Entre dos polvos
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Porque Entre dos polvos es eso… ¡UNA TEMPESTAD DE VIENTOS ALISIOS!
José Luis Riverón Rodríguez
José Luis Riverón Rodríguez (Cuba, 1964). Poeta, escritor, sociólogo y pedagogo cubano que labora como profesor de Historia y español. Tiene en su haber varios libros dirigidos fundamentalmente a niños y jóvenes: Scherezada y el lucero, (novela fantástica), Bolita de fango, (novela), Incómoda Ciudad, (poesía) El reino perdido de La Zapatucia, Paparrucha, Entre dos polvos, La corte de los lobos (cuentos), Cocotazo, Sopapo y Soplamocos en el Bosque de NoSéDónde, y Un genio en el país de los tilingos, (narrativa para jóvenes). Su obra ha sido difundida ampliamente por la programación infantil y juvenil de la radio y la televisión de su país. Algunas revistas foráneas han publicado cuentos y poemas suyos y varios artículos han sido difundidos por las páginas web de periódicos nacionales e internacionales.
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Entre dos polvos - José Luis Riverón Rodríguez
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Derechos reservados © 2019, respecto a la primera edición en español, por:
© José Luis Riverón Rodríguez
© Editorial Guantanamera
ISBN: 9788417283858
ISBN e—book: 9788417283100
Producción editorial: Lantia Publishing S.L.
Plaza de la Magdalena, 9, 3 (41001-Sevilla)
www.lantia.com
IMPRESO EN ESPAÑA – PRINTED IN SPAIN
A los incomprendidos…
El disparador
Recorro el local que está repleto, mi exmujer y enemiga confesa ha cumplido con venir, sé que lo hizo por el niño, teje y se mece en el sillón y sonríe maliciosa; mis hermanas cuchichean del destino del dinero del premio en España que no ha llegado, y se disputan la PC; mi hijo muestra entusiasmado el celular que acaba de heredar aún con los contactos de su dueño anterior, y la completa recarga de Miami; la sabrosa vecinita rubia, mi segundo objeto de perdición, no pierde la ocasión para cogerse las bembas con la del quinto piso detrás de las arecas; el sindicato ha cumplido también enviando a mis íntimos enemigos que están, con hocicos de rata y rostros aburridos.
Pero, ay, sorpresa. El primer objeto del deseo, mi pasaporte al infierno, la causa del infarto, mi boleto hacia el disparador y el mira hueco, la culpable de yo matarme hasta embarrar mi mano de sangre blanca escupida hacia su pared de madera llena de rendijas, la culpable de sentirme rico cada vez que ella se baña, la de las nalgas formidables y las teticas dulces, la que me fuerza a la lascivia y el pecado, cuya escultura me acaba de borrar del universo, ella está aquí… ¡Yanelis está aquí, ha venido también!
Bajo mi portañuela acaba de despertar un niño travieso, que endurece su cerviz y crece descomunal, y entonces yo, evitando el gentío que ha venido por mí, corro hacia la caja de madera forrada de poliéster negro, vuelvo a meterme dentro, me tiendo bocarriba y me masturbo tranquilamente, todavía con la imagen de la hembra en mis pupilas, y mi fuerte respiración empañando el cristal que tengo arriba.
