No, mi Amor
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Almudena Sánchez Blas (España, 1975), estudió Magisterio y Filosofía y Ciencias de la Educación, Orientación escolar. Hoy es maestra y orientadora de profesión, Coach Profesional y personal. Se define a sí misma como una enamorada de todos y cada uno de los continentes que conforman nuestro mundo, de sus paisajes, de sus habitantes y sus culturas, viajera empedernida, amante del buen comer, del cine y de la buena lectura. Su primera novela, No, Mi Amor nace con el objetivo de saciar su sueño de la infancia, escribir, y con el deseo de encontrar al otro lado, personas que se puedan sentir identificadas con ella o, simplemente, amenizar las noches de todo aquel que quiera.
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No, mi Amor - Almudena Sánchez Blas
Agradecimientos
A mis hijos por demostrarme día a día su amor incondicional,
A mis padres porque gracias a vosotros soy quien soy,
A mis hermanos que han estado apoyándome día a día en este nuevo proyecto,
A mis amigas y amigos las/os que siempre habéis estado ahí y me habéis nutrido también con vuestras historias,
A todas las personas que me habéis servido de inspiración, en especial a «mi Amor» y, a todos los que formáis parte de Europea Ediciones por asesorarme y acompañarme en esta nueva etapa de mi vida.
Cualquier parecido con personas o hechos reales es pura coincidencia…
PRÓLOGO
Solo era un feto cuando ya pudo sentir el significado de la palabra «rechazo». Laura, así se llama la protagonista de esta novela, con tintes autobiográficos, nació en el seno de una familia de clase social media-baja, con aires de todo lo contrario. Sus padres, muy jóvenes, a la edad de 20 años, ya tenían tres hijos, Laura era «la segunda y mujer» con todo lo que ello acarreaba en la década de los 70.
En su nacimiento, las palabras de su padre fueron ¡mujer, nos dará problemas! Laura lloró hasta los nueve meses de vida y, a muy corta edad, ya pudo sentir lo que suponía haber nacido niña. De hecho, su familia paterna solo tenía ojos para el hijo primogénito, varón de la pareja y así lo mostraban; sus padres hacían muchas diferencias entre ambos. Por fin, muy pronto nacería la hermana pequeña, lo que dejaría a nuestra protagonista como la hija del medio.
En casa no había besos ni abrazos, así que Laura se esforzaba por tener la atención de sus seres queridos. En el seno de esta familia, se fomentaba la competición entre los hermanos y ella ¡siempre quería ganar! Tenía la necesidad de tener alguna vez ¡un mínimo reconocimiento! Y ¡atención! Cuando se hizo mayor, rechazaría cualquier tipo de competición, ¡con todas sus fuerzas!
A los 10 años, su madre ya le «vendía», ante sus hermanos, como una niña «difícil», y consiguió el apoyo de ellos para ¡espiarla en su propia casa! Rebuscarían entre sus cosas, con el fin de encontrar, cualquier tipo de indicio que, ante los ojos, de los de esa casa la hicieran ver como «una niña descarriada».
Con 13 años es acusada de haber sido vista por un vecino, ¡haciéndose tocamientos ante la ventana de su dormitorio!, ¡con su mejor amiga! ¡Nada más lejos de la realidad!
Al poco tiempo Laura sería privada de tener amigas y hasta la edad adulta, no volvería a conocer la palabra amistad.
Su madre, le contaba como todo el mundo prefería a sus hermanos, le contaría como de ellos todos decían que eran guapos y simpáticos y qué, sin embargo, de ella, pensaban que era ¡muy fea! Y ¡sosa!
Con 16 años, sufrió la vergüenza de que, madre y abuela la llevaran al ginecólogo, para que éste, la examinara buscando la palabra «culpable».
Con 17 años, madre y abuelos, la llevan al médico de cabecera, para que éste, haga un diagnóstico sobre la promiscuidad de Laura y la derivase a un psiquiatra si fuera necesario. ¡Laura había tenido su segundo novio!
