López Bravo: Una biografía
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Bajo su mandato se establecieron relaciones diplomáticas con algunos países del Este y con China, y esa audacia provocó su caída al llegar Carrero Blanco a la Presidencia del Gobierno. Gibraltar, el Tratado de Amistad y Cooperación con los EE. UU., el tratado preferencial con la CEE, las relaciones Iglesia-Estado, el mundo árabe... son algunos de los momentos importantes de este ingeniero naval, padre de nueve hijos, fallecido en un trágico accidente de aviación.
Gabriel Pérez Gómez
Gabriel Pérez Gómez (Guadix, 1951) es doctor en Ciencias de la Información y periodista. Ha sido director de Televisión Española en Navarra y presidente de la Asociación de la Prensa de Pamplona y Premio Nacional de Periodismo del Ministerio de Sanidad. Actualmente es profesor de Narrativa audiovisual en la Universidad de Navarra.
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López Bravo - Gabriel Pérez Gómez
GABRIEL PÉREZ GÓMEZ
GREGORIO LÓPEZ BRAVO
Una biografía
EDICIONES RIALP
MADRID
© 2024 by Instituto de Educación e Investigación, S. A.
© 2024 by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6816-1
ISBN (edición digital): 978-84-321-6817-8
ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6818-5
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ÍNDICE
Presentación
Todos los elogios
19 de febrero de 1985
I. LA FORJA DE LOS AÑOS
El niño que tomaba el sol
Ingeniero naval
Marián
Supernumerario del Opus Dei
Los otros López Bravo
II. SERVIDOR PÚBLICO
Salto a la política
Ministro de Industria
El gas y el petróleo
Atrapado en una mina
Los tecnócratas
Espiado por la CIA
El Caso Matesa
Vivir en un avión
El oro de Moscú y la apertura al Este
La tradicional amistad hispanoárabe
Europa, Europa
Yankis no, bases fuera
La madre patria
El peligro amarillo
En la ONU
La roca
El deber y el querer
No concibo un gobierno sin usted
Epílogo
Fotografías
PRESENTACIÓN
Durante la dictadura de Franco, el artista Alberto Schommer fotografió a López Bravo con un niño recién nacido desnudo en brazos. Experto en retratos psicológicos de profunda fuerza simbólica, Schommer buscaba representar así una España que se abría a un futuro inevitable. La fotografía no sentó bien en los ambientes franquistas, y el jefe del Estado determinó que, en lo sucesivo, nadie más en el Gobierno se dejara retratar por Schommer.
Gregorio López Bravo es uno de los hombres de Estado españoles más destacados del siglo xx. Sus decisivas contribuciones a la modernización del país, a su proyección internacional y en definitiva a su prestigio son incontestables. Su porte sereno, firme y elegante sigue siendo un modelo para los hombres y las mujeres comprometidos con el progreso de la sociedad española.
Como hombre de su tiempo —que se inicia con las postrimerías de la guerra civil y termina con la monarquía constitucional asentada por la que tanto trabajó, incluso en las circunstancias más adversas y arriesgando su propia posición en los círculos de poder de cada época—, López Bravo sintió e hizo propios los anhelos de paz y prosperidad de sus compatriotas y con su mente lúcida y resuelta fue capaz de elevar el servicio público al orden de la vocación personal.
El autor describe el itinerario de una vida lograda, llena de peripecias, que hacen el relato atrayente. No se trata de una biografía definitiva, toda vez que aun cuando el profesor Pérez Gómez ha podido bucear en los papeles de Gregorio López Bravo depositados en la biblioteca de la Universidad de Navarra en Pamplona y se ha beneficiado de diversos relatos que conforman una historia oral que enriquecen los testimonios escritos, las limitaciones materiales al acceso a los archivos de la Administración del Estado han impedido completar y contrastar determinados sucesos y situaciones.
El Patronato de Fundación Impactun saludamos la publicación de esta obra en Ediciones Rialp, que presenta al público en lengua española la trayectoria cumplida de nuestro promotor. Su audacia y generosidad, volcadas en un instante decisivo en 1981, siguen dando frutos nobles de promoción humana para sucesivas generaciones de futuros líderes.
