Mythos
Por Stephen Fry
4/5
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Los mitos griegos contados como nunca hasta ahora: como una apasionante novela fantástica.
He aquí los mitos griegos como nunca los habíamos visto hasta ahora. Como si se tratase de una superproducción hollywoodiense; de una serie de televisión al estilo de Juego de tronos; de una narración épico-fantástica de J. R. R. Tolkien. Y es que Stephen Fry –espíritu renacentista que tanto actúa y presenta programas de televisión como escribe libros– aborda la mitología griega con pasión y sin renunciar al rigor, y nos cuenta los avatares de sus personajes como en la más trepidante de las novelas. Y así, asistiremos boquiabiertos a la aparición del Caos primigenio y al nacimiento de Atenea, que emerge de la cabeza de Zeus; nos sobrecogeremos al ser testigos de cómo Cronos castra y destrona a su padre; temblaremos al cruzarnos con Pandora dispuesta a destapar la temible jarra; contendremos el aliento al descubrir que Perséfone osa probar la fruta del Inframundo; nos emocionaremos con los amoríos de Eros y Psique; iremos de caza con la hermosa Artemisa…
Los mitos griegos son un fascinante compendio de amores, rivalidades, venganzas, anhelos, masacres, suicidios, pasiones, tragedias, guerras, rebeldías, culpas, victorias… Un torbellino de sentimientos muy humanos que ha servido de inspiración a grandes creadores: de Miguel Ángel a Shakespeare, de James Joyce a Walt Disney. Una parte esencial de la tradición de Occidente: siglos de producción literaria, pictórica, musical y después cinematográfica difícilmente se entienden en toda su plenitud sin conocerla.
Stephen Fry
Stephen Fry is one of Britain's national treasures and his television appearances include 'A Bit Of Fry and Laurie', 'Jeeves and Wooster', 'Blackadder', 'QI' and 'Kingdom'. His film roles include 'Peter's Friends' and 'Wilde'; and in the realm of television, the Emmy-award-winning 'The Secret Life of a Manic Depressive'. As a writer, he best known for his novel The Liar as well as his acclaimed autobiography Moab Is My Washpot, and his is the famous voice of the Harry Potter audio books.
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Comentarios para Mythos
734 clasificaciones56 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Stephen Fry’s take on Greek Mythology is just plain fun. Springing from his own childhood love of Greek Myths and injected with a humorous modern sensibility, the stories come alive. Fry’s MYTHOS shakes off the dust and makes the stories feel immediate and as valid as any other myths we live by. He has fun with the stories but never makes fun of them—allowing them to maintain their dignity and importance as the foundational elements of the Roman and Christian myths that followed (as well as the building blocks for language itself). There is very little analysis--just story after story offering delight. For a more scholarly approach Edith Hamilton’s MYTHOLOGY is accessible and fantastic.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5This is probably a wholly unnecessary book, the Greek myths have been told very well countless times before, but I really enjoyed this one. It is something about the ease I could read the book, and the nice chronology that Fry introduced, which made me re-enjoy all the stories I had heard before. There were few that I didn't know before this book, but I didn't realize they were quite so intertwined before. Very nicely done. It did drone on a bit at the end though...
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A beautiful retelling of the Greek myths. Steven Fry's tongue and cheek narrative adds a lively and fun layer and brings the tales to life!
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5A phenomenal and unexpurgated modern retelling of the Greek myths, giving them a vitality missing from the standard texts. Highly recommended.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I'm not sure if there is a way to disentangle all of the Greek myths and present them in a digestible fashion, but Fry's book has a decent stab at it.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5From the index at the end to the advice on pronunciations and everything in between, the strength of this book is in the details. This edition is beautiful. Obviously the stories aren't new, but I do love the footnotes and Fry's signature style. Similar to Neil Gaiman's Norse Mythology, this one breathes life into beloved tales that people are familiar with. Greek mythology has always been a favorite of mine and this edition is one I'm thrilled to add to my collection.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5The many stories of the Greek pantheon, retold by Stephen Fry. As is expected of anything Fry, his knowledge of the topic is astounding and results, at times, in overload, so reading this one in smaller portions is recommended. It is a wonderful retelling with lots of humor and wit. Fry's natural voice is evident throughout and some zingers are delivered with both sting and love; it is evident that Fry's affection for the topic is immense and he manages to transmit that to the reader perfectly. Highly recommended to anyone interested in Greek and Roman mythology - I would not be surprised if this were to become standard textbook at some point.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Witty and intelligent and highly readable. Fry spends a good amount of time with the primordial deities, imbuing them with more personality than most authors bother with, and gives some of the less common variations on the more well-known myths.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I loved this book! A very readable retelling of the classic Greek myths, with some of Stephen Fry's humor thrown in. I have always liked mythology, Greek mythlogy especially. I was familiar with many of the stories about the main deities, but really enjoyed reading the ones I was not familiar with.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A retelling of the Greek myths by Steven Fry. He takes the original stories, and rewrites them into a coherent narrative while updating the language to be contemporary while providing asides with different / roman versions. A well told collection that are both familiar and a reminder of how different life and outlook was 2500 years ago.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5This is a very clever rendition of the classic tales, delivered with aplomb and confidence by a master story-teller. Enjoy.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Stephen Fry does a fantastic job of combining entertainment with information as he retells the canon of Greek myths. In these stories he interjects his trademark humor that make it especially memorable and funny. And even better, he narrates the audiobook - it's a treat!
