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Los advertidos
[Cuento. Texto completo]
Alejo Carpentier
et facta est pluvia super terram
I El amanecer se llen de canoas. Al inmenso remanso, nacido de la invisible confluencia del Ro venido de arriba -cuyas fluentes se desconocan- y del Ro de la Mano Derecha, las embarcaciones llegaban, raudas, deseosas de entrar vistosamente en esbeltez de eslora, para detenerse, a palancazas de los remeros, donde otras, ya detenidas, se enracimaban, se unan borda con borda, abundosas de gente que saltaba de proas a popas para presumir de graciosas, largando chistes, haciendo muecas, a donde no los llamaban. Ah estaban los de las tribus enemigas -secularmente enemigas por raptos de mujeres y hurtos de comida-, sin nimo de pelear, olvidadas de pendencias, mirndose con sonrisas fofas, aunque sin llegar a entablar dilogo. Ah estaban los de Wapishan y los de Shirishan, que otrora -acaso dos, tres, cuatro siglos antes- se haban acuchillado las jauras, mutuamente, librndose combates a muerte, tan feroces que, a veces, no haba quedado quien pudiera contarlos. Pero los bufones, de caras lacadas, pintadas con zumo de rboles, seguan saltando a canoa en canoa, enseando los sexos acrecidos por prepucios de cuerno de venado, agitando las sonajas y castauelas de conchas que llevaban colgadas de los testculos. Esa concordia, esa paz universal, asombraba a los recin llegados, cuyas armas, bien preparadas, atadas con cordeles que podan zafarse rpidamente, quedaban, sin mostrarse, en el piso de las canoas, bien al alcance de la mano. Y todo aquello -la concentracin de naves, la armona lograda entre humanos enemigos, el desparpajo de los bufones- era porque se haba anunciado a los pueblos de ms all de los raudales, a los pueblos andariegos, a los pueblos de las montaas pintadas, a los pueblos de las Confluencias Remotas, que el viejo quera ser ayudado en una tarea grande. Enemigos o no, los pueblos respetaban al anciano Amaliwak por su sapiencia, su entendimiento de todo y su buen consejo, los aos vividos en este mundo, su poder de haber alzado, all arriba en la cresta de aquella montaa, tres monolitos de piedra que todos, cuando tronaba, llamaban los Tambores de Amaliwak. No era Amaliwak un dios cabal; pero era un hombre que saba; que saba de muchas cosas cuyo conocimiento era negado al comn de los mortales: que acaso dialogara, alguna vez, con la Gran-Serpiente-Generadora, que, acostada sobre los montes, siguindole el contorno como una mano puede seguir el contorno a la otra mano, haba engendrado los dioses terribles que rigen el destino de los hombres, dndoles el Bien con el hermoso pico del tucn, semejante al Arco Iris, y Mal, con la serpiente coral, cuya cabeza diminuta y fina ocultaba el ms terrible de los venenos. Era broma corriente decir que Amaliwak, por viejo, hablaba solo y responda con tonteras a sus propias preguntas, o bien interrogaba las jarras, las cestas, la madera de los arcos, como si fuesen personas. Pero
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cuando el Viejo de los Tres Tambores convocaba era porque algo iba a suceder. De ah que el remanso ms apacible de la confluencia del Ro venido de arriba con el ro de la Mano Derecha estuviera llena, repleta, congestionada de canoas, aquella maana. Cuando el viejo Amaliwak apareci en la laja, que a modo de tribuna gigantesca se tenda por encima de las aguas, hubo un gran silencio. Los bufones regresaron a sus canoas, los hechiceros volvieron hacia l el odo menos sordo, y las mujeres dejaron de mover la piedra redonda sobre los metales. De lejos, de las ltimas filas de embarcaciones, no poda apreciarse si el Viejo haba envejecido o no. Se pintaba como un insecto gesticulante, como algo pequesimo y activo, en lo alto de la laja. Alz la mano y habl. Dijo que Grandes Trastornos se aproximaban a la vida del hombre; dijo que este ao, las culebras haban puesto los huevos por encima de los rboles; dijo que, sin que le fuera dable hablar de los motivos, lo mejor para prevenir grandes desgracias, era marcharse a los cerros, a los montes, a las cordilleras. Ah donde nada crece, dijo un Wapishan a un Shirishan que escuchaba al viejo con sonrisa socarrona. Pero un clamor se alz all, en el ala