Alberto Horcajo
Presidente de la Fundación Impactun
Madrid, junio de 2024
TODOS LOS ELOGIOS
Cuando comencé a investigar la vida de Gregorio López Bravo, una de las primeras cosas que me llamaron la atención fue la gran cantidad de adjetivos elogiosos que acompañan la descripción de las múltiples tareas que acometió. Quizás el calificativo que más se repite es el de brillante
, si bien la lista completa podría ocupar muchos párrafos. Por ejemplo, el que sucediera a nuestro biografiado como presidente del Instituto de la Ingeniería de España, Juan José Alzugaray, logra hilar de un tirón hasta 29 cualidades sobresalientes
de nuestro personaje: «inteligente, sagaz, lúcido, adelantado, clarividente, buen fajador, independiente, memorión, ordenado, eficaz, madrugador, puntual, arriesgado, cortés, estirado, atractivo, elegante, la vida privada intachable, curioso, bien informado, seguro de sí mismo, triunfador nato, carismático, fascinante, auto disciplinado, estratega, trabajador, amigo de sus amigos, piadoso. Quizá posea demasiado de todo, excepto fortuna económica...»1. Después de bucear en la vida de Gregorio, estoy convencido de que a esta lista de calificativos se pueden añadir muchos más, porque abundan los testimonios que dan cuenta de su capacidad de entender rápidamente asuntos complejos y proponer soluciones eficaces, no siempre sencillas. Amigos, conocidos y compañeros de trabajo hablan de su elegancia, su saber estar, su simpatía, su gusto por el tenis, la caza, los toros, el fútbol, la disciplina en el trabajo, la puntualidad y el aprovechamiento del tiempo, su rica vida de piedad y celo apostólico, el esposo y padre de familia... Sería muy fácil escribir una biografía desde esta perspectiva, limitándose a glosar cada uno de estos aspectos, pero mi propósito es el de no utilizar calificativos en las páginas que siguen. Tampoco pretendo una hagiografía, por muchos que sean los elementos que abundan en este sentido: prefiero ver la figura de Gregorio López Bravo como la de alguien que está con los pies bien firmes en el terreno que pisa.
Teniendo en cuenta lo que antecede, el propósito de estas páginas es el de dejar que hablen los hechos que hemos podido conocer y que cada cual se construya su propia idea acerca del personaje. Por si le sirve de algo, le diré al lector que el retrato que me he construido es el de un hombre de una sola pieza, que trató de vivir como pensaba, aún en circunstancias nada fáciles.
Y una advertencia final: no he pretendido escribir un libro de la historia de los hechos que protagonizó Gregorio López Bravo, suficientemente contada en otras obras y de las manos de cualificados expertos. He tratado de atenerme, en la medida de lo posible, al papel desempeñado por Gregorio en ellos.
Debo agradecer la eficaz ayuda prestada por el personal del Archivo General de la Universidad de Navarra (AGUN) y del Archivo General de la Prelatura Opus Dei (AGP), que han puesto gentilmente a mi disposición el material solicitado. Extiendo mi agradecimiento a la familia López Bravo-Velasco, a Alberto Horcajo y Javier Valverde, de la Fundación Impactun y al Archivo Linz de la Transición de la Fundación March. Y a Onésimo Díaz, Fernando de Meer, Álvaro Ferrary, Constantino Ánchel y Josep Ignasi Saranyana, por sus orientaciones.
Gabriel Pérez
Pamplona/Bueu, 2024
19 DE FEBRERO DE 1985
Tal como acostumbraba a hacer cuando tenía que emprender un viaje, aquel 19 de febrero de 1985, martes de carnaval, Gregorio López Bravo madrugó todavía un poco más que lo que era habitual en él en los últimos años. Asistió a la misa de las siete de la mañana en la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano antes de desplazarse al Aeropuerto de Barajas, donde tomaría el vuelo 610 de Iberia con destino a Bilbao que despegaba a las ocho menos cuarto. Como presidente de SNIACE, el motivo de su viaje era el de visitar la empresa INQUITEX, situada en Andoáin (Guipúzcoa). El avión, un Boeing 727 bautizado como Alhambra de Granada
, sólo tenía seis años de antigüedad, había superado todas las inspecciones técnicas y se encontraba en perfectas condiciones de navegación. Con 141 pasajeros y 7 tripulantes a bordo, la hora prevista de llegada al Aeropuerto de Sondica era 50 minutos más tarde, a las 8:35.