Con el tiempo, Laura pasó a ser a la vista de muchos y, por supuesto, fuera del ámbito familiar, como una mujer, valiente, con coraje, en cierto modo «triunfadora». En efecto, había conseguido en su vida laboral, aquello que se había propuesto, aunque también debo apuntillar, que su profesión, ¡no la había elegido ella!, ¡una vez más!, ¡había obedecido las instrucciones familiares! ¡No había sido capaz de «plantar cara», para explicar a sus padres, lo que a ella le gustaba, total, ¿para qué hacerlo? ¡No le iba a servir de nada! Así que, solo había una opción, una vez más, ¡bajar la cabeza y hacer lo que le dictaran! Este hecho le marcaría, ¡para siempre! ¡Nunca se sentiría realizada en su trabajo. Lo que sería ¡un gran lastre en su vida!
Y así fue, como se fue gestando otra «Niña Buena» …
Todas estas situaciones y muchas más, llevaron a Laura a estar siempre buscando agradar, a ser aceptada en el grupo, la llevaron a convertirse en alguien silencioso, a sentirse «no digna de ser escuchada» y, sobre todo, a coleccionar muchos «miedos», entre ellos, el miedo al rechazo y al abandono.
Todas estas circunstancias llevan a que esta historia, sea la historia de «una gran sumisa», la historia de —¡cómo el miedo te paraliza!, ¡cómo solo tú! puedes hacer por salir de ¡la mierda que te envuelve! De, ¡cómo solo tú! ¡eres responsable de la vida que estas viviendo! y también, esta es ¡una historia de amor!, ¡de segundas oportunidades!, de locuras a edades que parece que, deberíamos estar todos ¡muy equilibrados!, con una vida rutinaria y sin sentir una sensación más fuerte que otra.
¡Esta historia es para ti! ¡Mujer que empiezas de nuevo! Mujer que, crees que no hay un futuro, ¡más allá de quien tienes al lado! Y, ¿por qué no? Esta es una historia para hombres, que se puedan sentir identificados, para hombres que quieran conocer el sentir de muchas de nosotras; porque nuestra protagonista, no es la única que se ha sentido, en una vida que, ¡no le correspondía! Y, ¡no sabía salir! Nuestra protagonista es alguien a quien, ¡le gusta vivir!, ¡sentir como si no hubiera un mañana! … Y sí, a nuestra protagonista también le ha hecho mucho daño ¡Disney!
PRIMERA PARTE
La Llamada
—Hoy cuando llegues a casa, ¡los niños y yo ya no estaremos!
Estas fueron las últimas palabras, que pronunció Laura por teléfono antes de que, su todavía marido, la interrumpiera para comenzar con una larga lista de preguntas que bombardeaban su cabeza.
¿Cómo era posible? ¿Qué mosca le habría picado ahora? ¿Cómo le podía estar pasando esto a él?
Mateo, no podía entender que estaba ocurriendo, él que ¡lo había dado todo por esta familia! ¡Por ella! ¡Por los niños! Y, ¡por todos! … o eso era, lo que él creía… Por otra parte, lo que él desconocía era que, desde hace ya 20 largos años, Laura tenía una vida interior, que era la que le hacía levantarse cada mañana, fantaseaba con lo que podría haber sido su vida y no fue y, ¡cómo no!, ella se levantaba por sus hijos, ¡lo único bueno de todos estos años juntos! Después de 7 años de noviazgo, se habían casado y, en los 13 años que había durado su matrimonio, habían tenido 2 hijos: Bruno, de 10 años y Lucía, de 9.
La vida de Laura, no había sido lo que se puede decir, una vida fácil o bonita, siempre se había sentido bastante incomprendida, muy controlada por sus padres, y un largo etc... que le habría llevado a tomar una serie de «malas decisiones», y, una de ellas, había sido empezar una relación con Mateo que, desde el principio había sido de amor-odio, un tipo de relación que, hoy en día, llamamos «tóxica».
