El ejercicio de pensar
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Algunas ideas del Autor presentes en el libro: 1,- Estamos en una coyuntura crucial para el pensamiento y las ciencias sociales en Cuba. Es probable que la sociedad esté viviendo el final de la etapa que se inició en los primeros años noventa, la tercera desde el establecimiento del poder revolucionario en 1959. El momento está caracterizado por una combinación de fortalezas extraordinarias y debilidades graves, un gran número de tensiones y contradicciones, y algunas paradojas. El país sigue erguido, en la defensa perenne de su soberanía y su organización basada en un gobierno de justicia social, pero existe un malestar sordo, relacionado con las carencias materiales y de servicios que se sufren; quizás no sean los sectores que más duramente los padecen los más conscientes de esa situación. 2,- Otra vez será imprescindible pensar el presente y el proyecto, investigar los hechos, los procesos, las tendencias, determinar lo que es significativo y por qué, entrar con la manga al codo en la materia social. Insisto en que contamos con una masa muy notable de profesionales capacitados y de trabajos muy serios, y con centros de investigación y docencia. Pero el número de personas y de instituciones no será decisivo para las tareas que vienen, ni lo serán la organización, los hábitos de dirección y el planeamiento existentes. Es sumamente doloroso constatar cómo tanta calidad profesional y humana puede no traducirse en logros. Los trabajos valiosos suelen chocar con estructuras impermeables, y una colusión espuria reúne a los que establecen o mantienen las prohibiciones a la investigación y la censura a lo que se publica, con los indiferentes a lo que no sea su interés personal o de grupo. Como resultado de las necesidades y la cultura acumulada se producen curiosas mezclas de positivismo e ideología mercantil con autoritarismos y dogmas. 3,- Tengo una confianza muy honda en las reservas morales, intelectuales y políticas de los científicos sociales cubanos. Por eso evito la hipocresía y la complacencia, que esconden el desprecio antintelectual de los que quisieran que estas tareas fueran solo un adorno, o una molestia tolerable.
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El ejercicio de pensar - Fernando Martínez Heredia
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Edición: Denise Ocampo Álvarez
Corrección: Pilar Jiménez Castro y Esther Pérez Pérez
Diseño de cubierta: Ricardo Rafael Villares
Diseño interior y composición: Xiomara Gálvez Rosabal
Emplane y conversión a ebook: Idalmis Valdés Herrera
© Ruth Casa Editorial, 2008
© Sobre la presente edición:
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Para Esther Pérez
Índice de contenido
NOTA DEL AUTOR
PENSAMIENTO SOCIAL Y POLÍTICA DE LA REVOLUCIÓN
EL PODER DEBE ESTAR SIEMPRE AL SERVICIO DEL PROYECTO
PALABRAS AL RECIBIR EL PREMIO NACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES
CIENCIAS SOCIALES Y CONSTRUCCIÓN DE ALTERNATIVAS
NECESITAMOS UN PENSAMIENTO CRÍTICO
PROBLEMAS DEL ENSAYO CUBANO EN LOS AÑOS NOVENTA
¿RENOVAR LA HISTORIA POLÍTICA?
INTRODUCCIÓN A LA REVOLUCIÓN POSPUESTA, DE RAMÓN DE ARMAS
EL EJERCICIO DE PENSAR
Teoría, ideología, espíritu de partido
Marxismo y revolución en América Latina
Problemas y perspectivas
Datos del autor
NOTA DEL AUTOR
La tarde del 3 de julio de 2007 leí El pensamiento social y la política de la revolución
en el Instituto Superior de Arte. Una conferencia en una institución universitaria, es decir, algo usual, casi manido. Pero no era así, por tres razones.
En primer lugar, fue la quinta conferencia de un ciclo organizado a partir de dos hechos insólitos.
Al inicio del año, la televisión cubana presentó a algunas personas que fueron funcionarios responsables en instituciones culturales en los primeros años setenta, en programas laudatorios en los que no se introdujo ningún matiz crítico. De inmediato se desató una protesta protagonizada por escritores y artistas de renombre, que con razón consideraron ese hecho perjudicial al desarrollo de la cultura y la convivencia entre todos dentro de la Revolución, y ofensivo para los que sufrieron a consecuencia de los graves errores, retrocesos y abusos de poder acontecidos en esos años. Resultaba inexplicable —y nunca se explicó— por qué aquellas presencias en ese momento, el menos oportuno.
