Poemas Jorges Luis Borges
Poemas Jorges Luis Borges
Poemas Jorges Luis Borges
no es ms que un sueo
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que suean el mundo
y slo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirn despus con los otros.
Hora en que el sueo pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sera fcil a Dios
matar del todo Su obra!
LA RECOLETA
Convencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
BENARS
Falsa y tupida
como un jardn calcado en un espejo,
la imaginada urbe
que no han visto nunca mis ojos
entreteje distancias
y repite sus casas inalcanzables.
El brusco sol
desgarra la completa oscuridad
de templos, muladares, crceles, patios
y escalar los muros
y resplandecer en un ro sagrado.
Jadeante
la ciudad que oprimi un follaje de estrellas
desborda el horizonte
y en la maana llena
de pasos y de sueo
la luz va abriendo como ramas las calles.
Juntamente amanece
en todas las persianas que miran al oriente
y la voz de un almudano
apesadumbra desde su alta torre
el aire de este da
y anuncia a la ciudad de los muchos dioses
la soledad de Dios.
(Y pensar
que mientras juego con dudosas imgenes,
la ciudad que canto persiste
en un lugar predestinado del mundo,
con su topografa precisa,
poblada como un sueo,
con hospitales y cuarteles
y lentas alamedas
y hombres de labios podridos
que sienten fro en los dientes.
JACTANCIA DE QUIETUD
Escrituras de luz embisten la sombra, ms prodigiosas que meteoros.
La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo.
Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos y quisiera entenderlos.
Su da es vido como el lazo en el aire.
Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer.
Hablan de humanidad.
Mi humanidad est en sentir que somos voces de una misma penuria.
Hablan de patria.
Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada, la oracin
evidente del sauzal en los atardeceres. El tiempo est vivindome.
Ms silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada codicia.
Ellos son imprescindibles, nicos, merecedores del maana.
Mi nombre es alguien y cualquiera.
Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.
A LEOPOLDO LUGONES
Los rumores de la plaza quedan atrs y entro en la Biblioteca. De una manera casi
fsica siento la gravitacin de los libros, el mbito sereno de un orden, el tiempo
disecado y conservado mgicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lcido
sueo, se perfilan los rostros momentneos de los lectores, a la luz de las lmparas
estudiosas, como en la hiplage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura,
en este lugar, y despus aquel otro epteto que tambin define por el contorno, el
rido camello del Lunario, y despus aquel hexmetro de la Eneida, que maneja y
supera el mismo artificio:
Ibant obscuri sola sub nocte per umbram.
Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas
cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engao,
usted no me malquera, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algn trabajo
mo. Ello no ocurri nunca, pero esta vez usted vuelve las pginas y lee con
aprobacin algn verso, acaso porque en l ha reconocido su propia voz, acaso
porque la prctica deficiente le importa menos que la sana teora.