Laura intentó en diversas ocasiones dejarlo, pero la gran dependencia que sentía hacia él se lo había impedido. Sí, ¡dependencia! y, ¡una gran cobardía!, ¡miedo al después!, ¡miedo a echar de menos! Y, a ¡no tener las suficientes herramientas para poder soportarlo! Un cúmulo de hechos y circunstancias que 20 años después, hacían que nuestra protagonista, se encontrara realizando la llamada más dura de toda su vida y, cómo no, ¡escondida detrás de un teléfono!
23 años antes de la llamada…
—¡Laura! Me ha dicho Fer que te diga que, ¡ya no estáis juntos!
—Pero, ¿qué dices Inés?
—¡Si, tía! Me lo encontré ayer y me dijo que te lo dijera.
Llegué corriendo a casa y me metí en la cama, llorando. No entendía nada, Fernando era mi primera relación, yo sólo tenía 16 años, estaba enamorada o, por lo menos, eso creí, ¡durante los siguientes 24 años! ¡Me quería morir! ¡No encontraba consuelo!
Los siguientes meses, haría todo por verlo hasta qué, desapareció de mi vida. Lo último que supe de él, fue que se iba de fiesta a otra ciudad, porque no quería verme... ¿Cómo podía ser? Nos mirábamos con tanto amor y, cuando estábamos juntos, ¡casi no pronunciábamos palabra! ¡Nuestros ojos hablaban por nosotros! Nos daba vergüenza todo, ¡hasta besarnos!
Él fue mi primer amor, mi primer chico. Con él tendría mi primera experiencia sexual, fue una experiencia muy bonita, pero dolorosa… a decir verdad… lo que es gustar, ¡no me gustó! Pero, por otra parte, ¡me encantó! ¡porqué era él! Fer, mi primer amor.
No puedo apenas explicar, cómo me sentí después de ese gran batacazo, digamos que «perdí un poco el norte», sentía que Fernando todavía me quería, lo que hacía que el dolor fuera más insoportable. ¡No entendía nada!
Poco a poco fui haciendo mi vida, ¡no me quedaba otra! Un poco confundida, me volcaría en salir lo poco que me dejaban, en beber lo suficiente, como para creerme, que me lo pasaba bien y a la vez, lo justo para que ¡no se dieran cuenta en casa!… Esa parte se la dejaba para mi hermana, a la que, ¡siempre pillaban! ¡Pobre mujer! Todavía recuerdo el hipo qué le entraba cada vez que llegábamos, y mi madre nos obligaba a cenar o aquella vez que, según entramos en casa, al abrirnos la puerta mi madre le dijo a mi padre: ¡Alberto! ¡La pequeña está borracha! ósea ella…
Yo era la del medio, éramos tres hermanos... en aquella época hice alguna locura, siempre bajo el efecto del alcohol y todas relacionadas con chicos, buscando el olvido, un olvido que no se producía y, poco a poco, fui aprendiendo a vivir bajo la sombra de la pena, siempre estuvo en mí, ese anhelo de lo que ¡podía haber sido y no fue!
Mayoría de edad
Y así fue pasando el tiempo, hasta el día que cumplí 18 años. Ese mismo día conocí a Mateo y me tomé la justicia por mi mano y, ¡no fui a dormir a casa! Estaba harta de tener que regresar siempre a las 22:30, ¡peor que la Cenicienta, no me jodas! ¡Ya salió Disney!
De Mateo que puedo decir, ¿qué lo use como tirita? Pues ¡sí y no! Es decir, ¡no sé! o quizá, ¡si lo sé!..., pero el reconocerlo me hace sentir como una ¡grandísima hija de puta!, ¡desde luego conscientemente no fue! En aquel entonces, creía que lo quería, pero sabía que no estaba enamorada, porque en el fondo de mi corazón sentía que estaba Fer. Pero también sabía, que no podía ser, así que seguí mi relación con Mateo, que me daba ¡una de cal y otra de arena! En verdad, no se puede decir que fuera el chico más fácil del mundo ni el más difícil tampoco.