El otro hecho insólito, a la larga mucho más trascendente, ha sido el vehículo utilizado por los protestantes: el correo electrónico. Esa nueva forma de comunicación que llegó a nosotros hace unos quince años había mostrado numerosas virtudes, pero no la de contribuir a democratizar espacios públicos mediante la información y el intercambio entre miles de personas acerca de cuestiones cubanas muy sensibles y de interés cívico y político. Este hecho, que dice mucho de las potencialidades revolucionarias del alto nivel cultural alcanzado por los cubanos, es más relevante si se compara con el silencio que —como si nada sucediera— hicieron durante todo este proceso los medios de comunicación establecidos. El carácter impermeable de esos medios ante las críticas fue sacudido por la aparición de esta alternativa, que muy pronto mostró un saldo muy favorable a la Revolución. A finales de este 2007 ya nadie concibe que se prescinda de ese vehículo.
Un viento muy saludable recorrió el país cuando los recuerdos acerca de hechos dolorosos y mezquindades fueron pronto rebasados por el análisis de hechos pasados y presentes, y aparecieron opiniones acerca de las políticas culturales, la naturaleza y los papeles de los medios de comunicación, la cultura en la Revolución, los deberes de aquellos que ocupan responsabilidades y los de los intelectuales, y hasta problemas de mayor alcance en cuanto a la vida cotidiana, la economía y la política nacionales. La dirección del Ministerio de Cultura asumió una postura singular: convocar a reuniones para discutir lo que estaba sucediendo. Con la colaboración de cierto número de personalidades, auspició una iniciativa de la revista Criterios —un ciclo de conferencias que serían mensuales—, dirigida a crear un espacio de debates e informaciones que pudiesen compartir al menos varios cientos de personas. La revista divulgaría las conferencias de cada sesión a otros miles, mediante el correo electrónico. El 30 de enero comenzó el ciclo en la Casa de las Américas, en medio de gran entusiasmo y expectación.¹ Desde febrero, las actividades se mudaron para el Instituto Superior de Arte.
La segunda causa de que resultara inusual aquella conferencia del 3 de julio era su tema, expresado en el título. Desde el inicio, los organizadores del ciclo habían decidido incluir —a mi juicio, con muy buen tino— una conferencia sobre el pensamiento social y las ciencias sociales. Estas disciplinas, y las cualidades humanas que deben acompañarlas, tienen siempre una enorme incidencia en los campos de la cultura, de la organización social, de sus permanencias y cambios; cuando no cumplen esas funciones suyas, el hecho resulta también de una significación notable. En un país como Cuba —envuelto desde hace medio siglo en un perenne batallar por la libertad y la justicia social, por su soberanía y por la liberación humana de todas las dominaciones— la necesidad y el valor del pensamiento y las ciencias sociales se multiplican. Ellos forman parte, por tanto, de la historia y los avatares de la cultura en la Revolución, y han vivido procesos muy complejos y difíciles; en los primeros años setenta recibieron muy duros golpes, coincidentes en el tiempo con los hechos a los que se refiere el movimiento iniciado en enero. El lugar de estas disciplinas en la Revolución y la necesidad de que la sociedad y la política luchen por su desarrollo solo pueden ser desconocidos por quienes crean que estas realidades pueden dividirse en parcelas y asignarse de modo exclusivo a sectores
.
Sin embargo, existió una prevención en algunos medios contra la presencia de esta conferencia en el ciclo, por entender que la cultura
y las ciencias sociales
son dos campos ajenos, cuyos asuntos y gobiernos deben marchar separados; por consecuencia, Cultura
no debía inmiscuirse en el territorio de Ciencias Sociales
. Tampoco faltó un prejuicio que, inexplicablemente, se niega a perecer: sostener que la presentación y el debate de problemas reales y de criterios diferentes entre revolucionarios no es conveniente y debe ser evitado, porque perjudica a la unidad
e incluso puede ser aprovechado por nuestros enemigos
. En el mejor caso, esa actitud expresa un error relacionado con una de las virtudes cardinales de nuestro proceso —la unidad—, y con hábitos defensistas dentro de una revolución que no ha podido bajar la guardia ni un solo día. Pero en muchos casos ella es un pretexto para el autoritarismo, el silenciamiento de los criterios de revolucionarios y la defensa de intereses espurios. Ya es indispensable que los aquejados por ese prejuicio, entre los que ejercen funciones, se libren de él, y nos libren a todos de sus efectos.
