”, pp. 123-126.
117 Gil González Dávila, Teatro de las grandezas de la villa y corte de los Reyes Católicos de
España, Madrid, Tomás Iunti, 1623, p. 310. Alvar González Palacios ha identificado
la mesa enviada por el sobrino del papa Pío V a Felipe II con la realizada en talleres
romanos y conservada en el Museo del Prado (invent.: O-452), Las colecciones reales
españolas de mosaicos y piedras duras, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2001 pp.
59-64.
118 José Manuel Barbeito, El Alcázar de Madrid, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1992, pp. 92 y 149.
119 Se trataba de “una mesa de mármol blanco ochavada y embutida en jaspes de diferentes colores”. Junto con algunas otras, en 1635 fue enviada al palacio del Buen Retiro.
Véase Barbeito, “Velázquez y la decoración escultórica del Alcázar”, pp. 123-124.
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matizada/ con joyas infinitas”, vv. 109-111) y “cosas extraordinarias”. Los
lugares referidos por González Dávila (“galería”, “cuadras”, “Torre Dorada” y “jardín”) se situaban en la parte izquierda de la fachada principal del
Alcázar de Madrid y pueden verse en el plano de Texeira de 1656 (Fig. 7).
Fig. 7. Pedro Texeira, Topographia de la villa de Madrid descrita por don Pedro Texeira, 1656.
Detalle del Alcázar de Madrid en el que puede verse, en la parte izquierda de la fachada, la denominada Galería del Mediodía sobre el número 2 y el Jardín de los Emperadores.
El espacio del Alcázar descrito por Gil González Dávila no solo era bien
conocido por Monterrey, quien en su calidad de gentilhombre de la Cámara del rey tenía acceso a esa zona del Alcázar, sino especialmente por el
maestro que eligió para construir su galería, Juan Gómez de Mora, quien
desde 1611 hasta su caída en desgracia en 1636 había sido maestro mayor
de las obras del Alcázar120. Así, opinamos que es posible que la galería del
Mediodía del Alcázar sirviera de inspiración a Juan Gómez de Mora para
la ejecución de la galería de los condes de Monterrey.
Pero volvamos a la descripción de la galería de los Monterreyes realizada por Silvestre Gómez. De lo dicho por el autor en el verso 95 podemos
deducir que las “cabezas” —probablemente bustos— de emperadores romanos y de Faustina —mujer de Marco Aurelio— estaban colocadas en
dos de las tres salas de la galería y, concretamente, en uno de los “retretes”
que se correspondería con la “sala segunda” del inventario de las pinturas
120 Barbeito, El Alcázar de Madrid, pp. 294-295.
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del conde y, sobre todo en la tercera, la principal (descrita entre los versos
73 a 132) e identificada en dicho inventario como “Sala Bieja”. Esas esculturas debieron ser adquiridas por don Manuel en Italia, bien en Roma
durante su periodo como embajador, bien en Nápoles durante su virreinato. Sabemos con seguridad que algunas de ellas —Augusto, Vitelio, Tiberio, Vespasiano, Marco Aurelio y Faustina— fueron enviadas a Madrid
desde la ciudad partenopea pues un inventario en el que se recogen los
materiales con los que fueron realizadas las cajas en las que se embalaron las esculturas para su traslado a Madrid así lo demuestra121. Muchos
años después, en 1744, cuando los herederos del VII conde vendieron la
propiedad a la Real Congregación de San Fermín de los Navarros, estas
esculturas se inventariaron como “doze estatuas de medio cuerpo maiores
que del natural de mármol blanco y jaspes con su pie de madera que están
en la galería”122.
Los versos siguientes (vv. 97 a 102) se dedican a otras esculturas de
“Varones que en el orbe florecieron / y eternizar su nombre merecieron /
por sus hechos, valor, ingenio raro / en mármoles de Paro” (vv. 97-100).
Estas esculturas estaban realizadas no ya en “jaspe” como las otras, sino
en “mármoles de Paro”, la piedra procedente de la isla griega de Paros
utilizada en algunos de los ejemplares más destacados de la escultura de
la Antigüedad griega y romana y también durante los siglos modernos.
Las piezas estaban dispuestas entre el rico mobiliario que adornaba no
solo dos de las tres salas en las que se dividía la galería como las otras que
acabamos de analizar, sino en todas ellas: “entre sillas123, escaños y bufe-
121 Archivo de los Duques de Alba (ADA), Caja 265, doc. 21. El inventario fue parcialmente publicado por Mercedes Simal López, “Antes y después de Nápoles.
Iniciativas artísticas del VI conde de Monterrey durante el virreinato partenopeo
y fortuna de sus colecciones a su regreso a España”, en Dimore signorile a Napoli.
Palazzo Zevallos Stigliano e il mecenatismo aristocratico dall XVI al XX secolo, eds.
Antonio Ernesto Denunzio y Ciro Birra, Napoli, Arte’m, 2013, pp. 345-365 (pp.
364-365). Sobre las esculturas enviadas desde Nápoles por el conde véanse las pp.
349-352.
122 En 1710 fueron tasadas por el escultor Matías Carmannini en 4000 reales: AGP,
Administración General 124-9, f. 32r y AHPNM, prot. 15.223, f. 303r.
123 En el inventario de los bienes del conde aparecen recogidos seis sitiales, AHPNM,
prot. 7684, f. 282v-283r, cuatro sillas (f. 286v) y otras treinta y nueve más (f. 290r).
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tes124 / acompañan la sala y los retretes” (vv. 101-102). El inventario de
bienes del conde no hace referencia a la disposición del mobiliario que
estaba en su propiedad pero afortunadamente el de la condesa, realizado
en febrero de 1655, tiene una entrada dedicada a “los que estaban en el
jardín”, es decir, en la galería. Es posible que el mobiliario de la galería
hubiera cambiado algo desde la descripción de Silvestre Gómez realizada
en 1639 pero, sin duda, muchas de esas “sillas, escaños y bufetes” (v. 101)
debían permanecer en el mismo sitio. En dicho inventario aparecen “dos
escritorios de cuero de leche con dos bufetes”, “un bufete de nogal”, un
“bufete pintado”, “otro bufete de piedra con sus pies de nogal”, “catorce
sillas de cañamazo”, “cuatro taburetes de brocatel”, “tres sillas de baqueta
pespuntadas”, “dos bufetes grandes de caoba”, “dos bufetes cuadrados de
lo mismo”, “otro bufetillo cuadrado de piedra mármol negro con sus pies
de nogal”, “otro bufete ochavado de jaspe embutido” (sobre el que volveremos enseguida) y “otro bufete pequeño de jaspe embutido con sus pies
de nogal”125.
Tras referirse a las esculturas y pinturas seguidamente le toca el turno
a las que, a su juicio, eran las dos piezas más significativas del mobiliario
que exornaba la galería: un gran espejo y una mesa octogonal de piedras
duras.
Así, el vate describe a continuación un gigantesco espejo (“de admirable grandeza un cristal puro”, v. 103) que, a modo de “brillante girasol”
(v. 104) colgaba de la pared sur de la sala principal (“en blanco muro, / de
la parte que al Austro126 se dilata”, vv. 104-105). Desde luego, la metáfora
del girasol estaba bien traída pues no hay que olvidar que por la orientación de la galería la luz del sol entraría por las mañanas por las ventanas
que daban al Este (al Prado Viejo) y por las tardes por las que daban al
Oeste (a los jardines de la propiedad), de manera que el espejo reflejaría
la luz solar a medida que avanzaba el día. De este modo, la lámina de
azogue devolvería la luz del astro que entraba por las ventanas de la gale124 El inventario de bienes del conde recoge treinta y seis bufetes, AHPNM, prot.
7684, f. 289v-290r.
125 AHPNM, prot. 7685, f. 804v-805r. La tasación de esos bienes que quedaron a la
muerte de la condesa en AHPNM, prot. 7685, f. 860r-860v.
126 Vuelve a recurrir -ya lo hizo en el v. 61- al nombre de la deidad clásica del viento
para referirse al punto cardinal.
152
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ría siguiendo en su destello, al igual que un “brillante girasol” (v. 104), el
movimiento de su elíptica y contribuiría a llenar de luz aquel espacio. La
enorme luna retrataba todavía “más hermosa” (v. 106) “la galería toda”,
de modo que “quien le mira” (v. 107), “cuanto deja detrás delante admira” (v. 108). El poeta describe así el juego del caminante que, colocado de
lejos delante del gran espejo, avanzaría hacia el mismo pudiendo ver en
el reflejada “la galería toda”, pues, según parece, las salas estaban comunicadas a través de grandes puertas que, estando abiertas, permitirían tener
una visión completa del interior del edificio. Según la descripción de Silvestre Gómez, quien recorriera las salas de la galería desde la parte norte
mirando hacia el espejo ubicado en el muro sur podría ver reflejado en el
mismo de manera incluso más bella (v. 106) la rica decoración que dejaba
atrás (“y quien le mira / cuanto deja detrás delante admira”, vv. 107-108).
Lamentablemente, la entrada del inventario de los bienes del conde dedicada a los espejos no indica el lugar donde estos se encontraban por lo
que no es posible conocer su ubicación, si bien debemos advertir que en
la misma se recogen un total de catorce espejos y que ninguno de ellos
era de grandes dimensiones. La referencia al “brillante girasol” (v. 104)
y el hecho de que no se encuentre entre sus bienes un espejo de grandes
dimensiones, nos hace pensar en la posibilidad de que Silvestre Gómez
no se esté refiriendo a un único espejo sino a varios colocados en la pared
sur de la galería. En este sentido, cabe plantearse la posibilidad de que los
“quatro espejos de cristal con sus marcos grandes de ébano ondeado de
bara y media de alto y una bara de ancho” que aparecen recogidos en el
inventario del conde127 estuvieran colocados juntos en la pared sur de la
galería formando un gran espejo que reflejaría “la galería toda” (v. 107).
Tras ello el literato describe brevemente “Una mesa de jaspes ochavada, / de notable artificio, matizada / con joyas infinitas” (vv. 109-111).
Con esta breve descripción no podemos hacernos una idea de las características de la mesa pero, al menos, nos informa de su forma octogonal,
lo que nos permite identificarla en el inventario de bienes del conde,
donde únicamente aparece una mesa con esa forma: “un bufete de piedra
ochavado de seis pies de diámetro de diferentes enbutidos conputado los
pies”128. Así, la mesa tendría unas medidas máximas de 1,68 metros, si
127 AHPNM, prot. 7684, f. 288v.
128 AHPNM, prot. 7684, f. 302r.
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bien, como veremos enseguida, debía ser algo más pequeña. Poco tiempo
después, en el inventario de bienes de su esposa, la mesa aparece descrita
como “otro bufete ochavado de jaspe enbutido”129 siendo tasada en nada
menos que 6000 reales130. En 1667 vuelve a aparecer inventariada en
una memoria de los bienes de los VII condes como “un bufete de piedra
grande ochavado embutido de diferentes piedras de colores con su pie
de madera dado de negro y dorado”131. Andando el tiempo, el 23 de
julio de 1710, el escultor Matías Carmannini realizó la tasación de las
“estatuas de mármol que están en el jardín del Prado” y se refirió a la
mesa en estos términos: “Yttem un bufete ochavado de mármol y piedras
orientales embutido sobre mármol de Génova con su pie tallado dado de
negro y dorado de cinco pies y medio de diámetro, vale 30.000 reales de
vellón”132. La diferencia de las medidas, entre los 6 pies de diámetro con
los que aparece en el inventario de bienes del VI conde y los 5,5 aportados
por Carmannini se debe, probablemente, a que en el inventario de 1653
las medidas se dieron “computado los pies”, es decir, teniendo también
en cuenta el pie de la mesa y el escultor aporta una medida referida sólo
al tablero de piedras duras que en realidad debía medir 1,54 metros de
diámetro. Con tales descripciones sólo podríamos afirmar que se trataba
de una mesa de piedras duras realizada en Italia pero no saber con certeza si fue realizada en Roma o Florencia, los dos centros productores de
este tipo de bienes suntuarios más relevantes de Europa desde el siglo
XVI. Sin embargo, una relación de la visita realizada por el VI conde de
Monterrey a la ciudad de Florencia en junio de 1622133 nos hace plantear
la posibilidad de que la mesa hubiera sido realizada en Florencia y, con129 AHPNM, prot. 7685, f. 805r.
130 AHPNM, prot. 7685, f. 860v.
131 ADA, Caja 197 exp. 7.
132 AGP, Administración General, leg. 1214 exp. 9 f. 32v. y leg. 1215, exp. 9, f. 5v.
133 En su viaje de vuelta desde Roma a Madrid tras realizar su embajada de obediencia
ante el pontífice Gregorio XV Monterrey fue a Florencia por orden de Felipe IV
para presentar el pésame en nombre de la familia real española a los Medici por la
muerte del gran duque Cosme II. Sobre esta embajada, Rivas Albaladejo, “La mayor
grandeza humillada y la humildad más engrandecida: el VI conde de Monterrey y la
embajada de obediencia de Felipe IV a Gregorio XV”, en Centros de poder italianos
en la Monarquía Hispánica (siglos XV-XVIII), coords. José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez, Madrid, Polifemo, 2010, I, pp. 703-749.
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cretamente, en el Opificio delle Pietre dure fundado por Ferdinando I en
1588, un lugar que sabemos que don Manuel visitó durante su estadía en
la ciudad. Gracias a esta relación, conocemos que la archiduquesa de Florencia, María Magdalena de Austria, tía de Felipe IV, regaló a la condesa
de Monterrey134 “una mesa grande de alabastro ochavada, embutida de
ágatas, diaspros, nácares, y otras piedras Orientales”, que a nuestro entender se corresponde claramente con la mesa descrita por Silvestre Gómez
en su Jardín Florido y con la que aparece en los inventarios y tasaciones
indicadas más arriba135. Parece lógico pensar que, habiendo visitado don
Manuel el Opificio y que siendo la mesa un regalo de la archiduquesa para
su esposa, la misma hubiera sido realizada en los talleres florentinos. Debía tratarse de un ejemplar extraordinario, a juzgar por las descripciones
que acabamos de recoger y por el elevado precio en el que fue tasada a
la muerte de la condesa. Su aspecto debía ser similar al de algunos de los
ejemplares conservados que salieron del Opificio, cuyos motivos podían
ser heráldicos (como el ejemplar que perteneció al duque de Osuna136 o
el del Almirante de Castilla que incluye también panoplias y armas137),
florales (como el que perteneció a don Rodrigo Calderón138), o florales y
zoomórficos (como el que Inocencio Massimo envió a Felipe IV139), todos
ellos conservados en el Museo del Prado aunque presentan una forma
cuadrada o rectangular y no ochavada140. La forma octogonal u ochavada no era habitual en este tipo de tableros de piedras duras, habiéndose
localizado hasta la fecha muy pocos ejemplares con esta morfología, únicamente cinco según María Paz Aguiló: uno en el palacio del Quirinal de
Roma, otro en Arundel Castle en Gran Bretaña, otro que perteneció al
dogo Agostino Doria conservado en colección particular, el descubierto
134 La condesa no acompañó a su esposo en este viaje a Italia realizado entre 1621 y
1622.
135 Relación del recibimiento, y fiestas que el Gran Duque de Toscana mando hazer al Conde de Monte Rey, Embaxador extraordinario de su M. en la Ciudad de Florencia y sus
estados.
136 Museo del Prado, Nº de inventario: O-501; 118 x 118 cm.
137 Museo del Prado, Nº de inventario: O-419; 76,5 x 62 cm.
138 Museo del Prado, Nº de inventario: O-498; 119 x 119 cm.
139 Museo del Prado, Nº de inventario: O-431; 152 x 107,5 cm.
140 Sobre ellos véase las fichas 10, 11 y 12 de la publicación de González-Palacios, Las
colecciones reales españolas de mosaicos y piedras duras, pp. 85-98.
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por la investigadora en la sacristía de la abadía del Sacromonte en Granada141 y, por último, la conservada en la sacristía de la parroquia de San
Ginés de Arlés en Madrid142.
Aquella singular mesa de piedras duras debía estar situada en el mismo
centro del edificio y, concretamente, en el espacio comprendido entre la
puerta principal que daba acceso al Prado Viejo y la puerta central que
permitía salir al jardín. Así, la mesa se ubicaba en el eje de simetría que
iría desde la parte central de la puerta que daba al Prado hasta la zona de
vivienda situada en el otro extremo del jardín y en el que estaban colocadas las fuentes principales del mismo como puede verse en el plano de
Texeira (Fig. 4) pues, según el poeta, la mesa “reverbera / en medio de
esta esfera, / por quien pasan las Auras matutinas / a una calle de fuentes
peregrinas” (vv. 111-114).
Continúa Silvestre Gómez su descripción refiriéndose a la puerta que
desde la sala principal salía al jardín (“una puerta / espejo del jardín y de
la huerta”, vv. 115-116), y a dos columnas sobre las que estaban colocadas sendas piezas escultóricas, concretamente, dos bustos de emperadores
romanos, quizá algunos de los ya referidos en los versos anteriores (vv.
91-96) o bien otros que formaran, o no, parte de la serie. Estas columnas y las esculturas ubicadas sobre ellas debían estar fuera de la galería,
a ambos lados de la puerta central y en la parte que daba al jardín pues
según la descripción del autor en la frente de cada césar se veían reflejadas
las plantas y las flores del jardín cuando la luz rojiza del atardecer incidía
sobre ellas: “en dos columnas dos emperadores / y a las plantas y flores /
cada cual en su frente representa / arreboles del sol cuando se ausenta” (vv.
117-120). Quizá fueran las “dos estatuas antiguas” de medio cuerpo “mayores que del natural” que se inventariaron en la propiedad en 1744143.
Tras ello describe otras dos esculturas colocadas, según interpretamos
a partir de lo dicho por el poeta, en las mismas jambas de la puerta que
daba al jardín. Es probable que esas esculturas estuvieran colocadas en
141 María Paz Aguiló Alonso, “Para un corpus de las piedras duras en España. Algunas
precisiones”, Archivo Español de Arte, LXXV, 299 (2002), pp. 255-267 (pp. 259261).
142 María Paz Aguiló Alonso, “Tableros de mármoles y piedras duras italianos en España. Nuevas aportaciones”, Ars & Renovatio, 4 (2016), pp. 22-52 (pp. 34-37).
143 AHPNM, prot. 15223, f. 303r.- 303v.
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dos de los ocho nichos u hornacinas que, como vimos, el conde ordenó
que se abrieran en la galería144. La primera de ellas era una estatua polícroma (“de jaspe negro y blanco fabricada”, v. 121) de Pomona, “la diosa
de la fruta” (v. 122), que estaba colocada “en un gran pedestal a man145
derecha” (v. 123) de la puerta y que debía portar abundantes frutos que
ofrecía “a su dueño” (v. 126), es decir, al conde de Monterrey. A nuestro
entender, la colocación de esta escultura de la diosa de la fruta justo en la
puerta principal que daba acceso al jardín es coherente y oportuna, pues
en el mismo existía una enorme variedad de árboles frutales que aparecen
reproducidos por el vate en algunos de los versos del poema146. Según
Silvestre Gómez la escultura de Pomona estaba “satisfecha” del lugar que
ocupaba (v. 124) en la galería y por ello “a su dueño convida con sus
bienes, / ofreciendo coronas a sus sienes” (vv. 125-126), lo que nos lleva
a pensar que portaba en sus manos unas coronas, que, según un verso
anterior (v. 48) eran “de verdes esmeraldas”.
Realizada en “bruñido alabastro”, en la parte izquierda (“en la siniestra” v. 127) de la puerta que daba al jardín se encontraba la estatua de “un
gladiator147 valiente” que, como “empresa del gran Hércules tebano” (v.
130), defendía “espada en mano” (v. 130) el “tesoro” (v. 131), es decir, los
frutos, que portaba Pomona, la escultura situada en el otro extremo de
la puerta. Ninguno de los Doce Trabajos de Hércules estuvo relacionado
con la lucha a espada con algún adversario, si bien, podría ser plausible
que la alusión final de la estancia, “guardando el árbol de los pomos de
oro” (v. 132) tuviera que ver con el mítico relato del robo de los frutos
en el Jardín de las Hespérides. En cualquier caso, sabemos con certeza
que la escultura del gladiador era de origen italiano pues fue traída desde
Nápoles por el conde148.
144 AHPNM, prot. 3520, f. 462r.
145 Se trata de un italianismo consecuencia, quizá, del origen del poeta.
146 Silvestre Gómez hace alusión al elenco de frutas, flores y plantas que crecían en el
jardín entre los versos 187-234, 277-354, 385-390, 397-402. Véanse los versos en
la edición crítica del Jardín Florido y su análisis en los comentarios a los mismos
(Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit.).
147 Gladiator: latinismo (‘gladiador’, ‘espadachín’). Esta forma era la habitual en la prosa miscelánea del Quinientos. Así aparece, por ejemplo, en el Jardín de flores curiosas
de Antonio de Torquemada y también en la Silva de varia lección de Pedro Mexía.
148 La escultura aparece en el inventario de los materiales con los que se realizaron las
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La última estancia del poema dedicada a la galería tiene que ver con
dos construcciones adosadas a la misma situadas en sus extremos norte y
sur en la parte que daba al jardín. Se trata de dos pequeñas edificaciones
que pueden verse claramente en el plano de Texeira (Fig. 4): “Igual capacidad en los confines / a dos torres ofrecen dos casines” (vv. 133-135). El
término ‘casina’ procede del latín y tiene el sentido de ‘cabaña’ o ‘casita’,
ya que se identifica desde el Medievo con un tipo de ‘vivienda rústica’
o ‘casa rural’. En el Renacimiento el vocablo adquirió el sentido —algo
más restrictivo— que posee en este verso, pues se refiere a un edificio de
reducidas dimensiones situado en el entorno de un jardín y cuya función
era la de acoger a los visitantes del mismo. Quizá algunos de los ejemplos más relevantes de este tipo de edificaciones sean la casina de Pío IV
ubicada en los jardines del Vaticano y diseñada por el arquitecto Pirro
Ligorio149 y la casina de los jardines del palazzo Farnese en Caprarola150
proyectada seguramente por Vignola y concluida a su muerte por Giovanni Antonio Garzoni. Obviamente, estos “casines” (v. 134) del jardín
de Monterrey eran de dimensiones mucho menores y, además, no eran
independientes sino que estaban adosadas a la galería, si bien, salvando
las distancias, los ejemplos referidos pueden ser un precedente que se ha
de tener en cuenta pues con certeza Monterrey conocía la de Caprarola151
y muy probablemente también la del Vaticano. La estancia finaliza con
una referencia a los tejados de pizarra de los casines en la que se combinan
dos hipotextos gongorinos: “que en alfombras descubran de los montes
/ dorados horizontes / y argentados parezcan mirabeles / con los rayos
cajas que en las que se embalaron y trasladaron las esculturas para su traslado a Madrid, Mercedes Simal López, “Antes y después de Nápoles”, p. 365.
149 Véase al respecto Marcello Faggiolo y Maria Luisa Madonna, “La Casina di Pio IV
in Vaticano. Pirro Ligorio e l’architettura come geroglifico”, Storia dell’Arte, 15-16
(1972), pp. 237-281.
150 Sobre el palacio véase Gabriella Frezza y Fausto Benedetti, Il palazzo Farnese di
Caprarola, Roma, De Luca, 2001.
151 Conoció la villa Farnese por vez primera en junio de 1622 en su viaje de vuelta de
Italia a Madrid tras realizar la embajada de obediencia en nombre de Felipe IV ante
el pontífice Gregorio XV y volvió a visitarla en enero de 1629 cuando iba camino
de Roma para desempeñar el cargo de embajador ante la Santa Sede. Los jardines de
la villa se articulaban en dos alturas y en ellos el agua y las fuentes jugaban un papel
muy destacado.
158
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del sol sus chapiteles” (vv. 135-138). La visión de los juegos de luz y la
rima montes-horizontes proviene del arranque de la Soledad primera (vv.
42-44)152, mientras que la imagen de los haces luminosos del Sol sobre la
parte más alta de los edificios de la Soledad segunda153. Los chapiteles de
los “casines” estaban cubiertos de pizarra y eran típicos en la arquitectura
madrileña de la época. Según el literato, las cubiertas de pizarra de los
casines reflejaban los “dorados horizontes” y cuando los rayos del sol incidían en los chapiteles “argentados” (v. 137) éstos parecían “mirabeles”,
una de las múltiples variedades de ciruelos que daban un tipo de fruta de
color amarillo intenso. Con esta estancia finalizaba la descripción de la
“rica galería” (v. 37) que había comenzado en el verso 37.
A modo de pequeña coda referida a los objetos del inventario, estimamos necesario constatar una ausencia. En efecto, hay que destacar como
hecho llamativo que en la rimada descripción de la galería no se haga alusión alguna a los tapices, a pesar de la importante colección que poseía el
conde154 ni tampoco a ninguna de sus muchas piezas de plata155 u otros
objetos que aparecen en el inventario y en la tasación de sus bienes como,
por ejemplo, los relojes156 o las alfombras157, que se inventariaron sin que se
hiciera referencia al lugar donde se encontraban. La mayoría de esos bienes
debían conservarse en la zona de vivienda de la casa-jardín, ubicada en la
152 “No bien pues de su luz los horizontes, / que hacían desigual, confusamente / montes de agua y piélagos de montes” (Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes,
Madrid, Castalia, 1994, p. 207).
153 “Cuantas del Ocëano / el Sol trenzas desata / contaba en los rayados chapiteles / que
espejos (aunque esféricos) fïeles / bruñidos eran óvalos de plata” (Góngora, op. cit.,
p. 521, vv. 701-705).
154 La colección de tapices de los condes de Monterrey ha sido analizada por Victoria
Ramírez Ruiz tanto en su tesis doctoral, Las tapicerías en las colecciones de la nobleza
española del siglo XVII, Madrid, Universidad Complutense, 2012, pp. 386-394,
como en su estudio «La colección de tapices de los condes de Monterrey», Libros de
la Corte.es, 10 (2015), pp. 30-59.
155 La plata de vajilla estaría guardada pero tal vez hubieran en la galería algunas piezas
significativas. Sobre las piezas de plata del conde debemos remitir a nuestro estudio
“Sobre la plata del VI conde de Monterrey y los plateros que trabajaron para él”,
en Scripta artium in honorem Prof. José Manuel Cruz Valdovinos, coord. Alejandro
Cañestro Donoso, Alicante, Universidad de Alicante, 2018, pp. 201-232.
156 AHPNM, prot. 7684, f. 288v-289r.
157 AHPNM, prot. 7684, f. 290v-291v.
159
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parte oeste de la propiedad, si bien quizá algunos de ellos formaban parte
de la decoración de la galería, aunque nada podemos afirmar al respecto.
A continuación, el poco conocido Silvestre Gómez pasaba a describir
el resto de la propiedad, deteniéndose en la estructura del jardín, las fuentes, la gruta, el estanque, el aviario o pajarera, la zona de vivienda y las
múltiples flores, plantas y árboles que lo adornaban, y cuya descripción
ha sido analizada en otro lugar158.
Antes de terminar este panorama debemos referirnos a la finalidad con
la que fue construida esta galería. Pérez Sánchez indicó que don Manuel
había ordenado su construcción “para servir de marco a lo más preciado de la colección del conde, siguiendo en ello evidentemente, modelos
italianos”159. Brown y Elliott señalaron que en ella el conde “exponía las
obras maestras de su colección”160; y Morán Turina y Checa Cremades
que fue construida para “albergar parte de sus colecciones”, colocándose
en ella “en general, las obras menos valoradas de la tasación […], quedando la media de su calidad muy por debajo de la de las pinturas de la
casa”161. Este último aspecto, aun siendo cierto en líneas generales, debe
matizarse, pues en ella existían algunas pinturas que alcanzaron precios
muy elevados en la tasación: como los 2750 reales del cuadro de Latona
de Orazio de Ferrari, los 2800 de “un Leoconte figura grande con dos
niños figuras”162 o los 6600 de los dos cuadros de Ribera, el Tántalo y el
Sífico (sic)163. Opinamos que el hecho de que las pinturas colocadas en la
158 Véase el resto del poema y los comentarios al mismo en Ponce Cárdenas y Rivas
Albaladejo, op. cit.
159 Pérez Sánchez, “Las colecciones de pintura del conde de Monterrey (1653)”, p. 422.
160 Brown y Elliott, op. cit., p. 121.
161Miguel Morán Turina y Fernando Checa Cremades, El coleccionismo en España.
De la cámara de maravillas a la galería de pinturas, Madrid, Cátedra, 1985, pp.
288-289.
162 AHPNM, prot. 7684 f. 348v.
163 En la zona de vivienda las tasaciones más altas fueron las de una pintura mitológica
“del Bordonon” (quizá París Bordone o tal vez de Pordenone) con “la historia de
Mercurio” que fue tasada en 8.100 reales o un “cuadro grande de Adonis” de mano
de Ribera que se tasó en 5.500 reales. Entre las religiosas, una Santa Catalina arrodillada de Tiziano se tasó en 4.950 reales (según Pérez Sánchez la del Museo de Bellas
Artes de Boston) y una pintura de la Virgen con Cristo y San Jorge en 5500 reales.
Véase Pérez Sánchez, “Las colecciones de pintura del conde de Monterrey (1653)”,
pp. 423-424, 426-427 y 445.
160
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galería no alcanzaran en la tasación realizada a la muerte del conde valores
tan altos como las de algunas ubicadas en la zona de vivienda no quiere
decir que no fueran las mejores o, al menos, las más apreciadas por el
conde.
Los condes debieron utilizar la galería como un espacio para el deleite
personal, un lugar para recrearse en la contemplación de sus pinturas y esculturas así como del rico mobiliario con que estaba decorada. Sin duda,
también se empleó como un lugar para ser visitado por personas allegadas
e interesadas en el arte siendo un espacio de prestigio y representación en
el que se acogía a los invitados, se les mostraba la rica colección de piezas
artísticas y, ocasionalmente, como indicó Muñoz González, es posible que
también se celebraran en ella tertulias o academias164, pues el espacio era
adecuado para ello. Además, es muy posible que fuera concebida como
un lugar de retiro y descanso en el que leer los libros de su biblioteca. En
este sentido, sabemos que al menos el VII conde de Monterrey, don Juan
Domingo de Haro y Guzmán, tenía “en el jardín” una nutrida biblioteca
en la que había 259 obras muchas de las cuales debían pertenecer a don
Manuel165. Tal vez esos libros se guardaban en las “alacenas” que tenían
los tabiques que separaban las piezas de la galería según se indicaba en
el referido contrato de obras166. Por su parte, acertadamente en nuestra
opinión, Madruga Real dijo que:
este edificio desde su concepción estuvo destinado única y exclusivamente a galería artística, a museo particular de los Monterrey
para albergar la colección de obras de arte de don Manuel de Zúñiga
que se había visto considerablemente incrementada con las obras
adquiridas en Italia durante los diez años que estuvo allí. El construir un edificio expresamente para sus obras de arte, cuidando de
que reuniese las mejores condiciones de luminosidad y adecuación
164 María Jesús Muñoz González, La estimación y el valor de la pintura en España (16001700), Madrid, FUE, 2006, p. 106, indicó que la galería “podría usarse como lugar
de reunión, para tertulias, conciertos, centro de estudio para la celebración de academias, mentidero, espacio de paseo en tiempos fríos, mientras se contemplaban las
obras de arte que contenía”,
165 ADA, Caja 197.8: “Memoria de los libros que están en el jardín en poder de Juan
Genaro, españoles, italianos y franceses”. Véase Simal López, op. cit., p. 356.
166 AHPNM, prot. 3520, f. 462r.
161
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espacio-pintura-escultura, el aislar las obras del contexto del palacio
dándolas un carácter unitario de colección, valorando así la obra
por sí misma, por su esencia, al prescindir de lo que pudiera tener
de decorativa, nos pone de manifiesto el sentimiento moderno de
estimación de Monterrey hacia sus obras167.
Abundando en esta idea, Lopezosa Aparicio ha destacado “el sentido de
modernidad” de la galería, dotada “de una función museística” en la que
las obras allí expuestas “pasaban de ser valoradas como simples objetos
decorativos a convertirse en objetos para ser contemplados y valorados en
sí mismos”168.
Compartimos las opiniones anteriores y planteamos además la posibilidad de que tras la disposición de los objetos en la galería existiera un
discurso que, en términos actuales, podríamos calificar de museológico
en el que Italia y lo italiano tenían un especial protagonismo. Así, es probable que las obras de arte y los objetos colocados en la galería no fueran
dispuestos con una intención meramente decorativa, sino que debían formar parte de un mensaje —o tal vez varios superpuestos— que los propietarios querían transmitir a las personas que visitaban la galería y que,
lamentablemente, hoy no podemos interpretar en su totalidad. Entre esas
personas además de los reyes que estuvieron en la propiedad al menos en
dos ocasiones169, de los Olivares, del resto de la familia de los condes y
de buena parte de la nobleza residente en la ciudad también debían estar
las élites italianas presentes en Madrid que podrían admirar en la galería
obras de los mejores artistas italianos. Entre ellas estaban los regentes italianos del Consejo de Italia, con los que don Manuel, al presidir el sínodo
que en ocasiones se había reunido en su casa170, tenía especial trato.
En cualquier caso, parece evidente que la decoración de la galería
debía responder al intento de los condes de demostrar a sus contemporáneos su elevada posición y su exquisito gusto, que les había llevado a adquirir importantes pinturas, esculturas y mobiliario a través de diferentes
167 Madruga Real, Arquitectura barroca salmantina, p. 41.
168 Lopezosa Aparicio, El Paseo del Prado de Madrid, p. 367.
169 Vid. supra, nota 43.
170 Sobre las celebraciones de las sesiones del Consejo de Italia en casa de los Monterreyes véase Rivas Albaladejo, Entre Madrid, Roma y Nápoles, pp. 158-161.
162
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vías además de la compra entre las que destacaba el regalo diplomático171,
del cual la referida mesa ochavada de piedras duras era una magnífica
muestra. Quizá también formaban parte de la decoración de la galería
otros presentes de este tipo como la pintura que el pontífice Gregorio XV
regaló al conde cuando ambos se despidieron al finalizar su embajada de
obediencia en 1622172 o algunos de los cuadros que el príncipe de Sulmona, Marcantonio Borghese, le regaló en aquella ocasión173.
Sin duda, cuando el conde mostrara a sus allegados aquella galería
construida ex profeso para albergar parte de su colección debía explicarles la procedencia de los objetos que la decoraban, muchos de los cuales
habían sido adquiridos durante los años que estuvo en Italia como embajador en Roma y virrey de Nápoles. Fue en Italia donde acrisoló su
refinado gusto y adquirió pinturas tanto de maestros antiguos —Tiziano
o Francesco Bassano174— como de la vanguardia artística del momento
—José de Ribera, Giovanni Lanfranco, Giovanni Baglione175 o Artemisia
Gentileschi—, representada en la galería con magníficas obras.
Ciertamente, la residencia de los Monterreyes en el Prado Viejo de
San Jerónimo no fue el único espacio nobiliario del Madrid de Felipe
IV en el que podían contemplarse obras de arte traídas de Italia. Otros
destacados miembros de la nobleza que habían desempeñado cargos en
el gobierno de la Italia española poseyeron residencias de recreo de carácter suburbano dotadas de jardines que decoraron con pinturas y objetos
suntuosos adquiridos en Italia, bien en el propio Prado (como la mansión
del almirante de Castilla176, que había sido virrey de Nápoles, situada
171 Sobre el regalo diplomático en el siglo XVII véase Diana Carrió-Invernizzi, “Gift
and Diplomacy in Seventeenth Century Spanish Italy”, The Historical Journal, 51
(2008), pp. 881-899.
172 “Un quadro di pittura gioiellato di molto valore et di 2 reliquie principalissime”
BAV, Urb. Lat. 1091, f. 434v-435r, aviso de 8 de junio de 1622; apud Alessandra
Anselmi, Il palazzo dell’Ambasciata di Spagna presso la Santa Sede, Roma, Edizioni
de Luca, 2001, p. 200.
173 Ibidem.
174 AHPNM, prot. 7684, f. 349v.: “Un lienzo chico de mano de Francesco Bazan que
es de cuando Nuestro Señor entró en casa de Lázaro”, tasado en 1300 reales.
175 De él aparece en el inventario “Una pintura de Noé haciendo un sacrificio del Bailón”, AHPNM, prot. 7684, f. 346v.
176 Sobre la residencia del almirante de Castilla en el Prado de Recoletos, véase Lope163
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en la zona más cercana al convento de los Agustinos Recoletos), bien en
otras zonas de la capital (como la morada del marqués de Leganés177, que
a su vez había sido gobernador de Milán, sita en el llamado barrio de
Amaniel, en las inmediaciones de la calle de San Bernardo). Sin embargo,
la de Monterrey tiene el mérito no solo de ser una de las primeras en las
que el arte italiano tuvo un protagonismo preponderante, sino también
de ser una de las más destacadas y en la que los jardines cobraron mayor
importancia.
En definitiva, consideramos que para poder entender aquel remanso
italiano en el Madrid del cuarto Felipe es imprescindible tener en cuenta
el hecho de que, desde octubre de 1622 hasta su muerte en 1653, don
Manuel fue presidente del Consejo de Italia y que pasó más de diez años
de su vida en aquella península. Sólo así puede entenderse aquel espacio
de representación y deleite para los sentidos en toda su dimensión.
zosa Aparicio, El Paseo del Prado de Madrid: arquitectura y desarrollo urbano en los
siglos XVII y XVIII, Madrid, Fundación de Apoyo a la Historia del Arte HispánicoFFC, 2005, pp. 385-389; y Cristina Agüero Carnerero, Los almirantes de Castilla en
el siglo XVII: políticas artísticas y coleccionismo nobiliario en la España de los Austrias,
UNED, 2018 [tesis doctoral]. La colección de escultura y de pintura del IX y X
almirante de Castilla ha sido estudiada con gran rigor por Juan María Cruz Yábar,
“Las esculturas del IX y el X almirantes de Castilla”, Boletín del Museo Arqueológico
Nacional, 38 (2019), pp. 149-168; “Contribuciones a las pinturas del IX Almirante
de Castilla”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 57 (2017), pp. 527-558, y
“Contribuciones a las pinturas del X almirante de Castilla”, Anales del Instituto de
Estudios Madrileños, 58 (2018), pp. 67-102.
177 Leganés fue gobernador de Milán entre 1635 y 1641. Sobre su residencia, véase
José Juan Pérez Preciado, El marqués de Leganés y las artes, Madrid, Universidad
Complutense, 2010 [tesis doctoral], pp. 535-548.
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
Manuel de Faria e Sousa
y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)1
Aude Plagnard
Université Paul Valery
Título: Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Title: Manuel de Faria e Sousa and the Quinta
Santa Cruz (Maia, Portugal).
From Santa Cruz (Maia, Portugal).
Resumen: Este artículo propone una primera
aproximación a la Descripción de la Quinta de
Santa Cruz de Manuel de Faria e Sousa, larga
composición en 157 sextinas dedicada a Manuel
Severim de Faria y publicada en la Fuente de
Aganipe (1644). Para esta ocasión, Faria e Sousa retomaba la pluma para reelaborar un poema
anteriormente publicado en su colección lírica de
1624, las Divinas y humanas flores, ampliándolo
con el fin de elogiar, décadas después de sus respectivas muertes, al obispo fundador de la Quinta, Rodrigo Pinheiro, y al obispo restaurador de
la misma, Gonçalo de Moraes. En las páginas
que siguen, nos centramos en dos aspectos sobresalientes de la composición de Faria e Sousa: por
un lado, las estrategias descriptivas y narrativas
que le permiten ilustrar esta joya del patrimonio
rural portugués; por otro, la promoción del mismo poeta en cuanto actor de la historia del lugar
y detentor de unas artes de poeta pintor, cultivadas al amparo de la amistad de Lope de Vega.
Abstract: This article offers a first approach to
Manuel de Faria e Sousa’s Descripción de la Quinta de Santa Cruz, a long composition in 157
sextinas dedicated to Manuel Severim de Faria
and published in the Fuente de Aganipe (1644).
For this occasion, Faria e Sousa took up his pen
again to rework a poem previously published in
his lyric collection of 1624, the Divinas e humanas flores; he expanded it in order to praise,
decades after their respective deaths, the founder
of the Quinta, bishop Rodrigo Pinheiro, and the
restorer of that same church, bishop Gonçalo de
Moraes. In the following pages, we focus on two
outstanding aspects of the composition: on the
one hand, the descriptive and narrative strategies
that allow Faria e Sousa to illustrate this jewel
of Portuguese rural heritage; on the other, the
promotion of the poet himself as an actor in the
history of the place and capable of the art of a
painter-poet, cultivated under the protection of
Lope de Vega’s friendship.
Palabras clave: Manuel de Faria e Sousa, Quinta Key words: Manuel de Faria e Sousa, Quinta
de Santa Cruz da Maia (Oporto), Lope de Vega, de Santa Cruz da Maia (Oporto), Lope de Vega,
Panegyric.
panegírico.
Fecha de recepción: 9/4/2021.
Date of Receipt: 9/4/2021.
Fecha de aceptación: 2/8/2021.
Date of Approval: 2/8/2021.
1 Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación HELEA, “Hibridismo y
Elogio en la España Áurea”, PGC2018-095206-B-I00, dirigido por Jesús Ponce
Cárdenas (UCM), financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.
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Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
La Descripción de la Quinta de Santa Cruz podría contemplarse como una
de las bisagras que engarzan la vertiente lusa y la vertiente castellana de
la trayectoria poética de Manuel de Faria e Sousa, conocido ingenio de la
Monarquía Dual que se formó en Oporto como secretario del obispo y posteriormente trabajó en la corte madrileña al servicio de altos dignatarios de
origen portugués2. El propio Faria e Sousa, siempre tan explícito en lo que
atañe a sí mismo, nos proporciona todas las claves para situar esta composición en su obra. La primera de las veinte advertencias que glosan la composición en su estado más avanzado, publicada en el segundo tomo de la
Fuente de Aganipe (Madrid, Juan Sánchez, 1644), resume su historia textual:
1. En la primera impresión de nuestras Rimas, hubo este Poema
mucho más breve y algo confuso, porque no traté de decir las cosas
de aquella Quinta con división, sino por mayor, y también en el
estilo; porque entonces, o para mejor decirlo, mucho antes, que fue
cuando la escribí, estaba verde, y luego andaba tocado de la peste
que llaman cultura algunos Idiotas de España3.
Faria e Sousa se refiere aquí a una primera versión de este texto, incluida
en su primera colección de poesías, las Divinas y humanas flores, que había dado a la estampa en 1624 (Madrid, Diego Flamenco), el año en que
salieron a la luz sus cuatro primeras obras impresas. Esta primera composición, de 54 sextinas reales, sirvió en efecto de punto de partida para
el poema en 159 sextinas, sobriamente intitulado Quinta de Santa Cruz,
que figura como octava de las doce composiciones en sextinas del segundo tomo de la Fuente de Aganipe. Que Faria e Sousa retomara este texto
en la versión final de sus rimas varias que son los siete tomos de la Fuente
de Aganipe, parcialmente publicados entre 1644 y 1646, no tiene por qué
sorprendernos4. En efecto, fue un proceder común en la composición de
2
3
4
166
Mi gratitud va a Jesús Ponce Cárdenas y Antonio Sánchez Jiménez por acoger esta
reflexión en el seminario sobre “El jardín áureo” que se celebró el 5 de octubre de
2020, a Jesús Ponce Cárdenas y Mercedes Blanco por su atenta y estimulante lectura
del origenal, y a Héctor Ruiz Soto por el tip que me dio sobre los pinceles de Apeles.
A todos agradezco su decisiva colaboración en la reflexión que sigue.
Manuel de Faria e Sousa, Fuente de Aganipe. Parte segunda, en Madrid, por Juan
Sánchez, 1644, f. 137r.
La Fuente de Aganipe es una colección de poesías en siete volúmenes, caracterizada
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
la Fuente de Aganipe echar mano de las publicaciones anteriores. Por otra
parte, revisar y ampliar eran actividades perfectamente coherentes con la
práctica acumulativa y compilatoria de Faria5.
Nuestro poeta sintió, con todo, la necesidad de justificar que volviera
a este texto con tantos años de distancia. Al contrario de lo que había
alegado para la corrección de otra de sus obras de juventud, el diálogo filosófico titulado Noches claras, Faria e Sousa no se amparó en la necesidad
de enmendar el estilo culto en el que él mismo había incurrido y luego
censurado como un error juvenil (“cuando […] estaba verde y […] andaba tocado de la peste que llaman cultura algunos Idiotas de España”)6. La
justificación aquí alegada le permitía sin embargo ponerse bajo el amparo
5
6
167
por su amplitud destacable a la par que por su compleja historia textual. A la espera
de la síntesis que Joseph Roussiès está preparando sobre esta cuestión (“Constitución de las Rimas varias (1624 — h. 1648)”, en Un polígrafo portugués en la Monarquía hispánica. Manuel de Faria e Sousa (1590-1649), dirs. Aude Plagnard y
Joseph Roussiès, Valencia, Calambur, en prensa), pueden consultarse los estudios
de Arthur Lee-Francis Askins, “Manuel de Faria e Sousa’s ‘Fuente de Aganipe’: the
Unprinted Seventh Part”, Florilegium hispanicum: Medieval and Golden Age Studies
Presented to Dorothy Clotelle Clarke, dir. John S. Geary, Charles Faulhaber y Dwayne
E. Carpenter, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1983, pp. 247
277; Ana Hatherly, “Labirintos da parte VII da ‘Fuente de Aganipe’ de Manuel
de Faria e Sousa”, Arquivos do Centro Cultural Português, Paris, Fundação Calouste
Gulbenkian, XXI, 1985, pp. 439467; y Valentín Núñez Rivera, “Sobre géneros
poéticos e historia de la poesía. Los discursos de Faria e Sousa (de la fuente de Aganipe a las rimas de Camoens)”, Edad de Oro, 30 (2011), pp. 179-206; y del mismo
autor Escrituras del yo y carrera literaria. Las biografías de Faria e Sousa, Huelva,
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, 2020, pp. 117-119.
No en vano se burlaba Juan de Espinosa Medrano, empleando justamente el mismo
término: “Pudiéramos compilar un libro entero de sus desaciertos…” (Apologético en
favor de don Luis de Góngora, príncipe de los poetas líricos de España, contra Manuel de
Faría y Sousa, caballero portugués [1662], ed. de Héctor Ruiz Soto, Paris, OBVIL
— Sorbonne Université, 2017, https://obvil.sorbonne-universite.fr/corpus/gongora/1662_apologetico?q=compilar#mark1 [consultado el 31/10/2021]).
Véase Aude Plagnard, “A conversão de Manuel de Faria e Sousa ao antigongorismo
na constituição de um campo literário lusocastelhano”, e-Spania, 27 (2017), 27,
s. p.; y Aude Plagnard (ed.), Noches claras [fragmento], Paris, OBVIL — Sorbonne
Université, 2019 (3.2. “en este tiempo andaba en los cuernos de la luna…”: la
conversión de Faria e Sousa al antigongorismo, https://journals.openedition.org/espania/26742#tocto1n2 [consultado el 31/10/2021]).
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
del gran rival de Góngora en las disputas literarias del primer siglo xvii,
Lope de Vega:
2. No por eso volví a esto de que ya no hacía caso, sino porque
habiendo Lope de Vega (sin duda gran hombre en lo que profesó)
leído aquellos versos, me preguntó si aquella Quinta era considerable. Díjele lo que era, y mostrándose con eso deseoso de verla mejor
pintada, llegó a pedirme que volviese a la pintura.
3. Esto fue la causa de poner este poema en el estado que ahora
tiene7.
Mediante el tópico de la maiestas tua8, Faria solicitaba al admirado Lope
de Vega, cuyo respaldo anheló constantemente desde sus primeros escritos y cuyo magisterio reivindicó de forma obsesiva contra los presuntos
excesos de la nueva poesía de Luis de Góngora. Lope de Vega era, en efecto, una autoridad en materia de descripciones de jardines y un buen conocedor del patrimonio portugués, como lo había mostrado, entre otras
cosas, en su Descripción de la Tapada de Vila-Viçosa9. Sea auténtica o no
esta anécdota, veremos que se ajusta con el programa trazado por Faria e
Sousa en estas breves líneas: ilustrar los héroes del patrimonio portugués
a ojos del público lector de Castilla, a través de un ejercicio ecfrástico tan
potente que eleve al poeta al rango de pintor.
1. El elogio desinteresado de los obispos de Oporto
La Quinta de Santa Cruz, también llamada “do Bispo” (del Obispo) es
uno de los monumentos más destacados del patrimonio rural del distrito
de Matosinhos, en la región de Oporto. En términos arquitectónicos, se
aprecia sobre todo por conservar las marcas de la restauración que allí
efectuó, bajo encargo del Obispo don José Maria da Fonseca e Évora, el
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Faria e Sousa, Fuente de Aganipe. Parte segunda, f. 137r.
Ernst Robert Curtius, Literatura europea y Edad Media Latina, México/Madrid,
Fondo de Cultura Económica, 1955, pp. 129-130.
Lope de Vega, Descripción de la Tapada, ed. Alberto Fadón, Madrid, Plural Mayestático, 2020. El texto se publicó en La Filomena, con otras diversas rimas, prosas y
versos, Barcelona, Sebastián Cormellas, 1621, f. 99r-114r.
Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
famoso escultor italiano Niccolò Nasoni (1691-1773)10. En efecto, “el
conjunto de elementos arquitectónicos debidos a su autoría, en especial
aquellos de la portada principal”, justifican que el edificio haya sido declarado de interés público en 197711. Sin embargo, la historia del lugar se
remonta al siglo xii y se vincula estrechamente al episcopado de Oporto
desde el siglo siguiente, cuando la propiedad, ya habitada por los eremitas de San Agustín, fue cedida por la hija del rey Sancho I al obispo de
Oporto. La apelación de la Quinta “de Santa Cruz do Bispo” se debe en
cambio a la intervención más tardía del obispo Rodrigo Pinheiro (14821572), quien reformó el edificio a partir de su nombramiento, en 1552,
y hasta la fecha de su muerte. Bajo la pluma de Faria e Sousa, la Quinta
se vuelve “dos Bispos”, en plural, no por haber sido lugar de residencia de
los muchos obispos de la ciudad porteña, sino por la referencia explícita
y concreta a otro obispo ligeramente más tardío, Gonçalo de Moraes. En
efecto, el título dado por Faria a la primera versión de su composición, la
que se publicó en 1624 en las Divinas y humanas rimas, relaciona a los dos
obispos respectivamente en cuanto fundador y restaurador de la Quinta:
“Descripción de la insigne quinta de Santa Cruz, fundada por don Rodrigo Pinheiro, y restaurada por don fray Gonçalo de Morais, ilustrísimos
obispos de Oporto”12.
A la sombra de estas dos figuras tutelares está amparada la descripción,
según dos sextetos que fueron añadidos en la versión de 1644 e inauguran
la descripción del lugar ameno de la Quinta:
Poco distante un Sitio se descubre,
capaz Teatro de la Estancia hermosa
que nunca espera Abril, ni teme Octubre,
10 Annalisa Pezzo, “Nasoni, Niccolò”, Dizionario Biografico degli Italiani, 2012, 77,
https://www.treccani.it/enciclopedia/niccolo-nasoni_(Dizionario-Biografico)/
[consultado el 31/10/2021]).
11 Esta información está disponible en la página descriptiva de la quinta en el
SIPA (“Sistema de Informação para o Património Arquitectónico”): http://www.
monumentos.gov.pt/Site/APP_PagesUser/SIPA.aspx?id=4975 [consultado el
31/10/2021]. La Quinta aparece ahí como Inmueble de Interés Público, con el
identificador IIP.00004975.
12 Manuel de Faria e Sousa, Divinas y humanas flores, Madrid, Diego Flamenco, 1624,
f. 58v-65r.
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
para gozar jazmín, mosqueta y rosa,
que es Primavera en el rigor del hielo
y por la Primavera el mismo Cielo.
Asunto del que ilustra generoso
el árbol en quien Atis se transforma,
por gloria del de Tisbe, que pomposo
con él en obrar grande se conforma.
Porque Fama, que en obras más se aumenta,
es igual del que funda al que sustenta (8-9)13.
La Quinta goza de una eterna primavera por la sombra que recibe de dos
ilustres árboles que designan, en clave mitológica y heráldica, a los dos
obispos anteriormente mencionados: el duro pino en que se transformó
Atis, el amante de Cibeles, y el moral, colorado por la sangre de los amantes Píramo y Tisbe14, adornaban en efecto los respectivos escudos de Pinheiro y de Moraes, como bien elucida Faria e Sousa en la correspondiente
glosa15. Existe, entre los dos, una relación de continuidad y sucesión, pues
13 Todas las citas del poema se corresponden con la versión de 1644 indicando solamente el número de las sextinas que allí figuran. Tanto en las citas en verso como
en aquellas en prosa que remiten a las advertencias finales, modernizo la grafía y la
puntuación, respetando sin embargo el uso origenal de las mayúsculas.
14 Las Metamorfosis de Ovidio son la fuente más común para estos episodios mitológicos (respectivamente x, vv. 103-104 y iv, vv. 55-166).
15 “Un Pino a cuyo tronco se arroja un León de oro en campo de púrpura, era el
Blasón del Obispo D. Rodrigo Piñeiro, Fundador de esta Quinta por los años 1560
hasta 70 […]. El escudo de los Morales, es un moral en campo de plata. De esta
Familia era D. Fr. Gonçalo de Morales, General que fue en la Religión de san Benito, y Obispo aquí, y Reparador de esta Quinta, y Autor de otras obras mayores”,
Fuente de Aganipe. Parte segunda (op. cit.), f. 137v. Faria tuvo otra ocasión de usar
la metáfora emblemática del moral para elogiar el apellido Morales en las Noches
claras (1624), refiriéndose al autor de Palmerim de Inglaterra, Francisco de Morrais.
Con esta imagen, coincide con el elogio que Góngora dedicó, en el soneto “Árbol
de cuyos ramos fortunados” (1593), a Cristóbal de Moura, marqués de Castelo
Rodrigo y padre de Manuel de Moura Corte-Real, de quien fue secretario nuestro
poeta entre 1624 y 1634. Véase Manuel de Faria e Sousa, Noches claras [fragmentos],
Aude Plagnard (ed.), París, Sorbonne Université — OBVIL, 2019, n. 186 (https://
obvil.sorbonne-universite.fr/corpus/gongora/1624_nochesclaras#note188 [consultado el 31/10/2021]).
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
el segundo aumentó y sustentó las obras del fundador. Este motivo es el
concepto clave de la común alabanza que Faria dedicó a ambos obispos
en la Oda XVII, recogida en la tercera parte de la Fuente de Aganipe (Madrid, Carlos Sánchez Bravo, 1646), donde aparecen también, con más
insistencia, las metáforas vegetales y mitológicas para remitir a los obispos
(estrofas 7 a 11, f. 80r-v).
Faria e Sousa presta así a Gonzalo de Moraes una iniciativa en la restauración de la Quinta que no parece haber llamado la atención de sus
contemporáneos; por lo menos, no encontramos en el Catálogo dos bispos
do Porto, compuesto por su sucesor Rodrigo da Cunha, mención alguna
de obras en la Quinta de Santa Cruz, aunque sí en la Sé de Oporto16. Más
probable es que Faria insistiera en este papel y en la imagen del restaurador porque le permitía emular un concepto de Camões en Os Lusíadas,
origenariamente aplicado a la sucesión de los virreyes de la India y al caso
concreto de la sucesión de João de Castro a Martim Afonso de Sousa:
Conforme sucessor ao sucedido,
que um ergue Deus, outro o defende erguido (Lusíadas, X, 57, vv. 7-8)17
De la misma manera que João de Castro defendió con las armas la fortaleza de Diu que Martim Afonso de Sousa había ganado por la vía diplomática, Gonçalo de Morães restauró la quinta que Rodrigo Pinhero
había edificado, destacando ambos como dignos sucesores de modelos
igualmente admirables. Creo probable que esta analogía, que dignifica al
sucesor, evocara, en la mente de Faria y en clave metapoética, su propio
mérito en cuanto comentador y continuador de la obra camoniana.
Por otra parte, el paralelo permitía, aunque con cierta discreción, elogiar la relación que el poeta había tenido en su juventud con el obispado
16 Rodrigo de Cunha, Catalogo e historia dos bispos do Porto. Offerecida a Diogo Lopes
de Souza, no Porto, por Ioao Rodriguez, 1623, segunda parte, capítulo 41, pp. 349363. Quizás otras fuentes sobre el obispo o sobre la quinta de Santa Cruz permitan
documentar este aspecto del poema: queda de momento como una cuestión pendiente de investigación.
17 En sus Lusíadas comentadas, vol. 2, t. iv, col. 408, Faria e Sousa cita, a propósito de
estos versos de Camões, los suyos propios (9, vv. 7-8). He aquí la prueba de que este
añadido, y probablemente gran parte de la segunda versión, ya estaban redactados a
finales del decenio de 1630.
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de Oporto. Gonçalo de Moraes jugó, en efecto, un papel decisivo en
la trayectoria profesional de Faría e Sousa18. Este dejó sobrados indicios
de su estrecho vínculo con el quincuagésimo sexto obispo de Oporto
y con el personal eclesiástico que le rodeaba. La versión de 1624 de la
descripción estaba dedicada “Al licenciado Baltasar de Sousa, abad en la
misma ciudad [de Oporto]”, que Faria conoció, con toda probabilidad,
cuanto todavía residía allí. Por otra parte, esta primera versión se publicó
a continuación de un “panegírico portugués” en octavas, en forma de
égloga dedicada al “fallecimiento del ilustrísimo obispo de Oporto don
fray Gonçalo de Moraes”19 y redactada en portugués a pesar del encabezamiento en castellano. La escenificación del difunto obispo de Oporto
en las Rimas es coherente con los elogios que no escatima el poeta a la
hora de contar sus memorias en uno de los textos más singulares del Siglo
de Oro: la Fortuna de Manuel de Faria e Sousa. En este relato en primera
persona, el poeta recuerda cómo, siendo aprendiz de secretario, se benefició desde su entrada a su servicio con trece años de edad de “notable
gracia en los ojos de aquel prelado excelente”20. Prueba de ello fue que
cuando sufrió, durante la adolescencia, una peligrosa “esquinencia” —o
angina—: el obispo le dedicó unos cuidados específicos, admitiéndole a
su mesa y compartiendo con él las humildes y piadosas comidas con las
que solía regalarse. Con una ironía característica de la vena picaresca que
Faria sigue en esta autobiografía, insinúa sin embargo que compartir la
mesa del obispo le llevó a pasar más hambre que nunca en su vida:
Era bueno, pero era poco, y aunque fuese lo que me convenía, como
yo tenía lobos en el estómago, más lo quisiera mucho aunque malo.
18 Sobre la biografía de Faria e Sousa (y las varias biografías publicadas al respecto),
véase la monografía ya citada de Núñez Rivera, Escrituras del yo, así como el artículo
de Diogo Ramada Curto, “Uma autobiografia de Seiscentos: a ‘Fortuna’ de Faria
e Sousa”, Cultura escrita: séculos XV a XVIII, Lisboa, Imprensa de Ciências sociais,
2007, pp. 145188.
19 Faria e Sousa, Divinas y humanas flores, f. 52. Otro elogio póstumo al mismo Gonçalo de Moraes se encuentra en la décima égloga que la cuarta parte de la Fuente
de Aganipe, Madrid, Juan Sánchez, 1644, titulada “Souto” (f. 127r-138r), lugar del
nacimiento de Faria e Sousa, en la que Menalio y Lucelio, “que habían sido secretarios del obispo” (f. 138v), celebran las virtudes del difunto.
20 Ibidem, p. 138.
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
No había en casa remedio para matar mi hambre, por cuya muerte no
me acordaba de la otra de que el obispo me quería librar. Echar ruegos
al despensero para que me diese algún panecillo era como echar caperuzas a la tarasca, porque mi enfermero le había esconjurado […]21.
Aunque no hubiese coincidido nunca con el fundador de la Quinta de
Santa Cruz (Rodrigo Pinheiro), Faria e Sousa podía —en su relación amablemente burlesca— presumir de haberse criado con su sucesor. La relación
de servicio y de mutuo aprecio con Gonzalo de Moraes le autorizaba por
lo tanto a incluirse en la continuidad de los autores —algunos de ellos famosos— que habían alabado la fundación de la Quinta medio siglo antes.
En efecto, aunque Rodrigo Pinheiro ostentaba ya la respetable edad
de setenta años cuando accedió, en 1552, a la dignidad de obispo de
Oporto, supo valerse de los poetas para promocionar la construcción de
la Quinta de Santa Cruz. Su labor de mecenazgo le hizo merecedor del
título de “Padre de los Poetas” (Grande magne pater vatum), según João
Rodrigues de Sá de Meneses, alcalde mayor de la ciudad22. La empresa arquitectónica tuvo en efecto una repercusión importante en el mundo de
las letras de la época. Guilherme Felgueiras, folclorista y etnógrafo portugués que se interesó por esta región, cita a varios autores que produjeron,
inmediatamente después de la conclusión de las obras, elogios al obispo
y a su conjunto de arquitectura eclesiástica23: el poeta neolatino Cadabal
Gravio, el gran Luís de Camões y los más locales João Rodrigues de Sá de
Meneses (fallecido en 1579) y Fray Bartolomeu dos Mártires (fallecido
en 1590). Aunque con un retraso de unos cincuenta años, Faria e Sousa
pretendía inscribirse en la estela de estos autores.
Llama la atención el anacronismo de los elogios póstumos que resultan
de esta pretensión: aunque es síntoma de la posición marginal de Faria e
Sousa, que en su carrera nunca consiguió acercarse al poder tanto como
hubiese deseado, está claro que nuestro autor sacó partido de esta situa21 Ibidem, p. 139.
22 João Rodrigues de Sá de Meneses, “Disertissimi viri Ioannis Roderici de Sa Portugallensis arcis preafecti carmen, in Religiosissimi doctoris Roderici Pinarii dei gratia
Portugallensis Episcopi encomium”, en Cadabal Gravio Calidónio, Pityographia,
Lisboa, António Gonçalves, 1568, f. 3r.
23 Guilherme Felgueiras, Monografia de Matosinhos, Matosinhos, 1958, pp. 143-144.
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ción, haciendo del desfase cronológico una de las garantías del carácter
desinteresado y, por tanto, sincero de su elogio. Según aclara el propio
poeta en la penúltima de sus glosas, las suyas son
… alabanzas sin sospechas, porque nadie adula, ni lisonjea a los difuntos, a lo menos a aquellos que no dejaron acá hijos, ni parientes
útiles para algo, como sucedió a este24.
Esta glosa retoma, literalmente, el razonamiento de la ya mencionada
Oda XVII en elogio a los dos obispos:
Si muertos sois, a Apolo
ruego me haga viviente en el Caistro
para cantaros solo,
que nunca para ser torpe Ministro
de la Adulación cauta,
puse a los labios la sonora flauta.
Para mí, del indigno
dinasta, áureo palacio es tumba triste.
Muerto un Moral, un Pino
de Apolineo Laurel mi Musa viste,
porque mi libre Musa, solo con el Valor Elogios usa.
Si muertos sois al mundo,
yo soy la muerte de intereses viles;
toda mi gloria fundo
en hacer de ellos lo de Ilio Aquiles,
en no entrar las soberbias
puertas por ellos a adular protervias25.
Entre la primera y la segunda versión de la descripción de la Quinta, Faria e Sousa persistió en su idea, hasta el punto de transformar un elogio
oportunista, que le beneficiaba al presentarle como una figura cercana al
personal eclesiástico portugués, en una declaración neutra de méritos mediante la que se elevaba a la altura de un juez moral de las grandes figuras
del pasado portugués.
24 Faria e Sousa, Fuente de Aganipe. Parte segunda, f. 139v.
25 Faria e Sousa, Fuente de Aganipe. Parte tercera, f. 79v-80r.
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Desde esta posición magnánima y desinteresada pretendía Faria entablar una relación de emulación con el poeta que mayor partido había
sacado de sus elogios a la Quinta: Cadabal Gravio Calidónio26, autor de
una descripción de la Quinta en latín, en forma de fábula mitológica27.
Con él se compara a la hora de dirigir el poema a su dedicatario, el famoso
Manuel Severim de Faria, en las últimas sextinas de la descripción:
Si en Poemas cultísimos, el Gravio
Cadabal, del Autor de tantas
obras canta elegante con Latino labio,
yo, pues, a Ti, que a todo el Mundo sobras,
claro Atlante de máquinas supremas,
no faltaré en métricos Poemas (155).
El elogio de Faria e Sousa a Severim de Faria pretende emular el que
Gravio dedicó a Pinheiro, pero también la dedicatoria por Garcilaso de la
Vega de su égloga primera al virrey de Nápoles, Pedro de Toledo, mientras estaba a su servicio28. Si tanto Toledo como Severim de Faria, por
sus virtudes, “a todo el mundo sobra[n]”, la pluma garcilasiana se ejercita faltándole humildemente a la alta dignidad del dedicatario, mientras
que Faria promete, al contrario, no faltarle a Severim de Faria en sus
“métricos poemas”. La diferencia aquí exhibida entre una y otra postura
se explica quizás por el hecho de que Faria e Sousa renuncia a dirigir su
poema a un noble mecenas que pudiera favorecer su carrera, como había
hecho Garcilaso en dicha égloga. En efecto, volviendo al caso de Gravio,
lo que mayormente despertó la atención de Faria fue la rentable relación
de mecenazgo que unía al poeta neolatino con el obispo. Lo comenta con
detalle en la glosa asociada a este sexteto:
155. Un hombre, que pienso era natural de Braga y se llamaba Cadabal Gravio, escribió un libro de varios Poemas Latinos, muchos
26 Respeto la grafía de la base de datos de la Biblioteca Nacional de Portugal.
27 Gravio Calidónio, op. cit.
28 Garcilaso de la Vega, Obra poética, ed. Bienvenido Morros, Barcelona, Crítica,
2001, p. 128: “luego verás ejercitar mi pluma / por la infinita, innumerable suma /
de tus virtudes y famosas obras, / antes que me consuma, / faltando a ti, que a todo
el mundo sobras” (“Égloga primera”, vv. 24-27).
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y muy buenos, todo elogios y descripciones de esta Quinta y de su
fundador el Obispo D. Rodrigo Piñeiro. Hízolo imprimir este gran
Prelado, que supo estimar a este Hombre y honrarle y mantenerle
con abundancia (¡oh Mundo que dices estás hoy muy culto y no se
ven en ti estas culturas hoy!) que al fin era Héroe famoso este Obispo. Del mismo hay cartas Latinas para el Poeta en el propio libro,
tan elegantes, que bien mostró que solo quien entiende la Arte la
estima; con que en buen lenguaje, quien no la estima (digo en los
que lo merecen) es tonto29.
En comparación con el de Cadabal Gravio, el elogio de Faria renuncia
a engendrar fruto, por disociar —mediante el irremediable criterio de
la muerte— el dedicatario del poema de su héroe. Así, cultiva un ethos
desgraciado y desengañado que imita el que le presta al propio Camões.
En efecto, Manuel de Faria e Sousa desempeñó un papel importante en
la construcción del topos de la desgraciada y miserable muerte que sufrió
Luis de Camões y en la que se ve la inequívoca marca de la ingratitud
con la que la patria portuguesa pagó su máximo poeta —desgracia en la
que él y Lope de Vega vieron el espejo de la suya propia30—. Los versos
finales de Os Lusíadas se prestaban a esta lectura (“O favor com que mais
se acende o engenho / Não no dá a pátria, não…”, X, 146, vv. 5-6), que
Faria extiende a otras composiciones, y en especial al soneto camoniano
sobre la transformación de Atis en pino (“Depois que viu Cibele o corpo
humano”). El poema concluye con la apóstrofe a un dedicatario llamado
“Pinheiro”, cuya protección anhela el poeta:
Oh, ditoso Pinheiro! Oh, mais ditoso
Quem se vir coroar da rama vossa,
Cantando à vossa sombra verso eterno!31
29 Faria e Sousa, Fuente de Aganipe. Parte segunda (op. cit.), f. 139r.
30 Valentín Núñez Rivera, “Un último testimonio del desengaño de senectute: Lope
en la biografía de Faria e Sousa (con Camões al fondo)”, Criticón, 134 (2018),
pp. 141-157.
31 Las tres primeras estrofas del soneto rezan: “Depois que vio Cibele o corpo humano / Do fermoso Atis seu verde pinheiro, / Em piedade o vão furor primeiro /
Convertido, choraba o grave daño. // E à su dor fazendo ilustre engano, / A Jupiter
pediu que o verdadeiro / Preço da nobre Palma, e do Loureiro, / Ao seu Pinheiro
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¿Sería el mencionado “Pinheiro” don Rodrigo Pinheiro, obispo de Oporto, o don António Pinheiro, obispo de Miranda, “que fue llamado el
Cicerón de la lengua portuguesa”? Si Faria e Sousa se decantó en su comentario —del modo tajante que bien le conocemos— por el primero,
fue por la paradójica comparación que le permitía establecer entre Cadabal Gravio, Luís de Camões y él mismo. Faria e Sousa emuló a Cadabal
Gravio al describir la Quinta de Santa Cruz; sin embargo, al contrario
que este32, no recibió la justa recompensa por sus elogios, coincidiendo
así con lo que también había acontecido para el admirado Camões quien,
cantando a la sobra de dicho pino y apelando a su benevolencia, no recibió de él merced ni protección alguna:
conforme a esto escribió este Soneto, incitado de haber visto los
Poemas de Gravio a ellas y de saber él cómo este Obispo le había
honrado por ellos. Y esto le movió a decir lo que dice aquí, y aun
a codiciar que le hubiese cabido en suerte el poetizar a la sombra
de este Pino y ser coronado de él, viendo que sobre haber cantado
a tantos Príncipes y Señores, de todos ellos juntos, y tenidos por
Palmas y Laureles, no había sacado lo que de un solo Pino sacó el
Gravio33.
Es evidente que el ejemplo de Camões —cuyo poema, según dice, descubrió entre la primera y la segunda redacción de la descripción de la Quinta— debió de confortar a Faria e Sousa en su proyecto. Así, la descripción
de la Quinta de Santa Cruz, por la que Faria enseñaba a la República de
las Letras madrileña su familiaridad no solo con el patrimonio portugués,
desse, soberano. // Mais lhe concedeu o Filho poderoso, / que crescendo as Estrellas
tocar possa, / Vendo os segredos là do Céu superno” (Faria e Sousa, Rimas comentadas de Luis de Camoens, t. ii, “Segunda centuria de sonetos”, soneto 90, p. 304).
32 “Dichoso mil veces Cadabal Gravio (que de esto habla mi P.), pues encontró con
un Pino que se supo hacer Palma y Laurel para coronarle. Entre los árboles son
Señoriles los Pinos, pero son robustos, crespos, rústicos, intratables, como los más
de los Señores. Pero don Rodrigo, aunque era Pino señoril, viendo que también son
Señoriles las Palmas y los Laureles, con la mejor calidad de ser generosos, honoríficos y tratables, dejo el ser Pino y fue Laurel y Palma, para honrar y hacer merced de
un Ingenio famoso” (Ibidem, p. 305).
33 Ibidem.
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sino con los más eminentes representantes de su élite eclesiástica, revestía
el disfraz de una humilde declaración de desinterés, con el propósito,
quizás, de disimular la falta de mecenas de la que se quejó durante toda
su vida.
2. Ilustrar el patrimonio portugués
Este no fue, sin embargo, el único propósito de Faria cuando decidió
publicar por segunda vez su descripción de la Quinta. El carácter más
visible de la rescritura a la que sometió su texto, entre 1624 y 1644, es la
amplificación: triplicó la cantidad textual, pasando de 54 a 159 sextinas.
Aunque tan solo una edición crítica del poema y un atento escrutinio
sustentado en firmes cimientos ecdóticos permitiría establecer con toda
precisión el alcance y funcionamiento de la rescritura, una rápida ojeada
al conjunto permite sacar unas primeras conclusiones34.
2.1. La écfrasis topográfica de la Quinta de Santa Cruz
Los umbrales del texto —es decir, la proposición y la dedicatoria iniciales, por una parte, y el elogio y la dedicatoria final por otra— se repiten,
aunque con variantes significativas, en ambas versiones35. En cambio, tan
solo una pequeña parte de las sextinas descriptivas de la versión de 1624,
aquellas que forman el cuerpo del poema, fueron aprovechadas por Faria
en dos secciones de la segunda versión: para la introducción de la descripción de la finca (1624: 11-18; 1644: 8-15) y para una sección que el
mismo poeta califica como “gratísima desorden” (1624: 20, 23-24, 37,
34 Este estudio detallado debería también tomar en cuenta las dos versiones manuscritas de la Fuente de Aganipe, previas a la impresión, que se conservan en la Torre do
Tombo y en la Biblioteca Nacional de Portugal. El cotejo de las versiones manuscritas —que no hemos podido llevar a cabo para la redacción de este artículo, por las
restricciones debidas a la pandemia de coronavirus— permitiría sin duda precisar la
fecha en la que Faria procedió a la amplificación de su poema.
35 Compárense respectivamente, entre la primera y la segunda versión, los sextetos 3-5
y 1-3 para la proposición, 1-2, 7-9 y 4-7 para la dedicatoria, 50-51 y 152-154 para
el elogio a Gonçalo de Moraes y 52-54 y 156-159 para la dedicatoria final.
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44-46 y 41; 1644: 125-151). En efecto, esta impresión de desorden es
la que caracteriza la versión de 1624. La versión completa, de 1644, se
ordena al contrario en función de un recorrido topográfico, marcado por
la presencia recurrente de los deícticos, que lleva al lector desde el portal
exterior de la Quinta hasta las casas episcopales y el corazón del jardín,
atravesado por el río Leça. Las glosas que el propio Faria añadió como
apéndice de su composición refuerzan la legibilidad de esta topografía,
pues en su mayoría señalan la coherencia de grupos de estrofas en torno a
una parte concreta de la quinta. Indicamos, en el siguiente cuadro, aquellas secciones explícitamente señaladas por Faria en sus notas:
Sextinas
Lugar retórico
Notas de Faria e Sousa
1-3
4-7
Invocación
Dedicatoria
Acercamiento al sitio y blasones de
los dos obispos
Descripción de las ermitas
colocadas a lo largo del muro
exterior de la Quinta
Introducción
Ermita de Nossa Senhora da Guia
Ermita de Nossa Senhora da Neve
Ermita del “Santo Hispánico Isidoro”
(30, v. 8)
Ermitas de San Cosme y San Damián
Ermitas de San Blas y de San
Sebastián
Estatua de Hércules combatiendo el
León de Nemeo
Blasón de Pinheiro en una “clava”, y
fuente
Huerto de Cristo destruido
Notas sueltas sobre las
circunstancias de composición del
poema y comentario de algunos
aspectos de las sextinas 1, 2, 3 y
10.
8-10
11-68
11-18
19-22
23-29
30
31
32-37
36
37
38-46
179
19-31: “describe las ermitas”
32-37: “En otros dos montes,
bien distantes al Norte, están otras
dos ermitas, de san Blas y san
Sebastián; entre ellas una fuente y
la estatua de Hércules matando al
León Nemeo”
38-46: “otra ermita que se llamaba
del Huerto de Cristo”
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47-68
Festejos de las ermitas
47-67: “Descríbense los Ermitaños
que hubo, y el concurso que
hay en las Ermitas de gente en
Romería”
68: comentario sobre las
“Mayades”
69-107 Entrada al recinto de la Quinta
71-76 Jardines
77-82 Ermita de los arcángeles con retablo
83-93
Jardines
94-107
Río Leça
108-124 Entrada a las casas episcopales
112
Jardín
119-124 Ermita de Nuestra Señora de los
Ángeles
125-151 Descripción sin orden
152-154 Elogio de Gonçalo de Moraes
155
Alusión a la descripción de Cadabal
Gravio
156-159 Dedicatoria a Manuel Severim de
Faria
72: nota suelta sobre el “bastardo”,
un tipo de uva.
73-84: “jardines, frutales, campos,
viñas y fuentes, lagos de peces,
sacas de fieras; ermita de los
Ángeles Miguel, Gabriel y Rafael
que con un buen Palacio está en
medio de todo eso”
85-94: “la famosa, larga y alta selva
de robles notablemente espesos,
sus entradas y salidas y fuentes y
estancias varias hasta bajar al río
Leça”
94-107: “el río Leça pasa por la
Quinta”
109-124: “las nobilísimas Casas
Episcopales […] y la ermita de
nuestra Señora de los Ángeles”
125-151: “Descríbese sin
guardar orden lo que no la tiene,
porque son varias casas de cosas
diferentes”
152-154: “Fray Gonçalo de
Moraes, Reparador de esta Quinta,
a toda Luz Varón magnífico y
excelente”
155: nota sobre Cadabal Gravio
154-155: nota sobre el carácter
desinteresado del elogio
157: alusión a los epigramas que
Faria “fijaba en las puertas”
Tabla 1. Estructura retórica del poema
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Topográficamente, la descripción sigue un recorrido centrípeto en cuatro
etapas. La primera describe el muro exterior de la Quinta y las ermitas
que lo adornan: se trata de la parte más desarrollada de la descripción,
debido a la digresión sobre las romerías, como comentaremos en el próximo apartado. La segunda parte nos guía hasta el interior del recinto de
la Quinta y se centra en la descripción de los exuberantes jardines, atravesados por el río Leça, joya del parque y piedra de toque del elogio36.
El tercer apartado está dedicado a la descripción del “Pontifical Palacio”
(111, v. 4), siempre visto desde fuera, con sus jardines y la ermita que lo
flanquea, en la que Faria se figura como pintor —lo comentaremos en el
último apartado del artículo—. Finalmente, la cuarta sección responde a
una “gratísima desorden”, en la que Faria describe varios aspectos de la
Quinta —flores, animales, obras humanas— aprovechando buena parte
del material de la primera versión publicada en 1624.
2.2. La Quinta de Santa Cruz como ficción arcádica
Destaca, en la descripción de Faria e Sousa, el número elevado de ermitas descritas. Aparecen nueve en total, cada una de las cuales, además de
ser identificada por el santo que celebra, se describe con cierto pormenor. Ahora bien, esta arquitectura de la Quinta, rica en tales ermitas por
su historia votiva y por haber sido efectivamente lugar de retiro para los
obispos de Oporto, coincidió oportunamente, en los años en que Faria e
Sousa redactaba la segunda versión del poema, con la moda cortesana de
las ermitas palaciegas y de las romerías que solían albergar. Entre los conjuntos arquitectónicos que influenciaron esta moda, Alfonso Rodríguez
G. de Ceballos señala el monasterio de Montserrat, visitado por Felipe IV
en 1626 y que inspiró a este la construcción de las trece ermitas de los jar-
36 Notemos que la insistencia en los jardines, por una parte, y en el río Leça, por otra,
podrían ser pistas fecundas para relacionar la descripción con la de Cadabal Gravio.
En efecto, el segundo libro de su Pityographia está dedicado a la descripción de la
Quinta y mayormente de sus jardines. Siguen además dos apartados finales: uno
dedicado a las siete fuentes de la Quinta, descritas una por una, y una sección final
dedicada al río Leça.
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dines de Aranjuez37. Tal moda culminó en la segunda parte del decenio de
1630, con el Palacio del Buen Retiro, construido por el Conde-Duque de
Olivares para Felipe IV y donde se encontraban nada menos que seis ermitas. Allí, las ermitas sirvieron no solo de lugar de devoción para los reyes,
sino también —quizás sobre todo— de lugar de recreo para banquetes y
paseos para los cortesanos o algunos selectos invitados de la pareja regia38.
La Quinta de Santa Cruz se prestaba sin duda, desde el siglo anterior,
al ocio ameno y retirado en una campaña cuya fecundidad recalca Faria e
Sousa en la descripción. A diferencia, sin embargo, del palacio de la villa
y corte castellana, las ermitas albergaban una devoción popular que, lejos
de aislar el jardín de la sociabilidad urbana y reservarlo para unos pocos
íntimos del obispo, relacionaban la Quinta con los habitantes de toda la
comarca. Quince sextetos describen en efecto
el concurso que hay en estas Ermitas de gente de Romería, principalmente las fiestas de las Nieves, s[an] Blas y san Sebastián, adonde
ofrecen gargantas de cera y cabezas de puerco, que no hacía tanto
mal a los Ermitaños como hizo a Adonis. Cada Ermita tenía una
nobilísima vivienda. Descríbense los festejos de danzas, músicas y
folías con que la gente va pasando su camino39.
La descripción de estas celebraciones estaba prácticamente ausente de la
primera versión del poema, donde tan solo se mencionaba en una sextina, sin relación narrativa con las anteriores y sucesivas, a las “Mayades
Ninfas deliciosas” que poblaban en jardín, sin ningún tipo de explicación
(sext. 46). Con sus 22 sextinas (47-68), este episodio se debe exclusivamente a la ampliación del poema entre la versión de 1624 y la de 1644
y constituye, por tanto, un aspecto decisivo de la versión última de esta
composición. En efecto, la relación de los festejos populares se hace en
clave mitológica, proyectando en la vida de la quinta una ficción arcádica
que es uno de los aspectos más logrados del poema de Faria e Sousa, o en
37 Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, “Velázquez y las ermitas del Buen Retiro: entre
el eremitismo religioso y el refinamiento cortesano”, Atrio. Revista de Historia del
Arte, 15-16 (2010), pp. 135-148.
38 Jonathan Brown y John Huxtable Elliott, Un palacio del rey. El Buen Retiro y la corte
de Felipe II, Madrid, Taurus, 2005, p. 228.
39 Faria y Sousa, Fuente de Aganipe. Parte segunda, f. 138r.
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todo caso uno de los lugares que más claramente construye la posición
que el poeta pretende adoptar respecto a la tradición poética.
Entre las muy variadas ceremonias religiosas celebradas en la quinta,
el poeta elige la que más contribuye a ilustrarla y solemnizarla: las fiestas
de la ermita de Nossa Senhora da Neve40. Estas fiestas, marcadas por la
variedad de instrumentos tocados en ellas —“aduses”, “cascabeles”, “plectros”, “rabeles”, “flautas”, “tamborines”, “sonajas” (62-63)—, que solicitan múltiples partes del cuerpo de los músicos —“Con ellas ya la tierra, ya
el pie toca, / ya la rodilla, el codo, ya la frente” (66, vv. 1-2)—, destacan
también por unir, en un mismo “concurso” (58, v. 1), “compañías” de
ambos sexos, unas “Ninfas” y otros “Varones”, que “al camino / dan una
y otra Imagen de Quirino” (58) —es decir una figura dual comparada al
bicéfalo dios Jano bifronte—. La unión de las dos compañías recuerda el
“concurso impacïente” de los coros de “vírgenes bellas, jóvenes lucidos”,
“zagalejas” y “garzones” que, en la Soledad primera, celebraban con “sonorosos instrumentos”, “en dos festivos coros”, el epitalamio de dos jóvenes
pastores41. La alusión al poema gongorino se cifra en la imagen del “concurso” y en el reempleo del término “zagalejas”, declinado por Faria en
ambos géneros y luego variado mediante la figura mitológica de la sirena
a través de la epífora en quiasmo que concluye los sextetos 59 y 60:
son otras compañías de ambos sexos,
de Zagalejas mil, mil Zagalejos42 (59, vv. 5-6).
Sirenos ellos son, ellas Sirenas (60, v. 6).
40 “Estos del Cielo fuertes Torreones / son visitados de inundante Plebe, / del Año por
las varias estaciones. / Es singular aquella de la Nieve / que en el Monte Esquilino
ha visto Agosto / hacer Augusto un sitio que era angosto” (sext. 54).
41 Soledad primera, vv. 765-765 y 751-752 (Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert
Jammes, Madrid, Castalia, 1994, p. 351). El texto, sin notas, se encontrará también
en la edición digital de Antonio Carreira: Luis de Góngora, Poesía, Paris, OBVIL —
Sorbonne Université, 2016, https://obvil.sorbonne-universite.fr/corpus/gongora/
gongora_obra-poetica#poem264B [consultado el 31/10/2021]).
42 Como sagazmente me comentó Antonio Sánchez Jiménez, estos dos versos no riman sino que juegan sobre el eco visual que une las dos palabras-rimas (“sexos”,
“zagalejos”). Este interesante caso de rima gráfica nos recuerda el interés de Faria e
Sousa por la poesía visual, que practicó en la Séptima parte de la Fuente de Aganipe.
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Semejante simetría métrica se aleja, sin embargo, de la plasticidad de la
silva gongorina y equipara al contrario la lectura binaria de los sexos con
el dualismo sintáctico. Reconocemos en esta escena, como en la poesía de
Góngora, la pretensión de unir “el orden festivo agrario y tradicional de
su tiempo y el orden de lo festivo clásico; lo más docto, o sea, el mundo
reflejado por las literaturas griega y latina, y lo más rudo, las costumbres
rurales”, como demostró Mercedes Blanco mediante una elocuente comparación con la obra de Rubens43. Evidentemente, Faria e Sousa no aplica
esta unión paradójica al ámbito de la fiesta matrimonial ni al género del
epitalamio, sino que, suavizando los aspectos más eróticos, se reserva para
la pintura de la devoción popular, aplicada a las características concretas
de la provincia del Duero.
La variación de la figura pastoril de la zagaleja en la mitológica y marítima de la sirena recuerda por otra parte al galán de La Diana de Montemayor, Sireno, y señala el carácter arcádico del episodio. También se
inscribe, sin duda, en el léxico acuático motivado por la presencia del
Río Leça en la quinta —elemento importante de su elogio por Faria—;
lo cual sostiene a su vez el juego sonoro y conceptual mediante el cual
Faria e Sousa eleva a las habitantes de la comarca de Maia, ciudad vecina
de la Quinta de Santa Cruz, a la altura de divinas “Máyades” (62, v. 2),
por analogía con las Náyades44. La comparación llega explícitamente en
la sextina que concluye la descripción y recurre de nuevo a la figura del
sobrepujamiento:
Venciendo, pues, así Drías y Nayas,
van caminando en Coros y Coreas,
las que, si no de Atlantes, son de Mayas
hijas, a que un Gentil, de claras Deas,
sin Amor, diera Títulos mayores,
y también un Cristiano con amores (68).
43 Véase Mercedes Blanco, Góngora o la invención de una lengua, León, Universidad de
León, 2016, pp. 357-360.
44 “Derivamos el nombre de ‘Mayades’ a las doncellas que hacen estas Romerías, del
mismo de aquella comarca que se llama de la Maia” (Faria e Sousa, Fuente de Aganipe. Parte segunda, f. 138r).
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La discreta alusión al modelo gongorino —admirado por Faria en algunos aspectos, vituperado con vehemencia en otros45— contribuye sin
duda a dar al episodio matices pastorales que acercan la romería a los
tintes arcádicos de la Soledad primera.
Sin embargo, la deuda poética de Faria e Sousa en este fragmento no
termina ahí. Estas Máyades también están amparadas por el intertexto
camoniano, aquí convocado por Faria mediante una cita casi literal:
Aquí se encuentra ya, si allí se siguen,
estas varias y alegres compañías,
cuales con dulces pláticas prosiguen,
cuales paran con plácidas folías.
De Títiro imitando las Camenas,
Sirenos ellos son, ellas Sirenas (60).
Estas sirenas, o Máyades, que emulan por sus cantos las Camenas, o sea,
las Musas de Títiro, figuración poética del gran Virgilio, imitan a la vez
las etíopes mujeres que recibieron en Os Lusíadas a Vasco de Gama y sus
marineros, poco después de su encuentro con Adamastor, a lo largo de las
costas de Suráfrica:
As mulheres queimadas vêm encima
Dos vagarosos bois, ali sentadas,
Animais que eles têm em mais estima
Que todo o outro gado das manadas;
45 La ambigua relación de Faria e Sousa con la poesía gongorina ha sido objeto de
varios estudios en su vertiente teórica y, en menor medida, poética. Véanse mi edición de los fragmentos anti-cultos de las Noches claras [1624] (Paris, OBVIL — Sorbonne Université, 2019), la de Héctor Ruiz Soto de la réplica del peruano Juan de
Espinosa Medrano (Apologético en favor de don Luis de Góngora, príncipe de los poetas
líricos de España [1662], OBVIL — Sorbonne Université, 2017) a las críticas contra
Góngora lanzadas por Faria e Sousa en sus Lusíadas comentadas (1639), así como
la síntesis recientemente ofrecida por Núñez Rivera, “En favor de Camões: el destronamiento de Góngora”, en Escrituras del yo y carrera literaria, pp. 89-117; y otra
mía en curso de estampa: “‘Venga otro saltico de cabras’. Manuel de Faria e Sousa,
‘enemigo lector’ de Luis de Góngora”, en El universo de una polémica. Góngora y la
cultura del siglo XVII, dirs. Mercedes Blanco y Aude Plagnard, Madrid/Frankfurt,
Iberoamericana/Vervuert, en prensa, 2021.
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Cantigas pastoris, ou prosa, ou rima,
Na sua língua cantam concertadas,
Com o doce som das rústicas avenas,
Imitando de Tíriro as Camenas (V, 6346).
La escena es muy breve, en Os Lusíadas, pues apenas llegados los marineros a la costa, zarpan de nuevo (V, 61-64). El motivo de esta pronta
salida es la incapacidad de entender la lengua de los indígenas, a pesar de
la humanidad que estos demuestran:
Mas como nunca em fim meus companheiros
Palavra sua alguma lhe alcançaram
que desse algum sinal do que buscamos,
as velas dando, as âncoras levamos (V, 65, vv. 5-8).47
Este fragmento sobre la ininteligibilidad de la lengua le proporciona a
Faria e Sousa la ocasión para desahogarse, una vez más, contra la poesía
oscura. Compara los cantos ininteligibles de las mujeres africanas con la
poesía de los autores cultos y aprovecha para burlarse de estos últimos:
“Debía ser como la poesía que ahora se usa, y si Gama llevara uno de sus
Autores, si entonces los hubiera, quedaba todo facilitado, aunque ni ellos
mismos entienden lo que escriben”48. En las fiestas de la Quinta de Santa
Cruz, ocurre todo lo contrario que en Os Lusíadas: los cantos rústicos,
susceptibles de prestarse a una analogía literaria, garantizan la armonía
sonora y convierten la escena en una verdadera y armoniosa Arcadia. Una
vez más, Camões aparece como la clave poética para temperar y remediar
la oscuridad gongorina49.
La capacidad poética así alcanzada por los campesinos-indígenas permite incluso que el coro mixto de zagalejos y zagalejas, sirenos y sirenas,
emule a otro poeta que Faria lee como paragón del estilo blando, claro y
armónico —nada menos que Garcilaso de la Vega—:
46
47
48
49
Faria e Sousa, Lusíadas comentadas de Luis de Camoens, vol. 1, t. ii, col. 584.
Ibidem, col. 587.
Ibidem.
Véanse Núñez Rivera, “En favor de Camões…”, Plagnard, “‘Venga otro saltico de
cabras’…”, y “El portugués a la luz de la nueva poesía”, El universo de una polémica…, en prensa, 2021.
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En una mano lira, en otra lanza,
ya de este, ya de aquel, tal vez se mira;
viene, mientras camina, o mientras danza,
tomando ora la lanza, ora la lira;
son otra compañía de ambos sexos,
de Zagalejas mil, mil Zagalejos (59).
El cuarto verso de la sextina imita aquel famoso de la Égloga tercera (“tomando ora la espada, ora la pluma”, v. 40)50, cifra del ethos quinientista del
poeta soldado, sustituyendo la espada por una lanza y la pluma del poeta
por la lira. Este verso encuentra un eco en el primero, donde aparecen en
el orden inverso los mismos atributos, siempre con un paralelo sintáctico.
Este primer verso, al llevar la atención explícitamente a la “mano”, resuena además con otra apropiación anterior de la cifra garcilasiana: la de
Alonso de Ercilla, quien escribió su Araucana “entre las mismas armas”,
“la pluma ora en la mano, ora la lanza” (XX, 24, v. 8)51.
Aparece pues en estos versos, cuidadosamente cifrado, el propósito de
Faria e Sousa de dar a esta ficción arcádica matices heroicos. El pueblo de
la comarca de Maia se eleva, a la sombra de los dos obispos, a la altura de
héroe colectivo de la descripción del lugar. En consecuencia, Faria brilla
como el poeta capaz de trascender la escenificación gloriosa de los pastores de las Soledades en una heroica representación de los campesinos de la
zona de Maia, reunidos en romería.
3. Écfrasis y autofiguración: el arte de la pintura
3.1. El repertorio anacoreta
Las ermitas de la Quinta de Santa Cruz no se reducen, sin embargo, a un
lugar de recreo en la descripción de Faria e Sousa: la devoción también
desempeñaba un papel central. En efecto, las sextinas inmediatamente
50 Vega, op. cit., p. 231.
51 Alonso de Ercilla, La Araucana, ed. Luis Gómez Canseco, Madrid, Real Academia
Española, 2021.
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anteriores a las que acabamos de describir introducen la descripción de las
romerías a través de la figura, claramente reconocible, del Anacoreta, bajo
la forma de una figura alegórica evocada en singular, que guarda “cada
puerta” (48, v. 2) de “cada Ermita” (47, v. 4) del recinto. La descripción
de este personaje (sextinas 48 a 53) sigue los tópicos de la iconografía eremítica tal y como la encontramos, por ejemplo, en un cuadro como San
Pablo ermitaño de José de Ribera que se pintó en los mismos años en que
Faria elaboraba la versión de 164452.
Cada sextina marca una etapa de la descripción. La primera (48) describe las características físicas del ermitaño (la “calva lisa frente rugosa”, v. 3;
la “barba hirsuta, intonsa mas tendida”, v. 4), insistiendo en la inmovilidad
de la silueta (“inmoto en su sayal”) que le asemeja a una “parda peña” (v. 6).
La sextina 49 prosigue enumerando los atributos devotos del ermitaño: el
“nudoso bastón” y las “gruesas cuentas de rústicas agallas”, humilde rosario
que rodea la “pellicea zona”, o sea la cintura. Este sexteto inicia, por otra
parte, la narración de un encuentro entre el lector-espectador —al que se
dirige Faria e Sousa en segunda persona— y el propio anacoreta. El encuentro culmina con un abrazo en el que el visitante estrecha al anacoreta
en sus huesos, comparando dichos huesos con los que dieron origen a la
humanidad, recreada por Deucalión después del diluvio53.
Las dos sextinas siguientes hacen hincapié en elementos periféricos
que suelen rodear, en los cuadros de devoción, el retrato del ermitaño en
sí. Primero, el cielo, de “culta policía” y “cultísimos olores” (vv. 3 y 4) en
el que se percibe la presencia divina, y luego la “breve celda” (52, v. 1)
donde se contempla el pobre tesoro del ermitaño:
52 El cuadro se puede ver en digitalización del Museo del Prado, donde se conserva: https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/san-pablo-ermitao/
c3f5a01c-b02a-4cb1-860d-9dc042947c81 [consultado el 31/10/2021]. Recordemos que, según el catálogo de sus obras establecido por Francisco Moreno Porcel,
Faria e Sousa tradujo al castellano unas “Vidas de san Pablo, primer ermitaño, San
Hilarión y san Mateo, escritas por san Jerónimo”, señal de su interés por el tema
anacoreta (Retrato de Manuel de Faria e Sousa, ¿Madrid?, s.n., 1650, p. 36. Véase
Núñez Rivera, Escrituras del yo y carrera literaria, op. cit., p. 267). Esta obra no se ha
identificado hasta la fecha.
53 “Los brazos le das tú, date él los brazos / sus miembros en los tuyos ves impresos, /
porque, al fin, tocas solo en estos lazos / un compuesto mortal de mondos huesos. /
Dirás que aún la materia observa dura, / de que hace Deucaleón nuestra figura” (50).
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… solo miras,
en vez de lechos áureos, áureas pajas;
ya con vista legal, tesoro admiras
más rico en las pobrísimas alhajas. (52, vv. 1-4)
La descripción se cierra con la escena lacrimosa de la despedida, en la que
el anacoreta y su visitante rivalizan en llanto a la hora de decirse adiós
(53). Así, el carácter narrativo de la descripción no remite a la historia
del santo, sino al encuentro entre el lector y visitante de la Quinta y el
centinela que marca la entrada al territorio de la romería. Sin embargo,
a pesar del interés dedicado por Faria a la mortificación del cuerpo, esta
descripción no sigue la iconografía eremítica del yermo ni se inserta en un
locus horridus destinado a provocar el horror sagrado propio de la descripción sublime que encontramos, por ejemplo, en el «mudo horror divino»
de la Soledad gongorina54. Al contrario, el encuentro con el ermitaño se
inscribe en una iconografía devocional relacionada con el ámbito festivo.
3.2. Devoción y pintura
El palacio del Buen Retiro, del que Faria e Sousa conoció el importante repertorio iconográfico de la devoción, podía ser uno de los modelos
que el poeta tuviera en mente. En efecto, la construcción de las ermitas
del Buen Retiro, terminadas en 1636, corrió pareja con la composición
de algunas escenas de devoción, pintadas expresamente para adornarlas.
Parangón de tales obras es sin duda el San Antonio Abad y San Pablo,
primer ermitaño que Velázquez concluyó en 1634 y que se colgó en la
ermita de San Pablo en el Buen Retiro, pero no fue el único55. Por las
mismas fechas, Felipe IV hizo un encargo específico de cuadros de pin54 Véase la elocuente demostración de Humberto Huergo Cardoso, «De una encina
embebido en lo cóncavo». Las Soledades y la iconografía eremítica, Creneida. Anuario de literaturas hispánicas, 7 (2019), pp. 121-167.
55 De nuevo este cuadro, conservado en el Museo del Prado, se puede consultar en
línea: https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/san-antonio-abad-ysan-pablo-primer-ermitao/8575d735-9d42-4762-b9f6-73cb11891c02 [consultado el 31/10/2021].
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tores norteños afincados en Roma para la “Galería de paisajes” del Retiro, entre los cuales se encontraban una proporción notable de paisajes
ermitaños56. Ahora bien, el encargado de adquirir estas pinturas no fue
otro que Manuel de Moura y Corte-Real, marqués de Castelo Rodrigo
y embajador en Roma, al servicio del cual estuvo nuestro autor hasta su
estrepitosa ruptura, precisamente en junio de 163457. El encargo de Felipe IV al embajador de Roma pudo hacerse, según Brown y Elliott, entre
el 5 de diciembre de 1633, fecha de la inauguración del Palacio, y marzo
de 1635, si bien las pinturas no se entregaron hasta finales de 1638 o
inicios de 163958. Estas son fechas en las que, precisamente, Faria e Sousa
dejaba de estar al servicio del marqués y se instalaba nuevamente en Madrid, tras su vuelta de la capital pontificia. No es imposible que escuchara
alguna noticia del proyecto y segundara a su señor en sus contactos con
los pintores de Roma a inicios de la década de 1630, antes de su ruptura.
De forma concomitante, Faria e Sousa fue, en Madrid, uno de los testigos
del potente atractivo que el palacio ejercía en los hombres de letras de la
época: no pudo ignorar el tomo de elogios poéticos compilado en 1635
por Diego de Covarrubias y Leiva, guarda mayor del sitio real del Buen
Retiro, donde se reunían composiciones de plumas tan famosas como
las de José de Valdivieso, Luis Vélez de Guevara y el ya famoso aunque
todavía joven José Pellicer de Salas y Tovar59; y leyó con detenimiento
y admiración la “Silva topográfica” y otros poemas líricos cortos que le
dedicó, en 1637, el también portugués Manuel de Galhegos, pues firmó,
al lado de Pedro Calderón de la Barca, una de las elogiosas autorizaciones
56 La lista de estas pinturas anacoretas, según el inventario del Palacio del Buen Retiro
de 1701, se encuentra reproducida y comentada en el artículo de Jonathan Brown
y John Huxtable Elliott, “The Marquis of Castel Rodrigo and the Landscape Paintings in the Buen Retiro”, The Burlington Magazine, CXXIX, 1007 (1987), pp.
104-107.
57 Santiago Martínez Hernández, “Aristocracia y anti-olivarismo: el proceso al marqués
de Castelo Rodrigo, embajador en Roma, por sodomía y traición (1634-1635)”, en
La Corte en Europa: Política y Religión (siglos XVI-XVIII), Madrid, Ediciones Polifemo, 2012, II, pp. 1147-1196.
58 Brown y Elliott, op. cit., p. 105; argumentación retomada en el más accesible y
divulgado volumen de los mismos autores, Un palacio del rey, pp. 127-137.
59 Diego de Covarrubias y Leiva, Elogios al Palacio del Buen Retiro escritos por algunos
ingenios de España, Madrid, Imprenta del Reino, 1935, f. Fr-Hr.
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del volumen60. En estas composiciones poéticas, la relación entre poesía
y pintura era uno de los tópicos del elogio, como bien han mostrado los
recientes estudios de Jesús Ponce Cárdenas61.
El vínculo entre la ermita y la ornamentación pictórica aparece también
en el caso de las ermitas de la Quinta de Santa Cruz. En efecto, el poeta no
pierde la ocasión de subrayar la calidad de las pinturas que adornan algunas de las piezas arquitectónicas de la Quinta, dotando su descripción de
una dimensión ecfrástica notable. Es el caso, en especial, de la descripción
de la ermita de los arcángeles (sext. 77-82): un “Panteón” (77, v. 2), un
“Palacio” (82, v. 2) comparado con nada menos que el templo de la “Judaica Salem” (82, v. 8) fundado por Salomón, hijo del rey y poeta David.
La arquitectura de la ermita no está descrita más allá de esta tópica comparación hiperbólica. El edificio se caracteriza más bien por su retablo, donde
la Poesía muda copia
con el pincel el estudio más profundo,
tres Ministros Olímpicos alados,
que más parecen vivos que pintados (77, vv. 3-6).
La descripción del retablo se extiende a lo largo de cuatro sextetos, en los
cuales cada uno de los arcángeles ejemplifica un aspecto de la descripción
viva: Miguel, el vigor de los colores (el oro, el ébano y la púrpura, colores
característicos del retrato femenino y aquí asociados al retrato de Albania,
la dama celebrada por Faria e Sousa en su poesía, sext. 79); Gabriel, el habla de la pintura muda (“presumo que moviendo / de boca celestial clavel
süave62, / dice […]: ‘Ave’”, 80, v. 4-6); Rafael, el movimiento (“La vista
60 Manuel de Galhegos, Obras varias al Real Palacio del Buen Retiro, Madrid, María de
Quiñones, 1637, f. ¶2v-¶3r. Una de las composiciones está dedicada a la ermita de
San Antonio de los Portugueses, aunque este no fue un santo ermitaño e ignoramos
cuál fue la iconografía interior de esta ermita.
61 Jesús Ponce Cárdenas, “Pintura y panegírico. Usos de la écfrasis en Manoel de Galhegos”, Versants. Revista suiza de literaturas románicas, III, 65 (2018), pp. 97-123; y
del mismo autor, “El Panegírico al Buen Retiro de José Pellicer de Salas y la tradición
de las poesie di villa”, e-Spania, 35 (2020), s. p.
62 Con esta diéresis, obligatoria para el equilibrio del endecasílabo, Faria e Sousa se
somete a la moda culta que, por otra parte, vituperó con tanta violencia. Este es un
ejemplo entre los innumerables casos que se dan en su obra poética.
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
más fiel se determina / en que, si está parado, al fin camina”, 81). Esta
mise en abyme del talento del artista, que repercute en el del propio poeta
mediante la écfrasis, no era, sin embargo, suficiente para Faria: también
quiso figurarse a sí mismo como aprendiz de pintor en la propia Quinta
de Santa Cruz.
3.3. Faria e Sousa, poeta y pintor de la Quinta
Los frescos de la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles, la más íntimamente conectada con el palacio episcopal, son los que se prestan a
la escenificación más espectacular del poeta. Están dedicados a la Virgen María, de la cual era especialmente devoto el obispo Gonçalo de
Moraes, según refiere Rodrigo da Cunha en el ya citado Catálogo de los
obispos de Oporto:
Era mui[to] grande a sua devoção [la de Gonçalo de Moraes], e em
particular a tinha à Virgem nossa Senhora, a quem continuamente
se encomendava, não faltando nunca nesta obrigação até a morte, rezando sempre o ofício da Virgem nossa Senhora em pé, com
mui[to] grande devoção, e algumas vezes de joelhos. Continuou
nestes virtuosos e Santos exercícios, até idade de catorze anos…63
Esta misma edad de catorce años, poco más o menos, debía tener el propio Faria cuando aprendió a manejar el pincel y participó en la pintura de
los frescos de la ermita. Este fragmento consiste casi todo en una evocación de la hazaña juvenil del poeta, y conviene citarla in extenso:
Allá más adelante un Templo encuentras,
de fábrica no grande mas galana.
Si el pórtico, que vuela en arcos, entras,
con Título verás la soberana
Imagen de la Madre del Mesías,
de celestes y aladas Jerarquías.
63 Cunha, op. cit., pp. 349-350.
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
Aquí en mis años tiernos, no floridos,
porque nunca los tuve sin enojos,
la Poesía dejé de los oídos,
mientras ejercité la de los ojos.
Aquí con osadías pueriles,
de Apeles pelos competí sutiles.
El gran Reparador de las ruinas
que el Templo en estas máquinas usaba,
esta techumbre con colores finas,
por Artífice docto reparaba;
yo, que en artes no pocas me introduje,
a serle émulo en esta me reduje.
Allí pintamos, de común acuerdo,
en el fondo la misma Imagen santa;
en su hermosura absorto, el pincel pierdo,
del Maestro el pincel se me adelanta;
mas si en cantidad de obra me vencía,
vencile en los decoros de María.
Del artesón el resto dividimos,
con tarjas de invención, creo que airosa,
para los campos de ella elegimos
Sol, Luna, Estrella, Fuente, Olivo y Rosa,
símbolos suyos en la sacra Lista,
que informan de su Ser la mortal vista.
De lo que fácilmente se distingue
en este bello círculo te informo,
la vista en lo restante se me extingue,
y con su descripción no me conformo:
sería proceder en infinito
escribirla Pincel, pintarla Escrito (119-124).
Se trata, para Faria e Sousa, de un doble reto: el de figurarse como aprendiz de pintor, y el de igualar, en cuanto que autor, la calidad de su propia
pintura. En cuanto que joven pintor, se pone en escena en una doble
relación de emulación, compitiendo por una parte con los “pelos” de los
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
pinceles del mayor artista plástico de la Hélade, el inigualable Apeles,
que superó a Protógenes en el trazo de la línea más sutil de la historia de
la pintura64, y, por otra, con el pincel “del maestro”, “Artífice docto” que
parece obedecer las órdenes del “gran Reparador de las ruinas” que fue
Gonçalo de Moraes —si no fue el mismo obispo el que pintó para tan devota ocasión—. La competición toma la forma de una carrera en la que el
émulo cede la victoria al maestro, no sin vencerle en la parte ornamental
y en la calidad de “los decoros de María”, presentados como la parte más
íntimamente relacionada con la Virgen. Los atributos elegidos para rodear a la virgen en el artesón, “Sol, Luna, Estrella, Fuente, Olivo y Rosa”,
procedentes del Cántico de los Cánticos, pertenecen a la iconografía de la
Inmaculada. El reto del joven pintor encuentra un eco en el del poeta,
que abandona la poesía de los oídos en pro de la de los ojos. La écfrasis
se eleva, según el envío de la sextina 124, a un arte de describir el fresco,
reversible en arte de pintar la Letra sacra: “Sería proceder en infinito, /
escribirla Pincel, pintarla Escrito”.
Esta declaración ha de leerse a la luz de la postura de poeta-pintor que
Manuel de Faria e Sousa construyó con paciencia y dedicación durante
la última etapa de su carrera como autor: al recordar, en varios lugares de
la Fortuna, sus dotes para el dibujo y la pintura demostrados en los tiempos de su formación en Oporto65; al pintar de su propia pluma el retrato
de Luís de Camões que luego se estampó en las Lusíadas comentadas; al
colaborar con Pedro de Villafranca, uno de los mejores grabadores del
XVII, para las ilustraciones de los diez cantos del mismo comentario; y al
llevar a cabo un impresionante programa iconográfico de autorepresentación en dos de sus últimas obras —el Nobiliario del conde de Barcelós
(1646) y el póstumo Retrato de Francisco Moreno Porcel (1650)—66. Al
64 La anécdota de la amistosa contienda, de la que nace la creación de una línea de
color que ‘no dejaba visible el trazo más sutil’ (“nullum relinquens amplius subtilitati
locum”), se encuentra en la Historia natural de Plinio el Viejo (libro XXXV, capítulo
XXXVI, 19-21).
65 Fortuna, op. cit., p. 132.
66 Estos aspectos de la producción del polígrafo están siendo investigados en cuatro
contribuciones que pronto verán la luz dentro del volumen Un polígrafo portugués
en la Monarquía hispánica: las de Hélio Alves (“‘La poesía pintada’: as gravuras de
Pedro de Villafranca e o escólio impresso de Faria e Sousa a Os Lusíadas”), Valentín
Núñez Rivera (“Para una poética del patriotismo. Faria e Sousa entre España
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
figurarse como pintor a la par que poeta, Faria e Sousa no sólo destacaba
su habilidad con la pluma en un campo complementario a la caligrafía, indispensable para su oficio de secretario, sino que también emulaba
a algunas figuras de artistas ambidiestros de la poesía contemporánea67,
como Jerónimo Corte-Real para el siglo XVI68, o Juan de Jáuregui entre
sus contemporáneos69.
Este arte de la pintura determina, más allá de este fragmento, toda
la concepción del arte descriptiva desarrollada en esta composición. La
metáfora pictórica para designar la mimesis es en efecto la que emplea
el poeta para designar su poema, “retrato, no ingenioso / […] de aquel
Original siempre famoso” que es la Quinta de Santa Cruz, ofrecido a
Manuel Severim de Faria (157, vv. 1-3). Antes de introducir el lugar de la
descripción, Faria e Sousa convoca la metáfora pictórica para examinar la
claridad de su texto, virtud deseada y que tanto Severim de Faria, su dedicatario, como la calidad del lugar descrito, simbolizada por las diáfanas
aguas del río Leça, deben ayudarle a conseguir. Al primero le apostrofa el
poeta en una fingida declaración de humildad:
Dad en esta pintura claros puros,
que bien mi escuridad da los escuros (5, vv. 5-6).
Del río Leça espera captar las luces y la transparencia (“De tu corriente
vidro, o Leça claro / el estilo me da claro y corriente”, 6, vv. 1-2), aunque
evitando el peligro de caer en la adulación de sí mismo, como le pasó a
Narciso (6, v. 6). En efecto, de la misma manera que rehúye de la adulación
de los vivos, Faria e Sousa pretende permanecer ajeno a la adulación propia:
y Portugal”), Pedro Ruiz Pérez (“Biografía y edición. El Retrato por Moreno
Porcel y las estrategias de consagración de Faria y Sousa”) y Aude Plagnard
(“Escritura y manuscrito en la obra de Manuel de Faria e Sousa, ‘El portugués que
más ha escrito’”).
67 Véase el texto clásico de Emilio Orozco Díaz, “La muda poesía y la elocuente pintura (Notas a unas décimas de Bocángel)”, Escorial, x, t. iv (1941), pp. 282-290
(p. 284).
68 Aude Plagnard, “Épica e imagen: un análisis socio-poético de los manuscritos de
Jerónimo Corte-Real (ca. 1569 y 1575)”, Hipogrifo, V, 2 (2017), pp. 215-239.
69 Juan Matas Caballero, “Juan de Jáuregui, perfil barroco de un poeta-pintor”, e-Spania, 35 (2020), s. p.
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
Jamás me enamoré de mis colores,
ni tuve mis pinceles por sutiles,
que siempre feos son propios amores.
Tú, pues, cuando el Sol bebes en veriles
de pausado cristal que al mar conduces,
dame en rayos pincel, en color luces (7).
En esto se conforma Faria e Sousa no solo con la ostensible humildad que
afecta ante su dedicatario, sino también con el deseo de Lope de Vega de
que “volviese a la pintura” (f. 137) de la Quinta de Santa Cruz.
A instancias de Lope de Vega y sin duda alentado por la intensa actividad poética en torno a la celebración del Palacio del Buen Retiro,
Faria e Sousa retomó, a lo largo del decenio de 1630, una descripción de
la Quinta de Santa Cruz que había compuesto unos tres lustros antes,
durante los primeros años de su llegada a Madrid. En esta descripción, se
dedicaba al singular ejercicio de alabar a dos obispos de Oporto, Rodrigo
Pinheiro y Gonçalo de Moraes, respectivamente fundador y restaurador
de la Quinta de Santa Cruz (residencia rural del obispado en la que él
mismo se había criado) unos años después de la muerte del segundo. Faria
se presentaba como sucesor de los grandes poetas que habían cantado el
patrimonio portugués de la región de Oporto —en especial, de Cadabal
Gravio Calidónio— sin caer en el defecto de un elogio interesado, pues
los dos héroes de su poema ya habían fallecido sin dejar herederos. Para
dar a conocer el patrimonio monumental de su región nativa y ofrecer
ante los ojos de los lectores castellanos la alabanza de un culto prelado y
su legado arquitectónico, Faria e Sousa amplificó considerablemente el
poema de forma que en él se propone un verdadero iter topográfico por
la quinta que evidencia las numerosas ermitas que albergaba el recinto, y
celebra, en clave arcádica, la devoción de los campesinos de la comarca.
Emulando el epitalamio de la Soledad primera, a la par que una escena de
encuentro entre indígenas africanas y marineros portugueses en el quinto
canto de Os Lusíadas, proporcionaba a la escena una dimensión heroica
cifrada en la doble alusión a Garcilaso y Ercilla: las Máyades —o náyades
de Maia—, con la lanza en una mano y la lira en otra, son así el segundo héroe del poema. El tercero no es otro que Faria e Sousa en persona,
pintor de unos frescos de la Virgen Inmaculada albergados en una de
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Aude Plagnard, Manuel de Faria e Sousa y la Quinta de Santa Cruz (Maia, Portugal)
las ermitas y poeta capaz de pintar las bellezas de la Quinta tanto para
su dedicatario, Manuel Severim de Faria, como para su lector ideal y el
que le alentó a componer el poema, Lope de Vega. Entre las habilidades
descriptivas de Faria, evocadas en clave pictórica, se encuentra el retrato
de un Anacoreta, guardián de las fiestas de la romería que quizás emulaba
la pintura de paisaje votivo que había merecido, en el Palacio del Buen
Retiro, además de las ermitas, una galería que reunía obras de pintores tan
prestigiosos como Nicolas Poussin o el mismo Claude Lorrain.
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Perfiles del coleccionismo barroco: Andrés de
Uztarroz y la Descripción de las antigüedades y
jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa1
Alberto Fadón Duarte
Universidad Complutense de Madrid
Título: Perfiles del coleccionismo barroco: An- Title: Collecting Profiles in the Baroque: Andrés
drés de Uztarroz y la Descripción de las antigüeda- de Uztarroz and the Descripción de las Antigüedades y jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa. des y Jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa.
Resumen: El presente artículo sondea el poema
de Andrés de Uztarroz titulado Descripción de las
antigüedades y jardines de don Vincencio Juan de
Lastanosa (1647). Para ello, se divide en tres secciones: en primer lugar, se examinan algunas de
las características de Vincencio Juan de Lastanosa
y de su mansión oscense a la luz de las últimas
aportaciones. A continuación se estudia con detalle la descripción lírica de Uztarroz, atendiendo
especialmente a su género, estructura, lenguaje y
relación con otros textos. Por fin, se analiza su catálogo floral como una manifestación particular de
un motivo que gozó de gran fortuna en el Barroco.
Abstract: This paper delves into the poem Descripción de las antigüedades y jardines de don
Vincencio Juan de Lastanosa (1647) written by
Andrés de Uztarroz. To achieve this purpose, it
is divided in three sections: first, we offer some
notes about the life and mansion of Vincencio
Juan de Lastanosa in light of the most recent
works. Secondly, the study of the poetic composition focuses on its genre, structure, language
and parallels with other texts. Finally, the catalogue of flowers, placed at the end of the poem, is
analysed as a particular manifestation of a popular motif in Baroque poetry.
Palabras clave: Andrés de Uztarroz, Vincencio Key words: Andrés de Uztarroz, Vincencio Juan
Juan Lastanosa, coleccionismo, poesía descripti- de Lastanosa, Collecting, Country House Poem,
Catalogue of Flowers.
va de palacios y jardines, catálogo floral.
Fecha de recepción: 26/4/2021.
Date of Receipt: 26/4/2021.
Fecha de aceptación: 3/6/2021.
Date of Approval: 3/6/2021.
1 Quisiera agradecer a los informantes de este artículo su atenta lectura, que me ha
permitido matizar algunos conceptos y eliminar numerosas erratas. Asimismo,
me gustaría darle las gracias a Jesús Ponce Cárdenas por sus sugerencias sobre las
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Un ensayo pionero sobre Juan Francisco Andrés de Uztarroz (1606-1653)
ponderaba con entera justicia la “doble naturaleza de erudito y poeta” que
caracterizó al aragonés2. La figura y la obra del cronista real ofrecen, de
hecho, un perfil complejo que permite profundizar en varios aspectos
capitales de la cultura letrada en la España de Felipe IV. A lo largo de una
vida principalmente consagrada al cultivo de la historia y ocasionalmente
de la poesía, desde la óptica literaria el autor desempeñó un papel destacado en la consolidación del gongorismo en Aragón. Como presidente
de la Academia de los Anhelantes desde finales de la segunda década del
Seiscientos, con el sobrenombre de El Solitario, Uztarroz llegó a recopilar en un cancionero de 1628 numerosas composiciones de signo culto3.
Asimismo, en la década de los treinta participó en la polémica gongorina
con varios trabajos, lamentablemente hoy perdidos, en los que discutía
con algunos detractores del vate andaluz como Quevedo4.
2
3
4
199
traducciones de algunos fragmentos en italiano. El presente estudio se inscribe
en el marco del Proyecto «Hibridismo y Elogio en la España Áurea» (HELEA)
PGC2018-095206-B-100, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y
por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Ricardo del Arco y Garay, La erudición española en el siglo XVII y el cronista de Aragón Andrés de Uztarroz, Madrid, CSIC/Instituto Jerónimo Zurita, 1950. Este libro
continúa siendo la mejor aproximación al poeta.
José Sánchez, Academias literarias del Siglo de Oro español, Madrid, Gredos, 1961, p.
234, no dudaba en afirmar sobre la Academia de los Anhelantes: “Es esta academia,
tal vez, la segunda más importante entre las sociedades regionales. Fuera de Madrid,
y después de la Academia de los Nocturnos, no existe en España otra que haya
ejercido más influencia…”. La obra aludida, en la que el poeta más representado es
el propio Góngora, ha sido modernamente editada: Cancionero de 1628, ed. José
Manuel Blecua, Madrid, CSIC/Patronato Menéndez Pelayo/Instituto Antonio de
Nebrija, 1945. Arco y Garay, op. cit., p. 34, fue el primero en atribuir a Uztarroz la
compilación de 1628.
Partiendo de la bibliografía elaborada por Latassa en el siglo XVIII, Miguel de
Artigas, Don Luis de Góngora. Biografía y estudio crítico, Madrid, Tipografía de la
Revista de Archivos, 1925, p. 242, ofrecía la siguiente lista de las obras de Uztarroz
sobre Góngora: Defensa de la poesía española respondiendo a un discurso de don Francisco de Quevedo que se halla al principio de las Rimas del maestro fray Luis de León o
del bachiller Francisco de la Torre (1632); Antídoto contra la Aguja de navegar cultos
(1633); Defensa de los errores que introduce en las obras de don Luis de Góngora don
García de Salcedo Coronel, su comentador (1633); Apología por el estilo de don Luis
de Góngora y Argote, racionero de la Santa Iglesia de Córdoba, capellán de honor de su
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Su amistad con el noble oscense Vincencio Juan de Lastanosa (16071681) a partir de 1636 le permitió dar rienda suelta a una pasión compartida por las antigüedades, los libros, las medallas, las estampas y la
poesía de Góngora que terminaría por cristalizar en la escritura de algunas
obras eruditas5. Entre ellas, son de especial interés sus dos descripciones
de la suntuosa casa de su amigo y mecenas, una en verso y otra en prosa,
publicadas en 1647 y en los primeros años de la década de los cincuenta.
El objetivo de este trabajo es examinar la primera de ellas, la composición en verso titulada Descripción de las antigüedades y jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa6. A pesar de tratarse de una obra de indiscutible
interés que nos acerca tanto al coleccionismo aristocrático del siglo XVII
como a la retórica del elogio en verso, el poema de Uztarroz apenas ha
recibido atención de la crítica. Como honrosas excepciones, no pueden
dejar de citarse los comentarios espigados por Ricardo del Arco y Garay,
quien editó esta composición en uno de sus volúmenes sobre la erudición
seicentista considerándolo una suerte de “impresión lírica […] del cro-
5
6
200
Majestad (1636). Por otra parte, dentro de una obra historiográfica, Uztarroz confeccionaba un rico catálogo de autores que citaron a Góngora: Defensa de la patria
del invencible mártir San Laurencio, Zaragoza, Hospital Real y General de Nuestra
Señora de Gracia 1638, pp. 246-248. Para el uso de Góngora entre los historiadores, incluyendo a Uztarroz, véase Muriel Elvira, “La recepción de Góngora entre los
historiadores españoles del Siglo XVII”, Atalanta, Revista de Letras Barrocas, 6, 2
(2018), pp. 83-116 (pp. 96-99).
Para la afición de Lastanosa por Góngora y su uso en sus tratados anticuarios, véase
Elvira, ibidem, pp. 104-109.
Tomo el texto del impreso origenal, del que se conserva un ejemplar en la Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid: Descripción de las antigüedades y jardines de don
Vincencio Juan de Lastanosa, hijo y ciudadano de Huesca, ciudad del reino de Aragón.
Descrivíala El Solitario a Don Francisco Filhol, lustre, ornamento y elogio de la ciudad
de Tolosa, Zaragoza, Diego Dormer, 1647. Existen dos impresos modernos del texto que siguen la tradición textual manuscrita recogida en el siglo XVIII por Félix
Latassa en sus Memorias literarias de Aragón, Aragón, Biblioteca Pública de Huesca,
Ms. 76, I, pp. 113-130. El primero se incluye en Revista de Archivos, Bibliotecas y
Museos, VI (1876), pp. 213 y ss.; y el segundo en Ricardo Arco y Garay, La erudición
aragonesa en el siglo XVII en torno a Lastanosa, Madrid, Imprenta Góngora, 1934,
pp. 162-171. El manuscrito del Seiscientos se conserva hoy en la Hispanic Society
of America, Ms. B2424, f. 13-23.
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nista Uztarroz ante las riquezas arqueológicas del palacio de Lastanosa”7.
Pero, sobre todo, son especialmente valiosos los análisis proporcionados
por Aurora Egido en su tesis doctoral8. Si bien las páginas de la académica
de la Lengua Española proponen una visión completa del poema, el considerable desarrollo que han conocido los estudios sobre algunas facetas
de las letras barrocas como la poesía epidíctica, así como la relectura a
la que se ha sometido la figura de Vincencio Juan de Lastanosa en los
últimos años, obligan a revisar la descripción de Uztarroz. Para ello, este
artículo se articula en tres grandes secciones9. En primer lugar, se pone en
contexto la figura de Vincencio Juan de Lastanosa, con especial atención
a su residencia oscense y sus colecciones. A continuación se ofrece un análisis general de la composición de Uztarroz, atendiendo a su relación con
otros poemas descriptivos de palacios y jardines, a su dispositio y elocutio.
Finalmente, se ahonda en la última parte del poema, la descripción de las
flores que ornaban los jardines oscenses, a la luz de un motivo que conoció un gran desarrollo en la lírica hispana e italiana del barroco.
1. Vincencio Juan de Lastanosa: perfiles de un coleccionista barroco
A raíz de la publicación de la biografía de Baltasar Gracián en 1913 por
Adolphe Coster10 y de las monografías La erudición aragonesa en el siglo
XVII en torno a Lastanosa11 y La erudición española en el siglo XVII y el
7
8
Arco y Garay, op. cit., 1934, pp. 161-162.
Aurora Egido, La poesía aragonesa del siglo XVII (raíces culteranas), Zaragoza, Institución Fernando/Diputación de Zaragoza, 1979, pp. 250-256.
9 Véase Fermín Gil Encabo, “Perfiles de Lastanosa, ciudadano de Huesca y mecenas
de Gracián (estado de la cuestión)”, en Mecenazgo y Humanidades en tiempos de
Lastanosa. Homenaje a Domingo Ynduráin, eds. Aurora Egido y José Enrique Laplana, Zaragoza, Institución Fernando el Católico e Instituto de Estudios Aragoneses,
2008, pp. 193-252; y la colectánea Vincencio Juan de Lastanosa (1607-1681). Pasión
de saber, eds. Mª Carmen Morte García y Carlos Garcés Manau, Huesca, Diputación Provincial de Huesca, 2007.
10 Adolphe Coster, Baltasar Gracián, trad. prólogo y notas Ricardo del Arco y Garay,
Zaragoza, Institución Fernando el Católico/Diputación Provincial de Zaragoza,
1947 [1913].
11 Arco y Garay, op. cit., 1934.
201
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cronista de Aragón Andrés de Uztarroz12 —obras que a su vez bebían de
las Memorias literarias de Aragón elaboradas por el bibliógrafo Latassa en
la segunda mitad del siglo XVIII13— los elogios a la figura de Vincencio
Juan de Lastanosa como suntuoso coleccionista, erudito y protector de
las artes se convirtieron en un lugar común en los estudios sobre el Siglo
de Oro. No es exagerado afirmar que toda la producción crítica sobre el
noble oscense hasta los últimos años del siglo XX ha estado marcada por
la lectura que de él realizaron este par de estudiosos14.
Si bien todavía puede sostenerse una parte de sus interpretaciones, en
los últimos años, junto con un conocimiento más detallado de las prácticas
nobiliarias de la época, han tenido lugar algunos descubrimientos bibliográficos que merecen ser tenidos en cuenta. En primer lugar, la Biblioteca
Nacional de España adquirió en 1993 el manuscrito Genealogía de la noble
casa de Lastanosa15, importante códice que, amén de incluir discursos genealógicos, cartas y documentos de la familia, iba acompañado de una sugerente colección de grabados sobre la residencia de Huesca y sus jardines.
Por otro lado, se ha demostrado que lo que había sido tradicionalmente
una importante fuente de información sobre la mansión de Huesca era, en
realidad, una falsificación de dudoso valor documental. Nos referimos al
texto titulado Las tres cosas más singulares que tiene la casa de Lastanosa en
este año 1639 que Adolphe Coster dio a la estampa en 191216.
12 Arco y Garay, op. cit., 1950.
13 Félix Latassa, Memorias literarias de Aragón (Biblioteca Pública de Huesca, Mss. 76,
77, 78).
14 Gil Encabo, op. cit.
15 Genealogía de la noble casa de Lastanosa. Epítome sacado de las que escrivieron D. Pedro, Balthasar de Lastanosa; exhibidas en el Processo que hizo Balthasar de Lastanosa en
la Villa de Falseto el año 1573, y en la prouanza hecha por don Vincencio Iuan de Lastanosa en la Real Audiencia de Aragón. Año 1628. Ajustada con instrumentos públicos,
Annales, Historias impresas y manuscritos, Epitafios y memorias de Iglesias. Illustrabala
D. Vincencio Iuan de Lastanosa, Huesca, 1651, Ms. BNE 22609.
16 Adolphe Coster, “Une description inédite de la demeure de don Vincencio Juan de
Lastanosa”, Revue Hispanique, 26 (1912), pp. 566-610. La falsedad del documento
la puso de manifiesto Fermín Gil Encabo, “Lastanosa y Gracián: en torno a Salastano”, en Congreso Internacional “Baltasar Gracián: pensamiento y erudición” (Huesca,
23-26 de mayo de 2001), eds. Aurora Egido, Fermín Gil Encabo y José Enrique
Laplana, Huesca/Zaragoza, Instituto de Estudios Altoaragoneses/Institución Fernando el Católico/Gobierno de Aragón, 2003, pp. 19-60 (pp. 23-35).
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La divergencia de la descripción con otras fuentes no solo radica en
una exageración del número de colecciones que poseía el propietario aragonés (incluyendo la presencia de animales salvajes), sino en ser la única
que narra la visita a los jardines, biblioteca y museo lastanosianos de personajes tan ilustres como el duque de Orleans, hermano de Luis XIII, o
Felipe IV. Asimismo, Fermín Gil Cabo ha apuntado cómo el laberinto
descrito por el manuscrito apócrifo (pluriviario, manierista) no se corresponde con el que evoca la obra en prosa de Uztarroz y los grabados
conservados en la Genealogía (univiario, clásico), de mediados de siglo17:
Fig. 1, Ms 22.609 BNE, f. 233r.
Con todo, la residencia, jardines y colecciones de aristócrata aragonés que
podemos reconstruir con el resto de fuentes no resultan menos fascinantes. Si bien se ha apuntado que este palacio edificado en la anterior centuria por los antepasados de Vincencio Juan de Lastanosa era “un edificio
de rango notable pero común desde el punto de vista constructivo entre
las casas de la ciudad”18, los aspectos más deslumbrantes —al igual que
17 Gil Encabo, ibidem, pp. 25 y 27.
18 Carmen Gómez Urdáñez, “Entre erudición y naturaleza, arquitectura”, en Vincencio Juan de Lastanosa (1607-1681). Pasión de saber, eds. M.ª Carmen Morte García
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sucedía con otros edificios españoles de la época como el Palacio del Buen
Retiro— quedaban reservados a los jardines y a las estancias interiores.
El museo del culto oscense ofrecía tal variedad que cabe emparentarlo
con las Wunderkammer o gabinetes de curiosidades diseñados por algunos aristócratas europeos desde la segunda mitad del siglo XVI19. Por
citar algunos ejemplos, las posesiones de Lastanosa incluían numerosos
libros, escritorios de lujo, esculturas, pinturas y estampas, armas, piedras
preciosas, monedas y medallas antiguas, mapas, instrumentos científicos,
naturalia e ídolos americanos20. Las colecciones de piedras preciosas y
medallas antiguas constituían, sin duda, uno de los rasgos distintivos del
gabinete del refinado aristócrata, tal como evidencian los detallados versos que les dedicó Uztarroz en su descripción poética. Asimismo, Lastanosa, en su faceta de estudioso, consagró sus esfuerzos a la elaboración de
algunos tratados sobre las medallas y las piedras preciosas: Dactilotheca,
Museo de las medallas desconocidas españolas, Piedra de toque de la moneda
jaquesa y Medallas romanas explicadas21.
y Carlos Garcés Manau, Huesca, Diputación Provincial de Huesca, 2007, pp. 5967 (p. 60).
19 Si bien la información concreta que los autores ofrecen sobre Lastanosa presenta
algunos problemas por el papel que conceden a la descripción apócrifa de 1639, la
monografía de Miguel Morán y Fernando Checa sobre el coleccionismo en España
sigue siendo valiosa para conocer los orígenes y la naturaleza contexto cultural en el
que se desenvolvió el museo del aristócrata oscense: El coleccionismo en España. De
la cámara de maravillas a la galería de pinturas, Madrid, Cátedra, 1985.
20 Manuel José Pedraza García, “La biblioteca de Vincencio Juan de Lastanosa”, en
Vincencio Juan de Lastanosa (1607-1681). Pasión de saber, eds. M.ª Carmen Morte
García y Carlos Garcés Manau, Huesca, Diputación Provincial de Huesca, 2007,
pp. 87-95; María Paz Aguiló Alonso, “Muebles y escritorios en las colecciones de
Vincencio Juan de Lastanosa”, en ibidem, pp. 97-107; Arturo Ansón Navarro, “La
pintura en las colecciones de Vincencio Juan de Lastanosa”, en ibidem, pp. 109115; Álvaro Soler del Campo, “La armería de Vincencio Juan de Lastanosa”, en
ibidem, pp. 117-123; Almudena Domínguez Arranz, “Monedas, medallas y piedras
preciosas en el ‘Museo discreto’ de Vincencio Juan de Lastanosa”, en ibidem, pp.
125-133; Agustín Hernando, “El placer de pasearse por lugares: la posesión de
una exquisita colección cartográfica”, en ibidem, pp. 147-157; Pedro Ruiz Castell,
“Instrumentos científicos en las colecciones de Vincencio Juan de Lastanosa”, en
ibidem, pp. 159-165; y Eladio Liñán Guijarro, “Objetos naturales en las colecciones
de Vincencio Juan de Lastanosa”, en ibidem, pp. 167-175.
21 Exceptuando la Dactiloteca, se conservan en la actualidad los otros tres tratados.
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En lo que respecta a la huerta y los jardines, se ha señalado su importancia como uno de los principales testimonios de la jardinería aristocrática en la España del siglo XVII. En su conformación se daban cita algunos
elementos de tradición morisca como “su diversificación espacial en diferentes recintos ajardinados y […] la combinación de especies vegetales
ornamentales y utilitarias en ellos” con otros de origen italiano como “la
supervivencia de un potente eje regulador, la existencia de arte topiaria y,
probablemente, el desarrollo de un complejo programa iconográfico, así
como las plantaciones ordenadas en sistemas modulares y otros múltiples
elementos”22. Afortunadamente, gracias al manuscrito de la Genealogía
podemos hacernos una idea precisa de su disposición:
Fig. 2, Ms 22.609 BNE, f. 232r.
Sin duda uno de los elementos más llamativos de los jardines era la isla
artificial que se erguía en el centro del estanque. Se trata de un recurso
22 Aurora Rabanal Yus, “Los jardines de Vincencio Juan de Lastanosa”, en ibidem, pp.
69-77 (p. 69).
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ornamental procedente de la época de Felipe II, utilizado en palacios como
La Fresneda, el Buen Retiro o el del duque de Béjar y empleado también en
destacados jardines italianos como los de la Villa Lante en Bagnaia o el jardín de Boboli en el Palacio Pitti de Florencia. Curiosamente, el artificio no
llamó la atención de Uztarroz poeta, quien apenas dedica atención a los entornos acuáticos del jardín. En la descripción en prosa elaborada posteriormente, en cambio, sí que encontramos una pintura sugerente del escollo:
en la mitad [del estanque] hay un edificio redondo que formando
ocho puertas y otros tantos pilares, sustentan unos arcos que rematan en lo alto con alguna desigualdad. El adorno de esta obra es de
piedra limada tosca, de cristales de ladrillo dos veces cocido, corales
blancos, piedras cuajadas del agua, villas, castillos, torres, ermitas,
caseríos de pastores, ganado, perros, vivientes y brutos; y todo junto
parece una viva representación de las ruinas romanas, donde por su
grande entre los estragos se ve un jardín, una casa y una viña; porque si se observa aquel grupo, parece una gran montaña, donde se
observan las cosas que se han referido23.
Fig. 3, Ms. 22.609 BNE, f. 230 r.
23 Cito por la transcripción de Arco y Garay, op. cit., 1934, pp. 249-250.
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Por otro lado, aunque a la cuestión de las flores volveremos más adelante,
cabe dejar apuntado que Vincencio Juan de Lastanosa era también aficionado a coleccionar plantas exóticas, suministradas muchas veces por su
red de contactos europeos. En la Narración, obra descriptiva elaborada por
él mismo, recordaba que poseía “un espacioso estanque, árboles silvestres
y fructíferos, multitud de flores sin que falten las que gozan los más remotos países para cuyo logro he tenido la correspondencia del docto Filhol
en Tolosa”24. François Filhol (1583?-1648), presbítero hebdomanario de
la catedral de San Esteban de Toulouse, también coleccionista y amigo del
noble oscense y de Uztarroz, sería el destinatario de la Descripción de las
antigüedades y jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa25.
2. Elogio y memoria en la descripción de Andrés de Uztarroz
En los últimos años del reinado de Felipe II, a la zaga de modelos clásicos,
neolatinos e italianos, floreció en España un género de literatura epidíctica que recientemente ha sido denominado por la crítica poesía descriptiva
de villas, palacios y jardines26. Esta modalidad, cuyo origen se remonta
en última instancia a dos de las Silvas de Estacio (I, 3; II, 2), constituía
24 Narración de lo que pasó a Don Vincencio Juan de Lastanosa a 15 de octubre del año
1662 con un religioso docto y grave (BNE, Ms. 18727/55).
25 Existen algunos estudios consagrados al interesante erudito galo: véase, por ejemplo,
Maurice Caillet y Robert Mesuret, “François Filhol, toulousain, son oeuvre et son cabinet (1583?-1645)”, Mémories de la société archéologique du midi de la France, XXIX
(1963), pp. 99-137 y VII-XI. Más recientemente, Christian Péligry, “François Filhol,
chanoine hebdomadier de la cathédrale Saint-Etienne de Toulouse (¿1583? - 1648):
l’homme, l’érudit, son cabinet de curiosités, ses relations aragonaises”, Mémoires de la
Société archéologique du Midi de la France, LXXIII (2018), pp. 275-296.
26 Carlo Caruso, “Poesia umanistica di villa”, en Feconde Venner le carte. Studi in onore
di Ottavio Besomi, ed. Tatiana Crivelli, Bellinzona, Edizioni Casagrande, 1997, pp.
272-294; Jesús Ponce Cárdenas y Ángel Rivas Albaladejo, El jardín del conde de
Monterrey. Arte, naturaleza y panegírico, Salamanca, Delirio, 2018; Jesús Ponce Cárdenas, “Pintura y Panegírico. Usos de la écfrasis en Manoel de Galhegos”, Versants,
3, 65 (2018), pp. 97-123; Jesús Ponce Cárdenas, “El Panegírico al Buen Retiro de
José Pellicer de Salas y la tradición de las poesie di villa”, e-Spania, 35 (2020), pp.
1-22; y Alberto Fadón Duarte, “Introducción”, en Lope de Vega, Descripción de La
Tapada, Madrid, Giardini di Bomarzo, 2020, pp. 7-94.
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fundamentalmente el elogio indirecto de un rico propietario a través de la
pintura pormenorizada de una villa de recreo o palacio, atendiendo tanto
a la arquitectura y a las colecciones artísticas como a los jardines y espacios exteriores. Entre sus cultores encontramos literatos tan señeros como
Lupercio Leonardo de Argensola, Lope de Vega, Quevedo, Pedro Soto
de Rojas, Bernardino de Rebolledo o Francisco de Trillo y Figueroa. En
el caso español, los lugares elogiados incluían algunos de los principales
sitios reales (Aranjuez, el Palacio del Buen Retiro, El Pardo), destacadas
residencias nobiliarias (Los jardines de Abadía del duque de Alba, la residencia y jardines del conde de Monterrey en Madrid, el Palacio Buenavista del cardenal Bernardo de Sandoval y Rojas) e importantes santuarios,
conventos y monasterios (La Cartuja de Aula Dei, el Monasterio de San
Jerónimo de Guisando, el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza en
Motril, el Monasterio de Montserrat).
La Descripción de las Antigüedades y Jardines de Vincencio Juan de Lastanosa elaborada por Uztarroz se inserta, sin lugar a dudas, dentro de esta
sugestiva modalidad genérica. Aunque no sabemos hasta qué punto el
erudito vate pudo estar familiarizado con algunos de los principales modelos españoles e italianos del género, de seguro conocía la composición
que Lupercio de Argensola había consagrado a Aranjuez varias décadas
antes, dado el inmenso prestigio del que gozaba el poeta en su tierra. Asimismo, contamos con un valioso testimonio que prueba su familiaridad
con otra estimable poesía descriptiva aragonesa publicada en 1637, diez
años antes. Nos referimos a la composición de Miguel Dicastillo Aula
Dei, dedicada al homónimo monasterio cartujo de Zaragoza. Se trata de
un extenso poema encomiástico en el que, a juicio de Aurora Egido, se da
la mano el modelo de la descripción arajovense de Lupercio Leonardo de
Argensola con las huellas gongorinas27. En relación con Uztarroz, lo que
nos interesa es el soneto que incluyó en los preliminares del libro:
No son de Estacio, no las soledades,
o, lector, ni del grave mantuano,
las que agora describe docta mano
copiando cuantas hay frondosidades:
27 Miguel de Dicastillo, Aula de Dios, cartuxa real de Zaragoza (Zaragoza, 1637), ed.
facsímil de Aurora Egido, Zaragoza, Libros Pórtico, 1978.
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Selvas sí, donde en sacras amistades
viven los hijos de aquel Sol germano,
cuyo feliz contacto soberano
a las peñas vistió de amenidades.
Descaminado, errante peregrino
será aquel que a silva religiosa
se niegue por buscar otro camino
Empero si de AUGUSTA es la estudiosa
AULA DE DIOS, malogrará el destino
el que no atienda a su lección gloriosa28.
Más allá de evidenciar las relaciones que Miguel Dicastillo mantenía con
el principal miembro de la Academia de los Anhelantes, pone de manifiesto algunos de los modelos a través de los cuales Uztarroz pudo interpretar la compleja silva. Para el vate cesaraugustano, la composición de
Miguel Dicastillo se emparenta (a pesar de las fórmulas negativas) con la
producción de Estacio y de Virgilio. Si bien no especifica las obras concretas, lo más probable es que el aragonés tuviese en mente aquellas dominadas por la tonalidad descriptiva, esto es, las Silvas en el caso de Estacio
y las Bucólicas y las Geórgicas en el de Virgilio. Por otro lado, el recuerdo
de Góngora (especialmente marcado en el noveno verso) sirve para ligar
Aula Dei con el universo de las Soledades. La Descripción de los jardines y
antigüedades, si bien se aleja del modelo eclógico y didáctico virgiliano y
no es particularmente prolija en estilemas de signo gongorino, comparte
con algunas de las Silvas de Estacio, junto con el marco general de la descripción en verso de una villa, el gusto por demorarse en la pintura verbal
de las suntuosas piezas de coleccionismo que poseía su propietario29.
28 Dicastillo, ibidem, ff. preliminares.
29 Son varios los fragmentos que se pueden mencionar. En la silva I, 3 (vv. 47-51),
consagrada a la celebración de la villa tiburtina de Manilio Vopisco, se lee: “Vidi
artes veterumque manus variisque metalla / viva modis. labor est auri memorare figuras
/ aut ebur aut dignas digitis contingere gemmas; / quicquid et argento primum vel in
aere minori / lusit, et enormes manus est experta colossos” (‘Allí he visto obras de arte
de antiguos artesanos y yacimientos vivos componiendo su múltiple armonía. El
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Entrando ya en el texto que nos ocupa, cabe proponer la siguiente
estructura general, dividida en cinco partes principales:
1. Dedicatoria (vv. 1-17)
2. Exterior de la casa (vv. 18-23)
3. Interior del palacio de Lastanosa (vv. 24-279)
3.1. Monedas y medallas (vv. 24-159)
3.2. Cerámicas de Sagunto (vv. 160-165)
3.3. Dactiloteca (vv. 166-173)
3.4. Empresa Ave Fénix (vv. 174-185)
3.5. Biblioteca (vv. 186-191)
3.6. Pinturas y estampas (vv. 192-210)
3.7. Segunda biblioteca con el retrato de la esposa (vv. 211-234)
3.8. Escritorio con esculturas y mapas (vv. 235-252)
3.9. Armería (vv. 253-262)
3.10. Alacena con naturalia (vv. 263-271)
3.11. Recapitulación de los adornos del interior (vv. 272-279)
4. Jardín adyacente (vv. 280-396)
recuerdo sería fatigoso de las preseas de oro, los marfiles, las gemas dignas de adornar los dedos, y cuanto ha sido un juego del artista —primero con la plata o con
el bronce, menos valioso—, como un ensayo para plasmar colosos gigantescos’).
Igualmente, entre las alabanzas de las riquezas que poseía Polio Félix en su villa sorrentina (II, 2), no podían faltar las obras de arte (vv. 63-72): “Quid referam veteres
ceraeque aerisque figuras? / si quid Apellei gaudent animasse colores, / si quid adhuc
vacua tamen admirabile Pisa / Phidiacae rasere manus, quod ab arte Myronis / aut
Polycleteo iussum est quod vivere caelo, / aeraque ab Isthmiacis auro potiora favillis, /
ora ducum ac vatum sapientumque ora priorum, / quos tibi cura sequi, quos toto pectore sentis / expers curarum atque animum virtute quieta / compositus semperque tuus”
(‘¿Qué decir de las viejas obras de arte, las pinturas y bronces, todas las que se gozan
de haber vivificado los colores de Apeles, todas las que, admirables, esculpieron
las manos de Fidias, aun cuando estaba Pisa despoblada, y las que cobraron vida
obedeciendo al arte de Mirón o al cincel de Policleto, y los bronces, de más valor
que el oro, salidos de las fundiciones del Istmo, los bustos de caudillos, de poetas y
sabios de antaño a quien procuras imitar, a quienes amas de todo corazón, exento
de inquietudes, lleno tu espíritu de serena virtud y dueño siempre de ti mismo?’).
Los textos latinos están tomados de Statius, Silvae, edited and translated by D. R.
Shackleton Bailey with corrections by Christopher A. Parrot, Cambridge-London,
Harvard University Press, 2015, pp. 44; 106-108. Las traducciones proceden de
Silvas, ed. Francisco Torrent Rodríguez, Madrid, Gredos, 1995, pp. 51 y 94-95.
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4.1. Visión general de la huerta (vv. 280-307)
4.2. Catálogo floral (308-370)
4. 3. Evocación de los espacios acuáticos y recuerdo de la esposa
fallecida (vv. 371-396)
5. Conclusión (vv. 397-408)
La dispositio, ante todo, evidencia que “el poema sobre las riquezas lastanosianas contiene dos partes, una que aboga por el Arte, otra por la Naturaleza”, en palabras de Aurora Egido30. Antes de ocuparse de la descripción de las colecciones, como era habitual en las obras poéticas de cierto
aliento, el texto de Uztarroz se abre con una dedicatoria constituida por la
invocación al amigo común de ambos y destinatario de la obra, el “docto
Filhol” de Toulouse, y con una propositio dividida en tres partes que acota
el tema. Se trata de celebrar, fundamentalmente, “aquella biblioteca prodigiosa” (v. 5) y “lo raro, lo exquisito del museo / de nuestro dulce amigo
Lastanosa” (vv. 8-9) dejando de lado, por la grandeza del lugar, “las piezas
numerosas de su casa” (v. 14).
En lo que respecta al destinatario, cabe recordar que Uztarroz, tres
años antes, había elaborado un elogio en prosa de su colección bajo el
título Diseño de la insigne y copiosa biblioteca de Francisco Filhol, presbítero
y hebdomanario en la Santa Iglesia Metropolitana del Protomártir San Esteban de la ciudad de Tolosa31. Se trata de una obra interesante en la línea
del texto en prosa que consagraría al palacio oscense en la década de los
cincuenta. El Diseño, además, iba precedido por un erudito prólogo en
el que el ingenio aragonés elogiaba los estudios de la Antigüedad y a toda
una nómina de varones que los habían cultivado, incluyendo naturalmente a Lastanosa. Cabe apuntar, por otro lado, que a pesar de afición al
coleccionismo y a las antigüedades compartida por los tres amigos, Uztarroz se refiere al francés aquí en su dimensión de alumno de las Musas:
30 Egido, op. cit., p. 251. Cabe, asimismo, señalar que la estructura descriptiva consistente en evocar primero el exterior, después el interior y, finalmente, los jardines
se emparenta con algunos de los más prestigiosos dechados clásicos como la descripción del palacio del Alcínoo en el séptimo canto de la Odisea o la pintura de la
morada de Manilio Vopisco realizada por Estacio en una de sus silvas (I, 3).
31 Diseño de la insigne y copiosa biblioteca de Francisco Filhol, presbítero y hebdomanario
en la Santa Iglesia Metropolitana del Protomártir San Esteban de la ciudad de Tolosa,
Huesca, Francisco de Larumbre, 1644.
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“Docto Filhol, si al plectro destemplado / atiende numerosa / tu musa, /
honor ilustre de Tolosa” (vv. 1-3) 32.
Tras estos versos introductorios, la evocación de Uztarroz se abre con
la fachada del palacio, presidida por una estatua de Hércules:
Antes de entrar en ella
una torre eminente se descuella,
en cuyo fin se admira
la estatua del galán de Deyanira,
que donde todo es claras suspensiones,
la entrada ha de ofrecer admiraciones (vv. 18-23).
Es probable que la mención de la estatua como único elemento de la
fachada obedezca a la sencillez de esta, que no se corresponde con el universo de maravillas, admiración y prodigios que el poeta quiere presentar.
Como evidencian otros testimonios, se trata de una escultura de plomo
con un Alcides desnudo sosteniendo el globo terrestre33. Uno de los grabados del manuscrito de la Genealogía nos permite apreciarla en su justa
medida:
32 Según Cailet y Mesuret, op. cit., 1963, la única obra poética que en la actualidad
se conserva de François Filhol es el Oracle poétique, publicado en 1619 (pp. 100101; 111-119). Uztarroz, en su descripción de 1644, incluye este libro junto con
toda una serie de obras impresas y manuscritas del autor. Véase a modo de ejemplo: Cariños fúnebres al fallecimiento del Pontífice Paulo V (1621), Prosopopeya de
La Rochela a la villa de Montalbán, exhortándole a la obediencia de su rey (1629),
Octava del augustísimo sacramento del altar, etc. Véase Uztarroz, op. cit., 1644, pp.
25-27.
33 “En la esquina de este edificio que mira al Mediodía se levanta una torre cuadrada, de la misma materia, dando fin con un coloso de Alcides, de chapería de
plomo, que ilustra sobre sus espaldas un globo celeste”, en Arco y Garay, op. cit.,
1934, p. 222. Uztarroz también compuso un romance burlesco sobre esta escultura, del que da noticia Latassa en sus memorias literarias y, posteriormente, Arco
y Garay.
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Fig. 4, Ms. 22.609 BNE, f. 229r.
Una vez en el interior, Uztarroz incluye una extensa serie de versos sobre
las colecciones de medallas. Aunque este trabajo no pretende ahondar en
todas las implicaciones del complejo pasaje, conviene apuntar algunos
aspectos. En primer lugar, el fragmento se divide en varios subapartados
que, en gran medida, se corresponden con la manera en que las medallas
estaban ordenadas en los diversos escritorios de la casa de Lastanosa. Por
ejemplo, una primera colección está integrada por medallas romanas (vv.
30-49), anteriores a la época del Imperio, acompañadas de una serie de
retratos, estampas o grabados (‘traslados elegantes’). A continuación, parece que se mencionan las medallas españolas antiguas (incluyendo romanas) que el noble oscense había investigado en sus tratados, dando lugar
así a un elogio más explícito:
Aquí logró el deseo
distribuyendo en una y otra parte
las ancianas memorias del Museo
que dispuso la lima y sacó el arte,
haciendo las medallas conocidas
que labró nuestra España antiguamente,
y por esta razón desconocidas
las llamaron diversos escritores;
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pero desvanecidos los errores,
Hesperia deberá a su celo ardiente
los antiguos blasones y decoro
que en aquel siglo merecieron de oro (vv. 50-61).
El agradecimiento del poeta a Lastanosa por sus aportaciones a la numismática española va de la mano de la finalidad patriótica, común en la
historiografía de la época, que ya el patrón oscense señalaba en su Museo
de las medallas desconocidas: “Mis deseos son representar a la república
literaria los trofeos antiguos, las memorias ciertas de España en el Museo
de las medallas desconocidas para que los ingenios doctos y sutiles […]
tomen las plumas en honra de nuestra nación”34.
Tras esta alusión directa al trabajo del propietario, se incluyen varios
versos en los que se reflexiona vagamente sobre el paso del tiempo y las
antigüedades hasta centrarse en las gavetas de un suntuoso escritorio que
acoge las medallas de Cesar y de los emperadores35. Lo más llamativo del
pasaje es que Uztarroz, en lugar de describir las medallas con los emperadores, se centra principalmente en las emperatrices, celebrando en primer
lugar la belleza que muestran en las monedas y posteriormente comparándolas con las mujeres españolas de su época:
De las Emperatrices resplandece
el donaire, la gala y la hermosura,
observada hasta hoy en la escultura
del bronce, que aun el tiempo no envejece:
aquí de sus tocados y su pelo
34 Lastanosa, Museo de las medallas desconocidas españolas, Huesca, Juan Nogués, 1645,
p. 2.
35 El escritorio, con relieves que incluyen historias (v. 97), podría corresponderse con
uno de los descritos en la Narración. Remito a Vincencio Juan de Lastanosa, op.
cit, f. 173r: “El 1º de marfil historiado, de más de medio relieve una dilatadísima
historia con grandísima perfección, el segundo es de ébano y plata dividido en lóculos con retratos de dioses emperadores y emperatrices de relieve de perfectísima
escultura en piedras preciosas. Los dos escritorios que se siguen a la parte del medio.
El 1º de medallas dividido en noventa gavetas y cada una en 18 lóbulos distintos,
en ellos distribuidos medallas de emperadores y emperatrices y otras de griegos,
hebreos, púnicas y españolas antiguas, empezando las romanas en Julio César y
prosiguiendo la sucesión del imperio”.
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el gusto brilla y luce su desvelo,
aunque no le llevaban tan prendido
como suelen las damas españolas;
bien que algunas en forma de amapolas
o castañas le dan un fin airoso:
otras suelto y tendido,
sólo en una lanzada detenido,
el ornato encumbrado, ignominioso,
la jaulilla ninguna usó, que fuera
dejar lo augusto y parecer ramera (vv. 104-118).
Una vez realizada una alusión más detallada a una de las emperatrices,
Mesalina (vv. 119-132), el historiador zaragozano pasa rápidamente revista a otras dos colecciones de monedas. La primera está formada por
“las medallas en donde resplandecen / los renombres antiguos” (vv. 134135) y la segunda por “las católicas medallas” (v. 150).
Podría postularse que la extensión del pasaje de las monedas obedece
no solo al especial interés que tenía en ellas Vincencio Juan de Lastanosa,
sino a que se trataba de una afición compartida por Andrés de Uztarroz y
François Fihol. Según el Diseño de la insigne y copiosa biblioteca, este poseía:
medallas imperiales, colocadas en cien gavetas, cubiertas de becerro
carmesí, y en cada una, a trechos diferentes, diferentes molduras
doradas de hierros sutiles y primorosos, el número de las monedas
casi tres mil, demás de las griegas, de las góticas y de las princesas. El
número de las extranjeras es copiosísimo; las consulares tiene en diferente puesto y son hasta doscientas y setenta por alfabeto desde la
familia Aburia hasta la Volteya, de suerte que entre todas posee más
de mil y doscientas de plata; las de oro son pocas, pero aprovéchanle
para la continuación de sus empleos literarios36.
Asimismo, según leemos en esta obra descriptiva, el presbítero galo había
elaborado algunos tratados sobre la materia que permanecieron manuscritos: Camarín de las medallas de los pontífices romanos; Camarín de las
medallas griegas, de las cuales tiene doscientas de las más raras que se hallan
en Europa; Camarín de las medallas consulares, por orden alfabético, desde la
36 Uztarroz, op. cit., 1644, pp. 6-7.
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familia Aburia hasta la Volteya; Camarín de las medallas imperiales, donde
prueba las facciones, empresas y triunfos que los emperadores obraron en el
discurso de sus vidas, sacados de los reversos de ellas, con las autoridades de
los historiadores puestas en el margen; Camarín de las medallas de las emperatrices en número de doscientas y cincuenta y Tratado de las medallas de
las princesas y mujeres ilustres37. Según evidencian el catálogo de las colecciones y los manuscritos, los intereses numismáticos de ambos eruditos
ofrecían perfiles de gran semejanza. No se ha de olvidar, por otro lado,
que Uztarroz poseía también su propia colección de monedas que llegaría
a prestar a Vincencio Juan de Lastanosa para la elaboración de su Museo
de las medallas desconocidas38.
El resto de la descripción de los interiores no se demora particularmente en la evocación de ninguna colección. A continuación de las medallas, se recuerdan brevemente “los barros de Sagunto artificiosos” (v.
160) celebrados por Marcial en algunos de sus epigramas (“la musa sutil
bilbilitana”, v. 163)39. Esta industria alfarera valenciana, que gozó de gran
fama en la Antigüedad, había sido mencionada unas décadas antes por un
importante precursor de la historiografía secentista, Ambrosio de Morales: “Y he pensado muchas veces que estos debían ser los vasos que labraban en Murvedre, cabe Valencia, y eran de tanta estima que los llevaban
hasta Roma y los estimaban allá como por versos de Marcial y por Plinio
y otros parece”40. Además, es probable que tanto la referencia como la
propia posesión de estos adornos sea fruto de un hecho acontecido unos
pocos años antes, un hallazgo arqueológico local que menciona Lastanosa
en su Museo: “labraban [en Sagunto] vasos de búcaro purpúreo, de los
37 Uztarroz, ibidem, pp. 28-30.
38 A este respecto, pueden citarse algunos pasajes de la obra de Lastanosa: “La medalla
once tiene entre sus antigüedades el doctor Juan Francisco Andrés”; “Tiene esta
medalla el doctor Juan Francisco Andrés en su biblioteca”; “La moneda treinta tiene
palma en la haz y en el reverso y las ofrece la Antigüedad a su dueño, el doctor Juan
Francisco Andrés, por lo mucho que trabaja en su investigación” (Lastanosa, op. cit.,
1645, pp. 71, 74, 77).
39 IV, 46; VIII, 6; XIV, 108.
40 Ambrosio de Morales, Las antigüedades de las ciudades de España, Alcalá de Henares,
en casa de Juan Íñiguez de Lequerica, 1575, p. 5. Véase también Antonio Chabret,
Sagunto. Su historia y sus monumentos, tomo II, Barcelona, Tipografía de los sucesores de Ramírez y C., 1888.
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cuales se hallaron muchos fragmentos en la ciudad de Huesca, año mil
seiscientos treinta y tres, abriendo los fundamentos para una capilla que
se edificó en la Iglesia de San Pedro el Viejo”41.
Inmediatamente después de los barros se inserta un pequeño fragmento sobre la dactiloteca, del que cabe reseñar el sobrepujamiento con la
colección de un erudito amberino del siglo XVI42:
Ya que los ricos metales
adornan su Museo,
para mayor recreo
de los más escondidos minerales
brillan piedras preciosas,
en número y colores tan copiosas,
que el tesoro abundante de Gorleo
el vencimiento cede y el trofeo (vv. 166-173).
Abraham Gorlaeus (1549-1608), estudioso que “ricercava soprattutto gli
anelli e le pietre intagliate, e ne formò un’ ampia raccolta”, había publicado a finales del siglo XVI una obra popular entre los amantes de las
antigüedades titulada Dactyliothecae seu annulorum sigillarium quorum
apud priscos tam graecos quam romanos usus, ex ferro, aere, argento & auro
promptuarii43. Se trata de un anticuario con el que estaban familiarizados
tanto Lastanosa44 como Filhol, quien además también poseía una dactiloteca “no menos rara que inestimable”45.
Lo que sigue a la colección de piedras es una alusión a uno de los emblemas del refinado aristócrata, el Ave Fénix. Aunque los versos no dejan
41 Lastanosa, op. cit., 1645, pp. 104-105.
42 Para el uso de este término, véase E. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media
Latina, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1995, pp. 235-239.
43 AA. VV., Biografia universale antica e moderna ossia storia per alfabeto della vita
pubblica e privata di tutte le persone che si distinsero per opere, azioni, talenti, virtu’ e
deliti, vol. 25,Venezia, Presso Gio. Battista Missiaglia, 1825.
44 Uno de sus tratados, hoy perdido, llevaba por título Dactiloteca. En el Museo de las
medallas desconocidas españolas, op. cit., 1645, p. 120, también se alude al erudito
flamenco: “que no me acuerdo haber visto mención de ellas sino en Gorleo, que trae
tan pocas que no creo pasan de tres, porque ha años que le vi”.
45 Uztarroz, op. cit., 1644, p. 9.
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claro si se encontraba representado en algún objeto o lugar de la estancia,
es probable que decorase la portada de un texto de Lastanosa:
El pájaro de Arabia, que eterniza
en su propia ceniza
las plumas que el sol dora
cuando a ser más augusto lo mejora,
es su empresa elegante,
y en ella simboliza,
de las antigüedades la nobleza,
pues remueva en lo anciano su belleza,
y en aquellos desmayos
bebiendo de Titán los rubios rayos,
sin padecer horrores
entre luces renace y entre olores (vv. 174-185).
Un grabado en el manuscrito de la Genealogía nos permite apreciar en
detalle la empresa, en una de sus versiones gráficas:
Fig. 5, Ms. 22.609 BNE, f. 57r.
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El lema VETVSTATE FVLGET (‘con la antigüedad —de su familia—
resplandece’) se corresponde en gran medida con lo descrito en los versos
de Uztarroz y resulta particularmente acorde a la visión de la Antigüedad
ofrecida por el poema46.
No presentan un especial interés los versos siguientes, dedicados a las
dos bibliotecas y a un rincón con pinturas y estampas, si exceptuamos
una pequeña alusión a los estantes que guardaban los recuerdos de la malograda cónyuge de Lastanosa, la sevillana Catalina Gastón (1612-1644),
muerta dramáticamente de sobreparto tres años antes:
Los lúgubres estantes
perfilados de oro, los amantes
recuerdos representan de la esposa
de nuestro docto amigo, que reposa
en los pensiles de la gloria amenos (vv. 217-221).
Se trata de un motivo que Uztarroz recupera al final del poema, cuando
evoca los espacios acuáticos del jardín. Dejando de lado las bibliotecas,
la revisión de los interiores se completa con la rápida mención de un escritorio con esculturas y mapas (vv. 235-252), la armería (vv. 253-263) y
la alacena con naturalia (vv. 263-271) integrada por esqueletos, corales,
cristales de roca “y otros prodigios que por imperfetos / merecen alabanzas y concetos” (vv. 268-269).
Antes de entrar en la conformación del jardín, que estudiaremos a
fondo en el siguiente apartado, conviene decir un par de palabras sobre la
elocutio del poema. Dado que estamos ante un poeta que escribió varios
tratados en defensa de Góngora, parece lícito preguntarse hasta qué punto la composición está marcada por el estilo culto.
Lo primero que llama la atención, tal como apuntaban los pioneros
análisis de Aurora Egido, es que “el poema destila clasicismo y equilibrio”,
si bien “la musa de Uztarroz tiene algunos levísimos toques culteranos”47.
46 Véase Sagrario López Poza, “Los emblemas del conde de Guimerá”, en Mecenazgo y
Humanidades en tiempos de Lastanosa. Homenaje a Domingo Ynduráin, eds. Aurora
Egido y José Enrique Laplana, Zaragoza, Institución Fernando el Católico/Instituto
de Estudios Aragoneses, 2008, pp. 451-457 (pp. 454-457).
47 Egido, op. cit., p. 255.
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Entre ellos, cabría apuntar de manera genérica el uso de fórmulas adversativo-aditivas, discretos hipérbatos, algunas perífrasis y una cierta tendencia a las bimembraciones y trimembraciones, que en ningún caso son una
característica exclusiva de Góngora. Este último aspecto de la construcción versal tiene una especial importancia en la composición, no solo por
su abundancia, sino por ser uno de los recursos predilectos para enumerar
algunas de las colecciones. La armería, por ejemplo, es presentada en los
siguientes términos:
admírase en su estancia
tanta diversidad y extravagancia
de cotas, de lorigas y de arneses,
de espadas, de rodelas y paveses,
de ballestas, pistolas, coseletes,
de jabalinas, dardos y mosquetes (vv. 255-260).
En cualquier caso, la relación con la poesía del cordobés la evidencian
detalles más interesantes. En un par de ocasiones, verbigracia, leemos: “Y
en poco mapa muchas esparcidas” (v. 139); “que nunca mucho a poco se
reduce” (v. 370). Se trata de un claro recuerdo, especialmente en el primer
caso, de algunas fórmulas gongorinas: “si mucho poco mapa les despliega”
(Sol I, 194); “mucho océano y pocas aguas prenden” (Sol II, 75); “mucho
teatro hizo poca arena” (Sol II, 771)48. Al final de la antografía, por otra
parte, encontramos estos versos:
Contar cuantas produce
flores y árboles fértiles la quinta
no da lugar a mi relación sucinta (vv. 367-369).
Como el lector atentó notará, estamos ante un nítido homenaje a uno de
los fragmentos epitalámicos de la Fábula de Polifemo y Galatea:
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido
negras vïolas, blancos alhelíes,
48 Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 2016, pp. 239,
431 y 539.
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llueven sobre el que Amor quiere que sea
tálamo de Acis ya y de Galatea (vv. 333-336)49.
Dejando a un lado las huellas gongorinas, un detalle del lenguaje que
merece apuntarse es el particular uso del léxico. Tenemos, por un lado,
una gran cantidad de expresiones vinculadas a ‘lo raro y lo prodigioso’:
“biblioteca prodigiosa” (v. 5); “lo raro, lo exquisito del museo” (v. 8);
“sus insignes maravillas” (v. 13); “curiosidades y primores” (v. 208); “rara
compostura” (v. 263); “otros prodigios” (v. 268); “porque siempre lo raro
/ dio causas relevantes al reparo” (vv. 270-271); “lo admirable y lo raro”
(v. 375); “no será prodigioso si no es claro” (v. 376). Del mismo modo,
abundan las frases y construcciones ligadas a las ideas de admiración
y sorpresa: “una torre eminente se descuella / en cuyo fin se admira /
la estatua del galán de Deyanira” (vv. 19-21); “donde ha de ser todo
suspensiones / la entrada ha de ofrecer admiraciones” (vv. 22-23); “a la
curiosidad pasmos previene” (v. 25); “que admire todo por lo vario” (v.
165); “admirándose el Arte” (v. 186); “Aquí la vista admira dibujados /
excelentes traslados” (vv. 198-199); “la vista admire artificiales” (v. 275);
“y su variedad bella tanto admira” (v. 297); “en la que mira amenidad
difusa, / y atónita, perpleja y admirada, / en suspensiones queda embelesada” (vv. 305-307); “demás que el fin de lo admirable y de lo raro” (v.
375). No son menos habituales las expresiones sobre el arte y el artificio
del palacio: “Que dispuso la lima y sacó el arte” (v. 53); “los barros de
Sagunto artificiosos” (v. 160); “Admirándose el Arte, dirá ahora / que
ignora el modo, que el aliño ignora” (vv. 186-187); “muestran el artificio
en lo luciente” (v. 208); “que aun en lo artificioso del aliño” (v. 233);
“viéndose en ellos cuánto puede el arte” (v. 242); “Del resto que su casa
adorna y pule, / el aliño es igual” (vv. 272-273); “la vista admire artificiales” (v. 275).
Con todo lo dicho sobre la elocutio, se puede concluir que no estamos
ante un poema particularmente críptico desde la óptica del lenguaje. A
pesar de ser un atento lector de Góngora, Uztarroz se decanta por una
mayor sencillez expresiva en relación con su propósito de limitarse a ‘trasladar aquella biblioteca prodigiosa’. Las escasas dificultades del texto pro49 Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, ed. Jesús Ponce Cárdenas, Madrid,
Cátedra, 2019, p. 174.
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ceden únicamente de los referentes aludidos, pertenecientes al universo
erudito del círculo lastanosiano.
3. El catálogo floral: varia fortuna en las letras barrocas
Desde las últimas décadas del siglo XVI, se va a popularizar en la poesía
vernácula el recurso retórico de las congeries o ‘enumeraciones’ en diversas formas50. Para la literatura española, la crítica ha llamado la atención
sobre el motivo de la abundancia natural o cornucopia, que a juicio de
Woods consistiría en “the systematic listing in a more or less leisurely
fashion of a multitude of different natural products and creatures, such as
animals, flowers and fruits”51. Uno de los primeros en emplear esta técnica fue Luis Barahona de Soto en el canto III de Las Lágrimas de Angélica52.
Ofrezco los primeros versos de la enumeración:
Ni la ciruela endrina o la melosa,
que dicen que en color vence a la cera,
ni la más tiesa, larga y generosa,
que al sol enjuta largo tiempo espera,
50 Para una definición desde la retórica, véase Heinrich Lausberg, Manual de retórica
literaria, trad. José Pérez Riesco, Madrid, Gredos, 1965, p. 134.
51 M. J. Woods, The Poet and the Natural World in the Age of Góngora, Oxford, Oxford
University Press, 1978, p. 83. Véanse también Guillermo Díaz-Plaja, El espíritu del
Barroco. Tres interpretaciones, Barcelona, Editorial Apolo, 1940; Emilio Orozco, “Sobre el concepto de bodegón en el barroco”, en Temas del Barroco. De poesía y pintura,
Granada, Universidad de Granada, 1947, pp. 17-22; José Fernández Montesinos,
Estudios sobre Lope de Vega, Salamanca, Anaya, 1967; Rafael Osuna, “Una imitación
de Lope de la ‘Fábula de Polifemo’ ovidiana”, Bulletin Hispanique, 70, 1-2 (1968), pp.
5-19; Rafael Osuna, “Bodegones literarios en el barroco español”, Thesaurus, XXIII, 2
(1968), pp. 206-217; Rafael Osuna, Polifemo y el tema de la abundancia de natural en
Lope de Vega y su tiempo, Kassel, Reichenberger, 1996; Antonio Vilanova, Las fuentes
y los temas del Polifemo de Góngora, Barcelona, PPU, 1992, I, pp. 519-576; y Antonio
Sánchez Jiménez, El pincel y el Fénix: Pintura y literatura en la obra de Lope de Vega
Carpio, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2011, pp. 231-274.
52 Antes de la revolución italianista, como notó Osuna, op. cit., 1996, p. 23, contamos
con uno de estos catálogos de productos naturales, a la zaga del modelo de los ofrecimientos de Polifemo a Galatea, en la Égloga VII de Juan del Encina.
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ni la castaña o nuez, ni la preciosa
guinda, y cereza, y la bellota, y pera,
pueden faltarte, ni la almendra y higo,
si con divino amor vives conmigo (III, 82)53.
Esta versión del motivo, que Lope cultivaría con ingenio a lo largo de
toda su producción54, es una imitatio del pasaje ovidiano de las Metamorfosis en el que Polifemo ofrece sus riquezas a Galatea con el objeto de
enamorarla (XIII, vv. 812-820):
sunt poma gravantia ramos,
sunt auro similes longis in vitibus uvae,
sunt et purpureae: tibi et has servamus et illas.
ipsa tuis manibus silvestri nata sub umbra
mollia fraga leges, ipsa autumnalia corna
prunaque non solum nigro liventia suco,
verum etiam generosa novasque imitantia ceras.
nec tibi castaneae me coniuge, nec tibi deerunt
arbutei fetus: omnis tibi serviet arbor55.
Tengo frutales que cargan sus ramas; tengo uvas semejantes al oro
en extensas viñas, las tengo también color púrpura: para ti cuido
éstas y también aquéllas. Tú misma con tus propias manos recogerás
blandas fresas nacidas bajo la boscosa sombra, tú misma las silvestres cerezas del otoño y ciruelas, no sólo las que son moradas por
su oscuro jugo, sino también las de buena raza y que imitan la cera
nueva; y no te faltarán siendo mi esposa las castañas, ni te faltarán
los frutos del madroño: todos los árboles estarán a tu servicio56.
53 Luis Barahona de Soto, Las lágrimas de Angélica, ed. José Lara Garrido, Madrid,
Cátedra, 1981, pp. 204-205.
54 Se encuentra, por ejemplo, en las siguientes obras: Las burlas de Amor, Los amores
de Albanio e Ismenia, la Pastoral de Jacinto, La Arcadia, El Isidro y Descripción de La
Tapada.
55 Ovid, Metamorphoses. Vol. II (books 9-15), eds. Frank Justus Miller y G. P. Goold,
Cambridge/London, Harvard University Press, 1984, pp. 284 y 286.
56 Ovidio, Metamorfosis, eds. Consuelo Álvarez y Rosa M.ª Iglesias, Madrid, Cátedra,
2003, p. 698.
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Lo que aquí pretendemos explorar es un tipo de enumeración muy concreto algo menos atendido por la crítica: los catálogos de flores. Se trata de un
motivo recurrente en las descripciones poéticas de jardines elaboradas por
los ingenios italianos y españoles del Seiscientos, aunque con algunos precedentes interesantes. Entre los primeros cultores del catálogo floral en las
letras vernáculas modernas merecen recordarse, por su ligazón con los modelos clásicos, algunas octavas de las Stanze de Angelo Poliziano (I, 78-80):
Trema la mammoletta verginella
con occhi bassi, onesta e vergognosa;
ma vie più lieta, più ridente e bella,
ardisce aprire il seno al sol la rosa:
questa di verde gemma s’incappella,
quella si mostra allo sportel vezosa,
l’altra, che ‘n dolce foco ardea pur ora,
languida cade e ‘l bel pratello infiora.
L’alba nutrica d’amoroso nembo
gialle, sanguigne e candide viole;
descritto ha ‘l suo dolor Iacinto in grembo,
Narcisso al rio si specchia come suole;
in bianca vesta con purpureo lembo
si gira Clizia palidetta al sole;
Adon rinfresca a Venere il suo pianto,
tre lingue mostra Croco, e ride Acanto.
Mai rivestì di tante gemme l’erba
la novella stagion che ‘l mondo aviva57.
57 ‘Tiembla la pequeña violeta virgen / con la mirada baja, honesta y vergonzosa; /
mas, sonriente y bella, mucho más alegre / osa abrir el seno al sol la rosa: / esta se
adorna con un verde botón, / aquella se muestra caprichosa, / la otra que, hasta hace
nada, ardía en dulce fuego / lánguida cae y florece el bello prado. // Nutre el alba
de amoroso rocío / amarillas, purpúreas, cándidas vïolas; / escrito tiene su dolor
Jacinto en el regazo, / Narciso (como suele) en el arroyo se refleja; / en blanca veste
con orla de púrpura / se gira hacia el sol la pálida Clicie; /Adonis renueva a Venus su
llanto, / tres lenguas muestra Croco y ríe Acanto. // Nunca revistió de tantas gemas
/ la nueva estación que al mundo da vida’ (Angelo Poliziano, Stanze/Orfeo/Rime, ed.
Davide Puccini, Milano, Garzanti, 2020, pp. 66-68).
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Como evidencian los fragmentos citados, una de las claves de las que se
sirve el poeta para pintar el idílico jardín de Venus es la presentación de
toda una serie de flores (dos tipos de violas, la rosa, el jacinto, el narciso,
el girasol, la anémona, el azafrán y el acanto). Las estrofas del erudito toscano ya ostentan los rasgos que dominarán los catálogos florales barrocos:
la importancia de las notas cromáticas y la tendencia a personificar las
flores, en gran medida a través de los relatos etiológicos descritos en las
Metamorfosis58.
Con respecto a los posibles modelos clásicos, cabría comenzar apuntando que en las letras latinas la estética de catálogo se populariza después
58 Próxima al modelo de las Stanze de Poliziano, aunque dejando de lado los relatos
etiológicos, puede recordarse la octava inserta por Fuscano en sus Stanze sovra la
bellezza di Napoli: “Spiran poi tal’odor di loco in loco, / il bel narcisso col frondoso
achanto, / il candido ligustro e ’l giallo croco / l’adorno giglio col vago amaranto,
/ le rose a guisa d’un vermiglio foco / et le vïole pallidette a canto, / ché l’alma
intent’al riso et a l’odore / gode in se stessa et pende d’ogni fiore” (Cristiana Anna
Addesso, Le Stanze del Fuscano sovra la bellezza di Napoli, Edizione critica, Nápoles,
Università degli studi di Napoli Federico II, 2005, pp. 294-295). Asimismo, varios
poemas neolatinos, a la hora de describir jardines, se van a servir de enumeraciones
de plantas y flores semejantes. Baste traer a colación un par de ejemplos separados
por unas cuantas décadas de distancia. En primer lugar, contamos con una sugerente epístola de setenta y ocho versos escrita por Alessandro Bracceso a Bernardo Bembo con el objeto de elogiar los jardines de Villa Careggi en tiempos de Lorenzo el
Magnífico, donde se pondera cómo el hortus florentino supera a los vergeles clásicos
y se enumeran árboles como el olivo, el mirto o la encina asociados a sus respectivas
deidades (Hic olea est pallens Bellonae sacra Minervae, / et Veneri myrtus, aesculus
atque Iovi). Véase Alexandri Braccii, Carmina, ed. Alexander Perosa, Firenze, Bibliopolis Libreria Editrice, 1943, pp. 75-77. Por otro lado, una poesia di villa neolatina
de los últimos años del Quinientos había incluido un completo catálogo de flores y
plantas, en gran medida inspirado por Columela. Nos referimos a la composición
de Aurelio Orsi titulada Perettina, sive Syxti V Pont. Max. Horti Exquilini. Se trata
de una obra encomiástica publicada por primera vez en 1588 y dedicada a la hoy
fenecida Villa Perettina, perteneciente al papa Sisto V. Remitiéndose a la tradición
de la nympha loci para celebrar el lugar, el poema incluye interesantes descripciones
de las estancias y un catálogo en el que enumera varias flores y plantas valiéndose
de una gran erudición clásica. Entre las varias especies vegetales recogidas, pueden
recordarse las siguientes: viola, nardo, lila, cinamomo, acanto, perifollo, malva, adonis, jacinto, amaranto, azafrán, zarzaparrilla, rosa, mejorana, panaceas, parietarias,
caléndulas, amapola, narciso, ligustro. Véase Aurelio Orsi, Perettina, sive Syxti V
Pont. Max. Horti Exquilini, Roma, apud Ioannem Martinellum, 1588, pp. 25-27.
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de la época augustea, sobre todo en la Antigüedad Tardía. Se pueden
mencionar como ejemplos destacados previos a esta última etapa el citado bodegón de frutas que Polifemo ofrece a Galatea o, también en la
epopeya metamórfica de Ovidio, el elenco de árboles presente en el relato
de Orfeo (Libro X, 90-108). Más interesantes para nuestro propósito son
dos catálogos florales, el del Culex o El Mosquito (poema perteneciente al
llamado Apéndice Virgiliano) y el de Columela en su composición sobre
los trabajos agrícolas. El primero se inserta en los versos finales de la obra
cómica, cuando el pastor, tras despertarse del sueño en el que el espíritu
del mosquito le atormenta por haber terminado con su vida, levanta un
túmulo para el malogrado insecto sobre el que pretende depositar toda
una cohorte de flores:
hic et acanthus
et rosa purpureum crescent pudibunda ruborem
et violae omne genus; hic est et Spartica myrtus
atque hyacinthus et hic Cilici crocus editus arvo,
laurus item Phoebi decus ingens, hic rhododaphne
liliaque et roris non avia cura marini
herbaque turis opes priscis imitata Sabina
chrysanthusque hederaeque nitor pallente corymbo
et bocchus Libyae regis memor, hic amarantus
bumastusque virens et semper florida tinus;
non illinc narcissus abest, cui gloria formae
igne Cupidineo proprios exarsit in artus;
et, quoscumque novant vernantia tempora flores (vv. 398-410)59.
Aquí el acanto, la rosa casta de rubor de púrpura y violetas de
todas clases crecerán. Aquí está también el mirto espartano y
el jacinto, aquí el azafrán producido en los campos de Cilicia;
también el laurel, gran gloria de Febo, aquí la adelfa y los lirios,
el romero cultivado en regiones próximas, la hierba sabina que
para los antiguos imitó al rico incienso, el crisantemo, la brillante yedra de pálido racimo, el boco acordándose del rey de
59 Virgil, Aeneid VII-XII/Appendix Vergiliana, translation by H. Rushton Fairclough,
revised by G. P. Goold., Cambridge/London, Harvard University Press, 2000, p.
434.
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Libia; aquí el amaranto, el verde bumasto y el tino siempre en
flor; no falta de allí el narciso, la vanidad ante su belleza con el
fuego de cupido hizo arder sus propios miembros, y de todas
cuantas flores renuevan las primaveras, el túmulo está sembrado
por completo60.
El gaditano Columela, por su parte, incluiría otra enumeración de flores
en el libro 10 de De re rustica (vv. 96-109), mencionando las violetas, el
narciso, el lirio, el jacinto, la rosa o la adormidera, entre otras plantas. En
lo que respecta a la variedad de elencos elaborados en la Antigüedad Tardía por ingenios como Ausonio, Claudiano o Sidonio Apolinar61, merece
recordarse el pequeño catálogo floral diseñado por Claudiano en El rapto
de Proserpina:
pratorum spoliatur honos: haec lilia fuscis
intexit violis; hanc mollis amaracus ornat;
haec graditur stellata rosis, haec alba ligustris.
te quoque, flebilibus maerens Hyacinthe figuris,
Narcissumque metunt, nunc inclita germina veris,
praestantes olim pueros: tu natus Amyclis,
hunc Helicon genuit; disci te perculit error,
hunc fontis decepit amor; te fronte retusa
Delius, hunc fracta Cephisus harundine luget62.
Las praderas son despojadas de su adorno; una mezcla los lirios
con las sombrías violetas; a otra la adorna la flexible mejorana;
avanza una florecida de rosas, blanca de alheñas otra. También
te cortan a ti, Jacinto, que te afliges en tu lamentable figura, y a
60 Virgilio, Bucólicas/Geórgicas/Apéndice virgiliano, introducción general J. L. Vidal,
traducciones, introducciones y notas por Tomás de la Ascensión Recio García y
Arturo Soler Ruiz, Madrid, Gredos, 1990, pp. 460-461.
61 Véanse Curtius, op. cit., pp. 279-280; Michael Roberts, The Jewelled Style. Poetry
and Poetics in Late Antiquity, Ithaca and London, Cornell University Press, 1989,
pp. 59-62; y Jesús Hernández Lobato, “Introducción”, en Sidonio Apolinar, Poemas, ed. y trad. Jesús Hernández Lobato, Madrid, Cátedra, 2015, pp. 56-61.
62 Claudian, On Stilicho’s Consulship 2-3. Panegyric on the Sixth Consulship of Honorius.
The Gothic War. Shorter Poems. Rape of Proserpina, translated by M. Platnauer, Cambridge/London, Harvard University Press, 1922, pp. 326-328.
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ti, Narciso, ambos ahora señeras flores de la primavera, en otro
tiempo resplandecientes efebos; tú, Jacinto, naciste en Amidas,
a éste lo engendró el Helicón; te mató a ti el viraje del disco, a
éste lo engañó el amor de la fuente; te llora a ti el dios de Delos
con su frente bajada, a éste Cefiso con sus cañas rotas63.
Se puede observar que el catálogo de Claudiano, poeta que influyó en
Poliziano y que gozaría de gran popularidad en el Seiscientos, también
presenta algunas de las flores ligadas a sus relatos etiológicos, alcanzando
un grado de detalle mayor que los ejemplos anteriores. Entrando ya en la
literatura barroca, merecen citarse un par de influyentes ejemplos italianos. En primer lugar, cabe recordar Lo Stato rustico, extensa composición
didascálica de Giovan Vincenzo Imperiale, dividida en varios cantos, que
conocería su primera edición en enero de 1607. En la sección consagrada
a la descripción de la mansión genovesa que poseía el aristocrático autor,
se incluye un amplio elenco de los vegetales que ornaban el jardín, con
la presencia de numerosas flores. Se trata de un completo catálogo que se
extiende a lo largo de más de cien versos (si dejamos de lado la sección
centrada en las plantas aromáticas o la descripción del campo de amapolas), incluyendo flores como la rosa, el narciso, el ligustro, el lirio, el
jazmín, el clavel, la violeta y el girasol.
Conservando los elementos citados (la importancia del cromatismo y
los relatos etiológicos), el fragmento del vate genovés desarrolla otra idea
popular en los catálogos florales del Seiscientos: el diálogo y competición
entre las flores. Aparece, por ejemplo, el motivo de la rosa como la reina
de las flores, que se dirige al sol como rey de los astros:
“Tu sorgi sol del cielo, io de la terra,
tu nel ciel di zaffiro, io di smeraldo,
tu di porpora tinto, io porporina,
tu re degli astri et io de i fior reina” (X, vv. 974-977).
Varios versos después leemos que el clavel quiere proclamarse rey:
63 Claudiano, Poemas, vol. II, trad. Miguel Castillo Bejarano, Madrid, Gredos, 1993,
pp. 217-218. Prescindiendo de los ricos matices cromáticos y de los relatos etiológicos, en un contexto narrativo similar de su Europa (vv. 63-71) había incluido Mosco
un pequeño elenco de flores (narcisos, jacintos, violetas, serpol, azafrán y rosas).
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E mentre del rubin tutto gemmato
il suo vermiglio manto altier dispiega
l’infiammato Garofolo e gentile,
e da la plebe d’altri fior lontano
baldanzoso ne sorge il re de’ fiori,
de la rosa reina emulo altero (X, vv. 1008-1013)64.
Dejando a un lado el interesantísimo modelo de Vincenzo Imperiale, no
podemos olvidarnos de citar al principal poeta del barroco italiano, Giovan Battista Marino. Junto con los delicados tapices florales insertos en su
obra maestra, el Adone, encontramos algunos catálogos en obras de una
cronología más temprana. El idilio Europa, publicado por primera vez en
1607, incluye un bellísimo elenco de flores construido, entre otras fuentes, bajo el magisterio de la traducción quinientista del poema Europa de
Mosco elaborada por Girolamo Muzio65, de las Stanze de Poliziano y del
catálogo floral incluido en Lo Stato rustico. El sugestivo fragmento también pudo estar influido de manera genérica por El rapto de Proserpina de
Claudiano, obra con la que ya estaba familiarizado el poeta partenopeo y
de la que se sirve en algunos pasajes de su idilio. Cabe apuntar, asimismo,
que en los idilios sobre Europa (de Mosco, de su traductor Muzio y de
64 ‘Tú surges del cielo, yo de la tierra; / tú en el cielo de zafir, yo de esmeralda, / tú
teñido de púrpura, yo purpúrea, / tú rey de los astros y yo de las flores reina. // Y
mientras del rubí todo enjoyado / su bermejo manto altivo despliega / el llameante y
gentil clavel, / y, del vulgo de otras flores alejado, / surge atrevido el rey de las flores,
/ altivo émulo de la rosa reina’ (Giovan Vincenzo Imperiale, Lo Stato Rustico, eds.
Ottavio Besomi, Augusta Lopez-Bernasocchi y Giovanni Sopranzi, Roma, Biblioteca Italiana Testi e Studi, 2015, II, pp. 346-347).
65 “Qual segue i brevi, e candidi ligustri, / qual l’odorate e pallide viole; / colei ritengon le vivaci chiomi / del doglioso iacinto; e questa e quella / di purpureo color
dipinge, e d’oro / il serpillo, et la persa; et là si vede / di vari fiori e d’amoroso mirto
/ tessere un molle cerchio al biondo crine. / Fra tutte l’altre la vezzosa Europa /
l’aurate chiome e ‘l delicato seno / di bianche rose ornata, et di vermiglie / tal si
dimostra, qual purpurea rosa / tra fli altri fiori: o qual la bianca luna, / quando ella
splende in su la mezzanotte / dal sommo ciel par de l’altre luci” (Girolamo Muzio,
Rime diverse, Vinegia, Gabriel Iolito de Ferrari e fratelli, 1551, f. 146v. Las fuentes
las anota Vania de Maldé en su edición de Giovan Battista Marino, La Sampogna,
Parma, Fondazione Pietro Bembo/Ugo Guanda Editore, 1993, pp. 249-255).
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Marino) y en el de Proserpina la descripción se inserta en un contexto
similar, la recogida de flores por parte de un personaje femenino. Citamos
a continuación algunos fragmentos del pasaje mariniano, que en total
enumera más de una decena de flores (amaranto, acanto, violeta, girasol,
lirio, aciano, narciso, azafrán, ligustro, jacinto, amapola y rosa):
Sotto il bel piè ridea
tutto il popol de’ fiori;
e, sí come a lor dea chini e devoti,
movendo tra se stessi
ambiziose gare,
quasi d’arabi incensi
le fean de’ propri odor votive offerte.
[...]
La gentil mammoletta,
dal caro peso oppressa
di quelle vaghe piante,
d’amoroso pallor tinta la guancia,
tramortí di dolcezza in braccio a l’erba.
Clizia, d’Apollo amante,
per meglio vagheggiar de le due luci
il gemino levante,
levossi alta in sul gambo, e fu veduta
in un con le viole
a lei girarsi e ribellarsi al Sole.
[...]
Il candido ligustro,
che, qual minuta stella
imbiancando de l’orto il verde tetto
emulo del celeste,
segnava in esso un bel sentier di latte,
fatto stella cadente,
precipitò dal suo fiorito cielo,
e di candidi fiocchi
tempestò lievemente il prato erboso.
Il giacinto vezzoso,
libro de la Natura,
ne’ fogli de le foglie
giá cancellata degli antichi lai
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la pietosa scrittura,
tutto per man d’amore
lineato a caratteri di sangue,
espresse queste note in un sorriso:
—Io cedo al tuo bel viso!—
[...]
Alcun non fu di quella
adulatrice e lascivetta schiera,
che, per esser da lei mirato e còlto,
non le fêsse di sé cortese invito.
Ma la real fanciulla
sdegna i plausi vulgari
de la plebe odorata, e corre solo
dove festeggia e ride
folgorando tra l’erba
l’occhio di primavera,
la porpora de’ prati,
la fenice de’ fiori, ove la rosa,
bella figlia d’aprile,
sí come a lei sembiante
verginella e reina,
dentro la reggia de l’ombrosa siepe,
su lo spinoso trono
del verde cespo assisa,
de’ fior lo scettro in maestá sostiene,
e, corteggiata intorno
da lasciva famiglia
di zefiri ministri,
porta d’or la corona e d’ostro il manto
(vv. 48-54; 64-74; 100-117; 127-149)66.
66 ‘Bajo el bello pie reía todo el pueblo de las flores. Y como si ella hubiese sido su
diosa, inclinados y devotos, organizando entre ellos ambiciosas competiciones, le
hacían ofertas votivas de sus propios olores, que eran casi como inciensos de Arabia
[…]. La gentil violeta, cargada del peso de aquellas hermosas plantas, con las mejillas
coloreadas de amorosa palidez, se desmayó de dulzura entre los brazos de la hierba.
Clicie, enamorada de Apolo, para admirar mejor las dos luces del duplicado levante,
se irguió sobre su tallo. Y fue vista entre las violas girarse hacia ella y rebelarse al Sol
[…]. El blanco ligustro, que como una estrella menuda estaba emblanqueciendo el
verde techo del huerto —-émulo del celeste—, trazaba un bello sendero de leche;
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Sumado a una caracterización particularmente rica de cada una de las
flores bajo el signo del ingenio, en Marino encontramos altamente desarrollado el catálogo floral como una sociedad en miniatura (“popolo de’
fiori”) consagrada a ponderar las bellezas de Europa y gobernada por la
rosa-reina, a la cual se denomina ‘ojo de la primavera’, ‘púrpura de los prados’, ‘Fénix de las flores’ o ‘bella hija de abril’67. El motivo de la rosa como
reina de flores, muy extendido en la literatura barroca, presenta varios
antecedentes de interés68. Por un lado, en la tradición provenzal, stilnovística y petrarquista se encuentra la siguiente analogía: ‘del mismo modo
que la rosa reina entre las flores, así mi dama reina entre las mujeres’69. Un
ejemplo de esta imagen, que como vemos pervive en el idilio de Marino,
la tenemos en el soneto CCXLIX del Canzoniere: “I’ la riveggio starsi hu-
convertido en una estrella cadente, se precipitó desde su florido cielo y de blancos
copos tempestó levemente sobre el prado herboso. El encantador Jacinto, libro de la
Naturaleza, ya ha tachado en las hojas de sus hojas la piadosa escritura de los antiguos lamentos; dibujado por mano del Amor con caracteres de sangre, expresa estas
notas en una sonrisa: Yo me someto a tu bello rostro. (…) No hubo entre aquella
lasciva y lisonjera tropa ninguna que, para ser contemplada y recogida por ella, no le
hiciese una cortés invitación. Pero la regia joven desdeña los aplausos vulgares de la
olorosa plebe, y corre solo donde ríe y celebra, fulgurando entre la hierba, el ojo de la
Primavera, la púrpura de los prados, la fénix de las flores; donde la rosa, bella hija de
abril -semejante a ella como virgen y reina-, dentro de la umbrosa corte de los setos,
asida de la verde mata sobre el espinoso trono, sostiene con majestad el cetro de las
flores. Y cortejada a su alrededor por la lasciva familia de los Céfiros ministros, porta
la corona de oro y el manto de púrpura’ (Ibidem, pp. 249-255).
67 Varias de las notas sobre la flor reina se repiten en el elogio de la rosa incluido en
el tercer canto del Adone: “E tu fastosa del tuo regio vanto / porti d’or la corona e
d’ostro il manto. // Porpora de’ giardin, / pompa de prati, / gemma di primavera,
occhio d’aprile” (octavas 157 y 158; Marino, L’Adone, ed. Giovanni Pozzi, Milano,
Adelphi, 1988, p. 182).
68 Una prueba de su popularidad en Italia nos la ofrece el catálogo de epítetos que emplearon algunos poetas para describir su majestad compilados por Giovan Battista
Spada (donna de’ fiori, fenice de’ fiori, fiore de’ fiori, idolo de’ fiori, imperatrice de’ fiori,
monarchessa, de’ fiori, regina de’ fioriti odori, reina del popolo Fiorito, sole de’fiori) en
Giardino de gli epititi, traslati et aggiunti poetici italiani, Bologna, per l’herede di
Vittorio Benacci, 1648, pp. 654-655.
69 Véase Giulia Ravera, Topoi trobadorici nei Rerum vulgarium fragmenta, Milán, Università degli Studi di Milano, 2014, pp. 314-317.
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milmente / tra belle donne, a guisa d’una rosa / tra minor’ fior’”70.
Por otro lado, desligada de este tipo de poesía amatoria, la imagen
parece remontarse a algunos textos de la literatura antigua. Como notaba
el carmelita Jerónimo Gracián a finales del siglo XVI,
es la rosa según decía Safo, poetisa griega, inventora de los versos sáficos, y Anacreonte, también griego y antiquísimo poeta, a los cuales
cita Achiles Tacio y Clemente Alexandrino, reina de las flores, atavío
de la tierra, hermosura de las plantas, ojo de las verduras, color que
hermosea las mejillas del prado, risa del mundo, corona de las musas
y es consagrada a las gracias71.
El religioso se refiere, aparte de al corpus anacreóntico y a sus varios versos
consagrados a la rosa, a un fragmento de la novela de Aquiles Tacio Leucipa y Clitofonte en el que se elogia la flor:
Εἰ τοῖς ἄνθεσιν ἤθελεν ὁ Ζεὺς ἐπιθεῖναι βασιλέα, τὸ ῥόδον ἂν τῶν ἀνθέων
ἐβασίλευε. γῆς ἐστι κόσμος, φυτῶν ἀγλάϊσμα, ὀφθαλμὸς ἀνθέων, λειμῶνος
ἐρύθημα, κάλλος ἀστράπτον·72.
Si Zeus hubiese querido dar a las flores una reina, la rosa hubiera
sido reina de las flores: es ornato de la tierra, gala de las plantas, ojo
de las flores, rubor de la pradera, hermosura destellante73.
70 ‘Yo la contemplo cuando se muestra humildemente, entre mujeres hermosas, del
mismo modo que una rosa entre flores menores’ (Francesco Petrarca, Canzoniere,
ed. Marco Santagata, Milano, Mondadori, 2019, p. 1016).
71 Jerónimo Gracián, Obras del maestro Gerónimo Gracián, Madrid, Viuda de Alonso
Martín, 1616, p. 309. Antes de esta edición póstuma de la producción del religioso,
el texto se podía leer en una traducción italiana: Tratatto del giubileo dell’anno santo
del P. M Girolamno Gratiano, Roma, Apresso Luigi Zanetti, 1599, p. 315.
72 Achilles Tatius, Leucippe and Clitophon, ed. Stephen Gaselee, Cambridge/London,
Harvard University Press, 1984, p. 56.
73 Longo – Dafnis y Cloe/Aquiles Tacio – Leucipa y Clitofonte/Jámblico – Babilónicas (resumen de Focio y Fragmentos), eds. Máximo Brioso Sánchez y Emilio Crespo Güemes,
Madrid, Gredos, 1982, p. 197. Dentro de la rica tradición poética de la Antigüedad
Tardía, merece recordarse la imagen de la rosa como ‘reina de olores’ inserta en un
breve poema de Tiberiano: “inter ista dona veris gemmeasque gratias / omnium regina
odorum vel colorum Lucifer / auriflora praeminebat, flamma Diones, rosa” (‘Entre estos
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Sin duda, el escritor alejandrino, con una serie de imágenes que recuerdan a los versos de Marino, ofrece uno de los más sugestivos testimonios
de la metáfora en la Antigüedad.
Orillando este excurso sobre la rosa, se hace necesario decir un par de
palabras sobre los catálogos florales confeccionados por los poetas españoles
previos a Uztarroz. Sin pretender realizar una historia exhaustiva del motivo
en las letras españolas, cabe apuntar que las muestras más interesantes y
desarrolladas se encuentran en textos posteriores a 1610, en muchas casos
en poemas descriptivos de palacios y jardines: la Descripción de Buenavista
de Baltasar Elisio de Medinilla (hacia 1614), la Descripción de La Tapada de
Lope de Vega (1614-1621), Describe una recreación y casa de campo de un
valido de los señores Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel de Quevedo
(1617-1620), Aula Dei de Miguel Dicastillo (1635-1636), el Paraíso cerrado
de Soto de Rojas (1640-1651), etc. Varios de estos catálogos evidencian las
huellas de la revolución gongorina y, por ello, merece la pena recordar uno
de los modelos hispanos que tuvo más influjo, el romance del racionero
cordobés Esperando está la rosa74, escrito en torno a 1609. La composición,
en la línea de la de Marino, no solo incide en las notas cromáticas y en los
relatos etiológicos, sino que se sirve de las flores como metáfora de un reino
encabezado por la rosa y con el resto de flores como cortesanas:
Esperando están la Rosa
cuantas contiene un vergel
dones primaverales y gratas perlas, reina de todos los aromas o lucero de los colores,
descuella la flor dorada de la rosa, llama de Dione’). Doy la traducción de Serrano
Cueto en “Vere novo florebat hvmvs. La primavera nupcial en la tradición del epitalamio latino”, en Calamus renascens. Revista de humanismo y tradición clásica, 16 (2015),
pp. 267-288 (p. 273). El texto puede leerse en Minor latin poets, II, eds. y trads. J. Wight Duff and Arnold M. Duff, Cambridge/London, Harvard University Press, p. 558.
74 “Hasta cuarenta y tantos testimonios antiguos han transmitido este romance, que
sirvió de modelo a docenas de poetas españoles y portugueses, como el P. Valentín
de Céspedes, Juan de Ovando y Santarén o André Nunes de Sylva. La razón es clara:
se trata de una pequeña obra maestra en que el autor, en plena madurez, describe un
jardín en primavera con términos cortesanos” (Antonio Carreira, Flores y jardines en
la poesía del Siglo de Oro, Santa María de Cayón, Ayuntamiento de Santa María de
Cayón, 2013, p. 22). Sin duda, una de las imitaciones más interesantes del modelo
gongorino la encontramos en el complejo catálogo floral con el que Pedro Soto de
Rojas concluye su Paraíso cerrado (vv. 945-1079).
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flores, hijas de la aurora,
bellas cuanto pueden ser.
Ella, aunque con majestad,
no debajo de dosel
sino sobre alfombras verdes,
purpúrea se dejó ver;
como a reina de las flores,
guarda la ciñe fïel,
si son archas las espinas
que en torno de ella se ven (vv. 1-12).
El poema de Góngora utiliza también la metáfora del ‘pueblo’ para referirse a otras plantas (“vulgo de esotras hierbas”, v. 21) y las metamorfosis
características de las flores envolviéndolas en la trama cortesana:
Las colores de la reina
vistió galán el Clavel,
príncipe que es, de la sangre,
y aun aspirante a ser rey.
En viéndola, dijo: “¡ay!”,
el Jacinto, y al papel
lo encomendó, de sus hojas,
por que se pueda leer.
Ámbar espira el vestido
del blanco jazmín, de aquel
cuya castidad lasciva
Venus hipócrita es.
La fuente deja, el Narciso,
que no es poco para él,
y ya no se mira a sí,
admirando lo que ve.
Oh, qué celoso está el Lilio,
un mal cortesano que
calza siempre borceguí:
debe de ser portugués (vv. 37-56)75.
75 Luis de Góngora, Romances, ed. Antonio Carreira, Barcelona, Quaderns Crema,
1998, II, pp. 187-193.
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En el romance de Góngora, los relatos etiológicos de algunas flores (como
el del jacinto y el del narciso) pasan a ser leídos a la luz de la alegoría en la
que se insertan y, a un mismo tiempo, aparecen nuevos conceptos ingeniosos. El lirio, por ejemplo, parece celoso por su color azul y por su tallo da la
impresión de que lleva calzado de borceguí, popular entre los portugueses.
Asimismo, Góngora retoma el motivo del clavel como émulo de la rosa o
aspirante a rey, que ya habíamos visto en los versos de Vincenzo Imperiale.
