100 obras musicales imprescindibles
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El autor ofrece en este volumen una guía para aproximarse a ese inmenso universo, y lo hace mediante 100 breves comentarios, uno para cada obra seleccionada. Leer los textos, más aún mientras se escucha alguna de las numerosas interpretaciones accesibles desde cualquier dispositivo, proporcionará al lector una experiencia estética, cultural y también espiritual difícilmente repetible.
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100 obras musicales imprescindibles - José Luis Comellas García-Lera
JOSÉ LUIS COMELLAS
100 obras musicales imprescindibles
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2018 by JOSÉ LUIS COMELLAS
© 2018 by EDICIONES RIALP, S. A.,
Colombia, 63 28016 Madrid
(www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-5049-4
ISBN (versión digital): 978-84-321-5050-0
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
DECLARACIÓN DE PROPÓSITOS
1. Marc Antoine Charpentier (1643-1704). Te Deum en Do mayor, H 146 (Preludio)
2. Gianbattista Pergolesi (1710-1736). Stabat Mater
3. Georg Philipp Telemann (1681-1767). Das Frauenzinmer (De Der Getreue Music Meister)
4. Henry Purcell (1659-1697). Ópera Dido y Eneas, Lamento de Dido
, When I laid
5. J. S. Bach (1685-1750). Tocata y fuga en Re menor (para órgano). BWV 565
6. J. S. Bach (1685-1750). Aria de la suite en Re
7. J.S. Bach (1685-1750). Conciertos de Brandenburgo
8. Georg Friedrich Händel (1685-1759). Ópera Jerjes, Largo
(Ombra mai fu) HWV 40
9. Georg Friedrich Händel (1685-1759). Música del agua y de reconciliación, HWV 348
10. Georg Friedrich Händel (1685-1759). Música para los reales fuegos de artificio, HWV 351
11. Georg Friedrich Händel (1685-1759). El Mesías, Aleluya
12. Georg Friedrich Händel (1685-1759). El Mesías. Amén
13. Arcangelo Corelli (1653-1713). Giga (de la sonata 9, Op. 5)
14. T. Albinoni (1671-1751) (?). Adagio
15. Antonio Vivaldi (1678-1741). La Primavera (de la suite Las Cuatro Estaciones, en Mi mayor, Op. 8)
16. Antonio Vivaldi (1678-1741). El invierno (de la suite Las Cuatro Estaciones, Op. 8, RV 297). El viejo acercándose al fuego
17. L. Boccherini (1743-1805). Minuetto (Op. 11, n.º 5)
18. J. Haydn (1732-1809). Sinfonía en Mi menor, n.º 44, Funeral
, Adagio
19. J. Haydn (1732-1809). Sinfonía Hob I/45. La primera huelga musical
20. J. Haydn (1732-1809). Serenata, Op. 3, n.º 5
21. J. Haydn (1732-1809). Sinfonía n.º 94 en Sol mayor. El despertador de Haydn
22. W. A. Mozart (1756-1791). Niño prodigio (Minueto en Fa mayor K 1d)
23. W. A. Mozart (1756-1791). Pequeña serenata nocturna (Eine kleine Nachtmusik) en Sol mayor K. 525
24. W. A. Mozart (1756-1791). Sinfonía n.º 25 en Sol menor, K. 183
25. W. A. Mozart (1756-1791), El canto del cisne (KV 543)
26. W. A. Mozart (1756-1791). Lacrimosa
(Requiem en Re menor, K. 626, Sequentia, último movimiento)
27 y 28. W. A. Mozart (1756-1791). Ludwig van Beethoven (1770-1827). Marcha Turca. Las ruinas de Atenas, Op. 113 n.º 4
29. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Claro de luna
, sonata n.º 14, Op. 27
30. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Minueto del Septimino, Op. 20
31. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Sinfonía n.º 3 (Heroica
), Op. 55. La Heroica
y Napoleón
32. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Sinfonía n.º 5, Op. 67, primer movimiento. Los golpes del destino
33. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Sinfonía n.º 6, Op. 68 (Pastoral), segundo movimiento. Escena junto al arroyo
34. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Sinfonía n.º 7, Op. 92. La apoteosis de la danza... y un allegretto
35. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Concierto para piano y orquesta n.º 5, en Mi bemol mayor, Op. 73 (El Emperador
)
36. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Concierto en Re mayor para violín y orquesta, Op. 61
37. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Sonata n.º 23, Appassionata
, Op. 57 en Fa menor
38. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Sinfonía n.º 9 en Re menor, Op. 125, Coral
, tercer movimiento. Un enorme Adagio
39. Ludwig van Beethoven (1770-1827). Sinfonía n.º 9 en Re menor, Op. 125, Coral
, cuarto movimiento. Metafísica o preparación del himno
40. Franz Schubert (1797-1828). Ständchen (Serenata) D. 957
41. Franz Schubert (1797-1828). Tercera canción de Ellen, D. 839, Op. 52 n.º 6. Sobre el Ave María J. S. Bach (1685-1750). Charles Gounod (1818-1893). El Ave María de Bach-Gounod
43. Franz Schubert (1797-1828). La trucha, fragmento del quinteto para piano en La mayor, D 667, Op. 144
44. Franz Schubert (1797-1828). Sinfonía n.º 8, D. 759, Inacabada
45. V. Bellini (1801-1835). Aria Casta Diva
, de la ópera Norma
46. H. Berlioz (1803-1869). Sinfonía fantástica, Op. 14
47. F. Chopin (1810-1849). Polonesa en La mayor, Op. 40, n.º 1 Militar
48. F. Chopin (1810-1849). Vals n.º 7, Op. 64, n.º 2. Un vals que no pueden bailar las princesas
49. Weber (1786-1826). Obertura El cazador furtivo (Der Freischütz)
50. F. Mendelssohn (1809-1847). Sinfonía n.º 3 en La menor, Op. 56, Escocesa
51. R. Schumann (1810-1856). Sinfonía n.º 3 en Mi bemol mayor, Op. 97, Renana
52. F. Mendelssohn (1809-1847). El sueño de una noche de verano
53. J. Brahms (1833-1897). Danza húngara n.º 5
54. J. Brahms (1833-1897). Gaudeamus igitur, Op. 80
55. J. Brahms (1833-1897). Sinfonía 1.ª, movimiento final. El himno a la alegría
56. J. Brahms (1833-1897). Canción de cuna (Wagenlied
), Op. 49, n.º 4
57. J. Brahms (1833-1897). Sinfonía n.º 4 en Mi menor, Op. 98. La historia de la música en la Cuarta
58. Johann Strauss II (1825-1899). Vals del Emperador (Kaiser-Walzer) Op. 437. La apoteosis del vals
59. Johann Strauss II (1825-1899). El bello Danubio Azul (An der schönen blauen Donau), Op. 314
60. Bedrich Smetana (1824-1884). El Moldava (poema sinfónico de la serie Ma Vlast —Mi Patria—)
61. Richard Wagner (1813-1883). Marcha triunfal de la ópera Tannhäuser
62. Richard Wagner (1813-1883). La entrada de los dioses en el Walhalla
(de la ópera El Oro del Rin)
63. Richard Wagner (1813-1883). Ópera Sigfrido
64. Richard Wagner (1813-1883). Ópera El ocaso de los dioses (Götterdämmerung)
65. G. Verdi (1813-1901). La donna è mobile
, aria del tercer acto de la ópera Rigoletto
66. Rimsky-Kórsakov (1844-1908). Capricho español, Op. 34
67. M. Músorgski (1839-1881). Bydlo
(cabeza de ganado
), de Cuadros de una exposición
68. G. Verdi (1813-1901). Marcha triunfal de Aida
69. Tchaikovsky (1840-1893). Obertura 1812, Op. 49. Napoleón, el desastre en Rusia
70. Tchaikovsky (1840-1893). De himnos nacionales
71. Aleksandr Borodín (1833-1887). En las estepas del Asia Central (1880)
72. Tchaikovsky (1840-1893). Sinfonía n.º 6, Op. 74, Patética
(mystica, final de la sinfonía). La muerte de Tchaikovsky
73. Jules Massenet (1842-1912). Meditación de Thais
(ópera Thais, 1894)
