Eucologio
Eucologio
Eucologio
Contenido: Oraciones que preceden y siguen el Bautismo. Sacramento del Bautismo y Confir-
mación. El Sacramento de la Penitencia. Rito Comunión de los Enfermos. Sacramento de la
Santa Unción. El Sacramento del Matrimonio. El Sacramento de la Imposición de Manos o Sa-
cerdocio. Servicios y oraciones especiales. Oficio del Trisagio Fúnebre. Oraciones el día de
Pentecostés. Oficio de la gran Santificación de las aguas en el día de la Epifanía. Oficio de la
Procesión y Adoración de la Santa Cruz. Rito de la Bendición de una casa nueva. Bendición de
Comestibles el Día de Pascua. Bendición de los Ramos el Domingo de Ramos. Bendición de un
Sepulcro Nuevo. Breve Fórmula de Santificación del Agua. Bendición de una Casa el Día de
Epifanía. Santificación de un Icono. Bendición de Vehículos. Bendición de cualquier Objeto.
Apólisis para todos los días de la Semana.
Sacramentos.
Introducción
El Bautismo es el primer Sacramento de la Iglesia y por él, como por una puerta, entra el hombre a formar par-
te de la Comunidad Cristiana. Es además un nuevo nacimiento por el cual el hombre es hecho hijo de Dios, confor-
me a las palabras de Jesucristo: “De verdad os aseguro: Quien no nace del agua y el Espíritu, no puede entrar en el
Reino de Dios” (Jn. 3:5). El bautismo es por lo tanto una condición indispensable para obtener la salvación eterna.
Por eso, desde los albores del cristianismo, se administra el bautismo al hombre antes de cualquier otro Sacramento.
Y puesto que el hombre no es digno de la gracia de la salvación, proporcionada por el Sacramento del Bautis-
mo, si no cree firmemente en Cristo, conformo al Evangelio: “Quien creyere y fuere bautizado se salvará” (Mc.
16:16), la Iglesia ha establecido desde sus principios un oficio especial que precede al bautismo como preparación y
es llamado “Oficio del catecumenado.” El catecúmeno es aquel que se instruye en las enseñanzas de la fe cristiana y
que está dispuesto a recibir el Sacramento salvador del Bautismo. Y si el que va a ser bautizado es un niño y no ha
llegado al uso de razón, otro confiesa en nombre de él la fe cristiana públicamente y este es llamado padrino o ga-
rante, debiendo ser un buen cristiano ortodoxo y siendo su principal obligación instruir posteriormente al niño bauti-
zado en las verdades de la verdadera fe cristiana. Por eso los cánones eclesiásticos mandan que el padrino y la ma-
drina sean ortodoxos, y esto es muy normal, Por que, siendo el padrino el garante de que su ahijado cumplirá fiel-
mente con los preceptos de la fe cristiana ortodoxa, un no ortodoxo no podrá cumplir con esa obligación.
El bautismo debe ser realizado con la inmersión del bautizando en el agua y su resurgimiento tres veces de
ella, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pues la inmersión simboliza sepultarse con Cristo y la
emersión — la resurrección con Cristo a una vida espiritual nueva (Rom. 6:35).
Y así como Jesucristo, después que surgió del agua, cuando fue bautizado por Juan en el Jordán, vio descender
y reposarse sobre Él el Espíritu Santo, en forma de paloma (Mc. 1:10), así nuestra Iglesia Ortodoxa ha dispuesto
desde los tiempos apostólicos administrar al bautizado inmediatamente después de salir de la pila bautismal el Sa-
cramento de la Unción Crismal (Confirmación), por el cual el bautizado recibe una gracia especial que lo fortalece,
lo hace crecer y lo confirma en la vida nueva espiritual que ha iniciado el hombre en el bautismo. Los Apóstoles, al
principio, administraban este Sacramento de la Confirmación imponiendo simplemente las manos sobre el recién
bautizado (Hechos 8:14-1l). Sin embargo no demoraron en cambiar el Rito de la imposición de manos por una un-
ción sagrada. Y así como los que, en tiempo de los apóstoles, no habían recibido de éstos la imposición de manos
después del bautismo no era considerado u bautismo completo (Hechos 8:14-17), pues no habían recibido aún el Es-
píritu Santo, así también ahora todos aquellos que no son ungidos inmediatamente después del bautismo con el San-
to Crisma no es considerado su bautismo como perfecto. Y así como la imposición de manos estaba reservada a los
Apóstoles (Texto citado), también el Santo Crisma, que hace las veces de la imposición de manos, es consagrado
únicamente por los Obispos , sus sucesores, aunque el empleo del Crisma y la Unción con él haya sido delegado por
la Iglesia a todos los Sacerdotes.
Nuestra Madre, la Iglesia de Cristo, queriendo cobijar a sus hijos desde el primer momento de su llegada al
mundo, bajo su protección, ha dispuesto oraciones para prepararlos a su nuevo nacimiento (el bautismo) y estas ora-
ciones que preceden al bautismo son las siguientes: “Oración sobre la madre el día que da a luz,” “Oración para sig-
nar al niño e imponerle nombre el día octavo de su nacimiento,” esto en imitación de nuestro Señor Jesucristo que el
octavo día de su nacimiento fue llamado Jesús (Lc. 2:21) y finalmente la “Oración de entrada a la Iglesia de una Ma-
dre que ha dado a luz,” para recordar cómo nuestra Señora la Virgen María, a los 40 días de haber dado a luz, se pre-
sentó con él en el templo y lo ofreció al Señor conforme a lo dispuesto en la ley de Moisés (Lc. 2:22 y Lev. 12:28).
Lo que sigue al Sacramento de la Unción Crismal es: “Oración para lavar al bautizado” o sea lavar aquellas
partes del cuerpo que fueron ungidas con el Crisma, para evitar que éste pueda tener contacto con algo impuro. En
segunda lugar viene la “Oración de la tonsura,” para simbolizar que el recién iluminado con la luz del bautismo será
un hijo obediente de Cristo y se someterá a su ley todos los días de su vida.
La Iglesia Ortodoxa considera que nadie está realmente incorporado a Cristo y a su Iglesia si no ha recibido la
comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor: “Quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él,” por lo
que después del bautismo y la Unción Crismal se da la Santa Comunión al recién bautizado, con lo que queda defini-
tivamente incorporado a la Comunidad Cristiana
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♦ Oración sobre la
Mujer que ha dado a luz
Sacerdote: Bendito sea Dios, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos.
Lector: Amén. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros (3 veces).
Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, se propicio con nuestros pecados. Santo,
cura nuestras enfermedades. Maestro olvida nuestras culpas y sana nuestras dolencias por tu
nombre.
Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en
la tentación, mas líbranos del maligno.
Sacerdote: Porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
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Sacerdote: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Señor nuestro Dios, Tú quisiste bajar de los cielos y nacer de la Santa Madre de Dios
y siempre Virgen María por nosotros, pecadores, y por nuestra salvación. Tú que conoces la fra-
gilidad de la naturaleza humana perdonas según tu inmensa piedad, a tu servidora N. que hoy ha
dado a luz, pues Tú Señor, has dicho: “Creced, multiplicaos, poblad la tierra y dominadla.” Por
eso nosotros tus siervos Te rogamos, confiando en tu paciente amor a la Humanidad: Vuélvete
desde el cielo y mira nuestra debilidad y per dona a tu servidora N. y a toda la casa donde nació
el niño y a los que se acercaron a ella.
Porque eres un Dios bondadoso y amas a la humanidad, y te damos gloria, Padre, Hijo y Es-
píritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Terminadas las oraciones, hace beber tres veces de un vaso con agua bendita a la mujer que ha dado a luz y a todos
los presentes y concluye la oración con la Apólisis.
Bendito sea Dios... Santo Dios... Santísima Trinidad... Padre Nuestro... Porque tuyo es el reino ...
etc.
Sacerdote: Señor Dios nuestro, Te rogamos y suplicamos que hagas brillar la luz de tu rostro so-
bre tu siervo N. y que sea signado con la señal de la santa Cruz en su mente y en su corazón, para
que se vea libre de las vanidades del mundo y de todas las asechanzas del enemigo y siga siem-
pre tus mandamientos, y que tu nombre santo permanezca siempre en él. Agrégalo en el tiempo
oportuno a tu Santa Iglesia y perfecciónalo con los Misterios de Tu Cristo, para que cumpla con
tus preceptos, conserve el sello inquebrantable y llegue a disfrutar de la alegría de tus elegidos en
tu Reino.
Por la gracia de Tu Hijo Único y su amor a la Humanidad, con Quien eres bendito Tú y tu
Santísimo y Buen Espíritu, origen de la vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Ahora el Sacerdote toma el niño en sus brazos y de pie frente a las puertas de la Iglesia, hace la señal de la Cruz, di-
ciendo:
Alégrate, oh llena de gracia, Virgen Madre de Dios, porque de ti nació el Sol de Justicia, Cristo
nuestro Dios, iluminando a los que estaban en las tinieblas. Gózate y regocíjate, oh Justo ancia-
no, que llevaste en tus brazos al Libertador de nuestras almas, que nos concede la resurrección.
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♦ Oración de
presentación al Templo
A los cuarenta días de beber nacido el niño es traído por su Madre para hacerlo entrar en el templo, estando
presente el que va a ser su padrino en el bautismo. Se colocan en la entrada de la Iglesia, y el Sacerdote, revestido de
epitrajilion. dice: Bendito sea Dios, ahora y siempre... Santo Dios... Santísima Trinidad... Padre Nuestro, y después
de la exclamación: “Porque tuyo es el Reino, etc., dice el tropario del día y el del patrón del templo y prosigue:
Señor, por intercesión de Tu Madre y de todos los Santos, concédenos tu paz, pues sólo Tú eres
Misericordioso.
Ahora la Madre se inclina con el niño y el Sacerdote traza sobre ellos el signo de la Cruz, diciendo:
Sacerdote: Señor Dios Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que con tu palabra has
creado todo ser racional e irracional y que has sacado todo de la nada y lo has traído a la existen-
cia, Te rogamos y suplicamos que purifiques de todo pecado a tu sierva N. , a quien has salvado
por Tu voluntad, pues se presenta ahora en tu Santa Iglesia, para ser digna de Tus Santos Miste-
rios.
imponiendo la mano sobre el niño prosigue:
Sacerdote: Bendice a este niño que ella ha dado a luz, haz lo crecer en tu santidad, enséñalo, dale
un entendimiento honesto y una mente lúcida, porque Tu lo has sacado de la nada y le has dado
el ser. Tu que lo has hecho ver la luz material, hazlo digno de la luz espiritual, en el momento
que Tu dispongas, uniéndolo al número de Tu Santo Rebaño, por Tu Hijo Único, con quien eres
bendito, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: La paz sea con todos.
Coro: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.
Coro: Ante Ti, Señor.
Sacerdote: Señor Dios nuestro, que viniste para salvación de la humanidad, hazte presente en tu
sierva N. y hazla digna, por las oraciones de tus Sacerdotes, de actuar a tu Santa Iglesia Ortodoxa
y de merecer la entrada al templo de tu gloria. Hazla digna de la comunión de la Preciosa Sangre
y el Precioso Cuerpo de Tu Cristo, para que glorifique con nosotros Tu Santísimo Nombre, oh
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Ahora, imponiendo las manos sobre el niño y haciendo sobre él la señal de la Cruz, el Sacerdote continúa:
Sacerdote: Señor Dios nuestro, que a los cuarenta días de tu nacimiento, fuiste presentado en el
templo legal por tu Madre Santa, la Virgen María, y fuiste llevado en los brazos del Justo Si-
meón; Señor Todopoderoso, bendice este niño que Te presentamos a Ti Creador de todo, y haz
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que crezca en toda obra buena y agradable a Ti. Expulsa de él, por la señal de Tu Santa Cruz, to-
das las fuerzas enemigas, pues Tu. Señor, cuidas de los niños; para que mereciendo el Santo Bau-
tismo, obtenga la suerte de tus elegidos en Tu Reino, siendo protegido junto con nosotros por el
poder de la Santa Trinidad, consustancial e indivisible, porque Te es debida toda gloria, honor y
adoración, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Señor Dios Todopoderoso, que por la gran voz de tu Profeta Isaías nos anunciaste la
Encarnación de Tu hijo Unico nuestro Dios de una Virgen, de la cual tuvo a bien en los últimos
tiempos, por tu benevolencia y la fuerza del Espíritu Santo, nacer como niño, por la salvación de
la humanidad, y ser presentado en el templo al cumplirse los días de la purificación, según lo dis-
puesto por tu santa ley, pues él es el verdadero legislador. Y quiso ser llevado en los brazos del
Justo Simeón. Nosotros reconocemos la figura de este misterio en las brazas de carbón, de las
cuales se habla en el citado Profeta y es ese misterio el que nosotros, los fieles, realizamos por la
gracia. Señor que bendices a los niños, bendice a este recién nacido y a sus padres y tutores: (si ya
está bautizado lo que sigue se omite: hazlo digno en el tiempo oportuno de volver a nacer por medio del agua y el
Espíritu y agrégalo a tu santo rebaño de ovejas racionales, llamadas por el nombre de Tu Cristo).
Pues Tu eres quien habita en lo más alto de los cielos y contemplas lo humilde y Te glorifi-
camos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos
Toma al niño y hace un signo de Cruz con él ante la puerta de la Iglesia diciendo:
El siervo de Dios N. entra a la Iglesia en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Y continúa:
El siervo de Dios entra a la Iglesia, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Luego, si es varón, entra con el niño al santuario y traza en derredor del altar el signo de la Cruz con él. Si es mujer,
concluye entregándolo al padrino o madrina, diciendo:
Ahora, Señor, puedes despedir a tu siervo en paz, pues nuestros ojos han visto la salvación
que preparaste para todas las gentes y que es luz de las naciones y gloria de tu pueblo.
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Sacramento del Bautismo
y Confirmación
♦ Oración sobre el Catecúmeno.