izquierda donde se haban juntado las canoas venidas de arriba. Gritaba uno: Y hemos remado durante dos das y dos noches para or esto?, Qu ocurre en realidad?, gritaban los de la derecha. Siempre se hace penar a los ms desvalidos!, gritaron los de la izquierda. Al grano! Al grano!, gritaron los de la derecha. El viejo alz la mano otra vez. Volvieron a callar los bufones. Repiti el viejo que no tena el derecho de revelar lo que, por proceso de revelacin, saba. Que, por lo pronto, necesitaba brazos, hombres, para derribar enormes cantidades de rboles en el menor tiempo posible. l pagara en maz -sus plantos eran vastos- y en harina de yuca, de las que sus almacenes estaban repletos. Los presentes, que haban venido con sus nios, sus hechiceros y sus bufones, tendran todo lo necesario y mucho ms para llevar despus. Este ao -y esto lo dijo con un tono extrao, ronco, que mucho sorprendi a quines lo conocan- no pasaran hambre, ni tendran que comer gusanos de tierra en la estacin de las lluvias. Pero, eso s: haba que derribar los rboles limpiamente, quemarles las ramas mayores y menores, y presentarle los troncos limpios de taras; limpios y lisos, como los tambores que all arriba (y los sealaba) se erguan. Los troncos, rodados y flotados, seran amontonados en aquel claro -y mostraba una enorme explanada natural- donde, con piedrecitas, se llevara la contabilidad de lo suministrado por cada pueblo presente. Acab de hablar el Viejo, terminaron las aclamaciones y empez el trabajo. II El viejo est loco. Lo decan los de Wapishan, lo decan los de Shirishan, los decan los Guahbos y Piaroas; lo decan los pueblos todos, entregados a la tala, al ver que con los troncos entregados, el viejo proceda a armar una enorme canoa -al menos, aquello se iba pareciendo a una canoa- como nunca pudiese haber concebido una mente humana. Canoa absurda, incapaz de flotar, que iba desde el acantilado del Cerro de los Tres Tambores hasta la orilla del agua, con unas divisiones internas -unos tabiques movibles- absolutamente inexplicables. Adems, esa canoa de tres pisos, sobre la cual empezaba a alzarse algo como una casa con techo de hojas de moriche superpuestas en cuatro capas espesas, con una ventana de cada lado, era de un calado tal que las aguas de aqu, con tantos bajos de arena, con tantas lajas apenas sumergidas, jams poda llevar. Por ello, lo ms absurdo, lo ms incomprensible, es que aquello tuviese forma de canoa, con quilla, con cuaderna, con cosas que servan para navegar. Aquello no navegara nunca. Templo tampoco sera, porque los dioses se adoran en cavernas abiertas en las cimas de los montes, all donde hay animales pintados por los Antepasados, escenas de caza, y mujeres con los pechos muy grandes. El Viejo estaba loco. Pero de su locura se viva. Haba mandioca y maz y hasta maz para poner
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la chicha y fermentar en los cntaros. Con esto se daban grandes fiestas a la sombra de la Enorme Canoa que iba creciendo de da en da. Ahora el Viejo peda resina blanca, de esa que brota de los troncos de un rbol de hojas grasas, para rellenar las hendijas dejadas por el desajuste de algn tronco, mal machihembrado con el ms prximo. De noche se bailaba a la luz de las hogueras; los hechiceros sacaban las Grandes Mscaras de Aves y Demonios; los bufones imitaban el venado y la rana; haba porfas, responsos, desafos incruentos entre las tribus. Venan nuevos pueblos a ofrece sus servicios. Aquello fue una fiesta, hasta que Amaliwak, plantando una rama florida en el techo de la casa que dominaba la Enorme Canoa, resolvi que el trabajo estaba terminado. Cada cual fue pagado cabalmente en harina de yuca y en maz y -no sin tristeza- los pueblos emprendieron la navegacin hacia sus respectivas comarcas. Ah quedaba, en luna llena, la canoa absurda, la canoa nunca vista, construccin en tierra que jams habra de navegar a pesar de su perfil de nave-con-casa-encima, en cuyo cudruple techo de moriche andaba el viejo Amaliwak, entregado a extraas gesticulaciones. La Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo les hablaba. Haba roto las fronteras del porvenir y reciba instrucciones del anciano. Repoblar la tierra de hombres, haciendo que su mujer arrojara semillas de palmera por