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I read this as an audiobook read by Stephen Fry himself. I enjoyed it a lot too even if all the various names and characters got lost in the sheer number of them at times. Good to learn some of the original stories as opposed to all the adaptions in popular culture.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This is a very good book that I would recommend to anyone wanting to either brush-up or learn about the major stories from Greek mythology. I was fortunate enough to read about them when I was younger but this book appeals to those without inside knowledge. Fry is very readable and draws you in and each story flows in a pacey fashion.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5A fun and easy read, the book admirably weaves the Greek myths into a somewhat cohesive narrative. I've read a great deal of Greek mythology, but it's nice to hear the old stories in a new, accessible voice. I wish this book had been around when I first took an interest in the subject.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I received this book through the Early Reviewer program. What drew me to it was the combination of Stephen Fry and Greek mythology. Judging the book by its cover:This is a beautiful book to look at, display or gift somewone. The foil accents on the book jacket, as well as the book itself - inside and out - is visually pleasing and has some heft and quality construction to it.Substance and content:This was not the book I expected it to be, which is not a bad thing. I was expecting something more in line with Circe - a narrative-driven retelling.This is more like a highly readable and accessible reference book - Fry's version of Bulfinch's. It can be read and consumed in its entirety, but it works equally well browsed or consumed in chunks. It allows dip in/out based on reader time and attention span without loss of threads or sense of place.Fry's humor is woven throughout. It sparkles with intelligence and dry wit which keeps it accessible and lively, but it's not farce or mythology played for jokes. Reading this re-sparked my interest in Greek mythology. It's a sweeping chronology/family dynasty starting with Kronos' parents and moving forward through the family tree. Some of the vignettes were lesser-known to me or I'd forgotten them, some were new to me, but even the familiar elements were given a refresh and reboot. The element of (re)discovery was nice.This (as well as some of Gaiman's work) is an especially great pick for those who have outgrown Rick Riordan, but not their interest in mythology and aren't drawn into the more academic compilations. However, I don't think it'll disturb the sensibilities of any Greek mythology classists or purists either. Thanks to Riordan's popularity - this has the potential to (re)engage a lot of readers. In fact, I caught some teen boys sneaking sips of Mythos on more than one occasion while I was reading it. Recommended.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Stephen Fry's retelling of the Greek myths is exactly as brilliant and funny as you'd expect. Even if the myths are familiar, there's a pleasure in encountering Fry's own take. There's also plenty of footnotes filled with plenty of word nerdery and funny asides. This may rival Edith Hamilton's Mythology as my favourite recounting of these myths. Highly recommended.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5An engaging and friendly retelling of stories from Greek myth, told very personably and cheerfully by Stephen Fry. It is written very much in his voice, which I found delightful, and with the occasional personal observations, wry comments or unobtrusive asides on its various linguistic influences on modern language and names. There is a handy map of the Ancient Mediterranean with nary every placename mentioned in the book helpfully pinpointed, as well as a very thorough registry of names in the back -- though the book should really be read from cover to cover. As Fry states in the foreword, for reasons of scope the longer (and most widely known) myths are not included -- so other than the occasional reference to them, you will not find Herakles, Perseus, Theseus, Achilles, Odysseus, Orpheus or Jason and his Argonauts here. The tradeoff is that he has ample time to share every minor tale imaginable, including many a mere page or paragraph in length. He does, however, include the creation myths and the war against the titans, and sets the stage for the rest of the book beautifully when doing so, jumping smoothly back and forth between his own invented dialogues in more intimate scenes to the (perhaps more expected) prose retellings. My sole complaint of any note is that the book clearly required another quick re-read by the author after the final revisions, as some sections show rather obvious and unfortunate signs of having been reordered and juggled, so that a story will reference something as though the reader knows it, only to have that thing happen (and being described as if for the first time) one or two stories later.The book, perhaps, is in want of an Ending, but with no Greek equivalent to the Norse Ragnarok to provide a natural such, it is likely a bit much to ask. And while it in the second half at times can feel a bit like an anthology of minor mythological anecdotes, Fry's roughly chronological ordering of the stories and frequent nods backwards and forwards between them makes is always have a sense of forward momentum and interconnectivity. Warmly recommended, and thoroughly enjoyed.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5The Greek myths are amongst the greatest stories ever told, passed down through millennia and inspiring writers and artists as varied as Shakespeare, Michelangelo, James Joyce and Walt Disney. They are embedded deeply in the traditions, tales and cultural DNA of the West. You'll fall in love with Zeus, marvel at the birth of Athena, wince at Cronus and Gaia's revenge on Ouranos, weep with King Midas and hunt with the beautiful and ferocious Artemis. Spellbinding, informative and moving, Stephen Fry's Mythos perfectly captures these stories for the modern age - in all their rich and deeply human relevance.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I love Stephen Fry's smart humour and I love Greek Myth. When you put them together you get a thoroughly entertaining read.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Thanks to this book I now know that the Greek gods were...gross.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I think this is a great introduction to Greek mythology.
It gives you a basis without overwhelming you and is rather humorous- highly recommend the audio book. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Stephen Fry’s Mythos retells ancient Greek mythology from the creation of the universe out of chaos through the stories of the Olympian Gods usurping the Titans to walk among men. Fry uses contemporary language to tell these stories, drawing upon multiple – often contradictory – sources, though he always indicates where he chose a certain version over another or how the allegories of the myths influenced language. It’s a great, readable version of these stories from classical antiquity infused with modern humor and suggested readings for further discovery. Fry brings the tales of the Olympian Gods to a contemporary audience in a way few have before outside of translations of single sources, like Emily Wilson’s translation of Homer’s Odyssey, or adaptations of specific stories, such as Madeline Miller’s Circe. This illustrated edition makes a great gift for those with an interest in myth or ancient history.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Fry takes some liberties with some of the timelines in an attempt to bring a coherent narrative, but as he says, they are works of fiction, after all. A refreshing re-look at an ancient subject.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mostly fascinating but also longish reworking of the main Greek myths. Took me longer than I had intended, but good. Some have a bit of sex and gore!
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Audio version, so I got to enjoy listening to Stephen as well as enjoying his version of the myths. Interesting, presented in an easily approachable manner.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5So much fun even if you are already familiar with all the myths. Stephen Fry retells the tales in such an accessible and entertaining way. I laughed out loud many times at his dry humor.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
This book is definitely a must read for mythology fans. The artwork is lovely and the writing style is engaging and not too over your head. Very pleasant to read.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Stephen Fry is hilarious and a very good narrator so this audiobook was fantastic. I loved it plus I love anything to do with all kinds of Mythologies. This was also useful for me with research for my Greek Myth retelling I've been working on writing too. I'm excited to read/listen to the other Mythology books by Stephen Fry now as well.
I would highly recommend this especially if you love Mythology/Greek Mythology and Stephen Fry. This is especially good quality and great in the audiobook format. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Enjoyed the first half an awful lot, where all the stories sort of kind of wove together. Became a bit disjointed later on, but still found some of the smaller tales rather amusing.