74. Antonín Dvorak (1841-1904). Sinfonía del Nuevo Mundo. ¿Negro espiritual?
75. César Franck (1822-1890). Sinfonía en Re menor
76. Josef Franz Wagner (1856-1908). Bajo la doble águila, marcha militar alemana (?)
77. Vittorio Monti (1868-1922). Czardas
78. M. Ravel (1875-1937). El dichoso Bolero
79. M. Ravel (1875-1937). Pavana por una infanta difunta
80. G. Puccini (1858-1924). E lucevan le stelle (aria final de la ópera escena Tosca).
81. G. Puccini (1858-1924). Un bel dì vedremo, aria de la ópera Madama Butterfly
82. A. Bruckner (1824-1896). Sinfonía n.º 9 en Re menor, A 124
83. G. Malher (1860-1911). Sinfonía n.º 4. La niña de Mahler
84. G. Malher (1860-1911). El final de la 8.ª Sinfonía
85. Edward Elgar (1857-1934). Marcha solemne de Pompa y Circunstancia, n.º 1. Los hímnicos ingleses del siglo XX
86. Gustav Holst (1874-1934). Suite Los planetas, Op. 32, primer movimiento (Marte).
87. Gustav Holst (1874-1934). Suite Los planetas, Op. 32, cuarto movimiento (Júpiter).
88. Ottorino Respighi (1879-1936). Las Fuentes de Roma
89. Ottorino Respighi (1879-1936). Los pinos de Roma
90. Richard Strauss (1864-1949). En la cumbre. Fragmento central de la Sinfonía de Los Alpes Op. 64
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97. Joaquín Rodrigo (1901-1999). Concierto de Aranjuez
98. Alberto Ginastera (1916-1983). Pampeana n.º 3, Op. 24 (1954)
99. Richard Strauss (1864-1949). Metamorfosis, poema musical
100. José Manuel Joly Braga Santos (1924-1988). Sinfonía n.º 4, final
CODA
AUTOR
DECLARACIÓN DE PROPÓSITOS
NO ES ESTE LIBRO UN TRATADO MUSICAL, ni tampoco una historia de la música, al estilo de dos libros que, con propósito distinto, he publicado hace algún tiempo. ¿Qué es lo que pretende entonces? A ver si soy capaz de expresarlo de alguna manera. Por un lado, quisiera recordar una serie de obras musicales que me han hecho feliz, que me siguen haciendo feliz hasta este mismo momento, en que para comentarlas con mayor proximidad he escuchado una vez más. Por otro, cumplo el deseo de comunicar esta misma felicidad al amigo lector de esta serie de comentarios, sencillos, porque deseo librarme de expresiones técnicas o de términos musicológicos que pueden ser muy útiles a todos aquellos que estudian el maravilloso arte de la música, pero que tal vez no resulten de especial provecho a quien desee participar de esa felicidad que a tantos seres humanos produce la audición, en el teatro, en la sala de conciertos, en la radio, en la reproducción de un disco, de una obra musical compuesta por un músico de nombre generalmente conocido, y que nos resulta agradable, gratificante, consoladora, sanamente estimulante, aunque muchas veces no seamos capaces de decir por qué.
Puedo concretar que todas las piezas —breves o algo extensas— a que en las páginas que siguen me refiero, me han proporcionado una felicidad especial, tal vez como difícilmente puede experimentarse en este mundo. Y mi propósito, al referirme ahora a ellas, es que el amigo lector, estimulado de algún modo por la referencia, desee escuchar la pieza de la forma que más fácilmente le resulte posible, y participe de la misma felicidad. Hoy en día, tras unos pocos segundos tecleando en Internet, puede accederse a audiciones de gran calidad, en audio y en imagen, un ejercicio que recomiendo al tiempo que se lean estas páginas.