encima de su hombro. A veces, pavorosa de su dulzura exterminadora, sonaba la voz de la Gran-Serpiente-Generadora, cuyas palabras cantarinas helaban la sangre. Por qu habr de ser yo -pensaba el anciano Amaliwak- el depositario del Gran Secreto vedado a los hombres? Por qu se me ha escogido a m para pronunciar los terribles conjuros, para asumir las grandes tareas? Un bufn curioso haba permanecido en una barca rezagada para ver lo que poda ocurrir ahora en el Extrao-Lugar-de-la-CanoaEnorme. Y cuando la luna se ocultaba ya detrs de las montaas cercanas, sonaron los Conjuros, inauditos, incomprensibles, lanzados con una voz tan fuerte que no poda tratarse de la vos de Amaliwak. Entonces algo que era de vegetacin, de rboles, del suelo, de los ramazones, que an quedaban detrs de las talas, ech a andar. Era un tumulto tremebundo de saltos, de vuelos, de arrastre, de galopes, de empellones, hacia la Enorme-Canoa. El cielo blanque de garzas antes del amanecer. Una masa de rugidos, zarpazos, trompas, morros, corcovaos, encabritamientos, cornadas; una masa arrolladora, tremebunda, presurosa, se iba colando en la embarcacin imposible, cubierta por las aves que entraban a todo vuelo, por entre cuernos y cornamentas, patas alzadas, mordiscos lanzados al viento. Despus, el suelo hirvi en el mundo de los reptiles de agua y de tierra, y las serpientes menores -sas, que hacen msica con la cola, se disfrazan de anans o traen pulseras de mbar y de coral sobre el cuerpo. Hasta bien pasado el medioda se asisti a la arribazn de gente que, como los venados rojos, no haban recibido el aviso a tiempo, o las tortugas, para las cuales los viajes largos eran trabajosos y ms ahora que eran los tiempos de desovar. Por fin, viendo que la ltima tortuga haba entrado en la canoa. El anciano Amaliwak cerr la Gran-Escotilla, y subi a lo ms alto de la casa donde las mujeres de su familia -es decir: de su tribu, puesto que su gente se casaba a los trece aos- estaban entregadas, cantando, a los juegos y rejuegos del metate. El cielo de aquel medioda era negro. Pareca que las tierras negras de las comarcas negras se hubiese subido, de horizonte a horizonte. En eso son la Gran-voz-de-Quien-todolo-Hizo: Cbrete los odos, dijo. Apenas Amaliwak hubo obedecido, retumb un trueno tan horrsono y prolongado que los animales de la Enorme-Canoa quedaron ensordecidos. Entonces empez a caer la lluvia. Lluvia de Clera de los Dioses, pared de agua de un espesor infinito, bajada de lo alto; techo de agua en desplome perpetuo. Como era imposible respirar, siquiera, bajo semejante lluvia, el viejo entr en la casa. Ya caan goteras, ya lloraban las mujeres, ya chillaban los nios. Y ya no se supo del da ni de la noche. Todo era noche. Amaliwak, ciertamente, se haba provisto de mechas que, al ser encendidas, ardan ms o menos durante el tiempo de un da o de una noche. Pero ahora, con la ausencia de luz, estaba desconcertado en sus clculos, dando noches por das y das por noches. Y, de sbito, en un momento que el anciano no olvidara nunca, la proa de la canoa empez a dar bandazos. Una
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fuerza levitaba, alzaba, empujaba, aquella construccin hecha a los dictados de los Poderosos de las Montaas y de los Cielos. Y despus de una tensin, de una indecisin, de un miedo, que oblig a Amaliwak a tomarse un jarro entero de Chicha de maz, hubo como un embate sordo. La Enorme-Canoa haba roto su ltima atadura con la tierra. Flotaba. Y se lanzaba hacia un mundo de raudales abiertos entre montaas, raudales cuyo bramido continuo pona pavor en el pecho de los hombres y animales. La Enorme-Canoa flotaba. III Al principio Amaliwak y sus hijos y sus nietos y bisnietos y tataranietos trataron, aullantes, de piernas abiertas en las cubiertas, de concentrarse en alguna maniobra del timn. Era intil. Circundada la montaa, azotada por los rayos, la Enorme-Canoa caa, de raudal en raudal, de viraje en viraje, esquivando los escollos, sin topar con nada, por su misma debilidad en seguir el enfurecido correr de las aguas. Cuando el anciano se asomaba a la borda de su EnormeCanoa, la vea correr, harto rauda, desorientada, desnortada (acaso se vean las estrellas?) en su mar de fango lquido que iba empequeeciendo las montaas y