Una tarea inmediata para hacer realidad el reclamo de una cultura del debate, y que esta no sea reducida a una frase atrayente, pero vacía, es abolir dos posiciones erróneas: negar el derecho a otros a expresar sus criterios, creerse dueño de las ideas y las informaciones; ignorar los argumentos y las ideas del otro, si a pesar de todo este los expresa, y condenarlos al silencio de su no divulgación.
La tercera razón de que la conferencia del 3 de julio resultara insólita era el propio conferencista. Comencé a trabajar en esas disciplinas cuando era muy joven, y las he venido cultivando con dedicación hasta hoy, aunque casi siempre las he compartido con otras prácticas de la Revolución. Hice todo lo que pude en ellas y por ellas durante la primera etapa del proceso, y las circunstancias me llevaron a asumir responsabilidades. Al terminar aquella etapa, al inicio de los años setenta, mantuve mis ideas y mis convicciones, y me atuve a las consecuencias. Desde la segunda mitad de los años ochenta he vuelto a tener actividades intelectuales públicas. De inmediato participé activamente en el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas y en la recuperación del pensamiento del Che. En estos últimos veinte años he continuado las investigaciones y reflexiones sobre las realidades cubanas —labor que inicié en los años sesenta—, he ampliado y sistematizado la dedicación a la historia de Cuba, y me mantengo activo en temas sociales y políticos de América Latina, que trabajo también desde los años sesenta. Comparto esos trabajos con una incansable labor intelectual, en espacios públicos y junto a grupos que estudian, de exposición de mis ideas y otras que considero muy necesarias, de promoción del debate y la divulgación, de contribución a la formación de jóvenes. La mayor parte de esas tareas las realizo en Cuba, pero también en países de América Latina.
La guía de toda mi actividad intelectual es una militancia en defensa de la Revolución y el internacionalismo, y por una profundización del socialismo en Cuba. Entiendo que para ello es imprescindible poner a la causa por encima de lo personal, y pensar siempre con cabeza propia. Me ha dado resultado durante prolongadas situaciones adversas y también ante acontecimientos que parecían darme la razón. Por eso, para mí la conferencia del 3 de julio tenía un solo objetivo: a través del análisis de un campo de la vida intelectual y política, contribuir a un ejercicio de los criterios y un reclamo de participación política que están siendo muy positivos para la Revolución en la actualidad.
Organicé mi exposición a partir de tres líneas generales. Limitarme al pensamiento social y no abordar las disciplinas de ciencias sociales, ante el tiempo disponible, para no ser panorámico
o parcial. Ser en todo momento analítico y brindar mis juicios en fuerte nexo con esos análisis; no ser un narrador de los hechos y no utilizar anécdotas. Emplear expresiones meditadas previamente y excluir las adjetivaciones innecesarias para un propósito al que le di una importancia cardinal: favorecer y fomentar un diálogo. Está claro que mi posición es polémica. Dados el tema y la situación actual, si no fuera así, no valdría nada. Pero precisamente por eso, la radicalidad del contenido debía acompañarse de un tono comedido y centrarse en los argumentos.
La distinción que hago entre pensamiento social y ciencias sociales pudiera no necesitar comentarios, pero prefiero abundar a ser omiso. El pensamiento social, como lo entiendo, está vinculado a las concepciones más generales que se tengan de la materia social, desde los modos de emprender su conocimiento y las normas, conceptos previos y fronteras que se ponen a esos procesos intelectuales, y las pertenencias ideológicas de los implicados. Esas concepciones funcionan como claves de las comprensiones generales, grandes electores de los temas, presupuestos teóricos de los trabajos e influyentes sombras en sus conclusiones. El pensamiento social también está vinculado a los cuerpos epistemológicos más precisos, atinentes a terrenos especificados del conocimiento social, y a los discursos con que se manifiestan. El pensamiento social incluye trabajos acerca de determinadas materias sociales o de los propios procesos intelectuales, que tienen como objetivo analizar, darle vehículo a las intuiciones, buscar interrogantes, conocimientos, comparaciones e incluso pronósticos, y exponer en síntesis coherentes y eficaces el material al que se ha arribado y las ideas del autor. Su amplitud y alcance son determinados por sus temas y los objetivos del investigador, que a partir de sus necesidades utiliza y combina los campos y los instrumentos de conocimiento social a su alcance.
Con toda intención no hablé de filosofía en mi conferencia, sino de pensamiento social. Además de tratarse de dos cosas distintas, quise situarme lejos de la confusión permanente entre ambas