El Sacerdote, revestido de epitrajilion, sopla tres veces sobre el que va a ser bautizado, hace el signo de la
Cruz tres veces sobre él y dice, imponiéndole las manos:
Luego reza los tres siguientes exorcismos, precedidos por la introducción de costumbre:
Primer Exorcismo
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llamas de fuego sus mensajeros, a ti y todo tu poder y todos tus ángeles, pues es glorificado el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
Segundo Exorcismo
Tercer Exorcismo
Cuarto Exorcismo
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Soberano Señor, que has creado al hombre a tu imagen y semejanza, que le has dado el po-
der de llegar a la vida eterna y que no lo abandonaste, después que cayó en pecado, sino que pro-
curaste la salvación del mundo por la Encarnación de Tu Cristo; Tú Señor, después que hayas li-
brado de la esclavitud a tu creatura, recíbelo en tu Reino celestial. Abre los ojos de su inteligen-
cia para que la luz de tu Evangelio pueda brillar en él. Haz que durante la vida lo acompañe un
Angel de luz, que lo libre de todos los engaños del enemigo, del encuentro con el mal, del demo-
nio del mediodía y de las ilusiones perversas.
El Sacerdote sopla tres veces y hace el signo de la Cruz sobre la boca, el pecho y la frente del que va a ser bautizado,
diciendo:
Aparta de él todo espíritu malo e impuro, escondido y oculto en su corazón. El espíritu del
error, de la maldad, de la idolatría y de la concupiscencia, el espíritu de la mentira y de toda im-
pureza inspirada por la acción diabólica. Haz de él una oveja racional del santo rebaño de Tu
Cristo, un miembro honorable de Tu Iglesia, un vaso de santidad, un hijo de la luz y heredero de
tu Reino, para que, después de vivir según tus mandamientos, y de haber conservado intacta tu
señal y su vestidura sin mancha, reciba la felicidad de tus santos en Tu Reino.
Por la gracia, la misericordia y el amor a la Humanidad de Tu Hijo Unico, con Quien eres
bendito Tu y Tu Santísimo Espíritu, que da vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
Con el que va a ser bautizado vuelto hacia el Oriente, y con los brazos en alto, el Sacerdote pregunta:
Sacerdote: ¿Renuncias a Satanás, a todas sus obras, a todos sus ángeles, a todo su culto y a todas
sus pompas?
Padrinos: Si, renuncio.
Sacerdote: ¿Has renunciado a Satanás?
Padrinos: Sí, he renunciado.
Sacerdote: Sopla y saliva contra él.
Ahora con el que va a ser bautizado vuelto hacia el Occidente y con los brazos bajos, dicen:
Sacerdote: ¿Te unes a Cristo?
Padrinos: Sí, me uno.
Sacerdote: ¿Te has unido a Cristo?
Padrinos: Sí, me he unido.
Sacerdote: ¿Crees en Él?
Padrinos: Creo en Él como en Rey y Dios.
Creo en el Único Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y de todo lo vi-
sible e invisible. Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, que nació del Padre
antes de todos los siglos; Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero; nacido, no creado;
consubstancial con el Padre, por quien todo fue hecho; Quien por nosotros los hombres y
para nuestra salvación, descendió de los cielos, se encarnó del Espíritu Santo y María Vir-
gen, se hizo Hombre; fue crucificado por nosotros en tiempos de Poncio Pilatos; padeció,
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fue sepultado y al tercer día resucitó conforme con las Escrituras. Y subió a los cielos, está
sentado a la diestra del Padre; y vendrá otra vez con gloria, a juzgar a los vivos y a los
muertos, y Su reino no tendrá fin.
Y en el Espíritu Santo, Señor vivificador, Quien procede del Padre, que con el Padre
y el Hijo es juntamente adorado y glorificado, que habló por los profetas. Y en Una Iglesia
que es Santa, Católica y Apostólica. Confieso un solo bautismo para la remisión de los peca-
dos. Espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero. Amén.
Una vez terminado el Sacerdote pregunta de nuevo:
Sacerdote: ¿Te has unido a Cristo?
Padrinos: Sí, me he unido.
Sacerdote: Adórale.
Padrinos: Adoro al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Trinidad consubstancial e indivisible.
Sacerdote: Bendito sea Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la
verdad, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Soberano Señor, nuestro Dios, llama a u siervo N. a Tu Santa Iluminación y hazlo digno de
esta gran gracia del Santo Bautismo; desvístelo del hombre viejo y renuévalo para la vida eterna,
llénalo de la fuerza de tu Espíritu Santo, para que se una con Tu Cristo y no sea más hijo de la
carne, sino hijo de tu Reino, por la bondad de Tu Hijo Único, con Quien eres bendito junto con tu
Santísimo Espíritu Bueno, que da vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Bendito sea el Reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos. Amén.
Por la paz que viene de lo alto y por la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
Por la paz del mundo entero, por el bienestar de las santas iglesias de Dios y por la unión de to-
dos, roguemos al Señor.
Por este santo templo y por los que con fe, devoción y temor de Dios concurren a él, roguemos al
Señor.
Por nuestro Padre y Arzobispo N., por la venerable orden de los presbíteros, por los Diáconos en
Cristo, por todo el Clero y el pueblo, roguemos al Señor.
Para que esta agua sea santificada, con el poder, la acción y la venida del Espíritu Santo, rogue-
mos al Señor.
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Para que descienda sobre ella la gracia de la Redención y la bendición del Jordán, roguemos al
Señor.
Para que venga sobre esta agua la acción purificadora de la Santísima Trinidad suprasubstancial,
roguemos al Señor.
Para que, con la infusión del Espíritu Santo, seamos iluminados con la luz de la inteligencia y de
la piedad, roguemos al Señor.
Para que esta agua sea defensa contra los ataques de los enemigos visibles e invisibles, roguemos
al Señor.
Por el que va a ser bautizado y para que sea digno del Reino incorruptible, roguemos al Señor.
Para que sea proclamado hijo de la luz y heredero de los bienes eternos, roguemos al Señor.
Para que se una a Cristo nuestro Dios y sea partícipe de su muerte y de Su Resurrección, rogue-
mos al Señor.
Para que conserve puras y limpias las vestiduras del bautismo y las arras del Espíritu hasta el día
temible de la venida de Cristo nuestro Dios, roguemos al Señor.
Para que el Señor Dios escuche nuestra voz de pecadores, roguemos al Señor.
Para que él y nosotros seamos libres de toda aflicción, ira, peligro y necesidad, roguemos al se-
ñor.
Conmemorando a la Toda Santa, Purísima y Bendita, nuestra gloriosa Señora la Madre de Dios y
siempre Virgen María y a todos los Santos, encomendémonos a nosotros mismos y los unos a los
otros y toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A Ti, Señor.
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planta de verdad en tu santa Iglesia Católica y no la arranques, a fin de que, creciendo en piedad,
sea glorificado en él Tu Santísimo Nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por
los siglos de los siglos. Amen.
Ahora hace tres veces el signo de la Cruz dentro del agua con la mano derecha y sopla tres veces sobre ella, dicien-
do:
Sean quebrantadas por la señal de Tu Cruz todas las fuerzas enemigas (3 veces).
Apártense todos los espíritus (aéreos) e invisibles, que el demonio se aleje de esta agua y que el
espíritu maligno —te rogamos Señor— no se pose sobre aquel que va a ser bautizado, causando
el ofuscamiento del entendimiento y la rebelión contra la razón. Tú, Señor del Universo, haz que
esta agua sea un agua de reposo, de redención, de santificación, de purificación de las manchas
de la carne y del espíritu, una liberación y perdón de los pecados, iluminación de las almas y re-
novación de la vida. Tú eres, Señor, quien ha dicho: “Lavaos y seréis puros, borrad las iniquida-
des de vuestras almas.” Tú nos has concedido volver a nacer por medio del agua y del espíritu.
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Señor, manifiéstate en esta agua y concede al que va ser bautizado que se transforme, de tal
modo que se despoje del hombre viejo, corrompido por los desgastes de la concupiscencia, y se
revista del hombre nuevo, renovado según la imagen de Aquél que lo ha creado, a fin de que, ha-
biéndose convertido por el bautismo en participe de Tu muerte, participe también de tu Resurrec-
ción y, conservando el don de Tu Espíritu Santo y haciéndolo fructificar el depósito de Tu gracia,
reciba el premio de la vocación celestial y sea inscripto entre los primogénitos en el cielo.
Pues es a Ti, Señor y Dios nuestro Jesucristo, a quien es debida toda gloria, poder, honor y
adoración y a Tu Padre Eterno y a Tu Espíritu Santo y Bueno, que da vida, ahora y siempre y por
los siglos de los siglos. Amén.
El Sacerdote sopla ahora tres veces en el recipiente de aceite, sostenido por un ayudante, y hace tres veces el signo
de la cruz, diciendo:
Sacerdote: Atendamos.
Y canta tres veces: Aleluya con los asistentes, vertiendo el aceite en el agua tres veces. Luego prosigue.
Bendito sea Dios que santifica e ilumina a todo hombre que viene al mundo, ahora y siem-
pre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
El Sacerdote toma el aceite y signa con él en la frente al que va a ser bautizado, al tiempo que dice:
El siervo de Dios N. es ungido con el aceite de la alegría, en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo.
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En las manos: Tus manos lo han creado y lo han formado.
En los pies: Para que camine siempre por el camino de tus mandamientos.
♦ Bautismo
El Sacerdote torna al que va a ser bautizado y lo sumerge todo entero en el agua, diciendo:
Es bautizado el siervo de dios N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
Coro: Amén.
A cada nombre de las personas de la Santa Trinidad lo sumerge y lo hace emerger del agua. Luego lo seca y se lava
las manos, diciendo:
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido borradas y cuyos pecados han sido
perdonados.
Inmediatamente después de terminado el precedente Rito del Bautismo, el Sacerdote toma el recipiente con el Santo
Míron (Crisma) y reza sobre el bautizado la siguiente oración:
Sacerdote: Bendito seas, Señor Todopoderoso, Fuente de bien, Sol de Justicia, que hiciste res-
plandecer sobre los que estaban en las tinieblas la luz de la salvación con la manifestación de Tu
Hijo como Dios nuestro; Tu nos has dado, a pesar de nuestra indignidad, una feliz purificación en
el agua santa y la santificación divina con la unción que da la Vida; Tu también ahora te has dig-
nado hacer que tu siervo renazca, al ser iluminado con el agua y el Espíritu, y le has concedido el
perdón de los pecados, voluntarios e involuntarios; Tú mismo, Señor, Rey misericordioso del
universo, márcalo con el sello de tu Santo, Omnipotente y Adorado Espíritu y dale la comunión
del Santo Cuerpo y de la Preciosa Sangre de Tu Cristo. Consérvalo en tu santidad, afírmalo en la
Fe Ortodoxa, líbralo del mal y de todas sus asechanzas, conservando su alma en la pureza y la
justicia, por medio de tu saludable temor, para que, siéndote agradable en toda palabra y acción,
sea hijo y heredero de Tu Reino celestial. Porque Tú eres nuestro Dios, Dios de misericordia y
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salvación, y te glorificamos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Coro: Amén.
Terminada la oración unge al bautizado con el Santo Míron (Crisma), haciéndole el signo de la Cruz, en la frente, los
ojos, la nariz, la boca, los oídos, el pecho, las manos y los pies, diciendo a cada unción
Luego hacen todos los asistentes con el bautizado, precedidos por el Sacerdote, una procesión de tres vueltas alrede-
dor de la pila bautismal, cantando
Sacerdote: Atendamos.
Sacerdote: Sabiduría.
El Lector lee el título de la carta del Apóstol:
Lectura de la carta del Apóstol Pablo a los Romanos (6:3-11).
Sacerdote: Atendamos.
El Lector prosigue:
Hermanos: cuantos fuimos sumergidos por el bautismo en Cristo Jesús, fue en su muerte
donde fuimos sumergidos. Pues por medio del bautismo fuimos juntamente con él sepultados en
su muerte, para que, así Como Cristo fue resucitado de entre los muertos para gloria del Padre,
así también nosotros caminemos en una vida nueva. Pues si hemos llegado a ser una misma vida
con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección parecida.
Comprendamos bien esto: que nuestro hombre viejo fue crucificado junto con Cristo, a fin de
que fuera destruido el cuerpo del pecado, para que no seamos esclavos del pecado nunca más.
Pues el que una vez murió, ha quedado definitivamente liberado del pecado. Por lo tanto, sí he-
mos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, resuci-
tado de entre los muertos, ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque en
cuanto a que murió, para el pecado murió de una vez para siempre; pero en cuanto a que vive,
vive para Dios. Así también vosotros consideraos muertos para el pecado, pero vivos para Dios
en Cristo Jesús.
Sacerdote: Paz a ti, Lector.
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Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.
Sacerdote: Atendamos.
Sacerdote: En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
señalado. Y cuando lo vieron, lo adoraron, aunque algunos quedaron indecisos. Y acercándose
Jesús a ellos, les habló así: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, id, pues, y haced
discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu San-
to, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Y mirad: yo estoy con vosotros todos
los días hasta el final de los tiempos.
Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.
Sacerdote: Tú que has concedido a este tu siervo por el santo bautismo la liberación de los peca-
dos y que lo has otorgado la vida de un nuevo nacimiento, haz, Señor, que brille siempre en su
corazón la luz de tu rostro y conserva la armadura de la fe inexpugnable para los enemigos. Pro-
tege la vestidura de incorrupción, de la cual se ha revestido, pura y sin mancha y conserva en él,
por tu gracia, el sello espiritual con que ha sido marcado, siéndonos propicio a él y a nosotros por
tu inmensa misericordia, pues ha sido bendecido tu nombre honorable y magnífico, oh Padre,
Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Señor nuestro Dios, que por las aguas bautismales concedes la luz celestial a los bau-
tizados, que has hecho volver a nacer a tu siervo, recién iluminado por el agua y el Espíritu, y
que le concediste el perdón de sus pecados voluntarios e involuntarios, impón sobre él tu mano
soberana, conservándolo por el poder de tu gracia, guardando inviolables tus arras y haciéndolo
digno de la vida eterna y de tu agrado. Porque Tu eres nuestra santificación y Te glorificamos, oh
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: La paz sea con todos.
Coro: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.
Coro: A Ti, Señor.
