Escenarios para el fin del mundo: Relatos reunidos
5/5
()
Información de este libro electrónico
En esta reunión de relatos que abarcan toda su carrera, Bef se asoma a la imaginación, la ciencia ficción y la ficción especulativa para invitarnos a entrar en las orillas que separan la realidad de nuestros miedos. Desde los apocalipsis que dejan al mundo despoblado hasta la invasión de animales salvajes y extraterrestres, pasando por el regreso a nuestros tiempos de algunas figuras históricas inquietantes, las historias aquí contadas retratan con fineza y sentido crítico la vida contemporánea llevada a sus últimas consecuencias.
Lee más de Bernardo "Bef" Fernández
Tiempo de alacranes Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Monstruo bajo la cama solicita niño que asustar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAzul cobalto Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Hielo negro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con Escenarios para el fin del mundo
Libros electrónicos relacionados
La guerra de los mundos (texto completo, con índice activo) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los viajeros: 25 años de ciencia ficción mexicana Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuello blanco Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCiudad Fantasma: Relato Fantástico de la Ciudad de México (XIX-XXI) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El ataque de los zombis: (Parte mil quinientos) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5No nos extrañará el sistema Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCarne de ataúd Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mar negro Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Si viviéramos en un lugar normal Calificación: 4 de 5 estrellas4/5¿Hay vida en la Tierra? Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesJaulas vacías Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los niños de paja Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Profesores, tiranos y otros pinches chamacos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEsbirros Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Iras celestiales Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas increíbles aventuras del asombroso Edgar Allan Poe Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La noche en la zona M Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Emergencias. Cuentos mexicanos de jóvenes talentos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Sombras detrás de la ventana: Cuentos reunidos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un año de servicio a la habitación: Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola 2019 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEntre noches y fantasmas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Belleza roja Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El apocalipsis: (todo incluído) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNadie encontrará mis huesos Calificación: 3 de 5 estrellas3/5La Piedra de las Galaxias Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesProletkult Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Suelten a los perros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMantén la música maldita Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Hematoma Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El libro de los dioses Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Relatos cortos para usted
El reino de los cielos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Vamos a tener sexo juntos - Historias de sexo: Historias eróticas Novela erótica Romance erótico sin censura español Calificación: 3 de 5 estrellas3/5EL GATO NEGRO Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Desayuno en Tiffany's Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Perras de reserva Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Periferia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Las cosas que perdimos en el fuego Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El ruiseñor y la rosa Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Magia negra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesA las dos serán las tres Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El huésped y otros relatos siniestros Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El profeta Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Hechizos de pasión, amor y magia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos de Canterbury: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentos infantiles de ayer y de hoy Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos para niños (y no tan niños) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5¿Buscando sexo? - novela erótica: Historias de sexo español sin censura erotismo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El césped Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Donantes de sueño Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las mujeres malas tienen mejor sexo - historias de Erótico calientes: Sexo y erotismo para mujeres y hombres. Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl diablo en la botella (Un clásico de terror) ( AtoZ Classics ) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos de horror Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentos. Antón Chéjov Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un lugar soleado para gente sombría Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La paciencia del agua sobre cada piedra Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me encanta el sexo - mujeres hermosas y eroticas calientes: Kinky historias eróticas Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Alguien que te quiera con todas tus heridas Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los divagantes Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El diosero Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Pelea de gallos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Comentarios para Escenarios para el fin del mundo
6 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Chingón Bef. Muestra de ciencia ficción mexicana de primer nivel.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una joya de la literatura mexicana. En tiempos de COVID está Perfecto. Gracias Bernardo BEF.
El fin del mundo se acerca... o ya sucedió... o está sucediendo?
Vista previa del libro
Escenarios para el fin del mundo - Bernardo "Bef" Fernández
aullando.
I
LAS ÚLTIMAS HORAS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS
Earth died screaming…
TOM WAITS
La gasolina se acabó apenas pasamos la esquina de Reforma y Bucareli. La moto pareció tener un ataque de tos y luego se apagó. Nada más. Wok mentó madres, intentó volverla a arrancar como si estuviera descompuesta; la pateó furioso, negándose a aceptar que se había terminado nuestro boleto.