Noche de paz, noche de amor
Villancico al crepúsculo. Cuando tenías las carnes duras y olías a fresa me pasabas por el lado y nunca me mirabas, eras la perfecta de la escuela, todos querían hablar con la rubia del fondillo grande y ojos que arrebataban, la de la voz sensual, la presidenta del colectivo; todos querían tener de amiguita a la más inteligente del internado, y eras la adulona del director y le traías aguacates y quesitos los domingos en el regreso al pase, y a mí no me mirabas, y si lo hacías era con la ironía de quien mira un artefacto anacrónico en aquella escuela; yo era flaquito y feo y tenía granitos en la cara y andaba con un par de botas y los amigos tuyos eran lindos y tenían tenis blancos…
Ya eres un pedazo de carne fofa, tienes arrugas en la cara, tus ojos no me dicen nada, eres la directora de una escuela secundaria y tal vez para tí abunden aguacates y quesitos, ha pasado el tiempo como un ciclón por tí, y ahora que tu hija es la que es… un tronco de mujer rubia y culona con ojos arrebatadores, para qué coño me miras tú… cuando es ella la que me ha comprado un granizado de fresa. Déjame despacharle y no sentir esa fresa que me trae tu ayer. Déjame piropearla tranquilamente, Alba, que ya tu alba pasó. Ahora que somos dos viejos, para qué coño me sonríes…
Villancico a medianoche. La curandera –nada de negra sino blanca por cierto— y nada de mi yija tú tá tené muchachita embrujá, sino en una jerga habanera de ciudad, después de escupir medio tabaco, y Romeo y Julieta de shopping por cierto, que había triturado entre los dientes, y guardándose setenta y dos pesos —no en cubano sino en yanqui—, y dos canecas de Havana Club –nada de coronilla barata— le dijo a su cliente:
—Ay, mi yunta, tu hija lo que tiene ej un brujo, mi chiquitica. No ej que esté muerta con el comemierda ese que tú dice´ que ej un vómito ´e perro, no ej pa tanto, mi socita, lo que pasa ej que el güevoncito tiene gracia y tiene su cosa y eso, pa´ sonsacar chamacas, pa´ embobecer a las puticas bobas de nosotras, puedo percibirlo yo que soy la candela e´ centrohabana… y como tu ratoncita ej cabezona va a seguir güeliéndole el culo a él, lo veo aquí, pero lo mío me dice que está como hipnotizá´, él va a seguir dándole vuelta´ y seguirá envolviéndotela con su brujería…y prepárate, chica, que tu hija va a ser hechizá´ con algo gordo, que tiene que ver con el mar, con algo que viene del agua salá´…pero despué´… ¡créeme, que lo mío no falla! Despué´… le dará calabaza y boniato y el sembrao´ completo…
Diciembre le sorprende a él escondido en la rústica casita de Playa Rosario, a donde los boinas rojas no solían llegar; para estar fugado del servicio militar, buscado por un pelotón de las fuerzas de prevención, el joven desertor no pudo hallar refugio más estratégico en su corta vida de soldado. Las provisiones venían de la ciudad, cada día a las cinco de la tarde y desafiando a su madre, la novia se bajaba de la ciento once con pertrechos y noticias, el ómnibus era esperado con ansiedad.
Esta Navidad iba a ser distinta, solos ellos dos, comiendo profusamente camarones con galletas. Una inmensa fuente de camarones, previamente hervidos en cerveza, y luego pelados y polvoreados con pimienta y sal, y revueltos en mayonesa, puestos en una discreta mesa solo adornada por un pequeño pesebre que él hizo con la cáscara de media toronja rellena con algodón y un niño Jesús hecho con masa de pan viejo humedecido, un crucifijo, y dos flores de majagua silvestre puestas en un vasito con agua, constituían todo lo necesario en aquella discreta Nochebuena para dos. Ella lucía muy conmovida, le pareció tan hermosa aquella sencillez, tan sublime, tan sobrecogedora…Y entonces él, tenedor en mano a guisa de micrófono, habló a una imaginaria multitud:
—¡Eh, locos, escuchen todos…! No es que Jesús haya nacido un veinticuatro, sé que eso la biblia no lo dice, pero todos sabemos que sí nació, y eso ocurrió un día. ¡No importa la fecha…! ¡Lo cierto es que nació, y vamos a celebrarlo!
Ella rió del orador con oyentes irreales, y se acercó y lo calló con un beso…
Comieron, y ella no salía de su éxtasis, cuánta maravilla le deparó aquella incomparable cena. Y cuánto sexo, cuánto polvo sacudido dentro de aquella noche…
Una botella de vino de arroz que él mismo fabricaba, y una gran jarra de cristal que había contenido cerveza barata de la pipa, vacías, solo tres o cuatro trozos de camarones y un picotillo de galletas, y una novia rendida en el sofá, era el reducto de la fiesta en la escena matutina. Los recuerdos divagan en su mente. Ahora que se ha producido la ruptura, y ha sido acusado por su suegra de brujo y hechicero, recuerda las palabras de la muchacha cuando el sol salió, y él trataba de levantarla suavemente del sofá, y le escuchó decir entonces, aun dormida y con la lengua enredada por el vino: los camarones…la culpa es de los malditos camarones… Palabras que él nunca entendió, pero jamás preguntó el significado.
La hija, al oír de su mamá el dictamen de la curandera luchadora moderna de Centro Habana, rió expresando: -¡Yo no creo en brujería, mami! Él me gusta y punto. No es todo lo malo que tú dices…de veras que no, tú no lo conoces. Él es maravilloso…es… ¡encantador! Sin embargo, aunque supo disimularlo bien, no pudo dejar de