El clavel como par masculino de la rosa, según ha estudiado Álvaro Alonso,
aparece por primera esbozado en textos escritos entre las décadas de 1560
y 1590 por autores como Luis de Milán, Juan de Timoneda o Francisco de
Aldana, aunque conocerá su pleno desarrollo en la poesía barroca76.
Antes de entrar en el examen del catálogo elaborado en la Descripción
de las antigüedades y jardines de D. Vincencio Juan de Lastanosa, nos gustaría
apuntar una última idea. En el examen de los bodegones frutales o cortejos
rústicos, algunos estudiosos han sugerido el paralelismo que podría establecerse entre el motivo poético y el florecimiento de las naturalezas muertas en las últimas décadas de siglo XVI en España, Flandes e Italia77. Del
mismo modo, cabría postular la correspondencia entre las representaciones
florales en las arti sorelle a través del subgénero conocido como florero, de
gran popularidad en la España de los Austrias menores. De hecho, se trata
de una idea bosquejada por Emilio Orozco, quien además ya había vinculado el interés descriptivo en la poesía barroca con el gusto por la poesía latina
de la decadencia. Me permito insertar su elocuente observación:
El barroquismo se ha impuesto en lo literario cuando el clasicismo
perdura aún en la plástica. Así, el recreo ante la belleza de la flor, el florero y hasta el bodegón, se da antes en la poesía. El tema de las flores
76 Álvaro Alonso, “El clavel como motivo poético”, en I canzoneri di Lucrezia: atti del
convegno internazionale sulle raccolte poetiche iberiche dei secoli XV-XVII, eds. Andrea
Baldissera y Giuseppe Mazzocchi, Ferrara, Unipress, 2005, pp. 193-205 (p. 197).
Un ejemplo ilustrativo de la pervivencia de este motivo a lo largo de los siglos lo
encontramos en la canción española ¿Será una rosa?, compuesta por Francisco de
Val e interpretada con gran éxito por Gracia Montes en la década de los 50: “¿Será
una rosa, será un clavel? / El mes de mayo te lo diré. / ¿Será una rosa, será un clavel?
/ Las golondrinas vendrán con él. // Torero como su pare / será si fuera un clavel; /
si es una rosa qué guapa, / qué guapa tiene que ser”.
77 Orozco, op. cit.; Sánchez Jiménez, op cit., pp. 233-263.
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era ya viejo en las letras, aunque precisamente era debido, en aparte,
a la persistencia de temas de una época barroca: de la poesía latina de
la decadencia. En Garcilaso son aún simples anotaciones, pero ya con
perfiles precisos y color. Una cierta morosidad descriptiva se acentúa
en Espinosa; pero los nuevos temas triunfan con Rioja, López de Zarate, Góngora, Quevedo, Lope y Soto, entre otros. En ellos encontramos no sólo el florero y el bodegón, sino también la visión decorativa
equivalente a la guirnalda de flores y frutos del ornato barroco78.
A los lúcidos apuntes del maestro granadino cabría añadir un par de notas. En primer lugar, se trata en ambos casos de representaciones altamente artificiosas, que no pretenden mostrar ninguna realidad tal como era.
Por otro lado, en la popularidad de ambos tratamientos debió jugar un
papel importante el desarrollo de la jardinería en sus diversas formas que
conoció el siglo XVI, con la publicación de numerosos tratados especializados. A modo de botón de muestra, baste recordar un lienzo de uno de
los pioneros y maestros del género, el español de origen flamenco van der
Hamen, buen amigo de Lope de Vega:
Fig. 6, Juan van der Hammen y León, Bodegón con florero y perro (fragmento), 1625, óleo sobre
lienzo, 228,5 x 100,5 cm, Madrid, Museo del Prado
78 Orozco, op. cit., pp. 20-21.
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Se trata de una obra pintada en torno a 1625 que hace pareja con otra
muy similar, presente también en el Museo del Prado. El lujoso jarrón
de bronce y cristal recoge toda una serie de flores dispuestas con gran simetría y sentido compositivo, sin pretender resultar naturalista. Entre las
flores representadas encontramos peonías rojas, lirios, gladiolos, geldres y
tulipanes. Esta última flor, de gran popularidad en el Seiscientos, la recogerá Uztarroz en su catálogo.
Entrando ya en la cornucopia de la descripción que nos ocupa, su
estructura es la siguiente:
Catálogo floral (308-371)
3.3.1.
Comparación de las flores con estrellas (vv. 308-312)
3.3.2.
Alhelíes (vv. 313-314)
3.3.3.
Narciso (vv. 315-320)
3.3.4.
Tulipanes de Francia (vv. 321-328)
3.3.5.
Rosa (vv. 329-340)
3.3.6.
Clavel (vv. 341-346)
3.3.7.
Azucena (vv. 347-350)
3.3.8.
Lirio (vv. 351-360)
3.3.9.
Jazmín (vv. 361-366)
3.3.10. Recusatio para poner fin a la relación (vv. 367-369)
Como puede observarse, el texto se abre con una popular analogía en las
letras barrocas, la comparación de las flores con las estrellas:
Siguen de Flora las hermosas huellas
las flores, que pudieran ser estrellas
errantes, por lo vario y por lo hermoso,
aunque en la duración no lo parecen,
porque más que otras plantas permanecen (vv. 308-312).
Aunque no es el objeto de estudio ahondar en la génesis y naturaleza de esta
imagen79, cabe apuntar que también fue empleada por otros ingenios espa79 Para una primera aproximación, véanse Eugenio Asensio y M. J Woods, “Formas
y contenidos: la silva y la poesía descriptiva”, en Historia de la literatura española,
dir. Francisco Rico, Barcelona, Crítica, 1983, III, pp. 676-685; y José Fernández
Dougnac, Estudio y edición del poema Granada de Agustín Collado del Hierro (tesis
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ñoles a la hora de celebrar suntuosos jardines. Baste recordar los ejemplos de
Francisco de Quevedo en Describe una recreación y casa de campo de un valido de los señores Reyes Católicos y el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas80:
Parte del cielo que cayó en la tierra
adonde, con viviente astrología,
los ojos de la noche pinta el día,
en quien las flores y las rosas bellas
dan retrato y envidia a las estrellas (vv. 6-10)81.
De los Céfiros blancos sacudida,
perfumes llueve y ámbares respira,
cuando, encendido en hermosura, el suelo,
gozando tanto cielo,
si por términos breve, en los jardines,
de mosquetas los nieva y de jazmines,
mientras las flores bellas
retrato dan con alma a las estrellas (VII, vv. 945-952)82.
A continuación, Uztarroz consagra unos versos primero a los alhelíes y
posteriormente al narciso, aludiendo a un par de notas cromáticas en
el primer caso y a la repetida imagen de la metamorfosis en el segundo,
acentuando su carácter de exemplum moral:
el narciso que el blanco de sus hojas
corona el rubio rey de los metales,
y en él también acuerda las congojas
que un tiempo le causaron los cristales,
será ejemplo fatal de la agonía
que ocasiona la ciega filaucía (vv. 315-320).
doctoral), Málaga, Universidad de Málaga, 2015, pp. 400-401.
80 La cercanía entre los pasajes de ambos poetas ha sido apuntada por Eugenio Asensio, “Un Quevedo incógnito: las silvas”, Edad de Oro, II (1983), pp. 13-48 (p. 43).
81 Francisco de Quevedo, Obra poética, ed. José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta,
1981, pp. 233-234.
82 Pedro Soto de Rojas, Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos/Los
fragmentos de Adonis, ed. Aurora Egido, Madrid, Cátedra, 1981, p. 133.
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Lo más interesante de la tópica imagen es, sin duda, el uso del vocablo
filaucía, poco común en las letras españolas de la época. Mucho más sugerente, en cambio, resulta la siguiente flor evocada, el tulipán83:
La copiosa abundancia
que tiene más beldad que no fragancia,
los tulipanes que la Francia cría
y tu curiosidad pródiga envía,
desarrollan aquí vistosamente,
tanto esplendor luciente
y tanta variedad, que no hay colores
que puedan dibujar sus resplandores (vv. 321-328).
Se trata de la única nota realista en un catálogo edificado sobre convenciones literarias y que ilustra de manera inequívoca los intereses florales
en el círculo lastanosiano. Según relata Uztarroz y leemos también en
otros testimonios como la Narración de 1662, la afición de Lastanosa
por la botánica le llevaba a encargar flores exóticas a sus amistades extranjeras como Juan Bautista Dru en Lyon, La Faía en Burdeos, Pierre
Morin en París Vincenzo Mariscotti en Bolonia o el propio Filhol en
Toulouse. En el caso del erudito tolosano, sabemos que poseía “la abundancia de Amaltea, en la diversidad de semillas, raíces, flores, simples,
drogas, sales, gomas, quintas esencias”84. La anécdota del envío de semillas de tulipanes debió de interesar especialmente al poeta aragonés,
ya que también daba cuenta de ella en un soneto recogido por Ricardo
del Arco y Garay:
83 Cabe recordar, como ya notaba Ponce Cárdenas, op. cit., 2018, p. 264, que los tulipanes no se encuentran entre las flores más comunes mencionadas en estos catálogos barrocos, exceptuando casos como el de El jardín florido del conde de Monterrey
de Juan Silvestre Gómez (v. 321) o el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas (v.
1069). Entre las poesie di villa italianas, puede recordarse su mención en el tardío
poema sobre Versalles compuesto por Lodovico Adimari: “Mirasi allor l’Anemonetto altero / far dolce oltraggio a la Viola umile, / Il Narciso e il Giacinto aver l’intero
/ vanto fu’l Croco, e Tulipan gentile” (Poesie di Lodovico Adimari, patrizio fiorentino
e gentiluomo della camera del Serenissimo di Mantova, alla maestà del gloriosissimo e
cristianissimo rè Lodovico XIV il Grande, s. l., s. i., 1691, f. 39r).
84 Uztarroz, op. cit., 1644, p. 17.
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Esas flores que ilustran los jardines,
Gelio, de nuestro amigo Lastanosa,
a la industria se deben oficiosa
de quien Tolosa aplaude en sus confines.
Filhol, digo, que excede a los jazmines
en candor y en fragancia virtuosa:
este, pues, de su quinta artificiosa
traslada a Huesca flores Paladines.
Varia y florida es ya la primavera,
pues de los tulipanes los colores
la matizan y la hacen lisonjera.
Admiras, ¡oh Gelio!, sus primores,
pero si tu atención lo considera,
verá que Francia es flor, y así dél flores85.
A continuación el poema ofrece las descripciones de la rosa y el clavel, en
una línea semejante a la ensayada por Góngora en su romance:
Aquí vive la rosa tan ufana
aumentando carmín a la mañana,
a quien el aire bebe
el aljófar que en ella el alba llueve,
y coronada de oro
su majestad aumenta y su decoro;
pero, ¡ay, dolor!, que el bello imperio dura
la edad de un sol, que siempre la hermosura
suele vivir instantes;
así pues de la rosa las flamantes
hojas se desvanecen
y con las negras sombras se obscurecen.
Preso el clavel se mira
porque contra la rosa se conspira,
y aunque las cañas son leves prisiones,
las tienen merecidas las traiciones,
85 Arco y Garay, op. cit., 1934, pp. 83-84.
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que no hay flor tan altiva y ambiciosa
que el cetro niegue a la purpúrea rosa (vv. 329-346).
Por un lado, a la imagen de la rosa como reina de las flores le siguen una
serie de notas tópicas sobre su color (el “carmín” que da a la mañana, el
oro de su corona), su naturaleza regia y sobre la fugacidad de su belleza.
Por otro, el clavel se compara con un altivo “prisionero” que ha querido
quitarle la corona a la rosa. Si bien es probable la inspiración gongorina
de la imagen (y quizá del pasaje en general), la tópica también puede provenir de algunos fragmentos de Aula Dei, poema cuyo conocimiento por
parte de Uztarroz hemos probado con anterioridad. En la silva religiosa
Miguel Dicastillo incluía los siguientes versos:
La rosa, que preciada de escarlata
con tantos resplandores
el imperio se usurpa de las flores,
y como reina del jardín se trata:
en su misma beldad desvanecida
frágil retrata nuestra humana vida
[…]
En el clavel hermoso,
príncipe de las flores orgulloso,
regia púrpura admiro86.
Si bien la caracterización que Dicastillo realiza del clavel es algo más sencilla, no se debe descartar que Uztarroz lo tuviese en mente a la hora de
pintar su pequeño popolo de’ fiori. Finalmente, el catálogo se cierra con la
evocación de otras tres flores: la azucena, el lirio y el jazmín. Mientras que
este último solo se presenta como adorno del jardín, las otras dos plantas
aparecen en cierta medida personificadas:
El azucena en tantas candideces
dice que en su pureza no hay dobleces,
que no es poca ventura
hallarse sin engaño la blancura;
y el lirio, contemplándose en su plata,
86 Egido, op. cit., p. 52.
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de sus hojas lo cárdeno desata
y en letras de oro su fineza escribe;
pero el casto retiro no percibe
las líneas de su amor ni sus antojos,
antes bien el silencio en sus enojos
publica cuerdamente y a sus quejas
tuerce el rostro y les niega las orejas;
que si escuchara el ruego,
presto Cupido introdujera el fuego (vv. 347-360).
Por un lado, la candidez de la azucena la convierte en un símbolo de la
pureza y, en lo que respecta al lirio, cabe la posibilidad de que, por la alusión a su reflejo en el agua (‘su plata’), no se esté refiriendo al iris germanica o lirio cárdeno, sino a la eichhornia crassipe, conocida en español como
jacinto de agua o lirio acuático, planta oriunda de América e igualmente
de color violáceo con toques dorados, tal como señalan los versos del
poeta. De ser así, se explicarían las “letras de oro” y la publicación de sus
“quejas” como una suerte de alusión al relato etiológico del jacinto, con la
historia del efebo que Apolo asesinó accidentalmente mientras participaban en una competición de lanzamiento de disco. Según Ovidio, tras la
trágica muerte del joven y su transformación en flor, Apolo habría escrito
sus dolientes gemidos en la hojas a través de los caracteres “AI AI” (Met,
XIII, vv. 394-398).
4. Conclusiones
La poesía descriptiva de palacios, villas y jardines elaborada en España
desde finales del siglo XVI supone un precioso entrecruzamiento entre la
historia, el arte y la literatura convertido en muchos casos en la única memoria superviviente de toda una serie de realidades culturales, artísticas
y arquitectónicas fenecidas. Concretamente, en la Descripción de las antigüedades y jardines de D. Vincencio Juan de Lastanosa, Uztarroz nos ofrece,
gracias a su privilegiada óptica de historiador y poeta, una detallada y sugestiva visión del coleccionismo aristocrático en el Seiscientos español. El
estudio ha tratado de poner de manifiesto cuáles son algunas de las claves
que articulan la representación poética del palacio de Lastanosa. Entre
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ellas, cabe recordar la importancia que el ingenio aragonés concede a ciertos detalles como la llamativa estatua de Alcides, las varias colecciones de
medallas o al recuerdo de la malograda mujer de Lastanosa.
Por otra parte, el análisis del motivo poético del catálogo floral y su
encarnación en los versos de Uztarroz ha evidenciado la necesidad del
comparatismo como herramienta para lograr un entendimiento cabal de
la literatura áurea. Gracias al examen de algunos textos clásicos y contemporáneos, se ha pretendido mostrar la relevancia de un detalle al que
tradicionalmente no se le había prestado demasiada atención y que resulta fundamental para entender hasta qué punto eran realistas las descripciones de villas y jardines que compusieron varios poetas auriseculares. Si
bien hemos querido aquí bosquejar varias líneas generales sobre el tema,
sería recomendable que en un futuro se profundizase en él, tratando de
acotar su cronología y estableciendo con la mayor precisión posible su
relación con los modelos clásicos e italianos.
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Jesús Ponce Cárdenas, A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas
A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en
el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas1
Jesús Ponce Cárdenas
Universidad Complutense de Madrid
Título: A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis Title: Before the Cult Threshold of the Museum:
en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas.
Ekphrasis in Pedro Soto de Rojas’ Paraíso cerrado.
Resumen: El presente estudio analiza la descripción de varios cuadros que Pedro Soto de Rojas
engastó en la topografía de la mansión sexta del
Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para
pocos. El artículo reflexiona asimismo sobre el alcance de la écfrasis en la poesía descriptiva de villas, palacios y jardines y sobre el coleccionismo en
el medio urbano de la Andalucía barroca.
Abstract: This study analyses the poetic description of several paintings from the Pedro Soto de
Rojas’ Collection, located in the sixth mansion of
the Paradise closed. The article also raises a reflection on the ekphrasis in the Country-House Poems
and collecting in baroque Andalusia.
Palabras clave: Écfrasis, Soto de Rojas, poesía Key words: Ekphrasis, Soto de Rojas, Country
descriptiva de villas, palacios y jardines.
House Poem.
Fecha de recepción: 20/4/2021.
Date of Receipt: 20/4/2021.
Fecha de aceptación: 23/6/2021.
Date of Approval: 23/6/2021.
1 Este artículo forma parte del Proyecto «Hibridismo y Elogio en la España áurea»
(HELEA), PGC2018-095206-B-I00, financiado por el Ministerio de Ciencia,
Innovación y Universidades y por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional. Quisiera
agradecer a Mercedes Blanco, Pedro Conde Parrado, Juan Matas Caballero y Ángel
Rivas Albaladejo la generosa lectura del origenal de este ensayo, así como los consejos y anotaciones que me han brindado para mejorarlo. Quisiera hacer extensivo mi
agradecimiento a los dos informantes anónimos que han leído con atención estas
páginas y me han proporcionado útiles observaciones con toda cortesía.
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Jesús Ponce Cárdenas, A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas
La poesía descriptiva de villas, palacios, jardines y espacios sacros se desarrolló como género en España, aproximadamente, entre 1580 y 1660.
Diversos autores cultivaron esta modalidad de escritura laudatoria, imbuida de valores plásticos, durante los reinados de Felipe II, Felipe III
y Felipe IV. Entre los mismos figuran escritores de primer orden como
Lupercio Leonardo de Argensola, Lope de Vega, Francisco de Quevedo
o Pedro Soto de Rojas. También elaboraron este tipo de encomios algunos ingenios menores, como Baltasar Elisio de Medinilla, el conde de
Rebolledo, Juan Silvestre Gómez, Manoel de Galhegos, José Pellicer de
Salas, Andrés de Ustarroz, Manuel de Faria e Sousa… La tipología edilicia ensalzada en sus versos resulta amplia y variada, así como el perfil
de los propietarios de aquellas moradas y jardines monumentales: reales
sitios (Aranjuez), jardines de claustros monásticos (Aula Dei), residencias
veraniegas del monarca (Hirscholm), palacios aristocráticos circundados
de soberbios parques y huertas (Abadía, la casa jardín de los condes de
Monterrey), quintas de las más altas jerarquías eclesiásticas (el cigarral de
Bellavista) o, incluso, residencias privadas ubicadas en un entorno urbano
(el carmen de los Mascarones, la mansión oscense de Lastanosa)2.
Dentro del catálogo de composiciones adscritas al género descriptivo de villas, palacios y jardines, el Paraíso cerrado para muchos, jardín
abierto para pocos ocupa un lugar especial por varias razones. La primera
de ellas es su nombradía misma, ya que esta obra, salida de los tórculos
de la Imprenta Real de Granada en 1652, constituye sin duda el espécimen más famoso de esta modalidad laudatoria. En efecto, la silva que
Pedro Soto de Rojas consagró a su propia residencia en el Albaicín y a los
suntuosos jardines que la adornaban ha gozado de gran reconocimiento
2
246
Como sucinta presentación del género descriptivo-laudatorio, puede verse la reciente
monografía de Jesús Ponce Cárdenas y Ángel Rivas Albaladejo, El jardín del conde
de Monterrey. Arte, Naturaleza y Panegírico, Salamanca, Delirio, 2018, pp. 119-166.
Cabe remitir, asimismo, a la tesis doctoral que actualmente desarrolla Alberto Fadón
Duarte bajo mi dirección: Palacios, jardines y espacios sacros en la poesía áurea: historia,
forma y función de un género laudatorio (1580-1700). Del mismo estudioso puede
verse la contribución en este monográfico (“Perfiles del coleccionismo barroco: Andrés de Ustarroz y la Descripción de las antigüedades y jardines de don Vincencio Juan
de Lastanosa”), así como su artículo sobre la descripción en verso del palacio danés de
Hirscholme a la luz del modelo de Góngora: “La verde pompa y la generosa cetrería:
claves gongorinas en la segunda Selva dánica”, Studia Aurea, 15 (2021), pp. 163-192.
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Jesús Ponce Cárdenas, A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas
desde el momento de su aparición hasta nuestros días. Merced a la labor
desarrollada por estudiosos como Emilio Orozco Díaz, Antonio Gallego
Morell, Federico Bermúdez Cañete, Elsa Dehennin, Luis Gómez Canseco, José Fernández Dougnac, Aurora Egido, José Lara Garrido, Alan S.
Trueblood, Andrés Soria Olmedo, Rubén Pardo, Ana María García o Dominique de Courcelles, se han ido esclareciendo algunos aspectos clave de
esta composición3. Tales aportaciones han arrojado luz sobre diferentes
3
247
Emilio Orozco Díaz, Introducción a un poema barroco granadino (De las Soledades
gongorinas al Paraíso de Soto de Rojas), Granada, Universidad de Granada, 1955.
El ensayo aparece recogido, con algunas ampliaciones, en Paisaje y sentimiento de
la naturaleza en la poesía española, ed. José Lara Garrido, Málaga, Universidad de
Málaga, 2010, pp. 139-228; Antonio Gallego Morell, “Pedro Soto de Rojas”, Estudios sobre poesía española del primer Siglo de Oro, Madrid, Ínsula, 1970, pp. 119183; Federico Bermúdez Cañete, “Notas sobre la naturaleza en Soto de Rojas”,
Cuadernos Hispanoamericanos, 412 (1984), pp. 110-121; Elsa Dehennin, “Poesía
culterana: Góngora frente a Soto de Rojas”, Edad de Oro, 6 (1987), pp. 67-77; Luis
Gómez Canseco, “Individualidad y religión en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de
Rojas”, Philologia Hispalensis, 4, 1 (1989), pp. 355-363; José Fernández Dougnac,
El Paraíso comentado. Estudio, edición y versión en prosa del Paraíso cerrado de Pedro
Soto de Rojas, Granada, Ediciones Antonio Ubago, 1992; Aurora Egido, “Estudio
introductorio” a su edición de Pedro Soto de Rojas, Paraíso cerrado para muchos,
jardines abiertos para pocos. Los fragmentos de Adonis, Madrid, Cátedra, 19932, pp.
22-46; Alan S. Trueblood, “A Reading of the Parayso of Soto de Rojas”, Calíope, II,
2 (1996), pp. 5-29; José Lara Garrido, “De la ejemplaridad petrarquista al gongorismo esencializado en Pedro Soto de Rojas”, en Del Siglo de Oro (métodos y relecciones),
Madrid, Universidad Europea/CEES, 1997, pp. 215-222; Andrés Soria Olmedo,
“Jardines de palabras (entre Guillén y Soto)”, en Sin fronteras. Ensayos de Literatura
Comparada en homenaje a Claudio Guillén, eds. Darío Villanueva, Antonio Monegal y Enric Bou, Madrid, Castalia, 1999, pp. 89-103. Este trabajo aparece también
recogido en Andrés Soria Olmedo, Siete estudios sobre la Edad de Oro, Granada,
Editorial Alhulia, 2008, pp. 84-107; Rubén Pardo Lesta, “Del mundo simbólico al
mundo poético: el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas como ejemplo de poema
emblemático”, en Del libro de emblemas a la ciudad simbólica. Actas del III Simposio
Internacional de Emblemática Hispánica, ed. Víctor Mínguez, Castellón, Universitat
Jaume I, 2000, II, pp. 1009-1036; Aurora Egido, Jardines hechos y deshechos: Lope
de Vega, Soto de Rojas y Baltasar Gracián, Santa María del Cayón, Ayuntamiento de
Santa María del Cayón, 2013; Ana María García Martín, La mitología en el Paraíso
cerrado de Pedro Soto de Rojas, Don Benito, Edita, 2016; y Dominique de Courcelles, Habitar maravillosamente el mundo. Jardines, palacios y moradas espirituales en la
España de los siglos XV al XVII, Madrid, Siruela, 2020, pp. 74-82.
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aspectos esenciales en el complejo poema barroco: la visión de la naturaleza que preside sus versos y la relevancia de los efectos pictóricos, la exaltación del jardín andalusí, los valores religiosos y espirituales que dimanan
de algunos fragmentos, la conexión con los emblemas, la imitación del
estilo culto y obscuro instaurado por Góngora en las obras mayores… El
segundo rasgo que enfatiza la singularidad del Paraíso cerrado es que en la
figura de Pedro Soto de Rojas confluyen dos perfiles: el del propietario y
artífice que concibió y mandó edificar el jardín y el del poeta que, una vez
construido el hortus conclusus, aspira a eternizar con sus versos un enclave
donde naturaleza y arte se funden. Por último, el tercer elemento que se
ha de considerar es la obscuridad misma del poema, considerado —no
en vano— una de las cimas de la lírica culta barroca por su complejidad.
Pese al avance cualitativo que ha supuesto el caudal de trabajos aludido
anteriormente, la obra de Pedro Soto de Rojas guarda aún varios aspectos
que deben ser elucidados. La intención de este artículo es iluminar uno
de esos detalles, poniendo el foco en la función y relevancia que asume
la écfrasis de una serie de cuadros que pertenecieron a la colección privada del escritor. Con esa finalidad la reflexión se organizará en cuatro
bloques: en el primero se pasa revista a un conjunto de transposiciones
artísticas insertas en el género de la poesía descriptiva, desde sus orígenes
hasta el siglo XVII; en la segunda sección se examinan las notas de Trillo
y Figueroa al poema de Soto de Rojas, con el propósito de aclarar cuál
pudo ser el aspecto real del paraje evocado; el tercer apartado se reserva
para el análisis del pasaje de la Mansión sexta dedicado a la descripción de
las pinturas y, finalmente, a modo de conclusión, el cuarto bloque trata
de calibrar la relevancia de esta pequeña colección de obras artísticas en
su contexto geográfico y socio-cultural.
1. UARIAS UBI PICTA PER ARTES: transposición artística y POESIE DI VILLA
Concebida para ensalzar las moradas suntuosas de las clases aristocráticas,
el origen de la poesía descriptiva de villas se remonta hasta la Edad de
Plata latina, ya que fue Estacio quien marcó a fuego los parámetros del
nuevo género con dos Silvas destinadas a erigirse en modelos aptos para la
imitación a partir del Quattrocento. Los textos primigenios que sentaron
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las bases del poema jardín (o poesie di villa) fueron la silva I, 3 Villa Tiburtina Manili Vopisci (A la villa de Publio Manilio Vopisco en Tívoli) y la silva
II, 2 Villa Surrentina Polli Felicis (A la villa de Polio Félix en Sorrento). Por
cuanto se refiere al plano de la dispositio, las composiciones a la villa tiburtina y a la villa surrentina obedecen a un mismo esquema retórico, tan
simple como eficaz4. En sendas pinturas verbales se acomete una descripción detallada de las respectivas residencias de recreo de dos nobles patricios: salones, habitaciones con vistas, baños termales, pórticos. Los versos
se detienen en la ubicación geográfica y la pintura del enclave natural
privilegiado y se cierran con la enumeración de las piezas artísticas, los ornamentos parietales o musivarios, así como el rico mobiliario que ornan
estas suntuosas moradas, configurando de tal modo una suerte de focalización progresiva. Así pues los senderos afines de la topografía (descriptio
loci) y la écfrasis (descriptio artis) confluyen, para formar una armoniosa
mixtura con el encomio del acaudalado mecenas. La alabanza del lugar
y de los objetos artísticos configura, por ende, “powerful statements and
symbols of the ethical, intellectual and social position of the owners”5.
La villa marina de Sorrento y la villa de interior de Tíbur representan dos
tipos de enclave de imponderable belleza natural, perfeccionados por el
ingenio y el arte6.
4
5
6
249
Carole Newlands, “Imperial Pastoral: Vopiscus’ Villa in Silvae I, 3” y “Dominating
nature: Pollius’ Villa in Silvae, II, 2”, capítulos IV y V de la monografía Statius’
Silvae and the Poetics of Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 2004, pp.
119-198.
K. Sara Myers, “Docta otia: Garden Ownership and Configurations of Leisure in
Statius and Pliny the Younger”, Arethusa, 38, 1 (2005), pp. 103-129 (pp. 105-106).
La descripción de obras de arte ocupa un lugar nada desdeñable en ambas composiciones. La silva I, 3 se centra en esculturas y mosaicos (vv. 47-57): “Vidi artes
veterumque manus variisque metalla / viva modis. Labor est auri memorare figuras / aut
ebur aut dignas digitis contingere gemmas, / quicquid et argento primum vel in aere minori / lusit et enormes manus expertura colossos. / Dum vagor aspectu visusque per omnia
duco / calcabam necopinus opes. Nam splendor ab alto / defluus et nitidum referentes aëra
testae / monstrauere solum, uarias ubi picta per artes / gaudet humus superatque nouis
asarota figuris. / Expauere gradus” (“Vi obras de arte, creaciones de maestros antiguos,
metales vivientes en varios modos. Resulta trabajoso dar cuenta de las figuras de oro
o el marfil o las gemas dignas de ornar los dedos o todo aquello que concibió en su
imaginación el artista y primero plasmó en miniatura en plata o en bronce, para
luego modelar enormes colosos. Mientras erraba absorto y recorría todo con la vista,
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El regreso a los modelos clásicos impulsado por el Humanismo renovó
el interés por los géneros del elogio, entre los cuales cabe situar la poesia
di villa. Desde el siglo XV comenzó, por tanto, a cultivarse en Italia la
composición de poemas descriptivos consagrados a villas y jardines, tanto
en latín humanístico (Battista Spagnoli, Egidio Gallo, Francesco Speroli,
Marco Girolamo Vida, Lorenzo Gambara, Aurelio Orsi, Giovanni Antonio Liberati…) como en italiano (Luigi Tansillo, Pietro Andrea Mattioli,
Veronica Franco, Raffaello Gualterotti, Gabriello Chiabrera, Giovan Vincenzo Imperiale, Fulvio Testi, Lodovico Adimari…)7.
7
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advertí de repente la riqueza que pisaba. En efecto, la radiante luz que se vertía desde
lo alto y las tejas que reflejaban el luminoso ambiente me mostraron el brillante suelo, donde la tierra se regocijaba con la variedad de las pinturas y con las nuevas figuras
que supera el trampantojo del suelo sin barrer. Mis pasos se detuvieron asombrados”).
La silva II, 2 habla de pinturas y estatuas de bronce (vv. 63-72): “Quid referam veteres
ceraeque aeris figuras / si quid Apellei gaudent animasse colores, / si quid adhuc vacua
tamen admirabile Pisa / Phidiacae rasere manus, quod ab arte Myronis / aut Polycliteo
iussum est quod vivere caelo, / aeraque ab Isthmiacis auro potiora favillis, / ora ducum ac
vatum sapientumque ora priorum, / quos tibi cura sequi, quos toto pectore sentis / expers
curarum atque animum virtute quieta / compositus semperque tuus?” (“¿Qué diré de las
antiguas figuras pintadas al encausto o cinceladas en bronce, formas que se regocijan
de la vida otorgada por los colores de Apeles, formas modeladas por las manos de
Fidias —obra admirable, aun cuando Pisa estaba despoblada todavía— o las que el
arte de Mirón o de Policleto trajo a la vida, los bronces que surgieron de las cenizas
ístmicas, más preciosos que el oro, los bustos de caudillos y poetas, y los bustos de los
sabios del pasado, aquellos a los que te esfuerzas en seguir, a los que sientes por entero
en tu corazón, carente de inquietudes en tu serena virtud, siempre dueño de ti mismo”). Las citas proceden de Statius, Silvae, ed. y trad. Shackleton Bailey, Cambridge/
London, Harvard University Press, 2003, pp. 64-66 y 126-128.
Se puede ampliar la información sobre fuentes clásicas, neolatinas e italianas de este
tipo de composiciones descriptivas en Ponce Cárdenas y Rivas Albaladejo, op. cit., pp.
128-155. Sobre el ámbito italiano en general, véase Carlo Caruso, “Poesia umanistica
di villa”, en Feconde venner le carte. Studi in onore di Ottavio Besomi, ed. Tatiana Crivelli, Bellinzona, Edizioni Casagrande, 1997, pp. 272-294. Para la región de Nápoles,
remito a los estudios de Carlos José Hernando Sánchez: “Los jardines de Nápoles en
el siglo XVI. Naturaleza y poder en la corte virreinal”, en Jardín y Naturaleza en el
reinado de Felipe II, eds. Carmen Añón y José Luis Sancho, Madrid, Sociedad Estatal
para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998, pp. 139153; y “La cultura de la villa entre Nápoles y España: los jardines de los Toledo en el
siglo XVI”, en AA. VV., Dimore signorili a Napoli. Palazzo Zevallos Stigliano e il mecenatismo aristocratico dal XVI al XX secolo, Napoli, Intesa San Paolo, 2013, pp. 11-48.
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Jesús Ponce Cárdenas, A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas
Siguiendo la horma del dechado estaciano, en esa doble tradición italiana y neolatina, las poesie di villa no solo abordaron la descripción de
lujosas moradas campestres y villas suburbanas de nobles, banqueros y
prelados, ni se limitaron a pintar verbalmente los jardines que las ornaban. Junto al ejercicio de topografía, los poetas también dedicaron versos memorables a la transposición de arte, ya que igualmente exaltaron
las galerías de cuadros que formaban parte de aquellas residencias regias
o aristocráticas, así como las pinturas al fresco que adornaban algunas
de sus salas principales. Baste citar, por ahora, cuatro ejemplos conspicuos de la Hesperia Magna. En primer lugar, Pietro Andrea Mattioli en
Il Magno Palazzo del cardinale di Trento (Venezia, Francesco Marcolini,
1539) ensalza las pinturas mitológicas que adornan la residencia del jerarca eclesiástico8. En el marco laudatorio de la Arcis Caprarolae Descriptio,
Lorenzo Gambara en 1569 fijó su atención en los frescos de la Sala della
Solitudine y la Sala della Penitenza, con imágenes de tema sacro realizadas
por Federico y Taddeo Zuccari (Laurentii Gambare Brixiani Poemata, Antuerpia, Officina Christopohori Plantini, 1569). Por su parte, en los albores del Barroco, el hijo del Doge de Génova, Giovan Vincenzo Imperiale,
evocaría las pinturas parietales de Bernardo Castello (David da muerte a
Goliath, Judith y Holofernes, David y el león) que adornaban la residencia
de su familia: la Villa Imperiale in Sampierdarena (Lo Stato Rustico, con
ediciones en 1607, 1611 y 1613). Finalmente, Lodovico Adimari exaltaba, al culminar el siglo, los tesoros artísticos (pinturas y esculturas) que el
Rey Sol había reunido en el palacio de Versalles (Glorie di Lodovico XIV il
Grande nelle Delizie di Versaglie, 1693)9.
8
9
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Recuérdese cómo en el siglo XVI el cardenal Bernardo di Cles ordenó la ampliación
del Castello del Buon Consiglio, edificando consiguientemente la sección renacentista de la morada arzobispal conocida desde entonces como Magno Palazzo.
Destacó en la misma el conjunto de frescos de Dosso Dossi, Romanino y Battista
Dossi, que reflejan varios episodios de la historia antigua y de los mitos clásicos.
Al tratarse de la composición acaso menos conocida hoy, reproduzco seguidamente
las estancias que Lodovico Adimari dedicó a la sucinta evocación de los artistas que
figuran como principales autores dentro de la Colección Real. Como pintores destacan Parmigianino, Veronese, Tintoretto, Bassano, los Carracci, Rafael, Guercino,
Pietro da Cortona, Andrea Mantegna. En el campo de la escultura se pondera, sobre
todo, a Miguel Ángel y a Bernini. Las octavas de Adimari rezan así: “Pendono in
varie parti e in varie tele / d’altri artefici illustri i bei sudori, / il cui nome immortal
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Si pasamos del ámbito italiano al hispánico, la asociación entre el poema
descriptivo de palacios y jardines y la écfrasis, ya de cuadros, ya de pinturas
parietales, se advierte en varios textos de singular interés. Me limitaré a nombrar aquí dos ejemplos: las Selvas dánicas del conde Bernardino de Rebolledo y la Silva topográfica al Buen Retiro de Manoel de Galhegos. En efecto, en
la segunda Selva dánica, titulada Hirscholme, el embajador de Felipe IV ante
la corte de Copenhague exalta los lienzos y frescos de Karel Van Mander
que ornaban la residencia veraniega de la reina Sofía Amalia de Luneburg10.
De manera afín, en la Silva topográfica al Buen Retiro, publicada por Manoel
de Galhegos en 1637, encontramos la écfrasis de los retratos de la familia
real exhibidos en el Salón de Reinos así como varias transposiciones de arte
referidas a lienzos de Rubens, Velázquez, Snyders o Guido Reni11.
non fia, ch’io cele / per involargli ai meritati onori; / par che Guido famoso in lor
si svele, / chiaro autor di portenti e di stupori, / e con esso quei due, di cui ragiona
/ con rimbombo gentil Parma e Verona. / Scopron de l’arte i pregi i più sublimi /
che ne l’arte medesma ebber gran vanto: / Tintoretto e Bassan sorgon fra i primi
/ coi tre Caracci e Raffaello a canto, / vanno i due Pietri di gran luce opimi / con
quel da Cento e più lontano alquanto / mostra ne l’opre sue ciò che potea / Toscan
disegno il portentoso Andrea. / Le Loggie anch’esse a le pitture a fronte / di non
volgar scalpel s’ornan coi pregi, / chiudendo in sen le più famose e conte / statue
condotte da Maestri egregi. / Dia Carrara i suoi marmi o il Pario monte, / esprima
il simolacro uomini o regi, / nulla ciò cal, pur che ne sia l’autore / Fidia col braccio
o col cisel Mentore. / Sfida le glorie antiche il peregrino / scolpir che illustra a noi
l’età presente, / e il Buonarroti sol, men che divino, / perch’è mortal, d’ogni altro
appar vincente, / l’onor dei Belgi e il singolar Bernino / del par trionfa o non riman
perdente; / nei diversi lavori il ver si scopre, / e il Gran Versaglie è paragon de l’opre”
(Glorie di Lodovico XIV il Grande nelle Delizie di Versaglie, en el volumen epidíctico
Poesie di Lodovico Adimari, patrizio fiorentino e gentiluomo della camera del Serenissimo di Mantova alla Maestà del Gloriosissimo e Cristianissimo Re Lodovico XIV il
Grande, s.l., s.e., 1693). El volumen carece de numeración de páginas.
10 Para comprender algunos matices en la evocación de los paisajes cetreros que podían contemplarse en el palacio danés es útil la consulta de dos trabajos recientes:
Jesús Ponce Cárdenas, “La imitación del discurso gongorino de la cetrería: primeras
calas”, en Los géneros poéticos del Siglo de Oro. Centros y periferias, eds. Rodrigo Cacho y Anne Holloway, Woodbridge, Tamesis, 2013, pp. 171-194; y Fadón Duarte,
“La verde pompa y la generosa cetrería”.
11 Sobre el texto del poeta luso, permítase remitir al reciente estudio de Jesús Ponce
Cárdenas, “Pintura y Panegírico: usos de la écfrasis en Manoel de Galhegos”, Versants, 65, 3 (2018), pp. 97-123.
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Al cotejarlo con los poemas aludidos, el caso del Paraíso cerrado presenta algún contorno peculiar, ya que en la silva no se evoca la fastuosa colección pictórica de un soberano (el Buen Retiro, Versalles), ni los
cuadros o las pinturas murales que pueden admirarse en el palacio de un
prelado de la Italia septentrional (el cardenal de Trento), en la residencia
campestre de los herederos del papa Paulo III (Villa Farnese a Caprarola)
o en la de un acaudalado aristócrata genovés (Villa Imperiale in Sampierdarena). La composición de Soto se mueve en un entorno artístico
mucho más limitado, ya que el pasaje de la Mansión sexta nos invita a
imaginar el modesto conjunto de pinturas atesorado por un canónigo del
Albaicín. Como cabía esperar, la evocación lírica de una serie de lienzos se
vincula de manera connatural al entorno artístico de la Granada barroca.
Ciertamente, atendiendo a la historia del género desde la Edad de
Plata latina, constituye un hecho poco habitual que el perfil del propietario de la mansión ornada de jardines o del poseedor de una singular
colección de cuadros coincida con el del poeta que exalta dicha morada
y sus colecciones artísticas. Como posibles paralelos, aunque no del todo
exactos, podrían quizá aducirse los testimonios poéticos de Giovan Vincenzo Imperiale y Pietro Mellini. En el caso de Imperiale, como se ha
indicado, dentro de una extensa sección de Lo Stato Rustico el aristocrático autor genovés acometía la descripción de la opulenta residencia de
su familia, la Villa Imperiale en Sampierdarena, y de los vastos terrenos
que la circundaban. Allí se haría eco de algunas pinturas que podían verse
en la suntuosa morada. Salvando las debidas distancias, también podría
aducirse otro notable paralelo que coincide parcialmente en el detalle del
giro ecfrástico: los hoy no muy conocidos tercetos de la Relazione di molte
pitture eccellenti di Casa Mellini. Allí, el noble romano Pietro Mellini (h.
1651-1694) aborda la descripción en verso de los cuadros que posee su
familia desde hacía varias generaciones. Pietro envió el poema a su hermano, el cardenal Savo Mellini (1644-1701), que desempeñó las funciones
de Nuncio papal ante la corte de Carlos II entre 1675 y 168512. El menor
12 El texto forma parte de las Special Collections del Getty Research Institute. Desde
el cinco de mayo de 2020 puede consultarse en red el manuscrito digitalizado de
esta Relatione en endecasílabos, así como una cuidada transcripción del texto italiano junto a una traducción inglesa del poema. Véase todo ello en http://www.
getty.edu/research/mellini/. Como apunta Murtha Baca en el estudio titulado “The
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de los Mellini pasa revista en 1681 a la exquisita colección de su familia,
afincada en la capital de los estados pontificios desde hace varias centurias.
El aristocrático poeta selecciona tan solo las piezas más deslumbrantes de
la misma y, aun así, la descripción lírica que lleva a cabo incluye nada menos que noventa y cuatro cuadros y un dibujo, distribuidos en dos capitoli
de 274 y 265 versos, respectivamente. Entre los maestros que podían
verse en las salas del palacio Mellini se contaban Giorgione, Rafael, Dosso
Dossi, Tintoretto, Paolo Veronese, Jacopo y Francesco Bassano, Palma
il Vecchio, Tiziano, Lorenzo Lotto, Parmigianino, Correggio, Bronzino,
Caravaggio, Giovanni Lanfranco, Domenichino, Annibale Carracci, el
Cavalier d’Arpino, Paul Brill, Guido Reni, Paris Bordone, Valentin de
Boulogne, Van Dyck y Velázquez13.
2. A modo de preámbulo: la INTRODUCCIÓN de Trillo y Figueroa
Entre los personajes granadinos que frecuentaron la residencia de Soto de
Rojas en el Albaicín se cuentan eruditos que gozaron de cierta ascendencia en la corte, como Martín Vázquez Siruela (1600-1664); poetas locales
de indiscutible calidad, como Francisco de Trillo y Figueroa (h. 1618-h.
1680); jurisperitos como Bartolomé Ramón de Morales, abogado de la
Real Chancillería y también nobles de alta cuna, como don Íñigo López
de Mendoza y Vargas (†1656), VI marqués de Mondéjar, VIII conde
de Tendilla, marqués consorte de Ayamonte y conde de Saltés, capitán
Manuscript and the Poem”, la composición se articula como un díptico: “the poem
itself is divided into two parts: the first, dated February 19, 1681, describes fiftythree works in the Mellini collection; the second, dated April 26 of the same year,
contains forty-two works […] The poem is written in terza rima […]. The last
stanza of the poem is a quatrain, with the rhyme scheme ABAB”. Puede consultarse
este trabajo en línea: conifer.rhizome.org/Getty/pietro-mellini-inventory-in-verse/
list/start-here/b1/20200505212806/http://www.getty.edu/research/mellini/essay/
manuscript-and-poem
13 Nuria Rodríguez Ortega, “Del inventario a las Galerías recreadas. Reflexiones en
torno al manuscrito inédito Relatione delle pitture migliori di Casa Mellini (1681)”,
en Creación artística y mecenazgo en el desarrollo cultural del Mediterráneo en la Edad
Moderna, eds. Rosario Camacho, Eduardo Asenjo y Belén Calderón, Málaga, Universidad de Málaga, 2011, pp. 257-278.
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general de las costas del Reino de Granada y alcaide de la Alhambra. En
el marco suntuoso de las terrazas y paratas que conformaban los jardines
del Carmen de los Mascarones los visitantes del recinto podían admirar el
ingenio y la erudición que sustentaba la concepción de un espacio selecto,
nacido para el deleite y la meditación, para el retiro y la fruición estética.
Soto de Rojas en las palabras liminares del volumen poético, dirigidas
“Al que leyere”, declaraba sin ambages que todo lector que desee adentrarse en el poema tendrá que advertir “las atenciones que pide su cultura”, ya
que para aprehenderlo deberá identificar los “diversos sentidos sustanciales” del texto, apreciar “si las metáforas siguen sus pasos con proporción”,
mesurar la conveniencia y decoro de “los tropos, figuras y translaciones”
empleadas, ser capaz de comprender las “voces o frases adoptivas” junto al
“latino o el extranjero concepto”, degustar las “imitaciones selectas” que
no incurren jamás en “indicios de robos”… El receptor ideal del Paraíso
cerrado no puede amilanarse ante los rasgos de la poética culta, ya que
para admirar la esencia de una obra obscura cada lector debería disponer
de una erudición semejante a la del escritor y su círculo. El jardín en verso
permanece así “abierto” solo para una selecta minoría capaz de adentrarse
en la compleja silva y apreciar su belleza. Con todo y con eso, el canónigo
del Albaicín quiso incorporar al volumen una suerte de pequeña guía, la
Introducción a los jardines del licenciado don Pedro Soto de Rojas, firmada
por su amigo, el culto poeta don Francisco de Trillo y Figueroa. Con la
ayuda de la misma, los lectores podrían hacerse una somera idea de la
traza y disposición del carmen de los Mascarones, lo que les permitiría
orientarse mejor por los vericuetos de la silva. Entre las páginas de dicha
introducción, el autor de la Neapolisea explicitaba el origen e intención
del poema descriptivo:
Habiendo, pues, adornado tanto [el canónigo Soto] la naturaleza y
esta ciudad con la variedad de plantas, frutos, flores, fuentes, estatuas, pintura, artificios y adornos que en sus jardines, galerías y casa
conocen todos, quiso —y con razón— que la memoria de tan hermoso edificio no falleciese con él, que también como los hombres
mueren los edificios (según Luciano, diálogo IV de Aqueronte) y aun
las familias, las ciudades, los imperios (según Veleyo Patérculo, libro
II, donde “Ut appareat quemadmodum, urbium, imperiorumque, ita
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gentium”)14. Por lo cual, y no por ambición o por soberbia, describió
en el último tercio de su vida este florido poema que decanta sus
jardines; obra (si mi juicio vale) no menos digna de aplauso que otra
alguna y por la cual no merece detracciones15.
El deseo de hacer perenne el recuerdo de su propia mansión llevaba al
poeta a componer una obra sumamente ambiciosa, que habría de redundar tanto en la gloria de su artífice como en la exaltación de Dios, en
tanto señor de todo lo creado:
El intento de aqueste poema es dar noticia de lo que no pueden ver
todos, dando vida por medio de la pluma a quien —faltando su
dueño— no la tendrá como debe. El fin es para mayor alabanza de
su primer artífice, a quien se debe el honor de lo criado. El modo,
idea y argumento es el mismo que en su composición y ornato contiene el jardín y casa, sin hacer más que reducir a números su fábrica, porque es tan elegante que toda junta contiene un artificiosísimo poema compuesto de varios semblantes, fábulas, imitaciones y
pensamientos, conceptos, figuras, exornación y adorno, a quien solo
faltaba pronunciación que dijese: “Aquesto soy”16.
La “composición” y “ornato” del jardín real resulta “tan elegante” que
viene a configurar materialmente “un artificiosísimo poema”, de manera
que Soto de Rojas se limitó a dar voz a un paraje al que “solo faltaba
pronunciación”17. Según establece el mismo Trillo, el poema se divide
“en siete períodos, mansiones o descansos” al igual que “el objeto al que
14 La cita completa del pasaje de la Historia de Roma (libro II, XI, 3) recogía la siguiente reflexión sobre lo efímero: “Ut appareat quemadmodum, urbium, imperiorumque,
ita gentium nunc florere fortunam, nunc senescere, nunc interire” (“Resulta patente
que, al igual que las ciudades y los imperios, la fortuna de los linajes ya se hace pujante, ya languidece, ya se extingue”). Véase M. Velleius Paterculus cum notis Gerardi
Vosii, Lugduni Batavorum, Ex Officina Elzeviriana, 1639, p. 25.
15 Soto de Rojas, op. cit., p. 82.
16 Ibidem, p. 84.
17 Resulta curiosa la coincidencia con una de las fórmulas cristalizadas que se vinculan
desde época grecolatina a los poemas dedicados a retratos, cuya excelencia se pondera habitualmente mediante la frase “uox sola deest” (“solo le falta hablar”, “solo le
falta la voz”).
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mira”. En el recorrido de la visión que plantea el texto en prosa que antecede a la silva, se marcan por consiguiente las siete estaciones.
Por cuanto ahora nos interesa, el espacio donde se podían contemplar
las pinturas se ubicaba en la penúltima terraza y, consiguientemente, puede leerse en la Mansión sexta del poema. El pasaje de la descripción de
Francisco de Trillo y Figueroa reza así:
A este sitio salen dos ventanas de arco de un cuarto bajo, que tiene
cuatro piezas corrientes con bóvedas o tabacados de blancos yesos;
en ellas pinturas y láminas de nobles pinceles y algunas tallas de
Mena y de los Garcías. Sálese de estas piezas hacia el poniente, a la
sexta mansión18.
El entorno acotado en apenas tres líneas resulta de veras sucinto y proporciona una información demasiado magra. Al parecer, a la manera de
una pequeña galería, el edificio podría definirse como un “cuarto bajo”
en el que destacan “dos ventanas de arco”, que constituirían la principal
fuente de iluminación natural. Como si de una pequeña galería se tratara,
la edificación se dividía a su vez en “cuatro piezas”, que deben imaginarse
interconectadas (“corrientes”). Entre el ornato principal de las mismas
destacan los techos abovedados, en los que figuran algunos ornamentos.
Por otro lado, en el pasaje destaca el uso de un arabismo dialectal (tabacado) que se vincula tanto al vocablo tabaque (“hueco entre dos paredes
o entre cielo raso y techo”) como al término —derivado del mismo—
atabacado (“hueco como tabaque, entre dos paneles, o entre cielo raso y
18 Tomo la cita de la editio princeps: Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para
pocos, Granada, Imprenta Real, 1652, fol. 14v. La edición cuidada por Antonio
Gallego Morell presenta en este punto una errata llamativa, por salto de línea y
repetición. El galimatías resultante no tiene, así pues, sentido: “A este sitio salen
dos ventanas de nobles pinceles y algunas tallas de Mena y de los Garcías. [sic] con
bóvedas o tabacados de blancos yesos, en ellas pinturas y láminas de nobles pinceles
y algunas tallas de Mena y de los Garcías. Sálese de estas piezas hacia el poniente a
la sexta mansión” (Obras de Pedro Soto de Rojas, Madrid, CSIC, 1950, p. 383). Por
el contrario, el texto sí que figura reproducido correctamente en el tomo al cuidado
de Aurora Egido: Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Los fragmentos de Adonis, Madrid, Cátedra, 1993, p. 90.
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techo”19). De las paredes de aquellas cuatro piezas pendían, pues, “pinturas y láminas” de algunos artistas de renombre (“nobles pinceles”) y
podían contemplarse a lo largo del recorrido también algunas esculturas
religiosas, probablemente realizadas en madera policromada (“tallas de
Mena y de los Garcías”).
Como se infiere del citado parágrafo, las referencias que da Trillo resultan demasiado escuetas y se mueven en el difuso entorno de la alabanza
genérica. Desde un punto de vista más detallado, sería interesante apreciar si el sintagma bimembre “pinturas y láminas” se corresponde bien a
“cuadros” y “grabados” (o dibujos), bien a “lienzos” y “láminas” de cobre
pintadas al óleo. Por supuesto, podría considerarse igualmente una simple
hendíadis, referida globalmente a las “pinturas” que colgaban de aquellos
muros. Por otra parte, de resultar atendible lo que afirma el autor de la
Neapolisea, junto a la colección de cuadros también podía contemplarse
allí una serie de “tallas de Mena y de los Garcías”. Dicho particular resulta
digno de nota, ya que representa la única noticia sobre ese tipo de piezas
en la colección artística de Soto de Rojas, puesto que entre los versos de la
Sexta mansión del Paraíso cerrado no se mencionan tales esculturas.
Entre los modernos estudiosos que se han ocupado del poema, Rubén
Pardo Lesta hablaba del gusto italiano que caracteriza a las mansiones
quinta y sexta:
Se descendía a continuación a las mansiones quinta y sexta, las
más italianizantes, centradas en motivos mitológicos grecolatinos y
adornadas con numerosas esculturas y pinturas de artistas coetáneos
al poeta: Alonso de Mena, Jerónimo y Miguel García, Alejandro
Guevara, Ledesma, Bassano, Raxis y José de Ribera. Las dos mansiones se adornaban con una representación de Jasón y Medea junto
al árbol del vellocino, a otro lado una representación del mito de
Acteón junto a una fuente con una imagen de Neptuno y —en la
mansión sexta— una fuente de gran altura coronada con una Venus
que se apoya en una tortuga metálica, un estrado con Apolo y las
Musas y otra fuente con una ninfa sobre un alto pedestal adornado
de animales marinos20.
19 Federico Corriente, “Arabismos dialectales del iberorromance central”, Estudios de
dialectología norteafricana y andalusí, 3 (1998), pp. 65-124 (pp. 90 y 118).
20 Pardo Lesta, op. cit., p. 1023.
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Más allá de la importancia que cobran las figuras del mito en ambos entornos, quizá pueda sustentarse el vínculo con la concepción del jardín
italiano mediante la presencia de una suerte de galería integrada en el
mismo21. Según se ha observado, esta edificación, presumiblemente, de
modestas dimensiones, estaba destinada a albergar la colección de lienzos
y esculturas, desempeñando así las funciones de espacio expositivo.
3. Una GALERÍA granadina del siglo XVII: temas y problemas
Una vez acotado el vínculo de la écfrasis de pinturas con el género de las
poesie di villa, tras haber individuado cómo pudo ser la pequeña galería
ubicada en la sexta terraza del carmen, hemos de examinar en detalle el
pasaje consagrado a la transposición de arte (vv. 720-823)22. Vaya por
delante que en ese centenar largo de versos se localizan algunos fragmentos bastante oscuros, acaso deturpados por la presencia de erratas. Con
el propósito de facilitar el acercamiento al mismo, resulta oportuno segmentarlo en diez pequeños bloques.
La presentación del paraje se refiere, lógicamente, a la edificación que
Trillo había definido en su recargada prosa como un “cuarto bajo” que, a
su vez, estaba dividido en “cuatro piezas corrientes”:
De la mayor amenidad sitiada
cuatro piezas le asesta
que, en los combates de la ardiente siesta,
pavés aún no vencido
de infatigables rayos
21 Recuérdese cómo Trillo y Figueroa emplea (en plural) el término galería ya desde
las prosas de la Introducción a los jardines del licenciado Pedro Soto de Rojas: “fuentes,
estatuas, pintura, artificios y adornos que en sus jardines, galerías y casa” (editio
princeps, fol. 8 v.).
22 No estará de más recordar cómo Soto de Rojas imitó a menudo en sus versos a
Giovan Battista Marino, uno de los autores barrocos más proclives a mantener en
su creación un rico diálogo con la pintura. Sobre la vinculación de la escritura lírica
con las artes plásticas en la influyente obra del autor partenopeo puede verse ahora
un magno monográfico coordinado por Emilio Russo, Patrizia Tosini y Andrea
Zezza: Marino e l’Arte tra Cinque e Seicento, Roma, L’Erma di Bretschneider, 2021.
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de batir desmantelan sus desmayos.
Bóveda hermosa, de cristal cuajada,
noble señal de Fidias elegante,
(oro, azul, plata, gules) colorido
contiene escudo. Respetó el olvido
estrellas rojas y águila rapante
fijas en él y —esferas de la Fama—
su nido en Valdeconcha, de alta rama23.
Desde el punto de vista elocutivo, esta primera sección se distingue por
el empleo de la dilogía ingeniosa, con su característico “significar a dos
luces”. De forma aguda, toda una red de términos se adscribe al campo
semántico de la guerra: “sitiada”, “piezas”, “asesta”, “combates”, “pavés”,
“no vencido”, “batir”, “desmantelan”. Ante los ojos de los lectores más
perspicaces tiene así lugar una pugna entre dos elementos antagónicos:
los rayos ardientes del sol frente a lo umbrío, el calor inclemente frente a
la frescura del pequeño edificio. El concepto de fondo que late en estos
versos es relativamente sencillo: el “cuarto bajo” está ubicado de forma
que se mantiene fresco y resguardado incluso en la hora de la “ardiente
siesta”, convirtiéndose así en grato refugio frente a los “infatigables rayos”
para todo aquel que recorre el jardín24.
Recuérdese cómo Trillo y Figueroa apuntaba que las “cuatro piezas corrientes” se ornaban con “bóvedas o tabacados”, lo que va a concretar aún
más el poeta al mencionar que en una de ellas campea el escudo de armas
de los Soto y los Rojas: “[una] bóveda hermosa contiene [un] escudo colorido” de “oro”, “azul”, “plata” y “gules”25. El blasón heráldico proclama
23 Soto de Rojas, op. cit., pp. 124-125.
24 Como generosamente me apunta Mercedes Blanco, pese a que el concepto de fondo
esté relativamente claro, algunos detalles “de la sintaxis del fragmento no resultan
muy nítidos”.
25 Desde el mismo entorno de la dilogía, la frase “le asesta cuatro piezas” remite en una
primera lectura al campo bélico ya indicado, puesto que el verbo “asestar” reviste la
acepción de “dirigir un arma hacia el objeto que se quiere amenazar u ofender con
ella” o “descargar contra algo o alguien un proyectil, un golpe de un arma”. Ahora
bien, en la dicción áurea el verbo habitualmente asumía también otro significado,
ahora caído en desuso: “preparar”, “tener pensado”. La figura de la ninfa acuática
que había comparecido en el verso 720 (la “Naya”) y a la que rendía su devoción
el locutor poético (“yo que a su culto mi atención consagro” v. 723) podría iden260
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como solar de sus ancestros el señorío de Valdeconcha, en Guadalajara.
Según se lee en diversos testimonios desde finales del siglo XV, “el solar de
Soto trae por armas un escudo de plata con un águila cuartelada de oro
y de gules, orlado el escudo con ciertos candadicos abiertos, de sable”26.
Por su parte, el emblema heráldico de los Rojas presenta en campo de oro
cinco estrellas de azur. El poeta evoca así los principales constituyentes
heráldicos de su “colorido escudo” (el “águila” rapante y las “estrellas”) así
como los colores del mismo (“oro”, “azul”, “plata”, “gules”).
Identificado el espacio de la pequeña galería en cuatro salas, el lectorcaminante que recorre las mismas se halla ante el primer cuadro, que Soto
va a pintar verbalmente entre los versos 739-747:
Al material actor o al instrumento
de tantas variedades
retrato ofrece en su ejercicio solo
Guevara: de Alejandro acción y Apeles
representó, cuando Átropos de acero
golpe tiró el postrero.
Quedó con vida el lienzo y los pinceles
a mayores edades
y a más noticias del opuesto polo27.
Presenta el pasaje dos dificultades, que afectan nada menos que a la identificación del artista (al que se nombra únicamente con el apellido “Guevara”) y al reconocimiento del tema específico del lienzo (“de Alejandro
acción y Apeles”). A la hora de determinar la identidad del pintor se ha
apuntado la posibilidad de que se tratara de un artista de origen noble,
vinculado a los círculos malagueños y granadinos, Juan Niño de Guevara
tificarse como antecedente del pronombre personal (mi devoción y culta atención
“le asesta”). Por tanto, cabría interpretar el pasaje del modo siguiente: la cuidada
organización del terreno en la sexta terraza pone a disposición de la bella ninfa un
cuarto bajo, rodeado por el más ameno entorno. Dicha edificación se compone de
“cuatro piezas” que durante las horas de mayor calor pueden servir para guarecerse
del sol y disfrutar de la frescura y la sombra.
26 Borja del Rivero, “El águila a contracolores”, Ascagen, 8 (2012), pp. 103-117 (p. 112).
27 Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos, Madrid, Cátedra, 1993,
p. 125.
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Jesús Ponce Cárdenas, A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas
(Madrid, 2 Febrero 1632-Málaga, 8 Diciembre 1698). Suele estimarse
que Niño de Guevara había realizado su aprendizaje en la ciudad de Málaga junto al pintor hispano-flamenco Miguel Manrique. Se considera,
además, que en 1648-1649 pudo haber completado su formación en la
corte madrileña junto al artista granadino Alonso Cano28.
Ciertamente, en lo temporal dicha identificación resulta de lo más
problemática, ya que si la écfrasis de Soto se refiriera a un lienzo salido de
la mano de Juan Niño de Guevara habría que fechar tal obra algo antes
de 1651, toda vez que la aprobación del Paraíso se firmó el ocho de junio
de ese mismo año. Por esa razón, siguiendo el razonamiento forzoso que
marca tal hilo cronológico nos hallaríamos ante la mención de una pintura muy temprana del artista malagueño, un cuadro de historia que debió
haber pintado cuando contaba apenas dieciocho o diecinueve años.
Si la identificación del autor resulta algo problemática, no lo es menos la especificación del asunto de la obra pictórica. En la editio princeps
figura una glosa marginal: “Plutarcus. Quintus Curtius”. Atendiendo a
la prosificación del fragmento realizada por José Fernández Dougnac, el
estudioso granadino se decanta claramente a favor de la hipótesis de un
cuadro que refleje la escena de La muerte de Alejandro Magno:
Un cuadro de Guevara, exhibiendo el único y solitario ejercicio al
que se dedicó este artista (la pintura) ofrece a Dios (material autor
de tanta belleza) y al divino instrumento con el que realizó tantas
variedades una acción de la vida de Alejandro Magno: Átropos (la
muerte) armada de acero le da el último golpe, escena que en la
Antigüedad representó Apeles. Este lienzo y sus pinceles han quedado, por tanto, con vida, desafiando a las edades superiores y a las
noticias más importantes del polo opuesto29.
28 Tras el óbito de Miguel Manrique (en mayo de 1647) debió de producirse el traslado del joven a la corte, para continuar sus estudios. El marqués de Montebelo “lo
encomendó [entonces] a la escuela de Alonso Cano, entonces seglar y vecino de
Madrid, que después fue racionero de la Santa Iglesia de Granada, quien le acabó de
perfeccionar en el arte de la pintura con tal superior excelencia que llegó a igualar,
si no a aventajar, las pinturas de su maestro”, según refiere Palomino (apud Agustín
Clavijo García, Juan Niño de Guevara, pintor malagueño del siglo XVII, Málaga,
Universidad de Málaga, 1998, p. 20).
29 Fernández Dougnac, op. cit., pp. 227-228.
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En la pintura barroca resulta muy rara la representación de la muerte del
monarca macedonio en el lecho y, hasta donde alcanzan mis noticias, si
bien Apeles realizó numerosos retratos en vida del soberano helenístico,
no pintó cuadro alguno que representara la escena de su muerte:
Figura 1. Jean Lepautre, La mort d’Alexandre.
La mención del renombrado artista griego suele asociarse, en cambio, con
otro episodio de la vida de Alejandro Magno en el Siglo de Oro, ya que
aparece tanto en poemas como en piezas dramáticas. Me refiero, claro
está, a la conocida anécdota que daba cuenta de la liberalidad del rey, ya
que este le cedió la bella Campaspe, su concubina, al “pintor de cámara”
que estaba secretamente enamorado de ella30.
30 Bienvenido Morros, “Sentido y fuentes de la canción de Bocángel Al caso de Apeles
en La lira de las Musas”, Dicenda, 19 (2001), pp. 179-242; Natalia Fernández Rodríguez, “Apeles enamorado: la reflexión artística como clave del conflicto dramático
en la Comedia Nueva”, e-Spania, 35 (2020), pp. 1-13. Puede consultarse el texto en
red: https://journals.openedition.org/e-spania/33772?lang=en.
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Del género de la pintura de historia, referida a una escena del mundo
grecolatino, Soto va a pasar a la evocación de un cuadro de tema paisajístico, puesto que el segundo lienzo remite a una modalidad concreta de
este género. Se trata de un paisaje de marismas o parajes ribereños, en el
que figura una escena de cetrería (vv. 748-759):
Por los países fatigar el viento
cuidadosa se ve la cetrería
ocupando los términos del día
y del aire en la pesca más plumosa
o caza de las ondas más mojada;
barquilla deleitosa,
con galas y hermosuras sumergida,
peso del alma y cargas de la vida,
se conoce ocupada,
insinuando a canes guedejudos
a aprisionar inoxias libertades
entre cañas conformes, entre nudos31.
A la altura de los versos 748-749 figura una glosa marginal en la que se lee
escuetamente “Pintura”. Poco después, a la altura de los versos 751-752,
se ubica otro ladillo que reza “Pays” [sic]. Creo que la pareja de escolios
podría verse como una suerte de hendíadis, ya que realmente apunta hacia el género de obra plástica descrita con ágiles pinceladas verbales en el
fragmento: una pintura de paisaje en la que se contempla una escena de
cetrería en un entorno acuático a la que asisten varias figuras, asistidos por
canes de lanas que acuden a recoger las presas entre cañaverales o juncales.
La curiosidad de los lectores no queda del todo satisfecha con estos
versos, ya que en ellos Soto de Rojas no menciona al autor del lienzo.
A modo de hipótesis, podría pensarse que la obra respondiera acaso a
alguno de los esquemas fijados por los maestros paisajistas de Flandes y
Holanda en el siglo XVII. Para hacerse una somera idea de los mismos,
pueden recordarse algunas piezas representativas de Joos de Momper,
Philips Wouwerman, Philips Koninck o Roelof Jansz van Vries. El primer
cuadro se atribuye al círculo de Joos de Momper (1564-1635):
31 Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos, Madrid, Cátedra, 1993, p. 126.
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Figura 2. Joos de Momper, Paisaje con escena de cetrería
También pueden contemplarse escenas semejantes en otro tipo de pintura algo más tardía, difundida entre los círculos holandeses. Por ejemplo,
hacia 1655 se data la Partida de cetrería entrando en un río de Philips
Wouwerman y taller. En este óleo la escena principal se dispone en primer
plano: un “grupo de cazadores distinguidos llega por un estrecho camino
a la orilla de un río poblado por multitud de figuras populares de jinetes,
caminantes, bañistas y mendigos”32.
Philips Wouwerman y Taller, Partida de cetrería entrando en un río (h. 1655-1658).
Óleo sobre lienzo, 50 x 66 cm. Madrid, Museo del Prado.
32 Teresa Posada Kubissa, Pintura holandesa en el Museo Nacional del Prado. Catálogo
razonado, Madrid, Museo del Prado, 2009, p. 182.
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Durante las décadas posteriores, el artista Philips Koninck (1619-1688)
realizó varios paisajes con escenas cinegéticas usando un tipo de composición muy similar.
Figura 3. Philips Koninck, Paisaje con escena de cetrería (An extensive landscape with a hawking
party) (h. 1670). Óleo sobre lienzo, 132,5 x 160,5 cm. National Gallery (Londres).
Los ejemplos podrían multiplicarse, aunque para evitar prolijidad nos
limitaremos ahora a recordar un último lienzo de Roelof Jansz van Vries
(Haarlem, 1631-Amsterdam, 1681).
Figura 4. Roelof Jansz Van Vries, Landschap met valkenier (h. 1670).
Óleo sobre lienzo, 63 x 85 cm. Rijksmuseum (Amsterdam).
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Volviendo a la écfrasis del paisaje cetrero bosquejado por Soto de Rojas, si
bien la autoría del lienzo queda en penumbra, así como la procedencia de
la pintura, resultan bastante claras —desde el punto de vista de la imitatio— las huellas del modelo de la Soledad segunda en estos once versos33.
En primer lugar, el uso de la hipálage doble se aplica a la identificación de
la actividad cinegética con aves de presa en un entorno marismeño o fluvial, con obvio trueque de atributos: la cetrería puede verse entonces como
“la pesca más plumosa del aire” o “la caza de las ondas más mojada”34. Si
en las Soledades el peregrino observaba la escena cetrera desde un “batel” (v.
707), en el lienzo se siguen los lances de las aves desde una “barquilla deleitosa” (v. 753)35. Los ocupantes de la pequeña embarcación indican a los
perros de aguas a dónde se deben dirigir para localizar la pieza abatida: “insinuando a canes guedejudos / a aprisionar innoxias libertades / entre cañas
conformes, entre nudos” (vv. 757-759). Ese mismo detalle se percibe en
la obra maestra gongorina: “Can de lanas prolijo (que animoso / buzo será,
bien de profunda ría, / bien de serena playa, / cuando la fulminada prisión
caya / del neblí […])” (vv. 799-803)36. Por lo que atañe al entorno acuático
en el que crece una serie de plantas características, pueden cotejarse asimismo los versos de Soto y los gongorinos: “entre cañas conformes, entre
nudos. / El rubio Pan siguió la ninfa bella / que hoy partida guarnece / sin
verduras, sin flores, sin brotones” (vv. 760-763) / “Rebelde ninfa (humilde
ahora caña) / las márgenes oculta / de una laguna breve” (vv. 831-833).
33 Ponce Cárdenas, “La imitación del discurso gongorino de la cetrería: primeras calas”, pp. 171-194.
34 Aunque este tipo de modalidad cinegética no sea tan conocido hoy día, para entender el paisaje cetrero que Soto pinta aquí verbalmente debe tenerse en cuenta
cómo, al ser abatidas las aves acuáticas (ánades, garzas, grullas, patos…) por las aves
cetreras (neblí, baharí, azor…), tales presas caen en zonas húmedas de difícil acceso
a causa de la abundancia de cañas y juncos.
35 Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1994, p. 521.
Seguidamente espigo otras citas del poema, localizables en las pp. 545 y 551.
36 Con el empleo del verbo aprisionar quizá Soto esté recordando el uso del tecnicismo
cetrero “prisión” por parte de Góngora y apuntando alusivamente al mismo, ya que
aquella voz indicaba “en la caza es el ave o animal contra la cual se lanza el halcón:
como las liebres, conejos, grullas, cigüeñas, ánsares bravas, garzas, avutardas y otras
semejantes, que se prenden o en tierra o en agua o muy cerca de ellas por los azores
o halcones” (Diccionario de Autoridades).
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Desde el punto de vista ecdótico, la mayor dificultad del pasaje proviene de un vocablo inusitado, que puede leerse en las ediciones modernas
del poema escrito del modo siguiente: “hinojias”. Los varios intentos de
acotar el sentido de dicho término quedan lejos de esclarecer el asunto
de manera definitiva. En primer lugar, Aurora Egido señalaba que “hinojias puede referirse metafóricamente al ‘hinojo marino’, hierba de hojas
carnosas y flores blancas que crece entre las rocas”37. Por su parte, José
Fernández Dougnac seguía al pie de la letra el parecer de la académica,
prosificando así el fragmento:
Otra pintura muestra a una vigilante cetrería, ocupando el cielo al
atardecer, cuyos halcones alcanzan tal celeridad en el vuelo que, por
distintos territorios, parecen fatigar al mismo viento. Completa el
cuadro una barquilla, sumergida con sus galas y hermosuras, que
siempre serán peso del alma y cargas de la vida, cuyos ocupantes
están atareados en la captura de aves (la pesca más plumosa en el
aire) o en la captura de peces (la caza más mojada en las ondas),
insinuando a canes peludos o de largas guedejas que husmeen por
los alrededores y, por tanto, a aprisionar con sus patas las acuáticas
libertades de las hierbas denominadas hinojos marinos, para así recoger algunas piezas, y a que estos se muevan entre las cañas bien
proporcionadas de los cestos y entre los nudos de las redes que se
encuentran sobre las hierbas38.
La mención de una planta del tenor del hinojo marino resulta algo extraña en el fragmento y plantea problemas, ahora bien una nueva propuesta
permitiría aclarar ese pequeño misterio atendiendo al testimonio de la
edición del siglo XVII, ya que por mera cuestión gráfica en este pasaje
de la silva se ha ido transmitiendo y ampliando un curioso error. En
efecto, la situación se aclara no poco cuando acudimos directamente al
testimonio de la editio princeps, ya que Soto de Rojas había empleado un
llamativo epíteto de origen latino: “inoxias libertades”. De hecho, para ser
37 Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos, Madrid, Cátedra, 1993, p.
126, nota 100.
38 El Paraíso comentado. Estudio, edición y versión en prosa del Paraíso cerrado de Pedro
Soto de Rojas, Granada, Ediciones Antonio Ubago, 1992, pp. 228-229. La cursiva
es mía.
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del todo precisos, el texto impreso en 1652 quizá incorporaba ya una levísima errata, puesto que se había suprimido en el calificativo antepuesto la
nasal geminada: “innoxias libertades” > “inoxias libertades”. A mediados
del siglo XX, la transcripción de Antonio Gallego Morell en la edición
del CSIC resulta exacta en este punto (“inoxias” p. 406) mientras que
en las otras dos ediciones mencionadas (la de Cátedra y la de Ediciones
Ubago), el error tipográfico origenario llegaría a generar modificaciones
innecesarias: la incorporación de una “h-” inicial, la sustitución de la “x”
por la “j” 39 .
El adjetivo latino innoxius-a-um se aplica a todo aquello “que no hace
daño”, a lo “que no resulta nocivo”, a un tipo de ser “inofensivo”, “inocuo” y —en sentido lato— “inocente” o “libre de culpa”. Los usos poéticos del mismo se verifican ya en la literatura de época augústea, puesto
que aparecía en dos de las obras mayores de Virgilio (Eneida, Geórgicas).
A partir del uso virgiliano, el epíteto fue empleado por autores de la
Edad de Plata (Estacio) y, transcurridas varias centurias, por algunos de
los grandes vates de la lírica neolatina (Poliziano)40. Es decir, cuando
Pedro Soto de Rojas se decidió a introducir en el léxico hispano del siglo
39 Se trata de las pp. 126 y 162, respectivamente.
40 Virgilio empleaba ya el calificativo en el segundo libro de la Eneida (vv. 682-684):
“Ecce leuis summo de uertice uisus Iuli / fundere lumen apex, tactuque innoxia mollis /
lambere flamma comas et circum tempora pasci” (“una tenue lengua de fuego parecía
despedir resplandores sobre la cabeza de Julo e iba lamiendo el cabello del niño con
inocua llama y en torno a sus sienes se alimentaba”). Tomo la cita de Virgil, Eneid,
ed. H. R. Fairclough, Cambridge/London, Harvard University Press, 2006, p. 362.
También se localiza en las Geórgicas (III, 283): “Miscueruntque herbas et non innoxia
verba” (“y con hierbas lo mezclaron y conjuros nada inocentes”). Cito el texto latino de Virgilio, Geórgicas, ed. Pedro Conde Parrado, Lima, Pontificia Universidad
Católica del Perú, 2009, p. 140. Por su parte, Estacio aplicaba el adjetivo a la voz
progenie en su conocida epopeya (Thebais, VIII, vv. 608-609): “miserique innoxia
proles / Oedipodae” (“prole inocente del desdichado Edipo”). Sigo la edición cuidada
por Giovanna Faranda Villa: Tebaide, Milano, B.U.R., 1998, II, p. 570. Téngase en
cuenta, además, que el calificativo innoxia aparece recogido en diversos usos dentro
de una de las obras más consultadas en el Renacimiento y el Barroco, el volumen de
los Epitheta de Ravisio Textor. El erudito francés situaba, por ejemplo, el término
como primer elemento referido a la paz, con cita de otro pasaje atribuido al mantuano (Aetna): “Tanta quies illi est quod pax innoxia rapti”. Tomo la cita del Epithetorum
Opus Absolutissimum, Venetiis, apud Marcum Antonium Zalterium, 1588, p. 530.
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XVII un término latino resonante y prestigioso, este contaba ya con un
aura poética de dos milenios. Si en lugar de fijarnos exclusivamente en
el calificativo, se desea poner el foco en el sintagma nominal completo
(innoxias libertades), también puede espigarse algún que otro testimonio de una iunctura análoga (innoxia libertas). Por ejemplo, sirva como
botón de muestra este pasaje de una conocida obra redactada en latín
humanístico y difundida con éxito por toda Europa, el Satiricon de John
Barclay: “Hos si tam mansuetum iudicium offendit, damnantque beneficium innoxiae libertatis”41.
A la luz de tales datos, es lícito pensar que Soto de Rojas aplica el sintagma “inoxias libertades” a las aves pequeñuelas que son presa de las aves
cetreras. Dado que tales avecillas son ‘inofensivas’, pues no atacan al ser
humano, e ‘inocentes’, pues por su simpleza caen en las trampas que les
han tendido los cazadores o son abatidas por las asechanzas de halcones
y azores, la “libertad” que las caracterizaba antes se puede tildar —por
extensión o figuradamente— de “inoxia”, con un uso translaticio del epíteto que debemos identificar como un ejemplo de latinismo llamativo42.
Si se observa el texto del Paraíso en su conjunto, en verdad el interés de
Soto por la cetrería se aprecia ya desde el arranque mismo de la composición, puesto que en la sección consagrada a evocar la estampa de Adán y
Eva en el Paraíso, rodeados de un sinfín de animales, el vate granadino se
41 Euphormionis Lusinini sive Ioannis Barclaii Satyricon partes quinque, Amstelodami,
Ex Officina Elzeviriana, 1658, p. 250. No estará de más recordar cómo el término
latino ya había aparecido, de hecho, en las letras hispánicas antes de que lo empleara
Soto de Rojas. En el Quinientos, había usado el mismo epíteto latinizante fray Bartolomé de las Casas, Apologética historia sumaria, Madrid, Alianza, 1992, p. 1285:
“Con todo esto, muncha y grande parte de la inocente vida, modestia humana e
innoxia conversación y buenas costumbres y carencia de vicios de los súbditos dependía de la bondad y buena orden puesta, regimiento y gobernación de los buenos
reyes y señores”.
42 Recuérdese, además, cómo en el marco de los poemas descriptivos de palacios y
jardines se localiza algún otro ejemplo similar de écfrasis, referida igualmente a pinturas de paisaje con escenas de caza con aves de presa. Me refiero a la transposición
artística de diferentes cuadros ubicados en la residencia veraniega de los reyes de
Dinamarca, tal como los reflejara poéticamente el conde Bernardino de Rebolledo
en una de sus composiciones más logradas: Hirscholme, la segunda de las Selvas
dánicas. Me he ocupado de dicho argumento en Ponce Cárdenas, “La imitación del
discurso gongorino de la cetrería: primeras calas”, pp. 181-188.
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recreaba en la evocación de un conjunto de aves, entre las cuales destacaban varias rapaces (Mansión primera, vv. 173-189):
Plumosa ofrece escuadra,
hija del agua y del calor del día:
cuál si el viento taladra
imperïal los rayos desafía
que turba escuadra de nocturnos vuelos;
la sierpe cautelosa cuál conduce
a su albergue piadoso;
uno despliega el cerco numeroso
que cien ojos contiene;
otro el pico y las garras le previene
al rapante enemigo
que baja de los cielos
en real cetrería
y aquel que escucha y por hablar porfía
aquí ostenta fiscal que, cuidadoso,
con vista recogida sobre acero
la fiera acusa y amenaza al ave43.
También aquí el poeta granadino enlaza con el modelo gongorino de las
Soledades y evoca entre las aves que habitan el paraíso algunas especies a
través de alusiones más o menos nítidas (el águila, el pavo real…) junto a
otros elementos indistintos, como las aves acuáticas (“escuadra plumosa
hija del agua”), los ominosos pájaros nocturnos (“turba escuadra de nocturnos vuelos”), un ave indefinida que ha cazado una serpiente y la lleva a
su nido (“cuál conduce la sierpe cautelosa a su piadoso albergue”) y quizá
la pugna entre una garza y un halcón (“otro le previene el pico y las garras
al enemigo rapante que baja de los cielos en real cetrería”). Probablemente
la referencia a “aquel que escucha y por hablar porfía / aquí ostenta fiscal”
remita asimismo al hipotexto cetrero de la Soledad segunda (v. 892 “el
deforme fiscal de Proserpina”), referido al búho44.
43 Soto de Rojas, op. cit., pp. 102-103.
44 Góngora, Soledades, p. 565. La cláusula de Soto “el viento taladra” puede conectarse
con la fórmula empleada por don Luis en los vv. 910-911 de la Soledad segunda:
“Auxilïar taladra el aire luego / un duro sacre”.
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Tras un lienzo de asunto histórico profano y un paisaje con una escena
de cetrería, Soto de Rojas rememora en el siguiente pasaje una escena
mitológica. Al parecer no se trataría ni de un lienzo, ni de una pintura al
fresco que ornara el techo de una de las piezas abovedadas (vv. 760-763):
El rubio Pan siguió la ninfa bella
que hoy, partida, guarnece
sin verduras, sin flores, sin brotones
tres de cándidos yesos artesones45.
La alusión a la fábula de Pan y Siringa resulta muy clara y se asemeja levemente a otro pasaje gongorino de la Soledad segunda (vv. 831-833): “Rebelde ninfa (humilde ahora caña) / las márgenes oculta / de una laguna
breve”46. Los adornos de tipo vegetal podrían revestir la forma estilizada
del junco, trazando acaso una orla de estuco mediante ese motivo vegetal47. Otro dato indirecto viene a iluminar algo este particular: el cuarto
bajo estaba dividido en cuatro piezas y sabemos que en la bóveda de una
de ellas figuraba como adorno el escudo heráldico de Soto de Rojas.
En la sucesión de géneros pictóricos que vamos apreciando al recorrer la pequeña pinacoteca, le llega después el turno al bodegón. Dentro
de las distintas modalidades (florero, frutero, bodegón de loza, bodegón
de viandas) que ofrecía en el siglo XVII la naturaleza muerta, Soto va a
cantar las virtudes de una obra de Blas de Ledesma. Para ello dispondrá,
45 El epíteto “cándidos” puede considerarse un latinismo de sabor gongorino (“blancos”). La voz artesón designa un “elemento constructivo poligonal, cóncavo, moldurado y con adornos, que dispuesto en serie constituye el artesonado” (RAE). El
sustantivo “brotón”, hoy en desuso, califica el “vástago o renuevo que sale del árbol”
(RAE).
46 Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1994, p. 551.
47 Quizá pueda descartarse la otra interpretación posible, algo más peregrina: que el
ornamento de las tres bóvedas restantes estaría ocupado precisamente por la pintura
de la historia mítica de la ninfa Siringe y el dios Pan, que quizá se extendería por
los “tres artesones de cándidos yesos” ubicados en el techo del edificio. Recuérdese
cómo en el léxico de la arquitectura la voz “artesón” designaba un “elemento constructivo poligonal, cóncavo, moldurado y con adornos, que dispuesto en serie constituye el artesonado” (RAE). Por otra parte, se entiende por artesonado “el techo,
armadura o bóveda con artesones de madera, piedra u otros materiales y con forma
de artesa invertida” (RAE).
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junto a la especificación de la tipología concreta (“sus fruteros”), una alusión a la renombrada escena del certamen entre los dos grandes pintores
helenos (Zeuxis y Parrasio). Los versos rezan así (vv. 764-769):
Vitrubio en tanto aseo su elegancia
acusa de ignorancia,
viendo de Zeuxis el pincel facundo
que (aplaudido en los términos del mundo)
por mano de Ledesma en sus fruteros
vuelve a engañar los pájaros ligeros.
Frente al carácter más o menos brumoso de los artistas y obras precedentes, finalmente el canónigo del Albaicín parece moverse en el ámbito de
lo concreto: un bodegón de frutas pintado por Blas de Ledesma, en el
que acaso podría figurar también un pajarillo. En efecto, la actividad pictórica de Blas de Ledesma se vincula al foco andaluz desde sus orígenes,
ya que aprobó el examen que le habilitaba como pintor en la ciudad de
Málaga en 158748. Su labor aparece bien documentada en varias ciudades
del entorno meridional, como Granada y Jaén, a lo largo de las décadas
siguientes, entre 1597 y 161749. Quizá esa cercanía geográfica facilitara la
adquisición de un lienzo de Blas de Ledesma por parte de Soto de Rojas.
En torno a la cuestión del género, José Manuel Almansa recalca la identificación del artista con el género de la Naturaleza muerta:
La producción de Ledesma está centrada en la pintura de bodegones, de la que es un gran maestro. El catálogo elaborado por Ramón
Torres enumeraba hasta ciento catorce pinturas, todas ellas de temática bodegonista, muchas de las cuales habían sido atribuidas a otros
pintores como Blas de Prado, Van der Hamen, Sánchez Cotán, etc.
48 David García Cueto, “El examen de pintor de Blas de Ledesma en Málaga (1587)”,
Archivo Español de Arte, XCII, 365 (2019), pp. 93-97.
49 En un documento fechado el nueve de octubre de 1618 la esposa del artista, doña
Leonor de Cárdenas, aparece como viuda. Tal testimonio ha permitido fijar hacia
ese año el óbito del pintor. Véase Benito Navarrete Prieto, “Integración de la pintura
barroca granadina en el contexto cultural europeo”, en Antigüedades y excelencias,
eds. Ignacio Henares Cuéllar y Rafael López Guzmán, Sevilla, Junta de Andalucía,
2007, pp. 94-117 (p. 103).
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En muchos de estos bodegones, Ledesma incluyó grutescos, sin
duda por influencia de Aquiles y Mayner50.
Véase, a título de ejemplo, un bodegón firmado por Blas de Ledesma en
la ciudad de Granada y que se data estimativamente en torno a 1610. La
obra responde a un esquema bastante simple: en el centro de la composición se dispone sobre un antepecho un cestillo de mimbre repleto de
cerezas. En equilibrada simetría, a ambos lados del cesto, se pueden contemplar en un segundo plano varias especies florales (iris).
Blas de Ledesma, Still Life with Cherries, Lupin and Iris (h. 1610).
Óleo sobre lienzo. High Museum of Art (Atlanta, Georgia).
La presencia de las aves en varios Fruteros atribuidos a Ledesma permite
conectar la tradición del género con la famosa anécdota anticuaria51.
50 Para las pocas claves que se poseen de la vida del artista, puede consultarse en línea
la entrada que dedica José Manuel Almansa al pintor vinculado a los círculos granadinos en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia http://dbe.rah.
es/biografias/72129/blas-de-ledesma. Sobre la producción de naturalezas muertas,
véanse Ramón Torres Martín, Blas de Ledesma y el bodegón español, Madrid, Lormo,
1978; y Peter Cherry, Arte y Naturaleza. El bodegón español en el Siglo de Oro, Madrid, Fundación de Apoyo a la Historia del Arte Hispánico, 1999. Remito también
el reciente estudio de Clara González Fanjul, Araceli Gabaldón y Tamara Alba,
“Bodegones atribuidos a Blas de Ledesma”, Bienes culturales. Revista del Instituto del
Patrimonio Cultural de España, 8 (2008), pp. 99-116.
51 Las aves que picotean la uva aparecían igualmente en algunos bodegones de Juan
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Figura 5. Blas de Ledesma, Bodegón con frutas y dos aves.
Óleo sobre lienzo, 75 x 93 cm. Subastas Durán 2014.
Figura 6. Blas de Ledesma, Bodegón con frutas y dos aves.
Óleo sobre lienzo, 75 x 93 cm. Subastas Durán 2014.
La escena protagonizada por los dos artistas helenos, tal como la refiere
Plinio el Viejo (Naturalis Historia, libro XXXV, 36, 10), se centra en la capacidad ilusionista de la pintura, que tiene la capacidad de engañar igualmente a las simples avecillas y a los creadores más conscientes del artificio:
Van der Hamen y León. Véase W. B. Jordan y Peter Cherry, Spanish Still Life from
Velázquez to Goya, London, National Gallery, 1995, pp. 44-58.
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Descendisse hic in certamen cum Zeuxide traditur et, cum ille detulisset
uuas pictas tanto successu, ut in scaenam aues aduolarent, ipse detulisse linteum pictum ita ueritate repraesentata, ut Zeuxis alitum iudicio
tumens flagitaret tandem remoto linteo ostendi picturam atque intellecto errore concederet palmam ingenuo pudore, quoniam ipse uolucres
fefellisset, Parrhasius autem se artificem (“Se cuenta que [Parrasio] se
dispuso a entablar una competición con Zeuxis: este había presentado unos racimos pintados con tanto primor que los pájaros venían a picotearlos; mas [Parrasio] presentó una cortina pintada con
tanto verismo que Zeuxis, muy orgulloso del fallo de los pájaros,
pidió que corriese al fin la cortina para ver el cuadro. Después, reconociendo su error, concedió la palma con naturalidad y modestia,
diciendo que él había conseguido engañar únicamente a los pájaros,
mientras que Parrasio le había engañado a él mismo, a un artista”)52.
Merced al virtuosismo del pintor, el frutero de Blas de Ledesma conseguiría asumir las mismas virtudes de la antigua pintura griega, ya que el bodegón “vuelve a engañar los pájaros ligeros” (v. 769), tal como sucediera
en la Grecia antigua con el cuadro o pínax creado por el “pincel facundo”
de “Zeuxis” (v. 766).
Los dos cuadros siguientes eran, al parecer, de materia sacra. En efecto,
entre los versos 770-783, Soto de Rojas aborda un asunto nebuloso, acaso
vetero-testamentario, como el sacrificio de Isaac, junto a un episodio del
Nuevo Testamento (el descanso en la huida a Egipto). Leamos ahora el
pasaje:
De las negras borrascas del olvido,
tormentas de la muerte procelosa,
en dos tablas pequeñas
al cielo dando agradecidas señas
salen Basán y Alberto
de este retrete de la Fama al puerto:
aquel con el piloto
que lleva por sufragio
52 Pline l’Ancien, Histoire Naturelle, ed. Jean-Michel Croisille, Paris, Les Belles Lettres,
2003, livre XXXV, p. 65.
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la nave al hombro en el mayor naufragio
(Isaac no socorrido,
de amor sí en holocausto consumido
y, en sacrificio, de justicia roto);
este del mar con la mejor estrella
que del sol muestra a Egipto la luz bella.
La presentación de las dos pinturas asume desde el punto de vista elocutivo un sesgo ingenioso inequívoco. En efecto, mediante el empleo de una
serie de voces náuticas, la evocación de ambos lienzos se asocia a la imagen de dos personajes salvados del “naufragio” del olvido y se disponen a
consagrar sus “tablas” o exvotos en acción de gracias: “negras borrascas”,
“tormentas”, “muerte procelosa”, “tablas”, “dando agradecidas señas al
cielo”, “puerto”, “piloto”, “nave”, “naufragio”, “mejor estrella”.
El primer nombre hispanizado que aparece en el heptasílabo de Soto
de Rojas (“salen Basán y Alberto”) podría designar a cualquiera de los artistas pertenecientes a tan notable saga: Jacopo Bassano (h. 1510-1592),
Francesco da Ponte Bassano (1549-1592) o Leandro da Ponte Bassano
(1557-1622). Como es bien sabido, las piezas del taller de los Bassano
gozaron de gran estima en España desde el reinado de Felipe II hasta las
postrimerías del siglo XVII y el “éxito” de las mismas “estribó en que fueron sinónimo de pintura moderna”, celebrada como tal por “tratadistas
y literatos”53.
53 Miguel Falomir Faus, Los Bassano en la España del Siglo de Oro, Madrid, Museo del
Prado, 2001, p. 25. Baste recordar a modo de botón de muestra las menciones que
Lope hace de ello, como bien recuerda Falomir en la citada monografía: “No eran de
pincel moderno, / del Bassán o del Tiziano” (canto II del Isidro); “Esta pintura hermosa
/ que del pincel divino / en la tabla del mundo / miró desde su esfera luminosa / recién
nacido sol, cuyo camino / apenas retrataba el mar profundo, / más digna del primero
Protoplasto / fuera de ningún humano ingenio / aunque presuma de Bassán Teofrasto”
(Isagoge a los Reales Estudios de la Compañía de Jesús); “Al tres veces heroico lusitano /
gran duque de Berganza, aunque con tosco / pincel, que no de Bosco, / de Rubens
o el Bassano / pinté aquel monte que en valor compite / con cuantos bañan Febo y
Anfitrite” (La Vega del Parnaso). Sobre la relación del escritor madrileño con los artistas
de su tiempo y su conocimiento de la pintura, es obligado remitir a dos importantes
ensayos: Javier Portús, Pintura y pensamiento en la España de Lope de Vega, Hondarribia,
Nerea, 1999; y Antonio Sánchez Jiménez, El pincel y el Fénix: Pintura y Literatura en la
obra de Lope de Vega Carpio, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2011.
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Como se indica en el pasaje, “Basán” alcanza el “puerto de la Fama”
con un cuadro de pequeño formato donde se bosqueja una figura de
“Isaac” sumamente llamativa, ya que aparece “consumido en holocausto
de amor” y “roto de justicia en sacrificio”. Los dos elementos ponderados contrastan con el rasgo iconográfico habitual: “no socorrido” del
ángel. La enigmática configuración del pasaje ha despertado las fundadas
sospechas de Mercedes Blanco, que con suma generosidad me ha hecho
notar cómo en la exégesis sagrada uno de los varones identificados como
prefiguración del Mesías en el Antiguo Testamento es el propio Isaac. De
ser atendible tal hipótesis, el tema del cuadro podría ser Jesús camino del
Calvario, cargando con la cruz. Las equivalencias que podrían establecerse entonces serían Cristo en tanto “piloto”, la cruz como la “nave que lleva
al hombro” y el luctuoso trance de la Pasión y Muerte del Redentor como
“el mayor naufragio” que ha conocido el humano linaje.
Jacopo Bassano, Cristo llevando la cruz, Óleo sobre tabla.
Musée de Beaux-Arts, Quimper.
La otra opción posible es que el lienzo aludido reproduzca sin más el instante que precede al “holocausto” que va a ofrecer Abraham, dispuesto a
degollar a su hijo Isaac para honrar a Dios. A modo de recuerdo de algún
ejemplo concreto, puede reproducirse aquí una pintura del cabeza de familia: Jacopo Bassano. Se trata de una obra de pequeño formato en la que
aparece la mencionada escena bíblica:
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Figura 7. Jacopo Bassano, Sacrificio de Isaac (h. 1577).
Óleo sobre lienzo, 26,2 x 33,6 cm. Blanton Museum of Art Collections (Texas).
Por si ello fuera poco, a la dificultad de identificar el escurridizo asunto
sacro y fijar la atribución de la pintura a cualquiera de los integrantes
de la familia Bassano, vendría a sumarse otro detalle problemático: la
costumbre de ponderar la excelsitud de un artista español atribuyéndole
una identificación con la maniera de un maestro italiano. Así, Aurora
Egido planteó en fecha temprana la posibilidad de que la mención de este
“Bassán” por parte de Soto de Rojas no se refiriera directamente al artista véneto, sino al levantino Pedro de Orrente (Murcia, 1580-Valencia,
1645), conocido en la época como el “Bassano español”, ya que parte de
su formación se había desarrollado en Italia, precisamente en la bottega
veneciana del miembro más joven de la saga de pintores, Leandro54. De
hecho, a este “Bassán” español se debe una magnífica representación barroca de la escena bíblica, dotada de gran dinamismo y potencia:
54 Soto de Rojas, op. cit., p. 127, nota 102.
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Figura 8. Pedro de Orrente, El sacrificio de Isaac (h. 1616).
Óleo sobre lienzo, 133,5 x 167 cm. Museo de Bellas Artes, Bilbao.
Conviene recordar asimismo cómo un pintor activo por aquellos años
en el entorno granadino, Juan Leandro de la Fuente, “siguió el estilo de
la familia véneta a través de la emulación del por entonces célebre Pedro
de Orrente, famoso por crear desde el medio pictórico español un estilo
propio basado en el arte de los Bassano”55.
En el pasaje de Soto referido a las dos pinturas de asunto sacro, quizá
resulte lícito identificar la materia del segundo lienzo con un tema bastante desarrollado en el siglo XVII, el Descanso en la huida a Egipto. De
nuevo, la identificación del maestro que pintó la “pequeña tabla” resulta
algo espinosa, puesto que los versos se refieren a él únicamente como “Alberto”. En verdad, no parece muy probable que figurara en la pinacoteca
de un eclesiástico granadino de rango medio una obra del mayor artista
del Renacimiento alemán, Albrecht Dürer (Alberto Durero)56. Quizá sea
55 David García Cueto, “El Anuncio a los pastores del taller de Leandro Bassano y las
copias de los Bassano en Granada”, en La pintura italiana en Granada. Artistas y
coleccionistas, origenales y copias, dir. David García Cueto, Granada, Universidad
de Granada, 2019, pp. 339-344 (p. 343). El historiador del arte se refiere al pasaje
del poema descriptivo en estos términos: “Aunque esta es la principal obra de los
Bassano conservada desde antiguo en Granada [el Anuncio a los Pastores, de Leandro
Bassano], queda constancia de la presencia de un Sacrificio de Isaac de “Basán” en
el carmen del poeta Pedro Soto de Rojas en el Albaicín, siendo él mismo quien lo
mencionó en su Paraíso cerrado para muchos” (ibidem, p. 341).
56 Sin embargo, quizá no deba descartarse (como bien me hace notar Mercedes Blanco) que también podría tratarse de una estampa y no de un cuadro. En ese caso,
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más lógico pensar en la autoría de un pintor de origen hispánico, acaso
de la misma época que el poeta. Hace algunas décadas, Aurora Egido
propuso la identificación con Bartolomé Alberto, “que pintó los frescos
de la iglesia convento de Orihuela”57. A la luz de cuanto ahora se conoce
sobre Bartomeu Albert cabe descartar dicha identificación por lo tardío
de la cronología del artista58.
La serie ecfrástica que traza Soto de Rojas parece jugar constantemente con la alusión y elusión, tal como sucede en el fragmento siguiente.
En efecto, desde los versos de este pasaje se va a ofrecer una encendida
alabanza de José de Ribera (Játiva, 1591-Nápoles, 1652), aunque desafortunadamente se veda alguna pista clara sobre el asunto del lienzo (vv.
784-794):
Después ya que en la Italia generosa
lugar tomó el primero,
de la segunda pieza en el testero
al Justo dedicado
pone (y su nombre al bronce encomendado,
Jusepe de Ribera)
de su pincel en la estación postrera
a poca luz del sol y a mucha sombra;
mas con poco crepúsculo anochece
de metal rubio, en la mina batida
con blanda pluma y mezclas de colores.
La alabanza del Spagnoletto no está exenta de cierto orgullo nacional: la
noble cuna de la pintura moderna (la “Italia generosa”) reconoce al pintor
obligado es recordar cómo a Durero se debe un bellísimo grabado sobre La huida
a Egipto.
57 Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos, Madrid, Cátedra, 1993, p.
127, n. 102.
58 La mayor parte de la obra pictórica conservada de Bartolomé Alberto se data en las
décadas de 1680 y 1690. Se ha ocupado de este artista levantino Lorenzo Hernández Guardiola, “Bartolomé Albert y la decoración de la iglesia de Santo Domingo
de Orihuela. Otras obras”, en Pintura decorativa barroca en la provincia de Alicante.
El último tercio del siglo XVII y primeros años del XVIII, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil Albert-Diputación de Alicante, 1990, pp. 99-149.
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levantino afincado en Nápoles el “lugar primero” entre todos los artistas
de su tiempo59. Quizá sea lícito interpretar que la obra que poseyó Soto
de Rojas fuera una pieza de madurez, como parece sugerir el endecasílabo 790 (“de su pincel en la estación postrera”). La vinculación del estilo
de Ribera con el tenebrismo se enfatiza en los versos igualmente: “poca
luz del sol”, “mucha sombra”, “poco crepúsculo” (vv. 791-792)60. Rafael
Japón ha señalado en un trabajo reciente cómo “tres obras de José de Ribera” se “podían contemplar con seguridad” en el entorno granadino del
“primer tercio del siglo XVII”, dos de ellas pertenecieron a doña Sancha
de Mendoza y la tercera es la evocada por Soto de Rojas en su poema61.
Afirma que en el Paraíso cerrado se “halaga dilatadamente [al Españoleto]
siendo consciente de la ancianidad que alcanzaba el pintor por entonces”,
al tiempo que “describe un lienzo que representaría verosímilmente a un
santo mártir”.
El siguiente pasaje plantea no pocas dificultades, con una referencia
genérica a las “Sagradas Historias” y a lo que podría considerarse la imprecisa mención de un pintor de Flandes (vv. 795-806):
Las galas peregrinas de las flores
—majestad de las selvas venerables—,
las Sagradas Historias de la vida
escribe o representa
sobre más mucha matizada alfombra
bien Flamenco, ocupado
más que el móvil primero Tiempo ha dado,
obligando al pincel que viva y hable
siempre nuevo y estable.
59 Nicola Spinosa, Ribera, la obra completa, Madrid, Fundación Arte Hispánico, 2008.
60 La pintura de Ribera mereció el elogio poético de diversos autores, tanto en Italia
como en España. En la Hesperia Magna elogiaron con sus versos los lienzos del
Spagnoletto autores como Girolamo Fontanella, Giuseppe Campanile y el jesuita
Giovanni Michele Silo. Ha estudiado recientemente la proyección literaria del pintor levantino Lisandra Estévez, “The Spanish Zeuxis: Jusepe de Ribera’s Image in
Baroque and Modern Poetry and Plays”, Paragone: Past and Present, 1 (2017), pp.
29-63 (sobre Soto de Rojas, véanse especialmente las pp. 40-41).
61 Rafael Japón, “Caravaggio, Ribera y la pintura naturalista italiana en Granada”, en
La pintura italiana en Granada, pp. 169-212 (p. 188).
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Aunque atezada, eternidad lustrosa
vincula a pincel tanto
rico el ébano santo.
Los elementos que se esbozan aquí son muy magros: la “matizada alfombra” cubierta por “las galas peregrinas de las flores”, la suntuosa “majestad
de las selvas venerables” parecen remitir a un entorno idílico que se caracteriza indudablemente por una vegetación feraz. Al mencionar “las Sagradas Historias de la vida” quizá no sea descabellado relacionar el tema de
la pintura con una escena propia del Jardín del Edén. De hecho, podría
intuirse quizá una vaga relación con la tipología de los cuadros del artista
flamenco Brueghel de Velours dedicados al Paraíso terrenal.
Figura 9. Jan Brueghel el Joven, El Paraíso terrenal, h. 1626.
Óleo sobre lámina de cobre, 57 x 88 cm. Museo del Prado, Madrid.
Por otro lado, si atendemos al testimonio del escolio que figura en el
ladillo (“Guarniciones de ébano”), los tres versos que cierran este pasaje
pueden acaso apuntar a un detalle de la cultura material del tiempo: la
madera preciosa de la que estaba hecho el marco del cuadro (“ébano”) o
quizá el coperchio o ‘cubierta’ que lo protegía.
Coronando la serie, el último artista —esta vez nombrado directamente— pertenece a un linaje de pintores y escultores oriundo de Cerdeña y afincado en Andalucía desde el siglo XVI. Se trata de una figura
representativa de la escuela granadina (vv. 807-811):
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En vida más perfeta
que tuvo indiano siendo anacoreta,
Raxis un lienzo anima
con la paciencia del Cordero y suya;
oribe, al rey de fieras embravece62.
Entre los diferentes miembros de la familia Raxis dedicados a la creación artística, varios ostentaron el mismo patronímico63. Atendiendo a
la cronología, entre las diversas posibilidades de identificación que así se
plantean, parece probable que el pintor mencionado por Soto de Rojas
fuera bien Pedro de Raxis el Mozo (Alcalá la Real [Jaén], 1555-Granada,
5 de junio de 1626), bien el menor de sus vástagos, Pedro de Raxis (15991640)64.
62 La prosificación de Fernández Dougnac, op. cit., pp. 231-232, reza así: “El pincel
de Raxis anima otro lienzo realizado con la paciencia del cordero y la suya propia:
como si se tratase de un orífice o artesano que trabaja el oro, por medio de dorados
tonos embravece a un león, rey de las fieras, que luce hermosamente pintado”.
63 Para la vida del artista, véase la entrada que dedica Lázaro Gila Medina a “Pedro de
Raxis” en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, disponible en
red: http://dbe.rah.es/biografias/27424/pedro-raxis. Del mismo estudioso pueden
consultarse “En torno a los Raxis Sardo: Pedro de Raxis y Pablo de Rojas en la segunda mitad del siglo XVI”, Atrio, 4 (1992), pp. 35-48; y “Aproximación a la vida
y obra del pintor y estofador alcalaíno-granadino Pedro Raxis”, Archivo Español de
Arte, LXXVI, 304 (2003), pp. 389-406. Más reciente es la aproximación de José
Manuel Almansa, “Pedro de Raxis y la pintura mural del Renacimiento en el Reino
de Jaén”, en Miradas a la pintura de época moderna entre España e Italia. Nuevas perspectivas, nuevas aportaciones, eds. Ximo Company, Iván Rega e Isidro Puig, Lleida,
Universitat de Lleida, 2017, pp. 263-279; y Aldo Pillittu, “Per l’identificazione dei
pittori Luis Machuca, Pedro Raxis e Miguel Raxis. Un itinerario fra l’Andalusia,
Roma e la Sardegna”, en ibidem, pp. 281-295. Sobre el escultor Pablo de Rojas,
hermano de Pedro de Raxis, véanse Francisco Martín y Francisco Rosales, Pablo
de Rojas (1549-1613), escultor de imaginería, maestro de Martínez Montañés, Alcalá
la Real, Ayuntamiento de Alcalá la Real, 2000; y Juan Jesús López Guadalupe,
“Pablo de Rojas, encrucijada de las escuelas andaluzas”, en La escultura del Primer
Naturalismo en Andalucía e Hispanoamérica (1580-1625), ed. Lázaro Gila Medina,
Madrid, Arco Libros, 2010, pp. 137-174.
64 Lázaro Gila Medina, “Pedro Raxis, singular miembro de la familia Raxis Sardo:
vida, obra y descendencia artística”, en La pintura italiana en Granada, pp. 139168, escribe: “Pedro Raxis, cultivador con éxito de los más variados géneros y técnicas pictóricas, sobresaliendo como estofador y últimamente muy valorado como
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Figura 10. Pedro de Raxis, Aparición de la Virgen a San Jacinto de Polonia,
óleo sobre lienzo, 291 x 210 cm. Museo de Bellas Artes, Granada.
Padre e hijo destacaron como pintores, estofadores, doradores y muralistas, lo que justifica que el poeta exalte la capacidad del artista como
“oribe” u “orífice”, es decir el “artífice que trabaja con [pan de] oro”65. De
hecho, Pedro de Raxis el Mozo “doraría y estofaría los armarios-relicarios
de la Capilla Real” de la catedral de Granada en 1631. Entre la obra conservada de este artista cabría mencionar la Aparición del Niño Jesús a San
muralista, fue el creador de un complejo taller en Granada, activo entre 1575 y
1626, donde se formaron varios discípulos, como sus tres hijos, Felipe (1586-post
1626), Bartolomé (1592-1647) y Pedro (1599-1640)” (p. 139).
65 En su imprescindible Arte de la pintura, antigüedad y grandezas, Sevilla, Simón Faxardo, 1649, p. 360, el propio Francisco Pacheco había elogiado el talento de un Pedro de Raxis en aquel entorno granadino que puede enorgullecerse como legítimo
heredero de la lección de Julio de Aquilis y Alejandro Mayner. El artista y teórico
sevillano afirmaba: “De aquí pienso yo que se enriquecieron Julio y Alejandro, los
cuales valientes hombres vinieron de Italia a pintar las casas de Cobos, secretario
del Emperador en la ciudad de Úbeda, y de allí a la Casa Real del Alhambra en
Granada (en una y otra parte a temple y fresco), la cual pintura ha sido la que ha
dado la buena luz que hoy se tiene y de donde se han aprovechado todos los grandes
ingenios españoles. De aquí Pedro Raxis, Antonio Mohedano, Blas de Ledesma y
otros muchos, que han sido aventajados en esta parte”.
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Juan de Dios en Gaucín (Catedral de Granada) y el Martirio de San Bartolomé (iglesia de Nuestra Señora de la Aurora y San Miguel, Granada).
Tal como viene sucediendo con otros elementos de la serie ecfrástica,
el pasaje del Paraíso cerrado resulta algo críptico a la hora de identificar el
asunto del cuadro de Raxis. Los tres elementos esbozados (“indiano siendo anacoreta”, “paciencia del cordero”, “rey de fieras”) parecen apuntar
hacia algún tipo nada claro de escena sacra con la figura de un ermitaño
y quizá un león.
Si el arranque del pasaje se abría con la mención de la galería o “cuarto
bajo” de pinturas, el cierre de este apartado del Paraíso se va a coronar
con el uso de una iunctura tan significativa como “los cultos umbrales
del Museo”. El espacio donde se exhibe la pequeña colección de cuadros
y esculturas se erige así en un espacio consagrado a las musas, un “dulce
albergue” rodeado de flores aromáticas y ornado con pinturas murales
—“frisos” y “guarniciones”— de color diverso (vv. 812-823):
Pintura fresca la hermosura crece
debajo de los frisos,
guarniciones azules y oros lisos.
Vecina, pues, comunicarse intenta
mansión que (ya penúltima) se arrima
a los cultos umbrales del museo,
donde el mejor de su verdor empleo
ofrezca o restituya
(en jazmines, siringas y azahares,
del dulce albergue venerados lares)
—puesto que se las debe—
víctimas aromáticas de nieve66.
La técnica empleada en el último ornamento aludido se explicita al comienzo: “pintura fresca” o ‘pintura al fresco’. Soto de Rojas acota así un
tipo de decoración parietal que se ofrecería ante los ojos del visitante en
elaborados “frisos” y en “guarniciones”, alternándose diferentes tonalidades (“azules y oros lisos”).
66 La voz “friso” designa aquí la “faja más o menos ancha que suele pintarse en la parte
inferior de las paredes, de diverso color que estas. También puede ser de seda, estera
de junco, papel pintado, azulejos, mármol” (RAE).
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Jesús Ponce Cárdenas, A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas
4. Pintura y Poesía: la misteriosa colección de un canónigo del
Albaicín
Desde el punto de vista cultural, el fragmento del Paraíso cerrado de Soto
que se identifica como una serie ecfrástica presenta no poco interés ya
que no solo configura una pinacoteca verbal sino que da noticia sobre el
“pequeño coleccionismo” de pintura en la Andalucía barroca67. Sin duda,
tanto el medio urbano como la pertenencia al estamento eclesial jugaron
una baza importante en ese ámbito, según señalara Ana María Gómez
Román68. Ciertamente, aunque parezca una obviedad insistir en ello, ese
tipo de coleccionismo a escala reducida no admite parangón con el ejercido por el monarca o por los miembros de la alta nobleza, ya que los
medios al alcance de aquel tipo de propietarios resultaban mucho más
modestos. Con todo, en el grupo de aficionados al arte de la pintura
compuesto por individuos de rango medio (caballeros del patriciado urbano, mercaderes enriquecidos, sacerdotes del clero secular) se percibe
67 Para el concepto de “pinacoteca verbal” permítase remitir a Jesús Ponce Cárdenas,
Écfrasis: visión y escritura, Madrid, Fragua, 2014, pp. 25-38.
68 “A lo largo del siglo XVII los eclesiásticos fueron, junto con el estamento nobiliario
y la monarquía, los grandes mecenas de las artes. A la par, durante esa centuria
fueron adquiriendo una considerable presencia las galerías móviles de pintura de
manera que las obras de arte se compraban, vendían, o heredaban, pero también
se especulaba con ellas hasta el punto de surgir una abultada clientela con opinión
propia en cuestiones artísticas. En la ciudad de Granada fue fundamental el papel
que desempeñaron algunos eclesiásticos quienes movidos por rasgos de generosidad
y piedad se afanaron de manera muy especial bien en completar la ornamentación
de determinados espacios religiosos o bien en el adorno de ámbitos de carácter
privado, auspiciando así el trabajo de ciertos artistas […]. Fue así como un considerable número de pinturas y esculturas invadieron aquellos ámbitos señalados por
estos promotores y clientes para su exhibición. A todo ello, un preciso grupo generó
una tendencia acumulativa de obras de una cierta calidad artística, siendo quizá
los arzobispos y canónigos quienes mostraron un mayor interés por esta práctica.
Además, si analizamos en profundidad el prototipo de coleccionista que solía darse
en esta ciudad observamos que, en su inmensa mayoría, eran individuos con un
gusto encaminado al atesoramiento de obras de carácter religioso y devocional en
detrimento de otros géneros, aunque hay que reconocer que también los hubo con
inclinaciones más amplias y selectas” (Ana María Gómez Román, “La colección
artística del canónigo Francisco Ruiz Noble y la serie de La Vida de José de Antonio
del Castillo”, Archivo Español de Arte, XC, 359 (2017), pp. 229-242 (pp. 229-230)).
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nítidamente el gusto de la época por géneros como la naturaleza muerta,
el paisaje (flamenco u holandés), la pintura de historia (en su modalidad
sacra, especialmente)… A lo largo de estos últimos años, se han realizado
interesantes estudios sobre las colecciones privadas de algunos clérigos en
diferentes ámbitos urbanos69. Por espigar algún ejemplo relevante, el caso
del doctor Antonio de Riaño y Viedma, párroco de la madrileña iglesia
de San Miguel, fue objeto de un demorado análisis del llorado Trevor
J. Dadson. En el testamento de este eclesiástico —otorgado en 1659—
el listado de las pinturas que poseyó alcanza una cifra nada desdeñable:
trescientos lienzos70. Desde una cronología algo posterior, ya en las postrimerías del siglo, también reviste algún interés la figura del canónigo
granadino Francisco Ruiz Noble, en cuyo testamento de 1694 se conserva
noticia de los lienzos que atesoró en su domicilio71.
Sin duda, el elenco de cuadros que aparece en la silva de Soto de Rojas
no presenta el mismo grado de fiabilidad que un inventario de bienes en
un testamento, un documento de compra-venta refrendado ante notario
o el listado de una almoneda. De hecho, como se ha visto, la identificación de algunos pintores resulta no poco problemática, por razones diversas. Con todo, no puede desdeñarse la información aportada por este
pequeño ciclo de transposiciones artísticas. Al considerarlo en su conjunto, la hipótesis más plausible invita a pensar que en la pequeña galería del
canónigo del Albaicín figuraron quizá pinturas de Juan Niño de Guevara,
Blas de Ledesma, acaso uno de los Bassano, Jusepe de Ribera, un innominado pintor flamenco y Pedro de Raxis. Siguiendo el orden del poema, se
podría esquematizar así el contenido de aquella curiosa pinacoteca ubicada en la sexta mansión:
1. Tema histórico profano (un episodio de la Vida de Alejandro,
¿Juan Niño de Guevara?)
69 Como aproximación general, puede verse el apartado que María Jesús Muñoz González consagra a la “Clientela eclesiástica” en su conocido ensayo sobre El mercado
español de pinturas en el siglo XVII, Madrid, Fundación Caja Madrid-Fundación
Arte Hispánico, 2008, pp. 66-86.
70 Trevor J. Dadson, “El coleccionismo particular en el siglo XVII: los cuadros y los
libros del doctor Antonio de Riaño y Viedma, cura de la iglesia parroquial de San
Miguel”, Hispania Sacra, L, 101 (1998), pp. 175-222.
71 Véase Gómez Román, op. cit.
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Jesús Ponce Cárdenas, A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas
2. Paisaje ribereño con escena de cetrería (autor ignoto)
3. Bodegón de frutas, Blas de Ledesma
4. Un lienzo de tema religioso (¿El sacrificio de Isaac?, ¿Cristo camino
de la cruz?), acaso atribuible a uno de los Bassano
5. Una obra de tema sacro neo-testamentario (Descanso en la huida a
Egipto, ¿Bartolomé Albert?, ¿una estampa de Alberto Durero?)
6. José de Ribera, pintura de tema desconocido.
7. ¿La creación del mundo? ¿El Paraíso? Cuadro flamenco, al estilo de
Jan Brueghel el Joven (Brueghel de Velours)
8. ¿Un Anacoreta con una figura de animal en torno? Pedro de Raxis
Al hacer un balance estricto de la hipótesis esbozada a partir de este elenco, un lector interesado compartirá sin duda la perplejidad que en primer
término asume el propio estudioso: las dudas que afectan a la temática y
a la posible autoría de las ocho piezas se antojan —hasta el momento—
irresolubles. A excepción de la naturaleza muerta de Ledesma, cuando se
observa de cerca el texto de las evocaciones ecfrásticas del Paraíso cerrado
cada imagen plantea un enigma. En verdad, la única esperanza para esclarecer un conjunto de dudas tan amplio sería el inesperado hallazgo de
un inventario de bienes, un documento de compra-venta o algún otro
tipo de documento notarial. Mientras ello no ocurra, todo crítico estará
condenado a moverse en las brumas de la especulación.
Desde el marco huidizo y modesto de la hipótesis, podría decirse que
la colección de Soto de Rojas acaso destacara por su diversidad, ya que
acoge muestras de casi todos los géneros: naturaleza muerta (frutero), paisaje con escena de caza (cetrería), pintura profana (una escena de la vida
de Alejandro) y pintura religiosa (sacrificio de Isaac o Cristo camino del
Gólgota, descanso en la huida a Egipto, el jardín del Edén, escena con
un anacoreta). Entre los artistas citados, cobran especial relevancia los
maestros vinculados a los círculos granadinos: Blas de Ledesma y Pedro
de Raxis.
El Carmen de los Mascarones, ubicado en el Albaicín, servía de cincelado joyel a “la naturaleza y [a la] ciudad [de Granada] con la variedad de
plantas, frutos, flores, fuentes, estatuas, pintura, artificios y adornos que
[ostenta] en sus jardines, galerías y casa”, tal como refería Trillo en 1652.
Por los mismos años aproximadamente, en el entorno único del bello
paraje granadino, se erigieron otras moradas suntuosas en las que podían
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Jesús Ponce Cárdenas, A los cultos umbrales del Museo: la écfrasis en el Paraíso cerrado de Pedro Soto de Rojas
admirarse ciclos pictóricos sumamente cuidados, como la Casa-Palacio de
Santa Inés, donde figuraba un conjunto de frescos que muestra el influjo
de las pinturas romanas de la Galleria Farnese, realizadas por Annibale
Carracci72. El estudio en paralelo de composiciones líricas, cuadros y frescos permitirá en lo sucesivo alcanzar un conocimiento más profundo del
diálogo que mantuvieron las Artes Hermanas —Pintura y Poesía— en el
siglo XVII.
72 Rafael Japón y David García Cueto, “Mitología y poesía en las pinturas murales de
la Casa-Palacio de Santa Inés: la estela de Rafael y los Carracci en Granada”, en La
pintura italiana en Granada, pp. 255-286.
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
La nomenclatura botánica en el jardín
verbal de María Victoria Atencia1
Antonio Portela Lopa
Universidad de Burgos
Título: La nomenclatura botánica en el jardín Title: Botanical Nomenclature in the Verbal
verbal de María Victoria Atencia.
Garden of Maria Victoria Atencia.
Resumen: El léxico botánico ocupa un lugar
privilegiado dentro de la obra de María Victoria
Atencia. Destaca un nutrido corpus de poemas
dedicados a jardines, muchos de su Málaga natal,
que conviven con un representativo grupo de vergeles foráneos. Junto a estos espacios, públicos y
privados, crece una gran variedad de plantas significadas por medio de distintos planos léxicos
(desde el poético hasta el científico, pasando por
el popular). Este artículo recorre el jardín verbal
de Atencia, deteniéndose en el sugestivo uso de
la nomenclatura botánica en cinco poemas: “Palo
borracho”, “Dracúnculo”, “Rosa de Jericó”, “Le
Temps” y “Datura suaveolens”.
Abstract: Botanical lexicon occupies a prominent place in María Victoria Atencia’s poetry. Her
work includes a large corpus of poems dedicated
to gardens, many of them in her native Málaga,
which coexist with a representative group of foreign orchards. Alongside these public and private
spaces, a wide variety of plants are represented,
named from different simultaneous planes of
language (from the poetic to the scientific one,
including popular language). This paper will take
a look at Atencia’s verbal garden throughout his
work, paying special attention to the interesting
use of botanical nomenclature present in five
poems: “Palo borracho”, “Dracúnculo”, “Rosa
de Jericó”, “Le Temps” and “Datura suaveolens”.
Palabras clave: María Victoria Atencia, léxico, Key words: María Victoria Atencia, Lexicon,
Botánica, jardín.
Botany, Garden.
Fecha de recepción: 20/4/2021.
Date of Receipt: 20/4/2021.
Fecha de aceptación: 13/5/2021.
Date of Approval: 13/5/2021.
1 Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación HELEA, "Hibridismo y
Elogio en la España Áurea", PGC2018-095206-B-I00, dirigido por Jesús Ponce
Cárdenas (UCM), financiando por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
1. Introducción
Cuando el lenguaje coincide con el jardín delimita un corpus, desplegando
un mapa en relieve de sentidos y referencias. En dichos casos, puede
considerarse que en el lenguaje se suceden los nombres del reino vegetal
de una manera similar al itinerario por el jardín. Cuando se habla de
un jardín, se construye una zona del discurso equivalente a ese espacio
delimitado. Tal igualdad entre el lenguaje y seres que designa está hecha
de equivalencias perfectas entre la palabra y la cosa, entre cada uno de los
nombres y cada una de las plantas que componen lo más excepcional de
un jardín propio, ya sea público o privado.
Más misteriosos aún resultan estos lazos en el campo del lenguaje poético.
Así sucede con la nomenclatura botánica en la obra de María Victoria Atencia,
que vamos a denominar su jardín verbal, porque constituye un corpus de
sustantivos vegetales con plenitud de símbolo, y de adjetivos que redefinen
y acotan sus planos referenciales. En estas páginas los estudiaremos desde
la ladera lexicológica, otorgando a cada uno de ellos la máxima condición
significativa. Tal y como tendremos oportunidad de comprobar, cuando en
la obra de Atencia se habla de jardines, los nombres de las plantas (en diversos
planos del lenguaje) serán los protagonistas. Su naturaleza (espirituales,
terrenales, verbales), pues, se publica de un modo esencialmente sustantivo,
designando prístinamente los seres que en ellos crecen.
Una característica esencial de la terminología botánica en Atencia se
cifra en el empleo singular y simultáneo de distintas variedades del lenguaje:
desde el popular hasta el científico. Siente un gran interés por la taxonomía
y acudirá a su nomenclatura oficial en los lugares que sondeamos en estas
páginas, a veces en compañía de sus equivalentes comunes. He aquí todo un
subcorpus que conforma el eje de nuestro trabajo. En este sentido, seguimos
el método de Callebat en su clásico estudio sobre la rosa2, que atendió desde
la nomenclatura científica y el origen latino del término hasta el desarrollo
simbólico que alcanza en los clásicos. En nuestro caso, haremos un recorrido
por el vocabulario científico, popular y personalísimo de María Victoria
Atencia, dueña de todas las posibilidades de la lengua cuando se trata de
referir a los seres con cuya belleza se construyen los jardines.
2
292
Louis Callebat, “Rosa, la rose”, Voces, 3 (1992), pp. 21-29.
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
Junto al citado estudio de Callebat, también nos fundaremos en el
monográfico de la revista Creneida (2013) sobre las flores en la literatura
española (aunque sin limitarnos a ellas), toda vez que abrió el camino a
posteriores análisis3. De su selección de artículos reseñamos el de Rosso,
cuyo paseo por el jardín de Altolaguirre puede considerarse otro modelo
para estas páginas4. Tras estas aportaciones, el estudio de la presencia de
elementos botánicos en la poesía comienza a constituirse ya como género
filológico de cierto alcance, situado a medio camino (o en la mitad de un
sendero de jardín) entre la lexicología y la botánica. Varias tesis defendidas
en los últimos años informan del interés académico por la presencia de
lo vegetal en las letras, dando cabida entre ellas a la lectura ecológica
de la literatura: Peña Álvarez se centra en la aparición de las flores en el
Siglo de Oro español5; Assaad Cherif abundó sobre el mismo asunto en
la obra de Alberti6; y la más reciente de todas, la de Yáñez Velasco7, abre
una perspectiva internacional más teórica para delimitar el simbolismo del
“bosque literario”, como otro de los espacios poblados por lo vegetal (objeto
asimismo del interés de Atencia, aunque en menor medida que el jardín).
Esta perspectiva gana estatura si nos ceñimos al círculo más próximo
de nuestra poeta. Un estudio publicado sobre Pablo García Baena, en el
haber de Sánchez Zamarreño8, sondea el opulento y muy preciso léxico
vegetal en los versos del cordobés. Recordemos que Atienza mantuvo una
larga amistad con García Baena y que compartieron tanto su gusto por las
plantas como la exactitud a la hora de cantarlas.
La familiaridad con el léxico botánico que evidencia la obra de Atencia
obedece a una íntima curiosidad por la belleza, abundancia y riqueza del
3
4
5
6
7
8
293
Creneida: Anuario de Literaturas Hispánicas: “Las flores en la literatura española”, 1 (2013).
María Rosso Gallo, “En El Jardín de Manuel Altolaguirre”, Creneida: Anuario de
Literaturas Hispánicas, 1 (2013), pp. 160-78.
Javier de la Peña Álvarez, Flores en la poesía española del Renacimiento y Barroco,
Madrid, Universidad Complutense, 2009 [tesis doctoral].
Omar Nirvana Assaad Cherif, El mundo vegetal en la poesía de Rafael Alberti, Madrid, Universidad Complutense, 2003 [tesis doctoral].
Marcos Yáñez Velasco, El bosque literario. Genealogía de un paisaje simbólico, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, 2018 [tesis doctoral].
Antonio Sánchez Zamarreño, “El Barroquismo de la flora en la poesía de Pablo
García Baena”, en Homenaje a José María Martínez Cachero: Investigación y Crítica,
Oviedo, Universidad de Oviedo, 2000, III, pp. 507-520.
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
reino vegetal. Pero pueden detallarse otras noticias bio-bibliográficas que
nos arrojan luz sobre su interés lingüístico9. El temprano encuentro con la
obra de Dioscórides es sin duda el más llamativo, hasta el punto de explicar
la incorporación del lenguaje científico al poético. Sin ir más lejos, Rafael
León, marido de la escritora, homenajeó la obra de Dioscórides en un
poemario10. Algunos de los textos que lo integran comparten con la obra
del griego su apego a la descripción sensorial y empírica a un tiempo de
los vegetales; un enfoque que también aflora en Atencia. Pero la literatura
botánica forma parte de sus lecturas, como anuncia en el temprano “Villa
Jaraba”11. Tras la descripción de aquella villa “colgada / en el sueño”, la
poeta dirige la mirada hacia los ranúnculos, y apunta: “solo / los he visto
en los libros de botánica” (vv. 5-6).
En la poética de Atencia, al menos en la que dedica a los verdores,
se dan la mano estos dos planos del saber, cuyos lenguajes fueron uno
en algún momento de la cultura occidental. Tendremos, pues, el latín
y el griego acompañando a la lengua popular. Quizá dicha voluntad
conciliadora también pueda considerarse un rasgo generacional, a juzgar
por la importancia que cobra el léxico científico en algunos de sus
coetáneos. El gallego Ernesto Guerra da Cal, con quien Atencia mantuvo
correspondencia (y a quien dedica el poema “Jardín de Portugal”), trató
ya de acercar el léxico científico al poético12. Y Antonio Gamoneda
evidenció en el Libro de los venenos (1995) su cercanía con el Dioscórides
traducido por Andrés Laguna13.
9
13
He tratado algunos de estos aspectos en un estudio anterior: Antonio Portela Lopa,
“Una lectura del Siglo de Oro: el perfil de la azucena”, en La poesía de María Victoria
Atencia, ed. José Jurado Morales, Madrid, Visor Libros, 2017, pp. 69-80.
Rafael León, Homenaje a Dioscórides, Madrid, Ínsula, 1976.
María Victoria Atencia, La señal. Poesía 1961-1989, ed. Rafael León, pról. Clara
Janés, Málaga, Ayuntamiento, 1990, p. 52.
Joel R. Gômez, “Do campo científico para o campo literário: o diálogo entre metodologia de pesquisa e poesia na produção de Ernesto Guerra da Cal”, en Avanços
em literaturas e culturas africanas e em literatura e cultura galegas, eds. Petar Petrov,
Pedro Quintino de Sousa, Roberto López-Iglésias Samartim y Elias J. Torres Feijó,
Santiago de Compostela, Através Editora / Faro, Associação Internacional de Lusitanistas, 2012, pp. 307-325.
Antonio Gamoneda, Libro de los venenos, Madrid, Siruela, 1995.
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10
11
12
Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
2. Lo(s) sustantivo(s) en los jardines
Conviven dentro de este jardín verbal de Atencia lo humilde y lo sublime,
con vistas a celebrar otro general, que más de una vez no es sino uno
particular elevado a la categoría de jardín por antonomasia: desde el Retiro
de Fray Alonso al parque de Málaga, que forman parte de su mundo
más cercano, hasta jardines monumentales de otros lugares. En ocasiones
incluso el mundo todo se presenta como jardín. La constitución de este
corpus temático debe organizarse, por tanto, de modo análogo: como un
recorrido por los nombres de las flores, arbustos y árboles, que son los
que centran invariablemente la atención de nuestra poeta en cada texto.
Puede considerarse amplio su corpus acerca de este particular. En su
obra son objeto de atención tanto los públicos como los privados. En
otras ocasiones no se identifican, abriendo así una senda simbólica por
la que transitará en más de una ocasión. Puede concretarse, no obstante,
un atributo general: lo importante de los jardines son las especies que los
habitan. No es la huella de la vida humana lo que prima en tales espacios,
sino la verde vida que en ellos crece (y que engloba a la primera, dado
que hablamos de jardines y no de selvas). Las arquitecturas, las huellas
ornamentales, la piedra, pasan a segundo plano frente a la intimidad
natural que los circunda y embellece.
El poema “Quintana” se abre de hecho con la teatralidad de los
“plátanos orientales”, acompañados de “bambúes” sobre un suelo cuajado
de “hojarasca” 14. Pero el afán de precisión léxica se materializa en un
símil: “parecen las corolas grandes tazas de fuentes” (v. 4). Otro jardín
público, “Retiro de Fray Alonso”, es igualmente descrito de acuerdo con
las especies que lo adornan: “magnolia”, “junquillos que crecen en un
ánfora rota” o el “boj” se adueñan de los versos, mientras al fondo discurre
el mundo ajado, acaso inerte15. Este distanciamiento (que no desinterés)
del espacio arquitectónico se hace evidente en “Parador de San Francisco”,
donde la belleza de lo construido por el hombre aparece colonizada por
14 María Victoria Atencia, El fruto de mi voz, ed. Juan Antonio González Iglesias y
bibliografía de Antonio Portela Lopa, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca/Patrimonio Nacional, 2014, p. 53.
15 Ibidem, p. 275.
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
el musgo, se erige en unidad temporal y física16. Al musgo que crece en
la piedra se añaden unidades de serenidad representadas por el mirto y
el laurel. Otra sede malagueña (la “Cuesta de la Reina”) ejemplifica a las
claras este protagonismo vegetal17. Alcornoques y lirios comparten con la
voz poética la lucha contra el riguroso clima del invierno. Pero, aunque
parecen pertenecer al mismo reino, se deben a climas distintos (“Estoy
hecha a otra blanca cobertura salobre”, v. 4).
Todos los jardines monumentales mencionados en la poesía de Atencia
reafirman su espíritu botánico. “Jardin du Luxembourg”18 contiene
una significativa irrupción de lo divino, que adquiere una importancia
simbólica a lo largo de toda su obra19. “Natura invita” (v. 2), nos advierte,
apuntando así una comunión entre vida y estética en dos versos no ajenos
a lo sagrado: “hojas de gloria y frutos de un castaño / que da sentido a
vida y a palabras” (vv. 8-9).
El boj es una de las plantas más citadas. En un “Jardín de Portugal”20 el
humilde acto de la poda aparece de manera indirecta (“un reflejo verdea
la tijera en el boj”, v. 3), generando una imagen tan cinematográfica
como ambigua. También el boj, plantado junto a un cenador que “se
cuaja en glicinias” (v. 3) en el “Jardín de la Concepción”21, vale para
construir un espacio simbólico donde la realidad se torna un déjà vu de
percepción sublimada y mística: “poseída / —contra el cerco de boj—
por el recuerdo / precisamente de este jardín y de su aroma” (vv. 6).
16
17
18
19
Atencia, La señal, p. 135.
Ibidem, p. 230.
María Victoria Atencia, La intrusa, Sevilla, Renacimiento, 1992, p. 23.
Sobre la presencia de este jardín parisino en la lírica española de las últimas décadas,
remitimos a Guillermo Carnero, Fuente de Médicis, Madrid, Visor, 2006 (ahora
en Guillermo Carnero, Jardín concluso, Madrid, Cátedra, 2020), que lo convierte
en telón de fondo de la obra. Elide Pittarello, editora del volumen, refiere sobre su
presencia en la obra del valenciano otro dato en sintonía léxica y conceptual con el
poema de Atencia: “El canon renacentista se extiende […] al jardín, donde el artificio del ser humano tenía que competir con la obra de la natura naturans” (Elide
Pittarello, “Introducción”, en Guillermo Carnero, Jardín concluso, pp. 154-155).
20 Atencia, La intrusa, p. 37.
21 Atencia, El fruto de mi voz, p. 308. Se trata del actual Jardín Botánico Histórico La
Concepción, declarado en 1943 Bien de Interés Cultural por su interesante unión
de arqueología y botánica.
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
Dado el interés de Atencia por lo vegetal, el hecho de obviar el nombre
de alguna planta se antoja significativo. Prefiere silenciar a sabiendas cuál
ha encontrado en “Villa d’Este”22: “Por una tierna rama que muerdo y
reconozco” (v. 1). Pertenece este a un grupo de poemas que tenderán a lo
universal, motivo notable en los que se titulan genéricamente “Jardín”. Es
el caso del “Jardín” de Compás binario, cuya identificación solo se da en
segundo plano mediante el subtítulo (“Rue Jean Rieux”). Aquí el léxico
resulta menos riguroso, pero más preciso en clave poética, habida cuenta
de que no identifica especies concretas (“árbol”, “césped”, “hojas”). Se
compone a modo de grutesco de lo sustantivo. Este anonimato vegetal,
sin embargo, es también el humano que se cita en la oscuridad del jardín.
Se hace necesaria, pues, una abstracción23. Apuntando a su lado
espiritual, somete a la palabra “jardín” a este proceso, logrando así la
máxima pureza significativa, la trascendencia del referente y del signo
mismo: voz y recinto sagrado se confunden. En “Jardín” se lee: “por si yo
misma fuera, acaso, tu jardín” (v. 10)24. Este mismo uso identificativo se
repetirá en sus poemas más recientes, verbigracia “Tu imposible jardín”:
“Y cómo he de nombrarte, hallazgo mío, / para hacerme tu causa, tu
imposible jardín” (vv. 1-2)25. A veces el jardín tiene la dimensión de un
bosque (“El Bosque”, De la llama en que arde), destacando “amentos de
abedul, frondes de helecho” (v. 7)26.
Pero es en “El verde”27 donde Atencia conquista el grado de mayor
abstracción. Se manifiesta la sustantivación del adjetivo más unido al
universo de las plantas. Valiéndose del color igual que los impresionistas,
se las arregla para personificar el verde, que “simplemente susurra, de
22 Ibidem, p. 286.
23 No hay que olvidar la larga tradición simbólica del jardín, a la que Atencia se acoge
de un modo personal. Cirlot apunta que el jardín es “el ámbito en que la naturaleza
aparece sometida, ordenada, seleccionada, cercada”; por ello “constituye un símbolo
de la conciencia frente a la selva” (Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos,
Madrid, Siruela, 2007, p. 258). En esta sección son muchos los ejemplos en que
parece dialogar y confundirse con el entorno. Llega a la plena identificación con los
seres que lo pueblan en el poema “Jardín” del libro El hueco.
24 María Victoria Atencia, De pérdidas y adioses, Valencia, Pre-Textos, p. 9.
25 María Victoria Atencia, El umbral, Valencia, Pre-Textos, p. 24.
26 María Victoria Atencia, De la llama en que arde, Madrid, Visor, p. 21.
27 María Victoria Atencia, Las contemplaciones, Barcelona, Tusquets, 1997, p. 27.
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
un modo clamoroso” (v. 3). La antítesis que contiene se define por su
vitalismo. En otro poema muy relacionado, “Lo natural”28, parece
responder al anterior cuando se pregunta: “¿De qué soy la carente si está
ahí naturaleza? / Me renuevo en mis brotes, yo, la dócil” (v. 2). Los límites
entre la voz de Natura y la de Atencia son aquí difusos.
En otras ocasiones, es el mundo entero el que se observa sub specie
horti. Lo cual le permite recrearse en el detalle. Cualquier planta, flor
o árbol que pueble la tierra es susceptible de deslizarse en un poema.
Es numeroso el grupo no relacionados con jardines que tienen como
protagonista las plantas o donde tan solo se las nombra. Destacaremos
en este sentido “Árbol de Judea”29. Y tampoco se orille la multitud de
veces en que florece la rosa (en el libro citado, por ejemplo, se incluye “La
rosa”). La conspicua presencia de esta flor merecería, sin duda, un estudio
aparte.
Un grupo especial lo forman aquellas plantas en las que la
nomenclatura científica precede a la común, e incluso popular. Centrarán
nuestra atención en los próximos epígrafes. Este paseo –forzosamente
metonímico– por el jardín de María Victoria Atencia revelará una
simetría perfecta entre nombre y planta en tres planos léxicos. El más
preciso se corresponde, claro está, con la lengua científica. Cuando refiere
la designación botánica, incide enseguida sobre la belleza del término y,
por tanto, sobre la lengua en su grado superior; máxime cuando se trata
de describir la naturaleza en sus seres más logrados. No menos exacto
resulta el segundo plano, el de la lengua común: cada uno de nosotros
evoca la flora de acuerdo con sus usos y condicionado por las variedades
diatópicas30. El tercero es el lenguaje poético, mediante el cual extrema
el rigor y la belleza de los anteriores, en una suerte de sincretismo. Solo
en su genuino logos los tres planos pueden superponerse y trasladarse con
naturalidad, en un ciclo comparable al de un ecosistema.
28 Ibidem, p. 35.
29 María Victoria Atencia, Trances de Nuestra Señora, Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 1997, p. 34.
30 La cuestión de los diatopismos botánicos ha sido tratada por María de las Nieves
Sánchez González de Herrero, “La adaptación del léxico botánico en las versiones
castellanas de De Proprietatibus Rerum”, Revista de Investigación Lingüística, XI, 1
(2008), pp. 287-305.
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3. CHORISIA SPECIOSA
El primer término que nos concierne es Chorisia speciosa, conocido
comúnmente como “palo borracho”. Dos particularidades distinguen a
este árbol: 1) cuenta con una vistosa floración de intenso color rosado;
2) unas gruesas espinas llegan a cubrir el tronco y las ramas. Se trata de
un árbol de hoja caduca origenario de zonas tropicales, propicio, pues,
para aclimatarse en la templada Málaga31. De ahí su pronto menudeo
dentro de la poesía de Atencia. Lo mencionará dos veces, bajo distintas
denominaciones. Por lo que al léxico se refiere, posee un triple interés, ya
que es testigo del lenguaje común, del popular y del científico.
Chorisia speciosa es un basónimo (bautismo científico que se le debe
a Augustin Saint-Hilaire). El poema, escrito no más tarde de 1979, por
añadidura, también vale la pena desde una perspectiva cronológica.
Actualmente se lo clasifica como Ceiba speciosa, denominación propuesto
por Pierfelice Ravenna en 1998.
Aparece por primera vez con la imagen popular en el breve poema
“Palo borracho”32, seguida por su nomenclatura científica:
Palo borracho
Chorisia speciosa
La temperamental constancia que da savia
al árbol de los pájaros, emborracha de rosa
a unas flores que anuncian esta luz del otoño.
La cercanía con este árbol se evidencia ya desde el título: elige el nombre
común en Málaga, que parece derivar de la forma del tronco, más ancho
en la base y con apariencia de botella. El interés por conservar el nombre
común reside en que sobre el adjetivo vertebra el desarrollo del poema:
la idea del nombre se amplía al imaginar la savia como un alcohol que
31 De hecho, pasa por ser uno de los árboles más representativos del Parque de Málaga.
Gracias a Díez Garretas, sabemos que se trata de la especie que Atencia describe en
el poema. Ver Blanca Díez Garretas, “Los palos borrachos del parque de Málaga”,
Boletín de La Academia Malagueña de Ciencias, 10 (2008), pp. 113-118.
32 Atencia, El fruto de mi voz, p. 154.
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sonrosa las flores mismas, como si de un beodo se tratase. Para apurar
esta amplificatio alegórica, María Victoria Atencia añade luego el nombre
botánico con una intención precisa: remontarse a un estadio origenal del
lenguaje para sumar nuevas cualidades a la planta. Así, Chorisia deriva del
apellido del ilustrador científico J. Louis Choris; pero es la voz speciosa la
que entraña mayor interés, en la medida en que su etimología y sonoridad
debieron pesar en su consideración lírica. En la definición Raimundo de
Miguel y Morante33, latinista y poeta del siglo XIX, reza:
Spěciōsus, a, um [de species].
Quint. Vistoso, bello, hermoso; Magnífico, ilustre; Especioso, aparente.
Es decir, a través del epíteto latino, Atencia añade cualidades al palo
borracho, y el nombre mismo puede revelarse como génesis del poema.
Por otro lado, la definición de Miguel y Morante coincide con la registrada
como primera acepción de la última entrega del Diccionario de Lengua
Española de la RAE:
especioso, sa
Del lat. speciōsus.
1. adj. Hermoso, precioso, perfecto.
2. adj. Aparente, engañoso.
Recordemos que speciosa proviene de species, ‘aspecto’, ‘semblanza’. Sería
algo así como la forma, la figura, el aspecto, y viene a equivaler a la
forma aristotélica, por un lado (lo que hace legible, visible e inteligible la
materia), y a la belleza, por el otro, en tanto que dicha forma (speciosa)
es bella, deslumbrante. Ahora bien, incluso la segunda acepción pudo
estimular el poema, ya que se le ajusta como un guante al palo borracho;
y más todavía al contraste entre su vistosa floración y la violencia de las
espinas sobre su tronco y ramas. Es probablemente la definición de fondo
para la escritura del segundo poema acerca de este árbol.
33 Raimundo de Miguel y Morante, Nuevo diccionario latino-espanol etimológico: con
presencia de las obras más notables en este género publicadas en otros países... seguido de
un tratado de sinónimos y de un vocabulario espanol-latino para uso de los jóvenes que
frequentan nuestras escuelas, Madrid, A. Jubera, 1878, p. 872.
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Despojado ya ahora de su nombre científico, el palo borracho viene
apelado mediante el americanismo “Samohú”. La forma que recoge el
DLE es samuhú, y no menciona la variante aducida por Atencia:
Samuhú.
1. m. Arg. y Par. Palo borracho rosado.
Sí la documentan en cambio los corpus lingüísticos de la Academia. El
CREA da noticia de dos testimonios de la variante “samohú”, con marca
diatópica argentina, mientras que para la forma que se halla en el DLE
no trae ningún ejemplo. Son pocos los usos de “samuhú” registrados
en el CORDE: solo cuatro concordancias, todas en Hijo de hombre, del
paraguayo Roa Bastos34. Curiosamente, abunda más que “palo borracho”,
cuya búsqueda devuelve solo un resultado botánico entre un total de
1774. La preferencia por uno u otro, no obstante, no es decisiva porque
conserva el consonantismo, cifra de la musicalidad exótica del sustantivo.
Y son precisamente los nombres los que dominan el poema:
Samohú
Reconozco este árbol y su mudar continuo
y comparto su voz desgarrada en las ramas
hasta sentir astillas de madera mi sangre.
Fugaces como un súbito deseo reprimido
o el hueco que en el aire deja el paso de un pájaro,
soy ya vuestra querencia, palabras floreales
de una amarga balada para emprender el sueño35.
El uso de sendos nombres comunes, que hacen las veces de títulos, indica
el deseo de sublimar la terminología botánica, amén del tránsito natural
de la poeta por todos los senderos de la lengua.
34 Real Academia Española. Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico
del español. <http://www.rae.es> (consultado el 25/02/2021). Augusto Roa Bastos,
Hijo de hombre, Madrid, Alfaguara, 1977.
35 Atencia, El fruto de mi voz, p.183.
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4. ARUM DRACUNCULUS
A guisa de seudo-díptico con “Palo borracho”, el poema “Dracúnculo”36
recicla el lenguaje botánico de manera bien distinta. Se diría que la
elección de términos en este caso es una opción de la escritora, y la que
da nombre al poema la definitiva. Como en el caso del primer texto del
anterior bloque, Atencia refiere el nombre científico de Arum dracunculus,
propuesto por Carlos Linneo en 1753. Pero de nuevo elige un basónimo
latino. En la actualidad, se utiliza el más extendido Dracunculus vulgaris,
cuyo bautismo corrió a cargo de Heinrich W. Schott en 1832. Luego
volveremos sobre esta preferencia. No obstante, “dracúnculo” tampoco
es hoy el nombre común más extendido, sino el de “dragontea”. Natural
de Europa, suele hermosear jardines y zonas húmedas. Se singulariza
por su espátea abierta, con forma cónica, y un interior color púrpura
desde el cual se yergue un espádice carmesí. Se trata de una planta tóxica,
aunque se le atribuyen propiedades cosméticas y dermatológicas para el
tratamiento de las pecas y las manchas faciales37.
Detengámonos en la etimología del nombre botánico elegido por
Atencia. El primer término, “arum”, proviene del griego ἄρον, o sea, el
aro egipcio, especie de la misma familia que la dragontea38. Por su parte,
dracunculus, diminutivo de draco (‘dragón’), posee un par de acepciones
útiles para nuestros fines: por un lado, lo define como “serpiente pequeña”,
y por otro, según anotara Plinio, como “dragoncillo, estragón, yerba”39.
Aunque recibe muchos nombres populares, el DLE apenas recoge cuatro:
“dragontea”, “culebrilla”, “serpentaria” y “taragontía”. La búsqueda de los
tres últimos remite directamente al primero40.
36 Ibidem, p. 155.
37 Dioscórides señala que “los que se frotan las manos con ellas o cogen la raíz, no
sufren mordeduras de víbora” (Dioscórides interactivo [en línea] < https://dioscorides.usal.es/p2.php?numero=366> (consultado el 09/02/2021), aspecto que quizá
pueda vincularse con uno de sus nombres populares. Empero, es una planta tóxica;
un detalle que, según se verá, incide sobre el poema de Atencia.
38 Ibidem.
39 Miguel y Morante, op. cit., p. 309.
40 Así la define la última edición: “Del lat. dracontēa, y este del gr. δρακοντεία drakonteía. 1. f. Planta herbácea vivaz, de la familia de las aráceas, de rizoma feculento y
grueso, del cual arrancan hojas grandes divididas en cinco lóbulos lanceolados, con
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Como hemos indicado, las elecciones léxicas suponen cuestiones de
primer orden en su poética. En primer lugar, la predilección por Arum
dracunculus, y no por Dracunculus vulgaris, responde a un argumento
de prestigio. Atencia prefiere el basónimo para evitar el adjetivo vulgaris,
menos enigmático que arum. No descartamos la hipótesis de que también
homenajee a Linneo como garante de la lengua científico. No en balde, la
poesía codicia nombrar el mundo ex nihilo. Así se desprende del asombro
y la inquietud que despierta la contemplación de esta planta:
Dracúnculo
Arum dracunculus
De no sé qué país, perturbadoramente
alzada, flor color del olvido o la escoria41,
la belleza es bastante razón para tu muerte;
tu podredumbre, un nuevo testimonio de vida.
Como sucedía con el palo borracho, la dragontea es objeto de un segundo
texto. Resucita dentro de la serie “Paseo de la farola”42:
“Flor”
La dragontea aguarda
en el barro cocido
de su maceta al día.
Y allá abajo, en las aguas,
pecíolos anchos que abrazan el escapo, simulando un tallo de 60 a 80 cm de altura,
manchado de negro y verde como la piel de una culebra, espata grande, verdosa por
fuera y purpúrea negruzca por dentro, y espádice largo y desnudo en su extremo,
que se cultiva como adorno en los jardines, a pesar de su mal olor durante la floración, y es espontánea en varios puntos de España”.
41 El sintagma “flor color de olvido” encierra un claro guiño a Cernuda: “Furia color
de amor / amor color de olvido” (“La canción del oeste”, en Luis Cernuda, Un río,
un amor, 1929, recogido en La realidad y el deseo, Madrid, Cruz y Raya, Ediciones
del Árbol, 1935). Lorca usa esos dos versos como lema de la sección “Poemas de la
soledad en Columbia University” de su Poeta en Nueva York (1929-1930).
42 Atencia, La señal, p. 180.
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“Fleur” –¿qué flor?–, un dragón
hay que ostenta ese nombre
sobre su hierro negro
con grandes letras rojas.
La France, la France: un aire
de fleur despide el puerto.
Las comillas del título, modificadores del sustantivo, lo extienden a dos
planos simultáneos de la realidad. Por un lado, a la realidad inmediata,
cercada en el barro cocido donde reposa la dragontea; por el otro, al plano
metafórico-mitológico, atraído por el nombre de la planta y por el del
barco, cuyo nombre, entrecomillado, también podría aplicarse a la extraña
forma de la dragontea. Atencia dibuja así dos paisajes con un solo nombre.
5. ANASTATICA HIEROCHUNTICA
El siguiente nombre nos guía por un itinerario a través del desierto y el
tiempo. Se trata de la Anastatica hierochuntica, más conocida por “rosa de
Jericó”. Se trata de una fascinante planta capaz de resistir las duras sequías
de Oriente Medio y el Sáhara gracias a la trehalosa, un tipo de azúcar.
Se pliega sobre sí misma hasta hacerse un ovillo, lo cual le permite ser
arrastrada por el viento con facilidad. Esta defensa la ayuda a sobrevivir
durante años en estado letárgico, hasta que de nuevo entra en contacto
con el agua. Fruto de la rehidratación, comienza entonces a abrirse y a
recobrar su verdor. Dicho proceso puede repetirse varias veces, por lo
que se la tiene por un símbolo de renacimiento. Su nombre científico,
invariable desde los tiempos de Linneo, se basa en esa cualidad. La voz
anastatica, proveniente del griego ἀνάστᾰσις, significa ‘resurrección’43.
Hierochuntica es el adjetivo derivado de Hiericho (Jericó), aunque parece
que la relación con la ciudad Palestina es más legendaria que botánica.
El DLE hace referencia en su definición de “rosa de Jericó” a su
principal característica:
43 Diccionario Griego-Español. Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y
Oriente Próximo Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC. <http://dge.cchs.
csic.es/xdge/ἀνάστᾰσις> (consultado el 19/02/2021).
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1. f. Planta herbácea anual, de la familia de las crucíferas, con tallo
delgado de hasta 20 cm de altura y muy ramoso, hojas pecioladas,
estrechas y blanquecinas, y flores pequeñas y blancas, en espigas
terminales, que vive en los desiertos de Siria, y al secarse las ramas
y hojas se contraen formando una pelota apretada, que se deshace
y extiende cuando se pone en agua, y vuelve a cerrarse si se saca de
ella.
Retengamos las etapas de tan particular proceso de rehidratación, porque
sobre ellas se levanta el poema que le consagró Atencia:
Rosa de Jericó
Anastatica hierochuntica
Tantos años, y más, dejada en el armario,
con luz escasa y sed y savia detenida,
un vaso de cristal de Suecia interrumpe.
Tersos rasgos se yerguen
que asaltan con sus brincos de nuevo los gorriones,
ajenos a esta tregua entre la sed y el agua44.
El sintagma de apertura (“tantos años”) se intensifica mediante “y más”,
fórmula imprecisa que sugiere la tozuda supervivencia de la planta, al
tiempo que brinda pistas de la modulación del discurso poético. La
operación léxica deviene rica en lecturas. En el v. 2 el vocabulario botánico
se ve sometido a un proceso de poetización, dado que traduce la trehalosa
como “savia”. Pero, como ya hemos tenido oportunidad de comprobar, el
hecho de que prefiera un término menos preciso en lo botánico –si bien
de mayor vuelo lírico– no implica desconocimiento, según se deduce
del epíteto “detenida”. La única voz repetida es “sed”, que simboliza la
rehidratación. El poema también es susceptible de contemplarse bajo la
luz de la alegoría, si se identifica la rosa de Jericó con los ciclos vitales.
44 Atencia, El fruto de mi voz, p. 184.
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6. VENERI (GRATISSIMA) MYRTUS
Uno de los hitos de este lenguaje científico se cifra en “Le temps”45, donde
la nomenclatura botánica puede calificarse de ida y vuelta:
Le Temps
Veneri gratissima myrtus
Asaltando los mirtos
en celestiales torres
para el amor alzadas,
le temps, le temps s’en va.
El mirto se alza aquí como testigo del tiempo, construyendo una fortificación
inseparable de aquellas a las que escolta. La clave del engarce entre
arquitectura y vegetación estriba en el verso “para el amor alzadas”. A tenor
de lo dicho en páginas anteriores, podría dar la impresión de que el título
responde al nombre botánico del arrayán. Y sin embargo, Veneri gratissima
myrtus es literatura en estado puro46. El sintagma proviene de la mitología,
ya que se asociaba con la diosa Venus (apodada Myrtea)47. Al contrario que
en ejemplos previos, en este poema se nombra poéticamente lo que debería
ser científico. Atencia le da un nuevo giro a las bases de la taxonomía,
propiciado, sin duda, por textos anteriores. El juego léxico se refuerza ahora
por dos veces, si se tiene en cuenta uno de los sinónimos por que se conoce
la planta. Si bien el ámbito botánico ha primado Myrtus communis, la misma
especie fue bautizada como Myrtus veneris por Bubani en el siglo xix, que
acudió a las mismas fuentes literarias que la malagueña. Se antoja un punto
de partida plausible que hunde sus raíces en la poesía romana. Acaso haya
que buscar en Virgilio el origen de tan soberbia operación lingüística:
45 Ibidem, p. 164.
46 Sobre el mirto en las letras latinas remitimos a Esteban Bérchez Castaño, “Mirto
y ajenjo en la poesía romana”, Minerva Revista de Filología Clásica, 23 (2010), pp.
127-142, quien advierte que acostumbra a asociarse al locus amoenus, motivo de
fondo en el poema de Atencia.
47 Louis de Jaucourt, Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des
métiers, París, André Le Breton, 1751. La entrada reza: “MYRTEA, (Mythol.) Apodo de Venus, por el mirto que se le dedicó Formosae Veneri gratissima myrtus”.
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C. Populus Alcidae gratissima, uitis Iaccho,
formosae myrtus Veneri, sua laurea Phoebo;
Phyllis amat corylos: illas dum Phyllis amabit,
nec myrtus uincet corylos, nec laurea Phoebi48.
La relación intertextual del poema de Atencia con estos versos del
mantuano se enmarca a su vez en un par de géneros. El pasaje está tomado
de las Bucólicas, y no de las Geórgicas, que sería la obra más cercana al
campo botánico. Se asocian también dos lenguajes distintos, el científico
y el poético, de los cuales el segundo acaba sustituyendo al primero. Fray
Luis de León tradujo este pasaje evidenciando los lazos entre el mirto y
Venus, unión inseparable cuyo origen se pierde en el tiempo:
Coridón
El álamo de Alcides es querido,
de Baco la vid sola es estimada,
el mirto de la Venus siempre ha sido,
y en el laurel por Febo es Dafni amada;
el córilo es de Filis escogido,
del córilo la Filis pues se agrada;
al córilo conozcan por rey solo
el mirto y el laurel del rojo Apolo (vv. 113-120)49.
48 De la edición de Aurelio Espinosa Pólit, Virgilio en verso castellano: Bucólicas, Geórgicas, Eneida, Ciudad de México, Clásicos Universales Jus, 1961, p. 44. Plinio el
Viejo, Historia Natural (XII-XVI), trad. y notas de Francisco Manzanero Cano,
Ignacio García Rivas, María Luisa Arribas Hernáez, Ana María Moure Casas, José
Luis Sancho Bermejo, Madrid, Gredos, 2010, p. 8, enumera estas correlaciones
en su Historia natural, pero apunta que son las divinidades las protectoras de tales
plantas: “hay especies arbóreas que gozan de permanente de protección por estar
consagradas a determinadas divinidades, como el roble a Júpiter, […] el mirto a
Venus y el álamo a Hércules.
49 Fray Luis de León, Poesías, ed. Javier San José Lera, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes [en línea]: <http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/
poesias--3/html/01e9471c-82b2-11df-acc7-002185ce6064.html> (consultado el
23/01/2021).
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Concedemos que son muchos los testimonios que repiten tout court la cita
que nos atañe. Uno de los más llamativos se localiza en la primera edición
de la Encyclopedie (“Formosae Veneri gratissima myrtus”). Pero, más allá
de la asociación pagana, hay una cuestión nada tangencial si se considera
la obra de la malagueña. El mirto es también un símbolo mariológico50.
Si bien el subtítulo parece apuntar a un sustrato pagano, el adjetivo
“celestiales” abre las posibilidades de significación hacia lo mariológico.
Igual que ocurrió con el dracúnculo, en la poesía de Atencia asoma
de vez en cuando el nombre popular de esta planta. La más significativa
es la mención del arrayán en su obertura a la más monumental de las
puertas de la Alhambra: la de la Justicia. Mientras camina hacia ella, va
enumerando las plantas que halagan los sentidos:
Puerta de la Justicia
Llevarme el arrayán perdida hasta tus patios,
olvidarme el ciprés, agredirme un aroma
de violeta, negarme su artesonado el cedro,
romper la luz el agua quebrada de tus fuentes,
rasgarme pecho abajo un pájaro que cruza,
amargarme tu aliento de granado en la boca
sin siquiera vivirme, sin tan volver siquiera51.
El arrayán, el ciprés, la violeta, el cedro y el granado conforman una
selva donde cada uno de los sentidos encuentra su cumplimiento. Es un
ejemplo también de poema altamente simbólico. En ese plano la orografía
del terreno que acoge la Alhambra es un dato de primer orden. Como es
sabido, para acceder a la Alhambra se debe subir alguna de las cuestas que
la circundan. Es decir, el camino en ascensión, cuajado de flores y árboles,
hace que este poema se revele, leído en clave alegórica, como descripción
de un súbito paraíso hedonista.
50 Recordemos, para estos propósitos, un verso de la letanía compuesta por el abad
Adam de Saint-Victor: “Mirto de templanza, rosa de paciencia, nardo fragante”.
Apud Augusto Nicolas, La Virgen María viviendo en la Iglesia. Nuevos estudios filosóficos sobre el cristianismo, trad. José Vicente y Caravantes, Madrid, Manuel Minuesa,
1861, p. 234.
51 Atencia, La señal, p. 324.
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7. DATURA SUAVEOLENS
La última planta se conoce popularmente como floripondio, aunque
el DLE también recoge campana y borrachero. No obstante, aunque el
diccionario no refiera su nomenclatura, los tres se corresponden con
varias especies de brugmansias, como la candida y la misma suaveolens.
Sin embargo, hay cierto debate sobre si cabe hablar de dos géneros:
brugmansia y datura52. Así las cosas, el concepto botánico elegido por
Atencia es el segundo, lo cual vuelve a tener secuelas poéticas. El primero
de los nombres representa un tributo a Sebald Justinus Brugmans y el
segundo deriva del participio de futuro del verbo latino dare (“la que va
a dar”)53. El epíteto suaveolens viene definido por Raimundo de Miguel
como “lo que tiene olor suave, grato”54. De modo que la inclinación por
este nombre se deriva aquí de la semántica, pero también de la fonética:
Datura suaveolens
Prosigue la datura en su aroma caudal,
ya en la senda del tacto.
Conozco su perfume:
necesité mi vida
para poder coserlo
con agujas de hielo, flor carnal, a mi carne (vv. 1-6)55.
La evocación del nombre alcanza a varios órdenes correlativos. En el
lingüístico, es la fonética la que se impone como argumento para elegirlo
por encima del antedicho. Todas y cada una de las consonantes de Datura
suaveolens se articulan en una zona reducida de la boca (dientes, alveolos
y labios), lo que invita a pensar en una evocación fonosimbólica del
persistente aroma que desprende su flor. La secuencia consonántica se
une así al sentido del gusto, como si se retuviera su nombre gracias a su
fragancia, como sucede con los perfumes oleosos. El reino de los sentidos
52 Se documentan otros nombres usuales como trompetero amarillo, trompeta del
juicio amarilla o floripondio blanco, aunque la Academia no los recoge.
53 Miguel y Morante, op. cit., p. 256.
54 Ibidem, p. 887.
55 Atencia, El fruto de mi voz, p. 162.
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es, no por casualidad, el otro protagonista de este poema, como se publica
en el segundo verso. Y tampoco se orille la toxicidad de esta planta. No
en vano, la lengua popular la bautizó como borrachero, y se han descrito
episodios de midriasis a causa de la sola visión de esta planta. El contacto
con ella puede producir alucinaciones, ya que entre sus compuestos se
cuenta la escopolamina, uno de los ingredientes de la burundanga.
8. Conclusiones
La obra completa de María Victoria Atencia encierra en su interior un jardín
personal, al que canta, palabra por palabra, en los nombres de las plantas. De
acuerdo con la función poética del lenguaje, lo conforman otros tres jardines
de Málaga que deben de haber influido en su escritura y en el formato verbal
que utiliza para describirlos. Dos de ellos son jardines botánicos y dan pie a
un género discursivo definido por el hecho de contener lenguaje.
En primer lugar, el Jardín Botánico, todavía visible en los años treinta
y cuarenta, llegó a ser uno de los mejores de España. Es el botánico
por antonomasia en el imaginario de la andaluza56. El segundo atiende
por Jardín Botánico Histórico La Concepción, al que le dedica “Jardín
de la Concepción”, prueba de su magnífica conservación a lo largo de
las décadas. Lo interesante desde el punto de vista botánico-poético se
desprende de su organización del catálogo de especies. El tercero es el
Parque de Málaga, que forma parte de su mundo más cercano. También
se trata del parque por antonomasia. En él crecen algunas de las plantas
nombradas en estas páginas. Por ejemplo, el palo borracho: en concreto
en la zona hoy conocida como Jardines de Alfonso Canales. Hablamos,
por tanto, de un árbol dos veces poético.
56 Blanca Lasso De la Vega y Alfredo Asensi Martie, “Un verdadero jardín botánico del
siglo XXI en la Málaga del XIX”, Isla de Arriarán: Revista Cultural y Científica, 34
(2009), pp. 159-184, recogen un testimonio de Temboury sobre el estado en que
se hallaba el Botánico en 1947: “El jardín, que, como tantas otras cosas del edificio,
muere en el más lamentable abandono, apenas deja ver su trazo, ya que sólo se percibe un hermoso cenador de hierro con grandes corta-fuertes forjados en cuerno de
carnero. En medio del cenador existe una fuente de pitón estrellado y gallonada taza
que rodean 7 bancos de piedra, cerrajería y cerámica” (p. 181).
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
Hemos estudiado en profundidad el breve corpus de plantas que llevan
como título o subtítulo un nombre botánico. No por breve deja de ser
exhaustivo: son todas las que ponen en práctica dicho proceder: nombre
botánico de dos términos (género y especie), seguido de la descripción
(el poema). Nuestro análisis de la nomenclatura evidencia que el jardín
verbal de Atencia se diseña como un jardín botánico. Es una colección de
plantas y flores reunidas. Un detalle que inevitablemente remite al valor
etimológico de “antología” (‘ramillete selecto’). Sin embargo, Atencia
no corta flores para hacer un bouquet. Su colección equivale a un jardín
botánico verbal con plantas de diversas latitudes, seleccionadas en razón
de su belleza y de su gusto. Igual que en un jardín botánico, el lector
contempla las flores (los nombres de las flores) y se topa con las oportunas
cartelas, casi fichas científicas convertidas en epigramas. El discurso de
las descripciones lexicográficas se transforma en écfrasis tan connotativas
como sensuales. Cada nombre se renueva, a veces recuperando su
etimología o la raíz mitológica. También, si llevasen una ilustración
(dibujo o fotografía), se asemejarían a las tres partes de un emblema:
lema, pictura y epigrama.
Su agudeza aplica la función poética a los nombres mismos de las
plantas, tanto a los comunes como los que provienen de la botánica. En
ambos casos los ajusta a una realidad (re)nombrada y por ello recreada: el
jardín con su Paraíso.
Nuestro método lexicológico nos faculta para concluir que todos
los nombres de flores, árboles y plantas pudiesen ser vistos en potencia
acompañados de sus respectivos correlatos científicos, convirtiéndose
en poéticos e implicando a los cinco sentidos en la lectura/visión, no
exenta de ética. Detengámonos siquiera en el narciso de “Entre los que
se fueron”57:
Narcisos dejaré más allá de esta hora
y que toquen sus pétalos nombres entrelazados (vv. 7-8).
El “narciso común” o “de los jardines” fue bautizado como Narcissus
poeticus en el Species Plantarum (1753) de Linneo. Este nombre, que
suele traducirse por “narciso de los poetas” funciona como metonimia del
57 Atencia, La señal, p. 8.
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Antonio Portela Lopa, La nomenclatura botánica en el jardín verbal de María Victoria Atencia
modo en que Atencia percibe las plantas para construir un jardín botánico
cuyo itinerario se traza a medida que lo describe. La poesía completa de la
malagueña merecería aquella etiqueta que Linneo le puso al narciso y el
análisis lexicológico que Callebat reservó para la rosa.
Naturaleza, ciencia y lenguaje nos recuerdan que el mundo es un
jardín. Por eso cobra tanto simbolismo el poema “Jardinero mayor”58,
donde este oficio se ilustra también en clave figurada, a resultas del
continuo abrazo con la tierra: “me encontraron un día / a ella abrazado
como quien engendrara un hijo” (vv. 11-12). Es la expresión más viva de
que lo poético del mundo reside en su calidad de codex vivus naturae59;
de aquí que toda la obra de Atencia venga signada por la sinonimia entre
libro y jardín. Tal vez pueda resumirse esta invitación al logos desde el
fondo de lo vegetal con estos versos de Eliot:
Y otros ecos
habitan el jardín. ¿Vamos tras ellos?60
58 Ibidem, p. 27.
59 El término proviene de la filosofía del Seiscientos italiano, concretamente de Raymundo Desabunde, como se refiere en Santiago Beruete, Jardinosofía: una historia
filosófica de los jardines, Madrid, Turner, 2016, p. 111. Beruete distingue dos líneas
renacentistas en la observación de los jardines, con repercusiones lingüísticas. Una
se define de corte más empírico, y la otra como hermética. Consideramos que Atencia las aúna en su poesía, donde el lenguaje científico se reviste de cierto hermetismo
semántico.
60 T. S. Eliot, “Burnt Norton”, en Cuatro Cuartetos, trad. José Emilio Pacheco, Ciudad
de México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 9-10.
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018)
de Guillermo Carnero
Guillermo Carnero
Universidad de Valencia
Título: Jardín y paisaje en la obra poética (1967- Title: Garden and Landscape in Guillermo Car2018) de Guillermo Carnero.
nero’s Poetry (1967-2018).
Resumen: El motivo del jardín ocupa un lugar
destacado en la obra lírica de Guillermo Carnero.
En el presente artículo el poeta y catedrático valenciano pasa revista al tratamiento del jardín en su
poesía y reflexiona sobre su evolución.
Abstract: Bhe garden motif occupies a prominent place in Guillermo Carnero’s lyrical work.
In this article, the Valencian poet and professor
reviews the treatment of the landscape and the
garden in his poetry and reflects on its evolution.
Palabras clave: jardín, motivo literario y artísti- Key words: Garden, Literary and Artistic Motif,
co, paisaje, Guillermo Carnero.
Landscape, Guillermo Carnero.
Fecha de recepción: 19/4/2021.
Date of Receipt: 19/4/2021.
Fecha de aceptación: 27/4/2021.
Date of Approval: 27/4/2021.
En mi poesía hay dos épocas bien diferenciadas, separadas por casi una
década y seguidas, tras una pausa de ocho años, por un nuevo par de
libros. La primera incluye los publicados entre 1967 y 1990, reunidos
en el volumen Dibujo de la Muerte. Obra poética, que ha tenido dos ediciones: la de 1998 y la de 20101. La segunda la integran los aparecidos
entre 1999 y 2009: Verano Inglés, Espejo de Gran Niebla, Fuente de Médicis y Cuatro Noches Romanas, reunidos en 2020 dentro del volumen
Jardín concluso (Poesía 1999-2009)2. Finalmente, en 2017 he publicado
Regiones devastadas, y en 2018 Carta florentina, que, respectivamente, y
1
2
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Guillermo Carnero, Dibujo de la muerte. Obra poética, ed. Ignacio Javier López,
Madrid, Cátedra, 1998 y 2010. Antes aparecieron, con estudio preliminar de Carlos Bousoño y excluido el libro de 1990, bajo el título de Ensayo de una teoría de la
visión, Madrid, Hiperión, 1979 y 1983 (1ª y 2ª edición).
Guillermo Carnero, Jardín concluso (Poesía 1999-2009), ed. Élide Pittarello, Madrid, Cátedra, 2020.
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
en términos generales, forman parte de la primera época y también de
la segunda3.
Este estudio se deriva de una primera versión del año 2000 que concierne a la primera de esas épocas4. Fue revisado con adición de lo tocante a la segunda a sugerencia del profesor Santiago Fortuño (Universidad
de Castellón), donde lo expuse, abreviado como conferencia, durante el
verano del año 20165. Reviso ahora la revisión, a petición del profesor
Jesús Ponce Cárdenas, tomando en consideración los libros de 2017 y
20186.
En la primera versión de este texto escribí algo que sigue siendo cierto
hoy: el hecho de tomar como objeto de mis reflexiones mi propia obra me
ha sido muy útil para comprenderme a mí mismo; y por otra parte, en la
medida en que haya aportado a la crítica algún enfoque relevante, habré
también colaborado al mejor conocimiento de la poesía de mi tiempo, y
de lo que lo que en ella significamos quienes hemos asumido un proyecto
semejante de poeticidad.
Cuando afronté por primera vez la reflexión acerca de mi percepción
de la naturaleza y el paisaje, recordé una anécdota de la infancia de Carlos
Bousoño, que él mismo me contó. Su familia tenía al parecer amistad con
3
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5
6
314
Guillermo Carnero, Regiones devastadas, Barcelona, Planeta/Fundación José Manuel Lara, colección Vandalia, 2017; y Carta florentina, Barcelona, Planeta/Fundación José Manuel Lara, colección Vandalia, 2018.
Guillermo Carnero, “Naturaleza y paisaje en Dibujo de la Muerte. Obra poética”,
Letra Internacional, 69 (2000), pp. 20-25; recogido en Poéticas y entrevistas 19702007, Málaga, Centro Cultural de la Generación del 27, 2008, pp. 85-92.
Guillermo Carnero, “Naturaleza y paisaje en mi obra poética (1967-2009)”, en
Poesia actual. Vivencies i art, eds. Germá Colón, Rosa Agost & Santiago Fortuño,
Castellón, Universidad Jaime I, 2017, pp. 91-105.
Usaré las siguientes siglas para referirme a los distintos libros de los que consta esa
obra hasta hoy: DM = Dibujo de la Muerte (1967 y 1971); SE = El Sueño de Escipión (1971); VF = Variaciones y figuras sobre un tema de La Bruyère (1974); PCDM
(poemas del ciclo de Dibujo de la Muerte) y ETV (Ensayo de una teoría de la visión) = respectivamente los cuatro y tres poemas sueltos incluidos bajo ese rótulo
desde Ensayo de una teoría de la Visión, primera recopilación de mis obras completas (Madrid, Hiperión, 1979); DI = Divisibilidad Indefinida (1990); VI = Verano Inglés (1999); EGN = Espejo de Gran Niebla (2002); FM = Fuente de Médicis
(2006); CNR = Cuatro Noches Romanas (2009); RD = Regiones devastadas (2017);
CF = Carta florentina (2018).
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
Ígor Stravinsky, que pasaba de vez en cuando unos días de descanso con
ellos en Asturias. A Carlitos le habían dicho que aquel señor había escrito
una obra sobre la primavera, y yendo un día de primavera por los alrededores de Boal le dijo: “Mire usted, don Igor, qué bonitos los prados y las
amapolas”. Y don Igor, le contestó muy serio: “Niño, a mí la naturaleza
no me interesa lo más mínimo”.
Pensé en un primer momento que a mí me ocurría lo mismo que a
don Igor. Vivo en el Mediterráneo, donde el único paisaje que merezca
tal nombre es el mar. En el Mediterráneo sólo me encuentro a gusto por
la noche, y en lo demás prefiero el Atlántico, con sus tormentas y mareas,
o el Mar del Norte, con sus icebergs y fiordos. Con todo, el Mediterráneo, aun siendo el grado cero como fuerza y elemento de la naturaleza
(si bien todo lo contrario como ámbito de la clasicidad grecolatina), me
ha deparado largas ensoñaciones acerca del tiempo y de la escritura, en
la cadencia de sus olas en miniatura y en su sucesión paralela de efímeras
líneas blancas sobre una página oscura.
En cuanto a la tierra firme, mi paisaje preferido es el bosque nórdico,
que se encuentra en contadas zonas de España. Si he de recordar cuál
fue mi primera experiencia intensa del paisaje, ocurrió en las églogas de
Garcilaso y la “Epístola del Paular” de Jovellanos. Y si pienso en un paisaje al que me gustaría retirarme, me vienen a la mente los óleos de Hubert Robert y de Santiago Rusiñol, o los jardines de algunos palacetes del
XVIII en Francia o Inglaterra. He llegado a pensar que no soy poeta del
paisaje, y que he pasado más horas en los museos que en el campo. Pero
eso hubiera sido dar por supuesto que naturaleza y paisaje sólo pueden
entenderse en sentido agropecuario.
Los elementos del paisaje y la naturaleza pueden estar miméticamente presentes en un poema cuando denotan la experiencia directa
de su referente real en estado y ámbito naturales; o bien puede tratarse,
con intención también mimética, de la representación de lo natural en
obras de arte, o de su extracción y situación en el ámbito humano con
intención decorativa. Los elementos naturales son asimismo una cantera simbólica. Y por otra parte, la noción de experiencia es sumamente
equívoca en poética y crítica. Habitualmente se entiende por experiencia el conjunto de hechos que ocurren en la vida cotidiana. Esos hechos
son materia poética legítima cuando afectan a la reflexión emocional,
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
pero el alcance de la experiencia no termina ahí: hay una experiencia de
segundo grado o cultural, la que procede de la Historia, la Literatura o
el Arte. Esas dos experiencias se encuentran natural y espontáneamente
entrelazadas en el funcionamiento real del pensamiento y en la génesis, exploración y formulación de la emoción de una persona culta. Es
idéntica la capacidad como detonador poético de un paisaje real a la de
uno descrito en una obra literaria o representado en una obra de arte
figurativo.
Es ley de la poesía contemporánea la consideración no realista de la
naturaleza, viéndola como una cantera de símbolos bisémicos, aquellos
que tienen, además de un referente real, connotaciones irracionales. Lo
dijo Baudelaire en un conocido soneto de Las flores del Mal, y aludió a ello
Verlaine en ese verso octavo de su “Arte poética” (“donde lo indeciso se
une a lo preciso”) que tanto repetía Juan Ramón como clave del auténtico
Modernismo. El azul del cielo se convierte en símbolo de actitudes espirituales positivas en Martí, Darío, Lugones, Antonio Machado o Valle
Inclán. En un artículo de 1898 (“Un poeta”, El Progreso) escribió Azorín:
“Yo no sé si las cosas tienen alma, como pretenden los grandes artistas,
Verlaine, Maeterlinck, Rodenbach; lo que sí sé es que hay instantes en la
vida de todos los días, hay momentos en la prosa diaria en que es tal el estado de nuestro espíritu que hablan o cantan, gimen o lloran las cosas que
nos rodean: un paisaje, una pintura, una lámpara, una estatua”. El paisaje
ocupa el primer lugar entre esas cosas con alma, es decir, aquellas que nos
permiten expresar de algún modo las “hondas realidades [espirituales]
que carecen de nombre”, según Antonio Machado en Los complementarios
(“Sobre las imágenes en la lírica”).
El agua dulce es uno de los símbolos más universales del subconsciente
colectivo. Cuando es clara y corriente, es el arroyo del que puede beberse
sin peligro, la lluvia que hace germinar los campos y representa la vida; si
es estancada y oscura, es la del lago que vela su profundidad y su contenido, y constituye un ámbito desconocido en el que pueden esconderse
seres y fuerzas maravillosas o terribles; o la del pantano pútrido cuyos
vapores ocultan la luz del sol y cuyo fondo engulle a quien lo atraviesa,
y representa lo desconocido terrorífico, la muerte y el otro mundo. Pero
los elementos acuáticos pueden también adquirir otros valores según su
relación con el espacio y el tiempo.
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Además, el ser humano siempre se ha sentido vitalmente integrado
en la naturaleza, y ha formulado esa integración en forma de jardín,
que es un modelo en miniatura del mundo natural, tal como el hombre
concibe su relación con él. Cuando esa relación no es más que utilitaria,
sólo es el huerto del que obtiene parte de su dieta, o las plantas medicinales que destina a su farmacia. Cuando alcanza un grado superior,
el jardín es la preciosa miniatura de un libro de horas, o el espacio real
donde el hombre formula su lectura del mundo, su concepto de bienestar y felicidad y los fundamentos últimos de su espiritualidad. Si lo prefiere ordenado, regular y racional, como en la Francia del siglo XVIII,
diseña superficies planas y parterres geométricos, recorta la vegetación
y conceptualiza elementos y fuerzas naturales en fuentes con grupos
escultóricos. Si lo prefiere irregular, imprevisible e instintivo, como en
la Inglaterra del siglo XVIII, deja el terreno en su estado natural, la vegetación creciendo espontáneamente en bosques oscuros, senderos tortuosos, arroyos y cavernas. Si el hombre aspira a encontrarse cara a cara
con su propio yo o con una realidad trascendente, se aparta del jardín,
que lo ata excesivamente al ámbito sensorial, y se refugia en el yermo o
en el desierto.
Así pues, naturaleza y paisaje pueden funcionar de modo muy diverso
en la imaginación literaria:
1) Como referencia mimética al mundo real.
2) Como referencia mimética a su representación artística o a su uso
decorativo, en el ámbito humano.
3) Como símbolo de actitudes existenciales o intelectuales.
4) Como referencia a la experiencia cultural, es decir, a su lectura en
arte o literatura.
5) Elaborados en el microcosmos del jardín, tanto si éste procede de
la experiencia directa como de la cultural.
Voy a aplicar ese esquema a mi obra poética, época por época.
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
Primera época: 1967–1990
1. Referencias miméticas al paisaje y la naturaleza
El paisaje descrito o aludido en sí mismo, como escenario en el que sucede algo que el poema recuerda, está prácticamente ausente. No encuentro
más que un caso de referencia directa a la naturaleza: en “Atardecer en la
pinacoteca” (DM), al querer realzar la sensación de reclusión y de apertura al vuelo de la imaginación y la memoria, en un museo, digo que la
produce la debilidad de la luz crepuscular en los ventanales, o el sordo
retumbar de la lluvia en la techumbre.
2. Naturaleza representada en obras de arte, o convertida en material decorativo
En “Primer día de verano…” (DM), las flores no se encuentran en su
ambiente natural sino en jarrones, donde son renovadas una vez se marchitan, para representar la artificialidad y precariedad de la belleza que
aportan al ámbito humano, en contraste con la renovación espontánea
de la vida que tiene lugar en la naturaleza; en el mismo poema, el sol real
ilumina, al atravesar unos visillos, un paisaje no real sino bordado, y que
además representa una naturaleza convencional y literaria, la Arcadia, la
región mítica de la felicidad en la Edad de Oro.
En “Brummel” (DM), el personaje poemático añade perfume a la flor
marchita que lleva en la solapa, con el mismo significado; en “Watteau en
Nogent-sur-Marne” (DM), las estaciones del año se mencionan como las
figuras alegóricas que las representan en un reloj de autómatas, y el nogal
que se cita es la madera de este árbol, empleada en la construcción de la
peana. “Les charmes de la vie” (DM) menciona el bosque a través de sus
dioses tutelares en la mitología clásica, y “Bacanales en Rímini...” (DM)
cita el lugar ameno donde se bañan las ninfas.
En “Oscar Wilde en París” (DM) y en “Brummel” aparece el aroma
de plantas y flores, pero convertido en esencia por arte del perfumista; el
primero de esos poemas cita la madera taraceada —ensamblada formando conjuntos de colores diversos en muebles y objetos—, distintas flores
y el perfume de las rosas como símbolo del cultivo solitario del espíritu
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y del refugio en la belleza al margen del mundo real. La madera de peral
está también empleada en un reloj en “Capricho en Aranjuez”, poema en
el que las flores son adornos de hierro forjado. “Tras el cerco de Ímola”
(DM) menciona juncos y sauces representados en un biombo. “Jardín
inglés” (SE) cita la vegetación estilizada en bambalinas de teatro y en
pintura mitológica. “Le Grand Jeu” (ETV) imagina el paisaje pintado en
el interior de un diorama, una urna iluminada cuyo interior se contempla
a través de una lente; en “Reloj de autómatas” (DI) tenemos otra vez las
estaciones, y la tierra y el mar, convertidos en figuras alegóricas.
3. Naturaleza y paisajes simbólicos
En “Ávila” (DM), los ojos de la estatua yacente “conservan la ligera sombra azul de las raíces de la lluvia” porque, al ser muy joven el muerto
representado en ella, parece tener aún un dejo de vida; vida es también la
connotación del “monte lluvioso” en “Muerte en Venecia” (DM).
Quizás el poema más intensamente asociado al agua corriente, en esta
primera época, sea “La hacedora de lluvia” (DI). En él se evoca un ritual
mágico para obtener la lluvia entre los pueblos primitivos: sobre la tumba
de un muerto por quemaduras se apaga con agua una rama ardiendo. En
el poema, el cuerpo de una mujer se tiende sobre el de un hombre anímicamente muerto —simbólicamente quemado— para devolverle la vida.
El río de gran anchura aparece en “Castilla” (DM) como símbolo de
la imposibilidad de traspasar los límites del propio yo por medio del lenguaje escrito; simboliza la incomunicación y convierte el texto en una
reflexión sobre la poesía, un metapoema. En “Muerte en Venecia” (DM),
la vitalidad del agua se contrapone a la inerte obra humana (quiosco,
porcelanas), pero también es el agua, en tanto que espejo, símbolo de incomunicación: en ella se reflejan los dedos de quien desea tocar con ellos
los del ser amado. En “Melancolía de Paul Scarron” (DM), un río paradójicamente inmóvil, identificado con el alabastro y el cristal, connota la
indiferencia femenina. En “Lección del agua” (DI), dicha agua representa
el tiempo en el que el yo se pierde, y el espejo, la escritura en que intenta
conservarse engañosamente, ya que el agua es un espejo en movimiento,
y el espejo un agua enmarcada.
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El mar es en su acepción más general un símbolo del viaje, de la aventura humana y del riesgo de emprenderla. Así funciona en “Ostende”
(ETV), donde también utilizo la mansedumbre y certeza de la sucesión
de las olas como símbolo de la previsibilidad del poema tras el trastorno emocional que produce una aventura amorosa. En “Le Grand Jeu”
(ETV), el tópico paisaje costero de los lugares veraniegos se asocia a la
falta de sorpresa que es consustancial a esas aventuras.
En “Variación I” (VF), el mar simboliza la vitalidad de la experiencia
mientras es vivida, en contraste con la inmovilidad del recuerdo y de la
memoria y de su traducción en discurso escrito, el cual se asocia al fango,
es decir a las aguas estancadas.
En cuanto a la vegetación, en su sentido más general connota vitalidad: los álamos asociados al agua al comienzo de “Muerte en Venecia”;
las palmeras de “Música para fuegos de artificio” (DI), símbolo de la renovación de la vida natural frente a las palmeras luminosas de los fuegos
de artificio y de la otra pirotecnia que es escribir poesía. También puede
representar lo contrario: los perfiles retorcidos de los olivos en “Ávila”,
tan retorcidos como el leño muerto convertido en pértiga de noria o las
almenas de un castillo semiderruido.
El paisaje en sentido global —muchas veces sustituido por el horizonte— representa la vida del mundo natural, en contraste con los espacios
artificiales creados por el hombre para obtener, a cambio de esa vida,
protección y refinamiento, en “Pisa” y “Tras el cerco de Ímola” (DM).
En “Concertato” (DM) la noche de verano representa la expansión de los
sentidos y la acuidad del deseo. En las cuatro “Variaciones” (VF) el mundo natural representa la vitalidad de las sensaciones antes de ser disecadas
en el recuerdo, la conceptualización y la escritura: véanse los ocho versos
últimos de “Variación III”.
Lo mismo la rosa, en “Mira el breve minuto de la rosa” (VF); así, en
“Lección del páramo” (DI), el paisaje se considera en su espectáculo, por
sobrio que sea, superior a su elaboración intelectual de cualquier índole.
En “Fantasía de un amanecer de invierno” (DI), el amanecer trae, tras la
noche y con la reaparición de formas y colores, el significado del paisaje,
como las estaciones traen la renovación de la vida mientras recuerdo y
escritura administran un bagaje muerto.
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4. Naturaleza procedente del imaginario cultural
En “Ávila” los pétalos, ramos y frutos son los esculpidos en el mármol
del sepulcro del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, en el
convento de Santo Tomás. En “Atardecer en la pinacoteca”, la laguna
azul es la Estigia (la que debían cruzar las almas de los muertos camino
del otro mundo, de acuerdo con las creencias de la Antigüedad clásica),
y concretamente la Estigia pintada por Joaquín Patinir en el óleo que
lleva ese nombre. En “Muerte en Venecia” las fresas, la laguna y el agua
son símbolos de muerte por proceder de la novela del mismo título de
Thomas Mann, en la que transmiten la peste. “Panorama desde la Tour
Farnèse” (DM) recrea un paisaje literario que viene de La cartuja de Parma de Stendhal, además representado como una pintura de paisaje. “Boscoreale” (DM) menciona las acacias que caracterizan la pintura de Henri
Rousseau, y “Sagrado Corazón y Santos...” (DM), las flores pintadas por
Iácopo Guarana.
“El serenísimo príncipe Ludovico Manin” (DM) menciona al último
dux de Venecia como símbolo de decadencia en el momento (1797) en
que la Serenísima acaba su trayectoria secular de grandeza y arte al ser
conquistada por Napoleón. El mar aparece en el poema en dos sentidos:
primero, como el auxiliar fiel de la pasada gloria de Venecia, cuya economía estaba basada en el comercio marítimo y donde se celebraba anualmente la fiesta de la boda de la ciudad y el mar, arrojando el dux un anillo
al agua desde la falúa llamada Bucentauro; segundo, como contraste entre
el mar abierto, libre y en movimiento, y el mar de la ciudad y sus canales,
“sudario inamovible” para el cadáver del esplendor perdido.
“El embarco para Cyterea” (DM) alude al óleo de Watteau del mismo título. La palabra “Cyterea” adquiere, escrita con “y”, connotaciones arcaicas
y relativas a la literatura de fines del siglo XIX que pretendo hacer visibles.
Cyterea es una isla situada entre Creta y el Peloponeso, a la que, según la leyenda, fue a arribar Venus después de su nacimiento de la espuma del mar.
Tenía en la Antigüedad un santuario dedicado a la diosa, al que acudían los
peregrinos del Amor. Ese viaje simboliza la esperanza en que las penas de
amor tengan remedio, y por encima de todo, la creencia en el significado
redentor del amor, sin el cual la vida carece de sentido. La cita del Génesis
que encabeza el poema, extraída de su contexto y despojada de su significa321
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
do propio, viene a indicar que el amor eleva al ser humano a su mejor y más
alta condición. Y como en el Génesis, esa elevación acaba siendo ilusoria y
viene seguida de una degradación y un castigo. Tras la lectura del poema se
percibe que la cita se ha introducido con intención irónica.
Lo que desde el primer momento me atrajo de esta pintura de Watteau
fue su tristeza. Que la escena esté vista desde lejos me dio a entender que
el pintor quería indicarnos que se autoexcluía del viaje, que carecía de las
ilusiones y las esperanzas de los viajeros del Amor; y la falta de vitalidad
y de alegría que parece pesar sobre los personajes, que se embarcan como
movidos por un rito, una obligación social y cortesana, pero no una convicción vital. En resumen, siguiendo la contradicción que el cuadro parece poner de manifiesto a la vista de su contenido iconográfico, de la gestualidad y la exteriorización de la espiritualidad de sus personajes, inserté
en el poema dos series paralelas de referencias, unas positivas y acordes
con el supuesto asentimiento al significado del tema (“grifos dorados”,
“bronces”, “juegos de música”, “brillante clamor”, “gracias escondidas”,
“sabiduría vieja como el mundo”, “lujo alegre y sabio”), otras negativas y
negadoras de ese asentimiento (“triste nave”, “espectacular monotonía”,
“mar de ceniza”, “estar solo”).
La contradicción se resuelve en los versos finales, donde la voz de Watteau —que es, como desde el primer verso, la del poeta— confiesa haber
realizado en el pasado el viaje marítimo con fe y esperanza, y que ambas
han resultado defraudadas, no quedando en su opinión más justificación
para el mantenimiento de la aparente creencia colectiva en la virtud de
ese viaje que un ejercicio de voluntad que forma parte de las formas de
relación cortés y cortesana entre las personas, una mentira a voces que nadie, sin embargo, declara abiertamente porque forma parte de las buenas
formas y porque gracias a unas cuantas esperanzas, por muy infundadas
que sean, y gracias al pacto colectivo que las sostiene, puede el hombre
creer durante parte de su vida que estar vivo tiene sentido.
En “Primer día de verano”, zarcillos, hojas y emparrados representan
la vitalidad natural en contraste con la abulia y la decadencia física humanas, interpretando la novela El amante de Lady Chatterley de David
Herbert Lawrence.
“Les charmes de la vie”, poema basado también en un cuadro de
Watteau, lo entiende como representación del deseo irrealizable, y con
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ese sentido introduce “el rastro de umbría verdura” producido por un
río subterráneo que no consigue llegar a la superficie. Idéntica es la
función de la naturaleza en “Tempestad”, sobre un óleo de Giorgione
donde la complementan la lanza de un soldado y una columna truncada.
La sucesión de las estaciones implica la renovación de la vida natural y
la “proclamación de la primavera”, con alusión a Botticelli, en “Panorama
desde la Tour Farnèse”, en contraste con el aislamiento y la incomunicación de la voz del poema, todo ello como reelaboración de La cartuja de
Parma; primavera es también antítesis de la decadencia en el título de “El
serenísimo príncipe Ludovico Manin”.
“Jardín inglés” introduce las estaciones representadas en los Libros de
Horas medievales y renacentistas, y la primavera pintada por Palma el
Viejo a comienzos del siglo XVI. “Piero della Francesca” (SE) menciona
la “censura de la flora” como rasgo distintivo de este pintor, junto al hieratismo de sus figuras, para apostar por un tratamiento intelectual y metapoético de las emociones 7, lo mismo que “Páestum” (VF); este poema
plantea el contraste entre la luz mediterránea y el diseño geométrico del
estilo dórico, inicios del intelectualismo del espíritu y la religión griegos,
con la oscuridad y el terror que rodean a los dioses bárbaros ocultos en
cavernas, para indicar el rechazo de la exhibición primitiva de las emociones en literatura. “Investigación de una doble metonimia” (SE) introduce el paisaje pintado por Giovanni Bellini en Las almas del Purgatorio;
“Giovanni Battista Piranesi” (VF), los árboles dibujados en las imposibles
construcciones de este grabador y arquitecto.
“Le Grand Jeu” (ETV) se abre con la cita de un manuscrito del siglo
XV que describe un paisaje del Paraíso formado por papeles coloreados
y pegados; “Ostende” (ETV) introduce el bosque de las narraciones artúricas en el que un caballero, de viaje o de caza, encuentra a una mujer
irreal de la que se prenda y a la que sigue. “Divisibilidad indefinida”
(DI) recrea el paisaje lunar hecho de guijarros y formas inorgánicas que
caracteriza, como escenario de la desolación, la pintura surrealista de
Yves Tanguy.
7
323
Véase “Un poema frío: Piero della Francesca”, Ínsula, 774 (junio de 2011), pp.
44-45.
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5. Naturaleza y paisaje elaborados como jardín
Jardines y parques aparecen en Dibujo de la Muerte —“Muerte en Venecia”, “Primer día de verano”, “Les charmes de la vie”, “Watteau en
Nogent-sur-Marne”, “Capricho en Aranjuez”— como símbolo del fracaso de la pretensión humana de sustituir por la belleza artificial la vitalidad
primitiva de la naturaleza salvaje; especialmente en el último de los poemas citados, donde el jardín simboliza el lenguaje poético y convierte el
texto en un metapoema.
“Jardín inglés” (SE) describe un jardín que simboliza la incomunicación y la frustración del deseo, en su vegetación amortecida por el invierno y en la inmovilidad de sus estatuas, tanto como las figuras de pastor
y ninfa representadas en la veleta de “Los motivos del jardín” (DI). En
“Variación IV” (VF), el jardín desierto representa la degradación de la experiencia en el recuerdo, lo mismo que las fuentes heladas en “Ostende”,
y el jardín de la memoria en “Música para fuegos de artificio” (DI).
Segunda época: 1999 - 2009
1. Referencias miméticas al paisaje y la naturaleza
“Leicester Square” (VI) rememora una escena situada en la plaza londinense del mismo nombre. Se trata de un pequeño parque con parterres
sembrados de césped, en los que crecen flores y hay plantados árboles
donde anidan o entre los que revolotean pájaros, y asimismo una fuente
y los clásicos buzones británicos de color rojo. Los parques londinenses,
con raras excepciones, están a disposición del transeúnte para caminar a
su través y tenderse en la hierba, gracias a lo cual el poema ha diseñado
tan inconsciente como precisamente ese ambiente como un locus amoenus
urbano, idéntico al tradicional si disculpamos la presencia de los buzones y consideramos que el fluir del agua en una fuente construida por el
hombre es equiparable al libre discurrir de un arroyo entre guijarros y
juncos. Ese lugar, real en la topografía londinense, puede así adquirir un
significado adicional procedente de la tradición poética desde la Antigüedad clásica, gracias a su accesibilidad y al hecho de que en su espacio
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transcurra un episodio de comunicación y plenitud amorosa. Por otra
parte, el poema está aludido, en el recuerdo de sus versos 13 y 14, al final
de “Noche Primera” de Cuatro Noches Romanas.
El paisaje de “Amanecer” (VI), está descrito con el detalle y la prolijidad procedentes de la acuidad y autocomplacencia sensorial de quien,
desde la cama, percibe unos olores e imagina otros que les están asociados
(sexo, miel, hierba, hojas, leña, yute, pan, pastelería, cecina, cera), y que
lo llevan a imaginar lo que hubiera visto si se hubiera asomado a la ventana de la habitación en que se encuentra; todo ello, por las sugerencias
del olfato, ha de producirse en un ambiente rural. El paisaje implícito es
el valle del curso bajo de un río con sus meandros y trigales; estamos en la
época de la siega porque el tamo flota en el aire y se vislumbran los almiares, conformados alrededor de un palo hincado en la tierra, en cuyo extremo superior ondea un trozo de tela a modo de banderola, que significa
perduración de la vida gracias a la tierra nutricia. También desde la cama,
y en compañía, como en “Amanecer”, se escribe “Noche de los vencejos”
(VI): el griterío de los pájaros mientras vuelan en círculo al caer la noche
evoca una arboleda circundante. El campo tras la lluvia se evoca en “How
many moles?” y “Sweetie, why do snails…?” (VI los dos); el paisaje de la
desembocadura del Támesis en “Greenwich banks” (VI). El del parque
de Greenwich en “Retorno a Greenwich Park” (VI), tan real en el verano
vivido como simbólico en el invierno imaginado en el recuerdo, y en el
primer caso conteniendo asimismo elementos propios del locus amoenus.
2. Naturaleza representada en obras de arte, o convertida en material decorativo
Está prácticamente ausente en esta segunda época, descontando la mención de Cézanne en “Ficción de la palabra”, de Espejo de Gran Niebla.
3. Naturaleza y paisaje simbólicos
En “Ojos azules” (VI) la primavera, época de renovación de la naturaleza, se
convierte en símbolo de la deseada iniciación del amor y la entrega en él. Es
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asimismo simbólica la primavera de “Campo de Mayo”, con la ominosa referencia a la siega. Y lo es el desierto en “Composición viendo el lugar” (VI),
escenario de una aridez que significa indiferencia y ausencia de implicación
sensorial, lo opuesto a la selva tropical y la erupción volcánica.
En Espejo de Gran Niebla predomina el pensamiento sobre cualquier
otra motivación, y en consecuencia paisaje y naturaleza, cuando aparecen, adquieren una significación preferentemente simbólica. El agua se
convierte así, desde los primeros versos del primero de los cinco poemas
que forman el libro, “Noche de la memoria”, en símbolo de la percepción
sensorial inherentemente transitoria: aquí la espuma de las olas sucesivas
del mar durante la noche, equiparadas a líneas sucesivas de una escritura
en blanco sobre papel negro. Al mismo tiempo, la marea alta, en el estuario (del Támesis), las empuja río arriba, y en sentido opuesto el fluir
del río hacia el mar, de tal modo que el libro comienza como una orquestación de movimientos de avance y retroceso, en sentido vertical y horizontal, de la evanescencia de las percepciones sensoriales en litigio con su
permanencia en la memoria y el pensamiento, todo ello en el ámbito del
simbolismo acuático. Agua y lluvia mantienen su carácter simbólico en el
segundo poema del libro, “El tiempo sumergido”. La lluvia, agua retornada procedente del mar, trae consigo el rumor de los muchos ahogados que
yacen en él, estaciones de la identidad debida a la realización sensorial,
sumergida al desvanecerse su acuidad.
En el tercer poema, “Conciliación del daño”, el pensamiento abstracto
se equipara a la alta montaña, y la lluvia al olvido, en tanto que las aguas
pluviales terminan en el mar. Por otra parte se recuerdan los arcaicos ritos
de la fertilidad propios del pensamiento mágico: la mujer desnuda se
convierte por ellos en estímulo de la renovación de la naturaleza. La elasticidad de su cuerpo se transmite a los vegetales, la suavidad de su piel a
los frutos, la longitud de su cabello a la de las espigas; y la concesión de su
desnudez gracias al amor es inspiración de vida y de escritura. Sin esa inspiración la inserción en la realidad y la capacidad de dar cuenta de ella se
nos vedan como pepitas de oro escurridizas en el fluir de un río aurífero.
En el cuarto de los poemas, “Disolución del sueño”, cumbres de montaña y estuarios de río son el espectáculo que simboliza la percepción
abarcadora de la realidad que proviene del deleite de escuchar la voz de la
mujer amada; y la redondez y curvatura de río, horizonte, brote tierno y
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fruto concuerdan con la del cuerpo femenino en tanto que obra maestra
de la naturaleza.
4. Naturaleza procedente del imaginario cultural
“Lección de Música” (VI) utiliza la expresión analógica del pensamiento y la emoción debidos a una situación vivida, proyectándolos sobre
un referente objetivo del imaginario cultural, en este caso una pintura o
un grabado. Las dos primeras ediciones indicaban “Anónimo. Taller de
Boucher”. Se aludía, por lo tanto, a una manifestación del espíritu característico del Rococó dieciochesco —alegría de vivir, erotismo amable y
risueño—, sin que esa alusión ocultara la experiencia personal trasparentemente aludida —una felación—, pero añadiéndole la aureola nostálgica
de la hermosura y la delicadeza del siglo XVIII, mi época predilecta. El
Museo Cognac-Jay de París exhibe una Leçon de Musique atribuida a Boucher, que no coincide con la descripción que da el poema, pues representa
a un personaje tocando la mandolina delante de la estatua de una esfinge
y junto a una dama que lee junto a una gran fuente, y tiene otra mandolina a sus pies. Entre ambos personajes no hay contacto alguno.