—Pinche Aída, ¿de qué te ríes? –me dijo, mitad enojado, mitad divertido. Yo siempre me estoy riendo.
Dejamos la moto a los pies del Caballito de Sebastián. Antes era una escultura amarillo brillante; ahora es una mole herrumbrosa que obstruye Reforma, como casi todas las demás estatuas que habíamos estado jugando a esquivar desde que nos encontramos la moto.
Sin decir palabra, Wok trepó por el cadáver del monumento. Buscó desde arriba algún otro auto o vehículo que pudiéramos robarnos. U ordeñarle gasolina.
—Nada –murmuró desde su puesto de vigía.
A lo lejos se oían algunas explosiones, ya muy pocas.
—A caminar, mi reina –me dijo al bajar.
Llevábamos las patinetas colgadas entre los tirantes de las mochilas, y dentro de éstas, todo lo que nos quedaba de antes del colapso. No era mucho ni muy pesado, pero íbamos a extrañar la moto.
Teníamos unas dos horas de luz. Buscamos entre los edificios alguno que no se viera muy dañado. Los mejores ya estaban ocupados. Finalmente encontramos un hotel que parecía seguro.
Dentro estaba arrasado. Las alfombras y el tapiz habían sido arrancados, no sé si como vandalismo o rapiña. Como siempre, nadie había subido a los pisos superiores por flojera de las escaleras. Wok y yo no hablamos, temiendo que hubiera alguien más. Al final, el edificio resultó estar vacío.
Encontramos cuartos intactos en los últimos pisos.
—Qué raro –dijo Wok.
Ocupamos una habitación que daba a la calle. Ya había anochecido. Todo estaba oscuro, ni siquiera se veían las fogatas que a veces brillaban en los edificios.
Nos sentimos muy solos.
Descubrí que había agua caliente corriendo por la tubería. No lo pensé y tomé un baño. Hacía mucho que no me daba ese lujo. Wok se me unió al poco tiempo, después de atrancar la puerta. Yo tallaba su espalda tatuada mientras él jugaba con los anillos de mis pezones. Pensábamos que el agua se terminaría en poco tiempo. No fue así. Cuando eyaculó entre mis manos enjabonadas el chorro seguía cayendo.
—No lo entiendo –dijo mientras nos secábamos con las toallas que encontramos–, aquí todo está tan… bien.
Yo me reí.
—Eres un bobito paranoico. Gózalo y ya.
—Es que no es normal. Si yo hubiera estado aquí desde el principio, no me iría. Lo defendería.
—A la mejor se cansaron de esperar el Chingadazo. Como todo el mundo.
Wok no contestó. Nos quedamos viendo por la ventana hacia la oscuridad que nos ofrecía Reforma. Luego nos dormimos.
El llanto de Wok me despertó. Se revolvía entre las sábanas, las primeras sábanas limpias en las que habíamos dormido en semanas. Su sueño, como siempre, era intranquilo. Al final se levantó gritando. Estaba cubierto de sudor.
—Calma. Todo bien –dije.
—Es… la pesadilla. La puta pesadilla.
—Eso pensé.
Hundió su rostro entre mis rodillas, sollozando. Murmuraba algo que no podía entender.
—¿Qué?
—El Chingadazo. Ya viene. Está cerca, lo puedo sentir.
Me reí.
—No es chistoso, Aída. Ahora sí ya valió madres. Se acabó el mundo.
Volví a reír. Dije:
—Se ha estado acabando hace meses. Y no pasa nada. No tendría por qué pasar ahora mismo.
La pesadilla había empezado a atormentar en masa a los niños pequeños. Decían sentir el dolor de millones de personas a punto de morir, aunque eran incapaces de recordar ninguna imagen. Después lo empezaron a soñar más personas: adolescentes, ancianos. Pronto se convirtió en una señal más de la llegada del fin. Yo no recordaba haberlo soñado. Nunca recuerdo mis sueños.