Sacerdote: Éste que se ha revestido de Ti, oh Cristo, nuestro Señor y Dios, inclina con nosotros
su cabeza delante de Ti: protégelo para que sea siempre un luchador invencible contra los que en
vano tratan de enemistarlo, lo mismo que a nosotros; haz que en definitiva seamos vencedores
todos, para que merezcamos una corona inmarcesible. Pues en Ti está tener misericordia de noso-
tros y salvarnos, y a Ti sea la gloria y a Tu Padre Eterno, y a Tu Espíritu Santo y Bueno, que da
vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
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Ahora el Sacerdote quita el cinturón o la faja del niño y su camiseta y, reuniendo sus extremos, los empapa en agua
pura y asperja al niño, diciendo:
Has sido justificado, iluminado, santificado y lavado en el nombre de Nuestro Ser ñor Jesu-
cristo y por el Espíritu de nuestro Dios.
Y tomando una esponja nueva le lava el rostro, la cabeza y el resto del cuerpo, diciendo:
Has sido bautizado, iluminado, confirmado, santificado y lavado en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Sacerdote: Soberano Señor nuestro Dios, que has honrado al hombre con tu imagen, lo has pro-
visto de un alma racional y de un cuerpo lleno de nobleza, para que e cuerpo sirva al alma racio-
nal: has colocado la cabeza en la cima del cuerpo y haz dispuesto en ella la mayor parte de los
sentidos, sin que haya interferencia de unos para con los otros; (has cubierto la cabeza de cabe-
llos a fin de que no sea molestada por los cambios de clima) y has dispuesto todos los miembros
en la mejor forma, de suerte que con todos ellos el hombre te dé gracias a Ti, gran Artífice; Tú,
Señor, que nos has enseñado por tu vaso de elección, el Apóstol Pablo, a hacer todo para gloria
tuya, bendice a tu servidor N. que ha venido a ofrecerte como primicias el corte de los cabellos
de su cabeza y bendice también a sus padrinos y concédeles que se instruyan sin cesar en Tu ley
y hagan lo que Te agrada. Porque eres un Dios bueno y amante de la humanidad y Te glorifica-
mos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Sacerdote: La paz sea con todos.
Coro: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.
Coro: A Ti, Señor.
Sacerdote: Señor nuestro Dios, que por el contenido de esta fuente bautismal has santificado en
tu bondad a los que creen en Ti, que tu bendición se extienda sobre la cabeza de este niño; como
bendijiste al Rey David por medio del Profeta Samuel, bendice también la cabeza de tu servidor
N., por mi mano pecadora, y visítalo con Tu Espíritu Santo, a fin de que, avanzando en edad y al-
canzando alta vejez, te tribute gloria y vea los bienes de Jerusalén todos los días de su vida.
Porque Te es debida toda gloria, honor y adoración, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
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Bendícenos, Padre.
Sacerdote: concluye diciendo la Apólisis.
Nota: Si el niño está en peligro de muerte y no ha sido posible conseguir que venga un sacerdote, cualquier laico or-
todoxo, sea hombre o mujer, puede bautizar, siempre y cuando lo inmerja tres veces en el agua, diciendo: “Es bauti-
zado el siervo de Dios N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.” Si el niño muere, se consi-
dera bautizado. Si no, debe llevársele a la iglesia tan pronto sea posible, y el Sacerdote completará el Rito, adminis-
trándole el Sacramento de la Unción Crismal (Confirmación).
Si el niño está en tal situación que no puede ser movido o levantado para ser sumergido en el agua tres veces,
se permite (solamente en este caso) bautizarlo vertiendo agua sobre su cabeza o rociándolo tres veces, diciendo: Es
bautizado el siervo de Dios N. en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
El Sacramento
de la Penitencia
Introducción
“La plenitud y el perdón de los pecados deben ser predicados en todos los pueblos, empezando por Jerusalén.
Vosotros seréis los testigos” (Lc. 24:46-47). Y más que testigos, porque el Señor confiere a los Apóstoles el poder
del perdón: “Recibid el Espíritu Santo, aquellos a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados y a quie-
nes los retuviereis les serán retenidos” (Jn. 20:22-23).
El texto clásico de San Cipriano, Obispo de Cartago, expresa bien la práctica de la Iglesia: “Que cada uno con-
fiese sus pecados mientras está aún en este mundo, mientras su confesión puede ser aceptada y mientras el perdón y
la satisfacción concedidas por los Obispos son agradables al Señor.”
Es, pues, el Obispo escucha las confesiones de los pecadores y otorga el perdón. Con la multiplicación de las
comunidades cristianas y el crecimiento de la Iglesia el Obispo delega a los Sacerdotes este poder.
“La Confesión es el reconocimiento de la culpabilidad, seguido de la absolución... El confesor es un terapeuta
de Dios, un médico enviado a curar las almas.” Por lo tanto no debemos ocultarlo nada.
Los padres llaman a este Sacramento “Metanía” del griego: “metá”: cambio, conversión, y “nus”: mente, cora-
zón, profundidad del hombre. Metanía quiere decir entonces la vuelta del corazón, el cambio de mente. Ese término
se ajusta mejor al concepto fundamental de terapéutica espiritual que el término latino “Penitencia.”
“La experiencia milenaria de la Iglesia, dice P. Evdokimov, muestra el valor salvador de la confesión. La falta
echa raíces en el alma y envenena al mundo exterior. Esto exige una intervención quirúrgica que corte las raíces y
exteriorice la falta, lo cual requiere un testigo que escuche, para romper la soledad y colocarnos de nuevo en comu-
nión con el Cuerpo de la Iglesia” (L´Orthodoxie, pág. 290).
¿Cuándo hay que hacer la primera confesión? Teodoro Balsamón, Patriarca de Antioquía, gran canonista orto-
doxo, indica la edad de 7 años, y esta práctica es la recomendable.
¿Dónde hay que hacer la confesión? En la iglesia, frente a la imagen de Cristo, ante las puertas del Iconosta-
sio, teniendo ante nosotros el Santo Evangelio. Sólo a los enfermos les está permitido confesarse en la casa, en el
hospital o en cualquier otro lugar.
Sacerdote: Bendito sea Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
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Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en
la tentación, mas líbranos del maligno.
Sacerdote: Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Salmo 50
Piedad de mí, Señor, en tu bondad y en tu ternura borra mi pecado. Lávame de toda mi mal-
dad, de mi pecado límpiame, Señor. Reconozco lo grande de mi culpa y mi pecado está siempre
ante mí, Contra Ti solo pequé y lo malo a tus ojos hice, es así muy justa tu sentencia y recto tu
juicio.
Tu sabes que culpable yo he nacido y pecador mi madre me engendró. Tú amas la verdad
del corazón y en tu interior me enseñas tu saber. Rocíame con hisopo y seré limpio, lávame y
seré más blanco que la nieve. Hazme sentir el gozo y la alegría y exulten mis huesos quebranta-
dos. Aparta tu rostro de mis culpas y borra de mí toda maldad. Oh Dios, crea en mí un corazón
puro y renueva la firmeza de mi espíritu. No me quieras echar de tu presencia ni retires de mí tu
Santo Espíritu. Devuélveme tu gozo salvador y hazme fuerte con un alma generosa. Mostraré a
los pecadores tus caminos y hacia Ti volverán los extraviados. Dios, mí salvador, líbrame del cri-
men y celebrará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios y mi boca anunciará tus alabanzas.
Porque no es sacrificio lo que quieres y si ofrezco un holocausto no lo aceptas. Mi sacrificio es
un espíritu arrepentido, pues no desprecias el corazón humilde.
Haz el bien a Sión por tu bondad y refuerza las murallas de Jerusalén. Aceptarás entonces
sacrificios y víctimas en tu altar se ofrecerán.
¡Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros! Faltos de toda defensa, los pecadores te
ofrecemos esta súplica o Ti, Dueño nuestro: ¡Ten piedad de nosotros!
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Ten piedad de nosotros, Señor, pues hemos puesto en Ti nuestra confianza. No descargues tu
ira sobre nosotros ni te acuerdes de nuestras culpas. Míranos de nuevo con ternura y sálvanos de
nuestros enemigos, porque Tú eres nuestro Dios y nosotros tu pueblo, todos somos obra de tus
manos y sobre nosotros se ha invocado tu nombre.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos Amen.
¡Ábrenos la puerta de la misericordia, oh bendita Madre de Dios! No permitas que nos des-
carriemos los que confiamos en Ti. Que por Ti seamos libres de las tentaciones, porque Tú eres la
salvación del pueblo cristiano.
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Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Dios nuestro Salvador, que, por medio del Profeta Natán, perdonaste a David sus pe-
cados, que recibiste la súplica que te hizo Manasés para el perdón de los pecados, recibe a tus
siervos que se arrepienten de los pecados que han cometido. Por tu amor a la humanidad, acepta
su arrepentimiento, y perdónales todas sus culpas, pues Tú perdonas los pecados y las faltas. Se-
ñor, Tú has dicho que no quieres la muerte del pecador, sino que deseas que se convierta y viva y
nos has mandado perdonar los pecados hasta setenta veces siete, pues tu misericordia es tan in-
mensa como tu majestad. Y si tuvieses en cuenta los pecados, Señor, ¿quien podrá resistir?
Tú eres el Dios de los arrepentidos y Te glorificamos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Padre, Señor del cielo y de la tierra, te confieso todo lo oculto y manifiesto de mi corazón, todo
lo que he hecho hasta este momento. Te pido perdón por todo, oh justo Juez; dame tu gracia para
que no peque más.
Hermano(s) que has (han) venido a Dios y a mí, no te confiesas (se confiesan) conmigo,
sino con Dios, a Quien represento.
En este momento se escuchan las confesiones individualmente, después de haber hecho un minucioso examen de
conciencia. Terminadas las confesiones, el Sacerdote dice:
Sacerdote: Hijo(s) mío(s) no te has (se han) confesado con mi humildad; yo, pobre pecador, no
puedo perdonar los pecados en la tierra, sino solo Dios, que, con su voz imperecedera habló, des-
pués de su Resurrección, a los Apóstoles, diciendo: A los que perdonareis los pecados, les serán
perdonados; y a los que los retuviereis, les serán retenidos; a causa de estas palabras yo puedo
deciros: Todo lo que habéis confesado ante mí, todo lo que habéis omitido por ignorancia o por
olvido, que Dios os lo perdone en esta vida y en la otra.
Sacerdote: Que nuestro Señor Jesucristo, que dio a sus santos discípulos y apóstoles el poder de
perdonar los pecados de los hombres, te perdone todos tus pecados y todas tus faltas, y yo su in-
digno ministro, que he recibido de los mismos apóstoles la autoridad de hacer lo mismo, te desli-
go de toda excomunión, si está dentro de mis facultades y tu tienes necesidad de ello. Luego te
absuelvo de todos los pecados que has confesado, delante de mi indignidad, en el nombre del Pa-
dre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Sacerdote: Que Dios, quien perdonó a David, por medio de Natán el Profeta, a Pedro que lloró
amargamente por haberlo negado, a la pecadora al derramar lágrimas sobre sus pies, al publicano
y al hijo pródigo, que El te perdone, por medio de mí pecador, en esta vida y en la otra y te haga
comparecer sin culpa ante su temible tribunal, pues es bendito por los siglos de los siglos. Amén.
Al pronunciar cualquiera de las fórmulas anteriores, el Sacerdote impone el epitrajilion sobre la cabeza del penitente
y traza sobre él la señal de la Cruz. En caso de urgencia, solo será pronunciada cualquiera de estas formulas y esa
bastará para la absolución.
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Se termina el Oficio, diciendo:
Verdaderamente es justo el celebrarte, oh Madre de Dios, para siempre bienaventurada y
exenta de pecado, la Madre de nuestro Dios. Tú eres más venerable que los Querubines, más glo-
riosa que los Serafines. Te celebramos a Ti, que diste al mundo al Verbo Dios, sin dejar de ser
Virgen, y que eres la verdadera Madre de Dios.
Los Sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia no pueden ser administrados más que en la Iglesia. La Eucaristía
no puede ser recibida sino durante la celebración de la Santa Liturgia. Los enfermos pueden recibir estos Sacramen-
tos en su casa o en cualquier otro lugar. Para ello la Iglesia ha instituido el siguiente:
Rito Comunión
de los Enfermos
El Sacerdote lleva a la casa del enfermo una partícula del Santo Pan, impregnado con la Preciosa Sangre, reservado
en el Sagrario especialmente para este fin, se reviste del epitrajilion y rason. Al llegar a la casa coloca la Santa Euca-
ristía sobre una mesa cubierta con un mantel limpio, donde habrá una Cruz y una vela encendida. Inmediatamente
comienza el oficio, diciendo:
Sacerdote: Bendito sea Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén. Santo Dios... etc. Santísima Trinidad... Padre Nuestro... Porque tuyo es el reino ...
de los siglos. Amén. Y sigue: Señor, ten piedad: doce veces. Venid adoremos... etc.
y el Salmo 50.
Terminado el Salmo, se acerca al lecho del enfermo y escucha pausadamente su confesión, en cuanto sea posible y
lo absuelve, imponiendo el epitrajilion sobre la cabeza y diciendo una de las fórmulas de absolución pág. 58 y 59.
Luego le presenta la Cruz para que la bese el enfermo, toma la partícula del Pan Santo y la coloca en una pequeña
cucharilla, donde vierte una gota de vino. Y teniendo la cucharilla en la mano derecha y el paño rojo en la izquierda,
se acerca al enfermo y dice:
Sacerdote: Creo, Señor, y confieso que Tú eres el Cristo, Hijo de Dios, creo que has venido a este
mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Creo también que este es Tu
Cuerpo Purísimo y esto es Tu Sangre Preciosa. Te ruego por lo tanto: ten piedad de mí y perdó-
name todos mis pecados. Concédeme que sin mancha alguna comulgue de Tus Misterios para el
perdón de los pecados y para la vida eterna. Recíbeme hoy en tu Cena mística, oh Hijo de Dios,
pues no revelaré tu misterio a tus enemigos ni te daré un beso, como Judas, sino que como el la-
drón Te reconozco y digo: Acuérdate de mí, Señor, en Tu Reino.
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Ahora, Señor, puedes despedir a tus siervos en paz, según tu palabra, pues nuestros ojos han
visto la salvación que preparaste para todas las gentes y que es luz de las naciones y gloria de tu
pueblo. Y continúa con el Santo Dios hasta Porque tuyo es el reino...
Luego dice el tropario del Santo del día y la Apólisis pág. 209.