Así de sencillo. Y es que, cuando un ser humano es feliz, siente deseos de transmitir esa felicidad a todos los demás. Naturalmente que no siempre a todos hace felices la misma música. Puede expresar alegría, nostalgia, tristeza, amor. Cuántas veces los episodios de la vida se nos convierten sin pensarlo en música, que nos emociona, nos acompaña dulcemente, nos consuela, porque la música tiene en ocasiones una especial capacidad consoladora. Por eso necesitamos la música como una buena amiga, que nos comprende, quizás, como nadie. Porque hasta la melodía que suena triste sirve, de una manera difícil de explicar, para dejarnos un poso de paz y esperanza en el alma.
Siguen un centenar de vivencias en forma de comentarios que pueden ayudarnos —cómo me gustaría que fuera así— a sentir mejor las cosas de la vida, a disfrutar sin complicaciones el encanto de la música, que tal vez, constituya, sin que nunca nos hayamos puesto a pensarlo, uno de los más maravillosos descubrimientos del ser humano.
1.
Marc Antoine Charpentier (1643-1704)
Te Deum en Do mayor, H 146 (Preludio)
ES UNA MÚSICA QUE TODOS ESCUCHAMOS con frecuencia, y por fuerza nos resulta conocida, porque ha sido adoptada como sintonía de Eurovisión. Posiblemente es justo la primera música que oímos una y otra vez todos los años, cuando Televisión Española conecta con ORF (Osterreicher Rundfunk) para transmitirnos desde Viena el Concierto de Año Nuevo. Esa melodía está tomada del preludio al Te Deum en Do Mayor compuesto por Marc Antoine Charpentier, uno de los músicos de corte del rey Luis XIV de Francia, con motivo de la batalla de Sternkirke, que en 1692 ganaron los franceses a los holandeses en una de las guerras de Flandes. Fue para Luis XIV, qué duda cabe, un motivo de alegría, y Charpentier quiso convertir esa alegría en un himno de triunfo, en acción de gracias a Dios, que es lo que en sentido estricto quiere reflejar un Te Deum.
Tiene, como todas las composiciones dedicadas al Rey Sol, un aire solemne y majestuoso. Puede parecernos un tanto extraño que una obra destinada a ser interpretada en el ámbito de una catedral esté encomendada a instrumentos tan ruidosos como las trompetas y los timbales; pero así lo exigían los cánones de aquellos tiempos. La melodía expresa un sentimiento no menos triunfal, que se advierte enseguida, en sus primeras notas (Sol-Do), dominante y tónica. La dominante es, en armonía, una nota que requiere resolución. La tónica es la nota resolutiva, definitiva, aquella a la que debe tender la melodía para resultar plenamente satisfactoria. Todas las obras musicales, desde un himno a una sinfonía, deben terminar en la tónica, esa nota que inconscientemente deseamos, para quedar satisfechos. En este caso, sentimos desde el primer momento el dominio de una expresión triunfal. Dominante-tónica, qué forma más triunfante de comenzar.
El tema principal de este preludio (el Te Deum propiamente dicho vendrá después) se construye sobre cuatro frases. En música, aunque tal vez en principio no seamos capaces de advertirlo, la melodía suele articularse en forma de versos (¡y esto es completamente indiferente de que esa melodía tenga letra o no!) que en cierto modo riman entre sí. ¿Verdad que en este preludio de Charpentier se advierte enseguida la rima? Primero un verso, solemne y triunfal como él solo. Después un segundo verso, que parece el comentario del primero. Es el primero el que se repite literalmente ahora como tercer verso. Parece como una insistencia, como si dijera: «Este verso es el principal, el que debe prevalecer sobre los demás». Y el cuarto verso no rima con el segundo, es como una conclusión triunfal. Basta recordar, o si queremos, tararear, esos cuatro versos musicales para reconocer su estructura. Podríamos pensar, sin necesidad de recordar a Hegel:
Tesis
Antítesis
Tesis
Síntesis
Esta combinación tesis-antítesis-tesis-síntesis es más frecuente de lo que suponemos en el lenguaje musical. Recordemos una vez más esa pequeña melodía de la sintonía de Eurovisión; si queremos la repetimos a nuestro gusto una y otra vez. Es verdad, son cuatro versos que riman, y el final no es ni el primero ni el segundo, sino una resolución la que nos deja plenamente satisfechos. Sin apenas darnos cuenta, sentimos que esos cuatro versos nos resultan satisfactorios, terminan como deberían terminar. Aquí está el secreto del lenguaje de la música: la búsqueda que llega a un desenlace nos deja satisfechos. El fin de la pequeña aventura ha sido feliz.