Durante la maniobra de aproximación a la pista, el aparato chocó con una antena de la televisión vasca, ETB, situada en la cumbre del Monte Oiz. El impacto fue sobre el ala izquierda y la parte inferior del fuselaje2, lo que hizo que se perdiera el control de la aeronave de forma casi inmediata, a una velocidad próxima a los 400 kilómetros por hora. El avión cayó a tierra, rompiéndose en pedazos a lo largo de la ladera del monte. Todos los ocupantes del aparato perdieron la vida de forma instantánea y todos ellos presentaron algún tipo de desmembración o politraumatismo. El único cadáver que se encontró completo fue el de un difunto que iba dentro de su féretro en la bodega del avión.
Dada la relevancia de Gregorio López Bravo y de otras personalidades que también viajaban en aquel vuelo, como el ministro de Trabajo de Bolivia, Gonzalo Guzmán, la presidente del Fondo para la Promoción del Empleo de Bilbao, África Jaén, o un conocido médico pionero en técnicas de fertilización in vitro, José Ángel Portuondo, algo que las autoridades y los primeros periodistas que tuvieron acceso a la noticia no pudieron evitar fue pensar que el suceso podría haber sido causado por un atentado terrorista. Abonaba esta posibilidad el hecho de que el entonces portavoz del PNV, Marcos Vizcaya y el exministro de Justicia y futuro ministro de Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, que tenían previsto viajar en el mismo vuelo, habían cancelado sus billetes. Las especulaciones sobre el atentado se dispararon, no faltando quienes afirmaron que así se impedía cualquier acción política de futuro de Gregorio López Bravo y hasta que no revelara unos asuntos que él conocía y que comprometían al gobierno socialista del momento. En el mismo orden del bulo se llegó a decir que los dos políticos que habían anulado sus pasajes lo hicieron porque habían sido previamente informados de lo que iba a ocurrir. Por supuesto, tanto Marcos Vizcaya como Francisco Fernández Ordóñez desmintieron tajantemente cualquier viso de realidad sobre este extremo: tenían razones más que suficientes para no volar en aquella ocasión.
Las labores de reconocimiento del terreno fueron inicialmente caóticas, derivadas de un enfrentamiento dialéctico, en tono más que subido, entre guardias civiles y ertzainas que trataban de delimitar a qué cuerpo de seguridad correspondían aquellas labores. Finalmente fue la Policía Autónoma Vasca, Ertzantza, la que se quedó dirigiendo las operaciones sobre el terreno.
Uno de los objetos más buscados entre los restos desperdigados por la ladera del monte era la popularmente llamada caja negra
que, en realidad, es un receptáculo estanco de un color naranja vivo, que suele ir instalado en el cono de cola de la aeronave, detrás del mamparo de presión. En este aparato se registran los datos relativos al vuelo (Flight Data Recorder, FDR) y todas las conversaciones que se producen en la cabina (Copkit Voice Recorder, CVR). Del análisis de estos elementos se pudo determinar con total certeza que el siniestro fue debido a un error humano, en el que intervinieron varios factores.
En el registro de las voces de la cabina se pueden escuchar las conversaciones de los pilotos y el oficial técnico de vuelo entre sí, con las torres de control de Madrid y Bilbao, o lo que se dice al pasaje. A las 8:16, la torre de control de Bilbao se pone en contacto con el Alhambra de Granada
para comunicarle que puede seguir el descenso que ya había iniciado para proceder al aterrizaje: «Puede continuar el descenso para aproximación ILS a Bilbao, pista tres cero. El viento es de cien grados tres nudos, QNH uno cero dos cinco y nivel de transición siete cero»3. Recibida la comunicación de la torre, el copiloto contesta: «Gracias, descendiendo para mínimos del sector con mil veinticinco». Una vez que el controlador de la torre ha comprobado que se ha entendido bien su comunicación anterior, se dirige de nuevo al Iberia 610
para recalcar el dato y ofrecer una posibilidad que, de haber sido aceptada, no habría tenido las consecuencias que se produjeron instantes después: «Correcto, mil veinticinco. Y si lo desea puede proceder directo al fijo».