Sacramento
de la Santa Unción
Introducción
Este Sacramento comúnmente debe ser celebrado en la Iglesia para los enfermos física y espiritualmente, se-
gún un rito especial, en el cual se leen siete epístolas y siete Evangelios y se unge siete veces al enfermo. El Rito,
que a continuación transcribimos, es una forma abreviada de conferir la Santa Unción a los enfermos que no pueden
concurrir a la Iglesia o que están en grave peligro de muerte. Este Sacramento puede reiterarse cuantas veces lo soli-
cite el enfermo.
Antes de iniciar el Oficio, se prepara en medio de la Iglesia o en la pieza del enfermo una meza con el Santo
Evangelio, la Cruz, un plato con trigo y sobre el trigo una vela encendida, un vaso con un poco de vino y siete algo-
dones, que servirán para las siete unciones que realizará el Sacerdote en distintas partes del cuerpo. El número siete
indica aquí los siete dones del Espíritu Santo; las siete oraciones y postraciones que hizo el Profeta Eliseo para resu-
citar al hijo de la Sunamita (2 Reyes 4:35) las siete veces que Naamán el Sirio se lavó en las aguas del Jordán y fue
curado de la lepra (2 Reyes 5:10-14). La mezcla del vino y el aceite recuerda la acción del buen samaritano, que ver-
tió sobre el herido por los ladrones aceite y vino (Lc. 10:30-37). El trigo simboliza la fortaleza que debe tener el en-
fermo, la firmeza de su esperanza en la curación y su restablecimiento total por medio de la Santa Unción, de la mis-
ma manera que, con la humedad de la tierra, el grano de trigo se convierte en brillante espiga.
El Sacerdote se reviste de epitrajilion y felonio, si es posible, e inciensa la mesa en forma de cruz y toda la
Iglesia o la pieza del enfermo y, mirando hacia Oriente, estando todos los presentes con velas encendidas en su mano
derecha, dice:
Sacerdote: Bendito sea Dios... Santo Dios... Santísima Trinidad... Padre Nuestro... y concluye
con: Porque tuyo es el reino, el poder... de los siglos. Amén.
Por la paz que viene de lo alto y por la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
Por la paz del mundo entero, por el bienestar de las santas iglesias de Dios y por la unión de to-
dos, roguemos al Señor.
Para que este aceite sea bendecido con la fuerza, la acción y la venida del Espíritu Santo, rogue-
mos al Señor.
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Por el siervo de Dios N. y por que el Señor lo visite, haciendo descender sobre él la gracia del
Espíritu Santo, roguemos al Señor.
Para que él y nosotros seamos libres de toda desgracia, castigo, peligro y angustia, roguemos al
Señor.
Conmemorando a la toda Santa, la Purísima y Bendita, nuestra gloriosa Señora, la Madre de Dios
y siempre Virgen María y a todos los Santos, encomendémonos a nosotros mismos, y los unos a
los otros y toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A Ti, Señor.
Sacerdote: Porque Te es debida toda gloria, honor y adoración, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Señor, que por tu misericordia y bondad, curas las enfermedades de nuestras almas y
de nuestros cuerpos: santifica este aceite, a fin de que aproveche a los que sean ungidos con él,
para salud y restablecimiento de todo dolor y de toda debilidad de la carne y el espíritu y para cu-
ración y alivio de toda enfermedad, y que de esta manera sea glorificado Tu santísimo nombre,
oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Lector: Hermanos: Tomad por modelo de sufrimiento a los profetas que hablaron en nombre del
Señor. Mirad cómo proclamamos bienaventurados a los que fueron constantes. Habéis oído ha-
blar de la paciencia de Job y habéis oído el final que le dio el Señor, porque es compasivo el Se-
ñor y de mucha misericordia. Ante todo, hermanos míos, no juréis ni por el cielo ni por la tierra
ni con otro juramento, que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no, para que no caigáis en juicio.
¿Está mal alguno de entre vosotros? Que ore. ¿Está de buen ánimo? Que cante himnos. ¿Está al-
guno enfermo? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndolo con aceite
en el nombre del Señor. La oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le hará levantarse; y si
hubiese cometido pecados, habrá perdón para él. Confesas, pues, los pecados unos a otros; orad
unos por otros para ser curados. Mucho puede la oración eficaz del justo.
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Sacerdote: ¡Sabiduría! ¡De píe! Escuchemos el Santo Evangelio.
La paz sea con todos.
Coro: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (10:35-38).
Coro: ¡Gloria a Ti, Señor, gloría a Ti!
Sacerdote: Atendamos. En aquel tiempo, se acercó a Jesús un maestro de la ley que, para tentado,
le preguntó: Maestro, ¿qué debo hacer yo para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Qué es
lo que está escrito en la ley? ¿Cómo lees tu? Y él le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Jesús le dijo: Has
respondido bien: Has esto y vivirás. Pero él queriendo justificarse, le preguntó a Jesús: ¿Y quién
es mi prójimo? Jesús continuó diciendo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en ma-
nos de ladrones, que, además de haberlo despojado de todo y molido a golpes, se fueron, deján-
dolo medio muerto. Casualmente, bajaba un sacerdote por aquel camino; y, al verlo, pasó del
otro lado y cruzó de largo. Igualmente un levita, que iba por el mismo sitio, al verlo, cruzó tam-
bién y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de camino, llegó hasta él y, al verlo, se compa-
deció; se acercó a él, le vendó las heridas, ungiéndolas con aceite y vino, lo montó en su propia
cabalgadura, lo llevó a la posada y se ocupó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se
los dio al posadero, diciéndole: Ten cuidado de él; y lo que gaste de más, yo te lo pagaré cuando
vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece que es el prójimo del que había caído en manos de los ladro-
nes? El maestro de la ley respondió: El que se compadeció de él. Díjole entonces Jesús: Pues
anda, y haz tú lo mismo.
Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.
Sacerdote: Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu inmensa misericordia. Te suplicamos nos
escuches y te apiades de nosotros.
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad. (después de cada petición).
Sacerdote: Te pedimos también misericordia, vida, paz, salud y salvación para tu siervo N., y que
lo visites y perdones sus pecados.
Te pedimos también que olvides todas sus culpas, voluntarias e involuntarias.
Porque eres un Dios misericordioso y amante de la humanidad, y Te glorificamos, oh Padre, Hijo
y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Sacerdote: Dios, que no tienes principio ni fin, que enviaste a Tu Hijo Unico a curar toda enfer-
medad y dolor en nuestras almas y en nuestros cuerpos: Envía Tu Espíritu Santo para que santifi-
que este aceite y haz que sea para tu siervo, que va a ser ungido con él, una total liberación de
sus pecados y le sirva para heredar la vida eterna. Porque en Ti está la misericordia y la salva-
ción, oh Dios nuestro, y Te glorificamos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los
siglos de los siglos. Amén.
Después de la precedente oración, el Sacerdote toma uno de los algodones y lo impregna con el aceite bendecido, y
unge a la persona enferma, trazando la señal de la Cruz, en la frente, en la nariz, en los pómulos (bajo los ojos), en la
boca, en el pecho, en las manos (por ambos lados), diciendo la siguiente oración:
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Padre Santo, médico de las almas y de los cuerpos, que enviaste a tu Hijo Único, nuestro
Señor Jesucristo, a curar toda enfermedad y a librarnos de la muerte, alivia a tu siervo N. de
la enfermedad física y espiritual, que lo tiene postrado, por la gracia de Tu Cristo, por la in-
tercesión de nuestra santísima Señora, la Madre de Dios y siempre Virgen María; por la vir-
tud de la preciosa Cruz vivificadora; por las oraciones del santo, glorioso profeta y precur-
sor San Juan Bautista de los santos, gloriosos y célebres apóstoles; de los santos mártires
gloriosos y triunfadores de nuestros justos y teóforos padres; de los santos médicos despren-
didos del dinero, San Cosme y San Damián, Ciro y Juan, Pantalón y Ermolao, Sansón y
Diómedes, Moisés y Aniceto, Talaleo y Trifón; de los santos y justos ancestros de Dios, San
Joaquín y Santa Ana y de todos los santos. Porque Tú eres la fuente de la salud, y Te glorifi-
camos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
Al finalizar las unciones, el enfermo, si le es posible, se pone de pie o se sienta, sino el Sacerdote se acerca a él y, to-
mando el Santo Evangelio, lo abre, con lo escrito vuelto hacia el enfermo, y lo impone sobre la cabeza del enfermo,
mientras dice esta oración:
Sacerdote: Rey Santo, lleno de misericordia y ternura, Señor Jesucristo, Hijo y Verbo del Dios
vivo, que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva: No es mi mano pecado-
ra la que impongo sobre tu siervo que se acerca ahora a pedirte perdón por sus pecados, sino tu
mano fuerte y poderosa que está en este Evangelio, que yo (o mis concelebrantes) tengo impues-
to sobre la cabeza de tu siervo; y ruego a tu clemencia y amor a la humanidad: Oh Dios Salvador,
así como concediste a David, por medio del profeta Natán, el perdón de sus pecados y aceptaste
la oración de Manasés arrepentido, acepta también, según tu amor a la humanidad, a tu siervo N.,
arrepentido de sus pecados, y aparta tu rostro de sus culpas, pues Tú eres nuestro Dios y has di-
cho que tenemos que perdonar a los caídos hasta setenta veces siete, y tu misericordia es tan in-
mensa como tu majestad, y Te es debida toda gloría, honor y adoración, oh Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Da a besar el Evangelio al enfermo y lo coloca sobre la mesa. Y termina la oración con la Apólisis:
Sacerdote: Oh Cristo, nuestro Dios verdadero, por intercesión de tu Purísima Madre, la gloriosa
siempre Virgen María; por la virtud de la preciosa Cruz, que da vida; por las oraciones del santo,
glorioso e ilustre Apóstol Santiago, hermano del Señor y primer Obispo de Jerusalén; y por inter-
cesión de todos los santos, ten piedad de nosotros y sálvanos, pues eres bueno y amas a la huma-
nidad.
Nota: En caso de peligro inminente de muerte, el Sacerdote bendice el aceite simplemente con la oración: Dios, que
no tienes... etc., y unge al enfermo con la oración “Padre Santo, médico de las almas y de los cuerpos... y concluye
sin más.
El aceite que sobre del Oficio será vertido Sobre el enfermo, si éste muere, y, si sana, lo presentará en acción
de gracias en la iglesia, donde será quemado en la lámpara ante el Iconostasio.
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El Sacramento
del Matrimonio
Introducción
El matrimonio es, como enseña Pablo Apóstol, un misterio grande (Ef. 5:32), porque en él se unen el hombre y
la mujer y representan eficazmente la unión entre Cristo y la Iglesia.
El rito de este Sacramento está dividido en dos partes: La primera es llamada “Oficio del compromiso,” y en él
los novios se prometen matrimonio y entregan, como símbolo de esta promesa, las arras o anillos. La segunda parte
se llama “Oficio de la coronación,” porque en él se impone sobre la cabeza de los novios sendas coronas. Hoy día la
costumbre general en la Iglesia Ortodoxa es unir los dos oficios en uno solo.
Este Sacramento debe ser celebrado en la iglesia preferentemente y, si es posible, en día domingo, después de
la celebración de la Divina Liturgia, donde los futuros esposos recibirán la sagrada Comunión. Su celebración los sá-
bados a la noche no está permitida por los cánones, pero en los países no ortodoxos es tolerada. Además no está per-
mitida la celebración de matrimonio los siguientes días: 1) Todos los miércoles y viernes del año; 2) Las grandes
fiestas del Señor; 3) Desde el comienzo del ayuno de Navidad (13 de Diciembre) hasta el 7 de Enero; 4) Desde el
comienzo de la Santa Cuaresma hasta el Domingo de Santo Tomás; 5) El día de la Exaltación de la Santa Cruz (14
de septiembre); 6) Del 1 al 15 de Agosto, fiesta de la Dormición de la Madre de Dios. Para realizar matrimonio en
estas fechas, es necesaria una licencia especial de la autoridad competente.
Sacerdote: Bendito sea Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: En paz, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad. (a cada petición).
Por la paz que viene de lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
Por la paz del mundo entero, por el bienestar de las santas iglesias de Dios y por la unión de to-
dos, roguemos al Señor.
Por este santo templo y por los que con fe, devoción y temor de Dios concurren a él, roguemos al
Señor.
Por nuestro Padre y Arzobispo N., por la orden venerable de los presbíteros, por los Diáconos en
Cristo, por todo el Clero y por el pueblo, roguemos al Señor.
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Por el siervo de Dios N. y por la sierva de Dios N., que se dan mutua promesa de matrimonio, y
por su salvación, roguemos al Señor.
Para que les sea concedido un amor perfecto, una paz fecunda y el auxilio divino, roguemos al
Señor.
Para que siempre vivan en acuerdo y se guarden una fidelidad inquebrantable, roguemos al Se-
ñor.
Sacerdote: Señor nuestro Dios, que elegiste entre todas las naciones como esposa a la Iglesia,
Virgen pura, bendice este compromiso matrimonial y une a tus siervos en paz y caridad. Pues Te
es debida toda gloria, honor y adoración, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por
los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
El Sacerdote toma el anillo del novio y hace tres veces sobre la cabeza de éste el signo de la cruz sobre la frente del
mismo, tocando a cada voz la frente de la novia y diciendo tres veces:
El siervo de Dios N., se compromete con la sierva de Dios N., en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Amen.
Y coloca el anillo en el dedo anular de la mano derecha del novio. Toma el anillo de la novia, hace tres veces con él
el sig. no de la cruz sobre la cabeza de la misma, tocando a. cada vez la cabeza del novio y diciendo tres veces:
27
La sierva de Dios, N. se compromete con el siervo de Dios N., en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Amen.
Y coloca el anillo en el dedo anular de la mano derecha de la novia, y prosigue con esta oración:
Sacerdote: Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu inmensa misericordia. Te suplicamos nos
escuches y tengas piedad de nosotros.
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad. (cada vez).
Sacerdote: Te pedimos también por el siervo de Dios N. y por la sierva de Dios N., que se han
comprometido.
Rito de la Coronación
Entran todos en procesión, con velas encendidas, precedidos por el Sacerdote, mientras el Coro canta:
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Gloria a Ti, nuestro Dios, gloria a Ti.
Tú te alimentas del fruto de tus manos.