Cuando llegue la música romántica, no siempre todo termina de una manera tan sencilla y satisfactoria. También nos alimenta de alguna manera, y eso lo inventaron los griegos cuando escribieron tragedias para provocar la catarsis, una especie de purificación interior que no nos gusta del todo, pero que a veces nos conviene. La música clásica
, la que predominó en el siglo XVIII, busca por lo general el final feliz: nos hace sentirnos reconfortados. La música romántica busca emocionarnos, aunque al final de una frase o de una obra larga, el argumento suele terminar bien.
Qué pequeña aventura esta de ponernos a repasar la breve sintonía de Eurovisión. Pero puede resultarnos útil si queremos iniciarnos en lo más elemental y sencillo de la arquitectura musical.
2.
Gianbattista Pergolesi (1710-1736)
Stabat Mater
PERGOLESI FUE UN MÚSICO ITALIANO, uno de los primeros maestros del llamado barroco musical (que no tiene por qué coincidir ni con el tiempo ni con los caracteres esenciales del barroquismo arquitectónico o pictórico), propio de la primera mitad del siglo XVIII. La música, un arte que, por sus dificultades de escritura y composición, se desarrolló más tarde que otros géneros, adquirió un sentido clásico con el barroco; un poco más tardío, notémoslo también, que otras manifestaciones del arte barroco en Occidente. Pergolesi (1710-1736) tuvo una corta vida, y, justo a las puertas de la muerte, compuso el Stabat Mater, sobre unos versos probablemente de Jacopone da Todi, referentes al dolor de María cuando estaba al pie de la Cruz. Tal vez el hecho de que el joven y sensible Pergolesi, ya enfermo, sintiera la premonición de la cercanía de la muerte, confirió a esta obra un dramatismo especial, fácil de percibir por cualquier persona sensible que escuche esta música.
Es ciertamente una obra del barroco musical digna de escucharse. Está compuesta para dos voces, soprano y contralto (en su tiempo, contratenor) y una pequeña orquesta. Ahora solemos escucharla en algunos templos o en actos propios de la Semana Santa. La interpretación completa de la obra, con un texto largo, dura unos cuarenta minutos, y puede oírse entera, por más que para muchos no aficionados pueda parecer larga, por cierta monotonía rítmica propia de aquellos tiempos. Y es que hay que tener en cuenta las limitaciones musicales de la época. Pero es una música muy bella, y posee una tristeza sentida profundamente por su autor. Cabe escuchar, si se prefiere, su primera parte, cosa de cinco minutos, un fragmento que nos pone en sensible contacto con el espíritu de Pergolesi y su estado de ánimo en el momento en que escribió aquella música. Otras obras de aquel mismo tiempo tal vez no llaman tanto la atención a personas menos aficionadas a la música; pero el Stabat Mater de Pergolesi se nos mete en el alma por su sincero sentimiento, en un lenguaje que nos parecería antiguo si no fuese una obra de arte capaz de atravesar los siglos, y que se escucha ahora con la misma emoción que hace trescientos años.
Hemos podido presentar ejemplos musicales de obras más antiguas, ciertamente; pero tal vez el sentido musical de cualquier persona culta, aunque no específicamente aficionada a la música, experimenta un mayor placer —siente que esa música puede hacerla suya— cuando está compuesta a fines del siglo XVII, o, más aún, a comienzos del siglo XVIII. Los motivos son bien claros; pero como no se trata ahora de introducirnos en la historia de la evolución del arte musical, preferimos, después de nuestra visita a Charpentier, aquel maestro del siglo XVII, iniciar este recorrido con la emotiva obra de Pergolesi, un adelantado en lo que entendemos por música clásica
.