Conviene detenerse en este instante para entender bien lo que ocurrió a continuación. Lo que el controlador le estaba diciendo a los pilotos era que en ese momento no había tráfico aéreo que interfiriera con su maniobra en aquella zona y que, desde la misma posición que ocupaban, podían empezar a descender dirigiéndose por derecho a la pista de aterrizaje. Este procedimiento suponía evitar el paso por el VOR4 de Bilbao sin detrimento de la seguridad, siempre que no se descendiera por debajo de la altitud mínima del sector, que era de 7000 pies, es decir, 2133 metros. Conllevaba también un ahorro de tiempo y combustible, si bien podría dar la sensación a quien no estuviera acostumbrado a volar de que se perdía altura con algo más de rapidez. La diferencia entre un procedimiento y otro, por lo que a la altura se refiere, es que la aproximación directa obliga a llegar al punto fijo a 7000 pies (2133 metros), mientras que la estándar permite hacerlo a 5000 (1524 metros).
El copiloto tardó unos segundos en contestar para decir finalmente: «Vamos a hacer la maniobra estándar», de lo que el operador de la torre se da por enterado: «Recibido. Notifique pasando el VOR». El procedimiento estándar por el que se apuesta supone dar un rodeo para ir perdiendo altura lentamente. En ese momento, el Iberia 610
se encontraba a 28 millas del aeropuerto, unos 45 kilómetros. De acuerdo con el informe técnico de la Comisión de Investigación de Accidentes, «podría deducirse que el copiloto tenía intención de dirigirse al fijo, pero que, por una señal o un gesto del comandante, comunica que van a hacer la maniobra estándar»5.
Es muy significativa la conversación que tiene lugar entre el copiloto y el piloto justamente después:
Copiloto: «¿Te han pagao? ¿Te han pagao los atrasos? Hacemos la maniobra estándar entonces».
Piloto: «Sí».
Copiloto: «Vale (se oyen risas). El otro día volé, ayer, anteayer, con Santiago de la Paz. Lo mismo. Es otro de los encartaos... también en la misma situación. Pues eso, lo que tú».
Se da la circunstancia de que el comandante de la aeronave, José Luis Patiño, había participado en una huelga de pilotos que tuvo lugar en Iberia entre mediados de junio y julio del año anterior, motivo por el que le fue rescindido su contrato durante cuatro meses. Había reingresado en la compañía a mediados de noviembre de 1984, es decir, tres meses antes del accidente, por lo que es lógico pensar que estas tensiones laborales podían estar presentes en las conversaciones de los pilotos, tal como recoge la grabación en la cabina. Gastar algo más de combustible podría interpretarse como una pequeña venganza contra la compañía aérea. Es también llamativo el hecho de que sea precisamente el segundo piloto, Emilio López Peña, quien lleve el peso de la conversación entre ellos, conscientes como eran de que todo lo que hablaban quedaba registrado. Da la sensación de que el comandante no quiere significarse con algo que pudiera ser utilizado en su contra.
De acuerdo con el informe técnico sobre el accidente que venimos citando, una vez que, por los motivos que fueran, se decide realizar la maniobra estándar, «se pudo producir un conflicto mental entre el deseo del copiloto de hacer un vuelo más corto, puesto que la torre del control se lo ha autorizado, y la indicación del comandante para hacer la maniobra estándar. En consecuencia, para una selección del sistema de alerta de altitud de 4300 pies, en la primera hay que descender 2700 pies y en la segunda 700 pies en la maniobra de aproximación intermedia»6. Por tanto, todo hace pensar que, en el momento del accidente, el copiloto —que es quien está a los mandos del aparato en ese momento— actúa según la maniobra que había pensado inicialmente, como si estuviera a 7000 pies.
A partir de las 8:17 horas, lo que se escucha son instrucciones relativas al gobierno del avión, altura, velocidad de descenso, extensión de flaps7 y la lista de comprobaciones habituales antes de la toma de tierra, como el sistema antihielo, presurización, circuito de frenos, luces... A las 8:22 tiene lugar la última comunicación con la torre de control para decir que están a 7000 pies e iniciando la maniobra. Dos minutos más tarde, una auxiliar del vuelo comunica por megafonía que es el momento de abrocharse los cinturones de seguridad. Otros dos minutos y medio después, el copiloto pide una extensión más de flaps: «Cinco, por favor. Mínimo, uno seis... tres. Cuatro mil trescientos. Curva". «La primera frase corresponde a la petición de cinco grados de flaps, la segunda a un comentario o lectura de la velocidad mínima para esa condición y altitud mínima de curva de la maniobra, de acuerdo con la interpretación de la carta, haciendo un redondeo de la altitud (4354 pies) por defecto o por haberla leído en las ventanillas del selector del Sistema de Alerta de Altitud»8.
