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La aurora en Copacabana
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Libro electrónico173 páginas1 hora

La aurora en Copacabana

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"La Aurora en Copacabana" es una joya literaria que nos lleva a un viaje por la devoción y el teatro del Siglo de Oro español. Escrita por Pedro Calderón de la Barca durante su período de senectud, entre 1664 y 1665, esta comedia se distingue por ser la única de tema americano creada por este aclamado dramaturgo español. Esta obra dramatiza la historia de la milagrosa talla de la Virgen de Copacabana, una pieza esculpida por el talentoso artista indígena Francisco Tito Yupanqui.

El contexto histórico y espiritual de la época cobra vida a través de esta trama teatral, que forma parte de la campaña de difusión del culto de la Virgen de Copacabana en España. Calderón de la Barca nos lleva a explorar la riqueza de la cultura y la fe en América, ofreciendo una perspectiva única y valiosa en la historia de la dramaturgia.

Inspirado por fuentes como la Historia general del Perú de Inca Garcilaso de la Vega y la Historia del Santuario de Nuestra Señora de Copacabana de Alonso Ramos Gavilán, Calderón tejó una narrativa que se basa en la libertad artística y la interpretación de la época. La pieza destaca la dimensión evangelizadora de la conquista del Perú, reflejando las ideas y creencias de su tiempo.

En la quietud de la lectura, sentirás la emoción de un teatro que trasciende culturas y épocas. "La Aurora en Copacabana" es más que una comedia; es un testimonio histórico y una obra que ilumina la devoción y la expresión artística de un período crucial en la historia de América y España.

Prepárate para sumergirte en esta cautivadora narrativa que te llevará a explorar la fe, el teatro y el encuentro de dos mundos en una amalgama de cultura y devoción. ¡Un destello de la historia que merece ser descubierto y apreciado en toda su grandeza!
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 mar 2023
ISBN9791222086408
La aurora en Copacabana
Autor

Pedro Calderon de la Barca

Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681) estudió con los jesuitas y completó su formación en las universidades de Alcalá de Henares y Salamanca. En su juventud participó en varias campañas militares, mientras daba inicio a su exitosa carrera como dramaturgo, llegando a ocupar el lugar hegemónico que había distinguido a Lope y a ser uno de los autores favoritos de la corte y la monarquía españolas. Vivió entre Toledo y Madrid. Se ordenó sacerdote en 1651 y fue nombrado capellán de honor del rey en 1663. Su obra dramática sobresale en multitud de subgéneros, desde las comedias más ligeras hasta los autos sacramentales, pasando por los dramas mitológicos o las tragedias de la honra, siempre con un lenguaje de alto vuelo poético y conceptual.

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    La aurora en Copacabana - Pedro Calderon de la Barca

    Jornada I 

    Dentro instrumentos y voces, y salen en tropa todos los que puedan vestidos de indios, cantando y bailando YUPANGUÍ, indio galán, un SACERDOTE, GLAUCA y TUCAPEL, y detrás de todos GUÁSCAR INGA, rey, todos con arcos y flechas

    YUPANGUÍ  En el venturoso día   

      que Guáscar Inga celebra   

      edades del sol, que fueron   

      gloria suya y dicha nuestra,   

      prosiga la fiesta.   

    MÚSICA                           Prosiga la fiesta,  5 

      y aclamando a entrambas deidades,   

      del Sol en el cielo, del Inga en la tierra,   

      al son de las voces repitan los ecos,   

      que viva, que reine, que triunfe y que venza   

    INGA  ¡Cuánto estimo ver que a honor  10 

      de la consagrada peña   

      que desde Copacabana   

      sobre las nubes se asientan,   

      en nacimiento de gracias   

      de haber sido la primera  15 

      cuna del hijo del Sol,   

      de cuya clara ascendencia   

      mi origen viene, os mostréis   

      tan alegres!   

    YUPANGUÍ                   Mal pudiera   

      nuestra obligación faltar  20 

      a tanta heredada deuda.   