Vista previa del libro
Mythos - Rubén Martín Giráldez
Índice
Portada
Preámbulo
EL PRINCIPIO: PRIMERA PARTE
Surgido del Caos
El Orden Primigenio
La Segunda Generación
EL COMIENZO: SEGUNDA PARTE
Lucha de titanes
La Tercera Generación
LOS JUGUETES DE ZEUS: PRIMERA PARTE
Prometeo
Los castigos
Perséfone y la cuadriga
Cupido y Psique
LOS JUGUETES DE ZEUS: SEGUNDA PARTE
Mortales
Faetón
Cadmo
Dos veces nacido
Los hermosos y los malditos. Diosas coléricas
El médico y el cuervo
Crimen y castigo
Sísifo
Hibris
Aracne
Más metamorfosis
Eos y Titono
El florecimiento de la juventud
Eco y Narciso
Amantes
Galateas
Arión y el delfín
Filemón y Baucis, o la hospitalidad recompensada
Frigia y el nudo gordiano
Midas
Apéndices
Epílogo
Agradecimientos
Créditos de las imágenes
Imágenes
Créditos
Notas
ΓΙΑ ΤΟΝ ΈΛΛΙΟΤΤ ΜΕ ΑΓΆΠΗ
PREÁMBULO
Cuando era bastante pequeño tuve la suerte de que me cayera en las manos un libro que se titulaba Historias de la Grecia Antigua. Fue amor a primera vista. Por más que luego disfrutara con mitos y leyendas de otras culturas y gentes, aquellos relatos griegos siempre tuvieron algo que me reconfortaba interiormente. La energía, el humor, la pasión, la particularidad y la precisión creíble de su mundo me cautivaron desde el primer momento. Espero que lo mismo os suceda a vosotros. Quizás ya conocéis algunos de los mitos que aquí se cuentan, pero quiero dar la bienvenida especialmente a aquellos que nunca se han cruzado con personajes ni historias del mito griego hasta ahora. Para leer este libro no es necesario que sepáis nada; comienza con un universo vacío. Desde luego no requiere de un «bagaje clásico», ni que sepáis distinguir entre néctar y ninfas, sátiros y centauros o las parcas y las furias. La mitología griega no tiene nada en absoluto de académico ni de intelectual; es adictiva, entretenida, accesible y asombrosamente humana.
Pero ¿de dónde vienen estos mitos de la antigua Grecia? Tal vez podamos tirar de un hilo en medio de la maraña de la historia humana y remontarnos por él, pero al elegir solo una civilización con sus historias puede parecer que nos tomamos libertades con la fuente original del mito universal. Los primeros seres humanos que habitaron el mundo se preguntaron por los orígenes de la potencia que alimentaba los volcanes, las tormentas, las mareas y los terremotos. Celebraban y veneraban el ritmo de las estaciones, la procesión de cuerpos celestiales en el firmamento nocturno y el milagro cotidiano del amanecer. Se preguntaban cómo podía haber empezado aquello. El inconsciente colectivo de muchas civilizaciones ha contado historias de dioses furiosos, de dioses muertos y resucitados, de diosas de la fertilidad, de deidades, demonios y espíritus de fuego, tierra y agua.
Evidentemente, los griegos no fueron los únicos en tejer un tapiz de leyendas y saber popular a partir del desconcertante entramado de la existencia. Puestos a adoptar una perspectiva arqueológica y paleoantropológica, podemos remontarnos para los orígenes de los dioses de Grecia hasta los padres celestiales, las diosas lunares y los demonios del «Creciente Fértil» de Mesopotamia (hoy Irak, Siria y Turquía). Los babilonios, sumerios, acadios y otras civilizaciones que prosperaron mucho antes que los griegos contaban con sus relatos y sus mitos folclóricos, que, al igual que los idiomas en que los expresaban, tenían su origen en la India y por tanto rumbo a poniente hacia la prehistoria, en África y en el nacimiento de nuestra especie.
Pero siempre que contamos una historia nos vemos obligados a cortar el hilo narrativo por algún punto para tener por donde empezar. Con la mitología griega es fácil hacerlo, porque ha sobrevivido con un detalle, una riqueza, una vivacidad y un color que la distingue de otras mitologías. Fue capturada y conservada por los primerísimos poetas y nos ha llegado siguiendo una línea ininterrumpida casi desde los albores de la escritura hasta la actualidad. Si bien los mitos griegos tienen mucho en común con los chinos, iraníes, indios, mayas, africanos, rusos, americanos nativos, hebreos y nórdicos, ofrecen la particularidad de ser –tal y como lo expresó la escritora y mitógrafa Edith Hamilton– el producto de «la creación de grandes poetas». Los griegos fueron los primeros en componer narraciones coherentes, incluso una literatura, sobre sus dioses, monstruos y héroes.
La estructura de los mitos griegos sigue el ascenso de la humanidad, nuestra batalla por liberarnos de la interferencia de los dioses –de su acoso, sus entrometimientos, su tiranía sobre la vida y la civilización humanas–. Los griegos no se humillaban ante sus dioses. Eran conscientes de su vana necesidad de ser adorados y venerados, pero creían que los hombres eran sus iguales. Según sus mitos, quienquiera que crease este mundo incomprensible, con sus crueldades, maravillas, caprichos, bellezas, locuras e injusticias, tenía que ser cruel, maravilloso, caprichoso, hermoso, loco e injusto. Los griegos crearon dioses a su imagen y semejanza: belicosos pero creativos, sabios pero feroces, cariñosos pero celosos, tiernos pero brutales, compasivos pero vengativos.
Mythos comienza por el principio, pero no acaba por el final. Si hubiese incluido a héroes como Edipo, Perseo, Teseo, Jasón o Heracles y los detalles de la Guerra de Troya, este libro no lo habría levantado ni un titán. Es más: lo único que me preocupa es contar las historias, no explicarlas ni investigar las verdades humanas y los entresijos psicológicos que puedan subyacer en ellas. Los mitos son de por sí suficientemente fascinantes en su abundancia de detalles perturbadores, sorprendentes, románticos, cómicos, trágicos, violentos y fabulosos para sostenerse enteramente como relatos. Si, mientras leéis, no podéis evitar preguntaros qué inspiró a los griegos para inventar un mundo tan rico y elaborado en personajes e incidentes, y os descubrís sopesando las profundas verdades que encarnan los mitos..., bueno, pues desde luego eso es parte del placer.
Y placer es el quid de la cuestión cuando hablamos de sumergirnos en el mundo del mito griego.