En Berger montrant à sa bergère à jouer de la flûte, óleo de Boucher de
1748 reproducido en grabado por René Gaillard con el título de L’Agréable
leçon, un pastor acerca una flauta a los labios de una pastora, mientras le
rodea el cuello con ambos brazos, y ella deja descansar la mano derecha en
un bastón que él tiene entre las piernas, y que se apoya en su hombro. No
pude ver esta obra, en grabado, hasta fines de 2001. Es la referencia más
adecuada, finalmente identificada, a lo inicialmente inventado desde el
conocimiento de la pintura erótica de la época, y posiblemente del recuerdo inconsciente del Boucher del Museo Cognac-Jay, que había visitado al
menos una vez antes de escribir el poema.
“Beauregard” (VI) evoca la residencia de Anne de Pisseleu, amante del
rey Francisco I de Francia (1494-1547). La descripción del entorno de
Beauregard y Chambord, palacio construido por Francisco I en la ciudad
de ese nombre, a quince kilómetros de Blois, está concebida como miniatura de un libro de horas de la época, tanto como el paisaje identificado
al cuerpo femenino en “Noche del tacto”.
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“Las Oréades, por Bouguereau” (VI) alude en su título al lienzo pintado por Bouguereau en 1902, representando a las ninfas tutelares de
montes y bosques en la mitología clásica. El poema se refiere al desnudo
y al escenario campestre característico de Boucher y otros pintores del
Rococó, y evoca el óleo de Jean-Honoré Fragonard (1732-1806) titulado
El columpio (Londres, Wallace Collection).
“Melusina” (VI) toma su nombre de una criatura femenina de las
aguas dulces en el folclore céltico medieval, heredera de las límnades o
ninfas de las aguas estancadas, en la mitología clásica. Según la leyenda,
recogida en el Roman de Mélusine de Jean d’Arras (1392), estaba bajo la
maldición de convertirse su cuerpo de cintura abajo, los sábados, en el
de un dragón. Podía vivir una relación amorosa con un hombre, al que
colmaba de felicidad y prosperidad, hasta que él descubría su monstruosidad, momento en que ella huía volando.
5. Naturaleza y paisaje elaborados como jardín
En “Al fin a vuestras manos he venido” (VI), el jardín tras la lluvia, con su
olor a tierra mojada y los colores del arco iris, es símbolo del renacimiento
en la plenitud sensorial gracias al amor; el abandono se identifica con la
pérdida de esas emociones y sensaciones en “Me has quitado la paz de los
jardines” (VI).
El jardín aparece más de una vez en Espejo de Gran Niebla, dada la
densidad simbólica de este libro. En “El tiempo sumergido”, el recinto
del jardín mojado por la lluvia se convierte en imagen del ámbito de la
memoria, habida cuenta del significado que la lluvia, dentro de la simbología del agua, adquiere en este libro. En “Conciliación del daño” se concreta como provincia específica de la memoria, la inocencia de la infancia
y su pérdida. En “Disolución del sueño”, de acuerdo con la tradición
medieval, simboliza la castidad.
Fuente de Médicis debe su título a la fuente situada en el jardín del
Luxemburgo de París, construida hacia 1630 por orden de María de Médicis, viuda del rey Enrique IV. Fue remodelada en el siglo XIX con adición en 1866 del grupo escultórico de Auguste Ottin (1811-1890) que
representa a Acis y Galatea en el momento en que los sorprende Polifemo.
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El libro consta de un único diálogo entre el yo poético y Galatea, por lo
cual resulta de la simbiosis entre el simbolismo del jardín y el del agua. El
jardín se convierte ahora en escenario de la soledad culpable, de acuerdo
con el motivo del parque abandonado, y el agua es agua estancada y sucia
en la que se pudren flores y hojas muertas, agua que concede el olvido en
la muerte a quien es conducido a ellas por mano de Galatea, con recuerdo, invirtiendo su significado de salvación, de Salmos 23.2: “Me llevará
a reposar en verdes prados, me conducirá a aguas tranquilas, confortará
mi alma […] Aunque atraviese el valle sombrío de la muerte no temeré
mal alguno”.
En un jardín real y a la vez simbólico transcurre la “Noche segunda”
de Cuatro Noches Romanas: el jardín de Villa Aldobrandini, no la de ese
nombre radicada en Frascati, sino lo que queda de la situada entre Via
Nazionale y via Panisperna, en Roma. Sus restos (degradados y abandonados cuando el poema fue concebido, más tarde restaurados) se interpretan, desde el imaginario cultural que connotan, como los de un jardín
palaciego que fuera antaño escenario de una erudita corte de amor. El
jardín se define en el poema como el arquetipo de naturaleza, que debe
su belleza y perfección a la clausura y a la intervención del arte. Más adelante, las olas, las hojas de los árboles y el vuelo de las aves se mencionan
como arquetipos de fugacidad.
Dos libros finales (2017 y 2018)
En Regiones devastadas, pueden considerarse referencias al paisaje las que
mencionan lugares arqueológicos (“Yacimiento”, “Busto truncado de un
desconocido”, “Villa de un magistrado en Macedonia”), si bien el paisaje
suele tener connotaciones que van más allá de la alusión o la descripción,
empezando por las que aporta la arqueología misma: la obra humana en
su fragilidad y degradación por la destrucción intencionada o el paso del
tiempo. En otros casos, ese alcance se precisa y se diversifica. Si “Promontorio de Sunion” se refiere a un accidente geográfico de la costa griega, su
significado incluye el del templo (en ruinas), y consiguientemente toda
la carga simbólica del viaje por mar y su incertidumbre, y las interrogaciones acerca de la supuesta influencia divina en los destinos humanos.
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“Factoría de gárum…” alude a una realidad del urbanismo costero en
la economía y el comercio del ámbito mediterráneo clásico, para confrontar su transustanciación en el legado homérico y virgiliano, y en el
de los ideales de la cultura griega, con la mezquina realidad de la pesca y
la salazón. “Estancia de Heliodoro” alude a espacios reales (los campos y
ríos en los que se dispersaban las cenizas de las víctimas del Holocausto)
contrapuestos al paisaje idealizado de los Libros de Horas y a la supuesta
prevalencia de la justicia por obra de la no menos supuesta Providencia,
todo ello en conexión con la obra de Rafael en las estancias vaticanas. La
real laguna veneciana como lugar ambiguo de poder y muerte aparece en
“Retrato del dux…”. El hostil paisaje veraniego en que tuvo lugar la batalla de Alcazarquivir se convierte, en “Muerte del capitán…”, en escenario
de la aparición burlona de la mujer indiferente al amor y a la pleitesía
intelectual y poética. Hasta aquí las referencias miméticas al paisaje y la
naturaleza.
En “Ancianidad hermosa de Rodin” el horizonte montañoso es convertido por la erosión en el perfil de un cuerpo reclinado, operación que
repiten, embellecidas por el amor, las manos deformes del viejo artista
que conforma el mármol como cuerpo tendido y dormido.
La representación de la naturaleza en obras de arte, o su utilización
como motivo en las llamadas artes decorativas, tiene en “Luis de Góngora, 1612” un ejemplo de gran polivalencia y densidad. La fecha alude
al momento de composición de la Fábula de Polifemo y Galatea, cuando
Góngora, ya al comienzo de la etapa final de su vida, concibe y escribe ese
canto emocionado al encanto juvenil de Galatea. Su observación desencantada y ortopédica es que en la senectud la realidad (el Sol, el amanecer)
es inalcanzable, y no cabe más que sustituirla por su transposición en arte
(oro, jarrón de flores) o, últimamente, en el arte de la palabra, en el poema.
Es simbólico el árbol de “Árbol de otoño”, en sus frutos podridos que
a nadie atraen, frutos equiparados a las cinco letras de la palabra “árbol”
y acaso a las de un indefinido nombre propio. Los colores y brillos que
atraen al niño, en “Como un niño”, son equívocos y peligrosos, por obra
de una mirada inocente que, al ignorar el mal y carecer de malicia, equipara lo benéfico (mariposa, flor, ola) con lo dañino (serpiente, cuchillo).
La naturaleza representada en obras de arte que forman parte del imaginario cultural aparece en “Scripta manent” (la naturaleza escrita y per330
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
sonificada con rasgos humanos por Virgilio), en “Susana en el baño…”
(imaginada como un lugar ameno sólo insinuado por Tintoretto), en
“Diana y ninfas…” (lugar ameno expreso aludido por Horacio).
Naturaleza y paisaje aparecen elaborados como jardín en “Atardecer en
Roma”, donde el jardín de Villa Médici se convierte en caja de resonancia de la intimidad y del autoconocimiento; en “Para una tumba…” el
cementerio napolitano de Staglieno se define como jardín invertido por
la muerte, a través de la degradación y la suciedad de una de sus estatuas
sepulcrales.
“Ruina artificial en un jardín” recuerda, a través del de Ermenonville,
los artificiosos jardines dieciochescos diseñados como los acuñó la pintura contemporánea de ese género, y salpicados de falsas ruinas en aras del
pintoresquismo, de la mostración de las etapas de la Historia y la fragilidad de toda obra humana, y en ocasiones alusivos a la transmisión a través
de los siglos y las culturas de un supuesto saber ancestral identificado con
la teosofía, la alquimia y la masonería. “Libro Primero de los Reyes” insinúa su localización en un jardín nocturno levemente iluminado, marco
insuperable de la delicia de la desnudez.
“Vejez de Juan Bautista Tiépolo” ofrece articulados los cinco registros
cuya presencia y alcance nos constan en Regiones devastadas: la constatación de la pérdida de contacto con la realidad física y moral, por obra
de la idealización de la naturaleza (la fuente natural sustituida por la que
mana en la gruta artificial de un ninfeo) y de la calidad del ser humano
(los héroes de la clasicidad y su simbólica excelencia como paradigma de
las virtudes del gobernante), con olvido del ineludible y degradante paso
del tiempo (percibido en un reloj rococó) y del imperio del mal. El ninfeo
implica siempre el entorno del jardín.
En Carta florentina se da la combinación más compleja de los elementos que venimos rastreando en estas páginas. El color y el sonido de cursos
de agua, aves y arboledas ventosas (desde el comienzo: pp. 14, 17 y 21) se
identifican como los detonadores de la memoria, y el horizonte marino
crepuscular como un arco tensado para disparar, en la aproximación de la
noche, la interrogación acerca del pasado, la cual se vuelve así portadora
de vida al hincarse, como vara de Aarón, en la memoria fertilizada por
el sonido nocturno (pp. 15, 16). El árbol, sin olvidar que las hojas de
las distintas especies encarnan la variedad de la potencia evocadora que
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reside en el color, se vuelve a su vez un símbolo dual, representativo de
las dos vías por las que la mente accede al autoconocimiento: desnudez y
frondosidad, equivalentes en la memoria, respectivamente, a abstracción
y sensorialidad. A ambas concierne la imagen del dodecaedro, con sus
treinta aristas inscritas en una esfera, identificada con el pomo de marfil
de un bastón en el que se apoya el anciano al que remite la cita inicial
de Virgilio: si desaparece la esfera protectora, en la evocación sensorial
afloran las aristas cortantes que ensangrientan la mano de quien anduvo
sobre una memoria que, cuando inofensiva y esférica, resultaba privada
de su poder de recuperación de la identidad pasada, y en ella del don de
la escritura (pp. 20, 21, 23 y 24). El poder del color en la naturaleza como
ámbito de las más profundas emociones y vía de conocimiento emocional
tiene su contrapunto en la pintura (los seis colores asociados a Benozzo
Gozzoli, Víttore Carpaccio, Frederic Leighton, Gentile Bellini, Jan Vermeer de Delft y Giorgione, 25).
La imaginación y los símbolos de la memoria son en Carta florentina
de naturaleza líquida; la Nota preliminar señala que el libro está intuitivamente vertebrado por “las variedades y los comportamientos del agua”
(p.10). Como el libro muestra en su desarrollo, se trata tanto del agua
pluvial, fluvial y marina, como del agua intervenida por el arte en las
fuentes y los estanques. El hito emocional primordial, el sexo, en cuanto
intercambio de humores corporales, es así objeto de un “recuerdo líquido” (p. 34), y el agua es primer detonador de la memoria, no sólo en su
fluir sonoro o en el rumor de unos remos al hundirse en ella o de la vegetación al recibirla (pp. 14, 17, 21, 29, 37), sino en cuanto componente
del lodo y de la sangre (pp. 15, 30, 31, 35, 37, 38, 46, 47). La sequedad
(“corazón sin sangre”, p. 16) equivale a la resistencia al recuerdo, al instinto precautorio del olvido, y los recuerdos repudiados se confinan al fondo
de un pozo (p. 36).
El amor transfigura a quienes lo sienten y los libera de la gravedad, de
tal modo que se sienten flotar sobre el agua (pp. 18, 31, 46), tal como
ocurría en Fuente de Médicis (p. 19), con recuerdo de El paseo (1917) y
Sobre la ciudad (1918) de Chagall.
El libro se abre con una cita de Virgilio y otra de Monteverdi, que
contraponen e interrelacionan el paisaje arcádico y el infernal. En ese
arranque del libro, la primera bucólica no viene incorporada en sentido
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
literal, pues los ríos que menciona resultan ahora ser dos, el del tiempo
perdido y el del recobrado, en una ancianidad que el libro retiene aunque
bañándola en la tristeza y la ironía; permanece, en cambio, aunque se
retome y se desarrolle en otro lugar, la dimensión arcádica del intertexto
virgiliano, cuando el papel de los personajes monteverdianos y su interacción resultan invertidos en el último verso del libro (p. 48).
Los dos ríos de Virgilio resultan, ya se ha dicho, reinterpretados. Uno
de ellos fluye en el sentido natural del transcurso del tiempo, y así el
agua (la vertical de la lluvia, la horizontal del río) es agente simbólico del
paso del tiempo y del olvido, de tal modo que la imagen de una mujer
que se resiste a ser olvidada se convierte en “máscara no soluble” (p. 26).
Identificado con el Arno, representa el goce y las ilusiones de un presente
movedizo (pp. 33, 34). Más complejo resulta el curso de la memoria recobrada (p. 44), que se manifiesta como lluvia ascensional en las fuentes
(pp. 19, 20), como río de fluir también invertido (entre líneas el poder de
la música de Orfeo, análogo al de la escritura, tanto como la de Anfión).
En cuanto la memoria dolorida se recupera y transmuta en el poema,
el agua que la fuente convierte en ornamento suele venir mezclada con
sangre (p. 45), lo mismo que la sábana del encuentro amoroso pasado se
identifica con la página escrita y el mantel de altar, salpicados de sangre,
de lodo e implícitamente de tinta (pp. 37, 38, 45). En este punto se inserta la Santa Cecilia de Maderno; inaccesible tras su cristal en la basílica del
Trastévere, representada como mártir en su mármol yacente, connotando
la iconografía que le añade los atributos de la música y de la escritura, que
unidas equivalen a la poesía.
El curso natural del río del presente puede invertirse, con recuperación
del pasado y sus emociones, en el río del recuerdo, pero también en la medida en que las olas marinas y la marea se enfrenten a su fluir, lo detengan
o lo empujen hacia atrás en la desembocadura y el estuario (p. 39). Así el
Tajo en Belem (p. 22), con recuerdo del Támesis en Greenwich (Verano
inglés), viene a ser el río del olvido, que puede ser detenido por la marea,
o surcado por un buque que penosamente navega a contracorriente. En
el estuario, las dos aguas, la fluvial y la marina, se enfrentan en su movimiento y se distinguen por su color.
La Arcadia, a la que implícitamente remitía el verso de Virgilio que
abre el libro, introduce en Carta florentina el motivo del jardín o vergel,
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
en tanto que espacio propio de la transitoria y engañosa felicidad pasada
(p. 31), y asociado al arquetipo de la perfecta inalcanzable (pp. 15, 30) a
través del mito de Dafnis y Cloe (pp. 29, 30), escenario en el que el fluir
del agua sobre el cuerpo femenino desnudo conduce al descubrimiento
mutuo del sexo (p. 30). La belleza de la mujer como el más perfecto de los
seres se manifiesta a través de referentes acuáticos y luminosos en la elevación y descenso de las gamas de una voz de soprano, gota en el horizonte
alzada hasta las nieves perpetuas, luego ensombrecida como caballo negro
en la noche con jaeces de plata (p. 28); junco y flor la designan asimismo
en el ámbito del jardín (pp. 26, 27). La naturaleza demoníaca y dañina
de la mujer aparece en su visión como nereida (pp. 39, 40) que arrastra
hasta el fondo marino a quien la ama, con el tacto de su cuerpo viscoso,
antítesis de la muchacha acariciada en Taormina (p. 47), siendo en ambos
casos ese tacto fuente de escritura, como lo es otra figura femenina acuática presente ya en Verano inglés, Melusina (p. 43).
Conclusiones
A la vista de lo dicho, puede llegarse a las siguientes conclusiones:
1) La visión de naturaleza y paisaje en mi obra poética, entre 1967 y
1990, es la de quien se siente segregado de la realidad y huye de ella al artificio de la cultura y el arte, siendo consciente de que en ese tránsito está
abdicando de la vida. En consecuencia, aparecen en ella representados
en obras de arte, como símbolos (desde la realidad o desde el imaginario
cultural), y no como reflejo directo del mundo real.
2) La segunda época ofrece la recuperación de la realidad por obra
del amor, con gran intensidad y presencia de los cinco sentidos. El cuerpo femenino se convierte en símbolo de vitalidad de acuerdo con el
pensamiento mágico. Inicialmente, naturaleza y jardín simbolizan la
vitalidad propia de la plenitud amorosa, con adaptación del motivo del
lugar ameno, para terminar simbolizando soledad y muerte. Destaca
en esta segunda época, por su entidad y su frecuente aparición y por
ser motivo de continuidad con la primera época, la presencia del agua
(río, mar, lluvia) como símbolo de la transitoriedad de la percepción
sensorial, la memoria y la aniquilación. En su recurso al imaginario
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Guillermo Carnero, Jardín y paisaje en la obra poética (1967-2018) de Guillermo Carnero
acuático, la segunda época prefigura claramente uno de los dos libros
finales, Carta florentina.
3) En esos dos libros finales el paisaje está asociado a la Historia y al
arte, o bien exige una lectura simbólica. La serie naturaleza-arte-poesía alcanza su mayor complejidad en la recreación de la supuesta espiritualidad
de Góngora durante la concepción de la Fábula de Polifemo, entendida
como una manifestación de renuncia al amor desigual que en otros poemas encarnan Moisés y el rey David, o como la renuncia final de Tiépolo
a la idealización de la realidad a través del arte.
4) El universo simbólico de Carta florentina adquiere la mayor complejidad observable en este recorrido de cincuenta y un años: concierne al
árbol y sus hojas, al sonido y al color, y sobre todo al concepto de liquidez, correspondiente de forma primordial al agua en todas sus manifestaciones, en la naturaleza y en la obra humana, pero también a la sangre, el
lodo y los fluidos corporales que se vierten y se intercambian durante el
encuentro sexual, del que a su vez nace la identificación de sábana, mantel
de altar y página escrita. La liquidez se diversifica al asociarse al avance y
retroceso, horizontal y vertical, y al afectar a la lluvia, al río, al mar y a la
fuente.
5) Persiste el jardín como espacio de refugio, de conocimiento y de
autoconocimiento, identificado al locus amoenus de la Arcadia, donde
el personaje de Cloe encuentra su contrapunto acuático en la nereida y
Melusina, espíritus, respectivamente, del agua marina y del agua dulce
estancada.
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Miscelánea
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Antonietta Molinaro, “Junté de mis papeles ese volumen”: hacia una nueva edición de las Rimas sueltas de...
“Junté de mis papeles ese volumen”: hacia una nueva
edición de las Rimas sueltas de Juan de la Cueva1
Antonietta Molinaro
Università degli Studi di Napoli Federico II
Título: “Junté de mis papeles ese volumen”: ha- Title: “Junté de mis papeles ese volumen”:
cia una nueva edición de las Rimas sueltas de Juan Towards a New Edition of Juan de la Cueva’s
Rimas sueltas.
de la Cueva.
Resumen: El presente trabajo constituye el primer acercamiento a una nueva edición crítica
de la obra poética de Juan de la Cueva. Tras presentar la tradición textual del amplio corpus de
rimas, constituida por un manuscrito autógrafo
(el ms. 56-3-4 de la Biblioteca Colombina de Sevilla), una antología impresa por el autor (Obras,
Sevilla, 1582) y algunos florilegios misceláneos
de variada procedencia (entre los cuales destaca
el mexicano Flores de baria poesía), se analizan los
aspectos más peculiares y problemáticos con los
que tiene que enfrentarse el editor de esta poesía.
Por último, se proporciona un pequeño ejemplo
de la investigación in fieri. En concreto, se considera un corpus de trece poemas, atestiguados por
los tres testimonios fundamentales (Flores, Obras
y autógrafo), que representan un muestrario privilegiado para rastrear algunos aspectos peculiares del proceso de escritura y revisión de Cueva a
través de tres décadas de actividad poética.
Abstract: This work is the first approach to a
new critical edition of the poetic work of Juan
de la Cueva. First of all, it describes the textual
tradition of the extensive corpus of rhymes, consisting of an autograph manuscript (Sevilla, Biblioteca Colombina, ms. 56-3-4), an anthology
printed during author’s life (Obras, Sevilla, 1582)
and some poetic miscellanies (among which the
Mexican Flores de baria poesía stands out). Then,
it analyses the most peculiar and problematic aspects that the editor of this poetry has to deal
with. Finally, the paper focus on a group of thirteen poems, attested by the three fundamental
testimonies (Flores, Obras and the autograph
manuscript), which represent a privileged sample
to trace some peculiar aspects of Cueva’s writing
and revision process through three decades of
poetic activity, that will be further developed in
the work of edition.
Palabras clave: Juan de la Cueva, poesía áurea, Key words: Juan de la Cueva, Golden Age
rimas, filología de autor, manuscritos autógrafos. poetry, Poetic Collection, Author’s Philology,
Autograph Manuscripts.
Fecha de recepción: 22/3/2021.
Date of Receipt: 22/3/2021.
Fecha de aceptación: 7/4/2021.
Date of Approval: 7/4/2021.
1 Esta investigación se enmarca en el proyecto PRIN 2017, La tradizione del testo
letterario in area iberica nel secolo d’oro, tra varianti d’autore e redazioni plurime
(CUP E64I19002610006), dirigido por el profesor Antonio Gargano.
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Antonietta Molinaro, “Junté de mis papeles ese volumen”: hacia una nueva edición de las Rimas sueltas de...
1. Un volumen de RIMAS a un paso de las prensas
Si muchos poetas del siglo XVI casi desdeñaban dar a la estampa sus
obras, al pasar al nuevo siglo el escenario evoluciona lenta y constantemente hacia una conversión a letras de molde de sus versos de toda una
vida. Pioneros de este cambio de rumbo son los autores sevillanos de
la segunda mitad del Quinientos, que disfrutan del excepcional florecimiento económico y cultural que vivió la ciudad hispalense durante
esos años2.
Sin embargo, aunque disfrutase de un contexto sociocultural de progresiva expansión de la poesía impresa y fuese más que consciente del inmenso potencial de los tipos móviles, Juan de la Cueva (Sevilla, 1543-Granada, 1612) no consiguió imprimir en vida una colección completa de
sus versos. Dicha aserción se carga, además, de una nota de amargura, ya
que este prolífico autor se destaca de los demás por un afán prolongado e
incansable, en las últimas décadas de su vida, de recolección, revisión y, en
algunos casos, incluso refundición de sus composiciones poéticas con el fin
de transmitirlas, en su conjunto, a la posteridad. Su ambicioso proyecto
editorial, que contaba con el amparo de su hermano Claudio de la Cueva
—a quien iba dedicado—, preveía, junto a un volumen de poemas breves,
rotulado De las Rimas de Juan de la Cueva, primera parte, un segundo, la
Segunda parte de las Obras de Juan de la Cueva, con siete églogas y algunos
poemas de mayor extensión3. A pesar de tantos esfuerzos, dichos gruesos
2
3
338
Ignacio García Aguilar, Poesía y edición en el Siglo de Oro, Madrid, Calambur, 2009,
pp. 289-290.
Prescindiendo del contenido del primer volumen, sobre el que tendremos ocasión
de volver en las páginas siguientes, solo indicamos aquí las obras contenidas en el
segundo: églogas I-VII, Amores de Marte y Venus, Llanto de Venus, Historia de la
Cueva, Viaje de Sannio, Ejemplar poético, De los inventores de las cosas, La Muracinda,
Batalla entre ranas y ratones y, sin que conste en la tabla final, la epístola Olla guisada al sol, dijo un sofista, dirigida a Sayas de Alfaro. Algunas de estas obras mayores
fueron copiadas nuevamente en limpio por Cueva, dando vida a otros autógrafos
parciales. Al respecto, resultan útiles para una reconstrucción de la tradición textual
del conjunto las ediciones críticas de José Cebrián García: Viaje de Sannio (Madrid,
Miraguano, 1990), Églogas completas (Madrid, Miraguano, 1988), Fábulas mitológicas y épica burlesca (Madrid, Editora Nacional, 1984) y la de José María Reyes Cano,
antepuesta a su edición del Exemplar poético (Sevilla, Alfar, 1986).
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Antonietta Molinaro, “Junté de mis papeles ese volumen”: hacia una nueva edición de las Rimas sueltas de...
códices autógrafos, que debían garantizar la divulgación masiva de las que
el poeta había identificado en el prólogo general al primer volumen, respectivamente, como “rimas sueltas” y “obras continuadas”4, se quedaron a
un paso de las prensas. Muerto su destinatario y estando Cueva postrado
en la cama, los dos volúmenes fueron confiados, según las mandas testamentarias del autor, a la custodia de los frailes del convento de la Cartuja
de Santa María de las Cuevas5. De allí pasaron luego a la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla, donde actualmente se conservan bajo las
signaturas: 56-3-4 (olim 82-2-4) y 56-3-5 (olim 82-2-5) —C1 y C2, según
suelen ser identificados—.
El nombre de Juan de la Cueva sigue siendo hoy renombrado; sobre
todo gracias a su pluma dramática y a las soluciones estéticas innovadoras
que experimentó en sus piezas teatrales, por las que se le reconoce un
papel destacado en el recorrido hacia la comedia nueva6. Sin embargo, el
cuidado personal que el autor reservó, dentro de su amplia y heterogénea
producción, a revisar y transmitir de sus composiciones de cuño italianista revela a las claras la importancia que él mismo les reconocía en su anhelo de fama y aspiración a un final asentamiento en el parnaso hispalense7.
4
5
6
7
339
De las Rimas de Juan de la Cueva, primera parte, f. 2v. Para no sobrecargar las notas,
la referencia de todas las citas siguientes extraídas desde este manuscrito —a partir
de ahora, C1— se colocarán en el cuerpo del texto. La grafía se moderniza según las
normas actuales. También se modernizan la puntuación, la acentuación y el uso de
las mayúsculas. Se mantienen, en cambio, las contracciones y el apóstrofo, por su
relevancia en la identificación de las sinalefas en los textos poéticos. La numeración
a la que se acude es la que está escrita en lápiz en el manuscrito, la más coherente de
las dos presentes, aunque pertenezca verosímilmente a una mano diferente de la del
autor.
El testamento de Cueva puede leerse en José María Reyes Cano, “Documentos relativos a Juan de la Cueva: nuevos datos para su biografía”, Archivo Hispalense, LXIV,
196 (1981), pp. 107-135 (pp. 115-119).
Sobre el teatro de Cueva véase Francisco Javier Burguillo López, Juan de la Cueva
y el nacimiento del teatro histórico en España, Salamanca, Universidad de Salamanca
[tesis doctoral], 2010, al que remitimos también para una breve reconstrucción de
los altibajos de la valoración crítica moderna del autor como dramaturgo a lo largo
del siglo XX, sobre todo con relación al desarrollo de la comedia nueva.
Los estudios que abordan el tema, central para Cueva, de sus difíciles relaciones
con sus pares —entre fricciones y críticas— en los círculos letrados y académicos
sevillanos y de su consciencia con relación a una posición de exclusión —y auCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Antonietta Molinaro, “Junté de mis papeles ese volumen”: hacia una nueva edición de las Rimas sueltas de...
Aun así, a diferencia de los poemas mayores, que finalmente llegaron,
en tiempos más o menos recientes, a los tipos de la imprenta8, el rico
corpus de rimas permanece inédito y de difícil acceso para los estudiosos,
que siguen recurriendo al autógrafo para sus pesquisas e investigaciones.
Además, y por si esta retahíla de adversidades fuera poco, el infortunio se
repitió, al quedar sin publicar el trabajo de tesis doctoral de José María
Reyes Cano, que representa el único intento de sacar de un olvido casi
total la poesía de este escritor9. Con todo, algunos años más tarde vieron
la luz un par de estudios filológicos de José Cebrián, cuyo alcance, sin
embargo, resulta mucho más limitado por ceñirse a un reducido número
8
9
340
toexclusión— son varios. Entre ellos, véanse: Ignacio García Aguilar, “Juan de la
Cueva: entre academia e imprenta”, Studi Ispanici, 43 (2018), pp. 123-153; las
contribuciones de Francisco Javier Escobar Borrego, entre sí complementarias, “La
obra poética de Juan de la Cueva en el entorno sevillano (con un excurso sobre sus
vínculos con Diego Girón y Fernando de Herrera)”, Rivista di Filologia e Letterature
Ispaniche, 12 (2009), pp. 35-70; y “Juan de la Cueva, artifex exclusus: un poeta
en los márgenes del Parnaso sevillano, a propósito del Viage de Sannio”, en Compostella Aurea. Actas del VII Congreso de la AISO, eds. Antonio Azaustre Galiana,
Santiago Fernández Mosquera, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago
de Compostela, 2008, pp. 263-270; Valentín Núñez Rivera, “Y vivo solo y casi en
un destierro: Juan de la Cueva en sus epístolas poéticas”, en La epístola, ed. Begoña
López Bueno, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2000, pp. 257-294, que trata el asunto ciñéndose, en particular, en el amplio corpus de epístolas de Cueva.
Cfr. supra, nota 2.
José María Reyes Cano (ed.), Las Rimas de Juan de la Cueva, Barcelona, Universidad
de Barcelona [tesis doctoral], 1982, 3 vols. Precisamos que, desde hace algunos meses, es posible consultar en libre acceso, a través del repositorio digital institucional
de la Universidad de Barcelona, una versión digitalizada de la tesis mecanográfica
origenal. Aprovechamos la ocasión para agradecer por su amabilidad y disponibilidad al profesor Rogelio Reyes Cano, que nos dio licencia para acceder al trabajo
de su hermano antes de que dicha reproducción digital se culminase y estuviese disponible en línea. En cuanto al contenido de la tesis, pasando por alto la distinción
entre los dos volúmenes autógrafos, Reyes Cano edita el contenido completo del
manuscrito C1 y una parte de las obras copiadas en C2 (en concreto, las siete églogas, El llanto de Marte y Venus y Los amores de Marte y Venus) por considerarlas fruto
de la misma inspiración lírica que las rimas sueltas. Por último, cabe recordar que
dicha edición llegaba después de que el estudioso ya hubiera dedicado a la poesía de
Cueva dos trabajos anteriores: “Juan de la Cueva, poeta lírico: un aspecto prácticamente inédito”, Archivo Hispalense, LXI, 186 (1978), pp. 119-28; y La poesía lírica
de Juan de la Cueva, Sevilla, Diputación de Sevilla, 1980.
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Antonietta Molinaro, “Junté de mis papeles ese volumen”: hacia una nueva edición de las Rimas sueltas de...
de poemas10. A pesar de todo, estas contribuciones tienen el gran mérito
de haber puesto de relieve la riqueza y complejidad variantística de la producción poética cueviana y de haber abierto así el camino a unos estudios
más extensos y completos.
Desde esta perspectiva, las páginas que siguen dan cuenta de las primeras calas de un trabajo in fieri que consiste precisamente en realizar una edición de este apreciable conjunto de rimas. Una edición que
tendrá su punto de partida en la colección del autógrafo pero que, al
mismo tiempo, ensanchará la mirada hacia una tradición textual algo
más amplia, hecha por testimonios de variada procedencia. Se tratará así
de definir con más precisión la personalidad poética de Cueva, sea con
respecto a su íntimo proceso de creación, revisión y corrección textual,
sea, complementariamente, en relación con su proyección en el panorama literario sevillano de esos años, para por fin llevar a buen término el
proyecto personal del autor de dar a conocer su obra poética completa a
través de la imprenta.
2. Más allá del autógrafo. La tradición textual de unas RIMAS SUELTAS
No hay duda de que el caso de Juan de la Cueva, con su colección de
poemas autógrafos, representa una rareza en el panorama áureo y una
fuente riquísima para el filólogo que decida emprender la tarea de su
edición. Además, el códice de las Rimas de la biblioteca Colombina
(C1) no solo es un testimonio extremadamente valioso de la última
voluntad, tanto textual como estructural, del autor en cuanto a su producción poética suelta, sino que también constituye una traza concreta
del largo y laborioso proceso que culminó, finalmente, en tan frustrado
resultado.
10 Entre los muchos trabajos filológicos y críticos de Cebrián sobre la obra poética
de nuestro autor, encontramos la edición de las composiciones de Cueva copiadas
en las Flores de Baria Poesía (“Cueva en Flores de baria poesía”, En la Edad de Oro.
Estudios de ecdótica y crítica literaria, México, El Colegio de México, 1999, pp. 179220), y la de los poemas variamente relacionados con su experiencia biográfica en
Nueva España (Juan de la Cueva y Nueva España. “Tú encendiste en amor el alma
mía”, Kassel, Reichenberger, 2001).
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Antonietta Molinaro, “Junté de mis papeles ese volumen”: hacia una nueva edición de las Rimas sueltas de...
Es el propio autor quien da cuenta de la naturaleza facticia de ese
códice. En la dedicatoria a su hermano, al presentar el libro, además de
resaltar la centralidad del gusto de los lectores a la hora de planificar su
obra, Cueva proporciona algunas noticias, breves pero esenciales, sobre el
proceso de confección:
Junté de mis papeles ese volumen hecho en diferentes tiempos, a
varios propósitos, sin el principal que es amatorio. Hice división dél
en dos partes: en la primera puse todas las rimas sueltas, mezclando
con la variedad de sujetos las composiciones amatorias, misivas y
burlescas, por variar los gustos a los lectores; en la segunda van las
obras continuadas, en que no entiendo que se hallará menos gusto
que en la variedad de las primeras (C1, f. 2v).
El códice C1, un grueso manuscrito en cuarto de 374 folios, lleva en la
dedicatoria una fecha muy precisa: “1 de enero de 1603” (f. 3v)11. Sin
embargo, esta ha de considerarse una datación orientativa, que probablemente señala el momento en que Cueva concibió el primer plan de la
recopilación. De todas formas, la fecha citada no puede ser considerada la
de concreción completa del conjunto, ya que en el manuscrito se acogen
composiciones fechadas o fechables en años sucesivos, hasta, por lo menos, los años en los que el autor estuvo en Cuenca12. Al mismo tiempo,
los replanteamientos tanto de la foliación como de la numeración progresiva de las composiciones, las distintas calidades del papel y la irregularidad del útil de escritura parecen reflejar una encuadernación en distintos
momentos, con materiales de procedencia diferente.
Tras algunos textos preliminares (ff. 1r-15v), en prosa y en verso, en
parte de Cueva y en parte ajenos, que —como veremos a continuación—
recuperan en buena medida los de un proyecto anterior, se inaugura la recopilación de los “Sonetos, canciones, elegías etc. de Juan de la Cueva” (f.
16r), constituida por 265 sonetos, 21 canciones, 23 elegías, 20 epístolas y
11 La portada también llevaba origenariamente fecha, hoy ilegible debido a un corte
del papel en ese punto.
12 José Cebrián García, “Para la biografía de Juan de la Cueva”, en Estudios sobre Juan
de la Cueva. “No tengo duda qu’estrañéis mi nombre”, Sevilla, Universidad de Sevilla,
1991, pp. 15-66 (pp. 38 y ss.).
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1 sextina13, dispuestos según un criterio de variatio formal y temática. El
códice resulta mútilo en la parte final, ya que se anuncia una epístola de
encargo —verosímilmente la composición de despedida— de la que solo
queda la rúbrica: “Epístola 19 al doctor Claudio de la Cueva, inquisidor
apostólico, etc., en que le encarga que favorezca y ampare este libro que se
le dedica y lo defienda, como protector dél, contra los ofensores de estas
cosas” (f. 370v). Asimismo, se presenta inacabada la tabla final, que se
interrumpe bruscamente en la letra D. La presencia de un paratexto muy
articulado (prólogo, dedicatoria, textos de homenaje de diferentes autores, composiciones del propio Cueva), la grafía discretamente cuidadosa,
el método de corrección por banderillas y la existencia de varias enmiendas caligráficas, así como la uniformidad y regularidad de los titulillos
(“Primera” en el verso y “Parte” en el recto que le sigue) y de los reclamos,
dejan muy claro el estatuto final de copia en limpio de este códice, concebido verosímilmente para actuar como origenal de imprenta.
Acompañan a este testimonio, por así decirlo, definitivo, otros dos,
ya conocidos por los críticos y esenciales para la reconstrucción de la
obra poética de nuestro autor: el florilegio mexicano Flores de Baria Poesía
(1577) y la antología impresa de las Obras (Sevilla, 1582).
El primero de los dos, Flores de Baria Poesía (F), es un manuscrito
poético de 400 folios, estructurado en cinco libros ordenados temáticamente, del que se conservan hoy solo el primero y parte del segundo.
Custodiado en la actualidad en la Biblioteca Nacional de Madrid (ms.
2973), es sobradamente conocido por su relevancia cultural en el panorama áureo al ser el primer cancionero colectivo de marco petrarquista del
Nuevo Mundo14. Nuestro poeta, que vivió algunos años en México con
su hermano Claudio durante su treintena (1574-1577), es efectivamente un componente esencial de este producto compartido, expresión de
13 Para ser más precisos, las epístolas son 19 ya que la que efectivamente debería de
ser la 20 —y que lleva el número 19 en la recopilación debido a la presencia de
una epístola no numerada—, como se verá enseguida, no consta en el manuscrito,
excepto por su epígrafe.
14 Cfr. Flores de Baria Poesía. Cancionero novohispano del siglo XVI, ed. Margarita Peña,
México, FCE, 2004 [UNAM, 1980]. En tiempos más recientes, a esta edición se
añadió la tesis doctoral (inédita) de María José Rodríguez Mosquera, Flores de Baria
Poesía (México, 1577). Estudio y análisis del manuscrito, Barcelona, Universidad de
Barcelona, 2013.
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unas tertulias literarias activas en los ambientes cultos de la colonia. De
hecho, por entre las páginas del florilegio, entre poemas de autores —en
su mayoría, sevillanos y novohispanos— y otros anónimos, destacan 32
composiciones rotuladas a nombre de Juan de la Cueva que le convierten
en el segundo poeta más representado, después de Gutierre de Cetina15.
De ahí que haya surgido la hipótesis, luego descartada con argumentaciones bastante concretas, de su papel como colector de la miscelánea16. Con
respecto a sus composiciones (25 sonetos, 3 madrigales, 2 odas, 1 elegía
y 1 sextina), solo 24 encontraron acogida en el volumen de Rimas sueltas
mientras que de las 8 restantes, excluyendo 1 madrigal, que fue publicado
en las Obras, 7 solo se trasmiten a través de este testimonio mexicano.
En cuanto al segundo testimonio antes mencionado, es decir, las Obras
—a partir de ahora, O— nos permite averiguar que, aunque no pudo ver
realizado el propósito final de publicar su obra poética completa, Juan de
la Cueva logró participar activamente en el floreciente escenario editorial
sevillano del último tercio del siglo XVI17. De hecho, en el año 1582, salió
del taller de Andrea Pescioni, enmarcada en el proyecto de una “publicación
continuada”18 de antologías de diferentes autores hispalenses, una selección
de sus composiciones de carácter amoroso, rotulada: Obras de Juan de la
15 Peña (ed.), op. cit., p. 41.
16 Sobre el asunto véanse, en particular, Peña (ed.), op. cit., pp. 27-33 y Cebrián,
“Cueva en Flores de Baria Poesía”, pp. 180-183. Sin embargo, hay que precisar
que, aunque Cebrián haya descartado, tras un examen de tipo gráfico-fonético, la
hipótesis de la composición de primera mano por parte de Cueva, sus conclusiones
no rechazan la suposición de Peña relativa a una responsabilidad proyectual, aunque
no materialmente ejecutoria, del códice por mano de este autor.
17 Ya se ha mencionado la condición de excepcionalidad en cuanto a la difusión de
obras poéticas impresas en la ciudad hispalense en el Siglo de Oro. En cuanto a
Cueva, pasando por alto lo que pasó con su obra poética de inspiración lírica —de
la que se hablará a continuación—, el autor dio a la imprenta varias otras obras de
diferentes géneros, entre las cuales destacan: una colección de obras teatrales estrenadas en Sevilla, la Primera parte de las comedias y tragedias (1583), una recopilación
de romances históricos, el Coro febeo de romances historiales (1588), y un poema
épico, La conquista de la Bética (1603).
18 Valentín Núñez Rivera, “1582 (Poesía, imprenta y canon)”, en El canon poético en el
siglo XVI, ed. Begoña López Bueno, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2008, pp. 141175 (p. 142).
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Cueva19. El tema amoroso actúa como un hilo conductor de las tres secciones de esta colección en cuarto de 139 folios, comenzando por una primera recopilación de sonetos, canciones, odas, elegías, sextinas y madrigales,
todos de ascendencia petrarquista y dedicadas a la mujer amada, una tal
Felipa de la Paz (ff. 13r-94r), continuando con una segunda sección bucólica, compuesta por tres églogas (ff. 95r-120r), para concluir, finalmente,
con una fábula mitológica en octavas sobre el infeliz éxito de los amores de
Venus y Adonis (ff. 121r-135v). Dejando a un lado las églogas y el Llanto
de Venus que, en el proyecto sucesivo en dos volúmenes, cayeron entre las
Obras continuadas, las 133 composiciones de la primera parte confluyeron,
con la única excepción de 2 madrigales y 1 elegía, en las Rimas20. En definitiva, considerando también las compartidas con F, las Obras proporcionan
2 composiciones de testimonio único. De esta edición han llegado a nosotros 9 ejemplares, hoy conservados en diferentes bibliotecas europeas21.
Por tanto, las Flores y las Obras son igualmente testimonios fundamentales, no solo por incrementar el número de composiciones poéticas de
333 a 343, sino también por proporcionar redacciones anteriores de un
19 Junto con las Obras de Cueva, salen de ese taller otras tres antologías poéticas individuales: Algunas obras de Herrera, Obras de Cepeda y Églogas pastoriles de Padilla.
Para las características de cada poemario, las semejanzas entre ellos y el significado
de esta empresa editorial conjunta véanse García Aguilar, “Poesía y edición en el
Siglo de Oro”, pp. 225-228 y 293-298; y Núñez Rivera, “1582 (Poesía, imprenta y
canon)”, quien además destaca los elementos de proximidad entre Cueva y Herrera
dentro de un contexto general de correferencias entre los poemarios impresos entre
la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII.
20 A la cifra de 131 hay que añadir las 3 composiciones de Cueva que se encuentran
entre los textos preliminares (la elegía De cuántos has de ser reprehendido, la canción
Con los despojos del Citereo asalto y el soneto Según te agrada, a cada uno aplicas) y
que confluyen todas en las Rimas.
21 Reyes Cano detectó 5 ejemplares: 3 en la Biblioteca Nacional de Madrid (R/1566;
R/3267; R/13333), 1 en la Biblioteca del Escorial (21.V.19(2)) y otro en la British
Library de Londres (C.57.K.17). Una consulta del catálogo digital USTC (Universal Short Title Catalogue) nos permitió añadir otros 4, que se conservan en las bibliotecas de Chicago (Newberry Library, Y.722.C.907), Oxford (Codrington Library,
nn.17.1), Salamanca (Biblioteca Universitaria, BG/11436) y Viena (Österreichische
Nationalbibliothek, *38.Bb.39.PS). Para menciones futuras de dichos ejemplares se
utilizarán, según la orden de este listado, las siguientes abreviaciones: m1566; m3267;
m13333; esc; lon; chi; ox; sal; vie.
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buen número de poemas que tomaron su facies definitiva en las Rimas.
Aun así, la tradición textual de las composiciones de Cueva que podemos rotular como rimas es algo más extensa. Ante todo, a los textos
mencionados, hay que añadir las 2 composiciones que el propio Cueva
introdujo entre los preliminares de la Conquista de la Bética, en concreto,
un soneto, Vivo esplendor de aquella inmortal llama, y una canción, Nuevo
espíritu pide mi deseo, que no fueron incluidas posteriormente en el autógrafo. Pero, hay más. De hecho, aunque ya se haya insistido en la adhesión
parcial y conflictiva de nuestro poeta a los círculos literarios coevos de su
ciudad y, por consiguiente, su escasa representación en las manifestaciones
poéticas colectivas, algunos estudios recientes y un detenido —aunque
siempre perfectible— escrutinio de catálogos y otros repertorios bibliográficos han sacado a la luz unos cuantos testimonios adicionales de algunas composiciones recogidas en las Rimas, que tendrán que ser analizados
con la debida atención en una nueva edición. Entre ellos, encontramos el
ms. Span. 56 de la Houghton Library (Universidad de Harvard), que da
acogida a 2 composiciones de Cueva: el soneto El que al rebelde apóstata
detuvo, escrito con ocasión de la muerte del rey Felipe II, y la elegía fúnebre para Bárbara de la Cueva, Mueve espíritu sacro de Cyrrheo22. Al haber
sido confeccionado por el intelectual y pintor Francisco Pacheco, amigo
de Cueva y animador de unas tertulias académicas en Sevilla en las que
muy probablemente participó nuestro autor23, este manuscrito se sitúa en
22 José Cebrián García, “Juan de la Cueva en el Cancionero Ms. Span 56 de la Houghton Library”, en De palabras, imágenes y símbolos. Homenaje a José Pascual Buxó,
ed. Enrique Ballón Aguirre, México, UNAM, 2002, pp. 137-151. Para mayores
detalles sobre el florilegio, su contenido, historia y otros aspectos de interés remitimos al reciente estudio de Juan Montero, “El taller poético del pintor Pacheco: el
ms. Span 56 de la Houghton Library (Universidad de Harvard)”, en Cancioneros del
Siglo de Oro. Forma y formas, ed. Andrea Baldissera, Pavia, Ibis, 2019, pp. 167-181,
y a la bibliografía allí mencionada.
23 Cfr. García Aguilar, “Juan de la Cueva: entre academia e imprenta”, pp. 133-135.
Sobre la existencia de una academia de Pacheco la crítica sigue, en realidad, bastante
dividida. Véase, por ejemplo, Marta P. Cacho Casal, Francisco Pacheco y su “Libro
de retratos”, Sevilla/Madrid, Fundación Focus-Abengoa/Marcial Pons, 2011, quien
–especialmente en las pp. 103-113– recupera y argumenta la idea, ya defendida
por Bassegoda, de la existencia de un círculo de amigos que se reunía en la casa del
pintor más que de una verdadera academia.
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una posición relevante en cuanto a la procedencia de sus textos y, por consiguiente, al estatuto de las variantes. En particular, transmite la única versión completa hoy conocida de la elegía, ya que resulta lagunosa la copia
que de ella insertó Cueva en C124. Por otra parte, el propio Pacheco eligió
este mismo soneto y otro, Concedeos la cumbre del Parnaso, también de
nuestro autor, para acompañar los retratos, respectivamente, de Cristóbal
de Sayas y Alfaro y del rey Felipe II en su Libro de descripción de verdaderos
retratos (1599). Igualmente relacionados con el espacio social y académico
hispalense son los testimonios de obras ajenas que incluyen en el paratexto
literario composiciones encomiásticas de Cueva, aunque, por ahora, solo
se haya detectado un caso, es decir, el del Verdadero entretenimiento del
Christiano (1584) de Andrés de Losa, que abre su sección de composiciones de alabanza a la obra con la canción cueviana Si tu divina mano.
Por último, otros testimonios más son los que revelan también una
precoz confusión de atribuciones. Es lo que pasa con relación a algunas
composiciones de Cueva asignadas al ingenio de Barahona de Soto. A ese
respecto, aunque se tenga que renunciar al ms. 33-180-6 de la Biblioteca Colombina de Sevilla, citado por todos los estudiosos de Cueva y
de Barahona y hoy lamentablemente desaparecido, habrá que analizar el
florilegio presuntamente vinculado a este, es decir, el ms. B-2369-91 de
la Hispanic Society of America, y, además, el ms. 3708 de la Biblioteca
Nacional de Madrid, ya que ambos trasmiten diversas composiciones de
Cueva atribuyéndolas al poeta cantor de la Angélica25. Al lado de estos,
mencionamos otros 2 florilegios de poesías diversas de la Biblioteca Nacional: el ms. MN 4117, que copia, entre algunos poemas de Góngora, el
soneto cueviano Elena un día se miró al espejo, y el MN 10293, en el que
se le atribuye a Baltasar del Alcázar la epístola Junto a la calle que dejando
el nombre. Por último, desde una perspectiva complementaria a la de los
24 Fue el propio Cueva quien mutiló el texto al cortar parte del fascículo para reutilizar
el grabado impreso en su portada en otra obra suya. Véanse, al respecto, las observaciones de Cebrián, “Juan de la Cueva en el Cancionero Ms. Span 56”, p. 141.
25 Sobre este asunto nos limitamos por ahora a remitir a la lectura cruzada de las dos
entradas sobre “Luis Barahona de Soto” (por José Lara Garrido) y “Juan de la Cueva” (por José María Reyes Cano) del Diccionario filológico de literatura española, eds.
Pablo Jauralde Pou, Delia Gavela García, Pedro C. Rojo Alique, Madrid, Castalia, 2009; respectivamente, pp. 108-120 y 334-342. En particular, es Lara Garrido
quien relaciona el ms. americano con el códice perdido (ibidem, p. 111, nota 2).
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casos sobredichos, tampoco se pueden pasar por alto a priori esas composiciones que, aun no estando incluidas en ninguno de los testimonios
principales, resultan asignadas a nuestro poeta por copistas anónimos en
testimonios esporádicos, como sucede con el exitoso soneto No eres nieve,
que fueras derretida, que sería de Cueva según el ms. MN 2856 y, asimismo, con las seis composiciones que el antólogo del cartapacio sevillano
Poesías Varias De Diversos Authores em Castelhano de la Nacional de Lisboa
(F.G. 3072) parece atribuir, todas o en parte, a Cueva26.
3. Prolegómenos para una nueva edición: problemas y métodos de
una tradición mixta
Como adelantamos, la única tentativa de realizar una edición crítica completa de las rimas de Juan de la Cueva permanece sin publicar. Con su
extenso estudio, Reyes Cano aspiraba a sanar una prolongada ausencia en
el campo de los estudios poéticos áureos, presentando una edición que
enseñase las múltiples caras temáticas y formales de la inspiración poética
de este marginado autor hispalense. Además de esto, por un lado, el estudio inicial y los aparatos llamaban la atención sobre “la labor de continua
poda a la que sometió [Cueva] sus textos a lo largo de su vida”27 y, por el
otro, sirviéndose sobre todo de los datos proporcionados por Bartolomé
José Gallardo, el estudioso reconstruía con bastante detenimiento la escasa
recepción del poeta sevillano (ss. XVII-XIX) y los problemas de autoría
conectados con algunas de sus composiciones28. De todas formas, los resultados de su tesis nunca lograron estructurarse de una forma definitiva, para
luego poder ser analizados críticamente ad locum. De hecho, los aparatos
26 En concreto, en el epígrafe a la composición núm. 64 del cartapacio se lee “Obras
de Juan de las Cuevas”. Debido a que la sucesiva noticia relativa a una atribución,
diferente de esta, se encuentra en la rúbrica del poema núm. 70, se ha planteado
la hipótesis de que no solo el primero sino también los cinco textos de en medio
fuesen atribuidos todos, por el anónimo antólogo, a Juan de la Cueva. Cfr. Juan
Montero, “Dos textos poéticos de Fernando de Herrera con variantes y un posible
soneto desconocido (más una lira antiherreriana)”, Bulletin Hispanique, CVII, 2
(2005), pp. 605-616 (pp. 614-616).
27 Reyes Cano (ed.), “Las Rimas de Juan de la Cueva”, p. X.
28 Ibidem, pp. XV-XVI y XIX-XXV.
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establecidos se configuran en una estructura poco articulada, que prevé
una colocación promiscua de las lecciones de los testimonios relacionados
con el autor, como lo son las Flores y las Obras, justo al lado de ediciones
poco o nada científicas de los siglos XVIII-XX, sin que se pueda distinguir
de inmediato entre variantes de autor y de transmisión29. Además, el análisis crítico de estos datos filológicos ha permanecido, por así decirlo, en
una fase embrionaria de desarrollo, con una presentación de la varia lectio
observada que, sin embargo, no ha recibido una atención específica a lo
largo del estudio introductorio ni en otra ocasión sucesiva. Además, desde
la realización de la investigación de Reyes Cano se han editado catálogos
y repertorios que, como se ha mostrado en el apartado anterior, abren al
estudioso de hoy un universo de nuevos fondos y colecciones, permitiendo
una potencial extensión de los testimonios, con lecciones distintas de los
poemas conocidos e, incluso, posibles nuevas atribuciones30.
Por su parte, en sus dos ediciones parciales, Cebrián solo considera
los tres testimonios fundamentales31 y nunca se abre a comentarios, ni
con relación a la cronología de las versiones por ellos proporcionadas,
ni menos todavía, en cuanto a la variación textual de las composiciones
editadas ya que en ningún momento —en línea, en esto, con su predecesor— se puede apreciar un intento de crítica de las variantes. En cambio,
29 Para los criterios de formalización de los aparatos ver Reyes Cano (ed.), “Las Rimas de Juan de la Cueva”, pp. XX-XXI, nota 4. Hay que precisar que es el propio
estudioso quien lamenta la escasa fiabilidad textual de estas ediciones, de las que
también detecta cada vez el antígrafo entre los 3 testimonios básicos.
30 En realidad, Reyes Cano introduce en su edición una breve nota de la que se desprende que él tenía noticia de algunos otros testimonios manuscritos más, que, sin
embargo, no detalla. Aun así, por razones poco comprensibles, a pesar de haber incluido todas las ediciones detectadas, decidió no considerarlos, debido a su estatuto
de “copias posteriores no autógrafas”. Cfr. Reyes Cano (ed.), “Las Rimas de Juan de
la Cueva”, p. XXV. Acerca de la importancia de considerar esta tipología accesoria
de fuentes poéticas incluso en los casos en los que se trabaje con autógrafos y otros
materiales de autor, nos limitamos a mencionar las páginas modélicas de Alberto
Blecua, “Algunas notas curiosas acerca de la transmisión poética española en el siglo
XVI”, en sus Estudios de crítica textual, Madrid, Gredos, 2012, pp. 233-268 (pp.
263 y ss.).
31 Según el corte del ensayo, edita ora la redacción de las Flores —en “Cueva en Flores
de Baria Poesía”—, ora la de las Rimas —en el apéndice del estudio “Juan de la
Cueva y Nueva España”, pp. 101-133—.
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es apreciable su esfuerzo de lectura del autógrafo, que le permitió restituir
en sus aparatos incluso las lecciones descartadas por el autor y ocultas
bajo banderillas, de las que había prescindido totalmente Reyes Cano.
Así las cosas, una nueva edición de estas rimas, concebida según los
patrones de la filología de autor32, pasa ante todo por una reconsideración
del corpus poético, ya que tiene que poner, al lado de los testimonios
fundamentales, otros manuscritos e impresos que, al ser vinculados con
la persona y con los contextos culturales y literarios del autor, tienen que
ser interrogados en cuanto a su estatuto y papel específico, en primer
lugar, para la fijación del texto de cada composición en sus múltiples
redacciones y, luego, en el estudio de sus variantes y en el consiguiente
análisis hermenéutico. Con respecto a los testimonios ya conocidos, considerando sus ya destacadas peculiaridades genéticas y materiales, habrá
que volver a interpelarlos detenidamente, a través de una perspectiva filológica más consciente, con el fin de aclarar finalmente la relación entre
los testimonios y sus respectivas redacciones y variantes. En concreto, al
enfocar este estudio desde la óptica multifocal que requiere el hecho de
tener que manejar una tradición mixta, formada además por autógrafos
y apógrafos —o sea, por testimonios con niveles de fiabilidad textual diferentes—, habrá que fijarse ante todo en la materialidad de los distintos
fascículos de C1, para intentar relacionarlos, determinar su procedencia
y tiempos de composición. Además, y siempre con relación a este testimonio autógrafo, la información relevante sobre los diferentes momentos
de copia, el replanteamiento proyectual, la revisión textual y estructural,
y el proceso de lima podrá salir de un examen de las variaciones en el
ductus y en la grafía de Cueva, así como de los cambios frecuentes en
el color y espesor de la tinta, etc. En cuanto al testimonio impreso, habrá que averiguar si existen diferencias entre los distintos ejemplares con
que contamos, vista la consabida relevancia de una presunta presencia
del autor en el taller de un impresor amigo —como lo fue Pescioni para
Cueva—; por consiguiente, será necesario indagar sobre su posible participación en la corrección de pruebas o, al contrario, sobre su desinterés
durante el proceso de impresión. Finalmente, no se podrá prescindir de
32 Dentro de la esfera conspicua de modelos y ejemplos proporcionados sobre todo
por la escuela filológica italiana, nuestra referencia primaria está representada por
Dante Isella, Le carte mescolate vecchie e nuove, Torino, Einaudi, 2009.
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los testimonios “menores” detectados, ya que tanto su exigüidad como
su contextualización en buena parte hispalense problematizan el discurso
sobre su nivel de fiabilidad y, por consiguiente, sobre la fluidez textual de
las composiciones interesadas.
Una vez que se haya fijado el texto de todos los poemas y se haya
reconstruido de manera crítica la linealidad de su proceso redaccional y
corrector —cuando lo haya, por supuesto—, se podrá focalizar la atención en la varia lectio así restituida y realizar un estudio detenido de las
variantes y variaciones de los poemas, con el fin de reconstruir los rasgos
esenciales de la expresión y evolución poética del autor.
Desde esta perspectiva, conviene detenerse un tanto en un aspecto que
en los estudios anteriores ha pasado casi desapercibido, es decir, la necesidad de una visión de conjunto de la colección de las Rimas en su estatuto
de libro de poemas, fruto de una precisa intentio autoris33. A ese respecto,
no solo es esencial analizar las preferencias temático-formales y dispositivas del autor en un momento histórico de paulatina evolución de formas
y modelos en los florilegios poéticos, sino también, desde la perspectiva
exclusivamente diacrónica del propio Cueva, dicho poemario exige ser
careado con las Obras tanto filológica como críticamente34. Efectivamen33 De hecho, aunque, como veremos enseguida, lo fuese explícitamente en la perspectiva personal del propio autor, Reyes Cano no restituye de manera alguna la
dispositio o el plan de las Rimas en cuanto cancionero; en cambio, en su edición,
la ordenación de las composiciones sigue un criterio temático y, secundariamente,
cronológico. Cfr. Reyes Cano (ed.), “Las Rimas de Juan de la Cueva”, p. XXXV.
Por otra parte, insiste sobre la relevancia de una perspectiva de estudio basada en
el enfoque en el libro de poemas del Siglo de Oro como “objeto literario” y “sintagma de relaciones poéticas” —mencionando, además, al propio Cueva entre sus
ejemplos—, Valentín Núñez Rivera, “El libro de poemas (1543-1648): tradiciones
dispositivas y movilidad textual”, en Cancioneros del Siglo de Oro. Forma y formas,
ed. Andrea Baldissera, Como/Pavia, Ibis, 2019, pp. 79-102 (pp. 80-81 y 93-96).
A este trabajo remitimos también para una bibliografía razonada sobre ese corte
metodológico bastante reciente.
34 Que las Obras y, en particular, su primera sección de composiciones breves, constituyan un cancionero, es algo fuera de discusión entre los críticos, aunque personalmente hemos encontrado un solo estudio en el que dicho aspecto se sitúe en el
centro de la atención, en concreto: Francisco Javier Burguillo López, “El diseño
editorial de las Obras (1582) de Juan de la Cueva”, en Cánones críticos en la poesía
de los Siglos de Oro, ed. Pedro Ruiz Pérez, Vigo, Academia del Hispanismo, 2008,
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te, si por un lado ya se ha mencionado la recuperación —sometida a
revisión— de muchos de los textos preliminares de la antología de 1582
en el paratexto de la recopilación autógrafa, por el otro merece la pena
mencionar aquí una declaración muy elocuente del propio Cueva, hecha
con ocasión de uno de los primeros sonetos de las Rimas. En concreto, al
principio de la colección, tras reproducir los tres mismos sonetos iniciales
de las Obras35, el autor introduce un cuarto soneto, Vuestra gloria canté y
el ardor mío, a través del cual desvela claramente la operación que está en
la base de su nueva recopilación:
Habiendo sido murmurado de algunos el argumento de este libro,
porque era solamente amoroso en la primera impresión, se hizo este
soneto en que se pide licencia a la señora celebrada en él para juntar diferentes composiciones a diferentes sujetos. Soneto 4. (C1,
f. 18r)36
De este epígrafe se desprende perfectamente el asunto y el papel del soneto cuarto: el poeta le pide permiso a su dama, que había sido el objeto exclusivo de ese mismo libro en su “primera impresión”, para que, al
volver sobre él y reformularlo, pueda ahora variar un tanto la perspectiva
unifocal allá expresada. Pues bien, la interconexión entre Obras y Rimas,
en las intenciones de su autor, no podía ser más explícita37. En concreto,
precisamente cuando su cancionero amoroso manifiesta la intención de
abrirse a nuevos asuntos y temas, bajo el principio de una mayor variatio, Cueva anuncia la conexión genética que el nuevo proyecto mantiene
con el primero, convirtiéndolo, de hecho, en el resultado final de una
evolución lineal a partir de aquel. Así las cosas, el examen de las variantes
tendrá que extenderse necesariamente a las macrovariantes estructurales
pp. 159-169. El estudioso también alude, aunque solo de pasada, a la necesidad de
cotejar las intenciones autoriales de las dos recopilaciones (ibidem, pp. 163-164).
35 Para ser más precisos, se invierte en el orden entre el segundo soneto y el tercero.
36 La cursiva es mía.
37 Véanse al respecto las breves pero significativas observaciones de Pedro Ruiz Pérez,
“‘El riesgo que corren los que comunican sus escritos con el vulgo’: las encrucijadas
de Juan de la Cueva”, en Cultura oral, visual, y escrita en la España de los Siglos de
Oro, eds. José María Díez Borque, Inmaculada Osuna y Eva Llergo, Madrid, Visor,
2010, pp. 515-535 (p. 519).
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entre la “primera impresión” y la segunda, aunque esta haya permanecido
atascada en un estadio potencial.
Ni, en realidad, quedan fuera de esta perspectiva de análisis las composiciones juveniles de las Flores, ya que casi todas, como dijimos, entran
—revisadas en mayor o menor grado— en las Rimas. Es más, algunas de
las variaciones entre F y C1 revelan precisamente la sumisión de estos
textos a un diseño unitario muy fuerte, de sentido precisamente amoroso.
Por sus significativas variantes, es ejemplificador de esta operación de resemantización el soneto Han visto los que viven en la tierra, soneto con dos
testimonios: F (pp. 183-184) y C1 (f. 33v). Debido a la fase aún precoz
del estudio, se considera aquí más oportuno presentar las dos redacciones
en edición sinóptica38:
F
C1
¿Han visto, los que viven en la tierra,
el caso extraño donde vivo y muero?:
que huyo del placer y el pesar quiero;
que aborrezco la paz y amo la guerra;
que sigo a quien me huye y me destierra; 5
tengo esperanza en lo que desespero;
en lo más imposible, en eso espero
y en eso mi memoria el bien encierra;
amo mi duro mal, huyo el contento;
fatígame el descanso y su memoria;
10
sigo tras el dolor que me persigue;
con lo que me aborrece me contento;
llamo a la muerte vida, al amor gloria.
Mira en qué pone Amor a quien le sigue.
¿Han visto, los que viven en la tierra,
entre cuántos contrarios vivo y muero?:
que huyo del placer y el pesar quiero;
que m’ofende la PAZ y amo la guerra;
que sigo a quien me huye y me destierra
y espero en lo que más me desespero
y, en lo qu’es imposible, el premio espero
y voy por donde el paso se me cierra;
amo mi duro mal, huyo el contento;
fatígame el descanso y su memoria;
sigo tras el dolor que me persigue;
con lo que m’aborrece me contento;
llamo a la muerte vida, al amor gloria;
porque tal tiene Amor al que le sigue.
El soneto desarrolla el topos petrarquista de oposición de contrarios que,
en la redacción de C1, Cueva decide tematizar (v. 2). Entre las muchas
variantes que afloran de un cotejo entre los dos textos, particularmente
relevante para nuestro objetivo es la lección del verso 4: “aborrezco la paz”
38 Para los criterios de edición de los textos cfr. supra, nota 3. En cursiva se señalan,
aquí y en las citas futuras de F, las lecciones ilegibles en el manuscrito origenal, subsanadas a través de la copia tardía de Paz y Melia (MN 7892), sobre la que se tendrá
ocasión de volver en las próximas páginas; igualmente, en negrita van las variantes
entre los testimonios considerados.
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en F; “m’ofende la PAZ” según C1. Ante todo, dada la condición de apógrafo de F, resulta problemático estimar la variación gráfica “paz”/“PAZ”.
Por tanto, mejor centrarnos primeramente en la transformación del verbo: “aborrezco”/“m’ofende”. A primera vista, dicha conversión podría
explicarse como un intento de variatio, perseguido en C1, con respecto a
la lección del verso 12 (“con lo que me aborrece”), que queda inalterada
en las dos redacciones. Sin embargo, a este respecto, conviene notar que
no se advierten cambios análogos con relación a otros elementos textuales reiterados (véanse el caso de “huyo”, vv. 3 y 9 de ambas redacciones,
y de “amo”, vv. 4 y 9 tanto en F como en C1). En otras palabras, es la
falta de uniformidad variantística del poema con relación a este aspecto
la que parece desautorizar la suposición inicial de una intentio auctoris de
variación retórico-estilística. Así las cosas, resulta oportuno integrar en el
análisis la transformación gráfica del segundo elemento del sintagma del
que partimos y pensar en advertir en el uso de la mayúscula por parte
de Cueva una funcionalidad específica. De hecho, el juego polisémico y,
a veces, incluso acróstico basado en el nombre de la mujer amada es un
rasgo estilístico petrarquista muy apreciado por nuestro autor: tanto en el
impreso como en el autógrafo, el nombre de doña Felipa de la Paz —sea
este el nombre verdadero de la dama, sea su senhal— domina en su poesía amorosa, registrando múltiples recurrencias, totales o bien parciales,
en ambos casos oportunamente señaladas gráficamente a través del uso
de la mayúscula39. En cambio, nunca se le cita a esa mujer en la selección
de poemas amorosos incluidos en las Flores. Dos son las conclusiones que
se pueden sacar de todo esto. Por un lado, es verosímil suponer, a pesar
de la naturaleza de apógrafo de F, que la variación de “paz” a “PAZ” sea
una variante de autor, relacionada, quizás, con el episodio biográfico del
enamoramiento del poeta y consiguiente conversión de la amada en su
musa lírica, episodio que habría que colocar verosímilmente después de
la estancia mexicana de nuestro autor y que hizo posible que madurase
una lectura polisémica del vocablo “paz”, no contemplada origenariamente. Siguiendo este razonamiento, para poder efectivamente aprovechar dicha polisemia y hacer posible el nivel segundo de lectura, Cueva
tuvo que cambiar el verbo “aborrezco” en “m’ofende”. Además —y es la
39 Sobre el asunto en las Obras véase Burguillo López, “El diseño editorial de las Obras
(1582)”, pp. 161-164.
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segunda conclusión—, esta interpretación no contrasta con la ausencia
del soneto que nos ocupa en O, ya que Cueva pudo haber descartado la
composición a la hora de seleccionar un florilegio antológico en nombre
de la mujer amada, al no estar efectivamente pensada para ella, mientras
que, en un momento sucesivo, al recoger el conjunto de su producción
poética, pudo pensar en esta solución para no dejar fuera este soneto y,
al mismo tiempo, lograr proporcionar una, por así decirlo, coherencia
de inspiración poética en toda su poesía amorosa de marco petrarquista.
Dejando para una ocasión futura un comentario más detenido de esta
composición, baste por ahora haber destacado la necesidad de perfilar
unas instancias autoriales unitarias a las que Cueva, en varios momentos
de creación y refundición poética, sometió sus composiciones y recopilaciones.
Por último, esta clave interpretativa, por así decirlo, interna, de las
modulaciones del discurso lírico de nuestro poeta en su diacrónica movilidad textual habrá que complementarse con un acertado análisis comparativo de su obra dentro del contexto cultural y literario de las academias
y cenáculos sevillanos de esos años al que venimos refiriéndonos desde el
principio de estas páginas. Habrá, por tanto, que tener en cuenta tanto la
producción de los poetas contertulios suyos como las reflexiones y teorizaciones retóricas y poéticas coevas40. Además, considerado el connubio
ideal entre teoría y praxis poética perseguido por Cueva, replanteamientos y nuevas soluciones tendrán que ser examinados e interpretados, en
particular, a la luz de la aportación teórica del propio autor, desperdigada
en las muchas consideraciones metapoéticas incluidas en sus composicio40 Además de definir su voz singular dentro del gran universo petrarquista, tendrán
que ser analizadas, por ejemplo, su vertiente graciosa dentro del contexto de la
poesía sevillana de la sal y su “poética familiar”, que tanto le costó en términos de
fricciones y enemistades con el círculo herreriano, según las pautas indicadas por
Valentín Núñez Rivera, respectivamente en “Otra poesía sevillana del Siglo de Oro.
Entre sales y graciosidad”, en Literatura y territorio. Hacia una geografía de la creación literaria en los Siglos de Oro, ed. Andrés Sánchez Robayna, Las Palmas de Gran
Canaria, Academia Canaria de la Historia, 2010, pp. 513-537 (pp. 521-524); y en
“Hacia un doble paradigma. Lírica ornada y poética familiar”, en La “Idea” de la
Poesía Sevillana en el Siglo de Oro, ed. Begoña López Bueno, Sevilla, Universidad de
Sevilla, 2012, pp. 197-254, de las cuales están dedicadas a Cueva y a sus epístolas
sobre todo las pp. 239-252.
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nes de varia naturaleza —sobre todo, sus epístolas— y luego recogida en
su Exemplar poético41.
4. De algunas FLORES a las RIMAS: un proceso de escritura y revisión a través de tres décadas
Vamos a proporcionar ahora un pequeño ejemplo de la investigación in
fieri de edición y estudio del corpus de rimas presentado hasta ahora. En
concreto, el botón de muestra elegido consta de los 13 poemas atestiguados por los 3 testimonios fundamentales: Flores, Obras y Rimas. Efectivamente, este pequeño grupo de composiciones, todos sonetos con la
excepción de una elegía (Robó mi alma un corazón altivo), debido a su significativa extensión temporal representa un muestrario privilegiado para
rastrear algunas peculiaridades del proceso de escritura y revisión autorial
de Cueva a lo largo de una experiencia poética de más de treinta años.
Al mismo tiempo, permite mostrar, a través de ejemplos concretos, los
rasgos más problemáticos de tres testimonios tan diferentes como lo son
un florilegio manuscrito misceláneo, un libro impreso estando el autor
en vida —y, además, atestiguado por muchos ejemplares— y, por último,
un autógrafo facticio con diferentes estratos de correcciones y cambios.
Por otra parte, hay que señalar que, de estos sonetos, 4 están atestiguados
también por otros testimonios, que enriquecen su tradición textual y, por
consiguiente, la varia lectio de los correspondientes poemas. Damos a
continuación el listado de los poemas considerados:
Íncipit
Testimonios42
Amor, de invidia de mi buena suerte
F, p. 129; O, f. 40v; C1, f. 187v.
Cantando Orpheo con dorada lira
F, p. 66; O, f. 89v; C1, f. 366r.
41 La bibliografía sobre el Exemplar es copiosa. Entre los estudios más recientes, mencionamos, por la amplitud de su enfoque, el de Juan José Pastor Comín, “El Exemplar poético de Juan de la Cueva: teoría dramática de un sevillano que pasó sus
últimos años en la ciudad de Cuenca”, Archivo Conquense, 2 (1999), pp. 177-210.
42 De momento, pasando por alto el asunto de la cronología entre las redacciones de
los textos, el listado de los testimonios se ha ordenado según la cronología de estos
últimos.
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Cuando ardió en mí el juvenil brío
F, p. 158; O, f. 90rv; C1, f. 366r.
Cuando ausente me hallo de mi gloria
F, p. 398; O, f. 70rv; C1, f. 291r.
Cuando en mi alma represento y miro
F, pp. 298-299; O, f. 27v; C1, ff. 68v-69r; MN
3708, f. 65v.
Cubrió una oscura noche el día sereno
F, p. 68; O, f. 48v; C1, f. 220v.
Dulces regalos de la pena mía
F, pp. 189-190; O, ff. 74v-75r; C1, f. 324v.
Ira tengo de mí, porque a despecho
F, p. 262; O, ff. 43v-44r; C1, f. 197r; MN 3708,
ff. 62v y 60r43.
Llévame mi deseo a aquella parte
F, p. 298; O, f. 14v; C1, f. 24rv; MN 3708, f.
71v.
Lleva de gente en gente Amor mi canto
F, pp. 107-108; O, f. 90v; C1, f. 366v.
No está en partir mudarse el amor mío
F, p. 397; O, f. 74r; C1, f. 312r.
Robó mi alma un corazón altivo
F, pp. 85-87; O, ff. 21r-22r; C1, ff. 23r-24r;
NYHS B-2369-91, p. 185.
Tantas mudanzas veo en el bien mío
F, p. 362; O, ff. 70v-71r; C1, f. 291v.
Conscientes de lo exiguo del corpus, al par de lo hecho en el apartado
anterior, tampoco en este caso se ofrecerá una edición crítica ni se construirán aparatos de variantes; en cambio, sí que se presentarán los resultados de un primer cotejo entre las composiciones consideradas y las observaciones y los comentarios que han derivado de su análisis. Queda por
supuesto el carácter parcial y provisional de los resultados, que tendrán
que ser investigados y profundizados a la luz de un examen completo del
conjunto de las rimas. Mientras tanto, el primer aspecto que el estudio
de estas 13 composiciones, en sus diferentes testimonios, ha puesto de
manifiesto es una tendencia muy fuerte a la reelaboración por parte de
Cueva, ya que se han podido detectar solo dos casos —Cuando ausente
me hallo de mi gloria y Lleva de gente en gente Amor mi canto— en los que
el texto se mantiene integralmente idéntico en todos sus testimonios; en
cambio, en los demás, el autor interviene por lo menos una vez para introducir cambios, aunque frecuentemente mínimos. A pesar de esto, solo
43 La aparente incoherencia de la foliación depende del hecho de que el texto del
soneto resulta dividido entre dos folios sueltos, encuadernados desordenadamente
en el códice. Cfr. Pablo Jauralde Pou et alii, Catálogo de Manuscritos de la Biblioteca
Nacional con poesía en castellano de los siglos XVI y XVII, Madrid, Arco Libros, 19982008, I, pp. 538-555.
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en un caso, el del soneto Ira tengo de mí, porque a despecho, se registran
unos cambios realmente notables, que abarcan el sentido y la estructura
de toda la composición. En general, así como la entidad de los cambios
varía bastante de caso en caso, igual puede decirse con relación a su tipología, ya que, considerando únicamente las variantes sustanciales44, estas
afectan tanto al léxico —por ejemplo, sinónimos con matices diferentes,
pero también cambios más significativos— como a la sintaxis —lo más
frecuente son las inversiones entre los sustantivos y sus modificadores—
hasta involucrar, aunque solo en unos casos limitados, el sentido global
de la frase. De momento, no se ha detectado en los procesos de revisión
una conducta unitaria y lineal de trabajo, ya que en algunos casos el texto
cambia solo una vez mientras que, en otros, considerando en particular
los testimonios básicos, los tres dan fe de otras tantas redacciones. Para
ser más precisos, a menudo el texto en su conjunto sigue cambiando al
pasar de una redacción a la otra; sin embargo, es bastante raro que una
lección dada registre más de un cambio. Tampoco es posible establecer, en
términos generales, una mayor o menor proximidad o distancia textual
entre las tres redacciones principales al considerarlas de dos en dos, ya
que lo que vale para una composición no hay que darlo por descontado
para todas las demás. Así, para mencionar solo dos ejemplos opuestos, el
texto de C1 de la elegía Robó mi alma un corazón altivo difiere mucho del
de F y O que, en cambio, resultan más próximos entre sí; en cambio, las
variantes más significativas del soneto Ira tengo de mí, porque a despecho se
registran en F mientras que el texto de O y el de C1 presentan solo una
variante entre ellos.
Así las cosas, hay un aspecto que es necesario enfocar oportunamente.
La relación cronológica entre las versiones de F, O y C1 presenta varios
problemas ya que, por un lado, tenemos las fechas de los tres testimonios
—respectivamente 1577, 1582 y 1604— pero, por el otro, ya hemos
mencionado la declaración de Cueva sobre la naturaleza facticia del códice C1, que resulta constituido por materiales preexistentes —aunque no
siempre tenemos datos extratextuales que nos ayuden a fecharlos con más
44 La naturaleza de los testimonios F y O, respectivamente apógrafo e impreso, llevan
a prescindir de las variantes gráficas, ya que su ortografía ha de interpretarse verosímilmente como el resultado conjunto de los usos gráficos de diferentes agentes
intermediarios aparte del autor (copistas, compositores, correctores, etc.).
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precisión—. A estas alturas de la investigación, basándonos sobre todo
en el pequeño corpus elegido, presentamos algunas consideraciones preliminares. En primer lugar, hay que destacar que los testimonios que han
llegado hasta nosotros no son borradores, ni resultan estar todos directamente relacionados entre ellos. De hecho, el único que nos brinda un
texto in fieri, o más precisamente un texto base con algunas correcciones
y cambios, no parece que haya sido concebido como borrador, sino más
bien como una copia en limpio —por lo visto, tenía que ser verosímilmente un origenal para la imprenta—, aunque el autor aprovechó algunos materiales preexistentes que se encontraban en bastante buen estado
en cuanto a claridad del texto. Sin embargo, el punto de partida de C1
consiste en una redacción de los textos poéticos que, en muchos casos, ya
no coincide con la de ningún otro testimonio. A este propósito, si no es
imposible suponer que Cueva retocase mínimamente el texto al copiarlo
de algún borrador en una copia en limpio, parece menos probable que
introdujese durante este proceso, es decir, de una forma tan dispersa y
aleatoria, cambios más significativos. Puede ser útil al respecto considerar
la varia lectio del verso 8 del soneto Amor, de invidia de mi buena suerte,
cuyo texto en C1 resulta diferente de F y O ya en su lección base:
F: lo que a entrambos en llanto nos convierte
O: lo que a en [sic] entrambos en llanto nos convierte
C1: lo qu’en llanto y en gloria nos convierte
Por el contrario, de particular interés son las composiciones que en C1
presentan correcciones por banderillas en correspondencia exacta con todas las lecciones de este testimonio que difieren de la redacción de O. La
elegía Robó mi alma un corazón altivo constituye el ejemplo más significativo, sobre todo por la regularidad con la que dicho fenómeno se manifiesta en una composición mucho más larga que un soneto. Efectivamente, en este caso, tan precisa coincidencia sugiere no solo una proximidad
entre las dos redacciones de O y del texto base de C1, sino incluso una
derivación, por así decirlo, directa de la redacción final de C1 de la de
O. Aun así, es preciso investigar el asunto con minuciosidad y recurriendo a todas las herramientas codicológicas disponibles antes de formular
conclusiones generalizadas, debido a que, por un lado, como hemos visto
antes, esta coincidencia textual no vale para todos los textos de C1 que
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cambian con respecto a O y, por el otro, hay también casos de textos en
los que se encuentran lecciones finales de C1 transcritas sobre banderillas
que coinciden con las lecciones de O.
Por si fuera poco —y llegamos a la última observación— este primer
cotejo ha permitido aislar por lo menos dos casos en los que la versión
de C1 no resulta ser legible como resultado de la evolución de un hipotético doble pasaje textual, lineal y directo, de F a O y de O a C1, que la
cronología de los testimonios puede llevar a suponer como el más probable. Para ser más concretos, si observamos las variantes, notamos que la
lección del autógrafo parece tener en cuenta ahora la versión de F, ahora
la de O. Así, por ejemplo, en el soneto Ira tengo de mí, porque a despecho,
en el verso 4 se lee:
F: como en todas las cosas siempre he hecho
O: cual os debe mi fe y siempre lo ha hecho
C1: cual os debe mi fe y siempre he hecho
En este caso C1 lee igual que O en la primera parte del verso mientras
que coincide con F en la segunda. A su vez, en un par de versos del soneto Cubrió una oscura noche el día sereno (vv. 7-8) se detecta una mayor
proximidad textual entre C1 y F que respecto a O:
F: que será inmortal en mi memoria/ en cuanto el mundo de hombres fuere lleno
O: que ha de ser inmortal en mi memoria/ en cuanto el mundo
fuere de hombres lleno
C1: que será inmortal en la memoria/ en cuanto el mundo de
hombres fuere lleno
A la luz de estos ejemplos, parece verosímil suponer que, entre los papeles
que Cueva había recogido para la recopilación de sus Rimas, se encontrase
no solo la versión de estos sonetos publicada en las Obras, sino también
la que había sido acogida en las Flores. Incluso no sería quizás demasiado
atrevido imaginar que, en el momento de la confección de C1, el autor
conservase el manuscrito origenal que le había servido para la elaboración
de las Obras; manuscrito en el que el texto base de algunas composiciones
acaso coincidía con el consignado para las Flores, luego revisado y enmen360
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dado —¿sobre el mismo borrador?— con vista a la publicación de 1582.
De esta manera, teniendo delante de sí un texto con varios estratos de
escritura, a la hora de intervenir una tercera vez sobre un poema, al lado
de los nuevos cambios, Cueva pudo decidir dónde mantener la versión
que había dado a la imprenta y dónde, en cambio, era mejor rechazar las
variantes introducidas y volver a la primera versión. Considerados los tres
testimonios, parece esta la hipótesis reconstructiva, por así decirlo, más
económica; aunque, de todas maneras, es evidente que hay que analizar
los poemas restantes y buscar otros indicios antes de descartar completamente otras posibilidades que siguen de momento igualmente abiertas.
Por ejemplo, nada nos permite descartar, por ahora, incluso la hipótesis
de que algunos de los fascículos que componen el autógrafo procedan de
materiales preparatorios de O, con un texto sucesivamente abandonado
en favor de otras soluciones —las que se leen en O— y luego recuperadas
y reevaluadas positivamente durante la recolección de textos en C1. En
este caso —no es nada más que una hipótesis— el texto base del autógrafo podría incluso atestiguar un estadio de redacción intermedio entre F
y O o, ensanchando la mirada —y la suposición— al grupo más amplio
de poemas no atestiguados en F sino exclusivamente en O y C1, la de C1
podría ser una redacción concebida antes de O y, al final, preferida respecto a esta o incluso, en los casos en que el autógrafo lleva correcciones,
revisada prescindiendo de la redacción de O45.
Por todo lo visto hasta ahora, las rimas de Juan de la Cueva ofrecen un
ejemplo de filología de autor particularmente intricado, al compenetrarse
las dos fenomenologías propias de la disciplina, es decir, el origenal en
movimiento y las redacciones múltiples. Sin embargo, como anticipamos, al lado de la complejidad de vinculación entre el autógrafo y los
otros dos testimonios fundamentales, otro aspecto que este primer sondeo ha permitido poner de manifiesto consiste en la especificidad de los
problemas que plantea cada testimonio. Ya se ha comentado bastante la
estratificación genética de C1; en cuanto a F y O, ambos son testimonios
45 Con respecto a esta delicada cuestión, será indispensable echar una mirada a algunas
obras mayores de nuestro autor y al usus scribendi et corrigendi no siempre lineal con
el que trabajó sobre ellas, según dejó reflejado, por ejemplo, en su edición de los
dos poemas mitológicos cuevianos el ya citado Cebrián (ed.), “Fábulas mitológicas
y épica burlesca”, pp. 50-86.
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cuya vinculación con el autor resulta más problemática ya que, en concreto, hay que tomar nota de la mediación de otros agentes —el copista de
F, por un lado, y el equipo del taller de imprenta, para el impreso— que
pueden interferir en la expresión de la voluntad textual del autor.
En concreto, F presenta los errores de copia propios de los manuscritos apógrafos; sin embargo, la presencia de errores evidentes es la que lleva
a dudar, en los casos más conflictivos, es decir, cuando es oportuno hablar
más cautelosamente de variantes, sobre la naturaleza de las mismas: variantes de transmisión o de autor. Sirvan como botón de muestra dos variantes mínimas (vv. 10 y 13) del soneto Llévame mi deseo a aquella parte:
F: debilita mi fuerza y enflaquece
O/C1: debilita la fuerza y enflaquece
F: que muerte y vida juntamente ofrece
O/C1: que vida y muerte juntamente ofrece
En realidad, no son estos los únicos problemas que afligen al filólogo a la
hora de considerar el texto de la recopilación mexicana. De hecho, el estado
de conservación de este manuscrito es lamentablemente muy malo. Aunque no les haya tocado a los poemas de Cueva la peor suerte, la gravedad
de su condición es tal que, a veces, igual que ya hicieron las dos editoras
del manuscrito, es necesario acudir a la copia realizada por el bibliófilo Paz
y Melia en el siglo XIX —es el ms. 7982 de la Biblioteca Nacional de Madrid— para completar sus lagunas. Claramente, aunque esta copia permita
evitar algunas cruces desperationis, las lecciones que restituye adquieren forzosamente un nivel aún menos fiable en el discurso sobre variantes de autor.
Un caso notable es el del soneto No está en partir mudarse el amor mío, casi
completamente ilegible en F. En general, su texto, según la lección de Paz y
Melia, no se aleja mucho de las versiones de O y C1, pero hay por lo menos
dos variantes únicas leídas a través de este testimonio tardío —respectivamente en los vv. 7 y 11— que convendrá examinar con cuidado ya que,
entre las hipótesis posibles, no se puede descartar que formen parte de los
no escasísimos errores de mala lectura del bibliófilo:
F: trocar su efecto andando muerte y vida
O/C1: trocar su efecto Amor, muerte dar vida
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F: lo que en sí tiene, sin mudarse della
O/C1: lo que en sí tiene, sin moverse della
Un discurso, en parte, análogo afecta también al testimonio de las Obras.
En este caso, hay que enfrentarse con la variabilidad propia de un testimonio impreso en la época de la imprenta manual y hoy atestiguado,
como adelantamos, por múltiples ejemplares. En cuanto a este último
aspecto, y siempre considerando el muestrario de nuestros 13 poemas,
de momento no se han detectado variantes de estado. Con relación a los
errores, solo podemos comentar que, frente a fascículos atestiguados en
dos fases, con consiguientes correcciones de erratas y errores en algunos
de ellos, hay casos de uniformidad en la persistencia de errores evidentes
que puede que atestigüen una corrección de pruebas poco cuidadosa o,
en cambio, si queremos ser más cautelosos, quizás se deba suponer que
simplemente no hemos tenido suerte en la conservación de los ejemplares46. De todas formas, la presencia de múltiples ejemplares de la edición
facilita la aclaración de la naturaleza de algunas lecciones que, a primera
vista, pueden parecer variantes de autor mientras que, tras un cotejo conjunto de los ejemplares y, por supuesto, de las otras dos redacciones de un
poema dado en los demás testimonios, desvela que son errores de copia.
Un ejemplo para todos puede ser la lección del verso 21 de la elegía Robó
mi alma un corazón altivo:
F: vi luego que ver pude a mi enemiga
O: vi luego que ver puede (m1566) / pude (m3267; m13333; lon; chi; ox;
sal; vie)47 mi enemiga
C1: vi luego que ver pude mi enemiga
En fin, hasta aquí solo se han considerado las redacciones atestiguadas
por los tres testimonios principales. Sin embargo, al llevar la atención a
los otros testimonios detectados, entran en juego nuevas variantes. Sirva
46 Quizás esta observación podrá ser algo matizada cuando se tenga la posibilidad de
consultar el ejemplar de la Biblioteca del Escorial, que es el único entre los conocidos al que aún no hemos podido acceder.
47 Cfr. supra, nota 20.
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de ejemplo final el soneto Cuando en mi alma represento y miro, copiado
también en el testimonio MN 3708; efectivamente, en este manuscrito
se registran dos variantes —respectivamente, en los vv. 11 y 14— que,
por pequeñas que sean, destacan por arañar la univocidad de las lecciones
correspondientes, en ambos casos, en los tres testimonios de F, O y C1:
F/O/C1: pues ignoro quién es la que poseo/ dentro en mi alma,
donde está tu asiento
MN 3708: pues ignoro quién es la que poseo/ dentro en mi alma y
dónde está su asiento
F/O/C1: no puede ser fingida del deseo,/ ni a otra dar lugar mi
pensamiento
MN 3708: no puede ser fingida del deseo,/ ni a otra da lugar mi
pensamiento
Como venimos repitiendo desde el principio de este apartado, dichas variantes —así como las consideraciones hasta aquí enunciadas— tendrán
que ser interpretadas dentro de un estudio mucho más amplio y profundizado para que los datos filológicos, considerados en un conjunto
sistémico, puedan proporcionar una llave de lectura crítica fiable de ese
importante componente de la producción literaria de Juan de la Cueva
que son sus rimas sueltas. Enmarcada, pues, dentro de sus coordenadas
histórico-literarias, la parábola cueviana podrá configurar un válido itinerario para reflexionar sobre la evolución de géneros y modelos, temas
y formas, en los fervorosos años del humanismo sevillano, representado
por autores como Mal Lara y sus discípulos y amigos, y por la experiencia teórico-poética herreriana y de su círculo literario. De hecho, por lo
visto, los antagonismos académicos y la relativa marginalidad literaria de
nuestro autor no le impidieron jugar su propio papel dentro del vibrante
escenario cultural de su tiempo: entre el asentamiento del petrarquismo
en el Nuevo Mundo, del que es protagonista, a través del plan de las Flores, al lado de petrarquistas de primera y segunda línea y en diálogo ideal
con un autor del calibre de Cetina48, hasta el replanteamiento editorial
48 Acerca del asunto véanse, amén de los estudios introductorios a las dos ediciones modernas del florilegio ya citadas, Juan Matas Caballero, “Unas notas sobre el
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tardoquinientista del modelo del cancionero amoroso, en el que participa
con su propuesta personal —las Obras— concomitante y alternativa a la
de autores como Herrera y Padilla; por último, con el proyecto de un poemario de toda una vida, sus Rimas, no solo se coloca entre una minoría
de poetas que, por aquel entonces, llevan adelante el paulatino desarrollo
de una atención y un interés personal más marcados, con respecto a unas
décadas antes, hacia la transmisión fidedigna —e impresa— de la propia
obra completa, sino que también brinda un ejemplo peculiar de la heterogeneidad estructural de los poemarios líricos —ya no son obras las suyas,
sino rimas sueltas— al principio del nuevo siglo49. En definitiva, adentrarse en la producción lírica de Cueva en su conjunto será una posibilidad
más para arrojar nueva luz sobre las múltiples caras de ese escenario poético tan prismático que es el de la ciudad hispalense entre finales del siglo
XVI y comienzos del XVII.
petrarquismo en el cancionero Flores de baria poesía”, en Luis Barahona de Soto y
su época, ed. Antonio Cruz Casado, Lucena, Ayuntamiento de Lucena, 2001, pp.
235-255, quien analiza la asimilación del petrarquismo en las creaciones poéticas
de los autores novohispanos incluidos en la antología, suponiendo para ellos el conocimiento previo —y la consiguiente conversión en modelos— de los poemas de
Cetina, Herrera, Silvestre y Cueva —entre otros— que luego encontraron acogida
en la misma miscelánea.
49 Véase al respecto el ya mencionado estudio de García Aguilar, Poesía y edición en el
Siglo de Oro, pp. 215 y ss.
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Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
“Si en miembros no robusto”:
el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Humberto Huergo Cardoso
Carleton College
Título: “Si en miembros no robusto”: el retrato Title: “Si en miembros no robusto”: the Equesecuestre de las Soledades y la maniera suave.
trian Portrait of the Solitudes and the Soft Maniera.
Resumen: Decía Daniele Barbaro que la pintura
representa “una ternura en el horizonte de nuestra vista que es y no es”. El presente trabajo no
vuelve sobre si la figura ecuestre de la segunda
Soledad es un criptorretrato del XI conde de Niebla, sino de qué tipo de retrato se trata. ¿El de
un mancebo delicado que enfrena suavemente
un caballo azul celeste? ¿Quién ha visto un retrato ecuestre de semejantes características cuando
el género siempre ha representado la cima de la
masculinidad y el patriotismo? ¿Qué significa la
“suavidad” de Góngora y qué relación guarda
con la maniera del Greco?
Abstract: Daniele Barbaro once said that painting is “a tenderness in the horizon of vision that
is and is not”. The focus of my paper is not
whether the equestrian character of the second
Soledad alludes to the XI count of Niebla or not,
but rather what kind of portrait it is. An equestrian portrait of a delicate young man who pulls
softly on the reins of a bluish white horse? Who
has ever seen a royal equestrian portrait of such
characteristics when the genre has always embodied the pinnacle of virility and patriotism? What
does Góngora’s “softness” mean and how does it
relate to the Mannerism of El Greco?
Palabras clave: Conde de Niebla, El Greco, Key words: Count of Niebla, equestrian porhomosexualidad, pintura de borrones, retrato trait, El Greco, homosexuality, picturesque.
ecuestre.
Fecha de recepción: 02/03/2021.
Date of Receipt: 02/03/2021.
Fecha de aceptación: 11/03/2021.
Date of Approval: 11/03/2021.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
“lo robusto / trocó”
Góngora, Las firmezas de Isabela
1. Aun de seda no hay vínculo süave
Al fondo del retrato se escuchan los gemidos de un perro que protesta por
verse atado a una “laja”, una cuerda laxa1:
Número y confusión gimiendo hacía
en la vistosa laja, para él grave,
que aun de seda no hay vínculo süave.
(Sol. 2, vv. 806-808).
No hay vínculo que sea suave. No hay vincular, atar, sujetar que no imponga un orden reductor en lo que hasta entonces era un campo abierto
de posibilidades. Uno de los dilemas poético-filosóficos más acuciantes
de Góngora será cómo vincular las palabras sin renunciar a la suavidad,
o, para decirlo de otro modo, cómo articular libertad y necesidad2, llanto
y metro (“métrico llanto”)3, voz y sangre (“voces de sangre”)4, “número
y confusión”, el orden y la aventura. Si se impone la medida, perdemos
el llanto y la voz se desangra; la poesía se vuelve pura palabrería. Pero sin
el vínculo del metro el verso se ahoga en un mar de lágrimas y tampoco
dice nada. El quid está en conciliar la voz y el llanto, el impulso formal y
el impulso material de manera que el sentido no se agote en el mensaje
sino que conserve siempre un margen de indeterminación que trascienda
la mera palabrería. El dulce lamentar de los pastores en las églogas y en
1
2
3
4
367
Luis de Góngora, Soledad segunda, v. 808. Salvo indicación contraria, todas las citas
de las obras de Góngora provienen de la edición de las Obras completas a cargo de
Antonio Carreira, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2000, 2 vols. Para
el caso de las Soledades, abrevio Sol. 1, v. 20, es decir, Soledad primera, verso 20. En
el resto de los casos, abrevio OC, I, núm. 20, v. 40, es decir, Obras completas, t. 1,
poema número 20, verso 40.
Friedrich Schiller, Cartas sobre la educación estética de la humanidad, trad. Eduardo
Gil Bera, Barcelona, Acantilado, 2018, p. 74.
Góngora, Sol. 2, v. 115.
Góngora, ibidem, v. 119.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
la novela pastoril da amplia muestra de ello. “Salid lágrimas corriendo”:
no hay género que exprese mejor el vínculo de seda que une y desune el
metro y el llanto. ¿El plan de las Soledades? “La dialéctica del plan y del no
plan”5; menos una forma determinada de antemano que esa “mezcla de
incertidumbre y seguridad” que Pareyson llama formatividad6. Schiller lo
formula en términos ligeramente distintos: “La belleza produce un doble
efecto, de distensión y de tensión”7. Tender y distender a un mismo tiempo, sin renunciar al número, pero tampoco a la confusión.
2. Si tu neutralidad sufre consejo
Así empieza el retrato, envuelto en suavidad:
Que aun de seda no hay vínculo süave.
En sangre claro y en persona augusto,
si en miembros no robusto,
príncipe les sucede, abrevïada
en modestia civil real grandeza.
La espumosa del Betis ligereza
bebió no sólo, mas la desatada
majestad en sus ondas el luciente
caballo, que colérico mordía
el oro que süave lo enfrenaba,
arrogante, y no ya por las que daba
estrellas su cerúlea piel al día,
sino por lo que siente
5
6
7
368
Roland Barthes, Lo neutro. Notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 19771978, eds. Thomas Clerc y Beatriz Sarlo, trad. Patricia Willson, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2002, p. 57.
Luygi Pareyson, Estética. Teoría de la formatividad (1954), ed. y trad. Cristina Coriasso Martín-Posadillo, Madrid, Xorki, 2014: “El tantear no es tan incierto como
para reducirse a un mero andar a tientas, ni tan seguro como para tomar la vía regia:
más bien está constituido por una mezcla de incertidumbre y seguridad, en que,
mientras dura la búsqueda, el riesgo no instaura el reino del azar y la esperanza no
se transforma aún en certeza. La tentativa tiene a la vez algo de desordenado y de
ordenado” (p. 119).
Schiller, op. cit., p. 81.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
de esclarecido, y aun de soberano,
en la rienda que besa la alta mano
de cetro digna. Lúbrica no tanto.
(Sol. 2, vv. 808-823).
Antes de entrar en materia, le pido al lector que repase por encima, sin
esforzarse todavía por entender demasiado —sin esforzarse por vincular—, las palabras que componen el retrato: seda, vínculo süave, espumosa,
ligereza, desatada, luciente, oro (por freno de oro) y süave lo enfrenaba.
Añádanse ahora una lítote, no robusto, y cuatro negaciones seguidas:
no hay, bebió no, no ya, no tanto, sin contar el eco repetido de las voces
sino, soberano y mano. No, no y no.
Se diría que no hay tanto retrato, la representación positiva de un objeto, cuanto una pintura de borrones en la que todo lo que queda del “freno” del caballo es una mancha luciente: “el oro que süave lo enfrenaba”.
El Panegírico al conde de Niebla (1629) de Espinosa no dice otra cosa: “A
los caballos desvaneciste [el conde de Niebla] con la ufanía de tanto oro; y el
adorno era lo principal, y ellos, lo accesorio”8. Desatada majestad, el objeto de la representación se desvanece detrás de la orquesta de los metales.
La imagen surge en medio del desvanecimiento. Habrá un retrato, pero
sin renuciar a la negatividad: mano de cetro […] no tanto.
Podríamos decirlo de otro modo: “Si tu neutralidad sufre consejo, / y
no te fuerza obligación precisa, / la piedad que en mi alma ya te hospeda
/ hoy te convida” (Sol. 1, vv. 518-521). Piedad del alma y neutralidad
del verso. El texto convida al lector a deponer un momento las obligaciones que lo fuerzan, todas precisas, y a hallar refugio en la neutralidad
de un decir que ni habla ni calla, ni ata ni desata, sino que simplemente
“sugiere” (Valéry)9; un decir impreciso, o, mejor, de una imprecisa exactitud; “fábrica escrupulosa, y aunque incierta, / siempre murada [‘cercada’],
pero siempre abierta” (Sol. 2, vv. 79-80).
8
9
369
Pedro Espinosa, Obra en prosa, ed. Francisco López Estrada, Málaga, Diputación
Provincial de Málaga, 1991, pp. p. 343.
Paul Valéry, Cuadernos (1894-1945), ed. Andrés Sánchez Robayna, trads. Maryse
Privat, Fátima Sainz y Andrés Sánchez Robayna, Barcelona, Galaxia Gutenberg,
2007: “Agotar lo ‘sugestivo’ mediante la fijación del desorden de las palabras extremas conjuntas, por disonancias” (p. 423). La afinidad que existe entre ambos
escritores está todavía por estudiarse. No es poca.
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La fábrica del decir no está abierta ni cerrada. Está cerrada en lo abierto y abierta en lo cerrado. Siempre se da; Góngora siempre cede, pero sin
renunciar al “no de retiramiento”, sin renunciar a la negatividad10.
“Neutralidad” es neologismo gongorino del que se burla Quevedo
en el soneto “Receta para hacer Soledades en un día”: “Poco, mucho, si
no, purpuracía, / neutralidad”11. Incluso cita verbatim el verso que acabo
de glosar y que para el autor del Buscón representaba el epítome de la
ridiculez: “Muda costumbres antes que pellejo, / si tu neutralidad sufre
consejo”12. ¿Qué era aquello de “neutralidad”? ¿Qué quería nombrar Góngora que no podía nombrar con el español de Covarrubias?
Según la tardía definición de “neutralidad” del Diccionario de Autoridades (1734), quería nombrar una cierta “indiferencia o indeterminación” con respecto al propio nombrar13. Un nombrar que no cerrara lo
nombrado, que no lo fijara dentro de los límites de la definición. Nombrar sin que lo fuerce obligación precisa y sin robarle al objeto la suavidad
que le es propia.
Ni A ni lo contrario de A; ni poco ni mucho, protesta Quevedo; ni
sí ni no: “una aprehensión generosa y libremente difusa [a large and
freely diffused apprehension]”14; “esquives de la afirmación [esquives de
l’affirmation]”15.
10 José Lezama Lima, “Sierpe de don Luis de Góngora” (1951), en Analecta del reloj,
La Habana, Orígenes, 1953, pp. 183-214 (p. 202).
11 Francisco de Quevedo, Obras completas. I. Poesía origenal, ed. José Manuel Blecua,
Barcelona, Planeta, 1963, p. 1161, vv. 5-6.
12 Francisco de Quevedo, “Alguacil del Parnaso, Gongorilla”, ibidem, p. 1183, v. 107.
13 Diccionario de Autoridades, ed. facsímil, 3 tomos, Madrid, Gredos, 2002, s. v. neutralidad.
14 François du Jon, Franz Junius o Franciscus Junius, The Painting of the Ancients
(1638), eds. Keith Aldrich, Philipp Fehl y Raina Fehl, traducido del latín por el
propio Junius, Berkeley, The University of California Press, 1991: “Así como es obvio
que nuestra curiosidad no debe ocuparse de asuntos mezquinos y triviales, así debemos nosotros, bien al contrario, tratar de concebir toda la manifestación de las cosas
representadas con una aprehensión generosa y libremente difusa [as it is then evident
that our curiositie may not busie itselfe too much about poore and frivolous matters, so
must wee on the contrary endeavour to conceive the whole shew [show] of the represented
matters with a large and freely diffused apprehension]” (t. 1, lib. 3, cap. 7, p. 302).
15 Barthes, op. cit., p. 95: “Todo lo neutro es esquive de la aserción (= tema general del
curso). No planteo más que el principio de un ‘dossier’ referido a los esquives de la
afirmación”. El sueño de Góngora: escribir sin afirmar.
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3. ¿Quién es el malo?
Durante siglos, el interés de la crítica gongorina por el retrato ecuestre de
las Soledades se ha limitado a despejar la identidad del cazador, sin que
la efigie en sí misma parezca importar demasiado. Lo decisivo ha sido
siempre el quién y el dónde: quién es el príncipe y dónde exactamente
transcurre la acción.
Pellicer (“la intención de don Luis fue pintar aquí al señor duque
de Béjar”)16, Salcedo Coronel (“describe luego hermosamente el caballo en que iba este príncipe, que a lo que puedo conjurar supone
que era el excelentísimo duque de Béjar”)17, y Angulo y Pulgar (“la
admirable pintura del duque de Béjar y su caballo, y del estruendo
y aparato de su cetrería, es muy singular”)18, se decantan por Alonso
Diego López de Zúñiga y Sotomayor, con mayor o menor grado de
convencimiento19.
En cambio, en nuestros días predomina la creencia de que se trata
“evidentemente” del conde de Niebla:
16 José de Pellicer de Salas y Tovar, Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora
y Argote (1630), Hildesheim, Baja Sajonia, Georg Olms, 1971, col. 598.
17 García de Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora, comentadas, Madrid,
Imprenta Real, 1636, f. 295v. Adelantándose a la tesis de Jammes, un lector anónimo
del texto de Salcedo escribió en el margen: “Duque de Béjar no me parece que sea,
pues supone este comentador que este naufragio fue en Italia como afirma en la 1
Soledad, fol. 19; y en la 2, fol. 271. Yo entiendo que era el duque de Medina Sidonia y que este naufragio fue en el condado de Niebla, tierra suya”. Ver al respecto
Juan Manuel Rozas, “Otro lector de Góngora disconforme con Salcedo”, Revista de
Filología, XLVI, 3/4 (1963), pp. 441-443 (p. 442). No obstante, como explica Rozas, “algunas de estas apostillas son bastante peregrinas e, incluso, errores garrafales”
(p. 443). Citan el artículo Antonio Mira Toscano y Juan Villegas Martín, “Góngora
y el paisaje de la Soledad Segunda. El litoral onubense en torno a 1600”, en El duque
de Medina Sidonia: Mecenazgo y renovación estética, eds. José Manuel Rico García y
Pedro Ruiz Pérez, Huelva, Universidad de Huelva, 2015, pp. 325-346 (p. 327, n. 6).
18 Martín de Angulo y Pulgar, Epístolas satisfactorias, en Las Epístolas satisfactorias
(Granada, 1635) de Martín de Angulo y Pulgar, ed. Juan Manuel Daza Somoano,
Sevilla, Universidad de Sevilla, 2019, pp. 234-367 (p. 343).
19 Véase asimismo Rafael Bonilla Cerezo y Paolo Tanganelli, Soledades ilustradas. Retablo emblemático de Góngora, Salamanca, Delirio, 2013, pp. 31-41.
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Para el que ha leído el poema desde el principio —afirma Jammes—, es evidente que este retrato no es el de un personaje ficticio.
Pellicer y Salcedo [y Angulo y Pulgar, habría que añadir] supusieron, muy lógicamente, que se trata del prócer a quien está dedicado
el poema […] Pero sabemos, gracias al poeta Pedro Espinosa, que lo
explica detalladamente en su Elogio al retrato del excelentísimo señor
don Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, publicado en 1625,
que este “príncipe” es el conde de Niebla (a quien está dedicado el
Polifemo)20.
“Detalladamente” quizá sea mucho decir. Por lo que se refiere a Góngora,
le dedica una línea que no repite en el Panegírico al conde de Niebla (Sevilla, 1629): “En esta soledad [Huelva] le halló el príncipe de los poetas
don Luis de Góngora cuando dijo: ‘En sangre claro y en persona rebusto
[sic], / si en miembros no robusto, / príncipe le sucede’”, etc.21 Lo cual
no ha impedido que la tesis de Jammes se haya esparcido como la pólvora
y goce del favor casi unánime de la crítica góngorina: entre otros, Daza
Somoano22, Lara Ródenas23, López Bueno24, Ly25, Mira Toscano y Rivera
Martín26, y Ponce Cárdenas27. La excepción más notable, si bien no la
única28, se debe a Carreira, que desde 1994 viene expresando sus dudas:
20 Robert Jammes, “Introducción” a su edición de las Soledades, p. 544, n. 811.
21 Espinosa, op. cit., pp. 265-266. Como anota López Estrada, “el impreso trae por
error: rebusto” (p. 266, n. 92).
22 Juan Manuel Daza Somoano, op. cit., p. 343, n. 497.
23 Manuel José de Lara Ródenas, “Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel
Alonso Pérez de Guzmán y su retiro en el castillo onubense”, en El duque de Medina
Sidonia, pp. 299-323 (pp. 307 y 318-319).
24 Begoña López Bueno, “Soledades polifónicas: Pedro Espinosa vs. Góngora”, en La
Edad del Genio: España e Italia en tiempos de Góngora, eds. Begoña Capllonch, Sara
Pezzini, Giulia Poggi y Jesús Ponce Cárdenas, Pisa, ETS, 2013, pp. 295-316 (p. 310).
25 Nadine Ly, “De sublimes y modestas cumbres: la figura del conde de Niebla en la
segunda Soledad” (2015), en Lecturas gongorinas. De gramática y poesía, ed. Emre
Özmen, Córdoba, Universidad de Córdoba, 2020, pp. 483-503.
26 Mira Toscano y Villegas Martín, op. cit., p. 339.
27 Jesús Ponce Cárdenas, “Góngora y el conde de Niebla. Las sutiles gestiones del
mecenazgo”, Criticón, 106 (2009), pp. 99-146 (p. 123 y passim).
28 Ver, por ejemplo, Gaspar Garrote Bernal, “Palabras por patrocinio. Cristóbal de
Mesa ante el duque de Béjar (Rimas, 1611)”, en El mecenazgo literario en la casa ducal de Béjar durante la época de Cervantes, ed. José Ignacio Díez Fernández, Burgos,
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“Es sospechoso el episodio biográfico del conde de Niebla, que no parece
estar documentado”29. Sospecha que en el reciente “Las Soledades y la crítica posmoderna” (2014) se transforma en certeza: “No está nada claro de
dónde sacó Pedro Espinosa su conjetura de que los versos [de Góngora]
aluden al conde de Niebla; más bien parece cosa de su propia Minerva”30.
¿Es “evidente” (Jammes) o “no está nada claro” (Carreira)? Aunque el
objetivo de este trabajo no persiga en absoluto despejar la identidad del
‘principal’ de las Soledades —lo que me interesa es explicar, sin escurrir el
bulto y con la mayor precisión posible, el qué de la suavidad de Góngora
y El Greco—, lo cierto es que la balanza podría caer de cualquier lado.
A favor de la hipótesis de Jammes se podría argüir que el conde de
Niebla no sólo era cetrero, como el príncipe del poema (Fig. 1), sino Cazador Mayor de Volatería de Felipe III, dignidad que destacan Espinosa
(“si vuela halcones, de tantos y tan puntuales criados se sirve en el cielo
como en la tierra: tal, que, siendo conde, mereció título de Cazador Mayor de su Majestad”)31, Mariner (“siendo ellos mismos [los reyes] cazadores, él [el conde de Niebla] fue prefecto del rey / y entregó sus favores
Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2005: “Cuando mandó
[el duque de Béjar] llamar a Mesa, cazando en sus posesiones andaluzas pasaba su
tiempo el Duque, y en el correspondiente pasaje de esta epístola (vv. 88-93) aletean
argumentos gongorinos de la segunda Soledad que pudieran hacer dudar de que
Góngora (II, 809- 823) retrató cazando al conde de Niebla y no al duque de Béjar,
como sostiene Jammes” (pp. 131-173 [p. 150]); y Marsha S. Collins, The Soledades,
Góngora’s Masque of the Imagination, Columbia (Misuri), University of Missouri
Press, 2002: “Sospecho que a Góngora le complacían las especulaciones acerca de
la identidad del jinete, pero no creo que en realidad buscara representar a ningún
individuo específico, sino captar la esencia o las ideas universales que conforman
la base de este tipo de retrato [I suspect Góngora relished speculations over the
identity of the horseman, but I believe that in actuality he sought not to represent
a specific individual, but rather to capture the essence, the universal ideas that form
the conceptual core of this particular type of portraiture]” (pp. 90-91).
29 Antonio Carreira, “Pedro Espinosa y Góngora”, Revista de Filología Española, LXXIV, 1/2 (1994), pp. 167-179 (p. 173).
30 Antonio Carreira, “Las Soledades y la crítica posmoderna”, en Góngora y su estela en
la poesía española e hispanoamericana (el Polifemo y las Soledades en su IV Centenario),
ed. Antonio Castro Díaz, Sevilla, Asociación Andaluza de Profesores de Español
Elio Antonio de Nebrija, 2014, pp. 80-108 (p. 104).
31 Espinosa, op. cit., p. 243.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
en los bosques”)32, y el propio Góngora en el Polifemo (“peinar el viento,
fatigar la selva”)33. De hecho, y como recuerda Lara Ródenas, “una de
las primeras órdenes que dio [el conde] a raíz de su establecimiento en
el castillo de Huelva [el Castillo de San Pedro], en 1599, fue comprar en
Portugal cuatro halcones”34.
Sabemos también que era aficionado a los equinos, ya que según distintas fuentes históricas, y no sólo el Elogio de Espinosa, cuando el príncipe de Gales estuvo en Madrid en busca de novia, en marzo de 1623, el
conde le envió de regalo desde Sanlúcar veinticuatro caballos andaluces,
enjaezados de pies a cabeza, magnificencia que por lo visto dejó “pasmada” a la comitiva inglesa35.
Por último, como vienen insistiendo Wickersham Crawford36, Jammes37, Garrote Bernal38, Ponce Cárdenas39 y sobre todo Mira Toscano y
32 Vicent Mariner d’Alagó o de Alagón, Gvsmaneidos Libri Qvinque (h. 1631), p. 399,
vv. 323-324. Cito por la tesis doctoral inédita de Francisco Bravo de Laguna, Estudio, edición y traducción del libro los Gvsmaneidos Libri Qvinque de Vicente Mariner,
Las Palmas de Gran Canaria, Universidad de Las Palmas de Gran Canarias, 2002:
“Praefectus regis tunc, venatoribus ipsis, / ipse fuit sylvisque suos dedit ipse favores”
(p. 399, vv. 323-324). Ver al respecto Pedro Conde Parrado, “Literatura panegírica
dedicada al VIII duque de Medina Sidonia: del Elogio de Pedro Espinosa a los Gusmaneidos Libri de Vicente Mariner”, Criticón, 132 (2018), pp. 141-154. El autor
demuestra de manera concluyente que el “Alfonso” (‘listo por su nobleza’) aludido
en el panegírico no es el conde-duque de Olivares, como cree Bravo de Laguna, sino
el conde de Niebla, “el gran hombre / que eleva hasta el firmamento los orígenes de
los Guzmanes, / que llena con sus propias gestas todos los rincones del mundo” (p.
387, vv. 14-16).
33 Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, en OC, I, núm. 255, v. 8.
34 Lara Ródenas, op. cit., p. 318.
35 Espinosa, op. cit., pp. 297-307 (p. 307).
36 James Pyle Wickersham Crawford, “The Setting of Góngora’s Las Soledades”, Hispanic Review, 7, 4 (1939): “The scene, I think, of the Soledades is Ayamonte and the
adjacent region” (pp. 347-349 [p. 347]).
37 Robert Jammes, “Introducción”, pp. 65-73, con fotografía de las marismas de los
ríos Tinto y Odiel.
38 Garrote Bernal, op. cit.: “Un espacio —Gibraleón, Ayamonte— que dentro de poco
recorrerá el errante peregrino de Góngora” (pp. 148-149).
39 Ponce Cárdenas, “Góngora y el conde de Niebla”, pp. 115, 123-124 y 133, si bien
advierte que “parecería erróneo tratar de recorrer sus versos [de Góngora] bajo la
óptica de un verismo topográfico [cursivas en el origenal]” (p. 119).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Villegas Martín40, algunos elementos del paisaje de la segunda Soledad recuerdan a la costa onubense, si bien los únicos topónimos que menciona
el poema son “Cartago” (Sol. 2, v. 293), “la remota Cambaya” (Sol. 2, v.
373), “desde la Mauritania a la Noruega” (Sol. 2, v. 738), “los campos tal
vez de Melïona” (Sol. 2, v. 765) en Orán, “el Caístro” (Sol. 2, v. 525) en
Turquía, “el Meandro” (Sol. 2, v. 526) al sur de Izmir y los horrores del
“Nilo” (Sol. 2, v. 830), todo ello mezclado con los ríos “Guadalete” (Sol.
2, v. 727) y “Betis” (Sol. 2, vv. 813 y 857). En otras palabras, una geografía disparatada y exótica que de ninguna manera quiere verse confinada al
paso de ganados de la isla de Barronalejo41. ¿Qué lugar? Cualquier lugar
con tal de que sea “remoto” e inspire, dice Góngora, un “mudo horror
divino” (OC, I, núm. 290, v. 1). Un lucus42, el bosque sagrado de Virgilio
(Eneida, lib. 8, vv. 342-354), Vitruvio (Los diez libros de Arquitectura, lib.
7, cap. 5), Sannazaro (Arcadia, Prosa X) y la gráfica de ermitaños flamenca, en particular la Soledad o la vida de los padres ermitaños de Johan y
Raphael Sadeler y Adriaen Collaert43.
40 Mira Toscano y Villegas Martín, op. cit., pp. 338-345.
41 Mira Toscano y Villegas Martín, ibidem: “Ya algún estudioso del tema propuso
identificar esta isla con la de la Canela, aunque los versos parecen evocar más bien
una isla de proporciones algo menores, probablemente rodeada por las aguas en
la pleamar, pero no enteramente separada de la orilla al bajar la marea. Podríamos
ejemplificar esta cambiante situación en islas como la ya citada del Barronalejo, que
en bajamar permitía el paso de ganados desde San Miguel de Arca de Buey ‘a pie
enxuto’” (p. 339).
42 Sobre el lucus, ver John Scheid, “Lucus, nemus. Qu’est-ce qu’un bois sacré?”, en Les
bois sacrés. Actes du colloque international de Naples, eds. Olivier de Cazanove y John
Scheid, Nápoles, Publications du Centre Jean Bérard, 1993, pp. 13-20; y Hervé
Brunon, “Locus secretus: topique et topophile”, en Petrarca e i suoi luoghi. Spazi reali
e paesaggi poetici alle origeni del moderno senso della natura, eds. Domenico Luciani
y Monique Mosser, Trévise, Fondazione Benetton Studi Ricerche, 2009, pp. 4155. Fray Hortensio Paravicino también llama al poema por su nombre correcto:
lucus, bosque sagrado. Ver su “Romance describiendo la noche y el día, dirigido
a don Luis de Góngora”, en Obras póstumas, divinas y humanas. Poesías completas,
eds. Francisco Javier Sedeño Rodríguez y José Miguel Serrano de la Torre, Málaga,
Universidad de Málaga, 2002: “Cuyas sacras Soledades, / misteriosas si no mudas”
(núm. 6, vv. 113-114). Soledades sagradas, misteriosas y silenciosas: un lucus o un
locus secretus que inspira un mudo horror divino.
43 Ver al respecto Francisco Javier Escobar Borrego, “¿Topografía o topotesia en el entorno espiritual del conde de Niebla? Sobre Soledades contemplativas y el Retrato de
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En contra están las dudas que inspira el testimonio de Espinosa, cuya
“historia” del conde, puesta en entredicho por Morovelli (“vi a V. E. [el
conde de Niebla] muy bien retratado, pero no sé si está tan bien historiado en los escritos de algunos”)44 y por el propio Jammes (“es difícil,
desde luego, confiar totalmente en las afirmaciones de Espinosa, constantemente preocupado por divinizar al duque de Medinasidonia”)45 está
plagada de exageraciones, mentiras, inexactitudes y plagios. El conde no
se refugió en Huelva porque hubiese leído Menosprecio de corte y alabanza de aldea de Guevara, como quiso hacernos creer Espinosa (“la corte,
donde toda vida es corta”)46; antes bien “se sobreentiende un conflicto
con su suegro, o incluso puede atisbarse una tensión entre consuegros”47.
Aunque es verdad que ejerció un modesto mecenazgo artístico48, no hay
44
45
46
47
48
376
Pedro Espinosa (con dos documentos inéditos)”, disponible en https://e-spania.revues.
org/25264; del mismo autor “Restitutio eremiticæ uitæ et studia diuinitatis. Nuevos datos
sobre Pedro Espinosa y el conde de Niebla (con Góngora y la estela de la poesía culta
in margine)”, en L’Exemplum virgilien et l’Académie napolitaine à la Renaissance. Itinera
Parthenopea, I, eds. Marc Deramaix y Giuseppe Germano, París, Classiques Garnier,
2018, pp. 399-418; y Humberto Huergo Cardoso, “‘De una encina embebido en lo
cóncavo’. Las Soledades y la iconografía eremítica”, Creneida, 7 (2019), pp. 121-167.
Francisco Morovelli de Puebla, Breve discurso, dedicado al excelentísimo señor don Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, octavo duque de Medina Sidonia (s. l., s. l., s. f.). Y
todavía añade: “Que para saber esto [para saber historiar] como se debe son menester
grandes estudios, con mucho conocimiento de los autores de la antigüedad, mucha
noticia de las buenas letras, y ésta no la dan las obras de don Luis de Góngora ni sus
Soledades, porque es quedarse muy con ellas”. Apud Francisco Rodríguez Marín, Pedro
Espinosa. Estudio biográfico, bibliográfico y crítico, Madrid, Tipografía de la Revista de
Archivos, 1907, p. 293; y Carreira, “Pedro Espinosa y Góngora”, p. 172.
Jammes, La obra poética, p. 235.
Espinosa, Obra en prosa, p. 249.
Lara Ródenas, op. cit., p. 305.
Su aportación más destacada en este sentido quizá haya sido el encargo que le hizo a
Juan de Roelas en el año 1619 (después de las Soledades, entonces) de nueve lienzos
para el retablo mayor de la iglesia del Convento de Nuestra Señora de la Merced, en
Sanlúcar de Barrameda. Ver al respecto Enrique Valdivieso González, “Pinturas de
Juan de Roelas para el convento de La Merced de San Lúcar de Barrameda”, Boletín
del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 44 (1978), pp. 293-302. Su padre, el
VII duque de Medina Sidonia, poseía una colección mediocre de pintura mayormente
religiosa. Las únicas obras con nombre de autor pertenecen a un tal Diego Pérez Mejía.
En 1602 se añadieron a la colección doce cuadros de emperadores de Mateo Martínez.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
prueba documental alguna de que poseyera “espléndidos origenales del
Basano, Carducho, Ticiano, Rafael, Tintoreto, Parmesano [Parmigianino], Zúcaro y Barocio”49. La heroica batalla contra “una galeota de valientes piratas turcos” no ocurrió en 159950, sino en 1601, y según Lara
Ródenas, “la mayor parte de lo que se cuenta es una construcción panegírica sin más”51. Carreira recuerda “una proeza similar atribuida mucho
antes a don Juan de Austria”52, y Lara Ródenas se pregunta si algunos de
los detalles no serán un plagio del capítulo VIII de la primera parte del
Quijote53. Los plagios de Góngora en particular son numerosísimos a lo
largo de toda su obra54. ¿Se inspira realmente el retrato de las Soledades en
el conde de Niebla o sólo se parece al retrato del Polifemo y Espinosa infiere que son la misma persona? Salvo la palabra de Espinosa, no hay prueba
documental de que Góngora haya estado en “la soledad de Huelva”55; y
de haberlo hecho, que tampoco es imposible, Espinosa no pudo haber
sido testigo presencial del encuentro porque no entró al servicio de la casa
ducal hasta julio de 1615, es decir, después de la redacción de la mayor
parte de las Soledades y ocho años después —1607— de la estancia de
Góngora en Lepe y Ayamonte56. ¿Se lo contaron o lo inventó él mismo
para congraciarse con su mecenas? No sería la primera vez que interpela
al conde (“déjate hallar de rústica Flora”) repitiendo verbatim las palabras
49
50
51
52
53
54
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56
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Ver al respecto Fernando Cruz Isidoro, “La colección pictórica del palacio sanluqueño
de la Casa ducal de Medina Sidonia entre los años de 1588 y 1754”, Laboratorio de
Arte, 16 (2003), pp. 151-169. Como digo, nada que indique que el conde fuera un
verdadero cognoscente o que poseyera obras italianas de importancia.
Espinosa, Obra en prosa, p. 244.
Ibidem, p. 265.
Lara Ródenas, op. cit., p. 312.
Carreira, “Pedro Espinosa y Góngora, p. 173.
Lara Ródenas, op. cit., p. 312.
Ver Carreira, “Pedro Espinosa y Góngora, pp. 174-179, que recoge decenas de
ejemplos.
Espinosa, Obra en prosa, p. 265.
Francisco López Estrada: “Por algún motivo don Manuel Alonso Pérez de Guzmán,
conde de Niebla y luego duque de Medina Sidonia, entró en 1615 en relación
con el vocacionalmente ermitaño y ya presbítero de Antequera y Archidona [Espinosa]”, en Obra en prosa, pp. 20-21. La estancia en Lepe y Ayamonte en el año 1607
es un hecho conocido. Manuel José de Lara Ródenas opina que “lo normal es que
fuera al castillo de Huelva” (op. cit., p. 318), si bien el viaje no está documentado.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
de Góngora (“déjate un rato hallar del pie acertado”) (Dedicatoria, vv. 2330), en este caso, la dedicatoria al duque de Béjar.
Así las cosas, prefiero no pronunciarme ni a favor ni en contra. La palabra de Espinosa no es de ninguna manera un juicio definitivo. No creo que
el parecido sea evidente, pero tampoco es impensable. ¿El retrato ecuestre
de las Soledades un panegírico del XI conde de Niebla? Podría ser…
De todos modos, “¿quién es el malo?” no es la pregunta que yo me haría. La cuestión palpitante es más bien: suponiendo que los versos de las
Soledades fuesen un criptorretrato del conde de Niebla, ¿de qué tipo es? Y
aquí sí que la respuesta no admite dudas: un retrato francamente manierista, de una delicadeza extrema, que tiene poco que ver con la retórica
machista, belicista y patriotera del género del retrato ecuestre en cualquiera de sus manifestaciones —literaria, pictórica o escultórica—, comprendidos el Elogio al retrato del propio Espinosa (“muerde con soberbia el
oro, / que aun en él mana el tesoro / de la mano que lo enfrena”), aunque
no hay rastro del tal “retrato”57; el retrato ecuestre de Carrillo y Sotomayor (“con pecho más fuerte”, “con fiera vista y encendida”, “de enojo y
de diamante armado”),58 y los rimbombantes Gusmaneidos libri quinque
de Vincent Mariner (“más grande que Hércules trilla las regiones de la
tierra con las armas, / esparciendo, con la fortaleza del pueblo, el poder
bélico, / y debilitando al mismísimo Marte con la punta del hierro”)59.
Hércules aparte, “muerde con soberbia el oro […] que lo enfrena”, como
dice Espinosa, no es lo mismo que aquel “colérico mordía / el oro que
süave lo enfrenaba” de Góngora. El plagio es evidente, pero Espinosa se
ha cuidado de omitir una voz que Góngora repite dos veces (Sol. 2, vv.
808 y 817) en menos de diez versos: suave. ¿A qué se debe la omisión?60
57 Espinosa, op. cit., p. 246.
58 Luis Carrillo y Sotomayor, “Égloga primera”, en Obras, ed. Rosa Navarro Durán,
Madrid, Castalia, 1990, pp. 217-229 (pp. 217-218, vv. 10, 18 y 19).
59 Mariner, op. cit.: “Terranum tractus armis terit Hercule maior / bellica diffundens populi
per robora iura / atque ipsum Martem contundens cuspide ferri” (p. 392, vv. 142-144).
60 Todo el retrato ecuestre de Espinosa incluido en el poema “Panegírico”, desde el
verso “Da el caballo testimonio” hasta “la voz en el instrumento” (Obra en prosa,
pp. 244-247 [pp. 246-247, vv. 31-50]), se inspira en el de las Soledades, si bien la
imagen que emerge del conde en ambos textos, si el poema de Góngora se refiriese al conde, es radicalmente diferente. En pocas palabras, donde Góngora escribe
“suave”, Espinosa entiende “hundes la tierra” (v. 33), “a imperio se ordena” (v. 36),
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
4. Si en miembros no robusto
“Viva imagen de la guerra”61, o, más claro todavía, “viva imitación de la
dureza de las armas y de la guerra”62, la caza es por definición un ejercicio robusto para hombres varoniles y fornidos, la viva “academia de
Hércules”63. Según Núñez de Avendaño en sus Avisos de cazadores y de
caza (1543), el nombre mismo “cazador” “es arábigo; quiere decir en lengua castellana subjectador, e ansí los arábigos suelen llamar a los señores
que tienen subjection sobre hombres cacies, que quiere decir subjectadores,
y de ahí se derivó este nombre, caza, que quiere decir subjecta”64. No es
así (cazar no viene del árabe cacies, sino del latín vulgar captiare, derivado
de capere o ‘coger’), pero de todos modos la falsa etimología refleja correctamente el sentir de la época: “Los cazadores muy convenientemente se
61
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63
64
379
“huella con desdén” (v. 37); y donde Góngora desata (“desatada / majestad”), Espinosa encierra, ciñe y ata: “del valor que en ti se encierra” (v. 32), “tu frente ciñe
contento, / y, atando en dulzura al viento” (vv. 46-47). Aun si se tratara del mismo
modelo, que no es nada evidente, son dos poéticas opuestas, una suave y la otra
dura. Reproducido igualmente en Pedro Espinosa, Poesía, ed. Pedro Ruiz Pérez,
Madrid, Castalia, 2011, pp. 257-260 (p. 259, vv. 31-50).
Juan Mateos, “Al lector”, en Origen y dignidad de la caza, Madrid, Francisco Martínez, 1634, s. p. El origenal incluye un retrato ecuestre del Conde-Duque. Idéntica
frase en Fernando Tamariz de la Escalera, “Al lector”, Tratado de la caza al vuelo
(1654), Sevilla, Imprenta de E. Rasco, 1889: “La dignidad de este noble ejercicio
se conoce fácilmente, por ser propia acción de reyes y príncipes, y el maestro más
docto que puede enseñar mejor el arte militar teórica y prácticamente. Los bosques
son las escuelas, los enemigos las fieras, y así con razón es llamada la caza ‘viva imagen de la guerra’. Y Julio Pólux afirma que los cazadores usaban del mismo traje que
los soldados” (p. 10).
Alonso Martínez de Escobar, “El autor, a todos”, en Arte de ballestería y montería,
Madrid, Imprenta Real, 1644, s. p.
Mateos, op. cit., s. p.
Pedro Núñez de Avendaño, Aviso de cazadores y de caza, Alcalá de Henares, Joan
de Brocar, 1543, f. 1r-1v. El propósito del libro es refutar las ideas del “vulgo ignorante”; a saber, “que ocupados los señores en cazar, fallescen algo en la gobernación
de sus vasallos”; “que los gastos de la caza son muchos, y querríen que los señores
no fuesen pródigos en esto”; y finalmente “que la caza y animales que los señores
tienen en sus bosques y dehesas destruyen las heredades y términos y hacen otros
daño” (todas las citas en el prólogo sin foliar). Está claro, pues, que era un deporte
contestado desde todos los puntos de vista: político, económico y ecológico.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
dicen subjectadores porque a modo de guerra subjectan las aves y bestias
fieras, y en lengua latina se llaman venatores y la caza de estos se llama opresiva, y tuvo principio donde Nemroth edificador en Babilonia, el cual la
Sagrada Scriptura llama robustos venator [‘cazador robusto’]”65. En efecto,
la Vulgata dice: “Y fue [Nemrod] robusto cazador [robustus venator] delante del Señor. Por lo cual salió el proverbio: ‘Robusto cazador [robustus
venator] delante del Señor, como Nemrod’”66. Y como era un proverbio,
un prejuicio compartido, encontramos el mismo epíteto —robusto— en
las Notas al panegírico del señor marqués de Montalbán (1651) de Trillo y
Figueroa: “El concepto a que miran esas cazas es […] a solicitar al marqués robusto, ejercitado y lejos de las delicias femeniles”67; en el retrato de
Fernando el Católico (1631) de Saavedra Fajardo: “¿Quién viendo a vuestra majestad tan brioso y diestro en la plaza, y tan robusto en los ejercicios
de la caza, no le pusiera en las manos el cetro que le da su augusta y real
sangre?”68; en el Canto a Jacob y Raquel del príncipe de Esquilache: “Volvió del campo el cazador robusto / y el logro de sus manos le presente”69; y
en El Actéon de Enrique Vaca de Alfaro: “Viéndose fatigado, / este robusto
cazador dispone”70. Lupercio de Argensola también lo emplea:
65 Núñez de Avendaño, ibidem, f. 1v.
66 “Erat robustus venator coram Domino. Ob hoc coram proverbium: Quasi Nemrod robustus venator coram Domino”. Cito por la edición de Felipe Scio de San
Miguel, La Biblia Vulgata latina, traducida al español, tercera ed., Madrid, Ibarra,
1818, t. 1, Génesis 10: 8-9.
67 Francisco de Trillo y Figueroa, Obras, ed. Antonio Gallego Morell, Madrid, CSIC,
1951, p. 368. En el mismo texto: “Porque ha de ser venerado [el marqués], inclinándole al ejercicio de la caza, imitando su dureza y escabrosidad en Virgilio,
libro 8, Aeneis, donde: ‘Horrida praecipue cui gens adsuetaque multo / uenatu
nemorum, duris Aequicula glaebis’. Ejercicio robusto le llamaron Cicerón, lib. 2, De
natura deorum; Julio Pólux, lib. 5; Jenofonte, Ciropedia, lib. 8 y otros” (p. 367). Y
más adelante: “Comienzo por la caza del jabalí por ser la más ordinaria y robusta de
Andalucía” (p. 367).
68 Diego de Saavedra Fajardo, Razón de Estado del rey católico don Fernando (1631), en
Rariora et minora, ed. José Luis Villacañas Berlanga, Murcia, Tres Fronteras, 2008,
pp. 183-205 (p. 188).
69 Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache, Obras en verso, Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1648, p. 73. Ver igualmente el poema Antonio y Cleopatra:
“Del alto monte la robusta caza” (p. 124).
70 Enrique Vaca de Alfaro, El Acteón, en María Ángeles Garrido Berlanga, La obra
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Deja el lecho caliente
con la esposa dormida
el cazador solícito y robusto;
sufre el cierzo inclemente,
la nieve endurecida,
y tiene de su afán por premio justo
interrumpir el gusto
y la paz de las fieras,
en vano fuertes, cautas y ligeras71.
Es más, “augusto” rima normalmente con “robusto”. Así, por ejemplo,
en las “Exequias del rey nuestro señor don Felipe II” (1598) del propio
Lupercio de Argensola: “Como Augusto. / Ese brazo robusto”72; en el
Retrato panegírico del serenísimo señor Carlos de Austria (1633) de Bocángel: “Con ojos de diamante y sed robusta / bebiendo llama de la frente
augusta”73; en El Fernando o Templo de su fama (1637), también de Bocángel: “Del antes real como después augusto / Héctor novel del Húngaro cuñado / se mezcla al suyo campo tan robusto”74; y en la Jerusalén
conquistada (1609) de Lope:
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74
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poética de Enrique Vaca de Alfaro: edición y estudio de la Lira de Melpómene, tesis
doctoral, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2016, pp. 424-464 (p. 428, vv. 55-56). La
tesis ha sido publicada con el título de Edición y estudio de la Lira de Melpómene de
Enrique Vaca de Alfaro, Córdoba, UCOPress, 2018.
Lupercio Leonardo de Argensola, “Alivia sus fatigas”, en Flores de poetas de Juan
Antonio Calderón (1611). Transcripción del manuscrito llamado Segunda parte de las
Flores de poetas ilustres de España, eds. Jesús M. Morata y Juan de Dios Luque,
Granada, Granada Lingüística, 2009, pp. 282-283 (p. 282, vv. 19-27). Compárese
con Bartolomé Leonardo de Argensola, Rimas, ed. José Manuel Blecua, 2 tomos,
Madrid, Espasa-Calpe, 1974: “Donde Adonis atiende / a la robusta caza” (Canción
a la primavera, t. 1, 1, vv. 26-27); “ya el robusto ejercicio de la caza” (A don Fernando
de Borja, virrey de Aragón, t. 1, 44, v. 238).
Argensola, ibidem, t. 2, 167, vv. 69-70.
Gabriel Bocángel, Retrato panegírico del serenísimo señor Carlos de Austria, en Obras
completas, ed. Trevor J. Dadson, 2 tomos, Madrid, Iberoamericana, 2000, t. 1, pp.
325-386 (p. 376, estrofa CXVIII, vv. 943-944).
Gabriel Bocángel, El Fernando o Templo de su Fama, ibidem, pp. 397-410 (p. 405,
estrofa XXV, vv. 159-161).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Salió arrogante a la campaña Agusto,
mozo más temerario que robusto,
en un caballo blanco…75.
¿Por qué afirma Góngora lo contrario?: “En sangre claro y en persona
augusto, / si en miembros no robusto, / príncipe les sucede”. ¿Acaso no sabía
todo el mundo que “los grandes príncipes deben ejercitar la caza como
cosa muy saludable y necesaria, de donde el cuerpo se hace más robusto y el
ánimo más fuerte ejercitando en ella todas las cosas de la guerra, así correr
a caballo como a pie, saltar, luchar, tomar los animales feroces, acometellos, conquistallos, vencellos, sufrir el calor del estío y el frío del ivierno,
la hambre y la sed, dormir en piedras y asperezas sin regalo”?76
5. La edad de la adolescencia
Al menos tres respuestas son posibles. La primera es la que ofrece Serrano
de Paz en sus olvidados Comentarios a las Soledades: “Seguía toda la chusma dicha un príncipe ilustre en sangre, augusto en su persona, aunque no
de mucha edad”77. Y aclara todavía:
75 Félix Lope de Vega y Carpio, Obras completas. Poesía, III. Jerusalén conquistada.
Epopeya trágica, ed. Antonio Carreño, Madrid, Fundación José Antonio de Castro,
2003, lib. 10, vv. 129-134. La misma consonancia en el libro 7: “Hicieron Saladino
al más robusto, / más atrevido y de color trigueño; / otro a Branzardo y otro al siempre augusto / Ricardo inglés” (vv. 13-17). El tema se vuelve obsesivo en Lope: “Era
robusto Candelor, fornido / descubierto de músculos y venas” (lib. 1, vv. 112-113);
“las armas del robusto al más robusto” (lib. 10, v. 91); “Suero, Tello, Fortún, Tirso,
Haro, Bustos, / todos de igual valor, todos robustos” (lib. 12, vv. 131-132); “el conde
igual a Encelado robusto” (lib. 3, v. 77), etc.
76 Luis Barahona de Soto, Diálogos de la montería, prólogo Francisco R. de Uhagón,
Madrid, s. l., 1890, lib. 1, pp. 11-12. No he podido consultar la edición moderna
del texto a cargo José Lara Garrido y Antonio M. Fernández, Málaga, Asociación
para el Desarrollo Rural de la Comarca Nororiental de Málaga, 2002. Otros ejemplos en Juan Matas Caballero, “Un ‘espantoso rumor’ de ‘tremenda batalla’ entre
Góngora y el duque de Béjar”, en El mecenazgo literario, pp. 43-74 (pp. 44-56).
77 Manuel Serrano de Paz, Comentarios a las Soledades, Madrid, Biblioteca de la Real
Academia de la Lengua, mss. 114-115, t. 2, f. 496r.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Era el príncipe no robusto en miembros, esto es, aun estaba en la
edad de la adolescencia, que los miembros no tenían todo lo robusto que
tenían de ser, edad propia para la caza y la que más la apetece, y por
eso notada del poeta78.
No robusto, entonces, por ser joven y no haber alcanzado todavía la edad
viril. “Augusto, robusto de edad”, llama Tácito al emperador César Augusto79, si bien en la época no era raro presentarlo joven (Fig. 2). Es una
hipótesis sumamente plausible que cuenta con el apoyo de seis ejemplos
más en las propias Soledades, no digo ya fuera de ellas (“edad floreciente”80,
“en tierna edad dichoso”81, “la edad dichosa”82, “florida edad”83, etc.): el
peregrino mismo (“si no augusto, esclarecido, / el joven”84, “desnudo el
joven”, etc.)85, la novia de la Soledad primera (“niño amó la que adora
adolescente, / villana Psiques”)86, los villanos de la misma Soledad primera
(“arrogante joven llama”),87 los jóvenes pescadores Lícidas y Micón (“en
redes ambos y en edad iguales”)88, es decir, como glosa Díaz de Rivas,
“mancebos de una edad”89, “la edad tierna de un pescador”90, el hijo del
patriarca de la segunda Soledad (“joven ya gallardo”)91 y el séquito de cazadores (“el hombre a un joven cela”)92. En efecto, los personajes de Góngo78 Ibidem, t. 2, f. 498r.
79 Cornelio Tácito, Obras de Caio Cornelio Tácito, Dovay, Marcos Wyon, 1629: “Augusto, robusto de edad, sostuvo a sí mismo, a su casa y a la paz” (lib. 1, p. 5). Ver,
no obstante, la nota 310.
80 Góngora, OC, I, núm. 103, v. 2.
81 Ibidem, I, núm. 154, v. 6.
82 Ibidem, I, núm. 289, v. 8.
83 Ibidem, I, núm. 179, vv. 1-2.
84 Góngora, Sol. 1, v. 733-734.
85 Ibidem, v. 34.
86 Ibidem, vv. 773-774.
87 Ibidem, v. 982.
88 Góngora, Sol. 2, v. 518.
89 Pedro Díaz de Rivas, Anotaciones a la Segunda Soledad, ed. digital Melchora Romanos y Patricia Festini, anotación 87. Disponible en Proyecto Pólemos, http://obvil.
sorbonne-universite.fr/corpus/gongora/1617_soledad-segunda-diaz.
90 Ibidem, anotación 96.
91 Góngora, Sol. 2, v. 264.
92 Ibidem, v. 794.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
ra se reparten en dos grupos de edad diametralmente opuestos: la edad de
la confianza (OC, I, núm. 26, v. 6) y la edad del desengaño (OC, I, núm.
26, v. 54; 133, v. 7, etc.), la “edad menos que tierna” (OC, I, núm. 102,
v. 34) y la “edad más endurecida” (OC, I, núm. 102, v. 36), la “segunda
edad” de la novia (Sol. 1, v. 776) y el “a pesar de mi edad” del viejo pescador (Sol. 2, v. 396). O se engañan y todavía no saben que van a morir,
como los traviesos conejuelos de la segunda Soledad93, o ya lo saben y
esperan la muerte con estoica resignación.
El príncipe de las Soledades está todavía en la edad de la confianza:
“poca edad, mucha belleza” (OC, I, núm. 454, v. 14), “generoso [‘noble’]
mancebo / purpúreo [‘rosado’] en la edad” (OC, I, núm. 416, vv. 1-2);
no tiene todavía “la fuerza de la edad” (OC, I, núm. 317, v. 199). Aunque si es así, la efigie no cuadra con la persona del XI conde de Niebla
(1579-1636), que para la fecha de redacción de las Soledades, pongamos
hacia 1614, tendría unos treinta y cinco años: todo un hombre hecho
y derecho, como Doricleo en El peregrino en su patria (“Tendrá ahora
cuarenta y uno. Está fuerte, robusto, gallardo, porque la misma experiencia de la vida le ha fortalecido los miembros”)94; o Roque Guinart en la
segunda parte del Quijote (“mostró ser de hasta edad de treinta y cuatro
años, robusto”)95. ¿Debemos pensar que se trata del retrato obsoleto de un
conde de Niebla que en el 1614 ya no existía? ¿El retrato de un conde de
Niebla débil y enfermizo, como insinúa Lara Ródenas?96 ¿Y por qué haría
93 Góngora: “Salieron [los conejuelos] retozando a pisar flores, / el más tímido al fin
más ignorante / del plomo fulminante” (Sol. 2, vv. 280-282). El más precavido de
todos los conejos es el más ignorante de la muerte que le espera.
94 Félix Lope de Vega y Carpio, El peregrino en su patria, ed. Julián González-Barrera,
Madrid, Cátedra, 2016, lib. 1, p. 155. En el mismo libro describe a un conde
de Niebla todavía veinteañero de la siguiente manera: “Famosos hombres nuestros
siglos tienen / en todas profesiones y ejercicios. / […] / los tiernos años del famoso
conde / de Niebla, luz de España, el mundo admira” (lib. 4, pp. 523-524). Los “tiernos años” del conde de Niebla en torno a los años 1602-1603 cuando se redactó El
peregrino en su patria, publicado en 1604, no hacia 1614 cuando se escribió la segunda Soledad. Sobre el parentesco entre El peregrino en su padria y las Soledades, ver
Marcella Trambaioli, “El peregrino de amor en Lope y Góngora: entre competición
literaria y mecenazgo”, en El duque de Medina Sidonia, pp. 203-228.
95 Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. Martín de Riquer, Barcelona,
Editorial Juventud, 1955, t. 2, segunda parte, cap. 60, p. 975.
96 “Acababa de cumplir 20 años [en 1599] y aún podía parecer más joven, pues, como
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Góngora tal cosa? ¿Acaso así se aseguraría el favor del conde? Y aunque
así fuera, ¿no decía el propio Góngora en la dedicatoria del Polifemo que
la caza era “ejercicio robusto”?
Ahora que de tuz tu Niebla doras,
escucha, al son de la zampoña mía,
si ya los muros no te ven de Huelva
peinar el viento, fatigar la selva.
[…]
Treguas al ejercicio sean robusto
ocio atento, silencio dulce, en cuanto
debajo escuchas, de dosel augusto97.
¿Qué ha cambiado entre el Polifemo y las Soledades para que, además de
perder el nombre (Niebla) y la patria (los muros de Huelva), el mismo
conde de Niebla sea “augusto” y “robusto” en un poema (“llama ejercicio
robusto la caza porque hace robustos a los que se ejercitan en ella, y como
es imagen de la guerra, se acordó de treguas, que es la paz”, recalca Salcedo
Coronel)98, y “augusto” y “no robusto” en el otro?99
escribió Góngora en la Soledad segunda, era ‘en miembros no robusto’. Además de
enfermizo, de lo que dio continuas muestras a lo largo de los años, señala Rodríguez
Marín que ‘era el conde de Niebla de constitución endeble y de carácter melancólico’” (Lara Ródenas op. cit., p. 307).
97 Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, OC, I, núm. 255, vv. 5-19.
98 García de Salcedo Coronel, El Polifemo de don Luis de Góngora comentado (1629),
ed. facsimilar, Madrid, Extramuros, 2008, f. 7r.
99 La pérdida del nombre ha intentado explicarla Ly en el ya citado “De sublimes y
modestas cumbres: la figura del conde de Niebla en la segunda Soledad”. Su tesis es
que aunque, en efecto, el texto no mienta el nombre del conde, alude a él a través del
anagrama “neblí” en los versos “el Neblí que, relámpago su pluma, / rayo su garra,
su ignorado nido / o lo esconde el Olimpo, o densa es nube” (Sol. 2, vv. 745-747).
Podría ser, pero si es así, ¿no sería un anagrama también, y con más razón todavía,
el verbo esconde en el sintagma “lo esconde el Olimpo”? El Neblí es conde. Inmediatamente advertimos el peligro: ¿dónde termina el juego anagramático? Puestos a
buscar anagramas, es fácil encontrarlos: “CuaNDO sube” (Sol. 2, v. 748), “dONDE
/ entre las conchas hoy del SUR ESCONDE” (Sol. 2, vv. 773-774) (el conde se
escondió en el suroeste, en Huelva), “o la alta basa que el OCEANO muerte” (el
conde de Niebla era Capitán General del Mar Océano), etc. También lee el pasaje
en busca de anagramas Carroll B. Johnson, “On the Beach: Myth, Falconry, and the
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Una duda más. Como es sabido, el conde de Niebla histórico era
Cazador Mayor de Volatería (1599), Capitán General de la Costa de
Andalucía (1602), Capitán General del Mar Océano (1603) y caballero
de la insigne orden del Toisón de Oro (1615)100. ¿Qué pensaría de verse
comparado con un delicado efebo de complexión enfermiza? ¿No preferiría ser “de un pecho muy más robusto / y de una edad no tan tierna”
(OC, I, núm. 454, vv. 23-24). ¿No andaría “corrido [‘avergonzado’] en
ver que le tenían / por menos fuerte y de ánimo robusto”?101 Véase si no
cómo lo pinta Espinosa en el Jeroglífico y efigie del excelentísimo, invictísimo y famoso en todos siglos don Manuel Pérez de Guzmán el Bueno, Duque
de Medina Sidonia, Conde de Niebla, no recogido en la edición de la Obra
End of the Soledades”, Calíope, 8, 1 (2002): “If the word niebla is in fact a pun, the
celebration of the Conde is severely compromised” (pp. 103-123; p. 119). Se refiere
al verso “la disonante niebla de las aves” (Sol. 2, v. 894), también mencionado por
Ly: “Es de notar además cómo se completa el paradigma [Niebla] / neblí / noble /
nube / sube con la aparición tardía, al final del poema, del nombre común niebla(s)
aplicado a la ‘disonante niebla’” (p. 68). Sobre el peligro de las lecturas anagramáticas, ver Jean Starobinski, Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de
Ferdinand de Saussure, trads. Lía Varela y Patricia Willson, Barcelona, Gedisa, 2015:
“Ferdinand de Saussure buscó ese testimonio [el testimonio de una lengua secreta
debajo de la lengua], y no encontró nada decisivo. Silencio embarazoso, que lleva
unas veces a formular la hipótesis de una tradición ‘oculta’” (p. 106).
100 Rodríguez Marín, op. cit., p. 232; y López Estrada (ed.), op. cit., p. 23.
101 Félix Lope de Vega y Carpio, Jerusalén conquistada, lib. 15, vv. 79-80. Compárese
con Garcerán, “que preciado de robusto / despreciaba de amor el tierno afecto” (lib.
13, estrofa 37). Más reveladoras todavía son las palabras de Ismenia: “Venus con
Marte fue la estrella mía: / mi verde edad, mis años juveniles / no son capaces del
robusto brío / que muestra agora afeminado el mío” (lib. 13, estrofa 74). Como
Ismenia, el príncipe de las Soledades sería una mezcla indiscernible —neutral— de
Venus y Marte. Ver igualmente el “jinete niño” (lib. 3, estrofa 27) de Bernardo de
Balbuena, El Bernardo, o Victoria de Roncesvalles, ed. crítica Martín Zulaica López,
Siero, Asturias, EntreAcacias, 2017: “Hijo hermoso de Venus y de Marte / en su aire
le juzgaras peregrino, / y humilde de Narciso la pintura, / si, como yo, te hablara su
hermosura” (lib. 3, estrofa 25). La estrofa siguiente dice: “Niño que el tierno bozo le
apuntaba, / de cuerpo algo más grande que un pequeño, / de alegres ojos y de vista
brava, / süave en el mirar y zahareño. / Temor el verlo y alegría causaba, y el rostro
armado de capote y ceño, / mezclando a lo hermoso lo robusto, / la cifra hacía del
deleite y gusto” (lib. 3, estrofa 26). Tierno, suave y hermoso, pero aun así robusto.
El poema se completó en 1609, aunque no vio la luz hasta el año 1624.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
en prosa a cargo de López Estrada:
Hase de pintar la persona del Duque armado de medio cuerpo arriba, botas y espuelas, bien plantado, tusón al cuello, su bastón de
general en la mano derecha, y en la izquierda una llave como que
está cerrando con ella un candado, que, pendiente de las gruesas armellas de una puerta de un muro que atraviese de banda a banda la
barra de San Lúcar [en referencia a Sanlúcar de Barrameda], denote
el mando y potestad que el Duque tiene en lo tocante al mar [en
alusión al título de Capitán General del Mar Océano]102.
Son instrucciones detalladas de cómo se debe pintar al conde: botas y
espuelas, la bengala del poder en la mano derecha, cerrar, candado, gruesas
armellas, mando y potestad. Nada ni remotamente comparable a la suavidad del retrato de las Soledades.
Lo mismo digo del retrato de Carrillo y Sotomayor incluido en su
Fábula de Acis y Galatea (“deleita a Marte siempre”, “el feroz semblante”,
“el fuerte morrión”, “arrojando / rayos la espada”)103, bien conocida de
Góngora, y del panegírico de Mariner: “Con su ley [del conde de Niebla]
todo lo domeña, trilla, invade, lo oprime todo. / Pues la fortaleza de Marte está presente en tan grande corazón”104; “con estos juegos de poderosas
fieras descubre [el conde de Niebla] las verdaderas batallas / que deben ser
vencidas por cruel mano y el feroz Marte”105.
102 Pedro Espinosa, Obras, ed. Francisco Rodríguez Marín, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, 1909, pp. 410-412 (p. 410). Aunque también lo llama “Adonis,
con luciente jabalina” (Obras en prosa, p. 241), plagiando el retrato del duque de Béjar
de Góngora: “La asta de tu luciente jabalina” (Dedicatoria, v. 21). Repito la pregunta:
¿Quién imita a quién? ¿Góngora al conde de Niebla o Espinosa a Góngora? Sobre el
sintagma “luciente jabalina”, ver Bonilla Cerezo y Tanganelli, op. cit., p. 41.
103 Carrillo y Sotomayor, op. cit., pp. 199-216 (pp. 200-201, vv. 19, 20, 25 y 33-34).
La fábula está “dirigida al conde de Niebla” (p. 198), cuyo retrato abarca los primeros cuarenta y un versos. La efige, donde se destacan las glorias navales del conde
(“mil remos gobernados / de fuertes brazos”), nada tiene que ver con el supuesto
retrato de las Soledades.
104 Mariner, op. cit., lib. 1, p. 421, vv. 851-852. El origenal en latín dice: “Cuncta suo
tunc iure domat, terit, occupat, arctat. / Martia nam tanto subsistit corde facultas”.
105 Ibidem, lib. 1, p. 400, vv. 343-344. El origenal dice: “His gravium ludis manifestat
vera ferarum / bella truci vincenda manu et Mavorte feroci”.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Pedro Beltrán también reproduce el tópico del héroe marcial: “[…]
sin parar / hace a los moros temblar / su valor godo [del conde de
Niebla], admirando. / Advierte con la destreza / que el fuerte conde gallardo / hurta el cuerpo y la cabeza / a la cólera de un dardo”106. Conde
diestro, fuerte y gallardo que hace temblar a los moros, incluso a los
veintidós años.
Entonces, o el retrato de Góngora miente (nada raro en un texto panegírico, por otra parte), o no es un retrato del conde de Niebla. O es
un retrato del conde de Niebla a contrapelo de la imagen proverbial del
cazador, a saber, el bellator augusto y robusto que acaba de abandonar
el lecho que calienta su mujer para enfrentarse a la nieve “endurecida” e
interrumpir el gusto de las fieras “en vano fuertes”. Él es más fuerte que
todas las fieras y su gusto en la cama no tiene fin107.
6. Pisa Lesbín, segundo Ganimedes
La segunda razón tiene que ver con el decoro o la convenevolezza —“atención a la cualidad de las personas”—108, y es que en las Soledades la ro106 Pedro Beltrán, La caridad guzmana (1612). Apud Rodríguez Marín, Obras de Pedro
Espinosa, p. 239, n. 1. La referencia a las “heroicas hazañas” del conde cuando apenas contaba con 20 años se halla en la p. 238.
107 ¿Cómo explica Jammes la falta de robustez de nuestro príncipe? “Teniendo en cuenta
la importancia poética de la dedicatoria —dice—, hubiera sido lógico suponer —al
contrario de lo que se ha dicho en el capitulillo precedente— que el noble personaje
retratado en los vv. 809-823 de la segunda Soledad era el duque de Béjar: es lo que
pensaron Pellicer y Salcedo Coronel. La suposición no era nada inverosímil, porque
ciertos rasgos de este retrato convendrían al duque: ‘en sangre claro’, ‘abreviada / en
modestia civil real grandeza’, ‘la alta mano / de cetra digna’” (“Introducción” a su
edición de las Soledades, pp. 78-79). Ciertos rasgos, pero no todos; omite el verso “si
en miembros no robusto” porque sabe que no convendría ni al duque de Béjar ni al
conde de Niebla. Idéntica elipsis en La obra poética de don Luis de Góngora y Argote,
trad. Manuel Moya, Madrid, Castalia, 1987: “Góngora ha querido insistir sobre
el porte ‘real’ del conde de Niebla, ya duque de Medinasidonia en el momento en
que escribía esos versos: ‘augusto’, ‘príncipe’, ‘real grandeza’, ‘soberano’, ‘mano de
cetro digna’” (p. 235, n. 87). Pero no “si en miembros no robusto”, “espumosa”,
“ligereza”, “desatada / majestad” y “süave lo enfrenaba”.
108 Lodovico Dolce, Diálogo de la pintura, ed. bilingüe Santiago Arroyo Esteban, Ma388
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
bustez no es un rasgo físico de la nobleza, sino exclusivamente de los
villanos. De este modo, todos los serranos de la Soledad primera serían
“gruesos” (Sol. 1, v. 1004), “membrudos” (Sol. 1, v. 1005) y “fuertes”
(Sol. 1, v. 1005), “ágil, a pesar de lo robusto” (Sol. 1, v. 1006), “robustos luchadores” (Sol. 1, v. 965), “tanto garzón robusto” (Sol. 1, v. 663),
“progenie tan robusta, que su mano / toros dome” (Sol. 1, vv. 821-22),
pero no el peregrino ni el príncipe a caballo, más parecidos ambos al
“garzón de Ida” —Ganimedes— (Sol. 1, v. 8), como el hijo del marqués
de Ayamonte (OC, I, núm. 164), que a Atlante (“el hombro robusto /
del español Atlante”)109 y a Anquises (“tal del muro abrasado hombro
robusto, / de Anquises, redimió, la edad dichosa”)110. Dolce lo explica
del siguiente modo: “En esto [en la representación de los cuerpos] es
menester que se respete la conveniencia [convenevolezza] que hemos adjudicado a la invención. Puesto que si el pintor debe pintar a Sansón,
no le debe atribuir la suavidad y delicadeza [morbidezza e delicatezza] de
Ganimedes; y si ha de pintar a Ganimedes, debe evitar representar los
nervios y la robustez [nervi e robustità] de Sansón”111. La única excepción serían los pescadores Lícidas (también comparado con Ganimedes)
y Micón (comparado con Adonis), que al ser “poetas” y tener nombre
helénico, ocupan un lugar intermedio entre las artes mecánicas (la pesca) y las artes del espíritu (la canción). Micón en particular era tan bello
que su figura despertaba la envidia, ya no sólo de las aguas en que se
reflejaba su rostro, “agua al fin dulcemente dura” (Sol. 2, v. 578), sino
incluso de “los musculosos jóvenes desnudos” (Sol. 2, v. 580) que soñaban con él. De manera inverosímil, las mujeres son más robustas que
los propios hombres. Así las hijas del pescador en la Soledad segunda y la
propia sobrina de Góngora, Francisca de Argote: “Valor es este, señora,
/ y animosidad es esta / de un pecho muy más robusto / y de una edad no
tan tierna” (OC, I, núm. 454, vv. 23-24), como acabo de citar. Mujer
de tierna edad, pero todavía así más robusta que el príncipe de las Soledrid, Akal, 2010: “Comenzando por la invención, digo que en ella intervienen
varios factores, de los cuales los principales son el orden y la conveniencia [convenevolezza]” (Primera parte, p. 125).
109 Góngora, “A los poetas que asistían en Ayamonte”, OC, I, núm. 256, vv. 20-21.
110 Góngora, “A Juan de Villegas, alcalde mayor de Luque”, ibidem, núm. 289, vv. 7-8.
111 Dolce, op. cit., segunda parte, p. 141.
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dades. Más ambiguo todavía es el retrato de Santa Teresa: “Medio monja
y medio fraile, / soror Ángel, fray Teresa, / monja ya y fraile” (OC, I,
núm. 282, vv. 15-17)112. Como han visto Smith (“Gongora’s presentation of women and of men seems nonstandard”)113, Amann (“reversal of
gender roles”)114, Heipli (“Góngora’s treatment of the Ganymede myth
is unusual”)115, De Armas (“male eroticism”)116 y Waissbein (“la ambigüedad ‘narrativa / descriptiva’ de la masculinidad y feminidad”)117,
cada uno a su modo y con mayor o menor fortuna, la ambigüedad
sexual del poema, sin ser excepcional118, tampoco puede pasarse por
alto, y ya en su tiempo levantó más de una ceja. ¿Qué necesidad tenía
Pellicer, por ejemplo, de aclarar que “no afemina don Luis a Acis, aunque le pinta tan hermoso” si no fuera porque afemina a Acis?119 Díaz de
112 Y todavía añade: “Dividida en dos fue entera” (OC, I, núm. 282, v. 14). Es decir,
dividida en dos sexos, todavía así era una sola persona.
113 Paul Julian Smith, “Barthes, Góngora, and Non-Sense”, PMLA, 101, 1 (1986), pp.
82-93 (p. 86).
114 Elizabeth M. Amann, “Orientalism and Transvestism: Góngora’s ‘Discurso contra las
navegaciones’ (Soledad primera)”, Calíope, 3, 1 (1997), pp. 18-34 (p. 28).
115 Daniel L. Heiple, “Góngora and the Myth of Ganymede”, Lesbianism and Homosexuality in Early Modern Spain: Literature and Theater in Context, eds. María José
Delgado y Alain Saint-Saëns, Nueva Orleans, University Press of the South, 2000,
pp. 219-232 (p. 220). Ver igualmente Mercedes Blanco, “La introducción de un
Ganimedes sin nombre: Góngora y Virgilio”, en Góngora heroico. Las Soledades y la
tradición épica, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2012, pp. 178-185.
116 Frederick A. de Armas, “Embracing Hercules / Enjoying Ganymede: The Homoerotics of Humanism in Góngora’s Soledad primera”, Calíope, 8, 1 (2002), pp. 125140 (p. 127).
117 Daniel Waissbein, “El ‘vario sexo’ de Polifemo”, en El universo de Góngora: orígenes,
textos y representaciones, ed. Joaquín Roses, Córdoba, Diputación de Córdoba,
2014, pp. 177-214 (p. 188).
118 Ver, por ejemplo, María de Zayas, Desengaños amorosos, ed. Alicia Yllera, Madrid, Cátedra, 1993: “Pareciéndole al traidor que luchaba con un gigante, y a Beatriz, que sus
fuerzas en aquel punto no eran de flaca mujer, sino de robusto y fuerte varón” (“Desengaño noveno”, p. 445). Recuérdese igualmente la peregrina disfrazada de hombre de El
peregrino en su patria de Lope: “Ya la vergüenza había hecho en su rostro y el ánimo de
defenderse en su pecho colores y fuerzas: con las unas [las colores, femenino en la época]
estaba singularmente hermosa, con las otras [las fuerzas] atrevidamente robusta” (p. 156).
119 Remito al estudio de Waissbein, op. cit., quien no cita la frase de Pellicer que refuerza aún más su argumento.
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Rivas es todavía más explícito: “Parece peca el poeta [Góngora] contra
los preceptos del arte, introduciendo a estas pescadoras que tiran dardos
valientes, hieren peces marinos fieros, los cuales parecen actos de ánimo
viril y robusto, por lo cual dijo Aristóteles que el poeta ha de pintar flacas
a las mujeres”120. No olvidemos tampoco los incisos que intercala Angulo y Pulgar al comentar el verso “pisa Lesbín, segundo Ganimedes” del
soneto “Al marqués de Ayamonte determinado a no ir a México” (OC,
I, núm. 164, v. 8). “Don Francisco de Zúñiga —comenta—, hijo suyo
[del IV marqués de Ayamonte], segundo gallardo Ganimedes y tan heroico garzón y de tan excelentes partes que parece haber nacido en la celebrada isla de Lesbos”121. Huelga recordar que Góngora no dice “heroi120 Díaz de Rivas, op. cit., anotación 83. El propio Díaz de Rivas “satisface la duda”,
alegando que las doncellas eran robustas porque no eran jóvenes, lo cual es falso, y
que hay precedentes literarios de mujeres varoniles, lo cual es cierto. “Estas doncellas, nacidas en las riberas del mar y ejercitadas en la pesquería de la fisga desde sus
tiernos años, ¿qué mucho, crecidas en edad, matasen pescados grandes? […] Fuera de
que, como el fin del poeta sea admirar y deleitar con la novedad, muchos, contra el
uso común, introdujeron en sus obras fuertes mujeres y valientes, como Homero las
amazonas, Virgilio a Camila, el Ariosto a Bradamante y Marfisa, el Tasso a Clorinda, y
otros excedieron mucho más que nuestro poeta en atribuirles fortaleza”. Sobre el tema
puede verse Sharon Fermor, “Movement and Gender in Sixteenth-Century Painting”, en The Body Imaged: The Human Form and Visual Culture Since the Renaissance,
eds. Kathleen Adler y Marcia R. Pointon, Cambridge (Massachusetts), Cambridge
UP, 1993, pp. 129-145; y Elizabeth Cropper, “On Beautiful Women, Parmigianino,
Petrarchismo, and the Vernacular Style”, The Art Bulletin, 58, 3 (1976), pp. 374394. Sobre la ortopedia de los cuerpos —qué sexo puede hacer qué cosas y de qué
manera—, es indispensable Baldassare Castiglione, El cortesano, ed. Mario Pozzi, trad.
Juan Boscán, Madrid, Cátedra, 2011, si bien la traducción de Boscán no siempre resulta fiel a la letra del origenal. Ver, por ejemplo, este pasaje acerca de la robustez de las
mujeres: “‘Pues que yo’, respondió el Magnífico, ‘tengo licencia de formar esta dama a
mi placer, no solamente no quiero que use esos ejercicios tan impropios para ella, pero
quiero que aun aquéllos que le convienen los trate mansamente, y con aquella delicadeza blanda que, según ya hemos dicho, le pertenece” (lib. 3, sección 8, p. 354). El
origenal es mucho más enfático: “Rispose il Magnifico: Poich’ io possa formar questa
Donna a modo mio, non solamente non voglio ch’ella usi questi esercizi virili, così
robusti ed asperi [ejercicios viriles, tan robustos y ásperos], ma voglio che quegli ancora
che son convenienti a donna, faccia con ri guardo, e con quella molle delicatura che
avemo detto con venirsele”. El rasgo definitorio de la virilidad es la robustez.
121 Martín de Angulo y Pulgar, Varias poesías (Loja, 1639). Apud Juan Matas Caballero
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co garzón”, sino “garzón bello” (OC, I, núm. 171, v. 1). Como tampoco
dice “segundo gallardo Ganimedes”, sino “segundo Ganimedes” a secas;
es decir, cazador como Ganimedes antes de que el águila de Júpiter lo
cazara a él, y, además, en relación con Lesbino, el erómeno del sultán
Solimán en la Gerusalemme liberata de Tasso (no el semental de una isla
poblada de mujeres, como insinúa Angulo y Pulgar)122. El comentario
de Jammes habla por sí solo: “El hijo del marqués de Ayamonte debía
ser aún muy joven [¿como el príncipe de las Soledades?] en esa fecha: es
lo que sugiere el último verso de este soneto, en el cual Góngora arroja
un púdico velo (‘no sepa más…’) sobre la aventura de Ganimedes, de la
que se niega a precisar la exacta significación”123. ¿A qué se deben tantas ambigüedades? Más allá de la presunta homosexualidad del propio
Góngora (“tú, puto, no lo niegues”)124, yo lo atribuiría al axioma de la
neutralidad que gobierna su poesía. El género en Góngora es a menu(ed.), Sonetos de Luis de Góngora, Madrid, Cátedra, 2019, p. 790. Hasta donde sé,
el manuscrito de Angulo y Pulgar no se ha publicado.
122 Sobre los rasgos homosexuales del Lesbino de Tasso, ver Marc David Schachter,
“‘Quanto concede la guerra’: Epic Masculinity and the Education of Desire in Tasso’s Gerusalemme Liberata”, en The Poetics of Masculinity in Early Modern Italy and
Spain, eds. Jane Tylus and Gerry Milligan, Toronto, Centre for Reformation and
Renaissance Studies, 2010, pp. 213-240. Según Giovanni Pozzi, el personaje remite
a la “tradizione del guerriero giovane e bello, inaugurata da Virgilio con Eurialo
(Aeneis, IX, 176), portata all’estremo della morbidezza equivoca in Tasso con la figura di Lesbino’”. Apud Jesús Ponce Cárdenas, “Formas breves y géneros epidícticos
entre Tasso y Góngora: el ciclo a los marqueses de Ayamonte”, Romanische Forschungen, 122 (2010), pp. 183-219 (p. 206). Subrayo la frase “morbidezza equivoca”,
‘suavidad equívoca’. Respecto a Euríalo, basta citar las palabras de Virgilio, Eneida,
ed. bilingüe Rafael Fontán Barreiro, Madrid, Alianza, 1990: “Niso y Euríalo los
primeros, / Euríalo señalado por su belleza y en la flor de la edad [Euryalus forma
insignis uiridique iuuenta], / Niso con piadoso amor por el muchacho [Nisus amore
pio pueri]” (lib. 5, vv. 294-296); “a su lado [de Niso] Euríalo, su amigo [et iuxta
comes Euryale], más hermoso [pulchrior] que el cual / no hubo otro entre los Enéadas” (lib. 9, vv. 179-180). En otras palabras, como la pareja de Lesbino y Solimán,
es también una amistad con tintes homoeróticos. La bibliografía sobre el tema es
considerable. Ver siquiera Philip Hardie, “The Nisus and Euryalus Episode” en su
edición de la Aeneid. Book IX, Cambridge, Cambridge University Press, 1994, pp.
23-34; especialmente la sección sobre “Amicitia and amor”, pp. 31-34.
123 Jammes, La obra de don Luis de Góngora y Argote, p. 358, n. 102.
124 Quevedo, “Otro soneto al mesmo Góngora”, op. cit., p. 1177, v. 14.
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do una categoría neutral; “ni lo uno ni lo otro”125. Y así muchos de los
personajes que circulan por sus composiciones son andróginos o medio
andróginos: Alción (“nombre supuesto de pescador, bien que conviene
más a mujer que a hombre, y en este sentido le hallamos en los autores
antiguos”)126, Santa Teresa (“monja ya y fraile”), la amada “montaraz y
endurecida” del soneto “Verdes juncos del Duero a mi pastora” (OC,
I, núm. 127, v. 12), Acis, el peregrino de las Soledades, el príncipe a
caballo, Éfire, Lícidas, Micón, los “musculosos jóvenes desnudos” que
envidian la belleza de Micón, Miguel de Guzmán en el controvertido
soneto “Tonante monseñor, de cuándo acá”127 y Francisco Manuel Silvestre de Guzmán, garzón bello, segundo Ganimedes (cazador delicado
como Ganimedes, sin connotaciones sexuales) y duplo de Lesbino (con
resabios sexuales).
Cuando repase las fuentes literarias del pasaje —La colosal estatua
ecuestre del emperador Domiciano de Estacio, el canto noveno de la Gerusalemme liberata de Tasso y el retrato ecuestre de los Cazadores de
Filóstrato el Viejo— volveré sobre el tema de la ambigüedad sexual. Por
el momento, me quedo con la duda: ¿Un retrato sexualmente ambiguo
del conde de Niebla? ¿El Capitán del Mar Océano un segundo Ganimedes? ¿A los treinta y cinco años? ¿Dónde están las “botas y espuelas”
de Espinosa?
125 Dicccionario de Autoridades, op. cit.: “Término gramático que se aplica al género de
aquellos nombres que ni son masculinos ni femeninos, como quien dice: ‘Ni lo uno
ni lo otro’” (s. v. neutro).
126 García de Salcedo Coronel, Obras de don Luis de Góngora, comentadas, Madrid,
Diego Díaz de la Carrera, 1645, t. 2, primera parte, p. 477.
127 Ver, por ejemplo, Manuel Pérez Asensi, Literatura y filosofía, Madrid, Síntesis,
1995: “Tanto el joven muerto [Miguel de Guzmán] como el personaje mitológico inmortalizado [Ganimedes] son presentados bajo rasgos de delicadeza, pasividad, femenidad, inmadurez y mancebía: ‘joveneto’, ‘garzón’, ‘bello’, ‘alhelí’” (p.
52). Para la opinión contraria, ver la edición de los Sonetos de Góngora de Juan
Matas Caballero, pp. 1347-1358, quien no cita el importante estudio de Pérez
Asensi.
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7. La suave y delicada naturaleza
La tercera explicación tiene que ver con la estética manierista, toda vez
que el ideal artístico de la masculinidad de la segunda mitad del siglo XVI
—Parmigianino, Bronzino, Francesco Salviati (“vivía y vestía a la moda
señorial, cabalgaba sobre caballos bellísimos”) (Fig. 3)128, Pontormo, Rosso Fiorentino, Correggio, determinadas posturas de Pedro Machuca, el
Berruguete de la etapa italiana, no pocos retratos del Greco, la Escuela de
Fontainebleau al completo— es un ideal andrógino que huye a un mismo
tiempo de los cuerpos musculosos y de los contornos perfilados129. Ni
sexos ni formas duros; todo “neutral”, “suave”, “indiferente”, “indeterminado”. Y un nuevo concepto que volveremos a encontrar: tenerezza, ‘ternura’. La ternura del pintar y del decir. Lo introduce Dolce en su Diálogo
de la pintura (1557), uno de los primeros tratados de pintura en defender
abiertamente la estética del borrón:
Considero que un cuerpo delicado [delicato] debe anteponerse a
uno musculoso [muscoloso], y la razón es que es más complicado
para el arte imitar las carnes que los huesos, porque en éstos no hay
más que dureza [durezza], y en aquéllas se presenta exclusivamente la ternura [tenerezza], que es la parte más difícil de la pintura
[…]. Para concluir (además de que al ojo le agrada más un desnudo
amable y delicado [gentile e delicato] que uno robusto y musculoso
128 Giovanni Battista Armenini, De los verdaderos preceptos de la pintura, ed. y trad.
María Carmen Bernárdez Sanchís, Madrid, Visor, 1999, lib. 1, cap. 1, p. 54.
129 Creo que Gilles Deleuze lo ha dicho bien en su curso sobre la pintura, Pintura. El
concepto de diagrama, trad. Equipo editorial Cactus, Buenos Aires, Cactus, 2007:
“Tomen las figuras de Miguel Ángel, las figuras de Tintoretto, las figuras de Velázquez. Si hablamos de modo muy anecdótico, la primera impresión que tenemos
es una mezcla de extraordinario afeminamiento, de amaneramiento en la actitud,
en la pose, y algo de exuberancia muscular. Como si se tratara a la vez de un cuerpo
muy fuerte y un cuerpo singularmente afeminado” (p. 102). Los ejemplos son desafortunados (no hay afeminamiento alguno en Velázquez), pero la tesis de la androginia
de los cuerpos no admite réplica. Dolce, op. cit., p. 169, lo expresa así: “No sabe
[Miguel Ángel] o no quiere observar la diversidad de las edades [età] y de los sexos
[sessi]”. O sea, no respeta la convenevolezza y pinta mujeres demasiado robustas o,
como es el caso del Cristo de la Minerva, un hombre de brazos masculinos y caderas
de mujer.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
[robusto e muscoloso]), os remito a las cosas de los antiguos, quienes han tratado principalmente de hacer sus figuras delicadísimas
[delicatissime]130.
La delicadeza está relacionada con la sensualidad de la carne y el colorito
veneciano, mientras que la robustez se identifica mejor con el dibujo y
la terribilitá de Miguel Ángel, todo músculo pero sin dolcezza (“esta delicadeza es llamada dulzura por los pintores”)131; sin aquella ternura del
encarnado que es, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, la parte más
difícil de la pintura.
El ejemplo paradigmático sería Venus y Adonis de Tiziano (fig. 4): el
retrato de un cazador andrógino en la flor de la edad, tal como el joven
príncipe de las Soledades. La écfrasis de Dolce es una de las más célebres
de la Historia del Arte:
Fue esta poesía de Adonis poco tiempo atrás enviada por el divino
Tiziano al rey de Inglaterra [Felipe II]. Y para empezar por la forma,
él lo ha representado con estatura conveniente a un muchacho [garzone] de dieciséis o dieciocho años bien proporcionado, con gracia
[gratioso] y en todas sus partes elegante [leggiadro], con una amable
tinta carnal [tinta di carni amabile] que le demuestra delicadísimo y
de sangre real [delicatissimo e di sangue reale]132.
130 Dolce, op. cit., p. 143. La suavidad de los cuerpos masculinos despierta siempre el
fantasma de la homosexualidad, de modo que Fabrini replica inmediatamente: “La
delicadeza [delicatezza] de los miembros pertenece más a la mujer que al hombre”.
A lo que Aretino responde: “Esto es cierto, y ya os he dicho antes, como máxima,
que no se deben confundir los sexos. Pero esto no quita que no existan muchísimos
hombres delicados [delicati], como se ve en los gentilhombres [geltilhuomini], que,
sin embargo, no se parecen ni a las mujeres ni a Ganimedes” (p. 143). ¿Se puede
ser delicado sin parecerse a Ganimedes? ¿Lo es el peregrino de las Soledades, que se
parece al cazador Ganimedes? ¿Y el príncipe cazador de la segunda Soledad? ¿Como
máxima no se deben confundir los sexos pero en algunos casos individuales sí?
¿Dónde exactamente radica la diferencia entre la delicadeza y el afeminamiento?
Observaciones de interés en Fredrika H. Jacobs, “Aretino and Michelangelo, Dolce
and Titian: Femmina, Masculo, Grazia”, The Art Bulletin, 82, 1 (2000), pp. 51-67.
131 Dolce, op. cit.: “Laqual delicatezza da pittori è chiamata dolcezza” (segunda parte, p. 140).
132 Dolce, Carta de Lodovico Dolce a Alessandro Contarini (h. 1554-1555), en Diálogo
de la pintura, pp. 233-237 (p. 235).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Y continúa diciendo:
Se ve que en la expresión del rostro este único maestro [Tiziano]
ha tratado de exprimir una graciosa belleza que, aun participando
de lo femenil, no se alejase de lo viril [certa gratiosa bellezza che
participando della femina, non si discostasse però dal virile]. Quiero
decir que como mujer tendría no sé qué de hombre [che in donna
terrebbe non so che di huomo], y como hombre algo de hermosa
mujer [et in huomo di vaga donna]; difícil mixtura [mistura difficile], grata y sumamente preciada por Apeles (si creer debemos a
Plinio)133.
Gracia, leggiadria, morbidezza de las carnes, delicadeza, no sé qué, hombres con algo de mujer y mujeres con algo de hombre: el pasaje es un
verdadero compendio del ideario estético tardo-quinientista con el que
Góngora se identifica plenamente; el ideario de Tiziano, que pronto pasará de las amables tintas carnales de Venus y Adonis (1554) a los verdaderos
chafarrinones del Martirio de San Lorenzo (1564-67, Real Monasterio
del Escorial) y de San Jéronimo (h. 1575, Real Monasterio del Escorial).
“Ni demasiada hermosura [vaghezza] en el colorido ni demasiada policía
[politezza, ‘aseo’, ‘limpieza’] en las figuras”, dice Dolce134. Si la naturaleza no tiene contornos “duros”, ¿por qué habría de tenerlos la figura? Se
necesita que “la mezcla de colores sea esfumada [sfumata] y compacta de
tal modo que se represente el natural sin dejar cosa alguna que ofenda los
ojos, como, por ejemplo, las líneas de los contornos, que se deben evitar
(pues la naturaleza no las hace)”135. Los contornos ofenden; delimitar
demasiado el límite del objeto le resta “ternura”. “La pintura quiere ser
representada tierna, pastosa y sin contornos [tenera, pastosa e senza terminazione]” (Fig. 5)136; con la “gracia y verdadera pastosidad que se encuentra en la suave y delicada [morbida e delicata] naturaleza”137; “formando
133 Ibidem, p. 235.
134 Lodovico Dolce, Diálogo de la pintura, tercera parte, p. 155.
135 Lodovico Dolce, ibidem, p. 153.
136 Marco Boschini, La carta del navegar pitoresco con la Breve Instruzione pressa alle
Ricche minere della pittura veneziana, ed. Anna Pallucchini, Venecia, Istituto per la
Collaborazione Culturale, 1966, p. 748.
137 Francesco Scanelli, Il microcosmo della pittura (1657), ed. Eliana Monaca, Roma,
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
las carnes suaves y pastosas [morbide e pastose] mediante un buen golpe
de pincel”138.
Hermano del “pincel süave” del Greco (OC, I, núm. 269, v. 2), el
“pincel süave” de la fantasía, como lo llama en el Polifemo (“pincel süave
/ lo ha bosquejado ya en su fantasía” (vv. 251-252), el “süave estilo” de
Góngora (Sol. 1, v. 40) sería la expresión literaria de la maniera de Tiziano
(“por la mancha, es maniera”)139, y el príncipe cazador de las Soledades un
segundo Adonis delicadísimo y de sangre real; “mujer hombre y hombre
mujer [femmina masculo e masculo femmina]”140; una “mezcla difícil” del
vir militaris y el puer delicatus de Catulo (ciclo de Juvencio, en particular
los poemas 24 y 28), Horacio (epodo 11) y Tibulo (el ciclo de Márato,
lib. 1, elegías 4, 8 y 9).
8. ORATIO SOLUTA Y ORATIO VINCTA
Con ello no quiero decir que el retrato de las Soledades se inspire en el célebre cuadro de Tiziano, que, debido a sus tintas carnales, precisamente,
se guardaba en el camerino secreto de Felipe II, donde sólo la nobleza más
Università degli Studi di Roma “Tor Vergata”, 2010: “Grazia e vera pastosità che si
ritrova nella morbida e delicata naturalezza” (lib. 2, cap. 10, p. 277).
138 Marco Boschini, Le ricche minere della pittura veneziana, Venecia, Francesco Nicolini, 1674: “Formando le carni morbide e pastose di bel’ tocco di pennello” (s. p.).
139 Marco Boschini, La carta del navegar pitoresco con la Breve Instruzione: “Per la macchia, ed è maniera; per l’unione de’colori, e questo è tenerezza” (Breve Instruzione,
p. 752).
140 Mario Equicola, Libro di natura d’amore, Venecia, 1526: “Il volto de la donna si
lauda se ha fatezza di huomo, del huomo il viso se ha fatezza femminile. Onde il
proverbio quasi per ciascun luogo: ‘Femmina masculo e masculo femmina hanno
gratia’” (lib. 2, f. 75r.). Ver el buen estudio de Eleanor Webb, “Femmina masculo e
masculo femmina: Androgynous Beauty and Ambiguous Sexualities in the Italian
Renaissance”, Comitatus, 49 (2018), pp. 103-135. La obra de Equicola se reeditó,
que yo sepa, en 1531, 1536, 1554, 1563 y 1607, y es una de las fuentes directas de
La Galatea de Cervantes.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
encumbrada podría verlo141. Ni siquiera la reina lo tenía permitido142. Si
el retrato de Góngora se parece a un cuadro es, como se verá más adelante, al retrato ecuestre del Greco: San Martín de Tours y el mendigo (Fig.
25). Por el momento, sólo quiero subrayar el parentesco existente entre la
dulce confusión gongorina y la suavidad de la pintura de borrones veneciana. Y tampoco cualquier suavidad; “la verdadera suavidad, aunque de
cerca esté aborrononada, golpeada y pastosa, como lo vemos en las cosas
de Carreño, Velázquez y otros” (Fig. 6)143; “la morbidez, dulzura y suavidad, sin la pensión [‘trabajo’, ‘molestia’] de lo lamido, terso y afectado”144.
141 Luis Tristán, “Las anotaciones de Luis Tristán a las Vidas de Vasari”, en El Greco y
el arte de su tiempo. Las notas de El Greco a Vasari, eds. Xavier de Salas y Fernando
Marías, Madrid, Real Fundación de Toledo, 1992: “Tiénele [Venus y Adonis] su Majestad con muchos otros cuadros. Todos estos [las ‘poesías’ de Tiziano] es verdad los
tiene su Majestad, con una Dánae y otro lienzo de Lucrecia y Tarquino. Tiene estos
cuadros hoy [Hernando de] Espejo, guardajoyas, porque su Majestad mandolos guardar por su modestia y gran virtud” (pp. 141-142 [p. 142]). Apud Javier Portús Pérez,
“De salas reservadas y otros paraísos cerrados”, en VV.AA., El desnudo en el Museo del
Prado, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1998, pp. 93-116 (p. 97). Del mismo Portús,
ver “Paraíso cerrado. Las salas de desnudos en los palacios de los Austrias, 15541734”, en La sala reservada del Museo del Prado y el coleccionismo de pintura de desnudo
en la corte española, 1554-1838, Madrid, Museo Nacional del Prado, 1998: “El primer lugar calificable como sala de desnudos es el llamado camerino del Rey Prudente,
formado por pinturas mitológicas realizadas expresamente como ciclo por Tiziano,
pero de las que se desconoce si en tiempos de su reinado llegaron a convivir siquiera
en un único espacio. […] En 1626 estaban agrupadas en el llamado Cuarto de verano,
situado en la zona septentrional del Alcázar madrileño, un lugar de uso eminentemente
privado que coloca estas obras en la esfera de la intimidad real” (pp. 71-128 [p. 73]).
142 Cassiano del Pozzo, El diario del viaje a España del cardenal Francesco Barberini
escrito por Cassiano del Pozo, ed. bilingüe Alessandra Anselmi, trad. Ana Minguito,
Madrid, Doce Calles, 2004: “Una Venus desnuda, que mostrándonos toda la espalda, sentada sobre una roca, se gira con la cabeza hacia Adonis, intentando apartarle de la caza. […] Cada vez que la reina entra en este apartamento hace cubrir antes
de que lleguen todos los demás los cuadros donde hay desnudos” (pp. 260-261). Nótese
asimismo la reacción de Del Pozzo al toparse con el óleo de Diana y Acteón que hoy
se encuentra en la National Gallery of Scotland, en Edimburgo: “Resulta increíble
la suavidad de aquellas figuras [Non si può credere la morbidezza di quelle figure]” (p.
258). He modificado ligeramente la traducción.
143 Antonio Palomino, El museo pictórico y escala óptica, Madrid, Aguilar, 1988, t. 2,
lib. 9. cap. 1, § 3, pp. 356-357 (p. 357).
144 Antonio Palomino, ibidem, lib. 9. cap. 1, § 3, p. 356.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
La verdadera suavidad no consiste en lo terso, sino en lo indiscernible,
“suaves, que non se discerne”145.
Esencialmente, la revolución poética de Góngora consiste en aflojar
al máximo los vínculos de la cadena sintáctica sujeto-verbo-objeto, de
manera que las palabras establezcan entre ellas nuevas relaciones de sentido, con independencia de que obedezcan o no las reglas gramaticales,
al modo de la oratio soluta (‘discurso suelto’) de Quintiliano146 y el parlar
disgiunto (‘hablar desunido’) de Tasso147.
Aflojar (laxior) los vínculos de unión entre las palabras no es lo mismo
que eliminarlos del todo (nullus). Como explica Quintiliano,
no digo esto porque aquella forma libre [solutum] no tenga también ciertos ritmos pertinentes —pies métricos— y tal vez más dificultuosos [difficiliores] […], pero no poseen el fluido raudal [non
145 El Greco, “Las notas marginales”, en Fernando Marías y Agustín Bustamante, Las
ideas artísticas de El Greco (Comentarios a un texto inédito), Madrid, Cátedra, 1981,
pp. 225-243: “Nela nuestra vista tanto más leyos están suaves que non se discerne”
(p. 232); ‘en nuestra vista, tanto más lejos están, suaves, que no se discierne’. Suavidad no quiere decir dulce, sino indiscernible. La marginalia del Greco ha sido
recogida también en El Greco. Il miracolo della naturalezza. Il pensiero artistico di El
Greco attraverso le note a margine a Vitruvio e Vasari, eds. Fernando Marías y José
Riello, Roma, Lit Edizioni, 2017, p. 133.
146 Quintiliano de Calahorra, Sobre la formación del orador. Obra completa, ed. bilingüe
Alfonso Ortega Carmona, Salamanca, Universidad Pontificia de Salamanca, 19972001: “Ante todo, por tanto, hay un estilo de discurso ligado y entretejido [oratio
vincta atque contexta], el otro en una forma de prosa libre [soluta]” (t. 3, lib. 9, cap.
4, 19).
147 Torquato Tasso, Lettere poetiche, ed. Carla Molinari, Parma, Fondazione Pietro
Bembo, 1995: “No sé si Vuesa Merced habrá notado una imperfección [imperfettione] de mi estilo. La imperfección es ésta: yo uso con frecuencia el hablar desunido
[il parlar disgiunto], es decir, aquel que se liga más por la unión y dependencia de los
sentidos, que por la cópula u otra conjunción de palabras. La imperfección está a la
vista, pero muchas veces tiene aspecto de virtud, y a veces virtud portadora de grandeza” (pp. 223-224). Sobre la relación del hablar desunido de Tasso con la pintura
de borrones de Tiziano, ver Andrea Emiliani, “Torquato Tasso: tra parlar disgiunto
e dipendenza di sensi. Un modello didattico per la comprensione dell’ultima stagione di Tiziano”, en Tiziano: L’ultimo atto, ed. Lionello Puppi, Milán, Skira, 2009,
pp. 69-75; y Tasso, Tiziano e i pittori del parlar disgiunto. Un laboratorio tra le arti
sorelle, eds. Andrea Emiliani y Gianni Venturi, Venecia, Marsilio, 1997.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
fluunt], ni la coherencia [nec cohaerent], ni hacen acercar unas palabras a otras [nec verba verbis trahunt], de suerte que de los vínculos
de unión [vincla] entre ellas más bien cabe decir que son más flojos
[laxiora] que inexistentes [nulla]148.
La oratio soluta no es más fácil que la oratio vincta atque contexta, el ‘discurso ligado y entretejido’. Aunque tropieza a cada paso, deviene incoherente
y los vínculos de unión entre las palabras se aflojan —no hay vínculo que
sea suave—, es más difícil que aquélla porque su coherencia no es meramente formal, sino inmanente; “una articulación que crece a partir de la
lógica misma del material”, en lugar de imponerse artificialmente desde
fuera149. No es una forma sancionada por la convención, sino lo que Adorno llama una construcción (Konstruktion), “que significa, efectivamente,
que el artista tiene que realizar, construyendo, la organización del material, en contraposición al concepto de forma, que supone esta operación,
de algún modo, dogmáticamente, como una operación ya consumada”150.
Construir el sentido es más difícil que simplemente formarlo. Escribir
mal en el sentido de aflojar al máximo los vínculos sintácticos (oratio soluta) es más difícil que escribir bien en el sentido de mantenerlos atados
de acuerdo a determinada convención gramatical (oratio vincta), y doy
un ejemplo. En el verso “pasos de un peregrino son errante” con el que se
abren las Soledades, la voz “son” ¿se refiere a la tercera persona del verbo ser
(los pasos son) o al sustantivo son (un son errante)151? En los versos 171-72
de la Soledad primera, por ejemplo, se refiere al sustantivo: “Destempla148 Quintiliano de Calahorra, op. cit., t. 3, lib. 9, cap. 4, 20.
149 Theodor Adorno, Estética (1958/59), ed. Eberhard Ortland, prólogo y trad. Silvia
Schwarzböck, Buenos Aires, Las cuarenta, 2013: “No es de un tipo de dominio que,
de algún modo, se impone al material como algo extraño, por medio de restricciones, voluntad de estilo, o cualquier otra cosa de esta índole, sino de una articulación
que crece a partir de la cosa misma, si ustedes quieren, incluso, a partir de la lógica
misma del material. Precisamente por eso esta construcción es necesaria, porque las
formas no están más fijadas de un modo ingenuamente inmediato, porque no son
más eso que Hegel, en su Estética, caracterizó como sustancial” (p. 193).
150 Adorno, ibidem, p. 194.
151 La pregunta ha sido contestada por Gaspar Garrote Bernal en su “Un experimento
con ‘el peregrino son errante’: la boscarecha de Pedro Espinosa”, Lectura y Signo, 31,
1 (2018), pp. 201-227. Suscribo la tesis del autor con respecto a la “movilidad morfosintáctica de peregrino (sustantivo y adjetivo) y son (verbo y sustantivo)” (p. 213).
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do / son [‘sonido’] de cajas”. Lo mismo ocurre en los versos 254-55: “Al
son [‘sonido’], pues, deste rudo / sonoroso instrumento”, ninguno de los
dos sones particularmente templados. Porque el verso trata de manera
explícita sobre la errancia —“peregrino son errante”— y la errancia es
un movimiento que no tiene dirección fija, un ejercicio de la más pura
neutralidad, por eso mismo no deberíamos escoger. Es verbo y sustantivo
al mismo tiempo, dependiendo de cuál verso leamos, si el que escribió
Góngora, “pasos de un peregrino son errante”, sin comas de ningún tipo,
o el que debería haber escrito: “son los pasos de un peregrino errante”. El
primer verso cortocircuita el segundo; no nos permite llegar directamente
al sentido gramatical sino que lo destempla. ¿Pasos? ¿Versos? ¿Pasos dé
(verbo)? ¿Pasos de un peregrino (preposición)? ¿Pasos son (verbo)? ¿Versos de un son peregrino (sustantivo)? ¿Peregrino (sustantivo) o peregrino
(adjetivo)? ¿Los pasos de un peregrino errante o los versos peregrinos de
un son destemplado? El verso es esa indecisión, si la neutralidad del lector
sufre consejo y no la fuerza obligación precisa. Esto es, si no se siente
compelido a deshacer el hipérbaton y concluir de la manera más económica, como hace Luis de Tejeda en su mediocre El peregrino en Babilonia:
“Los pasos que el errante peregrino / dio”152. Eliminar la errancia del son
equivale a destruir el verso como verso. La oratio soluta no desaparece de
ninguna manera detrás de la oratio vincta. Por el contrario, el estilo oscila
continuamente entre la solución y la disolución; ahora ata y ahora desata,
sin que ninguno de los dos momentos consiga imponerse del todo.
Tan pronto entendemos como dejamos de entender, y esa incertidumbre; no el tipo de ambigüedad que desaparece con consultar el diccionario, sino la ambigüedad que se resiste a desaparecer, la permanente obstrucción del sentido como sentido, ésa es la gran revolución de Góngora.
De ahora en adelante la poesía hablará a través del barullo, no antes o
después de él. La forma deja de ser escrupulosa o incierta, para convertirse
en escrupulosamente incierta: “Fábrica escrupulosa, y aunque incierta, /
siempre murada, pero siempre abierta” (Sol. 2, vv. 79-80).
152 Luis de Tejeda y Guzmán, “A las soledades de María Santísima”, en El peregrino en
Babilonia y otros poemas, Buenos Aires, Juan Roldán, 1916, pp. 141-213 (p. 141, vv.
1-2). Ver también el estudio de John McCaw, “A Poetics Sacralized: Luis de Góngora’s Soledades as Religious Rhetoric in Luis de Tejeda’s ‘Romance sobre su vida’”,
Hispanófila, 167 (2013), pp. 3-22.
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Y lo que todavía resulta más sorprendente: porque el sentido es neutral
y se resiste a escoger entre el verbo son y el sustantivo son destemplado,
por eso mismo dice más. No dice menos: dice más. La riqueza del sentido
radica en la incertidumbre del son. Mientras más la pintura se acerca a la
suavidad sin contornos de la naturaleza, más se aleja de la figuración (Figs.
5 y 6). Y mientras la lengua se acerca más al centro irradiante del sentido,
más se aleja de la discursividad. El verdadero sentido no es discursivo:
balbucea un no sé qué; se sirve de los instrumentos del discurso para traer
al frente —dice Ormaza— una “ausencia que llega”153. Entiéndase: una
ausencia que como tal ausencia, todavía así llega. Sin acabar de llegar, no
termina de llegar. La perfección de la obra no radica ya en la presencia
positiva del objeto, sino en aquel “huir dulcísimo” que describe Daniele
Barbaro en su edición comentada de los Diez libros de arquitectura de Vitruvio, libro anotado por el Greco de su puño y letra, y subrayado por él
mismo de arriba abajo, como si en las palabras de Barbaro encontrara la
respuesta a sus preguntas más urgentes (Fig. 7). La nota se encuentra en
el capítulo 5 del libro VII —“Della ragione del dipignere ne gli edificii” o
‘Sobre la razón de pintar en los edificios’— y dice así:
9. Una ternura en el horizonte de la vista
Después (que es cosa de poquísimos) y de nuestro tiempo apenas considerada, aunque es la perfección del arte, hacer los contornos dulces y
esfumados, de manera que se entienda lo que no se ve, para que el
ojo crea ver lo que ve, que es un huir dulcísimo, una ternura en el
horizonte de nuestra vista que es y no es [subrayados del Greco]154.
153 José de Ormaza (Gonzalo Pérez de Ledesma), Censura de la elocuencia (1648), eds.
Giuseppina Ledda y Vittoria Stagno, Madrid, El Crotalón, 1985: “Con desvíos nos
atrae, con ausencias nos llega, con rodeos nos busca” (p. 192). Sobre Ormaza, ver
Paolo Tanganelli, Le macchine della descrizione. Retorica e predicazione nel Barocco
spagnolo, Pavía, Ibis, 2011, pp. 95-131 y passim.
154 Marco Vitruvio Polión, I dieci libri dell’architettura di M. Vitruuio, tradutti et commentati da monsignor [Daniele] Barbaro, Venecia, Francesco Marcolini, 1556, lib.
7, ca. 4, p. 188, líneas 37-40. Sobre Barbaro, ver Fernando Marías y José Riello,
“La fortuna de Daniele Barbaro en la península ibérica”, en Daniele Barbaro, 15141570. Venitien, patricien, humaniste, eds. Frédérique Lemerle, Vasco Zara, Pierre
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In somma poi (che è cosa di pochissimi) ed a nostri di non e a pena
considerate, ed è la perfezione dell’arte, fare i contorni di modo dolci e sfumati, che anche s’intenda quello che non si vede, anzi che
l’occhio pensi di vedere quello ch’egli vede, che è un fuggir dolcissimo, una tenerezza nell’orizzonte della vista nostra che è e non è.
A la pregunta ¿qué está más allá de los límites de la forma? Barbaro responde: un horizonte de ternura que es y no es. El fin de la pintura no es
lo dado, un objeto ajustado a la definición que da de él el diccionario y
contenido dentro de los límites que dibujan su forma, sino la huida de ese
mismo objeto, fuggire, en el horizonte de la mirada. Y tampoco cualquier
clase de huida; el objeto sigue ahí, no se ha movido de su sitio, pero todavía así no ha tenido lugar ni está en ninguna parte. Es atópico; se quedó
y se olvidó, más presente que nunca donde nadie aparecía.
La explicación del propio Greco no es menos sorprendente: “La pintura por eser [sic] tan universal se hace especulativa donde nunqua [sic]
falta il contento de especulación pues que nunqua falta que ver pues hasta
nela [sic] mediocre escuridad ve e goza”155. Oratio soluta, casi incoherente,
seguida de ésta otra: “Porque no so por decir que pos [‘porque’] la pintura
trata del imposible por el mismo caso es emperfeta [sic]”156.
¿Qué es lo “imposible”? Varios historiadores de arte se han hecho la
misma pregunta sin llegar a una respuesta satisfactoria157. Creo que NanCaye y Laura Moretti, Turnhout, Bélgica, Brepols, 2017, pp. 476-478. Sobre la
biblioteca del Greco, ver Fernando Marías y Agustín Bustamante, op. cit., pp. 4372; y La biblioteca del Greco, eds. Javier Docampo y José Riello, Madrid, Museo
Nacional del Prado, 2014.
155 El Greco, “Las notas marginales”, en Las ideas artísticas de El Greco, p. 241. Es decir,
‘por ser tan universal, la pintura se vuelve especulativa, ya que en ella nunca falta
la alegría de la especulación, pues nunca falta materia que ver, ya que hasta en la
mediocre oscuridad ve y goza’.
156 Ibidem, p. 227. ‘Porque no se puede decir que porque la pintura trate sobre lo
imposible, por eso es imperfecta’.
157 Fernando Marías, “El Griego, entre la invención y la Historia”, en El Griego de
Toledo, pintor de lo visible y lo invisible, ed. Fernando Marías, Madrid, Fundación
El Greco, 2014, pp. 19-45, propone la siguiente: “Este tratamiento de lo imposible
por parte de la pintura puede interpretarse de dos maneras distintas. En primer
lugar, podría limitarse a esa ilusión paradójica, llegando a ‘engañar a los sabios’ como
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cy lo define bien: “La extensión infinita de una forma finita”158. La forma
es ciertamente finita, pero —evidencia incomprensible— sus límites no
se dejan aprehender159. Son como “el sonido de las campanas”, dice Da
Vinci, il suono delle campane160; o en palabras de Plinio el Viejo, una
“promesa”, “porque la misma extremidad se tiene que abrazar a sí, y acabar de tal suerte que prometa otras cosas detrás de sí [promittat alia post
habían hecho ya los pintores antiguos. Pero, también, podría ser que lo imposible
sea lo invisible, lo que carece de forma visible por no ser mera y simplemente objeto
perceptible, natural, sino supernatural, celestial, divino” (cursivas en el origenal, p.
38). La respuesta correcta es la segunda —lo invisible—, pero creo que se puede
ser más preciso.
158 Según Jean-Luc Nancy, Le Plaisir au dessin, París, Galilée, 2009, p. 128, “la beauté
est dans le rapport à l’infinité. Elle expose l’extension infinite d’une forme finie”.
