El secreto de las flores 2
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En esta segunda parte de El secreto de las flores, continuamos la historia de Sara y Miguel. Ambos han huido de su hogar, refugiándose en una apartada cabaña donde Sara espera a su bebé rodeada de amigos, sus flores. Cuando deciden volver a su antiguo hogar, Miguel sufre un extraño desmayo, esto alerta a Sara, quien no duda en ir a ayudarlo. esta decisión iniciará de nuevo una búsqueda y un peligro que creía haber dejado atrás. Esta vez ya no solo corren peligro ellos, su hija es un tesoro muy preciado para los científicos, que no dudarán en hacer cualquier cosa para encontrarla. Pero Sara y Miguel no están dispuestos a que la atrapen, poniendo en peligro su propia vida para salvar la de su pequeña. En esta segunda entrega el lector disfrutará de más acción e intriga, un libro que despertará su interés desde las primeras páginas.
Francisca Herraiz
Nacida en Barcelona, 1976. Ávida lectora desde niña, creció entre libros, lo que le llevó a querer llenar páginas y más páginas con ideas y personajes que siempre rondaban por su cabeza. Creó su propia página web para impartir cursos destinados a enseñar a otros escritores a lograr sus metas. Ha enseñado a miles de alumnos, muchos de ellos logrando publicar sus obras. También imparte cursos online de pintura y escritura en el portal Udemy. Con varias novelas, relatos y cuentos infantiles escritos, decidió publicar toda su obra de forma independiente, lo que le llevó a tener varios éxitos, sobre todo con su novela Te estaba esperando. Ha vendido sus libros en todo el mundo.
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El secreto de las flores 2 - Francisca Herraiz
1
Miguel le había hecho una mecedora de madera, muy cómoda y rústica. Le encantaba sentarse en ella al atardecer, viendo cómo se ocultaba el sol, en las horas más tranquilas del día. Aprovechaba ese momento para mecerse mientras acariciaba su abultado vientre. Mientras lo hacía le gustaba cantarle una nana a su pequeño, o alguna de las dulces canciones que le habían ensañado las flores. La planta de su bebé crecía fuerte y hermosa, pero cuando le cantaba, parecía desprender un olor más intenso, brillar radiante. Las plantas le dijeron que al bebé le gustaba su voz y reflejaba su felicidad a través de la planta, creciendo más hermosa. Todo indicaba que el embarazo iba bien, el bebé crecía sin problemas, sano y fuerte. Ella no podía tener mejores comadronas y creía a sus doctores con total confianza.
Una patada la hizo sonreír, el bebé parecía confirmar sus pensamientos diciéndole, aquí estoy, y estoy bien.
Una mano grande se puso sobre su hombro, ella la cogió sin girarse, sonriendo.
—¿Cómo están? —Le preguntó a Miguel.
—Impacientes, dicen que el momento está cerca.
Sara acarició su vientre, las plantas parecían tener un sexto sentido entre ellas, notaban si otra sufría, si estaba triste, contenta e, incluso, si estaba a punto de nacer, así que debían tener razón.
—No noto nada diferente.
Él pasó delante, sentándose en la barandilla del porche y mirándola con una sonrisa.
—Parece no tener ganas de salir, le entiendo, allí dentro está bien protegido. —Se inclinó hacia ella poniéndose de rodillas, agarró el vientre con ambas manos, con delicadeza y apoyó la oreja sobre él. Podía oír el movimiento de su pequeño, éste pareció notar el contacto y dio una patada. Miguel sonrió—. Hola pequeño. —Le dio un beso en el ombligo y alzó la vista hacia Sara—. Os quiero, estoy impaciente por verle.
Ella le acarició el pelo.
—¿Por qué no intentas pasar esa impaciencia preparando algo de cena? Empiezo a tener hambre.
—Buena idea.
Ella se quedó un instante más contemplando el cielo despejado, cerró los ojos y aspiró el fuerte olor de las flores. Abrió los ojos de repente, un fuerte dolor le cruzó el vientre. Se inclinó unos instantes sobre sí misma, poniendo las manos sobre su barriga, que ahora estaba dura. Cuando el dolor cesó, se sentó bien y sonrió. Volvió a acariciar el vientre, relajada. Las flores no se equivocaban, las contracciones habían comenzado, pronto tendría a su pequeño entre los brazos. Se puso a tararear una dulce canción, meciéndose con los ojos cerrados. Pero no pudo estar tranquila mucho tiempo, un fuerte olor a sus flores le llegó de repente y su entrepierna se humedeció, como si se estuviera orinando. Se miró y vio el suelo mojado, había roto aguas.
—¡Miguel!
Gritó, se agarraba el vientre como si se le fuera a caer. Había intentado conservar la calma, pero ahora que el momento realmente había llegado, no conseguía estar tranquila. De pronto tenía miedo, miedo a que algo no saliera bien, estaba tan lejos del hospital, estaba allí sola, ¿y si el parto se complicaba?, ¿y si no llegaba a tiempo de llegar ante un médico?
La puerta se abrió y Miguel se puso a su lado, Sara estaba de pie, con cara pálida, el vestido de premamá mojado y el suelo también. Miguel tragó saliva.
—¿Ya?
Ella asintió, encogiéndose ante otra contracción. Miguel se acercó y pasó el brazo por su cintura, para ayudarla a caminar.
—Vamos, te llevaré con ellas.