Me impliqué a fondo con él, con nuestra relación, hasta el punto que para mí, era mi «hoja de ruta». Con él me casaría, tendría hijos y eso de «vivieron felices y comieron perdices» se lo dejaba para quien le gustaran esas «ñoñerías». ¡Estaba amargada! ¡Vivía amargada! Juro que yo lo intentaba, ¡intentaba ser feliz! ¡Intentaba olvidar! ¡Intentaba dejar de vivir en el pasado! ¡Intentaba todo lo que en ese momento estaba en mi mano! Hacía las cosas como sabía... es decir, ¡mal! ¡Muy mal! Y, de esa forma es como «aprendí a sobrevivir».
Mi vida con Mateo, pasó por muchos baches, él era una persona muy celosa, se celaba de todo lo que me rodeaba, de mi perro, de mi gato, de mi madre. Era muy curioso observar como cuando iba a su casa, acariciaba a su perro, le hablaba con afecto, pero cuando venía a mi casa, la cosa cambiaba. Entonces, si mi perro se nos ponía delante le podía ¡hasta dar una patada! ¡insultar! Y, ¿eso de qué yo pudiera acariciarlo delante de él? ¡Nada de nada!
¿Qué hacía yo? ¡Muy bien! ¡Has adivinado! ¡Obedecer! ¡No se fuera a enfadar el niño! Con lo cual, eduqué a Mateo en el bonito arte de «salirse con la suya», si me hacía cualquier cosa que no estuviera bien, acababa dándole «la vuelta a la tortilla», de manera que, ¡la culpable eras tú! Y, ¡tú! que no habías nacido para estar enfada, ¿qué hacías? ¡Has vuelto a acertar! ¡Tragar! Y así iban pasando los años, podría contaros muchas más cosas dignas de toda una serie televisiva o, mejor dicho, de un culebrón, de esos que veíamos en los 90.
No quisiera, dejar a Mateo como, «el malo de la película», no es mi intención, porqué también tenía sus cosas buenas, que eran las que me hacían continuar con él. Algo que me encantaba de él, era que, siempre podía contar con él, ¡para todo! Era una persona super apañada y trabajadora, podía hablar con él, desahogarme… pero, eso, por otra parte, en ocasiones tenía un precio, a mi juicio un tanto elevado y es que cuando «se le cruzaba» utilizaba muchas cosas que le habías contado, para ridiculizarte ¡delante de cualquiera! Y, ¡claro!, una que además es timidilla, para que explicar, ¡cómo me podía sentir después!
Y como decía hace unas líneas, los años iban pasando, nos fuimos a vivir juntos lejos de las familias; en efecto, soy de las que opinan que, ¡lejos se está mejor!, ¡lejos del control de los que se supone que tanto te quieren! Poco a poco fuimos pasando por distintas etapas, ¡qué si te compras una casa!, ¡qué si te casas!, ¡que si tienes hijos!, etc... Dejadme contaros como fue…, ¡esa boda!
Preparativos de boda
He de decir, que desde pequeña oía la palabra «boda» y «me quería cortar las venas» —entiéndase la expresión— no quiero decir, que no pudiera entender y aprobar la unión de dos personas, no se trataba de eso, sino, de que, ¡me hacía sentir ridícula el imaginar a mis padres en ella! Imaginar el que pensarían mis padres de mí es muy difícil de explicar y que todavía parezca que estoy cuerda
Por si no os habéis dado cuenta ya, tengo el sentido del ridículo muy desarrollado. Probablemente es la consecuencia de haber nacido donde nací.
Pues bien, decidimos casarnos un mes antes de la boda, eso de estar esperando un año y medio a que llegue el supuesto gran día, me parece una tortura china y, ¡anda que no pueden pasar cosas en ese tiempo! Mi elección del vestido, se produjo en dos minutos. Elegí el primero que probé, listo, ¡nada de vestidos de princesas! ¡Uno marrón y a correr!, con los botines, ¡tres cuartos de lo mismo!