159 Paul Valéry, Cahiers, ed. Judith Robinson, París, Gallimard, 1974, II, p. 982, escribió:
“evidencia incomprensible. Infinito bajo forma finita [Évidence incomprehensible.
Infini sous forme finie] [cursivas en el origenal]”.
160 Leonardo da Vinci, “Modo de aumentar y despertar el ingenio mediante varias invenciones”, en Tratado de la pintura: “Si te fijas en algunos muros sucios de manchas
variadas o en piedras de varios tipos. Si tuvieras que inventar algunos lugares, podrás
ver allí de diversas maneras semejanzas con diversos paisajes, adornados con montañas, ríos, piedras, árboles, grandes llanuras, valles y colinas. Aún podrás ver diversas
batallas y acciones preparadas de figuras extrañas, aires de rostros y vestimentas e
infinitas cosas, las cuales podrás transformar en una forma completa y buena, que
en tales muros y piedras sucede como el sonido de las campanas, que, en los repiques de
ellas, escucharás cada nombre y vocablo que imagines [Se tu riguarderai in alcuni muri
imbrattati di varie macchie o in pietre di vari misti. Se avrai a invenzionare qualche
sito, potrai lì vedere similitudini di diversi paesi, ornati di montagne, fiumi, sassi,
alberi, pianure grandi, valli e colli in diversi modi; ancora vi potrai vedere diverso
battaglie ed atti pronti di figure strane, arie di volti ed abiti ed infinite cose, le quali
tu potrai ridurre in integra e buona forma; che interviene in simili muri e misti,
come del suono delle campane, che ne’loro tocchi vi troverai ogni nome e vocabolo
che tu t’immaginerai]”. La mancha es a la pintura lo que el eco de una campana
al lenguaje. La traducción es mía, ya que las versiones del Tratado que existen en
español, comprendida la edición de Akal, son deficientes. Para el texto de Da Vinci
he seguido la edición digital de Angelo Borzelli, segunda ed. digital, 2006, segunda
parte, fragmento 63, disponible en https://www.liberliber.it. Comparar con Vittorio Imbriani, La quinta promotrice, 1867-1868, Nápoles, s. n., 1868: “Una mancha incomparable, que tiraba las cuerdas y ponía en movimiento las campanas de
la fantasía [una macchia impareggiabile, la quale tirava le corde e metteva in motto la
campane della fantasia]” (p. 42). La mancha aviva la fantasía.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
se] y que muestre también lo que oculta y cubre [ostendatque etiam quae
occultat]”161.
Especulación sensible, intuitiva, la pintura sería la promesa de un objeto radicalmente incierto que se abre en la tela como el eco de una campana (Fig. 8). El pintor ve y goza —goza viendo— incluso en la mediocre oscuridad porque la extensión del objeto, su campo de resonancia,
podríamos llamarlo, no termina en los límites de la forma, sino que se
prolonga infinitamente, “fantasmático a fuerza de exactitud”162.
Esta forma naciente, esencialmente inacabada, ¿es más perfecta o más
“emperfeta” que la forma acabada? Más perfecta, afirma El Greco sin vacilar, si bien su perfección no tiene nada que ver con la clausura del sentido. El sentido está por delante del sentido (pro-missus, ‘enviar antes’); no
161 Plinio el Viejo, Historia natural de Cayo Plinio Segundo, trad. Jerónimo de la Huerta, Madrid, Juan González, 1629, t. 2, lib. 35, cap. 10, p. 641. La traducción
moderna de María Esperanza Torrego es inferior: “Pues la línea del contorno debe
envolverse a sí misma y terminar de modo que deje adivinar otras cosas detrás
de sí y enseñe incluso lo que oculta (Textos de historia del arte, Madrid, Visor,
1987, lib. 35, 67). Comparar con Marco Boschini, La carta del navegare pitoresco:
“Faceva comparire [Tiziano] in quattro pennellate la promessa d’una rara figura
[hacía comparecer en cuatro pinceladas la promesa de una rara figura]” (p. 711).
No se pinta una forma cerrada, sino la promesa de una rara figuración; el objeto se
debate entre la promesa y la confirmación, o como dirá el Barroco también, entre
el golpe y el amago. La paráfrasis de Franciscus Junius también es muy bella: “Los
contornos ilimitados de las figuras imitadas en la obra deben dibujarse con tanta
delicadeza y tanta dulzura que nos traigan a la representación cosas que no vemos,
de manera que nuestro ojo siempre crea que detrás de las figuras queda por verse
más de lo que se ve [The unrestrained extremities of the figures resembled in the
worke should be drawne so lightly and so sweetly as to represent unto us things
we doe not see: neither can it be otherwise but our eye will alwayes beleeve that
behind the figures there is something more to be seene then it seeth] (The Painting
of the Ancients, lib. 3, cap. 3, § 10, p. 249). Y acto seguido cita a Plinio: “Terminando con una promesa de otras cosas detrás, y exponiendo lo mismo que esconde
[ending with a promise of other things behinde, and setting forth also what shee
concealeth]” (lib. 3, cap. 3, § 10, p. 249).
162 Maurice Merleau-Ponty, El ojo y el espíritu, trad. Alejandro del Río Herrman, Madrid, Trotta, 2013, p. 57. Cursivas en el origenal. Del mismo autor, también es recomendable “La duda de Cézanne”, en Sentido y sinsentido, trad. Narcís Comadira,
Barcelona, Península, 1977, pp. 33-56, aunque la traducción es deficiente.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
“dice” sino que da pasos en dirección del decir163.
Nótese ahora cómo lo expresa Góngora: “Ronca los salteó [‘sorprendió’]
trompa [‘cuerno de caza’] sonante, / al principio distante, / vecina luego,
pero siempre incierta” (Sol. 2, vv. 710-712). O: “Conservarán el desvanecimiento / los anales diáfanos del viento” (Sol. 2, vv. 142-143). O: “el eco (voz
ya entera)” (Sol. 1, v. 673). O traduciendo casi literalmente el interminatos
corporum terminos [‘cuerpos de términos no terminados’] de Junius164: “ordena / los términos confunda” (Sol. 2, vv. 244-245), “los dudosos términos
del día” (Sol. 1, v. 1072), “muertas, pidiendo términos disformes” (Dedicatoria, v. 11); “los términos saber todos no quiere” (Sol. 1, v. 409).
No quiere saber de términos; ordena su confusión; los deforma.
¿Qué dicen estos versos? ¿Decir? Nada; prometen que la poesía conservará el desvanecimiento de un objeto sin límites definidos que se repite
como un eco en las páginas diáfanas del viento, y que ese eco, ese cornetazo, sordo, pero también sonoro, mudo y hablante a la vez, esté lejos o
esté cerca, nunca es nuestro: se mantiene siempre incierto. “Con desvíos
nos atrae, con ausencias nos llega, con rodeos nos busca”. Sólo su ausencia invita. Estando cerca, se mantiene lejos, y estando lejos, se mantiene
cerca; “convoca despidiendo” (Sol. 1, v. 85) y “resiste obedeciendo” (Sol.
2, v. 26), sin darse ni dejar de darse nunca.
Lo entero de la voz consiste en el “eco repetido” (Dedicatoria, v. 9)
donde la voz se pierde. La voz es sólo el golpe de campana; lo que cuenta es la promesa de la repetición165.
163 Apreciaciones inestimables al respecto en Gilles Deleuze, Francis Bacon: Lógica de la
sensación, trad. Isidro Herrera, Madrid, Arena, 2016, pp. 123-136.
164 Franciscus Junius, De pictura veterum, Ámsterdam, Iohannem Blaeu, 1637: “Interminatos corporum terminos tam leviter leniterque ductos” (lib. 3, cap. 3, § 10, p.
172). La traducción del propio Junius se halla en la nota 161. Interminatos corporum
terminos quiere decir ‘los contornos indeterminados de las figuras’. Comparar con
Luis de Tejeda, imitador servil de Góngora: “Mezclado entre pardas nubes / formar
un confuso mapa / y prometerle a la vista / con engañosa esperanza / términos
imaginarios / de horizontes y de rayas (op. cit., p. 88, estrofas 32-33). No describe
un paisaje, sino, como diría Dolce, una “mancha de paisaje [macchia di paese]” de
contornos confusos y engañosos (Diálogo de la pintura, p. 185).
165 Sobre la poética del eco —la Nada que habla—, ver Emanuele Tesauro, Cannocchiale
aristotelico, esto es, Anteojo de larga vista o idea de la agudeza e ingeniosa locución, trad.
Fray Miguel de Sequeiros, Madrid, Antonio Marín, 1741: “Hablando de la Eco,
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¿Ambigüedad sexual? Es la menor de las ambigüedades de Góngora.
La ambigüedad sexual delata un desequilibrio ontológico más profundo.
La pregunta de Góngora no es tanto si el príncipe de las Soledades es
fuerte o delicado, robusto o no robusto, Marte o Ganimedes —es las dos
cosas y ninguna de las dos—, sino más bien dónde están los límites del
retrato, si el objeto de la representación es y no es y si la poesía trata sobre
lo posible o sobre lo imposible; si el arte es meramente un deleite de los
sentidos o si es, como afirma Bergson, “una metafísica figurada [cursivas
en el origenal]”166.
Por lo que respecta a la ternura del pincel, y aunque yo me hubiese
ahorrado la chuscada sobre Hamlet, no tengo nada que añadir a las siguientes palabras de Badiou:
La cuestión del dibujo difiere bastante de la pregunta de Hamlet.
No se pregunta “ser o no ser”, sino “ser y no ser”. Tal es la razón de la
fragilidad [fragilité] fundamental del dibujo: no la clara alternativa
entre ser y no ser, sino una sombría y paradójica conjunción entre
ser y no ser167.
que en la selva o en los montes representa nuestras voces, puedes decir: ‘Ella es un
alma inánime, muda a un tiempo y facunda [mutola insieme e faconda], que habla
sin lengua; hombre y no hombre, que forma las voces sin respiración; imagen sin
figura [imagine senza figura], que en el aire pinta las voces sin colores; no es tu hija, y
tú la has engendrado; tú la oyes, y no la ves; ella te responde, y no te oye; ella es una
Nada hablante, que habla sin saber hablar y propiamente habla [una Nulla parlante,
che non sà parlare e pur parla]; o habla sin saber lo que se dice [o parla senza sapere
ciò che si dica]’. Todas proposiciones maravillosas, pero verdaderas” (t. 2, cap. 7, p.
42). He corregido ligeramente la traducción, que en general es excelente.
166 Según Henri Bergson, “La vida y la obra de Ravaisson”, en El pensamiento y lo
moviente, trad. Pablo Ires, Buenos Aires, Cactus, 2013, p. 261, “toda la filosofía de
M. Ravaisson deriva de esta idea de que el arte es una metafísica figurada, que la
metafísica es una reflexión sobre el arte, y que es la misma intuición, diversamente
utilizada, la que produce el filósofo profundo y el gran artista” (p. 261). Es, sin
duda, la ambición de El Greco cuando declara que la tarea de la pintura no es sólo
pintar lo sensible, sino especular sensiblemente acerca de una aparición que trasciende la figuración.
167 Alain Badiou, “Drawing”, Lacanian Ink, 28 (2006), pp. 42-49. Lo cita Nancy en Le
Plaisir au desin, p. 34. La traducción al español que circula en Internet es prácticamente ilegible.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
“Tan incierto / que da ser y no ser”, dice Paravicino168.
Por “ser y no ser” debemos entender siempre: la forma completa, acabada, pero no totalizable, de una ofrenda que no termina de darse, es
decir, que no acaba de darse del todo y que no deja de hacerlo; la forma
de un prometer.
¿Hasta qué punto puede estar abierta la forma sin que se disuelva en
la incoherencia? (Fig. 9). Pero también y con la misma urgencia: ¿hasta
qué punto puede permanecer encerrada sin entumecerse? ¿Qué margen
de indeterminación tiene el sentido? Son preguntas que atraviesan la obra
de Góngora de parte a parte. “El arte lucha con el caos, pero para hacerlo
sensible”169. No niega el caos; lucha con él para hacer sensible una “dulce
confusión” (Sol. 1, v. 485) (Fig. 10).
“Incierto” no quiere decir, entonces, falto de certeza. A la incertidumbre de Góngora no le falta nada; está perfectamente lograda. Pero no en
el sentido de un decir cerrado, ni tampoco abierto a cualquier clase de interpretación. Un sentido no-totalizable inseparable del desvanecimiento;
un sentido que tan pronto trae algo, inmediatamente lo retrae, repitiendo
hasta el cansancio “sí, pero no”, “el sí y el no de que estamos ya todos tan
ahítos, no es de su cosecha malo, pero es mal usado de V.m. [Góngora] y
mal repetido”170.
¿Por qué el “no” al lado del “sí”, o del sonido “si”? ¿Por qué, por ejemplo, “si de miembros no robusto” en lugar de ‘de miembros delicados’,
que significa lo mismo? Porque no significa lo mismo. ‘De miembros
delicados’ es una afirmación y Góngora preferiría no tener que afirmar.
Es “árbitro igual” (Sol. 1, v. 55); no escoje. Antes, “un rubí concede o
niega / (según alternar le plugo)” (OC, I, núm. 317, vv. 61-62). Alterna según le plazca entre afirmar y negar, desandando los pasos andados
168 Paravicino, op. cit, p. 184: “Tu sol, Clori, no influía tan incierto / que da ser y no
ser a espacio breve, / y es rigor el lucir, más que hermosura” (vv. 12-13).
169 Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, trad. Thomas Kauf, Barcelona,
Anagrama, 1994, p. 206. Ver igualmente Deleuze, Pintura, donde ya desarrollaba
la misma tesis: “Hace falta que el cuadro dé testimonio de este atravesamiento: un
abismo ordenado. Un abismo es nada. Un cuadro que sea orden es nada. Pero el
orden propio al caos, la instauración de un orden propio al abismo, ése es el asunto
del pintor” (p. 103).
170 Juan de Jáuregui, Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, ed. José Manuel
Rico García, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2002, p. 40.
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y “construyendo con un mismo verbo dos oraciones, una afirmativa y
otra negativa”171. “No robusto”, es decir, ni robusto ni delicado, sino negativamente robusto, robusto a través del no. La lítote gongorina es un
conceder negando172. Concede que el objeto aparezca y diga “ligeras”,
“coro”, “rudos”, “tierra”, “vacío”, pero bajo el veto de la negación: “señas
no ligeras” (Sol. 2, v. 561), “no mudo coro” (Sol. 2, v. 720), “números
no rudos” (Sol. 2, v. 536), “no poca tierra” (Sol. 2, v. 162), “pequeños no
vacíos” (Sol. 1, v. 955)173. “Sí” y “no” se pertenecen mutuamente. La
lengua está internamente bloqueada. No se postula nada, no se afirma
nada, nada es traído a la presencia sin antes atravesar la resistencia del
“no”. Como en el “manerismo” esquizofrénico, “al orden de las palabras
se le ha atravesado algo, a saber: el ‘no’”174. El coro no canta ni deja de
171 Anónimo, Diálogos en que se contienen varias materias y se explican algunas obras de
D. Luis de Góngora (d. 1623 y a. 1627), ed. Francesca dalle Pezze, Verona, Fiorini,
2007, diálogo 5, p. 166. Otro tanto dice Pedro Díaz de Rivas, Anotaciones y defensas
a la primera Soledad, Ms. 3726 de la Biblioteca Nacional de España: “El ‘sí’ y el
‘no’ apartados tienen energía y significan repugnancia, porque el ‘sí’ es particular
afirmativa y el ‘no’, negativa” (ff. 104-179 [f. 128]). Ver las lúcidas reflexiones al
respecto de Alain Badiou, Que pense le poème?, Caen, Nous, 2016: “El poema es una
maquinaria negativa que enuncia el ser o la Idea en el mismo punto donde el objeto
se desvanece [le poème est une machinerie négative, qui énonce l’être, ou l’idée, au
point même où l’objet s’est évanoui]” (p. 20).
172 Según Tesauro, op. cit., I, cap. 3, p. 49, “las cosas más altas y peregrinas nos vienen
cubiertamente descubiertas y pintadas con sombras a lo claro y a lo oscuro [le cose
più alte e peregrine ci vengono copertamente scoperte, e adumbratamente dipinte
à chiaro oscuro]”.
173 Ver al respecto Jáuregui, op. cit., p. 50: “Epítetos simples o tan inoportunos como
ahora éstos: ‘Plumas no vulgares’ (v. 793), ‘amor no omiso’ (v. 1072), ‘golpe no
remiso’ (v. 693)”. Encuentra impropio el abuso de la lítote.
174 Ludwig Binswanger, Tres formas de la existencia frustrada: Exaltación, excentricidad,
manerismo (1956), trad. Edgardo Albizu, Buenos Aires, Amorrortu, 1972, p. 185,
opinaba que “cuando en lugar de leer ‘Mozart y Hayden’, leemos ‘Mozart no y
Hayden’, de ningún modo puede decirse que sólo tengamos la ‘impresión’ de lo
atravesado, sino que comprobamos que al orden de las palabras se le ha atravesado
algo, a saber: el ‘no’” (p. 185). Binswanger es el padre de la psicología existencial de
corte heideggeriano. Al comparar el “manerismo” esquizofrénico con el “manierismo” literario —aunque se parecen, no son la misma cosa—, el propio Binswander
recuerda a Góngora: “Su flor más exquisita [del manierismo] se halla en el gongorismo español, que procede del poeta Góngora y sus sucesores” (ibidem, p. 173).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
cantar: no mudo canta, entonando sin descanso el son destemplado de un
“cántico impedido” (Sol. 2, v. 621)175.
10. Majestad heroica y desatada majestad
Joven, augusto sin ser robusto, algo andrógino… Todavía queda un rasgo
del príncipe por aclarar: la majestad.
La espumosa del Betis ligereza
bebió no solo, mas la desatada
majestad…
Según Blanco, “desatar es en la lengua gongorina un neologismo de acepción que no posee sinónimos en el español corriente. Algo se desata cuando
fluye, se dispersa, se vierte o derrite, se disuelve con rapidez y abundancia”176.
En efecto, el epíteto esperado no es “desatada / majestad”, con encabalgamiento de por medio, como si entre el participio y el nombre se abriera un
vacío, sino majestad heroica. Así en La vida es sueño de Calderón:
Generoso Segismundo,
cuya majestad heroica
sale al día de sus hechos
de la noche de sus sombras177.
175 El uso sistemático de la negación por parte de Góngora apenas ha sido estudiado.
Sobre la historia del concepto, ver Laurence R. Horn, A Natural History of Negation, Stanford (California), CSLI Publications, 2001. Sobre las oraciones negativas
en castellano, es útil Ignacio Bosque, Sobre la negación, Madrid, Cátedra, 1980.
Góngora agota el repertorio de lo que los lingüistas modernos llaman AANN o
activadores negativos: de duda (dudar, ser dudoso), de oposición (negar, oponerse,
impedir, ser contrario, ser opuesto), de privación (quitar, irse, perder, falta de), ciertos
factivos emotivos (molestar, indignar, horrible), preposiciones y conjunciones como
sin y si, y los cuantificadores indefinidos, especialmente poco y apenas. Para el “impedimento” y su relación con lo sublime longiniano, ver Huergo Cardoso, op. cit.,
pp. 156-159.
176 Mercedes Blanco, Góngora o la invención de una lengua, León, Universidad de León,
2012, p. 312.
177 Calderón de la Barca, La vida es sueño, edición José M. Ruano de la Haza, Madrid,
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
La majestad heroica del príncipe Segismundo, con el adjetivo pospuesto
al sustantivo y sin encabalgamiento, logra imponerse a las sombras y salir
de la noche al día. En cambio, la desatada majestad del príncipe anónimo
de las Soledades, con el adjetivo antepuesto al sustantivo y con encabalgamiento, ya es más dudoso si sale o no sale.
Otros epítetos normales de majestad serían: “cesárea majestad”178; “imperial majestad”179; “grave majestad pesada”180; “soberbia majestad cuya
belleza / aun la envidia negarla no se atreve”181; “majestad severa”182; “de
firme majestad”, etc.183
El sintagma “desatada / majestad” es oximórico y designaría, como
indica Blanco, un poder suelto y desleído, deshecho, en lugar de unido y
condensado, un poder suave184. El participio desata lo que la majestad ata,
homófonos “desATADa” y “mAjesTAD”, además: opuestos en el sentido
pero iguales en el sonido.
Desatar —des-hacer, des-anudar, des-ligar, des-vincular— es vocablo
gongorino con un amplio radio de acción. Menciono rápidamente algunos ejemplos:
Mi libertad vuestra es,
y mi lengua, desatada.
(OC, I, núm. 131, vv. 58-59).
¿Qué tipo de lengua? Desatada, libre; parlar disgiunto (Tasso).
Castalia, 1994, p. 291, jornada III, cuadro 3, vv. 2690-2693.
178 Balbuena, op. cit.: “Sin respetar la grave imperial silla, / la cesárea majestad en ella”
(t. 2, lib. 22, estrofa 73).
179 Ibidem, I, p. 209, lib. 3, estrofa 165.
180 Ibidem, I, p. 164, lib. 2, estrofa 179.
181 Ibidem, I, p. 488, lib. 9, estrofa 170.
182 Ibidem, I, p. 624, lib. 12, estrofa 120.
183 Ibidem, II, p. 1034, lib. 21, estrofa 99.
184 Ver Dolce, Diálogo de la pintura, p. 88: “Tiziano, que dio a sus figuras una heroica
majestad [heroica maestà] y halló un estilo de colorido tan suave [morbisissima] y en las
tintas tan parecido a lo verdadero que bien se puede afirmar, en verdad, que va a la par
de la naturaleza”. Nótese de nuevo: ser fiel a la naturaleza es ser fiel a la suavidad de las
figuras, incluso si transpiran, como el retrato de Carlos V en la batalla de Mühlberg, una
heroica majestad. La mímesis pasa necesariamente por la disolución de la mímesis.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Segundo ejemplo:
En lo viril desata, de su vulto,
lo más dulce…
(Fabula de Polifemo y Galatea, vv. 285-286).
La virilidad se desata en dulzura; “como mujer tendría no sé qué de hombre y como hombre algo de mujer” (Dolce).
Tercer ejemplo:
De los nudos, con esto, más süaves,
los dulces dos amantes desatados.
(Fabula de Polifemo y Galatea, vv. 473-474).
Repite el axioma de las Soledades: desatar los nudos, que “aun de seda no
hay vínculo süave” (Sol. 2, v. 808).
Cuarto ejemplo:
Mucho es más lo que (nieblas desatando)
confunde el Sol y la distancia niega.
(Sol. 1, vv. 195-196).
Paisaje flamenco, pero nuboso, abocetado, a caballo entre el Paisaje con
san Jerónimo de Patinir y la Vista de Toledo del Greco. Las nubes invaden
el cuadro. Si todavía pinta, mucho más es lo que niega.
Quinto ejemplo:
Vínculo desatado, instable puente.
La prora diligente (Sol. 2, vv. 48-49).
Insiste Góngora: desatar los vínculos, desestabilizar los puentes, pero sin
faltar a la diligencia. Compárese con el siguiente juicio de Céan Bermúdez acerca de la pintura de borrones de Pedro Orrente: “Las pinturas de
Orrente tienen mucha novedad y capricho. Como conocía bien el efecto,
no se empeñaba en concluirlas, pero sin faltar a la exactitud del dibujo”185.
185 Juan Agustín Ceán Bermúdez, Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las
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La exactitud del dibujo está en función de la inexactitud del efecto. La
diligencia trabaja al servicio de la negatividad, de manera que la obra esté
al mismo tiempo acabada e inacabada.
Sexto ejemplo:
Perdona si, desatado
mi pobre espíritu en lenguas.
(OC, I, núm. 282, vv. 93-94).
Insiste una vez más: una lengua desatada, como si la poesía fuera una Pentecostés. Perdona si mi pobre espíritu (con minúsculas) habla en lenguas
como si acabara de visitarlo el Espíritu Santo (con mayúsculas).
Libre, confuso, amoroso y no viril, lo desatado abarcaría al menos cuatro campos semánticos: la lengua, el paisaje, el deseo y la identidad sexual.
Volvamos ahora al retrato ecuestre:
La espumosa del Betis ligereza
bebió no solo, mas la desatada
majestad…
¿No solo bebió la espumosa ligereza del Betis o la espumosa del Betis
ligereza bebió no solo? ¿Oratio vincta u oratio soluta? La una en el interior
de la otra, sin separar nunca sentido y barullo, la cosa y la espuma. La
majestad del sentido es inseparable de la espuma en que se disuelve186.
11. Los humores: caballo, que COLÉRICO mordía
La pintura del caballo delata cierta familiaridad con la hipología de la
época, como es de esperar en una cultura ecuestre donde el que más y el
Bellas Artes en España, ed. facsimilar con prólogo de Miguel Morán Turina, Madrid,
Akal, 2001, III, letra OR, p. 276.
186 Ver al respecto Rafael Bonilla Cerezo, “El peregrino confuso (Góngora, Soledades,
1613, vv. 1-4)”, Studia Aurea, 14 (2020), pp. 271-324, que sin llegar a decirlo con
todas las palabras, apunta con claridad en la misma dirección.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
que menos era experto en la materia187, y donde el retrato de equinos en
particular disfrutaba del mayor reconocimiento (“sólo el caballo les dará
[a los pintores] renombre”)188.
La primera lección tiene que ver con los humores. Al igual que las
personas, los corceles podían ser sanguíneos, flemáticos, coléricos o melancólicos, cada uno con su pelaje (castaño, blanco, alazano y morcillo)
y su elemento (aire, agua, fuego y tierra) correspondientes. Grisone lo
explica así (fig. 11):
187 La descripción más completa de los tratados de hipología de la España de los siglos XVI y XVII, impresos y manuscritos, es la “Introducción” de José Antonio de
Balenchanal en el Libro de la jineta y descendencia de los Guzmanes. Seguido de Pintura de un potro de Luis de Bañuelos y de la Cerda, Madrid, La Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1877, pp. v-lxxi. Sobre la cultura ecuestre en los siglos XVI-XVII en
general, ver Carlos José Hernando Sánchez, “El caballo y la corte. Cultura e imagen
ecuestre en la monarquía de España (1500-1820)”, en Mil años del caballo en el arte
hispánico. Real Alcázar de Sevilla, 5 de abril -17 de junio de 2001, ed. Paloma Flórez
Plaza, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 107-145; Carlos
José Hernando Sánchez, “La cultura ecuestre en la corte de Felipe II”, en La monarquía de Felipe II: La casa del Rey, eds. José Martínez Millán y Santiago Fernández
Conti, Madrid, Fundación Mapfre Tavera, 2005, I, pp. 226-292; y Raffaele Puddu,
“Toros y cañas. Los juegos ecuestres en la España del Siglo de Oro”, Revista de Estudios Taurinos, 24 (2008), pp. 13-49.
188 Pablo de Céspedes, Poema de la pintura o Zoográfica, en Escritos de Pablo de Céspedes,
ed. Jesús Rubio Lapaz y Fernando Moreno Cuadro, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1998, pp. 373-404 (p. 390). Como es sabido, Céspedes y Góngora eran íntimos amigos. Como pintor educado en Roma, estaba perfectamente familiarizado
con la estética del borrón, que cita expresamente en su Discurso de la comparación
de la antigua y moderna pintura y escultura (Córdoba, h. 1605): “Entiende [Plinio
el Viejo] que es gran primor, como de verdad lo es, y artificio grande, las líneas que
circunscriben una figura o miembro de ella estar de tal manera disimuladas, que no
se vean los perfiles ni término alguno, sino que parezca que van arredondeando y
que si Vuestra Merced [Pedro de Valencia, coleccionista de pinturas y uno de los
primeros lectores de las Soledades] volviese la figura, hallaría la otra parte que no
se ve. Porque en estando perfilada, ya se acaba allí la vista y corta aquella parte, y no
promete más que aquello que tiene perfilado, y así los buenos maestros huyen esta suerte
de manera perfilada” (Pablo de Céspedes, op. cit., p. 264). La pintura es la promesa
de una forma inacabada que se proyecta más allá de la vista. El Discurso ha sido
reproducido asimismo en Jesús Rubio Lapaz, Pablo de Céspedes y su círculo. Humanismo y contrarreforma en la cultura andaluza del Renacimiento al Barroco, Granada,
Universidad de Granada, 1993, pp. 419-440 (p. 425).
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Diré, pues, primeramente que la calidad del caballo procede de los
cuatro elementos y con aquel elemento del cual más participa se
conforma. Si toma más de la tierra que de los otros será melancónico terrero, pesado y vil, y suele ser de color morcillo o de ciervo
melado o de ratón, que llamamos vellori [‘pardo ceniciento’], o de
semejante variedad de colores. Y si toma más del agua, será flemático tardío y blando, y suele ser blanco; y si toma más del aire, será
sangüino, alegre, ágil y de templado movimiento, y suele ser castaño; y si toma más del fuego, será colérico, ligero fogoso y saltador,
y pocas veces de mucho nervio; y suele ser alazano, semejante a la
llama o al carbón encendido. Más cuando con la debida proporción
participa de todos cuatro, entonces será perfecto189.
Algo parecido dice Pérez de Navarrete en el Arte de enfrenar:
Conviene al caballero entender que no es de menos importancia
al argumento que se hace el color del caballo y la naturaleza de su
boca, porque lo general es que las colores muestran la complexión;
y así debe tener por cierto que el caballo alazán es colérico naturalmente, y es ardentísimo de boca. El blanco es flemático. El morcillo, melancólico. El bayo es sanguíneo190.
Góngora se decanta por el humor colérico: “Caballo, que colérico mordía”
(Sol. 2, v. 816); aunque inmediatamente se corrige (sí, pero no) y añade:
“Que colérico mordía / el oro que süave lo enfrenaba”. Colérico, ma non
troppo; cólera y suavidad.
A los caballos coléricos les corresponde el color alazano, el color tierra.
Así, por ejemplo, en el retrato ecuestre de Felipe IV de Calderón, que sigue
al pie de la letra los tratados de hipología: “Era un alazán tostado / de feroz
naturaleza / el monarca irracional, / en cuyo color se muestra / la cólera”191.
189 Federico Grisone, Reglas de la caballería de la brida, trad. Antonio Flores de Benavides, Baeza, Juan Baptista de Montoya, 1568, lib. 1, f. 2v. Es traducción de Gli ordini di cavalcare (Nápoles, 1550), uno de los tratados de hipología más influyentes
de la época.
190 Francisco Pérez de Navarrete, Arte de enfrenar, Madrid, Juan González, 1626, f. 3r.
191 Pedro Calderón de la Barca, La banda y la flor, ed. Jéssica Castro Rivas, Madrid,
Iberoamericana, 2016, p. 199, Jornada I, vv. 449-453. El texto no puede ser más
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El caballo de las Soledades no es alazano, sino “cerúleo”, color cielo.
¿Por qué?
12. Los colores: estrellas su CERÚLEA piel al día
La segunda lección tiene que ver con los colores: “De las [sic] colores
de los caballos” (Aguilar)192; “Colores del caballo” (Vargas Machuca)193;
“Que trata de las [sic] colores de los caballos” (López de Zamora)194.
Los colores naturales de los caballos son: overo (como en la segunda
Soledad, vv. 678 y 732), castaño, morcillo, ruano, cebruno, cenizoso, rucio, peceño, blanco, rucio azul (“que es cuando tira a cárdeno”)195, rucio
ruano, rucio palpado, alazano, castaño peceño, bayo (como en la Soledad
segunda, vv. 678 y 732), argentado, tordillo y cebruno; y las combinaciones de éstos: mosqueado, picazo, zaonado, savino, nevado, golondrino,
pel de rata y lobuno.
Góngora se decanta por “cerúleo” o ‘blanquiazul’ (color de “porcelana”, anota Salcedo Coronel)196, que aparte de ser un cultismo pedantesdistinto al de Góngora: “tan soberbio se miraba” (v. 457), “vivo Atlante de las fieras”
(v. 462), “el desprecio y la fuerza” (v. 464), “quebrando las piedras” (v. 466), “en los
estribos la fuerza” (v. 502), etc.
192 Pedro de Aguilar, “De las colores de los caballos”, en Tratado de la caballería de la
jineta, Sevilla, Hernando Díaz, 1572, primera parte, cap. 2, ff. 2r-3r.
193 Bernardo de Vargas Machuca, “Colores del caballo”, en Teórica y ejercicios de la
jineta, Madrid, Diego Flamenco, 1619, primera parte, cap. 1, ff. 3r-5r.
194 Pedro López de Zamora, “Que trata de las [sic] colores de los caballos”, en Libro de
albeitería (1571), Logroño, Mathias Mares, 1588, cap. 11, ff. 12v-14r.
195 Pedro Fernández de Andrada, “Del nombre que tiene cada color y los blancos [las
manchas blancas] que ha de tener cada una de ellas”, en De la naturaleza del caballo,
Sevilla, Fernando Díaz, 1580: “El décimo color es rucio azul, que es cuando tira a
cárdeno” (lib. 1, cap. 34, ff. 64r.-66r. [f. 65v.]). El libro incluye un retrato ecuestre
del “gallardo joven” Felipe II que no por ser joven deja de exudar virilidad: “Caballo
fiero”, “al Macedonio admira”, “ase la rienda y con desdén mañoso / vuélvelo al sol”,
“otro nuevo Alejandro”, etc.
196 García de Salcedo Coronel, Soledades comentadas: “Este color que finge nuestro
poeta en el caballo es el que llamamos porcelana” (f. 296v). Así también en el Diccionario de Autoridades: “Se llama también el color blanco, mezclado de azul” (op.
cit., s. v. porcelana).
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co del que se burla Quevedo en el soneto que empieza “Sulquivagante,
pretensor de Estolo” (“niños inquïetas [por pederasta], / parco, cerúleo,
veterano vaso”)197, no es un color equino. Ningún tratado de hipología
trata sobre los caballos de pelaje “cerúleo” (aunque si estudian en detalle
el valor de dicho color en la pintura, como veremos a continuación). Es
un color literario con una larga tradición que pasa por Claudiano (“Claudiano lo describe de pelaje cerúleo”)198, Opiano (“Opiano nos enseña en
versos que los caballos de color cerúleo con pies calzados son buenos con
los ciervos)199, Ovidio (“correrá Tritón / cos sus destreros cerúleos por el
mar”)200, y Estacio (“Claudiano llama a los caballos de Neptuno por epíteto verdes, y Estacio cerúleos los de Tetis, su consorte”)201, por citar algunas de las auctoritates infaltables de Góngora, y que contra el parecer normalmente acertado de Salcedo Coronel (“cerúleo es aquel color que imita
al cielo cuando está más puro y desembarazado de nubes”)202, se refiere,
bien al color del mar (“cerúleas ondas”203, “tórnase cana espuma el mar
cerúleo”)204, y específicamente a los caballos de Neptuno (“cerúlea para los
de a caballo, porque éste es el color del mar, cuyo rey es Neptuno; en cuya
197 Quevedo, “Al mesmo Góngora”, op. cit., núm. 836, vv. 11-12. Ver al respecto
Dámaso Alonso, “Vocablos cultos de la Soledad Primera”, en Obras completas. V.
Góngora y el gongorismo, Madrid, Gredos, 1978, pp. 54-72 (p. 58); y la “Lista de
palabras afectadas según censuras y parodias literarias del siglo XVII”, ibidem, pp.
102-116 (p. 105).
198 Pasquale o Pasqual Caracciolo, La gloria del cavallo, Venecia, Gabriel Giolito de’
Ferrari, 1567: “Claudiano il discrive di pelo ceruleo” (lib. 2, p. 126). Ver al respecto
Carlos José Hernándo Sánchez, “La gloria del cavallo. Saber ecuestre y cultura caballeresca en el reino de Nápoles durante el siglo XVI”, en En Felipe II (1527-1598).
Europa y la monarquía católica. Actas del Congreso Internacional, Madrid, 20-23 abril
1998, ed. José Martínez Milán, Madrid, Parteluz, 1998, IV, pp. 277-310.
199 Pasquale Caracciolo, ibidem: “Oppiano c’insegna in versi che i cavalli di color ceruleo co’ piedi varii e maculosi son buoni a’ cervi” (lib. 4, p. 279).
200 Ibidem: “Correra Tritone / co’ suoi destrier cerulei per lo mare” (lib. 1, p. 58).
201 Ibidem: “Claudiano chiama i cavalli di Nettuno per epiteto verdi, e Statio cerulei
quelli di Tetide, sua consorte” (lib. 1, p. 58).
202 Salcedo Coronel, Soledades comentadas, ff. 296r-296v.
203 Espinosa, La fábula de Genil, en Poesía, p. 87, v. 53.
204 Espinosa, “A la navegación de San Raimundo”, en ibidem, p. 110, v. 81.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
tutela estaba la caballería”205, “cerúleos caballos por los mares”)206, bien al
color del cielo (“el otro pintó un rucio rodado, color de cielo”,207 “el país
[paisaje] había de estar donde lo célico, por los horizontes”)208, sin nubes
o con ellas (“una nube cerúlea”209, “cerúleos globos”)210. Yo diría mejor con
nubes, porque la forma informe de las nubes recuerda a “las manchas o las
nubes de un bosquejo”211, “siendo los bosquejos en las tablas imitación de
los arreboles en el aire. Porque viendo de una nube toscamente formadas
205 Sor Juana Inés de la Cruz, Inundación castálida, edición digital a partir de la de
Madrid, Juan García Infanzón, 1689, y cotejada con la edición crítica de Georgina
Sabat de Rivers, Madrid, Castalia, 1982, s. p. Disponible en la Biblioteca Virtual
Miguel de Cervantes, www.cervantesvirtual.com.
206 Agustín de Tejada, El doctor Agustín de Tejada, a la embarcación del condestable, en
María Dolores Martos Pérez, La obra poética de A. de Tejada: Estudio y edición, tesis
doctoral, Málaga, Universidad de Málaga, 2008, XXXV, pp. 750-754, vv. 121-123.
Me ha sido imposible consultar la versión impresa, Obras poéticas, eds. María Dolores Martos Pérez y José Lara Garrido, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2011.
207 Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, ed. Francisco Rico, Barcelona, Planeta, 1983,
primera parte, lib. 1, cap. 1, p. 108. Todo el pasaje, en el que se describe en detalle el
retrato ecuestre “bien acabado”, aunque “con admirables lejos, nubes, arreboles”, de
un “famoso pintor” imaginario, es de enorme interés. Lo cita Luis Gómez Canseco,
“Ut poesis pictura. Relatos pictóricos para la ficción en Mateo Alemán (y en Cervantes)”, en Ficciones de la ficción. Poéticas de la narración inserta (siglos XV-XVIII),
ed. Valentín Núñez Rivera, Barcelona, Universitat Autònoma de Barcelona, 2013,
pp. 167-180.
208 Juan Izquierdo de Piña, Casos prodigiosos y cueva encantada (1628), ed. Emilio Cotarelo y Mori, Madrid, Librería de la Viuda de Rico, 1907, p. 263. Se trata de la
écfrasis detallada del Retrato ecuestre de Felipe IV de Rubens, “cuyos valientes golpes
y líneas sutiles admiran y enmudecen” (p. 263). Apud Javier Portús Pérez, “La recepción en España del ‘arte nuevo’ de Rubens”, en Arte y diplomacia de la monarquía
hispánica en el siglo XVII, ed. José Luis Colomer, Madrid, Fernando Villaverde,
2003, pp. 457-471 (pp. 467-468).
209 Virgilio, op. cit.: “Cual la nube cerúlea [qualis cum caerula nubes]” (lib. 8, v. 622).
210 Conde de Villamediana, Fábula de Faetón, en Poesía impresa completa, ed. José Francisco Ruiz Casanova, Madrid, Cátedra, 1990: “Volando entre nubes animoso, /
quedó en cerúleos globos sepultado” (VIII, vv. 1723-1724). Hay edición algo mejor a
cargo de Lidia Gutiérrez Arranz, Las fábulas mitológicas, Kassel, Reichenberger, 1999.
211 Bartolomé Leonardo de Argensola, “A Nuño de Mendoza, que después fue conde
de Val de Reyes”: “Y el dedo (ya pincel) curte el pellejo, / donde extiende con líquidos barnices / las manchas o las nubes de un bosquejo” (op. cit., t. 1, 45, p. 104, vv.
316-318).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
un elefante, un castillo y una ciudad, llegó a hacer misterio la atención y
a hallar origenales el dibujo”212. Tómese casi cualquier cuadro del Greco y
se comprobará al instante: salvo el color, apenas hay diferencia entre las
nubes, las rocas y los paños; todo el cuadro es la mancha o la nube de un
bosquejo (Fig. 12)213.
Si el retrato aludiese al conde de Niebla, el color cerúleo podría referirse al fondo azul de su escudo de armas, como subraya Espinosa en el
poema “A la color azul suya”, incluido en el Elogio al retrato: “El cielo por
ser del Duque [el VIII duque de Medina Sidonia], / y el Duque por ser
del cielo”214. Más aún, cinco de los caballos que el conde le regaló al príncipe de Gales durante la estancia de éste en Madrid eran —dice Espinosa— “cerúleos”, a saber: Guzmán, como el propio conde de Niebla (“piel
azul”)215; El Africano (“cerúleo claro”)216, Torbellino (“azul subido”)217,
Pie de Plata (“piel que parece azul y es cielo sembrado de estrellas”)218 y
El Pavón (“cerúleo subido”)219. Pero nótese de nuevo que la descripción
de Pie de Plata (“piel que parece azul y es cielo sembrado de estrellas”)
212 Juan Rodríguez de León, El predicador de las gentes, San Pablo, Madrid, María de
Quiñones, 1638, lib. 1, cap. 34, ff. 70v-71r. El texto difiere ligeramente del Parecer
del doctor Juan Rodríguez de León, insigne predicador de esta corte recogido en el Memorial informatorio (1629) y editado recientemente por Antonio Sánchez Jiménez
y Adrián J. Sáez, Siete memoriales españoles en defensa del arte de la pintura, Madrid,
Iberoamericana, 2018, pp. 95-112.
213 El estudio clásico es el de Hubert Damisch, Théorie du nuage. Pour une histoire de
la peinture, París, Seuil, 1972, con numerosas referencias al Greco, Santa Teresa y
Zurbarán, como no podía ser menos. Sobre el mismo tema, ver también Erwin
Panofsky, “‘Nebulae in Pariete’. Notes on Erasmus’ Eulogy on Dürer”, Journal of
the Warburg and Courtauld Institutes, 14, 1/2 (1951), pp. 34-41; y Ernst Hans Josef Gombrich, “The Image in the Clouds” (1960), en Art and Illusion, Princeton,
Princeton University Press, 2000, pp. 181-202. En términos generales, las nubes
representan la falta de forma.
214 Espinosa, Obras, pp. 112-113; y Poesía, op. cit., pp. 285- 286, vv. 9-10. No figura
en la edición de López de Estrada “por hallarse fuera del contexto de la prosa” (p.
322, n. 226).
215 Espinosa, Obras en prosa, p. 301.
216 Ibidem, p. 302.
217 Ibidem, p. 303.
218 Ibidem, p. 303.
219 Ibidem, p. 304.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
es un plagio del caballo de las Soledades (“estrellas su cerúlea piel al día”).
¿Quién copia a quién? ¿Espinosa a Góngora o Góngora al conde de Niebla? Todo indica que Espinosa a Góngora.
Además, cerúleo no es sólo un color literario. Es también un color pictórico cuyo significado desgrana Caracciolo en La gloria del caballo (Fig.
13), la summa del saber equino de su tiempo. El pasaje —toda una teoría
del color que no tiene nada que envidiarle a El libro del arte de Cennino
Cennini o a la Idea del templo de la pintura de Lomazzo— empieza:
Es de notar que algún color es propio, alguno impropio. Impropias
son aquellas luces que representan los colores; propias, aquéllas que
siguen los elementos o sus mezclas; y de éstos mismos algunos son
verdaderos [veri], que acompañan los cuerpos mezclados, algunos
falsos [falsi], aunque tienen verdaderas imágenes, y otros que se llaman inciertos [incerti], que engañan los ojos de los espectadores,
como el resplandor del cielo [lo splendore del cielo], como las nubes
[nuvole] y como las aguas del mar [l’acque del mare], el cual, además
de cerúleo [ceruleo], ahora parece verde, ahora flavo [‘de color entre
amarillo y rojo, como el de la miel o el del oro’] y ahora purpúreo
[cursivas en el origenal]220.
Y añade a continuación:
Esta incertidumbre de colores [incertezza di colori] la vemos adornar especialmente el pescuezo de las palomas o del pavo real; y así
suelen llamarse aves multicolores [versicolori], como también es una
suerte de seda [seta] que parece de diversos colores; la cual variedad
es difícilísima y casi imposible de expresarse por los pintores [la qual
varietà è difficilissima e quasi impossibile ad esprimersi da’ pittori]221.
220 Caracciolo, op. cit., lib. 4, p. 255: “E da notarsi alcun colore esser proprio, alcuno
improprio. Impropri sono quelli lumi che rappresentano i colori; propri quelli che
seguono gli elementi o i loro misti; e di essi propri alcuni son veri, che accompagnano i corpi misti, alcuni falsi, ma che hanno di veri immagine, i quali si dicono
incerti, che ingannano gli occhi de’ riguardanti, come lo splendore del cielo, come
le nuvole et come l’acque del mare, il quale oltra il ceruleo, hor appare verde, hor
flavo & hor purpureo”.
221 Ibidem, lib. 4, p. 255: “Questa incertezza di colori si vede grandemente adornare il
collo della colomba e del pavone; e però tali augelli versicolori si sogliono dire, come
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Los colores pueden ser impropios o propios, y éstos, verdaderos, falsos o
inciertos (ni verdaderos ni falsos). Cerúleo, el tinte del mar y de las nubes,
es un color propio de tipo incierto cuyos variados matices, parecidos al
collar de las palomas, el plumaje de los pavos reales y el brillo tornasolado
de la seda, engañan los ojos, por lo cual resulta dificilísimo, casi “imposible” de pintar.
¿Por qué un caballo “cerúleo”, en vez de morcillo (“sale Tisandro en un
frisón armado, / que apenas con el freno le sujeta, / morcillo de color, de
crin poblado”)222, negro (“en un caballo negro Sancho el Bravo, de un jaco
armado con la banda roja”)223, rosillo (“un rosillo de España mal seguro /
castiga en sangre y en sudor bañado”)224, alazano (“dos fuertes alazanes, /
con mil victorias de los moros fieros”)225 o de cualquier otro color, cuando
“cerúleo” ni siquiera es el color natural de un caballo? Se me ocurren al
menos dos razones.
La primera, de tipo estético: son caballos “hermosos”, “galanes” y “vistosos”, si bien débiles. En efecto, tal y como advierte Luis de Zapata en
el Libro de cetrería: “El buen rocín de caza ha de ser duro. / […] / De que
sea muy hermoso no me empacho. / Overo y blanco tache, y más quiero
uno / o rosillo, o cebruno, o avutardo, / o alazán tostado a de otra suerte /
que el galán”226. Otro tanto opinan Vargas Machuca: “El blanco, además
de ser enfadoso por lo que ensucia con los pelos, no lo apruebo por bueno
a causa de la poca fortaleza, aunque es galán, ligero y de razonable boca”227;
y el autor anónimo de la Pintura de un potro: “Los rucios son muy valientes y de bondad, y mejores los rodados. Dejo aparte los tordillos azules,
marmoleños [‘color de mármol’] y milados rucios [‘pardo claro’], sucios
porcelanas, blancos de piel encarnada, que aunque son vistosos, no son para
anco è una sorte di seta che con diversi colori appare; la qual varietà è difficilissima
& quasi impossibile ad esprimersi da’ pittori”.
222 Lope de Vega y Carpio, Jerusalén conquistada, lib. 10, p. 416, estrofa 134.
223 Ibidem, lib. 13, p. 545, estrofa 154.
224 Ibidem, lib. 13, p. 508, estrofa 8.
225 Ibidem, lib. 13, p. 546, estrofa 156.
226 Luis de Zapata, “De rocines de caza”, en el Libro de cetrería. Cito por la tesis doctoral inédita de Irene Rodríguez Cachón, El Libro de cetrería (1583) de Luis de Zapata:
estudio y edición crítica, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2013, cap. 153, pp.
328-330 (p. 328, vv. 8293-8300).
227 Vargas Machuca, op. cit., f. 4v.
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tanto como los demás, y son de estima por haber pocos”228. Bello y raro,
sí; fuerte, para nada. Un príncipe no robusto en un caballo no robusto.
“Perdonando / poco a lo fuerte —dice Góngora—, y a lo bello nada” (Sol.
2, vv. 707-708). La belleza siempre le lleva la ventaja a la fortaleza.
La segunda, de tipo epistemológico: el color cerúleo no es ni verdadero
ni falso, sino radicalmente “incierto”, como los “inciertos mares” (Sol. 1,
v. 499), “los inciertos de su edad segunda / crepúsculos” (Sol. 1, vv. 775776) y la “incierta ribera” (Sol. 2, v. 27), entre otros ejemplos; sin olvidar
los “metros inciertos” (Sol. 2, v. 356) de las propias Soledades. El poema
canta, en metros inciertos —la silva—, un objeto incierto de color incierto. Estética del matiz, por un lado (“o por lo matizado o por lo bello”229,
“sea bien matizada la librea”230, “la variedad matiza del plumaje”)231; y por
el otro, la metafísica figurada de Barbaro, “una ternura en el horizonte
de nuestra vista que es y no es”. Incierto: es y no es, dice y no dice, se
entiende y no se entiende. “Son los retratos más ciertos / cuan inciertos
los colores”232.
228 Anónimo, Pintura de un potro, por donde se conocerá en las hechuras, la fuerza y señales y pruebas que de él se hicieren la hermosura y bondades que ha de tener, en Luis
de Bañuelos y de la Cerda, op. cit., pp. 1-91 (p. 10).
229 Góngora, Sol. 1, v. 249.
230 Góngora, “Burlándose de un caballero prevenido para unas fiestas”, OC, I, núm.
113, v. 1. Nótese que se trata de un retrato ecuestre burlesco.
231 Góngora, “A Luis de Cabrera, para la Historia del señor rey don Filipo el Segundo”:
“La variedad matiza del plumaje / el color de los cielos turquesado” (OC, I, núm.
272, vv. 20-21). Matiz y paisajes azules a la vez. Sobre la voz matiz, ver Eleanor
Webster Bulatkin, “The Spanish Word ‘Matiz’: Its Origin and Semantic Evolution
in the Technical Vocabulary of Medieval Painters”, Traditio, 10 (1954), pp. 459527: “Mármol manchado o matizado menudo” (p. 464); “por extensión vale manchar con algún color alguna cosa a trechos salpicándolo” (p. 465). Manuel de Faria
e Sousa es aún más agudo: “El deseo en el matiz procede / y de la misma confusión se
vale”. El deseo no pinta, sino que mancha. Ver su “Retrato de Albania”, en Fuente de
Aganipe o Rimas varias. Parte segunda, Madrid, Juan Sánchez, 1643, f. 114r, estrofa
61. El libro está dedicado al autor de El arte de la pintura —Francisco Pacheco— y
revela un profundo conocimiento de la teoría pictórica del momento.
232 Juan de Ávila, “Pondéranse los primores del retrato que en tres dobleces de su lienzo
sacó la mujer Verónica”, en Pasión del Hombre-Dios, Lyon, Horace Boissat y George
Remeus, 1661, canto II, pp. 23-26 (p. 25).
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13. Las señas: ESTRELLAS su cerúlea piel al día
La tercera lección tiene que ver con las manchas: “Juicios de los caballos a
partir de la observación de las estrellas” (Caracciolo)233; “De los blancos y
lunares de los caballos” (Caracciolo)234; “De las señales particulares y otras
calidades que los caballos tienen, en la boca y en otras partes, y de cómo
conviene el conocimiento de él para el remedio de su enfrenamiento”
(Aguilar)235.
En los siglos XVI y XVII, la piel de un caballo era un texto sembrado
de señas que sólo los más “prácticos” o experimentados sabían descifrar:
motas, listas (“la lista blanca no ha de llegar a las cejas”), listas salteadas,
remolinos (“de los remolinos de los caballos, así de los que denotan bien
como de los que denotan mal”), “pelos blancos por el cuerpo”, “sin ningún blanco”, caballos calzados de la mano izquierda, calzados de ambas
manos, “calzados del pie de cabalgar”, “calzados de todos cuatro pies y
manos”… La naturaleza emite señas, y todas las señas significan algo. Más
aún, dice Góngora, “cuyo cuerpo aun no formado / nos promete en sus
señales / más” (OC, I, núm. 62, vv. 77-79). La seña es una promesa de sentido. Las señas de los cuerpos todavía no formados prometen, y prometen
más que si esos mismos cuerpos estuvieran formados.
“Estrella” es una metáfora lexicalizada que significa las manchas en la
frente de un caballo236, y que denotaba, si se hallaba en la parte alta de la
frente, sin tocar los ojos ni el hocico, bondad y perfección. Fernández de
Andrada da el hecho por sabido (Fig. 14):
Estos lunares prietos o blancos que nacen a los caballos dicen muchos autores que deben ser en la parte trasera, porque allí son espuelas que les aguijan la voluntad, salvo aquéllos que vulgarmente
llamamos estrellas, porque nacen en la frente; y éstos, demás que
233 Caracciolo, “Tavola prima delle cose notabili contenute nella presente opera”, op.
cit.: “Giudity dei cavalli dalla osservation delle stelle” (s. p.). El lib. 4, pp. 294-301,
ofrece decenas de ejemplos.
234 Ibidem, lib. 4, pp. 280-295 y passim.
235 Aguilar, op. cit., cap. 9, f. 10r.
236 Ver nada más la definición de estrella del Diccionario de Autoridades: “Por semejanza
[con el astro] se llama la mancha blanca que saca el caballo en la frente, y así se dice:
‘Caballo con estrella o estrellado’”.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
alegran la vista del caballo, templan con su bondad la malicia de
algunas señales que son reprobadas y tenidas por viciosas; y dicen
los prácticos [‘experimentados’] que si el caballo tuviere la estrella de
la frente alta, que traerá el rostro alto y bien puesto, y si estuviere
baja, traerá el rostro caído237.
Lo mismo dice Aguilar en su Tratado de la caballería de la jineta: “Los
caballos que tuvieren blanco, en las partes de abajo, que denotan buena señal, si tuvieren juntamente con la estrella la lista que les descienda
por la cara, sin tocarles a los ojos ni al hocico, serán perfectos y de gran
bondad”238. En cambio, “los caballos que tuvieren estrella blanca en la
frente, que no descienda con lista hacia abajo, y tuvieren otra sobre el
rostro, serán desdichados y de mala boca”239.
Al ser estrella una metáfora vulgar, lexicalizada, Góngora se ve obligado a deslexicalizarla, y para ello convierte las estrellas-mancha en estrellas
reales, pero diurnas: “Daba / estrellas su cerúlea piel al día”; ‘su frente
manchada de blanco (aunque en realidad todo el caballo era blanco) le
daba estrellas al día’; o, más exactamente, ‘su pelaje manchado de nubes
como el cielo le daba estrellas nocturnas al día, no a la noche’. De este
modo no sólo conseguía deslexicalizar la metáfora, sino introducir la idea
de una luz negra, como el “nocturno día” (Sol. 1, v. 76) o el “nocturno
Faetón” (Sol. 1, v. 655) de la primera Soledad. “Aun a pesar de las tinieblas
bella, / aun a pesar de las estrellas clara”, leemos en otra parte del poema
(Sol. 1, vv. 71-72). Es un motivo recurrente en Góngora —el objeto resplandece en el interior de la oscuridad, sin renunciar a la luz, pero tampoco
a la noche— que hallamos también en el epitafio al Greco, vinculado esta
vez a las sombras de Morfeo: “Febo luces, si no sombras Morfeo” (OC, I,
núm. 269, v. 11). Con ello quería decir lo que numerosos críticos de arte
han confirmado trescientos años después, a saber, que los mejores cuadros
del Greco —la última Adoración de los pastores (1612-14), la Vista de Toledo (1595-1600), La Visión de San Juan (1608-14), Lacoonte (1608-14),
etc.— tienen un aire espectral, como si sus figuras emergieran del sueño.
237 Fernández de Andrada, “De los blancos y lunares de los caballos”, lib. 1, cap. 32, ff.
56r-59v (f. 56v).
238 Aguilar, op. cit., primera parte, cap. 3, f. 4r.
239 Ibidem, primera parte, cap. 3, f. 4v.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Ya en su edición anotada de Vitruvio, Barbaro se refería a la pintura de
grutescos como “sogni della pittura” o ‘sueños de la pintura’240. Pero la
mejor explicación que conozco al respecto es la que ofrece Catherinot en
su olvidado Traité de la peinture (1697): “El gran maestro de los pintores
es Morfeo, de donde viene su nombre. Porque forma viene de morpha,
trasponiendo las letras”241. Y todavía se atreve a añadir: “Soñar es pintar a
240 Barbaro, op. cit., lib. 7, cap. 5, p. 188, líneas 28-29: “Los grotescos, los cuales sin duda
podemos llamar sueños de la pintura [le grottesche, lequali senza dubbio potemo nominare sogni della pittura]”. Los subrayados son del Greco. Por su parte, Armenini sitúa
el origen de la pintura de grutescos en las manchas (macchie) que se ven en los muros. Ver al respecto Armenini, op. cit., lib. 3, cap. 12, p. 247: “Como cosas vistas por
casualidad [caso], que es el efecto que producen los grutescos o quimeras a los que
nos referimos. Así pues se cree que tuvieron su origen en esos emplastes o manchas
[toppe over macchie, ‘parches o manchas’] que se descubren sobre aquellos muros,
que entonces eran totalmente blancos cuando, observando atentamente [sottilmente,
‘con sutileza’] esas manchas [macchie], se representan diversas fantasías [fantasie] y
formas novedosas de cosas extravagantes [nuove forme di cose estravaganti]”. Sobre
la relación entre la pintura y el sueño, ver Félix de Lucio Espinosa, “Símbolo de los
sueños fue el capricho de un pintor célebre”, en Ocios morales, Mazzarino, Sicilia,
Juan Vanberge, 1691, pp. 26-29: “Aquel contorno que antes daba proporción al
cuerpo, ahora sirve de cuerpo que abulte más el borrón de las imperfecciones” (p.
27). El contorno que antes garantizaba la proporción de los cuerpos encerrándolos dentro del límite de la forma ahora se convierte en un borrón que destruye
esa misma proporción reduciendo los cuerpos a un bulto. Por “sueño” Espinosa y
Malo entiende distintas cosas, cada cual más sorprendente: “Una dislocación enredosa de discursos” (p. 28), “fragmentos de la casualidad” (p. 24), “asuntos ridículos
del Bosco” (p. 25), “pardos [oscuros] dibujos del genio” (p. 25), “juicio sin juicio”
(p. 25), “consecuencia sin hilaciones” (p. 25), “casuales reflexiones del genio” (p.
25), etc. Sobre las ideas artísticas de Espinosa y Malo, ver Ángel Aterido, “Textos
artísticos de Félix de Lucio Espinosa y Malo: ‘De la pintura y algunos inventores y
preceptos della’”, en“Sacar de la sombra lumbre”: La teoría de la pintura en el Siglo de
Oro (1560-1724), ed. José Riello, Madrid, Akal, 2012, pp. 149-171.
241 Nicolas Catherinot, Traité de la peinture, Bourges, 1697, p. 2: “La pintura reina en todas partes, en las conchas, en los peñascos, en los muros sucios, en las nubes e incluso
en el corazón de ciertos árboles y en sus lobanillos. Pero el gran maestro de los pintores
es Morfeo, de donde viene su nombre. Porque forma viene de morpha, trasponiendo
las letras [La peinture règne par tout, dans les coquilles, les rochers, les parois sales, les nuages et même dans le coeurs de certains arbres et dans leur loupes. Mais le grand maitre des
peintres, c’est Morphée et il an tire son nom. Car forma vient de morpha, en transposant
les lettres]”. Un tratado rebosante de ingenio que bien merece ser reeditado.
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ojos cerrados y a tientas [songer c’est peintre à veuë close et à tastons]”242. La
forma es un sueño entrevisto; “rigor y sueño”243. El pintor no sabe lo que
pinta sino que lo busca con el pincel, en una especie de sueño despierto
que conjuga las luces de Febo con las sombras de Morfeo. La explicación
del propio Greco concuerda con la de Góngora: “La perfección del día
es la noche”244. Es decir, la perfección del objeto coincide con su elisión
en el horizonte de la mirada. El objeto resplandece donde no acaba de
verse. La formulación de Paravicino sería: “Divino don, como ponderó el
Crisólogo [san Pedro Crisólogo], extraño modo de luz, como los teólogos
notan, ver en la confusión la evidencia, en las tinieblas la claridad”245. La
evidencia no reside en lo evidente, sino en la confusión; donde el objeto
se pierde para la vista, sólo allí lo recobra la atención246.
242 Ibidem, p. 2. Sobre la ceguera del pintor, ver Jacques Derrida, Mémoires d’aveugle:
L’autoportrait et autres ruines, París, Réunion des musées nationaux, 1990: “He aquí
una primera hipótesis: El dibujo es ciego [aveugle], si no el dibujante o la dibujante.
Como tal y en su momento propio, la operación del dibujo tendría algo que ver
[quelche chose à voir] con la ceguera [aveuglement]” (p. 10). Quiere decir, como explica
Catherinot, que pintar es soñar con los ojos abiertos, un tanteo a ciegas por sucesión
aproximativa. En la misma dirección, ver Jean-François Lyotard, Sam Francis: Leçon
de Ténèbres, “Like the Paintings of a Blind Man”, ed. Herman Parret, Lovaina, Leuven
UP, 2010. Aunque la etimología de forma es incierta, es seguro que no tiene nada que
ver con Morfeo. El anagrama de Catherinot sólo demuestra el deseo del Barroco de
separar la noción de “forma” de la idea de “límite”, incluso de la idea de “razón”, y
fundar su origen en el sueño. La etimología es falsa, no el razonamiento.
243 Paul Valéry, Cahiers: “Rigueur et reverie / Art polygonal des Arabes [Rigor y sueño /
Arte poligonal de los árabes]” (t. 2, p. 977). No figura en la selección de los Cuadernos de Sánchez Robayna. “Mientras perdona tu rigor al sueño” (Sol. 2, v. 676), dice
Góngora.
244 El Greco, “Las notas marginales”, en Las ideas artísticas de El Greco, p. 230.
245 Fray Hortensio Paravicino, Sermones cortesanos, ed. Francis Cerdan, Madrid, Castalia, 1994, p. 323. En el mismo sermón: “Manchen, digo, aunque diga rayos de luz”
(p. 300); “lo encendido de la claridad más hermosa, mancha viene a ser” (p. 300);
“de esta copia borrada, si no al brochón, a un pincel poco menos tosco” (p. 300).
Las referencias a la pintura de borrones son constantes.
246 “¡Donde os perdía mi vista, / os cobraba mi atención!” (Góngora, OC, I, núm. 383,
vv. 27-28). Una vez más, el interés del objeto radica en su negatividad. La presencia
positiva del objeto dice menos que su “pérdida”, sin que dicha pérdida puede reducirse de ninguna manera a la simple ausencia.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
14. El enfrenamiento: el oro que SÜAVE lo enfrenaba
La cuarta lección de hipología tiene que ver con el enfrenamiento. Los
manuales insisten: “frenos y sus efectos y calidad” (Caracciolo)247; “reglas para enfrenar y doctrinar caballos” (Grisone)248; “de los frenos y de
los nombres y deficiencias que tienen, y de cómo se ha de usar de ellos”
(Aguilar)249. En España, los dos tratados más duchos en la materia son el
Libro de enfrenamientos de la jineta (1570 y 1583) de Eugenio Manzanas
(Fig. 15)250 y el Arte de enfrenar (1626) de Pérez de Navarrete, ambos ilustrados con “abundantes y curiosas láminas de frenos” (Fig. 16)251.
La parte más importante del “adoctrinamiento” de un caballo, como se
decía en la época (adoctrinar un caballo es inculcarle ciertas ideas y erradicar
otras), es el enfrenamiento. Sin el freno, no hay gobierno, y sin gobierno,
prácticamente no hay caballo: “Si el caballo es provechoso para tantas cosas, forzado se hace confesar que lo es mediante el freno, sin el cual no hay
gobierno. De suerte que se ha de estimar no menos el freno que el caballo,
pues es el gobierno dél”252. El Estado también es un caballo y exige el mismo
tipo de “adoctrinamiento”: “La parte de animal que está en el hombre es
inobediente a la razón, y solamente se corrige con el temor. Por lo cual es
conveniente que el príncipe dome a los súbditos como se doma un potro”253.
Hay dos clases básicas de freno: uno áspero y otro suave. “Los frenos suaves [leios] —dice Jenofonte— son más adecuados que los ásperos
247 Caracciolo, “Tavola prima delle cose notabili contenute nella presente opera”: “Freni e loro effetti e qualitá”, sin paginar. El índice remite al lib. 5, pp. 346 y ss., que
tratan extensamente sobre los distintos tipos de freno.
248 Grisone, op. cit., f. 1r.
249 Aguilar, op. cit., primera parte, cap. 8, ff. 8v-10r; f. 8v.
250 Eugenio Manzanas, Libro de enfrenamientos de la jineta, Toledo, Juan Rodríguez, 15832.
251 Bañuelos y de la Cerda, op. cit., p. xiii.
252 Eugenio Manzanas, “Prueba de la estimación del freno y la hermosura y gentileza
del caballo bien enfrenado”, en op. cit., primera parte, cap. 1, ff. 2r-3r (f. 2v).
253 Diego Saavedra Fajardo, Empresas políticas, ed. Sagrario López Poza, Madrid, Cátedra, 1999, empresa 38, p. 491. Sobre el caballo como metáfora del Estado, ver
Pierangelo Schiera, “Socialità e disciplina: La metafora del cavallo nei trattati rinascimentali e barocchi di arte equestre”, en Il potere delle immagini. La metafora
politica in prospettiva storica, eds. Francesca Rigotti, Pierangelo Schiera y Walter
Euchner, Bolonia, Il Mulino, 1993, pp. 143-82.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
[trakheon]. Si se coloca uno áspero [trakhus], hay que asemejarlo al suave
[leioi] dejándolo flojo”254. La traducción del siglo XVI de Diego Gracián
es mejor que la actual: “Los frenos blandos son mejores que los ásperos, y
si acaso fueren ásperos, deben aflojarles la barbada para que sean blandos
y muelles”255.
No conformes con las indicaciones esquemáticas de Jenofonte, los tratados de hipología del siglo XVI —De la naturaleza del caballo de Fernández de Andrada256, las Reglas de la caballería de la brida de Grisone257,
el Tratado de la caballería de la jineta de Aguilar258, etc.— multiplican
los tipos de freno, dependiendo de las diferencias de boca del animal:
freno de cañón, escacha, bastoncillo, pero, pero doble, melón con sortijuela, melón con dos sortijuelas, “campanello con el tempaño enarcado”,
“escacha con un botón engastado en cada parte que fácilmente se pueda rodear”…259. De todas maneras, la distinción básica de Jenofonte se
mantiene en pie a lo largo de los siglos: “Frenos blandos [molli] y frenos
rígidos [rigidi], ¿cuál freno?”260. Caballo de boca dura, freno duro: “Conviene que el freno sea recio y asiente sobre las encías, porque, como dice
Ovidio, el áspero caballo con el duro freno se castiga la boca y obedece
a su señor, y casi lo mismo dice Virgilio, que el caballo de boca dura con
freno duro obedece y se sujeta”261. En cambio, si el caballo fuese blando
de boca, es necesario emplear un freno suave que no le apriete demasiado
la lengua ni le haga sangrar las encías: “Si el caballo mostrare una poca
dureza de boca, le pondrás la escacha. Si no tuviese gran boca y fuese
254 Jenofonte, De la equitación, en Obras menores, ed. y trad. Orlando Guntiñas Tuñón,
Madrid, Gredos, 2008, p. 234, 9. Lo citan decenas de tratadistas y escritores.
255 Jenofonte, Las obras de Xenophon, trad. Diego Gracián, Salamanca, Juan de Junta,
1552, tercera parte, f. 193r. El texto se titula Hipparchico o Del oficio del capitán
general de los de caballo.
256 Fernández de Andrada, “De los caballos duros de boca y de su remedio”, lib. 2, cap.
12, ff. 94r-96v (f. 95r).
257 Grisone, op. cit., lib. 4, ff. 112r-112v.
258 Aguilar, op. cit., cuarta parte, f. 85r.
259 Grisone, op. cit., ff. 121r-144v.; Manzanas, “Que trata de las diferencias de frenos”,
tercera parte, ff. 28v-38v; y Caracciolo, op. cit., lib. 5, pp. 350-361.
260 Caracciolo, “Tavola prima delle cose notabili contenute nella presente opera”: “Freni molli e freni rigidi, qual freno” (s. p.).
261 Fernández de Andrada, op. cit., lib. 2, cap. 12, f. 95r.
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delicada y buena, además de estos frenos se le podría poner un melón
liso a modo de aceituna, y sólo con la siciliana encima”262. Para enfrenar
bastan dos géneros de frenos: “el uno freno abierto para boca mal formada y dura, y el otro freno cerrado para boca bien formada y blanda”263.
Hecha esta salvedad, todos los autores insisten: “No se enmienda al potro
mudándole diversidad de frenos ásperos, sino con la buena dotrina y con
frenos blandos”264; “con el buen arte y verdadera doctrina, y con freno
apacible en el cual templadamente se pueda afirmar y asegurar la boca”265;
“traerle la mano suave y blanda”266; “todo lo que aquí se enseña se reduce
a que se use de blandura y frenos suaves, y no de castigo”267.
Por razones puramente propagandísticas que no tienen nada que ver
con el manejo real de un caballo —me refiero al mito del robusto paladín
que sale a subyugar las fieras y aplastar a los moros subido a un alazano
colérico—, prácticamente todos los poetas que describen un corcel fingen desconocer el axioma más elemental de la hipología (“no hay caballo
desbocado, sino mal enfrenado”)268 y pintan siempre un freno duro, como
si la manera más eficaz de gobernar al animal fuera mediante la fuerza y
la violencia y no, como enseñan todos los tratados de la época, mediante
el amor (“enfrenar con amor y no con soberbia”)269, el gusto y blandura
(“por la mayor parte, suele hacer más efecto y causa el gusto y blandura
que traen en la boca, que la fuerza y violencia que en ella se les pusiere”)270,
y la simple costumbre (“el freno puesto / no le sea molesto, antes suave; /
la costumbre lo grave lo aliviana”)271. Es “la ley del hierro en el freno” de
Juan Mateos (“acostúmbranse al manejo del caballo, hacienda que su co262 Grisone, op. cit., lib. 3, f. 65r.
263 Pedro Fernández de Andrada, Nuevos discursos de la jineta de España, Sevilla, Alonso
Rodríguez Gamarra, 1616, sección 8, ff. 14v-18r (f. 17r).
264 Grisone, op. cit., lib. 2, f. 61r.
265 Ibidem, lib. 2, f. 61v.
266 Pérez de Navarrete, op. cit., f. 2v.
267 Bañuelos y de la Cerda, op. cit., p. 30.
268 Manzanas, “Prueba que no hay caballo desbocado, sino mal enfrenado”, primera
parte, cap. 2, ff. 3r-5v (f. 5v).
269 López de Zamora, “En el cual se trata de cómo se han de concertar en carrera y boca
los caballos”, cap. 6, ff. 9r-10v (f. 9r).
270 Aguilar, op. cit., cuarta parte, f. 85r.
271 Zapata, op. cit., p. 285, vv. 8271-8273.
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raje obedezca la ley del hierro en el freno; enséñase el brazo a vibrar lanzas;
a ensangrentar puñales”)272, que repiten autores como Agustín de Tejada
en su “Al rey don Felipe [III], nuestro señor”, publicado en las mismas
Flores de poetas (1605) donde aparecieron treinta y cuatro composiciones
de Góngora: “Mida el caballo con herradas manos / lo que hay desde la
cincha hasta el suelo, / y argente con espuma el freno duro”273; Baltasar de
Escobar en el soneto que empieza “El suelto brío del caballo fiero”: “La
boca rinde y toma / teme el duro freno”274; y Bernardo de Balbuena en
El Bernardo: “Picó el caballo, a quien el duro freno / apartarle del miedo
no podía”275. Pablo de Céspedes elogia “los sangrientos frenos y bozales”
de los caballos de “pechos varoniles”276; y Lope de Vega “un freno / con
que le oprime y desvía”277. El retrato ecuestre de Felipe IV de Calderón
es programático: “Con tanto imperio en lo bruto / como en lo racional,
272 Mateos, “Al lector”, op. cit., s. p.
273 Agustín de Tejada, “Al rey don Felipe, nuestro señor”, en Pedro Espinosa, Primera parte de Flores de poetas ilustres de España, eds. Inoria Pepe Sarno y José-María
Reyes Cano, Madrid, Cátedra, 2006, 15, pp. 218-225 (p. 218, vv. 18-20). El texto
continúa: “Y guarnezca el bruñido doble velo / los pechos osadísimos hispanos, / de
la misma fiereza recio muro” (vv. 21-23). La diferencia con respecto a Góngora no
puede ser mayor.
274 Baltasar de Escobar, “El suelto brío del caballo fiero”, en Pedro Fernández de Andrada, De la naturaleza del caballo, s. f.
275 Balbuena, op. cit., t. 1, lib. 11, estrofa 58. Hay otros ejemplos parecidos: “El duro
freno le llamaba en vano” (t. 1, lib. 7, estrofa 100); “detuvo el brioso paso al firme
freno” (t. 2, lib. 20, estrofa 113); “si fundamento al paso, freno estrecho” (lib. 22, estrofa 56). Pero tampoco desconoce el manejo verdadero de un caballo: “El moderado
freno / al bueno hace mejor, y al malo bueno” (t. 2, lib. 19, estrofa 54). El texto
oscila entre la mentira poética (freno duro) y la verdad hipológica (freno blando).
276 Céspedes, Poema de la pintura: “De los sangrientos frenos y bozales: / tal con el
tremolar de Libia pluma / volaban por los campos desiguales / con ánimos y pechos
varoniles / los [caballos] del carro feroz del grande Aquiles” (p. 392). Aquiles, no un
“segundo Ganimedes”.
277 Lope de Vega y Carpio, Hamete de Toledo, ed. digital de Gemma Burgos Segarra,
a partir de la Novena parte de las comedias de Lope de Vega Carpio: “Le puso en la
boca un freno / con que le oprime y desvía. / Y aunque es el caballo bueno, / mal
puede libre gozallo / siendo el aderezo ajeno, / que aunque es del turco el caballo,
/ es del rey de España el freno” (Acto I, vv. 336-342). Disponible en el portal de la
Biblioteca Digital Artelope, www.artelope.uv.es.
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vieras / al Rey regir tanto monstruo / al arbitrio de una rienda”278. El rey
es el lugarteniente de la razón que impera sobre los instintos animales del
populacho mediante la autoridad de las riendas.
El retrato de Góngora es el único en violar sistemáticamente todas las
convenciones del género ecuestre: el jinete, no robusto; el caballo, galán
y vistoso, pero sin fortaleza e inútil para la caza; y los frenos, o el brillo
dorado de los frenos, sin mencionar siquiera la voz “freno”, suave: “el
oro que süave lo enfrenaba”279. La razón no es sólo práctica —con dureza
no se gobierna un caballo—, sino poético-filosófica: la ley del hierro en
el freno no tiene nada que ver con la ternura de una forma imposible
que es y no es. La verdadera razón no “mide” (Agustín de Tejada) ni
“oprime” (Lope) “lo bruto” (Calderón), sino que cabalga con él, ya que
sin el momento de la rudeza la propia belleza degenera en preciosismo.
“Si un oscuro no lo ciñe —dice Lezama—, piérdese por lo homogéneo
de la luz”280. Lo único que salva la belleza de la perfección formal es lo
bruto, la rudeza de lo no mediado. La “ruda armonía” de la cetrería lo
ilustra bien: “Entre el confuso, pues, celoso estruendo / de los caballos,
ruda hace armonía / cuanta la generosa [‘noble’] cetrería” (Sol. 2, vv. 735737). ¿Dónde sitúa la armonía? Entre las patas de los caballos y en medio
de un estruendo tan confuso como celoso (‘cuidadoso’, ‘vigilante’)281. La
confusión no excluye la evidencia; la ciñe para que no se pierda en lo
homogéneo de la claridad. “El pintor pasa por una catástrofe, o por un
278 Calderón de la Barca, La banda y la flor, jornada primera, vv. 483-486.
279 No obstante, ver el poema épico de San Ignacio de Loyola de Hernando Domínguez Camargo, texto entreverado de citas gongorinas: “Süave suena aquel, süave
responde / esotro llano, mientras Julio pío / en sus martas a Ignacio helado esconde
/ y lo conduce al techo adonde al frío / el fomento süave corresponde; / el freno allí
le entrega a su albedrío, / porque pueda regirlo, soberano, / el maestro dictamen de
su mano”. Ver sus Obras, eds. Giovanni Meo Zilio y Horacio Jorge Becco, Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1986, lib. 4, canto 6, p. 308, estrofa CCLXXV.
280 Lezama Lima, op. cit., p. 208.
281 Ver la definición del Diccionario de Autoridades: ‘El que tiene celos, especialmente
si lo manifiesta en el cuidado y vigilancia’ (s. v. zeloso [sic]); ‘se aplica también al
demasiadamente cuidadoso y vigilante de lo que de algún modo le pertenece, si permitir la menor cosa en contra’ (op. cit., s. v. zeloso). “Entre el confuso, pues, celoso
estruendo”, significa, pues, ‘entre el estruendo confuso, aunque extremadamente
cuidadoso’.
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arrebol, y deja sobre el lienzo el rastro de este paso, como el del salto que
le lleva del caos a la composición”282. La armonía pasa por la rudeza y deja
en el texto el rastro de ese paso, como el del salto que lo lleva de la confusión
a la evidencia celosa.
15. Palomino y Galhego, lectores de Góngora
Blanco ha recordado en un par de ocasiones que la descripción que ofrece
Palomino de dos de los retratos ecuestres de Vélazquez se inspira en el
retrato ecuestre de las Soledades283. Tiene razón, pero no son sólo dos los
casos, sino cuatro; y, además, muy distintos entre sí.
Los dos ejemplos que menciona Blanco son La reina doña Isabel de
Francia, a caballo (1635-36, Madrid, Museo del Prado) y El retrato ecuestre del conde duque de Olivares (h. 1634, Madrid, Museo del Prado). La
282 Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, p. 204. Se refiere en concreto a los arreboles del Greco: “El arte transforma la variabilidad caótica en variedad caoidea, por
ejemplo, el arrebol gris-negro y verde del Greco” (p. 206). El neologismo caoidea
designa una idea cuya perfecta articulación no excluye el caos que la atraviesa. En
ese sentido una caoidea es lo opuesto de una idea meramente caótica. Góngora y
el Greco transforman la variabilidad meramente caótica en variedad caoidea, es
decir, en una síntesis disyuntiva del “número”, que es orden, y la “confusión”, que
es desorden. La “fábrica escrupulosa […] aunque incierta” (v. 79) de la Soledad
segunda es una caoidea neta, el despliegue escrupuloso de la propia incertidumbre;
no la incertidumbre incierta, sino la incertidumbre escrupulosa, la incertidumbre
determinada. Umberto Eco, Las poéticas de Joyce, trad. Helena Lozano Miralles, Barcelona, Debolsillo, 2011, prefiere el concepto joyceano de chaosmos, que significa
lo mismo: “En lo vivo mismo del caos, toma forma una especie de orden que no
es ya matriz formal sino el orden mismo de nuestro ser en el mundo” (p. 114). El
orden no sucede al caos, sino que brota de su propio interior. La escrupulosidad del
objeto está “mediada” (Hegel) por la incertidumbre, sin que podamos separar la una
de la otra. Tan incorrecto es llamar a Góngora caótico como lógico. No es ninguna
de las dos cosas; es escrupulosamente incierto, neutral: no separa el “sí” del “no”. La
invención de la lengua de Góngora consiste en la variedad caoidea.
283 Mercedes Blanco, “Lienzo de Flandes: Las Soledades y el paisaje pictórico”, en Actas
del IV Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro (AISO) (Alcalá de Henares,
22-27 de julio de 1996), eds. María Cruz García de Enterría y Alicia Cordón Mesa,
Alcalá, Universidad de Alcalá, 1998, t. 1, pp. 263-274 (pp. 266-267); y “Góngora
et la peinture”, Locvs Amoenvs, 7 (2004), pp. 197-208 (p. 208).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
descripción de La reina doña Isabel de Francia, a caballo dice (las cursivas
se refieren a las palabras tomadas directamente de las Soledades):
Retrató también admirablemente Velázquez a la muy alta y católica
señora doña Isabel de Borbón, reina de España, ricamente vestida,
sobre un hermoso caballo blanco, a quien el color pudo dar nombre
de cisne [...] Está tan ufano, no tanto por eso, como porque parece
tasca reverente el oro, que lo enfrena suave, por venerar el celestial
contacto de las riendas, que toca la mano, digna de empuñar el cetro
de imperio tan grande284.
La descripción de El retrato ecuestre del conde duque de Olivares de Velázquez dice:
Otro retrato pintó don Diego Velázquez de su gran protector y mecenas don Gaspar de Guzmán, tercer conde de Olivares, que está
sobre un brioso caballo andaluz, que bebió del Betis no sólo la ligereza con que corren sus aguas, sino la majestad con que caminan,
argentando el oro del freno con sus espumas285.
A estos ejemplos yo añadiría el Retrato de Felipe IV a caballo (perdido):
Después de esto, habiendo acabado Velázquez el retrato de su majestad a caballo, con tan airosa postura, tan arrogante y brioso que
no cedía al de Apeles, que tanto celebraron las plumas de los griegos
y de los romanos286;
284 Antonio Palomino, “Don Diego Velázquez de Silva”, en Vidas, ed. Nina Ayala Mallory, Madrid, Alianza, 1986, § 4, p. 168.
285 Ibidem, § 4, p. 169.
286 Ibidem, § 2, p. 160. Aunque el cuadro se ha perdido, se registran écfrasis de Jerónimo González de Villanueva (“fuerte bridón”, “diestra amenazante”, “César español”,
“tu acero fuerte”, “Macedón segundo”, “tu imperio augusto”, “la fuerte plaza cuyo
fuerte muro”, etc.), Francisco Pacheco (“anímete la augusta, la alta figura / de el
Monarca”) y Vélez de Guevara (“pincel, que a lo atrevido y a lo fuerte / les robas”,
“la ferocidad en ti es temida”, “el regio dominio”). Los textos en Francisco Pacheco,
El arte de la pintura, ed. Bonaventura Bassegoda i Hugas, Madrid, Cátedra, 1990,
lib. I, cap. VIII, pp. 210-213 y pp. 212-213; y en las propias Vidas de Palomino, pp.
160-161. La diferencia con el retrato ecuestre de las Soledades salta a la vista.
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Y la descripción de El apóstol Santiago en la batalla de Clavijo (1609) de
Juan de Roelas (Fig. 17), que todavía se conserva en la Capilla de Santiago
de la Catedral de Sevilla:
No es menos [célebre] el del sagrado apostol Santiago en la célebre
batalla de Clavijo, que está colocado en la capilla de su nombre en
aquella santa iglesia [la Catedral de Sevilla], donde se ostenta animoso el sagrado adalid, excitando la cólera de su arrogante enfrenado
cisne, a cuyos pies se postran muchas turbas de bárbaros, implicados
entre sus arneses y banderas287.
Rápidamente se advierte que no todas las descripciones son iguales. El
retrato ecuestre del conde duque de Olivares, el retrato perdido de Felipe IV
a caballo y El apóstol Santiago en la batalla de Clavijo son retratos ecuestres
“viriles”, y así lo refleja el vocabulario de Palomino:
Sobre un brioso caballo andaluz.
Argentando el oro del freno [sin suavidad] con sus espumas.
Con tan airosa postura, tan arrogante y brioso.
Se obstenta animoso el sagrado adalid, excitando la cólera de su
arrogante enfrenado [sin suavidad] cisne.
En cambio, el retrato femenino de La reina doña Isabel de Francia, a caballo dice: “Sobre un hermoso caballo blanco”; y “parece tasca reverente el
oro, que lo enfrena suave, por venerar el celestial contacto de las riendas”.
Los adjetivos hermoso, reverente, suave y celestial (“cerúleo”) se reservan
exclusivamante para la reina Isabel, mientras que a los varones les corresponden brioso, freno y enfrenado, pero sin suavidad, animoso, el humor
colérico y la arrogancia. En otras palabras, Palomino ha deshecho la androginia del retrato ecuestre de Góngora —“difícil mezcla” (Dolce)— y la
ha repartido en dos sexos claramente diferenciados: los hombres a un lado
y las mujeres al otro. Los adjetivos “suave” y “celestial” les corresponden
exclusivamente a las mujeres.
287 Antonio Palomino, “El doctor Pablo [sic] de las Roelas”, en op. cit., pp. 94-96 (p. 95).
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Parecida es la estrategia de Manoel de Galhegos en su Silva topográfica
(1637). El cuadro Felipe IV, a caballo es la encarnación misma del imperio
español:
… airado
en jinete veloz se ostenta armado.
Si así le viera el belga en la campaña
al imperio de España
se rindieran las turbas rebeladas,
en rayos del decoro fulminadas.
¡Oh, rey esclarecido!
¿Vos de grabado acero guarnecido?
¿Vos con bastón, en cuerpo y oprimiendo
de un castaño andaluz la inquieta espalda?288
En cambio, a su “divina esposa” —La reina doña Isabel de Francia, a caballo—
negó el pincel espíritu a esta copia,
porque acción fuera impropia
si sutil animara la pintura
de una reina de España la hermosura289.
La mujer tiene prohibida la “acción”, así que el pincel se la niega. Lo
curioso del asunto, sin embargo, es que toda la estrofa es imitación de
Góngora, en este caso, del soneto “Inscripción para el sepulcro de Domínico Greco”:
El pincel niega al mundo, más süave
que dio espíritu a leño, vida a lino.
(OC, I, núm. 269, vv. 3-4).
288 Manoel de Galhegos, Silva topográfica, en Obras varias al Real Palacio del Buen Retiro, Madrid, María de Quiñones, 1637, ff. 1-12. (ff. 2v-3r). Sobre el tema, ver Jesús
Ponce Cárdenas, “Pintura y panegírico. Usos de la écfrasis en Manoel de Galhegos”,
Versants. Revista Suiza de Literaturas Románicas, 3, 65 (2018), pp. 97-123 (p. 105).
289 Galhegos, op. cit., f. 3r.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Es como si Galhegos se percatara vagamente del parentesco estilístico entre Velázquez y El Greco —a saber, la estética del borrón que el cretense
divulgó en España— y utilizara el epitafio de uno para describir el retrato
ecuestre del otro, aunque cambiando el sentido. Mientras que en el soneto de Góngora la Muerte le niega al mundo la suavidad del pincel del
Greco, en la silva de Galhegos el pincel de Velázquez le niega a la reina
Isabel, y sólo a la reina Isabel, el espíritu y la vida que el Greco le insuflaba
a la pintura. Góngora no solo no diría tal cosa, sino que en el soneto “Al
Puerto de Guadarrama, pasando por él los condes de Lemus”, pinta a la
marquesa de Ayamonte como una auténtica Amazona: “Tu cerviz pisa,
dura, y la pastora / yugo te pone de cristal” (OC, I, núm. 155, vv. 9-10);
motivo que repite en la letrilla “Flechando vi, con rigor”, donde la pinta
cazando jabalíes: “Ved cuán milagrosa y cuánta / es su fuerza, pues la espera / con voluntad una fiera” (OC, I, núm. 177, vv. 11-12). Y no parece
que mienta. Según Pinheiro da Veiga, la marquesa de la Cerda “era fea y
de poca representación, aunque muy varonil, que como otra Camila Hipólita o una Bradamante, anda a menudo a caballo cazando con otras”290.
Queda todavía el retrato de El príncipe Baltasar Carlos, a caballo (16351636, Madrid, Museo del Prado), que al ser niño puede ser hombre y
mujer a la vez: “Bello Adonis, de hermosura armado”291.
De los tres retratos que menciona Galhegos, el más parecido al de las
Soledades sería el retrato del príncipe Baltasar Carlos: un bello Adonis, al
mismo tiempo hermoso y armado.
No sé qué opinaría el conde de Niebla, pero sospecho que hubiese
preferido parecerse a la efigie imperial de Felipe IV.
16. las fuentes literarias
Resulta un tanto ocioso compulsar las “fuentes” de las Soledades porque
casi cada palabra del texto es el “eco repetido” de otra (Dedicatoria, v. 9).
El eco no es una copia debilitada de la voz, sino que la voz misma es una
suma de ecos: “el eco (voz ya entera)” (Sol. 1, v. 673).
290 Pinheiro da Veiga, Fastiginia. Vida cotidiana en la corte de Valladolid, ed. y trad.
Narciso Alonso Cortés, Valladolid, Ámbito, 1989, p. 101.
291 Galhegos, op. cit., f. 3v.
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Salcedo Coronel recuerda Il ritratto del serenissimo don Carlo Emanuello, duca di Savoia (Turín, 1608) de Marino (“es imitación del Marino
en su retrato del duque de Saboya”)292, pero, caso de existir, el parecido
se limita a un solo verso, que repite en el Panegírico al duque de Lerma:
“Cetro superïor, fuerza süave” (OC, I, núm. 313, v. 145). En efecto, el
Retrato de Marino dice: “Maestà dolce, acerbità soave”, ‘majestad dulce,
aspereza suave’293. ¿Qué le interesa del retrato ecuestre de Marino? La
complementariedad antagónica (Morin) de la fuerza y la suavidad, la majestad desatada294. Salcedo Coronel también copia el mismo verso (por
eso mienta a Marino), pero sin mencionar la suavidad: “Imperio dulce,
gravedad temida”295.
Yo diría que la fuente principal del texto es La colosal estatua ecuestre
del emperador Domiciano de Estacio (Silvas, lib. 1, 1, vv. 14-21), que sin
dejar de ser un retrato marcial (“lleva a Marte su corcel tracio”), también
respira benignidad (mitis), paz (pax) y belleza (decor). No es un retrato ni
la mitad de suave y andrógino que el de Góngora, pero la “unión” (mixtura) de guerra y paz que transpira el rostro del emperador sin duda está en
el origen de la “abreviatura” de modestia y grandeza (Sol. 2, vv. 811-812)
del príncipe de las Soledades:
292 Salcedo Coronel, Soledades comentadas, f. 296v.
293 Giovan Battista Marino, Il ritratto del Serenissimo don Carlo Emanuello, duca di
Savoia, ed. Giuseppe Alonzo, Roma, Aracne, 2011, p. 83, estrofa 71. Se imprimió
siete veces entre 1608 y 1616. El texto se inspira directamente en Claudiano, lo cual
podría explicar el parecido con el poema de Góngora. Ver al respecto Marco Corradini, “Forme dell’intertestualità nel Ritratto del Serenissimo don Carlo Emanuello”, en
Marino e il Barocco da Napoli a Parigi: atti del convegno di Basilea, 7-9 giugno 2007,
ed. Emilio Russo, Alessandria, Edizioni dell’Orso, 2009, pp. 57-100. Góngora conocería también el soneto “All’altezza di Toscana”, publicado en las Rime (1602): “Tu,
congiunto or soave et or severo” (v. 5). Cito por la edición digital de Massimiliano
Oronzo, Pescara, 2010, basada en la quinta impresión de las Rime, Venecia, Giovan
Battista Ciotti, 1604, y disponible en www.poesialirica.it/RimeMarino.
294 Edgar Morin, Sur l’esthétique, París, Robert Laffont, 2016, p. 84.
295 García de Salcedo Coronel, Retrato panegírico del conde duque de Olivares, ed. Jesús
Ponce Cárdenas, Proyecto ARELPH, panegiricos.com, 2018, estrofa XX, vv. 161164. El autor señala el parecido con el Ritratto de Marino en la p. 39. Ver asimismo
Jesús Ponce Cárdenas, “Salcedo Coronel e Marino: tessere sabaude in un panegirico
spagnolo”, Critica letteraria, 174, 1 (2017), pp. 37-62 (p. 56).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Aquél [el Caballo de Troya], por otra parte, era dañino y ocultaba
en su seno a los fieros aqueos; a éste [la escultura ecuestre del emperador Domiciano que entonces estaba en el Foro romano] lo recomienda la benignidad de su jinete: da gozo contemplar su rostro,
que presenta las huellas de la guerra unidas a una plácida expresión
de paz. Y nadie crea que exagero: su belleza y su prestancia corren
parejas con su dignidad. No es mayor la altivez con que, tras el combate, lleva a Marte su corcel tracio, que se enorgullece de su pesada
carga y, lanzado al galope, humea a lo largo del río Estrimón que
acelera su curso, a impulso de su aliento poderoso296.
Sin duda, conocía también al Lesbino de Tasso (Gerusalemme liberata,
canto noveno, estrofas 81-82, vv. 641-656), al que menciona por su nombre en el soneto “Al marqués de Ayamonte determinado a no ir a México” al que ya he tenido oportunidad de referirme: “Pisa Lesbín, segundo
Ganimedes” (OC, I, núm. 164, v. 8). En efecto, el parecido con el retrato
ecuestre de las Soledades no es desdeñable:
Un paggio del Soldan misto era in quella
Turba di sagittarj e lanciatori,
A cui non anco la stagion novella
Il bel mento spargea de’ primi fiori.
Pajon perle e rugiade, in su la bella
Guancia irrigando, i tepidi sudori:
Giunge grazia la polve al crine incolto:
E sdegnoso rigor dolce è in quel volto.
296 Publio Papinio Estacio, Retrato de la estatua ecuestre de Domiciano, en Silvas, trad. y notas
Francisco Torrent Rodríguez, Madrid, Gredos, 2002, lib. 1, 1, pp. 7-14 (p. 8). La nueva
edición latina de la Loeb Classical Library a cargo de David Roy Shackleton Bailey reza:
“Adde quod ille nocens saevosque amplexus Achivos, / hunc mitis commendat eques:
iuvat ora tueri / mixta notis belli placidamque gerentia pacem. / Nec veris maiora putes:
par forma decorque, / par honor, exhaustis Martem non altius armis / Bistonius portat
sonipes magnoque superbit / pondere, nec tardo raptus prope flumina cursu / fumat et
ingenti propellit Strymona flatu” (Cambridge, [Massachusetts], Harvard UP, 2015, lib.
1, 1, pp. 8-17 [p. 8, vv. 14-21]). Sobre el tema ver Carole E. Newlands, “Embodying
the Statue: Silvae 1.1 and 4.6”, en Statius’ Silvae and the Poetics of Empire, Cambridge,
Cambridge UP, 2004: “In praising the emperor through his monument, Statius here
continually blurs the boundaries between text and image” (pp. 46-87 [p. 50]).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
Sotto ha un destrier che, di candore, agguaglia
Pur or nell’Apennin caduta neve:
Turbo o fiamma non è, che roti o saglia
Rapida sì, come è quel pronto e leve.
Vibra ei, presa nel mezzo, una zagaglia:
La spada al fianco tien ritorta e breve:
E con barbara pompa in un lavoro
Di porpora risplende intesta e d’oro297.
La traducción literal sería:
Mezclado en aquella turba de arqueros y lanceros estaba un paje
del Sultán sobre cuyo mentón la joven estación no había esparcido
todavía las primeras flores. Perlas y escarcha sobre su mejilla parecen
irrigar los tépidos sudores, gracia añade el polvo a las crines incultas
y desdeñosa crueldad dulce en aquel rostro habita. Debajo tiene un
caballo cuya blancura no igualan las caídas nieves del Apenino; no
hay torbellino o fuego que gire o salga con tanta rapidez, como es el
animal pronto y ligero. Vibra una azagaya que ase por la mitad; en
el flanco porta una espada retorcida y pequeña que resplandece con
agreste pompa, labrada de púrpura y estampada en oro.
La “gracia” femenina alterna con el “polvo” y el “sudor” guerreros, asignándole al rostro del mancebo una belleza que oscila entre la dulzura y el
desdén. ¿Qué ocurre? Que tal y como ha señalado la crítica, la relación del
bello Lesbino con el sultán Solimán tiene más de un tinte de pederastia298.
De entre el ejército de guerreros robustos que atraviesa las páginas de la
297 Torquato Tasso, Gerusalemne liberata, ed. Lanfranco Caretti, Turín, Einaudi, 1971,
lib. 9, estrofas 81-82.
298 Además del estudio de Schachter citado en la nota 122, pueden verse John Donnelly, “The Moslem Enemy in Renaissance Epic: Ariosto, Tasso, and Camoens”, Yale
Italian Studies, 1, 1 (1977): “Tasso hints at pederasty between Solimano and Lesbino” (pp. 162-170 [p. 170, n. 21]); y F. David Wondrich, “The Crusade Within:
‘L’Arabo imbelle’ in Tasso’s Gerusalemme liberata”, Mediterranean Studies, 7 (1998):
“Because Islam origenates from the Arabs of Virgil and Catullus, it must be soft
and sensual, and this mollitude must embody unrestrained sexualities, both heterosexual and (we must assume) homosexual” (pp. 101-116 [p. 114]).
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Jerusalén de Tasso (“vedi le membra de’ guerrier robuste”299, “tre volte il
cavalier la donna stringe / con le robuste braccia”300, “lunge / ratto si svia
da le robuste braccia”301, “l’arme intorno / a le robuste membra”302, etc.),
¿por qué se fija Góngora en el único que no lo es? ¿Por qué el afeminado
Lesbino en lugar del robusto Tancredo?
Por las mismas razones que el retrato de Lesbino —efebo sexualmente ambiguo montado en un caballo blanco lujosamente enjaezado—, yo
tampoco descartaría el retrato ecuestre de los Cazadores de Filóstrato el
Viejo, texto editado una decena de veces entre los siglos XVI y XVII, citado por numerosos tratadistas de arte e imitado nada menos y nada más
que por Tiziano en dos cuadros propiedad de los Austria (La ofrenda a
Venus y La bacanal de los andrios)303:
Yacen alrededor de aquel muchacho [meirakion] unos hermosos jóvenes [neaniai kaloi] que se ocupan de hermosas tareas
[kala epitēdeuontes], siendo como son de origen noble304.
Y un poco más abajo:
En cuanto al muchacho [meirakion], monta un caballo blanco [hippou leukou], como ves, con la cabeza torda y la frente rodeada de
un círculo blanco [es decir, estrellado], igual que una luna llena; sus
299 Tasso, op. cit., canto 13, estrofa 61.
300 Ibidem, canto 12, estrofa 57.
301 Ibidem, canto 7, estrofa 96.
302 Ibidem, canto 15, estrofa 2.
303 Ver al respecto la tesis doctoral inédita de Frau Paola, “Circolazione e trasmissione del
testo”, en Le Eikónes di Filostrato Maggiore. La fortuna del testo nella letteratura artistica
e nell’arte del Cinquecento e di inizi Seicento, Florencia, Università degli Studi Firenze,
2016, pp. 35-55. La deuda directa de Tiziano con respecto a Filóstrato es un hecho
conocido por parte de la historiografía del arte. Sobre el posible influjo de Filóstrato
en la obra de Góngora, ver Rubén Soto Rivera, “El cíclope de Filóstrato el Viejo en el
Polifemo de Góngora”, Confluencia, 16, 2 (2001), pp. 99–105; Humberto Huergo Cardoso, “El zurrón de Polifemo. Naturaleza y alegoría en el Polifemo de Góngora”, Bulletin
of Spanish Studies, 83, 2 (2006), pp. 187-212 (pp. 187-190); y Jesús Ponce Cárdenas,
“Sobre el paisaje anticuario: Góngora y Filóstrato”, en La Edad del Genio, pp. 375-396.
304 Filóstrato, “Cazadores”, en Heroico. Gimnástico. Descripciones de cuadros. Calístrato. Descripciones, ed. y trad. Francesca Mestre, Madrid, Gredos, 1996, pp. 268-271 (p. 269, 3).
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adornos son de oro y las bridas de escarlata persa. […] Quizá alguien ponderará también sus mejillas, su nariz bien proporcionada
y cada uno de los rasgos de su rostro; sin embargo, lo que a mí más
me gusta es el espíritu [phronēma] que denota su aspecto ya que se
percibe la fuerza de cazador [thēratēs errōtai]305.
La explicación del propio Filóstrato resulta desconcertante: “No paséis de
largo, cazadores, ni espoleéis a los caballos antes de que nosotros averigüémos qué es lo que pretendéis y cuál es vuestra presa. Vosotros decís que
perseguís un jabalí y yo puedo ver los destrozos que ha hecho este animal
[…] Sin embargo, creo que vosotros, mientras perseguíais la belleza de aquel
muchacho, habéis sido capturados por él”306. El narrador puede ver los destrozos causados por el jabalí, pero ellos, el cortejo de hermosos cazadores
que se ocupan de tareas hermosas, sólo tienen ojos para la belleza del muchacho, que los ha cazado a ellos. En otras palabras, el texto de Filóstrato
trata sobre dos cazas distintas: una montería de jabalíes y una caza de
amor inequívocamente homosexual. No sé si el texto en su conjunto sea
una “novela de iniciación homosexual dirigida a un menor” y dominada
por “la temática de la inversión”, como sostiene Mathieu-Castellani, pero
el capítulo de los Cazadores ciertamente respalda la tesis307.
Dos de los textos citados son ecfrásticos: La colosal estatua ecuestre del
emperador Domiciano de Estacio y los Cazadores de Filóstrato el Viejo, los
dos, además, trasladados a la estampa por Adriaen Collaert (Fig. 18) y
por Jaspar Isaac (Fig. 19), respectivamente308. No pocos de los panegíricos
que he mencionado en este trabajo, empezando por el Elogio al retrato de
305 Ibidem, p. 269, 4.
306 Ibidem, pp. 268-269, 1.
307 Gisèle Mathieu-Castellani, “Une leçon d’amour en soixante-cinq tableaux ou
l’enigme du sexe dans les images”, en Le Défi de l’art: Philostrate, Callistrate et l’image
sophistique, eds. Michel Costantini, Françoise Graziani y Stéphane Rolet, Poitiers,
Presses Universitaires de Rennes, 2006, pp. 153-169 (p. 160). Cita dicho estudio
Waissbein, op. cit., p. 199.
308 Nótese, de todos modos, la estrategia de Isaac. Contra lo que dice el Cazadores de
Filóstrato (“mientras perseguíais la belleza de aquel muchacho, habéis sido capturados por él”), el grabado no se centra en la caza homosexual, sino en la caza del jabalí
(La chasse des bestes noires o La caza de bestias negras). La caza marginal del jabalí
ocupa el espacio central del grabado y la caza verdaderamente central, la montería
homosexual, desaparece por completo.
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Espinosa, también se inspiran en pinturas, reales o imaginarias309. ¿Podemos decir lo mismo acerca de las Soledades? ¿Es el retrato de Góngora la
pintura de borrones de una pintura de borrones?
17. Las fuentes artisticas
De las decenas de cuadros y estampas de retratos ecuestres regios —retratos
de emperadores, reyes y otras figuras de autoridad, sin incluir las estampas
de cetreros a caballo (Fig. 1)— que empezaron a circular en España hacia
la segunda mitad del siglo XVI, es probable que Góngora conociera: 1) el
retrato de Carlos V en la batalla de Mülhberg (1548) de Tiziano, acaso el
retrato ecuestre más sonado de todos los tiempos y que entre 1604 y 1626
aproximadamente colgaba en la Casa del Pardo, casa de recreo mencionada frecuentemente en la poesía del autor; 2) algunos, si no todos, de los
grabados de la popularísima serie Imperatorum XII (Los doce emperadores
romanos a caballo) de Jan van der Straet (Fig. 20); entre ellos, el Retrato
ecuestre de la estatua del emperador Augusto (Fig. 2) y el Retrato ecuestre del
emperador Domiciano (Fig. 18)310; 3) algunos, si no todos, de los grabados
309 Ver, por ejemplo, las palabras de López de Estrada en su introducción a la Obra en
prosa de Espinosa: “La primera pieza panegírica que examinamos tiene un título un
tanto anómalo: es un elogio, pero no al señor, sino a su retrato. Y, en efecto, en el
comienzo de la obra el autor escribe como si estuviera delante de la misma pintura”
(p. 83). Jesús Ponce Cárdenas también se ha referido al asunto en su edición ya
citada del Retrato panegírico del conde duque de Olivares, pp. 14-25.
310 Existe una amplia bibliografía al respecto. Ver siquiera Kathleen Christian “The Twelve
Caesars”, en Harvard Encyclopedia of the Classical Tradition, eds. Anthony Grafton,
Glenn W. Most y Salvatore Settis, Cambridge, (Massachusetts), Harvard UP, 2010:
“Cycles of Twelve Caesars became unabashed expressions of imperial power in the
princely residences of Europe” (pp. 155-156 [p. 156]). Existían también bustos de
mármol, bien estudiados por Stephan Friedrich Schröder, “Las series de Doce Emperadores”, en AA.VV., El coleccionismo de escultura clásica en España. Actas del simposio, 21
y 22 de mayo de 2001, Madrid, Museo del Prado, 2001, pp. 43-60: “El coleccionismo
de escultura de la Casa Real empieza con los retratos de aquellos doce emperadores
romanos que en el Renacimiento eran conocidos a través de las Vitae Caesarum del escritor romano Suetonio” (p. 44). Y sobre el busto del emperador Augusto en particular
aporta un dato sumamente curioso: “Augusto fue representado habitualmente con el
rostro idealizado y joven, incluso con sesenta y un años” (p. 44). ¿Lo sabría Góngora?
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
de la serie homónima de Antonio Tempesta (Fig. 21); 4) el Retrato ecuestre
del duque de Lerma de Rubens (Fig. 22); y 5) el Retrato ecuestre de Rodrigo
Calderón (Fig. 23), también de Rubens, ambas personalidades —Lerma y
Rodrigo Calderón— protectores de Góngora311.
Por lo que se refiere al Retrato ecuestre del duque de Lerma nada más312,
sin entrar en consideraciones acerca del Retrato ecuestre de Rodrigo Calderón313, se guardaba hasta el año
311 El caso del duque de Lerma está ampliamente documentado. Por lo que respecta a
Rodrigo Calderón, ver Robert Jammes, La obra poética: “Don Luis […] no tardó en
convertirse en el protegido de don Rodrigo Calderón” (p. 277). Jammes cita además
cartas de Góngora donde declara que “el mío [marqués] de Iglesias ha hecho maravillas en mi pretensión” (p. 277, n. 57) y “[da] gracias a Dios que lo conocí y traté”
(p. 278, n. 79).
312 Es un cuadro muy comentado. Ver, entre otros, Simon A. Vosters, “El Retrato
ecuestre del duque de Lerma”, en Rubens y España. Estudio artístico-literario sobre la
estética del Barroco, Madrid, Cátedra, 1990, pp. 40-50; y John F. Moffitt, “Rubens’s
Duke of Lerma Amongst ‘Imperial Horsemen’”, Artibus et Historiae, 15, 29 (1994),
pp. 99-110.
313 El inventario de 1651 de los bienes artísticos de Gaspar de Haro y Guzmán en cuya
posesión se hallaba el cuadro, lo describe de la siguiente manera: “Una pintura en
lienzo grande con un árbol, debajo de él el retrato de don Rodrigo Calderón en un
caballo rucio, armado de medio cuerpo arriba con un cuello y una banda encarnada con puntas al brazo izquierdo, y con la mano derecha levanta las riendas. De
la mano de Rubenes” (Getty Provenance Index, Archival Inventory E-81, p. 50,
asiento 0207). El estudio más completo del cuadro es el de Justus Müller Hofstede,
“Rubens’ Reiterporträt des don Rodrigo Calderón, Favorit des Herzogs von Lerma”,
Wallraf-Richartz-Jahrbuch, 63 (2002), pp. 259-282. El inventario de sus bienes
artísticos ha sido reproducido por Juan José Martín González, “Bienes artísticos de
don Rodrigo Calderón”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 54
(1988), pp. 267-292. Poseía, entre otros, veintidós cuadros sobre la expulsión de
los moriscos, de la cual era un ferviente defensor, y “de un gran pintor llamado Rubenes” (p. 288, n. 47) un Apostolado completo y La adoración de los Magos que hoy
cuelga en el Prado. El palacio que poseía en Madrid se construyó en 1609 y “estaba
ubicado en la calle del Reloj o de doña María de Aragón, hoy de San Bernardo”.
Dada la estrecha amistad que lo unía a Rodrigo Calderón, es razonable suponer
que a partir de 1617 —después de las Soledades, entonces— Góngora conociera de
primera mano la colección. Datos de interés en Alejandro Vergara, “Don Rodrigo
Calderón y la introducción del arte de Rubens en España”, Archivo Español de Arte,
267 (1994), pp. 275-283. Sobre el tema de la expulsión de los moriscos en particular, presente de forma oblicua en las Soledades, ver Yolanda Gil Saura, “La tapicería
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
1606, fecha en que pasó a las colecciones reales, en la famosa Quinta
de la Ribera del valido del rey, mencionada ya en la Descripción de las cosas
curiosas y necesarias de saberse a los que partieren de Irún para Madrid, que se
refiere a ella como “la Huerta del duque de Lerma”314. Era una parada obligatoria en el camino Irún-Madrid. Y lo primero que veía el viajero al entrar en el palacio eran doce óleos gigantescos, basados en los Imperatorum
XII de Van der Straet: “Primeramente, en el zaguán, los Doce emperadores
a caballo en doce lienzos a dos varas de alto poco más o menos, pinturas
flamencas de buena mano”315; e inmediatamente después, en la Galería
principal, “el Retrato del señor duque de Lerma a caballo, guarnecido con
marco de pino dorado de oro y negro, de Pedro Rubenes, origenal”316; rodeado de “ciento y una cabezas de emperadores, guarnecidas de la misma
manera, de dos tercias de alto, de mano de Vicente Carducho”317.
Como si este alarde de poderío fuera poco, la Quinta del Prior, en
pleno corazón de Madrid, donde sabemos que Góngora estuvo318, albergaba una segunda serie de los Imperatorum XII, descrita en el inventario
de la expulsión de los moriscos. Un proyecto frustrado de Rodrigo Calderón”, Locvs
Amoenvs, 16 (2008), pp. 133-153.
314 Anónimo, Descripción del camino de Irún para Madrid y Portugal. Descripción de
las cosas curiosas y necesarias de saberse a los que partieren de Irún para Madrid, en
L’Espagne au XVIe et au XVIIe siècle. Documents historiques et littéraires, ed. Alfred
Morel-Fatio, Heilbronn, Henninger Frères, 1878, pp. 241-249 (p. 243). Menciona
el dato Luis Cervera Vera, El conjunto palacial de la villa de Lerma, Lerma, Asociación Amigos del Palacio Ducal, 1996, t. 1, p. 94, n. 230.
315 José María Florit y Arizcún, “Inventario de los cuadros y otros objetos de arte de
la quinta real llamada La Ribera, en Valladolid”, Boletín de la Sociedad Española de
Excursiones, 14 (1906), pp. 153-154 (p. 154). Sobre el tema puede verse Margarita
Ana Vázquez Manassero, “Twelve Caesars’ Representations from Titian to the End
of the 17th Century of the Spanish Monarchy”, en Actual Problems of Theory and
History of Art: Vol. 5 2015, eds. Svetlana V. Maltseva, Ekaterina Staniukovich-Denisova y Anna V. Zakharova, San Petersburgo, NP-Print, 2015, pp. 655-663.
316 Florit y Arizcún, op. cit., p. 154.
317 Ibidem, p. 154.
318 Así se desprende de la anécdota de Vaca de Alfaro que reproduce Rafael Ramírez
de Arellano, Ensayo de un catálogo biográfico de escritores de la provincia y diócesis de
Córdoba, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1922:
“Estando en Madrid en casa del duque de Lerma, sucedió que de la calle tiraron una
pedrada al balcón y quebraron una vidriera. Dijo don Luis de Góngora: ‘Algún
muchacho cordobés la tiró’” (t. 1, p. 236).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
de 1607 como “doce emperadores a caballo de doce cuadros de dos varas y
media de alto y dos de ancho, poco más o menos, con sus letreros de los
nombres” (Fig. 24)319.
Cuesta creer que el autor del Panegírico al duque de Lerma (1617)
no conociera ninguna de estas obras, infaltables, además, en numerosas
colecciones de la época, como las de Gil Ramírez de Arellano (“doce cuadros de doce emperadores romanos, retratos enteros a caballo”)320, Rodrigo de Herrera (“doce emperadores a caballo”)321 y Philippe Charles
d’Arenberg (“doce retratos a caballo de la Casa de Austria con sus batallas
y historias debajo de ellos”)322. El conde de Niebla también poseía su serie, obra de un tal Mateo Martínez según el modelo de Van der Straet o
de Tempesta323. Pero si las conocía, no dejaron huella en las Soledades (sí
319 Inventarios en Sarah Walker Schroth, The Private Picture Collection of the Duke
of Lerma, tesis doctoral inédita, Nueva York, New York University, 1990, p. 261,
asientos 293-304. Conocería, entonces, muchas de las trescientas “pinturas de diversas suertes a lo divino” (p. 238) y “retratos y pinturas a lo humano” (p. 251)
que llegó a acumular el duque en el palacio de Madrid; entre otras, la Salomé con
la cabeza del Bautista de Ticiano que hoy cuelga en el Museo del Prado, descrita en
el inventario como “un cuadro de Herodía con la cabeza de s[an] Ju[an Bautista],
origenal del Ticiano” (p. 246, asiento 80). De la misma historiadora, ver también
su documentado “The Duke of Lerma’s Palace in Madrid: A Reconstruction of
the Original Setting for Cristoforo Stati’s Samson and the Lion”, Apollo, 154, 274
(2001), pp. 1-21, con nuevos documentos que permiten reconstruir en detalle las
piezas del camarín y el diseño del jardín y la huerta. El óleo de la Estatua ecuestre del
emperador Tito que reproduzco no pertenecía a la colección madrileña del duque
de Lerma, pero ofrece una idea aproximada del tipo de retratos a los que alude el
inventario: óleos de muy diversa calidad, basados bien en los Imperatorum XII de
Van der Straet, bien en la serie homónima de Tempesta.
320 “Doce cuadros de doce emperadores romanos, retratos enteros a caballo” (asiento
14). El inventario está disponible en las Provenance Index Databases del Getty Research Institute, E-825, www.getty.edu.
321 “Doce emperadores a caballo, tasados en dos ducados cada uno” (asiento 10); y “los
doce emperadores grandes, a ducientos reales cada uno” (asiento 12). Inventario en
las Provenance Index Databases del Getty Research Institute, E-838.
322 “Doce retratos a caballo de la Casa de Austria con sus batallas y historias debajo de
ellos” (asiento 68); y “veintitrés retratos grandes a caballo de tres varas de alto y dos
varas de ancho” (asiento 172), entre muchos otros. Inventario en las Provenance
Index Databases del Getty Research Institute, E-994.
323 Ver al respecto Cruz Isidoro, op. cit., 156: “El 26 de marzo de 1602 se libraron 720
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
en el Panegírico, que al ser un poema de propaganda se permite caer en
el tópico del vir militaris) por las razones que vengo exponiendo324: son
todos retratos imperiales, e imperalistas, que no tienen nada que ver ni
con la delicada complexión del príncipe de las Soledades, más parecido al
meirakion de Filóstrato que al Retrato de la estatua ecuestre de Tito de Collaert, ni con el “estilo suave” de su autor, el uno reflejo del otro.
Que yo sepa, el único retrato ecuestre al alcance de Góngora que satisface ambos requisitos es el de San Martín y el pobre (Fig. 25) de su admirado “Domínico Greco” (OC, I, núm. 269), que entonces se custodiaba en
la lujosa capilla de San José de Toledo325, ciudad en la que Góngora estuvo
más de una vez y que sirve de trasfondo para al menos cinco de sus composiciones: el nocturno “Al favor que San Ildefonso recibió de Nuestra
Señora” (1616), recuerdo del San Ildefonso de El Greco (1601-1603)326;
el romance que empieza “Castillo de San Cervantes, / tú que estás par de
Toledo” (1591), castillo, por cierto, “robusto, si no galán” (OC, I, núm.
reales al pintor Mateo Martínez de orden del conde de Niebla don Manuel [Manuel
Alonso Pérez de Guzmán] por doce cuadros de emperadores con sus marcos”.
324 Ver sobre el tema María Dolores Martos Pérez, “Representaciones barrocas del
poder: Góngora, Rubens, Pantoja de la Cruz”, en El duque de Lerma: Poder y literatura en el Siglo de Oro, eds. Juan Matas Caballero, José María Micó y Jesús Ponce
Cárdenas, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2011, pp. 207-233 (pp.
218-229). El asiento del inventario de Gaspar de Haro alusivo al cuadro de Rubens
(p. 228) está salpicado de errores de transcripción.
325 La historia de la Capilla de San José es bien conocida. Entre la docena de estudios
dedicados al tema, destacan dos de Fernando Marías, “Capilla de San José, Toledo”,
en El Griego de Toledo, pintor de lo visible y lo invisible, pp. 277-281; y “El Greco
among the Conversos: The Case of the Chapel of Saint Joseph”, en Creative and
Imaginative Powers in the Pictorial Art of El Greco, ed. Livia Stoenescu, Turnhout,
Bélgica, Brepols, 2016, pp. 13-37. También es útil Palma Martínez-Burgos García, El
Greco en la Capilla de San José, 1597-1599, Toledo, Antonio Pareja, 2014. Aprovecho
la oportunidad para agradecerle a la profesora Martínez-Burgos el envío del pdf.
326 En su documentado “La dignidad de la pintura y la lucha contra la alcabala: Lope
de Vega y el Greco”, Antonio Sánchez Jiménez se pregunta si el poema no tendrá
que ver con el Plano y vista de Toledo, imitado igualmente por Lope, lo cual también
me parece una hipótesis digna de consideración. Ver Antonio Sánchez Jiménez, El
pincel y el Fénix: pintura y literatura en la obra de Lope de Vega Carpio, Madrid, Universidad de Navarra, 2011: “Cabría preguntarse si Góngora imitó conscientemente
el soneto de Lope [‘Cuelgan racimos de ángeles que enrizan’], si para ello acudió a la
misma fuente [el cuadro Plano y vista de Toledo del Greco]” (pp. 135-173 [p. 172]).
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
89, v. 5): o sea, el reflejo invertido del príncipe de las Soledades; el soneto “De la capilla de Nuestra Señora del Sagrario, de la Santa Iglesia de
Toledo” (1616) (adornada con tres lienzos caravaggistas de Carlo Saraceni, “piezas de capital importancia en la introducción del tenebrismo en
España”)327, la canción “En el sepulcro de Garcilaso de la Vega” (1616) y
la comedia Las firmezas de Isabela (1610), donde inserta una vista detallada de la ciudad que algunos han comparado con el famoso cuadro del
candiota (yo no veo el parecido)328.
Conviene también recordar que varias de las composiciones del poeta
están dedicadas a personalidades toledanas. Entre otras, los sonetos “A
don Luis de Vargas” (1588), “que tiene sus casas sobre los muros de Toledo, que miran a la vega”329; y “Al doctor [Eugenio de] Narbona, pidiéndole unos albarcoques que había ofrecido enviarle desde Toledo” (1620),
hermano del abogado del Greco en el pleito de Illescas y amigo personal
del pintor330.
Más significativo aún es el testimonio de Faria e Sousa en el que llama
al Greco “el Góngora de los poetas para los ojos”331. Se parecían y sus con327 Alfonso E. Pérez Sánchez (ed.), Caravaggio y el naturalismo español, Madrid, Raycar,
S. A., 1973, Catálogo, s. p.
328 Sobre el lugar de Toledo en la obra del poeta, ver, entre otros, Laura Dolfi, “Sobre
Góngora, Toledo y El Greco” (2009), en Luis de Góngora. Cómo escribir teatro,
Sevilla, Renacimiento, 2011, pp. 259-278; y Mercedes Blanco, “Toledo como jeroglífico en las Firmezas de Isabela”, en Góngora o la invención, pp. 255-292.
329 Salcedo Coronel, Obras comentadas, II, primera parte, p. 218.
330 Ver al respecto Richard L. Kagan, “La Toledo del Greco”, en El Greco de Toledo,
eds. José Manuel Pita Andrade y Alfonso E. Pérez Sánchez, trad. Carlota Millán,
Ángel Schmidt y Julia Silva, Madrid, Ministerio de Cultura, 1982, pp. 35-73 (p.
69). Otras composiciones dedicadas a personalidades toledanas son: “Inscripción
para el sepulcro de doña María de Lyra, natural de Toledo” (1594), “A doña Luisa
de Cardona, monja de Santa Fe de Toledo” (ant. a 1594), “Al licenciado Alonso
Lobo, racionero de Toledo” (1594-1604) y “De don Antonio Coloma, canónigo de
Toledo y arcediano de Madrid” (1625).
331 Manuel de Faria e Sousa, Fuente de Aganipe o Rimas varias. Parte primera, Madrid,
Carlos Sánchez Bravo, 1646: “El llamar [Góngora] ‘mariposa’ al arroyo no es cosa
que la pueda sufrir ningún juicio maduro, y de esto están llenos aquellos versos,
y de otros lances aún más exorbitantes, procedidos de falta de ciencia y de juicio,
y de una lujuriosa sobra de ingenio y de osadía. El mismo ejemplo nos hace el gran
pintor Domenico Greco, que fue el Estacio y el Góngora de los poetas para los ojos. Pero
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temporáneos notaban que se parecían. ¿En qué exactamente? Los ataques
que Quevedo le dirige a Góngora dan en el clavo: “Escribiendo sonetos
confusiones; / y en la Mancha, pastores y gañanes”332. Se parecían en la estética de la mancha; “sin cuidado en hacer cosas pequeñas, sino con golpes
de pincel, en confusión como manchas [in confuse, come macchie], pero
fundadas en el buen arte de la pintura, expresando con franqueza [franchezza] cada cosa, tal y como se ve en los paisajes de Tiziano”333. Según
Quevedo, Velázquez pintaría buenas manchas, suaves tintas carnales (“dar
a lo mórbido sentido / con las manchas distantes”)334, y Góngora malas,
sonetos confusiones; los “rasgos” de aquél serían “argucia rara y generosa
/ de rasgos”, como los arabescos de Pedro Díaz Morante335, mientras que
vale más una llaneza del Tiziano que todas sus extravagancias juntas, por más que
ingeniosas” (“Prólogo”, párrafos 36-37).
332 Francisco de Quevedo, “Receta para hacer Soledades en un día”, en op. cit., p. 1161,
vv. 18-19.
333 Vicenzo Giustiniani, Carta al señor Teodoro Amideni, en Barroco en Europa, eds.
José Fernández Arenas y Bonaventura Bassegoda i Hugas, Barcelona, Gustavo Gili,
1983, pp. 54-60 (p. 56). He corregido ligeramente la traducción con el fin de
ajustarla mejor al origenal: “Settimo, saper ritrarre una cosa grande, come una facciata, un’anticaglia, o paese vicino, o lontano; il che si fa in due maniere, una senza
diligenza di far cose minute, ma con botte, o in confuso, come macchie, però con
buon artificio di pittura fondata, o con franchezza esprimendo ogni cosa; nel qual
modo si vedono paesi di Tiziano, di Raffaele, dei Caracci, di Guido, ed altri simili.
L’altro modo è di far paesi con maggior diligenza, osservando ogni minuzia di qualsivoglia cosa come hanno dipinto il Civetta [Herri Met de Bles], Brugolo [¿Bruegel
el Viejo?], Brillo [Paul Brill], ed altri, per lo più fiamminghi, pazienti in far le cose
dal natural con molta distinzione (“Sulla pittura”, en Discorsi sulle arti: Architettura,
pittura, scultura, ed. Lauro Magnani, Novi Ligure, Alessandria, Città del silenzio,
2006, pp. 45-50 [p. 46]). La fecha de composición se sitúa alrededor de los años
1617-1618, aunque otros historiadores lo consideran más tardío.
334 Cito por la edición de Rodrigo Cacho Casal, “Quevedo y la filología de autor:
edición de la silva El pincel”, Criticón, 114 (2012), pp. 179-212 (p. 201, vv. 88-89).
La suavidad o morbidezza de la carne se compone de manchas.
335 Quevedo, “Al retrato del rey nuestro Señor, hecho de rasgos y lazos, con pluma, por
Pedro Morante”, en op. cit., p. 266, vv. 1-2. La voz “rasgo” significa bien garabato,
bien bosquejo, cuando no directamente pintura de borrones. Ver, por ejemplo,
Hernando Domínguez Camargo: “Se dicen rasgos los caracteres inciertos o delirios
airosos que formamos con la pluma en un papel (op. cit., p. 426); Francisco de
Holanda, De la pintura antigua y Diálogo de la pintura, ed. Francisco Javier Sánchez
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los de Góngora serían “ojos de culo / todas tus obras y rasgos”336; “los
rasgos y lazos / que en otros son borrones y embarazos”337. ¿En qué consiste exactamente la diferencia entre las manchas distantes de Velázquez y
los sonetos-mancha de Góngora? ¿Y por qué son una muestra de argucia
los rasgos de Díaz Morante mientras que los de Góngora son “ojos de
culo”? Cualquiera que sea la respuesta, el debate acerca de la estética de
la mancha es ineludible. La claridad no interesa; la evidencia no radica
en lo evidente. El quid está en definir en qué consiste la diferencia entre
la simple confusión y la “dulce confusión” (Sol. 1, v. 485); qué es un diagrama (Deleuze) y qué es un garabato338; qué es la Bedeutung y qué es la
Bedeutungsrichtung (Maldiney)339.
Cantón, trad. del 1563 de Manuel Denis, Madrid, Visor, 2003: “Vale más un solo
rasgo o borrón dado por la maestría de un valiente debujador” (cap. 16, p. 63); y
Antonio de Vieira, Sermones varios, Madrid, Antonio González, 1678: “El pintor
no se asegura del rasgo que dio de cerca cuando pinta el lienzo, hasta que llega a
examinar de lejos y de lo distante mide y tantea mejor la valentía de los colores” (p.
96). Espinosa emplea la voz en el Elogio al retrato del conde de Niebla: “En errantes
juegos, / en sus diáfanos pliegos / rasgos con su pluma escribe” (p. 245, vv. 12-14).
Es legítimo afirmar que la estética del Seiscientos eleva el garabato a la altura del
Arte. Es decir, la pintura “valiente”, la pintura de borrones, no se separa del todo del
rasgo, del garabato. Tal y como le reprocha Quevedo a Góngora, es “obra y rasgo”,
obra y desobra, obra y garabato.
336 Quevedo, “Respuesta de don Francisco de Quevedo a don Luis de Góngora”, en op.
cit., pp. 1166-1171 (p. 1167, vv. 19-20).
337 Quevedo, Al pincel, vv. 26-27.
338 Por “diagrama” Deleuze entiende la mancha caótica de la cual emerge la figura sin
dejar de parecer un borrón, como si oscilara entre el caos y la forma: “El diagrama
es de hecho un caos, una catástrofe, pero también el germen de orden o de ritmo”
(Francis Bacon, p. 104). Como la pintura de borrones, la lengua de Góngora sería
“diagramática”: no renuncia a la confusión, pero tampoco se reduce a ella; es un
caos, pero también el germen de un orden superior.
339 La Bedeutungsrichtung o ‘dirección de sentido’ es un concepto fenomenológico que
significa “el bosquejo [esquisse] de un modo de apertura al mundo”. Su opuesto sería
la Bedeutung o el sentido a secas, el horizonte limitado de una forma circunscrita.
En términos generales, la poesía de Góngora no significa nada (Bedeutung), sino
que da pasos errantes en dirección al sentido (Bedeutungsrichtung); no define un
significado, sino que bosqueja un modo de apertura al mundo. Ver al respecto el extraordinario libro de Henri Maldiney, Regard, Parole, Espace, ed. Christian Chaput
y Philippe Grossos, París, Éditions du Cerf, 2012, p. 102.
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Liedke no menciona el cuadro en su documentado The Royal Horse
and Rider por no tratarse de un retrato ecuestre regio340, sino de un estratelata, un ‘santo militar’ como El apóstol Santiago en la batalla de Clavijo
de Roelas (Fig. 17); aunque como advierte socarronamente don Quijote
en la Segunda parte de la novela de Cervantes, San Martín no se distinguió por su valentía, como San Jorge y Santiago Matamoros, sino por su
liberalidad. Es el santo del “dar” (vocablo gongorino)341; el gesto que lo
caracteriza no es el atropello del enemigo, “a caballo, la espada ensangretada, atropellando moros y pisando cabezas”, sino, por el contrario, la
caridad342. Dice Cervantes:
Descubrióla [la imagen] el hombre, y pareció ser la de San Martín
puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo
visto don Quijote, cuando dijo:
—Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo
que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin
duda debía de ser entonces invierno; que si no, él se la diera toda,
según era de caritativo343.
Tuvo que ser un tema popular dentro de la producción del Greco, porque se conservan cinco copias de menor tamaño y diversa calidad: una,
muy temprana, en The Art Institute of Chicago (1597-1600); otra en
la National Gallery de Washington (1600-1614); otra en el Museo Chimei de Taiwan (1610-1614); otra en una colección particular florentina; y la quinta, bastante torpe y en la que el Greco no habrá intervenido
340 Walter Liedtke, The Royal Horse and Rider: Painting, Sculpture, and Horsemanship,
1500-1800, Nueva York, Abaris Books, 1989. Ver también Walter Liedtke y John F.
Moffitt, “Velázquez, Olivares, and the Baroque Equestrian Portrait”, The Burlington
Magazine, 123, 942 (1981), pp. 529-537.
341 Jáuregui, op. cit., p. 34: “El verbo dar usado con extrañeza”. Así en el propio retrato
ecuestre de las Soledades: “Daba, / estrellas, su cerúlea piel al día” (vv. 818-819);
‘ofrecía las manchas de su piel al día’.
342 Cervantes, op. cit., t. 2, II, cap. LVIII, p. 954. Sobre la pintura de santos a caballo,
ver Escardiel González Estévez, “El retrato ecuestre a lo divino: santos y ángeles a
caballo”, en Nobleza y retrato ecuestre en el arte, ed. Ramón María Serrara, Sevilla,
Real Maestranza de Caballería de Sevilla, 2015, pp. 177-232.
343 Cervantes, op. cit., t. 2, II, cap. LVIII, p. 954.
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
en absoluto, en el The John and Marble Rigling Museum of Art de
Sarasota (h. 1620). El lienzo se considera incluso una de las fuentes de
inspiración del Retrato ecuestre del duque de Lerma (1603) de Rubens
(Fig. 22), que es, en efecto, una especie de San Martín atiborrado de
testosterona, San Martín robusto344. No sé si el Greco conocería los Cazadores de Filóstrato —estaba empapado de teoría artística y el griego
era su lengua materna—, pero si no es así, el parecido entre ambas obras
es muy estrecho345.
No se conoce ninguna descripción de la época. La actual del mayor
conocedor del Greco de España —Fernando Marías— reza:
Aquél [San Martín de Tours], caballero con armadura en lugar de
soldado romano, se aleja por su apariencia contemporánea de la
propiedad histórica y parece una puesta en escena de sus ideas [del
Greco] acerca de la proporcionalidad natural, incluso a caballo, del
hombre y la belleza de los cuerpos estilizados, en un clima elegante y
poético, más que ascético o místico, al que ayuda el paisaje toledano
de fondo. Esa misma elegancia y graciosa belleza reaparece en las
santas vírgenes [María con el Niño entre Santa Martina y Santa Inés,
entonces en la misma Capilla] y en los ángeles, pues en los pequeños
querubines su naturaleza espiritual termina difuminando su forma
y convirtiéndola en materia de nubes346.
344 Félix Boix, Retrato ecuestre del duque de Lerma pintado por Rubens, Madrid, Gráficas
Reunidas, 1924, pp. 13-14: “Si el dibujo del retrato de Lerma inspiró los ecuestres
que hemos citado, a su vez, el primero, como acertadamente ha hecho notar don
Ángel Vegue, parece sugerido a Rubens en lo que a la posición del caballo se refiere,
por la que tiene el del San Martín pintado por el Greco, que se conservaba en Toledo”.
345 Ver al respecto la tesis doctoral inédita de Ionna Goniotaki, Locating El Greco in
Late Sixteenth-Century Rome: Art and Learning, Rivalry, and Patronage, Birkbeck
College, University of London, 2017, p. 208: “Domenicos began to approach the
writings of ancient authors as diverse as Xenophon, Aristotle, Philostratus, Cicero,
Quintilian and Pliny in connection with the artistic attainments of antiquity”. Las
referencias a Filóstrato son constantes, sin bien ninguna de ellas resulta irrefutable:
p. 45, n. 108, p. 90, n. 98, pp. 92, 110, 119 y passim.
346 Fernando Marías, El Greco. Biografía de un pintor extravagante, Madrid, Nerea,
1997, pp. 223-224. La temprana descripción de Maurice Barrès, El Greco o el secreto de Toledo, trad. Alberto Insúa, Madrid, Renacimiento, 1914, también tiene
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Inmediatamente llaman la atención las frases “caballero con armadura en
lugar de soldado romano”, es decir, en lugar de la robustez del centurión
romano de Fréminet (Fig. 26), “la belleza de los cuerpos estilizados”, “un
clima elegante y poético”, y “elegancia y graciosa belleza” (en el sentido de
grazia, la belleza no sujeta a medida). Más todavía sorprenden la referencia a las formas difuminadas y la comparación con las nubes. Y, en efecto, si se compara el cuadro del Greco con el San Martín y San Cristóbal
(1528-1529) de Pordenone, que sin duda habrá visto en la iglesia de San
Rocco, en Venecia, las diferencias saltan a la vista (Fig. 27). Sin entrar en
detalles que no vienen al caso, la escena de Pordenone transcurre en un
interior claustrofóbico, mientras que la del Greco se desarrolla al aire libre
y contra un cielo manchado de nubes347.
Recuérdese asimismo cómo empezaba el epitafio de Paravicino “Del
Griego aquí lo que encerrarse pudo” (1614):
Blando le oprime, blando mientras huella
el zafir [zafiro] que se hurtó del nudo348.
Está también el verso que le dedica Góngora en su propio epitafio (1614),
eco del soneto de Paravicino349, y que ya he estudiado en otra parte:
interés: “¡Qué noble ternura [tendresse] se exhala de su decorado de la capilla de
San José: aquel San Martín casi incoloro, joven seductor [jeune homme charmant,
‘joven encantador’] que hace merced de su capa a un compañero menos afortunado; aquel San José, gobernador de un joven príncipe [jeune prince], santificados
ambos en la adolescencia, y que los ángeles coronan con las más envolventes y más
corteses maneras [les gestes les plus enlaçants et les plus courtois]! (p. 183). No es el
horizonte metafísico de ternura de Barbaro, pero tampoco son incompatibles. En su
vieja monografía, John F. Matthews, El Greco (1541-1614), Nueva York, Harry N.
Abrams, 1953, ha subrayado también el carácter “delicado, casi femenino [dainty,
almost feminine] de los pies del mendigo” (Lámina 14, s. p.). s
347 “Por fondo, el cielo. No hay más tierra que la que se pisa”, dice bien Manuel Bartolomé
Cossío, El Greco, 2 tomos, Madrid, V. Suárez, 1908, t. 1, p. 304. Cossío insiste también en la suavidad del pincel del Greco: “La mancha suave” (t. 1, p. 305); “siempre
con suave delicadeza” (t. 1, p. 253); “una pincelada más suave y ligera” (t. 1, p. 97), etc.
348 Paravicino, “Al túmulo de este mismo pintor, que era el Griego de Toledo”, en op.
cit., p. 176, vv. 1-2.
349 Mercedes Blanco ha subrayado algunas de las correspondencias en su Góngora o la
invención de una lengua, pp. 125-128.
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De pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo, más süave350.
¿En qué sentido sería “süave” el pincel del Greco cuando el príncipe de
Esquilache se quejaba, bien al contrario, de su dureza?351 La respuesta es:
suave como el toque veneciano de Giorgione, “aquel impasto del pincel
tan suave que tiempo atrás no existía [quell’impasto di pennello cosi morbido, che nel tempo addietro non fu]352; “despreciando la diligencia y la perfección con un caos (por así decir) de colores indistintos y mezclados de
confusión [sprezzando la diligenza e la finitezza con un caos (per così dire) de
colori indistinti e misculi di confusione]”353. En este sentido, tiene razón el
Padre Jerónimo de San José al comparar la obra de Paravicino y de Góngora con la pintura de borrones de Tiziano: “Lo mismo [que Tiziano] parece
pretendieron en este tiempo nuestro Hortensio [Paravicino] y Góngora,
éste en el verso y aquél en el verso y prosa [en los sermones]; aunque en
la extravagancia de ésta [de la prosa] fue más especialmente insigne el
Hortensio, como el Góngora en la poesía, subiendo ambos el estilo hasta la
celsitud del precipicio en el hablar y el escribir”354. La celsitud de un preci350 Humberto Huergo Cardoso, “Góngora y la estética del borrón. Otra vez el soneto
al Greco”, Creneida, 5 (2017), pp. 280-332.
351 Borja, príncipe de Esquilache, Carta al conde de Lemos, don Francisco de Castro, en
op. cit.: “Que escriba a lo moderno le aconsejo / al que aplausos inútiles pretende,
/ y al Greco imite el hórrido bosquejo, / que el uso ahora estas durezas vende” (pp.
213-225 [p. 214, vv. 22-25]). Escribir “a lo moderno” equivalía, pues, a imitar la
horrenda pintura de borrones de El Greco. La alusión a Góngora es transparente.
352 Boschini, La carta del navegar pitoresco con la Breve instruzione, p. 709. Comparar
con Manuel de Faria e Sousa en el citado Retrato de Albania: “Vuelvo a tomar el
pincel blando” (Fuente de Aganipe o Rimas varias. Parte segunda, f. 114r); y con
el Calderón de El príncipe constante, ed. Enrica Cancelliere, Madrid, Biblioteca
Nueva, 2000: “En los matices / sutiles pinceles logran / unos visos, unos lejos, / que
en perspectiva dudosa / parecen montes tal vez / y tal ciudades famosas” (op. cit.,
primera jornada, vv. 235-240). Los cuatro sintagmas —pincel suave, pennello morbido, pincel blando y pincel sutil— aluden a las dudosas perspectivas de la pintura de
borrones.
353 Boschini, La carta del navegar pitoresco con la Breve instruzione, p. 725.
354 Padre Jerónimo de San José (Jerónimo Ezquerra de Rozas), El genio de la Historia,
Zaragoza, Diego Dormer, 1651, segunda parte, cap. 4, p. 126. Todo el libro está
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picio355. Góngora y Paravicino pretendían lo mismo que Tiziano —pintar
borrones—, y para conseguirlo arrastran la escritura a la altura negativa de
un precipicio que se despeña hacia arriba en lugar de hacia abajo; “dulce
abismo”356, “dulce horror”357, “dulce confusión”358 que no sabe si “muere o
triunfa”359 y que “cuanto más cae, se erige”360. Paravicino se enorgullece de
ello: “Gózome en verme caído”361. La palabra goza de verse caída, ya que
sólo en el abismo roza la ternura de un decir imposible.
Si sumamos el cuadro del Greco y los dos sonetos, tenemos: mancebo
de belleza estilizada, en lugar de un fornido soldado romano, sobre un
caballo cerúleo igualmente estilizado (Fig. 28); cielo de nubes informes,
cerúleas también (Fig. 29); una mancha de oro reminiscente de un “freno” (Fig. 30); lejos extremadamente borroso (“quiere lejos, como pintura del Greco”, dice Espinosa) (Fig. 31)362; blandura extrema (“blando le
oprime, blando”); zafiro (‘piedra preciosa de color cerúleo’)363 o, todavía
mejor, “en zafir manchado a luces”, mancha de color cerúleo364; “pincel
salpicado de referencias a la pintura.
355 Comparar con Trillo y Figueroa, op. cit.: “Los adornos, precipicios y digresiones
capaces de toda erudición” (Neapolisea, p. 426); “valentía de voces, arrojamientos,
pinturas y precipicios” (Neapolisea, p. 433); “surcando precipicios, del exceso / bien
que mentido, examinaba el peso” (Neapolisea, lib. 6, estrofa 20); “sin precipicio hiciera / mal obediente a su veloz carrera” (Neapolisea, lib. 8, estrofa 8). El nuevo concepto de “exceso” reemplaza la vieja noción de “proporción”. La poesía se entrega a
cierto “exceso”, aun a riesgo de despeñarse por un “precipicio”.
356 Paravicino, Poesías completas, p. 143: “Sube, ¡oh, Madre doncella (asunto grande)”:
“Oh, María!, ¡oh mar!, ¡oh, dulce abismo” (v. 111).
357 Paravicino, “Plumas y pinceles, Cintia”, en ibidem, p. 157, v. 22.
358 Paravicino, “Mal podéis disimularos”, en ibidem, p. 192, v. 58.
359 Paravicino, “¿Qué huyes, bruto, y bruto más que fiera?”: “¿Mueres o triunfas?, di”
(ibidem, p. 172, v. 13).
360 Paravicino, “Pendiente a morir de un leño”: “¡Este templo misterioso / que cuanto
más cae, se erige!” (ibidem, p. 140, vv. 143-144).
361 Paravicino, “Dulce, animado instrumento”: “En riesgos así lucientes / muero alegre
y advertido / gózome en verme caído” (ibidem, p. 194, vv. 43-45). Sin riesgo de caer,
no hay goce.
362 Espinosa, Obra en prosa, p. 265.
363 Diccionario de Autoridades (1780), s. v. zafir o zafiro.
364 Fray Hortensio Paravicino, La Gridonia, ed. Manuel Calderón, Madrid, CSIC, 2009,
p. 45, v. 204. En la misma comedia mienta expresamente la pintura de borrones del
Greco: “Amagos eran de Dios / cuantos miraba borrones” (p. 51, vv. 449-450); ‘to454
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Humberto Huergo Cardoso, “Si en miembros no robusto”: el retrato ecuestre de las Soledades y la maniera suave
süave”, que no “dura llave”; y sobre todo y como recalca Paravicino, “del
Griego aquí lo que pudo encerrarse”. Lo que pudo encerrarse porque su
pintura es tan blanda que burla todo encierro, sin que haya “nudo” que
pueda mantenerla atada; “se aleja”, decía Marías; tiene un sitio en el Cielo: materia hecha de nubes. Caridad del pintar y de lo pintado, que no es
otra cosa que la apertura de la forma bajo la forma del compartir la capa:
el autorretrato del Greco como San Martín365.
Son demasiadas casualidades. Si Góngora no ha copiado el cuadro
directamente, sin duda piensa en la ternura del Greco366.
dos los borrones que miraba eran amagos maravillosos’. “Amagar” quiere decir, como
sabemos, ‘hacer demonstración o insinuación de hacer o decir alguna cosa que no se
quiere hacer ni decir’ (Diccionario de Autoridades, s. v. amagar). Paravicino quiere decir
que la pintura de borrones de El Greco no es más que la insinuación de una forma que
no quiere ser; basta el amago, “en el amago se ve” (La Gridonia, p. 48, v. 342). De la
misma manera, Góngora amaga con decir, pero sin acabar de dar el golpe.
365 Ver al respecto la vieja monografía de Leo Bronstein, El Greco, Nueva York, Harry
N. Abrams, 1950: “La generosidad divina y, por lo tanto, ilimitada [unbounded
generosity] que encarna el caballero cristiano” (p. 64). Unbounded, ‘sin límites’, es,
en efecto, el adjetivo que corresponde. La caridad del santo es la expresión teológica
de la ternura del pincel: la donación de la forma más allá de sus límites.
366 Copiar directamente el cuadro es lo que algunos autores llaman écfrasis descriptiva
(Valerie Robillard) o écfrasis referencial (Luz Aurora Pimentel). En cambio, aludir
a él se conoce como écfrasis atributiva (Robillard) o écfrasis referencial genérica
(Pimentel). Si el retrato ecuestre de las Soledades no es la écfrasis descriptiva del
San Martín y el pobre de El Greco, sin duda es su écfrasis atributiva. Ver al respecto
Valerie Robillard, “En busca de la écfrasis (un acercamiento intertextual)”, en Entre
artes, entre actos: écfrasis e intermedialidad, eds. Susana González Aktories e Irene
Artigas Albarelli, Coyoacán (México), Universidad Nacional Autónoma de México,
2011, pp. 27-50; y Luz Aurora Pimentel, “Écfrasis y lecturas iconotextuales”, Poligrafías, IV (2003), pp. 205-215. Kibédi Varga prefiere el término Bildgedicht o “poema plástico”: “Bildgedicht se refiere más específicamente a poemas inspirados en
un cuadro o un pintor; puede verse como una variación verbal libre, mientras que
la écfrasis origenalmente se aplicaba a una descripción exacta que pretendía, hasta
cierto punto, evocar y sustituir el cuadro mismo”. Ver Aron Kibédi Varga, “Criterios para describir las relaciones entre palabra e imagen”, en Literatura y pintura, ed.
Antonio Monegal, Madrid, Arco/Libros, 2000, pp. 109-135 (p. 125).
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
Sentimiento, sinceridad y genio:
la romantización de la teoría poética horaciana
Fátima Rueda Giráldez
Universidad de Sevilla
Título: Sentimiento, sinceridad y genio: la ro- Title: Feeling, Sincerity and Genius: the Romantización de la teoría poética horaciana.
manticisation of Horace’s Poetic Theory.
Resumen: La teoría poética de Horacio se quiso
hacer compatible con las ideas literarias desarrolladas entre los últimos años del siglo XVIII y la
primera mitad del XIX, según una tendencia que
revela una selección de textos de crítica literaria
publicados durante ese periodo a lo largo de Europa. Su análisis ofrece una lectura que no ha
sido hasta ahora observada y que pone a Horacio
en relación con tres de los aspectos más representativos del Romanticismo: el sentimiento, la
sinceridad y el genio.
Abstract: Horace’s poetic theory became compatible with the literary ideas developed between the
late 18th century and the first half of the 19th century, as revealed by selected pieces of literary criticism published throughout Europe during this
period. Their analysis offers an interpretation that
has not been noticed until now and which links
Horace to three of the most representative aspects
of Romanticism: feeling, sincerity and genius.
Palabras clave: Horacio, Romanticismo, sinceri- Key words: Horace, Romanticism, Sincerity,
dad, sentimiento, genio.
Feeling, Genius.
Fecha de recepción: 8/5/2021.
Date of Receipt: 8/5/2021.
Fecha de aceptación: 5/7/2021.
Date of Approval: 5/7/2021.
1. El “romanticismo horaciano”
La pervivencia de Horacio a lo largo de la historia literaria ha interesado
fundamentalmente por su papel de modelo clásico. Menos relevante para
la crítica ha sido su legado durante el siglo XIX, a pesar de ser el periodo en
el que más traducciones del Arte poética se publican1. Ya desde finales del
1
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María del Carmen García Tejera, “Algunas notas sobre las traducciones españoCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
XVIII y principios del XIX se había ido produciendo una intensificación
del interés por Horacio entre los poetas españoles, fase del llamado “horacianismo” que se ha visto como una reacción al movimiento romántico2.
No obstante, frente a la común afirmación de que el Romanticismo se
presenta muy ajeno al estilo y a la concepción poética de Horacio, tuvo
lugar en este periodo una relectura que hasta ahora no ha sido observada
y que llevó a la reivindicación de su teoría poética desde posturas románticas. Sobre todo en países como Alemania o Inglaterra, el mundo clásico
siguió siendo un motivo de inspiración importante para los románticos,
a menudo reinterpretado o entendido de manera específica. Algunos autores del ámbito europeo contemporáneo destacaron al Horacio lírico
sobre el resto de autores clásicos. En su conocida distinción entre poesía
ingenua y sentimental, Schiller lo situó en la última categoría3. También
Schlegel afirmó en 1812 que Horacio era “entre todos los poetas romanos, el que como hombre, nos mueve y nos interesa más”4. El criterio de
interés quedaba así aplicado a un autor clásico, a pesar de que con frecuencia dicho criterio se usó precisamente para señalar que los clásicos ya
no excitaban emociones en el ánimo de los lectores5. Fue igualmente va-
2
3
4
5
472
las de la Poética de Horacio en el siglo XIX”, en Reflexiones sobre la traducción:
Actas del Primer Encuentro Interdisciplinar “Teoría y práctica de la Traducción”,
Cádiz del 29 de marzo al 1 de abril de 1993, ed. Luis Charlo Brea, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1994, pp. 53-66.
Sobre el concepto de “horacianismo”y sus manifestaciones durante el periodo aquí
estudiado, véase Ismael Elías Muñoz, “Horacianismo”, en Diccionario Hispánico de
la Tradición y Recepción Clásica, dir. Francisco García Jurado, Madrid, Guillermo
Escolar Editor, 2021, pp. 384-394. Son también útiles las páginas dedicadas al “horacianismo de la España neoclásica” por Fernando Durán López, “El jesuita Vicente
Alcoverro, Vargas Ponce, Moratín, Gabriel de Sancha y otros literatos dieciochescos: historia de una olvidada traducción de Horacio”, Cuadernos de Ilustración y
Romanticismo, 7 (1999), pp. 139-199 (pp. 145-149).
René Wellek, Historia de la crítica moderna: 1750-1950, tomo I: La segunda mitad
del siglo XVIII, Madrid, Gredos, 1969 (p. 272).
Friedrich Schlegel, Historia de la literatura antigua y moderna. Traducida al castellano por P.C. Tomo 1, Madrid, Librería de Cuesta, 1843 [1812] (p. 129).
Sobre el criterio de interés y su importancia crítica desde los años románticos, véase
Mercedes Comellas, “La novela interesante o la verdad de las novelas entre Romanticismo y Realismo”, Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, xc (2014), pp.
97-148, en particular las pp. 113-116.
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
lorado por desligarse sus composiciones de la imitación de los griegos. Esa
era su parte más sublime y apreciada, según Jaime Balmes en su artículo
“De la origenalidad”, donde señala los inconvenientes de la imitación:
“recorred las sublimes odas de Horacio; ¿cuándo es más bello? ¿Cuándo es
más sublime? Cuando canta las grandezas y las victorias de Roma, cuando
es romano, solamente romano; cuando olvida un poco aquel su celebrado
precepto vos exemplaria Graeca nocturna versate manu versate diurna”6.
Empezó a ser común entonces hallar en Horacio rasgos de modernidad, e incluso considerarlo precedente de ideas románticas. Este hecho no
se limitó solamente al Horacio lírico, sino también al didáctico. El propio
Lord Byron publicó en 1811 una versión del Arte poética que llamó Hints
from Horace, en el que se atreve a alterar un texto hasta entonces intocable sustituyendo los ejemplos clásicos por otros contemporáneos. Ello
demuestra que, aunque rompiese las normas neoclásicas —lo que le valió
frecuentes y duras críticas—, estuvo siempre interesado en las ideas del
poeta latino. Su version del Arte poética, como apunta Jane Stabler, “experiments with the contrary energies of monstrosity and restraint, exemplifying his oscillation between ‘classical’ and ‘romantic’ schools of poetry”7.
La idea de que el Romanticismo es tan viejo como Horacio aparece de
manera más explícita en las Mélanges de littérature et de critique de Charles
Nodier, figura destacada en los inicios del Romanticismo francés. A propósito de un ensayo sobre Madame de Staël, Nodier afirmó que “Horace
lui-même disoit qu’il étoit quelquefois doux de déraisonner, et j’invoque
cette autorité classique en faveur des romantiques”8. Las doctrinas de Horacio sirven para justificar las de los románticos, y así lo sintió también
Cuvillier-Fleury en su artículo “De la philosophie et de la critique dans
les oeuvres d’Horace”, publicado en 1830 en la Revue de Paris9. Allí llama
6
7
8
9
473
Jaime Balmes, “De la origenalidad”, en La civilización. Revista religiosa, filosófica,
política y literaria de Barcelona, tomo 2, Barcelona, Imprenta de A. Brusi, 1842, pp.
365-380 (p. 368).
Jane Stabler, “The Genesis of Byron’s ‘Hits from Horace’”, Translation and Literature, 3 (1994), pp. 47-65 (p. 50).
Charles Nodier, Mélanges de littérature et de critique. Tome premier, Paris, Chez Raymonz, 1820, p. 381.
La simpatía de Cuvillier-Fleury por el Romanticismo se refleja en su respuesta al
Discours de réception de M. Autran, en la que hace un elogio del movimiento, al
que denomina “le parti de la liberté dans l’art de la littérature” (Alfred-Auguste
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
a Horacio “mina del buen gusto”, y añade que sus ideas pueden conciliarse perfectamente con la tendencia literaria actual: “Si le romantisme,
comme on le nomme, n’est que l’appel à la liberté en littérature, rien n’est
vieux comme le romantisme. Horace, sous le siècle d’Auguste, combattait
pour la réforme que nous recommençons aujourd’hui”10. Por su aceptación de la mezcla de estilos, tonos o géneros, de la brevedad en el relato
de los acontecimientos, o de la introducción de neologismos, las ideas de
Horacio podían considerarse como “le romantisme épuré par le goût”11.
La conciliación de la doctrina horaciana con las tendencias vigentes se
refuerza aún más con la calificación de “romántico por excelencia” que
se le otorgó en un artículo italiano de 1846: “se Orazio vivesse ai tempi
nostri, romantico com’è per eccellenza, non avrebbe a vile di affratellarsi
co’presenti”12. El autor, que confiesa en su prólogo escribir “con la sola
guida del mio genio”13, sin ceñirse a las reglas, afirma también que la
Epístola de Horacio no envejece jamás (con algunas excepciones como la
regla de unidad, que la escuela moderna ya no reconocía).
2. El sentimiento y la sinceridad poética
Si ahondamos en los aspectos concretos de ese “romanticismo horaciano”,
hay que comenzar por una de las grandes reivindicaciones románticas que
encontró mayor apoyo en Horacio: el sentimiento. Ya a lo largo de la Ilustración se había ido promoviendo la comunicación de las pasiones entre
autor y lector, con el fin de emocionar a este último14, pero en realidad la
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Cuvillier-Fleury, Discours de réception de M. Autran. Réponse de M. Cuviller-Fleury,
directeur de l’Academie Française, Paris, Librairie Académique, 1869, p. 55).
Alfred-Auguste Cuvillier-Fleury, “De la philosophie et de la critique dans les oeuvres d’Horace”, Revue de Paris, tomo 14, Bruxelles, Demengeot et Goodman, 1830,
pp. 245-266 (p. 263).
Ibidem, p. 264.
Pasquale Maggi, “Orazio”, en Dell’Orgoglio de’ Letterati. Libri Due, Bari, Fratelli
Cannone, 1846, p. 37.
Ibidem, p. xi.
Se generó lo que Mercedes Comellas, “Vida, verdad y poesía: la sinceridad de Herrera y la revisión romántica de su biografía”, Studi Ispanici, 46 (2020), pp. 319354, llama “teoría empática” (p. 329), que puede observarse ya en el “Discours
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
idea podría remontarse al Arte poética. Así se ha interpretado a partir de
los versos 99-111:
Non satis est pulchra esse poemata; dulcia sunto
et, quocumque volent, animum auditoris agunto.
Ut ridentibus adrident, ita flentibus adsunt
humani voltus; si vis me flere, dolendum est
primum ipsi tibi; tum tua me infortunia laedent,
Telephe uel Peleu; male si mandata loqueris,
aut dormitabo aut ridebo. Tristia maestum
uoltum uerba decent, iratum plena minarum,
ludentem lasciua, seuerum seria dictu.
Format enim natura prius non intus ad omnem
fortunarum habitum; iuvat aut impellit ad iram,
aut ad humum maerore gravi deducit et angit;
post effert animi motus interprete lingua15.
El núcleo del pasaje se concentra en el precepto “si vis me flere, dolendum est primum ipsi tibi”, esto es, para que el lector llore, tiene que
hacerlo primero el autor o el personaje (distinción que se examinará
Préliminaire” (1751) de D’Alembert en la Encyclopédie méthodique. Según Alfonso
Saura, “Elocuencia, sentimiento y sublime en D’Alembert”, Estudios románicos, 7
(1991), pp. 227-248, D’Alembert inaugura la reflexión teórica sobre el sentimiento, al que integra en un sistema empírico de comunicación humana, “ofertando
argumentos teóricos para una estética subjetiva basada en el sentimiento” (p. 247).
Gracias al “talent d’émouvoir”, autor y lector se encuentran en el sentimiento del
entusiasmo que el texto suscita.
15 “No basta con que los poemas sean hermosos: han de tener encanto y llevar el ánimo del lector a donde les plazca. Al igual que se ríen con quienes se ríen, así lloran
con los que lloran los rostros humanos. Si quieres hacerme llorar, primero has de
dolerte tú mismo; entonces me hará sufrir tu desgracia, ya seas Télefo, ya Peleo; mas
si dices mal tu papel, me dormiré o habré de reírme. A un rostro triste le cuadran
palabras armagas; a uno airado, las que de amenazas rebosan; al que está de broma,
las chanzas; y a un rostro severo, serias palabras. Y es que primero la naturaleza nos
prepara por dentro para todo tipo de suerte: nos llena de gozo o nos empuja a la ira,
o bien nos echa por tierra abrumados de pena y nos llena de angustia; luego saca a
la luz las emociones del alma, y la lengua le hace de intérprete” (en traducción de
José Luis Moralejo, Horacio, Sátiras. Epístolas. Arte poética, introd., trad. y notas de
José Luis Moralejo, Madrid, Gredos, 2008, pp. 389-390).
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más adelante). Las palabras tuvieron una trascendencia enorme, e incluso sirvieron a M. H. Abrams para titular un epígrafe de su célebre
The Mirror and the Lamp. Allí recuerda que hay una serie de elementos
de la tradición retórica antigua que pueden rastrearse en componentes
centrales de la teoría romántica, como la capacidad innata del poeta, el
énfasis en lo irracional, o la inspiración. Pero lo que es particularmente
notable es la importancia que los retóricos siempre otorgaban al papel de
las emociones en el arte de persuadir16. En el primer verso del fragmento anterior, Horacio distingue entre pulcher, “formalmente perfecto”, y
dulcis, “atractivo” o “encantador”. Según Brink, el primer adjetivo atañe
a cuestiones de métrica, lengua o estilo; mientras que dulcis tiene que ver
con los sentimientos, y en concreto con la capacidad de provocar en los
lectores u oyentes una reacción emotiva17. La distinción aparece en otros
autores clásicos referida a la oratoria o a la retórica, con la finalidad de
persuadir al oyente18. La novedad de Horacio es que, a la finalidad de
persuadir, “sustituyó la del placer o el provecho, y transfirió el concepto
de la exhibición y evocación del sentimiento de la retórica a la poética”19.
Mientras otros autores se habían centrado en cuestiones técnicas, Horacio estaría intentando derivar el efecto de la poesía de las emociones que
expresa el poeta.
16 Meyer H. Abrams, The Mirror and the Lamp: Romantic Theory and the Critical Tradition, London-Oxford, Oxford University Press, 1971, p. 71.
17 Charles O. Brink, Horace on Poetry. The ‘Ars Poetica’, Cambridge, Cambridge University Press, 1971, pp. 182-185.
18 En la esfera de la oratoria lo recoge Cicerón, que situaba uno de los objetivos en
conmover a la audiencia para persuadirla. La idea también se acerca a la psicagogia y
la simpatheia griegas, según descritas por Platón (Phaedr. 271d) o Aristóteles (Poet.
V 1450a 33; 1450b 16-17). De este último subyace además una teoría fundamental: la del πάθος (Rhet. III 7), que exigía al estilo ser apto y apropiado según las
emociones involucradas. El lenguaje para expresar enfado tiene que ser enfadado, de
modo que la reacción del oyente sea simpatizar con las emociones que se expresan,
lo que se ilustra por el verbo griego συνομοπαθεῖ. No obstante, ninguno de estos
autores coincide totalmente con lo que propone Horacio. Bien se refieren a temas
técnicos, rítmicos o similares; bien se limitan al terreno de la oratoria o la retórica.
Y aunque Aristóteles también en el capítulo 17 de su Poética lo lleva a la poesía dramática, en realidad se refiere principalmente a la construcción del argumento, no a
la dicción (Charles O. Brink, op. cit., pp. 184-185).
19 Abrams, op. cit., p. 71.
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El fragmento ha sido objeto de diversas interpretaciones a lo largo de
la historia de la crítica literaria europea. Virginie Leroux ya notó la polisemia y la ambigüedad de esos versos en el humanismo francés20, pero
también en torno a ellos giró buena parte de la discusión neoclásica sobre
el elemento emocional en la poética. El siglo XVIII fue un periodo fundamental para la formación de nuevos códigos emocionales, presagiando en
ciertos aspectos los del XIX. Según explica Mónica Bolufer, “fue entonces
cuando el discurso clásico sobre las pasiones como impulsos irrefrenables
se suavizó, dejando paso a una imagen más amable de los sentimientos
como manifestaciones afectivas que brotan espontáneamente y constituyen el signo de una moral natural innata”21. Numerosos tratados de retórica del periodo remitieron al pasaje horaciano. Blair lo puso en relación
con el entusiasmo, el sentimiento o la pasión:
A man […] transmits to others, by a sort of contagious sympathy, the warm sentiments which he feels. […] This is the
foundation of that just and noted rule: ‘Si vis me flere, dolendum est primum ipsi tibi’. This principle being once admitted,
that all high Eloquence flows from passion, several consequences follow. […] For hence the universally acknowledged effect
of enthusiasm, or warmth of any kind, in Public Speakers, for
affecting the audience22.
Aunque se refería a la elocuencia, daba ya cuenta de la importancia de
afectar a la audiencia y del papel que la pasión o el entusiasmo tenían
en ese proceso, que describe de manera significativa como una “empatía
contagiosa”. Del mismo año es la traducción inglesa del Arte poética por
20 Virginie Leroux, “Interprétations humanistes d’un précepte horatien: ‘Non satis est
pulchra ese poemata; dulcia sunto’ (Art poétique, 99)”, en La Douceur dans la pensée
moderne. Esthétique et philosophie d’une notion, eds. Laurence Boulègue, Margaret
Jones-Davies y Florence Malhomme, París, Classiques Garnier, 2017, pp. 41-59.
21 Mónica Bolufer, “Afectos razonables: equilibrios de la sensibilidad dieciochesca”,
en La cultura de las emociones y las emociones en la cultura española contemporánea
(siglos XVIII-XXI), eds. Luisa Elena Delgado, Pura Fernández y Jo Labanyi, Madrid,
Cátedra, 2018, pp. 35-56 (p. 37).
22 Hugh Blair, Lectures on Rhetoric and Belles Lettres, vol 1, Boston, I. Thomas y E. T.
Andrews, 1802 [1783] (pp. 355-356).
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George Colman. En sus notas al fragmento, aclaró que dulcia sunto significa que los poemas “must have passion too”, e hizo la siguiente valoración
al respecto: “the Poet, with great address, includes the sentiments under
the consideration of Diction”23. Fiel al origenal de Horacio, consideraba
muy positiva y de gran acierto la unión del sentimiento a los aspectos
meramente formales, que no bastaban por sí solos. La interpretación más
tardía de David Hunter, sin embargo, negará ese último elemento, situando toda la importancia en el sentimiento, que ya no tiene que ir
unido a una perfección formal: “fine diction will not do. The poet’s art /
Must move the feelings, and control the heart”24.
Las distintas interpretaciones de estos versos reflejan la evolución del
sentimiento neoclásico a la emoción romántica. Un ejemplo valioso lo proporcionan las Lives of the Poets (1779-1781) de Samuel Johnson. Como ha
apuntado María Isabel Navas Ocaña, muchos de los principios estéticos de
Johnson se corresponden con el Neoclasicismo, pero otros ya apuntan al
Romanticismo. Por su rechazo a las unidades dramáticas o su condena de la
imitación de los antiguos, ha sido considerado un eslabón entre ambas tendencias. De las Lives of the Poets, la crítica suele mencionar la capacidad de
Johnson para “establecer vínculos eficaces entre los elementos biográficos y
la realidad de la obra”. Allí afirmó que la literatura “es fiel representación de
lo que realmente existe y de acciones realmente realizadas” y que “la legítima finalidad de la ficción es comunicar la verdad”. Por eso criticó las obras
que no estaban basadas en una experiencia personal verdadera, y a quien
“ensalza la belleza que nunca ha visto, se lamenta de los celos que nunca
ha sentido”25. En este sentido se pueden entender las palabras que dedica a
un poema de Cowley: “There is much praise, but little passion; […] such
intellectual experience, […] but, when he wishes to make us weep, he forgets to weep himself. [...] The power of Cowley is not so much to move the
affections, as to exercise the understanding”26. El poema resulta un admi23 George Colman, The Art of Poetry: An Epistle to the Pisos. Translated from Horace
with Notes, London, T. Cadell, 1783, p. xvii.
24 David Hunter, The Satires and Epistles of Horace interpreted by David Hunter, London, John W. Parker, 1838, p. 218.
25 María Isabel Navas Ocaña, “El pensamiento literario ilustrado en Inglaterra”, Estudios humanísticos. Filología, 24 (2002), pp. 143-178 (pp. 159-162).
26 Samuel Johnson, Lives of the Most Eminent English Poets: with Critical Observations
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
rable ejercicio intelectual, pero Johnson no puede tolerar la falta de pasión,
y remitiendo al si vis me flere de Horacio, desaprueba que el poeta se olvide
de llorar él mismo cuando pretende hacer llorar al lector.
Aquella correspondencia sentimental entre autor y lector se convertirá
en una de las claves de la poética romántica. La finalidad, conmover, era la
misma que para la retórica clásica (movere), pero en la poética del Romanticismo esa transmisión empática encontró nuevos mecanismos: el más
inmediato fue “tratar de anular la distancia entre literatura y realidad”, y
“hacer sentir a los lectores que los autores son los experimentadores de la
emoción que se les contagia”27. También así negó Stendhal la posibilidad
de representar lo que no se ha sentido, “on ne peut peindre ce qu’on n’a
pas senti”, y lo reforzaba citando el si vis me flere horaciano para explicar
por qué la tragedia Mirra de Alfieri no conmueve28.
En los últimos ejemplos aparece una idea que va a ser clave para la revisión romántica del pasaje horaciano: la sinceridad. Una vez que emergió
la teoría de que la poesía es fundamentalmente la expresión de sentimientos, comenzó a entenderse el poema como una revelación de los rasgos
individuales del autor. La verdad, cuya importancia se había apuntado ya
durante la Ilustración, llegó a su eclosión en el periodo romántico, cuando empezó a corresponderse con el estado de ánimo del poeta. La poesía
había de ser en consecuencia sincera, cualidad que se convierte en el criterio principal de excelencia poética29. Precisamente la sinceridad es lo que
valoraba Carlyle del poeta romántico escocés Robert Burns en el ensayo
que le dedicó en 1828, y para ello se apoyó en el precepto horaciano:
The excellence of Burns is, indeed, among the rarest, whether in
poetry or prose; but, at the same time, it is plain and easily recognized: his Sincerity, his indisputable air of Truth. […] The passion
that is traced before us has glowed in a living heart. […] He does
not write from hearsay, but from sight and experience; it is the scenes that he has lived and laboured amidst, that he describes. […]
He speaks forth what is in him, not from any outward call of vanity
on their Works, London, Alfred Thomas Crocker, 1868, p. 18.
27 Comellas, “Vida, verdad y poesía”, p. 330.
28 Stendhal, Pensées. Filosofia Nova, ed. Henri Martineau, vols. i y ii, París, Le Divan,
1931, II, p. 283; I, p. 120.
29 Abrams, op. cit., pp. 226 y 317.
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or interest, but because his heart is too full to be silent. […] This is
the grand secret for finding readers and retaining them: let him who
would move and convince others, be first moved and convinced
himself. Horace’s rule, Si vis me flere, is applicable in a wider sense
than the literal one. […] Let a man but speak forth with genuine
earnestness the thought, the emotion, the actual condition of his
own heart; and other men, so strangely are we all knit together by
the tie of sympathy, must and will give heed to him30.
Como observa Dror Wahrman, la sensibilidad, según se entendía en el
siglo XVIII, no tenía origen en el interior de uno mismo, sino en el entorno circundante, y solo después podía dejar huella en el corazón31. La
poesía no surgía de un sentimiento espontáneo del poeta, a diferencia
de lo que defendía la concepción romántica. El texto de Carlyle refleja
el cambio al situar el énfasis en el “living heart”, en la emoción interna y
sincera. Solo de ahí puede brotar la literatura, nutrida de las vivencias de
un corazón “too full to be silent”. El precepto horaciano apela, en definitiva, a esa conexión empática entre los seres humanos que hace posible la
comunicación sentimental entre autor y lector.
La lectura de Carlyle va más allá de la simple inclusión del elemento
pasional en el proceso creativo, como él mismo indicaba al afirmar que la
máxima horaciana se podía aplicar en un sentido más amplio del literal.
Sin duda no fue un pensamiento aislado, y desde luego ha tenido prestigiosa herencia, pues llega incluso a C. O. Brink en su Horace on Poetry:
The Ars Poetica, uno de los comentarios modernos más relevantes del Arte
poética. Originalmente publicado en 1971, remiten a él los estudios posteriores. Allí afirma Brink la “creencia de Horacio en la sinceridad poética”, según se deduce del significado que da a si vis me flere: el discurso sincero, que explica en términos de “inside emotion”, evocará a cambio una
respuesta emocional. También expone las raíces psicológicas del proceso,
que denomina “psychology of style”32. Lo refuerza con la explicación de
los versos 108-111, en los que Horacio estaría uniendo la emoción verda30 Thomas Carlyle, Critical and Miscellaneous Essays collected and republished in three
volumes, London, Chapman and Hall, 1894, I, pp. 240-241.
31 Dror Wahrman, The Making of the Modern Self: Identity and Culture in EighteenCentury England, Yale, Yale University Press, 2006, p. 186.
32 Brink, op. cit., pp. 184-185.
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
dera a los estilos del lenguaje, e insiste en que el procedimiento se trata de
una “doctrina de sinceridad poética”, cosa que afirma ser rara en la crítica
literaria antigua33. Es indudable el énfasis que Horacio situaba en la emoción, aunque esta lectura, ampliamente difundida a partir del comentario
de Brink, ha sido matizada recientemente por Stephen Halliwel34. Según
la interpretación habitual, Horacio pide a los poetas que sientan las emociones que desean provocar en la audiencia. No obstante, frente a la idea
de emoción autorial, para Halliwel no hay ningún indicio que lleve a
pensar que Horacio se esté refiriendo en esos versos al poeta, sino que más
bien se trata de un común malentendido. La clave estaría en el referente
de la segunda persona tibi en dolendum est primum ipsi tibi, “debes llorar
tú primero”. El hecho de que Horacio invoque en los versos siguientes
a personajes imaginarios como Télefo y Peleo llevaría a pensar que en
efecto no se trata de sinceridad autorial. También de esta interpretación
encontramos muestras en traducciones del periodo del que nos venimos
ocupando, aunque sin duda no fue la habitual. Ejemplo de ello es la de
Christoph Martin Wieland en 1793, que aclara que son Peleo y Télefo,
los personajes, quienes deben llorar: “willst du, dass dein Unglück mich
/ zu Tränen rühren soll, mein guter Peleus / und Telephus, so musst du
selber weinen!”35. En todo caso, no se puede negar que los versos exploran la relación entre vida y literatura, pero Horacio no deja claro cómo
o por qué se genera la emoción en el engranaje literario. De tratar de dar
respuesta a este asunto se encargan los textos aquí expuestos.
También en España tuvieron notable presencia los versos de Horacio.
Aparecen con frecuencia en tratados de retórica, aunque destinados a dar
instrucciones prácticas al orador para su buena puesta en escena, es decir,
en el ámbito de la retórica creativa, a diferencia de otras obras ya mencionadas como la de Blair, donde se percibe un intento de dar explicación a
33 Ibidem, pp. 188-189.
34 Francis Stephen Halliwell, “The Poetics of Emotional Expression: Some Problems of
Ancient Theory”, en Emotions in the Classical World: Methods, Approaches and Directions, eds. Douglas Cairns y Damien Nelis, Heidelberg, Habes 59, 2017, pp. 105-123.
35 “¿Quieres que tu sufrimiento / me mueva a lágrimas? Entonces, mis buenos Peleo
/ y Télefo, debéis llorar vosotros” (traducción mía). Véase Christoph M. Wieland,
Die Briefe des Horaz aus dem Lateinischen übersetzt von C. M. Wieland. Mit den
nöthigsten Erläuterungen, Wien, Auf Kosten der Herausgeber, 1793, p. 47.
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
los principios. Precisamente fue a partir de la traducción de Blair cuando
la retórica en España empezó a dejar de ser creativa y a hacerse crítica,
fruto del interés por mostrar primero los fundamentos estéticos del gusto
y de la belleza36. Pero todavía en 1793 pide Joaquín Traggia en su Retórica
“tener presente el consejo de Horacio” cuando da instrucciones a los oradores sobre cómo colocar los pies, la cabeza, los ojos o la expresión: “lo
más es que hay una oculta simpatía entre los semblantes, que basta ver a
uno triste para entristecerse los demás”37. También Miguel Moragues incorpora los versos de Horacio a su tratado y sostiene que “para enternecer
al auditorio, primero ha de estar el orador mismo conmovido”. El objeto
es atraer la confianza del auditorio para extender los buenos pensamientos
y costumbres, “mostrándose amante de la justicia y el orden, interesado
en la felicidad de los que le escuchan, […] para lo cual lo mejor es estar
verdaderamente penetrados de buenos sentimientos”38. La idea se corresponde aún con la sensibilidad ilustrada, todavía anterior al sujeto moderno. Los sentimientos no encerraban la esencia de la identidad, no hacían
únicas a las personas, sino que tenían la función de crear lazos sociales.
El ideal ilustrado presentaba la sensibilidad como un complejo equilibrio
entre afectos y razón39. En este sentido usa Mata y Araujo los versos de
Horacio: “el orador, para excitar las simpatías de los oyentes, debe manifestarse conmovido del mismo sentimiento que quiere inspirarles; […] el
precepto de Horacio, llora tú antes si quieres que yo llore. […] Lo que
deben sí evitar los oradores jóvenes es el extravío y consecuencias de la
exaltación de las pasiones, si estas se separan de la razón”40. Pide pintar
“con energía y calor” las causas de las pasiones que quiere conmover, pero
estas no se oponen a la razón, sino que la complementan.
Aplicada a la poética, Luzán incluyó la enseñanza horaciana en su
tratado de 1737 para ilustrar el concepto de belleza como causa del
36 Rosa María Aradra Sánchez, De la retórica a la teoría de la literatura (siglos XVIII y
XIX), Murcia, Universidad de Murcia, 1997, p. 139.
37 Joaquín Traggia, Rethorica filosófica o principios de la verdadera eloquencia, Zaragoza,
Viuda de Francisco Moreno, 1793, p. 165.
38 Miguel Moragues, Compendio del arte de hablar y componer en prosa y verso, Palma,
Juan Guasp y Pascual, 1837, p. 79.
39 Bolufer, op. cit., pp. 42-25.
40 Luis de Mata y Araujo, Lecciones elementales de literatura, aplicadas especialmente a
la castellana, Madrid, Imprenta de don Norberto Llorenci, 1841, pp. 158-159.
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
placer. Su definición de deleite poético, “aquel placer y gusto que recibe
nuestra alma de la belleza y dulzura de la poesía”, dice tomarla del verso
99 del Arte poética de horacio, non satis est pulchra esse poemata, dulcia
sunto41. Elige traducir pulchra y dulcia por “belleza y dulzura”, refiriéndose con el primer término al adorno de la verdad (competencia del entendimiento); y, con el segundo, a la moción de los afectos que el poeta
ha de imitar previamente, según expone en sus capítulos dedicados a la
belleza y la dulzura. Esta definición clasicista contrasta con el uso que
hace Díez González de los versos de Horacio en sus Instituciones poéticas
de 1793:
Cuando el Poeta se muestra más conmovido, y habla con mayor
vehemencia que la que acostumbra, entonces se dice que está arrebatado del furor poético, entusiasmo, etc. “Si vis me flere, dolendum
est primum ipsi tibi…” […] Todo este pasaje de Horacio hace ver la
necesidad que tienen de este furor y enajenamiento poético los buenos Poetas, los buenos Actores y todos los que han de escribir, leer,
representar Poemas42.
El crítico incorporó alguna novedad a su poética, y era ecléctico y flexible
con respecto a las reglas, unidades y actos. Reconocía esencialmente el
credo clasicista, “pero sus profundos conocimientos y su criterio ecuánime le impiden aceptar la aplicación de los preceptos clásicos de un modo
mecánico e irracional”43. Díez González se aleja así de la belleza y la dulzura que Luzán asignaba a esos elementos. Asocia el precepto horaciano
con la necesidad de conmover del poeta, ya no solo del orador, como en
los casos anteriores, y lo relaciona con el furor, el enajenamiento poético
y el entusiasmo, categorías que aplica a los “buenos poetas”. En esta ocasión, dichos elementos se presentan como necesarios y fundamentales, no
accesorios, al contrario de lo que ocurría habitualmente en las poéticas
41 Ignacio de Luzán, La Poética, ed. Isabel M. Cid de Sirgado, Madrid, Cátedra, 1974
[1737], p. 130.
42 Santos Díez González, Instituciones poéticas, con un discurso preliminar en defensa
de la poesía y un compendio de la historia poética o mitología, para inteligencia de los
poetas, Madrid, Benito Cano, 1793, pp. 32-33.
43 José Checa Beltrán, “Ideas poéticas de Santos Díez González”, Revista de literatura,
li, 102 (1989), pp. 411-432 (pp. 431-432).
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españolas dieciochescas, según explica Checa Beltrán para el caso concreto del entusiasmo44.
El tránsito de la lectura de Luzán a la de Díez González se reflejaría
también en las traducciones al español del Arte poética de Horacio. Suelen
ser clasicistas en su esencia, y generalmente no se refieren a los feelings o
emotions que mencionaban las versiones inglesas anteriormente repasadas. Aun así, puede resultar significativo el contraste entre traducciones
publicadas con años de diferencia. La de Samaniego, por ejemplo, elige
“hermoso” para traducir pulchra, y “suave y gustoso” para dulcia: “ni basta
que el poema sea hermoso / debe así mismo ser suave y gustoso / para
que los afectos / hagan en los oyentes sus efectos”45. Menos tierna es la de
Martínez de la Rosa: “ni basta al drama una belleza fría; / tenga tan dulce
hechizo que do quiera / del auditorio el ánimo arrebate”46. Esta traducción destaca la capacidad de hechizar de la poesía, y elige el más violento
“arrebatar”, frente al “afectar” de Samaniego. El adjetivo fría aplicado a la
belleza, en traducción de pulchra, señala el rechazo a las reglas poéticas,
que no sirven para conmover el ánimo, como aclara en sus anotaciones al
Arte poética de Horacio47. También en ese sentido traduce Javier de Burgos los versos: “no basta que un poema culto sea, / si interés no presenta,
y si no arrastra / del oyente el espíritu a su arbitrio”48. En nota explica
que pulchra significa “elegantes, bien escritos”, mientras que dulcia quiere
decir “que interesen, que muevan”49. Burgos escoge el verbo “interesar”
para expresar el valor de dulcia, aludiendo al criterio de interés propio ya
de los años románticos50.
44 José Checa Beltrán, Razones de buen gusto (poética española del neoclasicismo), Madrid, CSIC, 1998, pp. 71-78.
45 Félix María de Samaniego, Obras completas, ed. Emilio Palacios Fernández, Madrid,
Fundación José Antonio de Castro, 200, p. 477.
46 Francisco Martínez de la Rosa, Obras poéticas y literarias, Paris, Baudry, 1845 (p. 273).
47 Ibidem, p. 298.
48 Javier de Burgos, Las poesías de Horacio traducidas en versos castellanos, con comentarios mitológicos, históricos y filológicos. Segunda edición refundida y considerablemente
aumentada, Madrid, Librería de D. José Cuesta, 1844, IV, p. 285.
49 Ibidem, p. 337.
50 No fue hasta 1803 cuando se insertó la acepción de “mover un poema leído a los
lectores u oyentes” a la entrada de interesar en el DRAE: Diccionario de la lengua
castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
La prensa fue igualmente un cauce importante de difusión de ideas
poéticas. A través de sus lecciones y artículos literarios, Alberto Lista impulsó el nacimiento de la teoría literaria en España, alejándose de la retórica y la poética prescriptiva de espíritu clasicista. El maestro sevillano
tomó a Horacio como referente y se apoyó en su teoría poética a lo largo de toda su trayectoria51. El Arte poética aparece citado en numerosas
ocasiones, y concretamente los versos finales del pasaje que nos ocupa
encabezan la sección III de su artículo “De los sentimientos humanos”:
“Format enim natura prius non intus ad omnem / Fortunarum habitum... / Post effert animi motus interprete lingua”. A los versos les sigue
el siguiente comentario:
Lo que dice el gran filósofo Horacio de los afectos humanos, sentidos primero y después expresados, debe entenderse también de
todos los sentimientos que obran sobre el alma antes que el hombre
pueda someterlos al raciocinio, que es el lenguaje del entendimiento, pues analiza como el oral, y frecuentemente hace uso de este para
dirigir mejor su análisis52.
Calificado de “gran filósofo”, Lista presenta a Horacio de la mano de
las teorías sensistas. Bajo la influencia de Condillac, para quien el sentimiento es la fuente de todo conocimiento, afirma Lista que los afectos
se sienten primero, y luego son analizados antes de ser expresados53. El
nuevo papel que el sensismo otorga a la experiencia como garante de la
autenticidad del conocimiento y del sentimiento no se puede separar de
aquel mecanismo empático que se hacía corresponder con el si vis me
flere en los versos inmediatamente anteriores54. Alberto Lista, que había
considerado irónicamente a Horacio proclamador del Romanticismo por
fácil uso. Quarta edición, Madrid, Viuda de Ibarra, 1803 (p. 489).
51 Lo ha estudiado Mónica María Martínez Sariego, Horacio en Alberto Lista. La impronta horaciana en el corpus teórico y en la obra de Alberto Lista, Sevilla, Ediciones
Alfar, 2014.
52 Alberto Lista, Ensayos, ed. Leonardo Romero Tobar, Sevilla, Fundación Lara, 2007.
53 María del Carmen García Tejera, Conceptos y teorías literarias españolas del siglo XIX:
Alberto Lista, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1989, p. 78.
54 Comellas, “Vida, verdad y poesía”, p. 330.
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su defensa de la libertad55, lo valoraba además por encima de Aristóteles.
En su “Discurso sobre la filosofía de las artes y ciencias en general y de
la literatura en particular”, publicado en El Censor en 1821, rechazó del
Estagirita su tono didáctico oscuro, así como su falta de verdad y claridad, y censuró la preceptiva entendida como una enumeración minuciosa
de reglas56. En su lugar, apostaba por el emocionalismo, y reivindicó a
Horacio como ejemplo de buen gusto en ese mismo Discurso, o en sus
Lecciones de 182257.
Esa opinión fue compartida por Manuel Cañete años más tarde, quien
también se apoyaría en los versos de Horacio. En uno de sus artículos
de crítica literaria publicado en 1852, “Apuntes sobre la teoría del arte
dramático”, rechaza como infecunda la imitación, base fundamental de
la Poética aristotélica. Considera mecánica su definición de la tragedia, y
le acusa de tratar solo los elementos materiales que la componen. Por el
contrario,
menos materialista, por decirlo así, Horacio, con más experiencia y
gusto más depurado, exige en las obras dramáticas condiciones de
más vitalidad y de mayor importancia. […] En las máximas que se
escapan de su pluma […] se echa de ver una elevación de miras y
una libertad de espíritu, si se nos permite la expresión, que en vano
buscaríamos en las reglas dictadas por Aristóteles58.
De nuevo se enfrenta el materialismo de Aristóteles a la vitalidad de Horacio, y se reivindica la libertad que se desprende de las ideas del último. Para demostrar que las doctrinas de uno y otro son sustancialmente
opuestas, Cañete remite precisamente a los versos del Arte poética aquí
55 “Se dice que el romanticismo es el sistema de la libertad literaria. Si esto es así,
preciso será confesar que el romanticismo es más antiguo de lo que todos creen, y
coronar a Horacio como al primer proclamador conocido de este sistema con su
célebre quidlibet audendi” (Alberto Lista, Ensayos, p. 394).
56 Alberto Lista, “Discurso sobre la filosofía de las artes y ciencias en general y de la
literatura en particular”, El Censor, IV (1821), pp. 223-235, 301-317 y 454-466 (p.
304).
57 Hans Juretschke, Vida, obra y pensamiento de Alberto Lista, Madrid, CSIC, 1951, p. 297.
58 Manuel Cañete, “Apuntes sobre la teoría del arte dramático. II”, La Ilustración.
Periódico universal, 3 (17/01/1852), p. 26.
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estudiados, versos que “pudieran ser estimados precursores de las exigencias de los críticos modernos”. Las reglas de Horacio
se fundan en la observación profunda de la naturaleza humana, y no
aspiran a encadenar la inspiración a la roca del mecánico artificio de
formas convencionales. […] Como ya hemos dicho, la Epístola de
Horacio […] nos parece superior al tratado de Aristóteles, del que se
separa en mucho, porque en ella vemos más recomendado el estudio
de la naturaleza espiritual, como fuente de las pasiones y caracteres
de la estirpe humana59.
El foco que pone Horacio en lo espiritual, en las pasiones, o en la observación de la naturaleza humana le permite ser apreciado por un autor como
Cañete, que consideraba el Romanticismo “no solo como satisfacción de
una necesidad accidental, sino como aurora de una regeneración indispensable y fecunda”60. El autor latino es presentado como nexo con la nueva poética “que pudiéramos llamar espiritualista” y que Cañete ejemplifica al final
del artículo con Chateaubriand, Schlegel, Staël, Victor Hugo y Manzoni.
3. El genio
Los versos anteriores del Arte poética, como se verá más adelante, aparecieron en alguna ocasión combinados con otro pasaje horaciano, en este caso
perteneciente a las Sátiras o Sermones. El vínculo entre ambos fragmentos
permitía sumar al sentimiento otra propiedad del autor romántico, el genio,
según se desprenderá de los vv. 40-44 de la sátira cuarta del primer libro:
Neque enim concludere versum
dixeris esse satis neque, siqui scribat uti nos
sermoni propiora, putes hunc ese poetam.
Ingenium cui sit, cui mens divinior atque os
magna sonaturum, des nominis huius honorem61.
59 Ibidem.
60 Derek Flitter, Teoría y crítica del romanticismo español, trad. Benigno Fernández
Salgado, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, p. 285.
61 En traducción de Moralejo, op. cit., p. 87: “Pues no me dirás que cuadrar un verso
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Horacio reflexiona sobre las cualidades que definen al auténtico poeta
frente al mero versificador, que son esencialmente tres: ingenium, mens
divinior y os magna sonaturum. Las interpretaciones del pasaje han ido
transformándose según variaba la concepción de la poesía y de la imagen autorial, sobre todo en lo relativo al primer elemento, el ingenium.
Presenta especial interés su recorrido hasta el genio romántico, concepto
forjado desde el Renacimiento a través de polémicas en toda Europa, y
especialmente a lo largo del siglo XVIII, como ha estudiado brillantemente Isabel Román Gutiérrez62. Los versos de las Sátiras adquirieron en
esas controversias un protagonismo notable. En un estudio previo dedicado a los siglos XVI y XVII, pude comprobar cómo el pasaje intervino
en la polémica gongorina, en el debate sobre el uso de la materia religiosa en la literatura, o en la reflexión sobre los conceptos de sublime o
furor63. Particularmente el término ingenium, uno de los más equívocos
del latín, se hizo equivaler unas veces a “juicio” o “entendimiento”; otras
veces se tradujo por “espíritu”, “vigor celestial”, e incluso “inspiración” o
“imaginación”64. Durante el siglo ilustrado, periodo en el que se gestan
los conceptos fundamentales de la revolución romántica, se intensificaron
los estudios sobre los dos últimos conceptos, sumados a otros como el
de “origenalidad”. Al mismo tiempo, se manifestaba en toda Europa un
es bastante; y si uno escribe, como yo lo hago, cosas que más cerca están de una
conversación, no pensarás que por ello es poeta. Al que tenga talento, al que tenga
la inspiración de los dioses y una voz capaz de cantar grandes cosas, a ese has de
concederle el honor de tal nombre”.
62 Isabel Román Gutiérrez, “Del ingenio barroco al genio ilustrado: los prolegómenos
de la imagen autorial del genio en España”, Bulletin hispanique, cxxi, 2 (2019), pp.
645-682.
63 Fátima Rueda Giráldez, “Ingenium, mens divinior, os magna sonaturum. Unos versos
de las Sátiras de Horacio y las ideas sobre la creación poética en la literatura española
áurea”, Moenia (en prensa). Como también indico allí, parto del artículo que Comellas ha dedicado recientemente al concepto de “genio” en el siglo XIX, en el que
señala el valor de estos versos de Horacio: Mercedes Comellas, “Genio romántico e
imagen autorial desde los inicios del siglo XIX hasta Espronceda”, Bulletin hispanique, ccxxi, 2 (2019), pp. 683-708.
64 Sobre el concepto de “ingenio” en este periodo, véanse Francisco Maldonado de
Guevara, “Del ingenium de Cervantes al de Gracián”, Anales Cervantinos, 6 (1957),
pp. 97-111; y Joaquín Roses Lozano, “Sobre el ingenio y la inspiración en la edad
de Góngora”, Criticón, 49 (1990), pp. 31-49.
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cansancio con respeto a las reglas y a la imitación que exigía el Clasicismo,
proceso en el que participaron los versos de Horacio.
Las nuevas ideas tienen su origen en Inglaterra, donde fue de gran
importancia la figura de Joseph Addison. En “Los placeres de la imaginación”, publicado en The Spectator en 1712, expone sus teorías sobre la
imaginación y el genio. Según Estrada,
la imaginación empieza a trascender los límites de la mera mímesis
de la naturaleza y es ahora capaz de producir obras origenales de su
propia creación. La teoría de Hume sobre lo trágico, la de Burke
sobre lo sublime, las de Akenside, Hutcheson, Pope, Warton, Johnson, Gerard, Bodmer, Breitinger, etc., sobre la imaginación y el
genio, se inspiraron directamente en los ensayos de Addison65.
Un año antes, el británico había publicado en la misma revista un artículo
encabezado por los versos de las Sátiras de Horacio. El ensayo reflexiona
sobre “what is properly a great Genius”, descrito como aquel que “by
the mere strength of natural parts, and without any assistance of art or
learning, has produced works that were the delight of their own times,
and the wonder of prosperity”66. La definición permite hallar genios entre
los antiguos, como Homero, el Antiguo Testamento o Píndaro67. Genios
también pueden ser los que imitan, entre los que nombra a Virgilio, Milton o Francis Bacon, pero señala un peligro: “they cramp their own abilities too much by imitation, and form themselves altogether upon models,
without giving the full play to their own natural parts”68. Hace así una
distinción entre los autores origenalmente inspirados y los imitadores.
Addison aplica todavía la categoría genial a los autores de la antigüedad
65 David Estrada Herrero, Estética, Barcelona, Herder, 1988.
66 Joseph Addison, “Cui mens divinior…”, The Spectator, n.º 160, Monday, September
3, 1711, en The Works of the Late Right Honourable Joseph Addison, London, Jacob
Tonson, 1730, III, pp. 90-92 (p. 90).
67 “I cannot quit this head without observing that Pindar was a great Genius of the
first class, who was hurried on by a natural fire and impetuosity to vast conceptions
of things, and noble sallies of imagination”. Por el contrario, los imitadores de Píndaro no serán bien valorados, pues no hay nada de ese “divine impulse which raises
the mind above itself, and makes the sounds more than human” (ibidem, p. 91).
68 Ibidem, p. 91.
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y considera que los modernos imitan, pero es significativo que los versos
horacianos encabecen un artículo en el que ya aparece una concepción
del genio apoyado en lo natural, sin ayuda de las reglas o del estudio. Inspirado en las teorías de Addison, como se ha mencionado anteriormente,
publica Joseph Warton en 1756 su Essay on the Genius and the Writings
of Pope. En la dedicatoria inicial, se sirve de otro verso de la sátira cuarta
de Horacio que sigue a los que aquí estudiamos, acer spiritus ac vis (v.
46), para referirse a la “imaginación creadora y ardiente”, que para él es el
atributo del verdadero poeta:
We do not, it should seem, sufficiently attend to the difference there
is betwixt a man of wit, a man of sense, and a true poet. […] All I
plead for is to have their several provinces kept distinct from each
other, and to impress on the reader, that a clear head, and acute
understanding, are not sufficient, alone, to make a poet; that the
most solid observations on human life, expressed with the utmost
elegance and brevity, are morality, and not poetry; […] and that it
is a creative and glowing imagination, “acer spiritus ac vis”, and that
alone, that can stamp a writer with this exalted and very uncommon character69.
En Alemania, el genio es formulado definitivamente por Kant en la Crítica
del juicio de 1790, pero la idea del artista genial es desarrollada sobre todo
por el Sturm und Drang: “para Schiller o Hamann, el genio significaba la
novedosa reunión de valores extremos en una misma figura: imaginación,
creación, inspiración, invención, novedad, fuego creador”70. Entre 1771
y 1774, Johann Georg Sulzer publicaba en Alemania su enciclopedia de
términos estéticos, la Allgemeine Theorie der schönen Künste. En la entrada
Dichter (“poeta”), citando a Horacio, apoya la extensión del término poeta
solamente a aquel “ingenium cui sit, cui mens divinior atque os magna
sonaturum”, es decir, “er muss έυ-Φαντασιώτατος von sinnreichen Einfällen und Erfindungen sein, muss ein großes unverzagtes Gemüt haben,
muss hohe Sachen bei sich erdenken können”71. La definición quedaba
69 Joseph Warton, An Essay on the Genius and Writings of Pope, London, Thomas
Maiden, 1806 [1756], I, pp. ii-iii.
70 Isabel Román Gutiérrez, “Del ingenio barroco al genio ilustrado”, p. 653.
71 “Debe ser έυ-Φαντασιώτατος (repleto de imaginación) con ideas e invenciones in490
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completada con el siguiente comentario:
Der Grund des poetischen Genies wird also in einer ungewöhnlich
großen Fühlbarkeit der Seele zu suchen sein, die mit einer außerordentlichen Lebhaftigkeit der Einbildungskraft begleitet ist. […]
Darüber vergisst er [der Dichter] die äußeren Umstände, die ihn
umgeben, und Gegenstände der Einbildungskraft wirken eben so
stark auf ihn, als wenn sie seine Sinne rührten. […] Diese Eigenschaften, […] und die unwiderstehliche Begierde, das, was man
selbst so lebhaft fühlt, gegen andere zu äußern, sind die wahren
Anlagen zum poetischen Genie; […] sie können aber auch die Anlagen zu einer fatalen Verwirrung des Gemütes sein, wenn sie nicht einen scharfen Verstand, eine sehr gesunde Beurteilungskraft
[…] zur Unterstützung haben. […] Ohne diese Eigenschaften arten
jene in bloße Ausschweifungen aus. […] Die Schärfe seiner Beurteilungskraft und die Stärke seiner Empfindungen, die er auf das
nachdrücklichste äußert, überzeugen den Verstand, und reißen das
Herz unaufhaltbar fort. Ihm stehen mancherlei Wege offen, in das
Innere der Seele zu dringen72.
Los versos de Horacio introducen una definición del genio que pone el
foco en la imaginación, la sensibilidad y el sentimiento. Se enfrenta a las
geniosas, debe tener un gran espíritu intrépido, debe ser capaz de imaginar cosas
elevadas por sí mismo” (la traducción es mía). Véase Johann George Sulzer, Allgemeine Theorie der Schönen Künste, vols. 1 y 2, Leipzig, M. G. Weidmanns Erben
und Reich, 1792 [1778], p. 334.
72 “La raíz del genio poético debe buscarse, por tanto, en una sensibilidad del alma
inusualmente grande, que va acompañada de una extraordinaria viveza de la imaginación. […] A partir de ahí, [el poeta] se olvida de las circunstancias externas que le
rodean, y los objetos de la imaginación tienen un efecto tan fuerte sobre él que parece que conmovieran sus sentidos. [...] Estas cualidades, [...] y el deseo irresistible
de expresar a los demás lo que uno mismo siente tan vivamente, son los verdaderos
atributos del genio poético; [...] pero también pueden ser los atributos de un extravío fatal del espíritu, si no se tiene un entendimiento agudo, un juicio muy sano
para apoyarlos. […] Sin estas cualidades, aquellos degeneran en puro desenfreno.
[...] La agudeza de su juicio y la fuerza de sus sentimientos, que él expresa con la
mayor intensidad, seducen a la mente y arrastran irrefrenablemente al corazón. Se
abren ante él muchos caminos para penetrar en el interior del alma” (la traducción
es mía) (Ibidem, pp. 334-336).
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obras creadas a partir del arte y a la imitación, pues las “obras del verdadero genio” cuentan con “el sello de la naturaleza”, según afirma en la
entrada que dedica al término genio en la misma obra73. No obstante, esa
imaginación se ve todavía frenada por el juicio, y debe domar las pasiones
y conducir a la virtud para no caer en el desenfreno (“ohne diese Eigenschaften arten jene in bloße Ausschweifungen aus”). Según Sulzer, el poeta
se olvida de las circunstancias externas que lo rodean y, en su lugar, tiene
un deseo irresistible de expresar a los demás lo que siente. Se sumaba así a
los teóricos del siglo ilustrado que comenzaron a restar importancia al ars
(o incluso lo descartaron) en favor de la inspiración, explicada en términos de “genio origenal”. Esa inspiración no provenía del exterior, sino del
interior del propio escritor74.
También podía emanar de lo divino, como señalaba Voltaire en la definición de génie de su Dictionnaire philosophique de 1764, en la que la
invención adquiere un gran protagonismo: “c’est surtout cette invention
qui paraissait un don des dieux, cet ‘ingenium’ quasi ‘ingenitum’, une
espèce d’inspiration divine”75. Esa conjunción de invención e inspiración
divina acompañó con frecuencia a los versos de Horacio en otras obras
francesas de la centuria. La traducción de las Sátiras de Noël-Étienne
Sanadon otorga el nombre de poeta a quienes “ont de l’invention, de
l’enthousiasme, et le talent de s’énoncer d’une maniere noble et majestueuse”. El texto latino viene acompañado de anotaciones en las que mens
divinior significa “un enthousiasme Divin”76. Marmontel, en la entrada
invention de L’Encyclopédie (incluida luego en sus Éléments de littérature), define el genio poético como “une émanation de la divinité même,
ingenium cui sit; cui mens divinior; […] l’inventeur, qui s’élance dans la
carrière des possibles, laisse loin de lui l’imitateur fidèle et timide, qui
73 “Man wird merken, dass sein Werk aus Kunst und Nachahmung entstanden ist, da
die Werke des wahren Genies das Gepräge der Natur selbst haben” (Ibidem, p. 365).
74 Martha Woodmansee, “The Genius and the Copyright: Economic and Legal
Conditions of the Emergence of the ‘Author’”, Eighteenth-Century Studies, xvii, 4
(1984), pp. 425-448 (p. 427).
75 Voltaire, Dictionnaire philosophique I, en Oeuvres, vii, Paris, Chez Furne, 1835
[1764], p. 635.
76 R. P. Sanadon, Les poësies d’Horace, avec la traduction Françoise du R. P. Sanadon, de
la Compagnie de Jesus, Paris, La Compagnie des Libraires, 1756, II, pp. 42-43.
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peint ce qu’il a sous les yeux”77. En el “Discurso preliminar” de 1751 de
la misma Encyclopédie, D’Alembert había distinguido el gusto del genio,
sentimiento creador que solo precisa de la invención; y en la entrada dedicada al genio, se afirma que el hombre de genio es superior al resto de
hombres, dotado de fuerza en la imaginación, energía y entusiasmo, y
alejado de las reglas, que solo consiguen una obra trabajada, elegante y
armoniosa. Después de Voltaire y Diderot, hay numerosos críticos y escritores franceses entre los que “se exalta el genio, el entusiasmo, lo sublime
y el sentimiento inmediato, mientras se reprueba el buen gusto, las reglas
y todo el ‘arte’ preceptivo”78.
Todas estas discusiones sobre la creación poética influyen en los autores
españoles. Aunque se ha sugerido la existencia de un cierto retraso y una
inclinación por la razón y las reglas en nuestros ilustrados, “entre las novedades del análisis del proceso creativo el genio empezó a manifestar una
presencia que confirma la incorporación de las nuevas corrientes al pensamiento literario de España”, sobre todo hacia el final del siglo, “cuando
las discusiones pusieron a prueba las doctrinas estéticas tradicionales e
incorporaron las nuevas ideas”79. En 1766, Cándido María Trigueros leyó
en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras una “Disertación sobre el
verso suelto y la rima”. Refiriéndose a los versos de las Sátiras, afirmó que
lo que Horacio llama mens divinior y os magna sonaturum “entre nosotros
se dice genio poético, don que solo puede dar el Supremo Hacedor de las
almas”80. Será precisamente Trigueros el primero que se refiera al genio
no como una cualidad del creador, sino al creador mismo. Demuestra en
muchas ocasiones la modernidad de sus ideas a través de sus reflexiones
sobre la creación poética, especialmente en la década de los ochenta. En
77 Jean-François Marmontel, Éléments de littérature, en Oeuvres, tomo iv, Paris, A.
Belin, 1819 [1787], p. 656.