Gloria a Ti, nuestro Dios, gloria a Ti.
Eres dichoso y tendrás éxito en todo.
Gloria a Ti, nuestro Dios, gloria a Ti.
Tu esposa será como viña fecunda en medio de tu casa.
Gloria a Ti, nuestro Dios, gloria a Ti.
Tus hijos serán como tiernos árboles de olivo en derredor de tu mesa.
Gloria a Ti, nuestro Dios, gloria a Ti.
Así será bendecido el hombre que teme al Señor.
Gloria a Ti, nuestro Dios, gloría a Ti.
Bendígate el Señor desde Sión y veas los bienes de Jerusalén todos los días de tu vida.
Gloria a Ti, nuestro Dios, gloria a Ti.
Y que la paz esté en el pueblo de Dios.
Es altamente loable que se restaure el canto de este Salmo y se destierre la “marcha nupcial” que da un carácter pro-
fano al Sacramento. Estando todos de pie, frente al Iconostasio, el Sacerdote dice:
Bendito sea el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: En paz, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad (a cada petición).
Sacerdote: Por la paz que viene de lo alto y por la salvación de nuestras almas, roguemos al Se-
ñor.
Por la Paz del mundo entero, por el bienestar de las santas iglesias de Dios y por la unión de to-
dos, roguemos al Señor.
Por este santo templo y por los que con fe, devoción y temor de Dios concurren a él roguemos al
Señor.
Por nuestro Padre y Arzobispo N., por el venerable orden de los presbíteros, por los. Diáconos en
Cristo, por todo, el Clero y por el pueblo, roguemos al Señor.
Por los siervos de Dios N. y N. que se unen uno con el otro por el vínculo matrimonial, roguemos
al Señor.
Para que este matrimonio sea bendecido como el de Caná de Galilea, roguemos al Señor.
Para que les sea concedida la progenitura y tengan un feliz fruto de su vientre, roguemos al Se-
ñor.
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Para que les sea concedido todo cuanto pidan en orden a su salvación, roguemos al Señor.
Para que puedan gozarse de las virtudes de sus hijos y vivan irreprochablemente, roguemos al
Señor.
Sacerdote: Bendito seas, Señor nuestro Dios, Autor sagrado del matrimonio místico y puro y Le-
gislador del matrimonio corporal, protector de la pureza y buen Dispensador de la vida, que, al
principio, creaste al hombre a tu imagen y semejanza y lo hiciste rey de la creación, y dijiste: “no
está bien que el hombre esté solo en la tierra, hagámosle una ayuda semejante a él” y tomando
una de sus costillas, formaste a la mujer; al verla, Adán exclamó: “esto es carne de mi carne y
hueso de mi hueso; se llamará mujer, porque del varón fue tomada”; por eso “el hombre dejará a
su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne” y “que el hombre no
separe lo que Dios ha unido.”
Señor, Rey y Dios nuestro, haz descender la gracia celestial sobre estos siervos tuyos N. y
N. y que esta mujer obedezca en todo a su marido y que este siervo tuyo sea cabeza de la mujer,
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para que vivan según tu voluntad. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Isaac y a
Rebeca; bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Jacob y a todos los patriarcas; bendí-
celos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a José y a Asinet; bendícelos, Señor Dios nuestro,
como bendijiste a Moisés y a Séfora; bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Joaquín
y a Ana; bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Zacarías y a Isabel. Protéjenos, Señor
Dios nuestro, como protegiste a Jonás en el vientre de la ballena; protégelos, Señor Dios nuestro,
como protegiste a los tres santos jóvenes del fuego; y que venga sobre ellos aquella gracia que
rodeó a Santa Elena cuando encontró la santa Cruz. Acuérdate de ellos, Señor Dios nuestro,
como recordaste a Enoc, a Sem y a Elías; acuérdate de ellos, Señor Dios nuestro, como te acor-
daste de los cuarenta santos mártires, a quienes enviaste coronas desde el cielo; acuérdate de sus
padres, que los han criado, porque la plegaria de los padres afirma los cimientos del hogar;
acuérdate, Señor Dios nuestro, de tus siervos los padrinos, que nos rodean en esta fiesta; acuérda-
te, Señor Dios nuestro, de tu siervo N. y de tu sierva N., y bendícelos. Haz que el fruto de sus en-
trañas sean unos buenos hijos, dales acuerdo de alma y cuerpo, exáltalos como los cedros del Lí-
bano y como una viña de vigorosos sarmientos; concédeles abundantes bienes, para que no te-
niendo necesidad, abunden en buenas acciones, en las que Tu te complazcas. Que vean los hijos
de sus hijos, como racimos de olivo en derredor de su mesa, a fin de que, habiéndote servido en
esta vida, brillen un día como astros en el cielo, en Ti, Señor nuestro, a quien es debida toda glo-
ria, poder, honor y adoración, al igual que al Padre Eterno y al Espíritu que da vida, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
El Sacerdote toma una de las coronas, hace con ella, sobre la cabeza del novio, tres veces la. señal de la cruz y a
cada vez toca la cabeza de la novia, diciendo tres veces:
El siervo de Dios N. recibe como corona a la sierva de Dios N., en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo. Amén.
Y coloca la corona sobre la cabeza del Novio. Luego toma la otra corona y bendice tres veces con ella a la novia con
la señal de la Cruz, tocando a cada vez la cabeza del novio, diciendo tres veces:
La sierva de Dios N. recibe como corona al siervo de Dios N., en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Y coloca la corona sobre la cabeza de la novia. Luego toca con los dedos de su mano derecha la corona que está en
la cabeza del novio y con los de la mano izquierda la que está en la cabeza de la novia, formando así con la posición
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de sus brazos la señal de la cruz y bendiciéndolos tres veces, mientras alterna tres veces con el coro la siguiente in-
vocación:
Al finalizar esto, el padrino toma con la mano izquierda la corona del novio y la madrina toma la de la novia con su
mano derecha, e inmediatamente se canta por el lector el Prokímenon (Tono 8):
Haz puesto sobre sus cabezas coronas de piedras preciosas. Te han pedido vida y se la has dado.
Prokímenon: Señor, tu nos guardarás y protegerás desde esta generación y para siempre.
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guardado el buen vino hasta ahora. Esta fue la primera de las señales que hizo Jesús y la hizo en
Caná de Galilea, y manifestó así su gloria y sus discípulos creyeron en Él.
Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.
Sacerdote: Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu inmensa misericordia. ¡Te suplicamos nos
escuches y tengas piedad!
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.
Sacerdote: Te pedimos misericordia, vida, paz, salud, salvación, consuelo y visita para los sier-
vos de Dios N. y N. que ahora se unen en comunión matrimonial.
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.
Sacerdote: Porque eres un Dios misericordioso y amante de la humanidad, y Te glorificamos, oh
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Que nuestro día sea perfecto, santo, pacifico y sin pecado, roguemos al Señor.
Coro: Concédelo, Señor. (a cada petición).
Sacerdote: Un ángel de paz, fiel guía, guardián de nuestras almas y de nuestros cuerpos, rogue-
mos al Señor.
Lo bueno y conveniente para nuestras almas y la paz para el mundo, roguemos al Señor.
Terminar el tiempo que nos queda de vida en paz y penitencia, roguemos al Señor.
Que el fin de nuestra vida sea cristiano, tranquilo, exento de dolor y remordimiento y una buena
defensa ante el temible tribunal de Cristo, roguemos al Señor.
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Sacerdote: Haznos dignos, Señor, de que confiadamente y sin reproche nos atrevamos a llamarte
Padre, a Ti, el Dios celestial, y a decir:
Coro: Padre nuestro ... etc.
Sacerdote: Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: La paz sea con todos.
Coro: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.
Coro: Ante Ti, Señor
Sacerdote: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Dios, que creaste todas las cosas con tu poder, que afirmaste el Universo y que coro-
naste todo lo que hiciste, bendice con tu bendición espiritual esta copa común, que vamos a pre-
sentar a los que han sido unidos por el vínculo del matrimonio.
Pues ha sido bendecido Tu nombre y ha sido glorificado Tu Reino, oh Padre, Hijo y Espíritu San-
to, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Beberé del Cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor. (3 veces).
El Sacerdote da de beber tres veces al novio y tres veces a la novia del vino bendito. Luego se inicia la procesión en
torno de la mesa, frente al Iconostasio, mientras el Coro canta:
♦ ¡Isaías, alégrate! Porque la Virgen concibió y dio a luz un hijo: Emanuel, Dios y Hombre, a
quien llaman Oriente. Nosotros, cantándole, felicitamos a la Virgen.
♦ Santos Mártires, que habéis combatido bien y habéis sido coronados, rogad al Señor que ten-
ga piedad de nuestras almas.
♦ Gloria a Ti, oh Cristo nuestro Dios, orgullo de los Apóstoles y alegría de los mártires, cuya
predicación fue la Trinidad consubstancial.
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Sacerdote: Oh Dios, nuestro Dios, que viniste a Caná de Galilea y bendijiste la boda que allí se
celebraba, bendice a tus siervos, aquí presentes que han sido unidos por tu Providencia con el
vínculo del matrimonio. Bendice sus entradas y salidas; haz que abunden los bienes en su vida;
recibe sus coronas en tu Reino y consérvalos puros, castos e inmunes de todo mal, por los siglos
de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Oh Cristo nuestro Dios verdadero, que, con tu presencia en Caná de Galilea, mostras-
te la honorabilidad del matrimonio, por las oraciones de Tu Purísima Madre, la gloriosa siempre
Virgen María, las de los Santos Reyes Constantino y Elena, iguales a los Apóstoles, del Santo
gran Mártir Procopio y de todos los Santos, ten piedad de nosotros y sálvanos, Tú que eres Bue-
no y amas a la Humanidad.
Por las oraciones de nuestros Santos Padres, Señor Jesucristo, Dios nuestro, ten piedad de
nosotros y sálvanos.
Coro: Amén.
El Sacramento de la
Imposición de Manos o Sacerdocio
En la Iglesia Ortodoxa existe la distinción entre Ordenes Mayores y Ordenes Menores. Las Ordenes Menores van
precedidas de la Tonsura, y son dos: Lector y Subdiácono. Estas han sido instituidas y dispuestas por la Iglesia, para
asistir a los que poseen las Ordenes Mayores en los diversos servicios litúrgicos.
Las Ordenes Mayores han sido instituidas por Nuestro Señor Jesucristo y en ellas consiste el único Sacramen-
to del Sacerdocio, que es conferido en u plenitud con la consagración episcopal. Es decir: el Sacerdote plenamente
es el Obispo y los presbíteros y diáconos participan, en grado diferente, del poder Sacerdotal del Obispo , cuyos coo-
peradores son. Las Ordenes Mayores son, pues, Diáconos, Presbíteros y Obispos .
Las Ordenes Sagrados son conferidas de dos formas: Las menores con una bendición del Obispo y las mayores
con la Imposición de Manos, acompañada de la invocación al Espíritu Santo. Este es el gesto practicado por los
Apóstoles.
El Ministro de las Ordenes Sagradas es única y exclusivamente el Obispo , que debe conferirlas siempre en la
Iglesia y durante la celebración de la Santa Liturgia. Para indicar la diversa participación de los Ministros, las Orde-
nes Mayores son conferidas siempre dentro del Santuario (o Santo de los Santos), mientras que las Ordenes Menores
son conferidas fuera de éste, en el Trono del Obispo , que se encuentra sin medio del Coro.
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♦ Lectorado
El que va a ser ordenado Lector es conducido por dos Subdiáconos al Trono del Obispo, en medio del Coro. Si
es secular, viene revestido del rason y, si es religioso, del mandias. Una vez ante el Trono del Obispo, se vuelve ha-
cia el altar y hace tres inclinaciones profundas. Luego, se acerca al Obispo y se inclina ante él. Este lo bendice tres
veces y tonsura al que va a ser ordenado, diciendo:
Y reviste al recién Tonsurado del pequeño felonio (que cubre solo la espalda), lo bendice tres veces y le impone la
mano, diciendo:
Señor Dios Todopoderoso, elige a tu siervo, aquí presente, y santifícalo. Concédele que con
sabiduría e inteligencia se aplique al estudio y lectura de tus divinas palabras y guíalo por el ca-
mino de la rectitud. Por la gracia, la misericordia y el amor a la humanidad de Tu Hijo Unigénito,
con Quien eres bendito, Tu y Tu Santísimo y Buen Espíritu, que da vida, ahora y siempre y por
los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
El Obispo abre el libro de las Epístolas sobre la cabeza del nuevo lector. Los Subdiáconos lo conducen ante las puer-
tas santas, donde le dan el libro. El lector se vuelve hacia el Obispo y e inclina ante él. Luego, vuelto hacia la asam-
blea, lee un párrafo de las Epístolas y, dejando el Felonio, vuelve a donde el Obispo, que bendice con tres signos de
Cruz el stijarion. El nuevo lector se signa, besa el stijarion, donde está la cruz, y la mano del Obispo. Finalmente, se
reviste, con ayuda de los Subdiáconos, del stijarion y toma parte entre los Lectores.
♦ Subdiaconado
El candidato es presentado al Obispo como el lector, pero va revestido del pequeño felonio, si no es monje, y
si lo es va con el mandiás. Una vez ante el Obispo, éste ordena quitarle el pequeño felonio o el mandiás y revestirlo
del stijarion y de la faja de los Subdiáconos, que es bendecida previamente por el Obispo. El que va a ser ordenado
Subdiácono los besa y besa la mano del Obispo. Luego se reviste de esos ornamentos, vuelve al Obispo, que lo ben-
dice tres veces.
36
Coro: Amén.
El Obispo toma una bandeja y una jarra y las entrega al nuevo Subdiácono. Asimismo coloca una toalla, sin el brazo
derecho del mismo. Al recibir estos objetos besa la mano del Obispo . Después lava las manos del Obispo, diciendo:
Subd.: ¡Vosotros los fieles! O también: “¡Vosotros los fieles todos sed mis testigos!” (tres veces).
Después de esto, el Obispo seca sus manos con la toalla que tiene el Subdiácono, y éste va a colocarse frente a las
puertas reales del Iconostasio, donde dice:
Subd.:“Santo Dios... etc. Santísima Trinidad... Padre Nuestro... Señor, ten piedad (3 veces) y
Creo en Dios Padre... Y las oraciones que desee decir en privado.