      Cinco siglos, gran señor,   

      de dádiva tan excelsa   

      como darnos a su hijo   

      para que tú dél desciendas,  25 

      se cumplen; y hoy otros cinco   

      ha que cada año renuevan   

      la memoria de aquel día   

      todas tus gentes, en muestra   

      de cuánto a su luz debimos  30 

      y así no nos agradezcas   

      festejos que de dos causas    

      nacen hoy: una que seas   

      tú nuestro monarca, y otra   

      que al culto en persona vengas,  35 

      a cuyo efecto hasta Túmbez,   

      donde el Sol su templo ostenta,   

      a recibirte venimos,   

      diciendo en voces diversas.   

    ÉL y MÚSICA       Que vivas, que reines,  40 

           que triunfes y venzas.   

    INGA  De una y otra causa, a ti   

      no poca parte te empeña,   

      Yupanguí, pues que no ignoras   

      desciendes también de aquella  45 

      primera luz, por quien de Inga,   

      ya que no la real grandeza,   

      la real estirpe te toca.   

    YUPANGUÍ  Mi mayor fortuna es esa.   

    (Aparte.)

      Bien que mi mayor fortuna,  50 

      si he de consultar mis penas,   

      no es sino ser el felice   

      día en que a Guacolda, bella   

      sacerdotisa del Sol,   

      llegué a ver. ¡Ay de fineza  55 

      que al cabo del año un día   

      está con mirar contenta!   

    SACERDOTE  Pues en tanto que llegamos   

      a la falda de la sierra,   

      donde las sacerdotisas  60 

      deste templo es bien que vengan,   

      puesto que allá ha de ser hoy   

      la inmolación de las fieras   

      que llevamos encerradas,   

      para sus aras sangrientas,  65 

      prosiga el canto.   

    GLAUCA                           Bien dice.   

      El baile, Tucapel, vuelva.   

    TUCAPEL  ¿Es por mostrar, Glauca, cuánto   

      de hacer mudanzas te precias?   

    YUPANGUÍ  ¿Que siempre habéis de reñir?  70 

    LOS DOS  Pues, ¿quién sin reñir se huelga?   

    YUPANGUÍ  ¿Ni quién sino yo tendrá   

      para sufriros paciencia?   

    MÚSICA  Prosiga la fiesta,   

      aclamando a entrambas deidades,  75 

      del Sol en el cielo, del Inga en la tierra,   

      al son de las voces repitan los ecos   

      que viva, que reine, [que triunfe y que venza.]    

    [ESPAÑOLES  (Dentro a lo lejos.)

      ¡Tierra, tierra!   

    [OTROS                        ¡Tierra, tierra!]    

    INGA  Oíd. ¿Qué extrañas voces son  80 

      las que articuladas suenan   

      como humanas, sin saber   

      lo que nos dicen en ellas?   

    YUPANGUÍ  No extrañéis que en estos montes   

      voces se escuchen tan nuevas,  85 

      pues tantos ídolos tienen   

      como peñascos sus selvas.   

      Desde aquí a Copacabana   

      no hay flor, hoja, arista o piedra   

      en quien algún inferior  90 

      dios no dé al Sol obediencia.   

      Y así, no solo se oyen   

      aquí equívocas respuestas   

      de idiomas que no entendemos;   

      pero se ven varias fieras  95 

      que por los ojos y bocas   

      fuego exhalan y humo alientan.   

      ¿Y qué mayor que haber visto   

      una escamada culebra   

      tal vez, que todo el contorno  100 

      enroscadamente cerca   

      hasta morderse la cola   

      dando a su círculo vuelta,   

      como que da a entender cuánto   

      es misteriosa la selva,  105 

      a quien hacen guarda tales   

      prodigios?   

    INGA                  Que este lo sea   

      no será razón que a mí   

      me turbe ni me suspendas.   

      Prosiga la fiesta.   

    MÚSICA                           Prosiga la fiesta,  110 

      y aclamando a entrambas deidades,   

      del Sol en el cielo, [del Inga en la tierra,   

      al son de las voces repitan los ecos   

      que viva, que reine, que triunfe y que venza.]   

    (Dentro PIZARRO a lo lejos.)