A las 8:27 se escucha el ruido del impacto y 10 segundos más tarde, tras unos ruidos y voces no identificadas, se termina la grabación.
Entre las conclusiones de la Comisión de Investigación se dice con toda rotundidad que «la aeronave voló los últimos 57 segundos por debajo de la altitud establecida para la maniobra que estaba realizando [...]. La tripulación, de acuerdo con el desarrollo del vuelo, no realizó correctamente las comprobaciones de altitud o sus lecturas fueron erróneas [...]. La tripulación redondeó la cifra de altitud de 4354 pies en la selección del Sistema de Alerta de Altitud por defecto a 4300 pies, en vez de hacerlo por exceso a 4400 pies. No hubo suficiente supervisión de la maniobra por parte del piloto que no estaba a los mandos, ni dio los avisos de 1000 pies para las diferentes altitudes»9. Finalmente se apunta que el soporte de antenas de televisión contra el que colisionó la aeronave sobrepasaba en 28 metros la cota del monte y que no figuraba en la carta de aproximación al aeropuerto de Sondica.
La noticia del accidente saltó inmediatamente a los medios de comunicación con las imprecisiones propias de los primeros momentos, apuntando la posibilidad de que pudiera haber supervivientes. Las primeras informaciones fueron llegando poco a poco y por distintos caminos a los López-Bravo. Marián había ido esa mañana a misa con uno de sus hijos y después acudieron a desayunar a un café. Poco después visitó un comercio de Pozuelo para comprar unas prendas de ropa que iba a regalar a una hija. En el establecimiento había una radio funcionando y le pareció escuchar algo de un accidente de aviación cerca de Bilbao. Con las naturales congojas, pidió silencio, pero la noticia ya había pasado y no volvieron a decir nada. Se marchó a casa, en Somosaguas, donde poco a poco fueron acudiendo los hijos. A unos los habían llamado por teléfono y otros habían escuchado la radio. Excepto Joaquín y Alberto, que no pudieron, todos los demás viajarían a Bilbao acompañando a Marián, con la intención de hacerse cargo del cadáver una vez que se había constatado que no había supervivientes.
Algunos medios de comunicación que acudieron al lugar de los hechos hicieron gala de un sensacionalismo morboso, mostrando restos humanos expandidos por cualquier lugar, hasta sobre los árboles del entorno. Toda una lección de lo que no se debe hacer.
Las tareas de identificación de los restos encontrados se prolongaron durante diez días. En aquellos momentos todavía no estaba extendida la técnica de los análisis de ADN, por lo que la labor de los forenses fue especialmente compleja. Iberia facilitó el traslado a Bilbao de los familiares que se prestaron a acudir para ayudar en estas tareas de identificación. A las familias se les pidió que indicaran algunas características morfológicas que facilitaran la identidad, fotografías o rasgos físicos particulares de los fallecidos. También se les solicitó que reseñaran objetos personales como anillos, relojes o medallas que pudieran llevar consigo. Con todo, de ocho personas no se encontró ningún resto, entre otros, de Gregorio López Bravo. En la zona no apareció ni su medalla, ni su anillo, ni su reloj, ni un pequeño crucifijo que llevaba consigo y que le había regalado su amigo escultor Otero Besteiro. Algunas fuentes apuntan a que hubo quienes se dedicaron a robar objetos desperdigados por la zona.
En el cementerio de Derio hay una fosa común con una lápida en la que puede leerse: IN MEMORIAM A LOS FALLECIDOS EN EL MONTE OIZ. 19-02-1985
. Alrededor de 5.000 personas acudieron al santuario de la Virgen de Begoña de Bilbao para asistir al funeral que se celebró por las almas de todas las víctimas.