En la Gran Entrada, durante el canto del Himno de los Querubines, lava las manos del Obispo y, en la procesión, va
detrás de todos, llevando la bandeja, la jarra y la toalla. Después de la Gran Entrada, todos entran Santuario, excepto
el nuevo Subdiácono, que permanece ante las Puertas Santas hasta el fin de la Liturgia.
♦ Diaconado
Una vez que haya terminado la Anáfora, después de la bendición: “Y que las misericordias de nuestro gran
Dios... etc...
Se coloca una silla para el Obispo del lado izquierdo del altar de modo que no dé la espalda a los Santos Do-
nes. El Obispo toma asiento y dos Diáconos van hasta el Centro de la Iglesia, vueltos hacia las puertas reales, y colo-
can al que va a ser ordenado Diácono en medio de ellos, teniendo con una mano su cuello y con la otra sus manos.
El que va a ser ordenado Diácono se inclina ante el Obispo y éste lo bendice. Al levantarse, un Diácono toma de la
mano derecha al que va a ser ordenado y otro lo toma de la mano izquierda y giran con él en torno del Altar tres ve-
ces, cantando a cada una de las vueltas uno de los siguientes troparios:
Tono 7º
Oh Santos Mártires, que habéis combatido bien y habéis sido coronados, rogad al Señor que
tenga piedad de nuestras almas.
Tono 7º
Gloria a Ti, oh Cristo nuestro Dios, orgullo de los Apóstoles y alegría de los mártires, cuya
predicación fue la Trinidad consubstancial.
Tono 5º
¡Isaías, alégrate! Porque la Virgen concibió y dio a luz un hijo: Emmanuel, Dios y Hombre,
a quien llaman Oriente. Nosotros, cantándole, felicitamos a la Virgen.
En cada vuelta, el que va a ser ordenado Diácono besa los cuatro costados del altar y cada vez que pasa frente al
Obispo se inclina ante él y besa su mano y el hipogonátion. Después de la tercera vuelta, apoya sus manos cruzadas
sobre el Altar, se arrodilla con una sola rodilla e inclina su cabeza, apoyando la frente sobre las manos en el Altar. El
Obispo se levanta, deja la mitra, impone el Omoforion (estola episcopal) sobre el que va a ser ordenado, lo bendice
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tres veces con él signo de la cruz e impone su mano derecha sobre la cabeza del que va a ser Diácono y dice en voz
alta:
Obispo: La gracia divina, que cura siempre las enfermedades y suple nuestras deficiencias, orde-
na Diácono al piadoso Subdiácono N.. Roguemos por él, para que venga sobre él la gracia del
Santísimo Espíritu.
El Coro, el pueblo y los concelebrantes del Obispo alternan 12 veces el Señor, ten piedad.
Por la paz que viene de lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
Por la paz del mundo entero, por el bienestar de las santas iglesias de Dios y por la unión de to-
dos, roguemos al Señor.
Por nuestro Padre y Arzobispo N., por su sacerdocio, su protección, su conservación, paz y salud,
roguemos al Señor.
Por el siervo de Dios N., que se ordena ahora Diácono y por su salvación, roguemos al Señor.
Para que nuestro Dios, que ama a la Humanidad, le conceda un Diaconado inmaculado e irre-
prensible, roguemos al Señor.
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Mientras el Diácono dice estas peticiones, el Obispo recita, con la mano impuesta sobre la cabeza del que se ordena,
la siguiente oración:
Obispo: Oh Dios, Salvador nuestro, que, por medio de tu voz imperecedera, diste a conocer a tus
Apóstoles la ley del servicio; que designaste como primer Diácono al protomártir Esteban y lo
proclamaste el primero por haber cumplido bien con el servicio, de acuerdo a lo escrito en tu
Santo Evangelio: “Si alguno de vosotros quiere ser el primero, sea vuestro servidor” Tú, Sobera-
no Señor del Universo, por la venida de tu Santo Espíritu, que da vida, (porque, no por la imposi-
ción de mis manos, sino por la visita de tus ricas misericordias, la gracia es conferida a los que
son dignos de Ti) llena a tu servidor, aquí presente, de fe profunda, de caridad, de fuerza y de
santidad, pues Tú lo juzgaste merecedor de entrar en el servicio del Diaconado, para que, mante-
niéndose libre de todo pecado, se presente sin temor ante Ti en el día del Juicio y reciba la re-
compensa, según tus promesas.
Porque Tu eres nuestro Dios, y Te glorificamos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
El nuevo Diácono se levanta y el Obispo lo reviste del Orarion (estola diaconal), diciendo:
Obispo :¡Áxios! (Es digno).
Clero: ¡Áxios!
Pueblo: ¡Áxios!
El Obispo da al nuevo Diácono el beso de paz y éste lo trasmite a los demás Diáconos. Después va a colocarse ante
las puertas santas y continúa la Liturgia interrumpida, cantando el nuevo Diácono las letanías:
♦ Presbiterado
El Diácono que va a ser ordenado Presbítero participa desde el principio en la celebración de la Santa Liturgia.
Durante la Oran Entrada lleva el velo del Cáliz en la espalda y, una vez que haya llegado ante las puertas reales, dice
al Obispo:
Diác.: Que el Señor Dios se acuerde en su Reino de tu Episcopado, en todo tiempo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
El Obispo recibe de sus manos el Pan Santo y el que va a ser ordenado no entra al Santuario, sino que permanece
ante las puertas reales. Terminado el Himno de los Querubines es conducido por dos Diáconos o dos presbíteros al
medio de la Iglesia y, vueltos hacia las puertas reales, colocan al que va a ser ordenado en medio de ellos, y lo llevan
hasta las puertas reales:
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El primer Diácono exclama
Diác.: ¡Ordena!
El segundo Diácono, caminando hacia las Puertas Santas del Santuario, exclama
Diác.: ¡Ordenad!
Y finalmente, ante el Obispo, el primer Diácono, dice:
Diác.: ¡Ordena, Santísimo Señor!
El que va a ser ordenado Diácono se inclina ante el Obispo y éste lo bendice. Al levantarse, un Diácono toma de la
mano derecha al que va a ser ordenado y otro lo toma de la mano izquierda y giran con él en torno del Altar tres ve-
ces, cantando a cada una de las vueltas uno de los siguientes troparios:
Tono 7º
Oh Santos Mártires, que habéis combatido bien y habéis sido coronados, rogad al Señor que
tenga piedad de nuestras almas.
Tono 7º
Gloria a Ti, oh Cristo nuestro Dios, orgullo de los Apóstoles y alegría de los mártires, cuya
predicación fue la Trinidad consubstancial.
Tono 5º
¡Isaías, alégrate! Porque la Virgen concibió y dio a luz un hijo: Emmanuel, Dios y Hombre,
a quien llaman Oriente. Nosotros, cantándole, felicitamos a la Virgen.
En cada vuelta, el que va a ser ordenado Presbítero besa los cuatro costados del altar y cada vez que pasa frente al
Obispo se inclina ante él y besa su mano y el hipogonátion. Después de la tercera vuelta, apoya sus manos cruzadas
sobre el Altar, se arrodilla con ambas rodillas e inclina su cabeza, apoyando la frente sobre las manos en el Altar. El
Obispo se levanta, deja la mitra, impone el Omoforion (estola episcopal) sobre el que va a ser ordenado, lo bendice
tres veces con él signo de la cruz e impone su mano derecha sobre la cabeza del que va a ser Diácono y dice en voz
alta:
Obispo: La gracia divina, que cura siempre las enfermedades y suple nuestras deficiencias, orde-
na Presbítero al piadoso Diácono N. Roguemospor él, para que venga sobre él la gracia del Santí-
simo Espíritu.
El Obispo, mientras tanto, bendice tres veces al que va a ser ordenado y, con la mano derecha impuesta sobre su ca-
beza, prosigue en voz baja:
Obispo: Dios Santo, que no tienes principio ni fin, que eres más anciano que toda la creación,
que has honrado con el nombre de ancianos a los que has juzgado dignos de servir, en este grado
de la Jerarquía, a Tu palabra de Verdad, Tú mismo, Soberano Señor del Universo, haz que tu sier-
vo, aquí presente, que quisiste sea ordenado por mi, reciba esta gran gracia de tu Espíritu Santo
con fe profunda y conciencia pura; que sea perfecto, que te agrade en todos sus actos, que proce-
da siempre de acuerdo a este gran honor del sacerdocio, que le es concedido por el poder de tu
Sabiduría eterna.
Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siem-
pre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
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Inmediatamente el más antiguo de los Sacerdotes presentes dice en voz baja la siguiente letanía, respondiendo a
cada petición el Clero presente en el Santuario.
Obispo: ¡Oh Dios, cuyo poder es inmenso, a quien nadie puede comprender y que eres admirable
en tus designios sobre los hijos de los hombres! Señor, llena de los dones de tu Espíritu Santo a
tu siervo, aquí presente, que te has dignado ordenar de presbítero, para que merezca estar siem-
pre puro ante tu altar, que te ofrezca dones y sacrificios espirituales, que renueve a tu pueblo con
el baño de un nuevo nacimiento, de modo que encuentre así a tu Hijo Unico, nuestro Gran Dios y
Salvador Jesucristo, en el día de su segunda venida, y reciba de tu inmensa bondad la recompen-
sa por haber cumplido bien con su ministerio.
Y continúa en voz alta:
Porque tu nombre honorable y magnífico es bendito y glorificado, oh Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
El Obispo quita al nuevo presbítero la estola diaconal y lo reviste del epitrajilion (estola sacerdotal), cantando alter-
nadamente con el Clero y el pueblo:
Obispo : ¡Áxios!
Clero: ¡Áxios!
Pueblo: ¡Áxios!
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y de la faja (ceñidor).
Obispo : ¡Áxios!
Clero: ¡Áxios!
Pueblo: ¡Áxios!
Una vez revestido, el nuevo Sacerdote besa y abraza a los demás presbíteros, continuándose la Liturgia como de
costumbre y actuando el nuevo Sacerdote como primer concelebrante.
Después de la Epíclesis, el Obispo llama al recién Ordenado y, tomando una partícula del Cuerpo del Señor,
donde están grabadas las iniciales IC, se la da diciendo:
Obispo: Recibe esta prenda y guárdala hasta la venida de nuestro Señor ,Jesucristo, Quien te pe-
dirá cuenta de ella.
El Ordenado la recibe en la palma de su mano derecha, apoyada sobre la palma de su mano izquierda, besa la mano
del Obispo y va a colocarse detrás del altar, donde reza el Salmo 50. Antes de que el Obispo exclame: ¡Lo Santo a
los Santos!, le devuelve la partícula sagrada, que el Obispo coloca de nuevo en la Patena. El nuevo Sacerdote recibe
primero que todos la Comunión y dice la oración final:
♦Episcopado
El día señalado para la consagración de un Obispo, antes de iniciar la Divina Liturgia, salen los presbíteros y
diáconos y piden la bendición al Consagrante, que está de pie en el Trono en la iglesia. Después entran al Santuario
y se revisten de sus ornamentos litúrgicos, mientras uno de los Sacerdotes realiza la Proscomidia. Los diáconos, una
vez revestidos, toman los dikiros (candelabros de dos brazos, que simbolizan las dos naturalezas de Cristo: divina y
humana) y los trikiros (candelabros de tres brazos, que simbolizan las tres personas de la Santa Trinidad: Padre, Hijo
y Espíritu Santo), van al Trono del Consagrante y le hacen una inclinación. Luego se colocan en dos filas, a ambos
lados del Trono. El Obispo desciende del trono y va a tomar el Kerón ante las puertas. reales, como de costumbre.
De ahí va y se sienta en la silla, preparada en el centro de la Iglesia, y vienen entonces los dos Obispos concelebran-
tes, le hacen una inclinación, entran al Santuario y se revisten de sus respectivos ornamentos. Luego se acerca al
consagrante el Electo; aquél lo bendice y éste entra al Santuario y se reviste del epitrajilion y el felonio únicamente.
El Obispo principal o consagrante entra también y se reviste de los ornamentos episcopales. Cuando se haya revesti-
do, los Diáconos invitan a los Obispos y Sacerdotes a salir del Santuario, de donde salen todos, menos el Electo, y se
forman en dos filas, una frente a otra, a los costados del Trono del Obispo principal. Se coloca entonces en la Puerta
Real la alfombra con el águila episcopal y entran, por esa misma Puerta, los Diáconos, que traen al Electo, quien lle-
vará en sus manos el Libro de los Evangelios y sus profesiones de Fe, refrendadas y firmadas por él, y lo sitúan so-
bre la alfombra episcopal con el águila. Entonces uno de los Diáconos dice:
Diác.: ¡Atendamos!
El Electo exclama: Yo N., elegido por la gracia de Dios para la Diócesis de N. he firmado con mis
propias manos las siguientes profesiones de Fe:
Creo en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas visibles e invisibles...
etc.
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El Electo dice:
Creo en un solo Dios en tres Personas distintas, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Las llamo distintas según la propiedad, pero unidas según la substancia. La misma es Trinidad
toda entera y la misma toda entera es unidad. Unidad, según la substancia, la naturaleza y la for-
ma. Trinidad según la propiedad y el nombre, porque uno es llamado Padre, otro Hijo y otro Es-
píritu Santo. El Padre no lía sido engendrado y no tiene principio, porque nada existió antes que
Él. Él era, era absolutamente Dios, sin principio, porque su Ser no procede de ningún otro ser,
sino de El mismo. Creo también que el Padre es principio del Hijo y del Espíritu Santo: del Hijo
por generación, del Espíritu Santo por procesión; y creo que no hay entre ellos ninguna distin-
ción o diferencia, sino la distinción de las propiedades hipostáticas. Porque, por un lado, el Padre
engendra al Hijo y produce al Espíritu Santo, y, por el otro, el Hijo ha sido engendrado por el Pa-
dre solo y el Espíritu Santo procede del Padre. Y es así como yo reconozco un solo principio y
adoro un origen del Padre y del Hijo. Profeso también que el Hijo es principio trascendental al
tiempo, y que es infinito: no como principio de las creaturas: como si fuera el primer ser creado.
