La Promesa (Cuento) - Eduardo Sacheri
La Promesa (Cuento) - Eduardo Sacheri
La Promesa (Cuento) - Eduardo Sacheri
No, lo que pasa es que ahora sos quince aos ms viejo, nabo. El
Gordo era un optimista de raza, no caban dudas.
Djate de joder, que hablo en serio. Cuando salimos campeones nos
hicimos caballito y saltamos enseguida. Y aparte no estaba el de pas arriba
de todo. Mir ahora!
Tiene razn, Gordo intervine. Por las pas no te preocupes. Para eso
me traje la campera gruesa. Lo que me da miedo es la cana. No nos van a
dejar ni mamados.
Pero el Gordo no era hombre de dejarse derrotar rpidamente.
Y vos te penss que con la gente que va a haber a la hora del partido
se van a andar fijando? No te calents, Ernesto.
Ojal, Gordo. Ojal sea como vos decs.
La nica es hacerlo rpido, en medio del kilombo de la entrada. Beto
hablaba mirndose los zapatos. Estaba tenso.
Creo que Beto tiene razn conced. Igual tenemos que apurarnos.
Terminamos los panchos y volvimos al alambrado. La cancha se iba
llenando de a poco. Pens que era una suerte. Porque as, a cancha llena, era
mejor. Somos una manga de ilusos, me dije: ganamos tres partidos y
venimos como chicos a esperar que rompan la piata. Cuando termin el
preliminar, la gente que estaba sentada tuvo que pararse porque ya no se
vea nada. Haban llegado las banderas. Un par de pibitos las ataban en la
parte alta del alambrado. Estaban sonando los bombos. De repente, un
cantito naci del codo ms cercano a la platea. La gente empez a
prenderse. Nosotros tambin cantamos. Cuando Luisito se sac la camiseta y
empez a revolearla por sobre su cabeza, y le vi los hombritos plidos y las
pecas, retroced treinta aos, me acord de vos y me puse a llorar como un
boludo. Beto me peg dos bifes y me sacudi la melancola:
No seas imbcil, a ver si te ve el pibe.
El Gordo cantaba como un posedo. Desde el codo lleg otro canto a
encimarse con el primero. Pero ahora la gente saltaba. Y yo sent esa
sensacin indescriptible de estar en una cancha envuelto por el canto de la
hinchada nuestra, el vrtigo del piso movindose bajo los pies y ese canto
que cinco mil tipos vociferan desafinados pero que todo junto suena precioso,
como si hubiesen estudiado msica.
Corrieron la tapa del tnel y el Gordo hizo una sea. Se plant bien
firme sobre las dos piernas abiertas y se agarr fuerte del alambrado. Beto
se le trep como pudo, escalando la carne rosada de la espalda del otro.
Aaaaayyyyyy! Para qu mierda vens a la cancha en mocasines,
tarado?
Callte y quedte quieto, Gordo, que me estoy cayendo al carajo!