STEPHEN FRY
El principio
Primera parte
SURGIDO DEL CAOS
En los tiempos que corren, el origen del universo se explica mediante un Big Bang, un único acontecimiento que generó al instante la materia de la que todo y todos estamos hechos.
Los antiguos griegos opinaban otra cosa. Decían que todo comenzó no con un estallido, sino con el CAOS.
¿Y Caos era un dios –una divinidad– o simplemente un estado de inexistencia? ¿O no significaría acaso la palabra Caos, igual que cuando la usamos hoy, una especie de tremendo desbarajuste, como el del dormitorio de un adolescente o peor?
Imaginad el Caos como una especie de bostezo cósmico, quizás. Como un abismo o un vacío bostezantes.
Si el Caos generó vida y sustancia a partir de la nada, si hizo brotar vida a fuerza de bostezos y sueños o de alguna otra manera, no lo sé. Yo no estaba ahí. Ni tú. Y, sin embargo, en cierto modo sí estábamos, porque todos los pedazos que nos conforman estaban allí. Basta con decir que los griegos pensaban que fue Caos quien, por medio de una arcada formidable o de un gran respingo, hipido, vómito o tos, inició la larga cadena de creación que ha devenido en pelícanos y penicilina, sapos y pinsapos, peces tigre, peces, tigres, seres humanos y narcisos en flor, y masacre, arte, amor, confusión, muerte, locura y galletitas saladas.
Sea cual sea la verdad, hoy la ciencia coincide en que todo está destinado a volver al Caos. A este sino inevitable lo denomina entropía: parte del gran ciclo que va del Caos al orden y de vuelta al Caos. Los pantalones que llevas fueron en origen un cúmulo caótico de átomos que, a saber cómo, se fusionaron en una materia organizada por su cuenta a lo largo de eones en una sustancia viviente que evolucionó lentamente hasta convertirse en una planta de algodón que luego se tejió para producir el primoroso material que ciñe tus preciosas piernas. Un día te quitarás esos pantalones –no ahora mismo, espero– y se pudrirán en algún basurero o los quemarán. En cualquiera de los casos, la materia que los compone acabará siendo liberada para ir a formar parte de la atmósfera del planeta. Y cuando el sol explote y se lleve consigo todas y cada una de las partículas de este mundo, los ingredientes de tus pantalones incluidos, todos los átomos que lo constituyen volverán al frío Caos. Y lo que se aplica a vuestros pantalones puede aplicarse a vosotros, claro.
De modo que el Caos que lo comenzó todo es también el caos que le pondrá fin a todo.
Ahora bien, tal vez seáis de los que se preguntan: «Pero ¿quién o qué había antes del Caos?» o «¿Quién o qué había antes del Big Bang? Algo debía haber».
Bueno, pues no. Tenemos que aceptar que no hubo un «antes», porque todavía no existía el Tiempo. Nadie había apretado un botón que pusiera en marcha el Tiempo. Nadie había gritado ¡Ya! Y, dado que el Tiempo no había sido creado, un vocabulario temporal como «antes», «durante», «cuando», «luego», «después de comer», «el miércoles pasado» no tenía significado posible. Esto es algo que te pone la cabeza como un bombo, pero es así.
El término griego para decir «todo lo que acaece», lo que nosotros llamaríamos «el universo», es COSMOS. Por el momento –aunque «momento» es una palabra temporal y no tiene sentido ahora mismo (al igual que este «ahora mismo»)–, por el momento, el Cosmos es Caos y solo Caos, porque Caos es lo único que acaece. Un desperezarse, un afinar de la orquesta...
Pero las cosas están a punto de cambiar muy deprisa.
EL ORDEN PRIMIGENIO
Del Caos informe brotaron dos creaciones: ÉREBO y NIX. Érebo era la oscuridad y Nix la noche. Copularon enseguida y los frutos destellantes de su unión fueron HÉMERA, el día, y ÉTER, la luz.
Al mismo tiempo –porque todo tiene que suceder simultáneamente hasta que aparezca el Tiempo para separar los acontecimientos–, el Caos engendró otras dos entidades: GEA, la tierra, y TÁRTARO, las profundidades y cavernas subterráneas.
Adivino lo que estáis pensando. Estas creaciones suenan más que atractivas: Día, Noche, Luz, Profundidades y Cavernas. Pero no eran dioses ni diosas, ni siquiera eran celebridades. Y a lo mejor también habréis caído en que, dado que no existía el tiempo, no podía haber narración dramática ni relatos; porque los relatos dependen del «Érase una vez» y del «Entonces resulta que».
Estaríais dando en el clavo. Lo que emergió primero del Caos fueron principios primordiales y elementales, carentes de color, carácter o interés auténticos. Se trataba de las DEIDADES PRIMORDIALES, el Orden Primigenio de seres divinos de los que surge la totalidad de dioses, héroes y monstruos del mito griego. Se apostaron y extendieron bajo la superficie de todas las cosas... a la espera.
La silenciosa vacuidad de este mundo se llenó cuando Gea se arrancó dos hijos del cuerpo.* El primero fue PONTO, el mar, y el segundo fue el cielo: URANO, nombre cuyo sonido siempre ha provocado un enorme placer a niños de entre nueve y noventa años. Hémera y Éter también procrearon, y de su unión surgió TALASA, la contrapartida femenina de Ponto, el mar.
Urano fue el cielo y el firmamento en la medida en que – al principio de todo– las deidades primordiales siempre eran las cosas que representaban y sobre las que regían.* Podríamos decir que Gea era la tierra que forma colinas, valles, cuevas y montañas, pero dotada del poder de replegarse en una forma capaz de hablar y caminar. Las nubes de Urano – el cielo– flotaban y bullían sobre Gea pero también podían fusionarse en una forma reconocible para nosotros. Era tan corta la edad de todas las cosas... Había muy poco establecido por el momento.
LA SEGUNDA GENERACIÓN
Urano, el cielo, cubrió a su madre Gea, la tierra, de arriba abajo. La cubrió en los dos sentidos: la cubrió como el cielo cubre la tierra hasta la fecha y la cubrió como el semental cubre a una yegua. Al hacerlo, sucedió algo asombroso. Comenzó el Tiempo.