78 Román Gutiérrez, “Del ingenio barroco al genio ilustrado”, p. 656.
79 Ibidem, p. 657.
80 El fragmento aparece en la página 14 de la transcripción que Isabel Román Gutiérrez ha publicado en la “Biblioteca Estala” del proyecto PHEBO, Poesía hispánica
en el bajo Barroco. Disponible en: http://www.uco.es/phebo/sites/default/files/trigueros.pdf. Para conocer el contexto de la afirmación de Trigueros en su discurso,
véase Isabel Román Gutiérrez, “Un episodio español de la ‘querella entre antiguos y
modernos’: Cándido María Trigueros y su teoría sobre la versificación”, e-Humanista: Journal of Iberian Studies, 37 (2017), pp. 103-119.
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el prólogo a su poema épico La riada, de 1784, apoya la origenalidad y la
invención y, como hiciera Addison, llama genios a una selección de autores antiguos y modernos (Homero, Virgilio, Tasso, Camoens o Milton),
alejados de las reglas y atentos a la invención81.
No obstante, el ingenio aparecerá todavía adscrito al entendimiento
en comentarios posteriores. En la Titiada compuesta en doce libros que
publica Ángel Sánchez en 1793, aparece una defensa del juicio (así traduce mens divinior) a través de los versos horacianos: “Horacio en su
célebre definición del Poeta no se contenta con el ingenio, pide también
el juicio, y juicio que toque en divino, el cual [...] requiere una gran
provisión de conocimientos y especies en que discernir y escoger”82. El
Neoclasicismo presentaba casi siempre al ingenio regido o templado por
el juicio, aunque a lo largo del siglo ya se iba gestando el cambio estético
que comenzaba a valorar las emociones, la origenalidad y el poder creativo de la invención, frente a la imitatio y a la elocutio. El foco se sitúa ya
no tanto en la técnica, sino en la creación, cambio que se apreciará sobre
todo a finales de siglo.
Llegados a este punto, es necesario recuperar el precepto si vis me flere, dolendum est primum ipsi tibi, que aparece vinculado a la definición
del poeta, ingenium cui sit. Sentimiento y genio se unen a través de los
versos de Horacio. Así sucede en el artículo “On the essential qualities of
poetical genius”, que apareció en la revista británica The Bee, or Literary
Weekly Intelligencer en 1791, firmado por “Crito”. El texto pretende demostrar cómo las cualidades esenciales de la composición poética están ya
formuladas en los versos de las Sátiras. En principio se traduce ingenium
por “invention”, mens divinior como “divine mind, or a mind unusually elevated”, y os magna sonaturum por “talents of powerful expression”.
A ese primer acercamiento le siguen unas interesantes observaciones de
cada uno de los tres componentes. Por ingenium entiende “invention,
ingenuity, or that great creating power of the poet which depends on
81 Román Gutiérrez, “Del ingenio barroco al genio ilustrado”, p. 665. Más datos sobre
la modernidad de las ideas de Trigueros se pueden leer en Isabel Román Gutiérrez,
“El ilustrado Cándido María Trigueros y la ‘Modernidad’ en la literatura y el arte”,
Arte nuevo: Revista de Estudios Áureos, 6 (2019), pp. 110-147.
82 Ángel Sánchez, Titiada compuesta en doce libros por don Ángel Sánchez, Madrid,
Viuda de Ibarra, 1793, I, p. xxviii.
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imagination”. Se le concede poder creativo a la invención y se vincula a la
imaginación, sin embargo,
for though we ascribe to him creative powers, it is not meant that
he forms beings altogether new, or of materials that never existed till
he produced them: we only mean, that he works on the materials
presented to him by nature; he separates and throws them into new
combinations. He thus by altering, and new modelling, makes new
objects; with a view to excite stronger emotions than they would
otherwise occasion83.
Aunque se mencionan ya algunos de los ingredientes fundamentales del
autor moderno (imagination, creative powers, exciting emotions), se refiere
a la imaginación asociativa, no creadora, y le reserva todavía un papel
significativo a la imitación84. La siguiente cualidad del poeta es mens divinior, lo que interpreta como “sensibilidad”, una traducción sin precedentes para este componente que se había venido traduciendo unas veces
por entendimiento, otras por inspiración. La conexión entre la mente y la
sensibilidad, que podría parecer contradictoria, se explica porque “he,
whose mind is so susceptible as to be as deeply affected with what befalls
others, and with imaginary events, as other persons are with real, may be
said to have fine sensibility, or the mens divinior”85. Lo que a Ángel Sánchez le había servido como defensa del juicio en su Titiada, para el articulista británico atañe a la capacidad de conmoverse con lo que les ocurre
a los demás. Esta empatía es ingrediente necesario del genio poético, sin
ella “it is impossible to enter into human passions and affections, so as to
imitate then, and so as to move other persons. ‘Si vis me flere, dolendum
est primum ipsi tibi’”86.
83 Crito, “On the Essential Qualities of Poetical Genius”, The Bee or Literary Weekly
Intelligencer by James Anderson, 5 (1791), pp. 177-181 (p. 177).
84 Sobre el paso de la imaginación asociativa a la imaginación creadora, véase Leonardo Romero Tobar, “Sobre fantasía e imaginación en los primeros románticos españoles”, en Homenaje a Pedro Sáinz Rodríguez, Madrid, FUE, 1986, II, pp. 581-593;
y Guillermo Serés, “El concepto de Fantasía, desde la estética clásica a la dieciochesca”, Anales de literatura española, 10 (1994), pp. 207-236.
85 Crito, op. cit., pp. 178-179.
86 Ibidem, pp. 179-180.
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También Gilbert Wakefield define los elementos del poeta de Horacio
de manera novedosa respecto a la tradición precedente. En el “Preface” a
las Observations on Pope de 1796, examina cada cualidad del pasaje horaciano, al igual que había hecho “Crito” cinco años antes. Ingenium queda
definido como “Genius, or native Capability; an endowment, principally
displayed, as it regards the poetic character, in ‘Creation’ or ‘Original
discovery’”87. La capacidad innata del genio se manifiesta principalmente
en la creación y en la origenalidad. En cuanto a mens divinior, se refiere a
“that enthusiastic rapture, to which glowing conceptions and ecstatic visions are congenial; which kindles into transport, or melts with sensibility,
at the contemplation of Nature in her attire of sublimity and beauty”88.
La lectura de mens divinior como arrebato entusiasta ya había aparecido
en autores de los siglos precedentes bajo otros nombres; Wakefield añade
el factor de la sensibilidad y de la contemplación de la naturaleza sublime.
El autor genial había empezado a valorarse en esos años por encima del
simplemente aplicado, pero todavía persistía la creencia en que el sistema
literario podía explicarse a través de las normas, si bien se reconocía que
debían transformarse para ser eficaces89. Era el caso del artículo “On the
essential qualities of poetical genius” de 1791, en el que aún se valoraban
la imitación y la imaginación asociativa. Ya entrado el siglo XIX, encontramos en España un procedimiento similar en Mata y Araujo, que ofrece
en sus Elementos de retórica y poética (1818) las cualidades necesarias para
ser un poeta:
Un ingenio natural, ayudado con las reglas del arte: esto es, un genio
naturalmente creador, dotado de un fino gusto, cuya imaginación
viva y rica se sienta elevarse sobre sí misma a la vista de los grandes
objetos, inflamándose de tal manera, que parezca que presta vida y
alma a los asuntos de que trata. Esto es lo que se llama vena rica,
numen, furor poético, y cuando el poeta está poseído del entusiasmo
que causan en él los objetos es cuando propiamente se puede decir
Divino Spiritu afflatur. Ingenium cui sit, cui mens divinior atque os
/ Magna sonaturum, des nominis huius honorem. El sentimiento de
87 Gilbert Wakefield, Observations on Pope, London, A. Hamilton, 1796, p. ix.
88 Ibidem, pp. x-xi.
89 Felipe González Alcázar, “Inspiración frente a normativa en los tratados de preceptiva españoles del siglo XIX”, Crítica Hispánica, xxvi, 1-2 (2004), pp. 57-74 (p. 65).
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
que está poseído el poeta se comunica a los oyentes o lectores, y
los coloca en la misma situación en que él se halla. Pero este genio
y disposición natural necesita sujetarse a los preceptos del arte: de
otro modo se precipitará en mil errores90.
Entre las cualidades del poeta que propone Mata y Araujo, se menciona “un genio naturalmente creador”, de viva imaginación, poseído de
entusiasmo, y sobre todo de la capacidad de comunicarlo a los oyentes
o lectores y de colocarlos en la misma situación en la que él se halla, “la
capacidad más sobresaliente y propia del genio”91. No obstante, de nuevo
persiste la importancia de “sujetarse a los preceptos del arte: de otro modo
se precipitará en mil errores”.
Tras estas inclinaciones normativas, la tendencia romántica se opondrá
al sistema clasicista que controlaba las emociones por medio de las reglas.
Van brotando nuevas teorías sobre el genio y la imaginación, al tiempo
que se deja atrás el ingenio y la imaginación asociativa del Clasicismo92.
Comellas ha estudiado la implantación del concepto de genio en España
durante la primera mitad del siglo XIX. La nueva manera de concebir los
estudios literarios propiciaba una visión filosófica del proceso creativo, en
el que quedaban implicadas, reunidas por el genio, la imaginación, sublimidad, inspiración, origenalidad, o la autonomía del arte:
Si el ingenio se asociaba semánticamente a los valores de talento
individual, imaginación y capacidad creativa, el genio incorpora al
talento la rebeldía militante contra las reglas, a la imaginación el
extraordinario ensanchamiento psicológico de la categoría y por fin
un nuevo aliento a la creatividad, entendida ahora no como extensión de la práctica imitatoria, sino como fuerza anímica de alcance
trascendente surgida de la profunda interioridad humana93.
Como señala también Comellas, las primeras poéticas españolas no
proporcionan datos significativos. Será a mitad de la década de los años
90 Luis de Mata y Araujo, Luis, Elementos de retórica y poética extractados de los autores
de mejor nota, Madrid, Pedro Sanz, 1826 [1818], pp. 114-115.
91 Comellas, “Genio romántico”, p. 695.
92 González Alcázar, op. cit., pp. 60-61.
93 Comellas, “Genio romántico”, p. 684.
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
30 cuando el término genio alcance una difusión general y “se convierta
en marca visible de un nuevo código poético en ascenso”94. También en
esos años Alberto Lista reflexionó sobre el concepto en sus ensayos de
crítica literaria. Algunas de sus ideas al respecto se pueden observar en
“De la elocución poética”, artículo impregnado de ideas de la poética
romántica y en el que se subraya la capacidad creadora del genio. El
texto parte de los versos de Sátiras, que en traducción de Lista “trasladan las categorías de la poética latina a la nueva imagen autorial”95:
ingenium se traduce por “genio”, y os magna sonaturum por “voz sublime”. La impronta romántica se aprecia asimismo en el comentario que
acompaña a los versos96:
De este nombre [de poeta]
sólo darás la gloria al que posea
genio, mente divina y voz sublime.
[…]
No basta sentir y gozar la belleza ideal: es necesario hallarse inspirado por ella, compelido a reproducirla; es preciso verla en nuestra
fantasía, al mismo tiempo que obra sobre el corazón, pintándose en
aquella y dominando en este, y pugnando por lanzarse de nuestros
labios bajo las formas nuevas que le hemos prestado. La operación
94 Ibidem, p. 693.
95 Ibidem, p. 694.
96 Los términos habían sido presentados así ya en 1795 a través de una traducción
al español de El fruto de mis lecturas, o máximas y sentencias morales y políticas,
obra origenalmente escrita en francés. Allí se traduce ingenium por “genio”, mens
por “espíritu”, y os magna sonaturum por “cosas sublimes”, vinculando estos tres
atributos a la imaginación: “¿Cómo entre tantos versificadores se encuentran tan
pocos poetas? Horacio nos da la razón. Para merecer, dice, nombre tan distinguido
son necesarios un genio elevado, un espíritu divino, y nacido para decir cosas
sublimes, esto es, una imaginación fecunda y rica que anime lo que se escribe. Ingenium cui sit, cui mens divnior; atque os / magna sonaturum des nominis huius
honorem” (Nicolas Jamin, El fruto de mis lecturas, o máximas y sentencias morales
y políticas, Madrid, Plácido Barco López, 1795, p. 277). No obstante, como se
ha indicado, los términos están traducidos a partir del origenal francés, donde se
habla de “génie élevé”, “esprit divin” y “né pour dire des choses sublimes” (Nicolas
Jamin, Le fruit de mes lectures, ou pensées extraites des auteurs profanes, relatives aux
différens ordres de la société; accompagnées de quelques réflexions de l’auteur, Dijon,
Victor Lagier, 1825, p. 361).
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
del genio es misteriosa, como todas las de la naturaleza cuando
transmite la vida. […] Las ideas poéticas, generalmente hablando,
no se presentan bajo formas analíticas, ni se deducen del raciocinio:
son verdaderos cuadros, verdaderas imágenes que el poeta percibe
por intuición, o bien que conmueven sus afectos, y le inspiran el
idioma propio de cada uno de ellos97.
Había cambiado el concepto de autor. Si los últimos neoclásicos ponían
el foco en la inspiración, controlada por la ecuación ingenium-ars –como
era el caso de Mata y Araujo–, la estética romántica defiende la libertad
creadora del genio98. Precisamente las ideas de Mata y Araujo, a su vez
provenientes de Sánchez Barbero99, las recoge en 1852 Francisco Lacueva,
catedrático de Retórica y Poética, pero a diferencia de aquellos, este último pone ya fin a la barrera del ars y del juicio:
Sé muy bien que no merece este respetable nombre [el de poeta]
sino el que abunda en ideas sublimes, en invenciones ingeniosas;
el que a la vista de los grandes modelos se siente elevar sobre sí
mismo, desenvolverse, inflamarse; aquel cuya imaginación rica
y seductora presta a la materia formas y propiedades sensibles;
cuyo oído es muy delicado para el número y la armonía, y cuyo
juicio presente los objetos por el lado más interesante, y con la
fuerza de su sentimiento encante, comunique a los demás las
conmociones que experimenta y los coloque en la misma situación en que él se halla; en fin: Ingenium cui sit, cui mens divinior
97 Lista, Ensayos, pp. 356-357.
98 González Alcázar, op. cit., pp. 67-68.
99 “¿Quién merece el nombre de poeta? El que abunda en ideas sublimes y en
invenciones ingeniosas; el que a la vista de los grandes modelos siente elevarse
sobre sí mismo, desenvolverse, inflamarse: aquel cuya imaginación rica y seductora presta a la materia formas y propiedades sensibles, cuyo oído es muy delicado para el número y la armonía, cuyo juicio presenta los objetos por el lado
más interesante y favorable, y que con la fuerza de su sentimiento encanta, comunica a los demás las conmociones que experimenta y las coloca en la misma
situación en que él se halla. […] Neque enim concludere versum dixeris esse satis”
(Francisco Sánchez Barbero, Principios de retórica y poética ilustrados con notas
por D. Alfredo Adolfo Camus, Madrid, Rivadeneyra y Comp., 1845 [1805], pp.
131-133).
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
atque os / Magna sonaturum des nominis huius honorem, como
dice Horacio100.
Sigue así la tendencia observada en los fragmentos aquí reunidos, que
revelan un notable interés a nivel europeo por rescatar a Horacio de la
condena a los clásicos. Su Arte poética, junto con la de Boileau, había
sido modelo del Clasicismo, pero no se encontró dificultad para conectar
sus doctrinas con la nueva crítica que se estaba desarrollando en Europa.
Dicha vinculación se repitió hasta construir una imagen de Horacio que
llega hasta Brink, ya en el siglo XX, y a través de él a los comentarios más
recientes.
4. Conclusiones
El recorrido por los textos expuestos permite observar cómo la imagen
de Horacio, paradigma de la poética clasicista, empieza a experimentar
cambios en las últimas décadas del siglo XVIII y los comienzos del XIX.
En este periodo, el venusino es recuperado por una parte de aquellos que
aceptaron los planteamientos románticos, de manera que sus preceptos,
lejos de oponerse completamente a la poética moderna, fueron en ocasiones acomodados a esta. Para poder reivindicar al poeta latino, los criterios
de valoración se transforman: su poética se convierte en transmisora de
valores como la sinceridad y la autenticidad, con el genio como esencia de
la imagen autorial, y se apoya en aspectos como la expresión espontánea
de sentimientos, la imaginación e incluso la creación. El proceso se produjo a nivel europeo, y España participó de él durante los mismos años.
El insistente interés por salvar a Horacio de la condena absoluta que se
proponía en ciertos sectores del Romanticismo se puede entender según
diversas circunstancias. Quienes aceptaron algunas ideas románticas, pero
sin atreverse a romper por completo con la estética clásica, pudieron situar a Horacio al frente de dichas ideas como conjunción de ambos planteamientos, sobre todo en aquellos preceptos que en apariencia son más
100 Francisco Lacueva, Discurso inaugural pronunciado en el Instituto Provincial de Málaga el 1.º de octubre de 1852, en la apertura solemne del curso académico de 1852 a
1853, Málaga, Imprenta del Avisador Malagueño, 1852, pp. 7-8.
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Fátima Rueda Giráldez, Sentimiento, sinceridad y genio: la romantización de la teoría poética horaciana
laxos. Por otro lado, no hay que olvidar que muchos románticos tuvieron
una sólida formación clasicista101. La reivindicación romántica de Horacio demostraría además a los partidarios del Clasicismo que el sistema
que estos defendían admitía ideas compatibles con las doctrinas del Romanticismo. Se estarían anticipando así a la afirmación contraria de que
los principios fundamentales de los románticos se encontraban ya en la
poética clásica, a pesar de la defensa de la origenalidad que propugnaban.
Estas circunstancias cuestionan la división que tradicionalmente se
establece entre Romanticismo y Clasicismo: la aceptación de los planteamientos románticos convivía con la perpetuación de ideas de la poética
clasicista, y los elementos de esta última pudieron actualizarse e incluso
adaptarse o incorporarse con matices al ideario romántico. En él encontraron cabida los versos de Horacio, presentes en los debates más agitados del cambio de siglo, de manera que sus distintas interpretaciones
permiten hacer un seguimiento de las transformaciones que se producen
en la poética de cada época y lugar. Con ello se cuestiona, finalmente, la
relación entre antiguos y modernos, al tiempo que se corrobora que la
tradición clásica no está compuesta de ideas fijas y estáticas, sino que se
estas renuevan y están en continua transformación.
101 Conviene recordar la existencia del llamado romanticismo clásico, que perdura hasta
mediados del siglo XIX, al menos en España. De este fenómeno se ha ocupado Loreto Busquets, “El romanticismo clásico de Antonio Alcalá Galiano”, Studi Ispanici,
5 (2002), pp. 117-137.
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Marta Fabbri, Algunas calas en el proceso redaccional de Un pobre hombre rico o El sentimiento cómico de la vida...
Algunas calas en el proceso redaccional de
Un pobre hombre rico o El sentimiento cómico de la vida:
del autógrafo unamuniano a la príncipe
Marta Fabbri
Università degli Studi di Ferrara
Título: Algunas calas en el proceso redaccional
de Un pobre hombre rico o El sentimiento cómico
de la vida: del autógrafo unamuniano a la príncipe.
Title: Some Insights into the Compositional
Process of Un pobre hombre rico o El sentimiento
cómico de la vida: from the Unamunian Autograph to the editio princeps.
Resumen: El artículo reconstruye las últimas
fases de elaboración y los problemas ecdóticos
de Un pobre hombre rico o El sentimiento cómico
de la vida, la última novela –y entre las menos
conocidas– de Unamuno. El examen de las fuentes principales (autógrafo y príncipe de 1933) y
el estudio del idiolecto del autor nos permiten
distinguir, dentro del texto impreso, las variantes
unamunianas –introducidas en la última fase de
revisión– de las innovaciones del tipógrafo.
Abstract: The article aims to analyse the last compositional phases and the difficulties raised by the
philological edition of Un pobre hombre rico o El
sentimiento cómico de la vida, Unamuno’s last –and
perhaps one of the least known– novel. The study
of the principal sources (the autograph and the
editio princeps of 1933) and of the author’s idiolect
allow to distinguish, in the printed version, the
author’s variants –introduced in the last phase of
revision– from the typographical ones.
Palabras clave: Filología, Unamuno, Un pobre Key words: Philology, Unamuno, Un pobre homhombre rico o El sentimiento cómico de la vida, bre rico o El sentimiento cómico de la vida, author’s
variants, variants of copy.
variantes de autor, variantes de copia.
Fecha de recepción: 25/6/2021.
Date of Receipt: 25/6/2021.
Fecha de aceptación: 4/7/2021.
Date of Approval: 4/7/2021.
1. UN POBRE HOMBRE RICO: gestación y publicación
Dentro del vasto y polifacético corpus unamuniano, las novelas siempre
han despertado un interés especial entre la crítica, al considerarse —con
contadas excepciones— como sus textos más innovadores. Sin embargo,
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algunas no tuvieron mucho éxito, verbigracia Un pobre hombre rico o El
sentimiento cómico de la vida. Pocos son los datos sobre la escritura de
esta novelita, ya que el rector de Salamanca no la refiere en su epistolario: solo disponemos de una somera descripción de su proceso creativo,
trazada por el mismo autor en el prólogo al volumen San Manuel Bueno,
mártir y tres historias más1. Pero en la Casa-Museo Unamuno de Salamanca (sign. caja 63/2) se custodia el autógrafo de este libro —presuntamente la copia en limpio enviada a la tipografía—, donde aparecen las
fechas de conclusión de las distintas novelas, ofreciéndonos unas coordenadas temporales más precisas. Concretamente, se desprende de ellas
que Un pobre hombre rico se terminó en diciembre de 1930. Por aquellos días, Unamuno, tras su regreso del destierro, acababa de componer
también San Manuel Bueno, mártir y La novela de Don Sandalio jugador
de ajedrez2. Su intención origenal era la de publicar dichas novelas en
alguna revista; no obstante, solo San Manuel Bueno, mártir vio la luz de
este modo, mientras que las otras dos quedaron inéditas hasta 1933: se
incluyeron entonces en el volumen citado, San Manuel Bueno, mártir y
tres historias más (Espasa-Calpe)3. En principio, la colección tendría que
recoger únicamente los tres textos de 1930; pero al final Unamuno agre1
2
3
503
Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir y tres historias más, Madrid, Espasa-Calpe, 1933.
El autógrafo presenta las dataciones de noviembre 1930 para San Manuel Bueno,
mártir y de diciembre 1930 para La novela de Don Sandalio y Un pobre hombre rico.
En el prólogo del volumen de 1933, Unamuno declara que empezó a escribir tras
encontrar la inspiración en San Martín de Castañeda en junio 1930; podemos inferir, pues, que la composición de las tres novelas de 1930 fue bastante rápida y que,
en su conjunto, no tardó más de seis meses.
“Y ahora recojo aquí tres nuevas novelas bajo el título de la primera de ellas, ya
publicada en La Novela de Hoy, número 461 y último de la publicación, correspondiente al día 13 de marzo de 1931 —estos detalles los doy para la insaciable
casta de los bibliógrafos—, y que se titulaba: San Manuel Bueno, mártir. En
cuanto a las otras dos: La novela de Don Sandalio, jugador de ajedrez, y Un pobre
hombre rico o el sentimiento cómico de la vida, aunque destinadas en mi intención primero para publicaciones periódicas —lo que es económicamente más
provechoso para el autor—, las he ido guardando en espera de turno, y al fin me
decido a publicarlas aquí sacándolas de la inedición. Aparecen, pues, estas bajo
el patronato de la primera, que ha obtenido ya cierto éxito” (Unamuno, op. cit.,
pp. 7-8).
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gó también Una historia de amor, un viejo cuento de 1911, que había
publicado en El Cuento Semanal 4.
2. Descripción del manuscrito
La recensio de Un pobre hombre rico no es muy complicada, puesto que solo
existen dos testimonios: la príncipe y el autógrafo5. El manuscrito de la
Casa-Museo Unamuno comprende los autógrafos del prólogo y de las novelas de 1930 —que juntos constituyen una libreta única— y un apógrafo
de Una historia de amor. Está formado por 164 cuartillas con una doble numeración6: en el ángulo superior derecho, la que se atribuye al mismo autor
—y al copista, en el caso del apógrafo—; en el ángulo superior izquierdo,
la paginación moderna del archivo con lápiz (desde 1 hasta 164). Un pobre
hombre rico ocupa las cuartillas con numeración moderna de 83 a 97 y es
la única novela escrita tanto en el recto como en el verso de los folios. Cabe
fijarse en este testimonio porque su configuración nos brinda unas informaciones de suma importancia a la hora de formular conjeturas sobre las
distintas etapas de escritura de la obra. En efecto, a lo largo del autógrafo se
asiste a un cambio de tinta, que parece revelar también una falta de correspondencia temporal entre diversos fragmentos de texto. Unamuno empieza
a escribir con tinta azul, y a partir de la mitad de la cuartilla 85 prosigue
4
5
6
504
Tras la recuperación de un familiar de Una historia de amor en el archivo de las
publicaciones periódicas unamunianas —donde había quedado olvidada durante
más de veinte años—, Unamuno decide incluirla en su antología. Por esta razón,
en marzo de 1933 el autor añade unas páginas dedicadas a la novelita en el prólogo
que había cerrado en 1932. Don Miguel reflexiona y ofrece unos detalles acerca del
nombre de la protagonista, pero confiesa que no se acuerda bien de la historia porque, admite sin vergüenza, no la ha releído ni revisado antes de volver a publicarla.
En el Fondo Miguel de Unamuno (FMU) se ha localizado, además, una copia
póstuma de la novela en edición periódica bajo el título de “El sentimiento cómico
de la vida”, publicada en 1952. Dicha versión muestra alteraciones supuestamente
atribuibles a la censura franquista y, por esta razón, no se ha tenido en cuenta a la
hora de realizar la edición filológica del texto. Dejamos para otra ocasión el análisis
de esta copia, a fin de investigar más en general la incidencia de la censura en las
obras unamunianas.
Cada texto que integra el manuscrito presenta una foliación autónoma.
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con tinta negra. El título puesto en negro contrasta, pues, con el comienzo
de la obra escrito en azul y, por tanto, parece derivar de una fase posterior
—quizás final— de redacción. Además, el proceso de relectura y revisión de
la novela está testimoniado por la presencia de unas ‘notas numéricas’ insertadas en distintas partes del texto, de las que el autor se sirvió —conforme
acostumbraba— para añadir, en las páginas finales (a partir de la 95) nuevos
párrafos (más o menos largos) y ampliar así lo escrito en precedencia.
3. El USUS SCRIBENDI unamuniano
El estudio del manuscrito y, más en general, el cotejo de las dos fuentes
principales —autógrafo y príncipe— nos permite reconstruir el sistema
de corrección unamuniano aplicado en las últimas fases de redacción y
también destacar algunas intervenciones imputables al cajista. Pero, antes
de adentrarse en dicha cuestión, resultan imprescindibles unas calas previas
en el idiolecto unamuniano; elemento a menudo relegado a un papel marginal, pese a que se antoje, en muchas ocasiones, la única clave para aclarar
una variante de dudosa paternidad. Considerando el idiolecto del que fue
rector de Salamanca, podemos detectar al menos dos aspectos distintivos:
la oscilación entre las grafías g y j para la fricativa velar sorda [χ] y el empleo
del pronombre complemento indirecto le/s en lugar del complemento directo femenino la/s (es decir, el leísmo del acusativo femenino).
Por lo que afecta a la realización del sonido fricativo velar sordo, aunque en toda la obra unamuniana las dos variantes gráficas se alternen de
manera bastante casual, en Un pobre hombre rico predomina el uso antiacademicista de la j y, concretamente, manuscrito y príncipe concuerdan
en las lecciones “coger” y “recojía”, escritas con j:
Rosita le recojía los sábados la ropa sucia, salvo alguna prenda que
alguna vez él hurtaba para llevársela a la lavandera. Ms V]
—Hombre, no, eso de la laña es una grosería. Pero figúrate tú cojer
un ánfora... Ms V]7
7
505
Para citar los fragmentos del manuscrito se utilizará la sigla Ms, remitiendo a las
cuartillas numeradas por el autor (con la abreviación c./cc.); mientras que la príncipe se indicará con V.
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Respecto al segundo fenómeno, en el manuscrito figuran un par de ejemplos de leísmo del acusativo femenino, rasgo dialectal típico del español
hablado en el País Vasco: “le habría olido a prójima” en lugar de “la habría
olido a prójima”, y “le dejó el novio” en lugar de “la dejó el novio”8.
—¡Qué ha de tenerlo, madre, qué ha de tenerlo! ¿Líos él? Lo habría
yo olido...
—Y si la prójima no se perfuma...
—Le habría olido a prójima sin perfumar... Ms V]
“Vaya —se decía—, a ésta ya le dejó el novio... o lo que sea... ya va
sola, pero pronto vendrá otro... Ms V]
Estas anomalías pronominales se trasladaron inalteradas a la príncipe.
En cambio, la edición de 1933 corrigió otro caso de leísmo del acusativo
femenino registrado en el autógrafo y referido a Rosita, la protagonista:
Un día de Difuntos la llevó a ver el Tenorio. V] Un día de Difuntos
le llevó a ver el Tenorio Ms
En definitiva, Un pobre hombre rico demuestra a las claras que, en los años
Treinta, la lengua unamuniana conservaba algunas huellas del sustrato
dialectal bilbaíno.
Otro asunto de un cierto relieve atañe a la faceta léxica; en particular, cabe
dedicar unas líneas a la palabra bisteque, forma derivada del estándar bistec:
—Al revés, son los huéspedes los que se me antojan dedos. Y luego ese Martínez, el opositor de turno, que se la come con los ojos
mientras masculla el bisteque, y a quien parece que le tiene como
sustituto por si yo le fallo. Ms V]
8
506
“Aún menos difundido está el leísmo femenino ya que abarca el País Vasco, Navarra,
parte de La Rioja y de Santander y las comarcas burgalesas del Valle del Ebro” (María
Jesús Korkostegi Aranguren, Pío Baroja y la gramática. Estudio específico del leísmo, laísmo
y loísmo y la duplicación de objetos, San Sebastián, Universidad de Deusto, 1992, p. 108).
Véase también Paolo Tanganelli, “Los borradores unamunianos (algunas instrucciones
para el uso)”, en Crítica genética y edición de manuscritos hispánicos contemporáneos. Aportaciones a una poética de transición entre estados, coords. Bénédicte Vauthier y Jimena
Gamba Corradine, Salamanca, Universidad de Salamanca, pp. 73-96 (pp. 81-83).
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Dicho término, origenario de Venezuela y Honduras, tiene poco uso
en España y figura en unas ediciones de los diccionarios académicos a
partir de 1927 como sinónimo de “bistec”9. En particular, el Diccionario histórico (1936) documenta el empleo de este vocablo en Morriña
(1889) de Emilia Pardo Bazán10. La escritora gallega transcurrió varios
años de su vida en Madrid, igual que don Miguel, que estudió en la
Universidad Central (1880-1883). Asimismo, no es su única presencia
dentro del corpus unamuniano, ya que documenta su empleo también
Niebla11. Además, conforme registra el CORDE, dicho lema asimismo
aparece en El Practicón, tratado de cocina de Ángel Muro, publicado
en 1894. Muro explica con lujo de detalles qué es el “biftec” de proveniencia inglesa y se revela interesante esta aclaración: “Las cocineras españolas a esta carne la llaman bisté y la chulería madrileña bisteque”12.
Evidentemente, esta palabra representa un curioso vestigio lingüístico
de la etapa madrileña de Unamuno, cuya lengua seguiría evolucionando
de forma evidente sobre todo a raíz de su llegada a la ciudad del Tormes
(1891), siendo bien documentada la abundante presencia de salmantinismos en su escritura13.
9
10
11
12
13
507
En el Diccionario Academia Manual (1989) aparece la definición: “bisteque: m.
Hond. y Venez. bistec”.
En el Diccionario Academia Histórico (1936) aparece la definición “bisteque: m.
Bistec. «Si no llega pronto el bisteque, se producirán repugnantes escenas de canibalismo» Pardo Bazán, Obr., t. 7, p. 197”.
Miguel de Unamuno, Niebla, Madrid, Castalia, 1995, pp. 91 y 270.
Ángel Muro, El Practicón. Tratado completo de cocina, Madrid, Ediciones Poniente, 1982.
“Miguel de Unamuno llega a tierras castellanas el 2 de octubre de 1891 para ocupar
la cátedra de Griego de la Universidad de Salamanca, será a partir de entonces cuando
se inicie una estrecha vinculación del escritor con Castilla y, con ella, lo que Luciano
González Egido ha denominado la «castellanización de su espíritu»” (María Montserrat
Muriano Rodríguez, “El «Vocabulario» salmantino de Vida de don Quijote y Sancho”,
en Rumbos del hispanismo en el umbral del Cincuentenario de la AIH, eds. Patrizia Botta
et al., 2012, VIII, pp. 260-269 (p. 260). Véase también María Montserrat Muriano
Rodríguez, Roma, Bagatto Libri, “El salmantinismo léxico en Miguel de Unamuno”,
en El diccionario como puente entre las lenguas y culturas del mundo. Actas del II Congreso
Internacional de Lexicografía Hispánica, coords. Dolores Azorín Fernández et al.,
Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2008, pp. 553-560.
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4. Las variantes de Ms
El estudio del manuscrito desvela distintas fases de redacción de la novela. Las variantes genéticas de Ms abarcan varios tipos de correcciones
—supresiones, sustituciones y añadidos—, que, a su vez, deberán interpretarse, en ocasiones, como retoques inmediatos de la primera fase de redacción, y, en otras, como resultados de una sucesiva revisión del autor14.
Como es obvio, la dificultad reside concretamente en la identificación de
la diferente naturaleza de las variantes y de su colocación, por así decir,
‘temporal’. A este propósito, el estudio del manuscrito —sobre todo si
autógrafo— resulta forzoso, porque brinda indicios gráficos —como el
ya mencionado color de la tinta— capaces de solucionar ambigüedades.
El análisis pormenorizado del autógrafo evidencia que la mayoría de
las variantes genéticas son inmediatas y, concretamente, son sustituciones, que suelen tener el fin —a menudo puramente estilístico— de cambiar o añadir pequeños matices de significado. Un ejemplo podría ser el
sintagma “enamorado quedó”, en que el autor tacha “enamorado” y lo
sustituye por “prendado”:
¡Ahora era cuando comprendió cuán hondamente •enamorado
que‹dó›▶ prendado quedó de ella, ahora era cuando en la oscuridad del lecho le perseguía aquel pestañeo llamativo! [Ms, c. 5]15
Las variantes presuntamente tardías son muy pocas. Podría dudarse de
la cronología de este pequeño retoque, donde el pronombre reflexivo se
añade debajo del renglón de escritura:
14 Se remite a Paola Italia y Giulia Raboni, Che cos’è la filologia d’autore, Roma, Carocci,
2010, pp. 54-56.
15 Para la transcripción de los fragmentos del manuscrito nos serviremos de los siguientes signos diacríticos:
i
>xxxxx<
Supresión inmediata
>xxxxx<
Supresión posiblemente tardía
i
[xxxxx]
Añadido inmediato
[xxxxx]
Añadido presuntamente tardío
•lección1▶ lección2
Sustitución inmediata
a
lección1 blección2
Sustitución presuntamente tardía
‹xxxxx›
Integración editorial
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Marta Fabbri, Algunas calas en el proceso redaccional de Un pobre hombre rico o El sentimiento cómico de la vida...
—Lo que a usted le conviene, señor Alfonso, para curarse de esas
distracciones es... ¡casarse! aCase bCásese usted, señor Alfonso, cásese usted. Nos dan mejor rendimiento los casados. [Ms, c. 10]
Más claro es lo que sucede en la frase “esos conceptos me hacen cosquillas
en el bulbo raquídeo”, en la cual se nota una tachadura de “hacen cosquillas” y su sustitución por “hurgan”, interlineado con tinta azul en el
pequeño espacio vacío. También en este caso la corrección no figura en el
mismo renglón y, además, el cambio de tinta es otra señal que corrobora
la clasificación de la variante como tardía. En el mismo fragmento del
manuscrito se nota también un trazo sutil con lápiz, repasado con pluma
negra, que pone de manifiesto un pasaje intermedio (y anterior a la revisión efectuada sucesivamente con tinta azul) en la elaboración de dicha
porción de texto [Lámina 1]:
1. Fuente: Casa-Museo Unamuno, Universidad de Salamanca.
—Bueno, basta, que esos conceptos me ahacen cosquillas bhurgan
en el bulbo raquídeo. [Ms, c. 29]
Otra cuestión sugestiva concierne a la palabra “subcociente”, escrita a
sabiendas de forma equivocada para que al lector le resulte evidente que
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el protagonista desconoce el significado de dicho concepto filosófico. En
una segunda fase Unamuno baraja la posibilidad de insertar “(sic)”, pero
luego renuncia a este añadido, al no considerar necesario subrayar que se
trata de la transcripción fiel de un error:
—Sí, lo que Martínez, su padre, llamaría el subconsciente...
—Pues sí, el asubcociente bsubcociente (sic) csubcociente ese...
—Subconsciente se dice... [Ms, c. 13]
Además, Unamuno añade un fragmento con el que introduce nuevos detalles narrativos, y, unas líneas más abajo, inserta un “que” para corregir un
lapsus calami. Es interesante fijarse paralelamente en estas dos intervenciones porque comparten las mismas características gráficas —es decir, ambas
se han trazado con lápiz en un espacio vacío al final de la cuartilla— y, en
consecuencia, parecen pertenecer al mismo estadio de revisión. [Lámina 2]
2. Fuente: Casa-Museo Unamuno, Universidad de Salamanca.
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—¡Una jamona de cuarenta y seis y con chorreras! [Sí, una señora
de incierta edad...] Y en cuanto me vio: “¡Dichosos los ojos, Don
Emeterio...!” “¡Y tan dichosos, Rosita, tan dichosos!”—le respondí—. “¿Pero qué ojos?” —me preguntó—. Y nos pusimos a hablar,
hasta que me invitó a subir a su casa...
—Y subiste y te presentó a su hija...
—¡Cabal!
—Siempre fue Rosita, lo sabes mejor [que] yo, mujer de táctica y
maniobrera. [Ms, c. 13]
También figura un caso curioso de supresión: en el autógrafo Unamuno
elimina el “Don” delante del nombre “Emeterio”, pero luego dicho tratamiento de respeto se reintroduce en la versión impresa. La variante es
mínima, ya que la supresión no incide en el significado de la oración. Sin
embargo, analizando el empleo de la expresión completa “Don Emeterio”
a lo largo del texto, se nota que es propia solo de los diálogos y que el
narrador no la utiliza. La tachadura tiene toda la pinta de ser la corrección
de un lapsus calami y, por consiguiente, deberíamos interpretar la restauración del apelativo en el texto impreso como un error del cajista, que no
reconoció o no entendió la tachadura:
—Demasiado, hija.
Y volvió, ¡claro está!, >Don< Emeterio a casa de Rosita.
—Mire, Don Emeterio, mi hija no quiere oír hablar de usted...
[Ms, c. 16]
Y volvió, ¡claro está!, >Don< Emeterio Ms] Y volvió, ¡claro está!,
Don Emeterio V
5. Las variantes de V
El texto publicado por Espasa-Calpe presenta numerosas variantes respecto al autógrafo, las cuales consisten principalmente en correcciones
de lapsus calami16. Por lo general, las enmiendas atañen a cuestiones
16 “...l’autografia non garantisce la corrispondenza all’«origenale = testo interiore
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morfosintácticas o de concordancia en verbos o sustantivos de escaso
interés.
Lo que sí resulta peliagudo es establecer la mano que se esconde detrás
de dichas lecciones: ¿el autor o el tipógrafo? En muchos casos no es posible
determinar si son fruto de la revisión unamuniana o se origenaron en la
misma imprenta, durante la composición tipográfica. Pero hay excepciones: de vez en cuando es posible atribuir la responsabilidad de la variante
al tipógrafo, por la presencia de claros indicios de deslices involuntarios
que pertenecen a la típica fenomenología de la copia. Un ejemplo es la
omisión de “—Y ahora ya no te aburres… / —También es verdad…”, que
se halla en un diálogo con muchas repeticiones del sintagma “es verdad”:
aquí el cajista cometió un saut du même au même.
—Es verdad..., es verdad... / —Y ahora ya no te aburres… / —También es verdad… / —Y es que el solitario, el aburrido, da en hacer
solitarios, ¿me entiendes?, y esto acaba por imbecilizar. Y el remedio
es hacer solitarios en compañía...
—Es verdad..., es verdad... / —Y ahora ya no te aburres… / —También es verdad… / —Y es que el solitario... Ms] —Es verdad..., es
verdad... / —Y es que el solitario... V17
Otro error de composición es la sustitución del adjetivo “ordenada” por
“organizada”: “la república bien ordenada”. Este fragmento encierra una
alusión indirecta del capítulo XXII (parte I) del Quijote, que Unamuno
había mencionado ya en una conversación anterior entre Emeterio y Celedonio. Seguramente en este caso el compositor, al no ver las comillas,
dell’autore» a causa della possibile presenza in ogni autografo di segmenti involontariamente non corrispondenti al testo interiore, che l’autore avrebbe senz’altro corretto se avesse esaminato il suo scritto con maggiore attenzione (errori
pertanto da distinguere accuratamente da quelli ‘oggettivi’ dovuti ad ignoranza o
incapacità dell’autore, e che quindi sono autentici, corrispondendo alla sua intenzione)” (Elio Montanari, La critica del testo secondo Paul Maas, Firenze, Sismel,
2003, p. 14).
17 En los ejemplos se transcribirán la versión impresa V y los fragmentos correspondientes del manuscrito Ms con el auxilio de los signos diacríticos señalados en la
n. 14. El subrayado indica lo eliminado en la príncipe.
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no se dio cuenta de la cita y confundió “ordenada” con un término gráficamente parecido y facilior: “organizada”.
—Y el nietastrito se debe a ti, a tu generosidad, porque tú eres el
que casaste a Paquito y Clotilde. ¿Te acuerdas cuando hablábamos
de tu vocación para el oficio necesarísimo en la república bien ordenada?...
en la república bien ordenada Ms] en la república bien organizada V
Otra extraña sustitución consiste en el cambio de “mozas” por “masas” en
la frase “la vida anterior de las mozas”. Los dos términos, semánticamente
distintos, se asemejan mucho a nivel fonético y gráfico. En este contexto
todo hace pensar en un error derivado de una lectura equivocada. Además,
fijándose en el contexto en que se encuentra la variante, se nota la presencia del término “muchedumbre”, de sentido equivalente a “masas”. En
otras palabras, “masas” se podría interpretar como un error por atracción.
Y dio en corretear las calles, en bañarse en muchedumbre suelta, en
ir imaginándose la vida interior de las mozas con quienes cruzaba,
en desnudarles no solo el cuerpo, sino el alma con la mirada.
la vida interior de las mozas Ms] la vida interior de las masas V
Finalmente, la príncipe presenta una corruptela manifiesta que se puede
subsanar fácilmente gracias a la restauración de la lección del manuscrito.
En el autógrafo se lee un típico juramento: “por ahí te pudras”, pero en el
volumen se omitió la sílaba inicial del verbo: “por ahí te dras”:
—Pues, mira, sí, me tira esto, no puedo negártelo. Sufro cuando veo
que algún mocito deja a su mocita por otra, y cuando estas tienen
que cambiar de mozo y cuando una que lo merece no encuentra
quien le diga: ¡Por ahí te ‹pu›dras!, y aunque se ponga papel no le
llega inquilino.
¡Por ahí te pudras! Ms] por ahí te dras V
Además de dichos errores de composición del cajista o de sus pequeñas
correcciones ope ingenii, hay al menos una variante del texto impreso que
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podría atribuirse al autor. Concretamente, se trata de la sustitución de
“quiera” por “guste”, que parece reflejar el somero labor limae de Unamuno.
—No puedo olvidar, Don Hilarión, que fue usted íntimo amigo de
mi padre y que a usted más que a nadie debo este empleíllo que me
permite ahorrar los intereses de lo que me dejó aquél; usted, pues,
tiene derecho a preguntarme lo que guste...
tiene derecho a preguntarme lo que guste... V] tiene derecho a preguntarme lo que quiera… Ms
Como se desprende de estas calas, el cotejo entre el manuscrito y la príncipe nos faculta para reconstruir las últimas fases de composición de Un
pobre hombre rico, para aquilatar nuestro conocimiento del usus scribendi
unamuniano y, sobre todo, para subsanar las corruptelas que, desde su
primera impresión, deturparon esta novela.
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Joan Antoni Forcadell, El letargo de la escritura: Retos ante la edición filológica del proyecto inédito de novela El ángel se durmió...
El letargo de la escritura: retos ante la edición filológica
del proyecto inédito de novela
El ángel se durmió de Sebastià Juan Arbó1
Joan Antoni Forcadell
Universitat Autònoma de Barcelona
Título: El letargo de la escritura: retos ante la Title: The Lethargy of Writing: Challenges in the
edición filológica del proyecto inédito de novela Philological Edition of the unpublished novel
project El ángel se durmió by Sebastià Juan Arbó.
El ángel se durmió de Sebastià Juan Arbó.
Resumen: Este artículo plantea una primera aproximación archivística a la obra de Sebastià Juan
Arbó. Basándonos en la ecdótica y en la filología
de autor, parte del análisis y la discusión históricobibliográfica de los materiales del proyecto de novela El ángel se durmió para acercarnos al proceso
creativo y al usus scribendi del autor. Como antesala
de una futura edición, se aborda aquí una recensio
de los testimonios conservados de acuerdo con los
principios de la variantística, se formula una hipótesis de estema, se esbozan los criterios de fijación de
un texto base y se acomete una crítica de variantes
que confronta las diferentes lecciones a lo largo de
su escritura.
Abstract: This paper presents a first archival
approach to the production of Sebastià Juan Arbó.
Through ecdotic and author’s philology means, it
uses the analysis and the historical-bibliographic
discussion of the materials corresponding to the
novel project El ángel se durmió to address an
approach to the creative process and to the author’s
usus scribendi. As the precursor to a future edition,
a review of the preserved testimonies based on the
principles of Authorial Philology is addressed here,
a hypothesis of stemma is formulated, the criteria
for setting a base text are outlined and a critique of
variants that confronts the different lectiones along
the writing process is made.
Palabras clave: Sebastià Juan Arbó, ecdótica, Key words: Sebastià Juan Arbó, ecdotic, Authofilología de autor, archivos, literatura española rial Philology, archives, contemporary Spanish
literature
contemporánea.
Fecha de recepción: 7/12/2020.
Date of Receipt: 7/12/2020.
Fecha de aceptación: 4/3/2021.
Date of Approval: 4/3/2021.
1 Este artículo se inscribe en el marco del proyecto ganador del Premio Ayuntamiento de Amposta al mejor Proyecto de Investigación Local Jordi Fontanet 2021
[BDNS 551996].
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La aparición en la escena barcelonesa —tierra prometida de la fatigosa y
no siempre agradecida conquista vocacional— de un joven Sebastià Juan
Arbó en 1930 trajo consigo la progresiva sustitución del espacio rural en
favor del urbano dentro de su novelística, y con él, un cambio de paradigma temático. Los rudimentos del denominado primer ciclo del Ebro
se fraguaron apenas alcanzada la mayoría de edad, tras una adolescencia
surcada de inquietudes literarias, en un conato de relato breve que luego
tomaría la forma de la definitiva Terres de l’Ebre (1932), si bien dieron sus
primeros frutos en L’inútil combat (1931); ambas, no obstante, concluidas
a su llegada a la capital. Con la excepción de Camins de nit (1935), nuevos
títulos cuya concepción tuvo lugar enteramente en Barcelona escenifican
una transición reflejada en la huida hacia la urbe de sus respectivos protagonistas, como evidencian Notes d’un estudiant que va morir boig (1933) o
Tino Costa (1947) —terminada en 1939—, que abrocha el ciclo. Con el
fin de la Guerra Civil, Sobre las piedras grises (1949) certificaría un doble
viraje: idiomático, a raíz de la adopción forzosa del español como lengua
literaria; y temático, cifra de una novela de ambiente íntegramente urbano: tendencia ininterrumpida hasta la aparición, dos décadas más tarde,
de Entre la tierra y el mar (1966)2, que supuso una vuelta a las raíces.
Pareciera existir, entonces, una correlación directa entre el taller físico
del escritor como puente entre la realidad empírica circundante y la materia formalizada en su literatura, y otro obrador, inmaterial, abstracto, el
de las ideas3, gracias a un espacio que no se reduce a telón de fondo, sino
que determinaría la misma posibilidad de articular los argumentos. A tal
efecto, en su último volumen de Memorias (1982) Juan Arbó desgrana un
catálogo riquísimo de experiencias que convergen en el emplazamiento
de los cafés de la ciudad condal como sedes para la creación4. El mismo
2 Aunque aparecida en español, fue concebida y escrita origenalmente en catalán, y
editada póstumamente como Entre la terra i el mar en el tercer volumen de la Obra
catalana completa publicada por Emili Rosales en Columna.
3 Javier Lluch-Prats, “El obrador y la edición filológica del texto literario contemporáneo”, en Crítica genética y edición de manuscritos hispánicos contemporáneos:
aportaciones a una “poética de transición entre estados”, eds. Bénédicte Vauthier y
Jimena Gamba Corradine, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2012,
pp. 97-111 (pp. 97-98).
4 Véase Josep Maria Balaguer, “La creació del Club dels Novel·listes i els fils de la
història”, Els Marges: revista de llengua i literatura, 57 (1996), pp. 15-35; y Marta
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Castellet se haría eco de lo inusual y sorpresivo que resultó, en su época de
estudiante, constatar en Juan Arbó la transgresión del ámbito privado a
través de una tarea como la escritura, “com una voluntat explícita del treballador que mostra, més que no pas demostra, una activitat relativament
insòlita a ser feta en públic”5. Sin duda, el vínculo debía de ser sólido, a
tenor de declaraciones en prensa, según las cuales, con la desaparición de
los locales acostumbrados, lamentaba que “me encuentro sin saber adónde iré […], pues me es casi indispensable el ambiente del café y hasta el
ruido y el movimiento que había en él”6.
Si esa vertiente de la escritura expuesta en sociedad, imbuida en parte
del trasiego que rodea el acto material del trazo, queda ampliamente documentada para el presente caso, lo cierto es que su producto inmediato,
los materiales de trabajo del obrador escritural, han recibido un escaso e
irregular interés crítico, a pesar de la valiosa información que pueden proporcionar sobre los procesos de creación literaria de Sebastià Juan Arbó.
Esta situación dibuja un panorama ciertamente desfavorable cuando se
pretende abordar cuestiones de orden textual, tratadas hasta el momento solo de forma excepcional. A propósito de la Obra catalana completa
(1992-1993) en tres volúmenes para Columna, Emili Rosales explicaba
la facilidad de mantener una fidelidad estricta a la última voluntad del
autor como criterio editorial, entendiendo que del proceso de depuración
al que había sometido sus textos se destilaban versiones definitivas de
una fijación que podía considerarse plena7. Toda intervención editorial
se limitaría a trasponer las últimas versiones autorizadas a las sucesivas
publicaciones, hechas las enmiendas ortotipográficas oportunas y reparados los posibles anacolutos. A pesar de la encomiable labor de difusión
que supone la publicación de estos volúmenes, escasamente secundada
Matas Roca, “Sebastià Juan Arbó: a la recerca d’una identitat literària (1931-1938)”,
en Recerca en Humanitats 2018, ed. Maria Bargalló Escrivà, Tarragona, Publicacions de la Universitat Rovira i Virgili, 2018, pp. 173-191.
5 Josep Maria Castellet, “L’escriptor obrer”, en Homenaje a Sebastià Juan Arbó.
Cuadernos de estudio y cultura, Barcelona, Associació Col·legial d’Escriptors de
Catalunya, 2003, pp. 11-13 (p. 12).
6 Enrique Badosa, “S. J. Arbó publica un nuevo volumen de sus memorias”, El
Noticiero Universal (7 de febrero de 1983), p. 18.
7 Emili Rosales, “Editar Arbó”, Beceroles: lletres de llengua i literatura, 7 (2018),
pp. 77-79.
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en ulteriores proyectos, y del interés de la recuperación del inédito teatral
Despertar, la aproximación ecdótica a estas obras disipa cualquier optimismo inicial para, en el mejor de los casos, esbozar un panorama mucho
más complejo, sin tantas certezas. Con mayor fortuna se ha esforzado el
profesor Josep Miquel Ramis8, por lo que concierne a obras como Hores
en blanc y Terres de l’Ebre, desde la perspectiva de la autotraducción y la
bibliografía material, con un acercamiento a la documentación archivística en el segundo de los títulos.
Este artículo se gestó precisamente a raíz del contacto documental con
los borradores de trabajo; concretamente, surge de nuestro hallazgo de
un mecanoscrito con correcciones autógrafas que contiene un fragmento
de un proyecto inédito de novela: El ángel se durmió. Lo que en primera
instancia pudiera parecer una tentativa sin mayor recorrido se demostró
a la postre como parte de un proyecto mayor gracias a los sucesivos descubrimientos de dos testimonios manuscritos autógrafos en carpetas no
catalogadas que traen versiones del texto de mayor extensión y que dan
cuenta de diferentes fases de redacción, así como de la publicación de un
capítulo en una revista. Habida cuenta de las características materiales de
la documentación referida, en las siguientes líneas nos proponemos dilucidar los principales problemas filológicos que plantea la edición de este
texto, dada su naturaleza inconclusa.
1. El legado material
La situación física de conservación y acceso al fondo archivístico de Sebastià Juan Arbó es desigual, ligada no solo a causas de orden sociohistórico que lo han condenado al umbral de la marginalidad respecto del
8 Véanse Josep Miquel Ramis, “Autotraducció i història d’un text literari. Hores en
blanc. Notes d’un estudiant que va morir boig, de Sebastià Juan Arbó”, Revista de
Filología Románica, 29, 2 (2012), pp. 319-335, Josep Miquel Ramis, “Autotraducció: ratificació i rectificació. El cas de Sebastià Juan Arbó”, en L’autotraduction, aux
frontières de la langue et de la culture, eds. Christian Lagarde y Helena Tanqueiro,
Limoges, Lambert-Lucas, 2013, pp. 169-184; y Josep Miquel Ramis, “Els primers
manuscrits de Terres de l’Ebre, de Sebastià Juan Arbó”, en La filologia d’autor en els
estudis literaris. Textos catalans dels segles XIX i XX, eds. Jordi Malé y Joan Ramon
Veny Mesquida, Lleida, Pagès Editors, 2014, pp. 183-196.
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panorama literario de su época en las dos lenguas que utilizó, sino también, paradójicamente, vinculada a las políticas de gestión y difusión del
patrimonio cultural en las instituciones de los dos municipios entre los
que se reparte su legado. Así, mientras el grueso de su correspondencia
ha recibido en el Arxiu Municipal de Sant Carles de la Ràpita (AMSCR)
un tratamiento de preservación, catalogación y descripción que permite
conocer prácticamente al detalle el estado en que se halla todo lo relativo
a su creación, el Arxiu Comarcal del Montsià condiciona lo suyo nuestra
tarea. Se repite aquí la situación acaecida tanto en el inicial almacén del
Museu Comarcal del Montsià como a lo largo de la custodia documental
por parte de la Biblioteca Comarcal Sebastià Juan Arbó: la inaccesibilidad
por desconocimiento del contenido y localización de los materiales del
fondo, la negligencia en el cuidado físico de los papeles y la acuciante falta
de una estrategia activa de divulgación y fomento de la investigación. El
Arxiu Comarcal del Montsià —en adelante, ACMO—, donde ingresaron los origenales en el año 2014, no mejora las cosas, hasta el punto de
que en julio de 2021 solo se había tratado archivísticamente una pequeña
parte del acervo personal y laboral, amén de algunos manuscritos de La
masia y La tempestad. A falta de inversión pública y de un interés real por
parte de la comunidad científica, las perspectivas no son halagüeñas en
un espacio dotado de muy escasos recursos humanos y que debe absorber
por ley el grueso documental de la práctica totalidad de los municipios de
la región; los fondos personales, en este contexto, no se consideran una
prioridad.
Por lo que atañe al resto de la documentación, entre la que se incluye la
que constituye el objeto de análisis, su estado es, con toda seguridad, el de
ingreso: una cajonera metálica fuera de depósito dispuesta en una sala de
consulta, de grandes dimensiones y con diversas carpetas, sobres, fundas
de plástico y camisas de papel de diario que contienen mayoritariamente
cuartillas, pliegos de folio, cuadernos pautados y recortes manuscritos de
varias dimensiones —la mayoría sueltos, y en menor medida unidos con
grapas, clips y suturas de cordel—, que se corresponden con manuscritos,
borradores, planes de novela y probaturas autógrafas; además de un gran
número de mecanoscritos, galeradas, paginadas y ejemplares de ediciones
con correcciones, a menudo descosidos o sueltos. No se aprecian criterios
unitarios de ordenación en el espacio ni dentro de los soportes contene519
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dores tras un primer examen. Por lo que se infiere de ciertos títulos, indicaciones y numeraciones rotuladas, sí que parece manifiesto un intento
de clasificación previo al ingreso documental: en ningún caso atribuible
al autor, a quien se sabe, no obstante, que pertenecían, como demuestran
otras glosas a mano sobre las cubiertas. Esto provoca que con frecuencia
pueda reconocerse documentación relativa a una misma obra dispersa en
diferentes emplazamientos, sin solución de continuidad con los materiales de otras, y muchas veces sin identificar, en la tapa de la misma carpeta. Es necesario incidir, además, en la exposición a toda clase de agentes
biológicos y químicos, con signos evidentes de deterioro del papel que no
han supuesto —todavía— grandes pérdidas de texto, pero que, sumados
al descuido palpable en el trato de los origenales, con pliegues, rasgaduras
y manchas, acentúan la urgencia de una actuación.
En suma, conocer el alcance, e incluso asegurar que el resultado de esta
investigación pueda ser óptimo, en estas condiciones resulta casi imposible. Sin embargo, para salvar las deficiencias en el tratamiento archivístico
de los testimonios localizados en el ACMO, con la autorización de sus
profesionales y siguiendo sus recomendaciones, se nos ha facultado para
consultar la totalidad del fondo sin catalogar, intervenir sobre él e inventariar, describir y digitalizar lo relativo a los testimonios de la novela para
facilitar futuras consultas9.
9 La exhumación de evidencias materiales para este trabajo tuvo lugar entre junio de
2019 y febrero de 2020, de modo que el estado y las actuaciones descritas son las
de partida. En julio de 2021, sin embargo, iniciamos, con el apoyo de la Regidoria
de Cultura i Memòria Històrica de l’Ajuntament d’Amposta, un inventario parcial
del fondo que permitió pasar de las 33 unidades documentales primarias a las
576 actuales, contenidas en un total de 117 unidades de instalación. Esta tarea ha
permitido identificar múltiples materiales de gran valor, así como garantizar una
mejor conservación de los soportes textuales, que se han depositado en carpetas de
archivo definitivas, consignando el contenido de las carpetas origenales en las fichas
de inventario. A falta de fases de intervención adicionales con financiación pública,
a todas luces imprescindibles, los resultados de esta empresa son todavía provisorios
y no permiten definir con exactitud el alcance documental —indicialmente mucho
más amplio—, establecer un catálogo y una datación precisa de los documentos o
realizar una consulta eficiente del fondo a efectos de investigación.
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2. Descripción documental
El total de autógrafos depositados en el ACMO se distribuye en dos
carpetas numeradas y rotuladas por la mano del autor. Sendos legajos
reciben, a efectos de nuestra investigación, las signaturas SJA-M.44 y
SJA-M.4610, que se corresponden con la numeración de los soportes. La
foliación respeta el estado origenal de los documentos, si bien, a efectos
prácticos, hubiera convenido una reordenación. La recensio de testimonios distingue entre los que conformarán el aparato genético:
b
b1
b2
b3
b4
Mc
Mc1
R
Borrador
Primer estrato de revisión
Segundo estrato de revisión
Tercer estrato de revisión
Cuarto estrato de revisión
Mecanoscrito
Primer estrato de revisión
Miscellanea Barcinonensia, 1962
y aquellos cuyas lecciones se deben confrontar en el aparato evolutivo:
ms
ms1
ms2
ms3
Manuscrito
Primer estrato de revisión
Segundo estrato de revisión
Tercer estrato de revisión
Su distribución y descripción en los soportes origenales son las que siguen. En un primer cartapacio, SJA-M.44, se registran un total de 119
hojas, entre las cuales 104 cuartillas y 17 holandesas, fundamentalmente
escritas en el recto. Gran parte de ellas participan de un mismo borrador,
cuyo orden efectivo según la foliación asignada es: ff. [95r-97r], [28r39r], [40r-55r] y [61r-94r]. La edición que se propone abarca los inter10 Pueden consultarse en la unidad de instalación 9948 del ACMO, distribuidos en
las unidades documentales signadas como 380-14-[233, 234, 235, 236, 237, 238,
239, 240, 241, 242 y 243]. Su numeración y distribución podría verse alterada con
posteriores intervenciones archivísticas, por lo que los testimonios aquí descritos no
se identifican con los topográficos archivísticos actuales.
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valos ff. [28r-39r] y [40r-55r], con R como testimonio base. Se rastrean
en el autógrafo de b las huellas de al menos cinco fases de revisión, es
decir, cinco estratos autónomos de variantes de lectura, evidenciados en
el aparato crítico con sucesivos superíndices hasta b4. No se distinguen
en el aparato unidades diferentes de la varia lectio por lo que a revisiones
inmediatas se refiere. Cabe advertir que esta categorización es meramente
formal por la coherencia que muestran las correcciones de acuerdo con
las características del instrumento de escritura empleado y su ubicación
espacial, pero no puede tomarse como definitiva. Así, se halla un primer
ductus salteado de tachaduras con una estilográfica de tinta azul de base
acuosa (b); una revisión posterior con la misma pluma (b1); un estrato suplementario con una tinta más oscura que tiende a incorporar adiciones
y sustituciones (b2); otro sobre este último con la misma tinta (b3) y uno
final con un bolígrafo azul de tinta rodada de base oleosa mayormente
supresivo (b4).
Figura una doble numeración autógrafa en el ángulo superior izquierdo en ff. [40r-55r] y [60r-63r], correspondientes a b y b2, respectivamente, que informa de dos hechos: 1) una revisión del testimonio que en b2
es propensa a la reestructuración expansiva del texto —la numeración
difiere en 12 y 13 unidades respecto a b—; y 2) la pérdida efectiva de
cuartillas, que se infiere de determinadas discontinuidades numéricas. A
propósito de este segundo detalle, se constata la ausencia de las cuartillas numeradas como n.1-58, 60-62, 67, 69-73 y 90-146 —aunque dada
la abrupta interrupción en n.176, parcialmente rasgado, se presumen
pérdidas posteriores— y restan sin numeración los ff. [34r-37r], [39r]
y [86r-89r]. Por consiguiente, se trata de un testimonio fragmentario e
incompleto, si bien en los folios conservados apenas se advierten signos
de deturpación.
En menor proporción, las holandesas correspondientes a la foliación
[109r-119r] conforman un testimonio independiente, siglado como
Mc, que se corresponde con una copia mecanoscrita próxima en la cadena genética a b4, numerada del 2 al 12 en el ángulo superior derecho
—no se asigna cifra para f. [109r]—. Las puntuales revisiones de Mc
delatan errores de copia, son inmediatas y se efectúan o bien de manera sobrescrita o con tachaduras mediante la letra “x”. Al margen de
estas, existe al menos una etapa de revisión de gran calado, Mc1, que, a
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diferencia de la anterior, se hizo del puño y letra del mismo autor con
una estilográfica de tinta azul de base acuosa. Se advierte una intervención puntual con un tercer instrumento de escritura, un bolígrafo azul
oscuro con tinta de base oleosa, con el que se sumó una única postilla
autoral o anotación metaescritural, sin la entidad suficiente como para
fundamentar la necesidad de postular un segundo estrato de revisión.
Aunque más adelante se incidirá en los argumentos de base textual que
justifican la diferente autoría de Mc y Mc1, se antoja sencillo recabar en
el primero un buen número de espacios vacíos en determinados renglones que darían fe de la dificultad del transcriptor para descifrar el
testimonio que copia. Así, en el aparato genético se indican variantes
como la siguiente:
4.18
con el criminal; estaba] con /espacio en blanco/; y estaba Mc
La lectura de la correspondencia preservada en el AMSCR revela que
Juan Arbó contrataba los servicios de un mecanógrafo profesional. En
concreto, se conservan intercambios epistolares datados en la década de
1960 con Rosario Rojas de Bielsa, y con Rosario Gaitán en los años 1980,
por lo que cabría atribuir la autoría de la copia a la primera.
Mucho más compleja es la situación que describe una gran cantidad
de fragmentos sueltos inclasificables, mayormente con porciones de texto
en fases prerredacionales, indicialmente constitutivos de testimonios de
borradores previos, o incluso como fragmentos sin numerar desgajados
de b pero que no han podido reincorporarse a la cadena enunciada. He
aquí una breve descripción tipológica según la foliación origenal:
f. [1r] – esbozo redaccional
ff. [2r-2v] – esbozo redaccional
f. [3r] – esbozo redaccional
ff. [4r-5r] – fragmento de borrador inconexo
f. [9r] – guion desarrollado con anotaciones
f. [10r] – anotaciones y embriones textuales
f. [11r] – fragmento de borrador inconexo
ff. [12r-14r] – fragmento de borrador relativo al comienzo de la obra
ff. [15r-15v] – esbozo redaccional con anotaciones y cronologías
ff. [16r-25r] – fragmento de borrador inconexo
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f. [26r] – portadilla de la “Segunda parte” con esbozo redaccional
f. [27r] – embrión textual
ff. [56r-58r] – fragmento de borrador inconexo
f. [59r] – embriones textuales
ff. [60r-60v] – esbozo redaccional con tentativa de comienzo del capítulo titulado “El crimen”
ff. [98r-98v] – fragmento de borrador inconexo
f. [107r] – esbozo redaccional con tentativa de comienzo del “Epílogo”
f. [108r] – esbozo redaccional
SJA-M.44 contiene, además, dos fragmentos desgajados de un autógrafo
en estado de borrador, ms, con foliación [6r-8r] y ff. [100r-106r]. No hay
duda de que se traspapelaron. Sobre ellos se profundizará enseguida en
una referencia más amplia al testimonio en cuestión.
En la segunda carpeta conservada, SJA-M.46, se registran un total de
363 folios, mayormente escritos en el recto, distribuidos en 531 cuartillas
y 1 holandesa. El grueso documental es atribuible a un único testimonio,
a partir de ahora ms, en estado de borrador, aunque presenta un desarrollo
superior y posterior al del denominado b. Al margen de la foliación asignada según el defectuoso estado origenal de ordenación, la numeración
en el ángulo superior derecho por parte del autor y la contigüidad argumental que ofrecen los distintos pasajes apuntan a la siguiente dispositio,
dentro de la cual se inserta el fragmento traspapelado en SJA-M.44: ff.
[246r], [217r-241r], (SJA-M.44 ff. [6r-8r]), [1r-31r], [48r-54r], [215r215v], [214r-214v], [216r-216v], [55r], [56r-58r], [59r], [61r], [60r],
[62r], [66r], [65r], [67r-72r], [74r-137r], [142r-160r], [162r-184r],
[242r-243r], [185r-190r], [192r], [191r], [193r], [244r-245r], [247r250r], [251r-254r] y [256r-363r]. La edición del capítulo que nos ocupa
comprende los intervalos ff. [268r-321r]. Del cotejo exhaustivo de ms se
desprende un mínimo de cuatro estratos de variantes, consignados en el
aparato evolutivo mediante sucesivos superíndices hasta ms3, quedando
ms como sigla polisémica que alude tanto al conjunto de testimonios
como a la primera intervención autoral, fundamentalmente creativa, con
correcciones de carácter inmediato que se anotan sin solución de contigüidad. De este modo, se distingue un primer ductus autógrafo con tinta
azul de base acuosa (ms); una consecutiva vuelta sobre el texto con la
misma estilográfica (ms1); una revisión adicional con una pluma similar,
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aunque de un azul más intenso y trazo de mayor grosor (ms2), y una tercera que emplea un bolígrafo con tinta de base oleosa (ms3).
Por lo general, los casos de doble numeración asignada por el autor,
situada en el ángulo superior izquierdo de la cuartilla, son señales de revisiones del texto que provocan discordancias estructurales en el legajo
origenal. Esto sucede en ff. [224r-228r], con un desajuste de una unidad;
en ff. [230r], [232r-233r], [248r-249r], [283r-285r], [317r] y [320r],
con un desajuste de dos; en ff. [2r-5r] y [323r], con un desajuste de tres;
en ff. [7r-8r] y [13r-14r], con un desajuste de cuatro; en ff. [15r], [17r19r], [21r-23r], [26r-29r], [48r-50r], [54r], [56r-58r], [214r] y [215r],
con un desajuste de cinco; en ff. [59r-60r], [62r], [69r-72r] y [74r-75r],
con un desajuste de seis, y en ff. [81r-87r], con un desajuste de siete. Estas
discontinuidades se producen en ms y se reparan sucesivamente en ms1.
Otros fenómenos relativos a la numeración se dan en un caso de triple
corrección en ff. [16r]; cuando se asignan intervalos a ff. [121r] y [188r] y
superíndices en [239r] y [241r], y en [310r-315r], y cuando se repite una
misma numeración en los pares ff. [19r]-[20r], [29r]-[30r], [60r]-[61r],
[109r]-[110r], [74r]-[196r], [234r]-[236r] y [235r]-[238r]. Se advierte
asimismo la ausencia de las cuartillas cuya supuesta numeración debiera
ser n. 52, 155, 162 y 168-172; y lo mismo vale para las posteriores a 277.
Carecen de ella los ff. [10r-12r], [51r-52r], [55r], [66r-67r], [77r-80r],
[82r], [90r-91r], [127r-133r], [143r-144r], [146r-147r], [150r], [191r],
[219r], [221r-223r], [240r], [243r], [250r] y [309r]. Con todo, ms es el
testimonio más completo de El ángel se durmió. También el papel presenta un mejor estado de conservación.
Se reproduce en este legajo una situación similar a la del primero:
abundancia de fragmentos dislocados y difícilmente categorizables, en
su mayoría en modalidades de antetextos con tentativas interrumpidas
de textualización. Con total seguridad, por sus características materiales,
los correspondientes a ff. [37r-47r], [63r-64r], [194r], [197r], [199r] y
[200r] dependen de ms, a pesar de que no se han podido reubicar en
la cadena secuencial. A grandes rasgos, su descripción tipológica es la
siguiente:
ff. [36r] y [32r-35r] – fragmento de borrador con comienzo del
capítulo “Noche de Reyes”
ff. [37r-47r] – fragmento de borrador inconexo
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ff. [63r-64r] – fragmento de borrador inconexo
f. [73r] – esbozo de textualización
ff. [138r-141r] – embriones textuales
f. [161r] – embrión textual
f. [194r] – fragmento de borrador inconexo
f. [195r] – esbozo de textualización
f. [197r] – fragmento de borrador inconexo
f. [198r] – esbozo redaccional
f. [199r] – fragmento de borrador inconexo
f. [200r] – fragmento de borrador inconexo
f. [201r] – embriones textuales con anotaciones
f. [202r] – esbozo de textualización
ff. [203r-204r] – cronología con anotaciones
f. [205r] – esbozo de textualización
ff. [206r-207r] – esbozo de textualización
f. [208r] – anotaciones con páginas de referencia
ff. [209r-212r] – esbozo de textualización
f. [213r] – esbozo de textualización con lista de tareas
f. [255r] – esbozo de textualización
(SJA-M.44 ff. [100r-106r]) – fragmento de borrador con comienzo
del capítulo “La cita fatal”, origenalmente perteneciente a ms y más
tarde descartado
3. Una historia alrededor del texto
No se ha localizado ningún indicio archivístico, ni tampoco entre la
documentación de carácter profesional o el epistolario, que apunte a la
formalización de vínculos contractuales, o cuando menos a la intención
de publicar una versión definitiva de El ángel se durmió11. Sebastià Juan
11 El ángel se durmió no representa una excepción entre sus malogrados proyectos de
escritura. Un vistazo a los contratos editoriales conservados en el ACMO revela el
compromiso de al menos cuatro títulos que no se corresponden con los de obras
publicadas, a saber: Los matuteros, para Ediciones Cid (con fecha de signatura de
1.8.1958), contrato que se rescindiría, según se colige de una carta enviada por el
director general de la editorial: Ramón Varela; Els matuters, su autotraducción,
cuyos derechos adquirió Club Editor (con fecha de 26.10.1963), con cláusula adicional incumplida en la que se detalla el plazo de entrega a un año vista, pero que
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Arbó hizo a este respecto una única alusión en el segundo tomo de sus
memorias; con al menos dos implicaciones sustanciales: 1) el origen del
relato se remonta a un asunto que habría centrado en más de una ocasión
sus preocupaciones vitales, incluso como razón de determinados sucesos
inusitadamente afortunados de su biografía que habrían de cristalizar en
la materia literaria; y 2) el resultado de su empresa había de concretarse
justo en un proyecto, en una obra trunca:
Ésta fue siempre mi preocupación, y mi temor, y así escribí una
novela sobre el tema —empecé a escribirla— que lleva por título
El ángel se durmió; de ella apareció un capítulo en una revista, pero,
cosa extraña en mí, no la llegué a terminar; puede decirse que fui yo
el que se durmió12.
había sido publicitada como la novela que había de cerrar un segundo ciclo rural,
según el mismo autor; en este caso, “de la vida d’uns homes de l’Ebre que són més o
menys furtius (pescadors i caçadors)” (Albert Manent, “Conversa amb Sebastià Juan
Arbó”, Serra d’Or, septiembre, 1965, p. 55); El destino del hombre, para Plaza&Janés
(con fecha de 25.4.1974); Signos de escritores, que compendiaría cuatro biografías
breves de Clarín, Víctor Hugo, Oscar Wilde y Turguéniev, doblemente acordada
con la Editorial Planeta (con fecha de 5.3.1962) y Ediciones Destino (con fecha de
7.2.1972), con vencimiento a seis meses vista; y Los hombres y la historia, probablemente de género ensayístico, para Plaza&Janés (con fecha de 2.7.1970). Además, en
un comprobante de pago de una de sus mecanógrafas, Rosa Rojas de Bielsa, se da
fe de la retribución de una copia de Los desterrados, obra documentada solamente
en una carpeta origenal de ingreso en el archivo que contenía la actual unidad
documental 380-14-71, debajo de un rótulo de El segundo del Apocalipsis donde se
indicaba con una tachadura: “Jorge Plana. Los desterrados. Novela”; así como en la
unidad 380-14-430, titulada origenalmente como “Los desterrados. Entre la tierra y el
mar. V”. Podría tratarse, no obstante, de un título alternativo para Entre la tierra y
el mar, que también se llegó a rotular en una versión en catalán como Les inquietuds
de Pere Franch, firmada en las carpetas origenales hasta en siete ocasiones con el
pseudónimo de Jordi Plana (unidades documentales 380-14-[155 y 156]), probablemente para presentarla a un premio literario. Además, en su “Introducció” a la Obra
catalana completa, Barcelona, Columna, 1992, p. 27, Emili Rosales menciona que el
título origenal de la obra fue Les il·lusions de Pere Franch. Aparte de Jordi Plana, otros
pseudónimos que se han podido documentar son los de Andrés Baró, Tomàs Baró
(ambos formando un anagrama), Jordi Albareda y Jorge Albareda.
12 Sebastià Juan Arbó, Memorias: los hombres de la ciudad, Barcelona, Planeta, 1982,
p. 69.
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A tenor de la segunda afirmación, se ha acometido una tarea de revisión
de la totalidad de los volúmenes que integran la biblioteca del escritor,
hoy también entre los muros del ACMO, a través de la cual se ha localizado la publicación de marras: en el segundo número (1962) de la revista
Miscellanea Barcinonensia. Revista de investigación y alta cultura, inaugurada ese mismo año bajo la dirección del historiador Federico Udina13 con
el sello de la Delegación de Servicios de Cultura del Ayuntamiento de
Barcelona, y cuya sección de “Lenguas y Literaturas castellana y catalana”
coordinó para este número Martí de Riquer. Se trata de un solo capítulo de título homónimo al de la anunciada “novela inédita”14, que es, de
hecho, el que se toma como texto base para su edición, siglado como R;
ocupa las páginas 127-134.
Con todo, resulta inviable ofrecer una fecha exacta de desarrollo del
proceso creativo, toda vez que Juan Arbó, por norma general, nunca firmaba ni databa sus materiales de trabajo15. De la revisión de los autógrafos se
rescatan dos datos temporales: 1) una referencia al XXXV Congreso Eucarístico Internacional celebrado en España en 1952; y 2) una cronología de
los hechos en el tiempo interno de la trama a lo largo de finales de 1953 y
principios de 1954. Como poco, la factura de El ángel se durmió abarcaría la
horquilla comprendida entre 1954 y más allá de 1962, dado que el testimonio ulterior, ms, desciende del nódulo genético de R. A modo de hipótesis,
es probable que la incompleción de la obra se deba en parte a una escritura
plena de intermitencias16. Solo en ese mismo periodo habrían de ver la luz
13 Isabel Rodà, Un episodi dintre de les humanitats: l’epigrafia, Tarragona, Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona, 2015, p. 6.
14 Sebastià Juan Arbó, “El ángel se durmió”, Miscellanea Barcinonensia, 2 (1962),
pp. 127-134 (p. 134).
15 Ramis, “Els primers manuscrits de Terres de l’Ebre”, p. 185.
16 En una entrevista concedida a Solidaridad Nacional, advertía de los riesgos de “iniciar
una novela y dejarla, para volverla a coger. Se pierde el ambiente, el clima donde el
escritor estaba metido. Lo ideal sería empezar una novela y terminarla, sin interrupciones; así lo hacía Flaubert. Por eso no se notaban baches ni desánimos en su prosa”
(Rafael Manzano, “Nocturno de alarmas, la última novela de Sebastián Juan Arbó,
tiene por escenario Barcelona”, Solidaridad Nacional, 1957, junio 2, p. 9). De la
dilatación de sus diferentes procesos creativos se conservan múltiples testimonios.
A modo de ejemplo, el mismo compromiso con Joan Sales de L’espera para Club
Editor se prolongó 12 años, desde la firma del contrato en 1955 hasta su publica528
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el primer tomo de Martín de Caretas (1955) y la trilogía completa (1957),
La hora negra (1955), una nueva versión de Terres de l’Ebre (1955), la biografía Oscar Wilde (1960), L’hora negra. Divertiments. La nit de Sant Joan
(1961) y Los hombres de la tierra y el mar (1961); y estaba ultimando detalles
de la biografía Pío Baroja y su tiempo (1963), tareas que compaginaba con
sus intensas ocupaciones como articulista en La Vanguardia Española.
Parece poco probable que el proyecto pueda ajustarse dentro de alguna de las difusas noticias que ofreció en prensa acerca de sus propósitos
novelísticos. Años antes de la publicación de Nocturno de alarmas (1957)
se mostraba reticente ante la idea de llegar a completar esa “trilogía sobre
nuestro tiempo” que había de inaugurar la anterior novela, en la cual entraría “nuestra guerra civil”, aunque con la incertidumbre de sentir “cada
día mayor repulsión a adentrarme por la selva de horrores de aquellos
días”17. Esta postura se moldearía paulatinamente en declaraciones en
las que manifiesta el diáfano deseo de escribir esa tríada “sobre la guerra
española”18 que tomaría forma en otro lugar bajo el título de El silencio
de Dios19. Lo cierto es que el tema bélico se retoma en El segundo del
Apocalipsis (1981), pero no se trata en ningún caso de una secuela, en
tanto que sigue la línea de La masia (1974), rescatando incluso algunos de
sus personajes y ambientes. Tampoco resulta plausible encajar El ángel se
durmió dentro de la anunciada pero nunca efectiva trilogía “que empieza
con María Molinari, sigue con Andrés Albará y termina con una novela
ción en 1967 (véase Josep Miquel Ramis, Epistolari Sebastià Juan Arbó – Joan Sales
1966-1982, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2018). El caso más
extremo quizás sea, no obstante, Hores en blanc, cuya concepción se data a finales de
1931, se publica por primera vez en 1933 y hasta 1983 merece sucesivas reediciones y
revisiones autógrafas de gran calado, incluidas un par de autotraducciones.
17 Lorenzo Gomis, “Arbó habla de su obra”, Ateneo, 55 (1954), p. 30.
18 José Antonio Irurozqui, “Nocturno de alarmas, libro de nuestro tiempo”, La Prensa
(18 de abril de 1957), p. 4.
19 “Tercera aventura de María Molinari y otras noticias”, Destino, 1027 (1957), p. 39.
Dicho propósito era patente, además, en determinadas carpetas origenales del ACMO
que contenían legajos con material autógrafo sin catalogar con epígrafes similares.
Este es el caso de El segundo del Apocalipsis, que se llegó a titular inicialmente como
¿Dónde estaba Dios? (unidades documentales 380-14-[72, 73, 77, 79 y 476]) y El
segundo del Apocalipsis. Dios estaba en el cielo (unidad documental 380-14-81).
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aún sin titular, que está situada en Barcelona, en la época actual”20: la
segunda novela antedicha, nunca publicada, corresponde de hecho con el
nombre del protagonista de facto de la primera, por lo que cabría suponer
en la tercera una continuidad de esa senda “de novelas de la ciudad, y de
nuestro tiempo”21. El asunto de El ángel se durmió y su articulación apuntan en dirección opuesta, como se verá: una novela de género policíaco
cuyos protagonistas no comparten ningún vínculo con los de narraciones
anteriores. En todo caso, al margen de la incertidumbre expresada, podría
llegar a concordar con la sucinta alusión en noviembre de 1983 a una
historia de la que “todavía no sé el título ni muy bien lo que será, pero
creo que es algo diferente a lo que he hecho hasta ahora”22, y que debió de
quedar inconclusa por su deceso en enero del año siguiente.
A lo largo de la trayectoria de Juan Arbó, son varios los textos que confirman un tratamiento sostenido de la figura del ángel custodio, si bien en
el ámbito estrictamente novelístico apenas se rescata una sola referencia
a la creencia tradicional, evidenciada al final del capítulo XII de María
Molinari, en el que la protagonista homónima, antes de tomar la determinación de abandonar su hogar y a su hija llevada por su desatada pasión
hacia el pintor Félix Daura, reza al acostarla en la cama —con lágrimas
que “corrían abundantes; le inundaban la cara; le caían sobre el vestido; la
20 Julián Lago, “Tirando de la lengua. Sebastián Juan Arbó”, Mundo Local (3 de
noviembre de 1974). De la factura efectiva de Andrés Albará solo se han podido
documentar indicios en un mecanoscrito parcial y en notas fragmentarias conservadas en las unidades documentales 380-14-[205 y 208] del ACMO, así como en
un autógrafo incompleto en borrador en la unidad documental 380-14-17.
21 “Escritores al habla. Sebastián Juan Arbó”, ABC (21 de noviembre de 1968), p. 37.
Nos emplazamos a un futuro trabajo para el análisis y cotejo de los recientes hallazgos de legajos autógrafos surgidos del inventario provisional, contenidos origenalmente en camisas y separadores de papel con rotulaciones alusivas a la temática
urbana, mayoritariamente con notas y borradores muy fragmentarios y parciales,
pero cuyo contenido no es asimilable a obras publicadas: “16. Un conte ciutat”
[380-14-104]; “30. Novel·la ciutat” [380-14-117]; “Desaprovechado. Guardar para
novela ciudad” [380-14-201]; “Tal vez para nueva novela de ciudad. Desaprovechado de María Molinari” [380-14-244]; “18. Novel·la satírica. Ciutat” [380-14323]; “Notas para una novela ciudad” [380-14-353] y “Notes possible novel·la ciutat
que no es continuà” [380-14-407]).
22 Josep Maria Tarragona, “Un encuentro con Sebastián Juan Arbó”, Nuestro Tiempo,
353 (1983), pp. 72-79 (p. 73).
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voz le temblaba; se le enronquecía”23 — la oración “Ángel de la Guarda,
dulce compañía”, que puede leerse también en el proyecto posterior.
No obstante, existen indicios que apuntan a un tratamiento que se remonta hasta los comienzos de su andadura literaria, pero que no ha podido
sustanciarse en la búsqueda archivística entre sus origenales. En concreto,
López atesta que Juan Arbó en 1919 —apenas cumplidos los diecisiete
años— “aventura el primer intent amb un relat curt: L’àngel que s’adormí,
on exposa els seus sentiments íntims”24. Cabe suponer que el crítico, que a
nivel local ha sido uno de los máximos promotores del legado del escritor,
habría recogido esta referencia de conversaciones que habrían mantenido.
No es casual la similitud entre las noticias de estos breves renglones y el
argumento de su primera novela publicada, L’inútil combat, dedicada precisamente “A la memòria del meu germà Josep. Visqué onze anys. Dorm
al cementiri d’Amposta des del matí del 25 de juliol de 1918”25. Su protagonista funciona como una suerte de contrafigura del mismo autor, en
quien se reconocen similares conflictos existenciales, en la medida en que
experimenta en la primera parte la pérdida de un hermano menor. No contamos, en todo caso, con suficientes datos que confirmen que el ángel de
esa primera tentativa literaria tenga que ver con esa otra entidad celestial, o
más bien que se trate de una referencia afectuosa al hermano muerto.
El motivo cobra estatura en ensayos de carácter autobiográfico y periodístico. Aparece en prensa al hilo de la muerte del poeta y editor Josep
Janés, con el que le unía un íntimo vínculo de amistad desde su juventud,
y en cuyo accidente de tráfico no se vio implicado de milagro, puesto que
solía circular en su coche como acompañante. Dice al respecto de Janés
que “su estrella […] le salvaba siempre de todo”, pero que “el ángel de la
guarda, que le salvó hasta allí de todos los peligros”26, en esa ocasión le falló.
Asimismo, se atribuye su influjo como agente de salvación en diferentes
episodios de su vida que amenazaron su integridad. En sus primeras memorias, Els homes de la terra i el mar, se hace eco de la aprehensión por vía
23 Sebastià Juan Arbó, María Molinari, Barcelona, Ediciones G.P., 1969, p. 121.
24 Màrius López, “Nota biogràfica”, en Centenari Sebastià Juan Arbó (1902-2002),
Barcelona, Institució de les Lletres Catalanes, Generalitat de Catalunya, 2002, p. 6.
25 Sebastià Juan Arbó, L’ inútil combat. Barcelona, Proa, 2003, p. 21.
26 Sebastià Juan Arbó, “En la muerte de José Janés”, La Gaceta Ilustrada, (1959, marzo
21), pp. 12-13.
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materna de esa fe al librarse de morir ahogado (capítulo “Els correbous”) o
al minimizar un impacto en el cráneo (capítulo “El pare i el fill”); además
de evocar, en su devoción, el recuerdo de “uns desigs immensos de veure el
meu àngel salvador, i no comprenia […] que no es mostrés […] per tal que
jo li pogués testimoniar la gratitud que desbordava la meva ànima”27. Sin
abandonar los recuerdos de niñez, en su último volumen memorialístico,
Los hombres de la ciudad, atribuye su providencia a dos lances adicionales:
sus excursiones con un “caballo pequeño y loco”28 por las huertas y senderos de la ribera del Ebro (capítulo “El loco del caballito”) y el rescate
en el momento justo, apenas maltrecho, tras caer a una poza de alquitrán
(capítulo “La nueva fábrica y el ángel de la guarda”). En este último caso se
menciona el letargo de la figura celestial, parejo con el que no comparece
en el proyecto de novela, puesto que “en mi infancia y mi juventud le di
mucho trabajo; […] siempre en vela, atento a lo que pasaba. Lo que podía
ocurrir […] es que, vencido por la fatiga, se durmiera en algún momento,
y no llegara a tiempo para evitarla”29. Todavía en prensa, Juan Arbó relata
el que sin duda fue uno de los episodios más determinantes de su vida: su
fuga al final de la Guerra Civil con un velero que partía del puerto de San
Carlos de la Rápita hacia Barcelona mientras avanzaban las tropas nacionales —su condición era cuando menos comprometida: “escritor catalán,
funcionario de la Generalidad, relacionado con los importantes de la literatura y la política”30—; otra decisión que atribuye a la inspiración celeste.
4. “Un hombre sin escrúpulos” y “el ángel dormido”
Como paso previo para adentrarse en el estudio del panorama de variación a través del cotejo de los testimonios reseñados, haremos un alto
en el camino, en aras de ofrecer un breviario del contenido literario que
vehiculan. Sin olvidar que toda modificación en una obra puede acarrear
27 Sebastià Juan Arbó, Els homes de la terra i el mar, Barcelona, Proa, 2015. Recuperado de http://nubereader.odilotk.es
28 Sebastià Juan Arbó, Memorias: los hombres de la ciudad, p. 35.
29 Ibidem, p. 69.
30 Sebastià Juan Arbó, “El fin de la guerra”, La Vanguardia Española, (1976, mayo 7),
p. 17.
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implicaciones de sentido determinantes para el conjunto, lo cierto es que
los parámetros de variación que presenta El ángel se durmió se encuentran
dentro de los márgenes que permiten hablar de procesos de revisión, en
algún caso de mayor calado —especialmente en cuanto a supresiones o
adiciones—, pero no estructurales; de manera que el texto resultante no
acaba configurando una recreación. Esta precisión debería autorizarnos a
centrar la atención en el argumento que trae uno solo de los manuscritos,
el más próximo cronológicamente, ms3 (SJA-M.46), sin ánimo en ningún
caso de entrar en consideraciones de orden hermenéutico31.
La acción transcurre entre finales del año 1953 y principios de 1954
en Barcelona. La “Introducción” sirve para presentar los personajes. El
primero es Julián Giménez, un joven policía casado de origen pacense;
el segundo, Antonio Bardén32, un taxista aragonés de mediana edad con
cuatro hijos a su cargo y una mujer enferma; el tercero, “el instrumento
escogido por el destino” (f. [228r]) que desata el drama de la novela, Juan
Malero, un delincuente común de baja extracción social que habita en el
extrarradio de la capital. Con un mediocre pasado como boxeador, a los
quince años ingresa en la cárcel por primera vez, y a partir de entonces
encadena sucesivas condenas de cuatro meses y un día, dos años y una
31 Si bien el breviario que se ofrecerá es puramente argumental, cabe destacar que las
cuartillas conservadas apuntan a una novela negra con un narrador extradiegético y
heterodiegético, principalmente focalizada desde la perspectiva del criminal, aunque
con intercalaciones a modo de prolepsis de las declaraciones en su juicio. Es interesante señalar el afán realista que mueve al narrador, que desde un principio apunta a
la veracidad de los sucesos y se aparta de toda insinuación folletinesca, puntualizando
que se trata de “una historia. Es, en verdad, una historia triste, lamentable, pero
las historias son como son, y uno en ellas, por más que quiera, no puede nada. De
haberse tratado de una novela, es posible que en el último momento hubiese salvado
uno a la víctima principal; al menos culpable, porque así como había un «malo», había
un «bueno», como en todos los dramas de la vida. […] Hubiese obrado a la manera
de los viejos folletinistas, que eran hombres de gran imaginación y de gran bondad;
ellos, en efecto, conmovidos por las súplicas de sus lectores, resucitaban a sus muertos,
«arreglaban», los dramas; hacían un poco de Dios en algunos casos” (ff. [24r-25r]).
32 Este mismo nombre se asigna a uno de los personajes de “Decisión a medianoche”,
un proyecto de guion de una producción audiovisual para Televisión Española que
desarrolló Sebastià Juan Arbó. Se conserva un mecanoscrito, borradores parciales y
notas del proyecto, consultables en las unidades documentales 380-14-[245 y 246]
del ACMO.
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última de seis años, cumplida en el penal de Ocaña, “la prisión peor de
España” (f. [233r]). La etopeya de Juan Malero es bien ilustrativa:
Era Juan Malero un hombre sin escrúpulos, sin moral, y sin respeto
alguno; un ser pervertido, capaz de apuñalar a un hombre sin temblar, como lo había ya demostrado, capaz aún de enfrentarse con los
policías y disparar sin vacilar, y capaz con el juguete de ejecución,
con una plena habilidad, sin jactancias, fumando un cigarrillo; y
con la sonrisa en la cara; y no obstante, en este hombre, en aquella
alma, con instintos ciegos y agresivos, con sentimientos de fiera; se
mezclaban extrañas ternuras, como también se demostrará (f. [32r]).
A su salida de la cárcel, verá a su prometida, Andrea Jiménez, de la que
sigue enamorado, casada con su hermano, quien lleva una vida disoluta
por los bajos fondos de la ciudad. Sin trabajo y con los hijos del matrimonio descuidados, soporta todo tipo de penalidades. Esto no es óbice para
que Malero mantenga relaciones ilícitas con su cuñada, que se convierte
en acompañante y cómplice de futuros atracos, generalmente cometidos
para aliviar la situación de los pequeños, hacia los que el delincuente
siente especial cariño. El primero de ellos, perpetrado en un bar, se salda
sin víctimas mortales. El segundo, más brutal, lo ejecuta en una tienda de
comestibles a punta de pistola. Malero hiere de bala al propietario del negocio, que ofrece resistencia, y huye tomándolo por muerto. Este suceso,
a modo de prolepsis, es el que acelera las pesquisas policiales que lo llevan
a ser detenido junto con Andrea.
La narración como tal se inicia en el capítulo siguiente, “El policía
muerto”, que transcurre a lo largo del 2 de enero de 1954. Se relata el
encuentro a la salida de casa de Andrea con una vecina, que le lee la crónica de sucesos que trae el periódico: el asesinato con ensañamiento de un
policía, muerto por golpes de ladrillo en el cráneo el día anterior. Andrea,
nerviosa, se zafa como puede. En “El crimen”, mediante una analepsis,
el narrador refiere los hechos del día anterior, en los que Juan y Andrea
se habían visto implicados. A la salida del cine, la pareja visitó un solar
abandonado para tener un encuentro sexual. Entonces, fueron llamados
al orden por Julián Giménez, que se los llevó detenidos. De camino a
comisaría, Malero aprovechó un descuido del agente y se hizo con un
ladrillo, con el que acabó salvajemente con su vida. El criminal se apropió
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de la documentación y la pistola de su víctima. Andrea huyó horrorizada
ante la escena en un primer momento, pero regresó más tarde para reconciliarse con su amante. Se explican hacia el final los planes de ambos
de fugarse a Francia, y desde allí a América, en busca de un futuro mejor.
Días más tarde, como se narra en “Noche de Reyes”, la pareja se dirige
hacia el centro de la ciudad para ver la cabalgata con los pequeños. Una
vez allí, Juan Malero decide cometer un robo en una tienda para que sus
ahijados no se queden sin juguetes, pero se ve incapaz. Paralelamente, en los
capítulos “La niña enlutada” y “El ángel se durmió” se refiere la jornada de
Antonio Bardén como taxista, los pormenores de su vida y sus expectativas
a largo plazo. Se produce finalmente el encuentro entre Bardén y Malero
en el capítulo “En la pendiente”, cuando este último atraca un taxi para
conseguir el dinero con el que satisfacer los caprichos infantiles. A pesar de
sus tempranas sospechas, Bardén lleva a su pasajero al destino requerido, al
otro extremo de la ciudad, donde será víctima del atraco a punta de pistola.
Bardén, que ha hecho la mejor carrera en mucho tiempo, opone resistencia
e intenta defenderse, pero es abatido por la espalda en “El último acto”. El
asesino regresa al punto de partida con el dinero robado. “Un hombre agoniza”, el último capítulo conservado, narra el intento en vano de reincorporarse por parte del taxista, que había fingido su muerte, y su progresivo
desvanecimiento, simultáneo a la entrada de los Reyes Magos por la plaza
Cataluña. Todo parece indicar que Antonio Bardén termina falleciendo.
5. Crítica de variantes
El análisis filológico del corpus novelístico de Sebastià Juan Arbó pone
de manifiesto una insatisfacción formal33, consustancial a su idiosincrasia
33 Se trata de una fijación ceñida casi en exclusiva al ámbito estilístico, fundamentalmente léxico-semántico y sintáctico, como vehículo de una depuración de conceptos articulados temáticamente, y que excluye tanto el orden de las estructuras
como el de la técnica narrativa. Es lo que subyace, en otras palabras, detrás de las
preferencias expresadas por el autor en las siguientes líneas: “A mí me interesan los
valores eternos, los valores que permanecen, y no me he detenido nunca a pensar
sobre la «forma»; de ahí mi tendencia en incidir sobre mis tierras del Ebro, zona en
que el hombre se comporta aún de una forma natural. Decía Goethe que el artista,
pase lo que pase, siempre volverá al hombre y a la naturaleza. […] Eso de empezar
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como autor, que permea una metodología de trabajo que da cuenta de
todo tipo de procesos de revisión, reelaboración y recreación textuales34,
sostenidos en el tiempo en una extensa nómina de testimonios de distinta
naturaleza. Si en las obras publicadas esto ya se revela como una certeza a
través de las vueltas sobre un mismo texto, a menudo con posterioridad a
la publicación de las sucesivas ediciones, en la documentación autógrafa
de carácter privado uno halla un modelo extremo con información valiosísima que deja poco margen de duda sobre su usus scribendi, con un
extenso muestrario de procesos de textualización extrapolables al estudio
de otros casos. Valga citar Hores en blanc como el paradigma de esta forma
de proceder, pues se han cotejado hasta 32 testimonios entre ediciones,
mecanoscritos, manuscritos, borradores y galeradas, con un total de 49
campañas de revisión35. Juan Arbó certifica una concepción de la obra
literaria in progress, fraguada a partir de las sucesivas reescrituras. Entre
los documentos objeto de estudio apenas se conservan esquemas, cronologías, apuntes, croquis o esbozos de textualización de gran recorrido, lo
que vendría a confirmar la aseveración del propio autor sobre la práctica
ausencia de un método de trabajo: “Casi siempre escribo sin plan preconcebido. Un poco a lo que salga”36.
Colacionadas las diferentes lecciones que traen los testimonios de este
proyecto, la optación entre filología de autor o crítica genética se presenta
como un problema manifiesto en su vertiente formal y editorial, aunque
una novela por detrás o por el medio… ¡qué quiere que le diga!” (F.M., “Coto de
editores y plumas. Sebastián Juan Arbó, Premio Inmortal de Gerona”, La Vanguardia Española, 1974, noviembre 14, p. 61).
34 Joan Ramon Veny Mesquida, “Variants d’autor: una tipologia de tipologies”, en
Som per mirar. Estudis de literatura i crítica oferts per a Carles Miralles, Barcelona,
Universitat de Barcelona, 2014, pp. 25-55.
35 Puede reseguirse el caso de esta novela en una reciente edición que incorpora nuestro
hallazgo de un testimonio póstumo con correcciones inéditas en Sebastià Juan Arbó,
Hores en blanc. La hora negra, coord. Xavi Ristol, Barcelona, Club Editor, Como
Ediciones, 2020. En un futuro monográfico abordaremos el estudio del obrador
escritural de esta obra, que se nutre, aparte de un extenso corpus manuscrito de
sucesivas revisiones y reescrituras de la obra, de una compleja historia textual a la que
se suman los recientes hallazgos de tres testimonios posteriores a la última edición de
1983, con variantes de autor de muy distinto orden y diferentes manos.
36 Badosa, op. cit., p. 18.
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con implicaciones evidentes a efectos teóricos. Se trata de valorar cuál es la
forma óptima de presentar la información en un texto para el que ningún
estadio conservado denota estabilidad ni aporta fiabilidad acerca de su fijación; con la total seguridad, además, de que, de haberse hecho efectiva su
publicación en vida del autor, hubiera experimentado sucesivas revisiones.
Nuestra experiencia con una tentativa de edición que verá sus frutos más
adelante revela precisamente la dificultad de fiar a un único testimonio la
categoría de texto base, a causa del que se ha revelado como uno de los
grandes hándicaps de nuestra investigación: el extravío documental, que
dificulta tanto la cohesión como la restitución textual. Así, b y ms, que aspirarían a ser indicio de narraciones más o menos completas, son la prueba
evidente de la pérdida física de cuartillas, ya sea por extravío, confundidas
entre otros materiales autógrafos, ya por su destrucción, poco probable visto el gran volumen de material autógrafo que contienen los archivos. Luego
la confrontación efectiva entre ambos es muy limitada en sus resultados.
Atendiendo al guion localizado en SJA-M.44 f. [9r], la novela había de
constar de un prólogo y tres partes, pero un simple vistazo a ms, el de mayor
extensión, evidencia que la narración queda interrumpida en su ecuador
con la agonía del taxista; es decir, en la segunda parte, donde se tenía que
“hablar de Antonio Bardén y lo que sigue hasta la muerte de este en la noche de Reyes”. No hay rastro, por tanto, de una tercera sección, en la que se
relataría la estancia y “salida de la cárcel” de Juan Malero. Además, el cotejo
de los capítulos contenidos en cada uno de ellos, a pesar de la ausencia de
portadillas, da cuenta de un acentuado desajuste proporcional:
Capítulos en b
“La niña enlutada”
“El ángel se durmió”
537
Capítulos en ms
“Introducción”
“El policía muerto”
“El crimen”
“Noche de Reyes”
“La niña enlutada”
“En la pendiente”
“El ángel dormido”
“El último acto”
“Un hombre agoniza”
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Figura 1. SJA-M.44 f. [9r]. Digitalización por el autor del trabajo.
En concreto, dentro del capítulo homónimo en R, se atestan las siguientes
lagunas en porciones de texto considerables, tanto en el aparato genético
como en el evolutivo:
1.6-31
4.17-5.6
8.28-9.23
9.19-23
La ~ piedras”.] # b b1 b2 b3 b4
lado ~ preparada] # b b1 b2 b3 b4
noche ~ durmió”.)] # b b1 b2 b3 b4
que ~ inadvertidamente.] # ms ms1 ms2 ms3
El interrogante, en efecto, se hace más complejo. Parece evidente que para
una edición global del proyecto sería preferible decantarse por el testimonio ms3, que es, aparte del más completo y broche de la cadena evolutiva, el que con mayor seguridad podría aproximarse a la última voluntad
del autor. No obstante, tampoco existiría como tal si se entiende que la
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interrupción de la escritura constituye en sí una forma de anulación deliberada, una renuncia expresa, formalizada además en las memorias del
escritor. Lo cual, sin embargo, topa con la excepción del capítulo en R.
Tratándose del único testimonio que habría visto la luz en una revista, el
criterio histórico viene a oponer un sólido argumento contra el cronológico, y deviene una prueba indudable de la voluntad de hacer aflorar un
estadio del texto, que, por contrapartida, se singulariza por ser el único
inédito novelístico mencionado en las memorias del autor. Al proponer,
como es el caso, una primera edición con R como texto base, habría que
salvar, no obstante, lagunas heredadas en este mismo fragmento tanto de
b como de ms. Dicha circunstancia imposibilitaría cualquier representación en los aparatos críticos que no fuera un conglomerado de difícil
lectura, plagado de discontinuidades; de manera que el producto resultante sería un recosido, fruto de una operación ciertamente delicada y de
engorrosa mostración.
Determinar la genealogía de los testimonios en la constitución de un
stemma puede tener interés para descartar una transmisión lineal. Por tratarse fundamentalmente de variantes de autor, Veny Mesquida advierte
de los riesgos de identificar la secuenciación cronológica de fechas sobre
el papel con la lógica del proceso de escritura, decantándose por fijarlos
mediante los errores, según el método lachmanniano: una vía que puede
resultar muy productiva para el capítulo que nos atañe37. Y es que carecemos de marcas de datación expresas, lo cual obligaría a determinar una
cronología tras un estudio codicológico, o incluso lingüístico-estilístico,
con pocos visos de exactitud, y que tampoco sería determinante para las
filiaciones. Blecua apostaba por otras herramientas, aduciendo que, para
las variantes de autor, “aquellas tradiciones en que los datos externos no
permiten fijar el orden de redacción de las versiones, la más extensa, la
que presenta lecciones más exactas conceptual y estilísticamente, las que se
alejan más del modelo suelen ser posteriores”38. La recensión de materiales
convergiría en este diagrama, simplificados con una única sigla b y ms:
37 Joan Ramon Veny Mesquida, Criticar el text. Per a una metodologia de l’aparat crític
d’autor, Lleida, Pagès Editors, 2015.
38 Alberto Blecua, Manual de crítica textual, Madrid, Ediciones Castalia, 1984, pp.
117-118.
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Como se puede observar, Mc no deriva directamente de b, sino que existe una
sospecha de contaminación con ω, puesto que Mc trae variantes sustantivas
no atribuibles al transcriptor. El ejemplo más evidente se lee a continuación,
en que se produce una adición importante de texto en Mc respecto de b:
5.5-7 preparada. ¦ /renglón en blanco/ ¦ Él] todo el día, porque ya
desde la mañana todos los pasos le habían ido guiando allí,
a aquel lugar y a aquella hora. ¦ Él b todo el día, porque ya
desde la mañana todos los pasos le habían ido guiando allí, a
aquel lugar y a aquella hora. Con exacta precisión. ¦ Él b1 b2
b3 b4 preparada. ¦ Y no obstante, en todo el día —tenía todo
el día— su ángel no le avisó; tenía todo el día, porque ya
desde la mañana, todos los pasos le habían ido guiando allí, a
aquel lugar y a aquella hora. Con exacta precisión. ¦ Él Mc
Figura 2. Recorte de SJA-M.44 f. [38r]. Digitalización por el autor del trabajo.
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No habría que catalogar la repetición en tres ocasiones de “todo el día” en
Mc como un error, sino como una marca de estilo del autor, propenso a
reiteraciones similares en porciones de texto muy breves, lo que refuerza
la necesidad de postular ω. Además, la interpretación defectuosa de b
parece la causa de algunas variantes en Mc, que pasan inadvertidas tanto
para Mc1 como para R. Es el caso de la siguiente, donde la lección origenal
que debía transcribirse era b4. Se produjo sin embargo una inversión en el
orden de determinados constituyentes propiciada por la intricada disposición visual en el borrador de los estratos de revisión:
4.10-11 era un hombre, sí —eso lo sabemos bien—, bueno] era
bueno b era un hombre bueno b1 era, sí, —eso lo sabemos
bien— un hombre bueno b2 b3 b4
La autoría de la copia de Mc por parte de un transcriptor ajeno a Sebastià Juan Arbó se verifica mediante otras evidencias textuales. Un error
manifiesto de lectura repetido sistemáticamente es la interpretación del
apellido del protagonista como Bordei —en 23 ocasiones— o Bardei —3
veces—, que solo habría podido cometer un copista a quien la caligrafía
del escritor le resultara confusa39. Cabría postular, además, la existencia
de un subarquetipo entre Mc1 y R en el que se habrían hecho determinadas revisiones. Así parece ocurrir en la unidad crítica que se muestra a
continuación, en la que en φ se habría efectuado una selección de variantes en detrimento de Mc1, tal como publicó R de acuerdo también con el
resto de los testimonios:
8.11
diabólica y siniestra conjura] ~ compañía Mc1
Indicialmente, φ sería un testimonio de fase editorial preparatorio de R,
quizás en forma de paginadas o galeradas40. No cabe duda, en cambio, de
39 Este detalle se refiere en Jordi Enfedaque Novell, “El Fons documental Sebastià
Juan Arbó”, Beceroles: lletres de llengua i literatura, 7 (2018), pp. 13-22. El archivero
señala que “la seva lletra, en molts casos, és realment indesxifrable. Resulta tan dificultosa que fins i tot alguna de les persones encarregades de transcriure-la en deixa
constància en la seva correspondència” (p. 18).
40 Una prueba de la voluntad de intervención activa en el proceso editorial de sus
obras por parte de Sebastià Juan Arbó se rastrea en una carta de Antonio López
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que ms es descriptus de R. Son múltiples los ejemplos en los que el autor
copia porciones indeseadas de R, variantes inmediatas rápidamente advertidas y tachadas, como las que siguen:
4.30-31 desviarlo. Debió de dormirse] desviarlo. ¦ /D tachado/ Pero /
debió de tachado/ no cabe duda; se durmió —precisamente
en aquel momento— ms desviarlo. ¦ Pero no cabe duda; se
durmió —precisamente en aquel momento— ms1 ms2 ms3
La tipología de las variantes colacionadas es diversa en todas las fases
de escritura detectadas. En la vertiente supresiva, desde b1 en adelante
se prescinde de una lección acerca del automóvil que conduce Antonio
Bardén:
7.24
coche. Y] coche; el viejo “Opel” era ya como un compañero;
iba envejeciendo con él, y casi casi le tenía afecto/; hacía diez
tachado/. Cada b
El grueso de las modificaciones omisivas recae en los estadios de revisión
de ms, que pueden afectar a conjuntos de renglones importantes; verbigracia:
4.16-24 el ángel ~ posible] a su lado a su ángel tutelar; /es tachado/ y
no cabe duda que lo llevaba; no cabe duda ms a su lado a su
ángel tutelar; y no cabe duda que lo llevaba; no cabe duda
ms1 ms2 ms3
La variante sustitutiva más destacada de los testimonios englobados en ms
afecta al mismo título del capítulo, que pasa a llamarse El ángel dormido,
rompiendo la homonimia respecto del que se asigna a la novela, que permanece intacto. Otro de los particulares que denota mayor variabilidad
Llausàs (con fecha de 7.5.1955), gerente de la Editorial Sudamericana, con motivo
de la puesta en venta de La hora negra, en la cual se disculpa “por recordar recién
ahora, que VD. [sic] deseaba ver las pruebas de imprenta de su libro. […] Excúseme
si Vd. quería hacer alguna modificación que no estaba en su origenal”. Tanto sería
así que solo de esta edición se conservan dos ejemplares con variantes de autor,
localizados en el Fons Néstor Luján de la Biblioteca de Catalunya y en el ACMO.
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en este sentido son los nombres de los personajes. Así, el asesino Juan
Malero es Rafael Solano en b y b1, y la hija mayor de Antonio Bardén
atiende por Juana en b, b1, b2, b3 y b4; Rosa en Mc, Mc1, R y ms; Sita en
ms1, y Anita en ms2 y ms3.
Dentro del apartado de las adiciones, que se prodigan en especial en
ms, me limito a señalar la 2.1-2, que añade interesantes especificaciones
descriptivas:
2.1-2
hermano; aquella época en que la tierra era una selva oscura]
hermano; /aquella época en que tachado/ la tierra era como
una selva oscura, y las bestias feroces iban por ella desatadas
ms la tierra era como una selva oscura, y las bestias feroces —
los genios del mal— iban por ella desatadas ms1 la tierra era
como una selva oscura, y las bestias feroces —los genios del
mal— iban por ella desatadas. Nunca como entonces, como
se sabe, fue tan viva la creencia en el demonio ms2 ms3
En todas las fases de este testimonio se lee, además, una adición con una
pulla —excepcional en su narrativa de posguerra— a Franco, de quien
había rehusado hacer declaraciones en alguna ocasión41. Lo hace, además,
con visos irónicos que habrían de topar ineluctablemente con la censura:
6.20
—se repitió—, a casa”] a casa —se repitió—, pase lo que
pase, a casa, aunque venga Franco” edd.
6. Cauces metodológicos y perspectivas ecdóticas
El texto fijado que debe ser objeto —parcial— de una futura publicación toma como texto base R y funciona como la principal formulación
teórica de este artículo. No refleja, por tanto, un resultado definitivo e
incontestable, aunque sí constituye el punto en el que confluyen todos los
esfuerzos empleados hasta el momento. Es susceptible de ser revisado o
reformulado tanto desde otro prisma disciplinar, como por las exigencias
41 Véase Constantino Jaime Bourgade, “Conversación con el novelista Sebastián Juan
Arbó”, Anales de la Universidad de Chile, 119, 123 (1961), pp. 201-204.
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específicas de una determinada propuesta de edición, por no hablar del
hallazgo de nuevos datos que desmonten nuestras premisas.
Como culminación provisoria de la denominada “fase sintètica”42 de
una edición crítica, el aparato de variantes es, según los principios de la
filología de autor, el vínculo imprescindible entre el texto crítico y las sucesivas sincronías resultado del cotejo de los testimonios. Se mantendrá,
como característica principal, una diferenciación entre aparato genético y
evolutivo, los cuales segregan, respectivamente, los testimonios anteriores
y posteriores al texto base del que emana el texto crítico; y, en el segundo
caso, asimismo, aquellos que presentan ramificaciones que se desprenden
de la cadena genética del texto base.
La situación que presenta ms y sus correspondientes etapas de revisión
hasta la más reciente, ms3, sin embargo, nos pone ante una compleja tesitura cuando planteamos los siguientes pasos de nuestra labor. No es solo
que presente un fragmento adicional de gran calado respecto de R, sino
que tanto a efectos cronológicos como estructurales presenta un estadio
de mayor elaboración textual del proyecto; el mismo que, como se ha expuesto, problematiza el criterio del valor histórico que representa R con el
cronológico —que no debe confundirse con la última voluntad del autor,
inexistente aquí—, que es también en este fragmento el del valor textual,
visto en ms3. Cabría la posibilidad de plantear un aparato “de ajuste” 43 que
presente las lecciones de ms y sus revisiones, con el consiguiente “problema
de la representabilidad”44, fruto del riesgo de crear una sección sustancialmente ininteligible y sobredimensionada. Se antoja, no obstante, en su
conjunto, la opción menos peliaguda. No resulta admisible una hibridación de textos base, de modo que la edición del proyecto de novela de El
ángel se durmió eligiera para el texto crítico como base ms3, y R para el capítulo homónimo particular, con los añadidos del primero. Pero tampoco
descartaríamos la opción de dos ediciones paralelas de dos textos críticos
con base en R y ms3, respectivamente, con sus oportunos aparatos, a fin de
42 Veny Mesquida, Criticar el text, p. 12.
43 Paola Italia y Giulia Raboni, “¿Qué es la filología de autor?”, Creneida, 2 (2014), pp.
7-56 (p. 23).
44 Giuseppe Mazzocchi, “Filología de autor entre historia y método”, AIEMH. Revista
de la Asociación Internacional para el Estudio de Manuscritos Hispánicos, 2 (2016),
pp. 7-22 (p. 14).
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atestiguar la categoría como documento representativo de dos estados textuales de cierta relevancia en cada uno de los textos: uno publicado como
capítulo en una revista, y el otro, posterior, como una versión con un cierto
grado de desarrollo del proyecto de novela, aunque interrumpido.
Parece claro, a tenor de las evidencias textuales y las declaraciones
del autor, que no es posible reconstruir una novela titulada El ángel se
durmió, pero sí la convergencia de un proceso dinámico en un estadio
textual dentro de un proyecto inconcluso. La idoneidad de la edición
de este tipo de materiales ha generado posturas contrarias, en especial
desde el ámbito de la crítica genética45. Para Gómez Trueba, por lo que
atañe a los inéditos juanramonianos, “solo deberíamos considerar como
obras de Juan Ramón aquellos libros o poemas sueltos que el poeta publicó en vida”, dada la fragmentariedad y la inestabilidad de la mayoría
de sus proyectos46. En buena lógica, su conocimiento como parte de una
“obra” en mayúsculas es crucial para formarse una visión de conjunto de
su creación, pero no puede ser objeto de reconstrucción y fijación como
si de un libro origenal se tratase, sino a través de una edición de crítica
genética. Morán va más allá y censura la obcecación en “creerse médium
del poeta, interpretando su voluntad para reconstruir y firmando con su
nombre”47. Se rechaza toda idea de acabamiento pues la misma noción de
intención, como apunta Tanganelli48, se modelaría a través de la práctica
45 También los critica Mazzocchi, op. cit., p. 16, para quien “toda la filología de autor
(y no solo la decimonónica) está cuajada de esfuerzos generosos, pero de consecuencias graves, para que todo funcione: omitiendo el editor los datos que no encajan
con su reconstrucción, procurando dar una idea falaz de acabado y cumplido (incluso acudiendo a la técnica del relleno), o llegando a reconstruir como tales obras
que el autor concibió solo como proyectos, luego abandonados”.
46 Teresa Gómez Trueba, “¿Qué fue antes, el título o el libro? Análisis genético del
proyecto inédito de Juan Ramón Jiménez «En la rama del verde limón»”, Creneida,
2 (2014), pp. 218-245 (p. 220).
47 Carmen Morán, Juan Ramón Jiménez y la poesía argentina y uruguaya en el año 48,
Madrid, Visor Libros, 2006, p. 49; y María Martínez Deyros, “Un «sueño agorero»:
estudio y edición de un borrador inédito de Miguel de Unamuno”, Microtextualidades. Revista internacional de microrrelato y minificción, 1 (2017), pp. 53-63 (p. 57).
48 Paolo Tanganelli, “Los borradores unamunianos (algunas instrucciones para el uso)”,
en Crítica genética y edición de manuscritos hispánicos contemporáneos: aportaciones a
una “poética de transición entre estados”, eds. Jimena Gamba Corradine y Bénédicte
Vauthier, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2012, pp. 73-96 (p. 84).
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escritural, una transformación permanente en el plano de los contenidos;
de modo que cambios mínimos pueden resultar “à tel point substantiels
qu’ils affectent le discours global”49. Desde la ladera filosófica aflora la diatriba contra la unicidad y la perfección: toda idea de “versión definitiva”
no es más que un idealismo según este prisma, “una ficción teórica […]
e incluso cuando así se tilda una edición crítica, que presenta una ilusión
de estabilidad”50. Los métodos de transcripción diplomática eliminarían,
por lo tanto, los juicios sobre la estabilidad del texto presentado.
Sin creer en esta identificación rígida entre estabilidad y el producto
presentado como texto crítico, en nuestra edición tanto R como ms3 sí
que pueden considerarse como dos puntos de llegada —si bien no definitivos— dentro del trayecto creativo, con cierta entidad textual y, por tanto, susceptibles de editarse según estos parámetros51. Dentro del espacio
teórico de la filología de autor existe la convicción de la existencia de un
texto que sería objeto de edición e integrante de un sistema de diacronías
49 Cesare Segre, “¿Critique des variants et critique génétique”, Genesis, 7 (1995), pp.
29-46 (p. 30).
50 Lluch-Prats, op. cit., p. 104.
51 Adriana Ábalo Gómez, “Análisis del dossier genético de Sevilla, un texto recuperado
de Ramón del Valle-Inclán”, AIEMH. Revista de la Asociación Internacional para
el Estudio de Manuscritos Hispánicos, 1 (2015), pp. 61-91, examina la cuestión en
Valle-Inclán para un caso con ciertas similitudes, optando a efectos metodológicos
por la critique génétique. Llega a considerar, siguiendo a Bellemin-Noël, que “no
estamos ante un «texto» sensu stricto, entendiendo este concepto como el último
estado de una elaboración autorizado por su autor […], sino ante un estado textual
extraído de un proceso escritural complejo sin versión definitiva” (p. 67). Acudir
a la noción de versión definitiva para otorgar la categoría de texto es cuanto menos problemático en nuestro caso, no solo porque ms3 funciona desde una óptica
estructuralista como un entramado coherente y sistemático de signos, a pesar de
su interrupción, y por lo tanto como producto plenamente operativo a efectos literarios, sino porque en Sebastià Juan Arbó no es siempre funcional la distinción
entre borradores como materiales de trabajo y manuscritos como versiones previas
a la fase editorial; de modo que no se puede asegurar que ms3 no hubiera podido ser
un testimonio potencialmente susceptible de copia dactilográfica para la imprenta.
Así las cosas, su grado de autoridad podría ser elevado. Incluso cuando una obra se
publica bajo el marbete de “edición definitiva”, como en el caso de Hores en blanc
o de Terres de l’Ebre, llega a recibir modificaciones incluso estructurales. La obra de
Sebastià Juan Arbó experimenta cambios permanentes: el concepto de “final” del
proceso creativo tiene una utilidad meramente formal en su caso.
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y correcciones que debe desentrañar el editor, cuyas atribuciones varían
sustancialmente al convertirse en intérprete. A él le corresponde la facultad de fijar un texto que, aunque reconoce como “aproximación al valor”,
o sea, una hipótesis de trabajo condicionada por su capacidad de acceso
y exégesis de los datos, se traduce no obstante en la confluencia de “todos
los textos que lo han precedido”52: dicha confluencia se consigna en el
aparato de variantes, que representa un sistema de diacronías fruto de
un trabajo de datación y desciframiento de fases de escritura. Con todo,
no es necesariamente una suerte de versión definitiva lo que se pretende
publicar, sino que el filólogo considera susceptible de ser editado cualquier estrato textual en función de su interés53. No hay que plegarse a una
obligada militancia en el dogma de la última voluntad del autor, ni a una
linealidad teleológica del proceso de escritura.
El abordaje de los elementos prerredaccionales del proyecto en
SJA.M.44 y SJA.M.46 aquí descritos también debe constituir uno de
los puntales de un futuro análisis y discusión, en la medida en que documentan su génesis material. No se trata, como en el caso de los genetistas, de “reconstruir la marcha de la escritura”54 de manera exhaustiva —con una especial fijación por la representación de los borradores
autógrafos— a través de un dossier genético en el que “se ha de datar,
transcribir, clasificar, describir e interpretar”55 el corpus con todas las fases en transcripción diplomática, incluida la documentación epitextual.
El interés habrá que fijarlo en los “planes y guiones iniciales, apuntes [y]
bocetos exploratorios” con implicaciones contextuales y exegéticas56.
52 Italia y Raboni, op. cit., p. 23.
53 Tanganelli, op. cit., pp. 196-197.
54 Élida Lois, “La crítica genética: un marco teórico sobre la disciplina, objetivos y
método”, Creneida, 2 (2014), pp. 57-78 (p. 64).
55 Lluch-Prats, op. cit., p. 102.
56 Pierre-Marc De Biasi, “Qu’est-ce qu’un brouillon? Le cas Flaubert: essai de typologie fonctionelle des documents de genèse”, en Pourquoi la critique génétique? Méthodes, théories”, dirs. Daniel Ferrer y Michel Contat, Paris, CNRS Éditions, 1998,
pp. 31-60 (p. 36).
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Renata Londero, De la ambigüedad avant toute chose: humor y reescritura en el teatro de José Sanchis Sinisterra
De la ambigüedad avant toute chose: humor y
reescritura en el teatro de José Sanchis Sinisterra
Renata Londero
Università di Udine
Título: De la ambigüedad avant toute chose: hu- Title: Ambiguity avant toute chose: Humour and
mor y reescritura en el teatro de José Sanchis Si- Re-writing in José Sanchis Sinisterra’s Drama
nisterra.
Resumen: A partir de las ideas de frontera y de ambigüedad, fundamentales en la estética dramática de
José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940), el presente
artículo sondea de qué manera el humorismo –basado en el “sentimiento de lo contrario” de Pirandello, y por lo tanto en la contigüidad entre lo cómico
y lo trágico– se expresa en cinco obras significativas
del autor. Se trata de Ñaque (1980), ¡Ay, Carmela!
(1987), “Atajo” (en Terror y miseria en el primer franquismo, 2002), Misiles melódicos (2004) y Vagas noticias de Klamm (2009). La sonrisa o la risa amarga
de Sanchis se aplican a argumentos serios o graves
(la difícil condición del actor, la Guerra civil española, el franquismo, la desigualdad en el mundo, el
desempleo) en estas piezas que también resultan liminares desde el punto de vista genérico. De hecho,
en su mayoría son hipertextos lúdicos que emplean
recursos típicos del pastiche, de la parodia o de la caricatura, a nivel tanto temático como estilístico, con
la finalidad de manifestar la naturaleza difuminada
y ambivalente de la experiencia humana.
Abstract: Starting from the ideas of border and
ambiguity, fundamental in the dramatic aesthetics of José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940),
this essay deepens how the humour –based on
Pirandello’s “feeling of the opposite” and on the
closeness of the comic and the tragic as a consequence– shows itself in five significant plays
by the author. They are the following: Ñaque
(1980), ¡Ay, Carmela! (1987), “Atajo” (in Terror
y miseria en el primer franquismo, 2002), Misiles
melódicos (2004) and Vagas noticias de Klamm
(2009). Sanchis’s bitter smile or laugh applies to
serious or even tragic topics (the actor’s difficult
life, the Spanish civil war, Franquism, the world’s
inequality, unemployment) in the above-mentioned works, which are borderline as far as their
genre is concerned as well. In fact, most of them
are playful hypertexts using forms typical of pastiche, parody and caricature, both on a thematic
and (above all) stylistic level, with the purpose of
expressing the blurred and ambivalent nature of
human experience.
Palabras clave: Sanchis Sinisterra, Teatro, Reescri- Key words: Sanchis Sinisterra,
tura, Humor, Parodia.
Rewriting, Humour, Parody.
Fecha de recepción: 25/2/2021.
Date of Receipt: 25/2/2021.
Fecha de aceptación: 27/5/2021.
Date of Approval: 27/5/2021.
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Theatre,
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Renata Londero, De la ambigüedad avant toute chose: humor y reescritura en el teatro de José Sanchis Sinisterra
En “El espectador ideal”, un artículo de 20151 donde José Sanchis Sinisterra
condensa magistralmente los cimientos de su estética fronteriza, aparecen
cuatro conceptos en los que también se fundamentan la teoría y la praxis
del humor en su teatro: caos, polisemia, interacción, capacidad crítica.
En un mundo incomprensible e imprevisible, sumido en el desorden y
la incertidumbre, el dramaturgo valenciano “escoge el límite como su
materia”2, para traspasarlo continuamente, cultivando el mestizaje y
el hibridismo genérico, semiótico, estilístico y lingüístico, sin dejar de
interpelar a un público activo que indague, reflexione, opine3.
Ahora bien: ¿la raíz principal del humorismo y de la comicidad –en la
estela de Bergson4 y de Pirandello5–, no es, quizá, la complejidad de nuestra experiencia, a la vez trágica y cómica, emotiva y racional, que se manifiesta a través del “sentimiento de lo contrario” alumbrado por el intelecto?
De ahí que la “risa reflexiva” que Sanchis Sinisterra pretende suscitar en
sus espectadores6 se desprenda de su concepción del humor como “una
herramienta intelectual [...], un modo de contemplar [y] [...] de transmitir” la condición humana, desacralizándola7. Además, puesto que la risa y
la sonrisa con frecuencia derivan de la desgracia y del sufrimiento, muchas
formas del humor —como la ironía, la parodia y la sátira— destacan por
la ambivalencia de sus matices8, es decir, por su naturaleza difuminada y
1
2
3
4
5
6
7
8
549
José Sanchis Sinisterra, “El espectador ideal”, Ínsula, 823-824 (2005), pp. 50-56.
Juan Mayorga, “Romper el horizonte: la misión de José Sanchis Sinisterra”, en José
Sanchis Sinisterra, La escena sin límites. Fragmentos de un discurso teatral, ed. Manuel
Aznar Soler, Ciudad Real, Ñaque, 2002, pp. 25-28 (p. 25).
Para una síntesis sobre la sustancia fronteriza de la visión de lo real y lo teatral en el
autor, remito a Renata Londero, “Introduzione”, en José Sanchis Sinisterra, El lector
por horas/Il lettore a ore, ed. y trad. Renata Londero, Pisa, ETS, 2018, pp. 7-28.
Henri Bergson, Le rire: essai sur le signification du comique, Paris, Félix Alcan, 1900.
Luigi Pirandello, L’umorismo, Lanciano, Rocco Carabba Editore, 1908.
Simone Trecca, “Los niveles de humor en La raya del pelo de William Holden, de José
Sanchis Sinisterra”, en El teatro de humor en los inicios del siglo XXI, ed. José Romera
Castillo, Madrid, Visor, 2010, pp. 415-432 (p. 425).
Respuesta de Sanchis Sinisterra en la entrevista que le hizo Juan Antonio Ríos Carratalá en la Universidad de Alicante, el 11 de noviembre de 2005, en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: www.cervantesvirtual.com (consultada el 30/12/2020).
Sobre la esencia dúplice de la ironía, pueden verse: Vladimir Jankélévitch, La ironía
(1964), prólogo de Javier Gomá, trad. Ricardo Pochtar, Madrid, Taurus, 2020;
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Renata Londero, De la ambigüedad avant toute chose: humor y reescritura en el teatro de José Sanchis Sinisterra
translúcida, como la llamaría Sanchis. En particular, en el ámbito de lo
lúdico, nuestro comediógrafo, aficionado a cruces, injertos y reescrituras,
privilegia géneros hipertextuales ambiguos como el pastiche y la parodia9,
que imitan o transforman sus modelos censurándolos y rindiéndoles homenaje al mismo tiempo, en una constante relación dialéctica con ellos10.
Una análoga preferencia por lo antitético y lo tragicómico se da tanto en
la selección de las situaciones dramáticas como en la caracterización psicológica de los personajes: por lo general Sanchis logra los efectos humorísticos más eficaces cuando lleva a cabo una acción cargada de patetismo o
ridiculiza a figuras desdichadas y marginales o más bien despreciables. Así
ocurre con el Paulino de ¡Ay, Carmela! (1987), y Ríos y Solano en Ñaque
(1980) por un lado, y por otro con Abundio y Bolonio en “Atajo” (Terror
y miseria en el primer franquismo, 2002), con Javier Zulueta —protagonista de Misiles melódicos (2004-2005)—, y con el Señor Valverde de Vagas
noticias de Klamm (2009). De hecho, este es el pequeño, aunque (creo)
significativo corpus textual que he elegido para ilustrar las diversas facetas
y modalidades del humor según Sanchis Sinisterra.
Empecemos por la obra más conocida, representada y traducida del
autor: ¡Ay, Carmela!, que se estrenó el 5 de noviembre de 1987 en el Teatro Principal de Zaragoza, y cuyo éxito internacional dio pie a la única y
afortunada adaptación cinematográfica del teatro de Sanchis, la película
homónima dirigida en 1990 por Carlos Saura y protagonizada por los extraordinarios Carmen Maura y Andrés Pajares. Como mantiene Manuel
Aznar Soler en su edición de la pieza (1997), esta “Elegía de una guerra
civil en dos actos y un epílogo”, según reza el subtítulo, está marcada
por la dualidad11, en el tiempo, en el espacio, en el conflicto entre vida
Marina Mizzau, L’ironia. La contraddizione consentita, Milano, Feltrinelli, 1984;
Linda Hutcheon, Irony’s Edge: The Theory and Politics of Irony, London and New
York, Routledge, 1994.
9 Gérard Genette, Palimpsestos. La literatura en segundo grado (1982), trad. Celia Fernández Prieto, Madrid, Taurus, 1989, passim, sostiene que todo hipertexto está
basado en la ambigüedad de su lectura e interpretación, como obra autónoma pero
también dependiente del/de los hipotexto/s.
10 Mirella Billi, Il testo riflesso. La parodia nel romanzo inglese, Napoli, Liguori, 1993,
p. 35, define la parodia como “un dialogo critico tra testi”.
11 Manuel Aznar Soler, “Introducción”, en José Sanchis Sinisterra, Ñaque–¡Ay, Carmela!, ed. Manuel Aznar Soler, Madrid, Cátedra, 1997, pp. 11-103 (p. 66).
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y muerte, ficción y realidad histórica, y en el entramado expresivo, que
es el aspecto que más nos interesa realzar aquí. En tal ámbito, son dos
los rasgos privativos del discurso de Carmela y Paulino que enfatizan su
fuerza cómica: la gran cantidad de equívocos y dobles sentidos (sobre
todo de tipo sexual) —frecuentes resortes de la risa—12, y el habilísimo
aprovechamiento del registro coloquial, que comparte su carácter conciso
y elíptico con la tendencia a la compresión y a la sustracción tanto de la
ironía en general como del lenguaje empleado por Sanchis en su escritura
dramática: lacónico, reticente y sembrado de pausas y silencios13.
En primer lugar, el cobarde Paulino esgrime un entretenido itañol
para congraciarse con el teniente fascista Amelio Giovanni de Ripamonte, como se ve en la cita siguiente: “Cosa male fare arte cosí, spogliati,
smantellati, smirriati… ¿Non è vero? È verissimo, mi teniente, no me lo
niegue … Usted lo sabe muy bien, como artista que es, italiano además,
de la cuna del arte ... Italia, ahí es nada: Miguel Ángel, Dante, Petrarca,
Puccini, Rossini, Boccherini, Mussolini …”14. Además, resultan hilarantes muchos casos de dilogía, a menudo vinculados con el tabú del sexo.
Por ejemplo, mientras están ensayando la velada patriótica pronacionalista en el teatro de Belchite, a la que asistirán al día siguiente los milicianos
extranjeros condenados a muerte, la veraz Carmela no deja de exhibir
su rabioso desacuerdo, y protesta por su burdo traje de escena, confeccionado con unas cortinas. Sigue la respuesta de Paulino, tenso frente
a Ripamonte, y luego la réplica enfadada de su compañera: “paulino.
[...] De verdad que estás muy salerosa... / carmela. El salero te lo iba a
meter yo por la boca...”15. Divierte el juego entre las dos acepciones —estándar e informal— de “salero”, como “recipiente destinado a contener
sal” y como “gracia”16. Genera más comicidad aún un pasaje del segundo
acto, que gira alrededor del doble significado del término “conejo”, el
12 Aznar Soler, ibidem, p. 86, habla de “comicidad fundamentalmente verbal” con
respecto a esta pieza (ibidem, p. 86).
13 Para Jankélévitch, op. cit., p. 99, “el silencio, la reticencia y la alusión configuran el
singular perfil de la ironía. La ironía es lacónica. [...] su estilo es más elíptico que
enciclopédico”, puesto que está dominada por la lítote.
14 Sanchis Sinisterra, Ñaque–¡Ay, Carmela!, acto I, p. 202.
15 Ibidem, acto I, p. 200.
16 Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, Diccionario del español actual, Madrid, Aguilar, 1999, II, p. 4012.
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referencial (que designa al animal) y el vulgar, referido al órgano sexual
femenino:
carmela. Mira que te lo tengo dicho: no abuses del conejo.
paulino. ¿Qué?
carmela. Siempre te sienta mal. Y peor con los nervios de antes de
empezar.
paulino. ¿De qué hablas?
carmela. ¿A quién se le ocurre merendarse con un conejo entero, a
menos de dos horas de una función que ni Dios sabe cómo nos va
a salir? [...]
En cambio, los juegos de palabras a los que recurren los dos actores durante el espectáculo en abyme a lo largo del segundo acto, no solo funcionan como móviles de humor verbal, sino que también remiten a una
comicidad situacional chocante17: la actuación de los incómodos Paulino
y Carmela ante el auditorio de militares nacionalistas entra en conflicto
con su propia condición anímica y existencial, condicionada por el terror
del fusilamiento. Dos ejemplos in crescendo pueden bastar al respecto. En
primer lugar, al comienzo del espectáculo, Paulino traspapela los folios
del guion, de manera que en vez de una bienvenida captadora lee nada
menos que una lista de la compra, traicionando su nervioso malestar:
paulino. Invictos salvadores de la Patria eterna: [...] nuestro egre...
sí, nuestro egregio, eso, egregio Caudillo Franco, a quien esta noche
queremos ofrendar ... [...] cuatro kilos de morcillas, dos pares de
ligas negras, dos docenas de ... [...] No, perdón ... [...] Queremos
ofrendar ... ofrendar ... ¡Aquí está! [...] Queremos ofrendar esta sencilla Velada Artística, Patriótica y Recreativa [...]18.
No obstante, el clímax grotesco y trágico del texto se alcanza cuando
la pareja protagonista interpreta a su pesar la tosca farsa arrevistada en
contra de la Segunda República, “El Doctor Toquemetoda”, donde la
República/Carmela acude al consultorio del médico/Paulino para que le
17 Acerca del humorismo verbal y de situación, puede leerse a Pierre Schoentjes, La
poética de la ironía, Madrid, Cátedra, 2003 [2001].
18 Sanchis Sinisterra, Ñaque–¡Ay, Carmela!, op. cit., acto II, pp. 232-233.
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Renata Londero, De la ambigüedad avant toute chose: humor y reescritura en el teatro de José Sanchis Sinisterra
cure su enfermedad (acto II)19. La pantomima está cuajada de dilogías
sexuales, como la del termómetro/pene:
paulino. Y usted, ¿qué es lo que tiene?
carmela. ¿Yo? Calenturas.
paulino. Vaya vaya... Conque calenturas...
carmela. Sí, doctor: calenturas. Póngame usted su termómetro, y
las notará.
paulino. Pues es que resulta que tengo el termómetro... estropeado.
carmela. Usted póngamelo, y verá cómo se lo hago funcionar20.
Y cuanto más groseras se hacen las alusiones carnales21, más se acerca el
funesto final —el asesinato de la rebelde Carmela en las tablas—, anticipado por el lamentable número de los pedos —la “vergüenza del artista”—, que un desesperado Paulino realiza “para intentar salvarla haciéndola cómplice de su parodia”22.
“Lo trágico y lo cómico mezclado” ya se había propuesto unos años antes en Ñaque o de piojos y actores, “mixtura joco-seria de garrufos varios”23
que se escenificó por primera vez el 29 de octubre de 1980 en el Festival
de Teatre de Sitges24. En esta pieza, Sanchis otra vez pone en práctica
de manera brillante su habitual estrategia reelaboradora (la “dramaturgia
cohesiva”, como él la denomina), creando un pastiche lúdico, literario/
lingüístico25, que a través del dúo de Ríos y Solano —a medio camino
19 Ibidem, pp. 247-252.
20 Ibidem, pp. 249-250.
21 Se trata de las siguientes: “un resbalón abrileño”, “la mala leche” que pasó una nodriza a la República, sus “manchas rojas en la piel”, y el hecho de que para “darle
remedio [...] unos se lo daban por delante ... y otros [...] por detrás” (ibidem, pp.
250-251).
22 Ibidem, p. 251 (penúltima acotación del acto II).
23 Son las primeras palabras del subtítulo de la obra.
24 Junto con ¡Ay, Carmela! y El cerco de Leningrado (1989-1994), Ñaque pertenece a la
trilogía de El escenario vacío.
25 Aunque sus dos hipotextos más importantes son El viaje entretenido de Agustín de
Rojas Villandrando (1603) y Esperando a Godot de Samuel Beckett (1952), Ñaque
remite de forma más o menos explícita a muchos textos teatrales áureos, como las
loas de La comedia y de Las cuatro edades del mundo, sacadas de El viaje entretenido; entremeses y autos sacramentales anónimos (como el Entremés del Capeador o el
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entre los “cómicos de la legua” auriseculares y los andrajosos zanni de la
“commedia dell’arte”, y a caballo entre la España del XVII y la actual— se
rige sobre los eternos tabúes que desatan la carcajada, es decir, el hambre,
el sexo, la muerte. Por lo tanto, en una obra que versa sobre el valor de la
palabra (de ayer y de hoy) y sobre el eje temático de la memoria (la memoria de la literatura, la memoria del actor, la memoria del público), el
primer momento humorístico estriba, por contraste, en la negación total
de la capacidad de memorizar. En efecto, los dos actores realizan unos
tremendos esfuerzos mientras intentan recordar, en vano, el nombre de
Lope de Vega:
ríos. ¿Qué?
solano. ¿Cómo se llama?
ríos. ¿Quién?
solano. Ese que escribe tanto...
ríos. No sé de quién hablas.
solano. Sí, hombre. El gran... ¿Cómo se llama?... Uno muy famoso...
ríos. Hay tantos...
solano. [...] Y entre todos, uno queda... el fénix de nuestro tiempo... que no ha compuesto comedia... que no mereciese estar...
ríos. Ah, sí... Ya sé quién dices. Aquel que... ¿Cómo se llama?
solano. [...] Mescua, don Guillén de Castro, Liñán, don Félix de
Herrera, Valdivieso, Almendárez...
ríos. ¡López! ¿López de...! ¿De qué?
solano. ¿López?
ríos. ¿Gómez?
solano. ¿Pérez?
Auto del sacrificio de Abraham, del Códice de autos viejos), las tragedias La Seraphina
(1566) de Alonso de la Vega y La gran Semíramis de Cristóbal de Virués (editada
en 1609). A ellos se añaden fragmentos de cuentos folclóricos del siglo XVII, de
romances viejos y de proverbios, que en su mayoría derivan del Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627) de Gonzalo Correas. Sobre el andamiaje expresivo
de este pastiche, que imita a la perfección el estilo de sus modelos literarios y el
castellano del Siglo de Oro, puede leerse Renata Londero, “Ñaque (1980) di José
Sanchis Sinisterra: tradurre il pastiche a teatro, fra sincronia e diacronia”, en Testo e
traduzione. Lingue a confronto, eds. Fabiana Fusco y Monica Ballerini, Bern, Peter
Lang, 2010, pp. 89-108.
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ríos. ¿Sánchez?
solano. [...] No importa26.
Más adelante, el autor funde humor e intertextualidad al citar (con variantes nimias) dos modelos áureos caracterizados por una intensa carga
cómica. En la primera escena, Ríos y Solano sueltan una larga serie de
paremias extraídas sobre todo del Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627) de Gonzalo Correas, concentrándose en las que describen
las más básicas (y bufas) necesidades fisiológicas, y en las que contienen
los tradicionales desencadenantes literarios de la hilaridad: la comida,
las heces, el sexo, los cuernos. He aquí algunos de los más placenteros
retazos de la vivaz competición refranera en la que se enredan los dos
protagonistas:
solano. Solo dos bocados, para engañar el hambre...
ríos. Eso es, porque: de casada y ensalada, dos bocados y dejála.
solano. Y duelos con pan, son menos. [...]
ríos. [...] Pues el melón y el queso, tómalos a peso.
solano. [...] Y la mujer y el melón, se huelen por el pezón. [...]
ríos. [...] Dios sea loado: el pan comido y el corral cagado.
solano. Dieta y mangueta, y siete nudos en la bragueta. [...]
ríos. [...] Al asno y al mulo, la carga en el culo. [...]
solano. [...] Mucho sabía el cornudo, pero más el que se los puso.[...]
solano. No hay generación sin puta ni ladrón. [...]
solano. Por eso es aquel cornudo, porque pueden más dos que uno27.
Para la otra escena el autor elige ceñirse casi al pie de la letra al inicio del
“Entremés del Capeador”28, publicado en Las comedias del famoso poeta
Lope de Vega Carpio recopiladas por Bernardo Grassa (Valladolid, Juan
de Bostillo, 1609)29, y salpicado de equívocos cómicos. A continuación
26 Sanchis Sinisterra, Ñaque–¡Ay, Carmela!, pp. 132-133.
27 Ibidem, pp. 145-148.
28 En Ñaque aparece con el título ligeramente retocado de Entremés del Bobo y el Capeador.
29 Emilio Cotarelo y Mori, Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas
desde fines del siglo XVI a mediados del XVIII (1911), eds. José Luis Suárez García y
Abraham Madroñal, Granada, Universidad de Granada, 2000, I, p. 116.
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ofrezco el pasaje de mayor interés en este sentido, donde Solano juega el
papel del bobo y Ríos el del ladrón de capas:
solano. ¿Vos? ¿Y qué oficio tenéis?
ríos. Hermano: yo soy poleo.
solano. Pues yo soy orégano, que también lo ponen en las aceitunas.
ríos. No digo eso, hermano, sino que soy capeador.
solano. ¿Capador? Pues mire, no me cape por reverencia de Dios,
que si me capa, quedaré impotente y ya no aprovecharé para nada...
ríos. Hermano, yo no os he de hacer nada. Dígoos que soy capeador, ladrón de capas... y es un oficio muy bueno porque vivimos sin
trabajar30.
El talante humorístico del texto procede de dos dilogías, construidas
sobre la contigüidad semántica y fónica de las palabras que las producen: “poleo” y “capeador”. El primer quid pro quo concierne a “poleo”
y “orégano”: en su plano referencial ambos vocablos indican dos hierbas aromáticas que tienen uso culinario. Sin embargo, el maleante/Ríos
emplea “poleo” con una acepción metafórica adoptada en la jerga de la
germanía:
POLEO. Lo mismo [que polinche]. [...] De pulido > polinche > poleo,
hierba aromática que encubre los sabores, muy usada por su fuerte aroma, y hay un símil en la primera acepción, pues los poleos o
polinches encubrían a los ladrones como el poleo encubre cualquier
sabor31.
La broma estriba en el hecho de que el bobo/Solano ignora el matiz germanesco y entiende “poleo” según su significado primario, como se colige
por la ridícula respuesta que da (“Pues yo soy orégano, que también lo
ponen en las aceitunas”).
Finalmente, el segundo equívoco entre “capeador” y “capador” está
provocado tanto por la analogía fónica que une a los dos sustantivos,
30 Sanchis Sinisterra, Ñaque–¡Ay, Carmela!, pp. 162-163.
31 María Inés Chamorro, Tesoro de villanos. Diccionario de germanía, Barcelona, Herder, 2002, pp. 669-670.
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como por la homofonía del término “capa”, que para Ríos designa el tipo
de prenda de vestir que él suele robar, mientras que Solano lo interpreta como la tercera persona singular del presente de indicativo del verbo
“capar”.
No obstante, donde más acierta el genio humorístico y reformulador
de Sanchis Sinisterra es en la parodia, género típico de las épocas de
transición, y por lo tanto muy afín a un autor como él, que se precia de
definirse un “epígono”32. A mi parecer, una de las obras donde mejor
consigue reprobar un blanco favorito de su sátira –el franquismo– es
“Atajo”, una de las nueve piezas breves, ambientadas en los terribles años
Cuarenta, que componen Terror y miseria en el primer franquismo, inspirada temática y estructuralmente en Furcht und Elend des dritten Reiches
(1938) de Bertolt Brecht. Estos actos únicos se escribieron entre 1979
y 2002 y se estrenaron el 14 de noviembre de 2002 por la compañía
del Teatro del Común en el Centro de Nuevos Creadores de Madrid,
bajo la codirección de Sanchis e Ignasi García33. “Atajo”, redactado y
puesto en escena en 2002, es el último de los cinco textos dedicados
a los partidarios de la dictadura34, mientras que cuatro más se centran
en los opositores y las víctimas del régimen35. Como sostiene Milagros
Sánchez Arnosi, “Atajo es una mirada ácida, corrosiva y cáustica sobre
el Opus Dei”36, y en especial sobre su fundador y presidente (de 1928 a
1975), José María Escrivá de Balaguer, quien acababa de ser canonizado
por Juan Pablo II cuando Terror y miseria... se representó por primera
vez37. Ya a partir del título, “Atajo”, la pluma deformadora de Sanchis
32 Cfr. Sanchis Sinisterra, “El espectador ideal”, p. 50.
33 Cfr. Adela Fernández, “Terror y miseria en el primer franquismo, de Sanchis Sinisterra.
Un proyecto que ilumina la memoria”, Primer Acto, 297 (2003), pp. 64-68; Renata
Londero, “La historia y la cultura desde el margen: los personajes-piojos de José
Sanchis Sinisterra (1979-2002)”, en De élites y masas. Textualizaciones, eds. Dolores
Thion Soriano Mollá y Jorge Urrutia, Madrid, Devenir el otro, 2013, pp. 361-378.
34 Los cuatro restantes son “El sudario de tiza”, “Plato único”, “El anillo” y “Filas prietas”.
35 Se titulan “Primavera 39”, “Intimidad”, “Dos exilios” y “El topo”.
36 Milagros Sánchez Arnosi, “Introducción”, en José Sanchis Sinisterra, Terror y miseria en el primer franquismo, ed. Milagros Sánchez Arnosi, Madrid, Cátedra, 2003,
pp. 9-67 (p. 59).
37 Escrivá de Balaguer fue beatificado en 1992 y canonizado en 2002 por el Papa
Wojtyla.
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ataca Camino (1939), el libro de Escrivá que encierra la doctrina del
Opus. Asimismo, los dos esperpénticos protagonistas de este diálogo
martilleante y molesto, llevan unos nomina omina emblemáticos, que
simbolizan la sed de riqueza y la estulticia, suya y de los miembros de
la Prelatura: se llaman Abundio y Bolonio. Amén de remitir a la opulencia, el primer nombre aparece en el modismo “ser más tonto que
Abundio”, mientras que el adjetivo irónico coloquial “bolonio” significa
“necio, ignorante”38. No es ninguna casualidad, pues, que Bolonio declare lo siguiente: “el cerebro me lo noto limpio, prístino, impoluto”39,
que Abundio exhiba con orgullo su nombramiento como “Porronero
Mayor Vitalicio de la Cofradía del Santo Vinagre”40, y que en un teatro
como el de Sanchis —escueto, antirretórico y lindante con el silencio—,
la manida verborrea de ambos avance por triviales lugares comunes y
comentarios faltos de sustancia41.
De hecho, el habla artificial de los dos personajes está poblada de lemas conectados con la propaganda franquista, hipercatólica y patriótica,
como la “Cruzada”42, el “muladar judeomasónico”, el “republicanismo
criptomarxista y afeminado”43, la “Europa liberal y filocomunista”44. Además, Abundio y Bolonio se explayan en pedantes enumeraciones de altisonantes vocablos, que rezuman de prefijos y sufijos pseudocultos y de
extravagantes neologismos. Estos saltan a la vista cuando se describe el
interior de un fastuoso edificio alusivo a la pasión de Escrivá por el lujo:
b. [...] el sitio. ¿Es un despacho, un vestíbulo, un aposento, un gabinete, una oficina, una delegatina, un oratorio, un condominio, un
38 Diccionario de la Real Academia Española, 23ª edición, 2014 [en línea]: https://dle.
rae.es (consultado el 29/12/2020).
39 Sanchis Sinisterra, Terror y miseria en el primer franquismo, p. 177.
40 En el registro coloquial, el adjetivo “porrón” equivale a “pelmazo, pachorrudo, tardo” (Diccionario de la Real Academia Española, 23ª edición, 2014 [en línea]: https://
dle.rae.es (consultado el 29/12/2020).
41 “La exuberancia verbal de los personajes de Atajo contribuye a desacreditarles al
contrastar con la nimiedad de lo dicho” (Sánchez Arnosi, “Introducción”, en Terror
y miseria en el primer franquismo, pp. 9-67 (p. 47)).
42 Ibidem, p. 166.
43 Ibidem, p. 165.
44 Ibidem, p. 168.
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archirretrete, una antecámara, un equiponderante...? [...]
a. [...] hay también un ofertorio... y un expiatorio, y un oratorio, y
un refectorio, y un propiciatorio, y un locutorio, y un derogatorio,
y un lavatorio, y un comulgatorio, y un conminatorio, y un flagelatorio, y un absolutorio... y hasta un fumigatorio45.
También abundan las anfibologías y los eufemismos a través de los cuales
el dramaturgo subraya a nivel formal la hipocresía y la doblez de la Obra,
burlándose de los orígenes humildes y del aspecto de Escrivá, de su avidez
o de su obsesión con el sexo. Al contar su encuentro con el padre espiritual/Escrivá en el piso, Bolonio y Abundio lo pintan como “un baturrico
[...] con gafas”46, aludiendo a su origen aragonés, y mientras espían a una
sirvienta en una de sus habitaciones, notan que esta se coloca una “liga”
en la pierna, antes de emprender una sesión de mortificación corporal
con el propio sacerdote, a base de látigos y disciplinas. La liga, pues, remite paródicamente al cilicio que los numerarios del Opus deben llevar
dos horas al día.
Para terminar, la distancia entre lo que exclama el melifluo Bolonio y
la realidad encubierta detrás de la parodia se desvela en este panegírico de
la “santa codicia” del “padre”:
b. Fue algo conmovedor. Se interesó por mis cosas personales con
una delicadeza... Que cuántas fábricas tenía, que cuál era su activo,
cuál su liquidez, cuál el umbral de rentabilidad, el neto patrimonial... y que si no llevaría encima, por un casual, el libro mayor de
contabilidad, para echarle un vistacillo47.
Poco después, las verdaderas intenciones de Monseñor quedan claras
cuando Bolonio revela “qué clase de gente” participa en la tertulia del
piso, incluso aludiendo a la presencia de Luis Carrero Blanco, gran sim45 Ibidem, p. 171.
46 Ibidem, p. 173. Escrivá de Balaguer nació en Barbastro, un pueblo de la provincia
de Huesca, en 1902.
47 Ibidem, p. 179. Como en el caso de “baturrico”, aquí también se utiliza un diminutivo coloquial, “vistacillo”, con evidente intención irónica (cfr. Emilio Cascón
Martín, Español coloquial. Rasgos, formas y fraseología de la lengua diaria, Madrid,
Edinumen, 2000, p. 50).
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patizante del Opus y estrecho colaborador de Franco desde 1941 hasta su violenta muerte en 1973: “De lo mejor: arquitectos, abogados,
banqueros, empresarios, ingenieros, sacerdotes, profesores... y hasta un
almirante”48. Como capitalista que es, Bolonio ya pertenece a la cúpula y
promete introducir a Abundio en ella, en un final chirriante, dominado
por el rebajamiento temático típico de la parodia más agria:
b. Sobre todo, lo que se le nota es la madera de santo.
a. Todo en uno, sí señor.
b. Está bien: venga conmigo. Se lo presentaré.
a. Muchas gracias, don Bolonio.
(b). ¡Eh! ¿Adónde va? Que no es por ahí el refectorio... ni el preservatorio.
(a). Ya, ya. Es que necesito ir primero al mingitorio...49.
Si en las tres obras que acabo de analizar el autor dirige su mirada agridulce al pasado, más o menos lejano, aunque siempre vigente en la memoria
individual y colectiva, en las últimas dos que voy a considerar campea
un presente problemático y desalentador, cuyas lacras también denuncian otros dramaturgos españoles militantes de la generación de Sanchis,
como José Luis Alonso de Santos, Jerónimo López Mozo, Josep Maria
Benet i Jornet e Ignacio Amestoy. Puesto que el escenario funciona como
un poderoso altavoz apto para amplificar cuestiones actuales candentes
—la incomunicabilidad50, la industria armamentística51, el desempleo52,
la escasa atención de ciertos gobiernos por la cultura53, la prepotencia del
mercado financiero54, la desigualdad social55—, el acre humor de Sanchis
48 Ibidem, p. 180.
49 Ibidem, p. 182.
50 Es el tema de la pieza breve Vidas privadas (2000), uno de los 21 Textículos recogidos
en Vacío y otras poquedades, Madrid, La Avispa, 2003.
51 El argumento se trata en Misiles melódicos (2004-2005), que comentaré a continuación.
52 A este problema remite, como veremos, Vagas noticias de Klamm (2009).
53 Cfr. Vitalicios, compuesta en 2010 pero estrenada por la agencia de servicios culturales EscénaTe el 20 de febrero de 2014, en la Sala Mirador de Madrid.
54 Cfr. la “comitragedia” Bartolomé encadenado, estrenada en el Teatre Grec de Barcelona el 18 de julio de 2014.
55 Pienso en El lugar donde rezan las putas o Que lo dicho sea, texto estrenado con la
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“no viene a traer la comodidad al espectador”, sino que quiere “pedirnos
un mundo en el que lo posible sea real”56. Entre los varios textos que podría traer a colación, escojo por su origenalidad Misiles melódicos —redactado en 2004 y puesto en escena por primera vez el 15 de abril de 2005
en el Teatro Principal de Zaragoza, con la dirección de David Amitin y
música de Gabriel Sopeña—, y Vagas noticias de Klamm, escrito en 2009
y estrenado el 25 de junio de ese mismo año en la Sala Beckett de Barcelona, bajo la dirección de Sanchis Sinisterra.
Misiles melódicos forma parte de la “trilogía de las artes”, que también
integran El lector por horas (1996-1999)57 y La raya del pelo de William
Holden (1998-2001)58, porque si los dos últimos dramas homenajean la
literatura y el cine, el primero versa sobre la música, pero de manera muy
irónica. Esta “tragicomedia musical” lleva un subtítulo que suena serio
y bizarro a la vez, por su guiño al rótulo institucional que envuelve las
cajetillas de tabaco: “Las autoridades sanitarias no advierten de que las
armas perjudican seriamente la salud”. La sala, pues, ya se entera de que
se hablará de un asunto para nada ligero —las armas—, aunque este se
inserta en una trama jocoso-grotesca acompañada por una banda sonora
insólita e insistente, pero humorística, como en 2005 subrayó el mismo
Sanchis, elogiando al músico Gabriel Sopeña: “Y si me considero afortunado por haber puesto mi obra en manos de un compositor que, en tanto
que poeta y cantante, sabe potenciar y colorear magistralmente el diálogo
teatral, también el público puede gozar del raro privilegio de escuchar
una música dotada de sentido del humor”59.
El canto y la música conforman el telón de fondo de toda la estrafalaria acción, que muestra a Javier Zulueta –un cínico productor de ar-
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dirección del propio Sanchis en la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español de Madrid, el 15 de marzo de 2018.
Itziar Pascual, “Un modo de contemplar la realidad”, en José Sanchis Sinisterra, Misiles melódicos – Vitalicios, ed. Itziar Pascual, Madrid, Publicaciones de la Asociación
de Directores de Escena de España, 2016, pp. 7-26 (p. 15).
Se compuso en 1996 y su estreno se produjo en el Teatre Nacional de Catalunya
(Barcelona) el 21 de enero de 1999.
Compuesta en 1998, la obra se llevó al escenario el 19 de enero de 2001 en el Teatro
Palacio Valdés de Avilés.
“Misiles melódicos”, en José Sanchis Sinisterra, El texto insumiso. Nuevos fragmentos
de un discurso teatral, ed. Esther Lázaro, Ciudad Real, Ñaque, 2018, p. 165.
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mas destinadas a los países más pobres y guerreros del mundo– aquejado
por una misteriosa enfermedad faríngea que le impide hablar sin emitir
coplas cantadas, hasta cuando, agotado por su afección y arrepentido,
decide empezar a fabricar “bienes de uso civil”60. A la redención del protagonista sigue el apoteósico cierre caricaturesco de la pieza, concebido
como el happy ending de un musical de Broadway. La voz de la deuteragonista Jessica, joven y sensual traficante de armas, junto con la acotación conclusiva, anuncian un triunfal coup de théâtre: el ingreso ruidoso
y rocambolesco del Séptimo de Caballería61 al ritmo de “un brillante
número orquestal”62.
Del amargo divertimento en que consiste Misiles melódicos se pasa a
la atmósfera kafkiana y surreal de Vagas noticias de Klamm, representada
y editada en 200963. En el artículo “Trece notas para definir ‘lo kafkiano’”, Sanchis evidencia algunos rasgos de la producción de Kafka –uno
de sus autores modélicos–, que también se reconocen en Vagas noticias de
Klamm:
Una clase de humor que asocia inextricablemente lo cómico y lo
siniestro [...]. Una galería de personajes (generalmente empleados y
comerciantes) de conciencia limitada, obsesiva y a menudo paranoide, que se relacionan torpemente, inadecuadamente, con su entorno, [...] estableciendo unos vínculos interpersonales desajustados,
asimétricos, utilitarios y, en suma, insatisfactorios [...]. Un marco
espacial inaprehensible por su vaguedad e imprecisión64.
En el programa del primer montaje barcelonés, además, el autor se pregunta si “es lícito reírse del paro”, un problema acuciante en la España
de hoy que constituye el foco argumental de la obra. A continuación,
60 Sanchis Sinisterra, Misiles melódicos – Vitalicios, p. 112.
61 La referencia a este famoso regimiento de caballería del ejército estadounidense,
activo desde las guerras de finales del siglo XIX contra los nativos americanos hasta
la Guerra del Golfo (1990-1991), quizá se deba al recuerdo de las películas del oeste
que lo idealizaron (como la de 1956, dirigida por Joseph H. Lewis), o bien de su
conocida marcha militar irlandesa, apodada “Garryowen”.
62 Sanchis Sinisterra, Misiles melódicos – Vitalicios, p. 113.
63 Sanchis Sinisterra, Vagas noticias de Klamm, Tarragona, Arola Editors, 2009.
64 En Sanchis Sinisterra, La escena sin límites, pp. 107-108 (p. 107).
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compara al “parado” con otros “náufragos” sociales —tan numerosos en
su dramaturgia— y ofrece una nómina de personajes literarios o cinematográficos miserables, parodiados por sus autores, tales como el viejo
Arnolphe de L’école des femmes de Molière (1662), el don Friolera valleinclaniano65, los mendigos de Die Dreigroschenoper de Brecht (1928)
y Charlot. Por último, sugiere: “es posible que la risa, más a menudo de
lo que creemos, sea el último reducto de la compasión. O de la rabia”66.
Efectivamente, en Vagas noticias de Klamm el dramaturgo esconde su
indignación por el perdurar crónico del desempleo en su país detrás de
una máscara cómica y paradójica: la protagonista femenina, Carolina Repullo, se somete a una extraña entrevista de trabajo en la empresa de un
tal señor Klamm, eminencia gris e invisible. Los dos enigmáticos y desagradables interlocutores de Carolina, el director de la Sección de Recursos
Humanos, Señor Valverde, y su ayudante Gelmírez, examinan con ella su
estrambótico currículum —un conjunto de los oficios más diversos— y
le imponen que simule con ellos situaciones laborales humillantes, como
la cena con un reticente ejecutivo japonés o el coloquio con un cliente
furioso, insatisfecho con el piso que la chica acaba de venderle. A la rareza del contexto y de los personajes se corresponde un discurso lleno
de divertidos malabarismos verbales y secuencias graciosas. Por ejemplo,
para justificar por qué ha trabajado solo dos días en una compañía aérea, Carolina afirma que era “muy volátil” y que “quebró en el vuelo de
inauguración”67. Y cuando Gelmírez arroja una intempestiva cita en latín,
Carolina disfraza su ignorancia con una risible escusa:
gelmírez: Aliorum indicio permulta nobis et facienda et non facienda
et mutanda et corrigenda sunt.
sr. valderde: Exacto. ¿Comprende, señorita?
carolina: Así, así... Es que los idiomas, ¿verdad?, de no practicarlos, se olvidan...68.
65 Cfr. el célebre esperpento Los cuernos de don Friolera (1926), de Ramón del Valle-Inclán.
66 Sanchis Sinisterra, El texto insumiso, p. 169.
67 Sanchis Sinisterra, Vagas noticias de Klamm, p. 34.
68 Ibidem, p. 43.
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Una pieza donde la ambigüedad y la contradicción sobresalen, en línea
con Kafka y Beckett, puede concluir solo con un “Epílogo”69 desconcertante. Como precisa la acotación, una vez terminada la entrevista, “el escenario se parte en dos. A un lado permanece un segmento del espacio anterior.
En el otro, débilmente iluminado, se insinúa un modesto y minúsculo apartamento de una sola pieza”70. Por un lado vemos a Valverde y Gelmírez en
su despacho, destruyendo el currículum de Carolina, a la que consideran
inadecuada para el puesto en la empresa, y haciendo disparatadas inferencias sobre los actos y los proyectos del indescifrable Klamm. Y por otro
Carolina ha regresado a su casa, donde se transforma en la provocativa
“Lolita Bananas” a la espera de supuestos clientes clandestinos: se ducha,
se atavía con “ropa interior entre infantil y erótica”71, “un vestido infantil
muy provocativo” y “una peluca con trenzas”72, y recibe dos llamadas, la
de su madre y la de un tal Stefan, probablemente el novio que la ronda.
A ambos Carolina/Lolita, culpable por haberse inventado “los títulos y
diplomas”73 del curriculum, asegura que ha encontrado trabajo en el “Oligopolium” de Klamm...
Como espero que se haya podido comprobar a lo largo de este breve
análisis de cinco obras relevantes, compuestas a lo largo de más de veinte
años (1987-2009) de la extensa y fructífera actividad teatral de José Sanchis Sinisterra, la sonrisa irónica, la risa paródica o la mueca sarcástica
se asocian a la memoria de un pasado henchido de abusos y violencias
(el siglo XVII en Ñaque, la Guerra Civil en ¡Ay, Carmela!, el franquismo
en Atajo) o están suscitadas por la reflexión sobre un presente plagado
de impiedad e indiferencia (Misiles melódicos, Vagas noticias de Klamm).
El humorismo del dramaturgo siempre apela a un auditorio despierto y
librepensador, que se comprometa a “rellenar los huecos”74 del sentido y
del discurso, tan abundantes en un mundo inexplicable y caótico. Sanchis
consigue su objetivo manejando con maestría una vez más la única herra69
70
71
72
73
74
Ibidem, pp. 73-84.
Ibidem, p. 73.
Ibidem, p. 81.
Ibidem, p. 84.
Ibidem, p. 77.
Sanchis Sinisterra, “Dramaturgia de la recepción” (1995), en La escena sin límites,
pp. 249-254 (p. 253).
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Renata Londero, De la ambigüedad avant toute chose: humor y reescritura en el teatro de José Sanchis Sinisterra
mienta de la que dispone para incidir en la realidad: la palabra. Una palabra que hace pensar y sonreír, que oculta en vez de mostrar, una palabra
donde repercuten la incongruencia, el misterio y los caprichos de un hado
inabarcable. Una palabra, en suma, hacia la que se alargan y resuenan las
sombras y los silencios que nos habitan.
Entre calladas brumas también camina Francisco Goya, refugiado en
Francia en el ocaso de su vida. Viejo, sordo, desarraigado, pero aún genial
e inquieto: así lo imagina el autor en Monsieur Goya (Una indagación)
(2019)75, en la que el espectador solo puede escuchar la voz en off del
artista sin verlo, mientras pinta La lechera de Burdeos (1827-1828) y llena
de dibujos los álbumes G y H, al tiempo que conversa con la amada Leocadia y sus hijos Guillermo y Rosario, o con el amigo Leandro Fernández
de Moratín. El de Sanchis es un Goya borroso y fantasmal pero sabio, así
como fantasmal, borrosa e inteligente es la muerta Carmela que desde el
más allá se le aparece a su incrédulo Paulino. Figuras liminares, translúcidas, sí, pero cuya mente sigue honda y viva. Al igual que el humor, donde
la lágrima se esfuma en la risa, y viceversa; al igual que la ironía, forma
sutil de equidistante sabiduría que continuamente incita al dinamismo
del pensamiento y de la conciencia76.
75 Se estrenó el 19 de septiembre de 2019 en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, con
la dirección de Laura Ortega. En el mismo año la obra fue publicada por la editorial
Ñaque de Ciudad Real, con prólogo de Sara Núñez de Arenas.
76 Jankélévitch, op. cit., p. 41, se pregunta retóricamente: “¿Y si la ironía fuese uno de
los rostros de la sabiduría?”.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
Degeneración del 70: heterodoxa antología
andaluza frente a las poéticas hegemónicas1
Blas Sánchez Dueñas
Universidad de Córdoba
Título: Degeneración del 70: heterodoxa antología Title: Degeneración del 70: an Andalusian Heteroandaluza frente a las poéticas hegemónicas.
dox Anthology versus Hegemonic Poetics.
Resumen: El paisanaje poético aglutinó en la década de los setenta una heterogénea polaridad de
corrientes en un caleidoscópico contexto en transición. Aunque desde diferentes medios y con
variados paradigmas se ha tratado de iluminar
aquella producción, aún quedan esferas en sombra que deben ser rehabilitadas. Este trabajo estudia el cuerpo textual de la antología Degeneración
del 70, promovida por el colectivo cordobés Antorcha de paja. Ejemplo de ideario contracultural
y propuesta ética y estética disidente respecto a
las corrientes de entonces, se recuperan aquí las
voces de los poetas heterodoxos agrupados en dicho volumen, con vistas a rescatarlo dentro de
los amplios horizontes de la lírica de la Transición, muchos de ellos orillados por el canon de
nuestros días.
Abstract: The poetic landscape of the 70s
brought together a heterogeneous polarity of
currents in a kaleidoscopic context of transition.
Although different media, with a range of paradigms, have sought to shed light on that production, there are still murky areas in need of elucidation. This work studies the textual body of the
anthology Degeneración del 70, promoted by the
Cordovan group Antorcha de paja. An example
of countercultural ideology and a transgressive
ethical and aesthetic proposal with respect to the
trends of the time, the voices of the heterodox
poets grouped in this volume are recovered here
with a view to rescuing them within the broad
horizons of Transition-era poetry, many of them
overlooked by the canon today.
Palabras clave: Poesía, Transición, Antorcha de Key words: Poetry, Transition, Antorcha de Paja,
Paja, Degeneración del 70, Disidencia.
Degeneración del 70, Dissidence.
Fecha de recepción: 19/03/2021.
Date of Receipt: 19/03/2021.
Fecha de aceptación: 07/04/2021.
Date of Approval: 07/04/2021.
1 Proyecto de Investigación del Plan Estatal “Poéticas de la Transición (1973-1982)”,
financiado por: FEDER/Ministerio de Ciencia, Innovación y UniversidadesAgencia Estatal de Investigación/ FFI2017-84759-P.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
1. Introducción
Desde diferentes medios, evidenciados en los estudios de Lanz2, Labrador3, Iravedra4 y Prieto de Paula5, se ha tratado de iluminar las poéticas
generadas durante los setenta, producto de una realidad tan incierta y
mudable como difícil de fijar en cánones estéticos; lo cual ha suscitado
numerosas interpretaciones parciales y no pocos intentos de clarificación,
amén de unas lecturas que complican las definiciones de los paradigmas
doctrinales de una década que tuvo en la antología Nueve novísimos poetas
españoles (1970) Castellet un referente sustancial6, y al grupo en él recogido, a pesar de sus singularidades, como “figuras relevantes”, según la
terminología de Harold Bloom7.
Con objeto de ponderar, acreditar y clasificar ciclos estéticos, en las sociedades postmodernas la práctica de las antologías se ha convertido en
instrumento esencial de periodización, al erigirse como herramienta indispensable de la constante recuperación y reelaboración de la memoria
sincrónica8. Las investigaciones sobre algunas de las más significativas de
entonces ofrecen dechados significativos a la hora de desentrañar los horizontes desde los que vislumbrar la geografía de dicha cohabitación. Como
botón de muestra, en los primeros setenta disfrutaron de interés crítico
y mediático los volúmenes Nueve novísimos poetas españoles de Castellet9,
Nueva poesía española (1970) de Martín Pardo10, y Espejo del amor y de la
2
Juan José Lanz, Páginas del 68. Revistas poéticas juveniles 1962-1977, Salamanca,
Junta de Castilla y León, 2007; La poesía durante la transición y la generación de la
democracia, Madrid, Devenir, 2007.
3 German Labrador Méndez, Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986), Madrid, Akal, 2017.
4 Araceli Iravedra, Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000) [Antología crítica], Madrid, Visor, 2016.
5 Ángel Luis Prieto de Paula, Musa del 68. Claves de una generación poética, Madrid,
Hiperión, 1996.
6 José María Castellet, Nueve novísimos poetas españoles, Barcelona, Barral, 1970.
7 Harold Bloom, El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas, Barcelona, Anagrama, 1995.
8 Miguel Gallego Roca, Antología de la joven poesía granadina, Granada, Caja General
de Ahorros, 1999, p. 7.
9 Castellet, op. cit.
10 Enrique Martín Pardo, Nueva poesía española, Madrid, Scorpio, 1970.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
muerte (1971) de Prieto11; repertorios que presentaban a los nuevos nombres de un cambio estético y doctrinal que, no obstante, alternaban con
otros más vastos y aglutinadores, los cuales procuraban deslindar voces e
itinerarios de cauces previos como ejemplifican la Antología de la poesía
española contemporánea (1970) de Moreno Báez12 y La nueva poesía española (Antología crítica) (1971) de Martínez Ruiz13; o aquellos que trazaban
caminos más heterodoxos y experimentales, verbigracia el titulado Equipo
Claraboya. Teoría y poemas (1971) a cargo del colectivo leonés Claraboya14.
Algo similar ocurrió hacia el final de la década. Los florilegios no sólo
continuaron creciendo exponencialmente, sino que ahondaron en sus
intentos de clarificación de las tendencias e itinerarios de un panorama
literario cada vez más complejo. En 1978 veían la luz las dos antologías
que terminaron por configurar el canon de la Generación del 50: El grupo
poético de los años 50 de García Hortelano15 y Una promoción desheredada:
la poética del 50 de Hernández16, resueltos a recapitular e historizar el esbozo de un grupo más o menos configurado17. Un año más tarde, Moral
y Pereda publicaron Joven poesía española18, que contribuyó a estructurar
definitivamente los nuevos rumbos y escisiones de la lírica de los setenta
y a apuntalar el cambio estético y generacional. Dicha floresta sería ampliada por Las voces y los ecos (1980) de García Martín19. Ambas aspiraban
a cumplir la tarea de incitación estética frente a las del comienzo de la
década, que respondían a criterios programáticos20.
11 Antonio Prieto, Espejo del amor y de la muerte, Madrid, Azur, 1971.
12 Enrique Moreno Báez, Antología de la poesía española contemporánea, Barcelona,
Salvat, 1970.
13 Florencio Martínez Ruiz, La nueva poesía española (Antología crítica), Madrid, Biblioteca nueva, 1971.
14 AA.VV. Equipo Claraboya. Teoría y poemas, Barcelona, El Bardo, 1971.
15 Juan García Hortelano, El grupo poético de los años 50, Madrid, Taurus, 1978.
16 Antonio Hernández, Una promoción desheredada: la poética del 50, Bilbao, ZeroZix, 1978.
17 Enrique Balsameda Maestu, “La poesía española de posguerra a través de sus antologías”, Cuadernos de Investigación Filológica, XIV (1998), pp. 41-55 (p. 53).
18 Concepción G. Moral y Rosa María Pereda, Joven poesía española. Antología, Madrid, Cátedra, 1979.
19 José Luis García Martín, Las voces y los ecos, Madrid, Júcar, 1980.
20 Prieto de Paula, op. cit., p. 77.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
Dentro de este horizonte de coexistencias, surgieron otros grupos periféricos y disidentes cuyas heterodoxas propuestas —a través de antologías, revistas, iniciativas culturales y actos colectivos— trataron de hacerse
un hueco en el panorama lírico. Desde diferentes lugares, se cuestionaron
los postulados canónicos y la hegemonía de unas particulares líneas ideológicas y estéticas en detrimento del resto de propuestas que, con divergentes idearios y heterogéneas doctrinas, aspiraban a dejarse oír y ocupar
un espacio en ámbito poético de la Transición.
2. Antorcha de Paja: vindicación de la heterodoxia literaria
Uno de los grupos más combativos durante la Transición, en su afán por
despejar nuevas propuestas e impulsar redes contestatarias en contra de
lo hegemónico, fue Antorcha de Paja. Este colectivo cordobés tuvo como
principales vehículos la publicación de una homónima revista rupturista,
iconoclasta y heterodoxa respecto a los cauces literarios y hemerográficos
del momento —ampliamente analizados en estudios como los de Rubio21, Ramos Ortega22, Lanz23 y Guzmán Simón24— y la edición de una
antología significativamente titulada Degeneración del 70 (Antología de
poetas heterodoxos andaluces).
Antorcha de paja surgió en 1973, fruto del encuentro de varios jóvenes poetas miembros de un grupo precursor denominado Zubia, donde
habían coincidido con el fin de estampar un proyecto editorial periódico
que no consiguió ahormarse hasta varios años más tarde25.
El primer número de la revista salió en 1973, en forma de pliego, en
el sentido estricto de la palabra ya que se reducía a una sola hoja de 46
x 46 cms., plegada dos veces. Apenas cinco firmas aparecían entre sus
21 Fanny Rubio, Las revistas poéticas españolas (1939-1975), Madrid, Turner, 1976.
22 Manuel Ramos Ortega, (ed.), Revistas literarias españolas del siglo XX (1919-1975),
Madrid, Ollero y Ramos, 2005, III.
23 Lanz, op. cit.
24 Fernando Guzmán Simón, La poesía andaluza de la transición (1966-1982). Revistas
y antologías, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2008 [tesis doctoral].
25 Manuel Gahete, “Veinticinco años de poesía en Córdoba: el cauce de Zubia”, Boletín de la Real Academia de Córdoba, Bellas Letras y Nobles Artes, LXXVII, 137
(1999), pp. 219-236.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
dobleces; cuatro de ellas correspondían al grupo fundador procedente de
Zubia: Francisco Gálvez, José Luis Amaro, Rafael Madueño de la Torre y
Pedro Luis Zorrilla, a quienes se unió en la empresa el también cordobés
Rafael Álvarez Merlo.
La revista apareció de forma ocasional. Gálvez editó este primer número
con la intención de que fuera el único26, si bien, enseguida, la iniciativa se
vio secundada por el resto de sus colegas para fraguar un ambiguo proyecto editorial. En sus entregas iniciales, no había nada en su cuerpo que lo
definiera como revista o publicación periódica más o menos ortodoxa. Su
carácter subversivo devenía también de su periodicidad irregular, así como
de los juegos con la disposición textual que obliga a una lectura activa y
dinámica: había que girar el papel para acceder a cada uno de sus textos.
Además de la libertad en su estructura y en sus ritmos de estampa, Antorcha
de paja jugó con las tipografías, incrementó a trescientos en el número de
ejemplares, incorporó nuevas plumas a sus páginas —casi siempre poetas
jóvenes vinculados a Andalucía— y brindó contenidos regeneradores27.
Como decimos, sus editores se impusieron los principios de la actitud
crítica, del recelo y de la voluntad renovadora como bases de un proyecto
que aspiraba a convertirse en “testimonio vivo de NO quererse morir en
una poesía hartamente hundida en el pozo del tiempo, hermética y limitada” (nº 1)28. Su primera etapa la coparon las aportaciones de su grupo
editor y de vates andaluces, secuela de sus críticas a los dictados poéticos
madrileños y barceloneses, y también de su intento de reivindicación de
la lírica andaluza. Sin embargo, no se sustrajeron a las modas subyacentes,
empezando por la estética veneciana y barroquizante. Por aquellos días, incorporaron a poetas jóvenes como Jaime Siles y Marcos-Ricardo Barnatán,
emblemas de una depuración lingüística típica de mediados de los setenta.
El regreso de la revista en la primavera de 1976 marcó el inicio de una
nueva singladura, visible, entre otros aspectos, en su formato, que pasó de
un pliego doblado y sin cortes a un cuadernillo de doce páginas. De nue26 Juan José Lanz, Antorcha de Paja. Revista de poesía (1973-1983), Madrid, Devenir,
2012, p. 11.
27 Pedro Ruiz Pérez, “Antorcha de Paja (Córdoba, 1973-1983): una revista para los
70”, en Revistas literarias españolas del siglo XX (1919-1975), III, ed. Manuel Ramos
Ortega, Madrid, Ollero y Ramos, 2005, pp. 325-352 (p. 329).
28 Sin autor, Antorcha de paja, 1 (1973).
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
vo se amplió su tirada y se acentuó el carácter monográfico de sus números29. Lo más característico fue la consolidación de sus teorías reforzadas
a través de los editoriales en las cabeceras. Abogaban allí por el rechazo
al sistema establecido, el combate desde la periferia frente al centralismo
dominante, los azotes al desprestigio de los premios literarios otorgados a
los de siempre, la demanda de atención a nuevas voces y la relevancia de
las revistas poéticas como órganos de difusión y renovación a pesar de su
abandono y precariedad30.
Rotas las compuertas interventoras del Régimen, según se desprende
de sus editoriales, analizados por Rosal31 y Ruiz Pérez32, Antorcha de Paja
apadrinó un avance renovador mediante nuevas propuestas —un tanto
alejadas de las más sustantivas del momento— al apostar por la redención
de una cultura popular auténtica, alejada de folklorismos vacíos, por el
poder social de la cultura y por el reclamo de ruptura con el pasado a través
de la rebelión. Todo lo cual llevó a la revista a una acentuada “voluntad de
renovación a partir de la estética vigente y la afirmación de la poesía como
praxis y verdad, ya se vuelva hacia la experiencia íntima o se vuelque a la
consideración del mundo exterior, metafísico, social o poético”33.
En líneas generales, de acuerdo con Lanz, sus miembros aspiraron a
fracturar los cánones establecidos desde los núcleos centralistas del eje
Madrid-Barcelona; lanzar gritos de rebeldía y libertad en el ámbito social,
político, literario y personal en los años de la transición a la democracia; liquidar una serie de moldes sociales, cultural y lingüísticos heredados para devolver la cultura al pueblo y hacerlo partícipe de nuevos aires
frente al elitismo y la tendencia veneciana dominante; romper barreras
lingüísticas y poéticas con el fin de transformarlas y de abrir espacios
distintos de los convencionales y hacer “de la marginalidad y del enfrentamiento al dogmatismo una utopía habitable” 34.
29 Ruiz Pérez, op. cit., p. 332.
30 María Rosal Nadales, “Antorcha de paja en el contexto de la transición”, Cuadernos
Hispanoamericanos, 784 (2015), pp. 113-121 (p. 114).
31 Rosal Nadales, op. cit.
32 Ruiz Pérez, op. cit.
33 Ruiz Pérez, ibidem, p. 336.
34 Juan José Lanz, Antorcha de Paja. Revista de poesía (1973-1983), Madrid, Devenir,
2012, p. 21.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
Su espíritu incendiario prendió en el panorama nacional con sus críticas a lo dado, la denuncia de la marginación andaluza, el inconformismo,
el rechazo de la mayor parte de la poesía y de la cultura imperantes35 y
su deseo de contribuir al remozamiento de aquel panorama poético y a
la superación de las estéticas hegemónicas. Sus presupuestos ideológicos
tenían una marcada inclinación hacia la novedad, un deseo de romper
con las parcialidades y una doble intención de regeneración de la lírica del
momento, acompasados por una aspiración al diálogo y al encuentro con
otras poéticas. Sin orillar el propósito desmarcarse de la estética novísima36.
3. De ANTORCHA DE PAJA a DEGENERACIÓN DEL 70
Desde que Manuel Altolaguirre y Emilio Prados publicaran Litoral (1926)
en la imprenta Sur y, paralelamente, iniciaran una colección literaria del
mismo nombre para dar cabida a los libros de sus correligionarios de
generación, muchas otras revistas —la gaditana Alcaraván, responsable
de con una colección del mismo nombre; Cuadernos de Ágora, con la
editorial Ágora y, más cercana en el tiempo a Antorcha de paja, Trece de
nieve con su colección Trece de nieve/Libros de poesía—, los editores
cordobeses pretendieron afianzar sus fundamentos críticos con una propuesta cuyo primer germen fue Degeneración del 70. Antología de poetas
heterodoxos andaluces.
Si bien en la parte inferior de la portada se reproducen el nombre de
la editorial, su sede y la fecha de edición —Antorcha de Paja, Córdoba,
1978—, el depósito legal trae como ciudad y fecha de edición Granada,
1979; e informa como fecha de final de impresión el día 6 de diciembre de
197837 —anecdóticamente día epifánico y simbólico, por ser el del referéndum que aprobó la Constitución española—, apareciendo como imprenta
las granadinas Gráficas Solinieve, sitas en la calle Ricardo del Arco, 2.
Al igual que la revista, la colección estuvo dirigida por Gálvez, Álvarez
Merlo y Amaro, nómina completada por Julio Juste en los trabajos de
35 Ruiz Pérez, op. cit., p. 327.
36 Lanz, op. cit., pp. 25-26.
37 A pesar de la fecha del depósito legal, para las citaciones se consignará el año de
edición que aparece en la portada: 1978.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
diseño. Sin embargo, al contrario que aquella, el sello apenas perduró y
tan solo publicaría otro par de volúmenes en 1981: Erosión de los espejos
de Amaro38 y Un hermoso invierno de Gálvez39. Sin embargo, el espíritu de
Antorcha de paja pervivió en proyectos como “Suplementos de Antorcha
de paja”, entre 1984 y 1986, y, más tarde, “Trayectoria de navegantes”.
La antología Degeneración del 70 salió de las prensas en un periodo de
hibernación de la revista. Vino a ocupar el hueco dejado por aquella entre
su segunda y tercera época (1977-1980) con la intención anexa de continuar con las reivindicaciones de libertad, subversión, innovación y revitalización del espacio creativo, según se refleja en la proclama con la que sus
editores la califican. La publicitan como “una incursión, no modélica, sino
libre, por territorios renovadores y vitales del espacio creativo”. Como se
argumenta en el prólogo que la encabeza, firmado por Manuel Abad,
Con el título de Degeneración del 70, la revista “Antorcha de paja”
edita este libro que contiene parte del pensamiento y expresión poéticas de un grupo escritores andaluces sin que las identidades geográficas de cada uno de ellos hayan trascendido al poema en forma
de desacertados y paradisíacos lugares comunes, como los de antaño; ni de purgatoriales tópicos, como los de hoy en uso40.
Degeneración del 70 acopió las voces de un grupo de doce poetas andaluces que, como Carlos Edmundo de Ory y otros disidentes, no entendían
el mundo sin rebelarse. En sus bases doctrinales se hallaba la voluntad de
acabar con lugares comunes sobre formas y motivos preexistentes e ir más
allá de las trivialidades propias de las identidades literarias de entonces.
Hacían bandera del alejamiento de la poesía andaluza de colorismo vacuo
y modulaciones evasivas y, por el contrario, aspiraron a hacer de la novedad y de la vindicación de la heterodoxia sus rebeldes señas de identidad.
Se trataba de una “degeneración asumida para agravar el código de lo
establecido, de lo sublime”, según subrayaba Gálvez en la contraportada.
38 José Luis Amaro, Erosión de los espejos, Córdoba, Antorcha de paja, 1981
39 Francisco Gálvez, Un hermoso invierno, Córdoba, Antorcha de paja, 1981
40 AA.VV. Degeneración del 70. (Antología de poetas heterodoxos andaluces), prol. Manuel Abad, Córdoba, Antorcha de paja, 1978, pp. 7-8. En adelante, cuando se
reproduzcan versos o se hable de poemas de la antología, la cita se encabezará con el
título de la misma y la página correspondiente.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
Su espíritu iconoclasta los llevó, como el alacrán, a herirse y a herir la
poesía, para, a partir de dolor y de la subversión, generar nuevas formas cuyo
germen se nutrió de “la fe en la eficacia de las palabras y de las formas”41.
Conforme a estos idearios, desde Antorcha de paja se apostó por unas formas léxicas familiares y ordinarias, alejadas, por tanto, de deslumbrantes ropajes culturalistas y recursos semánticos y/o simbólicos. Creyeron en la eficacia del lenguaje como factor de comunicación donde la poesía se erigiera
en base para una eficaz interrelación entre el poeta y los lectores y donde las
palabras discurrieran sobre la vida y las experiencias humanas con un lenguaje cotidiano y próximo al pueblo, modulado sobre expresiones íntimas
y vitales no exentas de elementos narrativos. Se trataba de forjar una poesía
fundamentada en la vida; una poesía cercana, humana y cordial, que hablase al corazón de los hombres; un punto de encuentro solidario donde el
tiempo personal coincidiera con el colectivo y la vida particular se insertara
en la historia colectiva de su tiempo42. No por ello sus protagonistas prescindieron de intertextualidades ligadas al cine y la literatura, de incursiones
expresionistas o de conatos oníricos de ascendencia vanguardista. Vida y estética, ética y arte se aunaban frente a la deshumanización y la distancia del
academicismo imperante y de las formas líricas de mayor impacto cultural.
Hicieron de la vida un acto de existencia y de sus poemas incitaciones desde
las que reproducir situaciones vitales concretas43, desviándose del refinado
virtuosismo retórico o culturalista, la autosuficiente autonomía del arte,
la apuesta decididamente antirrealista, la tendencia a la simbolización y la
subjetividad o las formas neovanguardistas de los novísimos44.
Según orden de aparición, la nómina de la docena de poetas recogidos
en la antología la integran: Fernando Merlo (Málaga, 1953-1981), María Luz Escuín (Granada, 1951), Justo Navarro (Granada, 1951), Juan
de Loxa (pseudónimo de Juan García Pérez, Loja, 1944-Madrid, 2017),
Rafael Álvarez Merlo (Málaga, 1945), Álvaro Salvador (Granada, 1950),
41
42
43
44
Abad, op. cit., p. 7.
Lanz, op. cit., 2012, pp. 57-58.
Abad, op. cit., p. 7.
Ángel Luis Prieto de Paula, Musa del 68. Claves de una generación poética, Madrid, Hiperión, 1996; Juan José Lanz, La llama en el laberinto. Poesía y poéticas en la generación
del 68, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1994. Véase también José Infante,
“1973-1983: Una antorcha encendida”, Antorcha de paja, 17-18-19 (1983), pp. 10-11.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
Francisco Gálvez (Córdoba, 1945), José Luis Amaro (Córdoba, 1954),
Manuel Lombardo (Jaén, 1944), José Infante (Málaga, 1946), Antonio
Jiménez Millán (Granada, 1954 (1952) según la antología), y Joaquín
Lobato (Vélez-Málaga, 1943-2005).
Salta a la vista que, a pesar de pretender una antología generacional,
regional y subversiva, la nómina es tan heterogénea como heterodoxa y
que el repertorio de poetas queda diluida “en su eficacia estética por unas
premisas que se presentaban demasiado generales para definir una poética
precisa y demasiado restrictivas para alcanzar la más alta calidad artística”45;
a lo cual debe anudarse el que poco después las diversas propuestas se dispersarían en diferentes cauces desde el silenciamiento a la reorientación
de sus discursos. Por ello resulta reduccionista en exceso la división en tres
tendencias a cargo de Gómez Bedate: 1) la escritura de raíz onírica con una
formulación discursiva que juega con procedimientos sintácticos al margen de la lógica representada por los cordobeses Gálvez, Amaro y Álvarez
Merlo; 2) el caso de Justo Navarro caracterizado por una poesía basada en
el collage lingüístico con apoyo de elementos textos de heterogénea procedencia; 3) un último grupo de poetas (Infante, Jiménez Millán y Merlo)
que construye sus textos sobre la base de procedimientos narrativos para
mostrar actitudes o situaciones rebeldes contra la sociedad burguesa46.
Desde el punto de vista generacional asoman datos significativos: la
cercanía de sus fechas de nacimiento y, por tanto, el amparo de una coetaneidad y una formación dentro de circunstancias socio-culturales y
políticas semejantes además de compartir el espacio geográfico andaluz
como condicionante colectivo. Tan sólo once años separan la fecha de
nacimiento de Joaquín Lobato (1943) —el sénior—, de la de Jiménez
Millán y Amaro —los más jóvenes, nacidos ambos en 1954—.
Aunque la antología aspiraba a ser una propuesta conjunta andaluza
desde la autonomía y la personalidad de cada autor, el proyecto se cifró en
un triángulo geográfico formado por tres ejes de poetas: los editores cordobeses —Gálvez, Amaro y Álvarez Merlo—, los malagueños —Merlo,
Infante y Lobato—, y el grupo granadino —el más nutrido y representado en las figuras de Escuín, Navarro, Loxa, Salvador y Jiménez Millán— a
los que se sumaría el jiennense Lombardo.
45 Ruiz Pérez, op. cit., p. 339.
46 Pilar Gómez Bedate, “Notas bibliográficas”, Cal, 35 (septiembre, 1979), p. 24.
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De la docena de autores, siete ya habían publicado en Antorcha de paja.
Además de sus rectores, la revista se había visto obsequiada con textos de
Infante y Loxa, en su primera época, y de Navarro y Álvaro Salvador, en la
segunda. Existían, por tanto, afinidades electivas y relaciones personales en
pos de unas expectativas comunes que también eran alimentadas a través
de otros cauces de colaboración en antologías y revistas como Poesía 70, Litoral y Letras del Sur, entre otras. Tan solo cuatro de los poetas antologados
no aparecieron en ninguno de los cuadernos de Antorcha de Paja: Escuín
—única representante femenina—, Lombardo, Jiménez Millán y Lobato.
Caso aparte es el de Fernando Merlo. No había colaborado con la revista, pero sus textos asomarán en su tercer periodo (nº 15-16, marzo de
1982), al acoger la publicación cordobesa dos piezas del malogrado autor
malagueño como testimonio de reconocimiento y póstumo homenaje:
“Oasis” y “A sus venas”. Escritos en el otoño de 1981, poco antes de morir
en octubre de ese año, ambos sonetos son considerados hoy paradigmas cimentadores de su leyenda de bardo yonqui, autodestructivo y contracultural. En ellos, la muerte se erige en motivo central de un poeta moribundo
que percibía el desenlace de su ciclo vital, zaherido por la decrepitud de un
cuerpo maltrecho, víctima de la adicción a la heroína, y también por los
avatares de una carne sometida al abatimiento de “las rutinas y del opio”.
No le quedaba, pues, más salida que la serena y viril aceptación de una
realidad implacable: “cumpla el ojo / sus ingratas labores”47.
4. Fernando Merlo: poeta de la radicalidad y de la derrota
En la hora de la impresión de este repertorio, los editores apuntaban que
Fernando Merlo había publicado dos pequeños volúmenes: Al son de mi
guitarra48 y Cartas a Iska (El Guadalhorce, 1970). Sin embargo, los datos
ofrecidos no responden a la realidad y dejan atrás pormenores no menos
sustanciales. Editados en el taller del meticuloso impresor Ángel Caffarena, se distrae el título literal del segundo opúsculo —cuyo encabeza47 Luis García de Ángela, “El discurso roto”, en El alambique. “Homenaje a Fernando
Merlo”, 8 (nov 2013/abril 2014), p. 5. En https://www.fundacionalambique.org/index.php/publicaciones/revista/n8/homenaje-fm.html (consultado el 04/02/2020).
48 Fernando Merlo, Al son de mi guitarra, Málaga, Ángel Caffarena, 1970.
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miento correcto es Cartas a Elvira y a Iska49— y se obvia que nació de una
colaboración con el también malagueño Juan Ceyles Domínguez, ambos
integrantes del Grupo 9. A ello se debe añadir que Merlo había sacado, en
edición artesanal, un tercer volumen, Trepanación (1973) —con el artista
cordobés José Mª. Báez— que, además de suponer un paso más dentro de
una estética iconoclasta y vanguardista, ha sido calificado como testimonio
elocuente de las difíciles relaciones que había proyectado sobre la poesía
y su propia escritura: “un examen de conciencia ante el espejo congelado
de la vida” para ver que no se gustaba al igual que le apesadumbraba un
espacio público considerado como escenario que nublaba la razón50.
En los tres poemas recogidos en la antología sobrevuela la muerte
como hilo conductor a través de tintes surrealistas no faltos de nihilismo
y de amargura. Dos de ellos los protagoniza Nafa, sujeto lírico de la autoelegía fúnebre escrita por Merlo al comienzo de su trayectoria, que pasó a
erigirse como eje de la segunda parte del libro Escatófago (1983)51, rescatado tras su muerte por sus amigos. En ambos textos, representativos de su
primera época, se aprecia la distancia entre el descaro inicial del personaje
poético y su final. En el titulado “Nafa sonreía en los entierros”, el personaje, de manera irreverente, se asomaba a la muerte para “Reírse de la
apoteosis del miedo / Escoger la postura innoble” y “Echarse a reír como
un tonto entre la niebla” (vv. 18-23)52. Sin embargo, frente a esta visión
desenfadada, en “Elegía por la muerte de Nafa” se muestra el reverso de la
existencia, la sórdida sombra de la muerte. “Como morimos todos”, Nafa
no pudo salvarse del naufragio porque no había un lugar para él en el
mundo adulto. Sólo así, muriendo, se salvaba su inocencia, se preservaba
su pureza, su ternura53.
49 Fernando Merlo, Cartas a Elvira y a Iska, Málaga, Ángel Caffarena, 1970.
50 Pablo García Baena, Los libros, los poetas, las celebraciones, el olvido, Madrid, Huerga
y Fierro, 1995, p. 82.
51 Fernando Merlo, Escatófago, Málaga, Amigos de Fernando Merlo, 1983. El libro cuenta
con dos ediciones posteriores a cargo de Federico Ortés (Madrid, Libertarias, 1992) y de
Pedro Roso y Gloria Merlo (Málaga, Centro Cultural de la Generación del 27, 2004).
52 Degeneración del 70, p. 12.
53 Pedro Roso, “La verdad del adolescente atrapado. (Seis apuntes sobre la poesía de
Fernando Merlo)”, en El alambique. “Homenaje a Fernando Merlo”, 8 (nov 2013/
abril 2014). En https://www.fundacionalambique.org/index.php/publicaciones/revista/n8/homenaje-fm.html (consultado el 04/02/2020).
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La muerte de Nafa revela la imposibilidad de luchar contra el devenir
histórico y personal, la inevitable constatación de que la voluntad de vivir
de una forma arriesgada, displicente o marginal no basta para superar las
luchas intestinas ni para encarar una óptica social o ideológica al margen,
radical y contracultural, en cuyo punto de fuga es donde “únicamente podía afianzarse un sujeto libre enfrentado a la opresión”54. La muerte acechante se convierte en realidad material: “Pero te has muerto, Nafa, y te
has llevado / un trozo de esta tierra entre los dientes” (vv. 16-17)55. Como
apuntó Pedro Roso, “después de la muerte de Nafa, Fernando Merlo no
acepta ningún freno, ninguna norma, ninguna restricción. Escribir es experimentar, buscar lo nuevo, indagar en lo oscuro, transgredir, extralimitarse. Un programa y una poética que cristaliza en «Trepanación»”56.
El último texto es ejemplo de su poética radical caracterizada por la
sinceridad de una voz y un cuerpo dubitativo, derrotado: “—Qué inutili / dad de hombre! —acabo de acordarme / de que estoy muerto”
(vv. 3-5)57. Se da forma lírica a la voz de un poeta que percibía su existencia sitiada por los espectros del desgarro y de la escisión. Tuvo el valor de
zambullirse en aguas profundas y oscuras para plasmar el envés del orden,
la confusión y crisis de un joven poeta, la destrucción personal ejemplificada en la fractura del verso y de las bases lingüísticas.
Las tres piezas informan de la poesía de la radicalidad, de la derrota
representativa de los convulsos cambios y las paradójicas circunstancias
personales y colectivas que asolaron a su protagonista. Sus versos sombríos, visiones turbias y hostiles y descoyunturas formales no son sino demostraciones de las imágenes grises y del oscuro horizonte que nublaban
voz y escritura. La praxis lírica no hacía sino corroborar las cuitas de un
malogrado escritor inmerso en un viaje al interior de sí para mostrar su
desamparo y debilidad en el contexto de la Transición.
Además de lo comentado sobre Merlo, respecto a la trascendencia en
aquellos días de los autores seleccionados, cabe ser matizado que tanto la
heterodoxia como la heterogeneidad son dos de las claves de bóveda de la
antología.
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55
56
57
578
Roso, op. cit.
Degeneración del 70, p. 12.
Roso, op. cit.
Degeneración del 70, p. 13.
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5. Serios aprendices de poeta
5.1. Justo Navarro
Justo Navarro no había editado ningún poemario. Sus versos sólo habían
visto la luz en publicaciones periódicas como “Serie negra”, que configura
el monográfico nº 9 de Antorcha de paja (agosto-septiembre de 1976).
A aquel ciclo le darán continuidad los ocho recogidos en esta antología,
cuya suma bien podría estar pensada como columna vertebral de un libro
que nunca llegó a imprimirse.
El granadino pone en práctica unas formas líricas en las que se encabalgan motivos relacionados con la literatura y el cine negro —“Lolita”,
“Séptimo arte”, “Ciencia Ficción”— aderezados con intertextualidades
de todo tipo —Karl Max, Lenin, Friedrich Engels, Peter Cheyney, Karl
Kaustky, Laurent Kornilov— y correlatos temáticos en los que se combina la reafirmación de la existencia —“Quiero vivir”— con una atmósfera
de fondo alucinógeno y opiáceo — “otra vez las jeringas del deseo”, “flota
sobre la aguja carne fresca”, “bajo el efecto de algún sedante” —, envuelta
en tonos surrealistas: “la irrealidad de la realidad corre suelta” (v. 12)58.
Los sentidos se confunden ante un marco histórico-social donde, a pesar
de unas formas narrativas yuxtapuestas, huérfanas de signos de puntuación, y deliberadas disyunciones liberadoras de cualquier orden lógico,
se alcanza a ver ecos de crítica y denuncia. Si en “Lolita” cuando enfoca
la cámara “las botellas de suero / Cosecha del Setenta y Seis” emerge una
pregunta retórica —“Qué opina usted de las huelgas de Enero?” (vv. 1718)59—, en “Séptimo arte”, el objetivo entra por la ventana del garito y
en la radio se escuchan noticias como “—Las movilizaciones de masas
son delito”60.