los volcanes. Porque a aqul se le miraba de cerca el exiguo abismo que otrora arrojara fuego. Poco impresionaban sus labios de lava llovida. Las montaas se reducan en tamao en aquella desaparicin creciente de sus faldas. E iba la Enorme-Canoa por rumbos inseguros, a veces, antes de arrojarse a un disparadero de aguas que paraba en cataratas ya amansadas por las aguas segn el mal clculo de Amaliwak haba llovido durante ms de veinte das, y de aquella manera tremebunda- dejaron de caer del cielo. Se hizo un gran remanso, una gran mar quieta entre las ltimas cimas visibles, con sus playas de lado pintadas a millares de palmos de altura, y la Enorme-Canoa dej de agitarse. Era como si La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-loHizo le impusiera un descanso. Las mujeres haban regresado a sus metates. Los animales, abajo, estaban tranquilos; todos, desde el da de la Revelacin, se haban conformado con el yantar cotidiano, de maz y de yuca, as fueran carnvoros. Amaliwak, cansado, se ech un buen jarro de Chicha en el gaznate y se ech a dormir en su chinchorro. Al tercer da de sueo lo despert el choque de su nave con alguna cosa. Pero no era cosa de roca, ni de piedra, ni de troncos muy viejos, de esos que yacan petrificados, intocables en los claros de la selva. El golpe haba derribado algunas cosas: jarros, enceres, armas, por su violencia. Pero haba sido un golpe blando, como de madera mojada con madera mojada, de tronco flotante con tronco flotante, en que ambos, despus de herirse las cortezas, siguen juntos sus caminos, unidos como marido y mujer. Amaliwak subi a los pisos superiores de su embarcacin. Su canoa haba tropezado, de soslayo, con algo rarsimo. Sin fracturas haba abordado una nave enorme, de costillares al descubierto, de cuadernas fuera de borda, como hecha de bambes, de juncos, con algo sumamente singular: un mstil en torno al cual giraba, segn soplara la brisa -ya haban terminado los grandes vientos- un velamen cuadrado, de cuatro caras, que agarraba el aire que soplaba por debajo, como una chimenea. Viendo as la embarcacin oscura, que ninguna forma viviente animaba, pens el anciano Amaliwak en medirla a ojo de buen comprador de jarras -con chicha adentro por supuesto. Tena unos trescientos codos de longitud, unos cincuenta de anchura, y unos treinta codos de alto. Ms o menos como mi canoa -dijo- aunque yo he dilatado a lo sumo las proporciones que me fueron dictadas por revelacin. Los dioses de tanto andar por los cielos, poco saben de navegar. Se abri la escotilla de la extraa nave, apareci un anciano pequeito, tocado con un gorro rojo, que pareca sumamente irritado. Qu? No atamos cabos?, grit, en un idioma extrao, hecho a saltos de tonalidades de palabras a palabras, pero que Amaliwak entendi porque los hombres sabios, en aquellos das, entendan todos los idiomas, dialectos y jergas, de los seres humanos. Amaliwak mand a lanzar cabos a la extraa embarcacin;
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ambas se arrimaron, y se abraz el anciano de otro anciano de tez un tanto amarillenta, que dijo venir del Reino de Sin, cuyos animales traa en las entraas del Gran Barco. Abriendo la escotilla mostr a Amaliwak un mundo de animales desconocidos que entre divisiones de madera que limitaban sus pasos pintaban estampas zoolgicas por l nunca sospechadas. Se asust al ver que haca ellos trepaba un oso negro de muy fea traza: abajo haba como venados grandes, con gibas en los lomos. Y unos felinos brincadores, nunca quietos, que llamaban onzas. Qu hace usted aqu?, pregunt el hombre de Sin a Amaliwak. Y usted?, contest el anciano. Estoy salvando a la especie humana y las especies animales, dijo el hombre de Sin. Estoy salvando a la especie humana y las especies animales, dijo el anciano Amaliwak. Y como las mujeres del hombre de Sin haban trado vino de arroz, no se habl ms de cuestiones difciles de dilucidar, aquella noche. Y algo borrachos estaban los hombres de Sin y el anciano Amaliwak cuando, al filo del amanecer, un golpe formidable hizo retumbar a las dos naves. Una embarcacin cuadrada -trescientos codos de longitud, cincuenta ms o menos de anchura, treinta codos (eran unos cincuenta) de alto- dominada por una casa vivienda con ventanas laterales, haba