También comenzó otra cosa..., ¿cómo llamarla? ¿Personalidad? ¿Drama? ¿Individualidad? Carácter, con todas sus taras y defectos, tradiciones y pasiones, artimañas y sueños. Comenzó el significado, se podría decir. La semilla de Gea nos dio sentido, una germinación de pensamiento que cobra forma. Seminal semiología semántica del semen del cielo. Dejaré tal especulación a gente más cualificada, pero en cualquier caso fue un momento fabuloso. En la creación y ayuntamiento con Urano, su hijo y ahora marido, Gea desenrolló la cinta de la vida que recorre la historia humana y nuestro mismísimo ser, el vuestro y el mío.
Justo desde el principio, la unión de Urano y Gea fue gratificantemente productiva. Primero llegaron doce niños fuertes y sanos: seis varones, seis hembras. Los varones eran OCÉANO, CEO, CRÍO, HIPERIÓN, JÁPETO y CRONO. Las hembras, TEA, TEMIS, MNEMÓSINE, FEBE, TETIS y REA. Estos doce estaban destinados a convertirse en la Segunda Generación de divinidades, labrándose por cuenta propia un nombre legendario.
Y en alguna parte, mientras Tiempo iba cogiendo cuerpo, el reloj echó a andar, el reloj de la historia cósmica que todavía hoy sigue en marcha. Quizás uno de estos recién nacidos fuese responsable de ello, podemos ocuparnos de eso más tarde.
No conformes con estos doce hermanos y hermanas guapos y fuertes, Urano y Gea todavía trajeron al mundo más progenie: dos inconfundibles, pero inconfundiblemente nada bellos, grupos de trillizos. Primero llegaron los tres CÍCLOPES, gigantes de un solo ojo que dieron a su padre, el cielo, una nueva gama de expresiones y modulaciones. El mayor de los cíclopes se llamaba BRONTES, trueno,* luego vino ESTÉROPES, el relámpago, y después ARGES, el resplandor. Urano tuvo entonces la capacidad de llenar el firmamento con los resplandores del relámpago y el estruendo del trueno. Se regodeó en el ruido y el espectáculo. Pero el segundo grupo de trillizos que parió Gea hizo estremecerse aún más al padre y a todo aquel que los vio.
Puede que lo más suave sea decir que fueron un experimento mutacional que ojalá no vuelva a repetirse, un callejón sin salida genético. Puesto que aquellos recién nacidos – los HECATÓNQUIROS*– tenían cada uno cincuenta cabezas y cien manos y eran espantosos, feroces, violentos y poderosos como nada que hasta ese momento hubiera sido engendrado. Se llamaban COTO el furioso, GIGES el de los brazos largos y EGEÓN la cabra marina, a veces también conocido como BRIAREO el vigoroso. Gea los amaba. A Urano le repugnaban. Tal vez lo que más lo horrorizaba era pensar que él, el Señor del Cielo, pudiese haber engendrado cosas tan extrañas y feas, pero creo que, como la mayoría de los odios, su repugnancia tenía origen en el miedo.
Lleno de asco, los maldijo: «¡Por haber ofendido a mis ojos, nunca veréis la luz!» Mientras rugía estas furiosas palabras los devolvió a empujones, junto con los cíclopes, al vientre de Gea.
La venganza de Gea
Tenemos buenas razones para preguntarnos qué significa realmente que «los devolvió a empujones al vientre de Gea». Algunos han interpretado que enterró a los hecatónquiros bajo tierra. La identidad divina, en esta época tan temprana, era fluida, cuánto de persona y cuánto de atributo tenía un dios es difícil de determinar. Por entonces no existían las letras mayúsculas. Gea la Madre Tierra era lo mismo que gea, la tierra misma, igual que urano, el cielo, y Urano el Padre Cielo eran uno y el mismo.
Lo que sí está claro es que al reaccionar así con los tres hecatónquiros, sus propios hijos, y al tratar a su esposa con tan abominable crueldad, Urano cometía el primer crimen. Un crimen elemental que no quedaría sin castigo.
La agonía de Gea era insoportable, así que en su interior, junto al trío de hecatónquiros retorciéndose, blandiendo trescientas zarpas y embistiendo con ciento cincuenta testarazos, brotó de golpe un odio, un odio tremendo e implacable contra Urano, el hijo al que había alumbrado y el marido con quien había concebido una nueva generación. E, igual que la hiedra se enrosca en un árbol, cobró forma un plan de venganza.
Con el punzante dolor de los hecatónquiros todavía royéndola por dentro, Gea fue a ver a Otris, una enorme montaña desde la que se divisa la región griega central que hoy conocemos como Ftiótide. Desde la cima se puede ver la llanura de Magnesia, que se extiende hacia las aguas azules de la región occidental del Egeo según se rizan alrededor del golfo Maliaco y abarca la diseminación desordenada de islas que conocemos con el nombre de Espóradas. Pero a Gea la estaban consumiendo demasiado dolor y cólera como para disfrutar de una de las vistas más preciosas del mundo. En la cima del monte Otris se puso a construir un artefacto inusitado y terrible. Se afanó durante nueve días y nueve noches hasta que hubo obtenido un objeto que escondió acto seguido en la grieta de la montaña.
A continuación, se fue a visitar a sus doce hermosos y fuertes niños.
–¿Estarías dispuesto a matar a tu padre, Urano, y dirigir el cosmos conmigo? –les preguntó uno por uno–. Heredarías de él el cielo y de golpe la creación entera pasaría a ser nuestro dominio.
A lo mejor nos imaginamos que Gea –Madre Tierra– es blanda, cordial, benévola y amable. Bueno, a veces lo es, pero recordad que está rellena de fuego. A veces puede ser más cruel, severa y aterradora que el mar más bravío.
Y hablando del mundo marino, los primeros hijos a los que Gea intentó ganarse para su causa fueron Océano y Tetis.* Pero estaban en plena negociación para compartir los océanos con Talasa, la diosa primordial del mar. La familia al completo estiraba y flexionaba los músculos a una, estableciendo sus campos de pericia y control, mordisqueándose, gruñendo y calibrando la fuerza y superioridad de unos y otros como cachorros en una cesta. A Océano se le había ocurrido la idea de crear mareas y corrientes que recorrerían el mundo por todas partes como un enorme río salado. Tetis estaba a punto de tener un bebé –pecaminoso en aquellos días primigenios, evidentemente: la reproducción no habría sido posible sin acoplamientos incestuosos–. Estaba embarazada de NILO, el Nilo, y acabaría pariendo al resto de los ríos y como mínimo a tres mil oceánides o ninfas marinas, seductoras deidades que se desenvolvían con tanta facilidad en tierra firme como en las aguas del mar. Ya tenían dos hermanas adultas: CLÍMENE, que era la amante de JÁPETO, y la astuta y sabia METIS, que está llamada a desempeñar un papel muy importante en lo que ha de venir.* Este par eran felices y ansiaban vivir entre el oleaje oceánico, de manera que ni la una ni la otra vieron razón para ayudar a matar a su padre, Urano.