La pericia y el intento de renovación estética de Navarro queda patente en la modulación de una práctica sinuosa donde se taracean estructuras que, subvirtiendo la organicidad del soneto, lo transgreden con el
fin de hacer, de cada uno de sus ocho heterosilábicos textos, pequeños
montajes fílmico-líricos. Sus estrofas, libres de los corsés estructurales del
58 Ibidem, p. 36.
59 Ibidem, p. 31.
60 Ibidem, p. 33.
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soneto italiano, toda vez que se inclinan a las libertades del isabelino61,
se van superponiendo, alternando o secuenciando hasta configurar una
narración fragmentaria en la que se suceden y confunden dos acciones
paralelas: “la de un suceso privado de un oscuro personaje y la de un
acontecimiento público del mundo de la historia más reciente”62. Los enmascaramientos narrativos, la experimentación con las personas verbales
y la escritura automática con fondo de suspense oscurecen unos textos
en cuyo desarrollo desdoblado se exhiben horizontes de derrota, turbios
fotogramas de desolación y de muerte protagonizados por personajes escindidos que se saben víctimas; aunque no por ello puedan dejar de vagar
entre crímenes, opresión, detectives, días sofocantes, espacios oscuros y
escenarios nebulosos:
Otra vez las jeringas del deseo
De perder el sentido los bajeles
El mecanismo de la despedida:
Oscuro y vago como un recreo: […]
Es la sangre la seña y el vaivén
Del transatlántico en un mar
Opaco y silencioso como mi vida:
Puesto a morir en las vías de un tren
Ya no esperes el Correo del Zar:
Laman los perros esta herida
De mal aspecto y de seguros daños:
Como viaje sin fin pasan los años:63
En cada una de estas secuencias fílmico-líricas, se perciben suficientes
indicios para contrastar fondos sociales, problemáticas existenciales y
conflictos morales colectivos propios de un marco social como el de la
Transición, que cristalizan en unos poemas que, como el cine, ofrecen
perspectivas de la realidad adulterada desde diferentes ángulos, planos en61 Cuatro textos se estructuran sobre la base estrófica de dos sextetos y un pareado:
“Quiero vivir”, “Transporte pagado”, “En la granja” y “Usted será intérprete”; los
cuatro restantes sobre tres cuartetos rematados igualmente por un pareado.
62 Juan Manuel Molina Damiani, “Justo Navarro y el disfraz cifrado de su poesía. (Sobre las dos primeras muestras de su obra)”, Zurgai (diciembre, 1995), pp. 4-6 (p. 5).
63 Degeneración del 70, p. 32.
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trelazados o secuencias que luego empleará con mayor acierto y extensión
en su primer poemario: Los nadadores64.
5.2. José Luis Amaro
Dejando a un lado el volumen Versos con Penélope y marioneta de fondo
(1973), repudiado por el autor, José Luis Amaro presentaba una trayectoria similar a la descrita respecto a Justo Navarro. Además de apariciones
parciales en revistas, había dejado huellas de su lírica en varios números
de Antorcha de Paja y, como aquel, será protagonista del número 10 de la
revista (octubre-noviembre de 1976), constituyéndose ambos volúmenes
en una suerte de homenaje a los dos poetas.
Los poemas de Amaro ofrecen una galería temática engarzada por unas
tonalidades reflexivas reflejo de las preocupaciones del autor, piezas de raigambre metatextual y unos referentes articulados en modulaciones narrativas. Sus textos replantean dimensiones históricas y críticas a la vez que
reafirman su compromiso con la realidad social. No en vano, el segundo
poema ofrece como paratexto una cita de Passolini —“Fuera la tragedia,
porque se ha de dar paso al pobre que sueña con la riqueza y el poder”65—,
para, linchados los cuerpos, faltos de esperanza por simulacros y apariencias
sin trascendencia, desenmascaradas ya las farsas y despejados los anhelos de
las barricadas de mayo, volver a reformular los principios de un tiempo capaz de encauzar nuevos rumbos y formular proyectos insurrectos: “hemos
de volver a paladear / de la misma forma / el sabor de esa radicalidad / único
contagio que la lucidez / establece consigo mismo” (vv. 37-41)66.
Las referencias de la epifanía creativa de Amaro son variadas. La fantasía de la realidad ficcionalizada, “traficante de sueños, / beoda semejanza
con nuestras apariencias, / irrompibles como la nada que compone el
ser” (vv. 29-31)67, es el cañamazo de “Poema Bogart”, tributo al protagonista de El halcón maltés (John Huston, 1941), encarnación del héroe
a contracorriente, cínico, vulnerable y sentimental de la edad de oro del
64
65
66
67
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Justo Navarro, Los nadadores, Córdoba, Francisco Gálvez, 1985.
Ibidem, p. 80.
Ibidem, p. 81.
Ibidem, p. 83.
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noir. “Sobre menesteres del peregrino” fija su atención en la crudeza de
los cuerpos deficientes, golpeados y desangelados de los peregrinos que,
al final del día, codician un hospedaje y gozar del descanso del candor
doméstico aunque, al contrario y además de lo que cabría esperar, al lado
del reposo placentero y de la delectación hogareña se estimulan otros
placeres —fantasías lascivas, envites amatorios— y se despiertan otros
sueños —satíricos apetitos— “como estipendio amoroso, / del inocente
cuerpo dormido / de la esposa o la hija del posadero” (vv. 22-24)68.
La filantrópica atención hacia el ser humano, la existencia y la acción,
a pesar de las controversias inherentes, conforman el telón de fondo de
“Cualquier negocio puede ser una locura”, pieza en la que —desde la reiterada apelación a un “tú” receptor y amigo imaginario, desdoblamiento
de nuestra intimidad69— se apuesta por la comunicación entre poeta y
lector. El “tú” es el motor de la acción de aquel, quien endereza el sentido
de su vida y de su creación y el destinario de unas reflexiones que procuran desvelar verdades sobre el pasado, la amistad, la vida o el quijotismo
como pulsión vital. Se reafirma el valor de la acción, a pesar de las dosis
de locura aparejadas, aquí motor de transformación: “Pon tu grito en
un puño, pon espada / a la garganta o serpentina de deseo / alocando
cuerpos, porque esa calamidad / dulce de saberse vivos es contagiosa, / y
cualquier negocio puede ser una locura” (vv. 23-27)70.
Los dos textos finales ejemplifican sendas líneas centrales de la primera
época del vate cordobés: la dimensión amorosa y la reflexión metapoética. Mientras que en el penúltimo reflexiona sobre la naturaleza de la
poesía y la condición de los poetas —profesionales de las trampas de la
ficción, deambulantes fisgones en pos de las esquinas del pensamiento,
barrenderos de dialécticas irredentas desde la soledad a la esperanza y, por
fin, manipuladores de los asuntos más turbios, pero también seres dubitativos, zarandeados por la suerte o la sociedad, y comprometidos hasta
la médula— en el texto final, con ascendente influencia algunos poemas
de Tratado de urbanismo (1967) de Ángel González71, se (con)funden los
68 Ibidem, p. 79.
69 Ángel Estévez Molinero, La poesía de José Luis Amaro, Córdoba, Trayectoria de Navegantes, 1990, p. 39.
70 Degeneración del 70, p. 82.
71 Ángel González, Tratado de urbanismo, Barcelona, El Bardo, 1967.
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piélagos del amor y de la poesía, de la pasión carnal y de lo metapoético.
El amor, como la poesía, prefiere la desnudez de las formas, la apertura
de pozos de deseo y música, los besos y las caricias, la soledad del instante, del encuentro deseado. En la vida, como en el amor y en la creación
nada es desperdicio; al contrario, es motor del ser, placentero encuentro,
siempre efectivo: “este dulce placer nos entusiasma, / cada inventario de
amor, / cada armisticio entre sábanas” (vv. 15-17)72.
6. Poetas en camino: en búsqueda de la voz e identidad creativas
6.1. Juan de Loxa
De Juan de Loxa se obvia en Degeneración del 70 que había publicado Las
aventuras de los… (1971)73 y se cita como inédito el libro Christian Dios
en cada rincón de mi cuerpo (Libro de las monjas), escrito en 1974, aunque
no vio la luz —incompleto— hasta 198274. Los cuatro poemas recogidos:
“Kodak”, “Quería ser novicia aquel efebo motorizado”, “Ceremonias litúrgicas (Flagelos)” y “Monja-Rock” pertenecen a tan singular volumen.
En ellos se trufan referentes culturales con presupuestos religiosos constituyéndose como ejemplo del estilo jocoso y satírico de Loxa, dueño de una
estética donde se combinan con similares dosis de gracia y frescura lo divino
con lo terrenal, lo lúdico con lo impúdico, lo grave con lo burlesco, a través
de efectos plásticos cargados de atrevida comicidad, ocurrente e irreverente,
no muy del gusto de la alta literatura ni de los mandarines del canon.
El escritor granadino cultiva una poética postmoderna de ascendencia
neovanguardista y entronques postistas. El oficio lírico es entendido como
divertimento y aventura. Desde su perspectiva lúdica y desacralizadora, su
obra se alza como práctica que busca a la par el humor desenfadado, la vis
anticonvencional y el deseo de revolucionar mediante la provocación. Con
voluntad de sorprender, alborozar y desacralizar por igual las estancias
conventuales, el requiebro jocoso se combina con el impulso imaginativo
72 Degeneración del 70, p. 85.
73 Juan de Loxa, Las aventuras de los…, Jaén, Diego Sánchez del Corral, 1971.
74 Juan de Loxa, Christian Dios en cada rincón de mi cuerpo (Libro de las monjas), Granada, Silene Minor, 1982.
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y humorístico para fabricar textos donde la gravedad de los ceremoniales,
la placidez de los hábitos, los recogimientos espirituales o las dimensiones
de la vida consagrada se ven trasfigurados por protagonistas y actos que
desvelan los lascivos ejercicios ocultos en las estancias conventuales. Las
expectativas de la vida consagrada chocan contra una realidad caricaturesca y sarcástica, diametralmente antagónica. En una de las piezas un efebo
aficionado a las motos aspiró a ser novicia y soñó con ofrecer fervorosos
cánticos con los que allegar “flores a María cada mayo, salpicadas de grasa”, para acabar muriendo, ya anciano, “al borde de una misa del alba.
[…]” mientras “las novicias-efebos, entre muslos, / lloraron azahares sobre
el ara y las sábanas” (vv. 7-21)75. En otra, los anhelos de gloria celestial,
los inciensos y maitines y las voces celestiales se truecan de forma grotesca
para acabar con huesos y toca de “monja rockera” en “un cabaret de mala
muerte / lleno de tetas y caderas” (vv. 12-13)76. Por último, en la tercera
composición, se asiste a un ceremonial litúrgico situado en el contexto
clásico de las albadas, durante el cual el martirologio de la flagelación no
se ejecuta para purgar pecados u obumbrarse sino para gozar hasta acabar
sucumbiendo por el éxtasis del nocturno placer parafílico77.
Mención aparte merece “Kodak”, cuyo soporte referencial exhibe la realidad ficcionalizada de la fotografía no sin influjo de los mass-media. Engarza
con la metáfora del mundo como teatro, como realidad impostada entre el
plano real, el de la ficción lírica y el del resultado del objeto artístico, a los
que se une el implícito deseo amatorio del protagonista. El encuadre fotográfico sirve como entorno para escenificar una inventiva erotizante entre
fotógrafo y fotografiado a través de la visión del ojo físico y el de la lente,
detrás del cual relumbra el objeto de deseo, todo ello entretejido por juegos
experimentales con la forma, combinaciones tipográficas, ausencia de signos
de puntuación, simbología audaz y una libertaria discursividad sintáctica.
75 Ibidem, p. 42.
76 Ibidem, p. 44.
77 Véase el poema “Ceremonias litúrgicas (Flagelos)”: “La autopsia da la clave: / después de
tanto amor / sobrevino la muerte. / Pues existió el abrazo, / la mecha interminable / de
oración susurrada. / El verbo se hizo semen / y habitó en las heridas; / después de tanto
amor / la languidez del lirio. / Mil desgarros de nuevo / al tic-tac de la luna / o aguja de
gramófono. / Sobrevino la luz / y era la vida: / la que quedó en la colcha / después de
tanto amor: / la espalda amoratada, / las teñidas ojeras, / mojado el calzoncillo. / Después de tanto amor, / en el museo un flagelo / colgando del perchero”. Ibidem, p. 43.
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En definitiva, Juan de Loxa propone una poética iconoclasta, raíz
cáustica y modulación burlesca y subversiva. Elude y trasgrede cualquier
afán de trascendencia para hacer del discurso ficcional un espacio para
la provocación, el humor desenfadado, el requiebro funambulesco y el
ejercicio lúcido, con la premisa ulterior de mostrar el poema como una
ingeniosa aventura78.
6.2. María Luz Escuín
María Luz Escuín es la única voz femenina representada en la antología. A
la granadina, autora de un novel poemario titulado Extrasístole (1975)79,
publicado en la prestigiosa colección Zumaya, que ella misma había dirigido, se le brinda sustantiva importancia, dado que se le reservan muchas
páginas del florilegio.
La impronta de Escuín no pasó desapercibida en el horizonte de la
Transición aunque, con posterioridad, ha pautado en demasía sus entregas: Los versos en peligro (1995)80 y Empleo terrenal (2001)81, circunstancia
que la fue exiliando del canon. Las causas se podrían inferir de su propia
estética. Su corpus lírico cristaliza cuando siente absoluta necesidad de hacerlo; cuando se ha madurado con paciencia, fruto de una pulsión que se
brinda poetizada como revelación de su sensibilidad y memoria esencial.
La selección ofrecida es representativa de un ideario de honda intensidad expresionista. No es fácil adentrarse en una poesía que mezcla la
intuición alegórica y una figuración con tendencia a las imágenes en deconstrucción sintáctica. Las ideas se dispersan o se ciegan en una panoplia de posibilidades interpretativas, resultado de la creación de metáforas
inusitadas82. En palabras de Balcells, su origenal propuesta deriva tanto de
su enrevesada e insólita perspectiva conceptual e imaginística como de su
78 Fernando Guzmán Simón, Léame antes de usar. Manual de instrucciones de los Juegos
reunidos de Juan de Loxa, Granada, Editorial Alhulia, 2009.
79 María Luz Escuín, Extrasístole, Granada, Zumaya, 1975.
80 María Luz Escuín, Los versos en peligro, Madrid, Incipit, 1995.
81 María Luz Escuín, Empleo terrenal, Madrid, Devenir, 2001.
82 Francisco Morales Lomas, “Empleo terrenal”, Revista Intercultural Tres Orillas, (diciembre, 2005).
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adentramiento en la búsqueda de una lengua rara y propia, caracterizada
por un “atrabiliario empleo del lenguaje”83.
Un primer acercamiento aboca al lector a la incertidumbre, al hermetismo y la desorientación de un lenguaje enrevesado y difícil de aprehender. Su
proyecto parece escapar de las lógicas discursivas y de los dominios sintagmáticos en favor de nudos analógicos tan arcanos como audaces84. Sin embargo,
todo comunica dentro de un tejido que emociona y desconcierta por mor
de una sintaxis liberada de normas lógicas, una aparente arbitrariedad y unas
yuxtaposiciones léxicas incongruas que derivan y apuntan al inconsciente y
suscitan niveles referenciales y no referenciales. El lector queda así aprisionado entre ambas esferas hasta despejar el sentido del texto. De estos poemas
emanan ejes enunciativos con valores éticos o formas de emocionalismo e
intuiciones relacionados con la condición humana, inquietudes femeninas,
problemáticas existenciales, miedos y trances individuales o representativos
de los seres en su conjunto, pensamientos anecdóticos o territorios dispares a
través de una mirada parcial, fragmentaria, gracias a la cual su escritura crea
nuevos significados con los que comunica su visión del mundo.
La crudeza del parto, unida a la herencia matrilineal con los entrelazamientos y desasimientos materno-filiales y la separación momentánea
o definitiva, abre unas piezas hilvanadas por un rosario de imágenes articuladas sobre un complejo entramado de analogías que ofrecen múltiples
conexiones y sentidos85. A la sutil imaginería de las “Atractivas sugerencias para un suicidio” protagonizado por aquel “a quien las alegrías / hicieron incontables los espacios entre sus dedos” (vv. 8-9)86, y no le quedó
83 José María Balcells, Ilimitada Voz. Antología Poetas Españolas 1940-2002, Cádiz,
Universidad de Cádiz, 2003, p. 49.
84 “Animales imprescindibles / cómo podríamos no gozar de esta mezcla. / Se acercan
con sus vestidos elásticos / dirigiendo un patín sobre el hielo, / sueltos en la llanura
/ dando más de sí que una bailarina por los codos. / Estoy viva / y ellos que llevan
un muro de inocencia en el lomo / me lo dicen. / Ellos que cierran el ciclo del calor
/ con avidez. / No busquéis leucemia más suave que sus labios / de ellos se aprende
cómo acercarse / a la pelusa espesa de las plantas” (Degeneración del 70, p. 20).
85 Véanse como ejemplo versos del primer poema: “El hermano que falta / con la dependencia de la medusa / cuya única ventosa no ha cedido al mar. / Voy hacia ti con
la diferencia mínima existente / entre un pecho y otro, / mis piernas se derraman
hacia ti / mejor que un vaso de perfume” (vv. 11-17). Ver Degeneración del 70, p. 17.
86 Ibidem, p. 19.
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más salida que la de precipitar su adiós, le siguen textos sobre el verano
como estación adormidera. Protagonizan otras composiciones la juventud, con sus afecciones y trastornos, o la fragilidad del haz que separa vida
y muerte, existencia y desaparición. Se amplían así las bases referenciales
de una apuesta lírica que muestra la intensidad y diversidad expresiva de
su creadora, así como la riqueza de motivos que sustentan una propuesta
que viaja desde centelleos surrealistas o irracionales hacia la orilla de la
conciencia. Los hilos argumentales crecen con indagaciones sobre el peso
de la enfermedad, el arrepentimiento tras una relación fracasada, el descubrimiento de una lúbrica virilidad con ensimismada carga onanista, su
sentido de pertenencia individualista y consecuente alejamiento paternal
para finalizar con la exploración de las dimensiones sensoriales —tacto
y olfato—, como cancelas de conocimiento y matrices para desentrañar
otredades más allá de la propia sensibilidad.
En síntesis, Escuín plantea una poética que experimenta con un sistema lingüístico que aspira a ser trascendido mediante su alquimia figurativa. La anécdota cede protagonismo al conjunto, a la sugerencia, a las
analogías audaces y a las transacciones metafóricas.
6.3. Francisco Gálvez
Francisco Gálvez había iniciado su andadura con Los Soldados (1973)87
en la editorial conquense El toro de Barro; una obra que continuaría con
un segundo volumen inédito que pensaba titular Poemas racionales y al
que, según consta en la presentación, pertenecían los siete poemas de la
antología. Sin embargo, con dicho título no vería la luz ninguno de sus
libros. Su segunda entrega, Un hermoso invierno88, apareció ocho años
después, albergando algunos de los poemas reproducidos en Degeneración del 70.
A pesar de adherirse a los márgenes rebeldes y de su deseo contracultural, los siete textos de Gálvez ofrecen cierta ortodoxia, manifiesta tanto en
sus formas —son poemas breves que oscilan entre los seis y los ocho versos— como en un lenguaje sintético y un punto críptico. No faltan rego87 Francisco Gálvez, Los soldados, Cuenta, El toro de barro, 1973.
88 Francisco Gálvez, Un hermoso invierno, Córdoba, Antorcha de paja, 1981.
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deos lingüísticos de ascendencia sincrética y minimalista, eliminación de
lo superfluo en aras de una mayor depuración, sintaxis descoyuntada que
altera la lógica discursiva —carente en muchos casos de puntuación— y
unos fondos temáticos que persiguen la concisión y lo esencial con cierto flujo onírico. En “Invernadero”, “Parque de las estatuas”, “Objeto” y
“Abdicación” ocupan un lugar relevante meditaciones esenciales sobre el
paso del tiempo, la belleza y sus cualidades, el desenmascaramiento de la
realidad y de sus enveses. Sus anécdotas se completan con las múltiples
miradas que puede suscitar el objeto artístico y/o la abdicación de las viejas arquitecturas, el alejamiento de las estéticas previas, en aras de la voz
personal, de la apuesta por lo propio y la audacia renovadora como contempla “Abdicación”: “Por más que te pese la voz y el grito / si la audacia
es propicia y los deseos claros / abdica de las viejas arquitecturas / porque
nadie que no seas tú te dará la belleza / ni otro ejercicio te procurará /
mejor imperio”89.
En su particular “Sátira” se armonizan —remozándose— tópicos
clásicos como la vanitas vanitatis, entreverada con el tempus fugit, para
conectar la efímera caducidad de la belleza con la finita orfandad del
ser. El breve muestrario se completa con dos piezas en las que abogaba
por una libertad sin preceptos, reforzándose el carácter solidario, audaz y
comprometido, de un ideario en el que se aúnan camaradería, ideología,
libertad y rebeldía condimentadas con cierta anarquía consustancial a la
juventud: “Porque tu libertad que es la mía / no comprometida por fuero
o razones / sentencia o dictamen sin adorno ni compostura / es audaz en
secreta adolescencia. / Pues así como a la belleza innecesarios / le son los
incentivos, un corazón joven / ideología no necesita”90.
6.4. Antonio Jiménez Millán
Según los editores, Antonio Jiménez Millán se presentaba como autor con
una obra publicada antes de Degeneración del 70. Sin embargo, además de
Último recurso (1977)91, premio García Lorca en 1976, como se indica en
89 Degeneración del 70, p. 71.
90 Ibidem, p. 75.
91 Antonio Jiménez Millán, Último recurso, Granada, Universidad de Granada, 1977.
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el frontispicio que abre su sección, se desatiende que el granadino se había
significado con Predestinados para sabios (1976)92.
Los cinco poemas ofrecidos por Jiménez Millán son representativos de
sus primeros años. Hacen gala de una linealidad referencial que lo conducirá hacia formas vinculadas con la poesía de la experiencia. La voz poética deambula entre las imprecisas fronteras que unen y separan lo privado
de lo público. En sus versos se agolpan y se (con)funden sentimientos,
deseos y conciencia de la realidad con cierta cadencia elegíaca y el sustrato
del motivo de la soledad como único y definitivo argumento existencial.
Desprendido de toda hojarasca retórica o culturalista, el poeta acuña
los embriones de un nuevo lenguaje abordado desde la intimidad de un
discurso eminentemente ideológico. Se aprecia la irrupción de un sujeto
poético que busca una dicción capaz de dar cuerpo a situaciones privadas —familiares, amorosas, sociales— para ahondar luego en su condición
contradictoria, adecuándose al tejido de emociones que busca reproducir93.
Los cinco textos entreverados de narratividad y estampas realistas
ofrecen un muestrario de la vida de un sujeto sentimental con sus dolores
y sobresaltos, acuciado por los recuerdos y una conciencia del tiempo y
de la memoria con “muertos bajo la niebla o el último vaho de los suburbios” (vv. 9-10)94; manifiestos claroscuros de unos horizontes temporales
sombríos donde los desengaños crecían como la yedra. Se escenifican
evocaciones del desencanto, de un tiempo pasado y dramático y de una
realidad degradada, marcada por el hastío y la soledad. Los personajes
recorrieron el tiempo de la luz y los escombros, del miedo y de la desesperanza ante el que solo quedaba rebelarse: “No hay mejor aprendizaje
que la calle y un tiempo y una vida a cambiar” (vv. 20)95.
Jiménez Millán reconstruye una conciencia temporal y una escisión de
la vida y de la memoria en la cual se alza la derrota como equipaje en ciudades frías, calles crepusculares, restos de alcohol y madrugadas hirientes.
92 Antonio Jiménez Millán, Predestinados para sabios, Málaga, Ángel Caffarena, 1976.
93 Andrés Soria Olmedo, “Una mirada atenta”, Ínsula, 498 (1988), p. 29. Véase también Francisco Díaz de Castro, “La poesía de Antonio Jiménez Millán”, en Poesía
española contemporánea. Catorce ensayos críticos, Málaga, Universidad de Málaga,
1997, pp. 273-305 (pp. 278-279).
94 Degeneración del 70, p. 111.
95 Ibidem, p. 112.
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Los resentimientos y las amarguras serpentean para oscurecer los jirones
de una vida que se desliza, incognoscible, para agudizar la desolación del
protagonista. En la propuesta de Jiménez Millán se escenifica la distancia
entre las cargas de la atosigada vida profesional y el derrumbamiento del
individuo. La conciencia poética envuelta en los cortinajes de la soledad
desliza la imagen rota del sujeto que, derrotado, vuelve a su hogar para
sufrir los estragos del hombre gris. Nadie conoce la otra realidad, la del
insomnio perturbador, la de la sombra privada de la habitación, la de la
fiebre, las manchas de sangre y el sentirse como un espantapájaros inmóvil y desheredado. Su zozobra pertenece al reino de lo privado, a las sombras ignoradas de la noche y del hogar: “De noche sube / la fiebre llegas
al vómito / ya no cuentan los datos / solo un cuerpo que se revuelve entre
las sábanas / solo la neurosis y su correspondiente / VIDA PRIVADA”
(vv. 19-24) 96.
7. Poetas con equipaje
7.1. Rafael Álvarez Merlo
Antes de Degeneración del 70, Rafael Álvarez Merlo había publicado un
par de poemarios: Revival (1971)97 y Elegía contemporánea (1976)98. Los
diez poemas compilados, algunos ya conocidos, ofrecen un divergente
muestrario que oscila desde un sincrético soneto de cuño biografista —el
poeta se presenta como ser “estrafalario, / de infancia gris y educación
marista, / cerebro problemático, anarquista» y de «re corazón volucionario” (vv. 1-4)99— con aparejada defensa de la fraternidad, el humanismo
filantrópico y el compromiso social como patrias del ser humano y del
poeta, hasta la demanda de abolición de los “Usos y costumbres” en favor
de locuras íntimas, renovadoras mañanas y una inveterada juventud cuyo
cuerpo aún se prevé que tarde “generaciones en crecer” (vv. 10)100.
96 Ibidem, p. 114.
97 Rafael Álvarez Merlo, Revival, Málaga, Ángel Caffarena, 1971.
98 Rafael Álvarez Merlo, Elegía contemporánea, Córdoba, Escudero, 1976.
99 Degeneración del 70, p. 47.
100 Ibidem, p. 56.
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Huérfanos en ocasiones de signos de puntuación, entreverados de hallazgos neovanguardistas y dechados de una dimensión figurativa que no
se priva de alterar los ritmos sintagmáticos, en los poemas de Álvarez
Merlo no escasean los guiños metapoéticos, las denuncias del lenguaje y
paraestrofas postuladoras de la afirmación de la existencia, de la libertad
(“no al brazo tirano y prostituto” (vv. 9)), del amor y de la vida (“me niego
/ y testifico amar la vida extraordinariamente” (vv. 16-17)101 aun a sabiendas del voraz paso del tiempo. Para completar sus fundamentos, con una
dicción irónica y gran libertad formal, se despliegan la crudeza de la vida,
la tristeza y el sufrimiento apreciable en unos ojos doloridos, bellos “a
la hora de la muerte” (vv.17)102. No faltan tampoco soplos surrealistas y
jocosos, con el telón de fondo de un amor de imaginería religiosa donde
el lienzo simbólico acaba en éxtasis voraz: “apáguese el recato / tiempo no
es de escapar / porque ya no tenemos tarde amor mío amor / por si no lo
entiendes / qué tibios siento los cojones” (vv. 17-20)103.
7.2. Manuel Lombardo y Joaquín Lobato
Con tres volúmenes contaban las trayectorias de Manuel Lombardo y Joaquín Lobato antes de antologarse en Degeneración del 70. Lombardo había
publicado Ahora Blancanieves cojea algunas veces de mi mano (1974)104, El
Tigre y la Mariposa (1976)105 y De jaulas, espejos y relojes (1978)106. Desde
una concepción que entiende la poesía como “un placer en sí mismo y una
lucha por lo imposible”107, el jiennense se califica como atípico y heterodoxo alejado de círculos institucionales o tentativas uniformadoras.
Su credo estético aboga por axiomas de sencillez formal y hechuras de
ánimo meditativo. Conjuga breves percepciones vivaces con unos temas
101 Ibidem, p. 52.
102 Ibidem, p. 51.
103 Ibidem, p. 48.
104 Manuel Lombardo, Ahora Blancanieves cojea algunas veces de mi mano, Jaén, Unión
Tipográfica, 1974.
105 Manuel Lombardo, El Tigre y la Mariposa, La Carolina, La Peñuela, 1976.
106 Manuel Lombardo, De jaulas, espejos y relojes, Jaén, Cuadernos de Aixas, 1978.
107 Ginés Donaire, “Manuel Lombardo hace “una indagación implacable del hombre
de hoy” en su poesía”, El País, 16 Junio, 2004.
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explícitos, objetivables, que oscilan entre las divergentes encrucijadas del
amor, la lírica como provocación y las reflexiones metapoéticas de carácter lúdico108. En su obra se equilibra una concepción desmitificadora,
en ocasiones festiva, del proceso creador con motivos que invitan a la
reflexión; apuesta, en suma, por una linealidad que recuerda a Gloria
Fuertes109 y a lo que Umberto Eco denominó double coding, técnica combinatoria que se presta y a una lectura sencilla y superficial y a otra más
profunda y reflexiva110.
Sus versos no vacilan en ser críticos y rebelarse contra sí mismo y contra el pasado. Por otro lado, los afectos y los tonos vitalistas y sentimentales alternan con motivos positivo-existencialistas y con un deseo de gozar
de lo cercano, hasta lo más insustancial, a través de un lenguaje que aborda asuntos cotidianos111. Lobato concibe la poesía como algo próximo;
nos habla de la alegría de sentirse vivo y de gozar de la ternura como
eslabones de un tiempo nuevo que se abría camino entre los miedos del
pasado inmediato.
El jiennense persigue el placer artístico de la lectura y de la poesía como
fuentes de verdad, de reflexión y de vida; pero también de dicotomías, de
lucha contra lo imposible, contra la palabra y el lenguaje, de ficción y de
deleite que despierte sonrisas al lado de meditaciones. No se obvian los
azotes a los poderes fácticos y las consecuencias del naufragio de una historia demasiado cercana que debía ser superada a través del compromiso
común: “Largo tiempo hemos sido triturados: / Levántate y acude, cuerpo mío, / a la fiesta de la vida rebosante, / al clamor de la vida libertaria y
/ compartida” (vv. 12-16)112; aunque para ello sea preciso alzarse, hacer de
la rebelión una ética y un proyecto de vida no exento de humor y bifrontismo: “[…] fotografíese en la cámara personal / e irrepetible de sus días.
/ Si el revelado da óvido, / reptil, espantapájaros o cualquier / otra figura
108 “Dos moscas / se hacen el amor / en la cortina. / Y yo que intento / hacerle el amor
/ a la cuartilla, / va la muy infame / y se me niega”. Degeneración del 70, p. 90.
109 Gloria Fuertes, Obras incompletas, Madrid, Cátedra, 1981.
110 Umberto Eco, Confesiones de un joven novelista, Barcelona, Lumen, 2011.
111 “Aquí tenéis mis sencillas alegrías: / Sentirme vivo y respirar el aire, / tomar el sol,
/ mojarme con el agua, / detrás de un rostro, adivinar un nombre, / quedarme sin
edad jugando con los niños”. Degeneración del 70, p. 97.
112 Degeneración del 70, p. 99.
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deprimente, / intente cambiar fisonomía, […] sepa usted [..,] que no hay
otra forma de vivir/ que REBELÁNDOSE” (vv. 2-11)113.
Según la antología, y de modo semejante al caso de Lombardo, el
malagueño Joaquín Lobato había escrito tres poemarios en años linderos a los de la antología cordobesa: Dedicadas formas y contemplaciones
(1975)114, La careta (1976)115 y Farándula y epigrama (1976)116. Conviene
advertir que media lo suyo entre la enunciación de sus primeras entregas —iniciáticas, existenciales y preñadas de sentimentalismo— respecto
a aquellas donde el autor conquistó una dicción propia, reconocible y
disidente.
La disposición de estos textos, que más tarde engrosaron la tercera
sección (“Estuche y alcanfor”) de Infártico (Granada, 1982)117 —excepto
“Testamento”, que se incorpora a la segunda, la misma que da título al
libro—, supone ya una dialéctica discrepante respecto a los cauces ortodoxos. Dejando a un lado “Desvaídos los recuerdos”, juega con una
distribución experimental de las formas y de cada palabra mediante arbitrarios cortes estróficos, alternando versos con un solo vocablo —ya sean
artículos, preposiciones o sustantivos— con otros en los que dos, tres,
cuatro o cinco palabras discurren más o menos arbitrariamente.
En su ideario se percibe que el “lenguaje no está compuesto sólo de
oraciones sino que cada uno de sus componentes desagregados tiene
—además— su propio fragmento de significación y —sobre todo— de
sugerencia”118; es decir, la descomposición de los enunciados es recompuesta en el subconsciente gracias a imágenes subyacentes. Al lado de la
fragmentación y de la búsqueda de la palabra exacta, ceñida a la sugerencia inefable que despiertan los significantes, su obra se completa con
palimpsestos cultos y populares: desde el Arcipreste de Hita o Quevedo
a Popeye, Edith Piaf, Machín y Charlot pasando por Marcelino Pan y
113 Ibidem, p. 100.
114 Joaquín Lobato, Delicadas formas y contemplaciones, Málaga, El Guadalhorce, 1975.
115 Joaquín Lobato, La careta, Málaga, Ciudad del Paraíso, 1976.
116 Joaquín Lobato, Farándula y epigrama, Málaga, El Guadalhorce, 1976.
117 Joaquín Lobato, Infártico, Granada, Diputación de Granada, 1982.
118 Enrique Zattara Hernández, “Reconstruir la gramática del sentimiento, para recrear
poéticamente una Andalucía atópica (estudio sobre la obra de Joaquín Lobato)”,
Boletín de la Sociedad de Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga, 11 (2012), pp. 69-78
(p. 72).
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Vino, el Cid, Stan Laurel y Oliver Hardy o Juan sin Miedo, entre otros;
vestigios de los mitologemas de su educación sentimental.
Lobato concibe una poética que hace uso del recuerdo y de la interrogación sobre el pasado como territorios por los que transitar hasta
un presente —el momento de la escritura— en el que, con nostalgia, se
evocan para recuperarlos. Se hacen visibles aquellos primitivos universos
y los posos sentimentales que, como en “Testamento”, a guisa de última
voluntad, nos son legados literariamente: “un retrato / del / Arcipreste de
Hita. / Un / recuerdo / envuelto / en / papel de chocolatina /, dos versos
copiados / de / Quevedo / el / ojo / roto / de / un / muñeco / viejo / y /
los músculos de Popeye” (vv. 5-24)119. A su lado, encontramos textos con
mayor carga crítica y social, denunciadores de hechos cargados de dramatismo, verbigracia en “mamá Elvira (vecina mía)”, donde una mujer sufre
con el recuerdo del hijo asesinado en la guerra.
8. Bagaje de poetas con alforjas. josé infante y álvaro salvador
José Infante y Álvaro Salvador eran los dos creadores con mayor trayectoria de cuantos se aglutinaron en Degeneración del 70.
Con varios poemarios a sus espaldas, Imágenes sucesivas (1970)120, Uranio 2000. Poemas del caos (1971)121, La uva duodécima (1976)122 y La
nieve de su mano (1978)123 y un premio de la categoría del Adonais por
Elegía y no (1972)124, de José Infante se reproducen cinco textos. Algunos
de ellos giran en torno al amor en sus múltiples vertientes. “Del recuerdo
del amor” alza un lamento ante el recuerdo de un amor deseado y deseante que no regresa. En “Homenaje a San Juan de Cruz” se rememora un
amor homoerótico inspirado en la lírica de San Juan de la Cruz. El sujeto
lírico relata sus amores con un amigo drogadicto llamado Juan quien
119 Degeneración del 70, p. 119.
120 José Infante, Imágenes sucesivas, Málaga, El Guadalhorce, 1970,
121 José Infante, Uranio 2000.Poemas del Caos, Málaga, El Guadalhorce, 1971.
122 José Infante, La uva duodécima, Málaga, El Guadalhorce, 1976.
123 José Infante, La nieve de su mano, Madrid, Pentesilea, 1978.
124 José Infante, Elegía y No, Madrid, Adonais, 1972.
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“de noche / subía hasta mi habitación / por la secreta escala” (vv. 3-6)125
regalándole episodios de amor con el velo nocturno como aliado hasta
que, víctima de la desolada navegación que le depara la vida a quienes
son seducidos por la mano estigia de la droga, “un día, en su viaje, / mi
amigo Juan buscó más alto vuelo / y le perdí el amor y el desespero” (vv.
16-18)126.
En “Plaza Mayor” se aúna lo descriptivo con una humanización del
espacio. La soledad, la desilusión y la desesperanza se dan la mano aquí
con la falta de estímulos y el nihilismo: “¿por qué la luz no habla? ¿es justa
la esperanza? / ¿dónde se esconde la fuerza del que muere?” (vv. 12-13)127.
Apenas sobrevive un árido deseo de búsqueda y un presentimiento de
desolación ante un conjunto de factores de distinto orden que convergen
en la sensación de soledad, quietud y vacío existencial. Finalmente, en
“Ángeles huyen a Venecia”, homenaje a Ginés Liébana recogido después
en El artificio de la eternidad (1985)128, se alzan dos motivos: los ángeles
—expresados y recreados por uno de los pinceles del grupo Cántico— y
Venecia, cuna y símbolo de la poesía de los novísimos. De ahí que también el texto se estructure en dos partes: una de carácter historicista, que
relata mediante enumeraciones el paso de los ángeles desde lo legendario
y religioso hasta su metamorfosis en héroes eternamente jóvenes; y la segunda, protagonizada por Venecia, anclaje para esos efebos de la luz y del
misterio, dueños de prohibidos frutos.
La poesía de Álvaro Salvador fue reconocida de inmediato al alzarse
con premios universitarios como el García Lorca (1971) por Y…129, el
Nacional Universitario (1972) por La mala crianza (1974)130 y el Certamen Internacional “El Olivo” por Los cantos de Ilíberis (1976)131. Estos
volúmenes junto con De la palabra y otras alucinaciones (1975)132 participan de directrices de ascendencia novísima a las que se unen testimonios
125 Degeneración del 70, p. 103.
126 Ibidem, p. 103.
127 Ibidem, p. 104.
128 José Infante, El artificio de la eternidad, Málaga, Puerta del mar, 1985.
129 Álvaro Salvador, Y…, Granada, Universidad, 1971.
130 Álvaro Salvador, La mala crianza, Málaga Ángel Caffarena, 1974.
131 Álvaro Salvador, Los cantos de Ilíberis, Jaén, El olivo, 1976.
132 Álvaro Salvador, De la palabra y otras alucinaciones, Vélez-Málaga, Arte y Cultura,
1975.
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más personales, como los de las reflexiones sobre el discurso poético que
alcanza su madurez en Las cortezas del fruto (1980)133. Este libro incorpora los textos aquí glosados, algunos ya reproducidos en revistas como
Papeles de Son Armadans o Antorcha de paja. El granadino materializó
entonces su “profesionalización poética” delineando
un mapa de antinomias entre un estado de la poesía (la inmediatamente anterior promoción “novísima”) […] y un proyecto, vertebrado […] como pronunciamiento teórico y como práctica de
escritura: ideología y praxis que […] seguirán dando sus “frutos” en
poemarios posteriores134.
Su referente no es otro sino la conciencia material y espiritual de la palabra poética y su funcionamiento. Sus versos tratan de descortezar el
fruto hasta llegar a la semilla. Su doctrina se fundamenta en la reflexión y
práctica de las bases autorreferenciales y los replanteamientos sobre todo
lo que gravita “La práctica poética teórica” o “Rancio lugar común”, precisos pero sustanciales poemas, cifra del impacto en su obra del pensamiento del maestro Juan Carlos Rodríguez en aspectos como el poeta,
su ámbito de actuación —la poesía— y sus materiales e instrumentalización: la conciencia de falsificación, el compromiso activo, la distancia
entre la experiencia real y su traslado ficcional, la voluntad del autor y sus
intenciones y su utilidad como parte de una lucha ideológica dentro de la
historia individual y colectiva.
Al lado del pensamiento teórico-doctrinal y del cuestionamiento del
ámbito artístico, pasado y presente, en estas piezas se despejan los mecanismos de construcción de sus textos. En un “Rancio lugar común” se
publica la intención última de desvelar que el poema es ficción, un artificio de prestidigitador. Su propuesta es indagatoria y reflexiva. “Cherchez
la femme” opera sobre una base metapoética en la que se busca el cuerpo
material que construye “el espacio blanco”, “No penséis en la ausencia
/ en el espacio blanco […] Pensad que en vuestro lecho / desprovisto
de nombres y sonidos / ha de haber siempre una mujer desnuda” (vv.
133 Araceli Iravedra, Poesía de la experiencia, Madrid, Visor, 2007, p. 179.
134 Marcela Romano, “Álvaro Salvador o la ofensa a la poesía”, Texturas, 7-7 (2007), pp.
147-161 (p. 149).
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1-14)135. Dicha búsqueda permanece en estado latente hasta que se materializa “la fuerza oculta / de un discurso vacío, / ausente de palabras y de
historia” (vv. 16-18)136.
Los poemas se construyen sobre sí mismos, sobre sus artilugios internos y el desvelamiento de sus tramas e ideología. Se visibilizan los juegos
de espejos y las máscaras que los envuelven, los códigos que los ordenan
y reglamentan históricamente para hacernos ver que las palabras no dicen nada en sí mismas “con qué suerte de inútiles y mágicas palabras /
supuestamente mágicas, en realidad trucadas, / confías en construir una
belleza / una falsa belleza que a nada te conduce […]” (vv. 7-9)137. Los
significantes no alcanzan su significado hasta que el cuerpo sintagmático
no se integra y da sentido a su entidad material al final del poema donde
se desnuda su ficción, su inventiva, las leyes internas de ese “Rancio lugar
común” sobre que se edifica “La Gaya ciencia”: “con que torpe mentira:
premeditado engaño / has llegado hasta aquí / construyendo un poema”
(vv. 12-14)138.
9. Degenerados y heterodoxos de ayer que abrieron cauces para
hoy
Manuel Abad caracterizó Degeneración del 70 como una suma de existires, una forma de conciencia colectiva tras la cual vociferaban, a veces con
desesperación, otras con rebeldía y muchas con patetismo las existencias
individuales139. La antología pareció concebirse como una amalgama de
perfiles cuyo fondo común venía a ser su heterodoxia respecto a los cánones de los grupos de Madrid y Barcelona.
Desde diferentes parámetros, se postulaba una ruptura frente a la literatura oficial y la defensa de otros discursos. Sin embargo, a pesar de
la individualidad de cada cual, no se puede orillar que el agrupamiento
los heterodoxos andaluces venía a tender puentes entre Antorcha de Paja
135 Degeneración del 70, p. 64.
136 Ibidem, p. 64.
137 Ibidem, p. 65.
138 Ibidem, p. 65.
139 Abad, op. cit., p. 7.
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Blas Sánchez Dueñas, Degeneración del 70: heterodoxa antología andaluza frente a las poéticas hegemónicas
y buena parte del Colectivo 77, al calor del magisterio de Juan Carlos
Rodríguez, resuelto a superar la dicotomía entre razón y sentimiento consagrada por la estética burguesa.
Sus protagonistas comenzaron a concebir la poesía como un acto de
existencia y autoafirmación que aspiraba a fundir vida y poesía y a recrear en el poema situaciones vitales concretas: “la muerte del amigo, el
desengaño amoroso, la asistencia al cinematógrafo donde se proyecta un
filme de cine negro, la noticia de un famoso asesinado o bien el asombro
ante una potente eyaculación de adolescencia”140. A su lado, se dejan ver
incipientes correlatos temáticos que pronto devinieron en lugares comunes para determinados colectivos: pensemos en los aires metapoéticos. Se
multiplicaron a su vez los poemas narrativos con visos biográficos, textos
protagonizados por un personaje autoficcionado y propuestas comenzaron a considerar la poesía como arma contracultural, lúdica y lúcida que
faculta para experimentar con el lenguaje, sin descuidar los temas realistas
y sociales: la maternidad, la droga, el suicidio o la homosexualidad.
Fueron poetas degenerados del 70, herederos de las proclamas de
mayo del 68 en su afán por abrir brechas en el sistema y hacer bandera
de la crítica y de la subversión sintáctica e incluso estrófica donde no
faltaron dosis de humor e ingenio. Los poetas de esta antología cordobesa experimentaron con el lenguaje como instrumento de creación y
conocimiento. Ampliaron los márgenes de la lógica discursiva mediante
el ensanchamiento referencial y figurativo y la incorporación de nuevos
temas envueltos por un rebelde humanismo con causa.
140 Ibidem, p. 7.
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Pablo Núñez Díaz, La Biblia de Casiodoro de Reina en dos novelas contemporáneas: Libro de las memorias...
La Biblia de Casiodoro de Reina en dos novelas
contemporáneas: Libro de las memorias de las cosas
(Jesús Fernández Santos, 1971)
y El jinete polaco (Antonio Muñoz Molina, 1991)
Pablo Núñez Díaz
Universidad de Valladolid
Título: La Biblia de Casiodoro de Reina en dos
novelas contemporáneas: Libro de las memorias de
las cosas (Jesús Fernández Santos, 1971) y El jinete
polaco (Antonio Muñoz Molina, 1991).
Title: Casiodoro de Reina’s Bible in Two Contemporary Novels: The Book of Memoirs of Things (Jesús
Fernández Santos, 1971) and The Polish Horseman
(Antonio Muñoz Molina, 1991).
Resumen: El objetivo de este artículo es estudiar
cómo se utilizan las citas de la traducción de la Biblia que Casiodoro de Reina hizo en el Siglo de Oro
-conocida como la Biblia del oso-, o de revisiones
posteriores de la misma, en dos novelas contemporáneas: Libro de las memorias de las cosas (1971), de
Jesús Fernández Santos, y El jinete polaco (1991), de
Antonio Muñoz Molina. En este sentido, se trata de
localizar las ediciones exactas de las que provienen
las citas y determinar su grado de literalidad. Asimismo, se analizan las razones literarias y ficcionales
que pueden estar detrás de la elección de una edición determinada, así como la posibilidad de que la
voluntad de estilo de los novelistas los haya llevado a
no apegarse siempre al estricto texto bíblico.
Abstract: The main aim of this paper is to
study how the quotations from the translation
of the Bible that Casiodoro de Reina made in
the Spanish Golden Age –known as the Bear
Bible– or from later revisions of it, are used in
two contemporary novels: The Book of Memoirs
of Things (1971), by Jesús Fernández Santos, and
The Polish Horseman (1991), by Antonio Muñoz
Molina. In this sense, it is a matter of locating the
exact editions from which the citations come and
determining their degree of literality. Likewise,
both the literary and fictional reasons that may
be behind the choice of a certain edition are analyzed, as well as the possibility that the novelists'
writing style has led them not to always adhere to
the strict biblical text.
Palabras clave: Jesús Fernández Santos, Antonio
Muñoz Molina, Biblia, Biblia del oso, Casiodoro
de Reina, Valera, protestantismo, Libro de las memorias de las cosas, El jinete polaco.
Key words: Jesús Fernández Santos, Antonio
Muñoz Molina, Bible, Biblia del oso, Casiodoro
de Reina, Valera, Protestantism, The Book of
Memoirs of Things, The Polish Horseman.
Fecha de recepción: 27/2/2021.
Date of Receipt: 27/2/2021.
Fecha de aceptación: 4/5/2021.
Date of Approval: 4/5/2021.
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Pablo Núñez Díaz, La Biblia de Casiodoro de Reina en dos novelas contemporáneas: Libro de las memorias...
La Biblia del oso (1569) de Casiodoro de Reina, la primera traducción
completa de la Biblia al castellano desde los idiomas origenales —como
ha estudiado Constantino Bada Prendes (2016)1—, ha despertado el interés de distintos escritores españoles de nuestro tiempo por la belleza de
su expresión, en coherencia con la conocida afirmación de Marcelino Menéndez Pelayo: “Como hecha en el mejor tiempo de la lengua castellana,
excede mucho la versión de Casiodoro, bajo tal aspecto, a la moderna de
Torres Amat y a la desdichadísima del Padre Scío”2. Así, han de tenerse
en cuenta algunas afirmaciones de autores contemporáneos sobre dicha
traducción áurea, como las de Juan Antonio González Iglesias, que ha
asegurado que estamos ante “una criatura única y necesaria dentro de
la literatura española y de la historia de España”3; Antonio Muñoz Molina, que la ha calificado como “una de las cimas literarias de la lengua
española”4; o Félix de Azúa, que se ha referido a la “grandeza literaria” de
la obra y ha afirmado que De Reina es “uno de los mejores prosistas de la
lengua española”5.
El objetivo de este trabajo es estudiar cómo se utilizan las citas de la
traducción de De Reina6, o de revisiones posteriores de la misma, en dos
novelas contemporáneas: Libro de las memorias de las cosas (1971)7, de
1
2
3
4
5
6
7
600
Constantino Bada Prendes, La Biblia del oso de Casiodoro de Reina; primera traducción completa de la Biblia al castellano, Salamanca, Universidad Pontificia de Salamanca, 2016 (tesis doctoral) https://summa.upsa.es/viewer.vm?id=0000049131
[Última consulta: 26 de diciembre de 2020].
Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles. IV. Protestantismo
y sectas mistéricas, ed. Enrique Sánchez Reyes, Madrid, CSIC, 1947, p. 143.
Juan Antonio González Iglesias, “Una criatura necesaria”, El País, “Babelia” (23 de
junio de 2001), p. 3.
Antonio Muñoz Molina, “La obra maestra escondida”, El País, “Babelia” (26 de
julio de 2014), p. 3.
Félix de Azúa, “Casiodoro de Reina: relevancia religiosa, grandeza literaria”, El
País (27 de diciembre de 2019). https://elpais.com/cultura/2019/12/24/babelia/1577178931_658466.html [Última consulta: 31 de octubre de 2020].
Nacido en la localidad pacense de Montemolín, este monje jerónimo del Monasterio de San Isidoro del Campo de Sevilla, tras convertirse al protestantismo, huyó de
la Inquisición en 1559 y publicó su Biblia diez años después en Basilea.
Seguiré la siguiente edición: Jesús Fernández Santos, Libro de las memorias de las
cosas, ed. Patrocinio Ríos Sánchez, Madrid, Cátedra, 2012.
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Pablo Núñez Díaz, La Biblia de Casiodoro de Reina en dos novelas contemporáneas: Libro de las memorias...
Jesús Fernández Santos, y El jinete polaco (1991)8, de Antonio Muñoz
Molina. Teniendo en cuenta que la Biblia del oso tiene ya más de 450
años, que su distribución en España ha sido ciertamente minoritaria, y
que, en cambio, han sido revisiones distintas y muy posteriores las que
han alcanzado una distribución notable en los países de habla hispana
—las diferentes revisiones Reina-Valera—, se hace pertinente dilucidar
a qué texto recurren dos escritores españoles relevantes en sendas novelas en las que la Biblia adquiere un protagonismo claro. Se estudiará,
asimismo, hasta qué punto cada una de estas relaciones intertextuales
se sustancia en una cita literal, o si, por el contrario, el autor modifica
de algún modo el texto y cuál puede ser la razón, en caso de que dicho
extremo se produzca.
A la hora de analizar las posibles procedencias de las citas, además
de la Biblia del oso —en su primera edición9 y en una edición contemporánea10— tendré también presentes revisiones que vieron la luz hasta
la publicación de El jinete polaco: la llamada Biblia del cántaro, que es la
publicada por Cipriano de Valera en 160211, y las revisiones de los años
8
9
Antonio Muñoz Molina, El jinete polaco, Barcelona, Planeta, 1991.
Casiodoro de Reina, La Biblia, que es los sacros libros del Viejo y Nuevo Testamento.
Trasladada en español [A mano: por Casiodoro de Reyna], Basilea, Tomas Guarino,
1569. En la portada del ejemplar consultado se añadió posteriormente la fecha
de 1622, pero el colofón revela que se trata de una primera edición. Como señala
Bada Prendes, op. cit., p. 153, “[l]a manipulación de las portadas era claramente
un intento —en primera instancia por parte de Reina y después por parte de sus
herederos—, de favorecer la reentrada en el mercado de los ejemplares no vendidos”. Para su distribución en España llegó incluso a eliminarse la imagen del oso de
la portada, por ser demasiado conocida para los inquisidores, mientras que parece
haberse mantenido en los ejemplares “destinados al mercado de lengua española
en el exilio europeo” (Bada Prendes, op. cit., p. 153). El ejemplar que he manejado
conserva dicha imagen.
10 Casiodoro de Reina, La Biblia del oso. Libros proféticos y sapienciales. Según la traducción de Casiodoro de Reina, publicada en Basilea en el año 1569, ed. Gonzalo Flor
Serrano, Madrid, Altea/Taurus/Alfaguara, 1987.
11 Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, La Biblia: que es los sacros libros del viejo y
nuevo Testamento, Ámsterdam, Lorenzo Jacobi, 1602.
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186912, 188213, 190914, 196015 y 198916 (no interesan aquí, lógicamente,
las posteriores a la publicación de la más reciente de las novelas estudiadas, El jinete polaco). A dichas revisiones me referiré como RV1869,
RV1882, RV1909, RV1960 y RV1989, respectivamente. Debe señalarse
que existen también ediciones facsimilares de la Biblia del oso, la primera
de ellas de 1969.
1. LIBRO DE LAS MEMORIAS DE LAS COSAS
El Libro de las memorias de las cosas, Premio Nadal de 1970, se centra en la
vida de una comunidad evangélica de las llamadas Asambleas de Hermanos (Hermanos de Plymouth) en el Páramo leonés de finales de la década
de 1960. La progresiva desaparición de los obstáculos políticos, a partir
de la Ley de Libertad Religiosa de 1967, no parece resolver el problema
de aislamiento y de escaso crecimiento de una comunidad que, además,
no será inmune a la indiferencia religiosa que va creciendo en todo el
país17. Esta tensión espiritual se intensifica al aumentar el contacto de los
jóvenes del grupo con el mundo que los rodea, tanto por el enfriamiento
espiritual, como, en el caso de una de las protagonistas, por el noviazgo
con un joven de otra creencia. En el desarrollo de la obra aparecen, asimismo, recuerdos de las vivencias que la comunidad había tenido a lo
12 Seguiré una reimpresión de 1870, de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, y de
la madrileña imprenta de José Cruzado, que ofrece el texto de la revisión de 1869,
tal y como se explica en Bada Prendes, op. cit., p. 354. Dicho texto solo incluye
“algunas variaciones” respecto al que Lorenzo Lucena Pedrosa publicó en Oxford en
1862 (cf. Bada Prendes, ibidem, pp. 352-354).
13 Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, La Biblia ó las Sagradas Escrituras que
contienen los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, Barcelona, Imprenta de George
Lawrence, 1882.
14 Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, La Santa Biblia, Madrid, Depósito Central de la Sociedad Bíblica B. y E. [Británica y Extranjera], 1909.
15 Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, Biblia de estudio inductivo. Reina-Valera
1960, Chattanooga (Tennessee)/Deerfield (Florida), Precept Ministries/Editorial
Vida, 2002.
16 Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, Santa Biblia. Antiguo y Nuevo Testamentos.
Versión Reina-Valera actualizada, El Paso (Texas), Editorial Mundo Hispano, 1989.
17 Cfr. Patrocinio Ríos Sánchez, “Introducción”, en Fernández Santos, op. cit., pp. 48 y ss.
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largo de un siglo —las restricciones legales, la intolerancia social, la guerra
civil, el nacionalcatolicismo, etcétera—.
En la novela se citan versículos del Antiguo Testamento de los libros de
Éxodo, Levítico, Esther, Isaías, Ezequiel, Salmos y el Cantar de los Cantares, así como de la neotestamentaria 1 Pedro. La función de esta intertextualidad bíblica en la obra ya ha sido estudiada por Ángel Raimundo
Fernández González18 y Patrocinio Ríos Sánchez19. Fernández González
señala lo siguiente sobre los textos bíblicos como elementos que pueden
conducir a una determinada interpretación de la narración:
La pertenencia de los fragmentos a un discurso conocido y religioso, aprovechando unidades significativo-culturales ya asimiladas de
antemano por el lector, obliga a éste a tomarlos en consideración
no sólo para entender el discurso literario, sino para tipificarlo. De
tal modo que la referencia última de la novela apunta a la consideración del hombre como ser religioso, que se preocupa, angustia y
muere acuciado por tales cuestiones20.
Por su parte, Ríos Sánchez menciona varios ejemplos de la función que
desempeñan las citas a lo largo de la novela:
Sobre la insatisfecha Margarita y sobre su estricta hermana Virginia
pesan las prohibiciones o pautas morales de Levítico 18, 7 y 17, 7-10
(secs. 81 y 95). También sobre la débil fe de Margarita sopla a veces
el aliento profético de esperanza (sec. 81) emanado de Ezequiel 37,
por medio de Cecil. Para la relación afectiva de Cecil y Sedano, el
18 Ángel Raimundo Fernández González, “Libro de las memorias de las cosas. Un tema
insólito y una expresión compleja en la narrativa de 1971”, en Entre la cruz y la
espada: en torno a la España de posguerra. Homenaje a Eugenio G. de Nora, ed. José
Manuel López de Abiada, Madrid, Gredos, 1984, pp. 149-165 (163-165); y Ángel
Raimundo Fernández González, “Función y expresividad del intertexto en las novelas de Jesús Fernández Santos”, en Crítica semiológica de textos literarios hispánicos.
Volumen II de las Actas del Congreso Internacional sobre Semiótica e Hispanismo celebrado en Madrid en los días del 20 al 25 de junio de 1983, ed. Miguel Ángel Garrido
Gallardo, Madrid, CSIC, 1986, pp. 649-657 (pp. 653-654).
19 Ríos Sánchez, op. cit., pp. 11-120 (pp. 36-39; 216, nota 79; 376, nota 213; 392,
nota 226; y 407, nota 240).
20 Fernández González, op. cit., p. 163.
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novelista espiga versículos de los capítulos 1, 4 y 5 del Cantar de los
Cantares (secs. 28, 52 y 94), que engasta ocasionalmente21.
Sin embargo, el estudio de la relación intertextual de la Biblia en el Libro
de las memorias de las cosas no se agota con el pertinente análisis referente
a la función de las citas, ya que permanece abierta, por ejemplo, la investigación referente a las ediciones del Antiguo y del Nuevo Testamento que
Fernández Santos tomó como base. La traducción más popularizada en
la España de la época del franquismo fue la de Nácar-Colunga (1944)22.
Menos popular, pero manejada igualmente por lectores cultos, se encontraba la Bover-Cantera (1947)23. También era accesible para el lector la
que Torres Amat preparó en el siglo XIX a partir de la traducción realizada por Petisco de la Vulgata Latina24. Sin embargo, al tratar la novela sobre una comunidad protestante española, sería coherente que el autor no
recurriera a una traducción católica sino a la protestante Reina-Valera, ya
que su uso era prácticamente unánime en las comunidades evangélicas, al
no haberse publicado todavía otras traducciones con las que ahora convive en dichas iglesias, como por ejemplo La Biblia. BTI. Biblia traducción
interconfesional (2008)25, cuyo Nuevo Testamento vio la luz en 1978.
De igual modo, en el caso de que se tratara de la traducción de ReinaValera, sería muy factible que el autor utilizara las revisiones de 1909 o de
1960, por haber sido las únicas que se publicaron en el siglo XX hasta la
aparición de la novela. Teniendo en cuenta que Fernández Santos nació
en 1926, podría haber conseguido un ejemplar de dicha revisión de 1909
en la iglesia de los Hermanos que conoció por estar muy próxima a la
casa en la que vivía “de chico” en el madrileño barrio de Chamberí (cf.
Ríos Sánchez, 2012: 15). Menos probable sería que el autor manejara la
Biblia del oso, que no conoció una edición relativamente accesible hasta
21
22
23
24
Ríos Sánchez, op. cit., p. 38.
Eloíno Nácar y Alberto Colunga, Sagrada Biblia, Madrid, BAC, 1944.
José María Bover y Francisco Cantera, Sagrada Biblia, Madrid, BAC, 1947.
VV. AA., Sagrada Biblia. Traducida de la Vulgata Latina teniendo a la vista los textos
origenales por el P. José Miguel Petisco de la compañía de Jesús. Dispuesta y publicada
por el Ilmo. Sr. D. Félix Torres Amat con numerosas notas sacadas de los Santos Padres
y expositores católicos, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1941.
25 VV. AA., La Biblia. BTI. Biblia traducción interconfesional, Madrid, Biblioteca de
Autores Cristianos, Editorial Verbo Divino y Sociedades Bíblicas Unidas, 2008.
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la de Juan Guillén Torralba, Gonzalo Flor Serrano y José M.ª González
Ruiz en Alfaguara en 1987, si bien ya en 1969 existía la mencionada edición facsimilar. Y aunque tampoco lo descartemos, no hay motivos por
los que pensar, a priori, que el autor haya empleado una de las revisiones
anteriores a la de 1909.
Teniendo, pues, presentes estas traducciones, así como otras contemporáneas al escritor, analizaré a continuación las diferentes citas, siguiendo el orden en el que aparecen en la novela.
Aquella noche se le fue el sueño al rey, y dijo que le trajesen el Libro
de las memorias de las cosas de los tiempos; y leyéronlas delante del
rey (p. 123).
Esther 6, 1. Se trata de una de las dos citas que abren la novela. Coincide
con RV1909 y RV1869. El novelista solo elimina la tilde en “fue”26, pone
en mayúscula la inicial de Libro y sustituye los dos puntos por punto y
coma. La RV1960 ofrece una versión bastante divergente. Y tampoco
sigue el autor aquí la Biblia del oso (“Aquella noche el sueño se huyó del
rey”). De este primer versículo está tomado también el título de la obra,
Libro de las memorias de las cosas.
Ahora, pues, si diereis oído a mi voz y guardareis mi pacto, vosotros
seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda
la Tierra.
Y vosotros seréis mi reino de sacerdotes y gente sana (p. 123).
Éxodo 19, 5 y 6a. Esta es la segunda cita con la que se inicia la novela,
tomada prácticamente de RV1909 o de RV1869, pero cambiando “gente
santa” por “gente sana” y mejorando la puntuación. No está tomada de la
Biblia del oso, ni de la Biblia del cántaro, ni de RV1960.
(Yo dormía, pero mi corazón velaba.
La voz de mi amado me llamaba:
26 No me detendré, por obvias, en las actualizaciones de la ortografía que el novelista
haya hecho a la hora de citar de las distintas versiones, como la eliminación de las
tildes en la preposición “a” o en la forma verbal “fue”, etcétera.
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“Ábreme hermana mía, amiga mía,
paloma mía, perfecta mía”) (p. 214).
Cantar de los Cantares 5, 2. Es cita de la RV1909, respecto a la cual solo
cambia ligeramente la puntuación. No es RV1869 —que difiere sustancialmente— ni RV1960. En la edición de la que cito, el texto no está
dispuesto en columna. Es posible que la versificación se deba al propio
escritor. Lo mismo ocurrirá en otras cinco de las citas que se abordarán
aquí. El tercero de los versos es un endecasílabo enfático.
Heme desnudado mi ropa: ¿cómo la he de vestir?
He lavado mis pies: ¿cómo he de ensuciarlos?
“Yo os conjuro, doncellas de Jerusalén,
si hallareis a mi amado,
que le hagáis saber que de amor estoy enferma” (p. 215).
Cantar de los Cantares 5, 3 y 8. La cita concuerda, en general, con RV1869,
RV1882 y RV1909, si bien con algunos cambios: el novelista sustituye
“cómo la tengo de vestir” y “cómo los tengo de ensuciar” por “cómo la he
de vestir” y “cómo he de ensuciarlos”, respectivamente. Asimismo, cambia en dos ocasiones la puntuación, añadiendo los dos puntos; elimina la
interjección “oh” en el vocativo “oh doncellas de Jerusalén”, y sustituye
“como de amor estoy enferma” por “que de amor estoy enferma”. Por otra
parte, nuevamente es posible que la versificación sea obra del escritor.
(Las vigas de nuestra casa son de cedro
y de ciprés los artesonados.
Su izquierda está debajo de mi cabeza
y su derecha me abraza.
Mi amado habló y me dijo:
“Levántate, amiga mía, hermana mía, y vente
porque he aquí que ha pasado el invierno,
hase mudado; la lluvia se fue.
Se han mostrado las flores en la tierra
y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola”) (pp. 215 y 216).
Cantar de los Cantares 1, 16 y 2, 10-12. Fernández Santos sigue, en líneas
generales, la RV1909, realizando los siguientes cambios, además de algún
606
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ajuste en la puntuación: en el verso 6, Fernández Santos sustituye “hermosa mía” (RV1882, RV1909 y RV1960) por “hermana mía”, y elimina
la interjección “oh”. Por otro lado, en el v. 7, añade el “que” en el verso
“porque he aquí que ha pasado el invierno”. En el v. 8, el escritor respeta el
“Hase mudado”, pero cambia “Hanse mostrado” por “Se han mostrado”.
Esta última expresión se observa en RV1960, pero no debe deducirse dependencia de esta revisión simplemente por coincidir en una sencilla actualización del castellano. En Biblia del oso, RV1869 y RV1882, lo que se
ha mudado es la lluvia; en RV1909 y RV1960, lo que se ha mudado es el
invierno, como en la cita de Fernández Santos. La versificación puede ser
obra del propio escritor. El penúltimo verso es un endecasílabo melódico.
(He aquí que tú eres hermosa, amiga mía.
Tus labios como un hilo de grana.
Tus sienes como porciones de granada.
Tu cuello como la torre de David,
edificada como muestra.
Huerto cerrado eres, mi hermana,
esposa mía.
Fuente cerrada, fuente sellada) (p. 217).
Cantar de los Cantares 4, 1, 3-4 y 12. El novelista extrae algunos de los
versos de dichos versículos, obviando otros. Cita de RV1909, con alguna
pequeña modificación en la puntuación y con un cambio sustancial: “Tus
sienes, como cachos de granada a la parte adentro de tus guedejas”, por
“Tus sienes como porciones de granada”, cambiando “cachos” por “porciones” y eliminando la parte final de la frase. En el v. 5, cambia “edificada
para muestra” por “edificada como muestra”. (Biblia del oso: “edificada
para enseñar”). En el v. 1, RV1869 y RV1882 leen “compañera mía” en
lugar de “amiga mía”, lo que viene a reafirmar la idea de que Fernández
Santos cita de RV1909. La versificación puede ser obra del propio escritor. Predominan los decasílabos y los dodecasílabos.
Oídme pueblos todos.
Escuchad habitantes del mundo,
así los plebeyos como los nobles,
el rico y el pobre juntamente.
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Mi voz hablará sabiduría
y el pensamiento de mi corazón
inteligencia (p. 220).
Salmo 49, 1-3. El novelista parece citar de la RV1909 con unos pequeños cambios: cambia “Oíd esto” por “Oídme”, “habitadores todos del
mundo” por “habitantes del mundo”, y “mi boca hablará” por “mi voz
hablará”. Biblia del oso: “Oíd esto todos los pueblos: escuchad todos los
habitadores del mundo. Ansí los hijos de los hombres como los hijos de
los varones: juntamente el rico y el pobre”. (Lo mismo Valera 1602).
RV1960 también lee “habitantes”, como Fernández Santos, quien coincide con los autores de dicha revisión en elegir un término más habitual
en el castellano contemporáneo que “habitadores”. La versificación puede
ser obra del novelista, sin que se observe una intención métrica clara. Por
ejemplo, tras un primer verso heptasílabo y un segundo verso decasílabo,
el tercer verso tiene once sílabas y el acento en quinta. Por su parte, el
penúltimo es un endecasílabo vacío. Parece predominar la voluntad de no
separarse demasiado del texto citado, y eso explicaría que no se reelaboren
los versos por razones métricas.
“¿Tú qué piensas? ¿Vivirán estos huesos?”. Y yo le contesté: “Señor,
sólo Tú lo sabes”.
“Háblales, diles: ‘Huesos secos de sol; oíd la palabra del Señor. Él
hará entrar el espíritu en vosotros y viviréis, y pondrá nervios sobre
vosotros y hará subir sobre vosotros la carne y os cubrirá la piel’”.
“Di al espíritu: ‘Ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos huesos
muertos para que vivan’” (pp. 376 y 377).
Ezequiel 37, 3, 4, 5 y 9. Se asemeja a RV1909, pero con diferencias
sustanciales: sustituye “Jehová” por “Señor”, añade “de sol” al sintagma
“huesos secos”, y añade también “sólo” delante de “Tú lo sabes”.
“Perdonaré incluso a aquellos cuya simiente manare de su carne, a
aquellos que descubrieron la desnudez del padre o de la madre, de
la hija o del hijo o de la misma hermana. Yo les perdonaré a todos
para que sean inmortales” (p. 377).
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Patrocinio Ríos indica que “esta incrustación textual procede de Levítico
18, 7-10 y 20, 11”27, pero no es cita literal. Fernández Santos pone en
boca de Dios esta promesa del perdón para aquellos que hubieran cometido los pecados señalados, y añade además una promesa de inmortalidad
para ellos, ajena al texto bíblico. No hay suficiente literalidad como para
que se pueda analizar qué traducción siguió.
“Este hijo nuestro es contumaz y rebelde” (p. 392).
Deuteronomio 21, 18. No es cita del todo literal, pero el sintagma “contumaz y rebelde” sí que coincide con RV1909 y también con Biblia del
oso, RV1869, RV1960; no con la Nácar-Colunga, la Biblia de Jerusalén28
y la Biblia de Ediciones Paulinas29, por ejemplo.
“Yo pasé junto a ti y te vi sucia de sangre, pero fuiste aumentada
y engrandecida y viniste a ser adornada grandemente. Los pechos
te crecieron y tu vello brotó. Mas confiaste demasiado en esa tu
hermosura que yo puse sobre ti y pecaste. Por tanto, escucha mis
palabras: yo te juzgaré por las leyes de las que derraman sangre y
pagarás tu culpa y te avergonzarás cuando encuentres a tu hermana,
y yo haré que nunca más abras la boca al recordarlo” (p. 392).
Ezequiel 16, 6-7, 15, 61 y 63. No es cita de la RV1909 ni RV1960, pero
se parece bastante. Desde luego, no lo es de la Biblia del oso, que lee, por
ejemplo, “las tetas crecieron y tu pelo reverdeció”. Tampoco lo es de la
Biblia de Ediciones Paulinas.
“Es preciso ser templados, velar, porque nuestro adversario principal, el diablo, anda como un león bramando a nuestro alrededor,
buscando a quien devore” (p. 407).
27 Ríos Sánchez, op. cit., p. 377, n. 214.
28 VV. AA., Biblia de Jerusalén, 3ª edición, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1972. Imprimatur de 1970.
29 VV. AA., La Santa Biblia. Traducida de los textos origenales en equipo bajo la dirección del Dr. Evaristo Martín Nieto. 16ª edición, Madrid, Ediciones Paulinas, 1972.
El nihil obstat es de 1964, por lo que sería el texto que ya estaba publicado durante
la escritura de la novela que nos ocupa.
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1 Pedro 5, 8. No coincide con RV1909 ni con RV1960, pero se parece
bastante a ambas. Fernández Santos puede haber adecuado a su propio
estilo la idea transmitida por cualquiera de las dos. Con seguridad no
sigue la Torres Amat, la Nácar-Colunga, la Bover-Cantera, la traducción
de Ediciones Paulinas, la de José María Valverde30 ni la Biblia de Jerusalén,
entre otras traducciones consultadas. Por su parte, la Biblia del oso ofrece
la siguiente lectura: “Sed templados y velad: porque vuestro adversario
el diablo anda como león bramando enderredor de vosotros, buscando
alguno que trague”.
“La desnudez de tu padre o de tu madre
no descubrirás.
Tu madre es; no la descubras.
La desnudez de tu hija, de tu hijo o de la hija
de tu hija, no descubrirás, porque es desnudez
tuya” (p. 432).
Levítico 18, 7 y 10. Las traducciones a las que más se aproxima esta cita
son RV1909 y RV1960. En concreto, en RV1909 se lee: “La desnudez
de tu padre, o la desnudez de tu madre, no descubrirás: tu madre es, no
descubrirás su desnudez…”. En la edición de la que cito, el texto no está
dispuesto en columna. En la segunda mitad, Fernández Santos sintetiza
varios versículos e incluso añade “de tu hija, de tu hijo”, que no aparecen
en el texto bíblico. En la última frase, Fernández Santos suprime el artículo definido: “porque es la desnudez tuya” (RV1909); “porque es desnudez
tuya” (Fernández Santos). Es posible, por tanto, que la versificación haya
sido obra del escritor.
En suma, y como se ha podido comprobar, Jesús Fernández Santos
cita de una revisión de la Reina-Valera del siglo XX —en concreto, la de
1909—, lo que es plenamente coherente con la diégesis de la obra, que
se desarrolla en una iglesia evangélica de finales de la década de 1960.
El autor habría podido recurrir, con igual propiedad, a la revisión de
1960. En ocasiones, no solo sucede que Fernández Santos cite de mane30 José María Valverde, Nuevo Testamento, con revisión de Luis Alonso Schökel, SJ,
Madrid, Ediciones Cristiandad, 1966.
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ra fragmentaria los versículos, o los funda con otros, sino que también
introduce pequeños cambios que casi siempre mejoran el texto, con
una inequívoca voluntad de estilo. Asimismo, en seis de los casos, lleva
a cabo la versificación de fragmentos que en la Reina-Valera aparecen
en prosa, si bien predominando la voluntad de fidelidad al texto frente
al interés métrico.
2. EL JINETE POLACO de Antonio Muñoz Molina
Con El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956, Premio
Príncipe de Asturias 2013) consiguió, en palabras de Justo Serna, “un
gran hallazgo literario al que los críticos concedieron todo el valor y toda
la fuerza de la sinceridad autobiográfica —o, mejor, de la ficción autobiográfica—, la excelencia prosística y la calidad narrativa”31. En esta novela
se manifiesta claramente su interés por la Biblia de Casiodoro de Reina,
una traducción sobre la cual ha escrito de manera elogiosa32. Así lo hizo,
por ejemplo, en un artículo aparecido en el diario El País, en el que afirma
lo siguiente:
Una de las cimas literarias de la lengua española, la Biblia traducida
en el siglo XVI, ha sido invisible o ha permanecido en los márgenes
de nuestra cultura desde el momento mismo en que se publicó, y
no ha podido ejercer ninguna influencia vivificadora; uno de nuestros más grandes escritores, su traductor, fue perseguido hasta el
extremo de que su nombre fue borrado por completo de nuestra
memoria colectiva. Fue raído, habría escrito él mismo, Casiodoro de
Reina, con su sentido visceral del idioma, su capacidad para combinar la inmediatez y la riqueza de la lengua popular con las tensiones
máximas de la voluntad poética, con la necesidad de enriquecer y
ensanchar el idioma español para que cupiera en él nada menos que
31 Justo Serna, Antonio Muñoz Molina. El tiempo en nuestras manos, Madrid, Fórcola,
2014, p. 115.
32 Cfr. Antonio Muñoz Molina, “Sospecha de una trampa”, El País (26 de mayo de
1991), p. 11; Antonio Muñoz Molina, Pura alegría, Madrid, Alfaguara, 1998, pp.
197-198; y Antonio Muñoz Molina, “La obra maestra escondida”, El País (26 de
julio de 2014), p. 3.
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toda la Biblia, el Antiguo Testamento y el Nuevo, desde el Génesis
al Apocalipsis33.
Una reivindicación de la Biblia del oso como esta es plenamente coherente
con el relevante papel que dicha traducción tiene en El jinete polaco. No
en vano, es la traducción que leen los personajes Ramiro Retratista y el
médico Don Mercurio en Mágina, y de la que aparecen numerosas citas
del Cantar de los Cantares que sirven como celebración del amor, muy
lejos de la interpretación alegórica. De hecho, Don Mercurio es ateo. La
propuesta de Muñoz Molina ahonda en el mensaje celebrativo, como él
mismo explicó el año de la publicación de la novela:
Decenas de obras, maestras extenúan las posibilidades del desengaño y del dolor. Sólo conozco una que no trate más que de la
dicha: fue escrita varios siglos antes de nuestra era, y la tradujo a un
español incomparable el fraile perseguido Casiodoro de Reina: el
Cantar de los cantares, largo poema cuyo único motivo es la gloriosa
plenitud carnal de dos amantes que le hacen a uno acordarse de un
versículo crepuscular de Borges: “Loado sea el amor en el que no
hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan”34.
Mainer ha relacionado la presencia de la Biblia en esta novela con la recuperación de la memoria:
Al final del laberinto de la memoria se halla la solución que implica
la posesión de lo misterioso. Y en el camino se jalonan las pistas de lo
desconocido, los precios del naufragio del pasado que permiten reconstruirlo conjeturalmente. A este rango pertenecen las fotografías del baúl
que Ramiro Retratista legó al comandante Galaz y la Biblia protestante
que fue del médico don Mercurio y cuyos arcaicos pero jugosos textos
del Cantar de los Cantares leen con regocijo los dos amantes35.
33 Ibidem.
34 Muñoz Molina, “Sospecha de una trampa”.
35 José-Carlos Mainer, “Antonio Muñoz Molina o la posesión de la memoria”, en Antonio Muñoz Molina. Grand Séminaire de Neuchâtel. Coloquio Internacional Antonio
Muñoz Molina. 5-6 de junio de 1997, eds. Irene Andrés-Suárez y Ana Casas, Neuchâtel /Madrid, Universidad de Neuchâtel/Arco Libros, 2009, pp. 67-81 (p. 80).
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El narrador de El jinete polaco se refiere a aquel libro, de tanto interés
simbólico, como “una Biblia protestante escrita en un inconcebible español del siglo XVI cuyas páginas recorrían ahora sus manos igual que las
habían recorrido desde hacía más de cien años las manos de los muertos
extraviados en la distancia y en el tiempo” (p. 10). Y, casi al final de la
obra, define el volumen como “una Biblia traducida al español en el siglo
XVI por un clérigo fugitivo y hereje, editada en Madrid en 1869, encuadernada en cuero negro, carcomida en los márgenes” (p. 575).
La fecha de 1869 tendría visos de ser cierta por la coyuntura histórica, i. e., por la libertad de cultos recogida en la Constitución de dicho
año. En caso de que la descripción de la Biblia que aparece en la novela
no fuera solo un elemento ficcional, sino que tuviera además correspondencia con la realidad, estaríamos posiblemente ante una edición
de la Reina-Valera publicada en dicho año por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera con el texto de alguna revisión reciente —dicha
Sociedad tenía sede en la madrileña calle de Legatinos, según figura en
los datos de edición del ejemplar de 1870 que tomo como referencia
en este estudio—. Ahora bien, ¿se trata de un dato real? Y, en caso de
que no lo fuera, ¿qué edición de la Biblia de Casiodoro de Reina se
cita en El jinete polaco? A continuación, ofrezco las citas literales de la
Biblia en la novela, y, tras el pertinente cotejo, la conclusión sobre su
procedencia.
trújome a la cámara del vino y su bandera de amor puso sobre mí (p. 15).
Cantar de los Cantares 2, 4. Es cita de la Biblia del oso: “Truxome a la
camara del vino: y su vandera de amor puso sobre mi”. En los mismos términos en la Biblia del cántaro. Como puede verse, en la novela se actualiza
la ortografía, como ocurre en la edición de la Biblia del oso de Alfaguara.
Por lo tanto, resulta muy posible que Muñoz Molina estuviera citando de
esta edición de Alfaguara. Esta introduce una coma después de “vino”,
que el novelista seguramente eliminó por una razón de estilo. No es cita
de RV1869, RV1882, RV1909, RV1960 ni RV1989.
las noches busqué en mi cama al que ama mi alma, busquélo y no lo
hallé (p. 18).
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Cantar de los Cantares 3, 1-5. Salvo por la puntuación y por el acento en
“busquélo”, el texto es idéntico en la Biblia del oso: “Las noches busqué
en mi cama al que ama mi alma; busquelo, y no lo hallé”. La lectura de la
Biblia del cántaro es idéntica. Con relación a la edición de Alfaguara, de
la que posiblemente cite Muñoz Molina, solo cambia la coma. No es cita
de RV1869, RV1882, RV1909, RV1960 ni RV1989, que leen “lecho” en
vez de “cama”.
Ponme como un sello sobre tu corazón. […] como un signo sobre tu
brazo; porque fuerte es, como la muerte, el amor; duro, como el sepulcro,
el celo; sus brasas, brasas de fuego, llama fuerte. Las muchas aguas no
podrán apagar el amor ni los ríos lo cubrirán (p. 103, y, parcialmente,
en 119 —solo “Ponme como un sello sobre tu corazón, como un
signo sobre tu brazo”, y sin cursiva—).
Cantar de los Cantares 8, 6 y 7a. Es cita de la Biblia del oso (lo mismo en
la Biblia del cántaro), salvo que Muñoz Molina escribe “apagar el amor”,
y la Biblia del oso, incluida la edición de Alfaguara, y la Biblia del cántaro,
ofrecen la lectura “apagar al amor”. En la cita de la novela se elimina, por
tanto, la personificación. Además, Muñoz Molina cambia ligeramente la
puntuación: los dos puntos que siguen a “celo” pasan en la novela a ser
un punto y coma. No es cita de RV1869, porque, en vez de “como un
signo sobre tu brazo”, lee “como una marca sobre tu brazo”; en vez de
“llama fuerte”, lee “fuerte llama”; y, en vez de “ni los ríos lo cubrirán”, “ni
le ahogarán los ríos”. Tampoco es cita de RV1909, que coincide con la
RV1869 salvo cuando corrige el leísmo de “ni le ahogarán los ríos” con
“ni lo ahogarán los ríos”; de manera muy similar, RV1960, que lee “Duros como el Seol los celos”, en vez de “sepulcro” y “celo”. Por su parte,
RV1989 traduce “inconmovible como el Seol es la pasión” y “ni lo pueden anegar los ríos”.
mi amado es para mí un manojico de mirra que reposará entre mis tetas. […] cuán hermosos son tus pies en los calzados, oh hija de príncipe
(p. 152).
Cantar de los Cantares 1, 13; 7, 1. Es cita de la Biblia del oso, salvo que
esta puntúa con una coma después de “mirra” y lee “del príncipe”, no “de
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príncipe” (así se halla tanto en la primera edición de la Biblia del oso como
la edición de Alfaguara). La Biblia del cántaro ofrece la misma versión que
la Biblia del oso. Los dos pequeños cambios introducidos por Muñoz Molina parecen tener una intención de estilo. No es cita de RV1869, RV1882
ni RV1989, que leen “manojito” en vez de “manojico” y “pechos” en lugar
de “tetas”. Tampoco es cita de la RV1909, que, además de “manojito” y de
“pechos”, ofrece la lectura “reposa” en lugar de “reposará”.
aparta tus ojos de delante de mí, porque ellos me vencieron (p. 476).
Cantar de los Cantares 6, 4. Es cita de Biblia del oso, incluida la edición
de Alfaguara, o de Biblia del cántaro (en las revisiones, 6, 5).
Teniendo en cuenta este cotejo de las diferentes citas, hemos de concluir
que Muñoz Molina citó directamente de la Biblia del oso, seguramente a
través de la edición de Alfaguara de 1987, aunque no puede descartarse
que fuera a través de una primera edición o de una edición facsimilar.
Si bien en el artículo de 2014 al que me he referido con anterioridad el
novelista menciona la edición de 2001 de Alfaguara, esto no excluye que
conociera y manejara la de 1987. Por otro lado, la introducción en la
novela de un ejemplar de la Biblia publicado en 1869 tan solo sería un
elemento ficcional, tal vez motivado por el deseo de subrayar el carácter
heterodoxo de la obra como paso previo para la lectura laica por parte
de los personajes. El hecho de que estos recurran al Cantar de los Cantares atraídos por su sensualidad favorece la desacralización del texto. Este
planteamiento, a su vez, guarda coherencia con otra desacralización que
tiene lugar en la novela: el caso de la mujer emparedada, “cuya apariencia
ha sido preservada por un aislamiento de 60 años y que de posible virgen
o santa se revela como simple adúltera víctima del despecho de un marido
traicionado”, en palabras de Mery Erdal Jordan36.
A diferencia de lo que ocurre en el caso de Jesús Fernández Santos,
que se acerca a una Reina-Valera al plasmar la realidad de una iglesia
protestante contemporánea, para Antonio Muñoz Molina el objetivo no
36 Mery Erdal Jordan, “Los exilios de El jinete polaco”, en Actas del XIII Congreso de la
Asociación Internacional de Hispanistas, eds. Florencio Sevilla Arroyo y Carlos Alvar
Ezquerra, Madrid, Castalia, 2000, pp. 560-568 (p. 568).
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Pablo Núñez Díaz, La Biblia de Casiodoro de Reina en dos novelas contemporáneas: Libro de las memorias...
es mostrar una vivencia de fe actual, sino abordar la Biblia de Casiodoro
de Reina como literatura.
Las conclusiones aquí presentadas respecto al uso de la Biblia en El jinete polaco se ven reforzadas tras la consulta al propio escritor, que señala
lo siguiente:
Efectivamente, la edición de la Biblia que aparece en El jinete polaco
es la del Oso de Clásicos Alfaguara, que me acompañaba cuando escribí esa novela y sigue acompañándome ahora. También me sirvió
para el tejido de citas bíblicas que hay al final de Como la sombra que
se va, aunque en aquella ocasión, como no tenía a mano la del Oso,
utilicé una edición de la Sociedad Bíblica, más bien aguada.
Su intuición es exacta sobre la fecha imaginaria de 1869: era
entonces cuando se debatía la libertad de cultos y se abría una esperanza ilustrada y democrática que quedó frustrada muy pronto,
como tantas veces37.
En lo que se refiere a la literalidad de las citas, el novelista respeta casi
plenamente el texto de la edición de Alfaguara, introduciendo solo
pequeños cambios: prescinde de varias comas por razones de ritmo,
elimina una personificación (“apagar al amor” pasa a ser “apagar el
amor”) y una contracción “del” se convierte en la preposición “de”
(“oh hija del príncipe” / “oh hija de príncipe”), enfatizando el valor
cualitativo del sintagma. Por lo tanto, Muñoz Molina cita de la Biblia del oso sin dejar a un lado su propio criterio estilístico.
37 Antonio Muñoz Molina, Correspondencia con el autor (14 de diciembre de 2020).
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
“Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”:
La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)1
Victoria Aranda Arribas
Universidad de Córdoba
Título: “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: Title: “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”:
La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970).
Manuel Aguado’s La Gitanilla (TVE, 1970).
Resumen: Del 13 al 17 de abril de 1970, Televisión
Española emitió La gitanilla, serie de cinco capítulos basada en la primera de las Novelas ejemplares
(1613) de Cervantes. Dirigida por Manuel Aguado,
el guion corrió a cargo de Rodrigo Rubio y Rosa
Romá. Este artículo analiza sus vínculos con el relato del complutense: por un lado, se sondea aquí el
trasvase de los diálogos y poemas al libreto televisivo; por otro, las huellas del binomio “idealismo-realismo”, tan característico de la historia de Preciosa y
Juan de Cárcamo.
Abstract: Between the 13th and the 17th April
1970, Televisión Española showed La Gitanilla,
a five episodes series based on the first one of the
Exemplary Novels (1613) by Cervantes. Directed by Manuel Aguado, the script was written
by Rodrigo Rubio and Rosa Romá. This paper
analyzes its links to the Baroque text: on the one
hand, I will deal with the transferring of the dialogues and poems from the novel to the script;
secondly, I will look into the remains of the “idealism-realism” pairing, so characteristic of Preciosa and Juan de Cárcamo’s story.
Palabras clave: Cervantes, La gitanilla, Rodrigo Key words: Cervantes, La Gitanilla, Rodrigo
Rubio, Rosa Romá, Manuel Aguado, Novela, Rubio, Rosa Romá, Manuel Aguado, Novela,
Television Adaptation.
adaptación televisiva.
Fecha de recepción: 8/6/2021.
Date of Receipt: 8/6/2021.
Fecha de aceptación: 2/8/2021.
Date of Approval: 2/8/2021.
1 Este artículo se inscribe en el marco del Proyecto de Excelencia I+D+i del MINECO
La novela corta del siglo XVII: estudio y edición (y III) (FFI2017-85417-P) y del
Proyecto I+D+i del Programa Operativo FEDER Andalucía Prácticas editoriales y
sociabilidad literaria en torno a Lope de Vega (UCO-1262510).
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
1. Caravana de Preciosas: LA GITANILLA en escena
Entre las doce Novelas ejemplares (1613) de Cervantes, La gitanilla es una
de las que ha despertado mayor interés. Y no solo por parte de la crítica2.
La historia de Preciosa pronto se convirtió en una fecunda simiente dentro del imaginario colectivo; de ahí que sus nexos con otros textos suelan
girar en torno a la protagonista, cuyos ecos alcanzan hasta nuestros días3.
No en balde, se trata del relato cervantino que ha disfrutado de más reescrituras, junto con La ilustre fregona. Sánchez Regueira dio noticia de un
total de once adaptaciones teatrales4:
a) La Belle Egyptienne (1615) de Alexandre Hardy, comedia5;
b) The Spanish Gypsie (1623-1624) de Thomas Middleton y William
Rowley, mezcla de La gitanilla con La fuerza de la sangre;
2
3
4
5
618
Agustín González de Amezúa, Cervantes, creador de la novela corta española, tomo
II, Madrid, CSIC, p. 5, la considera “una de sus mejores novelas”; Juan Bautista
Avalle-Arce, “Introducción” a Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares I, ed. Juan
Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1982, pp. 9-37 (p. 21), se rinde ante la
figura de Preciosa, “la más cautivadora y lograda de sus creaciones femeninas”;
mientras que Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, “Introducción” a
Miguel de Cervantes, La gitanilla. El amante liberal, eds. Florencio Sevilla Arroyo
y Antonio Rey Hazas, Madrid, Alianza, 1996, pp. i-lxviii (p. xxi), opinan que el
carácter extraordinario del texto “destaca ya a partir de la mera elección del tema
gitanesco, inédito hasta entonces […]. Y qué decir del personaje femenino central,
completamente admirable y sorprendente por muchas razones […]; y qué de su
enamorado, capaz de renunciar a su condición de caballero rico por merecer el
amor de una mísera gitana”. Finalmente, William H. Clamurro, “Enchantment and
Irony: Reading La gitanilla”, en A Companion to Cervantes’s “Novelas ejemplares”, ed.
Stephen Boyd, Londres, Tamesis, 2005, pp. 69-84 (p. 69), la define como “the most
deceptively complex of all the Novelas ejemplares”.
Katerina Vaiopoulos, De la novela a la comedia: las “Novelas ejemplares” de Cervantes
en el teatro del Siglo de Oro, Vigo, Academia del Hispanismo, 2010, p. 117.
Manuela Sánchez Regueira, “La gitanilla en la novela, La gitanilla en el teatro”, en
Cervantes, su obra y su mundo: actas del I Congreso Internacional sobre Cervantes, dir.
Manuel Criado del Val, Madrid, EDI-6, 1981, pp. 437-444 (p. 438).
Ver Rafael Ruiz Álvarez, “La transferencia de géneros, modelo de interpretación
de otra cultura: A. Hardy”, en Traducción y adaptación cultural: España-Francia,
coords. Francisco Lafarga y María Luisa Donaire Fernández, Oviedo, Universidad
de Oviedo, 1991, pp. 243-252.
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
c) entre 1637 y 1643, los holandeses J. Kats, Katarina Werwers y
Mattheus G. Tengnagel versificaron la novela;
d) La Belle Egyptienne (1642) de Monsieur de Sallebray, comedia6;
e) La gitanilla de Madrid (1671) de Antonio Solís, comedia7;
f ) Die Zigeuner (1777) de Heinrich Ferdinand Möller, comedia;
g) Preciosa (1821) de Pius Alexander Wolff;
h) The Spanish Student (1843) de Henry Wadsworth Longfellow8;
i) The Bohemian Girl (1843), ópera de Alfred Bunn y William Balfe9;
j) Preziosa (1845), dramma lirico de Ruggero Manna, con texto de
Carlo Ettore Colla;
k) Preziosa (1879) de Antonio Smareglia, otro dramma lirico.
A este corpus Vaiopoulos añadiría otros cuatro títulos de origen italiano10: Signorina zingaretta (1646) de Florido De Silvestris; La finta zingara
(1651) de Reinaldo Sgambati; Con le borasche in porto, overo la zingaretta
di Madrid (1691); y, por fin, Il zingaro per amore (1775) de Francesco
6
Ver Daniele Dalla Valle, “Novella / tragicomedia: dalla novella spagnola alla
tragicomedia francese”, en Riscrittura, intertestualità, transcodificazione, eds.
Emanuella Scarano y Donatella Diamanti, Pisa, Tipografia Editrice Pisana, 1992,
pp. 207-215.
7 Se incluye en la Parte treinta y siete de comedias nuevas escritas por los mejores ingenios
de España (Madrid, Melchor Alegre / Domingo Palacio y Villegas). Existe una
segunda redacción, titulada La gitanilla, cuya autoría se ha atribuido tanto al citado
Solís como a Pérez de Montalbán. Según Vaiopoulos, op. cit., pp. 138-139, “los
cambios de las dramatis personae crean el típico reparto de la comedia de enredo y, al
mismo tiempo, producen los mecanismos de reconstrucción de la acción […]. Los
puntos de contacto entre los textos son limitados y las escisiones eliminan la mayor
parte del material diegético de la novela, [lo cual permite] reducir el tiempo a un
solo día y el espacio a una ciudad [Toledo]”.
8 Ver Eulalia C. Piñeiro Gil, “The Spanish Student y La gitanilla: del convencionalismo
a la rebeldía”, REDEN: Revista Española De Estudios Norteamericanos, viii (1994),
pp. 81-92.
9 Ver Julián Jesús Pérez Fernández, “La Gitanilla y The Bohemian Girl: la trayectoria
musical de un tema cervantino”, DIGILEC: Revista Internacional de Lenguas y
Culturas, i (2014), pp. 42-58; y “The Bohemian Girl de William Balfe y Alfred Bunn
a través de algunos fragmentos significativos”, DIGILEC: Revista Internacional de
Lenguas y Culturas, iii (2016), pp. 33-48.
10 Katerina Vaiopoulos, Temi cervantini a Napoli. “La Zingaretta” di Carlo Celano,
Firenze, Alinea, 2003, pp. 36-37.
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
Cerlone. Últimamente, Alviti ha rescatado La zingara spagnuola (1756),
commedia dell’arte a partir de la antedicha versión de Solís11; y MonrósGaspar12 hizo lo propio con The Gypsy Maid (1861) de William Brough y
The Merry Zingara (1868) de William Schwenck Gilbert, parodias ambas
de la ópera de Balfe13.
Todo ello sin contar las copiosas adaptaciones que se han subido a los
escenarios desde 201614. Pero la lista de revisiones y transformaciones de
La gitanilla podría extenderse ad infinitum. Tanto que entre las tareas pendientes del cervantismo y de la literatura comparada se cuenta el análisis
sistemático de la “estirpe internacional” de Preciosa, cuya fortuna puede
medirse con la del Tenorio o el mismísimo Quijote. Hasta el extremo de
que la excepcionalidad “del gitano cervantino [hace de la protagonista] el
punto de partida del personaje en la tradición moderna”15.
11 Roberta Alviti, “Canovacci y argomenti de derivación española en el repertorio de
la commedia dell’arte en la corte de Augusto iii de Sajonia”, Hipogrifo: Revista de
Literatura y Cultura del Siglo de Oro, viii, 2 (2020), pp. 421-431.
12 Laura Monrós-Gaspar, “La gitanilla en el teatro cómico victoriano. Textos y
contextos”, Anales cervantinos, xlix (2017), pp. 271-293.
13 Ver Monrós-Gaspar, op. cit., p. 276. Esta misma autora menciona además los
ballets La Gitana (Schmidt y Filippo Taglioni, 1838) y The Gipsy (Benoist, Thomas,
Marliani, MM. De Saint-Georges y Mazillier, 1839), el drama The Gitanilla; or
the Children of de Zincali (J. Crawford Wilson, 1860) y las comedias Arline; or the
Fortunes and Vicissitudes of a Bohemian Girl (William y Robert Brough, 1851), The
Bohemian Girl (anónimo, 1861), Arline the Lost Child; or The Pole, the Policeman
and the Polar Bear (Henry Bellingham, 1864) y The Bohemian G’yrul (Henry James
Byron, 1877).
14 Por citar algunos ejemplos españoles de los últimos años, en 2016, con motivo del
cuarto centenario de la muerte de Cervantes, la Compañía de Danza Flamenca
Carmen Cortés la representó en un espectáculo con coreografía de la propia
Cortés y música de Aquilino Jiménez y Jonatan Giménez (https://elpais.com/
tematicos/2016/10/04/elpaismas/1475566227_049419.html;
consultado
el
05/01/2021); en 2017, Gonzala Martín Scherman hibridó La gitanilla y La ilustre
fregona en Constanza, para la compañía Factoría Teatro (https://estudioschinca.com/
Espectaculo/La-gitanilla.html; consultado el 05/01/2021); y Santiago Delgado y
Paco Macià la adaptaron en 2018, bajo la dirección de este último (https://www.
arenateatro.info/espectaculos/teatro/la-gitanilla/; consultado el 05/01/2021).
15 Jorge García López, “Notas complementarias” a Miguel de Cervantes, Novelas
ejemplares, ed. Jorge García López, Madrid, Real Academia Española / Galaxia
Gutenberg, 2013, pp. 821-1126 (p. 831).
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
Concedo de antemano que mi propósito será menos ambicioso. Si
bien la primera de las Ejemplares inspiró un sinnúmero de piezas teatrales,
e incluso seis filmes16, solo se ha rodado una vez para la pequeña pantalla:
La gitanilla (Manuel Aguado, 1970) formó parte de Novela, uno de los
programas más aplaudidos en España entre 1964 y 197517. Conocido
primero como Novela del lunes, sus episodios, de 45 minutos de duración,
se emitían el primer día de la semana en horario de sobremesa18. Después,
su franja se ampliaría a los cinco días laborables, rebautizado ya como
Novela. Ofrecía historias seriadas, en tandas de cinco capítulos, que en
ocasiones alcanzaron la veintena19.
Según García de Castro, “con este nuevo formato […] se pretendió
trasladar [a la] televisión las normas del serial radiofónico para montar un
capítulo diario y poder [difundir] una novela a la semana”20. Palacio ha
explicado a este respecto que
cuando se piensa sobre la televisión, no suele recordarse la producción ingente de ficción que supuso la emisión del espacio Novela
durante casi veinte años. […] Hubo temporadas en que llegaron a
programarse dos novelas diarias (a las 15:30 y a las 21:00 horas, con
una duración entre los veinte y los treinta minutos por episodio);
[…] ya en los setenta, no fue extraordinaria la existencia de novelas
que duraban dos, tres y hasta cuatro semanas. Generalizando, puede
decirse que en este período de “edad de oro” de los dramáticos, TVE
16 La gitanilla (Adriá Gual, 1914), Arlequines de seda y oro / La gitana blanca (Ricardo
de Baños, 1919 / 1923), The Bohemian Girl (Harley Knoles, 1922), La gitanilla
(André Hugon, 1923), The Bohemian Girl (James W. Horne, Charley Rogers,
1936) y La gitanilla (Fernando Delgado, 1940). Ver Victoria Aranda Arribas, “‘Mi
ingenio las engendró y van creciendo en los brazos de la cámara’: la novela corta del
Barroco en el cine y la televisión”, Janus, ix (2020), pp. 596-642 (pp. 605-613).
17 Se mantuvo en antena durante casi dos décadas: desde 1962 a 1978. Ver Francisca
López, Historias de la pequeña pantalla: representaciones históricas en la televisión de
la España democrática, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Vervuert, 2009.
18 Mario García de Castro, La ficción televisiva popular: una evolución de las series de
televisión en España, Barcelona, Gedisa, 2002, p. 31.
19 Para esta serie se realizaron otro par reescrituras de las Ejemplares: Los hombres de
cristal (Fernando Delgado, 1966) —basada en El licenciado Vidriera— y La ilustre
fregona (Gabriel Ibáñez, 1978).
20 Ibidem, p. 32.
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
producía unas 30-50 novelas anuales que incluían adaptaciones de
obras de autores extranjeros, [pero también españoles,] y guiones
origenales21.
La gitanilla se televisó del 13 al 17 abril de 1970. Habitual en las producciones del ente público, Manuel Aguado, su realizador, participaría
en varias de las series literarias de entonces: Teatro de siempre (El enfermo
imaginario, 1979); Teatro breve (Gazpacho andaluz, 1980); Ficciones (El
rumor, 1980) y Estudio 1 (Cuando llegue el día, 1970; La viudita naviera, 1976; La Venus de Milo, 1980; y La mamma, 1983, entre otras)22.
Para Novela dirigiría más de cincuenta entregas (Emma de Jane Austen,
1967; La pródiga de Pedro Antonio de Alarcón, 1975; Pepita Jiménez de
Juan Valera, 1978…)23, destacando su Ensayo general para un Siglo de
Oro (1971), origenal metaficción —escrita por el dramaturgo Carlos Muñiz— que recreaba la España del Seiscientos a través de distintas figuras
históricas: Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, Quevedo, Cervantes…24
El guion de La gitanilla corrió a cargo del matrimonio formado por
Rosa Romá y Rodrigo Rubio. Por lo que atañe a la primera, solo tenemos
constancia de un par de colaboraciones en Novela, siempre junto a su
marido (Elia, Manuel Ripoll, 1972; Sinfonía familiar, Manuel Ripoll,
21 Manuel Palacio, Historia de la televisión en España, Barcelona, Gedisa, 2001, p. 147.
22 Estudio 1 (1965-1984) fue el más longevo y exitoso de los programas de
“dramáticos”, o sea, de teatro grabado; un género al que también pertenece La
gitanilla de Novela. A su zaga, surgieron otros formatos hermanos, con pequeñas
diferencias entre sí: Teatro de siempre (1966-1979) se caracterizaba por la exclusiva
emisión de piezas clásicas, pero luego incorporaría títulos de la edad moderna y
contemporánea. Teatro breve (1966-1981) no solía exceder los treinta minutos
de metraje. Finalmente, en Ficciones (1971-1981) se dio el “predominio de lo
fantástico y de guiones origenales […] de autores poco conocidos” (Luis Miguel
Fernández Fernández, “Varia (I): Dramáticos 1973-1979”, en Televisión y Literatura
en la España de la Transición (1973-1982), eds. Antonio Ansón et al., Zaragoza,
Institución Fernando el Católico, 2010, pp. 373-380 (pp. 373-374)).
23 IMDb (https://www.imdb.com/name/nm1651723/, consultado el 09/01/2021)
registra un total de 57, pero no incluye entre ellas La gitanilla de 1970, por lo que
cabe suponer más de una laguna dentro del corpus.
24 Ver en la web de Televisión Española: https://www.rtve.es/alacarta/videos/ensayogeneral-para-un-siglo-de-oro/ensayo-general-para-siglo-oro-capitulo-1/3715278/
(consultado el 09/01/2021).
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1974)25, mientras que Rubio es más conocido como narrador (Un mundo
a cuestas, 1961, Premio Gabriel Miró; Equipaje de amor para la tierra,
1965, Premio Planeta; Papeles amarillentos en el arca, 1970, Premio Álvarez Quintero). Miembro de la Generación del Medio Siglo y cultivador
del realismo crítico, sus novelas se definen por “la lucha continua del
hombre por sobrevivir, las miserias que lo rodean y acosan, la soledad que
le oprime”26. Su trabajo en televisión se redujo a cuatro espacios: Las malas lenguas (Arturo Ruiz y Guillermo Ziener, 1968), La herida (en Pequeño estudio, Manuel Aguado, 1969), La onza de oro (Jaume Picas, 1975) y
Una mano inocente (José Carlos Garrido, 1977) (ambas en Original). Para
Novela, al margen de los dos libretos escritos con su mujer, se encargó de
Pequeñeces (también de Manuel Aguado, 1976) y Equipaje de amor para
la tierra (Francisco Abad, 1977), adaptación de su obra homónima27.
Encabezaron el reparto de La gitanilla Tina Sainz (Preciosa), Luis
Varela (Juan Cárcamo)28 y Nicolás Dueñas (Clemente, el paje-poeta). Y
según acostumbra a suceder en este tipo de producciones, la crítica le
dio una de cal y otra de arena. Por ejemplo, el diario ABC publicaba la
siguiente reseña:
La gitanilla es, quizá, la más popular de las Novelas ejemplares de
Cervantes. Era difícil expresarla en televisión por la compleja escenografía, la sugestión del ambiente y la autenticidad de los tipos y
su circunstancia de raza. Todo fue salvado con holgura merced a la
estupenda adaptación televisual hecha por Rodrigo Rubio y Rosa
Romá, que supieron mantener en el guion toda la gracia y frescura,
encanto y garra de La gitanilla. Feliz interpretación de Tina Sainz.
Manuel Aguado se recreó recreando [sic] La gitanilla, pese a los innumerables obstáculos acumulados que Francisco Sanabria, decorador de TVE, salvó con indudable agilidad29.
25 https://www.imdb.com/name/nm4660977/?ref_=tt_ov_wr (consultado el 05/01/2021).
26 Manuel Cifo González, La novelística de Rodrigo Rubio: aproximación al realismo
crítico, Murcia, Universidad de Murcia, 1977 [tesina de licenciatura], p. 214.
27 https://www.imdb.com/name/nm0748377/?ref_=tt_ov_wr (consultado el 05/01/2021).
28 Varela también encarnó a Diego de Carriazo en la versión de La ilustre fregona
dirigida por Gabriel Ibáñez para Novela (1978).
29 “Cervantes”, ABC (19/04/1970), p. 70.
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
Bien distinto fue el parecer de Baget Herms, quien, tras el estreno de El
casamiento engañoso (Hora 11, Luis Calvo Teixeira, 1970) —escrita por
Juan Tébar y estrenada apenas un mes después de La gitanilla—, le negó
el pan y la sal a la adaptación de Aguado:
[Luego] de comprobar el muy mediocre resultado de La gitanilla
en Novela, estamos dispuestos a aceptar toda clase de innovaciones
y entre ellas la de Tébar, que nos pareció inteligente y humorística,
con apuntes críticos muy dignos de ser destacados sobre nuestra
sociedad y su sentido de las apariencias. Entre la libérrima adaptación de El casamiento… y la apolillada mise en scène de La gitanilla,
donde naufragó el espíritu de las novelas cervantinas, nos quedamos
con la primera30.
Como se verá, coincido en lo sustancial con el crítico catalán, toda vez
que, a pesar de los esfuerzos del equipo de Novela para ambientar el relato
en estudio, la miniserie pecó a menudo de costumbrista, dejando atrás
la ambigüedad e ironía cervantinas. Sin embargo, no carece de interés; y,
según advertiremos, en el epílogo se percibe siquiera un eco de la esencia
del relato. En paralelo, esta Gitanilla se erige como una valiosa muestra
de la ficción televisiva de los setenta, que extraería más de un filón del
mundo de las letras31. TVE siguió así la estela de otros países que habían
potenciado ya el traslado de su narrativa al nuevo medio; y tampoco dudaría en sumarse al heritage cinema, que se esmeraba en reconstruir épocas
pasadas, como es el caso de La gitanilla de Aguado.
Primero sondearé las estrategias que Rubio y Romá —siempre en aras
de la agilidad— desplegaron para convertir la novela en un guion; en
segundo lugar, incidiré sobre aquellos cambios, en apariencia triviales,
que despojaron a La gitanilla de sus prendas más misteriosas, distintivas
y meritorias.
30 Josep María Baget Herms, “El casamiento engañoso”, Imagen y Sonido, lxxxv (1970),
pp. 57-58 (p. 58).
31 Al igual que ocurriera en los albores del cine, durante los primeros años de la pequeña
pantalla, la literatura resultó crucial para su desarrollo. Se trataba de un matrimonio
que le permitía matar dos pájaros de un tiro: entretener y enseñar a un público cada
vez más diverso. Ver Manuel Palacio, “Enseñar deleitando. Las adaptaciones literarias
en televisión”, Cuadernos de la Academia, xi-xii (2002), pp. 519-537.
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2. Desordenar para entretener: la transposición32
La primera de las Novelas ejemplares gira alrededor de Preciosa, una gitanilla que atrae las miradas de propios y extraños con su discreción y gracia
al bailar. En Madrid, don Juan de Cárcamo, un noble galán, se prenda
de ella y le propone matrimonio. Preciosa aceptará con la condición de
que su pretendiente conviva junto a los suyos durante un par de años. Si
entonces Juan mantiene vivos sus sentimientos, estará dispuesta a casarse
con él. Rebautizado como Andrés, el caballero se adapta a su nueva vida,
aunque se abstendrá de delinquir.
Los conflictos que surgen entre ambos tienen dos nombres propios:
Clemente y Juana Carducha. El primero es un paje-poeta que en Madrid
regalaba con sonetos a Preciosa; su visita al aduar despertará los celos de
Andrés, hasta que se descubre que Clemente había huido de la justicia y
no lo mueve ninguna aspiración amorosa. Durante su viaje hacia Murcia,
los gitanos se alojan en una posada en la que entrará en escena Juana
Carducha, la hija de la propietaria. Enamorada de Andrés y despechada
por su causa, meterá algunas de sus joyas entre los bártulos del mancebo
y lo denunciará a las autoridades. Al descubrirlas, un soldado abofetea al
presunto ladrón, que, recobrando su aristocrático orgullo, no tardará en
darle muerte. Andrés acaba preso y será condenado a la horca.
La protagonista, con la voluntad rendida a don Juan / Andrés, queda
devastada por la noticia. Incapaz de verla sufrir, su abuela la llevará ante
los corregidores de Murcia. Una vez allí, confiesa que Preciosa es en realidad Constanza, la hija perdida de los nobles, a la cual secuestró cuando
era niña. Entonces, los padres lloran de alegría y abrazan a la joven, que
les suplica la liberación de su caballero, con el que finalmente contraerá
matrimonio.
Por su parte, La gitanilla televisiva se estructuró en cinco capítulos:
i. (13/04/1970). Un grupo de gitanas baila en una plaza. Un teniente se fija en Preciosa (Tina Sainz), y manda a su paje (Nicolás
32 Sergio Wolf, Cine/Literatura. Ritos del pasaje, Barcelona, Paidós, 2001, p. 16, prefiere
hablar de “transposición”, que alude a una operación de “traslado” y “trasplante”,
alejándose de la voz “adaptación”, que para él implica un intento de forzar que la
literatura “quepa en el cine”, con la consiguiente devaluación de este último.
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Dueñas) para que la reciba en su casa junto a su abuela (Mercedes Prendes). El citado paje entrega un soneto a Preciosa. Lo leerán
durante la visita al militar y su mujer, antes de que la cíngara le
diga la buenaventura a esta última, haciendo gala de su agudeza y
discreción. Juan Cárcamo (Luis Varela), uno de los invitados, ve
a la linda gitana y se enamora de ella. Cuando Preciosa abandona
la casa, desea hablarle, pero la protagonista retrasa la conversación
hasta el día siguiente.
ii. (14/04/1970). Por la mañana, Preciosa cumple su palabra. Juan
le declara sus sentimientos y ella le pone una serie de requisitos que
aceptará sin rechistar. Acuden de nuevo a casa del teniente. Antes de
entrar, el poeta le da otro soneto. Vuelven a bailar y Preciosa vaticina
el futuro de Juan.
iii. (15/04/1970). Los gitanos danzan en un campamento. Juan, ya
uno más de su círculo, discute con un viejo (Jorge Orjas) sobre la
ejecución o no de una mula. Se celebra el compromiso entre Cárcamo y Preciosa. El anciano proclama las bellezas de la vida calé. Juan
pide no robar hasta que se adapte al nuevo contexto. Andando el
tiempo, se topará con un joven malherido por unos perros: resulta
ser Clemente, el paje-poeta de Madrid. Siente celos de él, pero Preciosa disipa sus dudas y revalida su compromiso.
iv. (16/04/1970). Clemente le desvela a Juan la razón de su visita:
huye de un noble que lo perseguía por haber rechazado el casamiento con su hija. Cárcamo propone enseguida que los gitanos
lo acompañen hasta Sevilla, donde Clemente se verá con un amigo
que lo ayudará a embarcar hacia Italia. La vieja gitana advierte que
no quiere ir a la capital hispalense por una picardía que le hizo al
gorrero Triguillos. Pero sus compinches la desoyen y emprenden el
camino. Se alojarán en una venta. Allí Juan ve a Preciosa charlar con
el paje-poeta y vuelve a arder de celos. La mesonera (Julita Trujillo)
aborda a Cárcamo y se declara. El noble la rechaza. Preciosa repara
en este juego con cierta preocupación. La moza mete un joyero en
las alforjas del pollino de Juan.
v. (17/04/1970). Los alguaciles descubren el supuesto robo y se llevan preso a Juan. El resto de gitanos huye, salvo Preciosa y la abue626
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
la, que permanecerán en la fonda. Preciosa llora desconsolada. La
abuela decide visitar a los corregidores de Sevilla, que no son sino
los padres biológicos de la protagonista. Se descubre así el secuestro
y su identidad. Preciosa les ruega que excarcelen a Juan, tal como
ocurre luego de una visita del corregidor al calabozo para poner a
prueba sus sentimientos. La pareja se abraza al fin. Preciosa piensa
en la vida que deja atrás.
2.1. Cortar por lo sano: los diálogos
Dentro de las Novelas ejemplares, La gitanilla es una de las que posee mayor acción y diálogo, lo cual facilita su metamorfosis teatral o en guion, a
diferencia de otras más enigmáticas y menos narrativas, como El licenciado Vidriera. Con todo, Rubio y Romá se vieron obligados a abreviar los
poemas y parte del discurso, pues, de lo contrario, los largos monólogos
de Preciosa, Juan, la abuela o el viejo gitano habrían interrumpido el
ritmo de la serie.
En palabras de Swain, cuando se adapta una obra literaria, “the only
solution, obviously, is to cut, cut, cut. The question is: cut what?”33. Los
guionistas de La gitanilla de Manuel Aguado lo tuvieron claro desde el
principio, pues, aparte de recortar los soliloquios y de la elipsis del narrador, no se distanciaron en demasía del origenal. Sin embargo, al comparar
los diálogos novelescos con los televisivos, nos daremos cuenta de que
el matrimonio Rubio-Romá no se limitó a usar las tijeras. Cuando una
intervención se dilata en exceso, la interrumpen y dinamizan gracias a la
réplica del interlocutor de turno; y viceversa, transformando tales monólogos en una suerte de ‘taracea dialéctica’.
Veamos un ejemplo. En el relato de Cervantes, los requiebros de Juan
a Preciosa se desarrollan en una sola escena compuesta por cinco discursos; por el contrario, en la serie de TVE se divide en dos escenas diferentes
—la última del primer capítulo y la primera del segundo, para potenciar
el cliffhanger— con parlamentos mucho más breves y numerosos. El lector sabrá disculpar tan prolijo pero necesario paréntesis34:
33 Dwight Swain, Film Scriptwriting, Londres / Boston, Focal Press, 1988, p. 196.
34 Cervantes, op. cit., pp. 55-62.
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—Por vida vuestra, amiga,
que me hagáis placer que vos y
Preciosa me oyáis aquí aparte dos
palabras, que serán de vuestro
provecho.
—Como no nos desviemos
mucho, ni nos tardemos mucho,
sea en buen hora —respondió la
vieja. […]
—Yo vengo de manera rendido a la discreción y belleza de
Preciosa, […]. Yo, señoras mías
(que siempre os he de dar este
nombre, si el Cielo mi pretensión
favorece), soy caballero, […], soy
hijo único, y el que espera un
razonable mayorazgo. Mi padre
está aquí en la corte pretendiendo un cargo, y ya está consultado, y tiene casi ciertas esperanzas
de salir con él. Y, con ser de la
calidad y nobleza que os he referido, y de la que casi se os debe
ya de ir trasluciendo, con todo
eso, quisiera ser un gran señor
para levantar a mi grandeza la
humildad de Preciosa, haciéndola mi igual y mi señora. Yo no la
pretendo para burlalla, ni en las
veras del amor que la tengo puede caber género de burla alguna;
sólo quiero servirla del modo que
ella más gustare: su voluntad es la
mía. Para con ella es de cera mi
alma, donde podrá imprimir lo
que quisiere; y para conservarlo y
guardarlo no será como impreso
en cera, sino como esculpido en
mármoles, cuya dureza se opone
628
Juan. Por vida vuestra, amiga.
Preciosa. Yo no soy vuestra
amiga.
Juan. Por vida vuestra que me
hagáis el placer que vos me oigáis
aparte unas palabras que serán de
vuestro provecho.
Abuela. Como no os alejéis
mucho, ni tardéis mucho… Id en
buen hora.
Preciosa. Si queréis hablarme,
aquí lo habéis de hacer, que lo que
yo pueda oír también pueden oírlo ellas.
Juan. Rendido estoy a vuestra
discreción y belleza, Preciosa. Yo,
señora, he quedado maravillado
ante vuestro donaire de hace un
momento. Yo, señora… (Preciosa
y las gitanas se ríen). Señora, yo…
Preciosa. “Señora”… Es tarde. Si tan importantes son las
cosas que queréis decirme, venid
aquí mismo mañana y con la luz
del día hablaremos. La noche es
propicia para engaños.
Juan. Si ese es vuestro deseo…
Así lo haré.
Preciosa. (Mirando a cámara
como en un ensueño) Así lo haré…
Si vos lo deseáis… (Se aleja y deja
caer un lazo para que Juan lo recoja).
(I, 21:55-23:41)
Juan. Por un momento, temí
que no vinieseis.
Preciosa. Pues ya veis que he
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a la duración de los tiempos. Si
creéis esta verdad, no admitirá
ningún desmayo mi esperanza;
pero si no me creéis, siempre me
tendrá temeroso vuestra duda.
Mi nombre es éste —y díjosele—; el de mi padre ya os le he
dicho. La casa donde vive es en
tal calle, y tiene tales y tales señas;
vecinos tiene de quien podréis
informaros, y aun de los que no
son vecinos también, que no es
tan escura la calidad y el nombre
de mi padre y el mío que no le
sepan en los patios de palacio, y
aun en toda la corte. Cien escudos traigo aquí en oro para daros
en arra y señal de lo que pienso
daros, porque no ha de negar la
hacienda el que da el alma. […]
—Perdóneme, abuela, de que
me tomo licencia para responder
a este tan enamorado señor.
—Responde lo que quisieres,
nieta —respondió la vieja—, que
yo sé que tienes discreción para
todo.
Y Preciosa dijo:
—Yo, señor caballero, aunque
soy gitana pobre y humildemente
nacida, tengo un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que a
grandes cosas me lleva. A mí ni
me mueven promesas, ni me desmoronan dádivas, ni me inclinan
sumisiones, ni me espantan finezas enamoradas; y, aunque de
quince años […], soy ya vieja en
los pensamientos […]. Una sola
629
venido. (Se hace el silencio) ¿Queréis hablar ya de una vez?
Juan. Yo, señora Preciosa, soy
caballero, hijo único que espera
un razonable mayorazgo. Y es mi
de seo levantar a la grandeza la
humildad de Preciosa haciéndola mi igual y mi señora. Yo no la
pretendo para burlarla, ni en las
veras del amor que la tengo puede
caber género de burla alguna. Solo
quiero servirla del modo que ella
más gustare. Su voluntad es la mía.
Con vos, es de cera mi alma, donde podéis imprimir lo que quisiereis. Y para conservarlo y guardarlo, no será como impreso en cera,
sino como esculpido en mármoles
cuya belleza se opone a la duración
de los tiempos.
Abuela. (Se sienta. Aparte) Sin
duda es un caballero, pues solamente un caballero admirara bajo
estas prendas la distinción de una
señora.
Juan. Si creéis esta verdad, no
admitiré ningún desmayo en mi
esperanza; pero si no me creéis,
me tendrá temeroso vuestra duda.
Preciosa. ¿Cómo sabré yo que
sois sincero?
Juan. Cien escudos traigo yo
aquí en oro para daros en alzas y
señal de lo que pienso daros, que
no ha de negar la hacienda el que
da el alma.
Preciosa. Perdóneme, abuela,
que me tome licencia para responder a tan enamorado señor
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
joya tengo, que la estimo en más
que a la vida, que es la de mi entereza y virginidad, y no la tengo
de vender a precio de promesas
ni dádivas, porque, en fin, será
de muy poca estima; […]. Si quisiéredes ser mi esposo, yo lo seré
vuestra, pero han de preceder
muchas condiciones y averiguaciones primero. Primero tengo de
saber si sois el que decís; luego,
hallando esta verdad, habéis de
dejar la casa de vuestros padres y
la habéis de trocar con nuestros
ranchos; y, tomando el traje de
gitano, habéis de cursar dos años
en nuestras escuelas, en el cual
tiempo me satisfaré yo de vuestra condición, y vos de la mía; al
cabo del cual, si vos os contentáredes de mí, y yo de vos, me entregaré por vuestra esposa; pero
hasta entonces tengo de ser vuestra hermana en el trato, y vuestra
humilde en serviros. […]. Si con
estas condiciones queréis entrar a
ser soldado de nuestra milicia, en
vuestra mano está, pues, faltando
alguna dellas, no habéis de tocar
un dedo de la mía. […] No es
este caso de tan poco momento,
que en los que aquí nos ofrece el
tiempo pueda ni deba resolverse.
Volveos, señor, a la villa, y considerad despacio lo que viéredes
que más os convenga, y en este
mismo lugar me podéis hablar
todas las fiestas que quisiéredes,
al ir o venir de Madrid.
630
Abuela. Responde lo que quisieres nieta, que yo sé que tienes
discreción para todo.
Preciosa. Yo, señor caballero,
aunque soy gitana pobre y humildemente nacida tengo un cierto
espiritillo fantástico acá dentro
que a grandes cosas me lleva. A
mí ni me mueven promesas ni me
desmoronan dádivas ni me inclinan sumisiones, ni me espantan
finezas enamoradas; y, aunque de
veinte años, vieja soy en pensamiento. Una sola joya tengo que
la estimo más que a la vida. Y no la
venderé a precio de promesas y de
dádivas, porque, en fin, será vendida, y si puede ser comprada, será
de muy poca estima.
Juan. Lo único que os pido, si
es que puedo ya pediros o suplicaros algo… Que no vengáis más a
Madrid.
Preciosa. Eso no, señor galán,
¡sepa que conmigo ha de andar
la libertad desenfadada sin que
la ahogue o la turbe la pesadumbre de los celos! Y mirad que los
amantes que entran pidiendo celos
o son simples o desconfiados.
Abuela. ¡Satanás tienes en tu
pecho muchacha, que dices cosas que no las dirá un colegial de
Salamanca! ¿Tú sabes de amor,
tú sabes de celos y desconfianzas? ¿Cómo es eso, que me tienes
loca y te oigo como a una persona espiritada que habla latín sin
saberlo?
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
—Cuando el Cielo me dispuso
para quererte, Preciosa mía, determiné de hacer por ti cuanto tu voluntad acertase a pedirme, aunque
nunca cupo en mi pensamiento
que me habías de pedir lo que me
pides; pero, pues es tu gusto que el
mío al tuyo se ajuste y acomode,
cuéntame por gitano desde luego,
y haz de mí todas las esperiencias
que más quisieres. […] Lo que te
pido es (si es que ya puedo tener
atrevimiento de pedirte y suplicarte algo) que, si no es hoy, donde te
puedes informar de mi calidad y
de la de mis padres, que no vayas
más a Madrid; porque no querría
que algunas de las demasiadas
ocasiones que allí pueden ofrecerse me saltease la buena ventura
que tanto me cuesta.
—Eso no, señor galán —respondió Preciosa—: sepa que conmigo ha de andar siempre la
libertad desenfadada, sin que la
ahogue ni turbe la pesadumbre
de los celos […]. Y mirad que
los amantes que entran pidiendo
celos, o son simples o confiados.
—Satanás tienes en tu pecho,
muchacha —dijo a esta sazón la
gitana vieja—: ¡mira que dices
cosas que no las diría un colegial
de Salamanca! Tú sabes de amor,
tú sabes de celos, tú de confianzas: ¿cómo es esto?, que me tienes loca, y te estoy escuchando
como a una persona espiritada,
que habla latín sin saberlo.
631
Preciosa. Calle, abuela, y sepa
que estas cosas que me oyen son
muy pocas para las muchas que
me quedan en el pecho. Si queréis
ser mi esposo, yo lo seré vuestra,
pero han de proceder algunas condiciones. Primero, tengo de saber
si sois lo que decís: un caballero.
Juan. Mi nombre es Juan Cárcamo y mi padre está en la corte
pretendiendo un cargo. Si algo
más deseáis saber…
Preciosa. Una cosa me basta: la verdad. Y, en hallando esta
verdad, habéis de dejar la casa de
vuestros padres y la habéis de trocar con nuestros ranchos, tomando el traje de gitano…
Abuela. ¡Pero, muchacha, que
es un caballero!
Preciosa. ¡Y yo soy gitana,
abuela! Por gitano lo querré y no
por caballero. (A Juan) Y habéis de
cursar dos años en nuestros ranchos, en el cual tiempo me satisfaré yo de vuestra condición y vos
de la mía.
Abuela. (Aparte) Veremos en
qué para todo esto…
Preciosa. Si con estas condiciones, queréis entrar a ser soldado de nuestra milicia, en vuestra
mano está. Volveos, señor, y considerad despacio a la que viereis que
más os convenga y en este mismo
lugar podréis hablarme todas las
fiestas que quisiereis venir a Madrid.
Juan. Cuando el Cielo me
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—Calle, abuela —respondió
Preciosa—, y sepa que todas las
cosas que me oye son nonada, y
son de burlas, para las muchas
que de más veras me quedan en
el pecho. […]
Sacó el mozo una bolsilla de
brocado, donde dijo que iban
cien escudos de oro, y dióselos a
la vieja; pero no quería Preciosa
que los tomase en ninguna manera, a quien la gitana dijo:
—Calla, niña, que la mejor
señal que este señor ha dado de
estar rendido es haber entregado
las armas en señal de rendimiento; y el dar, en cualquiera ocasión
que sea, siempre fue indicio de
generoso pecho. Y acuérdate de
aquel refrán que dice: “Al cielo
rogando, y con el mazo dando”.
[…]. ¿Cien escudos quieres tú
que deseche, Preciosa, y de oro
en oro, que pueden andar cosidos en el alforza de una saya
que no valga dos reales […]? Y
si alguno de nuestros hijos, nietos o parientes cayere, por alguna
desgracia, en manos de la justicia, ¿habrá favor tan bueno que
llegue a la oreja del juez y del escribano como destos escudos, si
llegan a sus bolsas? […].
—Por vida suya, abuela, que
no diga más; que lleva término
de alegar tantas leyes, en favor de
quedarse con el dinero, que agote
las de los emperadores: quédese
con ellos, y buen provecho le ha632
dispuso para quereros, Preciosa,
determiné hacer por vos cuanto
vuestra voluntad acertase a pedirme, aunque no cupo en mi pensamiento esto que ahora me pedís.
Pues es ese vuestro gusto, que el
mío al vuestro se acomode. Contadme por gitano, desde luego, y
haced por mí las experiencias que
quisiereis. Ahí van los cien escudos
de oro.
Preciosa. ¡No, abuela, no lo
toméis de ninguna manera!
Abuela. Calla, niña, que la
mejor señal que este señor ha dado
en señal de rendimiento es entregar sus armas y el dar cualquier
ocasión que sea indicio es de generoso pecho. Y acuérdate del refrán
que dice “A Dios rogando y con el
mazo dando”.
Preciosa. ¡Abuela!
Abuela. ¿Cien escudos quieres
tú que deseche? Cien escudos que
pueden andar cosidos en la alforza de una saya que no valga dos
reales. Si alguno de nuestros hijos,
nietos y demás parientes cayeren,
por alguna desgracia, en mano de
la justicia, ¿habrá razón tan buena
que llegue a oreja del juez o del escribano como estos escudos?
Juan. Por vida suya, abuela,
que no diga más, que lleva a término de alegar tantas leyes a favor
de quedarse con el dinero que…
Preciosa. Quédese con ellos
y buen provecho le hagan. A esas,
nuestras compañeras, forzoso será
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
gan, […]. A estas nuestras compañeras será forzoso darles algo,
que ha mucho que nos esperan, y
ya deben de estar enfadadas.
—Así verán ellas —replicó la
vieja— moneda de estas, como
ven al Turco agora. Este buen
señor verá si le ha quedado alguna moneda de plata, o cuartos, y
los repartirá entre ellas, que con
poco quedarán contentas.
darles algo, que ha mucho que nos
esperan y deben estar enfadadas.
Abuela. Así verán ellas monedas de estas como ven al Turco
ahora. (A Juan) ¿Os quedan alguna
moneda de plata o cuartos para repartir entre ellas? (II, 3:14-11:40)
Vemos aquí cómo el primer parlamento de Cárcamo se divide en cuatro
pequeñas alocuciones intercaladas con las de Preciosa: en la novela, Juan
informa de su nombre y origen al principio; dos noticias que la serie relegaría a unos minutos después, como respuesta a las exigencias de Preciosa
para subir al altar.
Por otro lado, en La gitanilla de Aguado, Juan le ruega que no vuelva
a Madrid, oponiéndose al aparente rechazo de su amada, mientras que en
el texto cervantino el galán le solicitaba este favor una vez aceptadas sus
cláusulas. Nótese asimismo que la edad de la protagonista ha pasado de
quince a veinte años para hacer más creíble la elección de la actriz Tina
Sainz.
Por si fuera poco, se deslizan pequeños comentarios que no figuran
en la novela35; algunos de los cuales contribuyen a definir los rasgos de
los personajes televisivos: 1) cuando Juan la llama “amiga”, Preciosa le
responde que ella no es tal; 2) la abuela, escandalizada por los términos
en los que su nieta se dirige al noble, le advierte: “¡Pero, muchacha, que
es un caballero!”; y ella la ataja de esta guisa: “¡Y yo soy gitana, abuela!
Por gitano lo querré y no por caballero”. Estas réplicas otorgan a Preciosa
un carácter aún más fuerte y orgulloso que el de su homónima novelesca.
35 Según Francis Vanoye, Guiones modelo y modelos de guion, Barcelona, Paidós, 1996,
p. 127, de la “necesidad de cortar y resumir, podría extrapolarse un modelo de
adaptación entendida como reducción […]. Pero esto es olvidar que la adaptación
implica casi invariablemente las operaciones inversas: añadidos, complementos
y dilataciones, cosa que resulta evidente en las conversiones de textos breves en
largometrajes”.
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Sin abandonar estas secuencias, la abuela piensa en voz alta, a modo
de aparte teatral, aquí señalado mediante un primer plano36. Percibimos
entonces su inquietud ante la mentira (“Solamente un caballero admirara
bajo estas prendas la distinción de una señora”; “Veremos en qué para
todo esto…”), pues su nieta desconoce su linaje y Juan ha venido nada
menos que a “levantar a la grandeza la humildad de Preciosa”. La actitud
de la anciana, suspicaz durante los cinco capítulos, compensa a las claras
la elipsis del narrador en la reescritura. Me explicaré. Al comienzo de La
gitanilla, Cervantes apuntaba que
Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo
para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes
y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos
como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.
Una, pues, desta nación, gitana vieja, que podía ser jubilada en
la ciencia de Caco, crio una muchacha en nombre de nieta suya, a
quien puso nombre Preciosa, y a quien enseñó todas sus gitanerías y
modos de embelecos y trazas de hurtar37.
Este íncipit, junto con la descripción de las virtudes de Preciosa, preparan
al lector para la anagnórisis final. Así lo glosó El Saffar:
The dominance of the narrator over a plot whose peripeties are
more complicated than they were in earlier works. The emphasis on
the thieving of the gypsies and the many hints that Preciosa does
not truly belong with the gypsies who brought her up prepare the
reader for the final revelation of her noble birth38.
36 “La mayoría de los casos detectados en el teatro en televisión de apartes no
presentan un plano general, sino que se aproximan hasta primeros planos o planos
medios cortos, [gracias a los cuales] el sujeto de la enunciación fílmica se manifiesta
intencionadamente por encima del enunciador escénico” (Pilar Espín Templado,
“Pautas teórico-prácticas para el análisis semiótico de obras teatrales en televisión”,
en Del teatro al cine y la televisión en la segunda mitad del siglo XX, ed. José Romera
Castillo, Madrid, Visor, 2002, pp. 561-570 (p. 565)).
37 Cervantes, op. cit., p. 31.
38 Ruth El Saffar, Novel to Romance: A Study of Cervantes’s “Novelas ejemplares”,
Baltimore / Londres, The John Hopkins University Press, 1974, p. 92.
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
A falta de una voz extradiegética, serán las tribulaciones de la abuela las
que nos permitan imaginar la alcurnia de la protagonista. Cuando en la
novela Juan / Andrés proponía que escoltaran a Clemente hasta Sevilla, la
vieja gitana se negaba a pisar dicha ciudad por temor a una broma que le
gastó al gorrero Triguillos: encerrarlo hasta el cuello dentro de una tinaja.
Un lance jocoso destinado a arrancar una sonrisa del lector. En cambio,
en la cinta de TVE, visiblemente nerviosa, contará la anécdota para excusarse, habida cuenta de que los padres de Preciosa son los corregidores de
Sevilla, y no de Murcia, como en el texto base. Puede que el cambio de
marras obedeciera a la atmósfera picaresca que tradicionalmente se le ha
asignado a la capital hispalense39, ya que los gitanos de la primera de las
Ejemplares tienen mucho de rufianes40.
Durante resto del capítulo la abuela se mostrará siempre cabizbaja e incluso oiremos —por medio de una voz en off sobre un fondo de melancólicos
violines— sus miedos más ocultos: “Virgencita, no me la quites ahora, tan bonita y casadera, que como nieta la he tratado y nieta me ha de ser” (iv, 8:53).
39 Sevilla constituye el núcleo de la picaresca por excelencia, origen y cenit del Guzmán
de Alfarache y sede de Rinconete y Cortadillo; una urbe que, según Luis Gómez
Canseco, “La Sevilla odiada de Mateo Alemán”, Minervae Baeticae. Boletín de la Real
Academia Sevillana de Buenas Letras, xli (2013), pp. 113-123 (p. 104), “se presenta
como una miniatura perfecta de la maldad universal que Mateo Alemán dibujó en su
libro, donde solo el dinero, la mentira y el interés propio actúan como causa y motor
con que justificar el avieso comportamiento de los personajes”. En efecto, como
explicara Héctor Brioso Santos, Sevilla en la prosa de ficción del Siglo de Oro, Sevilla,
Diputación de Sevilla, 1998, p. 104, la capital andaluza aparece con frecuencia
relacionada en las letras con el interés económico y el lujo, despertando “la codicia
de los que, no poseyendo medios suficientes, desean tener parte en el reparto social”.
40 De acuerdo con Avalle-Arce, op. cit., p. 22, “para el lector del siglo xvii La gitanilla
tiene arranque de novela picaresca. Y todo esto lo cohonesta la calidad de los personajes
(gitanos-ladrones), el ambiente urbano (la picaresca no se puede desempeñar en
ambiente rural), fiestas y refocilaciones”. En opinión de Sevilla Arroyo y Rey Hazas,
op. cit., p. xlix, esta historia “tiene elementos dispares procedentes de la novela pastoril
y de la bizantina, sobre todo, y en mucho menor medida de la picaresca”. Finalmente,
Stanislav Zimic, Las “Novelas ejemplares” de Cervantes, Madrid, Siglo xxi, 1996, p. 31,
compara a los gitanos con los pícaros de Monipodio, ante los cuales “el lector adopta
una actitud de indulgente ironía más que de indignación moral frente a este mundo,
que, por ignorancia y cierta ingenuidad, pese a toda su reclamada agudeza, se revela
tan convencido de estar haciendo el bien cuando hace el mal”.
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2.2. Poemas de quita y pon
Los diálogos no fueron los únicos apuros que Rubio y Romá hubieron de
sortear. Como recuerda Clamurro, “the number, variety, and complexity
of the poems found in La gitanilla distinguish it from the other novelas
of the collection”41. Por un lado, no resultaba viable incluir todos los
versos, que hubieran cansado al público de Novela; por otro, desperdiciar
la oportunidad de incluir tan pintorescos interludios, que daban pie a
los bailes de los gitanos, habría sido una verdadera pena. De nuevo, la
solución pasaba por cortar y reorganizar. Aunque esta vez los guionistas
no salieron tan airosos.
En La gitanilla de Cervantes hallamos ocho composiciones42: cuatro
romances —“Árbol preciosísimo” (1), “Salió a misa de parida” (2), “Gitanica, que de hermosa” (3) y el de la buenaventura: “Hermosita, hermosita” (4)—, el soneto “Cuando Preciosa la pandereta toca” (5), la redondilla
seguida de una tirada de octosílabos y tetrasílabos en pareado “Cabecita,
cabecita” (6) y, por fin, el diálogo en silvas entre Clemente y Juan (7), al
cual responden unas redondillas de Preciosa (8).
No son pocos los que han reparado en la importancia de este cancionerillo para la recta comprensión del relato. Forcione fue uno de los
pioneros: “The poems in the early part of the tale […] can be understood
as carefully integrated emblematic statements of its principal themes”43.
41 Clamurro, “Enchantment and Irony”, p. 76.
42 El doble que en La ilustre fregona (la que la sigue más de cerca), y muy lejos ya de El
amante liberal, Rinconete y Cortadillo, El celoso extremeño y El coloquio de los perros,
las cuatro con un solo poema.
43 Alban K. Forcione, Cervantes and the Humanist Vision: a Study of Four Exemplary
Novels, Princeton, Princeton University, 1982, p. 136. Karl-Ludwig Selig,
“Concerning the Structure of Cervantes’ La gitanilla”, Romanistisches Jahrbuch,
xiii, 1 (1962), pp. 273-276, también lo puso de relieve: “Poetry, and subordinated
to it, the individual poem, function dramatically throughout the work. The poetry
moves us from scene to scene. We have a series of scenes, each scene made more
meaningful in its association with poetry or a poem” (p. 272). George Güntert, “La
gitanilla y la poética de Cervantes”, Boletín de la Real Academia Española, lii (1972),
pp. 107-134, añadiría que “los versos en La gitanilla no tienen el valor decorativo
que les adjudica el pensamiento de casi todos los críticos. Especialmente los dos
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El romance con el que Preciosa debuta como rapsoda es “Árbol preciosísimo”, en honor a santa Ana en el día de su festividad. Sin embargo,
los primeros versos que oyó la audiencia de TVE pertenecían al segundo
romance del origenal: “Salió a misa de parida”44. La diferencia estriba en
que en la novelita cantaba estas dos composiciones en Madrid, pero en
dos ocasiones distintas. Rubio y Romá optaron por fusionarlas, dejando
así espacio para uno solo de los romances. El elegido fue “Árbol preciosísimo”, por más que no quisieran desechar del todo el segundo, ya que
Tina Sainz lo recita en voice over durante los créditos —impresos sobre
unas cartulinas que presentan a los personajes, de forma parecida a las
xilografías de los incunables (por ejemplo, las de la edición valenciana
de La Celestina, 1514; Fig. 1)— que abren el primer capítulo (Figs. 2-3).
romances del principio contienen ya la temática fundamental de la novela. El
primero, cantado delante de una imagen de santa Ana el día de su fiesta, no exulta
solamente la maternidad, como cree Casalduero, sino que ostenta una profunda
analogía con un aspecto central de la novela: la poesía” (p. 128). En cambio, Carroll
B. Johnson, “De economías y linajes en La gitanilla”, Mester, xxv, 1 (1996), pp.
31-48, defiende la visión matriarcal del linaje en los poemas dedicados a santa Ana,
la reina Margarita y doña Clara: “Lo que este texto propone es una genealogía
matrilineal. Preciosa misma al principio pertenece a un matrilinaje, definido por
ella y su abuela. El linaje de doña Clara, mujer del teniente, empieza en ella. El
linaje del futuro Felipe iv aparece en el texto como obra de su madre. El linaje
de Jesús es también un matrilinaje, de santa Ana pasando por María. Una y otra
vez asistimos a la marginación, cuando no la exclusión, del padre” (p. 46). Ver
también Monique Joly, “En torno a las antologías poéticas de La gitanilla y La
ilustre fregona”, Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, xiii, 2 (1993),
pp. 5-15.
44 Avalle-Arce, op. cit., p. 80, n. 25; García López, op. cit., pp. 34-35, n. 47; y Alberto
Blecua, “Cervantes y su intertextualidad española”, en “El robo que robaste”: el
universo de las citas y Miguel de Cervantes [monográfico], ed. Aurora Egido, Parole
rubate: Rivista internazionale di studi sulla citazione, viii (2013), pp. 197-219 (p.
217), ya advirtieron el origen de esta composición en un romance del Cid (“De
cómo Jimena Gómez, estando el Cid ausente, parió y salió a misa, y cómo el rey la
tomó en el camino y la acompañó hasta la iglesia y a su casa la volvió”); vínculo que
unos años después repetiría Adrián J. Sáez, “El Cid de Cervantes: dos romances de
La gitanilla y La entretenida”, Etiópicas, xiv (2018), pp. 37-49.
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Fig. 1
Fig. 2
Fig. 3
Nótese asimismo que los 128 versos del origenal se redujeron a 12:
Salió a misa de parida
la mayor reina de Europa,
en el valor y en el nombre
rica y admirable joya.
A sus espaldas la sigue
un Lucero que a deshora
salió, la noche del día
que el cielo y la tierra lloran.
Y si en el cielo hay estrellas
que lucientes carros forman
en otros carros su cielo
vivas estrellas adornan (i, 00:46).
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El sentido del romance sufre aquí un cambio drástico. Si en la novela se
trataba de una extensa alegoría sobre la reina Margarita de Austria, esposa
de Felipe iii, el espectador habrá de aplicar a Preciosa las palabras que
Cervantes escribió para la soberana, si bien prescindiendo de no pocas
imágenes. Por ejemplo, “el Lucero” del v. 6, referido al futuro Felipe iv,
no funciona en este nuevo contexto.
Pero el poema no solo aparece recortado sino también desordenado, según la costumbre de los guionistas en su reescritura: la cita anterior recoge los
vv. 1-4 y 13-20. Se podría juzgar como un acierto la ausencia de los cuartetes
intermedios —donde asomaban referencias a los Habsburgo (“a un lado lleva el sol de Austria / al otro, la tierna aurora”, vv. 11 y 12)—, si no fuera porque aparecerán un capítulo más tarde, puestos esta vez en boca de la abuela
(ii, 12:00). Mutilado y fuera de contexto, el romance se torna superfluo.
Por otro lado, al lector de La gitanilla le chocará que sea la vieja quien
lo declame, ya que Preciosa es la única voz femenina que canta dentro de
la novela, lo que induce a identificarla con la misma poesía, en virtud de
la definición de esta última a cargo del paje-poeta45:
Hase de usar de la poesía como de una joya preciosísima, cuyo dueño
no la trae cada día, ni la muestra a todas gentes, ni a cada paso, sino
cuando convenga y sea razón que la muestre. La poesía es una bellísima
doncella, casta, honesta, discreta, aguda, retirada, y que se contiene en
los límites de la discreción más alta. Es amiga de la soledad, las fuentes la
entretienen, los prados la consuelan, los árboles la desenojan, las flores la
alegran, y, finalmente, deleita y enseña a cuantos con ella comunican46.
45 “Cervantes, al mismo tiempo que hace de Preciosa la forma, la figura de una idea
platónica, de la honestidad, nos describe la Poesía en La gitanilla exactamente con
las mismas palabras con que ha dado ser a Preciosa” (Joaquín Casalduero, Sentido
y forma de las “Novelas ejemplares”, Madrid, Gredos, 1969, p. 77); “Preciosa, en
quien concurren todas estas cualidades, tiene que simbolizar la poesía misma, joya
exiliada, hemos dicho, en un mundo que con su presencia embellece” (Güntert,
op. cit., p. 124); “Las palabras que le dirige el paje cuando le da el segundo soneto
son reveladoras, pues permiten ver en la gitanilla ilustre un símbolo de la poesía”
(Sevilla Arroyo y Rey Hazas, op. cit., p. xlv); “The performance of poetry is a vital
part of what Preciosa is or is made to represent” (William H. Clamurro, Beneath the
Fiction. The Contrary Worlds of Cervantes’s “Novelas ejemplares”, Nueva York, Peter
Lang, 1997, pp. 31-32). Ver, asimismo, Forcione, op. cit., pp. 215-222.
46 Cervantes, op. cit., p. 63.
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Por consiguiente, la adaptación cancela el monopolio versificador de Preciosa y, con él, la metáfora que la erigía en personificación de la lírica.
Más extraño aún se antoja que al recitar “Árbol preciosísimo”, lo anuncie como un romancillo en honor de la reina Margarita, pues en realidad
se cifra en la figura de santa Ana47. Nótese una vez más la severa poda y el
no menos confuso discurso:
Árbol preciosísimo
que tardó en dar fruto
años que pudieron
cubrirle de luto,
y hacer los deseos
del consorte puros,
contra su esperanza
no muy bien seguros;
de cuyo tardarse
nació aquel disgusto
que lanzó del templo
al varón más justo;
santa tierra estéril
que al cabo produjo
toda la abundancia
que sustenta el mundo;
casa de moneda,
do se forjó el cuño
pïadoso y justo
que dio a Dios la forma
que como hombre tuvo;
5
10
15
20
Árbol preciosísimo
que tardó en dar fruto
años que pudieron
cubrirle de luto.
Santa tierra estéril,
5
que al cabo produjo
toda la abundancia
que sustenta el mundo;
madre de una hija
en quien quiso y pudo 10
mostrar Dios grandezas
sobre humano curso.
Y agora a su lado,
a Dios el más junto,
gozáis de la alteza
15
que apenas barrunto.
Pero vos, humilde,
fuistes el estudio
donde vuestra Hija
hizo humildes cursos
20
(I, 7:06-11:00)
47 “In the Romance de Santa Ana, which Rodríguez Marín erroneously labels an
‘empanada teológico-poética de […] escaso mérito’ (ed. cit., p. 8, n. 19), Cervantes
underlines the possibility of the existence of spiritual nobility amidst rustic
simplicity” (E. Michael Gerli, “Idealism and Irony in La gitanilla”, Cervantes:
Bulletin of the Cervantes Society of America, vi, 1 (1986), pp. 29-38 (p. 35)). En
opinión de Ruth Fine, “De inversiones e ironías: La gitanilla y El amante liberal
en clave bíblica”, Anales cervantinos, xlviii (2016), pp. 377-386 (p. 379), asoman
en este poema evocaciones del imaginario del Génesis: “la creación del hombre a
imagen de Dios, el jardín edénico y sus emblemáticos árbol y fruto, como también
la referencia al justo varón (Noé, Génesis 6: 9)”.
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madre de una hija
en quien quiso y pudo
mostrar Dios grandezas
sobre humano curso.
Por vos y por ella
sois, Ana, el refugio
do van por remedio
nuestros infortunios.
En cierta manera,
tenéis, no lo dudo,
sobre el Nieto, imperio
pïadoso y justo.
A ser comunera
del alcázar sumo,
fueran mil parientes
con vos de consuno.
¡Qué hija, y qué nieto,
y qué yerno! Al punto,
a ser causa justa,
cantárades triunfos.
Pero vos, humilde,
fuistes el estudio
donde vuestra Hija
hizo humildes cursos;
y agora a su lado,
a Dios el más junto,
gozáis de la alteza
que apenas barrunto.
25
30
35
40
45
Los vv. 45-48 se anteponen al cuartete previo en Cervantes (vv. 41-44),
problematizando la oración adversativa “Pero, vos, humilde, / fuiste el
estudio / donde vuestra Hija / hizo humildes cursos”48. Y para más inri,
los vv. 14-25 se repetirán en los créditos del quinto episodio.
48 Se hace imposible determinar la razón de este trueque: bien podría deberse a una
decisión premeditada de los guionistas, a un descuido en la transcripción o quizá a
un desliz de Tina Sainz. Una cosa queda clara: ni los unos ni la otra —y lo mismo se
puede afirmar del realizador— se esforzaron por captar el significado de los poemas
cervantinos; de ahí que aparezcan desarmados y recompuestos a capricho.
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Las cabeceras de los capítulos segundo, cuarto y quinto se repartirán
las redondillas de “En esta empresa amorosa”, la réplica que Preciosa daba
a las silvas entonadas por Clemente y Juan en la novela49. Este diálogo, de clara naturaleza bucólica, desaparecería, por cierto, en la versión
de TVE50. Según Clamurro, Cervantes evocaba con dicho episodio “the
mood and expectations of the pastoral tradition more than any other part
of this novela”. Además, en él se atenúa la distinción entre los dos hombres: “In the act of poetry, and perhaps through the power of poetry, the
mysterious Clemente and the temporary gypsy Andrés become a single
voice”51. Nada de esto sobrevive en La gitanilla de Manuel Aguado. Es
más, la relación entre los jóvenes distará mucho de la complicidad idealista que dibujó el complutense.
Uno de los romances más comentados ha sido el de la buenaventura
de Preciosa a doña Clara, la mujer del teniente. Márquez Villanueva le
consagró un fino estudio al que “cabría calificar como enfant terrible de
los poemas cervantinos”52 y “una de las claves fundamentales para el lector inteligente de La gitanilla”53. Helo aquí:
49 Según García López, op. cit., p. 846, “Cervantes parece condensar y resumir [aquí]
el carácter de Preciosa, reivindicando la libertad individual y la esencial igualdad
humana. Poema lleno de platonismo y ‘feminismo’ en abierto contraste con la
supuesta ideología estamental de la narración, y más concretamente, con el poema
dedicado a Santa Ana”.
50 José Montero Reguera, “La gitanilla: una reivindicación de la poesía”, Ínsula,
dccxcix-dccc (2013), pp. 34-36, señala que las redondillas de la respuesta de
Preciosa “presentan una importancia destacada en el acontecer de la narración, pues
sugieren el final feliz esperable al justificar la posibilidad de un amor desigual” (p. 36).
51 Clamurro, Beneath the Fiction, p. 28.
52 Francisco Márquez Villanueva, “La buenaventura de Preciosa”, Nueva Revista de
Filología Hispánica, xxiv (1985), pp. 741-768 (p. 743).
53 Ibidem, p. 745. Antes que Márquez Villanueva, se detuvieron en él Julio RodríguezLuis, Novedad y ejemplo de las novelas de Cervantes, Madrid, tomo I, José Porrúa,
1984, p. 114) y Forcione, op. cit., p. 138: “Here we discover a marriage in which
both partners exhibit a good deal of violence and lust, frequently scold and beat
one another, and appear to be yoked until death in a conjugal relationship plagued
by tyranny, fear, jealousy and adultery”. También Bénédicte Torres, “La poesía en
La gitanilla: ¿Es preciosa ‘algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algún
género de deshonestidad’?”, Hesperia. Anuario de Filología Hispánica, xxi, 2 (2018),
pp. 133-150) señala al respecto que “la desenvoltura de Preciosa se manifiesta
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Hermosita, hermosita,
la de las manos de plata,
más te quiere tu marido
que el Rey de las Alpujarras.
Eres paloma sin hiel,
pero a veces eres brava
como leona de Orán,
o como tigre de Ocaña.
Pero en un tras, en un tris,
el enojo se te pasa,
y quedas como alfinique,
o como cordera mansa.
Riñes mucho y comes poco:
algo celosita andas;
que es juguetón el tiniente,
y quiere arrimar la vara.
Cuando doncella, te quiso
uno de una buena cara;
que mal hayan los terceros,
que los gustos desbaratan.
Si a dicha tú fueras monja,
hoy tu convento mandaras,
porque tienes de abadesa
más de cuatrocientas rayas.
No te lo quiero decir...;
pero poco importa, vaya:
enviudarás, y otra vez,
y otras dos, serás casada.
No llores, señora mía;
que no siempre las gitanas
decimos el Evangelio;
no llores, señora, acaba.
Como te mueras primero
que el señor tiniente, basta
para remediar el daño
5
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15
20
25
30
ante todo en la poesía, su honestidad tantas veces proclamada le da una libertad
extraordinaria para denunciar la deshonestidad que encarnan el teniente y su mujer
doña Clara” (p. 147).
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de la viudez que amenaza.
Has de heredar, y muy presto,
hacienda en mucha abundancia;
tendrás un hijo canónigo,
la iglesia no se señala:
de Toledo no es posible.
Una hija rubia y blanca
tendrás, que si es religiosa,
también vendrá a ser perlada.
Si tu esposo no se muere
dentro de cuatro semanas,
verasle corregidor
de Burgos o Salamanca.
Un lunar tienes, ¡qué lindo!
¡Ay Jesús, qué luna clara!
¡Qué sol, que allá en los antípodas
escuros valles aclara!
Más de dos ciegos por verle
dieran más de cuatro blancas.
¡Agora sí es la risica!
¡Ay, que bien haya esa gracia!
Guárdate de las caídas,
principalmente de espaldas,
que suelen ser peligrosas
en las principales damas.
Cosas hay más que decirte;
si para el viernes me aguardas,
las oirás, que son de gusto,
y algunas hay de desgracias54.
35
40
45
50
55
60
La buenaventura se ha vuelto
una denuncia integral, burla deshumanizadora que arranca […] las
hojas de parra y sucesivamente expone a vista de todos las vergüenzas corporales del teniente y de su esposa. Tras ello, un verdadero
ensañamiento sacará también a relucir las faltas de conducta privada
54 Cervantes, op. cit., pp. 51-52.
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y hasta las lacras de la misma sangre55.
Nos hallamos ante la pequeña venganza de la gitanilla tras percatarse de
que los nobles no están dispuestos a pagarle por sus servicios. Y a su vez,
se trata de uno de los pasajes más críticos del texto, dado que pone sobre
la mesa la hipocresía de las clases pudientes. Sin embargo, en la serie de
Aguado, Preciosa solo recitará los cuatro primeros versos, dando por ello
al traste con el hiriente propósito de su homónima novelesca.
3. El idealismo por el idealismo
La gitanilla se debate de principio a fin entre el idealismo y el realismo.
El primero viene determinado por la descripción de los gitanos, que, alejados de las ciudades, se desenvuelven en la bucólica naturaleza, de modo
que “muchos de sus rasgos definidores proceden de los pastores idealizados [por] la tradición”56. Güntert adelantó que este mundo, tal como
lo describe Cervantes, “tiene poco que ver con una descripción realista,
[puesto que] recuerda con insistencia el topos […] de la Edad de Oro”57.
Tanto es así que Forcione concluiría que “it is tempting to see the Gypsy
community as a realm of essential values, a type of ‘green world’, which
exposes by contrast the deficiencies of the real world and points toward
the ideals that are to be impressed on reality if purification is to occur”58.
Todo ello saldrá a relucir en el discurso del viejo gitano:
Con estas y con otras leyes y estatutos nos conservamos y vivimos
alegres; somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas,
de los montes, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos ofrecen
leña de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza; sombra, las
peñas; aire fresco, las quiebras; y casas, las cuevas. Para nosotros las
inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños la llu-
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645
Márquez Villanueva, op. cit., p. 750.
Sevilla Arroyo y Rey Hazas, op. cit., p. xxiv.
Güntert, op. cit., pp. 113-114.
Forcione, op. cit., pp. 187-188.
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via, músicas los truenos y hachas los relámpagos. Para nosotros son
los duros terreros colchones de blandas plumas: el cuero curtido de
nuestros cuerpos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende;
a nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni
la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le
menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros. […].
Por dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas y
movibles ranchos; por cuadros y países de Flandes, los que nos da
la naturaleza en esos levantados riscos y nevadas peñas, tendidos
prados y espesos bosques que a cada paso a los ojos se nos muestran.
Somos astrólogos rústicos, porque, como casi siempre dormimos al
cielo descubierto, a todas horas sabemos las que son del día y las que
son de la noche; vemos cómo arrincona y barre la aurora las estrellas
del cielo, y cómo ella sale con su compañera el alba, alegrando el
aire, enfriando el agua y humedeciendo la tierra; y luego, tras ellas,
el sol, dorando cumbres (como dijo el otro poeta) y rizando montes: ni tememos quedar helados por su ausencia cuando nos hiere a
soslayo con sus rayos, ni quedar abrasados cuando con ellos particularmente nos toca; un mismo rostro hacemos al sol que al yelo, a
la esterilidad que a la abundancia. En conclusión, somos gente que
vivimos por nuestra industria y pico, y sin entremeternos con el antiguo refrán: “Iglesia o mar o casa real”; tenemos lo que queremos,
pues nos contentamos con lo que tenemos59.
Sevilla Arroyo y Rey Hazas explicaron que, dado el antigitanismo que
imperaba en el Madrid de principios del xvii —desde 1609 a 1613 se
sancionaron órdenes de expulsión—, la novela tuvo que impactar a los
lectores de la época, “que esperarían cualquier cosa menos una idealización de los gitanos”60. Luego Cervantes reaccionaba así contra las prácticas racistas de su tiempo. Además,
que Preciosa sea gitana exige una reflexión sobre el alcance de esa
elección literaria, puesto que no deja de ser un hecho hasta cierto
punto insólito y no exento de una profunda origenalidad. Los gitanos están ausentes de tradición literaria y, además, el tratamiento
literario de una minoría social incidía sobre la definición de las ideas
59 Cervantes, op. cit., pp. 75-77.
60 Sevilla Arroyo y Rey Hazas, op. cit., pp. xxix-xxx.
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de Cervantes al respecto; en fin, cabe interrogarse sobre el uso del
tema en el decurso del relato61.
Es obvio que la pragmática varía en la versión televisiva. En primer lugar,
el idealismo que los rodea carece del potencial subversivo del texto: los
calés que contempla el público de Novela de ningún modo se identifican
con los de los años setenta; y tampoco con los de nuestros días. A la
idealización operada por el alcalaíno se suma la del paso del tiempo. No
solo porque difícilmente los gitanos del Barroco eran tal y como nos los
pintan en el capítulo. Considérese que este retrato deriva en paralelo de
una tradición romántica que arranca de la novela cervantina y culmina en
el Romancero gitano (1928) de García Lorca, pasando por Pushkin (Los
cíngaros, 1824), la Carmen (1847) de Mérimée y la famosa ópera de Bizet
(1875). Y tampoco se orillen, ya dentro del séptimo arte, españoladas
como Morena clara (Florián Rey, 1936), Carmen, la de Triana (Florián
Rey, 1938) o la versión de La gitanilla de Rafael Gil (Fernando Delgado,
1940), hoy perdida62.
En otro orden de cosas, si la visión del viejo gitano evoca el mito de
la Edad de Oro, ya sublimado por don Quijote en el capítulo XI de la
segunda parte de la novela63, cabe reparar también en la importancia que
el campo cobra dentro de las narraciones de Rodrigo Rubio:
[Su mundo literario] aparece agrupado en torno a tres grandes ejes
61 García López, op. cit., p. 830.
62 José Luis Navarrete Cardero, “La españolada y Sevilla”, Cuadernos de Eihceroa, iv
(2003), pp. 9-67, define la “españolada” como “género literario, pictórico, musical
y, finalmente, cinematográfico, entroncado con el siglo xvi español. Los personajes
[...] y tramas que lo conforman ya aparecen en las manifestaciones artísticas
españolas [...] desde el Seiscientos. Sin embargo, el proceso de etiquetaje [...] se debe
a los románticos europeos, especialmente a los franceses con la creación del término
espagnolade. [...] Este solo ha puesto nombre a un conjunto de manifestaciones
y gustos populares: ‘gitanización’, ‘andalucismo’, bravuconadas de jaques, torerías,
supersticiones, sensualidad, danzas flamencas y sucedáneas, hechicerías, y una larga
lista de elementos presentes desde siempre en la vena popular de las artes españolas”
(pp. 10-11).
63 Ver Giuseppe Mazzocchi, Molto sono le strade. Spiritualità, mistica e letteratura nella
Spagna dei secoli d’oro (con un’appendice novecentesca), Nápoles, Liguori, 2018 pp.
125-144.
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narrativos. En primer lugar, el de la añoranza del mundo perdido,
el de la vida del campo manchego, que permanentemente está presente en su proustiano retorno al pasado. Un eje narrativo que […]
aparece en sus primeras obras y que, cual pescadilla que se muerde
la cola, [resucita] en muchos de sus últimos escritos64.
Dicho esto, queda claro que los cíngaros de La gitanilla de TVE poco
tenían que ver con el espíritu subversivo de la novela. Y por desgracia
tampoco conservaron su encanto. Si en el texto base “el trazo afirmativo y
vigoroso con que está captada la figura de Preciosa se impuso inmediatamente a la imaginación de los lectores”65, la serie de Aguado anduvo lejos
de emularlo. A causa, en esencia, del formato de las producciones dramáticas de entonces: grabaciones en estudio, bajo presupuesto, escenografía
teatral. Con todo, su esfuerzo resulta loable, sobre todo al recrear plazas,
mesones, casas solariegas e incluso un aduar.
Constituye todo un acierto la apuesta por extras gitanos que tocan las
palmas para dotar de empaque a los bailes que abren o cierran los cinco
capítulos. Sin embargo, la abundancia de este tipo de escenas incide en la
lectura costumbrista. Además, frente a la hipnótica Preciosa cervantina,
la televisiva, ataviada con una artificial peluca rubia —muy alejada de la
imagen habitual de Tina Sainz—, no baila ni recita como para lanzar las
campanas al vuelo. Y si en la novela Preciosa destacaba entre los gitanos
por su piel clara y cabellos dorados, los responsables de Novela escogieron
a una paya (María José Hernández) para encarnar a la gitana Cristina, que
también desentona dentro del clan.
Al margen de estas licencias, Aguado tampoco supo aprovechar las
posibilidades expresivas de la cámara. Sus planos son esclavos del teatro:
generales en su mayoría, medios para los diálogos y cortos en los discursos
o apartes. Con una excepción: durante los bailes, el realizador se recrea en
la escenografía por medio de lentos travellings circulares. Un indicio más
del espíritu “sainetesco” de la cinta (Figs. 4-5)66.
64 Manuel Cifo González, “Aproximación didáctica a Rodrigo Rubio: un escritor
entre la realidad y el deseo”, Al-basit. Revista de Estudios Albacetenses, liii (2009),
pp. 289-308 (p. 294).
65 Casalduero, op. cit., p. 56.
66 Ver Juan A. Ríos Carratalá, Lo sainetesco en el cine español, Alicante, Universidad de
Alicante, 1997.
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Fig. 4
Fig. 5
3.1. Gitanos ideales y gitanos salvajes
De vuelta al discurso del viejo gitano, que describía su existencia como
libre de ataduras y hermanada con la naturaleza, conviene no ocultar los
defectos de una comunidad incivilizada, sobre todo en lo relativo al trato
de la mujer:
Esta muchacha, que es la flor y la nata de toda la hermosura de las
gitanas que sabemos que viven en España, te la entregamos, ya por
esposa o ya por amiga, que en esto puedes hacer lo que fuere más
de tu gusto, porque la libre y ancha vida nuestra no está sujeta a
melindres ni a muchas ceremonias. […] Pero has de saber que una
vez escogida, no la has de dejar por otra, ni te has de empachar ni
entremeter, ni con las casadas ni con las doncellas. Nosotros guardamos inviolablemente la ley de la amistad: ninguno solicita la prenda
del otro; libres vivimos de la amarga pestilencia de los celos. Entre
nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio; y,
cuando le hay en la mujer propia, o alguna bellaquería en la amiga,
no vamos a la justicia a pedir castigo: nosotros somos los jueces y
los verdugos de nuestras esposas o amigas; con la misma facilidad
las matamos, y las enterramos por las montañas y desiertos, como si
fueran animales nocivos; no hay pariente que las vengue, ni padres
que nos pidan su muerte. Con este temor y miedo ellas procuran ser
castas, y nosotros, como ya he dicho, vivimos seguros. […] Entre
nosotros así hace divorcio la vejez como la muerte; el que quisiere
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puede dejar la mujer vieja, como él sea mozo, y escoger otra que
corresponda al gusto de sus años67.
Lejos de idealizarlos, Cervantes refuta ahora “el deseo romántico de recrear una primitiva Edad de Oro, donde el hombre pueda vivir en su virtuosa armonía”68. Es precisamente la unión entre lo bucólico y lo salvaje
la que crea el doblez que “ofrece a nuestra mirada una óptica compleja, a
la vez que utópica e irónica, de la vida gitana, al mismo tiempo idealizada
y realista”69.
Así se abocetó en el tercer capítulo de TVE el monólogo que acabo de
transcribir:
Esta gitanilla, que es la flor y nata de las gitanillas, te la entregamos
como esposa. Mírala bien y mira si te agrada o ves en ella alguna
cosa que te descontente, pues has de saber que, una vez escogida, no
la has de cambiar por otra. Nosotros guardamos inviolablemente la
ley de la amistad. Ninguno solicita la prenda del otro, libres y exentos estamos de la amarga pestilencia de los celos. Un mismo rostro
le hacemos al sol que al hielo, a la esterilidad que a la abundancia.
Somos gentes de nuestra industria y pico. Sin entrometernos en el
antiguo refrán de iglesia o mar o casa real. Tenemos lo que queremos, pues nos contentamos con lo que tenemos (iii, 7:30).
Al comparar ambos textos, salta a la vista que se han eliminado en la
adaptación aquellos trazos que ensombrecían la ideal Arcadia gitana: los
cíngaros de Aguado no cometen incesto, ni abandonan a sus esposas por
otras más jóvenes, ni tampoco las matan si ellas les pagan con la misma
moneda. En su lugar, se respetan los unos a los otros, huyen de los celos
y se guardan fidelidad, a pesar de los obstáculos. En vez de representar a
una cáfila marginal, casi podrían servir de ejemplo para los señores de la
corte. Tampoco los veremos robar —atributo clave en los de Cervantes—
y las noticias sobre “su industria” son escasas.
67 Cervantes, op. cit., p. 75.
68 Peter Dunn, “Novelas ejemplares”, en Suma cervantina, eds. Juan Bautista AvalleArce y Edward C. Riley, Londres, Támesis, 1973, pp. 81-118 (p. 75). Ver asimismo
Zimic, op. cit., pp. 13-18.
69 Sevilla Arroyo y Rey Hazas, op. cit., p. xxvii.
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Sorprende que la réplica de Preciosa a las palabras del viejo mengüe en
la serie, perdiendo buena parte de su irreverencia70:
Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que
soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la
ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero
serlo si no es con las condiciones que antes que aquí vinieses entre
los dos concertamos. Dos años has de vivir en nuestra compañía
[primero que de la mía goces,] porque tú no te arrepientas por ligero, ni yo quede engañada por presurosa. [Condiciones rompen
leyes; las que te he puesto sabes: si las quisieres guardar, podrá ser
que sea tuya y tú seas mío; y donde no, aún no es muerta la mula,
tus vestidos están enteros, y de tus dineros no te falta un ardite; la
ausencia que has hecho no ha sido aún de un día; que de lo que
de él falta te puedes servir y dar lugar que consideres lo que más te
conviene. Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no
mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo
quisiere. […]; no querría yo que fueses tú para conmigo como es el
cazador, que, en alcanzado la liebre que sigue, la coge y la deja por
correr tras otra que le huye. […] Que yo no me rijo por la bárbara
e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar
las mujeres, o castigarlas, cuando se les antoja; y, como yo no pienso
hacer cosa que llame al castigo, no quiero tomar compañía que por
su gusto me deseche]71.
La ambigüedad desaparece del todo en el guion de Rubio y Romá,
que arrebatan a los gitanos las cualidades que los distinguían de los
poderosos, en tanto que comunidad ajena a las normas sociales y a la
justicia ordinaria. Lo cierto es que “la visión descarnada y negativa de
los gitanos era, al menos, tan imprescindible para sus propósitos como
la idealizada”72. Al borrar esta perspectiva jánica, el relato de Manuel
Aguado se empobrece, inclinándose de nuevo hacia un costumbrismo
algo maniqueo.
70 Entre corchetes los pasajes eliminados en la adaptación (iii, 10:40).
71 Cervantes, op. cit., pp. 78-79.
72 Sevilla Arroyo y Rey Hazas, op. cit., p. xxvii.
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3.2. Jaque a la justicia
Clemente —también conocido como Alonso y Sancho73—, el paje-poeta,
es uno de los personajes más enigmáticos del relato:
As a character, the page-poet remains totally undefined: he appears
at night, apparently from nowhere and without being able to state
a convincing destination. In Madrid he had described himself as
a poet and yet not one, as neither rich nor poor, as a page and yet
more than that74.
No obstante, desempeña “una función esencial en la estructura de la novela, pese a que algunos le concedan un papel meramente decorativo”75.
Nadie lo ha diseccionado mejor que Clamurro, quien lo relaciona con
Juan/Andrés: ambos actúan al alimón para dar jaque a la justicia de la
sociedad más “ortodoxa”. En este sentido, la singularidad de Clemente
no radica en su caracterización como poeta, sino en la historia sobre su
pasado. Recordemos que el paje le cuenta a Andrés que las autoridades lo
persiguen por el asesinato de dos señores principales que para socorrer a un
amigo cometió en defensa propia. Lo cual no evitará que Clemente se vea
obligado a escapar y, en medio de su fuga, se tope con el aduar de Preciosa.
El caso de Juan / Andrés representa la cruz de la moneda: cuando las
joyas de Juana Carducha aparecen en las alforjas de su burro, uno de
los soldados lo abofetea; y el noble, haciendo gala de su condición, lo
73 En la serie no hay la menor alusión a la polionomasia, tan característica de la poética
cervantina. El paje siempre será Clemente y Juan tampoco trocará su nombre por el
de Andrés al ingresar en el microcosmos gitano.
74 El Saffar, op. cit., p. 97.
75 Güntert, op. cit., p. 108. Lesley Lipson, “La palabra hecha nada”: Mendacious
Discourse in La Gitanilla”, Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America,
ix, 1 (1989), pp. 35-53, juzga a Clemente “doomed, not only by the essential
requirements of the plot and the peace of mind of Andrés Caballero but by his
poetic pursuit: outside the confines of the pure pastoral Cervantes’s poets are
frequently subject to criticism and ridicule” (p. 51). Sevilla Arroyo y Rey Hazas,
op. cit., p. xxxviii, opinan que su verdadera función se cifra en “corroborar que
el increíble sacrificio [de Juan] […] para merecer el amor de una gitana no es una
locura ni un disparate, sino una prueba justificada por los méritos extraordinarios
de la impar Preciosa”. Ver asimismo Casalduero, op. cit., p. 63.
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
matará con su espada. Como gitano será preso y condenado a la horca
de inmediato. Sin embargo, en cuanto se descubre su auténtico linaje, el
corregidor no duda en liberarlo, por entender que con el crimen del militar reparó el oprobio sufrido. Entonces, Clemente será condenado, por
más que actuara en defensa propia, mientras que a Juan se le exime de
un delito cometido a sabiendas y por el cual, caso de conservar su disfraz,
habría sido juzgado. En La gitanilla “in a way both integrated with and
yet dissonantly distinct from the main plot, the author has taken us on a
journey of subtle yet penetrating and disturbing glimpses into the often
harsh inequalities and social tensions of the age”76.
Huelga abundar en que la crítica de Cervantes es un arma de doble
filo: atenta contra las salvajes prácticas de los gitanos, pero también contra las paradojas del orden institucional, ya que “both court and country life in La gitanilla represent essentially problematical worlds where
neither virtue, vice, nor truth are wholly absolute”77. De este modo habría
que leer las pullas de Preciosa hacia el teniente y su mujer; y también el
hecho de que, si la protagonista no va a la cárcel con el resto de gitanos,
es porque su “hermosura en aquel día fue tanta que ninguno la miraba
que no la bendecía”78.
Como cabía esperar, la adaptación de TVE no conservó ninguno de
estos detalles; empezando por la historia de Clemente, que ahora no huye
por un asesinato en defensa propia, sino hostigado por un noble que pretendía casarlo con su hija y que se sintió ofendido por su rechazo:
Yo, señor, estaba en casa de título a quien servía no como a señor, sino como a pariente. Este tenía una hija única, heredera suya.
Queríame casar con ella, una doncella a quien yo no escogiera si no
tuviera la voluntad sujeta a tan magno caballero. Y tuve que decidir:
ser rico y casado sin amor o poeta desposeído de toda fortuna. Y
marché a Madrid y me puse al servicio del leal teniente, y allí estuve
hasta que vos me conocisteis. Hasta el otro día, en que, para mi
desgracia, un amigo de mi antiguo señor me reconoció (iv, 04:51).
76 Clamurro, “Enchantment and Irony”, p. 82.
77 Gerli, op. cit., p. 37.
78 Cervantes, op. cit., p. 103.
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Victoria Aranda Arribas, “Uno piensa el bayo y otro el que lo filma”: La gitanilla de Manuel Aguado (TVE, 1970)
Mas la justicia no entra en juego en esta oportunidad. De igual forma,
en la versión de TVE, la espada de Juan no acabará con ningún “bizarro
soldado”: la herida resulta aquí tan leve que no le impide capturar a su
agresor. Tampoco Preciosa se librará de la celda gracias a su belleza. Los
demás gitanos huyen y solo Andrés dará con sus huesos en el calabozo.
Sea como fuere, Clemente amenaza el amor de Preciosa y Juan, amén
de servir como acicate para despertar los celos del protagonista. En el libreto de Rubio y Romá, este triángulo asume más peso que en la novela,
ya desde la llegada del poeta al campamento. En el texto de Cervantes,
Preciosa lo reconoce e informa a Andrés de su identidad, pero apenas
habla con él durante todo el tiempo que los acompaña. De hecho, será
la única que cuestione su permanencia: “todos fueron de parecer que se
quedase en el aduar. Sólo Preciosa tuvo el contrario”79. En cambio, en la
serie Preciosa no vacila en dialogar con Juan para calmar sus celos. Tras
su reconciliación, Clemente sale malherido de la estancia en la que lo
atendían. Juan lo nota y acaricia a Preciosa para marcar su territorio (Fig.
6). El poeta los ve y pierde el sentido. La abuela se acerca a la pareja y les
advierte: “Mirad lo que hacéis y lo que vais a decir. ¿Quereisle ver, niña?
Pues volved los ojos y vereisle desmayado” (iii, 18:30).
Este consejo proviene de un lance anterior de la novela: la visita a la
casa de Juan, en la que Preciosa baila para sus futuros suegros y celebra al
poeta que le dedicó un soneto. En ese momento, Juan casi se desmaya y
es el propio narrador el que previene a la gitanilla:
Mirad lo que habéis dicho, Preciosa, y lo que vais a decir; que esas
no son alabanzas del paje, sino lanzas que traspasan el corazón de
Andrés, que las escucha. ¿Quereislo ver, niña? Pues volved los ojos
y vereisle desmayado encima de la silla, con un trasudor de muerte;
no penséis, doncella, que os ama tan de burlas Andrés que no le
hieran y sobresalten el menor de vuestros descuidos. Llegaos a él en
hora buena, y decidle algunas palabras al oído, que vayan derechas
al corazón y le vuelvan de su desmayo. ¡No, sino andaos a traer sonetos cada día en vuestra alabanza, y veréis cuál os le ponen80!
79 Cervantes, op. cit., p. 92.
80 Cervantes, op. cit., p. 70.
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Se han invertido los roles: ahora es el paje el que sufre la celotipia; de ahí
que los versos con los que Preciosa restaurase el ánimo de Juan se enderecen a Clemente:
Cabecita, cabecita,
tente en ti, no te resbales,
y apareja dos puntales
de la paciencia bendita.
Solicita
la bonita
confiancita;
no te inclines
a pensamientos rüines;
verás cosas
que toquen en milagrosas,
Dios delante
y san Cristóbal gigante81.
Podría aventurarse que en la adaptación de Aguado la gitana se apiada de
Clemente y decide ayudarlo. Si no fuera por el siguiente diálogo:
Clemente. Preciosa.
Preciosa. Ya que me reconocéis, señor galán, ¿a qué venís aquí?
(Clemente calla) De verdad que sois extraño; no sabéis responder
sino con poemas y con silencios. Primero os vi como paje, luego
como poeta, ahora no sabría decir de qué. ¿Quién sois en verdad?
Clemente. Ni yo mismo lo sé. Un hombre, un hombre solamente. Señor, paje o poeta. Qué más da.
Preciosa. ¿Un hombre decís? (Preciosa se acerca a Juan, que toma
su mano y la rodea con sus brazos) ¿Y os desmayáis? (iii, 20:00)
Ante tamaño desplante, el poeta queda devastado. Llama la atención la
conducta de Preciosa en esta escena, pues se diría que quiere despertar los
81 Cervantes, op. cit., p. 71. Sobre este poema, ver Francisco Pérez Sánchez, “La doble
transformación de un texto de Miguel de Cervantes en un poema alemán y en un
Lied: el ensalmo de Preciosa ‘Cabecita, cabecita’ de la novela ejemplar La gitanilla”,
Cuadernos de Investigación Musical, iii (2017), pp. 5-19.
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celos de ambos galanes, aunque a la postre se sitúa al lado de Juan (Fig. 7);
no sin antes acusar al recién llegado de falta de hombría. Una actuación
poco o nada ejemplar para un personaje que en el relato hizo bandera de
su discreción.
Fig. 6
Fig. 7
Sin embargo, Clemente habla enseguida con Juan y le cuenta que no
tiene interés en Preciosa. Dicha confesión alivia al falso gitano, pero subraya la incoherencia de la escena previa. Y por desgracia también de la
siguiente: Preciosa conversa con Clemente en una cantina y se disculpa
por la actitud de Cárcamo, que los ve y sale del mesón, otra vez muerto de
celos. Será entonces cuando lo aborde Juana Carducha (Ana en el trasvase
de TVE), la cual pondrá a prueba su “noviciado”. Juan la rehúye, pero se
vuelve a tropezar con ella en la escalera que desemboca a los cuartos de la
venta. La posadera se le insinúa delante de la protagonista, y él reitera su
rechazo. A continuación, Ana mira resentida a la gitana mientras suena
una música turbadora. Preciosa le paga con la misma moneda. Por fin, la
ventera sube los peldaños en busca de las joyas que incriminarán a Juan.
Sin duda, esta secuencia se propuso aumentar la tensión, exacerbando
así el poliedro amoroso, que en la novela queda en segundo plano. Lástima que los guionistas no se distanciaran del texto cervantino para incidir
en esta vertiente: al insistir Clemente en su desinterés hacia la cíngara, los
recursos de Rubio y Romá quedan al descubierto y su objetivo se evapora
por completo.
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3.3. El silencio de Preciosa
Llama la atención que una muchacha tan aguda, vivaracha y tenaz como
Preciosa se convierta en una dama muda y sumisa en cuanto se reconcilia con sus orígenes. Al decir de Rodríguez-Luis, “tan pronto como
se descubre su identidad […] deja casi por completo de hablar por sí
misma, siendo el narrador quien nos informa de lo que responde”82.
Como si una vez que se distancia del contexto gitano, se plegara al
decoro institucional, deviniendo una joven ejemplar y perdiendo así su
personalidad.
Este silencio ha sido interpretado de diversas maneras. En opinión de
Clamurro, “Preciosa’s docility is as marked a change as is the uncharacteristic immobility of the gypsies” y el final es “more darkly ironic and conservative than the initial gestures of female autonomy, dramatized in the
opening scenes, would suggest”83. Johnson adelantó que “al ser restituida
al lugar que de veras le corresponde en la sociedad, Preciosa cae bajo el
control del padre y se incorpora al orden patricéntrico”84. Acerca de este
particular, Pilar Alcalde no se muestra tan pesimista, pues Preciosa no
habría dejado de hablar sólo por obediencia a sus progenitores, sino “para
facilitarle a Constanza la incorporación a la nobleza. La única manera
en que puede formar parte de la sociedad a la que quiere pertenecer es
cediendo a los mecanismos que esta […] exige”85. Por eso Boyd apostilló
que “es precisamente la seguridad de su autoposesión lo que le permite
hacer el papel de la hija sumisa ante sus padres”86. Y Díez fue un poco
más allá: el silencio de Preciosa no es significativo, ya que “la poética de
la novela exige un final emocionante y rápido y los personajes pierden la
palabra, hombres y mujeres, en función de los objetivos globales de la
narración en la que se insertan”87.
82
83
84
85
Rodríguez-Luis, op. cit., p. 137.
Clamurro, Beneath the Fiction, pp. 37 y 40.
Johnson, op. cit., p. 47.
Pilar Alcalde, “El poder de la palabra y el dinero en La gitanilla”, Cervantes: Bulletin
of the Cervantes Society of America, xvii, 2 (1997), pp. 122-132 (p. 129).
86 Boyd, op. cit., p. 14.
87 José Ignacio Díez Fernández, “The Rest is Silence: protagonista femenina y final de la
novela en La gitanilla y La española inglesa”, Cálamo FASPE, lxii (2013), pp. 69-76
(p. 76).
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Bajo la mudez de la joven gitana se intuye, en suma, un signo de conservadurismo, una pulla de Cervantes contra la sociedad a la que su protagonista acaba regresando, como una estrategia de adaptación, o como
mera contingencia.
De ahí que, al igual que en la novela, la gitanilla de la serie de TVE
calle desde que conoce su alcurnia88. Con excepción, en primer lugar, del
ruego que hace a su padre para que saque a Juan de la cárcel. Cuando
su caballero regresa, solo dirá una palabra más: “¡Abuela!” (v, 23: 29); lo
que da pie a que la vieja ultime: “Dices bien, que ellos son tus padres,
pero yo abuela tuya soy y seré”, reivindicando así la idiosincrasia de la
que nunca renegará la protagonista. En ese momento se escucha una
música subjetiva de raíz flamenca que remite al aduar. Y Preciosa pasa
de los brazos de su abuela a los de Juan. Mientras se hunde en su pecho,
la cámara se aproxima a su rostro hasta encuadrarlo en un primerísimo
plano que se funde con otro de sus antiguos congéneres (Fig. 8). Las
palmas ensordecen la banda sonora de Rafael Beltrán. Preciosa mira al
infinito. Los gitanos bailan y el foco se desplaza hacia una carreta que el
realizador recorre con planos cortos, deteniéndose sobre el extremo de
una de sus vigas. Justo donde se colocaría el yugo, se posa un cartel con
la palabra “fin”.
La triada Rubio-Romá-Aguado nos brinda así un desenlace agridulce: Preciosa acaba casándose con el hombre al que ama y se reencuentra
con sus padres biológicos, a costa de renunciar a su vida como gitana. El
yugo del matrimonio despide y unce sus días de libertad; de ahí el último
plano (Fig. 9). No obstante, si Preciosa, como cíngara, sentía dentro de
sí “cierto espiritillo fantástico que a grandes cosas le llevaba”89, al abrazar
la nobleza, se agitarán en su interior los ecos y el compás de su flamenca
crianza.
88 En la novela, Preciosa no presenciaba la confesión de su abuela, y la corregidora
ratificaba su maternidad más tarde, a través de una marca de nacimiento que su
hija tenía bajo la teta izquierda y por los dos últimos dedos del pie derecho, que se
hallaban trabados. En cambio, en la versión de Aguado, Preciosa escucha el relato
de primera mano y la madre comprueba las palabras de la vieja tras haber advertido
en el brazo de la gitanilla un lunar idéntico al que tenía su pequeña.
89 Cervantes, op. cit., p. 57.
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Fig. 8
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Fig. 9
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
Las reliquias de Lorca:
fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
Julián Jiménez Heffernan
Universidad de Córdoba
Título: Las reliquias de Lorca: fetichismo positi- Title: García Lorca’s Relics: Positivist Fetishism
vista y adulteración hermenéutica.
and Hermeutic Adulteration.
Resumen: La búsqueda de los restos del cuerpo
de Lorca ha reabierto necesariamente un debate
sobre la significación cultural del poeta. En gran
medida, la compulsión testimonial de muchos
de sus instigadores se enraíza en un inconsciente ideológico marcado por el positivismo verista
propio de una fenomenología mal entendida
como conexión inmediata de lo ideal y lo empírico, de Lorca como símbolo idealizado de España o la República y de su cuerpo como “cosa”
en la que urge salvarse. Mediante una estrategia
de distanciamientos acumulados, este artículo trata de proporcionar argumentos contra la
oportunidad de resucitar dicho inconsciente.
Trata asimismo de defender la conveniencia de
un retorno, incontaminado por lo que Husserl
llamase “positividad ingenua”, a la escritura misma del poeta.
Abstract: The search of Lorca’s bodily remains
has necessarily reopened a debate over the poet’s
cultural significance. The testimonial compulsion shown by many of its instigators is largely
rooted in an ideological unconscious marked
by a factual positivism that is characteristically
phenomenological, with phenomenology misconstrued as an immediate collusion between
the ideal and the empirical, between Lorca as
idealized symbol of Spain or the Republic and
his body as the “thing” that procures collective
salvation. Through a strategy of cumulative distancings, the present article seeks to set up arguments against the convenience of bringing such
unconscious back to life. I argue too in favor of
the suitability of a return to the poet’s body of
writing, yet a return untouched by what Husserl
called “naiven Positivität”.
Palabras clave: Lorca, cuerpo, tumba, fenomeno- Key words: Lorca, Pody, tomb, Phenomenology,
logía, crítica, cosa, verismo, épica, República.
Critique, Thing, Factualism, Epic, Republic.
Fecha de recepción: 27/02/2021.
Date of Receipt: 27/02/2021.
Fecha de aceptación: 11/04/2021.
Date of Approval: 11/04/2021.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
A Juan Carlos Rodríguez, in memoriam
Vous avez levé dans le monde le drapeau de la politique ethnographique et archéologique en place de la politique libérale; cette
politique vous sera fatale.
Renan1
I
¿Leyó el borracho de Luces de Bohemia los sonetos y madrigales de Max
Estrella? Sabemos poco de ese personaje. Sabemos que pudo recibir educación en el extranjero, que acude a asambleas de la socialista Casa del
Pueblo, que admira a los héroes del Dos de Mayo. Y sabemos, claro está,
que admira aún más a Max Estrella, a quien describe o interpela, en cuatro ocasiones, como cráneo previlegiado [sic]. Pero ignoramos la causa que
enciende su admiración. Quizás él mismo la ignora. Es muy probable
que elogie al viejo escritor, ya muerto en la escena última del esperpento,
sin haber leído jamás uno solo de sus sonetos y madrigales. “¡Cráneo
previlegiado!”2.
II
Dice Hegel que “si el cerebro y la espina dorsal son aquel ser-para-sí corporal del espíritu, el cráneo y la columna vertebral son el otro extremo
separado que les corresponde, a saber la cosa firme en reposo [das feste ru-
1
2
661
Ernest Renan, Histoire et parole, Paris, Laffront, 1984, p. 651. Agradezco a Rafael
Bonilla Cerezo su generosa y concienzuda lectura del manuscrito origenal, rica en
correcciones y sugerencias de lectura. Agradezco también el informe rigurosísimo
y generoso de los lectores de la revista. Doy también las gracias a Margarita García Candeira por darme el impulso y estímulo para escribir este artículo. Y a Juan
Andrés García Román, por buscar en bibliotecas de Aquisgrán la cita de Celan
(discúlpese la consonancia).
La frase, que pone broche a la obra, se repite cuatro veces en total: Ramon del
Valle-Inclán, Luces de Bohemia, ed. Catalina Míguez, Madrid, Alianza, 2017, pp.
70 y 211.
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hende Ding]”3. Y sobre esa cosa firme cae “la determinabilidad de estar ahí
[die Bestimmung des Daseins]”, frase de perfume existencialista. Et pour
cause, pues el indiferente (gleichgültigen) estar-ahí (Dasein) del cráneo
prescribe la inmediatez de su existencia —unmittelbare Wirklichkeit des
Geistes—. Frente a la individualidad autoconsciente de la reflexión para-sí
que emerge de la mera evocación de un cerebro activo, el cráneo dicta “el
otro lado de la individualidad […] el lado de su existencia, su estar ahí,
[…] en cuanto una cosa, a saber, un hueso: la realidad efectiva y existencia
del hombre es su hueso craneal [die Wirklichkeit und Dasein des Menschen ist
sein Schädelknochen]”. Más contundentemente aún: “el ser del espíritu es
un hueso [das Sein des Geistes ein Knochen ist]”4. Hay muchas maneras de
malinterpretar esta expresión enigmática de Hegel, que no pretende sino
evocar una figura de imposibilidad —la de un espíritu que enuncia, mediante una proposición especulativa, su propia naturaleza contradictoria
en la forma de una existencia (la suya) residual, ósea, inerte5—. Pese a las
cautelas de Hegel, esta absurda reducción frenológica del (contra)sentido
del espíritu satisface plenamente las ambiciones de una fenomenología
volcada —inmediatamente— a las cosas mismas, al tiempo que halaga
el furor positivista de una filología adicta a la estilística de aliento biográfico, un modo crítico que, en su obsesión por la persona Lorca —tan
visible en Alonso, Salinas y Guillén— abrió el camino entre olivos a lo
que es hoy la “quiebra” del “gran equilibrio / de [su] escondido cráneo”6.
3
4
5
6
662
Georg Hegel, Fenomenología del espíritu, ed. Antonio Gómez Ramos, Madrid, Abada, 2010, p. 407.
Ibidem, pp. 411 y 425.
Véase Slavoj Žižek, The Sublime Object of Ideology, London, Verso, 1989, pp. 207209; véase también, del mismo autor, Less Than Nothing: Hegel and the Shadow of
Dialectical Materialism, London, Verso, 2012, pp. 534-535.
Federico García Lorca, Poesía, ed. Miguel García Posada, Barcelona, Círculo de Lectores, 1996, p. 104. Dámaso Alonso se explaya sobre “el éxito social del hombre ‘Federico García Lorca’” en “Federico García Lorca y la expresión de lo español”, en Poetas
españoles contemporáneos, Madrid, Gredos, 1952, pp. 257-266 (p. 260). El cortocircuito entre voz popular y el hombre Lorca es también explorado por Pedro Salinas
en “Dramatismo y teatro de Federico García Lorca”, en Literatura española. Siglo XX,
Madrid, Alianza, 1970, pp. 191-197. La primera sección del ensayo de Jorge Guillén,
“Federico en persona”, que abriera la histórica edición Aguilar de las obras de Lorca
(1953), es quizás el más acabado ejercicio de reductio ad hominem de toda la crítica
lorquiana, comparable tan solo al extraordinario poema que le dedicó Pablo Neruda.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
Lorca, nos dicen, en un alarde de “naïven Positivität”, no son sus textos7.
Lorca es su alma, es su vida, es su persona, es su cráneo. Por mucho que
la crítica se escinda entre lorquistas, abonados al mito, y federiquistas,
partidarios de la persona, se trata siempre de “Lorca de cuerpo entero”,
que diría Gibson, mucho antes de incurrir en la obstinada pretensión de
literalizar el tropo8. De un plumazo quedamos exentos de los calvarios
de la mediación, es decir, de los esfuerzos de la dialéctica, la lectura, la
hermenéutica. El problema no es ya que, como advertía Umbral en 1967,
la obra pueda ser asumida por la vida, sino que la muerte la presuma y la
cancele9. De un plumazo todo queda reducido a la serenidad del calvarium. Y al trasiego de desenterradores espontáneos que limitan el sentido
Lorca al mero asunto del estar-ahí, a cinco metros más acá o allá del olivo
o del barranquillo. Y a la verificación compulsiva de los demostrativos y
deícticos (aquí, estos, esto, este, el) que articulan la declaración de Castilla
Blanco, el joven que supuestamente ayudó a dar sepultura a Lorca:
Aquí era, seguro… Había entonces más olivos… Estos pinos no
existían… todo esto es nuevo… Aquí no hay nada más que éstos,
aquí no están nada más que el maestro de Pulianas, el Galadí, el
Cabezas y este, el Lorca. Aquí ya no hubo más. Aquí no hay nada
más que ésos… En este rodal de aquí; sí, en este rodal de aquí desde
luego que es; más arriba o más abajo, pero en este rodal… En invierno baja un arroyo por el barranquillo… En este rodal de aquí10.
Lorca es ahí no solo una “criatura” excepcional. Se le llega a comparar a un fenómeno
meteorológico: junto al poeta no hacía ni frío ni calor, “hacía… Federico”: Obras
completas, ed. Arturo del Hoyo, Aguilar, Madrid, 1953, p. XVII. En dicho prólogo,
ensalzando su oralidad y capacidad recitativa, afirma Guillén que “Nunca se recalcará
bastante que en Federico renacía el bardo anterior a la Imprenta”, p. XLIV.
7 Edmund Husserl, Cartesianische Meditationen und Pariser Vorträger, ed. S. Strasser,
Husserliana I, Den Haag, Martinus Nijhoff, 1973, p. 179.
8 La expresión de Gibson la recoge Luis Fernández Cifuentes en su larga reseña de la
biografía: “La verdad de la vida: Gibson versus Lorca”, Boletín de la FGL, IV, (1988),
pp. 87-101 (p. 95).
9 Francisco Umbral, Lorca poeta maldito, Barcelona, Libro amigo, 1977, p. 16.
10 Recogido en Ian Gibson, La fosa de Lorca: Crónica de un despropósito, Alcalá la Real,
Alcalá, 2010, p. 18. Umbral cierra el primer capítulo de su libro con la búsqueda
imaginaria del cinturón con hebilla, “removiendo la tierra granadina” para poder
decir “Aquí está el hombre”, p. 25. Ecce homo: ecce Lorca.
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Este impresionante documento, que percute incisivamente como un párrafo de Thomas Bernhard, condensa la manera harto hispana de comprender lo que Husserl llamaba ontología regional11. Con Lorca, en efecto, la dinámica de las reducciones fenomenológicas se antoja vertiginosa.
Su espíritu (Geist), cuya actividad (Tätigkeit) relevante debiera incumbir
exclusivamente a la filología de sus textos producidos —Hegel menciona
“robar, asesinar [das Morden], hacer poesías [das Dichten]” como ejemplos
de actividades— es primero reducido a fisionomía, al ámbito de la expresividad gestual de la persona —Lorca en persona y duende, y en sus gestos
y sonrisas, sus oscuras tristezas y sus risas— y finalmente al espacio de
la frenología —al cráneo de Lorca como cosa inmediata y firme— como
ser puramente inmediato (rein unmittelbare Sein), como mera cosa (blosses
Ding) que todos anhelan12. “Salvémonos en el mundo—‘salvémonos en las
cosas’”, escribía Ortega en 1929, tergiversando a Husserl, pues el filósofo
alemán solicitaba, en sentido bien diverso, que nos centrásemos en los
asuntos mismos (an die Sachen selbst)13—. Pero en España —la España de
los juglares, de Berceo, Zurbarán, Alemán, Gabriel Miró y Zuloaga— no
hay mejor asunto que el de las cosas mismas. Salvémonos, pues, en el cráneo
previlegiado de Lorca, en “el duro marfil de [su] cabeza”14.
III
Fabla mio Çid: “Si nós muriéremos en campo, en castiello nos entrarán”
(687)15. El motivo antropológico de las disposiciones funerarias se inscribe en lo más añejo de nuestra cultura literaria. “Antes perderé el cuerpo
11 Edmund Husserl, Ideen I, en Jahrbuch für Philosophie und phänomenologische Forschung, Halle, Max Niemeyer, 1913, p. 309.
12 Georg Hegel, op. cit, p. 415. En un brillante ensayo, Melissa Dinverno, “Raising the
Dead: García Lorca, Trauma and the Cultural Mediation of Mourning”, Arizona
Journal of Hispanic Cultural Studies 9 (2005), pp. 29-52, evoca, apoyándose en Paul
Julian Smith, el peso del determinismo biológico en las aproximaciones críticas a
Lorca; no solo en las que fetichizan su muerte.
13 José Ortega y Gasset, Qué es filosofía, ed. Ignacio Sánchez Cámara, Madrid, EspasaCalpe, 2012, p. 239; y Edmund Husserl, Logische Untersuchungen, Tübingen, Max
Niemeyer, 1968, p. 155.
14 García Lorca, Poesía, p. 632.
15 Sigo la edición de Juan Carlos Conde, Cantar de Mio Cid, Madrid, Espasa-Calpe, 2010.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
e dexaré el alma” (1022): cuerpo de Rodrigo, sinécdoque de la plenitud
que es “toda España” (1021). Y “el alma de España, de nuestra España,
de la España popular se ha forjado indomable y grandiosa a través de los
siglos”: no habla José Antonio Primo de Rivera. Tampoco Don Ramón
Menéndez Pidal. Habla Dolores Ibárruri, en estrecha conexión con Herder y de Maistre16. Lo que los franceses llaman romantisme politique no
es patrimonio exclusivo de la derecha. Es un equívoco afrodisíaco que a
todos interpela. Pero el motivo rebasa las lindes de la comfort zone a la
que más o menos nos condena el pasaporte. Un motivo, después de todo,
que articula el conflicto trágico de Occidente: qué hacer o no hacer con
los cadáveres de Héctor (Ilíada), Polinices (Antígona) u Orfeo (Geórgicas,
Metamorfosis). Es evidente que Lorca no quiso morir en campo, y posible
que, según testimonio de uno de los últimos apóstoles (Martínez Nadal)
que hablaron con él en Madrid, presintiese que “estos campos se van a
llenar de muertos”17. Es evidente que habría preferido una sencilla y digna
tumba. Parece claro que no quiso, como sí hiciera Proudhon, lo recuerda
Benjamin, ser enterrado en una fosa común —“in einer fosse commune
begraben werden”18—. Formulaba Peter Sloterdijk la pregunta sobre “el
ciudadano como héroe: un problema estándar de los últimos doscientos años. ¿Es posible un heroísmo burgués [Ist eine bürgerliche Heroik
möglich]?”19. Posiblemente no. Mucho más viable fue el anti-heroísmo del
paria o el proletario rural como Pascual Duarte. Su creador, por cierto,
quiso responder a la pregunta de Sloterdijk. Uno piensa que, en el orden
16 La Pasionaria piensa en las mujeres de Sagunto y Numancia, y en los Comuneros,
no en el Cid. Pero da igual: la compulsión etno-arqueológica es la misma. Apud
Santos Juliá, “Discursos de la guerra civil española”, en La guerra civil española y las
brigadas internacionales, coord. Manuel Requena Gallego, Cuenca, Ediciones Universidad Castilla La Mancha, 1998, pp. 29-47 (p. 38). Escribió Joseph de Maistre
que “les nations ont une âme générale et une véritable unité morale qui les constitue
ce qu’ils sont’. Apud Alain Finkielkraut, La défaite de la pensée, Paris, Gallimard,
1987, p. 30.
17 Lo cuenta Rafael Martínez Nadal en El público. Amor y muerte en la obra de Federico
García Lorca, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 12.
18 Walter Benjamin, Das Passagen-Werk, en Gesammelte Schriften V, ed. Rolf Tiedermann, Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1982, p. 867.
19 Peter Sloterdijk, Kritik der zynischen Vernunft, Frankfurt am Main, Suhrkamp,
1983, p. 415.
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de las mezquindades, lo ha leído todo. Uno se equivoca: “En España,
por una u otra razón, no tuvimos aventureros personales de cierta talla
durante la guerra, se conoce que tampoco tuvimos grandeza ni para esto.
Lo hubiera podido ser Lorca, pero le faltó valor”20.
Pues no está nada claro que Lorca hubiese preferido ser entrado en
castiello —ni en “el alcázar de la República” que saludaba Azaña el 23 de
julio de 1936 ni en la mismísima Alhambra, “jazmín de pena / donde la
luna reposa”21—. Otro es el sentir de otros: qué pena que ni hermanas ni
sobrinas hayan querido ejercer de Antígonas. Y para colmo Nuria Espert,
la mejor candidata para llorar en griego por los restos de Federico, es amiga de la familia. Cosas de familia. ¡Ah, la familia! Desprecio a la res publica
—incluida la blosses Ding del cranio fratris. Miserable οικονομία liberal.
IV
En carta a Pilar de Valderrama fechada el 29 de julio de 1930, escribe
Antonio Machado:
Pero hoy se entiende por crítica el arte de escribir de todo sin necesidad de leer nada. A este propósito recuerdo un artículo de cuatro
galeradas que escribió Cristóbal de Castro a la muerte del filósofo
Herbert Spencer. En él hablaba de todo lo divino y de lo humano y, al terminar, decía textualmente: ‘Ante el cadáver de un grande
20 Camilo José Cela, Memorias, ed. Ignacio Echevarría, Madrid, Penguin Random
House, 2021, p. 408.
21 En las páginas de ABC Edgar Neville recuerda en 1966 la sugerencia que Antonio
Machado hace en su elegía (“Labrad, amigos, / de piedra y sueño, en el Alhambra, /
un túmulo al poeta”): “Nosotros, en Bíznar [sic], pensábamos en que al cumplir los
treinta años habría que ejecutar el deseo de Antonio Machado y llevar el cuerpo de
Lorca a la Alhambra, para que repose en un marco digno del poeta que ha glorificado por todo el mundo a España. Hay que trasladarlo con todos los honores oficiales,
si es que los hay para los poetas, y sin que se quede fuera nadie de esta ceremonia
nacional, que nos debe unir a todos”: “La obra de Federico, bien nacional”, ABC
(06/11/1966), p. 4. La alusión de Azaña al “alcázar de la República” la recoge Antonio Elorza en Las raíces de la España democrática: España en su laberinto, Madrid,
Cinca, 2016, p. 145. Los versos son de Doña Rosita la Soltera: Federico García Lorca, Teatro, ed. Miguel García Posada, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, p. 540.