    PIZARRO  Pues ya vemos tierra, ¡ea!,  115 

      para arribar a su orilla,   

      amaina.   

    TODOS             Amaina la vela.   

    (Vuelven a bailar, y a suspenderse.)

    INGA  Callad, pues vuelven las voces,   

      por si podéis entenderlas.   

    INDIO  Silencio.   

    OTRO               Silencio.   

    GUACOLDA  (Dentro.)          ¡Ay triste!  120 

    INGA  ¿Qué nuevo eco se lamenta   

      ya en nuestro idioma?   

    TUCAPEL  (Aparte.)                  El de una   

      mujer, y según las señas   

      sacerdotisa.   

    YUPANGUÍ                    Guacolda   

      es la que diciendo llega.  125 

    (Sale GUACOLDA como asustada.)

    GUACOLDA  Valientes hijos del Sol,   

      cuya clara descendencia   

      hasta hoy lográis en el grande   

      Inga que en vosotros reina,   

      suspended los sacrificios  130 

      que a su alta deidad suprema   

      prevenís, y acudid todos   

      a mi voz y a la ribera   

      del mar, a ver el prodigio   

      que a nuestros montes se acerca.  135 

    INGA  Hermosa sacerdotisa,   

      cuya divina belleza   

      te acredita superior   

      a cuantas el claustro encierra   

      a su deidad consagradas,  140 

      ¿qué es esto? ([Aparte.] Hablar puedo apenas,   

      admirado en hermosura   

      tan rara.) Cuando te espera   

      tanto concurso a que tú   

      sus ricos dones ofrezcas,  145 

      en vez de venir festiva   

      y acompañada de bellas   

      ninfas del Sol, sola, triste,   

      confusa, absorta y suspensa   

      a turbarlos vienes.   

    GUACOLDA                               No  150 

      me culpes hasta que sepas,   

      generoso Guáscar Inga,   

      la causa.   

    INGA               ¿Qué causa es?   

    GUACOLDA                                      Esta.   

    YUPANGUÍ  [Aparte.]

      ¿Quién creerá que muero yo   

      por saberla y no saberla?  155 

    GUACOLDA  De ese templo que a la orilla   

      del mar brilla, en competencia   

      del que a la orilla también   

      de la laguna que cerca   

      de Copacabana el valle  160 

      yace, vista de la peña   

      en cuya eminente cumbre   

      el Sol una Aurora bella   

      amaneció para darnos   

      a su hijo, porque fuera  165 

      no menos noble el cacique   

      que domine las setenta   

      y dos naciones que hoy,   

      después de partir herencias   

      con tu hermano Atabaliba  170 

      mandas, riges y gobiernas.   

      De ese templo, otra vez digo,   

      salí con todas aquellas   

      que al Sol dedicadas, hasta   

      que por su suerte merezcan  175 

      ser su víctima algún día,   

      viven a su culto atentas,   

      con deseo de llegar   

      tan rendida a tu presencia   

      que fuesen mi alma y mi vida  180 

      el primer don de la ofrenda;   

      cuando, volviendo los ojos   

      al mar, vimos en su esfera   

      un raro asombro, de quien   

      no sabré darte las señas;  185 

      porque si digo que es   

      un escollo que navega,   

      diré mal, pues para escollo   

      le desmiente la violencia;   

      si digo preñada nube  190 

      que a beber al mar sedienta   

      se abate, diré peor,   

      porque viene sin tormenta;   

      si digo marino pez,    

      preciso es que me desmientan  195 

      las alas con que volando   

      viene; y si digo velera   

      ave el que nadando viene,   

      también desmentirme es fuerza.   

      De suerte que a cuatro visos  200 

      monstruo es de tal extrañeza,   

      que es escollo en la estatura,   

      que es nube en la ligereza,   

      y aborto de mar y viento,   

      pues con especies diversas,  205 

      pez parece cuando nada   

      y pájaro cuando vuela.   

      Los gemidos que pronuncia,   

      voces son de extraña lengua   

      que hasta hoy no oímos. Y al verle,   210 

      todas huyeron ligeras   

      a salvar la vida, viendo   

      que si a tierra

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