A continuación, Gea visitó a su hija Mnemósine, que estaba atareada con su impronunciabilidad. Daba la impresión de ser una criatura muy superficial, estúpida e ignorante, que no tenía ni idea de nada y parecía comprender aún menos. Algo engañoso, porque a cada día que pasaba se iba volviendo más y más lista, más y más informada, y más y más capaz. Su nombre significa «memoria» (y nos brinda la palabra «mnemotecnia»). En el momento de la visita de la madre, el mundo y el cosmos eran muy jóvenes, de modo que Mnemósine no había tenido oportunidad de pulirse a base de conocimiento y experiencia. Con el paso de los años, su ilimitada capacidad de almacenamiento de información y experiencia sensorial la convertirían, casi, en la más sabia de todos. Un día daría a luz nueve hijas, las MUSAS, a las que conoceremos más tarde.
–¿Quieres que te ayude a matar a Urano? ¿Seguro que Padre Cielo puede morir?
–Pues destronarlo o incapacitarlo, entonces... no se merece menos.
–No te ayudaré.
–¿Por qué?
–Hay un motivo, y cuando lo sepa me acordaré de contártelo.
Exasperada, Gea acudió entonces a Tea, que también andaba en un emparejamiento fraternal con su hermano Hiperión. A su debido momento daría a luz a HELIO, el sol; SELENE, la luna, y a EOS, la aurora; prole más que suficiente para estar entretenidos, así que no mostraron interés en los planes de Gea para deponer a Urano.
Desalentada por la tibia y poco osada negativa de su progenie a cumplir lo que ella consideraba sus destinos divinos –además de asqueada por lo enamoriscados y amansados que parecían todos–, Gea probó a continuación con Febe, quizás la más inteligente y perspicaz de los doce. Desde la más tierna edad la resplandeciente Febe había dado muestras de poseer el don de la profecía.
–Ay, no, Madre Tierra –dijo tras escuchar el plan de Gea–. No sería capaz de tomar parte en un complot tal. No veo qué puede traer de bueno. Además, estoy embarazada...
–Maldita seas –soltó Gea–. ¿De quién? De Ceo, seguro.
Estaba en lo cierto. Ceo, hermano de Febe, era su consorte, de hecho. Gea se largó echando chispas con renovada cólera y siguió visitando a lo que quedaba de su descendencia. Alguno habría con arrestos para luchar, ¿no?
Fue a ver a Temis, que llegado el momento sería considerada en todas partes la encarnación de la justicia y el sabio consejo,* y Temis aconsejó sabiamente a su madre que se olvidase de la injusta idea de desposeer a Urano. Gea escuchó con atención este sabio consejo y –como hacemos todos, mortales o inmortales– lo ignoró, y prefirió poner a prueba el temple de su hijo Crío, que se había desposado con la hija que tuvo ella con Ponto, EURIBIA.
–¿Matar a mi padre? –Crío se quedó mirando a su madre incrédulo–. P-pero cómo... o sea... ¿por qué?... o sea... uf.
–¿Qué ganamos nosotros con eso, madre? –le preguntó Euribia, conocida como «la del corazón de piedra».
–Casi nada, el mundo y todo lo que contiene –contestó Gea.
–¿A medias contigo?
–A medias conmigo.
–¡No! –dijo Crío–. Vete, madre.
–Vale la pena pensárselo –dijo Euribia.
–Es demasiado peligroso –respondió Crío–. Te lo prohíbo.
Gea dio media vuelta con un gruñido y se fue a buscar a su hijo Jápeto.
–Jápeto, niño querido. ¡Destruye al monstruo Urano y reina conmigo!
La oceánide Clímene, que le había parido a Jápeto dos hermanos y estaba embarazada de un tercero, dio un paso al frente.
–¿Qué clase de madre pide algo así? Para un hijo, matar a su padre sería el más horrendo de los crímenes. El cosmos en pleno pondría el grito en el cielo.
–Hay que reconocer que tiene razón, madre –dijo Jápeto.
–¡Te maldigo y maldigo a tus hijos! –escupió Gea.
La maldición de una madre es algo terrible. Nos tocará ver cómo les llega la muerte a los hijos de Jápeto y Clímene (ATLAS, EPIMETEO y PROMETEO).
Cuando la pregunta fue dirigida a Rea, la undécima hija de Gea, esta dijo que no participaría en el plan, pero –alzando las manos para protegerse de un torrente de insultos de su madre– insinuó que a su hermano Crono, el último de aquellos bellos y poderosos hijos, podría muy bien agradarle la idea de derrocar a su padre. Lo había oído maldecir muchas veces a Urano y a su poder.
–¿De verdad? –exclamó Gea–. ¿En serio? Bueno, pues ¿dónde está?
–Debe de estar deambulando por las cavernas de Tártaro. Tártaro y él se llevan muy bien. Los dos son lúgubres. Malhumorados. Malos. Imponentes. Crueles.
–Ay, dios, no me digas que estás enamorada de Crono...
–¡Háblale bien de mí, mami, por favor! Es que es tan adorable. Con esos ojos negros centelleantes. Esas cejas tormentosas. Esos largos silencios.
Gea siempre había creído que los largos silencios de su hijo más pequeño no indicaban nada más que sosería intelectual, pero tuvo el tacto de no decirlo así. Tras asegurarle a Rea que, por supuesto, la recomendaría sinceramente a Crono, salió disparada cuesta abajo, abajo, abajo hacia las cavernas de Tártaro a buscarlo.