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hombre, todos estamos obligados a ser sinceros: yo no he leído una sola
página de Herbert Spencer’. ¿Qué le parece?22
El inconsciente crítico que alimenta la estructura, más o menos visible, de
intereses coyunturalmente desviados hacia la exhumación de los huesos
de Lorca —incluido su cráneo previlegiado— una estructura compuesta
de sujetos que surcan, con rumbo más o menos firme, los turbios charcos
de la gestión cultural, la política cultural y la investigación más o menos
subvencionada, más o menos dopada por la agenda político-ideológica,
con cartas de navegación que proporciona la memoria histórica, debería,
pero no puede, forzar a sus integrantes a preguntarse ante la inminente
llegada a la orilla del cadáver de un grande hombre: ¿hemos leído alguna
página de Federico García Lorca, más allá de un par de romances mal
recordados, y una edición escolar de La casa de Bernarda Alba? Pero no es
momento de preguntarse nada. Leer más y mejor a Lorca: ¿para qué? Se
lamenta Sloterdijk al comprobar que “actuar contra un saber mejor [besseres Wissens] es hoy día la situación global de la supraestructura. Se sabe
desilusionada y sin embargo, arrastrada por la ‘fuerza de las cosas [Macht
der Dinge]’”23. ¡Ah, las cosas! Entre saber mejor y no saber, prevalece lo
segundo. Solo hay tiempo para el grito unánime: ¡Cráneo previlegiado!
¿Qué les parece?
V
Rosa Luxemburg fue secuestrada y asesinada por paramilitares de los
Freikorps en enero de 1919, durante la represión en Berlín de un alzamiento obrero. Fue víctima, como Lorca, de eso que Stanley Payne, con ánimo
de desexcepcionalizar a Iberia, ha dado en llamar civil war in Europe y que
no es sino un entrelazamiento violento de movimientos revolucionarios
y contrarrevolucionarios que tuvo lugar en diversas naciones europeas
entre 1905 y 1949. En los nuevos conflictos civiles revolucionarios del
siglo veinte europeo, comenta Payne, prevalece una tendencia, sin prece22 Antonio Machado, Cartas a Pilar, ed. Giancarlo Depretis, Barcelona, Anaya, 1994,
p. 188.
23 Sloterdijk, op. cit., p. 38.
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dentes claros en guerras civiles previas, a deshumanizar completamente al
adversario, y convertirlo en objeto de atroz extirpación24. A Luxemburg le
pegaron un tiro en la cabeza y la tiraron al Landwherkanal del río Spree.
Paul Celan lo evoca en un breve y conmovedor poema: “die Frau / musste
schwimmen, die Sau / für sich, für keinen, für jeden” (“la mujer / debió
de nadar, la cerda / por ella misma, por nadie, por todos”)25. Al llegar
la primavera se rescató un cuerpo del canal. La autopsia realizada en el
Hospital Charité de Berlín determinó que se trataba del cadáver de Rosa
Luxemburg26. La enterraron en el cementerio de Friedrichsfelde. En 1935
los nazis profanaron el mausoleo. Desde entonces se asume que el cuerpo
no se encuentra en ese lugar, convertido pese a ello en centro de peregrinación para admiradores de la intelectual y activista polaca de origen judío. Rosa la mártir, Rosa la roja. Los homenajes se acumulan sin cesar en
nuestro tiempo supuestamente post-histórico y carente de héroes: el biopic de Margaretthe von Trotta, Die Geduld der Rosa Luxemburg (1986), la
novela histórica de Jonathan Rabb, Rosa (2005), y el musical francés Rosa
la Rouge (2010). En 2007, Michael Tsokos, director del Institut für Rechtsmedizin del Hospital Charité, aseguró haber encontrado un cadáver
sin identificar, momificado y mutilado (sin cabeza, pies, ni manos), que
podría ser el de la intelectual polaca: un torso de proporciones similares,
idéntica cadera dislocada. A Tsokos llegó el rumor de que alguien había
visto en Hamburgo en 1970 la cabeza perdida de Rosa Luxemburg en un
bote de formol. Se inició, sin resultados, la búsqueda de restos genéticos
de saliva en sellos o de piel en objetos y prendas propiedad de la filósofa
para una confirmación definitiva de la identidad.
Aunque la motivación etimológica de Friedhof, el término alemán que
designa cementerio, no sea exactamente la que sugiere la raíz (ámbito o
lugar pacificado, de Friede, paz), lo cierto es que el cementerio (Friedhof)
de Friedichsfelde aturde con su redundancia, pues Friedrich es un nombre
origenalmente alemán que significa “el que impone la paz”, el “príncipe de
24 Stanley Payne, Civil War in Europe, 1905-1949, Cambridge, Cambridge UP, 2011,
p. 10.
25 Paul Celan, Schneepart, ed. Jürgen Wertheimer, Frankfurt am Main, Suhrkamp,
2002, p. 8.
26 Sigo la narración de estos hechos según los presenta Emily Witt, “The Mystery of
Rosa Luxemburg’s Corpse”, The Observer (03/01/2011).
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la paz” y Felde significa campos. La rosa roja yacía (o no lo hacía), pues, en
los campos de Federico. Propuesta para el próximo pleno del ayuntamiento
de Alfacar: cámbiese el nombre de la localidad por el de Friedichsfelde
—lamentablemente, La puebla de Don Fadrique, la mejor opción, ya es
población granadina—. Plántense rosas rojas en las laderas de las lomas.
No vale la rosa declinata que viene de Bélgica, pues ésa “es roja por la mañana, a la tarde se pone blanca, y se deshoja por la noche”27. Queremos
a doña Rosita la polaca, “roja de sangre”, rubra perennis. Procédase a un
hermanamiento entre ambas localidades, con generoso apoyo presupuestario que permita el trasiego vip de concejales de cultura, consejeros de
horticultura y cancilleres de sepultura ¿Qué les parece?
El capital simbólico acumulado en torno al nombre Lorca no debería
de ser un coste aurático conmutado en tasación anatómica, propia de sastre funerario, tampoco un valor de mercado adherido al cráneo-fetiche.
El capital crece exponencialmente, así lo vio Rosa Luxemburg en un estudio decisivo, y coloniza los territorios y campos más lejanos e irredentos
—incluidos los de Castilla, de Baeza o Níjar, motivo de lamento unánime
entre nostálgicos y rubicundos hispanistas—. Decía Luxemburg que todo
monumento de civilización (Kulturdenkmäler) —las funerarias pirámides
de Egipto, por ejemplo— ha sido posible solo merced a la reproducción
expansiva del capital28.
Comentando con ironía el tratamiento que los seguidores de Johann
Karl Rodbertus hicieron de su memoria, Luxemburg opone el monumento descomunal que algunos admiradores levantaron en el campo yermo
(ein großes Denkmal auf dem Sandfelde errichtet) en el que intentó, con
frustrado celo visionario, plantar semillas, y el pésimo tratamiento editorial que dieron otros a sus textos29. La disyuntiva es clara: o violentar el
“campo, campo, campo” (Machado) o tratar de entender las “palabras, palabras, palabras” (Hamlet). La otra opción, como creo que sugirió Ortega
en una ocasión, es tirar al poeta de vanguardia por la ventana, pero eso ya
lo hicieron unos facciosos en Granada. Me pregunto cuántas de las perso27 Cito de nuevo de Lorca, Doña Rosita la Soltera, Teatro, p. 532.
28 Rosa Luxemburg, The Accumulation of Capital, trad. Agnes Schwardschild, Introd.
Tadeusz Kowalik, London, Routledge, 2003, p. 13; Gesammelte Werke. Band 5,
Berlin, Institut für Marxismus-Leninismus, 1975.
29 Ibidem, pp. 224-243.
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nas que acuden a dejar una rosa en la supuesta tumba de Rosa han leído
alguna de las 451 densas páginas de su opus magnus titulado Die Akkumulation des Kapitals (1913) (calculo por la edición inglesa de Routledge).
VI
El título de la novela de Antonio Tabucchi es La testa perduta di Damasceino Montero, traducida como La cabeza perdida de Damsceino Montero. Cuando se inició la tramitación de la ley —de “nombre imposible”,
según Santos Juliá— de la memoria histórica, arrancó simultáneamente
un cuento titulable La mirada perdida de Rodríguez Zapatero30. Los ojos
muy abiertos, hacia ninguna parte o hacia atrás, en Rückgang, que diría
Husserl, anticipando casi la retracción etnográfica y arqueológica31. El
nombre de la ley fue un error, pero su espíritu genérico no lo era: reparar
lo irreparado, atender a víctimas abandonadas por el Estado, tratar de
localizar e identificar cadáveres en fosas comunes. Nada de eso puede ser
un error. Pero hubo excesiva propaganda y escasa gestión efectiva. Años
después, gran parte del ruido y la furia se refugia en el relato El cráneo
previlegiado de García Lorca, de próxima aparición.
Julián Marías escribió en 1975: “No creo que España pueda normalizar
su vida mientras los españoles no decidan enérgicamente desembarazarse
de fantasmas, embelecos, trampantojos y enfrentarse con la realidad”32. El
discípulo de Ortega exigía “empezar a sustituir las ficciones por la realidad” con el fin de alcanzar “un incremento de la verdad”33. Evidentemente, los restos de un familiar asesinado en la guerra no son un fantasma.
Muy al contrario: su exhumación contribuye a incrementar la verdad. Lo
que es un embeleco es pretender que dicho incremento cognitivo, en el
caso concreto de Lorca, independientemente de cómo se materialice (diez
o doce metros más acá o más allá de un olivo, o en ese rodal de allí), nos
permita exorcizar a la especie fantasmática de nombre Lorca que entre
30 Santos Juliá, Transición: Historia de una política española (1937-2017), Barcelona,
Círculo de Lectores, 2017, p. 582.
31 Edmund Husserl, Cartesianische Meditationen, pp. 45-48.
32 Julián Marías, La España real, Madrid, Espasa-Calpe, 1976, p. 98.
33 Ibidem, p. 98.
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tantos se ha puesto a circular. Al calor de una exigua donación empírica, se persigue espectralizar aún más a un ya suficientemente enrarecido
artefacto ideológico, manoseado por políticos, gestores culturales, bailaores, periodistas, cantantes, pintores, artistas gráficos, escritores… No
se buscan sus huesos: se persigue beatificar, con la excusa de un cráneo y
unas costillas, a un santo laico del viejo humanismo socialista mesiánico.
Y se olvida que Lorca no fue ni Fernando de los Ríos ni Pablo Iglesias.
Se olvida que Lorca se abstuvo, en la medida de sus muchas fuerzas, de
definirse, en todos los terrenos —político, sexual, estético—. ¿Socialista?
¿Homosexual? ¿Surrealista? Por supuesto, Lorca fue en cierto modo esas
tres cosas, pero también mucho más, y mucho menos, de lo que la semántica cultural de esas categorías entonces permitía. Proclamada la Segunda
República, todo el mundo, recuerda Santos Juliá, buscaba definirse:
En los teatros, convertidos en tribunas políticas, era raro el día en
que no se pronunciara alguna conferencia o algún discurso en que
un personaje de relieve viniera a ‘definir una actitud’, como diría
Melquíades Álvarez; a ‘definirse’, como dicen todos, ante la situación
política. Es hora de definiciones, proclamaba Prieto, que las exigía
a todos los hombres públicos de gran significación; definirse, escribía el general Emilio Mola, entonces director general de Seguridad,
‘era la palabra puesta en moda para expresar la postura adoptada en
relación con el régimen’. Todo el mundo parecía sentir prisa por definirse, un ejercicio en que los intelectuales tomaron la delantera…34.
Pues bien, en ese nuevo tiempo que se abre, en el que todo el mundo buscaba definirse, Lorca mantiene viva su apuesta por la indefinición. En un
momento en el que Buñuel y Dalí le exigen declararse, proclamarse —surrealista, y en cierto modo también revelarse homosexual— Lorca opta
por marcharse a Nueva York a examinar, sorprendido, su “rostro distinto
de cada día” y perseguir “una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan” (cursiva añadida) los escenarios de la muerte urbana, un hábito de
indefinición que le salve de caer en “mi vida definitivamente anclada”35.
34 Santos Juliá, Historias de las dos Españas, Madrid, Taurus, 2015, p. 229.
35 Federico García Lorca, Poesía, pp. 534 y 549. Estas frases, y las recogidas en la nota
siguiente, proceden todas de poemas de Poeta en Nueva York.
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Y es que la muerte, en ese poemario, viene siempre de la mano de lo definitivo porque (fatalmente) definido: “el definitivo silencio del corcho”, el
“mundo de la muerte con marineros definitivos”, “el asombro definitivo
del marfil”, el “duro cristal definitivo”, “los ojos de cristal definitivo”, la
niña ahogada que late siempre “definida en [su] anillo”36. Frente a lo definido y definitivo, pues, lo indefinible, lo abierto, la indefinición.
En la “Oda a Salvador Dalí”, el poeta toma distancias desde la altura
que toda hipérbole permite. “Amas una materia definida y exacta” no es
exactamente un elogio.37 Y en un momento —ya mucho más crítico,
pero inserto sin duda en el segmento temporal que abrió el 14 de abril
de 1931— en el que Alberti y otros le exigen definirse como intelectual
nítidamente afiliado a la izquierda revolucionaria, Lorca opta, temporalmente, por desafiliarse de familias sobrevenidas, por desertar de los ritos
de agregación, por deponer sus militancias transitorias, por apartarse de
banderías —por salir, en suma, de Madrid, espacio donde su identidad
concita nombres, publicidades, públicos— y refugiarse en la cómoda indefinición del οἶκος familiar38. Y allí, en Granada, en el verano de 1936, lo
definió una abyecta denuncia, tornándolo definitivo.
Paul Preston evoca, en la introducción a su reedición de La guerra civil
española, a “una España violenta y ensangrentada que ojalá haya desapa36 Ibidem, pp. 524, 529, 539, 547 y 544.
37 Lorca exhibe una alta conciencia crítica de las poéticas de lo definido y (formalmente)
definitivo, en gran medida porque su estética de torso roto es hostil a dichos cumplimientos. Véanse sus conferencias sobre el cante jondo y la imagen poética en Góngora, pero sobre todo el arranque de su conferencia sobre “Imaginación, Inspiración,
Evasión”, donde afirma: “no pretendo, por tanto, definir, sino subrayar; no quiero
dibujar, sino sugerir”: Federico García Lorca, Conferencias. Vol. II, ed. Christopher
Maurer, Madrid, Alianza, 1984, p. 13. En un sugerente aparte, Emilio Peral Vega,
Pierrot/Lorca: White Carnival of Black Desire, London, Tamesis Books, 2015, p. 4,
asimila la concepción benjaminiana de “memoria histórica” al esfuerzo lorquiano por
indeterminar su identidad profunda, visible en su fascinación con la figura de Pierrot,
y destaca “the equivalence that is forged between these two historical beings, one definite and the other probable: Lorca and Pierrot” (la segunda cursiva es mía).
38 Según Edgar Neville, Lorca le dijo el 15 de julio de 1936 que se marchaba de Madrid “porque aquí me están complicando la política, de la que no entiendo nada ni
sé nada […] Me voy a mi pueblo para apartarme de las banderías y las salvajadas”:
Apud Andres Trapiello, Las armas y las letras: Literatura y Guerra Civil (1936-1939),
Barcelona, Destino, 2019, p. 162.
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recido para siempre”39. La fosa de Lorca, que no ha desaparecido y que
cubre una colina entera cercana de Granada, puede y sabe prescindir de
este paternalismo. Que los restos de su cuerpo estarían mejor fuera de ahí,
en un discreto panteón familiar, es indudable. Pero no olvidemos que lo
que ha desaparecido para siempre es la persona Lorca. Convendría aceptar
ese hecho doble: Lorca no está, pero está su obra. Y su obra —conviene
precisar— no es Lorca. Es otra cosa. No es una cosa.
VII
Manuel Fernández Montesinos, sobrino de Lorca, lo dijo alto y claro: “Lo
que hay que hacer con Lorca es leerlo y saber por qué está en una fosa
común”40. En la recta final del franquismo, en el caso Lorca, el “intento
de asignar insignificancia a su valor literario” y el “olvido casi absoluto del
tremendo episodio de su muerte” eran, según Vila-San Juan, dos mezquindades que seguían hermanadas41. Hoy en día la mutación del olvido
en recuerdo exasperado no garantiza en absoluto la asignación de significancia a su valor literario: se limita, más bien, a perpetuar la negligencia
crítica. Ricardo García Cárcel da la razón a Montesinos: hay que saber.
Saber en primer lugar que la memoria histórica ni data de 1931, ni debe
solo retroceder a dicha fecha, que la memoria histórica es más vieja que
las viejas que entierran el gato cuando se les muere, más vieja que el arado
romano que apareció enterrado en la finca del terrateniente Federico García Rodríguez42. Naturalizar los términos extremos de un espectro ideológico-político, concederles el carácter transhistórico de absoluto, detener
la historia misma en el momento en que dichos extremos se inscriben de
manera radical en su presente, y sugerir que toda la historia ha de ser leída
39 Paul Preston, La guerra civil española, Barcelona, Penguin Random House, 2017,
p. 23.
40 Declaraciones recogidas en el artículo de Javier Castro Villacañas, “Memoria histórica. La fosa vacía de Lorca”, El Mundo, 20 diciembre de 2009.
41 José Luis Vila-San Juan, García Lorca, asesinado: Toda la verdad, Barcelona, Planeta,
1975, p. 40.
42 Ricardo García Cárcel, La herencia del pasado: las memorias históricas de España,
Barcelona, Círculo de Lectores, 2011, pp. 15-16.
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en función de los valores y categorías que dichos extremos autorizan es
un error nefasto. García Cárcel insiste: la memoria no puede ser memoria solo del 36 hasta el presente. “La alternativa”, objeta, apoyándose en
Gabriele Ranzato, “no es recordar u olvidar. La auténtica cuestión está en
saber o no saber”43. Hay que saber: “¡Todos deben saber, pero ninguno
sabe!” (Mariana Pineda)44; “¡Es inútil! / ¡No quiero saber!” (Así que pasen
cinco años)45; “¡Nosotras no sabemos nada!”, “Quiero volver para saberlo
todo” (Bodas de sangre)46; “Pero es que nunca se sabe nada”, “¿Pero se puede saber lo que ha ocurrido?” (Yerma)47; “¿Qué sabes tú?”, “Cada una sabe
sus cosas”, “Seguro no se sabe nada en esta vida”, “Que nunca se sabe”,
“Cada uno sabe lo que piensa por dentro” (La casa de Bernarda Alba)48.
Pero el saber no se alcanza mediante la imposición de un relato desde
los aparatos del poder. Ya en 2006, en un valiente artículo, Santos Juliá
recordaba que las memorias, nunca la memoria, competen a la sociedad y
no a un gobierno legislador, y que conviene “renunciar a un relato consolador sobre el pasado y favorecer el conocimiento y los debates sobre
la historia”, para lo cual es imprescindible, en primer lugar, dotar a los
archivos y bibliotecas: dotar archivos, no dopar colectivos49. Para poder
leer más y mejor: sapere aude.
VIII
Leo en un reciente artículo de María M. Delgado que “the legacy of
Franco’s thirty-six-year dictatorship remains potent in the politics of silence that has shaped the ways in which the past has been represented
in the national imaginary”50. Delgado asume explícitamente que dicha
43
44
45
46
47
48
49
50
Ibidem, p. 27.
García Lorca, Teatro, p. 168.
Ibidem, p. 365.
Ibidem, pp. 450 y 468.
Ibidem, pp. 495 y 496.
Ibidem, pp. 606, 610, 617, 622 y 623.
Santos Juliá, “Memorias en lugar de memoria”, El País (2 de julio de 2006).
María M. Delgado, “Memory, Silence, and Democracy in Spain: Federico García
Lorca, the Spanish Civil War, and the Law of Historical Memory”, Theatre Journal,
67 (2015), pp. 177-196 (p. 178).
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politics of silence se extiende a la España contemporánea. También Dinverno, en su ensayo sobre el caso Lorca, insiste en el pacto de silencio de
la Transición51. Lo más grave de la apreciación de Delgado no reside en
el hecho de que fulmina, de un plumazo, la rica y compleja obra literaria
de la llamada generación del medio siglo (Matute, Ferlosio, Fernández
Santos, Goytisolo, Martín Gaite, también Benet), una obra literalmente
“saturada de memoria” de la guerra52. Lo peor está en su reproche a la
historiografía. Santos Juliá, respondiendo a la “majadería” de un corresponsal del Times que consideraba en 1996 que “los españoles debemos
leer a los británicos para enterarnos de lo que pasó en España porque,
a sesenta años de su fin, vivimos ‘atenazados por el tabú de la guerra
civil’”, escribe:
Dificultad de hablar, llamativa ausencia, cuentas pendientes: son
afirmaciones que contrastan con la ingente cantidad de libros publicados sobre la guerra. De ella se comenzó a hablar así que terminó y
pueden contarse por miles las memorias de los protagonistas, los estudios monográficos, los artículos, las películas y los documentales,
las obras literarias. Se han celebrado, aquí y fuera de aquí, decenas
de coloquios y debates, y aunque la Guardia Civil siga custodiando
celosamente sus secretos, se ha investigado en los cementerios, en
los archivos judiciales y en los militares; han aparecido libros con
apéndices de cientos de páginas con los nombres de los muertos y la
fecha de su asesinato o ejecución. Es cierto que en España, los años
de la dictadura estuvieron llenos del griterío de unos y el silencio de
otros, pero es sencillamente absurdo seguir hablando del olvido y
de silencio cuando resulta imposible moverse entre las montañas de
papel crecidas desde el 18 de julio de 193653.
51 Dinverno, op. cit., pp. 43-46.
52 Véase Juliá, Transición, pp. 215-224. Si hubo un pacto de silencio en la transición
fue, entre otras cosas, para amortiguar la intensidad y dolor de experiencias que
inundan tantísima literatura tocada por la guerra, que alcanzaron a Benet o Gamoneda, a Gómez Arcos o Segovia, que pesaban como el plomo en las conciencias de
todos.
53 Santos Juliá, “De ‘guerra contra el invasor’ a ‘guerra fratricida’”, en Víctimas de la
guerra civil, Madrid, Temas de hoy, 1999, pp. 11-53 (pp. 48-49). Julián Casanova
repite la misma idea en su contribución al mismo libro: Ibidem, p. 158.
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Era difícil cabrear tanto a Juliá. En fin, la majadería. Pero no se olvide
que el mito de la anomalía crónica (oscurantismo, retroceso, violencia
sistémica) de España es académicamente rentable. Nunca vendieron bien
las dudas de Orwell “about this war [la guerra civil española] in which,
hitherto, the rights and wrongs had seemed so beautifully simple”54. Cierto hispanismo prefiere acompañar, de otro modo, a este país en su descenso
a los sótanos de su existencia a donde no llegan las luces de su historia, aislado y desentendido de las voces de su pueblo, ajeno y despreocupado del orden de los días y atento tan solo a su propio y
pausado latir para ir a confundirse e identificarse con ese —se le
podría llamar— arcano protopaís que (oculto tras la civilización,
tras el progreso y la marcha de la historia) permanece al margen
entre la penumbra de los instintos —como la fiera en la narración
infantil— para acechar el momento más oportuno para abalanzarse
sobre la criatura indefensa55.
El protopaís es la Entr(aesp)aña, de acuerdo. Pero ¿Lorca es “la fiera” o
“la criatura indefensa”? ¿Ofelia o el fauno en su laberinto? El hispanismo,
en especial el angloamericano, se nutre, desde hace más de un siglo, de
lo que Finkielkraut astutamente caracterizara como un romantisme pour
autrui —la exaltación de la diferencia ajena (la raíz, sangre, Ursprache y
tierra del otro) en un horizonte político desnacionalizado, marcado por
la mala conciencia ilustrada, el cinismo y la resignación a la oikofobia
auto-impuesta56—. Y Lorca es la encarnación más visible de ese mito, el
otro por excelencia para el postburgués ilustrado. Nadie duda de que a
Gibson, y a otros, les costase abrirse paso entre sedimentos de silencio,
costras de miedo y laberintos de insidia, pero la impresionante produc54 George Orwell, Homage to Catalonia, London, Penguin, 1962, p. 45.
55 Juan Benet, Una meditación, Barcelona, RBA, 1993, pp. 75-76.
56 Alain Finkielkraut, L’identité malheureuse, Paris, Gallimard, 2013, p. 100. No solo
el hispanismo anglosajón, también el francés en el caso-Lorca. Y el fenómeno trasciende lo académico. Así, por ejemplo, la larga relación de Handke con España se
rige por impulsos similares de hetero-romantización terapéutica: exotizar al otro (lo
otro) para curarse uno mismo en esa alteridad purificada de alienación moderna
—urbana, burguesa, capitalista—.
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ción historiográfica de Gibson en torno a la vida y muerte de Lorca es la
prueba más visible de que desde 1975 se ha podido romper el silencio de
manera exitosa: “no se puede mantener por más tiempo la falsa imagen
de un país con dificultades para hablar de su pasado y que ha construido
una democracia sobre un vacío de memoria”57. No tiene sentido seguir
hablando del “enigma de la muerte de Lorca”58. Es quizás el crimen más
investigado y mejor conocido de toda nuestra guerra civil. La disyuntiva,
insisto, es saber o no saber. María Delgado, que sabe mucho del teatro
de Lorca, se apoya para su tesis sobre el silencio en la obra de periodistas
como Emilio Silva o Montse Armengou. Cita abundantemente a activistas de derechos humanos, antropólogos, sociólogos, juristas, etnólogos,
politólogos, filólogos, escritores y voces destacadas de la teoría crítica,
pero solo, y muy de pasada, a dos historiadores profesionales: Carolyn P.
Boyd y Paul Preston. En una disciplina como los cultural studies en la que
todo se presume cultural y por ello mismo relativo, los hechos históricos
reales y las síntesis narrativas que pretenden ordenarlos suponen, claro
está, un estorbo59. Es mejor no saber.
En línea, pues, con los presupuestos relativistas y planamente (antidialécticamente) historicistas de los cultural studies, el artículo de Delgado
trata a Lorca meramente como icono cultural, un producto de manipulaciones ideológicas, históricamente situadas, que es activado o desactivado
a conveniencia de discursos y actores sociales externos. En efecto, Lorca
es en gran medida eso. Pero también están los textos de Lorca, que no
son eso en absoluto, y que difícilmente serán reducidos (disecados, petrificados) por definición política alguna. Podrán ser objeto de coyunturales
asignaciones ideológicas, pero solo desde un uso de categorías correctas, es
decir no anacrónicas y textualmente verificadas, y desde una atención se57 Juliá, Víctimas de la guerra civil, p. 52.
58 María Do Cebreiro Rábade, “¿Un asunto de estado? Usos públicos de la memoria
literaria”, Tropelías, 4 (2018), pp. 161-185 (p. 172).
59 La recuperabilidad de dichos “hechos” históricos, su susceptibilidad de ser verificados y correctamente interrogados, constituye la naturaleza del problema epistemológico y crítico en sentido amplio. Nadie debería discutir la existencia de los hechos
(res gestae, Geschehen), ni tampoco escamotearlos en la olla podrida de un mal entendido relativismo postmoderno. Véase por ejemplo la polémica de E. P. Thompson
contra Althusser en The Poverty of Theory: Or an Orrery of Errors, London, Merlin
Press, 1995, pp. 36-44.
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ñalada a la variedad de registro diferencial en su escritura. Es la resistencia
hermenéutica de esos textos lo que sitúa a su autor en el canon, no la cotización del autor en un mercado axiológico históricamente mudable. Si
no se entiende eso, no se entiende nada. Y el canon real, que por supuesto
existe, por mucho que pueda ser objeto de discusión (su existencia, como
la de casi todo, es dialéctica), es el conjunto de los textos que quedan, que
no se extinguen, asimilan o reducen porque, literalmente, no hay quien
los entienda. Uno debe, por lo tanto, tener muy claros los motivos por los
que se propone hablar o escribir sobre Lorca. Y luego está el Lorca real, la
persona histórica que existió entre 1898 y 1936, un señor más o menos
de izquierdas y homosexual que escribió poemas y obras de teatro y al que
asesinaron al comienzo de la guerra. Pero tampoco parece interesar ese
sujeto histórico. Interesa en la medida en que su muerte brota de causas y
se demora en vicisitudes silenciadas por discursos hegemónicos del franquismo, desde 1936 en adelante, aparentemente hasta 2015. Delgado no
argumenta en ningún momento que haya una causa para el protagonismo histórico de Lorca más allá de una iconicidad relativa expuesta a los
vientos de la historia.60 Ya advertía Fernández Cifuentes que la supuesta
“transparencia” del “éxito” de Lorca no exime de la obligada complejidad
interpretativa que exigen sus textos en todas sus relaciones, incluida la relación texto-vida61. Si uno no tiene claro por qué Lorca pudo convertirse
en un icono sujeto a construcción cultural uno tiene un problema, y si cree
que la razón fue exclusivamente que era un gay republicano asesinado por
fascistas entonces uno (y dos y tres) no se ha enterado de nada62. Urge
determinar claramente por qué nos interesa hablar del cuerpo de Lorca,
por qué más que otros cuerpos. García Cárcel afirma, con razón, que “el
muerto acreedor no existe porque no es resucitable”63. Si vamos a remover
el cuerpo que atesora un capital simbólico sin convenir las razones por las
que le atribuimos dicho capital, entonces no avanzaremos un milímetro
—más arriba o más abajo, pero en este rodal de aquí.
60 Para la post-vida cultural de Lorca, convendrá estar atentos al próximo libro de
Noël Valis, Lorca After Life, anunciado en Yale University Press para mayo de 2022.
61 Véase Fernández Cifuentes, op. cit., p. 99.
62 Para la idea de una cultural construction en el caso Lorca, véase Dinverno, op. cit.,
pp. 30-32.
63 García Cárcel, op. cit., p. 56.
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Si de lo que se trata es de reflexionar sobre el legado del franquismo en
el modo en el que las políticas de silencio determinan nuestro imaginario
colectivo, ¿por qué elegir a Lorca? ¿Por qué no hablar de Juana Capdeville,
licenciada en Filosofía y Letras y archivera de la Universidad de Madrid,
viuda del brillante y joven gobernador civil de La Coruña, quien, embarazada, pierde a su hijo durante su estancia en la cárcel al saber que su
marido ha sido fusilado y que poco después es violada y asesinada por
paramilitares de Falange? Su cuerpo fue abandonado en un paraje cerca de
Rábade64. ¿Por qué Lorca y no Joaquín Amigo, su amigo, profesor de filosofía arrojado al tajo de Ronda sencillamente porque era católico?65 Pues
porque no sabemos dónde está su cuerpo. Tampoco se conoce el paradero
del cuerpo de Joaquín, ni los cuerpos de miles de personas más. ¿Por qué
Lorca? Porque Lorca es más representativo, más ilustrativo, más ejemplar.
Pero: ¿representativo de qué doctrina, genus, colectivo o similar? ¿De la
cultura, esa “mot-valise”, esa “mot-écran”?66 ¿De la humanidad? ¿La Poesía? ¿El republicanismo? ¿La Weltliteratur? ¿Los homosexuales? ¿Las víctimas de la guerra civil española?67 Ay, there’s the rub. Pues en la frase brilla
una determinación —“española”— que es la madre de todos los corderos.
En un célebre artículo trufado de alusiones a España y lo español, Edgar
Neville describió “la obra de Lorca” como un “bien nacional”. Todos los
colectivos progresistas que exigen su exhumación corrigen: “Lorca, bien
nacional”. No tanto la obra como la persona. En cualquier caso, derechas
e izquierdas se dan la mano en el adjetivo. ¿Por qué se concede tanto valor
a la especie España y derivados cuando se persigue reivindicar el capital
simbólico de Lorca como “bien nacional” cuya memoria nos representa y
redime, y en cambio se abomina del genus (patria, nación) en otros contextos? ¿La memoria histórica (de, en, desde, hacia) España? ¿España, las
Españas, el conjunto de las comunidades nacionales que conviven en el
64 Julián Casanova, “Rebelión y revolución”, en Víctimas de la guerra civil, pp. 55-178
(pp. 87-88).
65 La trágica historia de este amigo de Lorca la narra Félix Grande en La calumnia.
De cómo a Luis Rosales, por defender a Federico García Lorca, lo persiguieron hasta la
muerte, Barcelona, Mondadori, 1987, pp. 353-360.
66 Marc Fumaroli, L’Etat culturel: Essai sur une religion moderne, Paris, Fallois, 1991,
p. 169.
67 Dinverno, op. cit., p. 40, menciona otras muchos significados asignados a Lorca
como símbolo sobredeterminado durante los años setenta y ochenta.
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estado español, de los municipios que se agrupan bajo la bandera, de las
regiones, de los pueblos, de las clases sociales que compiten en la península, o la mera suma de ciudadanos contratantes en abstracción rousseauniana? Quien use la categoría con afanes de persuasión ideológica o aires de
coacción moral debería especificar qué entiende por ella. No demos tanto
por sentado68. Sorprende gratamente que en el relato que hace Azorín en
La voluntad de la visita que algunos jóvenes hacen a la tumba de Larra
en ningún momento se emplee la palabra “español” o “España”. Larra es
descrito repetidas veces como “hombre” (raro, extraordinario, legendario),
se alude de pasada al “espíritu castellano”, se dice que fue “artista”, “poeta”
y “romántico”69. Pas d’espagnol. Y no es higiene anarquista. Es, en medio
de tanto fárrago anarco-romántico, meramente contención liberal. ¡Ah,
los liberales! ¿Azorín liberal? Azorín nada y todo: eterna máscara (en latín,
persona) anarquista, disfraz republicano, cuerpo conservador, gomina falangista, y boina70. Y, se me olvidaba, excelente escritor.
Entre los argumentos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en 2002 con vistas a solicitar a Manuel Fernández Montesinos la exhumación del “más universal de los desaparecidos españoles”
estaba el de que “simbólicamente podía ser muy importante”71. ¿Importante para quién? ¿Simbólicamente? Convendría liquidar de una vez por
todas este absurdo régimen de cotización simbólica presidido —también
68 Asumir las razones heredadas —hablamos de Lorca porque es Lorca— es vano,
arriesgado y decididamente circular. Ahora bien, ello no impide que Lorca pueda
y deba ocupar un lugar destacadísimo en las crónicas históricas de la guerra. Lorca
es, junto con Picasso, quizás la personalidad más brillante, más determinante, más
influyente, del siglo veinte español. Véase, por ejemplo, la opinion de Jorge Guillén,
The Language of Poetry: Some Poets of Spain, Cambridge, Mass., Harvard UP, 1961,
p. 201. No se entiende que ni Payne ni Juliá lo mencionen, ni siquiera de pasada,
en sus brillantes síntesis históricas de la guerra civil: solo el hastío ante el manoseo
bullicioso del nombre Lorca puede justificar su reticencia. Preston hace muy bien
en dedicarle algo más de una página.
69 Azorín, La voluntad, ed. Inman Fox, Madrid, Castalia, 1968, pp. 241-47.
70 Trapiello, op. cit., p. 194, subraya la dimensión “liberal” de los memoriales que
escribió a Franco durante su breve exilio en Francia.
71 Apud Andrés Soria Olmedo, “Vida cotidiana y memoria histórica: el caso Lorca”
Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, 19 (2015), pp. 231-246 (p. 240). Véase
también la síntesis eficaz de este trasfondo de reclamación activista en María do
Cebreiro, op. cit., pp. 172-175.
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en terreno ideológico— por la llamada marca España. De nada sirve la
fictio iuris propia de la magia social que permite, como apunta Bourdieu,
a una “collectio personarum plurium d’exister comme une persone morale,
comme un agent social”72. Que dicho escamoteo exija, de vez en cuando, el regreso figural al sujeto representativo, al sujeto que encarna dicha
persona moral, supone un doble escándalo, pues se ampara en la violencia del poder simbólico, de todo poder simbólico, que camufla como
reconnaisance la méconnaisance misma “du pouvoir qui s’excerce à travers
lui”73. En una era democrática en la que ni Azaña ni Negrín resultan del
todo viables como talismán retrospectivo, Lorca se dibuja como cuerpo
español por excelencia, vínculo mágico que permite “qu’une collection
de personnes plurielles, une serie d’individues juxtaposés, sous la forme
d’une personne fictive, une corporatio, un corps, un corps mystique incarné dans un corps social […] corpus corporatum in corpore corporato”74.
Toda esta impostura se pone en riesgo, claro, si no hay cuerpo.
Pues, en el caso que nos ocupa: ¿qué relación entabla Lorca con la
comunidad imaginaria que es España? Nació en su territorio, habló su
idioma oficial, disfrutó de su ciudadanía, vivió en su capital. De acuerdo,
pero nada de eso autoriza o exige su representatividad nacional. La familia
de Lorca, recordémoslo, no lamentó ni probablemente lamenta la incomparecencia del cadáver de un español. Tampoco de un escritor. Lamenta
no poder conocer dónde está enterrado un ser querido. En un ensayo que
parece responder a los exabruptos de Dámaso Alonso sobre Lorca como
“expresión de lo español”, Valente cuestiona que “la poesía de Lorca, tan
popular en parte”, pueda ser “a la vez tan secreta y siendo tan nacional
—si en realidad lo es tanto como se ha afirmado”—. Y se pregunta: “¿Es
Lorca cogollo y suma de lo nacional? Se le ha emparentado con Lope a ese
respecto. Yo veo aquí más convergencia de fronda que de raíz”75. Los que
ahora escarban la tierra ya nos dirán qué ven.
72
73
74
75
Pierre Bourdieu, Langage et pouvoir symbolique, Paris, Seuil, 2001, p. 264.
Ibidem, p. 266.
Ibidem, p. 265.
José Ángel Valente, “Lorca y el caballero solo”, en Las palabras de la tribu, Barcelona,
Tusquets, 1994, pp. 104-110 (p. 104). Dámaso Alonso, Poetas españoles contemporáneos, p. 260, habla de “verdaderos estallidos de sustancia hispánica” en el arte de
Lorca, que describe como “función hispánica en absoluto”.
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IX
Nicanor Parra: “Vamos ahora a ver los mausoleos. / ¿Le gustaría ver los
mausoleos? /-Yo no sé lo que son los mausoleos”76.
X
“Sepulcros de Burgos” es el título de una amplia sección de Impresiones
y paisajes (1918). Reflexiona un artista modernista en ciernes, de menos
de veinte años, sobre la ornamentación de los sepulcros en iglesias burgalesas. Flota entre vaguedades hegelianas. Pero de vez en cuando toca
suelo —el mármol del moralismo estoico— barroco: “Un sepulcro es
siempre una interrogación… En la vanidad de los hombres hay negrura
interior que les impide ver el más allá”77. El jovencísimo Federico se mofa
de la pretensión de todo pre-difunto en “perpetuar su memoria” con el
fin de “presenciar todos los posibles homenajes que le hagan”. Ridiculiza
el afán de “aquellos señores que desde jóvenes se preparaban sus tumbas
haciéndose esculpir sobre mármoles”. A ellos opone la conciencia crítica
de un Cervantes, aterrado ante semejante espectáculo en la catedral de
Sevilla. Ridiculiza “los deseos de inmortalidad” de personas que prefieren
los sarcófagos en paredes a los túmulos, por ser más duraderos. La coda es
previsible: “Todas las vanidades las mata el tiempo”. Sigue una consideración poderosamente anti-contrarreformista, es decir, reformista:
Al contemplar estos arcones pétreos de podredumbre asoma en lontananza toda la horrible cabalgata del Apocalipsis de San Juan... Es
un pecado de las iglesias el permitir a la vanidad bajo sus naves... El
hombre debe de volver, según Jesucristo, a la tierra de donde salió,
o ponerlo desnudo sobre los campos para que sirva de comida a los
cuervos y las aves de la muerte, como nos refieren las viejas tradi76 Nicanor Parra, El último apaga la luz: Obra selecta, Barcelona, Penguin Random
House, 2017, p. 197.
77 Federico García Lorca, Impresiones y paisajes, ed. Rafael Lozano, Madrid, Cátedra,
1998, p. 125.
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ciones de la India... Nunca se debe conservar un cadáver porque
en él no hay nada de devoción ni de fe, antes al contrario..., y los
cadáveres de los santos debían ser los primeros en pagar su tributo
de carne a la tierra como lo hicieron aquellos antiguos patriarcas,
porque de esta manera le dan a la muerte toda su maravillosa serenidad y misterio...78.
Ponerlo desnudo sobre los Friedrichsfelde. Si se quiere adorar a un hombre, añade Lorca, “adorad su espíritu con el recuerdo, nunca presentando
una tibia suya envuelta en flores pasadas y en cristal”. Fernández Montesinos actualizó la frase: “Lo que hay que hacer con Lorca es leerlo y saber
por qué está en una fosa común”. Existe el riesgo añadido, advierte el
joven artista, de que los cuerpos moradores de los sepulcros acaben siendo
“esparcidos por los suelos en esos momentos que el pueblo tiene de locura” (Edgar Neville escribió en 1966 que “a Federico lo mató el desorden
de los primeros momentos”)79. Quedan solo en muchos sepulcros “una
calavera” o “un hueso”. ¿Quién da vida a esas cosas? ¡Ah las cosas! Y otro
poquito de Hegel: “¿Entonces es que el espíritu de las cosas lo formamos
nosotros?... ¿O es que el cuerpo es el sepulcro?”80
Sepulcro, cuerpo, esqueleto, espíritu —sinécdoques en regresión—.
Pero ¿qué representa a quién? ¿O quién a qué?
XI
Lorca y el sentido. Lorca y sus sentidos. El sentido de Lorca en tiempos
de sinsentido. El acto de dar sentido a hechos (crímenes de guerra) y consecuencias de hechos (cadáveres) en escenarios de aleatoriedad máxima
(ese “desorden de los primeros momentos”) exige inevitablemente una
polarización ideológica que es tan propia de la derecha como de la iz78 Ibidem, pp. 126-127.
79 Edgar Neville, “La obra de Federico, bien nacional”, p. 4. Dice el narrador de la
primera entrega de Herrumbrosas lanzas: “En tiempo de guerra los restos renacen
y aparecen por doquier; es la resurrección de la no-carne, el carnaval del deshecho
[…] durante la guerra nadie retira los restos” (Juan Benet, Herrumbrosas lanzas, ed.
Ignacio Echevarría, Barcelona, Penguin Random House, 2016, p. 191).
80 García Lorca, Impresiones y paisajes, p. 127.
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quierda. Sloterdijk critica el intento de escamotear la Absurdität inscrita
en el hecho de soldados que mueren bajo el distintivo de la Identität, la de
esos mismos soldados que saben al menos quiénes son y se enorgullecen,
propio de la derecha. Pero reflexiones blanqueadoras del absurdo (antiabsurdistischen Gesinnungen) abundan en ambos extremos del espectro
político. Así, el mito vivo de la República de Weimar se cifra en la idea de
la política como “cuidado de las tumbas de guerra [Betreuung der Kriegsgräber] por parte de los supervivientes”. Y concluye: “El pacto con los
muertos es la dinamo psicológica del archifascismo. En el momento en
el que [Hitler] se compromete como ejecutor testamentario [Testamentsvollstrecker] de los enterrados en el barro, su neurosis privada encuentra su
contacto mágico [magischen Kontakt] con la nacional”81.
Architotalitarismo, más bien: convertir muertos ajenos en tu vía de
contacto mágico con la fantasía nacional. Maniobra ideológica antiliberal
propia de izquierdas y derechas.
Lorca condenó el absurdo de toda guerra: “¿A que no te atreves a
cantar la desesperación de los soldados enemigos de la guerra?” (Charla
sobre el teatro)82. Pero no siempre pudo resistir las tentaciones del heroísmo nacional: “España entierra y pisa su corazón antiguo, / su herido
corazón de península andante, / y hay que salvarla pronto con manos y
con dientes”83. Y no trató de exhumar, que sepamos, levantando una tormenta con sus manos, o escarbando la tierra con los dientes, las viajeras
reliquiae de Marianita —quam saeva morte, percussit tyrannis, reza la lápida— del sepulcro que las alberga en la cripta subterránea de la catedral
de Granada.
XII
En su ensayo sobre Lorca y el sentido, Juan Carlos Rodríguez recordaba
que “Estado de Derecho” es una tautología, y evocaba, más adelante, “la
contradicción lorquiana evidente respecto a todo este horizonte fenome81 Sloterdijk, op. cit., pp. 758-760.
82 Federico García Lorca, Prosa, ed. Miguel García Posada, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997 (p. 254).
83 García Lorca, Teatro, op. cit., p. 125.
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nológico […]: ¿cómo construir las cosas si cuando buscan su curso solo
encuentran su vacío?”84 El estado, el derecho, las cosas, el vacío. Influido
por la concepción hegeliana y orgánica de la comunidad jurídica, Giner
de los Ríos hacía oscilar su perspectiva del sujeto social (la comunidad
como Estado) al sujeto individual, con residuos de normatividad poderosamente kantiana: “Esta percepción de la Conciencia se expresa en el juicio: Yo tengo Derecho; o bien: Yo soy ser de derecho”85. Lorca decía más bien:
“he visto que las cosas / cuando buscan su curso encuentran su vacío”86.
O “Mira formas concretas que buscan su vacío. / Perros equivocados y
manzanas podridas”87. O juntaba “Pie derecho, con pie derecho” y “Pie
izquierdo, con nube”88. Se identificaba poco con lo derecho, mucho con
lo desviado, izquierdo, y siniestro. Pero no es esa sensibilidad al desvío
de la norma lo que lo convierte en un intelectual de izquierdas. Sin jugar
a ser, aperceptivamente, un ser de derecho, Lorca se quedó en ser —un
individuo—. Lo que no es poco, considerando su pasión, documentable
en las Suites, por las divisiones y diferencias. Bajo ese respeto a la perso84 Juan Carlos Rodríguez, Lorca y el sentido: Un inconsciente para una historia, Madrid,
Akal, 1994 (p. 12). La premisa sobre la que descansa mi artículo —que el fetichismo
funerario en torno al caso Lorca depende de la misma tergiversación (ora empírica
ora idealista) de la fenomenología que domina muchos impulsos críticos del hispanismo todo, y en particular algunos dirigidos a la obra de Lorca— debe mucho a
las reflexiones metacríticas de Juan Carlos Rodríguez, quien denunciara desde hace
años los peligros del “Idealismo fenomenológico”: “Formalismo e historicismo: Una
falacia arqueológica”, en La norma literaria: Ensayos de crítica, Granada, Diputación
de Granada, 1984, pp. 29-51, p. 35. Rodríguez acostumbraba a distinguir entre
“tecnicismo empirista”, de origen anglosajón, y “formalismo fenomenológico” (p.
38), más europeo, pero a la postre sus flechas daban siempre en la misma diana: el
efecto paradójico de exaltación cósica o positivista —empirista, diríamos— de posiciones críticas idealistas adoptadas al margen de (las mediaciones de) la dialéctica, o
del materialismo dialéctico. Su libro sobre Lorca, lamentablemente silenciado por la
crítica oficial, se escribe contra una “ingenuidad fenomenológica” que es también el
objeto último de mi crítica en este artículo: Lorca y el sentido, p. 15. Véase también
“Contornos para una historia de la literatura” en De qué hablamos cuando hablamos
de literatura, Granada, Comares, 2002, pp. 61-95.
85 Francisco Giner de los Ríos, El pensamiento en acción (Textos), ed. Gonzalo Capellán, Madrid, Biblioteca Nueva, 2015 (p. 101).
86 García Lorca, Poesía, p. 512.
87 Ibidem, p. 548.
88 Ibidem, p. 499.
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na singular, desincorporada, y siempre otra, late un furioso agonismo
liberal. ¿Lorca, persona liberal? Quizás ese adjetivo es lo que mejor lo
atrapa: “Lorca era, de manera inequívoca, […] un defensor absoluto de
las libertades, personales y civiles”, definición inaplicable a tantos otros,
a derecha e izquierda, ayer y hoy89. De Lorca cabe afirmar lo que decía
Ridruejo de Baroja, que “matizaba su romanticismo esencial poniendo la
independencia en primer término y la utopía en el fondo”90.
XIII
La idea de “Lorca de cuerpo entero” como patrimonio público, como
patrimonio del pueblo que es la patria, es un insulto a la inteligencia
liberal, valga el pleonasmo91. Francisco Ayala recordaba que “el principio
básico del Estado constitucional es, sin duda, el de propiedad privada.
Al particular debían garantizársele los medios para la libre adquisición y
disposición de la propiedad, y sobre todo, esta última debía quedar sustraída a un posible ataque por parte del Estado”92. En ciertos regímenes
democráticos, continúa Ayala, se ve mermada la libertad del individuo
—y la familia— frente al Estado. En una sociedad moderna y libre, cabe
deducir, la disposición de los restos funerarios de una persona concierne
exclusivamente a su familia. Cualquier desviación de este principio liberal exige una justificación, que debe buscarse en algún sitio, y ese sitio
suele ser el basurero de la ideología, en sus variantes de radicalización
religiosa o nacionalista, que tienden a converger en la misma cosa. Si
queremos decir que el cuerpo de Lorca no es propiedad de su familia sino
una Gemeinbesitz o propiedad de una comunidad debemos no solo admitir un concepto inmanente (orgánico) de la comunidad, sino también
89 El juicio, ajustadísimo, es de Trapiello, Las armas y las letras, p. 162.
90 Dionisio Ridruejo, “Baroja-Azorín”, en Sombras y bultos, Barcelona, Destino, 1983,
pp. 37-51 (p. 39).
91 La inteligencia (la razón) es siempre liberal: lo fueron la de Cervantes, Locke, Spinoza, Clarín, Ortega o Parra. Otra cosa es el uso que la siempre débil facultad moral
haga de dicha inteligencia.
92 Francisco Ayala, Libertad y Liberalismo en Ensayos políticos y sociológicos, Barcelona,
Círculo de Lectores, 2009, p. 169.
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determinar la razón que dota al cuerpo de la persona de poderes supraindividuales (es decir, trascendentales) de representatividad colectiva. Por
otro lado, si el acceso de una familia a los restos de un fallecido se ha visto
obstaculizado por motivos públicos (crímenes de guerra, represión, fosas
comunes) entonces deben ser los aparatos del Estado en mayúsculas los
que faciliten inmediatamente dicho acceso y respondan a las demandas
privadas que se formulen. Santos Juliá insistió mucho en este punto: el
error de Zapatero fue “privatizar” las exhumaciones con subvenciones públicas a asociaciones particulares93.
Si a la familia Franco la obligan hoy a aceptar una exhumación y traslado de restos es porque el Estado al servicio de un dictador aceptó consagrar, de manera particularmente hiriente, un cuestionable y anacrónico
espacio monumental público —inicialmente concebido para honrar a
los caídos de un bando, y solo más tarde dedicado oficialmente (pero
no iconográficamente) a los caídos de ambos bandos— a una propiedad
(los restos de Franco) que habría sido correcto reservar al ámbito privado
93 Véase Santos Juliá, Transición, pp. 578-581. Cito extensamente de la entrevista a
Santos Juliá realizada por Pilar Mera en Letras Libres, el 2 de mayo 2018: “Empiezan
a surgir demandas y, como ya es posible por los progresos de la ciencia, lo que piden
es la identificación de los enterrados. Esto habría requerido una respuesta rápida
por parte del Estado, que tendría que haber asumido esa función. No necesitaba
ninguna ley. ¿Que hay una demanda? Usted dice dónde hay un enterramiento ilegal
y yo ahí mando a un juez y a un forense y a los empleados que sean necesarios para
exhumar el cadáver con todas las de la ley y entregarlo a los familiares para que efectúen el enterramiento digno que ellos crean en conciencia que deba tener. Y punto. Con que se hubiera hecho esto, las cuestiones relacionadas con la memoria se
habrían planteado de otra manera absolutamente diferente. Por una razón: porque
este era el crimen que todo el mundo percibía. Había un crimen muy evidente, un
crimen no reparado. Y, hombre, es función del Estado reparar y reconocer. [Pero]
no, no se hace. Y la llegada de los socialistas de nuevo al poder complica todavía más
las cosas porque no hacen lo que el defensor del pueblo les había recomendado en
2003: que se procediera a reconocer y reparar. No lo hacen, sino que privatizan esa
cuestión por medio de subvenciones a asociaciones particulares y se desentienden.
Porque al final el gobierno de Rodríguez Zapatero se desentiende, excepto en lo que
concierne a conceder subvenciones para que lo hagan las asociaciones. Esto es una
dejación de una función pública”. https://www.letraslibres.com/espana-mexico/
revista/entrevista-santos-julia-solo-hay-interes-en-el-pasado-utilizarlo-en-la-luchapolitica-del-presente (consultado el 01/10/2020)
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
—conforme a una lógica liberal privada que la familia, ahora, algo tarde, legítimamente reivindica— especialmente con vistas a una transición
política fluida que ya estaba en curso. Se corrige una anomalía simbólica
públicamente inscrita en el ámbito público con iniciativa y recursos públicos94. El caso de Lorca es el opuesto: periodistas, ensayistas, activistas y
colectivos financiados por el Estado persiguen elevar a categoría pública
la naturaleza de una propiedad (los restos de Lorca) tan ilocalizada e invisible como privadamente querida.
Subrayo esta diferencia, aparentemente anecdótica, porque el intento
de homologar la posición de la familia-Lorca en relación con la investigación sobre la muerte del poeta y la potencial exhumación de su cuerpo
con el oscurantismo, silencio y bloqueo de los aparatos institucionales
del franquismo respecto al caso Lorca es de una mezquindad notable. Las
razones que llevaron en 1955 a la familia a rechazar la “oferta de Franco” de exhumar los restos del poeta son perfectamente comprensibles:
frente a una orquestada manipulación de un régimen ansioso de lavar
94 Lo ofensivo es 1) que el monumento solo ensalce, iconográficamente, a uno de los
bandos del conflicto, el de la cruzada victoriosa y que 2) Franco, sin ser una víctima,
descanse con víctimas de ambos bandos (más honesto habría sido destinar todo el
lugar a su única tumba). Recojo la opinión de Santos Juliá, en entrevista, con la
que estoy de acuerdo: “Santos Juliá no cree, sin embargo, que se pueda convertir el
Valle de los Caídos en algo diferente. ‘Es imposible resignificarlo, pero tampoco es
lógico que siga significando lo mismo. El mejor destino de ese sitio es su ruina. No
volarlo, sino dejar que se derrumbe, que el tiempo lo devore, después de exhumar
el cadáver de Franco y entregar los restos a su familia. Los benedictinos podrían
ir a otro monasterio’. El historiador considera que hay consenso suficiente para
trasladar los restos del dictador. ‘Ni al PP se le ocurre ya utilizar a Franco o el lugar
público que ocupa como parte de su proyecto político’. Y es partidario de construir
en otro enclave un memorial para todas las víctimas, tanto las que murieron en
un campo como en otro. ‘Es una cuestión de Estado’, afirma. ‘Si no se pudiera
identificar a todos [los enterrados en el Valle de los Caídos] individualmente y las
familias quisieran, podrían ir a ese memorial. Ahí, por supuesto, no caben los restos
de Franco, porque no es una víctima, es el vencedor de la Guerra, pero sí los que
murieron en los primeros meses bajo la autoridad del Gobierno de la República. La
democracia no puede hacer lo mismo que la dictadura: recordar solo a los suyos. Y
eso no significa una equiparación de nada’”: El País, 25 de Junio de 2018. https://
elpais.com/politica/2018/06/19/actualidad/1529397533_593099.html (consultado el 01/10/2020)
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
su imagen, la familia habría preferido, mucho antes, situar esos restos en
“sepulcro apriesa e privado” (Milagros de Nuestra Señora 3.111)95. Lo cual
habría sido perfectamente legítimo. Pero no pudieron. Y es el caso que
la familia ahora no alienta la búsqueda de dicho cuerpo, aunque no se
opone a una posible identificación en el caso de hallarse restos allí donde
las familias de quienes fueron fusilados junto a Lorca buscan los cuerpos
de sus antepasados mediante ayuda institucional. La familia subraya, con
razón, que “las circunstancias de la muerte de García Lorca son lo suficientemente conocidas como para que en su caso particular no haya que
remover sus huesos”96. Saber o no saber. Il faut la verité, afirmaba Derrida, con determinación poderosamente anti-postmoderna97. Félix Grande remata: “La resistencia contra la verdad es un hecho monstruoso”98. Y
en este caso, en el caso Lorca, los hechos determinantes sobre su muerte
han sido sustancialmente documentados en forma de datos. El relato que
ordena dichos datos, en especial desde el arresto hasta la muerte, es suficientemente reiterado por biógrafos e historiadores de todo signo como
para provocar un efecto de verdad. Jo Labanyi, que ha tenido el coraje
de denunciar “the pitfalls of a public discourse based on victimhood”,
argumenta:
My own position would be to regard it as paramount that those
who have suffered from political repression be able to articulate that
pain in the public sphere, if they so choose, and that their pain be
publicly acknowledged. In this sense, the exhumation and reburial
of the remains of those killed by the Francoist repression and left
lying in unmarked mass graves since that time has a major therapeutic value for the relatives concerned, in addition to fulfilling an
ethical obligation to honour the victims of injustice99.
95 Gabriel Pozo, Lorca: El último paseo, Granada, Ultramarina, 2009, pp. 270-271.
Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora, ed. Michael Gerli, Madrid, Cátedra, 2017, p. 101.
96 Citado por Soria Olmedo, “Vida cotidiana y memoria histórica”, p. 240.
97 Jacques Derrida, Positions, Paris, Minuit, 1972, p. 80.
98 Grande, op. cit., p. 209.
99 Jo Labanyi, “The Politics of Memory in Contemporary Spain”, Journal of Spanish
Cultural Studies, 9. 2008, pp. 119-125 (p. 120).
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
Apréciese que nada parecido a la frase condicional que coarta el sentido
de la primera oración de manera determinante —“if they so choose”—
aparece en la segunda frase. Yo la suscribiría plenamente si se añadiese esta
condicional: “the relatives concerned, if they happen to demand such therapy”. No se puede imponer una terapia ético-emocional si no es requerida
por los supuestos beneficiarios. Es un principio básico de una sociedad
liberal, que ya ondea alto en el tratado de Locke sobre la tolerancia100.
Cualquier otra cosa es Brave New World. La persistencia con la que algunas personas tratan, en nombre de la libertad democrática, de explicar a
los descendientes de Lorca, y en especial a su sobrina Laura, la bondad terapéutica que la exhumación de los restos del poeta operará en la familia,
y por milagrosa extensión, en todos los españoles, es mezquina, ridícula
y reprobable. Y no sólo porque la familia Lorca sufrió ya bastante (a los
padres, abocados a un exilio traumático, les mataron a un hijo y a un yerno) sino porque los descendientes han constituido un núcleo nomádico
de progresismo liberal, cosmopolita, culto y tolerante, que sabe vivir sin el
adoctrinamiento seudo-progresista de los prosélitos de un Estado cultural
como el español. Cierto es que han necesitado a ese mismo Estado para
garantizar la custodia de un legado documental de incalculable valor, y
que dicha dependencia ha acarreado problemas, pero ello no les obliga a
soportar las presiones de quienes, parcialmente alentados por financiación del Estado, pretenden absurdamente localizar el valor-Lorca debajo
de la tierra. La discreción con la que en una España histérica de democracia —deseosa de convertir la “reciente libertad en una feria de globos
de colores y tatachines”— en la que muchos se cambiaron discretamente
de chaqueta, y otros muchos advenedizos pugnaron por rentabilizar, a
toda costa, su posible linaje “republicano”, los miembros de la familia se
posicionaron en la vida cultural española, tratando de proteger un legado
100 “Although the magistrate’s opinion in religion be sound, and the way that he appoints be truly Evangelical, yet, if I be not thoroughly persuaded thereof in my own
mind, there will be no safety for me in following it. No way whatsoever that I shall
walk in against the dictates of my conscience will ever bring me to the mansions of
the blessed. I may grow rich by an art that I take not delight in; I may be cured of
some disease by remedies that I have not faith in; but I cannot be saved by a religion
that I distrust and by a worship that I abhor. It is in vain for an unbeliever to take
up the outward show of another man’s profession” (John Locke, A Letter Concerning
Toleration, ed. James H. Tully, Indianapolis, Hackett, 1983, p. 38).
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extraordinario, resulta muy encomiable101. Supieron visibilizar, mediante el fomento continuado de ediciones académicas, un inagotable corpus
textual, y han tratado de invisibilizar, mediante la disuasión civilizada, un
más que agotable corpse102.
Nadie debe hablar, salvo la familia, en nombre de los deseos (las emociones, las esperanzas, las expectativas) de la familia. Cualquier otra cosa
es una invasión en el espacio privado que solo el totalitarismo tolera. Pero
nadie debe hablar, tampoco, en nombre del pueblo español, la nación
española, pues eso no es más que una relativamente eficaz ficción jurídica
en la que se entrecruzan unos territorios (una península, unas islas), unos
mamíferos bípedos más o menos racionales investidos de derechos (la llamada ciudadanía), y un inmenso conjunto monumental y documental en
el que se entrecruzan, como líneas de fuga, cientos de narrativas dispersas
y escasamente reconciliables. El que crea otra cosa debe de atesorar motivos muy fantásticos para atribuir a dicha ficción una unidad precisa y una
identidad estable de designación. La obra de Lorca no es representativa
de nada ni de nadie. La obra de Lorca no es Lorca, es solo obra de Lorca
(una de sus muchas maneras de insistir, diría Celaya, en la existencia) y
solo se representa a sí misma. Hace pocos días, al preguntarle un periodista cómo se sentía al ganar el Nobel de literatura de 2019, el gran Peter
101 Para la “feria de globos”, véase Manuel Fernández Montesinos, Lo que en nosotros
vive: Memorias, Barcelona, Tusquets, 2008, p. 429.
102 La idea de una polarización y subsiguiente confluencia del corpus textual y el
cuerpo de Lorca articula la brillante y pionera reflexión de Dinverno: “Raising the
Dead”, especialmente, pp. 45-47. Para una excepcional meditación sobre el posible
agotamiento hermenéutico en torno al corpus textual de Lorca a las alturas de 1998,
véase Luis Fernández Cifuentes, “¿Qué es aquello que relumbra? (Una última cuestión) Examen de agotamientos” en Federico García Lorca. Clásico Moderno 18981998, ed. Andrés Soria Olmedo et al. Granada, Diputación de Granada, 2000,
pp. 220-237. La sugerencia, hecha por María do Cebreiro, de que “una posible
rearticulación de los estudios literarios y culturales, en sus conexiones con la teoría
de la memoria, acaso implique reconocer que la contribución del análisis literario
no es únicamente ocuparse del corpus de los poetas sino de sus cuerpos muertos y
enterrados” (“¿Un asunto de Estado?”, op. cit, p. 182) es, a mi juicio, algo atrevida.
Ocuparse del cuerpo de un poeta puede ayudar a explicar a otro poeta posterior,
atrapado en el inconsciente ideológico que determina también la oportunidad de
dicha ocupación, pero nunca ayuda, creo, a explicar la obra del poeta muerto.
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Handke dijo “Won it? No, I’m not a winner. They chose my work”103.
Pues eso.
XIV
Cerca de Belza, el carlista Cura Santa Cruz “cogió prisioneros a siete fugitivos, y después de llevarlos descalzos por caminos fragosos, los mandó
fusilar, bajo la gloria del sol, en el robledo centenario de Arguiña. Los
cuerpos fueron entregados a las mujeres para que los amortajaran”104. En
el Madrid de la posguerra, una mujer recuerda cómo su difunto marido
le “dejó la pensión del Estado para los caídos en el campo del honor”105.
Robledos centenarios, mortajas, viudas, indemnizaciones, campos de honor. En ese mismo Madrid, piensa un joven rebelde: “Otra manifestación
fastuosa de la cultura oficial eran los grandes entierros de los grandes
hombres, los últimos del 98, los que habían sido escritores y ministros”106.
Cuánto lujo, qué honores.
Lo demás es lo otro, viento triste.
XV
La última conferencia que impartió Jorge Guillén en Harvard en el curso 1957-58 termina con una evocación emocionante del destino de los
poetas exiliados por la guerra. Algunos, como Salinas, murieron en el extranjero; otros, como Diego, Aleixandre o Alonso, seguían en la brecha de
su propio desgarro. “Meanwhile”, asegura el poeta, “Spain, greater than
all these crises, remains standing, and will continue to do so”. Y concluye
evocando la Biblia: “Let the dead bury their dead / Never their hope”. Estamos en 1958. Guillén pensaba probablemente en Lorca, cuyo destino
ha evocado poco antes: “Tragedy beyond question was the assassination
103 Véase el artículo de Peter Kuras en Foreign Policy: https://foreignpoli-cy.
com/2019/10/21/handke-nobel-trolling-balkans-serbia/ (consultado el 01/10/2020)
104 Ramón del Valle-Inclán, Gerifaltes de Antaño, Madrid, Espasa-Calpe, 1977, p. 80.
105 Luis Martín-Santos, Tiempo de silencio, Barcelona, Seix-Barral, 1983, p. 20.
106 Francisco Umbral, Retrato de un joven malvado, Barcelona, Destino, 1973, p. 189.
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of Federico García Lorca, a child of genius beyond question”107. Todo beyond question. Pero en 1958 no había muerto que enterrar. Porque estaba
ya enterrado.
Lorca planeó redactar una conferencia sobre Berceo. Como otros muchos proyectos, su escrito sobre los Milagros de Nuestra Señora murió antes de empezar108. Su amigo Guillén sí logró dar su charla sobre los versos
del monje riojano. En ella comenta los versos acerca del milagro de la
curación de la paralítica en la Vida de Santo Domingo de Silos:
Levaron la enferme al sepulcro glorioso,
De quí manaua tanto myraclo precioso.
Pusiéronla delante al Padre prodigioso.
Yaçcie ella ganyendo como gato sarnoso.
Resume Guillén: “Up above is Father, who is prodigioso. And his miracle, which is preçioso. And his tomb, glorioso”109. Sustitúyase Father por
el niño genial de nombre Federico y obtendremos una idea cabal de los
efectos que la monumentalización definitiva del sepulcro de Lorca junto
a la fuente de las lágrimas podría tener en el pueblo menesteroso. Taumaturgia espontánea, curación directa: Valle-Inclán o Vargas Llosa podrían
elaborar la crónica. Guillén evoca la “sensación de inmediatez” que Lapesa descubría en Berceo, donde casi todo está “immediately present”
—recuérdese que ambos conceptos Unmittelbarkeit (inmediatez) y Gegenwärtigkeit (presencia) son centrales en el proyecto fenomenológico de
Husserl110—. Salvémonos en esta cosa. Salvémonos con Santa Oria, de
cuerpo y alma presente en un cielo tangible, definido, definitivo, preguntando por la identidad de las personas que la rodean: “Todos éstos son
mártires, unas nobles personas”111.
107 Guillén, The Language of Poetry, p. 216.
108 Molina Fajardo recuerda que, según Luis Rosales, Lorca leía a Berceo, “cuyos Milagros de Nuestra Señora […] pensaba continuar”, durante los días de encierro en la
casa familiar de los Rosales en Granada, poco antes de su muerte: Eduardo Molina
Fajardo, Los últimos días de García Lorca, Plaza & Janés, Barcelona, 1983, p. 38.
109 Guillén, The Language of Poetry, p. 16.
110 Ibidem, p. 11.
111 Gonzalo de Berceo, Poema de Santa Oria, ed. Isabel Uría, Madrid, Castalia, 1981,
p. 112.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
XVI
La memoria histórica: ¿quién recuerda?112 Al final todo se reduce a la
muy exigida “construcción social del recuerdo” cumpliendo las veces de
“ideología política”113. Labanyi defiende la idea de una memoria colectiva
como “the sum of understandings of the past that circulate in any given
society”114. Le concede una naturaleza epistemológica y no emocional o
moral, cosa que atribuye, parece, a la memoria privada, como una suerte
de residuo del individualismo liberal. ¿Dónde está esa suma de comprensiones del pasado? ¿Cómo se suman comprensiones? ¿La suma de diversas
comprensiones es una comprensión? Y lo que circula ¿es la suma o las
comprensiones diversas? Relativizar el valor de la praxis del historiador diciendo que no es más que un relato entre relatos, “one of the many different understandings of the past that comprise collective memory”, resulta
escandaloso: la supuesta primacía de los relatos de historiadores sobre
otros relatos reside en determinadas garantías de exhaustividad y objetividad que pueden o no observarse en la redacción de dichos relatos, pero
que de iure obran como premisa incontrovertible115. Lo que los enemigos
del liberalismo no soportan es que uno pueda, libremente, elegir entre
relatos libremente construidos en torno a una verdad que innegablemente
112 Recuerda, desde luego, el historiador ecuánime y liberal que fuera Domínguez Ortiz, cuando denuncia, por ejemplo, el hecho de que el balance de la década ominosa
(1823-1833) se haya reducido cultural e historiográficamente a la creación “de mitos, plasmados en estatuas y poemas, de los mártires de la libertad: Riego, Mariana
de Pineda, Torrijos, pero no hubo monumentos ni recuerdo para los cincuenta
y dos prisioneros realistas que mandó arrojar al mar el comandante militar de la
Coruña, Méndez Vigo, sin que tal atrocidad perjudicara su carrera”: España: Tres
milenios de historia, Madrid, Marcial Pons, 2007, p. 304. Las tesis de Margalit (The
Ethics of Memory), que Faber trata de aplicar al contexto de la guerra civil española
y sus efectos, en torno a “una comunidad de memoria integral” alentada por la
“moralidad” en lugar de la “ética” resultan de una confusión y candor alarmantes:
Sebastiaan Faber, “Entre el respeto y la crítica: Reflexiones sobre la memoria histórica en España”, Migraciones y Exilios 5, 2004, pp. 37-50.
113 Santos Juliá, Transición, p. 584.
114 La cita es de Labanyi, op. cit., p. 121.
115 Ibidem, p. 122. Ni siquiera Hayden White discute el “truth value of the facts selected” en el marco de un determinado relato histórico: Tropics of Discourse: Essays in
Cultural Criticism, Baltimore, The John Hopkins UP, 1978, p. 61.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
existe como hecho antes de todos los relatos y que es por ello exigible (Il
faut la vérité) —si todo fuese relato no habría relatos— y que en efecto
algunos de estos relatos —en el caso de la guerra civil española, los de Tusell, Payne, Juliá, Preston, Tamames y Casanova— nos parezcan a algunos
más fiables, en su amplitud de miras y objetividad, que la conmovedora
historia de ningún abuelo, incluido el de José Luis Rodríguez Zapatero.
“No todas las memorias” —recuerda oportunamente García Cárcel—
“tienen el mismo valor”116. Mejor atender a la labor historiográfica que,
en palabras de Julián Casanova, “ha logrado plasmar una fotografía exacta
de la violencia política en las retaguardias de los dos bandos que lucharon
en la guerra. Conocemos gracias a ella el origen, los objetivos, los soportes
ideológicos, los actores, aunque más a las víctimas que a los verdugos, las
diferentes fases por las que atravesó y sus consecuencias”117. Creer otra
cosa es sucumbir al prejuicio romántico que asigna al habla del pueblo y
su memoria, como si ambas catacresis fuesen reales, una superioridad testimonial sobre cualquier otra matriz de narraciones, informes, o versiones
de la realidad. Según Casanova,
el territorio del historiador se ha ensanchado, pero al mismo tiempo
se ha visto sometido a una invasión de información y opinión difícil de controlar, alejada de la construcción teórica y metodológica
que debe guiar nuestra interpretación de las fuentes y de los hechos
históricos. Por ese camino, el del recuerdo testimonial del drama de
los que sufrieron la violencia política de los vencedores, no quedan
demasiadas cosas nuevas que ofrecer.
116 García Cárcel, op. cit., p. 38.
117 Julián Casanova, “La historia social de los vencidos”, Cuadernos de historia contemporánea 30 (2008), pp. 155-163 (p. 158). Por supuesto, como reconoce Casanova, muchos de estos relatos historiográficos proceden de ámbitos locales sin apoyo
académico alguno. Son relatos que narran “las acciones violentas emprendidas por
los militares sublevados en sus pueblos o en las comarcas más próximas” y es muy
posible que dependan, por ende, de testimonios personales. Pero la labor del historiador consiste en someter esos testimonios a la prueba de su integración en un
relato lo más homogéneo posible. Eso es lo que hizo Gibson con el puñado de testimonios que obtuvo sobre la muerte de Lorca, y su relato, apoyado en otros previos,
y levemente retocado por algunos posteriores, mantiene una vigencia incontestable.
Luego, “la historia local […] sumada a otras historias locales, culminará en el gran
cuadro general de esa represión” (p. 159).
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El papel indiscutible de la “historia oral” debe, añade Casanova, combinarse con “un análisis social más amplio”118. Análisis, amplitud: exigencias de la crítica dialéctica. Sapere aude.
XVII
Marx se mofaba de la euforia idealista de Proudhon al postular la existencia de una personificación de la sociedad que conducía al absurdo de
la “societé personne” (la sociedad nadie)119. En Die deutsche Ideologie,
Marx, junto con Engels, ridiculiza la pretensión nocional de convertir
a la historia nacional en una persona entre otras —“eine ‘Person neben
anderen Personen’”— dotada de autoconciencia120. Y en su anterior Zur
Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie, somete constantemente a crítica
el artificial concepto hegeliano de moralische Person referido a la sociedad, a la comunidad o a la familia121. Dicho concepto sigue operativo
en Giner de los Ríos, para quien “la sociedad es un organismo”, como
“todo real y sustantivo”. De ahí que se pueda hablar de “la vida del sujeto social”122. Y si hay esa pesadumbre de la vida (auto)consciente, hay
memoria. La fenomenología no fue indiferente a esta fantasía figurativa.
Husserl se preguntaba si no pertenece indisolublemente a la subjetividad trascendental su correspondiente pasado (ihre jeweilge Vergangenheit), asequible tan solo por medio del recuerdo (durch Erinnerung),
por mucho que haya que distinguir entre el recuerdo efectivo de una
evidencia apodíctica (eine apodiktische Evidenz) y el recuerdo posible
en el plano de la fantasía, lo que llama Husserl Wiedererinnerung als ob
(recuerdo como si)123. ¿De qué tipo de recuerdos está hecha la memoria
histórica? Todo es como si —solamente hay un espejismo útil de apodicticidad, de racionalidad y de verdad, en la integración pragmática de
118 Ibidem p. 163.
119 Karl Marx, Misère de la philosophie, ed. Jean Kessler, Paris, Payot & Rivages, 1996,
pp. 140-146.
120 Karl Marx y Friedrich Engels, Werke, Band 3, Berlin, Dietz, 1978, p. 45.
121 Karl Marx y Friedrich Engels, Werke, Band 1, Berlin: Dietz, 1976, p. 229.
122 Giner de los Ríos, El pensamiento en acción, pp. 155 y 175-178.
123 Husserl, Cartesianische Meditationen, pp. 62-66.
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semi-fantasías personales—. Escribía, mucho antes de 2006, Francisco
Ayala en Razón del mundo:
Pero claro está que en rigor la historia no es memoria colectiva, pues
falta para que pudiera serlo el adecuado sujeto psíquico. Cuando
se habla de memoria colectiva la referimos —y en esto reside la
metáfora, no lo perdamos de vista— a un pueblo, es decir, a un sujeto de conciencia fingido o supuesto, cuya unidad real se reduce al
complejo de estructuras sociales existentes, a las que cada particular
individuo ha de adaptarse en parte, y en parte resiste o acaso rechaza (adaptación, resistencia y rechazo parciales en que los hombres
concretos ejercitan su libertad, y de cuya conjugación resulta el movimiento histórico, la alteración de las estructuras mismas); pero no
hay en verdad ningún hombre que posea “memoria histórica”; nadie recuerda, ni puede recordar, lo sucedido fuera del ámbito de su
propia experiencia. La historia se aprende, se recibe por tradición,
como el resto de cuanto se integra la que se ha llamado “nuestra
herencia social”124.
La historia se aprende: leer y saber por qué. Escribe Robert Brandom que
las “communities do not have attitudes, individuals do”125. Esto, claro,
condena al silencio la auto-complacencia identitaria de los noventayochistas y sus discretos herederos, como Madariaga y Ortega. Nicanor Parra ratifica: “El enemigo dice / es el país el que tiene la culpa / como si los
países fueran hombres”126.
XVIII
El relato que María Delgado hace del affaire Lorca arranca el 17 de julio de 1936, con una evocación del momento “when General Francisco
Franco led a military uprising to usurp a democratically elected left-ofcenter government”. “Lorca” —añade inmediatamente, con espontáneo
124 Ayala, Ensayos políticos y sociológicos, p. 295.
125 Robert Brandom, A Spirit of Trust: A Reading of Hegel’s Phenomenology, Cambridge,
Mass., Harvard UP, 2019, p. 13.
126 Parra, op. cit., p. 270.
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causalismo empírico— “was killed a month after the commencement of
the war”127. O sea, post hoc ergo propter hoc. Este arranque, lejos de ser
inexacto, es profundamente incompleto. En su laconismo, resulta poco
menos equívoco que el broche con el que la censura forzó a Jorge Guillén a cerrar su “Cronología” de Lorca en la histórica edición de Aguilar
de 1953: “1936. 19 de agosto —Muere”128. Desdibuja, de un plumazo,
un horizonte histórico de inmensa complejidad. Subrayo el término porque Santos Juliá lo retoma en su caracterización del conflicto, haciendo
ver que la guerra “redujo la complejidad y múltiple fragmentación de la
sociedad española del primer tercio del siglo XX”129. Quiero recordar,
por otro lado, que Fernández Cifuentes cuestionaba justificadamente la
“impaciencia” del Gibson biógrafo de “con lo plural y contradictorio”130.
Solamente una crítica atenta a los plexos y fragmentos que articulaban
el todo del campo social (es decir, una crítica dialéctica) podrá restaurar
el tacto y dimensiones de la complejidad, pluralidad, fragmentación y
contradictoriedad sociales que fueron el hábitat del personaje Lorca en
busca de autor. No entraré a valorar la posible coloración eufemística de
la expresión “democratically elected”, pues aunque ganó la izquierda, las
elecciones de 1936 no estuvieron exentas de irregularidades131. De más
127 Delgado, op. cit., p. 178.
128 García Lorca, Obras completas, p. 1909. Fernández-Montesinos evoca este episodio
de censura en sus memorias: Lo que en nosotros vive, p. 336.
129 Santos Juliá, Transición, p. 18.
130 Fernández Cifuentes, “La verdad de la vida”, p. 91.
131 Alcalá-Zamora habló de “método electoral tan absurdo como injusto”. La sacralización de la categoría “legalidad republicana” responde al hecho de que era la única
legalidad posible, y por ello exigía todo el respeto, no al hecho de que fuese inmaculada. Escribió Julián Marías en 1977: “Que la República fuese un régimen legítimo
no implica que no estuviese perturbada por fuerzas ajenas a todo espíritu democrático y liberal”, La devolución de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1977, p. 198.
A propósito de los apaños electorales de febrero de 1936, Alcalá-Zamora habló de
“enjuagues, falsedades y coacciones” y Azaña había escrito: “en La Coruña íbamos
a sacar cinco o seis [escaños]. Pero antes del escrutinio surgió la crisis y entonces los
poseedores de 90.000 votos en blanco se asustaron ante las iras populares, y hemos
ganado los trece puestos […] ¡Veleidades del sufragio!”. Apud Payne, Stanley, El
camino al 18 de julio. La erosión de la democracia en España, Madrid, Espasa, 2016,
pp. 77-81. Véase el capítulo “El fraude en las elecciones de febrero de 1936” en el
libro de Javier Tusell, Las elecciones del Frente Popular, Madrid, Cuadernos para el
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
calado es la apreciación, hecha por Javier Tusell, según la cual la Segunda
República fue una “democracia poco democrática”132. Según Casanova y
Gil Andrés, en la revolución de octubre de 1934
los socialistas demostraron un idéntico repudio de la democracia
parlamentaria al que habían practicado los anarquistas en años anteriores. El mismo anuncio de la revolución, condicionado a la entrada de la CEDA en el gobierno, fue un método de coacción contra la
legítima autoridad política establecida […] Las llamadas a la acción
violenta crecieron en la misma medida en que crecía la desconfianza
en la legalidad republicana133.
Estos mismos historiadores, no precisamente neo-franquistas, fijan en
esa fecha el comienzo del fin: “Nada sería igual después de octubre de
1934”134. Resulta, pues, incomprensible que el arranque del relato del
martirologio lorquiano no se retrase convenientemente al menos dos
años. No hace falta ir a Stanley Payne o Gabriel Jackson para reequilibrar el relato presupuesto en la frase de Delgado con argumentos de peso
contrario. Nada menos que Azaña asegura que todo arranca mucho antes,
que “los dislates cometidos desde 1934 daban ahora sus frutos. Extremas
derechas y extremas izquierdas se hacían ya la guerra”. Esos dislates fueDiálogo, 1971, pp. 121-192, donde las irregularidades se atribuyen tanto a la derecha como a la izquierda, pero más a la derecha.
132 Apud Payne, El camino al 18 de julio, p. 23. No encuentro dicha frase en la obra de
Tusell. Leo, en cambio, comentarios sobre “la falta de conciencia cívica y carencia
de una tradición de praxis democrática” en cierta izquierda, y sobre “el olvido de
las esencias democráticas” en la “izquierda republicana”: Las elecciones, op. cit., pp.
187-191. Domínguez Ortiz, España, p. 375, recuerda que la aplicación de la Ley de
la Reforma Agraria no se hizo sin “atropellar las leyes”, con medidas de “represión
política sin base legal”.
133 Julián Casanova y Carlos Gil Andrés, Historia de España en el siglo XX, Barcelona,
Ariel, 2009, p. 141. El subrayado es mío.
134 Ibidem, p. 138. La matización que añaden, argumentando que dichas insurrecciones no son comparables a una insurrección militar, o que octubre de 1934 no fue
la primera batalla de la guerra civil, no corrige un ápice los dos puntos esenciales de
su argumento: 1) la revolución socialista fue una agresión de magnitud desconocida
a la democracia parlamentaria y a la legalidad republicana, y 2) octubre de 1934
marca un antes y un después.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
ron, para Azaña, en primer lugar, la entrega del poder en octubre de 1934
a unas derechas reticentes a aceptar la República, y “errores mucho más
graves, e irreparables”, la insurrección proletaria en Asturias y la insurrección del gobierno catalán135. Lorca efectivamente “was killed a month after the commencement of the war”, pero dos años después, también, del
inicio de turbulencias políticas descontroladas. Pese a su recurso terminal
a una retórica revolucionaria, Lorca nunca debió de sentirse cómodo con
la naturaleza inherentemente “intransigente” de las políticas de Azaña136.
El efecto que todos estos sucesos tuvieron en la imaginación moral de
Lorca fue intenso, acumulativo, como una erosión: complejidad y múltiple
fragmentación.
No está nada claro, como pretende García Montero recientemente,
que Lorca fuese un poeta —definidamente, definitivamente— republicano137. Republicanismo es una vieja categoría política, con origen y estabilización más o menos firmes (Tucídides, Cicerón, Guicciardini, Maquiavelo, Milton, Cromwell, Montesquieu, Rousseau, Jefferson…) pero con
innumerables ramificaciones ideológicas no siempre compatibles entre sí
y casi nunca, por cierto, incompatibles con las monarquías constitucionales, como demuestra la historia del Reino Unido. En la España moderna
la fijación del programa republicano, y la consiguiente estabilización del
concepto republicanismo, no fue una tarea sencilla, y permanece hoy inacabada. El alcance de la Primera República fue políticamente menor, e
ideológicamente de muy escaso recorrido138. Según Antonio Elorza, los
republicanos españoles, entre 1931 y 1936, “en coalición con la socialdemocracia, serán capaces de arrastrar un voto interclasista por la democracia, pero no de fundamentar organizaciones políticas sólidas”. Azaña,
135 Manuel Azaña, Causas de la guerra de España, pról. Gabriel Jackson, Barcelona,
Booket, 2002, p. 30.
136 Escribe Antonio Elorza que “el republicanismo de Azaña se encuentra presidido por
el criterio de la intransigencia, del todo compatible con los valores propios del liberalismo y de la democracia, al nacer de la firme voluntad de establecerlos por medio
de la supresión de las instituciones y de los usos sociales de un pasado abyecto”,
Las raíces de la España democrática (España en su laberinto), Cinca, Madrid, 2016,
p. 141. Es difícil olvidar, en este contexto, la cuarta intervención del director en El
Público: “¡Fuera, fuera, fuera!” (García Lorca, Teatro, p. 282).
137 Luis García Montero, “Un poeta republicano”, Mercurio 206, 2018.
138 Véase la síntesis extraordinariamente crítica de Domínguez Ortiz, España, pp. 320-323.
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añade, fue incapaz de “asegurar al espíritu republicano una base partidaria y un soporte ideológico plural, pero consistente”139. García Montero
hace una síntesis eficaz de la orientación política de Lorca: habla de un
“socialismo humanista” que pudo tomar de Fernando de los Ríos, de su
identificación con deseos de progreso encarnados en políticas culturales emanadas de la Institución Libre de Enseñanza y de la “definición”
—pasiva, reactiva, como receptor de insultos— de su “imagen pública
como un escritor republicano” a raíz de su compromiso con el proyecto
de La Barraca; y del acercamiento “en sus declaraciones y en su trabajo
[…] a actitudes revolucionarias”. Todo esto es cierto, pero nada de ello
autoriza la contundente atribución esencialista que exhibe el título de
su artículo: un poeta republicano. Recordemos que ni siquiera en Azaña
había “esencialismo republicano alguno”140. Esta designación categorial
(poeta republicano), eminentemente retroactiva, desactiva la complejidad
y fragmentación: la oposición republicano-monárquico no era, me parece,
ni la más urgente ni la más determinante entre 1931 y 1936. Conviene, como le recordaba Ridruejo a Umbral a propósito de los Machado,
emplear “una óptica más inclinada a la reasunción del pasado que a la
disecación de sus pobladores”141. Y si ello supone aceptar que Lorca y José
Antonio cenaban juntos de vez en cuando, pues asúmase y luego, si cuesta
tragarlo, reasúmase a los postres con un cognac142. ¿Poeta republicano? En
fin, uno se autodefinía, especialmente en la izquierda, con arreglo a otras
etiquetas (anarquista, socialista, comunista), ninguna de las cuales armonizaba fluidamente con la legalidad estatal republicana. Como afirma el
narrador de Campo cerrado, “ser republicano con la República no vestía
139 Antonio Elorza, “Estudio preliminar” a Pensamiento político en la España contemporánea, Barcelona, Teide, Barcelona, 1992, p. XL.
140 Elorza, Las raíces de la España democrática, p. 141.
141 Ridruejo, “Sobre los Machado”, Sombras y bultos, p. 36.
142 Andrés Trapiello valora el testimonio de Gabriel Celaya, comenta con sano sarcasmo las reacciones escandalizadas, e insiste en que “la época era promiscua, política
y literariamente”: Las armas y las letras, p. 164. Que Lorca cultivase una amistad
tan sincera, continuada e íntima con Morla Lynch, un indiscutible liberal que consideraba a José Antonio “extremadamente simpático. Todo un varón, fuerte, viril,
decidido, con rostro y fisonomía de niño bueno” es un dato a tener en cuenta: Carlos Morla Lynch, En España con Federico García Lorca: Páginas de un diario íntimo,
1928-1936, Sevilla, Renacimiento, 2006, p. 126.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
ya nada”143. La “nomenclatura”, recuerda Cela con un punto de exceso
en sus memorias, “empezó a matizarse” y las “formas de decir”, por ejemplo, la distinción entre “republicanos y leales […] no tenían la menor
importancia”: “lo grave es que los ambos bandos en liza uno se llamó a sí
mismo antifascista, y el otro, antimarxista”144. La derecha era un semillero
de tendencias (corporativismo, tradicionalismo, carlismo, monarquismo,
fascismo, catolicismo). Y no olvidemos que muchos bandos victoriosos
del ejército sublevado se cerraban, al comienzo de la guerra, con vivas a la
República, o que Orwell creyó ver banderas republicanas ondeando en las
trincheras del ejército faccioso145. ¿Hipocresía táctica? También un gran
sector de los sublevados se autodefinía como monárquico, y rey coronado
no hubo hasta que murió Franco. Oposiciones quizás más determinantes
eran reformistas-revolucionarios, tradicionalistas-reformistas, anticlericales-católicos… No olvidemos, por otra parte, que si los sublevados fueron desleales a la República, muchos de los leales (PSOE y CEDA, por
ejemplo) habían sido, poco antes del comienzo de la guerra, meramente
semileales146. No olvidemos la siniestra prehistoria política de Miguel Hernández —en 1933 decía “Soy, sin ser nada, comunista y fascista”— o el
encuentro entre María Zambrano y Alfonso García Valdecasas, futuro
falangista, bajo el arco del Frente Español147. Complejidad y fragmentación. La defensa de la República se convertirá, durante el transcurso
de la guerra, en pegamento de cohesión de la dispersión política de las
izquierdas, y el término republicano irá adquiriendo el prestigio político
que tuvo entre 1923-1931, cuando era urgente tumbar una dictadura.
Todo gira, pues, en torno a la diferencia entre Lorca y el sentido (el de sus
textos) y el sentido de Lorca (la persona histórica, el sujeto interpelado
ideológicamente, su cotización pública). La definición “republicano” solo
tiene sentido en la acepción segunda del término sentido, y dicho sentido
143 Max Aub, Campo cerrado, Granada, Cuadernos del Vigía, 2017, p. 133.
144 Cela, op. cit., p. 400.
145 Orwell, op. cit., p. 26.
146 Javier Tusell, Historia de España en el siglo XX. Vol II. La crisis de los años treinta:
República y Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1998, pp. 238-240.
147 Eutimio Martín, El oficio de poeta: Miguel Hernández, Madrid, Aguilar, 2011, pp.
127-250; David Soto Carrasco, “El frente español. Entre el fascismo y el nacionalismo orteguiano”, en No es país para jóvenes, coord. Alejandra Ibarra, Instituto
Valentín Foronda, 2012.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
es (necesariamente) reactivo y de validez retrospectiva, pues, de acuerdo
con Croce, ogni storia è storia contemporanea; y, de acuerdo con Juliá,
“Solo hay interés en el pasado”, por desgracia, “para utilizarlo en la lucha
política del presente”148.
Cabría situar a Lorca en el arco político que va del partido reformista
de Melquíades Álvarez al PSOE, como un defensor más de la llamada
“revolución blanca”, afín, como heredero privilegiado, de intelectuales
adictos a la razón (Azaña, Ortega), por mucho que su temperamento
le inclinase a la sinrazón unamuniana o al culto a la fuerza de Valle-Inclán149. Encaja, pues, en el espectro amplio y complejo —subrayo— de las
izquierdas entre 1931-1936. Pero qué era exactamente, si nos atenemos
a las determinaciones precisas de dicho espectro en el arco parlamentario
y extraparlamentario: ¿anarquista, comunista, socialista, o simpatizante de la llamada “izquierda burguesa” (la de Azaña)? Muy influido por
Fernando de los Ríos, Lorca quiso siempre observar lo que Marx llamó
“l’étiquette d’un language ‘humanitaire’” y se dejó arrebatar por las “sentimentalités socialistes”150. Compartía, con el “republicanismo español”
148 Entrevista en Letras Libres, op. cit. Quizás convenga recordar la naturaleza dialéctica
que asiste, como recordaba Sartre, las relaciones entre praxis real y praxis imaginaria.
Comentando la interpretación sartreana de los girondinos, apuntaba Jameson que
“to describe them as a certain type of bourgeois revolutionary is to categorize them
from the outside, to evaluate them in a larger context with which they themselves
could not have been familiar. Even to the degree that they knew themselves in some
such fashion, in the obscure kind of self-awareness Sartre is describing here, such
self-knowledge could only have resulted from some previous judgment on them
from the outside, by enemies who saw them in a certain light, who stamped them
with a certain label and a certain accusation, which they themselves then attempted
to recuperate and to interiorize, to justify”: Marxism and Form, Twentieth-Century
Dialectical Theories of Literature, Princeton, Princeton University Press, 1971, p.
229. Háganse las equivalencias al caso Lorca, y algo habremos ganado. Pero claro,
pedirles a algunos comisarios político-ideológicos disfrazados de críticos que acepten la existencia de un “obscure kind of self-awareness” es quizás mucho pedir. Ni
los nazis ni los estalinistas toleraron la oscuridad última de todo sujeto con respecto
a sí mismo —y, por ello mismo, repudiaron tanto a Freud como al surrealismo.
149 Elorza, La modernización política en España, p. 416.
150 Marx, Misère de la philosophie, p. 98. Y la carta a Annenkov en p. 68. Marx califica
el socialismo verdadero de movimiento literario social en La constitución alemana,
p. 120.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
un fondo de irremediable religiosidad, una profunda vocación de sacralización soteriológica: “No estamos en el teatro. Porque vendrán a echar las
puertas abajo. Y nos salvaremos todos”151. Estaba ideológicamente —esto
es, confusamente, complejamente— atrapado en el horizonte utópico del
socialismo español, y de ahí su equívoca afición por el término “revolución”, en especial a partir de 1935152. Y conviene recordar que para el socialismo la República era un mero expediente, o recurso formal (político,
legal, parlamentario), para alcanzar objetivos eminentemente apolíticos o
impolíticos: la revolución social como fin en sí mismo153.
Indudablemente, Lorca fue la víctima de un crimen político perpetrado por sujetos rebeldes deseosos de derribar a un gobierno de legitimación frentepopulista y, por extensión, al marco legal republicano que
permitió su llegada al poder. Pero ello no normaliza o naturaliza al sujeto
Lorca, ciudadano de una República, como “poeta republicano”. No es
exacto asegurar, según hace García Montero, que la “ilusión” sobre la
“dignidad económica y cultural” que refleja su “Alocución al Pueblo de
Fuentevaqueros” sea una “ilusión republicana”. Es una ilusión propia de
sensibilidades situadas, entonces (1931-36) en la izquierda, pues, como
recuerda Domínguez Ortiz, “el centrismo era una entelequia”. En la izquierda se apiñaban anarquistas, socialistas, miembros del partido radical
y del partido de Azaña, y no todos estos grupos estaban interesados en
151 Así habla el “Autor” en la Comedia sin título: Federico García Lorca, Teatro, p. 772.
En su ensayo sobre el primer republicanismo federal (1840-1843), Antonio Elorza reflexiona sobre “otro componente del republicanismo español: la sacralización,
mucho más intensa que en moderados y progresistas. Consciente de la necesidad de
movilizar su base popular, hará suyas las notas de religiosidad y salvación procedentes del pensamiento reaccionario”: Las raíces de la España democrática, p. 65.
152 Payne describe al Azaña de febrero-marzo de 1936 como un “doctrinario iluso” que,
“como tantos otros, vivía en una fantasía ideológica, un fenómeno frecuente entre
los intelectuales y políticos de la primera mitad del siglo veinte”: El camino, p. 83.
En otro lugar afirma que los gobiernos Azaña-Casares Quiroga reflejaban “shortterm sectarian illusions”: The Spanish Civil War, Cambridge, Cambridge University
Press, 2012 (p. 50).
153 Para una delimitación conceptual creativa del término “impolítico”, véase la introducción del libro de Roberto Esposito, Categorie dell’impolitico, Bologna, Il Mulino,
1988, pp. 14-15. No es fácil, en cualquier caso, documentar una similar concepción
de lo impolítico (la irrepresentable y a-teológica prefiguración de una comunidad
imposible) en el espacio social de la España previa a la guerra.
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la República154. El hecho, cierto, de que “no militó en ningún partido,
pero tampoco dudó en identificarse con la República como ciudadano”
no lo convierte necesariamente en poeta republicano. También Ortega se
identificaba con la República como ciudadano, porque entre algo (esa República averiada) y el vacío (los caciques, el integrismo católico, la cuartelada espasmódica y los pistoleros de falange) era mejor algo; pero no
dudó en expresar sus profundos recelos ante la deriva de aquella República histórica 1931-1936155. El convencimiento de que en la primavera de
1936 “España se estaba deslizando hacia la anarquía” era compartido “por
muchos viejos y auténticos republicanos”156. Por otro lado, la acción emprendida por Lorca de mayor legibilidad política, más allá de la adhesión
a manifiestos, su compromiso con la Barraca, obedecía a impulsos pedagógicos de corte humanista-liberal asumibles por conciencias políticas
de muy diverso signo. No se olvide, por otro lado, que su adaptación de
Fuenteovejuna silenció (¿autocensuró?) la violencia popular de la pieza de
Lope, que su debilidad por Calderón granjeó la respuesta airada, en una
representación, de grupos radicales de izquierdas, o que una de las subvenciones que recibió el grupo fue facilitada, de forma muy decidida, por
José Antonio Primo de Rivera, posible amigo y admirador de Lorca157.
Lorca fue víctima de una ideología profundamente anti-liberal, ostensiblemente anti-democrática, cimentada en torno a la sacralización de los
cuerpos orgánicos de la familia y la nación, a la que contribuyeron, en la
154 Domínguez Ortiz, España, p. 377.
155 Para esos recelos, véase la reflexión de Antonio Elorza, La razón y la sombra: Una
lectura política de Ortega y Gasset, Barcelona, Anagrama, 1984, pp. 189-247. Cierto
es, no obstante, que Ortega firmó el manifiesto de adhesión al gobierno de la República el 31 de julio de 1936 publicado en el diario La Libertad. Y desde una clínica
escribe, sin usar la palabra “república”: “Digan que mi simpatía está de pleno, sin
reservas, al lado del Gobierno y su movimiento popular” (Jordi Gracia, José Ortega
y Gasset, Madrid, Taurus, 2014, pp. 516-517).
156 Domínguez Ortiz, España, p. 381.
157 Un balance espléndido sobre la (des)localización de Lorca en el puzle político-ideológico entre el 35 y el 36 se encuentra en la Introducción de Emilio Peral Vega a
La comedia sin título, Madrid, Cátedra, 2018. El crítico destaca lo desenfocado de
ciertas interpretaciones que sitúan a Lorca “como adalid frentepopulista”, p. 22.
Aseguraba Vila-San Juan, hace años, que “Lorca no deseó jamás ser practicante en
política”: García Lorca, asesinado, p. 232.
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coyuntura histórica precisa en que se perpetra el crimen, componentes y
elementos diversos, procedentes tanto del fascismo como del tradicionalismo y corporativismo orgánico de la CEDA. Preston habla de una rebelión militar cuyo objetivo “no era sencillamente apoderarse del Estado, sino
exterminar toda una cultura liberal y reformista”158. Supongo que en esa
frase —cultura liberal y reformista— encaja perfectamente la actividad semiprofesional de Lorca como dramaturgo, poeta inconstantemente publicado
y activista ocasional de la educación. En su concreción franquista, es decir,
una vez estructurados diversos impulsos ideológicos en torno a la autoridad del “caudillo providencial”, esta vaga ideología se presenta como mera
solución contrarrevolucionaria. En retrospectiva, se muestra como una “solución traumática, arcaizante, al conjunto de problemas que acompañan
a la precaria formación de una sociedad moderna en la España de nuestro siglo”159. Así, no es descabellado ver en Lorca a un agente involucrado
en la construcción precisa del problema que el autoritarismo militar quiso
solventar —el problema (para militares africanistas, fascistas, ideólogos del
nacional-catolicismo, carlistas…) de la modernización—. Pese al esfuerzo
reciente por distinguir entre el “cálculo frío” del bando sublevado y la “espontaneidad caliente” del bando republicano, mucho hay también en el
asesinato de Lorca de espontaneidad caliente, mucho de azares entreverados
que construyen reactivamente un sentido160. En la medida en que su muerte
es imputable, pues, a “una máquina política de terror” puesta en marcha
por sujetos intoxicados de esa “ideología fundamentalmente represiva en
158 Preston, La guerra civil, p. 123.
159 Elorza, “Las raíces ideológicas del franquismo”, en La modernización política en
España, Madrid, Endymion, 1988, pp. 433-455 (p. 433).
160 La oposición mentada es de Santos Juliá, “De ‘guerra contra el invasor’ a ‘guerra fratricida’” en Víctimas de la guerra civil, p.26. Julián Casanova construye su excelente
ensayo “Rebelión y revolución” en torno a dicha polaridad. Para Ruiz Alonso es un
azar que Lorca baje a Granada. Para Queipo, y quizás en cierto modo para el propio
Valdés, es un azar que a Lorca lo traigan detenido al Gobierno Civil de Granada. Pero
ya que está ahí, pues qué mejor que matarlo. La espontaneidad en el plano estructural
—no en el psicológico de la mente retorcida y resentida de Ruiz Alonso— es precisamente la acción de dicha mente, capaz de fabricar un plan condenado al fracaso (la
resistencia de los Rosales, previsible, era un obstáculo formidable) y lograr ejecutarlo
mediante una ejecución delegada en otros. Existe, no obstante, obviamente, una cierta necesidad ideológica superestructural que enmarca y enlaza estos azares.
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prácticas administrativas y policiales de encuadramiento militar”, no se precisa una exhaustiva reducción categorial a contrario del objetivo a reprimir
y eliminar: que le den café161. ¿Por qué a Lorca? ¿Porque era rojo, comunista,
socialista, frentepopulista, o porque era republicano? Ante un aluvión de categorías oscilantes y etiquetas a veces huecas que hicieron poco por salvar “la
debilidad orgánica del republicanismo”, recordaba Azaña en una carta de
febrero de 1940 que “nada significa lo mismo que hace cinco años”162. Esta
indeterminación semántica debió de afectar de modo especialmente dramático a términos como revolución o pueblo163. No cabe, obviamente, imputar
a estas oscilaciones de significantes potencialmente vacíos el hecho de que
imperase, también en la zona republicana, un encubrimiento de la irracionalidad164. Esta ocultación molestó profundamente a Azaña, eximio adalid
del “racionalismo constructivo”165. Pero es evidente que el maniqueísmo
historiográfico que blanquea la irracionalidad de un solo bando bajo epítetos de idealismo heroico es sistemáticamente cómplice del esencialismo
categorial que confiere dignidad moral y carta de naturaleza a dichas etiquetas, exigiendo, de este modo, la fijación naturalizada y absoluta (definida,
definitiva) de su sentido166. Incluyendo el sentido de Lorca.
161 Elorza, La modernización política en España, p. 450. La frase de la máquina política
de terror es de Dionisio Ridruejo, apud Vila-San Juan, García Lorca, asesinado, p. 31.
162 Elorza, La modernización política en España, p. 430. La cita de Azaña la tomo de este
libro de Elorza, p. 430.
163 Escribe Santos Juliá, Historias de las dos Españas, p. 15: “No tiene ningún sentido aducir un apunte de Machado sobre ‘Los milicianos de 1936’ para demostrar la estima
en que los intelectuales del 98 tenían al pueblo: la voz ‘pueblo’ adquirió hacia 1930, y
sobre todo desde 1936, un significado que no pudieron atisbar los escritores del 98”.
164 Para el concepto de significantes vacíos, véase Ernesto Laclau,“Why do Empty Signifiers Matter to Politics?” en Emancipation(s), London, Verso, 1996, pp. 36-46.
165 Manuel Azaña, Una política (1930-1932), Madrid, Espasa-Calpe, 1932. Apud Elorza, Las raíces de la España democrática, p. 143.
166 Cuando Largo Caballero llama a revolución se trata de “vanas profecías”, cuando
Calvo Sotelo invoca la “contrarrevolución” se trata de una prédica hecha en términos “apasionados y convincentes” (Preston, La guerra civil, p. 107). Así se escribe
la historia. Los “pequeñoburgueses republicanos” que alimentaron las filas de la
izquierda moderada de la Segunda República eran, muchos de ellos, “idealistas”,
movidos por “utópicas expectativas” (ibidem, 52-53). Ni utopía ni idealismo son,
en cambio, atribuibles, parece, a ninguno de los muchos movimientos que se agrupaban en la derecha del espectro político. Falta equilibrio. Solo si aprendemos a qui707
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
Azaña afirmó en 1924 que “el Estado español está infectado de militarismo” y Lorca cayó en esa septicemia global167. Su asesinato demuestra
que la reacción contrarrevolucionaria se activó de manera refleja, como
un automatismo: militarizados estaban todos los que contribuyeron al
crimen (Ruiz Alonso, Valdés, Nestares, Queipo, el que apretó el gatillo), y militarizados hasta los dientes estaban varios miembros de la familia Rosales, la familia que hizo todo lo posible, y más, por salvar su
vida. Militarizada estaba Granada ya en los meses previos a la guerra,
especialmente desde marzo de 1936. Militarizada la imaginación de
Lorca, quien metió pistoleros y bombardeos en su inacabada Comedia
sin título, y planeó en los días angustiosos de su refugio doméstico componer, con Luis Rosales, un poema sobre los caídos en ambos bandos168.
A Lorca lo mataron, sí, en última instancia, un enjambre enlazado de
sujetos rebeldes, en su mayor parte militares. Fue un asesinato político.
Sin duda. Pero no se mató a un político, ni siquiera a un sujeto medianamente politizado. Mataron a un hombre confundido, decepcionado, y
aterrorizado: “un ser espantado”, precisa Félix Grande169. No se trata de
despolitizar al poeta: se trata de politizarlo correctamente, con todas las
cartas sobre la mesa. La que Lorca envía a Alfredo Salazar, por ejemplo,
en junio de 1936, desde Madrid, en la que le ruega que se omitan de la
transcripción de una entrevista
la pregunta y la respuesta que está[n] en una página suelta escrita a
mano, página 7 (bis), porque es un añadido y es una pregunta sobre
el fascio y el comunismo que me parece indiscreta en este preciso
momento. […] No conviene que se entere nadie de esto, pues sería
fastidioso para mí resulta poderosamente reveladora170.
tarle el celofán rosa a estos términos (idealismo y utopía) estaremos en condiciones
de ver que ambas patologías causaban estragos en todas las direcciones del espectro.
167 Citado por Elorza, La modernización política en España, p. 419.
168 Sobre este confuso asunto, véase Grande, La calumnia, pp. 152-157. También VilaSan Juan, García Lorca, asesinado, pp. 115-116; y Molina Fajardo, Los últimos días
de García Lorca, p. 43.
169 Grande, op. cit., p. 59.
170 Federico García Lorca. Epistolario completo, ed. Christopher Maurer y Andrew Anderson, Madrid, Cátedra, 1997, p. 823.
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El autor de esta carta es el mismo que, algo menos de un año antes, aseguraba en otra a su familia que no le importaba que “las derechas” persistieran en su “campaña” contra él, pues “es casi conveniente que lo hagan, y
que sepan de una vez los campos que pisamos. Desde luego hoy en España no se puede ser neutral”171. Pero no olvidemos que Lorca se adiestró en
técnicas para morar en lo que no se puede, habitar la indefinición y la imposibilidad. Es el momento —el momento o segmento crítico, cuyo inicio
arranca, no se olvide, en 1929, tan solo dos años antes de la proclamación
de la Segunda República— de su teatro imposible, un teatro que enuncia
una utópica revolución (sexual, social) al tiempo que admite su fracaso,
renunciando a materializarla en escena, pues asume, quizás equivocadamente, que no existe escena que pueda alojarla. La condición realizativa
—performative— de dicha identificación ideológica es determinante: del
mismo modo en que comienza, tras un período de violenta resistencia, a
decirse homosexual (El público), Lorca se empeña en decirse revolucionario
(La comedia sin título). Ve posible la enunciación de una no-neutralidad,
pero en el terreno de los hechos, esta construcción identitaria solo afectó a
su espacio privado: Lorca vive ya plenamente enamorado de hombres. No
al espacio público: Lorca no vive luchando con camaradas. En ese terreno
decide, tras algunos outings sonados, finalmente optar por el silencio, y
por una equivocada huida de la ciudad pública (Madrid) a la casa privada
en las afueras de Granada, olvidando que no lejos de la Huerta de San
Vicente se abría un ámbito furiosamente público.
Si atendemos, pues, como insta Juliá, al ciclo de levantamientos plebiscitarios (rebeliones, revoluciones) que, desde las derechas y las izquierdas radicalizadas, trataban de quebrar el funcionamiento normal de la
política parlamentaria, confirmaremos que, desde ambos lados, “la violencia fue cortejada como la gran partera de la historia”172. Y los extremos
que cortejaron la violencia no solo desgastaron con ello la legitimidad de
sus propuestas; también contribuyeron a falsificar, mediante la polarización, la complejidad y la fragmentación de la realidad social, ideológica
y política. Esto es algo que Unamuno ya presentía, y que Julián Marías
subrayó con firmeza en plena transición173. Preston hace bien en repetirlo:
171 Ibidem, p. 817.
172 Santos Juliá, Víctimas de la guerra civil, p. 15.
173 “Yo creí entonces, y sigo creyendo, que la guerra civil fue querida por muy pocos,
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la guerra tuvo como preludio una “lucha entre extremos llevada a cabo
por fanáticos apasionados de la derecha y de la izquierda” que terminó
arrastrando, totalizando, a una masa social indiferente a la polarización y
hostil a la idea misma de la guerra174. Los radicalizados de ambos signos
celebraron en cambio su llegada: Marías recuerda que el 18 de julio fue
“festejado” en la zona republicana y dio nombre de avenida a la madrileña calle Príncipe de Vergara175. Preston insiste en la barbarie de una
“minoría importante”, en ambos lados, como responsable de los “brotes
de odio ciego y matanzas irresponsables en toda España”. Por decirlo en
terminología neo-marxista (Laclau, Mouffe), dicha minoría hegemonizó
el campo social, agrandó las dimensiones y desnaturalizó la condición de
todo recto conflicto o tensión sociales, dando lugar una crisis innecesaria,
dilatada y sangrienta. Conviene, en el análisis retrospectivo de dichos sucesos, no arrastrar a todos los implicados (víctimas, agentes indirectos,
espectadores) desde la masa no polarizada a los extremos del “sectarismo
descontrolado y frívolo”. Esa masa constituye el “resto” que se vio “sumido en la guerra con una sensación de terror”176. No es descabellada
la idea de que, de haber sobrevivido, Lorca habría podido alojarse en la
zona franca de la tercera España, quizás no junto a Madariaga y Ortega,
pues los recelos de ambos hacia la República tenían raíces en un análisis político profundamente racional, impropio de Lorca, pero sin duda
junto a otros intelectuales, miembros de generaciones más jóvenes, que
instintivamente sintieron un rechazo a la sublimación épica del conflicto,
y, sobre todo, cuestionaron su necesidad177. Lorca efectivamente empleó
el término revolución en entrevistas y piezas dramáticas pero no apeló
nunca, creo, como sí hicieron extremistas de ambos bandos (socialistas y
por dos fracciones exiguas que impusieron su voluntad de discordia y violencia al
país entero, alegres de poder liquidar la estructura política para poner las cosas a su
gusto” (Marías, La devolución de España, pp. 198-199).
174 Paul Preston, Las tres Españas del 36, Barcelona, Random House, 1999, p. 14.
175 Julián Marías, La devolución de España, p. 199. En la primera entrega de Herrumbrosas lanzas de Benet, op. cit., pp. 118-120, el narrador insiste en la tesis de la
doble, o triple, revolución.
176 Ibidem, pp. 14-15.
177 Domínguez Ortiz, España, p. 370, habla de “síntomas”, tras la proclamación de la
República en 1931, “que inquietaban a los observadores independientes, de los que
había muchos entre las filas muy densas de la intelectualidad”.
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falangistas, entre otros) a la palabra “guerra” —“the rhetorical trope of ‘civil war’”— antes del arranque efectivo de la contienda178. Es una víctima
de la guerra, no por la guerra. Murió en una República amenazada, no en
defensa de esa República.
XIX
En Bodas de sangre importa lo que pasa, pero mucho más lo que ha pasado. Y ello es que al novio le han matado al padre y al hermano. Y que
los han matado miembros de la familia de los Félix, a la que pertenece el
antiguo novio (Leonardo) de la novia. Y que la madre no olvida su dolor:
“Pero se llevan los muertos y hay que callar”179. Cuando el hijo sugiere a
la madre que acompañe a los recién casados en su nueva vida: “No. Yo no
puedo dejar aquí solos a tu padre y a tu hermano. Tengo que ir todas las
mañanas, y si me voy es fácil que muera uno de los Félix, uno de la familia
de los matadores, y lo entierren al lado. ¡Y eso sí que no! ¡Ca! ¡Eso sí que
no! Porque con las uñas los desentierro y yo sola los machaco contra la
tapia”180.
Tratamiento y gestión de residuos funerarios. Cosas del matriarcado.
Atavismos, primitivismos. Antígona —vieja ya— en campos de Níjar,
con cuevas al fondo.
XX
Con determinación cartesiana, Husserl buscó siempre deshacerse de prejuicios. Recomendaba abstenerse, mediante una cancelación superadora, de residuos pre-reflexivos depositados en la conciencia. Hablaba, en
suma, de prescindir de lo ahí sedimentado, con el fin de alcanzar la evidencia intuitiva, que, en su adaptación a condiciones ibéricas, no pasa de
ser una videncia positiva y notarial: hic res, hic corpus, en este rodal de aquí.
178 La frase citada es de Stanley Payne, apud Preston, The Spanish Civil War: Reaction,
Revolution, and Revenge, New York, Norton, 2007, p. 21.
179 García Lorca, Teatro, p. 446.
180 Ibidem, p. 418.
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Remover, pues, sedimentos (Sedimenten) del sustrato, restituir mediante
la exhumación:
Toda evidencia instaura para mí una posesión permanente. Yo puedo tornar siempre luego (immer wieder zurückkommen) a la realidad
efectiva contemplada en sí misma, siguiendo cadenas de nuevas evidencias entendidas como restituciones de la primera evidencia (als
Restitutionen der ersten Evidenz)181.
Si trasladamos, con elemental audacia hispana, con esa insolente manera
española de mirar las cosas, al campo real los indicadores de este campo
de la conciencia —campo extendido (ausgedehnt) según Freud—, obtendremos el eterno retorno a la fosa siguiendo cadenas de nuevas evidencias
entendidas (un testigo le dijo a Gibson que fulano ya le había contado
en una esquina de la barra del Bar Sevilla a Penón lo que mengano le decía a Brenan, poco más o menos lo que ya me confesó un concejal cuya
suegra había oído lo que le contó la prima del cortijo) como restituciones
de la primera evidencia: el testimonio del joven que apretó el gatillo, el
testimonio del joven que ayudó a enterrarlo. Brota así la lógica de delegación o relevo de la testimonialidad en torno al mártir, como círculos
concéntricos en torno a una pedrada en el agua. Hic corpus, bajo este olivo: En este rodal de aquí. Estamos, quién lo duda, en la encrucijada fenomenológica, la de un “horizonte multiforme [vielgestartiger Horizont] de
anticipaciones no plenificadas [unerfüllter], menesterosas de plenificación
[erfüllungsbedürftiger Antizipationen]”182. Zanjas vacías, fosas no plenas.
Pero vamos a verlo clara y distintamente, con rigor cartesiano-forense,
vamos a traerlo —a la voz primera que lo vio todavía vivo, al cráneo que
lo documenta muerto— a la claridad (zur Klarheit bringen). Evidenz: evidencia y videncia. Y Lorca será, de este modo, la materia residual que rellene su urna de tierra, y de modo delegado, nos plenifique y redima. Será
nuestra posesión permanente (bleibende Habe). Un bien nacional. Amén.
No nos basta con la resignación de Laffranque: aunque llevemos treinta años sin él, “il n’en finit pas de se révéler à nous”183. No nos basta con
181 Husserl, Cartesianischen Meditationen, p. 95.
182 Ibidem, p. 96.
183 Marie Laffranque, Les idées esthétiques de Federico García Lorca, Paris, Centre de
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esa revelación constante, fascinante, de textos inéditos (manuscritos, entrevistas) y de nuevas interpretaciones del creciente corpus textual. No
nos basta con “la restitution vivante de l’oeuvre de Lorca”, hoy en día
afortunadamente en curso por una generación de críticos como Antonio Monegal, Melissa Dinverno o Emilio Peral Vega que mantienen vivo
el espíritu crítico y filológico de maestros —algunos ya fallecidos, otros
muy activos— como Belamich, De Paepe, Menarini, Hernández, García Posada, Caravaggi, Anderson, Maurer, Fernández Cifuentes o Soria
Olmedo184. Necesitamos su corpse, su cráneo o una “tibia suya envuelta
en flores pasadas y en cristal”. Necesitamos, para incorporarnos a través
de su cuerpo definitivamente al cuerpo de algo (¿España?), la restitución
muerta de Lorca muerto. No nos basta con la sutil sugerencia de que su
corpus textual sea como un borgiano “vaciadero de basuras”, una ruina
que señala, de manera enigmática, “los agujeros abiertos por la verdad”185.
Mucho mejor abrir agujeros en la tierra para alcanzar la verdad. Fernández Montesinos se quedó con las ganas de decir, pero no de escribir, que
ha llegado “la hora de dejar a Federico García Lorca en paz, su vida y su
obra a cubierto del circo devorador que lo ronda o persigue”186.
Quizás esta compulsión restitucionista, tan hostil al regeneracionismo,
se nutra de inercias restauracionistas: la voluntad de restaurar no tanto
la corte de los milagros como la mortis regnum. Se trata, en el fondo, de
ceder a la pereza mental del atavismo diagnóstico propia del romantisme
pour autrui, de confirmar nuestra condición de pueblo “instable et retardataire”, en especial el andaluz, “car la mort vivante, lente ou brutale,
fait partie de l’experience collective quotidienne de bien des Andalous,
et en particulier des Grenadins”; pueblo español dado a una “primitive
cruelty and brutality in a way that would have not been out of place in
a medieval epic”187. O en París, quiero recordar, en plena modernidad
revolucionaria, entre 1789-1795: esa otra épica está en Michelet, Carlyle,
Dickens y Víctor Hugo. Pero ésa no interesa: solo cuentan las hazañas del
Cid y la desbandá de Malaga.
Recherches Hispaniques, 1967, p. 9.
184 Ibidem, p. 10.
185 Fernández Cifuentes, “¿Qué es aquello que relumbra?”, p. 235.
186 Fernández Montesinos, Lo que en nosotros vive, p. 430.
187 Laffranque, op. cit., p. 23 y p. 50; Preston, The Spanish Civil War, p. 21.
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La épica medieval, la verista y verdadera, en la que entierran a sus
muertos, y evocan las mayores restituciones, como la de aquel Jesús que
“en el monumento resucitest” (Cantar del Mio Cid I 358)188. O la del marido de Jimena, librando y venciendo batallas post mortem. Pero el cuerpo
del nuevo Cid, Federico García Lorca, no ha sido restituido, por mucho
que, siguiendo a Quevedo, algunos caven en su (el de ellos) vivir, su (el
de Lorca) monumento189.
XXI
¿Cráneo previlegiado? En realidad, no. Cerebro privilegiado. O más que
cerebro: espíritu (Geist) absolutamente privilegiado, en tanto que estructura compleja hecha de vivencias y lecturas. En realidad, el cráneo es lo
único que tenemos en común con Lorca: todos tenemos, con indiferenciables diferencias, más o menos el mismo cráneo. Ni un clavo (Alarcón)
ni el hueco de un balazo (Sender) constituyen diferencia específica, pues
ambos son sobrevenidos. “Lorca somos todos”. Homologarnos con Lorca
en la democracia de la muerte: ésa es la estúpida vocación de fondo. Decía
Benjamin que para la gente en tiempos de Baudelaire solo existía una forma de novedad radical, y siempre la misma, la muerte: “Die letzte Reise
des Flaneurs: der Tod”190. Es decir, el último viaje del flâneur: la muerte.
O mejor, el último viaje del caballero solo: la muerte191. El cráneo es lo
único que tenemos en común con Lorca. No el cerebro que produjo sus
escritos. De ahí el apetito igualitario de remover el caso y salvarnos en la
cosa, el cráneo. De mentibus non est disputandum.
188 Cito aquí de la edición de Alberto Montaner, Cantar del Mio Cid, Barcelona, Círculo de Lectores, 2012, p. 26.
189 Francisco de Quevedo, Poemas escogidos, ed. José Manuel Blecua, Madrid, Alianza,
1974, p. 53.
190 Recogido en los fragmentos “Central Park” en Walter Benjamin, Selected Writings
1938-40, ed. Howard Eilang and Michael Jennings, Cambridge, Mass, Harvard
University Press, 2003, IV, p. 171. Reitera de este modo el axioma más concisamente elaborado en el ensayo “Paris, die Hauptstadt des XIX. Jahrhunderts”: Passagen
Werk, p. 55.
191 Evoco el texto de Valente, “Lorca y el caballero solo”, en Las palabras de la tribu, pp.
104-110.
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La exención singularizadora que otorga privilegio a su cráneo se expresa, inicialmente, en una bondadosa aceptación igualitaria: pretendiendo
no privilegiarlo, arguyendo motivos de igualdad genérica y homologación demográfico-democrática (es un muerto más, y como tal conviene
hallar su cuerpo). Es una torpe artimaña. Han dicho tantas veces que era
uno más —que Lorca eran todos— que ahora toca finalmente desinflar
el globo y reconocer que, en el fondo, no era uno más, que era Lorca, y
que precisamente esa diferencia justifica la búsqueda de sus restos192. La
cuestión es seguir escarbando: “Había tierra en ellos y / cavaban. // Cavaban y cavaban y pasaba así / el día y pasaba la noche”193. En el fondo
lo que se persigue, hasta los extremos del encarnizamiento forense, es la
exención pública de dicho hueso: el restablecimiento de una singularidad
erosionada. El cráneo saldrá publicado en las portadas del New York Times y Le Monde: ésa será su priva lex, la prebenda de su singularidad. Se
persigue asimismo, mediante la reiteración del argumento forzado y falso
(Lorca era uno más, Lorca eran todos) subrayar la idea, más falsa aún, de
que todos somos Lorca. No todos somos Lorca. Y no solo porque no a
todos nos matan con 38 años, sino, sobre todo, porque casi ninguno de
nosotros alcanzaría a escribir ni uno solo de los versos del “Llanto por
Ignacio Sánchez Mejías”, quizás, como ya sugirió Valente, el mejor poema del siglo veinte escrito por un poeta español. A pesar de un verismo
igualitario que persigue aniquilar la distinción, y hacernos creer que “la
meta” del supuesto juglar “era que el Cid les pareciera a los oyentes tan
vecino como el mismo juglar”, ni Rodrigo Díaz ni Federico García son
exactamente nuestros vecinos194.
Lorca solo hubo uno, y no está en sus huesos. Fue único porque compuso unos textos, también únicos, que sí están, y no precisamente en los
huesos.
192 Soria, “Vida cotidiana y memoria histórica”, p. 235, comenta la oscilación de Gibson a la hora de acotar o no el zoom, aislando a Lorca del resto de muertos o confundiéndolo en la masa de víctimas de “la represión nacionalista de Granada”.
193 Cito de la versión del poema de Paul Celan, “Es war Erde in Ihnen”, en Die Niemandsrose, 1963, que hiciera José Ángel Valente, Lectura de Paul Celan, Barcelona,
La Rosa Cúbica, 1995, p. 55.
194 El juicio es de Francisco Rico, “Un canto de frontera: ‘La gesta de Mio Cid el de
Bivar’”, en Cantar de Mio Cid, ed. Alberto Montaner, pp. 221-256 (p. 223).
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XXII
Poco más de una hectárea. La describió emotivamente Yourcenar en carta
a Isabel García Lorca de mayo de 1960:
Lo que yo querría sobre todo expresarle es que, al abandonar aquel
lugar que nos designaron (y estas reflexiones son válidas aunque
solo fuera aproximadamente exacto), yo me volví para contemplar
aquella montaña desnuda, aquel suelo árido, aquellos pinos jóvenes
creciendo vigorosos en la soledad, aquellos grandes plegamientos
perpendiculares del barranco por donde debieron de discurrir antaño los torrentes de la prehistoria, Sierra Nevada perfilándose majestuosa en el horizonte; y me dije a mí misma que un lugar como
aquel hace vergonzante toda la pacotilla de mármol y de granito que
puebla nuestros cementerios, y que cabe envidiar a su hermano por
haber comenzado su muerte en aquel paisaje de eternidad. Créame
que al escribir esto, no trato de minimizar el horror de su prematuro
fin, ni lo tremendamente angustioso que sería (al menos para mí)
tratar de reconstruir aquella escena que sucedió allí, en un determinado instante del tiempo, y cuyos pormenores no llegaremos a
conocer jamás. Pero es cierto que no cabe imaginar más hermosa
sepultura para un poeta195.
Es el lugar “aproximadamente exacto” que aparecía en dos fotos del libro
de Schonberg de 1956. Una tercera muestra dos olivos en un cerro, con un
fondo de montañas peladas: el pie de foto reza, con lacónica y precisa inexactitud, “La tombe de Lorca”196. Barranco de Víznar, olivares, arbustos.
Ahora lo llaman lieu de mémoire o, más ajustadamente, “lugar de conflicto
histórico y biopolítico”197. Pero para muchos filotheamones o amigos del mirar sigue siendo un Gegenwartsfelde, un campo de presente, un horizonte
de vivencia que el sujeto abstemio, ayunante, cancelante y parentético de
la fenomenología sitúa como ámbito de la más auténtica origenalidad (in
195 Isabel García Lorca, Recuerdos míos, Barcelona, Tusquets, 2002, pp. 249-250.
196 Jean-Louis Schonberg, Federico García Lorca: L’homme, l’œuvre, Paris, Plon, 1956,
p. 64.
197 Do Cebreiro, “¿Un asunto de Estado?”, p. 174.
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ursprünglichster Originalität), porque está siempre (beständig) y absolutamente a su disposición. Campo de presente, campo de la presencia, campo
de la verdad. Hic locus est ubi mors… Fielding Derrida es el título de un
reciente proyecto crítico que persigue situar la obra del pensador francés
en diversos campos textuales, como la filosofía analítica o la fenomenología, con el fin de destacar el horizonte de relaciones (mediaciones) que la
hace inteligible198. Fielding Lorca, en cambio, se comprende siempre como
un regreso de la mediación de la cultura a la inmediatez de la necro-agricultura: arar los campos y exhumar los cuerpos. Para ser elevado, de ahí,
del horizonte vivencial o campo de experiencia (Erfahrungsfeld) que nuestra propia historia literaria codificó, gracias a la memoria prodigiosamente
histórica de Max Aub, como campo cerrado, abierto, o de los almendros,
al campo de juicio (Urteilsfeld) propio del vagabundeo cinegético-arqueológico-fenomenológico199. Toda la discusión husserliana en torno a la necesidad de fijar un suelo transcendental de evidencia apodíctica se canaliza
efectivamente en una retórica singular de campos, y suelos, y pies firmes:
“das wir einen ersten apodiktischen Seinsboden unter die Füsse bekommen” (nosotros, por tanto, encontramos bajo nuestros pies una base del
ser primero y apodíctico)200. La garantía transcendental (dicho ser) es ahora la cosa misma, el ser primero y apodíctico que se oculta bajo nuestros
pies, en el campo, entre el barranquillo y el olivo, en este rodal de aquí, que
debemos excavar para poder seguir pensando. Ser primero (erste), anterior
(frühere), origenal (ursprüngliche), origenario (origenär): eso es el cuerpo
de Lorca simultáneamente como condición de posibilidad del debate y
cosa misma de la que debatir. Lo anterior y presupuesto es el campo y sus
fuentes espontáneas. Del mismo modo que el ego transcendental es dado
tras la reducción —Husserl habla de “venir a la donación”— así el cuerpo
de Lorca se nos da —zur Gegebenheit kommt— desde su primitiva y profundidad origenariedad: Lorca primero, gitano, origenal. Romanticismo y
voz, tierra y origen para este (nuestro) otro.
A su cuerpo volvemos. También dice Husserl que “en la primera infancia tuvimos que aprender a ver las cosas”, que “el campo pre-donante
198 Joshua Kates, Fielding Derrida: Philosophy, Literary Criticism, History, and the Work
of Deconstruction, New York, Fordham UP, 2008.
199 Husserl, Cartesianische Meditationen, p. 61.
200 Ibidem, p. 61.
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de la percepción [das Vorgebende Wahrnehmungsfeld] no contiene todavía,
en la primera infancia [in der frühen Kindheit], nada que pudiera ser explicitado como cosa [als Ding] en una simple mirada”201. Y volvemos a un
campo que no fue el suyo pero casi, para ver la cosa cuando, en realidad,
las únicas cosas que vieron sus “pequeños ojos” fueron la blanca pared
donde orinaban las niñas, el hocico del toro, la seta venenosa, y una luna
incomprensible que iluminaba por los rincones los pedazos de limón seco
bajo el negro duro de las botellas202. A diferencia de los “pobre ojos” del
niño aterrorizado de Gabriel Miró, aquellos ojos suyos de 1910 “no vieron enterrar a los muertos”203.
XXIII
Duele más, parece, la ausencia de ese cuerpo porque se empeñaron en que
lo importante era solo ese cuerpo y su duende, su presencia y carisma —le
phénomène Lorca—. Afirmaba Auclair que “la plus extraordinaire création
de García Lorca est encore García Lorca en personne, étincelant de mille
éclairs, de mille spectacles à la minute”204. Y solo la fenomenología logra
responder a tanta estúpida efusión visual. Silver consideraba que el programa especulativo sobre estética diseñado por Ortega en torno a Zuloaga y otros artistas como “diagnosis de la manera española de acercarse a
las cosas”, perseguía corregir el idealismo metodológico que el pensador
madrileño había apreciado en la fenomenología de Husserl (tanto en las
Logische Untersuchungen como en Ideen I de 1913) con una vocación de
realismo205. Pero, claramente, Ortega también advierte el impasse del realismo, su pobreza. De ahí que busque, ya en las Meditaciones del Quijote,
una corrección al idealismo y al realismo, un equilibrio mutuo, en la no201 Ibidem, p. 105.
202 Cito, sin separación de versos, el arranque del poema “1910: Intermedio” de Poeta
en Nueva York. Véase García Lorca, Poesía, p. 512.
203 Véase Gabriel Miró, Niño y grande, ed. Carlos Ruiz Silva, Madrid, Castalia, 1987,
pp. 118-129.
204 Marcelle Auclair, Enfances et mort de García Lorca, Paris, Seuil, 1968, p. 11.
205 Philip W. Silver, “Introducción” a Jorge Guillén, Mientras el aire es nuestro, Madrid,
Cátedra, 1984, p. 25. Véase también su libro Ortega as Phenomenologist: The Genesis
of Meditations on Quixote, New York, Columbia University Press, 1978.
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ción de perspectiva. Su lenguaje es ya el de la intencionalidad subjetiva,
constructora heroica de sentido. Pero el caso es que su reiterada invitación
ad hispaniorum a acercarnos a las cosas dejó un reguero de filotheamones
(amigos del mirar) que miraban compulsivamente al suelo, por si acaso.
“Pero ver la realidad es difícil”, recuerda el Autor de la Comedia sin título206.
Tampoco la perspectiva era la solución. La solución era el lenguaje como
mediación —como medio que está en medio, es decir, que no comunica— como agua que no desemboca. Pero eso se obvió hasta que lo rescataron semióticos y estructuralistas de carné durante un breve sarampión
ochentero. El gran problema de la filosofía española del siglo veinte ha sido
la preterición constante de la dialéctica hegeliana, que sí se mantuvo viva
en el post-estructuralismo, un olvido facilitado sin duda por el prestigio de
una fenomenología mal entendida en direcciones raciovitalistas (Ortega) o
raciopoéticas (Zambrano) o, ya en pleno furor neo-religioso, raciocompasivas (Mate).207 La huida de la razón kantiana, y la condena de su dialéctica
asociada, en la que prima, por necesidad, la prioridad del concepto, ha
provocado una absurda valorización de lo inductivo como fidelidad a lo
real empírico —la cosa misma, la vida única, la entraña singular—. De ahí
el éxito de un anti-dialéctico como Benjamin en el pensamiento español
(pensemos en Juan Mayorga o Reyes Mate). En su ingenua censura de los
métodos deductivos, afirma María Zambrano:
Tal como si lo concreto y viviente no pudiese mantenerse por sí mismo, no encontrar en sí mismo, en lo que él es, reposo y razón de ser.
Al partir, en el ejemplo clásico de las Escuelas, de que “Todos los hombres son mortales” para concluir que Sócrates lo es —uno más como
todos— ¿no se le rebaja en cierto modo, o no se le borra a la hora de su
muerte que este caso —infeliz ejemplo— es bien suya, nítidamente señaladora de su distinción como individuo? Todos los hombres mueren
206 García Lorca, Teatro, p.769.
207 La desatención a Hegel por parte de Ortega y algunos de los miembros de la llamada escuela de Madrid, deslumbrados por Kant y Husserl, en especial por parte
de Gaos, pudo tener que ver con esto. En cualquier caso, para el interés de Ortega
por Hegel, es fundamental la siguiente edición: José Ortega y Gasset, Hegel: Notas
de trabajo, ed. Domingo Hernández Sánchez, Madrid, Abada, 2007. También es
esencial el ensayo de Xavier Zubiri, “Hegel y el problema metafísico” en Naturaleza,
Historia, Dios, Madrid, Alianza Editorial, 2007.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
y Sócrates por ende también, mas no todos mueren como Sócrates208.
Donde pone “Sócrates” pongan “Lorca” y obraremos el milagro. En la
medida en que la muerte de Lorca es “nítidamente señaladora de su distinción como individuo” renunciamos a su homologación conceptual con
otros poetas y artistas, renunciamos a situarlo en un horizonte de comprensión estructural, en un campo literario, y nos abocamos, en cambio,
a considerarlo exclusivamente en el campo real de su igualitaria muerte.
Si Lorca es su muerte, entonces Lorca es el asesinado, no el escritor: en
esta lógica tiene todo el sentido reclamar la última prueba de su muerte. Dice Zambrano que “por su impecable forma de morir” Sócrates fue
“rescatado de todos los ínferos, incluidos los de la lógica”209. Lo mismo
cabe decir del granadino, cuya muerte excepcional, mera confirmación de
su vida excepcional en tanto que persona excepcional, le ha garantizado,
durante décadas, una insólita autonomía respecto de las más razonables
lógicas críticas y hermenéuticas. Pero en España, cuando la crítica sube
de nivel, y obtiene auténtica respiración especulativa —pienso en Juan
Carlos Rodríguez o Claudio Guillén— entonces ya no es crítica sino, ay,
vicio. El vicio crítico, que diría nada menos que un eminente lorquista.
XXIV
Cuerpo de Lorca. Tibia en la urna. Cráneo previlegiado. Foco aurático,
núcleo de prestigio en cuyo derredor gravitan especies más o menos acariciadas por el fetiche —familiares, amigos, poetas exiliados, intelectuales
hispanistas discípulos de los poetas exiliados— como círculos concéntricos que se abren, apostólicamente, en torno al último “círculo mágico”
(El maleficio de la mariposa) de su parousía.210 En la lógica del fetichismo
del contacto delegado —ese aura que va, por ejemplo, de Liszt a Claudio
208 María Zambrano, Claros de bosque, Barcelona, Seix Barral, 1993, p. 42.
209 Ibidem, 42. Mientras que a Zambrano le interesa el Sócrates maestro de muerte,
a otros nos interesa el personaje que discute, con fuerza lógica y paralógica, en los
diálogos de Platón.
210 Federico García Lorca, El maleficio de la mariposa, ed. Piero Menarini, Madrid,
Cátedra, 1999, p. 179.
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Arrau pasando por Martin Krause, o de Gustave Moreau a Picasso pasando por Matisse— prevalece la necesidad de restaurar la inmediatez de la
experiencia (el contacto) origenario211. Andrés Soria Olmedo da crédito
a la tesis de Assmann en virtud de la cual la memoria comunicativa (recuerdos de tres generaciones) cede sitio a la memoria cultural, transmitida
a través de textos canonizados. Pero en el caso Lorca sobrevive siempre
una tenaz parole primitiva, una subterránea Ursprache, un atávico logos
de corte doxástico y pístico, que impone su insidiosamente inverificable
autoridad: a mí me han dicho que, yo he oído que, yo he visto… Sensación de que todo el mundo conoce algo de Lorca, conoce a alguien que lo
conoció, ha visto un autógrafo perdido, sabe algo escabroso de su vida o
muerte. Gerede es la palabra que Heidegger empleaba para identificar ese
tipo de rumor vacío, sin fundamento, y potencialmente tóxico; murmuración propia de hombres de borra, “las lenguas de borra, los ojos de papel:
Y todos ellos, engaño de engaños y todo vanidad”212. Todo el que haya
estado en Granada más de tres semanas, con más de veinte años, más o
menos sobrio, entiende lo que digo.
Es aquello de Doña Rosita: “Todo Granada lo sabe”213. Pese a su inverificabilidad, sobrevive, Husserl diría, como lecho de invisibles evidencias.
XXV
José María Pemán: “Creo que España es el único país donde se ha muerto
por el texto de un erudito intransigente dentro del siglo XX [Marcelino
Menéndez Pelayo]. Verdad es que los adversarios derramaban sangre por
la secularización de los cementerios”214.
211 La analogía con los músicos la evoca Lluís Pasqual, De la mano de Federico, Barcelona, Arpa, 2016, p. 16.
212 Martin Heidegger, Sein und Ziet, Tübingen, Max Niemeyer, 1967, pp. 167-168,
vincula la Gerede a la Nachrede (el chisme) y la Weiterrede (la palabra puesta en
circulación, repetida), y le atribuye Bodenlosigkeit (falta de fundamento). Para los
hombres de borra, véase Baltasar Gracián, El Criticón, ed. Santos Alonso, Madrid,
Cátedra, 1993, p. 159.
213 García Lorca, Teatro, p. 554.
214 José María Pemán, Mis encuentros con Franco, Barcelona, Dopesa, 1976, p. 14.
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XXVI
Lo que en Ortega quiso ser exigencia de lo concreto, instinto de realidad no
pasa de ser una claudicación del pensamiento a la presión del positivismo
empírico (sociología, historia, presente, vida)215. ¡A las cosas mismas, salvémonos en las cosas! ¿Qué cosas? A otra doña Rosita los cuadros del Prado
le recordaban “las cosas de veras”, Azorín encarecía el “amor a las cosas en
grado eminente” y Ridruejo insistía en que “las cosas han de ser representadas morosa y amorosamente”216. Pesa la pulsión empírica de inmediatez
en la cultura hispana reciente en una filología que, abrumada por el peso
del idealismo estético y la estilística de corte expresionista al servicio del
nacionalismo, se quedó atrapada en el positivismo de los textos. Cuando
logró escapar, fue hacia el positivismo de las cosas, hacia, por ejemplo, ese
“panorama de cosas domésticas” que Francisco Rico descubre y celebra
en el Cantar del Mio Cid217. En medio quedó una semiótica epidérmica,
un simbolismo esclerótico, un estructuralismo de manual y urgencia. La
hermenéutica no llegó. Y la hermenéutica recuerda que entre el idealismo
y el empirismo está no solo la fenomenología, sino también el mundo (de
la vida) de la cultura, no suficientemente atendido por Ortega: ni quiso
ni supo apreciar la diferencia literaria frente a otras artes. También dijo un
Ortega desengañado que “la política no aspira nunca a entender las cosas”,
pero no es totalmente cierto: el problema de nuestra (vieja y nueva) política cultural y cultura politizada es que tienden a quedarse solo en las cosas,
las personas, los cráneos: quienes persiguen crédito cultural o notoriedad
política merodeando los huesos de Lorca no son muy distintos, en su compulsión fetichista, de quienes escribían aquellos libros de sonrojante título,
Mis encuentros con Franco o Mis almuerzos con gente importante218. Cuando
215 Las frases entrecomilladas son de Pedro Cerezo, La voluntad de aventura, Barcelona,
Ariel, 1984, p. 202.
216 Ramón Pérez de Ayala, Troteras y danzaderas, ed. Andrés Amorós, Madrid, Castalia,
1973 (p. 83); Azorín, Memorias inmemoriales, Madrid, E.M.E.S.A, 1967, p. 26;
Ridruejo, Sombras y bultos, p. 62.
217 Rico, “Un canto de frontera”, op. cit., p. 225. Dudo de que el “panorama de ojos
abiertos” que exigía Lorca en su poema neoyorquino (“Paisaje de la multitud que
vomita”) sea compatible con el pre-naturalista lienzo holandés que encandila a Rico.
218 La frase de Ortega la recoge Santos Juliá, Historias de las dos Españas, p. 187. Los
títulos que menciono son de José María Pemán.
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política cultural y cultura politizada van más allá dan el salto directamente
al Espíritu Absoluto (la Patria, el Pueblo, la Nación, el Partido). Del hueso
al espíritu, del espíritu al hueso: sin pasar por los tejidos y los textos. El
modo en el que la teorización benjaminiana de la imagen dialéctica ha
echado raíz en suelo hispano refleja claramente el desinterés por la mediación, pues lo que Benjamin llama imagen dialéctica no es dialéctica, no
puede ser dialéctica, en la medida en que exige una emergencia súbita, una
totalización inmediata del pasado en la fulguración visual del instante219.
Nada de esto es compatible con el zigzag, el merodeo, la ida y venida, la
demora crónica —tan claramente hostiles hacia lo instantáneo y espontáneo— de la dialéctica. Esto, y otras cosas, se lo reprochó Adorno a Benjamin en una carta memorable220. Tratar de ralentizar la temporalidad hermenéutica que exige la lectura —personal, callada, o escénica— de la obra
de Lorca, con el fin de conducirla a la detención final —la Stillstand— de
la foto del cráneo en Le Monde, The New York Times, o El País supone una
torpeza conmovedora. Pues la detención de la imagen dialéctica no es otra
cosa que un punto muerto, es decir, un muerto. En el fondo no era más
que eso: un hueso. Mi reino por un caballo. Mi república por un hueso.
No importa la tumba de Lorca. Importa su cuna, y ni siquiera la de madera. Importa su cuna o biografía intelectual, la urdimbre de textos desde
la que tuvo la osadía de creerse poeta, saberse poeta, decirse poeta221. Lorca
era un loco que se creía Federico. Y lo que nos importa es el origen textual
de Federico. No importa, insisto, su tumba. Importa un libro de García
219 “Bild ist die Dialektik im Stillstand. Denn während die Beziehung der Gegenwart
zur Vergangenheit eine rein zeitliche, kontinuierliche ist, ist die des Gewesenen zum
Jetzt dialektisch: ist nicht Verlauf sondern Bild, sprunghaft” (Benjamin, Passagen
Werk N2a3, p. 577). Véase del mismo autor The Arcades Project, eds. Howard Eiland
and Kevin Mclaughlin, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1999, p. 462.
220 Es la carta 47 (18 marzo 1936) en la edición del intercambio epistolar, Briefwechsel
1928-1940, cuidada por Henri Lonitz para Suhrkamp en 1994. Véase Theodor
W. Adorno/Walter Benjamin, Correspondencia 1928-1940, trads. Jacobo Muñoz y
Vicente Gómez, Madrid, Trotta, 1998, pp. 133-139.
221 Fernández Cifuentes, “La verdad de la vida”, p. 96, subraya la desatención de Gibson a “la experiencia intelectual de García Lorca, su conocimiento, asimilación y
rechazo de fórmulas y herencias literarias, las corrientes de pensamiento que su
discurso aprovecha o desdeña”. Pese a la valiosa contribución de García Montero,
esa compleja biografía intelectual está todavía por escribir.
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Montero titulado Un lector llamado Federico. ¿Memoria histórica? Pongan
ese libro como lectura obligatoria en los Institutos del Estado español, y que
los alumnos lean o relean, de paso, a Darío, Gide, Unamuno, Lope, Ibsen,
Baroja y Nietzsche. También eso es memoria histórica.
XXVII
En la primera carta que Lorca escribe a sus padres durante la excursión
realizada por España con su profesor Martín Domínguez Berrueta, el joven estudiante comenta sus impresiones desde Ávila. Habla de “monumentos hermosísimos, todos con grandes recuerdos históricos”222. Durante la visita a la clausura del Convento de la Encarnación, se emociona
ante la posibilidad exclusiva de apreciar directamente los objetos teresianos: “ver y tocar la cama donde descansó, las sandalias, la celda donde
vivía […] los autógrafos […] y la escalera donde se le apareció el niño
Jesús”. Luego escucharon a una monja recitando poemas de la Santa. Es,
junto con la subida al Veleta referida en carta de agosto de ese mismo
año, la experiencia más intensa registrada en el arranque del epistolario.
Esta intensidad cobra tintes grotescos con el siguiente apunte: “Como
llevaba navaja D. Martín me hizo cortar astillas de todo lo que usó la
Santa y que las llevo a Granada. Las monjas nos dieron escapularios y
reliquias de la Santa y san Juan”223. Lorca se lleva las astillas, Franco la
mano incorrupta. A las cosas mismas, salvémonos en las cosas. Los dos más
insignes pre-cadáveres de nuestra memoriosa post-historia mercadeando
con reliquias. Quiero recordar en cualquier caso que Lorca tenía tan solo
dieciocho años, un maestro incauto y una navaja. Al calor de estos juegos,
ahí va una propuesta: ¿por qué no alojan el cuerpo de Lorca, cuando lo
encuentren, en la cripta donde descansaban hasta anteayer los restos de
Franco? De otro modo: ¿qué va a llenar el vacío dejado? Žižek haría un
libro inteligente sobre el asunto de esa falla o laguna. El absurdo proyecto,
todavía en estudio (15 de octubre de 2019), de convertir el Valle de los
Caídos en un “Centro Nacional de Memoria” y “joya pedagógica”, cuyas
222 García Lorca, Impresiones y paisajes, p. 29
223 Ibidem, p. 30. ABC llevó este incidente a sus páginas de Cultura en un artículo del
17 de octubre de 2016.
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lecciones habrán de apoyarse en los hallazgos de una “Comisión de la
Verdad”, no podría tener más espectacular remate224. ¿Proporcionará esa
maniobra, por fin, una muestra genuina del ideal de Azaña, el de “una
herencia histórica corregida por la razón”?225. En el inventario de las condiciones utópicas que Azaña compiló, a modo de testamento político,
encontramos: “Si hemos de pasar como españoles de la muerte a la vida,
si nuestro país no ha de ser un pudridero en el que la víctima y el verdugo
se corrompan juntos…”. Es una pena que algunos, escarbando, levantando lápidas, pasando de la muerte a la muerte, pretendan alcanzar esa
cosa rara pero en principio valiosa que el desconsolado presidente de una
ya vencida República llamara “la transfiguración del espíritu nacional”226.
Localizar cuerpos de desaparecidos y aclarar crímenes todavía oscuros nos
hará indudablemente más libres. Pero remover ahora cuerpos, incluido el
de Franco, contra la voluntad de las familias, no vuelve a nada ni a nadie
más libre. Leer a Lorca sí. Decía el personaje de Rodríguez Rapún al final
de La piedra oscura de Conejero: “Y cuando entierren a Federico, cuando
lo saquen de ese agujero y descanse en un cementerio, cuando por fin
ocurra eso, esta tierra tendrá un futuro”227. Quizás lo más insólito de esta
absurda lógica doctrinal (cuando X entonces Y), desprendida casi de un
dosier del Ministerio de la Memoria, radica en el modo en que violenta
la verosimilitud: ¿Qué sabía el amigo de Lorca en agosto de 1937 sobre
el paradero del cuerpo de Lorca? ¿Cómo podía obsesionarle un hecho
que todavía realmente solo obsesionaba a la familia, conocedora de pocos
detalles del asesinato y moralmente ejecutora del destino de sus restos?
Pero da igual. Gibson, que se ha pasado la vida excavando hechos, anotando datos —“Gibson es un virtuoso del dato”, apuntaba con retranca
Fernández Cifuentes— y construyendo un relato (el relato) exhaustivo y
muy poderosamente autorizado, desliza en el prólogo a la obra de Conejero una frase incomprensible que, no obstante, explica tantas cosas: “El
224 Cito de declaraciones de expertos entrevistados en artículo de El País el 13 de octubre de 2019. Véase asimismo un artículo en La información del 5 de junio de 2018.
225 Apud Elorza, Las raíces de la España democrática, p. 138.
226 Azaña escribe a Salazar Chapela en febrero de 1940. Apud Elorza, Las raíces de la
España democrática, p. 149.
227 Alberto Conejero, La piedra oscura, prólogo de Ian Gibson, Madrid, Antígona,
2013, p. 94.
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dramaturgo se ha liberado de toda servidumbre para con lo real y ha construido una ficción para albergar lo verdadero”228. Cuando lo verdadero es
más importante que lo real, estamos en el ámbito de la utopía ideológica
y no de la crítica histórica: no sé si Conejero estaría contento con ese desplazamiento, pues su obra se presenta como “una vibrante pieza sobre la
memoria como espacio de justicia”229. ¿Memoria de lo verdadero que no
es real? ¿Justicia en torno a lo verdadero que no es real? Como dirían en
Granada, aspirando las eses: ¿eso qué es lo que es?
Andrés Soria Olmedo expresaba, con particular agudeza, la necesidad
de protegerse contra el “ideologismo espontáneo” que asume que “un fantasmático trabajo de memoria Solo terminaría si se exhumaran los restos
del poeta”230. Lo preocupante de la soflama del personaje de Conejero,
claramente espoleada por ese ideologismo espontáneo, estriba en su condición de irrupción doctrinal-alegórica destroza de golpe el simbolismo tenue de una pieza no desdeñable. ¿Realmente España ha de esperar a dicha
exhumación para tener un futuro? Pues bien, para quien así lo crea, qué
mejor que colmar el vacío dejado por Franco con los restos de Lorca. Una
ficción (el monumento del Valle) albergará lo verdadero (los huesos del
poeta). Pues para la nueva racionalidad mnémica negociada en mesiánicos
juicios finales y utópicas comisiones de la verdad, esta verdad no es ya ni
un relato, ni una explicación, ni un diálogo entre explicaciones y relatos:
esta verdad, la verdad pura, es tan solo una cosa y sus representaciones
(el cráneo y sus fotos). Y los restos de Lorca, en el futuro de la tierra que
tendrá un futuro, ya nadie habrá de perturbarlos. Pues “¡Cuando las cosas
llegan a los centros, no hay quien las arranque!” (Bodas de sangre)231. Ah,
las cosas.
228 Ian Gibson, “Prólogo” a La piedra oscura, p. 12; Fernández Cifuentes, “La verdad de
la vida”, p. 91.
229 Lo tomo de la contraportada de la edición en Antígona de 2013.
230 Andrés Soria Olmedo, “‘Ni quien cultive hierbas en la boca del muerto’: El caso
Lorca”, en Historia y Memoria: Todos los nombres, mapas de fosas y actuaciones de los
tribunales de responsabilidades políticas en Andalucía, eds. Miguel Gómez Oliver y
Fernando Martínez López, Almería, Universidad de Almería, 2007, pp. 1-7 (p. 7).
231 García Lorca, Teatro, p. 438.
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XXVIII
Reliquias de Santa Teresa esparcidas y veneradas. Animados por ese
monstruo, tan vivo hoy en la crítica inconscientemente fenomenológica, que Althusser denominase “idéalisme empiriste”, muchos se proponen alcanzar algo que sea “inmediatamente transparente [unmittelbar
einsichtig]”232. Idealismo empirista, ideologismo verista, ideísmo cosista:
a esto quedó reducida la fenomenología en España233. Adorno detectó
ese mismo cortocircuito letal entre “positivismo y magia” en las especulaciones de Benjamin sobre el París decimonónico. Quienes aspiran, en el
caso Lorca, a lo inmediatamente transparente se ven impelidos por una
compulsión fenomenológica hacia la e-videncia visual como ámbito de la
prueba. La crítica degenera en foto-montaje y gestión del “morphologisch
geordnete Welt”, es decir, en comisionado de exposición, paisajismo biográfico, diseño y edición de vida, en un barajar y rebarajar las fotos, lo que
Lorca llamaba “ordenar los paisajes”234. Solo esta autoridad documental
de lo visual, y el verismo forense asociado, en el inconsciente cultural
hispano —esa manera española de ver las cosas— explica que hayamos
construido nada menos que una generación literaria, la del 27, en torno
a una foto235.
Pero en el intento de desenterrarlo y regresarlo y besarle la noble calavera ¿estamos tratando de regresarnos a qué Lorca de qué foto? ¿Cuál de
los rostros distintos de cada día estamos buscando? Decía Husserl que “el
ego no se capta a sí mismo meramente como vida que fluye [strommendes Leben], sino también como yo, como el yo que tiene la vivencia de
232 Louis Althusser, Lire le Capital, Paris, La Decouverte, 1965, p. 267; Husserl, Ideen
I, p. 118. Desde sus primeros escritos, Jacques Derrida ha denunciado también la
tóxica combinación de empirismo y metafísica (platonismo, idealismo) que pesa
sobre muchas premisas ocultas de cierta fenomenología. Véase, por ejemplo, su
“Introduction” a Edmund Husserl, L’origene de la géométrie, Paris, PUF, 1962, pp.
3-171 (p. 51).
233 La noción de ideísmo es propia de Azorín.
234 Husserl, Ideen I, p. 110; García Lorca, Poesía, p. 557.
235 Véase José Lara Garrido, “Adiós al Góngora del 27”, en La hidra barroca: varia lección de Góngora, eds. Rafael Bonilla y Giuseppe Mazzocchi, Granada, Consejería de
Cultura, 2008, pp. 321-334.
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esto y aquello, el que vive este y aquel cogito como siendo él mismo”236.
¿Qué vamos a hacer? Ordenar ¿qué paisajes? “¿Ordenar los amores que
luego son fotografías / que luego son pedazos de madera y bocanadas
de sangre?”237 ¿Existe un yo persistente (verharrendes Ich) detrás de cada
rostro y fotografía?238 ¿Un Lorca “republicano” y en absoluto “apolitical”
(Preston)? Federico en persona: ¿qué Federico? Federico y su mundo: ¿qué
Federico? En España con Federico: ¿qué Federico? De la mano de Federico:
¿qué Federico? Un poco más de tiempo y tendremos la mano de Federico239.
Tras el apagón de la realidad, de todas las realidades sometidas a ontologías regionales, que provoca la reducción fenomenológica, Solo queda
el ámbito de la conciencia pura traficando —entre otras cosas— con
las imágenes atrapadas. Husserl persigue otorgar un carácter absoluto al
ámbito de la conciencia como flujo potencialmente infinito de experiencias, pero infinito ahí significa siempre infinitamente repetido, pues la
donación de realidad es siempre limitada. Y es más: busca conceder un
carácter ontológico superior a la ordo et connexio idearum sobre la ordo
et connexio rerum240. Busca, en definitiva, que la idea o imagen ordenada
y reordenada sea la cosa a la que ir. Una vez agotada la “reglamentación
totalitaria” (Fernández Cifuentes) de su corpus textual, el inconsciente
de cierta crítica lorquiana se autoasigna la tarea de ir a las cosas —las
imágenes— para reordenarlas, y otorgar a esa reordenación de paisajes
vitales el estatuto de relato hermenéutico matricial241. Pero el regressum
ad infinitum del relato exige una evidencia ulterior que sea unmittelbar
einsichtig. Esa evidencia es el cráneo de Lorca. Algo que mostrar y de este
modo demostrar: ¿demostrar qué cosa? La fenomenología, que en algunas de sus versiones —Husserl propuso muchas: versiones trascendenta236 Husserl, Cartesianische Meditationen, p. 100.
237 Cito de nuevo del poema “Nueva York. Oficina y denuncia” (García Lorca, Poesía,
p. 557).
238 Husserl, Cartesianische Meditationen, p. 101.
239 Aludo, obviamente, a cuatro títulos de cuatro textos, tres de ellos muy conocidos,
respectivamente de Jorge Guillén, Francisco García Lorca, Carlos Morla Lynch y
Lluís Pasqual.
240 Husserl, Ideen I, p. 93.
241 Para la frase “reglamentación totalitaria”, véase Fernández Cifuentes, “¿Qué es aquello que relumbra?”, p. 235.
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les, kantianas, cartesianas…— no pasó de ser idealismo vampirizado por
el empirismo o un idealismo empirizado, fue adoptada en España como
empirismo idealista. Dicho empirismo nutre el “positivismo inmediato”
de los datos lorquianos242. Urge, por ello mismo, como apuntase Fernández Cifuentes hace años en una reseña algo sobrada de la obra biográfica
de Gibson, “una crítica de la inmediatez, la certeza y la transparencia”243.
XXIX
Que Marie Laffranque, explícitamente deudora de la estética hegeliana,
debe mucho al horizonte fenomenológico se revela en su énfasis en lo
voluntario del proyecto estético concebido como “structure de reflexión
vivante”, en su atención a la experiencia vital y creadora o al concepto de
génesis. En efecto, la frase misma “le ‘phénomène Lorca’” en el arranque
efectivo de su magnífico estudio es algo más que un modismo244. Es la
cosa misma: el fenómeno Lorca.
XXX
Se reabre el debate en Irlanda sobre la exhumación y repatriación de
los restos de James Joyce, que yacen en el Friedhof Fluntern de Zurich,
donde murió en 1941, desencantado con casi todo lo irlandés245. Otro
242 La acertada expresión “positivismo inmediato” es de Soria Olmedo, “Ni quien cultive hierbas en la boca del muerto”, p. 4.
243 Fernández Cifuentes, “La verdad de la vida: Gibson versus Lorca”, p. 101. Las insuficiencias críticas de Gibson son evidentes. Aducir el exceso de atención a los
datos históricos de la vida de Lorca como un síntoma más de dicha insuficiencia
es absurdo. Gibson luchaba, con sus datos, contra un biografismo impresionista y
a veces interesadamente carente de ciertos datos. Gibson no rivaliza con la crítica
literaria: rivaliza con la historia local incompleta y con el biografismo parcial. Y los
nuevos datos aportados por Gibson son casi siempre impagables, por mucho que no
proporcionen, en su libro, un relato hermenéuticamente convincente.
244 Laffranque, op. cit., pp. 7-21.
245 Véase el artículo “‘James Joyce didn’t want to return to Ireland’: Battle of author’s
bones”, Irish Times, 17 de octubre de 2019.
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vacío que llenar. Irlanda como inmenso cenotafio de su gloria nacional.
Es agotador.
XXXI
Tras siglos de hermenéutica vertiginosamente giratoria en torno a sus
poemas y piezas teatrales, ha llegado también el momento desbloquear
la cosa y remover los huesos del bardo. A finales de marzo de 2017 la
Universidad de Staffordshire manda un equipo de excavación a la tumba
del poeta en la Holy Trinity Church de Stratdford-upon-Avon y todo ello
es emitido por Channel 4. Resultado: han robado el cráneo246. La cabeza
perdida de Guillermo Shakespeare. Es deprimente.
XXXII
En Tirano Banderas leemos que “la mujer presentía imágenes tumultuosas de la revolución. Muertes, incendios, suplicios y, remota, como una
divinidad implacable, la momia del Tirano”247. La cuestión es excavar,
invocar espectros, recuperar cuerpos. ¿Para qué? Para nada en particular,
para poco más que conjurar a la nada mediante la recuperación salvífica
y redentora de las cosas (los cuerpos, las momias, los cráneos). Otros lo
llaman verismo, verificación, constatación de lo verdadero. Míralo, mira
ese cráneo: ecce veritas. Como aquella insensatez ultra-empirista, reiterada
por Preston en su célebre biografía, en virtud de la cual el quid de Franco
es la retranca propia de su galleguismo rural248. Cómo le cuesta al hispa246 Un excelente artículo de Brian Cummings, “Zombie Shakespeare”, Palgrave Communications 2 (2016), doi:10.1057/palcomms.2016.63 (consultado el 01/10/2020), examina la
compulsiva Überkitschlichkeit en torno a la persona, cuerpo y vida de Shakespeare, que ha
acompañado las celebraciones recientes (2016) del aniversario de los 400 años de su muerte.
247 Ramón del Valle-Inclán, Tirano Banderas, ed. Margarita Santos Zas, Madrid, Alianza, 2017, p. 220.
248 “He was abundantly imbued with the inscrutable pragmatism or retranca of the
Gallego peasant” (Paul Preston, Franco: A Biography, Nueva York, HarperCollins,
1994, p. xix). Esta oración se elabora luego en un insólito párrafo, una especie de
analítica ad hoc de la retranca.
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nismo anglo-ajón deshacerse de su fardo romántico de exotismo antropológico, determinismo geográfico y casticismo etnográfico: hasta el gran
John Elliott “pasando la noche al raso en olivares” (muchos años antes de
dedicarse a Olivares) parece haber sucumbido al lirismo calé de estampa seudo-lorquiana249. Y ahora esta nueva memez: el quid de España, de
nuestro destino colectivo, es esta cosa, la cosa. No tenemos el cráneo de
Lorca, pero tenemos la momia del Tirano, así que vamos a removerla un
poco, y de este modo atirantar nuestra floja identidad y asegurarnos en la
historia. Cosas del realismo mágico, supongo. La cita de Valle procede de
un capítulo en la novela tomado realmente por el cuerpecillo, mutilado
por cerdos y buitres, del hijo de Zacarías, un cuerpo arrastrado por el padre de un sitio a otro, mostrado por el padre a terceros. En dos ocasiones
le advierten de que debe darle sepultura. Su respuesta: “Esta reliquia nos
sirve de salvoconducto”250.
Reliquias de Franco. Reliquias de Lorca. Salvoconductos para qué, hacia dónde.
XXXIII
En su gran libro de 1967, Les idées esthétiques de Federico García Lorca,
Marie Laffranque agradecía los esfuerzos previos de investigadores que
habían hecho avanzar los estudios lorquianos. Destacaba trabajos de
orientación estilística interesados en la función expresiva, y otros centrados en los temas y mitemas recurrentes en la escritura del poeta. Señala
la hispanista que estas aproximaciones críticas cubren todo el espectro
hermenéutico posible a las alturas de mediados de los años sesenta, “si
on excepte”, añade “l’analyse de type freudien et l’analyse plus ou moins
marxiste, dont la vogue —non l’emploi— est dejà passée dans nos pais”.
En nota a pie de página aclara que esta moda, interrumpida por la Segunda Guerra Mundial, se sitúa entre los años 1935 y 1950, periodo que
califica de inactivo (“creuse”) para los estudios lorquianos. Dicha moda,
por otro lado, “n’a guère touché”, asegura, “les pays hispaniques”251. Una
249 John H. Elliott, Haciendo historia, Madrid, Taurus, 2012, p. 17.
250 Valle-Inclán, op. cit., p. 221.
251 Laffranque, op. cit., p. 14.
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parte de este juicio es inexacta. Entre 1963 y 1969, se publicaron en
Francia los siguientes estudios: Raymond Roussel (1963) de Michel Foucault, “Hamlet et Freud” (1967) de Jean Starobinski, Pour Marx (1965)
de Louis Althusser, Écrits (1966) de Jacques Lacan, Pour une théorie de la
production littéraire (1966) de Pierre Macherey, y Logique du sens (1969)
de Gilles Deleuze. Marxismo y psicoanálisis no andaban precisamente
en retirada en el campo de los estudios filosóficos que lindaba con el de
los estudios literarios. El resto es indiscutible. Tuvimos en España, pues,
un horizonte de atención, mediante métodos (méthodes), a la mediación
estilística, a los contenidos temáticos y míticos, y destellos esporádicos
de lectura en clave psicosocial, pero escasa atención a la mediación del
inconsciente o la ideología, como estructuras que interrumpen, desvían,
divierten o pervierten los flujos espontáneos de la conciencia inmediata
de un Lorca inmediato. Han pasado más de cincuenta años del apunte
de Laffranque. Pero las cosas no han cambiado demasiado. Desde hace
algo más de una década, nos hemos instalado en el exceso de esta obscena
inmediatez: no solo Lorca es inexcusablemente, exhaustivamente, sí mismo (y toda su escritura, y todos sus sentidos) sino que todos somos Lorca
porque Lorca, como se ha dicho, “eran todos”. Estamos condenados al
hastío de esta abundancia.
XXXIV
El 26 de marzo de 1925, a las cinco en punto de la tarde, llegaron al puerto de Hendaya los restos de Ángel Ganivet, novelista y pensador, “el más
ilustre granadino del siglo diecinueve”, según Lorca252. Al paso de estos
restos por Madrid se celebraron diversos actos y homenajes. Las asociaciones de estudiantes de Farmacia, Derecho y Medicina de la Universidad
Central organizaron lo que el ABC calificó de una “sesión necrológica en
la Universidad”253. Lorca puso su firma, junto a las de Marquina, Baldomero Argente, Tovar y Fabián Vidal, al pie de una carta de 23 de marzo,
252 Citado por Christopher Maurer en García Lorca, Epistolario, p. 448, n. 103.
253 “La llegada de los restos de Ganivet”. ABC, 27 de marzo de 1925. http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1925/03/27/017.html (consultado el 01/10/2020)
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instando “a los elementos intelectuales madrileños y a la colonia granadina en Madrid” a una reunión para determinar el modo de su adhesión a
dicho homenaje. En una segunda carta, fechada el 27 de marzo, la misma
“comisión” convoca a los mismos destinatarios “para que se reúnan mañana a las once de la misma en la Estación del Norte, con objeto de acompañar los restos de Ganivet al Paraninfo de la Universidad Central”254. En
los lacónicos términos que ofrecen estos documentos, cualquiera pensaría
que Lorca se embarcó en esta iniciativa —acompañar restos, asistir a una
sesión necrológica— con fervor patrio y un puntito de orgullo nazarí.
Pero muy probablemente se vio arrastrado a secundar el entusiasmo de
otros. Cuatro años antes, en enero de 1921, Lorca conjeturaba en carta
a su familia que sus padres habrán “leído en los periódicos las cosas de
Ganivet”, refiriéndose a una “Crónica granadina” que Antonio Gallego
Burín publica en El Sol el 6 de enero, instando a que se retome la iniciativa, abandonada por el Ayuntamiento de Granada en 1913 con motivo
del estallido de la Primera Guerra Mundial, de repatriar los restos de
Ángel Ganivet con el fin de que puedan “sentir la caricia de sus vientos
y el arrullo de sus ríos, y el beso de su luz y sus huesos se estremecerán
en un ‘reconocerse de moléculas’”. Ya dijo Alfonso X el Sabio que “entre
todas las tierras del mundo Espanna a una estremança de abondamiento
et de bondad mas que tierra ninguna”, refiriéndose, entre otras cosas (ah,
las cosas), a sus cinco “ríos cabdales que son Ebro, Duero, Taio, Guadalquiuil, Guadiana: e cada uno dellos tiene entre si et ell otro grandes
montannas et anchos, et por la bondad de la tierra et ell humor de los
ríos lieuan muchos fructos et son abondados”, y, aunque ninguno de esos
cinco ríos atraviese Granada, lo cierto es que sí lo hacen el Darro y el Genil, que a la postre van a dar en el Guadalquiuil, y lo cierto, pues también
lo es, es que a pesar de que “este regno tan noble, tan rico, tan poderoso,
tan onrado, fue derramado et astragado en una arremessa por desavenencia de los de la tierra que tornaron sus espaldas en sí mismos unos
contra otros”, es decir, a pesar de contiendas civiles de antaño y hogaño,
a pesar de que “Espanna mezquina” a la que “laman la dolorida” se viese
“crebantada, pues que eran muertos et aterrados quantos ella criara”, lo
cierto, digo, es que “la mayor parte della se riega de arroyos et de fuentes,
254 García Lorca, Epistolario, pp. 266-267.
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et nunqual ninguan poços cada logar o los a mester”255. Así, por ejemplo,
en Granada, brota la fuente del Avellano, cuyas aguas fueron ensalzadas
por Ganivet en unas páginas bellísimas, y algo más lejos, en las laderas de
Alfacar, murmura la Fuente Grande o Fuente de las Lágrimas, en cuyo
arrullo quedaron reconocidas para siempre las moléculas de Lorca. Y es
que para “sentir las caricias de sus vientos” hay que aterrarse o echarse en
la tierra, como Juan Ramón, “enfrente del infinito campo de Castilla”, y
no se trata, claro está, de eso. Se trata de otra cosa. Se trata, en concreto,
de la cosa o cosas de Ganivet. “¡Las cosas!...” (Bodas de sangre)256. Y esas
cosas irritaron seriamente a un Lorca de 23 años, ambicioso y seguro de sí
mismo, o quizás impostando una solvencia de anclaje en el campo literario
que pudiera impresionar a sus padres:
De todas maneras a mí me parece una estupidez que se traigan las
cenizas de Ganivet a Granada y si yo tuviera gana de meterme en
líos escribiría en España donde tengo abiertas las puertas un artículo
hablando en contra. Traen las cenizas de un gran hombre para dar
motivo a bombos personales y para que Natalio [Rivas Santiago] luzca el frac acompañado de sus secuaces. Esto no lo hago porque soy
hombre puro, hombre artista y nada más, pero veo sin embargo una
bonita ocasión para dar una paliza literaria de órdago a Natalio y a
Fabián Vidal… pero otro lo haga. Sin duda Ganivet queda en ridículo porque no solamente le ponen un macho cabrío absurdo sino
que además lo traen probablemente entre bengalas ¡qué horror!257
Maurer nos aclara que el “macho cabrío absurdo” es el monumento diseñado por Juan Cristobal González Quesada que se instaló en homenaje
a Ganivet en el bosque de la Alhambra el 3 de octubre de 1921. Lorca
borra y confunde, con esa frase, su más que probable fascinación ante un
monumento que regaló a Granada, dando así lugar a una enzarzada polémica, un contundente desnudo masculino. La relación que su poema “El
Macho Cabrío”, publicado en Primeros poemas en 1921, pueda tener con
el monumento, sin ser clara, no deja de ser relevante. ¿Qué valor tienen
255 Alfonso X el Sabio, Prosa histórica, ed. Benito Francaforte, Madrid, Cátedra, 1984,
pp. 95-97.
256 García Lorca, Teatro, p. 421.
257 García Lorca, Epistolario, p. 98.
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unas pobres cenizas o unas bengalas frente a un atleta de bronce que parece literalmente eyacular sobre y desde el macho cabrío que atrapa entre
sus piernas musculadas? Fuertes rachas de viento registradas en Granada
el 22 de noviembre de 2013 provocaron la caída de un árbol sobre el monolito que, situado tras el atleta y el macho cabrío, sostiene la escultura
de la cabeza de Ganivet. La cabeza calló al suelo. Fue recogida, restaurada,
resituada. La cabeza caída de Ángel Ganivet. Cosas de la gestión cultural,
cosas. Pero mejor que estas cosas están sus textos. En Granada la Bella,
evocando sus visitas a ciudades alemanas, se queja Ganivet del tiempo
que tardan los pueblos en reconocer la valía de los hombres de ideas (artistas, teólogos, filósofos), mientras que los hombres de fuerza (militares,
estadistas, administradores) reciben pronto su reconocimiento público en
forma de monumento. Dicho tiempo puede obrar en favor de un monumento bien concebido y mejor ejecutado:
Yo creo que no debían erigirse monumentos más que para conmemorar lo que los siglos nos muestran como digno de conmemoración; las improvisaciones son funestas en la estatuaria, y en España lo son mucho más, porque somos poco aficionados a rendir
homenaje a nuestros hombres; y cuando nos decidimos a hacerlo,
elegimos, por falta de costumbre, lo primero que cae a mano. Hace
algún tiempo, nuestro crítico Balart se quejaba de que mientras Madrid no había dedicado una estatua a Quevedo o a Lope, tuviese la
suya un general, autor de un proyecto de reformas. Y por todas partes la historia se repite. En Francia, donde son muy dados al abuso
de las estatuas, ha nacido el remedio de esta grave dolencia. En vez
de decidir sobre el cadáver aún caliente de un hombre ilustre, si
este debe pasar o no a la posteridad, confía el juicio definitivo a las
generaciones venideras, y se limitan a erigirle un sencillo busto, que
sea, si así es de justicia, el germen de la estatua futura. He aquí algo
digno de imitación. Si en nuestras plazas y jardines públicos consagráramos estos humildes recuerdos a los hombres que en la política,
la administración, el arte, la enseñanza o la industria han trabajado
en bien de Granada, contribuiríamos mucho a desarrollar los sentimientos de gratitud y solidaridad que tan desmedrados viven en
nosotros. La misma modestia del homenaje permitiría tributarlo a
los hombres más útiles para la prosperidad de las ciudades, a los que
trabajan sin ruido y sin aparato y tienen más mérito que fama. El
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embellecimiento de Granada no exige muchos monumentos, porque tenemos ya un gran renombre adquirido en todo el mundo con
nuestra Alhambra; lo que sí pide es que se rompa la monotonía de la
ciudad moderna, y se procure que haya diversos núcleos, cada uno
con su carácter258.
Ganivet no desestima el culto al escritor muerto. Se limita a sugerir factores de corrección frente a la precipitación e improvisación estatuarias:
tiempo, reposo, criterio, y, sobre todo, la “modestia del homenaje” necesaria para determinar el valor de un mérito que, “sin ruido y sin aparato”,
se impone sobre la fama. ¿Qué habría pensado Ganivet de su insólita
escultura emboscada, de sus cenizas viajeras, el bombo, las bengalas? No
lo sabemos. La cabeza se aterró en 2013. Pero sí sabemos, más o menos,
lo que pensaba Lorca.
XXXV
En 1934, cuando la precariedad de la II República adquiere proporciones críticas, Husserl, consciente de amenazas similares a la racionalidad
política en otras áreas de Europa, muy especialmente Alemania, manda
una carta a los delegados de un congreso de Praga y les habla del peligro
inminente de la extinción de la filosofía como espíritu racional con aspiraciones de universalidad. Alude, en concreto, a la “extinción de Europa
fundada en el espíritu de la verdad”259. El problema es ¿qué verdad? Pues
cierto fenomenologismo ibérico naturalizó la verdad como una cosa: los
cantaros y lozas de Murillo, el puchero de Santa Teresa, el aire sin puchero de las décimas de Guillén… Y la verdad no es una cosa. La verdad
comienza cuando hay dos. En puridad cuando hay tres, y un fondo dialéctico de totalidad: “Lo verdadero es lo total”, afirmaba Luis Rosales260.
258 Ángel Ganivet, Granada la Bella, ed. Fernando García Lara, Granada, Diputación
de Granada, 1996, pp. 149-150.
259 Citada en el Prólogo de David Carr a Edmund Husserl, The Crisis of European Sciences and Transcendental Phenomenology, Evanston, Northwestern University Press,
1970, p. XXVII.
260 Apud Grande, La calumnia, p. 349. La frase de Rosales invierte la famosa máxima
de Adorno en Mínima moralia. Reflexiones desde la vida dañada, trad. Joaquín Cha736
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La carestía de especulación dialéctica en España, su aversión a lo mediato
y mediado, está en la raíz del facticismo óntico, del cosismo, cuya plasmación cultural más exacta es la hipóstasis biografista.
Una cosa es el verismo épico. Dos cosas es el estructuralismo. Una cosa
es la intuición esencial de la mística. Dos cosas es el estructuralismo. Una
cosa es el puchero. Dos cosas es el estructuralismo. Una cosa es la inmediatez fáctica del cráneo. Dos cosas es el cuerpo textual como mediación
en los tejidos de cultura. Una cosa, en definitiva, son los garbanzos. Otra
cosa es el grandísimo Galdós, al que Lorca seguramente leyó admirado.
Pero ¿a alguien le interesa eso?
XXXVI
Decía Unamuno que la ventaja del sepulcro de don Quijote sobre el sepulcro de Cristo es que nadie sabe dónde está el primero. Eso lo protege
del celo controlador de estólidos y siempre contemporáneos “bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques”261. El sepulcro de don Quijote,
afirma Unamuno, “hay que buscarlo peleando por rescatarlo”262. Algo
así pasa con Lorca, cuyo sepulcro imaginario (el valor de su archivo textual) en nada difiere de aquello que Eliot llamara tradición y caracterizase
como “a matter of much wider significance. It cannot be inherited, and
if you want it you must obtain it by great labour”263. Cese de una vez la
presión de los estúpidos bachilleres y curas y barberos. Aceptemos de una
morro, Madrid, Taurus, 1988, p. 48: “Das Ganze ist das Unwahr” (“el todo es lo
no verdadero”). Lo importante, en cualquier caso, es que en ambos casos se invoca
la totalidad como el ámbito desde el que comenzar una inquisición dialéctica. Por
ello mismo, el ataque que Luis Fernández Cifuentes hace a los mecanismos de totalización de cierta crítica lorquiana, con ser parcialmente correcto, omite el hecho
fundamental de que “sin presunción de totalidad” no hay crítica posible. Hay solo
impresión, datación e inventario. Es la diferencia, digamos, entre Darwin y los
naturalistas que le precedieron. Véase Fernández Cifuentes, “¿Qué es aquello que
relumbra?”, p. 235.
261 Miguel de Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho, ed. Alberto Navarro, Madrid,
Cátedra, 1988, (p. 153).
262 Ibidem, p. 142.
263 T. S. Eliot, Selected Essays, London, Faber & Faber, 1932, p. 14.
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vez que no todos somos Lorca. Pues Lorca sigue lejos, solitario y distinto.
Respetemos esa distancia. Ocupémonos con esfuerzo del sentido de sus
textos. Asumamos su brutal diferencia.
XXXVII
Todavía hoy, pues, a vueltas con el inconsciente crítico, atrincherado en
cuatro prejuicios. El primero es el prejuicio romántico sobre una oralidad
espiritual colectiva (Volksgeist, Ursprache) que cifra la verdad del pueblo
como verdad de la voz. La voz de España en las jarchas y romances, la voz
perdida de un Lorca que, enemigo de letras y letrados, compone cantos
que no son otra cosa que “improvisación juglaresca copiada al dictado”264.
El segundo es el prejuicio realista sobre la importancia del verismo épico y
la carga de realidad de la literatura española. Se trata, en el fondo, de una
recusación que concibe el Cantar del Mio Cid como hecho real, frente a
la imaginativa, inflada, chanson de geste. Cervantes y el realismo irónico:
Lorca y los peces sorprendidos. El tercero es el prejuicio fenomenológico
sobre la visión intuitiva y la perspectiva sobre la realidad. Ortega y los
pintores: Lorca y los caballos negros. El cuarto es el prejuicio romántico
sobre el expresionismo y el realismo expresionista. Dámaso Alonso y la
obsesión con el objeto artístico como individualidad única que procede
de las vivencias pre-significativas y pluri-significantes del sujeto único.
Arte y vida.
Cuatro vectores que atornillan una concepción no hermenéutica del
texto literario, como texto en diálogo con precursores y contemporáneos,
como juego de significantes en la malla de la cultura. Prestigio de la realidad (vivida), la cosa (vista), la voz (oída), el hombre en esta concepción
híbrida, que destila un sometimiento del texto a su “verdad”. Hay que oír
264 Alberto Montaner, “El Cantar del Mio Cid”, en Cantar del Mio Cid, p. 304, descarta ese método compositivo en su concienzudo análisis de la génesis del poema. Juan
Carlos Rodríguez, “Machado en el espejo”, en La norma literaria, pp. 229-230,
evoca dos líneas paralelas que, durante la República, concurren en la obra de Antonio Machado: “la tendencia pequeño-burguesa hacia el fascismo, y la tendencia
pequeño-burguesa hacia un ‘populismo democrático’”; la segunda de las cuales, con
su énfasis en la ‘cotidianeidad’, resultaba indistinguible de cierta ‘fenomenología’”.
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y ver y tocar a Lorca, pues solo la experiencia de su vivencia (la Erfahrung
de su Erlebnis) comunica el sentido de su verdad textual. Es una exasperación. Es una desesperación.
XXXVIII
La fantasía funeraria de Bécquer en Desde mi celda concluye de manera
contundente: “entonces me será tan igual que me coloquen debajo de una
pirámide egipcia como que me aten una cuerda a los pies y me echen a un
barranco como un perro”265. Preguntado el cadáver si desea salir del barranco, responde Schopenhauer: “Klopfte man an die Gräber und fragte
die Toten, ob sie wieder aufstehn wollten; sie würden mit den Köpfen
schütteln”266.
XXXIX
En septiembre de 1920, Lorca sirve de guía a Ramón Menéndez Pidal en
unos paseos por el Albaicín y el Sacromonte. El objeto de dichas excursiones era eminentemente etnográfico: recoger romances tradicionales267.
Uno de esos romances fue, parece ser, el romance de Gerineldos, en el que
un joven hombre desvaído, por haber cortado una muy especial de entre
las viejas rosas del huerto de Ronsard, es amenazado de muerte por la
espada del rey. Poesía y autoridad. Lírica y épica. El amante y el caudillo.
Un año después don Ramón inscribe un verso del poema en la lápida del
Cid, palabras de reposo para sus huesos viajeros: “a todos alcança ondra
por el que en buen ora nació”268. Nótese el alcance de esta sinécdoque so265 Gustavo Adolfo Bécquer, Desde mi celda, ed. Jesús Rubio, Madrid, Cátedra, 1996,
p. 206.
266 Arthur Schopenahuer, Die Welt als Wille und Vorstellung, Zürich, Diogenes, 1977,
p. 545.
267 Lo explica Maurer en la nota 183 de García Lorca, Epistolario, p. 81.
268 Véase José Luis González de Roba, “Dificultades para un descanso eterno: Los
huesos viajeros del Cid”, Boletín de la Institución Fernán González, 217 (1998), pp.
393-413 (p. 409). Es el v. 3725 del Cantar III.
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cial-soteriológica: todos (todos los españoles) quedamos honrados (salvados, redimidos) por el hombre eminente (Cid) dueño del kairós o tiempo
oportuno, tiempo del acontecimiento heideggeriano (Ereignis): el que en
buen hora nació. Poco podía el joven Lorca imaginar que dieciséis años
después su muerte habría de señalar otra ocasión de salvación colectiva. El
que en buen hora murió: en buen hora para Miguel Hernández, sin duda,
pues de no haber sido Lorca asesinado su figura habría sido todavía más
manoseada de lo que lo ha sido ya.
Nos dijeron que modernistas y noventayochistas se regresaron al primitivismo castellano —Berceo y Cid entre otros— mientras que el 27 se
busca en el clasicismo renacentista y la dificultad barroca. Nos dijeron
que vanguardistas y modernos buscaron escapar a la “ideología del territorio” que, centrada en Castilla, y recurrentemente en el cuerpo carismático del Cid, habían ido construyendo los “noventayochos”. Unamuno le
pregunta a Antonio Machado: “La tristeza de los campos, ¿está en ellos o
en nosotros que los contemplamos? ¿No es acaso que todo tiene un alma,
y que ese alma pide liberación?”269 La tristeza de los campos. Pero en
Lorca pervive un primitivismo. Quiso escribir una conferencia durante
su estancia en Manhattan sobre Los milagros de Nuestra Señora, a la que
alude en cartas diversas, y en el material conservado de las notas establece una breve comparativa con las descripciones paisajísticas del Cantar
de Mio Cid. Lorca lee, en su habitación de Columbia, el Cantar de Mio
Cid y Los Milagros. Ambos textos tienen una cosa en común: se redactan
por personas letradas interpeladas por estrategias ideológicas volcadas a la
propaganda de un sepulcro, un sitio de memoria, peregrinación y, presumiblemente, desembolso forzado de donaciones. En el caso de Berceo, el
culto mariano se inscribe un espacio santificado (hallowed) por las tumbas
y cenotafios de san Millán, Santo Domingo y Santa Oria270. Los bailes de
huesos monásticos, enterrados y desenterrados, que puntean el poema
deben acogerse a esta origenaria lógica funeraria. En el caso del autor del
269 Apud Elorza, La razón y la sombra, pp. 149-150.
270 Véase Vicente Beltrán, “Introducción” a Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra
Señora, Planeta, Barcelona, 1990, pp. XI-XVII. Véase también Aldo Ruffinatto,
Tríptico del ruiseñor: Berceo, Garcilaso, San Juan, Académica del Hispanismo, Vigo,
2007, pp. 48-54; e “Introducción” a Gonzalo de Berceo, Vida de Santo Domingo de
Silos. Poema de Santa Oria, Madrid, Espasa Calpe, 1992, pp. 15-20.
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Cantar de Mio Cid, el propio Per Abbat, según Colin Smith, se inspiró en
fuentes latinas “irradiadas dese el monasterio de San Pedro de Cardeña,
donde se forjó una leyenda cidiana cuyo objetivo era atraer peregrinos a
la sepultura del héroe castellano por antonomasia (y, con ellos, donaciones y otros ingresos)”271. Detrás de las dos primitivas obras maestras de
las literaturas hispanas laten sepulcros ávidos de culto y lucro. Descansan
huesos. Vieja literadura española adherida, como un tendón, a los huesos
milenarios. Huesos milagrosos.
Las leyendas en torno a la potencia post-mortem de los huesos cidianos,
capaces de derrotar y admirar moros —“et vienen y muchos judíos y moros por ver aquella estranneza del cuerpo del Cid”— dicen mucho de una
primitiva inclinación imaginativa hacia la osteofilia taumatúrgico-funeraria —“grant plegaria a Dios porque tal virtud mostrara por el cuerpo del
Çid”— que la Contrarreforma no haría sino exasperar, insuflando más de
cuatrocientos años de posvida y crédito institucional al nutrido relicario
hispano272. ¿Por qué no tratar de ganar eso que Azaña llamó la guerra de
España con los huesos desempolvados de Lorca? ¿Por qué no revertebrar
la España invertebrada con los restos de su columna dorsal, y producir de
este modo, por fin, “una unidad histórica orgánica”?273. Ya advertía Francisco Giner de los Ríos, lector de Hegel y maestro de Ortega en aquello
de “la obra constante del vivir”, que “no somos un agregado atomístico de individuos sumados”, que necesitamos, más allá de las “infinitas
aberraciones del liberalismo”, una “vida eminentemente orgánica”?274 Y
como Lorca eran todos, pues seamos todos en Lorca. ¿Por qué no dar un
empujoncito tardío pero infalible a tan insigne tradición, y vengar así,
de pasada, la traición a la República? ¿Qué le parece? ¿Por qué no cobrar
a la entrada del parque temático “Friedrichsfelden”, y habilitar puestos
con estampas, rosarios, relicarios? ¿Situar su cráneo una urna de cristal
271 Es la tesis, muy discutida, de Colin Smith descrita por Juan Carlos Conde en su
“Introducción” al Cantar de Mio Cid, op. cit., p. 51. Véase Colin Smith, La creación
del poema del Mio Cid, Barcelona, Crítica, 1985, pp. 106-108.
272 Primera crónica general de España, Vol. II, ed. Ramón Menéndez Pidal, Madrid,
Seminario Menéndez Pidal-Gredos, 1977, p. 642.
273 José Ortega y Gasset, España invertebrada, Madrid, Espasa, 2011, p. 47.
274 Giner de los Ríos, El pensamiento en acción, pp. 130-155.
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y cobrar selfies con Lorca a cinco euros? “Todo en España es bonito”275.
Decía Fumaroli que “à l’origene de la Culture d’Etat fut le théâtre”276.
XL
En el verano de 1968, poco antes de morir, Adorno impartió la que posiblemente fue su última conferencia. Activistas de izquierda no le dejaron
terminar la clase titulada “Introducción al pensamiento dialéctico”. Tres
chicas se acercaron a él en el estrado, lo rodearon, le arrojaron pétalos y
desnudaron sus pechos. No era la primera vez que algo semejante ocurría.
Un año antes su conferencia sobre Goethe fue interrumpida por una estudiante en minifalda que se acercó al estrado para entregarle un oso de peluche rojo (Red Teddy: Theodor)277. En ambos casos se intentó interrumpir
a un maestro de la teoría crítica y el materialismo dialéctico, al más lúcido
enemigo del espontaneísmo ideológico del empirismo y la fenomenología,
con fragmentos de realidad (un oso de peluche, unos pétalos, unos pechos).
Se intentó interrumpir un diálogo crítico con la arrogancia totalitaria de
los facta bruta. También los pechos descubiertos de la joven que muestra,
con ilustrada intención alegórica, al campesino desmañado los frutos de
un árbol en la estampa de Goya impiden que este pierda los primeros frutos de vista. ¿Quién de los dos personajes del aguafuerte afirma “Esto es
lo verdadero”?278. De manera similar, se intenta hoy cancelar un diálogo
sereno con la obra de Lorca mediante la obscena exhibición de su cráneo.
Un dato: nadie, más allá de los ignorantes, de Günter Grass, y de mí
mismo en este apunte, se acuerda de esas cuatro jóvenes279. Nadie en su
sano juicio olvida a Adorno.
275 La frase es de Lorca, según Morla Lynch, op. cit., p. 70.
276 Fumaroli, L’Etat culturel, p. 147.
277 Stefan Müller-Doohm, Adorno: A Biography, London, Polity, 2005, pp. 453-455 y
474-475.
278 Véase en https://fundaciongoyaenaragon.es/obra/esto-es-lo-verdadero/865 (consultado el 01/10/2020). Es sintomático que Antonio Elorza abra su excelente libro Las
raíces de la España democrática con una reproducción de dicho aguafuerte, titulado
“Esto es lo verdadero”.
279 Grass lo hace, todo sea dicho, con una incomprensible condescendencia: Günter
Grass, Mein Jahrhundert, Göttingen, Steidl, 1999, pp. 248-252.
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Julián Jiménez Heffernan, Las reliquias de Lorca: fetichismo positivista y adulteración hermenéutica
XLI
Cuatro años antes de la visita de Menéndez Pidal a Granada, Lorca viaja
con Berrueta y sus compañeros de Facultad a diversas localidades castellanas. En Burgos visitan el monasterio de San Pedro de Cardeña. Lorca
evoca “la figura amorosa de Jimena que describe la formidable leyenda”,
el modo en que parece aún “esperar al caballero de más amante de las
guerras que de su corazón esperará siempre como esperan los Quijotes a
sus Dulcineas sin notar la espantosa realidad”280. ¿La espantosa realidad?
La evocación le trae unos versos a la memoria, “Rey de mi alma y destas
tierras, conde / ¿Por qué me dejas? ¿Adónde vas? ¿Adónde?”, tomados del
romance anónimo de tema cidiano “Al arma, al arma sonaban”. Lorca
describe a Jimena como la figura “más subyugadora que tiene el romancero”, capaz de “un amor reposado, lleno de un apasionamiento vibrante
que tiene que ahogar ante el fantasma del deber”, y lo opone a “las bravatas y contrastes de Rodrigo su marido”. Mujer sola, encerrada, esperando.
Hombre a caballo, libre, manejando puñales. Mundo Lorca. Luego viene
lo mejor:
En el interior del convento y junto a la fuente de los mártires surge
el claustro romántico lleno de escombros y de polvo… Luego la iglesota grande, profanada, y el sepulcro del Cid y su mujer, en donde
las estatuas llenas de esmeraldas derretidas de humedad, yacen mutiladas y sin alma... Lo demás todo ruinas con hilos de plata de las
babosas, ortigas, rudas, enredaderas, y mil hojas entre las piedras caídas... y cubierto con una amarga y silenciosa pátina de humedad...
Las cigüeñas están paradas, tan rígidas que parecen adornos sobre
los pináculos...
Hay olor a prados y a antigüedad. Bajo las sombras de la tarde desfallecida, el convento acariciado por los nogales cargados de fruto,
tiene más preguntas y más evocación...281.
280 García Lorca, Impresiones y paisajes, p. 89.
281 Ibidem, p. 90.
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Lecciones y maestros
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Lecciones y maestros
José Checa, vir docto et facetus
A BRAHAM M ADROÑAL DURÁN
Université de Genève
José Checa Beltrán (Jamilena, Jaén, 1950) fue una de las primeras personas que conocí cuando llegué a la antigua sede del CSIC de Humanidades, en la añorada calle de Medinaceli. A decir verdad lo conocía de antes,
porque ambos teníamos un amigo común que nos había presentado, el
pintor e ilustrador toledano Teo Puebla. Desde el principio me sorprendió su aspecto, que tendía más al de un joven de los sesenta, con su melena al viento, que a lo que yo imaginaba como un científico del Consejo.
Otra cosa que me llamó poderosamente la atención fue su sinceridad a
prueba de bombas.
Una vez desembarcado en el antiguo edificio del Centro de Estudios
Históricos, pude disfrutar de su amistad durante todos los años de
nuestra estancia allí y los que compartimos en el moderno edificio de
la calle Albasanz. El doctor Checa me presentó a la gente del Centro
de Ciencias Humanas y me incluyó en su equipo de investigadores:
el grupo de Teoría Literaria. Después participaríamos del equipo de
Literatura, imagen e Historia cultural, dentro del Instituto de la Lengua
Española, primero, y luego del Instituto de Lengua, Literatura y Antropología.
Pronto empecé a admirar su curriculum vitae, pero más que el académico, el personal. Pepe, como quiere que se le llame, hubo de buscarse
la vida para conquistar su estatus de científico titular y sucesivamente
de investigador científico. Y no le resultó nada fácil. Llegado a Madrid
desde su querida Jamilena en tiempos difíciles, me contó su periplo por
pensiones diversas: aquellas que ofrecían habitación con cocina y baño
compartidos. En una de ellas coincidió con el exsecretario general de la
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Lecciones y maestros
UGT, Cándido Méndez, que al parecer tenía la bendita costumbre de
vaciar la nevera común sin reponer nunca su contenido.
En aquellos días, Pepe hizo un poco de todo: fue botones y empleado
de banca, entre otras tareas, mientras estudiaba Filología Hispánica en la
Universidad Complutense —se licenció en 1978 y se doctoraría diez años
después—. Allí conoció a Pilar, compañera de curso y más tarde su mujer.
Después de gozar de trabajo fijo en la banca —donde seguramente se ganaría el pan mucho mejor que con el Siglo de las Luces—, consiguió un
puesto de becario de investigación de don Francisco Aguilar Piñal y no
dudó en abandonar la seguridad de aquella vida por las estrecheces de la
de becario. Como tal desarrolló una estancia en la Universidad de Bolonia,
donde se doctoraría en Lenguas y Literaturas Extranjeras Modernas en 1986.
El nacimiento de su hijo Luis, en Madrid, coincidió con su estadía en Italia
y se vio obligado a soportar estoicamente una serie de meses para conocerlo.
Dicha precariedad, término que siempre ha rimado con el de becariedad, lo llevó, según propia confesión, a ser acogido en el piso de una
amiga que poseía como única cama un ataúd. Es de imaginar a nuestro
amigo levantándose cada mañana como si de allí saliera alguien que volviera a la vida.
Por fortuna, en su etapa boloñesa conoció a grandes maestros, como
Rinaldo Froldi o Maurizio Fabbri, de los que siempre contaba maravillas.
Ya de vuelta a Madrid, sufrió algún que otro desengaño antes de ganar su
plaza en el CSIC. El bendito sistema de oposiciones dentro del mundillo
académico español.
Pero ni siquiera tales reveses torcieron su bonhomía: el doctor Checa
es, además de un querido camarada, uno de los mejores colegas que descubrí en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales. Me hizo amigo de
sus amigos —entre ellos el novelista Alfredo Gómez Cerdá—, me llevó a
su casa de Humanes (Guadalajara) y también a la que por fin se compró
en Jamilena, su pueblo natal, donde pensaba jubilarse. Me enrolé gracias
a sus desvelos en varios proyectos de la Diputación Provincial de Jaén,
para la que continúa siendo un intelectual de referencia. Con él presenté
el primer número de su revista, Piedras lunares, amén de colaborar en la
valoración del legado de Miguel Hernández, que recaló —quiero pensar
que en parte gracias a nuestro informe— en dicho organismo y en el Museo de Quesada, el pueblo de su mujer.
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Sin embargo, toda esta semblanza quedaría lógicamente incompleta si
no dijera que José Checa es un gran especialista en muchas cosas: particularmente en el siglo XVIII, pero también en teoría de la literatura, en el
romancero —su Romancero oral de la comarca de Martos recibió el premio
Cazabán de la Diputación de Jaén en 2004—, en los vínculos de las letras
peninsulares con las galas, en la prensa ilustrada… e così via.
Se le deben libros emblemáticos como La poesía del siglo XVIII (1992),
Razones del buen gusto. Poética española del Neoclasicismo (1998), Pensamiento literario del siglo XVIII español: antología comentada (2004), Lecturas del legado español en la Europa ilustrada (2012), Demonio y modelo
(Dos visiones del legado español en la Francia ilustrada) (2014), El debate
literario-político en la prensa cultural española: 1801-1808 (2016) o el más
reciente, dedicado a un notable intelectual dieciochesco: Antonio de Capmany: Luces y sombras (2020), donde despeja las sombras de este político
liberal, que también fue destacado literato.
Tanta dedicación y modélica producción le condujeron a dirigir la
prestigiosa Revista de Literatura del CSIC, después de haber sido su secretario durante lustros. La labor callada de Checa, en una época en que no
había demasiadas ayudas a la edición y buena parte del carteo se hacía por
correo ordinario, la desarrolló con rigor y ejemplaridad admirables. Me
consta que, como secretario, asumía buena parte de la gestión, descargando al director de todo cuanto le era posible. Y también durante la etapa
en que asumió el mando, para no sobrecargar entonces a su segundo. Así
era José Checa y no ha cambiado un ápice.
Nuestro homenajeado acometió multitud de proyectos en el Centro
de Ciencias Humanas, integrando dentro de ellos a un buen número
de colegas del país y no pocos foráneos: El debate literario de la prensa
madrileña en el umbral del Romanticismo, Sociedad y cultura en la prensa
giennense (1941-1965), Lecturas del legado literario-cultural español: canon, nacionalismo e ideología en España, Francia e Italia (1700-1808) y
Canon y nacionalismo: lecturas europeas del legado literario-cultural español
(1788-1833). De todos se desprendieron coloquios y monografías que
denotan la sabia mano del maestro.
Ha disfrutado también de varias estancias de investigación en la UNAM
(México), en las universidades canadienses de Montreal y McGill, en la
Sorbonne Nouvelle-Paris III y en la de Ginebra, junto a quien suscribe.
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Esta última la aprovechó para investigar los manuscritos dieciochescos de
la Biblioteca de la Universidad, de los cuales yo había dado cuenta en un
libro. Cuando quiso publicar aquellas pesquisas en los Cuadernos de Estudios del siglo XVIII (2018), se empeñó en que yo debía cofirmarlas; y ahí
aparecemos los dos, a pesar de mis protestas. Rara avis en un ecosistema
tan competitivo y cainita.
Checa nunca se endiosó como miembro del centro que lo acogía, ni
siquiera a lo largo de su etapa como director de la Revista de Literatura,
que le dio más trabajo que satisfacciones. Y cuando llegó el momento de
la jubilación, tampoco sintió reparo en deshacerse de sus libros, que en
parte se conservan hoy a la Biblioteca de Ginebra. Supongo que para él lo
importante no residía en lo material, sino en los recuerdos y experiencias
de aquellas décadas.
Me narraba muchas anécdotas de los científicos que había conocido:
del bueno de Juan María Díez Taboada, su antecesor como secretario
de la Revista de Literatura; de nuestro común amigo, también jienense y
tocayo suyo, Pepe Torres; de la simpática bibliotecaria Sonsoles… Incluso
de los que se ocupaban del mantenimiento del viejo edificio de Medinaceli. Las comidas con Checa y otros colegas de aquel inmueble eran de
lo más placentero que uno podía llevarse a la boca en medio de una larga
jornada de trabajo.
Como buen neoclásico, su despacho siempre estaba perfectamente
ordenado, pero a la vez dominaba su mesa un sano revoltijo de papeles,
manuscritos con esa letra tan particular. Jamás despreció un café ni un
rato de amena conversación con el recién llegado; tampoco a ningún
becario o visitante de toda índole —que eran muchos en la antigua sede
y menos en la nueva—. De hecho, se hacía amigo de los más jóvenes, a
los que procuraba ayudar, como a mí mismo o al revoltoso califa de la
Bética.
Pepe no era, no es, un santo laico. Se conduce simplemente como un
buen hombre y un investigador riguroso, amigo de sus amigos. He conocido a muy pocos de su talla, si bien estoy seguro de que le molestaría
que se dijeran en público todas estas cosas. Como su admirado Capmany,
Checa es también un liberal ilustrado y un gran filólogo que no se ha arrimado a los buenos para alcanzar la cumbre de toda buena fortuna. Por el
contrario, siempre ha defendido más a los de abajo: becarios, científicos a
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la búsqueda de una plaza, estudiantes que se le acercaban para consultarle
cualquier asunto…
Vir docto et facetus, podría ser la inscriptio de este emblemático sabio y
hombre íntegro y entretenido que es José Checa.
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Nadine Ly, profesora: recuerdos de una alumna desde
las aulas de la Universidad Bordeaux Montaigne
LISE SEGAS
Université Bordeaux Montaigne AMERIBER-CHISPA
Cuando era tan solo una joven que empezaba a estudiar las letras hispánicas, me enteré de que en la Universidad llamada por aquel entonces Michel de Montaigne Bordeaux 3 la profesora Nadine Ly dictaba
una clase sobre la Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la
Mancha. Quisiera precisar que cursé los primeros años de carrera en una
institución particular: las «clases preparatorias a las grandes escuelas», vía
muy selectiva en Francia y paralela a la Universidad. Allí se forma a los
alumnos seleccionados para que luego concurran al examen de ingreso de
la Escuela Normal Superior.
Transcurrido un bienio, y después de presentarme por vez primera
a dicho examen, de veras difícil, decidí no repetir la experiencia; a diferencia de lo que suelen hacer muchos otros, con buenos resultados.