topado con las dos naves amarradas. En la proa, antes de que fuesen a requerirlo por una mala maniobra marinera, un anciano, muy anciano, de largas barbas, recitaba lo inscripto en las pieles de los animales. Y lo recitaba a gritos, para que todos lo escucharan, y nadie viniese a requerirlo por la maniobra marinera mal hecha. Deca: Me dijo Iaveh: "Hazte un arca de madera de Gopher; hars aposentos en el arca, y la embetunars con brea por dentro y por fuera. Al arca hars pisos abajo, segundo y tercero. Aqu tambin hay tres pisos, deca Amaliwak. Pero prosegua el otro: Y yo, he aqu que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espritu de vida debajo del cielo, todo lo que hay en el la tierra morir. Ms establecer un pacto contigo y entrar en el arca t y tus hijos y tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo No fue eso acaso lo que hice?, dijo el anciano Amaliwak. Pero prosegua el otro el recitado de su Revelacin: Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meters en el arca, para que tengan vida contigo: macho y hembra sern. De las aves segn su especie; de todo reptil de la tierra, segn su especie; dos de cada especie entrarn contigo para que hayan vida. As no hice yo?, preguntbase el anciano Amaliwak hallando que aquel extrao resultaba harto presuntuoso con sus Revelaciones que eran semejantes a todas las dems. Pero al pasar de embarcacin en embarcacin, los nexos de simpata se fueron creando. Tanto el hombre de Sin, como el anciano Amaliwak y el No recin llegado eran grandes bebedores. Con el vino del ltimo, la chicha del viejo y el licor de arroz del primero, los nimos se fueron ablandando. Se formulaban preguntas, tmidas al comienzo, acerca de los pueblos respectivos; de sus mujeres, de sus modos de comer. Ya slo llova de cuando en cuando, y eso, como para poner un poco de claridad en el cielo. El No, del arca maciza, propuso que se hiciera algo para saber si toda vida vegetal haba desaparecido del mundo. Lanz una paloma sobre las aguas, quietas aunque fangosas en grado increble. Al cabo de una larga espera, la paloma regres con un ramito de olivo en el pico. El anciano Amaliwak lanz entonces un ratn al agua. Al cabo de una larga espera regres con una mazorca de maz entre sus patas. El hombre del Pas de Sin despach, entonces, un papagayo, que regres con una espiga de arroz debajo del ala. La vida recobraba su curso. Slo faltaba recibir alguna Instruccin de Aquellos que vigilan el ir y venir de los hombres desde sus templos y cavernas. Las aguas bajaban de nivel. IV Transcurran los das y calladas estaban las voces de La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo, de Iaveh con quien No pareca haber tenido largos coloquios, con instrucciones ms precisas que las impartidas a Amaliwak; de Quien-Todo-lo-Cre y vive en el espacio ingrvido y
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suspendido como una burbuja, escuchado por el Hombre de Sin. Desconcertados estaban los capitanes de las naves, arrimadas por sus bordas, sin saber qu hacer. Descendan las aguas; crecan las cordilleras en el horizonte de paisajes libres de nieblas. Y, una tarde en que los capitanes beban para distraerse de sus propias cavilaciones, se anunci la aparicin de una cuarta nave. Era casi blanca, de una admirable finura de lneas, con las bordas pulidas y una vela de forma que nunca haban visto por ac. Se arrim ligeramente, y, envuelto en una capa negra, apareci su Capitn: Soy Deucalin -dijo-. De dnde se yergue un monte llamado Olimpo. He sido encargado por el Dios del Cielo y de la Luz de repoblar el mundo cuando termine este horrible diluvio Y dnde lleva los animales en una nave tan exigua?, pregunt Amaliwak. No se me ha hablado de los animales -dijo el recin llegado-. Cuando termine esto tomaremos piedras, que son los huesos de la tierra, y mi esposa Pirra las arrojar por encima de sus hombros. De cada guijarro nacer un hombre. Yo debo hacer lo mismo con las semillas de palmeras, dijo Amaliwak. En eso, de la bruma que acababa de levantarse sobre las costas cada vez ms prximas, surgi, como embistiendo, la mole enorme de una nave casi idntica a la de No. Una hbil maniobra de los que la tripulaban lade la embarcacin ponindola al pairo. Soy Our-Napishtim -dijo el nuevo