Para un viajero como él, con tantas horas de vuelo a sus espaldas en todo tipo de aparatos y casi en cualquier parte del mundo, el accidente del monte Oiz fue el último, pero no el único. José Joaquín Ysasi-Ysasmendi vivió un momento complicado cuando volaba junto a Gregorio a Sevilla y el avión tuvo un fallo en el tren de aterrizaje. Su amigo le proporcionó paz y serenidad10. Por su parte, Ricardo Díez Hochleitner recuerda un aterrizaje en el aeropuerto de Kuwait cuando se produjo una explosión que afectó a uno de los motores que comenzó a arder. Las llamas iban creciendo en medio del ruido de las sirenas de los bomberos que se acercaban. En esas circunstancias «Gregorio se vuelve hacia mí y me pregunta: Ricardo, ¿tienes listas las maletas? Creo que le puse mala cara por el despropósito que me parecía esa preocupación por algo tan fútil como el equipaje mientras nuestra vida estaba en peligro. Con su habitual compostura me sonrió afable e insistió: ¿Has encomendado tu alma a Dios? Y tendió sus manos como en salutación dominical, una a este pobre amigo de andanzas internacionales y la otra a Aurelio Peccei, de ideas y creencias bien distintas, pero también su amigo y admirador entrañable»11.
Para el día siguiente, miércoles de ceniza, Gregorio había convocado a un grupo de amigos en su casa para una reunión. El escritor José Luis Olaizola cuenta que era una costumbre que se repetía todos los meses y que consistía en una charla breve «sobre temas de formación doctrinal, virtudes humanas, etc. El número de asistentes variaba; podían ser doce, o tres. Pero Gregorio ponía el mismo interés y atención en su organización fueran muchos o pocos, y soy testigo de excepción; Gregorio me invitó a dar algunas de aquellas charlas y, como simpatizara con él y sus amigos, lo estuve haciendo con asiduidad durante varios años. De tal modo supeditaba todo su quehacer a aquella obligación que se había impuesto, que, pese a los múltiples viajes que tenía que hacer, en tantos años —puede que fueran diez— sólo faltó a una de ellas y, como es lógico, me avisó con la suficiente antelación. Cuidaba de fijar la fecha de asistencia para que fuera el mayor número posible de gentes. La víspera solía recordármelo con una llamada telefónica. Yo le decía: No hace falta que me llames. Lo tenía apuntado en mi agenda. Él me contestaba invariablemente: Por si acaso. A mí, aquella desconfianza a todas luces injustificada y casi ofensiva, me resultaba conmovedora y aún ahora, pese al tiempo transcurrido, me emociona el recordarlo. La única vez que no pudo avisarme fue el día que encontró la muerte. Al día siguiente correspondía la reunión mensual. Con el lógico retraso tuvo lugar en su casa porque así lo quisieron sus amigos y consintió su mujer. El tema de la charla que yo había preparado era sobre la tibieza espiritual y no tuve que cambiarlo porque Gregorio era, precisamente, la antítesis de la tibieza y al socaire del tema resultó muy fácil recordar al amigo desaparecido»12.
«La reunión en su casa a la que pensábamos asistir a pesar de su ausencia, fue sustituida por una misa en Retamar13. En esta misa estuvimos los que pensábamos asistir a la reunión de su casa, y todos los que de su celebración se enteraron»14.
Quedaban atrás 62 años de vida fecunda, una esposa y nueve hijos. Una trayectoria humana y profesional que es la que tratamos de poner de relieve en las páginas que siguen.
I. LA FORJA DE LOS AÑOS
EL NIÑO QUE TOMABA EL SOL
De los antecedentes familiares de Gregorio López Bravo conocemos muy pocas cosas. Su padre, Sotero López de Castro, natural de Ampudia (Palencia), era un modesto funcionario del Catastro en la Delegación de Hacienda de Madrid. En el ámbito familiar apenas ha trascendido nada de él, salvo que era una persona tranquila y que fumaba todo el tiempo, costumbre que no heredaría Gregorio.
Algo más sabemos de Consuelo Bravo Atienza, su madre, gracias a las referencias de su hermano Gregorio. La familia materna procedía de Noviales (Soria), de donde era el abuelo, que acabó siendo secretario del Juzgado de Tortonda, del partido judicial de Sigüenza (Guadalajara). Como quiera que se trataba de tierras de Álvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones, el aristócrata acudía por allí en algunos días de verano para cazar codornices que luego se hacía guisar en la casa de los Bravo-Atienza. A lo largo de aquellas comidas, Romanones reparó en la pequeña Consuelo, a la que veía especialmente despierta, por lo que animó a la familia a que le dieran una carrera. Como no tenían recursos para mandarla a estudiar fuera, fue el propio conde quien se ocupó de conseguirle una beca