Abracé a Wok, que se acurrucó en mis brazos. En poco tiempo volvió a quedarse dormido.
Nos despertó el ruido de una procesión que marchaba hacia el norte por Reforma. Me imagino que irían hacia el cerro del Tepeyac. Desde que se supo lo del meteorito, la Villa se había convertido en el destino obligado de los miles de sectas surgidos ante la desesperación del final.
Cuidando no ser vistos, nos asomamos a la ventana para verlos pasar. Eran miles, todos sufrían las consecuencias de una larga peregrinación. Sentí pena por ellos. Wok los observaba en silencio.
Al frente, cuatro sujetos llevaban cargando un trono en el que su profeta hablaba por un altavoz recogido de la basura. Lo reconocí inmediatamente, era Rodrigo D’Alba, un presentador de espectáculos de la televisión. Ahora vestía una túnica. Se había dejado crecer el cabello pero era inconfundible.
—Uno más que resuelve su vida –dijo Wok, quedito. Muchos actores y cantantes habían creado sectas así. Cuando el último de la caravana salió de nuestro ángulo de visión, Wok se levantó para decir:
—Bueno, vamos a buscar algo para desayunar.
Encontramos que en la cocina del hotel había una despensa bastante bien surtida, lo que aumentó la paranoia de Wok («Todo está demasiado bien, demasiado bien, carajo», repetía como un mantra). A mí sólo me dio hambre. Al final cocinó unos huevos foo-yong con camarones. Wok es medio chino, y cuando hay con qué cocina muy bien.
Comimos en silencio; él, temiendo que el olor atrajera a alguien indeseable. Estábamos hambrientos. Cuando acabamos, salimos para recuperar la moto. Lo que quedara de ella.
Afuera todo se sentía muy tranquilo; ya no se oían explosiones. Todos pensaban que la ciudad abandonada se convertiría en un campo de batalla. En realidad fue peor.
Ahora parecía que todo el mundo se cuidaba de no toparse con nadie. Con bastante éxito.
No quedaba nada de la moto. Algunos chatarreros debieron levantarla por la noche. Había sido bonito mientras duró.
Wok volteó hacia el cielo. En lo alto, el meteorito se veía como un puntito brillante, apenas del tamaño de un pixel. Nadie se imaginaría que iba a acabar con nuestro planeta.
—¿Crees que el Chingadazo tarde mucho todavía?
—No sé. Supuestamente deberíamos estar muertos.
—¿Cómo sabes?
Abrí una de las bolsas de mi mochila para mostrarle mi reloj de cuarzo. Lo tenía desde antes de que todo se derrumbara. Gracias al reloj no había perdido la noción de los días, como casi todos los demás. Con un poco de suerte la pila duraría hasta el impacto. Quizás un poco más.
—Ya tendría que haber sucedido –le informé–; algo falló. Hace dos semanas que estamos viviendo tiempo extra.
Wok no contestó. Abandonamos el lugar.
Sobre Reforma encontramos un hombre mayor vestido de traje en la parada del camión. Parecía ir desarmado, aunque nunca se sabía. Wok sacó su navaja de resorte; yo, mis chacos. Nos acercamos.
—Buenas –saludó Wok.
—Buenas tardes –contestó el hombre. Era un anciano.
Su ropa era vieja; aunque parecía bastante usada, iba impecable, con la camisa planchada y la corbata perfectamente anudada.
—¿Espera a alguien? –pregunté, por romper el silencio.
—No, señorita, sucede que no pasa mi camión.
Wok se rio. A mí, por primera vez en mucho tiempo, la situación no me pareció chistosa.
—¿Está loco? No ha pasado un solo camión hace meses. No va a pasar.
El hombre encaró a mi novio con total seriedad.
—Jovencito, eso no es pretexto.
—¡…!
—Pretexto… ¿para qué? –pregunté.
—Para no ir a trabajar, por supuesto.