Si nos diese por dejar caer un yunque de bronce desde el cielo tardaría nueve días en llegar al suelo. Si dejásemos caer ese mismo yunque desde el suelo tardaría otros nueve días en llegar al Tártaro. En otras palabras: el suelo está a medio camino del cielo y el Tártaro. O se puede decir que el Tártaro está tan lejos del suelo como el suelo lo está del cielo. Un lugar muy profundo, insondable, por lo tanto, pero más que un simple lugar. Recordad que Tártaro era también un ser primordial nacido de Caos al mismo tiempo que Gea. Así que cuando ella se le acercó, se saludaron como lo harían dos familiares.
–Gea, has ganado peso.
–Estás horrible, Tártaro.
–¿Qué puñetas te trae por aquí abajo?
–Calla la boca para variar y te lo cuento...
Este malcarado toma y daca no les impedirá, en un futuro próximo, aparearse y producir a TIFÓN, el más deleznable y mortal de los monstruos.* Pero por ahora Gea no está de humor para amoríos ni para intercambiar insultos.
–A ver. Mi hijo Crono... ¿anda por aquí?
Un gruñido resignado de su hermano.
–Casi seguro que sí. Ojalá pudieses decirle que me deje en paz. Se pasa el día sin hacer nada de nada, pero anda por aquí observándome con la mirada gacha y la boca abierta. Creo que le ha dado una especie de calentón platónico conmigo. Me copia el peinado y anda por ahí apoyándose lánguidamente en los árboles y las rocas como un alma en pena, melancólico e incomprendido. Como si estuviese esperando a que alguien lo pinte o yo qué sé. Cuando no me está mirando, está observando esa fumarola de lava de ahí. De hecho, ahí lo tienes, mira. Ve e intenta meterlo en vereda.
Gea se acercó a su hijo.
La hoz
El caso es que Crono (o Cronos, como a veces le gustaba hacerse llamar) no era exactamente el jovencito emo torturado y vulnerable que las descripciones de Rea y Tártaro tal vez os han llevado a imaginaros, dado que era el más poderoso de una raza inimaginablemente poderosa. Tenía un atractivo sombrío, desde luego; y sí, era malhumorado. De haber tenido Crono a su disposición los modelos, quizás se hubiese identificado con Hamlet en el colmo de su introspección, o con Jacques en el colmo de su mórbida autoindulgencia. Con Konstantín, de La gaviota, más un toquecito de Morrissey. Aunque también había algo en él de un Macbeth y no poco de Hannibal Lecter (como veremos).
Crono había sido el primero en descubrir que el silencio taciturno se interpreta a menudo como indicador de fortaleza, sabiduría y autoridad. Era el más pequeño de los doce, y siempre había odiado a su padre. El profundo y desgarrador veneno de la envidia y el resentimiento estaba empezando a desmadejar su cordura, pero se las había arreglado para ocultar la intensidad de su desprecio por todos excepto por su devota hermana Rea, que era el único miembro de su familia con quien se sentía lo suficientemente cómodo para revelar su verdadero ser.
Según iban ascendiendo del Tártaro, Gea vertió más veneno en aquella receptiva oreja.
–Urano es cruel. Está loco. Temo por mí y por todos vosotros, mis hijos bienamados. Vamos, niño, vamos.
Lo conducía al monte Otris. ¿Os acordáis del extraño y horrible artefacto que os conté que había forjado y escondido en la grieta de la montaña antes de ir a visitar a todos y cada uno de sus hijos? Ahora Gea llevó a Crono a ese lugar y le enseñó lo que había hecho.
–Cógelo. Adelante.
Los ojos negros de Crono resplandecieron al comprender la forma y el sentido del más extraño objeto entre los objetos.
Era una hoz. Una guadaña enorme cuya gran hoja curva había sido forjada en adamantino, que significa «indómito». La hoja en forma de media luna –un mazacote gigantesco de pedernal gris, granito, diamante y ofiolita– había sido afilada hasta obtener el más cortante de los filos. Un filo capaz de cortar cualquier cosa.
Crono lo sacó del escondrijo con la misma facilidad con que vosotros o yo cogeríamos un lápiz. Tras calibrar el equilibrio y el peso del instrumento en su mano, lo blandió una, dos veces. El tremendo silbido de la herramienta mientras azotaba el aire hizo sonreír a Gea.
–Crono, hijo mío –dijo–, hemos de esperar la hora propicia en que Hémera y Éter se sumerjan en las aguas de poniente y Érebo y Nix se dispongan a arrojar la oscuridad que...
–Quieres decir que tenemos que esperar hasta el anochecer. –Crono era impaciente y no destacaba por sus dotes poéticas ni por una sensibilidad demasiado refinada.
–Sí. La anochecida. Será entonces cuando tu padre venga a mí, como siempre. Le gusta...
Crono asintió con brusquedad. No le apetecía saber los detalles de los retozos de sus padres.
–Escóndete ahí, justo en la grieta donde tenía escondida la guadaña. Cuando oigas que me está cubriendo y que sus rugidos de pasión aumentan en volumen y gruñe de lujuria... golpea.
Noche y día, luz y oscuridad
Tal y como Gea predijo, Hémera y Éter estaban cansadas tras doce horas de juegos, así que lentamente Día y Luz descendieron hacia el mar. Al mismo tiempo, Nix se retiró el velo oscuro y con la ayuda de Érebo lo extendieron por todo el mundo como un negro tapete centelleante.
Mientras Crono aguardaba en la grieta, guadaña en mano, la creación entera contenía el aliento. Digo «la creación entera» porque Urano y Gea y su descendencia no eran los únicos seres que se habían reproducido. También otros se habían multiplicado y propagado, entre ellos Érebo y Nix, los más prolíficos con diferencia. Tuvieron muchos hijos, unos horribles, otros admirables y algunos encantadores. Ya hemos visto cómo engendraron a Hémera y a Éter. Pero luego Nix, sin ayuda de Érebo, dio a luz a MOROS, o Destino, que habría de convertirse en la entidad más temida de la creación. El destino les llega a todas las criaturas, mortales o inmortales, pero siempre está oculto. Incluso los inmortales temen el todopoderoso, omnisciente control de Destino sobre el cosmos.