Las flores insistieron en que tuviera al bebé entre ellas, pues esto le proporcionaría la relajación que necesitaba. Pero Sara no podía dar a luz solo con relajación, necesitaba un médico. Las flores se reproducían como cualquier planta, pero ella era humana e iba a dar a luz de una forma muy humana, habría sangre, habría dolor, podría haber complicaciones. ¿Y si el bebé venía de nalgas, o si ella no dilataba y debía parir por cesárea?
—Miguel, quiero ir a un hospital, tengo miedo.
Miguel la apretó contra sí para infundirle valor.
—Estarás bien, yo estoy aquí, no pasará nada.
Sara no puso buena cara.
—¿Y cuántos embarazos has asistido tú? ¿Ahora eres médico? —El dolor y los nervios la hicieron hablar de forma brusca, que tampoco pretendía.
Él no se lo tuvo en cuenta y le habló con cariño.
—Mi madre me tuvo sola, no nos pasó nada. Ya lo hemos hablado, no podemos ir a un hospital, piensa en qué pueden hacerle al bebé si ven algo extraño, ¿y si le hacen un análisis de sangre? No podemos arriesgarnos, es muy peligroso. Ellas te cuidarán y yo también, no te preocupes, todo saldrá bien.
Sara asintió, él tenía razón, no podían arriesgarse a ser vistos, ir al hospital sería muy peligroso. Ya estaban detrás de la casa, las flores estaban presentes, todas sus almas la observaban con semblantes tranquilos. Nada más verles se relajó, el olor siempre la apaciguaba. Sí, todo saldría bien.
Miguel la ayudó a tumbarse y corrió a la casa para coger todo lo necesario para el parto. Sara respiró hondo, despacio en las contracciones. Las almas cantaban y las mujeres le aconsejaban que se concentrara en la respiración. Miguel se puso al lado y le cogió la mano.
—Vamos a contar el tiempo que pasa de una contracción a otra, ¿de acuerdo?
Ella asintió. Durante los nueve meses había estado leyendo, informándose para asistir el parto en casa. Se había preparado a conciencia, sabía lo que hacía. Sara se sintió mejor, de todos modos, ya no había vuelta atrás, ya había comenzado el alumbramiento.
La dilatación fue lenta, Miguel le humedecía los labios con agua y controlaba la dilatación. Sara estaba agotada y los dolores eran cada vez más fuertes y seguidos. Miguel le puso la mano en la rodilla y apretó para llamar su atención.
—Voy a mirar.
Sara abrió las piernas y Miguel se agachó. Entonces la miró sonriendo.
—Ya está aquí, ¿preparada? En la próxima contracción empuja con todas tus fuerzas.
Ella asintió.
El dolor no tardó en llegar y ella empujó. Gritó, sentía que la desgarraban por dentro, nunca pensó sufrir un dolor tan intenso.
—Venga, cariño, otra vez.
Apretó los dientes y volvió a empujar.
—Ya asoma la cabeza, cielo, venga, un esfuerzo más, lo estás haciendo muy bien. Vamos.
A Sara le dolía todo el cuerpo, la espalda por la postura, la mandíbula de tanto apretar, los brazos, era agotador. Aun así, cogió aire, reunió fuerzas y volvió a empujar, gritando de dolor. Casi sin resuello lo notó salir, sintiendo que un gran peso se liberaba de su interior. Miguel agarró al bebé y se apresuró a limpiarle la boca y la nariz. El pequeño no lloraba, no parecía respirar, así que le dio unos pequeños golpes en la espalda. Sara lo miraba con el alma en vilo. ¿Qué pasaba? Entonces el bebé comenzó a llorar con fuerza y ella se dejó caer en el suelo, respirando aliviada.
—Es una niña, Sara, una niña preciosa.
Las flores sonrieron y soplaron su aroma hacia el nuevo miembro. Miguel le acercó el bebé a su madre.
—Mira, cariño, nuestra pequeña.
Sara la cogió entre sus brazos, oliendo el peculiar aroma que tanto conocía. Miguel tenía razón, era preciosa, como él, como todos ellos, su piel tan clara, sus facciones tan perfectas, era un ángel.
—Hola, Claudia, bienvenida a casa.
2
Miguel le había puesto un bonito banco frente a las flores, para que pudiera amamantar al bebé rodeada de amigos. La tumba de su suegra estaba cubierta de flores, pero flores silvestres, las almas cuidaban la tumba, la protegían y se encargaban de enseñarle a las almas más jóvenes, quién fue aquella mujer y qué hizo por ellos, con lo que su recuerdo siempre permanecía vivo.
Sara se sentía a gusto en aquel lugar, siempre sentía paz cuando estaba con las flores y el bebé también se relajaba, aun así, echaba de menos su casa, a Carmen, a Toro. Había escrito una sola carta a su amiga, sin remitente, Miguel insistió en tener cuidado. Le explicaba que estaban bien y que no se preocupara por nada, que cuidara de Toro, pues aún no podía traérselo. Sara deseaba traer al perro, pero Miguel le dijo que esperaran a que naciera el bebé, no quería correr ningún riesgo. Así que no le quedaba más remedio que esperar y seguir echando de menos su vida anterior.
Pero ya habían pasado diez meses, todo estaba tranquilo y olvidado, así que había comenzado a pensar que era un buen momento para volver. No podía, ni quería esperar más. Vio a Miguel acercarse, había estado en la tumba de su madre, le gustaba quedarse allí un momento, hablar con ella y recordarla. Sara se