Como bestias
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Intercalando los interrogatorios policiales a los habitantes del pueblo y las canciones de un misterioso coro, como en una tragedia griega o un moderno cuento de hadas, este libro hechizará y conmoverá a quien se adentre entre sus páginas.
Como bestias es un texto magnético, contundente y polifónico que, bajo su apariencia, encierra una cruda reflexión sobre la diferencia, sobre un mundo rural a punto de desaparecer, sobre la vulnerabilidad de las mujeres y todos aquellos que deciden vivir al margen de la norma.
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Como bestias - Violaine Bérot
Como bestias
Violaine Bérot
Como bestias
Traducción del francés de
Pablo Martín Sánchez
las afueras
Título de la edición original: Comme des bêtes
© Violaine Bérot, 2021
First published by Buchet/Chastel, Libella, Paris, 2021
This edition is published by arrangement with Violaine Bérot in conjunction with its duly appointed agents Books And More Agency #BAM, Paris, France and The Ella Sher Literary Agency, Barcelona, Spain. All rights reserved.
© de la traducción, Pablo Martín Sánchez
© de esta edición, Editorial Las afueras, 2022
Av. Diagonal, 534, 2º 2ª
08006 Barcelona
ISBN: 978-84-125911-7-0
Depósito Legal: B 23528-2022
Diseño de la colección: Hermanos Berenguer
Maquetación: María O’Shea
Imagen de la cubierta: Pintura de la Roca de los Moros, El Cogul (detalle)
Impreso y encuadernado en Kadmos en papel proveniente de fuentes manejadas de forma responsable, tanto ambiental como socialmente.
Printed in Spain – Impreso en España
Esta novela corta es la primera entrega de un proyecto de escritura llevado a cabo desde hace tres años en diversos lugares.
Quiero dar las gracias a todos aquellos que me han apoyado incondicionalmente en este trabajo de larga duración:
a la región Borgoña - Franco Condado y al Alpage Sapeau-Léger,
a la Fondation Jan Michalski,
a la Fondation des Treilles,
a la Villa La Brugère,
al Centre National du Livre.
Desde siempre
nosotras
las hadas.
Desde siempre
atentas a lo que ocurre
en el mundo de ahí abajo.
Nosotras
las hadas
escondidas en la gruta
en la vertical de la pared
discretas
curiosas.
Nosotras
las hadas
que del mundo de ahí abajo
tantas cosas podríamos contar.
1.
Fue alumno mío. Hará unos veinte años. En una clase con distintos niveles. En primaria.
Era realmente alto. Mucho más alto que los de su edad. Incluso, diría, más alto que su madre. Pero puedo estar equivocada. Daba esa impresión. Era robusto para un chico de su edad. Ancho de espaldas. Realmente corpulento. Pero sobre todo, repito, realmente alto.
No, no acabó la primaria. La cosa, cómo decirlo, la cosa se torció. No por él, qué va, al fin y al cabo con él era todo bastante fácil. Por su madre. No quiso aceptarlo. No quiso seguir nuestros consejos. Rechazó el programa que le propusimos, el que suele aplicarse en estos casos. Se cerró en banda, obstinadamente. A partir de entonces, dejamos de verlo. No volvió nunca más a clase.
No, no le gustaba la escuela. Bueno, tampoco es que no le gustara. Digamos, más bien, que tenía miedo de los otros niños. Y creo que de mí, también. Tenía auténtico miedo —al menos yo lo interpretaba así, por cómo reaccionaba algunas veces—. Lo tenía sentado al final de la clase, completamente solo. Para él era importante estar solo. Y así lo habíamos acordado con los demás alumnos. No se le acercaban, respetaban su soledad. Incluso yo intentaba aproximarme a él lo menos posible. Si lo dejábamos al final de la clase, solo, si nos olvidábamos de él —o sea, si fingíamos olvidarnos de él—, todo resultaba más sencillo. Y de verdad que habríamos podido olvidarnos de él. No hacía ruido, no decía nada. Nunca le oí pronunciar una sola palabra. Supongo que sería algo de nacimiento. Pero siempre ha sido complicado conseguir información al respecto. Lo más curioso era que, si nos acercábamos a él, se ponía a gruñir. A gruñir como un perro —sí, lo siento, ya sé que suena fatal, pero esa era la sensación que daba, la de un perro—. Si nos acercábamos, gruñía. Así que retrocedíamos. Para que se calmara. Pero también como acto reflejo, para protegernos. Retrocedíamos como ante un perro —me sabe mal decirlo de manera tan cruda, pero esa era la impresión que daba realmente—. En cuanto nos alejábamos, se calmaba. Era como si necesitara un perímetro de seguridad. Había unos límites que no podíamos franquear. Si nos acercábamos demasiado, parecía interpretar nuestra presencia como una intromisión. Como una provocación.
No sé hasta dónde era capaz de comprender. No tengo ni idea. Nunca llegué a saberlo. No creo que sirviera de mucho dejarlo solo, sentado al final de la clase. Yo tenía la sensación de que estábamos abandonándolo. En un centro especializado habrían podido ayudarlo. Atenderlo mejor. En fin, eso creo. En clase, con los demás niños, teniendo que cumplir con el programa del curso, yo no podía hacer gran cosa —o esa era mi sensación, quizá me equivoque, no lo sé—.
Sí, intenté contactar de nuevo con la madre. Reanudar la conversación. Yo quería que volviese a la escuela. Lo intenté. Pero no vivían en el pueblo. Vivían fuera. A varios kilómetros de Ourdouch. Si no recuerdo mal, ni siquiera tenían teléfono. Y la madre no respondió nunca a mis cartas. También lo intentaron mis superiores. Pero no consiguieron nada. Estaban ilocalizables.
¿Padre, él? Ah, no, eso sí que no. Eso es inimaginable —vamos, por lo menos yo no consigo imaginármelo—. ¿Con quién habría podido tener un hijo? Pero incluso suponiéndolo. Incluso suponiendo que, vaya usted a saber cómo, hubiese dejado embarazada a una mujer. ¿Dónde habría pasado esa mujer el embarazo? ¿Y qué habría sido de ella después? No, no me lo imagino siendo padre.
Que haya recogido, encontrado, rescatado —en fin, no sé cómo decirlo—, que se haya visto de pronto con una niña pequeña entre las manos y haya decidido cuidar de ella, eso me parece igualmente improbable. No se interesaba por nada. Yo nunca logré captar su atención. Nunca. No me creo ese rumor de que era él quien se hacía cargo de la niña. No. Eso solo pasa en los cuentos. Y aun así, en los cuentos, cuando un ogro se interesa por un niño, siempre es mala señal.
Había que hacer algo. Era la decisión más sensata. No tardaremos en saber de dónde ha salido la pequeña, quién es, qué hacía allí arriba. La vida de esos dos siempre ha sido un misterio. Nunca hemos acabado de entenderla. Desde que el muchacho dejó la escuela —y le estoy hablando de algo que ocurrió hace más de veinte años—,