El Trompo
El Trompo
El Trompo
I
Sobre el cerro San Cristbal la neblina haba puesto una capota
sucia que cubra la cruz de hierro. Una gara decalabobos se cerna
entre los rboles lavando las hojas, transformndose en
un fango ligero y descendiendo hasta la tierra que acentuaba su color
pardo. Las estatuas desnudas de la Alameda de los Descalzos se
chorreaban con el barro formado por la lluvia y el polvo acumulado en
cada escorzo. Un polica, cubierto con su capote azul de vueltas
rojas, daba unos pasos aburridos entre las bancas desiertas, sin una
sola pareja, dejando la estela fumosa de su cigarro. Al fondo, en el
convento de los frailes franciscanos se estremeca la dbil campanita
como un son triste..
En esa tarde todo era opaco y silencioso. Los automviles, los
tranvas, las carretillas repartidoras de cervezas y sodas, los
"colectivos", se esfumaban en la niebla gris-azulada y todos los ruidos
parecan lejanos. A veces surga la estridenciacaracterstica de los
neumticos rodando sobre el asfalto hmedo y sonoro y surga
tambin solitario y esculido, el silbido vagabundo del transente
invisible. Esta tarde se pareca a la tarde del vals sentimental y
huachafo que, hace muchos aos, cantaban los currutacos de
las tiorbas:
La tarde era triste,
la nieve caa!...
Por la acera izquierda de la Alameda iba Chupitos, a su lado el
cholo Feliciano Mayta. Chupitos era un zambito de diez aos, con ojos
vivsimos sombreados por largas pestaas y una jeta burlona que
siempre frunca con estrepitoso sorbo. Chupitos le llamaron desde
que un da, haca un ao ms o menos, sus amigos le encontraron en
la puerta de la botica de San Lzaro pidiendo:
-Despchabame esta receta!...
Uno de los ganchos, Glicerio Carmona, le pregunt:
-Quin est enfermo en tu casa?
-Nadies...Soy yo que me ha salido unos chupitos... Y con "Chupitos"
qued bautizado el mocoso que ahora iba con Feliciano, Glicerio, el
bizco Nicasio, Faustino Zapata, pendencieros de la misma edad que
vendan suertes o pregonaban crmenes, vidamente ledos en los
diarios que ofrecan. Cerraba la marcha Ricardo, el famoso Ricardo
-Y qu iba a hacer?
La lgica paterna:
-No dejrtelo ganar...
Chupitos explicaba alzando ms las cejas:
-Fue Carmona, pap, que mand cocina y como tuve
chantarme... Dme los treinta chuyos, quiere?...
que
IV
La tarde era triste,
la nieve caa!...
En Lima, gracias a Dios, no hay nieve que caiga ni cado nunca.
Apenas esa gara finita de calabobos, como dije al principio de este
relato, chorreando su fanguito de las hojas de los rboles,
morenizando el mrmol de las estatuas que ornan la Alameda de los
Descalzos. All iban los amigotes del barrio a chuzar esa partida en
que Chupitos haba puesto todo su orgullo y su angustiada esperanza:
-Se lo ganar a Carmona?...
Al principio, cuando Mayta, por sugerencia del zambito, propuso la
pelea de los trompos, el propio Chupitos opin que en esa tarde, con
tanta lluvia y tanto barro, no se podra jugar. Y como lo presumi,
Carmona tuvo la mezquindad de burlarse:
-Lo que tienes es miedo de que te quite otro trompo.
-Yo miento? No seas...
-Entonces, vamos?
-Al tirito.
Y fueron al camino que conduce a la Pampa de Amancaes que
todava tiene, felizmente, tierra que juegan los palomillas. Carmona
se apresur a escupir la babita alrededor de la cual todos formaron un
mano:
-Ms legal, te digo!...De naranjo purito!
(Jos Diez Canseco)