Capitn, saltando a la nave de Deucalin-. Por el Dueo-de-las-Aguas supe lo que iba a ocurrir. Entonces edifiqu el arca, y embarque en ella, adems de mi familia ejemplares de animales de todas las especies. Me parece que lo peor ha pasado. Primero arroj una paloma al espacio, pero regres sin haber hallado cosa alguna que, para m, significara vida. Lo mismo me ocurri con la golondrina. Pero el cuervo no regres: pruebas de que hall algo que comer. Estoy seguro de que en mi pas, en el lugar llamado Boca de los Ros, ha quedado gente. El agua sigue descendiendo. Ha llegado la hora de regresar a las tierras propias. Con tanta tierra de aqu, de all, acarreada, depositada, dejada sobre los campos, tendremos buenas cosechas. Y dijo el hombre de Sin: Pronto abriremos las escotillas y saldrn los animales a sus pastos fangosos; y se reanudar la guerra entre las especies; y los unos devorarn a los otros. No me cupo la gloria de salvar a la raza de los dragones, y lo siento, porque ahora esa raza se extinguir. Slo hall un dragn macho, sin hembra, en el lugar septentrional donde pacen elefantes de colmillos curvos y donde los grandes lagartos ponen huevos semejantes a sacos de ssamo. Todo est en saber si los hombres habrn salido mejores de esta aventura -dijo No-. Muchos deben haberse salvado en las cimas de los montes. Los Capitanes cenaron silenciosamente. Una gran congoja -inconfesada, sin embargo; guardada en lo hondo del pecho- les pona lgrimas a las gargantas. Se haba venido abajo el orgullo de creerse elegidos -ungidos- por las divinidades que, en suma, eran varias, y hablaban a los hombres de idntica manera. Por ah deben andar otras naves como las nuestras dijo Our-Napishtim, amargo. Ms all de los horizontes; mucho ms all debe haber otros hombres advertidos, navegando con sus cargas de animales. Debe haberlo de pases donde se adora el fuego y las nubes. Debe haberlo de los Imperios del Norte que, segn dicen, son tremendamente industriosos. En ese instante La-Gran-Voz-de-QuienTodo-lo-Hizo retumb en los odos de Amaliwak: Aprtate de las dems naves, y djate llevar por las aguas. Nadie, salvo el Viejo, escuch el tremendo mandato. Pero a todos les ocurra algo, puesto que se marcharon de prisa, sin despedirse unos de otros, volviendo a sus embarcaciones. Cada una hall la corriente que le corresponda, en un agua que ya se pintaba a la manera de un ro. Y, pronto, el anciano Amaliwak se encontr solo con su gente y con sus animales. Los dioses eran muchos -pensaba-. Y donde hay tantos dioses como pueblos, no puede reinar la concordia, sino que debe vivirse en desavenencia y turbamulta en torno a las cosas del Universo. Los dioses se le empequeecan. Pero an le tocaba una tarea que cumplir. Arrim la Enorme-Canoa a una orilla y, bajando detrs de una de sus esposas, le hizo arrojar detrs de sus espaldas las semillas de palmera que llevaba en un saco. En el acto
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-y era maravilloso verlo- las semillas se transformaron en hombres que en pocos instantes crecan, pasando de la talla de nios, a la talla de mozos, a la talla de adolescentes, a la talla de hombres. Con las semillas que contuvieran grmenes de hembra ocurra lo mismo. Al cabo de la maana era una multitud, pululante, la que llenaba la orilla. Pero, en eso, una oscura historia de rapto de hembra, dividi a la multitud en dos bandos, y fue la guerra. Amaliwak regres rpidamente a la Enorme-Canoa, viendo cmo los hombres, recin salvados, se mataban unos a otros. Y segn sus posiciones de combate en la costa elegida para su resurreccin, era evidente que ya se haba creado un Bando-montaa y un Bando-valle. Ya tena ste un ojo colgndole de la cara; ya vena el otro con el crneo abierto por una piedra. Creo que hemos perdido el tiempo, dijo el anciano Amaliwak poniendo su Enorme-Canoa a flote. FIN
10 Nov 2010
EL SILENCIO DE GALILEO
Hace ver en el corazn de la ambicin humana. Otro Lunes, Espaa Narracin gil que atrapa. Veintitrs, Argentina Atrapa al lector. Cathedralis, Mxico Cascada de microintrigas en cadena. Universidad de Sevilla, Espaa No pude dejarlo. Expreso, Ecuador Emocionante. El Nuevo Herald, Estados Unidos Gana la literatura. La Opinin, Colombia
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