3.
Georg Philipp Telemann (1681-1767)
Das Frauenzinmer (De Der Getreue Music Meister)
EN MIS TIEMPOS ADOLESCENTES TUVE OCASIÓN de leer, en un catálogo de Wolf, esta humorada de Telemann, que me hizo mucha gracia. Por entonces, recién terminada la segunda guerra mundial, vino una época en que se revalorizó la música barroca y se descubrió la figura de Telemann, un músico un poco anterior a Bach que, en contraste con la seriedad de este, goza de un gran sentido del humor. Como al mismo tiempo la música de Telemann tiende a las fases simétricas y sigue un estricto contrapunto, como mandaban los cánones de su tiempo, se ha llamado a la obra de Telemann geometría eufórica
(Wolf). La precisión de los rasgos geométricos de la secuencia musical es perfectamente compatible —¡cómo no va a serlo!— con la simpatía del genio de Telemann. Simpatía y contrapunto: en fin, ¿por qué no? Posiblemente fue Telemann el músico más prolífico de la historia, pues tenemos noticias de la composición de unas tres mil obras. Desafortunadamente hoy no se conservan más que unas ochocientas, una marca que, sin embargo, casi nadie pudo superar después.
La pieza a que ahora me refiero dura más de media hora, aunque insiste una y otra vez en el mismo tema, que es una graciosa, aunque si se quiere irreverente alusión a la volubilidad de la mujer. Estos son sus primeros versos, que tal vez nos deben bastar:
Das Frauenzimmer
verstimmt sich immer
wie Luft und Wind
Una Frauenzimmer es algo así como una ama de casa
. Indudablemente, Telemann escoge esta palabra para que rime con immer, siempre
. Está claro que se refiere, en general, a las féminas. «Las mujeres revolotean siempre como el aire y el viento...». Es la tópica alusión masculina a la volubilidad de la mujer. Pronto escucharemos otra alusión al mismo tema en la conocidísima aria de Verdi, La donna è mobile...
Georg Philipp Telemann nació en Magdeburgo en 1681. Pero residió la mayor parte de su vida en Hamburgo, que sería luego la patria de Mendelssohn y de Brahms, dos famosos músicos hamburgueses de la época romántica, y dotados también de un notable y fino sentido del humor. Se ha dicho que Telemann está influido por la música barroca italiana, tan destacada en su época, y eso es cierto; pero Telemann tiene un sentido peculiar que le permite combinar sabiamente la amabilidad de los italianos de entonces con el típico, aunque relativamente sano sarcasmo de los hamburgueses. Das Frauenzimmer es una salida humorística y un tanto burlesca, a la que apenas encuentro relación con los italianos: parece, además, una de las primeras composiciones de un Telemann todavía joven, que rinde culto a un tópico, pero no pretende ofender realmente a nadie. Tampoco, diría, influyó Telemann en Verdi, que sin duda no tuvo conocimiento de la existencia de aquel alemán, muy poco conocido en la historia de la música hasta 1945. Tal vez si no existiera La donna è mobile casi nadie conocería Das Frauenzinmer. Pero aquí está este pequeño ejemplo de la alegre música de Telemann. Su instrumento preferido fue la flauta, y sus fantasías para flauta
figuran entre sus obras más conocidas. Pero fue un músico muy prolífico, por más que muchas de sus composiciones se hayan perdido. Escribió tocatas para clave, sonatas para varios instrumentos, fantasías, y una abundante música religiosa. También hay que destacar que fundó la primera, que se sepa, revista musical, encaminada a difundir el arte de la música, y en la que podían leerse también algunas partituras. Su labor sería muy fecunda y muy imitada hasta que, con la evolución de los tiempos y de las modas, sería finalmente olvidada hasta su