¡No! Lejos de mí este pensamiento que es el error y la impiedad cíe los arrianos, pues Arrio pro-
fesaba este error: que el Hijo y el Espíritu Santo son creaturas. Yo lo llamo principio, porque el
Hijo proviene de Aquel que no tiene principio, de modo que evito el admitir dos principios. Pero,
al lado de este principio, además del Hijo, se halla el Espíritu Santo, puesto que juntamente y al
mismo tiempo ambos reciben su Ser del Padre: el Hijo por generación y el Espíritu Santo por
procesión. Pero ni el Padre está separado del Hijo, ni el Hijo del Espíritu Santo, ni el Espíritu
Santo del Padre y del Hijo, sino que el Padre está todo entero en el Hijo y en el Espíritu Santo, y
el Hijo está todo entero en el Padre y el Espíritu Santo y el Espíritu Santo está todo entero en el
Padre y el Hijo, porque son distintos, estando unidos, y están unidos, siendo distintos.
Profeso también que el Verbo de Dios, eterno como el Padre, existente más allá del tiempo,
incomprensible, infinito, se rebajó hasta nuestra naturaleza y tomó la forma del hombre, humilla-
do y completamente caído, de la sangre casta y pura de la Virgen Santísima, para dar al mundo
entero la salvación y la gracia con su misericordia. Y es así como se formó la unión hipostática
de las dos naturalezas. Esto no quiere decir que el Niño se fue perfeccionando poco a poco y que
las naturalezas, al encontrarse, se hallan unido por conmixtión, confusión o mezcla; esto no quie-
re decir tampoco que, una vez formado el hombre, el Verbo haya venido a Él y haya formado una
unión accidental, como enseñó Nestorio. El Verbo Hombre poseía inteligencia contra lo que en-
señó Apolinar, que fue en verdad imprudente al predicar que la Divinidad suplía al entendimien-
to. Yo confieso que es Dios perfecto, y al mismo tiempo, Hombre perfecto; carne al mismo tiem-
po que Palabra de Dios; carne dotada de un alma racional y una inteligencia y que conserva, aún
después de la unión hipostática, todas las glorias naturales de la Divinidad y que no modifica
nada de lo que pertenece a su Humanidad y a Su Divinidad a causa de su unión, exenta de co-
rrupción, con el Verbo. Él es por lo tanto, una persona compuesta, aunque, conservando las dos
naturalezas y las dos operaciones, el único Jesucristo, nuestro Dios. Posee también dos volunta-
des naturales, aunque, por supuesto, es necesario saber cómo sufrió, porque, siendo Dios, sufrió
en la carne y no en su divinidad, lo cual es imposible. Confieso también que asumió todas las pa-
siones nuestras, que no dependen de la voluntad: aquellas que por naturaleza se encuentran en
nosotros, pero no el pecado. Las pasiones que asumió son: el hambre, la sed, la fatiga, el llanto y
cosas semejantes, que produjeron en Él sus efectos, no por necesidad como en nosotros, sino por-
que su voluntad humana se conformó a su voluntad divina, pues Él quiso tener hambre, tener
sed, sentir el cansancio, morir. Murió, aceptando la muerte por nosotros, pero Su Divinidad per-
maneció impasible. Y, aunque no estaba obligado a morir — pues Él es quien quita los pecados
43
del mundo—, se sometió, no obstante, a la muerte, para salvarnos de la muerte voraz y reconci-
liarnos, por Su Sangre, con Su Padre. La muerte que sufrió Su Humanidad fue aniquilada con el
poder de Su Divinidad, rescatando también a las almas de los justos, encadenados desde el prin-
cipio del mundo. Y resucitó de entre los muertos y se mostró a sus discípulos, aquí en la tierra,
por espacio de cuarenta días. Y subió a los cielos y se sentó a la diestra del Padre. (Entiendo por
diestra del Padre no un lugar o circunscripción, sino la gloria que e Hijo poseía antes de Su En-
carnación y que sigue poseyendo después de la misma). Esto no quiere decir que la Trinidad
haya recibido algún complemento después de la unión hipostática del Hijo Unigénito, puesto que
su carne permanece inseparable en Él para toda la eternidad y vendrá con ella a juzgar a los vivos
y a los muertos, a los justos y a los pecadores, a fin de dar en recompensa a los justos, por sus ac-
ciones virtuosas y sufrimientos de esta vida, el Reino de los Cielos. A los pecadores dará, por el
contrario, los tormentos eternos y el fuego inextinguible del Infierno. Séanos concedido librarnos
de este castigo y obtener los bienes que nos han sido prometidos en Cristo Nuestro Señor. Amén.
44
que Ella concibió real y verdaderamente, según la carne, a una de las Personas de la Santa Trini-
dad, Cristo nuestro Dios. Sea Ella mi amparo, mí protección y mi defensa, todos los días de mi
vida.
Yo N., Electo por la gracia de Dios Obispo de N. lo he firmado con mis propias manos.
Un ayudante toma ahora el Santo Evangelio de manos del Electo y lo coloca sobre el Altar. Los Diáconos presentan
al Electo ante el Consagrante principal, diciendo:
Mientras tanto, el Electo besa la mano del Consagrante principal y éste lo besa en la frente y los hombros, y lo mis-
mo hacen los otros dos Obispos consagrantes. El Electo vuelve a colocarse en el lugar de la alfombra episcopal con
el águila y dos de los Sacerdote de mayor dignidad lo presentan al Consagrante principal, diciendo, como los Diáco-
nos.
Los tres consagrantes abrazan y besan al Electo, como ha sido indicado más arriba, y éste entra al Santuario, donde
se reviste de las vestiduras sacerdotales por completo, dándose comienzo en este momento a la Santa Liturgia: Ben-
dito sea el Reino... etc., concelebrando el Electo entre los presbíteros. En el momento de la pequeña Entrada, el
Electo no abandona el Santuario, sino que se entrega velas encendidas a todos los presentes en el Altar y en el tem-
plo. Después del Trisagio y el Fími, dos Sacerdotes, salen, conduciendo al Electo, por la puerta norte del Santuario y
lo llevan hasta el centro de la Iglesia, donde, mientras avanzan hacia el Altar dicen:
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El segundo Sacerdote, caminando hacia las Puertas Santas del Santuario, exclama
Sacerdote: ¡Ordenad!
Y finalmente, ante el Obispo, el primer Sacerdote, dice:
Sacerdote: ¡Ordena, Santísimo Señor!
Al llegar frente a la Puerta Real reciben al Electo los dos Obispos concelebrantes y hacen con él la procesión en tor-
no al Altar, cuyos ángulos besará el Electo a cada una de las tres vueltas, como en la Ordenación del presbítero y el
diácono. Mientras se hace- la procesión se canta los himnos correspondientes.
Tono 7º
Oh Santos Mártires, que habéis combatido bien y habéis sido coronados, rogad al Señor que
tenga piedad de nuestras almas.
Tono 7º
Gloria a Ti, oh Cristo nuestro Dios, orgullo de los Apóstoles y alegría de los mártires, cuya
predicación fue la Trinidad consubstancial.
Tono 5º
¡Isaías, alégrate! Porque la Virgen concibió y dio a luz un hijo: Emmanuel, Dios y Hombre,
a quien llaman Oriente. Nosotros, cantándole, felicitamos a la Virgen.
El Electo colocado ante el Altar, frente al cual se arrodilla completamente, teniendo sus manos apoyadas y cruzadas
sobre el Altar y su cabeza apoyada sobre las manos. El Consagrante principal le cubre la cabeza con su Omoforion
(estola episcopal) y coloca el Santo Evangelio abierto sobre la Cabeza del Electo.
Los dos Obispos concelebrantes sostienen el Evangelio sobre el cuello y la cabeza del Electo, mientras el Obispo
principal dice, con su diestra impuesta sobre la cabeza del Electo:
Soberano Señor y Dios nuestro, que instituiste, por medio de tu célebre Apóstol Pablo, una
serie de grados y órdenes, para el servicio de tus santos y purísimos Misterios y para realizarlos
en tu santo Altar: Me refiero en primer lugar a los Apóstoles, luego a los Profetas y después a los
Maestros. Tú, Señor del Universo, da tu apoyo a este hombre, que elegimos y consideramos me-
recedor de ser cargado con el yugo del Evangelio y de confiarle el servicio episcopal, por la im-
posición de mis manos pecadoras y la de mis concelebrantes y hermanos en el episcopado, aquí
presentes; y fortifícalo con la venida, la fuerza y la gracia del Espíritu Santo, como fortificaste a
los Apóstoles, a los Profetas y a los Santos, como ungiste a los reyes, como santificaste a los Su-
mos Sacerdotes; haz que su episcopado sea intachable y que sea santo, lleno de todas las virtu-
des, para que sea digno de ofrecerte plegarias por la salvación del pueblo y merezca ser oído por
46
Ti. Pues Tu nombre es santificado y tu reino glorificado, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Inmediatamente uno de los Obispos Concelebrantes dice en voz baja la siguiente letanía:
En paz roguemos al Señor.
El Clero del Santuario responde a cada petición:
Señor, ten piedad.
Después quitan el Evangelio y lo colocan sobre el Altar. Inmediatamente el Obispo levanta al nuevo Obispo y lo re-
viste de sus ornamentos, diciendo a cada vestimenta: ¡Axios! (¡Áxios!) lo cual es repetido alternativamente por todo
el Clero y el pueblo. Una vez terminada esta ceremonia, el Consagrante y los otros Obispos besan al recién Ordena-
do, mientras el Coro canta el Fími. Después del Fími, se dirigen todos a la cátedra, detrás del Altar, ocupando el pri-
mer Consagrante el Trono episcopal y tomando asiento a su derecha, en un trono igual, el nuevo Obispo . Mientras
tanto se continúa la celebración de la Santa Liturgia Pontifical, como de costumbre. A la hora de la Comunión, el
nuevo Obispo comulga primero que todos y da la comunión a sus consagrantes y a todos los presentes. Al terminar
la Santa Liturgia, sale el nuevo Obispo del Santuario y se coloca ante la Puerta Real, mirando al pueblo, y el primer
Consagrante coloca sobre su cabeza la corona episcopal. Luego la entrega el bastón pastoral, diciéndole:
Recibe este bastón, para que apacientes con él el rebaño de Cristo, que te ha sido confiado. Sea
en tus manos guía y defensa de los obedientes, pero sirva de corrección y escarmiento para los
rebeldes e insumisos.
47
El nuevo Obispo lo recibe en su mano derecha, bendice solemnemente al pueblo y distribuye el próti. El Coro entre-
tanto canta el “Polijrónio” del nuevo Jerarca.
Servicio de la
visita a los enfermos
La Santa Biblia., que es la Palabra de Dios, nos dice: “Si alguno de vosotros está enfermo, llame a los presbí-
teros de la Iglesia para que oren por él” (Sant. 5:14). Es un deber de todo cristiano, cuando alguien se encuentra en-
fermo (aunque no sea de gravedad) avisar al Párroco, que lo visitará y orará por él, consolándolo e implorando a
Dios el pronto alivio y restablecimiento.
Al entrar a la casa, el Sacerdote dice: Que la paz venga a esta casa y a todos los que la habitan. Ante el enfer-
mo dice: Bendito sea Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. Santo Dios... Gloria... Ahora...
Santísima Trinidad... Gloria... Ahora... Padre nuestro... Porque tuyo es el reino ... siglos. Amen.
Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Señor todopoderoso Médico de las almas y de los cuerpos, que levantas y humillas y
que castigas y perdonas, visita en tu misericordia a nuestro hermano N. enfermo. Extiende tu
mano, llena de poder y salud, y levántalo de su lecho y sánalo de su enfermedad. Haz que se ale-
je de él todo malestar, fiebre y dolor, y, si está en pecado, concédele el perdón, pues Tú amas a la
humanidad. Ten piedad de tu creatura, oh Dios, por Jesucristo nuestro Señor, con Quien eres ben-
dito, Tú y Tu Espíritu Santo y Bueno, que da vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Señor nuestro Dios, que con tu palabra curas toda enfermedad y dolor, que curaste a
la suegra de Pedro, cuando estaba enferma, que castigas con piedad y perdonas con bondad, que
puedes alejar toda enfermedad y malestar: Señor, cura a tu siervo de la enfermedad que sufre y
levántalo de su lecho de dolor, enviándole el remedio de tu misericordia y concediéndole una sa-
lud y restablecimiento perfectos, porque Tú eres el médico de nuestras almas y de nuestros cuer-
pos y a Ti sea la gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos. Amén.
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“Nada toméis para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero. ni tengáis cada uno dos túni-
cas. En cualquier casa que entréis, seguid alojados en ella, y sea de allí vuestra partida. Y si algu-
nos no os reciben, salid de la ciudad aquella y sacudid el polvo de vuestros pies, en testimonio
contra ellos.” Partieron, pues, y recorrían todas las aldeas, anunciando el Evangelio y curando
por doquier.
Luego dice:
Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu inmensa misericordia. Te rogamos nos escuches y te
apiades de nosotros.
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.
Te pedimos también misericordia, vida, paz, salud, salvación, consuelo, perdón y remisión de los
pecados para el siervo de Dios N. enfermo, que acude a Tu inmensa bondad.
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.
Porque eres un Dios Bueno y amas a la humanidad, y Te glorificamos, oh Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Nota: Si el enfermo lo necesita el Sacerdote no debe olvidar recomendarle confesarse y administrarle la Santa Co-
munión. de acuerdo al Rito prescrito.
Breve forma de orar por los difuntos en la Iglesia, en la casa o en el cementerio. Pueden rezarla el Sacerdote o los
fieles.
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Sacerdote: Bendito sea Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Lector: Amén. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo inmortal, ten piedad de nosotros. (3) Gloria al Pa-
dre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. Santísima
Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, olvida nuestros pecados. Maestro, perdona nuestras cul-
pas. Santo, visita y sana nuestras dolencias. por tu Nombre. Señor, ten piedad. (3). Gloria al Pa-
dre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ahora y siempre y por los siglos cíe los siglos. Amén.
Padre nuestro, que estás en los cielos... mas líbranos del maligno.
Sacerdote: Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Oh Salvador, concede el descanso a las almas de tus siervos junto a las almas de los
justos difuntos, guardándolas para la vida feliz, que procede de Ti, amante de la humanidad.
Coro: En tu lugar de reposo, Señor, donde todos tus Santos descansan, haz descansar las almas
de tus siervos, pues sólo Tú eres inmortal.