Había algo que no soportaba y es que la gente me dijera que ese día iba a ser el más bonito de toda mi vida. ¡Vaya chorrada! Pero claro, analizando muy bien mi pensamiento, me llevaba a la conclusión, de que estaba, ¡metiendo la pata hasta el fondo! Yo misma me daba cuenta de que, una persona enamorada, ¡nunca pensaría así! Y me sentía fatal, por no ser capaz de cortar con aquello, ¡con la relación! ¡Con todo!
Seguí para adelante, ya os he dicho antes que, esta es la historia de una cobarde, ¡con mayúsculas! Pero, ¿cómo cortas con eso? ¿Qué iba a decir todo el mundo, sobre todo, los más próximos? ¿Qué iba a decir él? ¿Qué sería de mi después? Y, ¿si luego me daba cuenta de que sí, estaba enamorada? Y, ¿si era mi cabeza, que me estaba jugando una mala pasada? ¡Tenía que seguir adelante! ¡Esta era mi vida! Y, ¡me había tocado vivirla así! ¡No había más que pensar!
El día de autos
El día de autos, es decir, el de la boda, fue uno de los peores días de mi vida. Me pasé sola prácticamente todo el ágape, ya que, de vez en cuando, mis compañeros de mesa, incluido mi recién estrenado esposo, iban a hacer lo propio que se hace en estas ocasiones, es decir saludar a la gente, reír, bromear, ese tipo de cosas… ¡Vaya! ¡Pero yo no!, yo me mantuve postrada en la silla, ¡sí señor! ¡Ole mis cojones! Mirando a los lados, sin saber que hacer, dándome vergüenza el hecho de no hacer lo mismo que los demás, al igual que el hecho de hacerlo..., claro que..., si hablamos de vergüenza..., la que pasé con mi señora madre que, cumplió con sus amenazas y acudió a la boda al más estilo «Día del Orgullo Gay»... No porque fuera una fiel defensora del colectivo, porque en aquel tiempo, ni sabía que significaba aquello, sino porque a la mujer le gustaba esa bonita gama de colores y, ese día, le pareció el más adecuado para…, ¡plantárselos en la cabeza! Por si alguien no da crédito a lo que está leyendo, solo decir que sí, has leído bien, original ¿eh? Lo único que quizás no era el día más adecuado para ello...
La luna de miel fue patética, te gastas un dineral para ir al Caribe en pleno diciembre y vas, y te encuentras con uno de tu mismo pueblo allí, también te encuentras con unas cuantas parejas que se han casado el mismo día que tú y que deciden ser los mejores amigos durante esa semana y, ¡cómo no! En todos los grupitos de gente siempre hay alguien que decide llevar la voz cantante y va a decidir por todos, donde ir, que comer, donde te tienes que sentar cuando subas al autobús, si toca dormir la siesta o no, y yo que soy un pelín antisocial, pues ese rollo, ¡no me gustó!, así que, como no me apetecía obedecer, el primer día ya hubo bronca con Mateo, que si eres una rara, una antisocial y así fueron transcurriendo los idílicos días, entre sometimiento a la líder en cuestión y…, ¡bronca! si me salía de lo que nos hubiera marcado para el día en cuestión...
¡Buah! ¡Lo juro! Cada vez que subíamos a un bus y de repente ya la oía…, ¡chicoooss, aquí, aquí!, indicándonos donde nos teníamos que sentar. ¡Me ponía enferma! Nunca la olvidaré ¡Lo juro también!
Para mi consuelo, el día de vuelta, en pleno vuelo, vino a hablar conmigo, una de las chicas recién casadas del bonito «nuevo grupo de amigos», para reconocerme el mérito, de no haber seguido el rollo, como sí habían hecho los demás, parece ser que aquello había acabado como «el rosario de la aurora».
Episodio boda y post-boda finiquitado, no tengo nada más que añadir al respecto.
Bruno y Lucía
Bruno llegó en plena primavera, fue un parto muy doloroso. Mateo lloraba al escuchar cómo me quejaba de dolor, lástima, la empatía que sintió le duró menos que «el cantar de un vizcaino». Poco, muy poco, como el tiempo que transcurrió hasta que surgieron los primeros problemas relacionados con la nueva situación.
Éramos un miembro más y los hijos siempre