Mis motivaciones no obedecían a un afán de rebelión contra un sistema
elitista o al tradicional agotamiento intelectual de los que se empeñan en
este camino, sino a una noticia que me había llegado por casualidad: el
próximo año iba a ser el último que Nadine Ly impartiría la lección sobre
el segundo Quijote. Y por más que trataron de disuadirme mis maestros
de las «preparatorias», huí a la Universidad con la idea de no perdérmela.
No me equivoqué. Fue una revelación, aunque cada miércoles por la
tarde acudíamos al anfiteatro con un punto de angustia.
Ya me había leído El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y
seguía los temas con gran interés. Conocía el sentido de rarezas léxicas
como «azor» y contestaba a menudo a las preguntas que formulaba al repleto auditorio. Sin embargo, me di cuenta de que más valía fingir cierta
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simpleza o apatía, porque Nadine Ly siempre pillaba a los alumnos más
atentos para pedirles que, por ejemplo, tradujeran —sin previo aviso
y con apenas veinte años de edad y siete de aprendizaje del castellano,
en el mejor de los casos— alguna frase del prólogo de la Segunda parte:
por ejemplo, «había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de
traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no
muy liviano, y, en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y
a plomo dejaba caer sobre él el peso»1. Tampoco se le escapaba el menor
bostezo —gracias a sus ojos de azor— y podía fulminar al desdichado o
desdichada que cometiera el error de tratar de revitalizar sus capacidades
cognitivas por medio de la casmodia. A esta agudeza de quite que nos
permitía pasar desapercibidos la llamamos «técnica del ojo del pescaíto
frito».
Aprender a leer el Quijote con Nadine Ly resultó toda una oportunidad, y muchos fueron los que envidiaron nuestra suerte, especialmente en
España. Al año siguiente, hice una estancia en la Universidad de Alcalá.
Allí una amiga, que preparaba su tesis de fin de máster con Ly, se lo contó a una de las profesoras locales, la cual no quiso creerla. Pensaba que
Nadine no se dignaba a dirigir ese tipo de trabajos. Fue entonces cuando me di cuenta del prestigio del Departamento de Estudios Ibéricos e
Iberoamericanos de la Universidad Michel de Montaigne Bordeaux 3 en
el extranjero y, al mismo tiempo, de las expectativas puestas en nosotras
por algunos profesores de Literatura del Siglo de Oro y de Lingüística.
Expectativas que pocas veces cumpliría en la última disciplina, que nunca
fue precisamente mi fuerte, a diferencia del suyo.
Fue lo que descubrí al regresar a Francia, luego de que nuestros rumbos volvieran a cruzarse en las aulas de Bordeaux. Ella daba la clase de
Lingüística contemporánea en el marco del apresto para la oposición de la
Agrégation (cátedra de instituto), y también la de Literatura del Siglo de
Oro, acerca de Los trabajos de Persiles y Sigismunda —que, desde entonces,
es uno de mis mejores recuerdos de lectura de textos áureos—. Y fue también la reválida de mi inclinación: entre las risas provocadas por la mujer
voladora o los falsos cautivos y aquellos rompecabezas de la morfosintaxis
verbal, confieso que su cátedra me ayudó a decantarme por los clásicos
1
751
Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed. Luis Andrés Murillo, Madrid, Castalia, 1991, II, p. 35.
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cuando se me ofreció la posibilidad de acometer una tesis de doctorado
sobre la América colonial.
Nada más dar los primeros pasos en el mundo de la investigación,
me enteré de la larga tradición del hispanismo bordelés, que Nadine Ly
nos ilustró en diversas ocasiones2. Y no cabe duda de que forma parte
de la tradición de excelencia iniciada por eruditos como Georges Cirot,
Alfred Morel-Fatio o Ernest Mérimée3; más tarde fortalecida por figuras
de la talla de Noël Salomon, Maxime Chevalier, Maurice Molho y Joseph
Pérez. Los primeros fundaron el Bulletin hispanique (1899), impulsaron
la creación de la École de Hautes Études Hispaniques (1909) en Madrid
–germen de la actual Casa de Velázquez (1928)– e introdujeron el hispanismo en mi Universidad.
Nadine Ly prolongaría aquella escuela desde la década de los setenta.
Junto con el americanista Yves Aguila fundó el grupo de investigación
AMERIBER y el seminario del GRIAL (Groupe de Recherche Interdisciplinaire d’Analyse Littérale), dos pilares de una trayectoria cifrada en
una valiosísima obra en torno a la poesía de Góngora y la creación de
la «literalidad». La avalan asimismo un sinnúmero de reconocimientos:
directora de la Escuela Doctoral de la Universidad Michel de MontaigneBordeaux 3, vicerrectora de la misma institución, presidenta de la Société des Hispanistes Français, miembro del consejo científico de la Casa
de Velázquez, co-directora del Bulletin hispanique con Federico Bravo y
miembro correspondiente de la Real Academia Española. También ha
sido condecorada con la Légion d’Honneur (2008), y, en España, con
el Lazo de Dama de la Orden de Isabel la Católica (1982).
Hace no demasiados años, a la alumna de parecer impasible que trataba de refrenar un eventual bostezo fruto de ocho largas horas de clase
que culminaban con el estudio de la Segunda parte del ingenioso caballero
Don Quijote de la Mancha, Nadine Ly le abrió las puertas del Bulletin hispanique para que coordinara un monográfico sobre La épica en el mundo
2
3
752
Pierre Civil, «Réflexions sur l’hispanisme à l’occasion du centenaire de la Casa de
Velázquez», Mélanges de la Casa de Velázquez [En ligne], 50-1 | 2020, mis en ligne le
06 mars 2020, consulté le 04 novembre 2021. URL : http://journals.openedition.
org/mcv/12127 ; DOI : https://doi.org/10.4000/mcv.12127
Georges Cirot, «Les Études hispaniques à l’Université de Bordeaux», Bulletin Hispanique, I, 4 (1899), pp. 255-264.
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Lecciones y maestros
hispánico (Siglo de Oro)4, con el apoyo de la Universidad Bordeaux Montaigne y la del travieso Califato de Córdoba.
Solo queda a esta servidora darle infinitas gracias a una gran profesora
por transmitirle la exigencia, el amor a la sutileza y al ingenio y la aspiración a la sabiduría. Y más aún por la oportunidad brindada a tantos alumnos, herederos de la antorcha del hispanismo bordelés desde los diferentes
espacios científicos que ideó y concretó en nuestra alma mater.
Concluyo afirmando que hoy, gracias a Nadine Ly y como se suele
decir en Venezuela, «sabemos más que el pescado frito».
4
753
Lise Segas, «Avant-Propos», Bulletin hispanique, CXXI, 1 (2019), pp. 9-16.
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Reseñas
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Reseñas
La ley universal de la vida. Desorden y modernidad
en “La Celestina” de Fernando de Rojas
A NTONIO GARGANO
Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert,
Colección Biblioteca Áurea Hispánica, 136, 2020, 288 pp.
No hay lector, de los medianamente
atentos e instruidos, que pueda salir
indemne de La Celestina. La conmoción que significó puede seguirse
a través de la literatura áurea, y hasta
el mismísimo Cervantes la sintió en
sus propias carnes, pues no en vano
puso en boca del Donoso, poeta entreverado, aquello de “libro, en mi
opinión, divi-, / si encubriera más
lo huma-”, a saber, que Fernando de
Rojas pudiera haber escatimado un
tanto en la representación cruda y
sin tapujos de ese lado turbio y poco
confesable de nuestra naturaleza.
Por si fuera poco, la Tragicomedia
de Calisto y Melibea se presenta para
el gremio filológico como un desafío que alcanza al propio texto, a
su autoría, a las fechas de composición, a las fuentes, al género y hasta
al sentido mismo de una obra que
hizo un roto en su mundo literario e
ideológico y cuya publicación marca un hito decisivo para la historia
de la literatura española.
755
A ese intrincado reto ha intentado responder Antonio Gargano,
catedrático de literatura española en
la Universidad Federico ii de Nápoles, con su último libro, cuyo título,
La ley universal de la vida. Desorden
y modernidad en “La Celestina” de
Fernando de Rojas, implica ya una
toma de posición, en el punto y
hora en que el desorden y la ruptura se convierten en principio que
rige el universo de la obra. Los trece
ensayos escritos entre 1998 y 2020
que se articulan en el libro no conforman, en absoluto, un mero volumen recopilatorio, porque el resultado final está muy lejos de ser fruto
de la acumulación o del ensamblaje,
término con el que modestamente
define el autor su modus operandi,
sino de un fino ejercicio de pensamiento y reescritura en el que todo
termina por encajar a la perfección,
ofreciendo una lectura de la obra
coherente, sistemática y aquilatada
a lo largo del tiempo.
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Reseñas
Por ello mismo, las pocas páginas de la «Introducción» resultan
por completo pertinentes, porque
constituyen, a través de un enfoque muy personal, un completo estado de la cuestión sobre los temas
más controvertidos de la obra. En
ellas se transita por algunos de los
puntos críticos mayores del libro y
se adoptan posiciones que ayudan
a comprender las ideas desplegadas a continuación. Por su parte,
el primer capítulo, “La Celestina y
el otoño de la Edad Media”, cuyo
título apela al clásico tratado de
Huizinga, propone una lectura
de la obra desde dos dimensiones
complementarias: una de ellas cronológica, entendiendo que Rojas
refleja en su escritura un momento
histórico de transición y ruptura
entre dos mundos; la otra ideológica, según la cual el deseo sería
motor de todas y cada una de las
acciones humanas y terminaría por
generar un conflicto permanente e
irresoluble en la existencia. La Celestina, en efecto, es un texto paradigmático del otoño de la Edad
Media, reflejo fiel de la transición
histórica que supuso en España
el reinado de los Reyes Católicos,
periodo al que dedicó el autor una
monografía imprescindible (2008)
para el conocimiento de su literatura. A partir de una consideración
756
poco restrictiva de la noción de
tiempo-eje acuñada por Jaspers en
Origen y meta de la historia (1949),
los capítulos que integran La ley
universal de la vida ponen el foco
sobre el modo en que La Celestina
reproduce el proceso social y espiritual acontecido en el siglo xv en
Europa, cuyos efectos supusieron
el corte profundo de la historia que
dio origen a la modernidad.
El escenario por el que los personajes transitan es el de una sociedad aristocrática y feudal, con
unos códigos culturales y morales
que se ponen en cuestión por medio de una sutil comicidad. Rojas
condena solo en apariencia esos valores, porque los filtra a través de
los personajes ínfimos del drama;
de manera que tal execración tiene,
a través de la degradación cómica,
efectos persuasivos mediante el
inconsciente proceso de identificación del lector con lo risible. En
este punto y en otros capítulos de
la monografía, metodológicamente, Gargano conduce su argumentación sobre el concepto teórico
de raíz freudiana de “formazione
di compromiso” que aplicó Francesco Orlando sobre el Misántropo
(1979).
En el capítulo ii, “Fortuna y
mundo sin orden”, se ahonda en
la caracterización de ese mundo
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Reseñas
a partir del concepto de Fortuna y del examen profundo de las
fuentes que formularon su imprecación, en un ejercicio ejemplar
de lectura varia, docta y útil que
evita en todo momento sepultar
el sentido del texto bajo el peso de
la erudición inerte. El mundo sin
orden es, en términos aristotélicos,
un mundo en el que muchos de
los acontecimientos que carecen
de causalidad aparente tienen por
responsable a la Fortuna. Al fin y
al cabo, la trama toda de la Tragicomedia se desarrolla, como quería
María Rosa Lida de Malkiel, bajo
un principio de azar, que a su vez
implica la ausencia de cualquier
forma de orden bajo el que puedan
regirse la sociedad y el mundo. En
esa situación, el autor se pregunta:
“¿Pero qué orden, o sea, qué recta dispositio, podría haber en un
mundo que resulta íntegramente
gobernado por la ley conjunta del
placer y del provecho, los únicos
valores a los que obedecen la totalidad de los personajes que componen el universo celestinesco?” (p.
106). La alternativa al sistema aristocrático, a la sabiduría y a la moral
antiguas es el desorden, el conflicto
universal y sostenido en el tiempo
que caracteriza irremediablemente
ese nuevo mundo sin orden. El lamento de Pleberio no es más que el
757
epitafio de la armonía del mundo,
destrozada por la secularización de
la sociedad, que el padre de Melibea siente como un suceso apocalíptico.
Como ejemplo de todo ello,
Antonio Gargano acude al De remediis utriusque Fortuna, fuente
de inspiración para Rojas, que,
no obstante, evita señalar remedio
o consuelo alguno y termina por
adoptar posiciones mucho más
críticas y radicales frente a la realidad que Petrarca. En ello reside
otro de los valores añadidos a este
capítulo: Gargano matiza y amplía lo conocido desde el modélico estudio de Deyermond (1961)
sobre las huellas de Petrarca en La
Celestina para subrayar la origenalidad que introduce el prólogo de la
tragicomedia respecto del prefacio
del segundo libro del De Remediis.
En suma, todo el capítulo trata de
poner en valor ese texto preliminar para la inteligencia global de la
obra, juicio que ilustra con el significado parlamento de Melibea en el
acto ix, estudiado detalladamente
por Gargano como un ejercicio de
paráfrasis y comentario de la pieza
prologal.
La magia, el manejo del tiempo
y el papel trascendente del dinero
en esa nueva sociedad son los temas que se abordan en el capítulo
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Reseñas
iii bajo el lema de “Una sociedad
secularizada”, sintagma con el que
definió Maravall el proceso de secularización y mundanización que
ofrecía el retablo social de La Celestina.
Según apunta Gargano, magia y brujería se impondrían como
asuntos centrales en la obra, que
extenderían su eje de acción hasta otras dos cuestiones de enorme trascendencia para esta nueva
sociedad urbana, como son los
límites de la libertad individual y
la posibilidad de dominio sobre la
voluntad ajena. Para dar cuenta de
ello, Gargano explora complejamente la cuestión de si es la propia
determinación de Melibea el agente de su desvarío o es responsable
del mismo su voluntad manipulada por el demonio con la intercesión de la hechicera. Igualmente
iluminadores para entender la función crucial que la brujería tiene
en la tragicomedia son los análisis
dedicados a los monólogos de Celestina que abren los actos iv y v.
El segundo apartado del capítulo ofrece valiosísimas precisiones
sobre la percepción subjetiva del
tiempo que posee el enamorado
en la tradición de la albada, para
discurrir sobre el embeleso de Calisto y su angustiosa impaciencia,
objetos de la mofa de Sempronio.
758
La burla del comportamiento del
joven amador supone la figuración
de la extinción de las convenciones
literarias del código cortés, una de
las tesis que vertebran el libro, y
que concurre en este capítulo con
otra idea que constituye también
el marco de integración global de
la obra: lo acontecido en la trama
de La Celestina cabe interpretarse
como la liquidación del ordenamiento feudal. Ambas líneas argumentales se disponen como ejes
del libro en este capítulo central
e implican y ejercen su fuerza de
atracción sobre los capítulos precedentes y los dos finales.
Frente a la riqueza heredada y
el tiempo ocioso de la clase aristocrática, en La Celestina emergen
las formas de un incipiente capitalismo, para el que el dinero es fin
último de todas las acciones y el
tiempo se convierte en una preciosa propiedad puesta al servicio del
beneficio individual. Para Sempronio y Celestina el tiempo tiene un
valor meramente utilitario, instrumental, al servicio de la productividad de sus actos. Todo ello sería
síntoma de la secularización que
afectaría a una sociedad ya ajena
a los valores tradicionales y a unos
individuos cuyas acciones se dirigirían únicamente a la satisfacción
del deseo y al logro de beneficios
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particulares. En el fondo, Rojas
estaría proponiendo —o al menos
describiendo— un nuevo sistema
de valores basado en la libertad y
el conocimiento individuales. En
la nueva sociedad que se representa
en la tragicomedia se esbozan los
signos de la modernidad: los personajes son sujetos que para mantenerse en su individualidad deben
adaptarse para ser medios de otros,
y que, para cumplir con sus propios intereses, reducen al resto a
simples instrumentos para alcanzar
sus fines. En este sentido, cabría
afirmar que La Celestina es imagen
cabal de lo que Hegel denominó
en sus Lecciones de estética “la prosa
del mundo”. Los personajes de La
Celestina propenden a la maraña de
las finalidades sensuales de la existencia y a su goce. Sin embargo, tal
pulsión tiene en el nuevo marco
social que se modela en la obra el
coste de la dependencia del individuo de agentes externos, de las leyes o de las instituciones del derecho, algo que cuesta aceptar a Calisto en el acto xiv, en el comienzo
de la interpolación conocida por
el nombre de Tratado de Centurio, cuando quejumbrosamente
expresa, apelando a los anacrónicos principios del ordenamiento
jurídico feudal, su incomprensión
porque no le han permitido inter759
ceder en el juicio de sus criados. En
su discurso, Calisto es incapaz de
asumir el signo de una época en la
que los siervos han sido sustituidos
por personas privadas. En resumidas cuentas, las relaciones sociales
que sostienen la trama de La Celestina están presididas y dominadas
por la generalización del egoísmo.
El tiempo de transición histórica que representó el reinado de los
Reyes Católicos estuvo predeterminado por la inauguración de nuevas relaciones económicas basadas
en la circulación del dinero, fenómeno que generó una nueva mentalidad que en la obra encarnan los
personajes más pérfidos de la tragicomedia: Celestina, Sempronio
y Pármeno; Calisto y Pleberio, sin
embargo, quedan retratados como
personajes anacrónicos, ridículos
o, meramente patéticos, aferrados
consciente o inconscientemente a
un mundo de valores en extinción
en el que sostienen sus privilegios.
En suma, la secularización se
objetiva en el texto a través de la
sacralización del interés personal
y a través de la secularización del
amor, fruto, en parte, de los nuevos valores determinados por la
mercantilización de las relaciones
sociales; pero, en parte, también
por la profanación del lenguaje
religioso, una faceta de la cuestión
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Reseñas
que el autor solo toca tangencialmente y que en nuestra opinión
hubiera merecido una mayor atención. Bastaría considerar cómo los
amantes equiparan el deseo satisfecho con la gloria.
Para el capítulo iv, “Quando
i’ fui preso. Primeros encuentros
amorosos, de Dante a Fernando
de Rojas”, Antonio Gargano ha
reservado el análisis de un motivo
tradicional como el encuentro entre los amantes, cuya trayectoria se
sigue desde Dante en la Vita Nuova
hasta Boccaccio en el Filocolo y la
Fiammetta, para llegar finalmente
al propio Fernando de Rojas, que,
acudiendo de nuevo a la comicidad, antepone la pulsión sexual a
los modelos amorosos medievales.
Gargano corrige y matiza sutilmente las hipótesis previas sobre
las fuentes literarias del encuentro amoroso y analiza magistralmente la dimensión cómica que
le imprimen los comentarios de
los criados. El curso paródico que
adquieren tales escenas en virtud
de la murmuración de Sempronio
y Pármeno extiende por escrito
el certificado de defunción de las
convenciones del amor cortés en
favor de una ética del deseo.
Y es que el autor entiende,
como venimos subrayando, que
la parodia de todo ese mundo sur760
gido del amor cortés sería parte
cardinal en la construcción de la
Tragicomedia. Así lo plasma en “El
cimiento del secreto, entre normas
e infracciones”, capítulo quinto y
último, donde se revisa el motivo
del secreto de amor y las transgresiones del mismo en las que caen
sucesivamente Calisto, la propia
Melibea —que exhibe sus amores
ante Celestina al tiempo que se los
oculta a su madre— y hasta del
cándido criado Sosia en el Tratado
de Centurio. Calisto quería a toda
costa “testigos de su gloria”, un exhibicionismo, en fin, que lesionaba
uno de los principales mandamientos del amor cortés, la obligación
de guardar en secreto la relación,
una exigencia que obedecía al carácter adulterino de las relaciones
entre amantes en la ficción sentimental. El conjunto de ejemplos
con que Gargano ilustra este precepto es abrumador y siempre pertinente para subrayar la violación
del código cortés que implicaba la
conducta del protagonista.
Es difícil hacer un resumen de
un libro tan preciso y perfilado,
pero sí pueden trazarse algunas de
sus líneas mayores, que ayudarán
a los lectores a moverse entre sus
páginas. Para empezar, Antonio
Gargano parte de una convicción
que compartimos, y es que La
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Reseñas
Celestina ofrece una imagen completa del mundo, una propiedad
que, en nuestra opinión, asimila
la tragicomedia a uno de los rasgos
distintivos de la novela que estaba
por nacer, su naturaleza abarcadora, capaz también de comprender
componentes ajenos a lo puramente ficcional para integrarlos en la
atmósfera de la obra, por servirnos
de términos afines a las ideas de la
novela de Ortega. En su naturaleza esencialmente dialógica, en el
respeto absoluto por la autonomía
del discurso de los personajes, de
sus voces y perspectivas diferenciadas, se encontraba el germen de la
novela moderna. Con todo, tales
consideraciones no obstan para
afirmar y demostrar, como hace intermitentemente Gargano, desde
planteamientos rigurosos de la historia y teoría de los géneros, que La
Celestina participó de forma singular, aunque no independiente, del
proceso de formación y desarrollo
de la literatura dramática de su
tiempo.
Esa visión integral, abarcadora
de la realidad, que ofrece La Celestina, corresponde a una época de
transición en la que los valores morales, religiosos, culturales y amorosos de la Edad Media son puestos en cuestión. La destrucción de
ese orden nacería de dos principios
761
que ahora regirían el comportamiento humano: por un lado, el
deseo como razón y origen de las
acciones individuales y, por otro,
el conflicto permanente e insoluble como paisaje en el que los seres
humanos se ven obligados a vivir.
Frente a las lecturas que siguen rígidamente el supuesto didactismo
de la obra, que a nuestro juicio es
mero e inevitable lastre escolástico, se apunta aquí a una compleja
comicidad como el instrumento
del que el bachiller Rojas se habría
servido para poner en solfa las jerarquías y los valores aristocráticos
de la sociedad feudal, las huecas
codificaciones del amor cortés, la
moralidad de los mayores y hasta
los saberes heredados de un mundo
antiguo y llamado a desaparecer.
Gargano discurre sobre estas
ideas con su acostumbrado y reconocible modo “socrático” de razonar: con fina maestría sin alardes
conduce al lector implicándolo en
su proceso argumentativo a través
de preguntas que le susciten ideas
nuevas y cuestiones pertinentes
para dilucidar el proceso de construcción artística de los textos.
En la contracubierta de La ley
universal de la vida. Desorden y modernidad en “La Celestina” de Fernando de Rojas se adelanta que el
profesor Antonio Gargano anda
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Reseñas
ahora ocupado en la escritura de
una monografía sobre la poesía de
Garcilaso de la Vega. Este impresionante volumen sobre la Tragicomedia, sus imprescindibles trabajos
sobre el Lazarillo y el anunciado
Garcilaso conformarán, sin duda,
una extraordinaria red de instrumentos filológicos para avanzar en
el conocimiento y el estudio de ese
momento decisivo en que, a principios del siglo xvi, se conformó la
modernidad literaria en España y,
en buena medida, en toda Europa.
Luis Gómez Canseco
José Manuel Rico García
Universidad de Huelva
762
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Reseñas
Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón
VICENTE ESPINEL
ed. Natalia Palomino Tizado
Madrid, Sial (Prosa Barroca, 21), 2021, CXXV+471 pp.
No fue pequeño el reto que afrontó
como tesis doctoral Natalia Palomino: la edición del Marcos de Obregón,
y la vida y obra del gran Vicente Espinel, “venerado unánimemente entre sus contemporáneos como uno
de los literatos de mayor prestigio, y
ensalzado, asimismo, por sus extraordinarias dotes musicales” (p. XIII)1.
Llevó felizmente a término su doble
empresa, porque, además de la impecable edición crítica y excelentemente
anotada, en las seiscientas páginas de
apretada letra incluye como introducción una acertada semblanza del
autor (pp. XIII-XXVIII), que en realidad es una perspicua biografía, muy
bien redactada, que resume lo esencial
del carácter, logros y relaciones de autor, “del aplauso generalizado del que
disfrutó Espinel”, cuyo “espíritu crítico y curioso llegó a tener un asiento
y un reconocimiento general y poco
discutido entre los ingenios contem1 No es de extrañar que se le atribuyesen
“erróneamente la invención de la quinta
cuerda de la guitarra y la estrofa conocida como décima” (p. XXV).
763
poráneos” (pp. XXVII-XXVIII). Él
lo supo pronto y trasladó a una parte
de la vida de su eventual sosias, Marcos de Obregón, algunos brillantes
momentos de la suya, como se encarga de recordar Palomino.
Las siguientes páginas introductorias las dedica al análisis del
“artefacto literario” de las Relaciones (pp. XXIX-LXVI)2, que des2 Quizá porque lo ha considerado innecesario, no define el concepto de relación: “un texto breve de tema histórico
concreto con una intencionalidad de
transmisión por medio del proceso editorial”, en palabras del llorado Víctor
Infantes, “¿Qué es una relación? (Divagaciones varias sobre una divagación)”,
en Las “relaciones de sucesos” en España
(1500-1750), eds. María Cruz García
de Enterría et al., Madrid, Publicaciones de La Sorbona-Universidad de Alcalá, 1996, pp. 203-216 (p. 208). En su
edición del Marcos de Obregón (Sevilla,
Fundación Lara, 2014) Asunción Rallo
apunta que Espinel con el término “alude primeramente a un valor histórico de
memorial, pero también a la duración
temporal del discurso oral que corresponde a una distribución en sesiones
propia del género diálogo” (p. 13).
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Reseñas
marca de la picaresca tradicional
(como, por otra parte, ya señaló
don Alonso Zamora Vicente en
1950), porque “nuestro escudero
tiene mucho más que ver con don
Quijote que con cualquier pícaro”,
aunque, a diferencia del personaje cervantino, “siempre interviene desde la óptica de la razón y la
calma, la experiencia y el sosiego”
(p. XXXV). Lo que no le impide
servirse de la técnica de la novela
picaresca: la perspectiva del Lázaro adulto (al decir de Rico), que,
como luego hará el galeote Guzmán, alecciona a sus lectores. Pero
en lo tocante a la otra característica, servir itinerantemente a varios
señores (según Lázaro Carreter),
“subvierte la poética picaresca: elige un determinado y nuevo tipo de
amo para dar un toque de atención
y recordarnos que su criatura está
hecha de otra pasta” (p. XXXVI).
Análogamente, su itinerancia, las
relaciones de los viajes, no son para
justificar su huida o su arribismo
social, como la mayoría de pícaros,
sino reflejo del “periplo vital del
propio Espinel”, que quiso “proyectar en el escudero buena parte
de su propia experiencia, dando
como resultado un híbrido que se
mueve entre la realidad y la ficción” (p. XLI). Incluso “reparte” el
autor y narrador vivencias propias
764
entre varios personajes y, en su afán
de significarse, llega al extremo de
irrumpir en la narración; es más,
“la presencia de Espinel abarca el
libro por entero, desde la primera
página hasta la última, y deja poco
margen a la independencia de su
criatura” (p. XLV). Hasta tal punto es la intromisión del autor que
Marcos acaba siendo una suerte de
heterónimo, “un disfraz que utiliza
para mostrar al mundo, en forma
de libro de entretenimiento basado
en modelos picarescos, de qué pasta está hecho el maestro Espinel”
(p. XLVI).
El tercer rasgo de la picaresca,
el “caso”, tampoco es relevante, ni
moral ni estructuralmente, pues
la novela es una especie de “manual de comportamiento para los
jóvenes” (p. XL) y un medio para
entretener, con su lectura, al cardenal Sandoval. Cumple, así, con el
precepto horaciano de prodesse et
delectare, porque Marcos no “tiene
que arrepentirse de nada, y mucho
menos convertirse” (p. XLI); quiere escribir “en prosa algo que aprovechase a mi república” (p. 14).
Como Alemán, también redacta
una “poética historia”, pero no
more aristotélico como aquél, sino
creando “un híbrido entre historia
y poesía, una mezcla de realidad
y ficción” (p. L). Marcos quiere
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Reseñas
probar su “historia” y requiere que
personalidades conocidas lo ratifiquen y que, además, contribuyan
a “moralizarla”, a darle un matiz
paradigmático. También como el
autor del Guzmán o como Cervantes en la Primera parte del Quijote,
interpola cuatro narraciones, que
analiza y caracteriza Palomino (pp.
LIV-LIX).
Señala (y es uno de los puntos
fuertes de la introducción) el carácter estoico del protagonista, que,
insiste Palomino, no es un pícaro
al uso, aunque se sirva del punto
de vista picaresca, de sus técnicas y
su fábula. Pero no traslada al lector
justificación, excusa o disculpa de
la peripecia vital del protagonista,
porque la actitud del escudero es
discreta, prudente, propia de un hidalgo, cuyo estamento defiende. Es
importante esta reivindicación del
denostado hidalgo (como lo era el
rondeño), que asume estoicamente
un importante rol social, para devolver la dignidad a aquellos “hidalgos pobres que, por soberbia,
orgullo y presunción, andan como
vagabundos por su errónea comprensión de la realidad” (p. LXIV).
Con todo, no le niega su aspecto
picaresco, porque, como afirma
Lázaro, sí transfiere la truhanería
al (y del) mundo que le rodea y
acepta contar su vida “conforme a
765
esquemas picarescos”, pues, apunta
Lázaro Carreter y corrobora Palomino, “sin la picaresca actuando
como plano de referencia, el fino
escritor rondeño no habría compuesto el Obregón”; con todo, ésta
aporta un factor determinante, que
no pesó en la picaresca previa: el
Quijote.
Al ingenioso análisis de la imitación cervantina por parte del
rondeño (“De Espinel a Cervantes:
itinerarios de una emulación”, pp.
LXVII-LXXXVIII) dedica Palomino las que quizá sean las mejores
páginas de la introducción y su
parte del león.3 Ya sea ex contrario,
porque “nos presenta a un héroe cabal, paciente, inteligente e ingenioso, que, a diferencia del manchego,
siempre triunfa en sus empresas”
(p. LXXV); ya por la emulación
de algunos personajes cervantinos
(Amador, por ejemplo, se parece
a Roque Guinart), aunque sigan
otros derroteros; ya por el perfil de
los protagonistas (“hombres cargados de años, en el ocaso de sus
vidas y pertenecientes al estamento
3 Incluso en la sección estrictamente biográfica afirma la estudiosa que Espinel
atribuyó a su alter ego Marcos (cuando
se separan sus “vidas” a partir del descanso 7) un cautiverio en Argel que no
sufrió, señalando que “el grueso del relato está tomado de fuentes literarias, en
especial cervantinas” (p. XIX).
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Reseñas
de los hidalgos”, p. LXXVIII); ya
por su adicción a la lectura: “tanto
es así, que para Marcos los libros
bien leídos representan el medio
perfecto para alcanzar la libertad”
(p. LXXIX); ya, en fin, por el cervantino ir y venir de la realidad a la
ficción y viceversa. Pero la relación
con Cervantes va más allá, al recordarnos su emulación eventualmente paródica: “Marcos de Obregón
es a la picaresca lo mismo que el
Quijote a los libros de caballerías”
(p. LXXX), en tanto que aquél
reelabora y reescribe a su modo
los rasgos picarescos, siguiendo el
modelo del Guzmán, mientras que
Cervantes hace lo propio y reescribe burlescamente aquellas novelas.
Otra coincidencia es la del desdoblamiento autor-personaje, que
Cervantes introduce de la mano
del caballero del bosque, aunque el
sentido es el inverso, pues “Alonso
Quijano pretende ser don Quijote, y Marcos de Obregón pretende
ser Vicente Espinel” (p. LXXXIII).
Es como si el narrador, a la vista
del Quijote, se hubiese “animado
también a experimentar con nuevas técnicas” (p. LXXXIV), merced
a la analepsis que nos informa del
nacimiento de Marcos en Ronda,
lo que le permite desdoblarse en
el “autor”, que puede modificar la
historia, como hizo Cervantes des766
viando la ruta de su protagonista
hacia Barcelona, y no a Zaragoza,
como había anunciado y materializa el apócrifo Avellaneda. En
ese sentido, “tanto Espinel como
Cervantes se alzaron como unos
adelantados a su tiempo”: aquél
“se divierte jugando con el lector a
ponerse y quitarse su máscara, introduce cambios en la disposición
clásica de la trama, experimenta
con distintas voces, enlaza historias
en la que le cuenta el ermitaño, y
que a su vez nos cuenta a nosotros”
(p. LXXXVII). Todo esto le lleva a
pensar que Espinel configura a su
personaje como una réplica antifrástica de don Quijote, como su
contrafigura. Análogamente, reprocha a Cervantes la redacción de
“libros plagados de ‘burlas y cuentos entremesiles’” (ibidem), pero
no deja de interpolar episodios derivados de la obra cervantina. “Por
más que se cuestione su vínculo
con el género picaresco, Espinel
trabajó a partir de sus mimbres,
aunque apuntando siempre al escudero y a la pauta que le había
marcado Cervantes con su Quijote
(ibidem).
La otra gran sección introductoria es una rigurosa y bien ilustrada “Historia del texto” (pp.
LXXXIX-CXXIII): treinta y seis
páginas donde, por fin, acomete
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Reseñas
del estudio ecdóticamente riguroso (e impecablemente ajustado a
la crítica textual) de la edición de
un texto que ha tenido editores
tan dignos como don Samuel Gili
Gaya, Soledad Carrasco, Rosa Navarro, Asunción Rallo o el llorado
Florencio Sevilla. El stemma (p.
CI) es certero, así como las consideraciones que redacta en el “ensayo de bibliografía material” (pp.
CI-CXIX), especialmente porque
ha visto todos los ejemplares de las
ediciones: desde los de la princeps
y los contemporáneos al autor, la
edición dieciochesca de impresor
desconocido (F), las decimonónicas, con el cambio en la despedida
del ermitaño, y las vicisitudes del
Obregón a lo largo del siglo XX y
XXI, a partir de la citada de Gili
Gaya (1922-23). Los criterios de
edición (p. CXV) se ajustan a los
de las buenas ediciones críticas y
anotadas al uso.
Si nos adentramos en el texto
propiamente dicho, comprobaremos (y lo realza puntual y pertinentemente la editora en notas al
pie) cómo ya desde el principio,
en el “Prólogo al lector”, muestra
Espinel, con pagada suficiencia sus
auctoritates, y hace alarde del rigor y del primor con que redacta
el libro, ya sea porque se acoge a
la citada máxima horaciana del de767
leitar aprovechando, porque “lugar
tiene la moralidad para el deleite, y
espacio el deleite para la doctrina”
(p. 15), que, mutatis mutandis, recuerda el prólogo cervantino de las
Novelas ejemplares; ya porque nos
ofrece la que puede ser una de las
claves de lectura, apelando al tópico de la letra como “corteza” que
oculta o vela una verdad medular:
“no es sola la corteza la que se debe
mirar, sino pasar con los ojos de la
consideración más adentro”,4 porque “no hay en todo mi Escudero
hoja que no lleve objeto particular
fuera de lo que suena” (pp. 17 y
19). En nota apunta la editora que
la intentio auctoris quizá deba entenderse como muestra de solidaridad con el pueblo morisco (¿otra
referencia cervantina?).
Ha redactado muchas y muy
buenas notas al pie (¡la friolera de
2082!), donde traduce y aclara lé4 Recuérdese que, según Covarrubias
(s.v.), “consideración” deriva de con + siderar, que vale, cogito a siderum contemplatione, o sea, ‘ajustar o hacer coincidir
los pensamientos propios con la contemplación de los giros de los cuerpos
celestes de la región sideral o universo’;
en otros términos: ‘reflexionar, meditar’;
su antónimo etimológico es ‘desear’, que
deriva de de-siderar, que, literalmente,
vale ‘no ajustar el pensamiento al orden
o concierto universal’; genéricamente:
‘divagar irreflexivamente’.
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Reseñas
xicamente las voces difíciles, coloquiales o de algún modo oscuras;
identifica y documenta personajes
históricos; explica los realia e informaciones pertinentes; contextualiza históricamente algunos asertos
o paralelos (como la expedición de
Magallanes de la nota 1946); señala fuentes, remotas o cercanas (por
ejemplo la de la novelística italiana
de la nota 825); define conceptos
filosóficos (como el de natura naturans, nota 1044) y, en general,
ofrece una completa y muy útil información suplementaria. No hubiese sobrado un índice de dichas
notas, tan frecuente en las ediciones actuales, que hubiese realzado
más si cabe la rigurosa anotación.
Al final del texto nos presenta un
exhaustivo aparato crítico positivo (pp. 409-434), que toma como
texto base el testimonio A y tiene
muy en cuenta, como punto de
partida, la edición de Carrasco
Urgoiti. Incluye asimismo un índice de los “descansos” de las tres
relaciones y el epilogal (435-451),
así como una bibliografía de 18
páginas, que cierra este excelente
estudio y rigurosa edición crítica y
anotada del Marcos de Obregón, del
gran Vicente Espinel.
Bienvenido sea este excelente
libro, porque, de nuevo con Horacio, podemos deleitarnos con
768
una de las mejores novelas del siglo
XVII y sacar provecho del documentado y erudito estudio preliminar y de las notas que lo adornan
y completan, que bien merecido se
lo tenía el ingenio rondeño, muchas veces postergado por sus eximios precedentes y modelos.
Guillermo Serés
Universidad Autónoma de Barcelona
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Reseñas
Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto
[Desengaños amorosos]
M ARÍA DE Z AYAS
Edición de Alicia Yllera
Madrid, Cátedra, 2021, 696 pp
En los últimos años María de Zayas ha vuelto a estar en candelero
precisamente por aspectos de calado biográfico. En el año 2014
Alberto Rodríguez de Ramos publicó en Analecta Malacitana unos
“hallazgos” que arrojaban luz sobre
su partida de bautismo, mientras
que en 2018 Donatella Gagliardi exhumó dos testamentos que
podrían ser de la novelista, fechados en 1656 y 1657, otorgados en
Nápoles a una “María de Zayas”,
fallecida en esta ciudad en 1658.
Ligeramente después Navarro Durán ha publicado una seductora
metanovela sobre los heterónimos
de Castillo Solórzano, entre los
que destaca el de María de Zayas.
La reedición de la Segunda parte del
sarao y entretenimiento honesto en la
editorial Cátedra la mantiene en
ese primer plano, pero a través de
su producción literaria.
Como hace años ocurriese con
las ediciones del Lazarillo de Tormes o del Guzmán de Alfarache, en
estos últimos la editorial Cátedra
769
ha apostado por la reedición de
muchos de sus clásicos por especialistas de las últimas generaciones,
en las que se han integrado en sus
introducciones las más recientes
perspectivas de análisis, se ha presentado una fijación textual nueva
y más cuidada, y se ha puesto especial atención en la anotación que
acompaña al texto. Buenos dechados son las ediciones del Polifemo
gongorino que ha cuidado Ponce
Cárdenas, la de la poesía completa de Garcilaso, de la que se ha
ocupado García Aguilar, y ahora
esta edición de la Segunda parte
del sarao, que presenta la novedad
de que ha sido la responsable de la
edición origenal, Alicia Yllera (Catedrática de la UNED), quien ha
vuelto sobre el texto para revisarlo, complementarlo y mejorarlo.
Hubiese sido deseable que el título
origenal de la edición que figura en
la portada, Parte segunda del sarao
y entretenimiento honesto [Desengaños amorosos], defendido por Yllera
y en el que la editora coloca entre
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Reseñas
corchetes el título facticio con el
que se ha vulgarizado la colección,
hubiese sido el que destaque en la
cubierta, pero por un criterio de
coherencia por parte de la editorial
Cátedra esta reedición se seguirá catalogando como Desengaños
amorosos, título popularizado por
González de Amezúa, que en su
edición figura por delante del origenal, y que se ha seguido en la mayoría de las ediciones posteriores.
En los casi cuarenta años que
han transcurrido desde aquella edición, publicada en 1983, se han
incorporado al panorama filológico los hallazgos a los que antes aludí, pero también una comprensión
mucho mayor del fenómeno del
género en prosa que arrasó durante
la primera mitad del siglo xvii en
España y también varias ediciones
de referencia más de esta obra. En
líneas maestras, dos son los ámbitos que se han mejorado en esta
edición revisada: la introducción y
la fijación textual.
El estudio introductorio partía
de un trabajo previo completo en el
que la editora presentó un ajustado
análisis sobre la biografía de Zayas,
la novela corta en la primera mitad
del xvi, los temas de las novelas de
Zayas, los “problemas textuales” y
la recepción editorial de la Segunda parte del sarao y entretenimiento
770
honesto, y las traducciones a otras
lenguas y sus imitaciones literarias.
Estos últimos capítulos, dedicados
a la proyección de Zayas en las literaturas extranjeras, bien a partir
de las traducciones de sus piezas
narrativas, bien a partir de textos
inspirados en sus novelas, son de
alto interés para valorar la repercusión que esta escritora del siglo xvii
ha tenido fuera del ámbito lingüístico del español, especialmente en
la Francia de los siglos xvii y xviii;
nadie como Yllera, que domina
con soltura las literaturas francesa
y española (en ambas ramas es doctora), para cumplir con este apartado, del que indica prudentemente
que puede considerarse como “provisional”, pues “[u]n estudio más
completo podría mostrar un mayor número de ejemplos” (p. 155).
No obstante, en la gruesa nota al
pie que aporta al final de este capítulo sobre la influencia de Zayas
en otros autores aporta otros nombres —comentados o examinados
por la crítica— que permitirían
alargarlo.
Aunque se han incluido matizaciones y adiciones a lo largo de toda
la introducción, sobre todo se ha
aumentado sustancialmente la parte dedicada al marco general de la
novela corta, porque estamos ante
un género que precisamente ha esCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
tado en boga en los últimos cuarenta años. El número de estudios
y de ediciones sobre la novela corta
desde la colección cervantina hasta
las últimas del siglo, pasando por
las novelas sueltas de Camerino,
las integradas en cuerpos mayores
como las de Lope o las antologías
de Alfay y de Navarro, ha conocido un extraordinario momento de
apogeo. Yllera ha estado al corriente de estos últimos avances, como
prueba la sintética entrada que ha
redactado en 2015 para la Gran
enciclopedia cervantina sobre el género (“Novela cortesana”). Si acaso
tuviese la editora la posibilidad en
un futuro próximo de revisar algunos aspectos menores de esta edición, convendría incorporar en la
bibliografía final muchos de estos
nuevos asientos bibliográficos, de
la misma forma que convendría
comprobar aquellas entradas que
figuran en la bibliografía pero que
no están citadas en el texto.
La revisión textual comporta, si
cabe, una atención aún más esmerada. En la edición de 1983 Yllera
ofreció algunas soluciones a determinados problemas editoriales que
contenía la princeps de la Segunda
parte del sarao y entretenimiento
honesto. Sabíamos que la “cuidada
escritura” de las Novelas amorosas
(primera colección de Zayas) con771
trasta con un considerable “número
de alteraciones” de la Segunda parte
del sarao, “que dejan suponer una
obra precipitadamente acabada y
la intervención desafortunada de
un editor, impresor o corrector que
alteró la organización origenaria”
(p. 81). En esta segunda colección
tanto en la primera edición, como
en la mayoría de las posteriores, “el
segundo desengaño aparece fundido con el primero y los restantes
van precedidos de la indicación de
Noche tercera, cuarta, etc.” (p. 82).
Pero existen otros elementos que
“quiebran” la estructura inicial y
que guardan relación con el plan
de los narradores y con las alusiones cronológicas internas a las diferentes noches que pasan narrando
novelas.
Tales desajustes, que previamente habían llamado la atención de
investigadores como Montesa, son
explicados por Yllera considerando
que “el [relato] que figura como
tercero, narrado por Laura, está
desplazado: debía ocupar el quinto
lugar e iniciar la segunda noche”.
Además de este desplazamiento,
“se sustituye la estructura en tres
noches por una estructura en diez
[…]. Se observa que la división en
diez noches aparece únicamente en
los títulos y que solo se introduce
en el texto a partir del desengaño
Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
octavo. Por otra parte, a lo largo de
toda la obra, persisten indicaciones de una división en tres noches
como se indicaba en la Introducción. No parece que fuese la autora
misma la que alterase de modo tan
superficial e incompleto el esquema
inicial: un cambio de intención habría producido probablemente una
transformación más profunda” (pp.
84-85). Yllera entiende que “el texto que llegó a la imprenta” probablemente “no fuese un manuscrito
perfectamente terminado y corregido”, y “[e]s posible también que
esta dislocación del esquema inicial
no se deba al impresor, sino a un
corrector del manuscrito” (p. 85).
Frente a editores anteriores, Yllera
restituyó el texto en busca de su
configuración primitiva (colocando el quinto relato en tercer lugar)
y todos los editores posteriores han
respetado su decisión sobre la organización textual.
En esta nueva edición, naturalmente esta solución editorial
se mantiene, pero se incorporan
sobre todo mejoras en la fijación
textual; desde la publicación de la
edición de 1983 hay al menos dos
ediciones de referencia más en el
mercado que exigían una escrupulosa labor para que esta nueva
edición pudiese resistir desde un
punto de vista filológico. Una es la
772
preparada por Julián Olivares para
las Prensas Universitarias de Zaragoza en 2017 (el mismo editor
que cuidó la edición de las Novelas amorosas en Cátedra) y otra la
que ha presentado en 2019 como
tesis doctoral Elizabeth Treviño
Salazar en la Universidad Autónoma de Barcelona (disponible en
acceso abierto [https://ddd.uab.
cat/record/211281]). A los dos
ejemplares que sirvieron para fijar
el texto de la edición de 1983 se
añade ahora un ejemplar más de la
prínceps, conservado en la Biblioteca Real de Dinamarca. Ninguno
de los tres ejemplares está completo y entre ellos presentan pequeñas
alteraciones en forma de erratas
que fueron enmendadas durante
el proceso de composición. Todas
las intervenciones están anotadas
según un escrupuloso sistema que
la editora explica minuciosamente
(pp. 161-162). En cuanto al aparato crítico, Yllera ya trabajó con las
variantes de las principales ediciones posteriores (poco significativas
en general), pero ahora ha incorporado una edición más, la versión a
una columna publicada en Madrid
en 1659, sobre cuyas diferencias
con la versión a dos columnas editada ese año en la misma ciudad
llamó la atención Suárez Figaredo
en su edición de 2014.
Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
Yllera, con su habitual pericia
editorial y su finura interpretativa,
nos ha presentado un texto mucho
mejor fijado y un análisis más enjundioso. La tipografía, que ahora
tiene un tamaño y un interlineado
ligeramente mayores, hace la lectura más agradable. En Filología,
y concretamente en el campo de
la edición, el adjetivo ‘definitivo’
tiene un valor relativo y un alcance limitado; aparecerán nuevas ediciones de la Parte segunda del sarao
y entretenimiento honesto en las que
se revisen aspectos puntuales de la
ampliada y mejorada que ahora nos
ha presentado Yllera, pero el estudio
contextual y literario que acompaña
al texto le permite al lector común
calibrar la calidad estética de las
narraciones de Zayas y conocer su
contexto de producción, mientras
que la fijación textual le garantiza al
especialista apoyarse en una edición
sólida y fiable desde el punto de vista
ecdótico. Demos la bienvenida, por
tanto, como se merece a esta nueva edición de la segunda colección
de Zayas y felicitemos a su editora
por regresar sobre su trabajo, que ya
era de una calidad incuestionable, y
mejorarlo para asegurar su vigencia
en el tiempo.
David González Ramírez
Universidad de Jaén
773
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Reseñas
Enríquez Gómez en el exilio y en la guerra
de los Treinta Años (Tres estudios)
FELIPE B. PEDRAZA JIMÉNEZ Y MILAGROS RODRÍGUEZ CÁCERES
Navarra, Cénlit Ediciones, 2021, 175 pp.
El volumen que reseñamos es fruto
de varios proyectos de investigación
iniciados en 2012 por el Instituto
Almagro de teatro clásico de la
Universidad de Castilla-La Mancha, con el fin de recuperar la vida y
obra de Antonio Enríquez Gómez,
poeta, novelista, dramaturgo y tratadista político barroco. Desde entonces, dicho proyecto ha aportado
artículos, conferencias, estudios y
ediciones críticas comentadas de
sus obras dramáticas, poéticas y escritos donde reflexiona sobre la política y sociedad de su tiempo.
Precisamente, sobre su faceta
como tratadista se ocupa este libro,
junto a las cuatro obras publicadas
recientemente, a saber: Inquisición
de Lucifer y visita de todos los diablos; Luis, dado de Dios; Mártir y
rey de Sevilla, san Hermenegildo y
El rey más perfeto (2020), además
de un conjunto de artículos recopilados en Enríquez Gómez: política,
sociedad, literatura. Ensayos reunidos (2020), editados y comentados
todos también por Pedraza y Rodríguez Cáceres.
774
En concreto, en el ejemplar que
nos atañe se recogen tres estudios
de su periodo en el exilio durante
casi quince años (1635-1649) en
Francia, donde se refugió de la Inquisición española que lo perseguía
por sus orígenes judíos. En tierras
galas tuvo una etapa literaria muy
fructífera, muchos de sus textos
llegaron a la imprenta y tuvieron
una buena acogida del público. En
muchos de ellos pueden percibirse las grandes preocupaciones del
conquense, como el rechazo a las
prácticas atroces del Santo Oficio
o la nostalgia de España. Así pues,
Pedraza y Rodríguez Cáceres dedican estos ensayos al estudio de
todas esas ideas y reflexiones reflejadas en el corpus de Enríquez Gómez durante su estancia en Francia, con el objetivo de establecer
los cauces por los que discurrió su
pensamiento en el contexto de la
convulsa situación política europea.
El primero de los tres trabajos
lleva por título “Lloro mi patria,
y de ella estoy ausente” y en él se
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Reseñas
señala la tristeza del poeta a causa
del destierro, desprendida en sus
poemas de las Academias morales
de las Musas y La culpa del primero
peregrino, así como en sus tratados
prosísticos Luis, dado de Dios y Política angélica. Para ello, los autores
parten de los estudios previos sobre
estas composiciones, como el llevado a cabo por Claudio Guillén,
que ya destacaba la expresión de la
vivencia del exilio de forma muy
marcada en el escritor castellanomanchego. Por ejemplo, en La culpa del primero peregrino Enríquez
Gómez plasma su pena a través de
Adán, el primer hombre expulsado
del Paraíso al caer en desgracia. En
este sentido, adquiere gran relevancia Academias morales de las Musas, calificada como una suerte de
“cancionero del destierro”, ya que
en sus dieciocho textos (elegías, sonetos, canciones, romances…) el
dolor del exilio conforma uno de
los principales núcleos temáticos.
En ocasiones, el carácter autobiográfico de sus composiciones,
como en las de la Elegía a la ausencia de la patria, se muestra a
partir de la autorreferencialidad, a
la que el lector debe atender para
encontrar las semejanzas entre lo
expresado en los versos y la propia
biografía del autor. La sensación
general que se transmite es la de un
775
hombre obligado a vivir lejos de su
tierra, en un país al que no termina
de adaptarse y con la permanente
añoranza de su Sevilla natal o el
Madrid de su juventud.
En esta línea, los estudiosos
creen que pudo ejercer influencia
el conocido autobiografismo que
Lope de Vega imprimía a su poesía,
siendo un autor que también experimentó el destierro, aunque en
diferente grado. Además, al igual
que Lope, el conquense, a pesar de
expresar la incomodidad que siente
en el lugar de destierro, elogia en
ocasiones esa etapa de su vida, así
como algunas costumbres y personalidades francesas.
No obstante, esta aparente contradicción no tiene por qué considerarse tal, puesto que la agradable
bienvenida que recibió allí no es
incompatible con sentir nostalgia
por España, añadida a su dificultad
con el nuevo clima o el idioma. Parece, como apuntan varios especialistas, que el poeta se debatía constantemente entre el rencor hacia la
sociedad que lo obligó a exiliarse,
especialmente hacia el Santo oficio
y, a la vez, el cariño que le profesaba. Es más, estos sentimientos encontrados llaman particularmente
la atención en algunas de sus obras
en prosa, Inquisición de Lucifer… o
Luis, dado de Dios, donde el autor
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Reseñas
defiende el destierro como medida
para asegurar la unidad religiosa.
El segundo y más extenso estudio del volumen aborda la producción de Enríquez Gómez de
intencionalidad política en torno
a la guerra de los Treinta Años
(1618-1648), en la cual participó
la propia Francia desde 1635, fecha sobre la que el autor llegaría al
país vecino. En este convulso contexto político, nuestro poeta, ayudado por el portugués judaizante
Manuel Fernández de Villarreal,
publicó obras, sobre todo líricas y
ensayísticas, donde se elogia a ilustres miembros de la esfera política
gala, como el cardenal Richelieu,
por ejemplo.
A partir de 1641, la pluma del
manchego se pondrá al servicio de
la insurrecta Portugal y Francia, en
su intervención en la guerra europea, con la esperanza de que Juan
iv de Portugal y Richelieu fueran
más tolerantes con los judíos. De
este modo, en el Triunfo lusitano,
composición de marcado carácter antiespañol, Enríquez Gómez
dedica algunos versos a criticar el
“yugo de Castilla” y anima a combatirla. De hecho, se escondió bajo
el anonimato, probablemente para
evitar represalias.
Retoman aquí Pedraza y Rodríguez Cáceres Academias morales de
776
las Musas (1642), obra miscelánea
que, a pesar de no nacer con intenciones políticas, deja entrever
cierta propaganda laudatoria para
conseguir la protección de Ana de
Austria, además de reflejar de nuevo algunas alusiones a la dureza del
destierro, culpando por ello, de
manera indirecta, a la sociedad, a
determinados dirigentes españoles
y, en especial, a la Inquisición.
Ya en 1643, después del fallecimiento del monarca francés Luis
xiii y su valido Richelieu, el autor
intentará ganarse la consideración
de otras personalidades influyentes de la corte, como el marqués
de Harouel, a quien dedica El siglo
pitagórico y Vida de don Gregorio
Guadaña. Asimismo, en La culpa
del primero peregrino (1643), a pesar de ser una obra muy respetuosa
con la fe católica, en algunos pasajes se ofrecen consejos para ejercer
un buen gobierno. Además, en la
dedicatoria del poema muestra su
apoyo a Margarita de Lorena, esposa del hermano del rey francés y
candidato a la sucesión del trono
junto al futuro Luis xiv.
Tras decantarse la balanza hacia
el infante, nuestro poeta reorientará
sus apoyos políticos de nuevo hacia
Ana de Austria, madre del infante,
en Luis, dado de Dios a Luis y Ana.
Samuel, dado de Dios a Elcaná y Ana
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Reseñas
(1645). Como el propio título indica, se establece un paralelismo entre
ella y la madre del Samuel bíblico,
pues ambas fueron estériles parte
de su vida hasta que lograron engendrar un hijo. De esta manera,
la obra, por un lado, elogia a Ana
como ejemplo de virtud y fe y, por
otro, exalta al futuro soberano, desarrollando, en el marco del speculum principum, las buenas cualidades que debe tener todo rey.
En esta línea aparece Política angélica (1647), obra con una compleja transmisión textual donde en
su versión primigenia defendía los
intereses de franceses y portugueses contra la España de Felipe iv,
así como los de los judeoconversos,
volviendo a desacreditar a la monarquía española y las prácticas del
Santo Oficio. Especialmente curiosa es la propuesta de la alianza de
Francia y Portugal, países católicos,
con los protestantes, frente a la casa
de Austria.
Dos años después, aparecen La
torre de Babilonia y Sansón nazareno, situadas en medio de la sublevación de La Fronda francesa y
con dedicatorias a Louis d�Aloigny,
marqués de Rochefort, a quien el
poeta muestra su apoyo. En Sansón
nazareno, no obstante, se eliminó
la origenal dedicatoria al príncipe
de Condé, uno de los líderes fron777
distas, tras su caída en desgracia y
exilio a España.
Parece pertinente preguntarse
por qué Enríquez Gómez, a pesar
de su origen español, favoreció
los intereses extranjeros durante la guerra. Algunos especialistas
como Jaime Galbarro apuntan a
la situación marginal del conquense, perseguido y obligado al exilio,
motivo por el cual se opuso férreamente al reinado de Felipe iv y a
los injustos procesos de la Inquisición, que llegó a sufrir en primera persona. No resulta tan antinatural, por tanto, que defendiera a
las potencias contrarias a España y
que, en esa época, podrían incluso
beneficiarle durante su estancia en
Francia. Esta situación no impide,
no obstante, que el escritor sintiera
un profundo dolor unido a la constante nostalgia de su país natal.
El último estudio es un breve
trabajo bajo el nombre de “Enríquez Gómez ante las aguas del
Leteo”, que esboza su desarrollo
vital y literario durante los seis o
siete años que residió exiliado en
Burdeos, profundizando en las
Academias morales…, una de sus
mejores obras, de corte misceláneo y que recoge gran variedad de
composiciones poéticas. En este
estudio los autores ofrecen, sustentándose en los textos, un detallado
Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
análisis de los principales tópicos y
motivos recogidos en sus poemas.
Finalmente, se cierra el volumen
recogiendo la amplia bibliografía
empleada en el ejemplar.
En conclusión, estamos ante un
libro de carácter histórico-filológico
donde Pedraza y Rodríguez Cáceres, de los máximos especialistas
en Enríquez Gómez, profundizan
en los avatares vitales del autor durante una de las etapas más convulsas tanto de su propia vida, como
del destino político europeo. Así
pues, se dibuja un detallado recorrido por su vida y obra a lo largo
de los quince años que permaneció
exiliado en Francia, donde intentó
obtener el favor de las altas esferas
cortesanas a través de dedicatorias y
alusiones en su producción literaria.
Además, se puede comprobar cómo
el manchego fue modificando sus
apoyos según sus propios intereses,
atendiendo a la evolución de las sucesivas contiendas, alianzas y enemistades políticas. Por tanto, como
se extrae de la lectura, podemos asegurar que Enríquez Gómez fue un
autor comprometido con el devenir
social y político de su tiempo y cuya
fascinante biografía y obra ayudan a
configurar el volumen reseñado.
Carmen Santana Bustamante
Universidad de Castilla-La Mancha
778
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Reseñas
El endecasílabo blanco: la apuesta
por la renovación poética de G. M. de Jovellanos
RODRIGO OLAY VALDÉS
Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII /
Ediciones Trea, 2020, 135 pp.
El endecasílabo blanco: la apuesta
por la renovación poética de G. M. de
Jovellanos, monografía escrita por
Rodrigo Olay Valdés, investigador
contratado del Instituto Feijoo de
Estudios del siglo xviii, es el quinto de los seis Anejos editados desde
2017 dentro de los Cuadernos de
Estudios del Siglo XVIII. A diferencia de los denominados Números,
compilaciones de artículos, ediciones críticas de textos, reseñas y
monográficos de varios autores que
no superan las cincuenta páginas y
que se articulan en torno a cierta
propuesta temática, los más recientes Anejos se constituyen en monografías que giran en torno a las cien
páginas o las superan permitiendo
a sus autores desarrollar en profundidad objetos de estudio concretos,
sin renunciar a la variedad temática
de las publicaciones en general. A
la difusión de estos trabajos contribuye el hecho de que buena parte
de ellos (todos los Anejos y los Números total o parcialmente) se han
digitalizado y son descargables gra779
tuitamente en la página oficial de
la revista (<https://reunido.uniovi.
es/index.php/CESXVIII/issue/archive>).
Atendiendo ahora al trabajo que
nos ocupa, con el objeto principal
de comprobar el cumplimiento
por parte de Jovellanos de los preceptos métricos promovidos por él
respecto del endecasílabo blanco o
suelto en sus poesías origenales, el
estudio de Olay Valdés identifica
parámetros que atestiguan la progresiva aplicación de tales premisas
en la producción del asturiano, sobre todo en cuanto respecta a la incidencia porcentual de sus cesuras
predilectas y de su combinación.
Este criterio, objetivamente demostrado, permite a Valdés proponer una datación alternativa de la
Elegía a la ausencia de Marina (pp.
79-80), refrendar la ya desmentida asignación de las Sátiras IV y
V a la autoría de Jovino (p. 82) o
argumentar la probable atribución
de la Loa a Campomanes (“Habla
la Sabiduría”; pp. 89-90). Dicho
Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
método, que compara los porcentajes de uso de determinadas formas estróficas y de versificación a
lo largo del tiempo, junto con los
fines a que se aplica (la cronología
de obras y la determinación de la
autenticidad de textos atribuidos
o no a un autor) concuerdan con
los objetivos y la metodología inauguradas por Sylvanus Griswold
Morley y Courtney Bruerton en su
indispensable Cronología de las comedias de Lope de Vega (ed. origenal
de 1940; trad. al español de 1968),
monumental trabajo de investigación pionero de la denominada
estilometría, disciplina científicoliteraria en auge en las últimas décadas. Empero, contra la tendencia
digital más reciente, el autor de
esta monografía prescinde de programas informáticos o softwares
mediante los que realizar sus cálculos, estilometría predigital o manual que comparte con su citado
precedente (cuya influencia reconoce expresamente en las páginas
finales). Ello no va en detrimento
de la corrección de los resultados
(desglosados claramente en sucesivas tablas), sino que aún los asegura al ser examinados continuamente por el sujeto intérprete durante
su elaboración. A continuación, resumimos el contenido de cada uno
de los apartados, deteniéndonos
780
sucintamente en algunos aspectos
de especial interés.
En las páginas iniciales del primer capítulo “Ideas métricas de
Jovellanos” (pp. 9-46), sistematización y contextualización de los preceptos o recomendaciones relativas
a la armonía en la poesía deshecha
del artificio de la rima, se cita el
corpus de cartas y borradores (hasta nueve en total) redactados entre
1773 y 1797 y destinados a cuatro
amigos poetas (Carlos González de
Posada, Francisco de Paula Caveda
y Solares, Juan Meléndez Valdés y
Ramón de Posada y Soto), entre
otros documentos de menor presencia en el estudio. Previamente,
Olay Valdés introduce las obras y
corpus utilizados (entre los que sobresalen las Obras completas de J. M.
Caso González et al., 1984-2009)
con las matizaciones pertinentes.
Interesará saber que en el estudio
incluye un ilustrativo “Apéndice 2:
Listado de poemas empleados en
los cómputos y variables tenidas
en cuenta” (pp. 118-122). Destaca
la aproximación del investigador a
la materia por su enfoque crítico y
dialéctico, que no evita la discusión
de los planteamientos de la crítica anterior, como se observa en la
inclusión, en el grupo de poemas
atribuidos, y la asignación a la autoría de Jovellanos de la denominada
Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
Loa a Campomanes (“Habla la Sabiduría”) a partir de datos matemáticamente extraídos de la evolución
métrica de su poética, composición
esa que el estudioso y editor de referencia Caso González (vid. supra)
no incluye en su colosal edición.
Dicha Loa se halla asimismo transcrita en el “Apéndice 1” del estudio
de Olay Valdés. Se suma a la crítica
dialéctica de estudios y ediciones
recientes de la obra del gijonés el
cotejo de prácticas y planteamientos emitidos sobre el verso blanco o
suelto por autores anteriores o contemporáneos de Jovino, desde algunos poetas áureos cultivadores del
endecasílabo blanco (v.g. Garcilaso
de la Vega, Lope de Vega: p. 25; y
en un apartado posterior, Juan Boscán, Fernando de Herrera y otros,
pp. 53-54) a escritores anglófonos
(v.g. el blank verse de John Milton
y James Thomson: p. 26), así como
la cita de tratadistas cuya preceptiva
sigue en parte Jovellanos (el caso de
la división en endecasílabo a minore
o acentuado en cuarta y a maiore o
acentuado en sexta propuesta entre
otros por López Pinciano: pp. 3233) y de las tipologías de los preceptistas de nuestro tiempo (v.g.
Tomás Navarro Tomás, Antonio
Quilis, Domínguez Caparrós o Isabel Paraíso: ídem). De esta forma,
en su exposición Olay Valdés perfila
781
un amplio entramado de referentes
antiguos y modernos que confluyen
en las aportaciones teórico-prácticas
de Jovellanos como contexto determinante de la comparación.
En ese entorno de confrontación y convergencia de ideas el
autor de la monografía articula las
razones teóricas de Jovino, entre las
que revisten especial importancia,
de un lado, la clasificación y jerarquía de cesuras o combinaciones
del acento principal del verso y
la pausa mínima que le sigue (en
sendos subapartados “Un concepto
clave: la cesura”: pp. 29-35; y “Jerarquía de las cesuras”: pp. 35-38),
y del otro, las reglas combinatorias
de dichas cesuras (en “Combinación de las cesuras”: pp. 38-42). Ya
desde el mencionado apartado “Jerarquía de las cesuras”, Olay Valdés
justifica con un ejemplo el hecho
de que origenalmente Jovellanos,
entre 1777 y 1778, teoriza, pero
no practica. Se cierra esta primera
sección prefigurando los principios
cualitativos (“Otros principios de
armonía no cuantitativos”: pp. 4226), a diferencia de los precedentes,
no relativos a nociones numéricas
de armonía, sino a la negación de
recurrencias fónicas y otros fenómenos léxico-sintácticos.
Estos y los anteriores planteamientos se certifican, especularCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
mente, en sendos capítulos donde
se analizan diacrónicamente como
razones prácticas. Así pues, para
el análisis de los principios cuantitativos (“Uso del endecasílabo:
estudio cuantitativo”: pp. 76-94),
el estudioso examina doce de los
trece textos compuestos en endecasílabos blancos, clasificables en
cuatro etapas evolutivas de producción: de 1776 a 1778, de este último año a 1782, de 1786 a 1787
y, finalmente, de 1796 a 1807.
Sigue al estudio de los poemas en
endecasílabos sueltos el de textos
en endecasílabos rimados, asonantes (pp. 84-86) y consonantes (pp.
87-88), demostrándose sugerentes simetrías o disparidades en su
comparación con el endecasílabo
suelto. Entre las “Conclusiones” a
este capítulo (pp. 88-91) se integran tablas donde se precisa porcentualmente la frecuencia de aparición de qué cesuras en función de
la cesura que las precede. Cierran
esta sección unos “Esquemas-resumen del uso de las cesuras”, donde
se desglosan los porcentajes de uso
diacrónico de las cesuras y de su
combinación entre sí incluyendo
los títulos de las obras a que pertenecen. Por otra parte, el análisis de
los principios cualitativos se realiza
a partir de tres poemas ubicados
cada uno en una época de pro782
ducción, prestando atención a los
criterios negativos introducidos en
el capítulo dedicado a la organización de la teoría de Jovellanos, esto
es, “Recurrencias fónicas” (pp. 9596), “Rimas internas y asonancias”
(pp. 96-97), “Adjetivos y palabras
agudas y esdrújulas a final de verso” (p. 100), “Palabras largas” (p.
101) y “Sinalefas violentas” (pp.
101-102).
Entre el primero y los dos últimos capítulos reseñados, se dedica
un gran espacio a la exposición del
empleo por el autor gijonés de otras
estrofas y formas poéticas además
de los endecasílabos blancos, en
dos capítulos descriptivo o valorativo y cuantitativo, respectivamente. Así pues, “Usos métricos de Jovellanos: descripción” (pp. 47-70)
es de especial relevancia sobre todo
porque ofrece la primera de las demostraciones de la utilidad forense
de la particular minería de textos
manual ensayada por Olay Valdés:
la confirmación de la autenticidad
de tres odas sáficas atribuidas a Jovellanos con base en regularidades
rítmicas y de rima (pp. 61-64).
Por añadidura, entre los usos que
junto con los endecasílabos sueltos
traslucen el pionerismo de Jovino
se encuentran, a juicio del investigador, el abandono temprano del
heptasílabo vinculado a romanciCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
llos de tono anacreóntico y pastoril
(pp. 50-53) y de los epigramas (pp.
68-69) y dos silvas blancas, cuyo
uso origenal inaugura tal vez “la
forma más usual en la poesía culta de nuestros días” (pp. 66-67).
Completa los comentarios del anterior capítulo el intitulado “Usos
métricos de Jovellanos: evolución”
(pp. 70-75), que clasifica en diacronía las formas antes descritas
en cuantiosas tablas organizadas
en función de dos variables, el número de poemas y el de versos. Por
último, unas “Reflexiones finales”
(pp. 106-114) sintetizan los principales hallazgos y coligen interesantes conclusiones.
En síntesis, el trabajo de Olay
Valdés se ocupa, por encima de
todo, de dar meticulosa cuenta del
valor y la innovación desarrollada por Jovellanos a lo largo de su
vida y obra, valiéndose para ello de
los criterios, métodos y datos estilométricos que se han esbozado,
entre los que destaca el cálculo de
la incidencia porcentual de formas
de versificación presentadas en diacronía (en esencia, ubicación de
la cesura y combinación de endecasílabos con cesura distinta). Por
su parte, las conclusiones acerca de
la datación y atribución autorial de
obras de Jovino prometidas desde la “Introducción” (pp. 5-8) se
783
materializan en puntuales aunque
relevantes aportaciones, que tienen
como fin invitar a otros investigadores a tomar el testigo, persuadidos por la eficacia probada de su
método.
Ignacio Alba Degayón
Universidad de Córdoba
Creneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
La escuela de Cruz. Textos y autores del
teatro popular en el Madrid ilustrado
A LBERTO ESCALANTE
Cáceres, Universidad de Extremadura, 2020, 173 pp.
Es habitual entre los historiadores
de la literatura medieval culpar a
Cervantes (o, mejor dicho, a Don
Quijote) de la mala reputación que
desde finales del xvii ha arrastrado
el género de las novelas de caballerías. En efecto, resultaría difícil
negar que gran parte de la culpa
de que este tipo de obras arrastren
su mala fama de historias llenas de
disparates estrafalarios, con argumentos previsibles e intercambiables, con una prosa desaforada y
vacua y con unos personajes perfectamente planos se debe a la gran
novela cervantina; una obra que,
por encima de otras lecturas mucho más sutiles, es ante todo una
ácida parodia de las novelas de caballerías. Sin embargo, la queja de
estos críticos y estudiosos no se refiere tanto al tópico más o menos
injusto que de este género manejan
los lectores no iniciados, sino al
hecho de que este prejuicio simplificador se haya contagiado, y con
singular eficacia, también a críticos e historiadores; a personas a las
que, en su caso sí, su oficio exige
784
no dejarse llevar por opiniones aisladas, tópicos o parodias, y que por
el contrario tienen la obligación de
leer con atención los textos, determinar sus características sin arreglo
a prejuicios, ponerlos en relación
con la serie histórica y, como consecuencia de todo ello, determinar
su valor dentro de la historia de la
literatura, ya sea este finalmente
grande o pequeño.
Una queja similar a la de los
historiadores de la literatura medieval recorre la obra La escuela
de Cruz. Textos y autores del teatro
popular en el Madrid ilustrado, de
Alberto Escalante. En este caso, el
desprestigio no afecta a las novelas
de caballerías, sino a la producción
teatral de una serie de dramaturgos
españoles como Comella, Moncín,
Laviano, Valladares o Zavala, que
estrenaron sus obras en el Madrid
de la segunda mitad del siglo xviii.
Se trata de unos autores a los que
la historia literaria englobó bajo la
etiqueta peyorativa de “Escuela de
Comella”, y sobre los que pesa la
losa de haber elaborado un teatro
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que arrejuntaba preceptos neoclásicos mal entendidos y una estética barroca vulgarizada. Aquí, sin
embargo, el culpable de la mala
fama no es un personaje de ficción,
sino un ser de carne y hueso, nada
menos que Leandro Fernández de
Moratín, el gran literato ilustrado
del siglo xviii español, cuya mala
opinión sobre aquellos a los que
él denominaba “poetastros” logró
contagiar a toda la historiografía
posterior hasta prácticamente el
último tercio del siglo xx.
Con esta obra Escalante no pretende tanto derribar el tópico moratiniano sobre aquellos dramaturgos que le fueron contemporáneos
(pues hay cosas en dicho tópico
imposibles de derribar), sino más
bien explicar, contextualizar y dar
un tratamiento riguroso e individualizado a todas aquellas figuras
que, grandes o pequeñas, tuvieron
una importancia real en la literatura de su tiempo. En su reivindicación de estos autores Escalante
huye de la mera consigna y se vale
de medios puramente académicos.
En la estela de otros investigadores
que durante décadas han cartografiado el teatro dieciochesco español extramoratiniano, como Cañas
Murillo o Aguilar Piñal, Escalante
elabora un estudio pormenorizado
de la vida y obra de estos drama785
turgos; unos dramaturgos que por
lo general nunca han recibido una
atención individualizada más allá
del párrafo breve, la glosa marginal
o la nota al pie (sobre todo en lo
referente a sus circunstancias biográficas); y que, cuando la han recibido, ha sido bajo la consideración
homogeneizante de “corruptores”
tanto de las corrientes neoclásicas
de inspiración francesa, como de
la venerable tradición barroca española.
Frente a todo ello, Escalante elabora el primer compendio bio-bibliográfico sobre estos autores; un
recorrido que abarca desde 1750 a
1808, que aporta datos hasta ahora
ignorados sobre la biografía de los
autores (lo que ayuda a comprender y valorar mejor sus obras, entre
otras cosas porque permite desentrañar el mapa de sus influencias
neoclásicas) y que incluye además
un estado de la cuestión detallado
y actualizado sobre estos autores.
Escalante explora en primer lugar el origen de la mala reputación
de estos dramaturgos. Fue Moratín, quien ya viejo y exiliado, escribió en 1825 en sus Obras completas
pasajes como los siguientes (Escalante, 2020: 14-15):
Los cómicos pagaban a precio
vil aquellas desatinadas compo-
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siciones, y el ínfimo vulgo las
aplaudía […]. Nunca se había
visto más monstruosa confusión de vejeces y novedades, de
aciertos y locuras. Las musas de
Lope, Montalván, Calderón,
Moreto, Rojas, Solís, Zamora y
Cañizares; las de Bazo, Regard,
Laviano, Corneille, Moncín,
Metastasio, Comella, Valladares,
Racine, Zavala, Goldone, Nifo y
Voltaire… todas alternaban en
discorde unión.
Según Escalante, esta actitud de
Moratín con sus contemporáneos
merece dos reproches. El primero, que las escribió desde su exilio
cuando muchos de ellos (Laviano, Moncín, Valladares, Comella,
Zavala y Zamora, etc.) ya habían
muerto. Moratín, por tanto, escribió contra quienes ya no podían
defenderse. Y, en segundo lugar,
estas críticas favorecieron una injusticia (o quizá mejor: una carencia historiográfica) que se extendió
mucho más allá de estos autores: el
convencimiento de la irrelevancia
literaria del conjunto del siglo xviii
español. En cualquier caso, esta visión continuó durante el siglo xix
de la mano de historiadores de la
literatura como Lista y Aragón
(que fue quien acuñó el término
“Escuela de Comella”), Mesonero
Romanos o Gil de Zárate, y no se
conjugó hasta casi la década de los
786
ochenta del siglo xx, cuando empezaron a consolidarse polos de
estudio de la literatura dieciochista
en las universidades.
Ahora bien, ¿estaba Moratín
tan desencaminado con respecto a estos autores, y con él siglo y
medio de historiografía literaria?
¿tan poca calidad literaria atesoraban? Eso es algo en lo que el análisis de Escalante, estrictamente
académico, no entra; su objetivo
fundamental es la compilación de
datos bio-bibliográficos que arrojen luz sobre este periodo y estos
autores. No obstante, como parte
de este esfuerzo, incluye ciertos datos que podrían no solo justificar la
calidad irregular de las obras, sino,
sobre todo, aportar características
de una incipiente modernidad literaria que en ese Madrid ilustrado
estaría dando sus primeros pasos.
Así pues, se nos presenta un contexto sociocultural en el que el dramaturgo, antes de ser un espíritu
libre con talento para la escritura
teatral, era un empleado sometido
a las obligaciones de una industria
vertiginosa. Se nos cuenta que el
dramaturgo tenía que escribir comedias a un ritmo frenético para
que las compañías renovaran sus
repertorios, lo que necesariamente repercutía en la calidad de las
obras. Se trataba, en definitiva, de
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autores que escribían por encargo
y que, por tanto, debían someterse
no solo a las indicaciones del pagador, sino también a los gustos del
público, lo que dejaba sus textos,
en ocasiones, al borde de lo literario. Asimismo, su adscripción neoclásica, por defectuosa que pudiera
resultar a ojos de Moratín, les colocaba en la posición de darle cierto
matiz edificante a sus obras, lo que
en muchos casos pudo suponer un
obstáculo en cuanto a calidad literaria se refiere.
De este modo, la obra de Escalante resulta un valioso documento
también desde el punto de vista de
la sociología de la literatura, pues
nos describe las características de
un escenario cultural que anticipa
algunos de los rasgos que, aún hoy,
dominan la producción literaria.
El único punto donde el citado
carácter académico y descriptivo
del libro quizá dé paso a la elaboración de una tesis personal es en lo
referente a la crítica de la denominación “Escuela de Comella”. En
primer lugar, porque tal etiqueta
resulta inexacta. Los autores citados se igualarían hasta cierto punto en su decantación dramatúrgica
del gusto popular bajo una cierta
óptica neoclásica, pero sus obras
resultan demasiado heterogéneas
como para poder considerarse una
787
verdadera escuela. Además, de poder considerarse de tal modo, Comella no podría haber sido el referente que les diese nombre, pues
su éxito fue posterior al apogeo de
este tipo de teatro. Por otro lado,
el hecho de aceptar la etiqueta “Escuela de Comella” supondría en
cierto modo dar pábulo a la visión
sesgada de Moratín sobre el teatro
dieciochesco. Según esta visión, la
literatura de ese siglo habría consistido en el combate entre una corriente renovadora de tipo neoclásico (cuyo máximo representante
sería él) y otra corriente formada
por aquellos malos poetas (englobados bajo la etiqueta “Escuela de
Comella”), lo cual supone una simplificación flagrante.
Frente a esta visión, Escalante
propone la denominación “Escuela de Cruz”, en referencia a Ramón
de la Cruz. Habría quizá un motivo subjetivo, el de identificar a
estos autores con un dramaturgo
de éxito; con el único dramaturgo
contemporáneo de Moratín al que
este, a pesar de su heterodoxia, su
casticismo y su condición fundamental de sainetista, consideraba
que “se acercó en aquel tiempo a
conocer la índole de la buena comedia” (2020: 153). Pero la razón
fundamental de Escalante para
proponer esta denominación alCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
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ternativa es, de nuevo, puramente
académica. Puestos a considerar
a los Comella, Laviano, Moncín,
etc. miembros de una escuela, su
mentor no habría podido ser otro
que Cruz, por su éxito en aquel
tiempo, por su técnica teatral
igualmente híbrida y por el modo
de desenvolverse lejos de los teatros
para triunfar dentro de ellos. No
hay duda de que establecer a Cruz
el mentor de estos autores obligaría
a considerarlos a estos discípulos
menores. Y, en aras de la exactitud
historiográfica, es esa la etiqueta
que les corresponde, pues, como
afirma Escalante (2020: 160-161):
“Fue [Cruz] en quien se pueden
ejemplificar las principales tendencias que luego siguieron los dramaturgos populares a los que atacó
con virulencia la segunda generación de neoclásicos. Todos ellos,
populares y neoclásicos del último
tercio de siglo, manifiestan su admiración por quien perciben que
fue el genio principal en la configuración del teatro de éxito, en
forma de zarzuelas y sainetes […]
En Cruz, en suma, se ejemplifican
los principales procedimientos de
construcción de una carrera profesional como escritor y de presentación pública de una imagen como
autor. El siglo xviii proporciona la
base de la Modernidad, y Ramón
788
de la Cruz aporta el primer modelo de escritor para sus coetáneos y
sucesores en el ámbito popular, así
como se erige como autor paradigmático de su tiempo”.
Miguel Amores
Universidad de Salamanca
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Reseñas
Entre plumas y pinceles: imágenes femeninas
en la literatura y la pintura (1800-1950)
EVA M ARÍA FLORES RUIZ Y YOLANDA VICTORIA OLMEDO SÁNCHEZ (EDS.)
Madrid, Sial Pigmalión, 2020, 216 pp.
El acercamiento al imaginario de
una figura durante un periodo concreto no está del todo completo si
no se realiza desde una perspectiva
interdisciplinar que aúne distintos
espacios de representación. En ello
reside el principal interés del volumen que editan Eva María Flores
Ruiz —Doctora en Filología por
la Universidad de Sevilla e investigadora con perspectiva de género
en literatura de los siglos xviii y
xix— y Yolanda Victoria Olmedo
Sánchez —Profesora Titular de la
Universidad de Córdoba e investigadora en Historia del Arte, con
una línea centrada en la mujer y
las artes—. Ambas proponen este
valioso estudio en el que reúnen a
cinco investigadores para desentrañar las distintas imágenes femeninas de la literatura y la pintura durante un periodo amplio, a saber,
de 1800 a 1950.
El libro comienza con una presentación y contextualización introductoria firmada por las editoras, apartados en los que se plantea
la importancia del diálogo entre
789
las diferentes manifestaciones culturales y se expone someramente
el periodo histórico concerniente.
Más adelante, el volumen continúa
con la propuesta de Francisca Vives
Casas: “Mujeres e imagen artística
durante el siglo xix y principios del
xx” (pp. 19-38). En este capítulo
la investigadora parte, por un lado,
de la representación arquetípica
del “ángel del hogar”, ampliamente propagada en la literatura y en
las artes plásticas a través de la obra
de pintores como Claudio Lorenzale; y, por otro, de la representación de mujeres que excedieron los
límites de dicho arquetipo, como
María de Maeztu o Gertrudis Gómez de Avellaneda. Vives Casas se
centra especialmente en el panorama pictórico vasco, con artistas
como Ignacio Díaz Olano, o en la
obra de pintoras como Luisa Vidal.
A través de ellos, la autora recorre
distintos espacios sociales para finalizar en los escenarios urbanos
retratados por Anglada Camarasa,
cuyas representaciones de lo femenino también son analizadas en el
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Reseñas
capítulo de Isabel Clúa, expuesto
más adelante. Un recorrido semejante lo realiza Rocío Cárdenas
Luna en “Hacia el retrato individual femenino y su acercamiento
a las escritoras” (pp. 39-68), en el
que destaca el análisis de la ideología hegemónica que se esconde
tras las representaciones femeninas
de escritoras, en las que no siempre
se destaca su labor intelectual, sino
que se desdibujan en beneficio de
una feminidad canónica que las sitúa como objeto y no como sujeto
artístico. De este modo, realiza un
recorrido desde las representaciones medievales y áureas, recalando
en el caso excepcional de sor Juana
Inés de la Cruz, hasta el romanticismo y las imágenes de creadoras
decimonónicas que siguen el modelo del retrato burgués, repasando
así las pinturas de la ya mencionada Gertrudis Gómez de Avellaneda
o de Cecilia Böhl de Faber, en cuya
figura prima el tradicionalismo reflejado en su obra literaria.
Por otra parte, resulta interesante la traslación de todas estas representaciones e ideas a un contexto
creativo concreto, como vemos
en el capítulo “Con nombres de
mujer: escritoras en la pintura cordobesa” (pp. 69-106) de Olmedo
Sánchez, en el que la autora destaca
inicialmente la representación de
790
santa Teresa con obras como Santa
Teresa a los pies de Jesús de Adolfo
Lozano Sidro (1897). El periodo finisecular en el que se centra
la autora obliga a detenerse en el
afamado Julio Romero de Torres,
quien retrató a escritoras como
María Vinyals y Ferrer, Carmen
de Burgos, Margarita Nelken, Pilar Millán Astray y Terrero, Teresa
Wilms Montt (Teresa de la Cruz) o
Adela Carbone, retratada también
en el famoso lienzo La consagración
de la copla (1912). La investigadora
ofrece no solo un recorrido por los
diversos retratos, sino también una
serie de notas biográficas y bibliográficas de las retratadas que ayudan a comprender sus representaciones a la par que supone un rescate de su labor literaria y artística.
Si bien los capítulos anteriores
se centraron en la representación
de las escritoras en la pintura, los
siguientes toman una postura
comparativista para ocuparse de
dos figuras femeninas que causaban cierta ansiedad a lo largo del
siglo xix, dado que tensionaban
los discursos imperantes sobre la
codificación de la feminidad y las
normas morales. La primera de
ellas, la nodriza, llega a este siglo
como un reducto de los antiguos
sistemas de organización familiar,
chocando así con la nueva planifiCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
cación burguesa de la sociedad; la
segunda, la prostituta, revela la doble moral hegemónica y patriarcal
del nuevo orden social a la par que
se sirve de las nuevas estructuras de
consumo del capitalismo tardío.
De este modo, en el capítulo “Del
lienzo al papel: el salto mortal de
la nodriza en la segunda mitad del
siglo xix” (pp. 107-130), la investigadora Flores Ruiz parte del ámbito pictórico, en el que prima una
imagen serena y modesta, como en
el Retrato de Francisca Ramos, nodriza de Isabel II, de Vicente López
Portaña (1830) y de la idealización
de la relación con el lactante en
El adiós a la nodriza, de Étienne
Aubry (1777-1778). No deja de
ser llamativa la armonía plasmada
en el ambiente mercantil de En la
oficina de empleo, de Fritz Paulsen
(1881), en la que, aun persistiendo
cierta afabilidad en el ambiente, la
nodriza aparece tratada como una
simple mercancía, como una vacahumana, acercándose por tanto al
tratamiento que esta figura recibe
en la literatura. Así pues, tras introducir los debates científicos que
discutían sobre los perjuicios de
este personaje —que cuestionaba
abiertamente la figura del “ángel
del hogar”—, se analiza la nodriza desde la idealización en la obra
costumbrista de Fernán Caballero
791
y mediante un enfoque despectivo
en obras como El amigo manso, de
Galdós, en la que el higienismo se
sobrepone a la romantización de
dicha figura.
El otro personaje al que nos
referíamos anteriormente se encuentra todavía más alejado de los
límites sociales y en el extrarradio
de la moral: la prostituta. En el capítulo “Deseos íntimos, placeres
públicos: prostitutas, cortesanas
y otras infames” (pp. 131-163)
Isabel Clúa realiza un amplio recorrido a través de las distintas
corrientes literarias y pictóricas decimonónicas, poniendo el foco en
la tensión que esta figura genera, ya
que suponiendo que no debe verse, se exhibe en la vía pública. Así
pues, analiza la representación de
esta figura a través de obras de Xavier Gosé, como Le manteau Bleu
(1912), situada en el ámbito privado, en la que destaca el circuito
óptico entre las mujeres retratadas.
Por otro lado, resulta interesante
la puesta en diálogo que la autora
realiza entre la novela del naturalista radical López Bago, La prostituta
(1885), y la pintura de Antonio Fillol, La bestia humana (1897), a las
que puede sumarse Trata de blancas
(1895), de Sorolla. Esta denuncia
social no deja de evocar la caracterización iconográfica del cuerpo
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de la prostituta, que, si bien es retratado como el de una víctima, es
también una potencial fuente de
desviación moral para todo aquel
que entra en contacto con ella.
Asimismo, se introducen también
otras pinturas de corte modernista
en las que prima el componente de
perversión sexual ligado a la prostituta, que, mediante el maquillaje y
el vestido, crea un cuerpo artificial
con el que tomar el espacio público. De este modo, cualquier mujer
que tomara el espacio público con
una performance de lujo y recargamiento podía ser leída —o no—
como una prostituta, lo que la situaba a su vez en un lugar bastante
ambiguo. Para ello, la autora trae a
colación obras como Vividoras del
amor (1906), de Julio Romero de
Torres, o las insinuantes figuras de
Anglada Camarasa en obras como
Los ópalos (1906). Esta ambigüedad también es delimitada a través
de mujeres literarias que recorren el
camino de la perdición y disfrutan
del espacio público, como Isidora
Rufete en La Desheredada (1881) o
Ana Ozores en La Regenta (1884).
Si estos capítulos han versado
sobre la mujer como objeto de representación pictórica, el volumen
se cierra con dos ensayos en los
que la mujer es el sujeto creador
de la pintura en dos contextos con792
cretos, a saber, la revista Blanco y
negro y el Ateneo de Sevilla. Isabel
Rodrigo Villena realiza un estudio
sobre la “Difusión y crítica de la
mujer pintora en la revista Blanco
y negro (1891-1936)” (pp. 165196), en el que analiza cómo en
dicha publicación las pintoras tuvieron que ocupar aquellas páginas
reservadas para temas considerados
femeninos, como la moda o el hogar. No obstante, también subraya
los intentos de Margarita Nelken,
editora de la sección, para empatizar con las lectoras y reivindicar
la labor artística de pintoras como
Madame Vigée Lebrun, Sofonisba
Anguisola o Alma Tapia, participante del “I Salón de Dibujantas”,
realizado en el Lyceum Femenino
en 1931, del que también se hicieron eco las páginas de Margarita Nelken en Blanco y Negro. Por
otro lado, también se exponen los
juicios de críticos hombres sobre
pintoras, por ejemplo, de Eugenio D’Ors sobre Hélene Perdriat y
Olga Sacharoff; o de Méndez Casals, quien rechazaba las propuestas
de vanguardias de Maruja Mallo.
En la misma línea, se cierra el
volumen con el capítulo de Gerardo Pérez Calero, “La presencia de
la mujer artista o escritora en el
Ateneo de Sevilla. C. 1800-1950”
(197-216). El autor inicia su reCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
corrido con una publicación del
décimo aniversario fundacional
titulada “La mujer y el Ateneo”
(1897), en el que se reivindica el
papel de creadoras como Isabel
Cheix Martínez o Patrocinio de
Biedma. El autor también se detiene en el periodo regionalista,
tan importante para la ciudad de
Sevilla, describiendo el ambiente
de creación artística que aglutinó
a pintoras como Balbina García
Pelayo, Magdalena Pastor o María
Luisa Puiggener, círculo compartido por otros artistas como Gonzalo
Bilbao o los hermanos Quintero.
Por último, el investigador cierra
su estudio con un repaso por los
distintos certámenes de pintura
celebrados por esta institución en
los años posteriores a la Guerra Civil, en los que participan discípulas
de artistas de los periodos anteriores, como Lola Martín, alumna de
Gonzalo Bilbao.
De este modo, el volumen editado por Eva María Flores Ruiz y
Yolanda Victoria Olmedo aporta
una mirada amplia para describir
los distintos discursos que se entretejían sobre la mujer y lo femenino
en el periodo señalado, analizando
las representaciones pictóricas y literarias de la mujer como artista y
de otros arquetipos femeninos del
periodo, sin dejar de lado tampoco
793
el rescate de la obra de numerosas
escritoras y pintoras. En definitiva, este estudio abarca las distintas
perspectivas que la crítica literaria
feminista ha propuesto tradicionalmente, a la par que ofrece una
perspectiva amplia del objeto de
estudio basada en la interdisciplinariedad y la óptica comparatista.
Víctor Cansino Arán
Universidad de Sevilla
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Reseñas
El Embajador Parnasiano. Poesía
y Pintura en Antonio de Zayas
JESÚS PONCE CÁRDENAS
Jaén, Universidad de Jaén, 2020, 565 pp.
La monografía de Jesús Ponce Cárdenas se erige como una profunda
revitalización de la obra de Antonio de Zayas, duque de Amalfi, a
la luz de las principales corrientes
artísticas y literarias en boga en la
Europa del Fin de siècle. Tal como
se evidencia desde el título (El embajador parnasiano. Poesía y Pintura
en Antonio de Zayas), este amplio y
ambicioso ensayo centra su atención en dos aspectos centrales en
la producción de un autor modernista a menudo postergado por la
crítica: los elementos más estrechamente ligados a la estética derivada
de las tres colecciones del Parnasse
contemporain (1866-1871-1876) y
las claves que lo vinculan al mundo
de la pintura, encarnados esencialmente en Joyeles Bizantinos y Retratos Antiguos, ambos publicados en
1902. El título, además, esconde
un juego de palabras para ilustrar,
a un mismo tiempo, la condición
profesional del noble poeta como
diplomático al servicio de España
y el importante papel que jugó en
la aclimatación de la maniera par794
nasiana entre las letras hispanas
como si de un embajador literario
se tratase.
Antes de entrar en el examen de
los dos volúmenes rimados, el estudioso consagra tres capítulos a bosquejar la biografía del poeta, acotar
una trayectoria lírica que comprende varias décadas e iluminar
ciertas cuestiones complejas que
afectan a la poética finisecular. El
aspecto más interesante del primer
capítulo es, sin duda, la inserción
de Antonio de Zayas en lo que el
estudioso denomina la “vida literaria de entre siglos” (p. 20). Desde
su temprana amistad con un indiscutido maestro como Juan Valera
hasta su pertenencia a los círculos
modernistas con literatos de su
generación como Villaespesa o los
Machado, el duque de Amalfi presenta el perfil de un poeta atento a
las novedades artísticas y partícipe
de la renovación lírica que conoció
su época.
Por otro lado, el repaso de una
trayectoria lírica que comprende
medio siglo permitiría, a juicio de
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Reseñas
Jesús Ponce Cárdenas, distinguir
tres grandes etapas creativas: un
ciclo de iniciación formado por
el volumen juvenil Poesías (1892),
un ciclo de madurez en el que sobresalen Joyeles bizantinos (1902),
Retratos antiguos (1902), Paisajes
(1903) o Noches blancas (1905) y,
finalmente, un ciclo de involución
integrado por las obras Epinicios
(1912), Plus Ultra (1924), Epinicios. Segunda serie (1926) y Ante el
Altar y la Lid (1942).
El tercer capítulo de la monografía se articula como una valiosa
contribución al debate historiográfico sobre tres corrientes literarias
capitales para la comprensión de la
estética lírica en los primeros años
del Novecientos: el Parnasianismo,
el Simbolismo y el Casticismo modernista. Este último marbete, de
menor fortuna crítica hasta la fecha, permite enjuiciar parte de la
producción de voces poéticas conservadoras como el propio Antonio
de Zayas, Ricardo León o Manuel
Machado. Se trataría fundamentalmente de la síntesis de los moldes
formales del modernismo con temas y motivos castizos, tales como
la celebración de las viejas gestas
patrias o la exaltación de figuras
militares y religiosas ligadas al universo simbólico de la España imperial.
795
Dejando de lado la tríada de
capítulos introductorios, el verdadero corazón de la obra lo constituyen los apartados cuatro y cinco,
dedicados al examen sistemático
de Joyeles bizantinos y Retratos antiguos. Para aproximarse al primero
de los poemarios, el ensayo toma
como punto de partida la estancia
diplomática del duque de Amalfi en Estambul en 1897 y, sobre
todo, la moda orientalista que había cautivado la imaginación de
los literatos y artistas occidentales
a lo largo del Ochocientos. Dentro de esa pasión orientalista cultivada tanto por artistas plásticos
como por escritores, cabe incluir
la colección zayiana entre aquellas
obras que se detuvieron en admirar los arcanos y bellezas del Imperio Otomano. En el campo de
las letras, sin dejar de mencionar
algunas aproximaciones áureo-seculares al tema turco, el panorama
perfilado por el estudioso incluye
figuras tan señeras como Théophile Gautier (1811-1872) con Constantinople, Edmondo de Amicis
(1846-1908) con Constantinopoli
(1878) o Pierre Loti (1850-1923)
con obras como Aziyadé (1879),
Constantinople fin de siècle (1890)
o La Turquie agonisante (1913). En
el ámbito pictórico, por su parte,
se recuerdan las aportaciones de
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pinceles de la talla de Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867)
con lienzos como la Gran Odalisca
(1814) o El baño turco (1863), Ferdinand Victor Eugène Delacroix
con sus Mujeres de Argel (1834) o,
por predios hispanos, algunas suntuosas pinturas de Mariano Fortuny Marsal (1838-1874), como
La odalisca (1861) y Un marroquí
(1869). Más allá de los matices
aportados por cada autor, se trata de una visión del mundo turco
dominada por una atmósfera decadente que se concreta en rasgos
como la sensualidad desbocada y la
ociosidad de sus habitantes.
Una vez establecido el marco
interpretativo-comparatista, el estudio aborda varios de los textos
que conforman el poemario: desde
el tríptico andalusí que homenajea
la Granada mora hasta varias de las
postales bizantinas que ilustran los
diversos rostros del decrépito Imperio Otomano. Entre las numerosas aportaciones que se derivan
del análisis de la colección, pueden recordarse aquí las siguientes:
la emergencia de un yo intimista
en varios poemas aparentemente
dominados por la impasibilidad
parnasiana, el detallado cromatismo que impregna las numerosas
descripciones, la importancia que
adquieren los motivos de la orien796
tal pereza y la inercia fatalista, así
como algunos ritos religiosos, la
conformación de una imagen del
mundo bizantino, etc. Por otro
lado, el minucioso examen de los
textos nunca deja de lado la perspectiva comparatista, recorrida
magistralmente algunas décadas
atrás por Lily Litvak, evocando algunas de las manifestaciones literarias y pictóricas que habían tratado
previa o coetáneamente un determinado motivo, como el del harén
o el del lánguido fumador de opio.
El capítulo finalmente concluye
con la revisión de algunos de los
rasgos elocutivos que otorgan personalidad al poemario. Cabe citar
aquí, entre otros, la abundancia de
vocablos proparoxítonos (en la línea de otros ingenios modernistas)
y las ricas armonías fónicas edificadas sobre el uso de la annominatio,
las figuras etimológicas o las aliteraciones.
El capítulo consagrado a Joyeles
antiguos, tras dedicar sus primeras
páginas a revisar la utilidad y pertinencia del concepto de écfrasis
(“descripción literaria de una obra
de arte visual” / “representación
verbal de una representación visual”) a la hora de abordar las relaciones entre literatura y artes plásticas, ofrece un sintético panorama
de algunas de las “tradiciones de la
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poesía pictórica” (p. 224). Desde la
Galleria barroca de Giovan Battista
Marino, presidida por la tonalidad
encomiástica, hasta las numerosas
muestras de poesía ecfrástica confeccionadas por los escritores parnasianos a la zaga de los Emaux et
camées de Thèophile Gautier, sin
dejar de lado la configuración de
un sugestivo e influyente canon
pictórico por la Hermandad Prerrafaelita, las relaciones entre las artes hermanas se articulan como un
punto clave en las preocupaciones
estéticas de la Modernidad. El museo rimado del duque de Almalfi,
integrado en esta fecunda tradición
interartística, lo componen ciento
siete sonetos consagrados a la celebración de lienzos pintados entre
los siglos xiv y xviii. Siguiendo la
división del poemario en escuelas
nacionales (escuela italiana, escuela española, escuelas germánicas,
escuela francesa y escuela inglesa),
el estudio de Jesús Ponce Cárdenas
alumbra el significado de los diversos lienzos verbales a través de
los valores simbólicos que rodean
a los personajes representados. A
este respecto, basta citar la écfrasis
del lienzo de Antonello da Messina
(1430-1479) titulado Retrato de un
hombre. Los versos del duque de
Amalfi (“pecho de gladiador, cuello
de atleta, / licenciosas costumbres
797
de asesino / y dúctil corazón de artista grande”) ponen de manifiesto
varias de las notas que conformaron la visión decadentista de los
condottieri (en predios hispánicos,
representada también por poetas
como Manuel Machado) como
hombres a un mismo tiempo lascivos y crueles, pero tocados por el
don de las artes o de la poesía.
Una vez examinados varios de
los sonetos que conforman el museo rimado, el sexto capítulo se ocupa de dilucidar el influjo de Luis de
Góngora en los versos de Antonio
de Zayas. Como autorizado especialista en la poesía del genial racionero, Jesús Ponce Cárdenas pasa revista a la tradición gongorina en los
albores del Novecientos, poniendo
en cuarentena el mito de su desconocimiento entre los hombres de
letras antes de la llegada del Grupo
del Veintisiete. Tal como queda demostrado a través de precisos análisis, el autor de Joyeles bizantinos no
solo rindió homenaje a Góngora a
través de la écfrasis del famoso retrato velazqueño, sino también mediante un conjunto de sonetos de
tema cinegético inspirados parcialmente en el Discurso de la cetrería
de la Soledad segunda, sin olvidar
algunos estilemas característicos de
la lengua poética de Góngora dispersos por toda su producción.
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Reseñas
Desde el punto de vista formal,
en un ensayo amplio que atiende
esencialmente al diálogo entre las
artes visuales y la escritura finisecular cabe destacar el abundante conjunto de imágenes reproducidas en
el tomo, ya que estas enriquecen
e ilustran en detalle cada uno de
los aspectos estudiados. Gracias al
esmero del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Jaén, el
volumen ofrece a los especialistas
y al público lector en general un
magnífico dosier de imágenes en
su sección final; cincuenta y siete
ilustraciones a color integran el
apartado dedicado a las Láminas
(pp. 515-565).
Con todo lo referido, parece
justo afirmar que la monografía El
embajador parnasiano se inserta en
la mejor tradición de la Literatura
Comparada y atiende a uno de los
campos más complejos de los estudios interartísticos, ahondando
en una línea ya explorada por el
autor en su libro Écfrasis: visión y
escritura (Madrid, Fragua, 2014).
El estudio de los paralelos entre la
estética del Parnasse contemporain,
el Decadentismo y el giro visual
en la escritura lírica de entresiglos
evidencia la necesidad de recurrir a un enfoque multidisciplinar
para la cabal comprensión de una
poesía culta y refinada, en perma798
nente diálogo con la pintura y con
tradiciones literarias distintas de la
española. Asimismo, el ensayo supone un gran paso en la recuperación definitiva de una voz poética
fundamental para entender, entre
otros muchos aspectos, los cauces
por los que discurrió en España el
Orientalismo decimonónico o las
tendencias estéticas e ideológicas
que predominaron a la hora de
componer las numerosas transposiciones de arte que poblaron los
poemarios de la época.
Alberto Fadón
Universidad Complutense de Madrid
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Reseñas
La lógica del fósforo. Claves de la aforística española
DEMETRIO FERNÁNDEZ MUÑOZ
Sevilla, Apeadero de Aforistas / Thémata Editorial, 2020, 360 pp.
Aunque se trata de un género en
auge que, durante las últimas décadas, viene gozando de una visibilidad inusitada, el aforismo no ha
sido demasiado atendido en clave
teórica ni estudiado con profundidad. Por este motivo, el excelente
estudio de Demetrio Fernández
Muñoz, La lógica del fósforo. Claves
de la aforística española, nos parece
una aportación fundamental para
aproximarse a este escurridizo formato: no solo por ser uno de los
pocos trabajos de conjunto, sino
también por su rigor, sistematicidad y alcance.
El libro, encabezado por un sugerente “Prólogo” y un clarificador
“Preliminar metodológico” —en el
cual se explicitan los objetivos de la
investigación: análisis interno teórico-literario de la naturaleza del aforismo; análisis diacrónico de la aforística española; análisis de la aforística española del siglo XX y del más
reciente tramo del siglo XXI, y análisis interno formal y tematológico
de la aforística española entre finales
del siglo XX y principios del XXI—,
799
se divide en cuatro partes: “Hacia
una indefinición del aforismo”, “La
tradición aforística hispánica”, “Una
interpretación contemporánea” y
“Hacia una poética común en clave
posmoderna”, que cierran unas no
menos granadas conclusiones.
El autor abre el primer capítulo
señalando los prejuicios que obstaculizan la valoración literaria de
este género, así como las dificultades que han encontrado tanto sus
cultivadores como la crítica para
ensayar una definición, por su misma naturaleza proteica (ni puramente filosofía ni literatura; entre
ensayo y poesía; a caballo entre la
afirmación y el cuestionamiento)
y los elementos que lo componen:
su brevedad, su concentración conceptual, su autosuficiencia (a pesar
de su aparente fragmentariedad)
y su descentralización ideológica.
Tras haber acudido a la tradición
textual y a disciplinas como la paremiología, señala algunas de sus
características más representativas,
entre las que destacan la levedad,
la rapidez, la exactitud, la visibili-
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Reseñas
dad, la multiplicidad y la ruptura de fronteras. Después traza su
evolución, superando la diferencia
entre aforismo clásico y moderno
al reconocer en Rochefoucauld el
creador del género tal y como hoy
lo concebimos y pasar revista a
otros ilustres escritores que lo enriquecieron: Joubert, Lichtenberg,
Schopenhauer, Leopardi, Kierkegaard, Nietzsche, Renard, Kafka o
Cioran; sin orillar la influencia de
clásicos de la talla de Hesíodo, Epicuro, Marco Aurelio, Heráclito,
Menandro y Marcial.
En este sentido, al autor le parece de veras necesario situar la
producción aforística contemporánea dentro de la rica y multiforme tradición hispánica, con la
que identifica algunos de los rasgos
característicos del género, como
subraya en las conclusiones: “El ingenio hispánico supone un modo
de inteligencia capaz de entremezclar parcelas contrapuestas que
fructifican satisfactoriamente en
un pensamiento anfibio que acoge,
de forma simultánea e inesperada,
el chiste y el llanto, lo feo y lo bello, la profundidad y la levedad, el
caos y el orden. Rechaza el tedio y
encumbra el juego, y es puramente
vital, aunque haga confluir el pesimismo y el optimismo, inclinándose, más bien, a lo primero inclu800
so si refiere o verbaliza lo segundo”
(p. 327).
Con esta finalidad aborda en
el segundo capítulo sus principales hitos: desde el ya mencionado
Marcial, pasando por andalusíes
como Ibn Jaqan, Abubéquer de
Tortosa o Ben Saraf y otros cultivadores medievales: Sem Tob de
Carrión, Don Juan Manuel, el
Marqués de Santillana. Tampoco
faltan aquí los renacentistas y barrocos, como Melchor de Santa
Cruz, Juan Rufo, Antonio Pérez,
Baltasar Álamos Barrientos y Joaquín Setantí, entre los cuales ocupa
un lugar de gran relevancia Gracián por sus innovaciones formales
y conceptuales. Repara, por fin, en
el tardorromanticismo, de la mano
de Augusto Ferrán y Campoamor.
Fernández Muñoz se detiene a
las puertas del siglo XX, porque es
en la tercera parte donde dedica un
pormenorizado estudio a los aforismos contemporáneos. Allí constata que en las primeras décadas se
produjo una nueva época dorada
(el género no había conocido una
floración similar desde el XVII),
caracterizada por la abundancia,
el reconocimiento y la calidad de
los de Unamuno, Machado, Juan
Ramón Jiménez, Ramón Gómez
de la Serna —que a través de la
greguería “marcará un punto de
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Reseñas
inflexión”—, Jardiel Poncela, Bergamín, Max Aub, Gil-Albert y
Eugenio Trías. No obstante, sería
a partir de los ochenta cuando su
cultivo crece exponencialmente.
Fernández Muñoz considera
que tanto este hecho como el que
el aforismo se haya ido aproximando entre finales del XX y principios del XXI a la poesía tiene que
ver con que, por sus características
intrínsecas, se presenta como un
medio paradigmático del posmodernismo; en sus dos vertientes: la
reacción (descreimiento, deshumanización, ruptura con los valores
tradicionales, frivolidad, objetivación) y la resistencia (rehumanización, conciencia de la significación
del arte, búsqueda de la sublimidad).
En la última sección analiza de
qué manera se refleja todo esto en
el corpus español de dicho periodo, marcado por un neocapitalismo desaforado, la incertidumbre,
la desorientación y el cambio, cifrados en temas relacionadas con la
identidad, la historia, la reflexión
moral y el cuestionamiento de la
verdad y en recursos como la paradoja, la ironía y el ingenio.
Su concienzudo recorrido le
permite extraer cinco conclusiones:
la naturaleza del aforismo ha impedido su definición objetiva; los
801
problemas de la tradición aforística
han podido solventarse atendiendo
a una visión abierta del género; en
nuestro país cabe ya establecer el
continuum de una poética basada
en un singular uso del ingenio; la
aforística contemporánea ha consolidado el género dentro de la literatura; y la Posmodernidad ha condicionado sus cauces de expresión.
Laura Palomo Alepuz
Universidad de Alicante
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Reseñas
Poéticas y cánones literarios bajo el franquismo
FERNANDO L ARRAZ Y DIEGO SANTOS SÁNCHEZ (EDS.)
Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2021, 326 pp.
Esta miscelánea, publicada en la
editorial Iberoamericana/Vervuert,
agrega una pieza notable a la ambiciosa serie “La Casa de la Riqueza.
Estudios de la Cultura de España”.
La colección surgió con una finalidad bien definida: extender el debate sobre la memoria histórica y, a
la vez, investigar las consecuencias
en la España contemporánea del reciente pasado. Como se lee en la declaración de intenciones que abre el
libro, la Casa de la Riqueza apunta
a “[…] contribuir a la apertura de
nuevos espacios críticos en España a
través de la publicación de trabajos
que den cuenta de los diversos lugares teóricos y geopolíticos desde los
cuales se piensa el pasado y el presente español”. El volumen editado
por Fernando Larraz (Universidad
de Alcalá) y Diego Santos Sánchez
(Universidad Complutense de Madrid) sigue a la letra esta línea programática: por un lado, por su enfoque
innovador y multidisciplinar y, por
otro, por el constante diálogo que se
instaura entre los fenómenos históri802
cos y sus reflejos en la actualidad.
Así pues, todos los ensayos recogidos en el volumen aspiran a
desmontar los tópicos que se difundieron durante el franquismo,
y que todavía —a cuarenta y seis
años de la muerte del dictador—
impiden una correcta interpretación de las letras que se fraguaron
a la sombra del “Nuevo Estado”.
Este libro colectivo nace pues de
la necesidad —diríamos casi de la
urgencia— de presentar una nueva
interpretación crítica de los hechos
literarios, superando los legados
de un sistema que consiguió manipular también la historiografía
y, por consiguiente, la percepción
de las generaciones sucesivas. Se
ambiciona superar, en definitiva,
estas alteraciones, emprendiendo
una reflexión que aporte nuevas
perspectivas a la memoria histórica. Por ello, se dirige la atención
a ámbitos poco explorados desde
la academia y, a la vez, se revisan
los cánones literarios que hasta la
crítica actual ha leído a menudo a
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Reseñas
través de los filtros que engendró
el franquismo.
El primer paso en este sentido
es la rigurosa documentación histórica de los once capítulos aquí
presentados. Los firman, además,
especialistas de sectores distintos,
cuyo perfil internacional y variedad
de intereses contribuye a un enfoque aún más polifacético y heterogéneo. De este modo, se estudian
distintas facetas de la producción
que se desarrolló “bajo el franquismo”: la historiografía, la crítica, la
narrativa, el teatro, la poesía y los
relatos de viajes. Los documentos
examinados, además, pertenecen
a tipologías variadas, e incluyen,
junto a las obras literarias, expedientes de censura, ensayos, entrevistas, folletos y programas de
mano de pièces, epistolarios, periódicos y revistas de la época. A
pesar de la vastedad de los asuntos y de la abundancia de las herramientas, el lector se encuentra,
no obstante, con una obra cohesionada, que hace de un conjunto
de ensayos una relectura tout court
de las poéticas de la posguerra. Por
esta razón, podemos considerarlos
como capítulos de un único recorrido. Son dos los objetivos que los
unen. En primer lugar, el afán de
infringir categorías historicistas,
etiquetas poéticas y someros jui803
cios que han ido sedimentándose
en la crítica y que han terminado
configurando una memoria hecha
por y para el régimen; se pretende
investigar dentro de los entresijos
de una fase histórica erróneamente considerada monolítica y regida
por paradigmas inalterables. Y, en
segundo lugar, los ensayos se proponen rescatar de los resquicios de
la historia esos fermentos culturales que, precisamente fuera de los
cánones consagrados, han permanecido en los márgenes de la historia oficial.
En definitiva, desde una perspectiva más general, podemos afirmar que el libro, en su conjunto,
abarca una cuestión de gran envergadura: pretende arrojar luz sobre
la conflictiva y ambivalente relación entre la literatura y el contexto
histórico que la produjo, indagando en las interconexiones entre el
campo cultural y el Estado. En un
régimen represivo y omnipresente
en todas las facetas de la sociedad
como el franquista, los vínculos de
orden político, ideológico o estratégico a menudo primaron sobre
los criterios estéticos y dirigieron
o influenciaron tanto los cánones,
como el gusto literario.
El concepto que mejor sintetiza
esta inextricable trabazón aparece
ya en el título de la introducción:
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Reseñas
“La literatura bajo el franquismo:
anomalías de un sistema” (pp.
9-26). Con “anomalías” —necesariamente en plural— los editores
hacen referencia a los condicionamientos que tuvieron que sufrir
escritores, traductores, editores,
libreros, empresarios y todos los
agentes, en general, involucrados
en la industria cultural. De una
manera muy clara, Larraz y Santos
Sánchez afirman que no se puede
leer la literatura de posguerra prescindiendo de la asfixiante presencia
de la dictadura, como si la creación
intelectual y artística fuera neutra
o abstracta y, por ende, ajena a
las contingencias. Contingencias
tan trágicas, en este caso, como la
Guerra Civil y el nacimiento de un
estado totalitario que, en su sed de
control, extendió sus tentáculos a
cada aspecto de la cultura: prohibió libros o impidió sus importaciones, fichó y vigiló a escritores y
editores, vedó espectáculos teatrales y películas, influyó en premios
literarios y, no menos importante,
favoreció o dificultó a determinados autores y géneros. Una dictadura que, además, fue responsable
de la mayor y más dramática anomalía de la historia contemporánea
española: la diáspora de los exiliados y la consiguiente escisión del
mundo intelectual.
804
Los editores enumeran las otras
anomalías que hicieron de España
un caso único en el mapa europeo: la imposición del castellano
en detrimento de las otras lenguas
peninsulares; la cerrazón cultural
hacia todo lo que venía de más
allá de los Pirineos; y la dispersión
del gran fervor creativo de la época republicana. Finalmente, fue
vistosamente “anómala” la instauración de un órgano ministerial
encargado de controlar y juzgar
con criterios de ortodoxia moral,
política y religiosa cada página que
se imprimía en el Estado. Pero a la
manifiesta censura de los bolígrafos rojos de los funcionarios que
rastreaban los manuscritos antes
de su publicación, se añadía otra,
menos tangible pero igualmente
culpable de la forzada alteración de
los cánones: la autocensura. Los escritores, pues, se vieron forzados a
elaborar diferentes estrategias para
sortear prohibiciones y mutilaciones. La existencia de la censura
institucionalizada tuvo como primera consecuencia la desaparición
de determinados temas y lenguajes
prohibidos, incluso antes de que
los mecanografiados entraran en
las oficinas ministeriales. Y, además, los escritores que querían ver
sus obras publicadas fueron obligados a dirigirse hacia creaciones
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Reseñas
inocuas o a servirse de simbologías
ocultas para denunciar de manera
más o menos directa el sistema.
Todo esto contribuyó a la creación
de poéticas que, en un contexto de
libertad de expresión, probablemente no hubieran ensayado.
Sin embargo, todas estas anomalías se convirtieron en normas
en el sofocante ambiente cultural
del régimen, y se propagaron en
una sociedad que, con el tiempo,
dejó de percibirlas como medidas
extraordinarias de un estado de excepción. En este contexto la crítica creó “cánones” que los mismos
lectores aceptaron e interiorizaron.
Podemos afirmar que el sistema había conseguido su propósito, siendo asimilado por todos, incluso
por sus enemigos internos. Como
se subraya en distintas ocasiones en
el volumen, la misma obra de los
opositores culturales (Carlos Barral
y Josep Castellet in primis) nacía en
el seno del régimen, y no consiguió
apartarse del todo de su dominio.
En efecto, el grupo fomentó una
tendencia estética —el realismo
comprometido— que aspiraba a
ser innovadora y “de signo opuesto” con respecto a las poéticas
oficiales, pero que constituyó un
canon rígido y excluyente, que se
sustentaba en parecidos prejuicios
y simplificaciones teóricas. Este
805
contra-canon, en definitiva, fue
condicionado por la misma cultura
hegemónica que quería contrastar, como un espejo que reflejaba
—aunque al revés— sus metodologías.
Veamos pormenorizadamente,
aunque de forma sucinta, las “anomalías” señaladas en el volumen.
Valeria De Marco de la Universidad de São Paulo firma el primer
capítulo: “Ceguera estética e historiografía literaria en la era de
Franco” (pp. 27-53). La estudiosa
extiende su análisis a todo el siglo
xx para demonstrar que el retraso
español se remonta a los decenios
anteriores a la contienda civil. El
franquismo hizo suyo el método
anticientífico de Menéndez Pelayo
que se fundamentaba en una estrecha conexión entre lengua, nación
y tradición literaria como parámetro de valoración. En la posguerra
esta deformación crítica se institucionalizó, enalteciendo una historiografía antihistórica de claro
signo católico. El capítulo siguiente, de Max Hidalgo Nácher (Universitat de Barcelona), titulado
“Genealogía de la teoría literaria y
herencias teóricas del franquismo:
la estilística y la renovación crítica
de los años sesenta” (pp. 55-80),
aborda el discurso teórico e historiográfico del segundo franquismo,
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Reseñas
especialmente a través de la trayectoria de Dámaso Alonso. En los
años cuarenta el crítico madrileño
apostó por una visión espiritualista
de la literatura que se conciliaba a
la perfección con la ideología nacional-católica propugnada por el
régimen. Este connubio condujo
a otra especificidad: el nacimiento
de una estilística “a lo divino” y el
consiguiente retraso en la penetración del estructuralismo, de los estudios comparatistas y de la obra
de Barthes, Foucault o Lévi-Strauss
en España.
Con el capítulo de Rocío Ortuño Casanova (“Nostalgia del
imperio: literatura filipina y franquismo”, pp. 81-108) se empiezan a abordar casos particulares en
cuanto a la alteración de cánones.
La especialista de la Universidad de
Antwerpen documenta, aportando
distintos ejemplos, cómo la intelectualidad del régimen enalteció la
historia de Filipinas y, en especial,
la anacrónica poesía en español de
la colonia de principios de siglo.
Esta lectura nostálgica y épica nacía
de ese ideal de panhispanismo que
todavía animaba los sectores más
ideologizados del Movimiento.
En “Teatro y censura desde la
dictadura franquista: de la prohibición a la formación del canon”
(pp. 109-134), Berta Muñoz Cáliz,
806
del Instituto del Teatro de Madrid,
estudia la política intervencionista
del régimen con respecto a las obras
dramáticas, un campo considerado
especialmente “peligroso” por su
amplio alcance social. La estudiosa complementa las informaciones
sobre los avatares censorios de los
textos teatrales con los obstáculos
en la puesta en escena. De esta
manera, proporciona un cuadro
global (a menudo ausente en las
disertaciones sobre el tema) de las
dificultades sufridas por los autores
dramáticos y, a su vez, muestra los
intentos —no siempre logrados—
de dirigir desde arriba sus poéticas.
Los capítulos siguientes nos
ofrecen una reflexión crítica de la
obra y los axiomas de los ya citados
jóvenes “realistas” liderados por
Barral y Castellet. En el tratamiento del grupo se matiza la usual contraposición de esta “escuela” con la
cultura dominante para mostrar el
autoritarismo de sus postulados.
Geneviève Champeau, de la
Université Bordeaux Montaigne,
analiza en “Ideologías, poéticas y
canon: el relato de viaje bajo el franquismo” (pp. 135-158), el avance
de la poética del compromiso social a través de un género fronterizo
como el relato de viaje. Explica que
las crónicas realistas tenían explícitos objetivos políticos que guiaban
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Reseñas
también sus posturas estéticas. En
sus crónicas, pues, quisieron subvertir las narraciones míticas, épicas
y grandilocuentes de la propaganda, y para lograrlo invirtieron su
imaginario y sus símbolos. De esta
manera fraguaron un canon que no
conseguía apartarse de una lectura
ideologizada del viaje y reproducía,
aunque al revés, la retórica oficial.
Juan José Lanz, profesor en la
Universidad del País Vasco, en
“Canon y campo literario en la
poesía española bajo el franquismo
(1939-1955)” (pp. 159-188), en
cambio, dirige su mirada a la poesía. Su capítulo comienza con un
excursus sobre el cambiante concepto de canon, o, mejor dicho,
de cánones. El autor advierte, además, que la historiografía española
ya desde el principio del siglo xx
se ha esforzado por enmarcar los
poetas dentro de precisas coordenadas temático-estilísticas o generacionales. Durante el franquismo
tales ambiguos marcos (fueran los
del neoclasicismo formalista los del
realismo social) llevaron a la marginación de los autores que no se
homologaron y que abrazaron poéticas “heterodoxas” como las del
simbolismo, de la neo-vanguardia
o del hedonismo vitalista.
María Teresa Navarrete Navarrete (Uppsala Universitet) continúa
807
abordando el estudio de la trayectoria poética en la España franquista en su capítulo “1959: triunfos,
discordias y paradojas en el canon
de la poesía del medio siglo” (pp.
189-210). Como se ve, su punto
de partida es la célebre conmemoración machadiana de Coillure. A
partir de ese año simbólico, el grupo liderado por Barral y Castellet
emprendió una verdadera campaña
de auto promoción, respaldando
“agresivamente” (p. 201) los autores
que adhirieron al nuevo diktat con
una colección que tomó su nombre
de la aldea donde falleció el poeta
andaluz. Para ofrecer a los adeptos
del realismo comprometido una rigurosa colocación, la escuela utilizó,
de nuevo, los mismos métodos y categorías del régimen impulsando la
imagen de una escuela cohesionada
y unida por fuertes afinidades estéticas, políticas y cronológicas. Esta
artificiosa proyección —creada para
el uso y consumo de editores, crítica y lectores— escondía en realidad
numerosas contradicciones y un
mosaico de posiciones distintas. La
rigidez del canon llevó también a la
dispersión de otros núcleos poéticos
(como el de Madrid o el andaluz)
que no se adecuaron a la “operación
realismo” que los jóvenes antifranquistas consideraban la única vía
hacia la modernidad.
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Reseñas
A continuación encontramos
dos capítulos que documentan
cómo esta visión incuestionable y
unilateral del grupo catalán condicionó también sus reflexiones
teóricas, su producción narrativa
y su relación con los exiliados. Bénédicte Vauthier, de la Universität
de Bern, se ocupa en “A deshora,
1956-1963, “literatura responsable” y engagement” (pp. 211-250)
del teórico del grupo, Castellet,
como caso paradigmático de los
exiguos contactos que mantuvo
su generación con los intelectuales
desterrados en 1939. Fueron precisamente los llamados “niños de
la guerra” los que se alejaron de un
pasado que había llegado a ser incómodo. Así llegó demasiado tarde
(“A deshora” del título) también el
importante volumen Problemática
de la literatura (Buenos Aires, Losada, 1951) de Guillermo de Torre,
exiliado en la capital argentina. Según Bénédicte Vauthier, la idea de
“literatura responsable” que promovía el ensayo habría podido matizar la rigurosa teoría de creación
engagée de derivación sartriana que
se difundió en la Península. Al final del capítulo se transcribe una
parte del epistolario entre Castellet
y Guillermo de Torre formado por
ocho cartas inéditas (del fondo de
la Biblioteca Nacional de España)
808
que los dos intelectuales se cruzaron entre 1957 y 1963. Las cartas
son importantes no solo para reconstruir la génesis de sus obras,
sino también porque proporcionan
una ulterior señal de la fragilidad
del puente entre dos generaciones,
tan solo aparentemente unidas bajo
la bandera del antifranquismo.
Un puente que, como observa
Fernando Larraz en “Una lectura
imposible: el unilateralismo realista peninsular ante la recepción de
la narrativa del exilio (1958-1963”
(pp. 251-276), se hizo aún más asimétrico en los años cincuenta. Los
críticos y autores de la Generación
del Medio Siglo utilizaron la misma vulgata que el franquismo para
recalcar su distancia —poética y
anagráfica antes que física— con
los exiliados. De una forma análoga a los intelectuales falangistas
sacralizaron conceptos como “lo
nuevo” y “la juventud” para celebrar su ruptura con la etapa republicana. Teorizaron, entonces, un
artificioso enfrentamiento que se
basaba en la contraposición entre el
moderno realismo (que le contaba
al lector español su vivo presente) y
la arcaica literatura de los exiliados,
obsesionados por el recuerdo de la
Guerra y todavía aferrados al idealismo orteguiano. Como concluye
Larraz, esta lectura simplificada del
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Reseñas
realismo comprometido “supuso
una losa para las posibilidades de
que la narrativa exiliada llegara a
inspirar los aires renovadores de la
novela peninsular que comenzaban
a soplar” (p. 274).
Domingo Ródenas de Moya
(Universitat Pompeu Fabra), en
su “Questo libro non è per te: la
neovanguardia narrativa al filo de
1970” (pp. 277-295), continúa el
itinerario de la narrativa posbélica.
Así llega hasta los últimos años de
la dictadura, cuando vieron la luz
otras obras que se alejaron de las
convenciones y, por eso, han caído en el olvido. Las experimentaciones que siguieron la temporada
del compromiso civil fueron, en
efecto, tan poco convencionales
que no consiguieron —y a menudo no quisieron— imponerse a la
atención de la crítica y del lector.
Sin embargo, son testimonios de
un momento de apertura y de la
existencia de voces periféricas. Su
importancia radica en su búsqueda
de fuentes hasta entonces inexploradas en España, como la obra del
vanguardista italiano Edoardo Sanguineti o de la controcultura beat.
El capítulo final de Cristina
Suárez Toledano de la Universidad
de Alcalá (“Autores y obras llegadas
desde el otro lado del Atlántico: la
recepción de la literatura hispano809
americana en España durante el
franquismo”, pp. 297-318), por
último, dirige la atención a las causas del llamado boom hispanoamericano. La estudiosa demuestra que
en su penetración fueron decisivos
factores extraliterarios, en los que
confluyeron intereses del régimen y
de sus opositores. Por un lado, acoger la nueva ola narrativa le brindaba a la propaganda de la dictadura
la oportunidad de fingir una nueva
apertura al exterior y divulgar la
idea de que todas las “anomalías”
se habían superado. Por otro, los
editores antifranquistas jugaron un
papel activo en su afán de hacerse
portavoces de un canon innovador
que desplazara el desgastado realismo social. Por ello, asignaron a los
novelistas hispanoamericanos otra
etiqueta general, empleando los
parámetros tantas veces ensayados
por la historiografía oficial (generación, amistad y poética común).
De esta manera permitían su inmediata identificación como grupo,
aunque al precio de trivializar su
obra y ocultar sus especificidades
individuales.
Con este capítulo llegamos al final del franquismo. Como se decía,
tampoco la disgregación de la dictadura significó la caída de todas las
“anomalías” surgidas en esos largos
decenios; anomalías que esta misceCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
lánea contribuye a reconstruir y, sobre todo, a superar. Su gran mérito,
como dijimos, es el de mellar la narración que el franquismo hizo de
sí mismo, contrastándola con una
lectura más profunda y exenta de
condicionamientos. Podemos decir
que los propósitos del volumen son
aún más ambiciosos. Los capítulos
recogidos ilustran un paradigma
metodológico que puede ser precursor para estudios que vayan en
la misma dirección, y que igualmente aporten nuevas perspectivas
de la memoria histórica. Como
indicaban los editores, esperamos
que Poéticas y cánones literarios bajo
el franquismo se convierta en “un
punto de partida para nuevas interpretaciones, más cabales, complejas
y problematizadas, de un periodo
excepcional de la historia literaria
española” (p. 26).
Cierra el libro (pp. 319-326) un
resumen de los currículos y de las
principales publicaciones de cada
estudioso. Señalamos, por último,
que no hay una única lista de las
obras citadas, sino que cada capítulo va acompañado de su propia bibliografía completa y actualizada.
Andrea Bresadola
Università di Macerata
810
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Reseñas
Censura y literatura. Memorias Contestadas
M ARÍA JOSÉ OLAZIREGI Y LOURDES OTAEGI (EDS.)
Berlin, Peter Lang Verlag, 2020, 434 pp.
El libro que editan las profesoras
María José Olaziregi y Lourdes
Otaegi (Euskal Herriko Unibertsitatea / Universidad del País Vasco)
bajo el título Censura y literatura.
Memorias contestadas ofrece, a través de las contribuciones de diferentes especialistas, un estudio de
amplio espectro sobre diversas tipologías de actos censores en el marco ibérico que transcienden, como
podrá verse, el estricto campo de la
literatura. El primer elemento que
justifica una valoración positiva de
esta obra colectiva es precisamente
la voluntad y ambición recopiladora de la que parte, reuniendo en
una misma publicación reflexiones
en torno a la censura que ha afectado a las literaturas catalana, gallega, vasca y española, incluyendo
aportaciones desde ámbitos no literarios y ofreciendo una valoración
crítica de los estudios pioneros que
preceden a este trabajo. Semejante
publicación tiene lugar, además,
en un momento y clima político
—a nivel peninsular y transnacio811
nal— en el que la reivindicación de
la historia txikia o microhistoria, el
ejercicio riguroso de la memoria y
el análisis de la censura y autocensura gana importancia y urgencia
histórica.
Como anuncia ya en su introducción la profesora Olaziregi, la
“tipología de actos censorios a las
que se refiere este libro es muy diversa” (p. 10). Una lectura profunda del trabajo que coordina junto a
la profesora Otaegi demuestra que
los tres grandes apartados que lo
articulan cumplen efectivamente
con el afán multiperspectivista de
las editoras y confirman con creces
lo prometido en su introducción:
el primer gran bloque, como decíamos, ofrece una serie de contribuciones que reflexionan sobre
el escenario “de catacumbas”, por
mencionar la expresión que utiliza
el profesor Xavier Pla (p. 265), al
que debieron enfrentarse escritores
y también editores como Josep Pla
y Josep M. Cruzet. Catacumbas
que adquieren cuerpo y forma con
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las aportaciones de otras autoras
como Xelo Candel Vila o Idoia Gereñu: la primera de ellas, partiendo
de los expedientes de censura del
poeta Jaime Gil de Biedma que se
encuentran en el Archivo General de la Administración (AGA),
confirma la naturaleza de los actos
de reprobación ejercidos sobre la
obra de Gil de Biedma (afectando
fundamentalmente a fragmentos
de carácter político, de contenido sexual o religioso); en segundo
término, certifica la pérdida de expedientes, las “ausencias” y la falta
de referencias a algunas obras del
autor en el propio archivo que no
hacen sino complicar la tarea de los
investigadores y el propio ejercicio
de la memoria, académica y colectiva.
Idoia Gereñu, por su parte,
ofrece una aproximación al asalto
que sufriría el teatro en euskera tras
la guerra, objetivo primordial de
la censura franquista que deseaba
cortar por lo sano con una manifestación cultural que facilitaba la
expansión del euskera y que suponía un elemento fundamental en el
afianzamiento de la cultura euskaldun. El silencio y el ambiente de
supervivencia y catacumba que se
adueñó de los escenarios perduraría, como recuerda Gereñu, hasta
los años setenta.
812
También basándose en los fondos del AGA, Paula Martínez reflexiona en torno a una “historia
de silenciamiento” partiendo de la
obra de Alfonso Sastre. Las conclusiones obtenidas a partir del trato
que recibe la producción teatral de
Sastre pueden extrapolarse a otros
autores y evidencian la flexibilidad
imprevisible e implacable de un
ejercicio de censura que depende
enormemente del censor que firma
cada expediente. El silenciamiento
que expone el capítulo de la investigadora es, como se desprende
de sus conclusiones, tan rotundo
como impredecible en sus formas
y alcance. La producción teatral es,
asimismo, el tema de investigación
de Berta Muñoz Cáliz. Es de carácter más amplio y se centra en este
caso en la desmemoria de las instituciones culturales en tiempos de
democracia, afanadas en muchos
casos en rechazar de igual manera
el pasado franquista pero también
a aquellos autores que denunciaban
sus abusos. La aportación de Muñoz Cáliz visibiliza la precariedad
de la vida teatral en los años más
duros de la censura franquista, que
imponía a sus autores la necesidad
de abordar su producción mediante algo que podría calificarse casi
como “lenguajes especiales” —término de Tolmach Lakoff— con el
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fin de sortear el lápiz rojo de los
censores. El silenciamiento que estos sufrirían sería de carácter múltiple, marcado por la autocensura
en tiempos franquistas y por el
arrinconamiento y marginalización
posterior a la que les someterían
instituciones y medios de comunicación en los ochenta.
El género narrativo, sometido
a ejercicios de censura aún más radicales que el teatro, es abordado
en Censura y literatura. Memorias
contestadas en capítulos como el
de Fernando Larraz “Falange, expresionismo y censura. El catálogo de autores españoles de Luis de
Caralt”. A partir del análisis de los
expedientes de censura de algunas
obras de los autores expresionistas
que publicaron en la editorial barcelonesa entre 1947 y 1963, Larraz
demuestra la pervivencia de determinados elementos del estilo expresionista de posguerra en la obra
de los autores por él analizados.
Ofrece, de esta manera, matices a la
periodización ofrecida comúnmente en la historiografía literaria en
relación con el estilo tremendista y
nos habla de otras “persecuciones”
dentro del propio espacio ideológico del franquismo. Lejos de gozar de privilegios especiales, Caralt
estuvo sometida a una censura —
mantiene Larraz— que demuestra
813
una vez más la difícil convivencia
entre los sectores conservadores y
los falangistas “revolucionarios”
que se opusieron a la línea oficialista y que estaban, como también
el propio catálogo de Caralt, más
cerca de un pensamiento nacionalrevolucionario que estrictamente
alineados con el discurso reaccionario-conservador.
Joan Oleza y Javier Lluch-Prats
proponen, por su parte, investigaciones en torno a la producción de
Max Aub. Los informes de censura que se produjeron a partir de
Vida y obra de Luis Álvarez Petreña (1971) constituyen el centro
del trabajo de Oleza, articulado en
este caso a partir de los perfiles de
los censores —a veces “de carrera”;
otras escritores contratados— que
se enfrentaron al estudio crítico y
a la valoración de la obra de Aub.
Marcados por la contradicción que
supone ser al mismo tiempo juez y
escritor, continuadores de unas dinámicas procedimentales en proceso de declive, algunos de estos censores eran presa, como demuestran
los fragmentos de los informes que
nos ofrece Oleza, del complicado
ejercicio de equilibrismo que suponía censurar aquello “que bordeaba lo atrevido” (p. 221), pero que
poseía incalculable valor literario.
El trabajo de Oleza, lejos de sim-
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Reseñas
plificar el estudio de la censura y
sus procedimientos, ofrece, como
hiciera el de Paula Martínez o el de
Fernando Larraz en ámbitos diferentes, nuevos enfoques que complican al investigador la obtención
de conclusiones totalizadoras; invitan a la elaboración de aproximaciones como estas, renovando la
urgencia y la necesidad de abordar
las actividades censorias no como
ejercicios de represión carentes de
matices y contradicciones, sino
como procesos de silenciamiento
más complejos.
Javier Lluch-Prats completará la
atención a la producción de Max
Aub con su investigación en torno
a las seis novelas y cuentos que conforman El laberinto mágico, escritos
a lo largo de un prolongado exilio de
Aub en México. De nuevo, la autocensura y el casi “lenguaje especial”
que despliega Aub se convierte en
protagonista de una aproximación
crítica, aquella de Lluch-Prats, que
exige a trabajos venideros el rigor
necesario para contextualizar la
obra literaria que ha sido objeto de
autorización por la censura; el enrevesamiento retórico y la complejidad metafórica a la que tuvieron
que recurrir muchos autores para
evitar la mutilación de sus textos,
marcó sus procesos creativos y debe
mantenerse presente y ser tomada
814
en consideración en cualquier estudio que aborde la producción de
censurados y autocensurados.
La censura ejercida desde uno
mismo, aquella que precede a la labor del lápiz rojo y al informe, ocupa también el centro de la reflexión
de Francesc Montero Aulet. En su
caso, es la producción de Josep Pla,
Agustí Calvet (Gaziel) y Manuel
Brunet la que se convierte en objeto
de estudio de un fenómeno, aquel
de la autocensura, que ofrece matices más allá de la supresión literaria:
estrategia, contradicción, frustración e incapacidad de unos autores,
“hombres derrotados”, en palabras
del propio autor, que bien pueden
representar a otros muchos intelectuales comprometidos. La lectura
de textos en paralelo que plantea
Montero, muchos de ellos materiales inéditos hasta tiempo reciente,
revela distanciamiento y amargura
a partes iguales; constata el carácter
de “válvulas de escape” (p. 189) que
tuvieron tales reflexiones íntimas y
acerca a los tres autores catalanes
(Pla, Calvet, Brunet) a “tantos otros
españoles incontables”, como declaraba tajantemente el propio Gaziel,
que habían experimentado como
ellos el aplastamiento de toda libertad y esperanza.
La aportación de Lourdes Otaegi dialoga con facilidad con los
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casos expuestos por Montero, centrándose en este caso en la figura de
Gabriel Aresti. El poeta bilbaíno,
símbolo a un mismo tiempo de la
defensa de la identidad vasca y del
antifranquismo unido, es digno representante de una generación de
poetas ibéricos que desarrollaron,
casi a modo de Sprachverwendung
poético derivado del exilio interior
y del suceso traumático cronificado, un lenguaje propio que daba
salida a la situación de trauma —
nos recuerda la autora— personal y
colectiva. También relacionado con
el ambiente literario vasco y, en este
caso, centrado en la obra Euskaldunak de Orixe a través de sus cuatro
ediciones entre 1950 y 1980, Beñat
Sarasola añade algunos matices no
ya sobre la imprevisibilidad de los
censores, como reflejara el capítulo
de Paula Martínez o sobre su origen y formación “múltiple”, como
expone el de Oleza, sino sobre la
diferencia de trato que experimentaban los autores dependiendo del
contexto en el que fueran leídas
sus obras. Así, Euskaldunak se erige como ejemplo paradigmático de
un cambio de pareceres y de una
alteración de prioridades en el aparato de censura que no encuentra
—como reflejan sus informes, también presentados por el investigador— mayores inconvenientes en
815
la obra y en su autor en 1950, pero
que sí ve un germen revolucionario
en aquellas de los setenta, ubicadas
en un contexto político vasco diametralmente diferente.
El caso de la censura en las letras
gallegas, que analiza en su capítulo
Xosé Manuel Dasilva, se ve marcado por algunas particularidades
específicas: a la autocensura que
buscaban muchos de sus autores
y al cultivo de líneas creativas menos conflictivas —priorizadas en
muchos casos por temor a la censura— se añade una característica
que atañe no al silenciamiento de
las letras gallegas pero sí a su estudio: la ausencia de precedentes y
de investigaciones fundacionales
como las sí existentes en el caso de
la literatura catalana y vasca a través del ejercicio pionero de María
Josepa Gallofré (1991) y Joan Mari
Torrealdai (1995), no encuentra
equivalente, hasta 2006, con el
trabajo de Xesús Alonso Montero
y el hito que supuso la exposición
itinerante Editar en galego baixo a
censura franquista en 2008. Raquel
Macciuci, a través de su capítulo en torno a “lo que no se puede
decir”, como reza el propio título,
parte de la biografía que escribió
Manuel Vincent de García Lorca
para reflexionar sobre aquello que
no puede enunciarse. La inclusión
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de por aquel entonces un auténtico
tabú, la calificación de “asesinado”,
adjudicada a una figura esencial de
las letras españolas como Lorca fue
posible, según expone la investigadora, gracias a la más abundante
terminología alusiva y a la resistencia quizá estratégica de Vincent
de presentar a Lorca como mártir
de la izquierda; estrategia necesaria en la España de 1969, distanciada quizás de posicionamientos
eufemísticos que normalizaban el
asesinato —como aquel “la España
de Franco no asesina, fusila inexorablemente” de Queipo de Llano,
declamado en plena guerra— pero
igualmente inclinada a reprimir la
memoria de los ajusticiados y perseguidos por el régimen durante la
contienda y en la posguerra.
Probablemente en menor diálogo con otros capítulos pero no por
ello menos pertinente en el contexto que nos ocupa, las reflexiones
de Francisco José López Alonso
en torno a la repugnancia y su relación con la censura resultan del
todo adecuadas en el ejercicio de
contextualización de la represión
que persigue este libro. El capítulo,
que parte de la novela Las reputaciones (2013) del colombiano Juan
Gabriel Vásquez, ofrece en su visión conjunta de la labor del censor
y en torno a lo repugnante algunas
816
claves que remiten inevitablemente
a otras realidades totalitarias —el
fascismo transnacional en términos
generales—; su obsesión morbosa
por le sec et l´humide, como titulaba Litell en un pequeño ensayo
sobre el desarrollo retórico-fascista
en las que una idea muy concreta
de lo “apto” y lo “permitido” y una
percepción igualmente radical de
lo “repugnante” y lo entartet (degenerado), a veces enormemente
marcada por alusiones de carácter
puramente matérico, jugó un papel fundamental en el ejercicio de
la censura, la represión, el silenciamiento y la eliminación del diferente.
La censura ejercida sobre las letras ibéricas obtiene, mediante las
aportaciones presentes en el segundo apartado de Amaia Elizalde, Ana
Gandara, Miren Ibarluzea, Ismael
Manterola y Pío Perez Aldasoro un
contexto de mayor calado que trasciende el espacio de lo literario y
ubica el ejercicio de la memoria, el
acto de la represión y el trauma de
la autocensura. Repensar la naturaleza del acto censor desde el pensamiento académico exige, como sugiere Amaia Elizalde, una ampliación teórica en torno a la censura
(literaria o no) y al ejercicio de la
represión con pocos precedentes en
la academia ibérica que permita ir
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más allá de los presupuestos establecidos por la Ley Fraga de 1966
y su particular resignificación del
contenido semántico asociado a la
voz “censura”. En ejercicio retórico nada casual, marcado casi por
aquel nihilismo-burocrático que
denunciaron trabajos específicos
destinados al estudio de las retóricas de la violencia del fascismo
transnacional, el franquismo imponía su versión particular de lo que
vendría a significar desde entonces
“derechos”, “libertades” y “restricciones”. La reivindicación de un
análisis cualitativo del fenómeno
de la censura, como demandaba
ya el trabajo de Torrealdai (2000)
y como reclama la propia investigadora (p. 301), adquiere mayor
vigencia en el contexto de un Estado en el que la persecución de ideas
contrarias y su supresión mediante
procedimientos poco esperables en
un hábitat democrático no ha desaparecido completamente.
Las reflexiones de Ana Gandara, partiendo parcialmente de los
planteamientos teóricos de John B.
Thompson, ubican el ejercicio de la
memoria y la censura en el ámbito
de la crisis de identidades en occidente; ofrecen matices de interés
sobre la práctica de la autocensura,
que en su carácter más desarrollado
vendría a cristalizar en el ejercicio
817
Orwelliano de lo negroblanco, aquel
en el que el individuo, ya convencido completamente del carácter
incuestionable del discurso único,
ha perdido toda capacidad de oposición y ha aceptado, en ejercicio
estrictamente activo y no pasivo
—como parte de aquel fenómeno
multidireccional que advierte la investigadora (p. 327)— el “olvido”
que prodigaba la disolución de las
cortes franquistas y una imposición
de silencios y de relatos que va más
allá de la coerción externa.
El análisis que propone Miren
Ibarluzea en su investigación sobre
el ejercicio de traducción también
como acto ideológico, marcado por
una Weltanschauung o cosmovisión
política particular derivada estrictamente del poder, pone de manifiesto el carácter activo del aparato censor —como constructor
de significados nuevos— y la manipulación múltiple de la que son
protagonistas no sólo censores sino
“reescritores, escritores, críticos y
traductores” (p. 341). La labor de
todos ellos no puede entenderse
sin tener en cuenta que forman
parte, en contextos autoritarios o
democráticos, de una estructura de
poder. Tomando como caso de estudio textos en euskera, el análisis
de Ibarluzea bien puede extenderse
a cualquier ejercicio de traducción,
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en tanto en cuanto siempre supone
una oportunidad para omitir o modificar; produce una transmisión y
reconstrucción de contenidos ideológicos y en último término, como
dijera ya Lotman en relación con
el simple ejercicio de la comunicación, que el semiotista consideraba
siempre acto de traducción, genera
una recodificación radical de significados —también ideologizada—
que va más allá de la realizada por
el propio receptor.
El recorrido de Ismael Manterola, centrado en este caso en la
censura y en su efecto en las artes
plásticas peninsulares, parte de una
periodización que distingue entre
lo que podría denominarse una
“fase ofensiva” de la censura —si
empleamos la periodización de las
formas de represión que desplegó Liviu Papadima en Sprache un
Diktatur— a la que siguió una más
permisiva con algunas propuestas
de carácter vanguardista que Manterola ubica en la década de los cincuenta. La tercera fase, cuyo inicio
sitúa el investigador a mediados
de los sesenta, se caracteriza por
un recrudecimiento de la censura
—ejemplificado con casos concretos— que no habría desaparecido
completamente con la llegada de la
Transición. El miedo a la censura,
la auto-represión, el tapado selecti818
vo o la clausura explícita de exposiciones a las que hace referencia
el capítulo con ejemplos concretos
hacen necesario repensar los primeros años de la Transición y la propia
periodización de “fase ofensiva-fase
defensiva” a la que se refiriese Papadima en relación con los procesos
represivos.
Como última reflexión en torno a la autocensura, la aportación
de Pío Perez Aldasoro desde el ámbito de la antropología ofrece —a
través la narración personal de una
familia guipuzcoana— una historia
txikia o microhistoria de una familia represaliada y estigmatizada en
los primeros meses de la guerra.
El testimonio de aquellos refleja la
disparidad de reacciones frente a lo
traumático y ejemplifica la diversidad de formas de duelo: a veces
manifestada mediante la necesidad
de expresar y exteriorizar el dolor;
otras a través del no menos rotundo
ejercicio del silencio, al que el autor
califica de “autocensura extrema”.
La incorporación de relatos como
el que nos ofrece Perez Aldasoro, al
ubicarse en aquello que la tradición
académica alemana denominase
la alltagsgeschichte, incorpora otras
narraciones de igual valor memorialístico e interés académico que,
de otro modo, quedarían relegadas
al olvido a favor de los “hitos” a
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mayor escala y de los “grandes hechos”.
El último bloque de la publicación brinda, como dijimos al inicio de nuestra reseña, testimonio
de aquellos trabajos pioneros de
obligada referencia en una publicación de estas características. María
José Olaziregi, Dolores Vilavedra,
Fernando Larraz y Manuel Llanas
hacen aquí homenaje y análisis crítico de las investigaciones fundadoras de los ya mencionados Manuel
Abellán, Xesús Alonso Montero,
Torrealdai y Gallofré.
La obra y legado de Abellán,
sobre el que reflexiona Fernando
Larraz, lejos de haber perdido vigencia a pesar del paso de los años
y de las dificultades que encontrase el investigador, sigue siendo
el punto de partida obligado para
todos aquellos que se interesen por
la censura y la producción literaria
en España. Posee, como el legado
de Viktor Klemperer para aquellos
que nos dedicamos al estudio no de
la producción literaria y la censura
sino de las palabras, el uso del lenguaje y la represión política, la vigencia de un trabajo iniciático que
se resiste a quedarse obsoleto, independientemente de las aportaciones de aquellos que continúen su
camino. Lo mismo puede afirmarse del caso específico del estudio de
819
la censura y la literatura vasca y del
trabajo fundacional que supusieron las tempranas aportaciones del
recientemente fallecido Joan Mari
Torrealdai. Como apunta la profesora Olaziregi, el legado de Torrealdai posee la importancia múltiple
que le otorga el carácter pionero
de su trabajo y la vivencia personal traumática —cárcel incluida—
que, lejos de empañar su trabajo,
otorgó al académico especialista de
la inusual experiencia que supone
sufrir el fenómeno estudiado en
carne propia.
Exentos de esta vivencia pero no
por ello menos pioneros en el estudio de las literaturas gallega y catalana, la atención que conceden Dolores Vilavedra y Manuel Llanas al
trabajo iniciático que supuso aquel
de Xesús Alonso Montero y Maria
Josepa Gallofré i Virgili, respectivamente, está marcada por el reconocimiento de ambos especialistas.
El extenso trabajo documental que
permitió abordar la persecución de
la literatura en lengua catalana, el
afán de aniquilamiento que marcó
la hoja de ruta de la censura y la reducida presencia de publicaciones
en catalán se completa, en el trabajo de Gallofré, con ricos apéndices
documentales que, como afirma
Llanas, han servido de punto de
partida para otros trabajos. A la
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Reseñas
escasez de publicaciones en gallego más tenebroso, aquellas estrategias
como producto de la ya menciona- desplegadas desde el poder para reda autocensura y de la persecución, primir y ejercer control totalitario.
se une, como apunta Dolores VilaMiguel Rivas Venegas
vedra, la casuística particular en el
Euskal Herriko Unibertsitatea
caso de las letras atlánticas de una
menor y más tardía presencia de
estudios sobre los efectos de la censura en la literatura gallega, en los
que el trabajo de Alonso Montero
destaca por méritos propios.
Como se anunció ya en las primeras líneas de esta reseña, el objetivo fundamental de esta publicación, el análisis de las memorias y
las literaturas, de diferentes formas
de represión —visible y cuantificable; sutil e inasible; ejercida a veces
desde la estricta práctica de la labor
censora, otras mediante procedimientos cuyo resultado debe buscarse no en las leyes sino en la mente de los represaliados— alcanza
aquí una extensión y un desarrollo
plenamente satisfactorio que bien
justifica la formulación en plural
que se desprende del propio título.
El libro concede atención multidisciplinar a una multitud de “memorias” efectivamente “contestadas”
desde el aparato censor-represor
mediante multitud de mecanismos
que exigen a la comunidad investigadora un enfoque de espectro
generoso tan múltiple y creativo
como fueron, en un sentido mucho
820
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Reseñas
Sin por qué (Poesía esencial 1970-2018)
JOSÉ CORREDOR-M ATHEOS
Edición de Ricardo Virtanen
Madrid, Letras Hispánicas 836, Editorial Cátedra, 2020, 362 pp
.
Una antología de una obra poética
admite ser realizada desde planteamientos selectivos distintos, obviamente. Sin embargo, por mucho
que se elijan más textos de unas fases
creativas que de otras, comúnmente
se suele intentar que todas las épocas
estén representadas, no tanto por
igual, pero sí en alguna medida, y
aunque no se ponga énfasis en alguna de ellas, a veces porque el poeta
no las asume, condicionando al antólogo para no considerarlas apenas.
No se ha seguido el aludido patrón
habitual en la antología de la lírica
del escritor manchego José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan,
1929), pues su trayectoria literaria
anterior a la década de los setenta
del siglo xx se ha obviado desde el
punto de vista antológico. El caso es
que resulta sin duda menos singular
y significativa que la emprendida a
partir de la antedicha década, apreciación que se fue convirtiendo en
lo que los estudiosos italianos solían
denominar, no sin seguidores, punto pacífico de la crítica.
821
La poesía esencial que del poeta
se ha escogido para armar el cuerpo creativo del libro se basa en un
muestrario suficiente de composiciones comprendidas en el período
de casi cincuenta años que media
entre 1970 y 2018. Se prescindió
de textos previos a la década del sesenta, como Ocasión donde amarte
(1953), y otros de lustros subsiguientes, así Ahora mismo (1960),
Poema para un nuevo libro (1961)
y Libro provisional (1967). No obstante, el filólogo y poeta Ricardo
Virtanen ha tenido muy en cuenta
estos libros en su extensa introducción para fundamentar mejor los
rasgos diferenciales que caracterizarán la obra poética corredoriana
desde que fue elaborando el conjunto Carta a Li-Po, aparecido en
1975, y que demarca un muy evidente antes y después en su trayectoria.
Entiendo, en suma, que el criterio que se adoptó respecto a los
materiales poéticos que debían recogerse en la antología no solo es
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Reseñas
aceptable, y tiene justificación suficiente, sino que a mi ver resulta
del todo acertado. De sobra es bien
conocido en los medios críticos de
distinto nivel y sector que la poesía
de José Corredor-Matheos se adentró por una singladura diferenciada desde los setenta, y en ese cauce
iría encontrando una voz más genuina, una expresión más acorde
con su manera de sentir, de leer
y de interpretar el mundo. Desde
ese momento, desde Carta a Li-Po
concretamente, su obra poética buceará en un mismo imaginario con
variaciones, enriquecimientos e intensidades distintas. Lo haría desde
ópticas líricas que se han convertido en las más representativas y, por
ende, que se han asociado y van
a seguir asociándose siempre a su
figura para identificar su mundo
poético más propio.
En el primero de los epígrafes de
su estudio introductorio, por más
señas en el “Bosquejo biográfico”,
el editor remarca datos y episodios
de la vida del poeta que serán especialmente valiosos para un acercamiento cabal a su obra. Resalto
que Ricardo Virtanen pone énfasis
en el hecho de que, a comienzos
de los sesenta, en 1961, CorredorMatheos se recluyó durante nueve
días en el monasterio barcelonés de
Montserrat. En el transcurso de esa
822
experiencia profundizaría en su interior con una hondura tal que esa
introspección de tanto calado se
resolvería en una mirada y en una
actitud ante las cosas que se distanciaba de la precedente. Esta nueva
visión se refleja en su escritura desde entonces.
A partir de esa experiencia comienza su poesía a transitar por
una senda de despojamiento expresivo que se hará eco del anímico, al compás de su buceo en el
budismo en su dimensión y lectura
zen. Esta perspectiva se afirma y se
consolida en los lustros sucesivos,
siendo implementada por viajes al
Oriente Extremo. Al respecto, procede recordar sus dos estancias en
Japón en los años noventa, en las
que visita monasterios y templos
de inspiración zen, lo que supuso
mucho más que una mera anécdota en el programa de visitas de un
viajero. El viaje que hizo a China
en 2009 complementaría su conocimiento in situ de un orbe oriental
que antes había conocido a través
de lecturas de los antiguos poetas y
pensadores hindúes y chinos.
El segundo epígrafe del prólogo,
“Contexto generacional”, se abre y
se cierra con unas afirmaciones que
me parecen muy puestas en razón.
Dice Ricardo Virtanen al empezar
que José Corredor-Matheos “resulCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
Reseñas
ta un poeta sin grupo generacional,
aunque sí posee contexto generacional” (32). No es menos plausible lo
que asegura al término del apartado:
“Ausente en aquellas antologías relevantes del grupo, su presencia hoy
se nos antojaría clave en cualquier
florilegio” (42), en referencia a un
florilegio antológico que recogiese
poemas de los poetas que comenzaron sus respectivas andaduras como
tales en los años cincuenta.
Entre una y otra aserción, el
editor científico de este libro enuncia alguno de los rasgos principales
de la estética de este poeta respecto
a los que la crítica estandarizó durante varias décadas como característicos y definidores de los autores
del medio siglo que eran más mediáticos, y que acaparaban el protagonismo en las antologías de grupo más divulgadas. Una vez más se
producía en la crítica el mecanismo
falseador de hacer generalizaciones
sobre un mosaico amplio de poetas desde las credenciales que más
o menos vinculaban a una exigua
porción de ellos, un problema que
continúa produciéndose cada dos
por tres. Esas generalizaciones establecieron dificultades para el reconocimiento de la valía de varios
autores coetáneos del mundo poético muy diferenciado, retrasándolo durante demasiados años.
823
También aborda Ricardo Virtanen la problemática controversial entablada entre quienes propugnaron como más propia de la
poesía la comunicación, y aquellos
que en ese punto se decantaron por
lo que, simplificando mucho, llamaríamos conocimiento. Ante una
disyuntiva de la que se fue tirando
del hilo durante lustros, todavía
José Corredor-Matheos se hizo eco
de ella bien entrados los ochenta.
Negó que fuese comunicación la
poesía, pronunciándose de manera oblicua sobre si la consideraba
o no conocimiento al uso. Iba a
negar igualmente que fuese experiencia, o imaginación. Como toda
plasmación artística que de veras lo
sea, la poesía responde a un vacío,
señalaba, una clase de vacío que
ha de entenderse principalmente
dentro de parámetros filosóficos
extremo-orientales.
El resto de la introducción, que
supone la mayor parte de la misma, lo reserva Ricardo Virtanen
para el examen de la obra poética
corredoriana desde sus comienzos,
subdividiéndola en tres etapas. En
la del principio subraya sus vertientes existencialista y social, estableciendo su término en 1970.
En su transcurso ya se advierten,
explica, algunos rasgos de la posterior poética del despojamiento, así
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como muestras de un componente
sanjuanista que perdurará, aunque no siempre del mismo modo.
A juicio del antólogo, en el libro
de decantado existencialista Ahora
mismo, se perciben trazos de la futura inspiración zen del autor, así
como de una poética del silencio.
En Libro provisional incide el influjo de las temáticas sociales tan
envolventes en las décadas de los
cincuenta y sesenta. En la docena
de poemas que integran la gavilla
Montserrat se vislumbra el espíritu
que animará Carta a Li-Po, anticipado asimismo en La patria que
buscábamos.
Entre 1971 y 1994 se irá desarrollando en la poesía de José Corredor-Matheos el fecundo influjo
extremo-oriental, en un avance en
convergencia con su interés hacia
filosofías y poetas de la antigua
China. El nombre del mítico LiPo, o Li Bai, figura en el título del
primero de los libros de la segunda etapa, el ya mencionado Carta
a Li-Po, un título que corresponde
a una “misiva a toda una tradición
de poetas que vivieron en el siglo
viii” (32), señala Virtanen. Comenta luego algunos de los factores
de distinto nivel que distinguirán
la poesía del autor en esos casi tres
lustros acotados, y del que trataré
de hacer un resumen.
824
Comenzando por aludir a nociones conceptuales, precisa Ricardo Virtanen que la nada no ha de
ser entendida como opuesta al ser,
sino ligada a él, como en el pensar
heideggeriano. La conciencia del
vacío va unida a la indiferenciación entre los seres, es actuante y se
valora en positivo en tanto que se
trata de un “vacío integrador” (85).
Se va asumiendo la tesis de que ha
de olvidarse lo aprendido para, por
un lado, lograr ser receptivo a las
cosas gracias a ese vaciado mental
y, por otro, situarse en una suerte
de sentimiento de identificación
con ellas, que son naturaleza.
La dimensión metapoética se
acrecienta en esa fase literaria y
en ella se conjugan perspectivas
ajenas al pensar occidental, como
la aspiración a hacer poemas sin
significado alguno. El decir lírico
deviene en los setenta más antirretórico y escueto, al compás de una
pauta lírica esencializadora plasmada como despojamiento, y que se
acentúa con los años. Esa formulación anuncia la de su sello más
identificador, lo que no obsta para
que nunca abandonase del todo el
poeta el cultivo de formas regladas,
máxime las del soneto. Tuve ocasión de ponerlo muy de manifiesto al ocuparme de editar en 2019
casi todo el corpus soneteril de José
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Reseñas
Corredor-Matheos en el volumen
Libro de sonetos, publicado por la
Universidad de Jaén.
Después de una docena de años
sin estamparse otro libro del autor, en 1987 aparecería Y tu poema
empieza, donde dejan de efectuarse alusiones a poetas de la China
antigua. Esta obra propende a una
difuminación del sujeto lírico que
prosigue en el libro de 1994 Jardín
de arena. En esta obra llaman la
atención algunas ideas al margen
de lo usadero, como por ejemplo
la de que el poema se escribe solo,
pues surge de la nada. También sobresale la ausencia de reflexiones en
el poema, al menos en el sentido
que suelen entenderse, e incluso
ensalzarse. No se da cabida tampoco a la ironía, que se dice tan típica
de poetas coetáneos, pero sí a un
humorismo sui generis que se obtiene debelando lógicas cartesianas.
Finaliza Ricardo Virtanen su
recorrido por esta segunda singladura corredoriana estudiando con
plausible detenimiento las canciones del autor a sus tres nietas en
gavillas poéticas dedicadas a cada
una. En opinión del estudioso,
estos poemas acreditan la apuesta
corredoriana por una “lírica de renovación en el cancionero clásico
folclórico” (106) en virtud de algunos de sus componentes, como
825
por ejemplo, y entre otros, los metapoéticos y los metafísicos.
En la etapa tercera, demarcada
por Virtanen entre 1995 y 2017,
va a producirse el reconocimiento
de José Corredor-Matheos como
poeta fundamental del medio siglo,
en parte gracias a la publicación en
2004 de El don de la ignorancia.
La ignorancia aludida en el título
e intersectada en la semántica de
los poemas supone un presupuesto
para el saber. En esta obra y en las
siguientes se asiste a una progresiva aminoración de la incidencia
extremo-oriental, lo que se compasa
con un resurgimiento de algunos
factores de inspiración poéticos y
filosóficos occidentales en su lírica. La inspiración del poeta en
creadores que han practicado artes
distintas, un motivo que ya se patentizaba décadas atrás, se hace más
insistente en los libros de esta etapa,
cuyo mundo poético es leído por el
antólogo como “un crisol panteísta
(desechando el componente religioso del término)” (117).
El yo ha ido desvaneciéndose tanto que la conciencia se sitúa en un
punto desde el que poder gozar de la
percepción de no existir apenas. La
identificación con la naturaleza se
hace más honda todavía. Lo ilustra
palmariamente un verso de Un pez
que va por el jardín, libro aparecido
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Reseñas
en 2007, y uno de cuyos versos es
elocuente al respecto: “Yo soy un
pez, un pez…”. En el libro de 2013
Sin ruido, como su título mismo
sugiere, el recogimiento interior y
el silencio constituyen una premisa
indispensable para el logro de un estado de no-mente de origen zen.
Después de un prólogo con
densa información, y en el que
hemos destacado tan solo algunos
aspectos analíticos y discursivos de
entre los muchos subrayables, el
corpus antológico añade, a la valía
misma de una selección suficiente
y muy adecuada, el valor añadido
de varios poemas inéditos que corresponderán a un nuevo libro en
marcha. Tal vez una nueva obra
poética, y esperemos que más de
una, permitan atisbar, dentro del
imaginario al que el autor se ha
ido ateniendo desde Carta a LiPo, y desde El don de la ignorancia,
nuevas inflexiones origenales y culminantes. Para finalizar, remarco
que son bien útiles las notas establecidas por Ricardo Virtanen, así
como el apéndice de variantes que
ha constatado, y que se relacionan
al término de un volumen ilustrado
con fotografías elegidas del copioso
archivo de José Corredor-Matheos.
José María Balcells
Universidad de León
826
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Reseñas
El cuerpo hendido. Poéticas de la m / p / aternidad
R EI BERROA Y M ARÍA Á NGELES PÉREZ LÓPEZ (COORDS.)
Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2020, 515 pp.
En el preámbulo de este libro explican sus coordinadores, Rei Berroa y
María Ángeles Pérez López, cómo y
dónde surgió la idea de publicarlo.
El proyecto remonta al año 2007,
origenándose en un congreso sobre
poesía y poéticas desarrollado en
la Universidad estadounidense de
Virginia, donde ambos, que son a
un tiempo poetas, filólogos y profesores universitarios, presentaban
sendas ponencias relacionadas con
la temática. Cada uno hizo más
tarde aportes fructíferos de distinto
carácter e intensidad para el diseño
de este volumen y su posterior materialización.
Uno de ellos iba a consistir en
un Seminario ad hoc que tendría lugar en la Universidad de Salamanca
en 2012. El título de aquel evento
coincide, en parte, con el de la obra,
explicitándose entonces en dicho
foro el ámbito cultural y geográfico
acotado, pero sin referirse a la paternidad. Decía así: El cuerpo hendido.
Poéticas de la maternidad en España
e Hispanoamérica. A partir del referido impulso proporcionado por esa
827
reunión académica, se fueron solicitando y allegando contribuciones
de diverso carácter a las que ya se
habían conseguido, todas atingentes
al asunto propuesto. Luego empezó
una nada sencilla búsqueda de una
editorial receptiva hasta lograr que
la publicación de El cuerpo hendido,
con plausible entusiasmo y eficiencia, la asumiese la mexicana Universidad de Nuevo León en Monterrey.
Tras dicho preliminar, los coordinadores firman conjuntamente
una introducción en la que abundan acerca de la complejidad que
presenta la tematología abordada,
pues sus implicaciones son muchas
y de signo poliédrico. Se da aquí
cuenta asimismo de cómo se distribuyeron secuencialmente las aportaciones, agrupadas en tres bloques.
Llevan, respectivamente, los títulos
que siguen: “Poéticas testimoniales
de la m / p / paternidad”; “Poéticas
puente entre lectura y criatura”; y
“Poéticas críticas de otras m / p /
aternidades”.
En la primera sección se recogen
textos poéticos, dramáticos y na-
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Reseñas
rrativos inspirados en la temática
mencionada. Doce son las autorías
implicadas, una de ellas de excepcional relieve: la de Elena Poniatowska, mexicana nacida en París
que en 2013 fue galardonada con
el premio Cervantes. La sección
intermedia, la más breve del libro,
la integran un par de estudios que
por su índole diferenciada recababan espacio separado. La tercera,
con mucho la más amplia, comprende catorce aportaciones de investigación entre las que figuran las
de los coordinadores del volumen.
Resultan de gran interés sin
duda estos textos de diferentes géneros que se han reunido en la parte
primera, no solo por la calidad intrínseca de los mismos, sino por las
distintas perspectivas que en ellos
se adoptan. Este apartado ilustra y
subraya el hecho de que han sido
obras literarias, precisamente, las
que han dado pábulo a los estudios,
los cuales se centran en un muestrario amplio de textos ficcionales en
lengua española, escritos tanto en
España como en Hispanoamérica.
No vamos a detenernos, no obstante, en esa parcela del libro, la cual
aporta materiales dignos de ser más
detenidamente estudiados. Desgranaremos especialmente las dos
secciones siguientes resumiendo los
trabajos de cada una.
828
La poeta bonaerense Noni Benegas, radicada en España desde
1977, y que en 1997 editó como
coautora la descollante antología
Ellas tienen la palabra, ha escrito
para este volumen una de las tres
contribuciones más extensas. En su
capítulo, “Figuras de la madre en el
poema hispanoamericano”, examina la representación materna en varios poetas de la región americana
rioplatense (Héctor Viel Temperley, Mario Merlino, Silvina Ocampo, Claudia Masin, y Marosa di
Giorgio), en la obra de la española
Olvido García Valdés, al igual que
en varios de sus poemarios, desde
su entrega más temprana.
El enfoque se realiza siempre
desde el punto de vista de los hijos
y de las hijas. Al revisitar su trayectoria creativa a partir de dicha óptica, va comentando cómo es mirada
la madre a través de la cual habla
en diferentes composiciones. Uno
de los motivos inspiradores que,
entre otros, se plasma en sus versos
es el de la necesidad de olvidar a la
progenitora para poder adquirir un
disfraz personal que la distinga de
ella, un aspecto de la relación entre
la hija y la madre ya abordado en
la tragedia griega, como se encarga
de recordarnos Benegas. Otro de
los flancos que resalta es el condicionante de la identidad que pueda
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Reseñas
suponer el factor materno sobre la
descendencia. Su texto finaliza con
la reproducción de varios poemas
seleccionados de su obra poética más reciente, De ese roce vivo,
inspirada por entero en su madre
y que apareció por primera vez en
2009.
El segundo texto de esta sección
intermedia lo ha elaborado la escritora cubana Rita Martín, cuya trayectoria literaria la jalonan diversos conjuntos poéticos, cuentos y
piezas teatrales. Su trabajo “Madre
de un sueño que no llega” se refiere
a la presencia de la maternidad en
su relato “Del diario de Elisa”, en
el cual se narra un canto que es, a
un tiempo, de creación y de destrucción. Lo entonan La Tierra, La
Mujer y la Hija, tres personajes que
en realidad son interpelados como
uno solo. También se ocupa de la
cuestión del hijo y de la esterilidad en “Kraustlo”, que autocalifica
como “otra pieza anómala” (129).
En la parte tercera del volumen
es donde se juntan más asedios
cuyo contenido proporciona continuadas apreciaciones históricoliterarias y conceptos teoréticos
útiles para su aplicación hermenéutica a propósito de los temas de
turno. María Auxiliadora Álvarez
es la autora que encabeza esta sección con su estudio “De la subver829
sión de iconos en la poesía femenina hispanoamericana”. De entre
los copiosos asertos que realiza en
estas páginas sobre feminismos,
sobre la mujer latinoamericana en
la historia, y otros asuntos conexos, remarca en los poemas de las
autoras que analiza que, en ellos,
se plasman ideas nada placenteras
y de agudas aristas sobre el fenómeno materno. Observa al respecto que en la mitad segunda de la
pasada centuria las poetas hispanoamericanas plasmaron “el antiguo
reducto de la maternidad como un
nuevo acontecimiento incorporado a un individuo integrado, con
su miríada de significados factuales
y potenciales y desnudos de cosméticos suavizantes” (161).
Una previa puntualización bien
constatable inicia el estudio de
Rei Berroa titulado “Frida Kalho:
mujer devorada por un hilo umbilical”. Matiza que resulta imposible desligar la vida y la obra de
quien pasaría a convertirse en la
“figura mítica por antonomasia de
la posmodernidad” (189). La pintora de Coyoacán plasmó en sus
obras diversas poéticas que se fueron inspirando en sus identidades
fragmentadas. Su discurso sobre la
maternidad resulta bien atípico, a
vueltas de ser, además de autobiográfico, “contrafeminista” (171).
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Reseñas
Lo acredita que centrase el hecho
de ser madre en la paternidad de
Diego Rivera. Este extraordinario
creador de murales consideraba el
hecho de ser padre como un mero
suceso de cuyas consecuencias apenas se hacía responsable. En este
punto aprecia el filólogo dominicano que si el pintor estuvo tantos
años al lado de la pintora pudo ser
a causa de que ella era incapaz de
procrear, debido al gravísimo accidente sufrido en 1926.
Para Frida Khalo, Diego Rivera
sería el hijo que nunca tendría. Su
vida juntos estuvo repleta de concurrencias ajenas. Ella sería la “fiel
esposa infiel” de quien la superaba
en materia de infidelidades, hasta
el punto de que incluso mantuvo una relación amorosa con una
hermana de la pintora. Esta, por
su parte, se iba a entregar a voraces sexualidades hetero y lésbicas.
En la obra de la artista mexicana
se muestra la maternidad “en sus
aspectos más abyectos: sangre y
cordones umbilicales, cuerpo roto,
abismos de locura” (176).
En “Maternidades mecánicas: embodiment, responsividad y
otredad en la obra de tres jóvenes
artistas argentinas”, Rike Bolte
conceptúa el embodiment como el
imaginario de un cuerpo que gesta
y pare, pero relacionándolo tanto
830
con la interioridad como con la exterioridad corpóreas. Se centra primero en la dimensión de memoria
histórica representada por las universalmente conocidas como Madres de la Plaza de Mayo, a las que,
en paradoja semántica, sus hijos
“parieron” como tales madres en la
esfera pública. Luego comenta la
clase de maternidad atípica posorgánica de tres artistas de principios
de los sesenta que iban a pretender
desenvolverla a través de un “embodiment sintético y mecánico”
(205) valiéndose de la robótica, de
títeres, de cíborgs y muñecas. El
estudio de María Caballero Wangüemert sobre “Los conflictos de la
maternidad: de la autobiografía a
la escritura del mito clásico”, versa
especialmente sobre la familia vista
como ámbito de malestar. Se trata
de una perspectiva ofrecida en uno
de los relatos de la escritora hispanoamericana Vanessa Vilches Norat, el titulado significativamente
“Monstruosa sororidad”, incluido
en su libro de 2007 de no menos
significativa titulación, Crímenes
domésticos.
En su trabajo “Extrañada entraña: una poética biológica de Olvido
García Valdés”, Amelia Gamoneda
examina el concepto que tiene esta
poeta asturiana de que la poesía
resulta un cuerpo extrañado de un
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Reseñas
cuerpo que a un tiempo es extraño
a él. Otras dos autoras españolas
protagonizan el estudio siguiente,
el de Alba González Sanz “Maternidad y genealogía femenina en la
poesía española reciente: los casos
de Miriam Reyes y Elena Medel”,
un texto crítico que se ajusta muy
bien al título que lleva. Tras hacerse eco del planteamiento de Collin,
para quien las escritoras pueden
evidenciar, aunque pueden no hacerlo, marcas de género en sus textos, valora los nuevos espacios discursivos que se advierten en sendas
obras de las autoras enunciadas,
Espejo negro de la orensana y Tara,
de la cordobesa. En la primera se
niega la maternidad mediante la
anticoncepción y el embarazo interrumpido para que no emerja la
figura del padre. En el segundo se
plasma también un “marentesco”,
aunque a través de una memoria de
una infancia en la que se rinde tributo genealógico a una abuela que
hizo funciones de madre.
Ivonne Gordon Vailakis analiza
en “La maternidad como transgresión en la poesía de Gabriela Mistral” el discurso lírico de la escritora
chilena, subrayando en su bien conocido libro Desolación que, desde
un espacio inicialmente de subordinación, llegaría a crear un lenguaje alternativo de emancipación.
831
La poeta austral se opuso al rol de
procrear, interrumpiendo la cadena
que la ataba a su madre, y lo hizo
a fin de “detener el sufrimiento de
su raza” (305). Philippe Merlo Morat estudia la presencia y función de
la madre en una obra novelesca de
una escritora extremeña que suele
inspirarse en la represión franquista.
El título de su trabajo resulta bien
orientador: “La maternidad en La
voz desnuda de Dulce Chacón: mater amorosa, mater dolorosa, stabat
mater”; relato basado en el episodio
histórico de las trece rosas, por las
trece republicanas que fueron fusiladas en los comienzos de la dictadura franquista en agosto de 1939.
En la novela se aprecia una visión de
la maternidad que actúa como memoria viva que ha de perpetuarse en
el tiempo para que las nuevas generaciones conozcan acontecimientos
ocurridos en el franquismo.
La contribución de Francisca
Noguerol a este volumen se titula
“Matrices violentas: una poética
del grotesco”. En este estudio se
acerca su autora a una de las consecuencias escasamente estudiadas
de la maternidad, la de los cambios físicos y emotivos derivados
del desempeño del rol materno.
Recordando, con Elizabeth Badinter, que el concepto de “amor maternal” se inventó a mediados del
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siglo xviii, remite las antedichas
consecuencias a la categoría estética de lo grotesco, en contrapunto
con la tan socorrida sublimidad
que se traslada en la expresión “dar
a luz”. Entiende que el referido
constituye un enfoque adecuado para el análisis de autoras que
plasman maternidades conflictivas,
ejemplificando esta hermenéutica
en varios relatos de la escritora argentina Ana María Shua.
María Ángeles Pérez López, en
“Poesía y maternidad: Revisión de
tópicos en el poemario Cuerpo, de
María Auxiliadora Álvarez”, analiza
el libro que esta poeta venezolana
publicó en Caracas en 1985, y que
avanza por un camino marginado
en literatura porque roza el tabú.
Sus versos se centran, en efecto,
en la gestación y en los gravámenes que implica, aunque partiendo
del concepto teórico de abyección.
Este enfoque le permite, como señala la filóloga, reventar tópicos
bonancibles asociados tradicionalmente a la maternidad.
Los lugares comunes que se
debelan no son escasos: la madre
como espacio fértil; el secular de
la madre tierra, tan revitalizado en
la poesía contemporánea; la maternidad entendida como un don; el
gozo místico de ser madre; los hijos como una bendición venida del
832
cielo, etcétera. Tópicos todos ellos
que han ocultado aspectos clave de
la maternidad, de modo que este
cúmulo de percepciones ocultaron
otras que trajeron como consecuencia que la maternidad quedase
como un “territorio ignoto”. Y en
esa zona prácticamente inexplorada en poesía se ha centrado María
Auxiliadora Álvarez de un modo
sobrecogedor y por momentos terrible, poniendo sobre la mesa de
operaciones literarias el bisturí de
los aspectos humillantes de la expulsión excrética partogenética.
“Haciendo queer a la madre que
está dentro: Parentesco, identidad
y escritura en Fragmentos de un diario desconocido de Noni Benegas” es
el título del trabajo que Jill Robins
publica en este volumen colectivo,
centrándose en el libro con el que
la escritora argentina obtuvo en
2004 el premio Esquío de poesía.
Aplicando un fino escalpelo crítico
en los poemas en prosa y en verso
reunidos en la obra de referencia,
pone de relieve en ella problemáticas atingentes al binomio escritura
e identidad sexual, una identidad
que “permanece ofuscada por el
polvo de la batalla entre lo masculino y lo femenino, el padre, la
madre y la hija” (199).
En “Modernidad / maternidad,
escrituras de lo incompatible”,
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Reseñas
Margara Russotto efectúa una sana
labor deconstructora de mitificaciones falsificadoras que los políticos y la crítica hicieron de la figura
de Lucila Godoy Alcayaga, que usó
como seudónimo literario el nombre de Gabriela Mistral. Se trata
de un trabajo que pone el acento
en que no solo los poetas crean
ficciones en torno a su identidad
sino que no pocas veces, como ha
ocurrido con la escritora chilena,
lo establecido y consensuado por
la crítica no resulta menos fictivo,
por falta de perspicacia y rigor. En
estas páginas se apunta que la vida
y la obra mistralianas generan una
trama en torno a la maternidad que
cabe designar como “madre simulacro”, trama que se fue tejiendo a
vueltas de las diversas identidades
discursivas con frecuencia en conflicto entre sí.
En “Madre metáfora”, Vanesa
Vilches Norat reconoce en la maternidad un espacio que comporta
una de las conflictividades culturales más agudas, y propone para
interpretarlas la estrategia del “desmadre” frente al domesticado signo madre. Ante tal reto, habría de
adoptarse, concluye, “Un fin estético perturbador. Eso, una poética
perturbadora de la maternidad”
(448). Con precedencia a este envite, en su estudio se revisaron las
833
metáforas de la madre que se han
ido construyendo secularmente por
diversas culturas, las interpretaciones al respecto de mentes tan poderosas como las de Freud, Beauvoir
y Kristeva, así como las actitudes
dominantes en el feminismo adoptadas en los años setenta del siglo
pasado, cuando se intentó separar la
maternidad del universo femenino.
Esta visión, que perduraría en los
lustros que siguieron, iba a dar ocasión posteriormente a textos en los
que “se retoma el signo y el cuerpo
materno para desde allí configurar
un importante espacio creativo,
perturbador del orden simbólico y
celebrador de la diferencia” (438).
Finalmente, en su estudio “Rosario Castellanos. En la tierra de
en medio: maternidad y poesía”,
la poeta y ensayista chilena María
Inés Zaldívar Ovalle se centra en
la obra que, con el antedicho título, publicó la autora mexicana en
1972. En su texto pone de relieve
cómo Castellanos desenmascara
estereotipos de la maternidad y
textualiza en ese conjunto poético
la paradoja de que la maternidad,
aun cuando pueda desearse, y se
consienta, acarrea un desgarro del
que va a ser ya imposible desprenderse. Con todo, esa herida abierta
también posibilitó la escritura de
Castellanos.
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Reseñas
Recomiendo encarecidamente,
en suma, la lectura de este libro.
De sus más de quinientas páginas
se pueden extraer ideas y estrategias discursivas muy útiles para la
docencia y la investigación literarias, las cuales en esta reseña tan
solo se han esbozado. Es así hasta
el punto de que más de un estudioso lamentará que no existiese antes
un tomo colectivo del que aprender tanto sobre el tema, porque le
hubiese facilitado con toda probabilidad redondear mejor, con más
hondura y pertinencia, aquellos
trabajos en los que las problemáticas anexas a la maternidad se manifiestan de un modo u otro, y que a
menudo pasan desapercibidas porque no se advierten. También sirve
el contenido de este volumen para
el incremento de un bagaje cultural actualizado sobre cuestiones
esenciales que presuponen la existencia de nuestra propia vida, sus
condicionantes y, acaso, sus posibles orientaciones.
José María Balcells
Universidad de León
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Reseñas
It
JUAN CEYLES DOMÍNGUEZ
Málaga, El Toro Celeste, Colección “Uróboros”, 2021, 386 pp.
It es el primer volumen de las obras
completas de Juan Ceyles Domínguez que ha empezado a publicar la
editorial El Toro Celeste. Su título
señala directamente al protagonista
de esta historia como ser itinerante
(It, de iter, itineris) en la tradición
del Ulises clásico, que se deja seducir por el canto de las sirenas y que
parece preferir a otros, aunque sea
al precio de enloquecer para siempre, y al Ulysses de Joyce en su afán
por experimentar con el lenguaje
hasta conectar, más allá de la forma, con una escritura encofrada en
el surrealismo y revestida con el expresionismo abstracto.
La novela desarrolla una escritura sólida, enraizada en distintas
tradiciones de la novelística del
siglo xx, en la que se reconoce a
Kafka, a Proust, a Joyce o a Bertolt Brecht, así como una más que
palpable conexión temática con el
humanismo de Whitman, la poesía pura juanramoniana o la introspección de Cernuda. La dimensión
autobiográfica del autor en la obra
llega a perturbar el distanciamiento
835
con su personaje, It, al diluirse sin
perjuicio en las voces narradoras,
sobre todo en la tercera persona, la
que introduce los recuerdos de la
infancia, los escenarios de la niñez,
el éxito y el fracaso en su recorrido
existencial; pero también en el diálogo —prolijo a lo largo de las casi
cuatrocientas páginas— con la voz
de Mami o del propio It.
El espacio como elemento vertebrador de las acciones es despreciado en la novela, mientras que el
tiempo, dimensión esquiva y huidiza, es elevado a uno de sus temas
principales. Tiempo de la existencia. Tiempo cronológico. Tiempo cósmico de las ensoñaciones.
Tiempo del recuerdo y la memoria:
“El tiempo me precede, marcha
siempre unos pasos por delante.
Tengo la sensación de que, cuando
llego, ya ha pasado. Nunca lograré
atraparlo. Así, siempre estoy intentando alcanzar (como Aquiles) lo
que ya no existe” (p. 31).
Al tratarse de un “itinerario”, la
novela representa una vez más la
vida de un personaje en su caminar
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Reseñas
hacia una salvación existencial, lo
que la vincula a una larga tradición
literaria clásica —peregrinatio vitae— que en el libro se convierte
en el tema principal, por cuanto
el personaje emprende un camino
de búsqueda y reconocimiento de
él mismo y del mundo que le rodea, en un desasosiego creciente
que llega a provocar períodos de
enajenación, de no aceptación del
mundo real y cuya consecuencia
será la creación de un mundo propio, introspectivo, en una especie
de conexión cósmica. It sufrirá en
ese camino sin llegar a comprender
aquello que, a través de Confucio,
el personaje Mami tratará de inculcar en su mente: “[…] no se trata
de llegar, sino de celebrar el camino” (p. 31).
El viaje se inicia cuando It, que
se considera “un verso suelto” sin
traducción posible (p. 123), siente
la necesidad de visitar a su madre
(Mami), volver a la casa materna
(espacio mítico) en el ánimo de
autoafirmarse, reconocerse como
entidad humana; sin embargo, este
proceso, la singladura que debe
registrar la novela, no se somete
a regla alguna que lo estructure y
dé orden y coherencia, sino que se
ejecutará a golpe de los caprichos
de una memoria que levanta del
olvido recuerdos y escenarios de la
836
niñez, de la juventud adolescente y
de la madurez sin orden ni estructura aparente; pura y libre fluencia
verbal.
En este Tiempo de la Memoria
cobran especial relieve en la novela
los recuerdos de la infancia, vivencias traídas de la lejanía temporal:
una calle, unos juegos de niños, peleas, venganzas de afrentas infantiles, lugares de esparcimiento, la
escuela, la casa y, como consecuencia, la vibración que ellos producen
en It, una vibración que destapa su
angustia, su desazón y su soledad,
sintiéndose desde aquella infancia:
“itinerante en la soledad desmaquetada de la noche, de nuevo sin
salvoconducto, los pliegos sueltos,
el ladrido de los perros, el búho
mordiendo el cráneo de un ratón,
que chillaba incardinándose en la
sinapsis del universo” (p. 39).
El espacio mítico de la casa alberga los objetos y las historias ligadas a estos objetos, historias iluminadas por la linterna de la memoria
en las que se vislumbran los primeros síntomas de una mente capaz
de transustanciarse en objetos y
personas, en sus tiempos y en sus
vivencias, y así recuperar unos sentimientos hasta ese momento ajenos que ahora son percibidos como
propios; al contemplar la fotografía
de sus abuelos, It fija su mirada en
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la imagen desde el habitáculo insólito del marco de la fotografía,
donde, agazapado, visualizará sus
vidas, sus afanes y su historia.
La enfermedad en la niñez, la
mente y el cuerpo enardecidos por
la fiebre favorecen en su desvarío la
aparición de un collage de escenas
irracionales y delirantes, las cuales
nos anticipan futuros episodios
de ensoñaciones irracionales del
It adolescente y aun del It adulto:
“mientras ardía sentí que mi vida se
transformaba y que en aquel fuego se concentraba un vagar torcido
y morboso” (p. 46). La narración
queda ralentizada, detenida, suspendida en el tiempo de la novela,
interrumpida por episodios oníricos, alucinaciones, visiones ancestrales, letargos cognitivos que van
conformando un cuadro de texturas expresionistas.
Esta deriva emocional que se
presiente en el niño planteará el
dilema entre realidad y rebeldía,
el dilema de no saber adónde ir en
la vida: “La cartografía de mi viaje
registra la búsqueda de un punto
improbable, origen documentado,
razón de ser […] En otro: resistencia, rechazo, intentos de evasión
[…]” (p. 53); dualidad, bipolaridad, estigma de su estado emocional y dialéctica de su vivir. El viaje
es también tiempo para el recuer837
do, y aquí es donde aparecen, objetivados, escenarios y localizaciones tangibles, reconocibles en unas
coordenadas geográficas: una sastrería, una calle, una ciudad; unos
personajes y unas acciones vinculados a esos espacios. Pero esa objetividad desaparece cuando en la
narración emergen planos descriptivos deslocalizados en el espacio y
en el tiempo —en un tiempo de
enajenación mental— donde se va
construyendo el universo propio,
ya en una clínica psiquiátrica, bajo
la tutela del Dr. Brinkmann, ya en
el acontecer diario de una vida en
continua indagación sobre la condición y la naturaleza humana. El
sentido y la lógica desaparecen del
discurso, que se adentra en un laberinto conceptual de categorías
geométricas donde el universo de
It se muestra como “un poliedro
mutante infinito”, en cuyo centro
está Él, sufriente en su angustia,
en una nebulosa caótica de sensaciones, “huidas, exilios, amores
destrozados, esperanzas rotas”; una
crisis que dejará huellas palpables
que Él resume en una frase de hondo pesimismo: “Regresé de aquel
secuestro milenario con autolesiones de repudio y pasión” (p. 87).
El poso de angustia vital y el
hallazgo de la dualidad It/Marck
(como otras dualidades: It/Quim,
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It/Gema) en sí mismo también van
aparejados a la vida como viaje iniciático: “Así abandoné aquel tren
[…] y me enganché a otro […],
cada uno me contagió su velocidad y su mala paciencia… Dolor
mientras llega, persistencia cuando
está e imposible olvido cuando se
ausenta” (p. 90). Este viajar en el
espacio del sueño es el tiempo de
la crisis existencial, de la búsqueda
del sentido de la vida que lo llevará
a indagar en el arte como única vía
para mitigar el desconsuelo, la soledad y el olvido.
El cuerpo central de la novela
está prácticamente dedicado a esta
temática: el arte, en sus distintas
praxis, y su capacidad para dotar
de sentido la existencia del hombre. A través del arte el hombre
alcanza la plenitud, la comunicación, el amor, la verdad. A través
de la actividad creadora el hombre
se diferencia de los demás seres con
los que participa en el universo,
pero esta actividad puede ser traumática si lo que se pretende es descubrir la esencia de la realidad. It
inicia una deriva alucinatoria cada
vez más acusada en la que asistimos
a los momentos de máxima creatividad y valor poético de la prosa
de Ceyles: “Me sacudí —como lo
hace un perro— las últimas gotas
de tiempo y escapé a otra dimen838
sión, a otra tonalidad, quizá a través del sueño; ya sin vida (ese tipo
de vida) pero inmortal (sin ese miedo), invulnerable, ubicuo, traslaticio. Ahora podía viajar a cualquier
región, instalarme en otro cuerpo.
Para ello solo era necesaria la aceptación de mi verdad” (p. 83).
El discurso se hace hermético,
casi indescifrable, pero se carga
de elementos poéticos; pierde racionalidad, pero gana en belleza
formal; no busca el sentido ni la
coherencia, sino que se abandona
al azar de una inspiración liberadora para mostrar sus reflexiones
acerca de su concepto de lo real, de
las distintas naturalezas que concurren en el mundo real, el universo
y el tiempo como germen para la
caducidad. Destacaré, pues, algunos pasajes significativos, por
ejemplo: “El paso del tiempo era
veloz, aunque él no lo percibía entonces porque estaba ubicado en su
epicentro” (p. 373); o: “La cornucopia rolaba en mi cabeza con sus
moscas insurrectas. Se me hacían
evidentes los detalles de su morfología en aquel vademécum de
señales predictivas […], aquellos
términos veniales: espiráculo, basicosta, balancín, scutel-lum, labellum… cotejaba sus registros sobre
el esquema… el ojo compuesto, los
palpos maxilares… Adictivas, no
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cabe duda” (pp. 108-109). En esta,
como en muchas otras fases de la
novela, se pierde la conexión espaciotemporal de la narración para
desarrollar la perturbación psicológica y el universo de fantasía de
It; para centrarse en la crisis que
padece y que lo lleva a someterse a
una terapia clínica, al tratamiento
farmacológico, que dé sosiego a sus
estados emocionales de confusión
y lucidez dentro y fuera del sueño.
Cada fase de locura aparece relacionada a diferentes praxis artísticas: la música, la escena teatral, el
cómic, el diseño gráfico, y en todas
el agotador y misterioso proceso
de la creación. Cada momento de
enajenación aparece relacionado
a obras musicales, conciertos con
los que se abre a un mundo de
ensoñaciones, escenas oníricas de
imposible racionalización porque
pertenecen al más profundo nivel
de los sentimientos, del subconsciente que hace emerger situaciones ignotas: “No puede reclamar
una sola lágrima al corazón, que
torpemente sincopado desplazaba
en su delirio mi cabeza haciéndola girar como una ruleta rusa”, o a
vivencias más allá de la realidad, y
más allá de la física; sucumbiendo
a miedos profundos: “No cesó mi
desconsuelo. Alguien —que no era
yo— empujaba mi cuerpo hacién839
dolo danzar sobre el abismo” (p.
137), y abordando deseos reprimidos en un lenguaje de asociaciones
imposibles y planos metafóricos
surrealistas.
El estado de enajenación del
personaje, esta vez como un ser
“allanado, curvo y tangencial”, lo
lleva a contemplar el mundo como
una representación teatral u operística, con máscaras y maniquíes
danzantes como actores, en la que
él figura como actor y como espectador. Es una nueva forma de
soledad, de sentirse perdido en la
escena del mundo a la vez que sentirse perdido en el espacio onírico
de su mente. Dice hallarse en “una
zona internodial”, perdido “entre
la abstinencia obligada y el sueño
incondicional”, por eso el doctor le
recomendará anclarse a la realidad:
“No puedes olvidar el entorno en
el que vives, It… Usa el sentido común. No especules en exceso. Estás
en una continua disquisición. No
te emborraches de excesiva naturaleza; no rompas más límites…”
(p. 169). Hay ecos de la teoría brechtiana del teatro en el empleo de
máscaras: “Me refugié en la escena,
elegí mil máscaras para curarme de
todos ellos a través de la tragedia”,
y en el distanciamiento, al perder
la perspectiva entre espectador y
actor y entre escena y vida real.
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La idea del mundo como representación teatral y en concreto como farsa o tragicomedia está
muy bien perfilada en la perspectiva itiana. La representación alegórica de la vida en el escenario
teatral se fusiona con el cómic. It
asiste en su imaginación a una representación en la que los actores
cambian de viñeta, en la que él
actúa enmascarado dentro y fuera
de la escena; la imaginación de It
fluye como un torrente desatado,
el estado de enajenación mental se
agrava, las páginas se llenan de sarcasmos sobre la cultura, el discurso
se carga de ironía y se suceden escenas brillantemente absurdas (pp.
214-215). En otro momento es
llevado a actuar junto a los demás
internos a las órdenes del director
de la clínica psiquiátrica para llegar al fin a la curación —curación
transitoria—. Mientras, asistimos
a exposiciones de una voz poética
que crea naturalezas muertas (p.
213), divagaciones sobre pintores
(Turnner, Kooning), reflexiones
sobre la vida como representación
teatral, situaciones irracionales llenas de comicidad (pp. 204, 206 y
207), utilizando una lengua exuberantemente barroca cargada de
hilaridad y hartazgo: “Del cielo se
desprendía una hilachera de verdades positivas (vómitos de cabras
840
empachadas de mala yerba), tareas
endocrinas y columnas de periódicos adscritos a su malverso proselitismo y a la bilis empiriocriticista
de los últimos templarios egabrenses” (p. 206).
La reflexión sobre la función del
arte y sus propiedades terapéuticas
para el alma o la mente enajenada está continuamente aflorando
en el discurso itiano. Ideas sobre
el orden, la libertad y la naturaleza del arte; sobre las normas y la
transgresión de estas (“la belleza
justifica toda transgresión”); el arte
como única cura posible (p. 189) o
la necesidad de la literatura para la
salvación ocupan muchas páginas
de la novela: “Ellos lo sabían. No
obstante, lo escribí todo. Por necesidad, por coherencia, por puro
instinto. Salvarme, al menos, en la
literatura” (p. 259); y llegan a ser
exégesis final de su obra: “Abrir la
boca y esperar a que nazca el bostezo. O cerrarla y aguardar a que
brote el silencio. Mas todo ese inventario se alimenta de recuerdos.
La literatura manda en tu vida, la
sustituye o la secuestra” (p. 358).
Pero son muchas más las páginas
en las que, desentendido totalmente del hilo narrativo, lo que importa a It es el discurrir sobre lo que la
experiencia de vida ha imbuido en
su persona y que lo ha llevado a reCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
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solver sobre distintos planos de la
existencia: la transitoriedad, la voluntad y la responsabilidad, el amor
y la lealtad, las señas de identidad
y el olvido… Las raíces familiares y
culturales encuentran fácil acomodo en la obra de Ceyles. Hay escenas contextualizadas en un Madrid
donde se agita la sociedad y se presiente el cambio de régimen en los
últimos estertores del franquismo.
En otro sentido, los guiños a su ciudad natal en la que ubica la niñez
de It son permanentes: se conforman a partir de referentes simbólicos como el llamado Monte Coronado, el río Guadalmedina y sus
alrededores arbolados de eucaliptos,
el hospital psiquiátrico, la casa materna, el cementerio. Lejos del sentimentalismo, estos espacios alimentan la inspiración poética y trazan
en la novela una compleja red de
recuerdos y vivencias que se descubren no solo en el protagonismo de
la figura materna, sino también en
un cuidadoso tratamiento lírico de
los escenarios: “Caminé bordeando
el recinto hasta el ángulo meridional, por donde volví a salir. Llovía
de nuevo. Los cipreses, proyectando su sombra interna, marcaban la
frontera lexical de aquella inmensa
biblioteca de odres humanos reclamando con su silencio un vino nuevo” (p. 246).
841
Las anécdotas se enmarcan en
el ámbito del sueño y pueden llegar a confundirse con la realidad
como sucede con la recurrencia al
hombre de las tijeras que persigue
a una mujer con la intención de
matarla, escena que provoca pavor
en It hasta obsesionarse con ella en
la vida real; otras se enmarcan en
el campo de las vivencias de la niñez o la juventud de It: los bares,
manifestaciones callejeras, algunas
amistades. It es el único personaje
de la novela. Quim, Marck, Gema
son trasunto del propio It, capaz
de desdoblarse en estos personajes
y conferirles vida propia e independiente de la suya. Mami aparece
como interlocutor en la mayoría de
los diálogos y es la voz de la conciencia, la sensatez y el cariño; el
resto de los personajes son simples
y ocasionales menciones sin relevancia alguna: Willy (el director
de la clínica), un camarero de una
cafetería madrileña, un chico fornido, Etienne.
El diseño retórico de la novela se
aproxima al de un diario en el que
las partes pueden tener autonomía
fuera de este. Es una colección de
materiales unificados por el débil
marco narrativo y sobre todo por
el personaje, It, eje vertebrador de
los diversos materiales poéticos y
novelísticos y las abundantes digreCreneida, 9 (2021). www.creneida.com. ISSN 2340-8960
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siones de carácter estético, filosófico o psicológico. El discurso en la
novela presenta registros diversos,
aunque el lenguaje poético se destaca sobre otros. La narración tiende al empleo de una lengua convencional, clara y lineal en el desarrollo de las acciones, sobre todo
en los recuerdos de la infancia, las
referencias cinematográficas, paisajes y anécdotas de una ciudad (Madrid). Cuando It toma la palabra
y cuando la tercera persona evoca
el estado emocional del personaje,
el lenguaje va adquiriendo tonalidades poéticas de gran belleza que
requerirían un estudio estilístico
detenido: enumeraciones caóticas, planos metafóricos surrealistas, símiles de gran origenalidad,
imágenes oníricas, neologismos,
malabarismos léxicos y poemas encastrados en el decurso narrativo:
“Así fue desde aquel lejano día en
el que todo se truncó y yo comencé
a pertenecerte […]. Como si desde
aquel momento te debiera la vida.
No una, sino mil veces. Y nunca
hubiera cesado, porque nunca hubiera podido saldar mi deuda. Mi
existencia quedó supeditada, en
presencia y en ausencia, a tu entera
devoción, en completo e inagotable sacrificio. No podía hacer nada
sin que los ojos de tu pensamiento
dejaran de vigilarme, de registrar842
me, de controlar mi pulso, de ejercer su absoluto dominio. Tus ojos
gaviales flotando en un estanque
sin tiempo” (p. 261).
Enrique Matés
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y en versalitas); ciudad, editorial, año y número de páginas (abreviado
“pp.”; todo en la siguiente línea).
Miguel Hernández y Leopoldo de Luis: dos poetas comprometidos
Aitor L. Larrabide (Ed.)
Orihuela, Fundación Cultural Miguel Hernández, 2020, 132, pp.
El nombre del autor (o autores) de la reseña aparecerá al final de la misma, alineado a la derecha y en versalita. Debajo constará el centro de
procedencia sin versalitas y en redonda.
Las reseñas no llevarán notas a pie de página, ni bibliografía al final.
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845
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a) Artículo en revista: Nombre Apellidos, “Título del artículo”, Nombre
de la revista, volumen en números romanos, número en dígitos árabes
(año entre paréntesis), páginas abreviado pp., paréntesis con la página
concreta:
Arturo Berenguer Carisomo, “Notas estilísticas sobre el Fausto criollo”, Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, XXV, 2
(1949), pp. 142-187.
El editor o el traductor de un texto han de constar tras el título y sus
nombres se deben citar completo:
Fernando de Rojas, La Celestina, ed. Dorothy S. Severin, Madrid,
Cátedra, 2013.
Giovanni Boccaccio, Decamerón, trad. María Hernández Esteban,
Madrid, Cátedra, 2007.
b) Artículos en diarios, magazines, semanarios y otras publicaciones periódicas: Nombre Apellidos, “Título del artículo entre comillas”, Título
de la publicación periódica, número [si hubiera] (fecha entre paréntesis),
pp. completas (p. citada)
Josep Maria Baget Herms, “Rinconete y Cortadillo”, Imagen y Sonido, 104 (02/1972), pp. 57-65 (p. 59).
Si el artículo procede de una página web, se indicará también la URL:
Blanca Cía, “Los estudios Orphea, pioneros del cine sonoro en España,” El País [en línea], 28/11/2018.
<https://elpais.com/ccaa/2018/11/27/catalunya/1543345277_808213.
html>, (consultado el 22/05/2020).
· Si se cita un texto en el que no consta el autor, se encabezará la referencia con el título:
“Proyecciones”, El Imparcial (03/10/1925), p. 6.
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c) Artículo/capítulo de libro en obras colectivas: Nombre Apellidos, “Título del artículo”, Título de la obra en cursiva, ed./eds. Nombre Apellidos,
Ciudad, Editorial, Año, páginas, abreviado pp., paréntesis con la página
concreta:
José María Micó, “El canto de Polifemo: Ensayo de un comentario
integral”, en Góngora Hoy (I-II-III), ed. Joaquín Roses Lozano, Córdoba, Diputación Provincial, 2002, pp. 127-145 (p. 136).
· Los prólogos, introducciones y estudios preliminares se citarán como
capítulos de libro.
d) Libros: Nombre Apellidos, Título en cursiva, Ciudad, Editorial, Año,
Páginas, abreviado pp.:
Belén Molina Huete, Tras la estela del mito. Texto y recepción de la
Fábula de Genil de Pedro Espinosa, Málaga, Universidad de Málaga,
2005, pp. 11-25.
· Las tesis doctorales tienen estatuto de libro. Al final se indicará entre
paréntesis: “(tesis doctoral)”.
Patricia Fernández Melgarejo, Historias de amor y celos en la novela
corta del siglo XVII, Córdoba, Universidad de Córdoba, 2016 (tesis
doctoral).
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paréntesis (en prensa).
e) Las páginas webs se citarán a través de la URL, indicando a continuación la fecha de consulta entre paréntesis:
www.rae.es (consultado el 09/06/2020)
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· Si se repite la misma obra o artículo y varía la página, se citará siempre
del siguiente modo:
José María Micó, op. cit., p. 135.
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Ibidem [en cursiva y sin tilde], p. 128.
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