Nos quedamos mudos. El hombre nos observaba como si los que estuvieran locos fuéramos nosotros.
—Señor, el mundo se está acabando…
—Mire, joven, éste es un país de instituciones. Si el camión no pasa en cinco minutos, me voy caminando, como todos los días. Punto. No vamos a permitir que nos rebasen estas cosas. Los mexicanos somos más grandes que cualquier desgracia. Ya lo vivimos en el temblor del 85.
No sabía qué decir. La sonrisa había desaparecido de la cara de Wok.
Sólo atinamos a esperar junto con el hombre.
Cinco minutos esperando un camión que nunca iba a llegar.
—Bien, esto no tiene para cuándo. Me voy caminando. Con permiso.
Lo vimos alejarse, confundidos, hasta que se perdió entre los escombros, camino al Centro.
Sin cruzar palabra, echamos a andar hacia el norte.
En el cielo, el meteorito había crecido. Se veía más grande que el sol.
Decidimos patinar. Evitamos hacerlo muy seguido para no gastar las llantas, pero no había moto y seguramente no encontraríamos nada parecido. La ocasión lo ameritaba.
El silencio era casi estruendoso. Recorrimos un largo trecho sin cruzar palabra. El único sonido ambiental parecía ser el de nuestras patinetas. A medida que avanzábamos, el paisaje –formado por edificios en ruinas y chatarra– parecía repetirse cíclicamente, como la escenografía de una vieja caricatura de Scooby-Doo.
Después de mucho rato llegamos a la zona boscosa. Los troncos resecos que quedaban de ella.
Pasamos por una estatua que no había sido derribada. Estaba llena de grafiti.
—Espera –dijo Wok. Nos detuvimos.
—Un héroe nacional –dije.
—No, éste era candidato a presidente, pero lo mataron.
—¿Y no es mérito suficiente?
—Supongo que sí. No hay mejor presidente que uno muerto. Ha sido el mejor de este país.
Nos reímos. Wok sacó de su mochila la última lata de spray que le quedaba. La agitó y pintó sobre la placa: ME VALE MADRE.
—Qué chistoso –dije cuando terminó.
—¿Qué?
—El futuro siempre parece mejor cuando no sucede. Como este tipo, que tiene una estatua por algo que no llegó a ser.
—Cualquier futuro es mejor que el nuestro. Y sí va a suceder.
Se refería al meteorito.
—Claro que no. ¿Te hubiera gustado crecer, quedarte pelón, convertirte en un ruco, decirles a los chavos que la música de tu tiempo era mejor?
—¡Yo no hubiera hecho eso!
—Claro que sí. Todos lo hacen. Mis papás eran punks. Ve cómo acabaron: uniéndose desesperados a la peregrinación de Vicente Vargas en busca de la Tierra Prometida de Aztlán. Vargas ni siquiera cantaba rock, sino ranchero.
Wok no dijo nada.
—No vivirás tu propia decadencia, disfrútalo –me di la vuelta para seguir patinando. Wok se quedó pensando un momento, luego se me emparejó.
—Perra. Siempre tienes la razón.
La vida no es tan cruel como dice Wok. No puede serlo. Tampoco es como lo que venden los gurús de la superación personal. No es cebolla cruda ni pastel de cerezas.
Es agridulce como el amor. Dulce como el querer, agria como el dolor.
Pero a veces da sorpresas. Ahí, literalmente a la vuelta de la esquina, esperándote para brincar hacia ti diciendo: «Hola, por una vez lo que hay para ti es una sorpresa agradable».
Así fue encontrar el coche. Un modelo eléctrico, de esos supercompactos de lujo, esperándonos al pie de la fuente de los petroleros, como si lo hubiéramos rentado por teléfono. Un Matsui del año, plateado.
Desde luego, Wok pensó que era una trampa. Al principio no se quiso acercar. Ahí nos quedamos largo rato, observando el auto, esperando a que sucediera algo, alguna desgracia amarga.
No pasó nada.
Cansada de esperar,