Después de Moros llegó una ristra de hijos, uno tras otro, como una monstruosa invasión aérea. Primero apareció ÁPATE, Engaño, al que los romanos llamaron FRAUS (de donde derivan «fraude», «fraudulento» y «defraudador»). Se escabulló rumbo a Creta, donde se quedó esperando el momento propicio. A continuación nació GERAS, Vejez, que tampoco tuvo por qué ser un demonio tan temible como hoy podamos pensar. Si bien Geras era capaz de arrebatar flexibilidad, juventud y agilidad, para los griegos lo compensaba con creces otorgando dignidad, sabiduría y autoridad. SENECTUS es el nombre latino, y comparte raíz con «senado» y «senil».
Acto seguido vinieron un par de gemelos completamente espantosos: EZIS (MISERIA en latín), el espíritu de la Tristeza, la Depresión y la Angustia, y su cruel hermano MOMO, la despreciable personificación de la Burla, el Sarcasmo y la Culpa.*
Nix y Érebo empezaban a cogerle el tranquillo al asunto. Su siguiente hija, ERIS, Discordia, se apostaba tras todas las desavenencias, divorcios, rencillas, cizañas, peleas, batallas y guerras. Fue su malintencionado regalo de bodas, la legendaria Manzana de la Discordia, lo que provocó la Guerra de Troya, aunque este épico conflicto armado tendrá lugar mucho, mucho más adelante. La hermana de Discordia, NÉMESIS, era la encarnación del Resarcimiento, esa veta implacable de justicia cósmica que castiga la ambición presuntuosa y desmedida – el vicio que los griegos llamaron hibris–. Némesis tiene elementos comunes con la noción oriental de karma y hoy la empleamos para insinuar la funesta oposición revanchista que en su día padecerán los arrogantes y malvados, y que supondrá su caída. Imagino que se podría decir que Holmes fue la Némesis de Moriarty, Bond la de Blofeld y Jerry la de Tom.*
Érebo y Nix también engendraron a CARONTE, cuya abyección comenzaría a crecer una vez que hubo asumido sus funciones como barquero de los muertos. También nació de ellos HIPNOS, la personificación del Sueño. Además, estaba el progenitor de los ONIROS –miles de seres encargados de fabricar y traer los sueños a los dormidos–. Entre los oniros de los que sabemos el nombre encontramos a FOBÉTOR, dios de las pesadillas, y FANTASO, responsable del modo fantástico en que una cosa se convierte en otra en los sueños. Trabajaban bajo la supervisión de MORFEO, hijo de Hipnos, cuyo nombre ya recuerda las formas amorfas, cambiantes, del mundo del sueño.* «Morfina», «fantasía», «hipnótico», «oniromancia» (la interpretación de los sueños) y muchos otros descendientes verbales del sueño griego han sobrevivido en nuestro idioma. TÁNATOS, el hermano del sueño, la muerte en persona, nos ha dado la palabra «eutanasia», «muerte buena». Los romanos la llamaban MORS, de mortales, mortuorio o mortificación.
Estos nuevos seres eran extremadamente aterradores y repugnantes. Dejaron en la creación una marca horrible pero necesaria, dado que por lo visto el mundo nunca ofrece nada que valga la pena sin proporcionar a su vez una espantosa contrapartida.
Se dieron, sin embargo, tres encantadoras excepciones:* tres bellas hermanas, las HESPÉRIDES (ninfas del ocaso e hijas del lucero vespertino). Proclamaban a diario la llegada de su madre y de su padre, pero con un suave fulgor dorado más que con el tenebroso negro de la noche. Su momento es lo que los cámaras de cine denominan hoy «la hora mágica», cuando la luz se encuentra en el apogeo de su embrujo y de su belleza.
Esta fue, por tanto, la descendencia de Nix y Érebo, que incluso en ese instante cubría la tierra con la oscuridad de la noche mientras Gea yacía a la espera de su marido para lo que confiaba en que fuese su último encuentro y Crono acechaba en las sombras de aquel recoveco en el monte Otris, con la enorme guadaña firmemente aferrada.
Urano castrado
Finalmente, Gea y Crono oyeron llegar desde poniente el ruido de unas tremendas pisadas y sacudidas. Las hojas de los árboles temblaron. Crono, apostado en silencio en su escondrijo, no tembló. Estaba listo.
–¡Gea! –rugió Urano al aproximarse–. Prepárate. Esta noche vamos a engendrar algo más que mutantes centímanos y monstruos monoculares...
–¡Ven a mí, hijo magnífico, divino marido! –exclamó Gea, con lo que Crono consideró una demostración de avidez desagradablemente convincente.
Los horrendos sonidos de un babeo, un magreo y un gruñir lujuriosos le dieron a entender a Crono que su padre se afanaba en alguna suerte de prolegómeno.
Dentro de aquella oquedad, Crono inspiró y espiró cinco veces. En ningún momento sopesó la moralidad de lo que estaba a punto de hacer, centraba sus pensamientos únicamente en las tácticas y en la espera del momento idóneo. Con una honda inspiración levantó la enorme guadaña y salió de su escondite ágilmente de costado.
Urano, que se disponía a tumbarse sobre Gea, quedó a sus pies con un irritado gruñido de sorpresa. Avanzando con serenidad, Crono echó atrás la guadaña y la dejó caer trazando una inmensa curva. La hoja, silbando en el aire, sajó limpiamente los genitales de Urano.
El cosmos al completo pudo oír el colérico grito de dolor, angustia y rabia de Urano. Jamás en la breve historia de la creación se había oído un ruido tan ensordecedor ni tan pavoroso. Todas las criaturas vivientes lo oyeron y tuvieron miedo.
Crono se abalanzó con un obsceno grito triunfal y agarró el trofeo chorreante antes de que llegase a tocar el suelo.
Urano cayó retorciéndose en un sufrimiento inmortal y chilló estas palabras:
–Crono, el más vil de mi prole y el más vil de la creación entera. El peor de los seres, más infame aún que los feos cíclopes y que los asquerosos hecatónquiros, con estas palabras yo te maldigo: Que tus hijos te destruyan así como tú me has destruido a mí.
Crono bajó la vista hasta Urano. Sus ojos negros no expresaban nada, pero su boca se curvó en una sombría sonrisa.
–No tienes poder para maldecir, papaíto. Tengo tu poder entre las manos.
Meneó ante los ojos de su padre los macabros despojos de su victoria, reventados y viscosos por la sangre, rezumantes y resbaladizos de simiente. Con una carcajada, echó el brazo atrás y lanzó el fardo de genitales lejos, tan lejos como pudo. Sobrevolaron las llanuras de Grecia y el mar