Sacerdote: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Tú, oh Dios, descendiste al Hades y rom-
piste las cadenas de los cautivos; Tú mismo, oh Salvador, da el descanso al alma de tus siervos.
Coro: Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. Tú, única pura y casta Virgen, que
concebiste a Dios sin mancha, intercede por la salvación del alma de tus siervos.
Sacerdote: Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu inmensa misericordia. Te rogamos nos es-
cuches y te apiades de nosotros.
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.
Sacerdote: Te rogamos por el descanso del alma de tu(s) siervo(s) (N.N.) difunto(s) y para que
le(s) sea perdonado todo pecado voluntario e involuntario.
Sacerdote: Para que el Señor Dios lleve su alma donde los justos descansan, imploremos a Cris-
to, Rey Inmortal y Dios nuestro, la misericordia divina, el reino de los cielos y el perdón de sus
pecados.
Coro: Concédelo, Señor.
Sac.: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Dios de las almas y de los cuerpos, que venciste la muerte, abatiste al demonio y diste
al mundo la vida, dígnate, Señor, hacer des cansar el alma de tus siervos difuntos (N.N.) en la
morada de luz, de tranquilidad y de paz, donde no hay dolor, ni tristeza ni angustia Perdónale(s)
todos los pecados que haya(n) cometido con el pensamiento, palabra u obra, pues Tú eres un
Dios bueno y amas a la humanidad. No hay nadie en este mundo que no peque. Sólo Tú estás
exento del pecado, tu justicia es la justicia eterna y tu palabra es la verdad. Y Tú eres la resurrec-
50
ción, la vida y el descanso de tu(s) siervo(s) difunto(s) N.N., oh Cristo nuestro Dios, y Te glorifi-
camos a Ti y a Tu Eterno Padre y a Tu Espíritu Santo y Bueno, que da vida, ahora y siempre y
por los siglos de los siglos. Amén.
Apólisis
Sacerdote: Tú que tienes dominio sobre vivos y muertos, oh Cristo nuestro Dios verdadero, por
intercesión de tu purísima Madre, la gloriosa siempre Virgen María, de los Santos Apóstoles, de
nuestros devotos y justos padres y de todos los santos, lleva al alma de tu siervo que se alejó de
nosotros a la morada de los justos, hazla descansar en el regazo de Abraham, cuéntala entre los
Santos y ten piedad de nosotros, Tú que eres Bueno y amas a la Humanidad.
Para el momento fijado para trasladar el difunto a la iglesia, el Sacerdote se apersona en la casa del duelo y bendice
como de costumbre, diciendo: “Bendito sea Dios... etc. Los cantores entonan inmediatamente el “Santo Dios” con
gran piedad y devoción, según el tono prescrito, y se inicia, el cortejo hasta el templo, donde se colocará al difunto
en medio de la nave, frente al Iconostasio. Si no es posible trasladar el muerto a la iglesia, el oficio se hará en la casa
del duelo o en el cementerio. El Sacerdote lo inicia, bendiciendo:
Sacerdote: Bendito sea Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Santo Dios, Santo Fuerte... etc... Gloría... Ahora... Santísima Trinidad... Gloria... Ahora... Pa-
dre Nuestro... más líbranos del maligno. Porque tuyo es el reino... etc...
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El coro de los Santos encontró la fuente de la vida y las puertas del paraíso. Pueda yo tam-
bién encontrar el camino por la penitencia; yo soy la oveja descarriada, llámame, Salvador, y sál-
vame.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Tú que, al principio, de la nada me formaste y me honraste con tu divina imagen, y que,
cuando falté a tus mandamientos, me hiciste volver a la tierra, de la cual fui tomado, restituye en
mí tu imagen, para que se renueve en mí la primitiva hermosura.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Yo soy la imagen de tu gloria inefable, aunque llevo en mí la señal de las culpas:
Ten piedad de tu creatura, Señor, y purifícala con tu bondad. Concédeme la patria tan añorada y
hazme de nuevo ciudadano del paraíso.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Oh Santos, que predicasteis al Cordero de Dios y fuisteis inmolados como corderos, siendo
trasladados a la vida gloriosa y eterna, pedid, Mártires, sin cesar al Cordero de Dios que nos dé el
perdón de nuestros pecados.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Todos los que habéis andado en esta vida por el camino estrecho y penoso, que habéis lleva-
do la cruz como un yugo y me habéis seguido con fe, venid, gozad de las recompensas y de la
corona celestial, que os he preparado.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Concede, oh Señor Dios, el descanso a tus siervos y llévalos al paraíso, donde los Coros de
los Santos y los justos brillan como astros. Allá haz descansar a tus siervos difuntos, per donán-
doles todos sus pecados.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Celebremos con piedad a la Triple Luz de la Unica Divinidad, exclamando: Santo eres Tú, oh Pa-
dre Eterno, con Tu Hijo, igualmente Eterno, y el Espíritu Divino. Ilumina a los que te adoran con
fe y líbralos del fuego eterno.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.
Salve, Purísima, que concebiste en la carne a Dios, para que todos fuéramos salvados, y por ti la
humanidad encontró la salvación, Que por tu mediación encontremos el paraíso, oh Pura y Ben-
dita Madre de Dios.
Sacerdote: Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu inmensa misericordia. Te rogamos nos es-
cuches y te apiades de nosotros.
Coro: Señor, ten piedad (3).
Sacerdote: Te rogamos por el descanso del alma de tu siervo(s) difunto(s) (N.N.) y por que le(s)
sea perdonado todo pecado voluntario e involuntario.
Coro: Señor, ten piedad (3).
Sacerdote: Para que el Señor lleve su(s) alma(s) donde los justos descansan, imploremos a Cris-
to, Rey Inmortal y Dios nuestro, la misericordia divina, el Reino de los cielos y el perdón de los
pecados.
Coro: Concédelo, Señor.
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Sacerdote: Porque Tú eres la resurrección, la vida y el descanso de tu(s) siervo(s) difunto(s) oh
Cristo nuestro Dios, y Te glorificamos a Ti y a tu Eterno Padre y a Tu Espíritu Santo y
Bueno, que da vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Ten piedad de nosotros oh Dios... etc... y la Letanía hasta: Porque tú eres la resurrec-
ción, la vida y el descanso... etc... siglos. Amén.
Tono 1º
¿Qué goce terrenal está libre de tristeza? ¿Qué gloria es constante sobre la tierra? Todo es
más tenue que la sombra y más ficticio que el sueño. En un momento todo desaparece con la
muerte. Por eso, a la luz de tu rostro, oh Cristo, y en el goce de tu hermosura, concede el descan-
so a tus siervos difuntos, pues sólo Tu eres inmortal.
Tono 2º
53
¡Ay de mí! ¿Qué hazaña espera al alma al separarse del cuerpo? Cuánto se lamenta entonces
y nadie se apiada de ella. Mira hacía los ángeles y no hay quien la escuche; extiende los brazos
hacia los hombres y no hay quien la ayude. Queridos hermanos, meditemos en lo rápido que pasa
nuestra vida y pidamos a Cristo descanso para nuestro hermano difunto y clemencia para nues-
tras almas.
Tono 3
Todas las cosas humanas que no quedan después de la muerte son vanas. No queda la rique-
za, no acompaña a su dueño la gloría; llegando la muerte todo desaparece, por eso clamemos a
Cristo inmortal: ¡Da, Señor, el descanso a tu(s) siervo(s) en la morada de los felices!
Tono 4
¿Dónde están las preocupaciones mundanas y las ilusiones pasajeras? Dónde están el oro y la
plata. ¿Dónde están las multitudes de servidores y su vaivén? Todo es polvo, ceniza y sombra.
Venid, pues, clamemos al Rey Inmortal: Señor, haz digno al difunto de tus bienes eternos y hazlo
gozar de la felicidad perpetua.
Tono 5
Recordé al Profeta que dijo: ¡Soy polvo y ceniza! Volví a mirar a las tumbas y dije: ¿Cuál es
el Rey? ¿Cuál el soldado? ¿Cuál el rico y cuál el pobre? ¿Cuál es el justo y cuál el pecador? Se-
ñor, da el descanso a tus siervos en la morada de los justos.
Tono 6
Tu orden creadora me dio vida y existencia, pues quisiste hacerme un ser viviente, formado
de elementos visibles e invisibles, a saber, mi cuerpo, que sacaste de la tierra, y mi espíritu, que
me lo diste por tu divino aliento que da vida. Por eso, oh Cristo, concede el descanso a tu(s) sier-
vo(s) en la región de los vivientes, en la morada de J05 justos.
Tono 7
Al principio, creaste al hombre a tu imagen y semejanza, lo pusiste en el paraíso y lo hiciste
señor de toda la creación, pero, al ser tentado por la malicia del demonio, probó el alimento
prohibido y se convirtió en un transgresor de tus mandamientos. Por lo que le ordenaste que vol-
viera de nuevo a la tierra, de donde había sido tomado, y que pidiera el reposo.
Tono 8
Lloro y sollozo cuando medito en la muerte y veo yacer en la tumba nuestra belleza, creada
a imagen de Dios, deforme, sin gloria y carente de vista. ¡Oh milagro! ¿Que misterio es ese?
¿Cómo somos entregados a la corrupción? ¿Cómo nos enlazamos con la muerte? Todo esto suce-
de por orden de Dios, como está escrito, y Él concede el descanso a los difuntos.
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Que Cristo te dé el descanso en la región de los vivientes, que te abra las puertas del paraí-
so, que te haga ciudadano de Reino y te perdone todos los pecados de tu vida, a ti que amas a
Cristo.
Bienaventurados seréis cuando se os insulte y persiga y cuando se os calumnie, mintiendo,
por causa de mi nombre.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Por la eternidad adoro al Padre que engendró, por la Encarnación adoro al Hijo engendrado
y por la procedencia adoro al Espíritu Santo, que resplandece junto con el Padre y el Hijo.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.
Oh Virgen, cómo manó de tu pecho la leche y alimentaste al que alimenta toda la creación,
Quien, como está escrito, hizo brotar agua de las rocas e hizo correr manantiales para el pueblo
sediento.
Aleluya, aleluya, aleluya. ¡Feliz aquel a quien has llamado y recibido, oh Señor!
55
Inmediatamente el Sacerdote dice la Letanía:
Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu inmensa misericordia... Te rogamos también...
etc. Para que el Señor lleve su alma donde los justos descansan... etc... Roguemos al Señor... y
la oración: Dios de las almas y de los cuerpos... todo como en el Oficio del Trisagio Fúnebre.
Luego se cantan o recitan estas palabras que la Iglesia pone en labios del difunto:
Inmediatamente después del Kenín el Sacerdote debe decir la siguiente oración de absolución, antes de retirar el ata-
úd de la iglesia o de la casa:
Que nuestro Señor Jesucristo, que ha dado a sus santos discípulos y apóstoles el manda-
miento divino de atar y desatar los pecados de los caídos, por nosotros que hemos recibido de
ellos la autoridad de hacer lo mismo, que El te perdone, oh hijo espiritual, todo lo que has hecho
en este mundo, voluntaria e involuntariamente, y te haga comparecer sin culpa ante su Tribunal,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Cristo, por intercesión de tu Madre, del Precursor, de los Apóstoles, de los Profetas, de los Je-
rarcas, de los justos, de los confesores y de todos los Santos, da el descanso a tu siervo difunto.
En este momento se inicia el cortejo hacia el cementerio, mientras los cantores o el Sacerdote canta o reza el Trisa-
gio, según el tono fúnebre, y antes de introducir el cadáver en el sepulcro el Sacerdote reza de nuevo el Trisagio fú-
nebre (pág. 134), como en la casa, y vierte un poco de aceite de la lámpara inextinguible sobre el ataúd diciendo:
Me rociarás con hisopo y seré puro, lávame y quedaré más blanco que la nieve.
Y, tomando un poco de tierra con la mano, la deja caer sobre el sepulcro, diciendo:
Del Señor es el universo y todos los que lo habitan.
Y se dice la Apólisis como está indicado en el Oficio del Trisagio Fúnebre pág. 134.
Nota que algunos tienen la costumbre de volver del cementerio directamente a la casa del difunto, donde rezan
el Trisagio en el mismo lugar donde falleció y rocían la casa con agua bendita.
Oraciones el día
de Pentecostés
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El día de Pentecostés, después de terminar la Santa Liturgia, el Sacerdote se coloca frente a la Puerta Real del Ico-
nostasio y dice la siguiente Letanía.
Porque Te es debida toda gloria, honor y adoración, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Terminada la incensación, el Sacerdote exclama: Una y otra vez, de rodillas, roguemos en paz al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Todo el Clero y el pueblo se arrodillan, mientras el Sacerdote reza en voz alta esta oración:
Sacerdote: Oh Dios Purísimo, que no tienes principio ni fin, invisible, incomprensible, inmuta-
ble, infinito, impecable e inmortal, que habitas la luz inaccesible, que creaste la tierra y el cielo,
el mar y todo lo que en ellos se encuentra, que otorgas a cada uno sus peticiones antes de que las
haga, Te rogamos y pedimos, Señor, que amas a la humanidad, Padre de Nuestro Señor, Dios y
Salvador Jesucristo, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó de los cielos y se
encarnó, por obra del Espíritu Santo, en Santa María Virgen, que, predicando primero con pala-
bras y después con hechos, cuando aceptó la Pasión salvadora, nos dio el ejemplo, a nosotros tus
humildes e indignos siervos, de ofrecer súplicas, arrodillados, por nuestros pecados y las igno-
rancias del pueblo. Tú, Señor lleno de ternura y amante de la humanidad, escúchanos en cual-
quier día que te invoquemos y, principalmente, en este día de Pentecostés, en el cual, después de
la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo a los cielos, y de su Entronización a Tu diestra, oh Dios
Padre, envió el Espíritu Santo a sus Discípulos y Apóstoles y se posó sobre cada uno de ellos, lle-
nándose todos de su inagotable gracia celestial, y comenzaron a hablar en varias lenguas y profe-
tizaron. Escúchanos a nosotros suplicantes y acuérdate de los humildes y caídos y devuélvenos la
paz, teniendo piedad de nosotros por tu misma ternura. Recíbenos a los que nos inclinamos y ex-
clamamos: ¡Hemos pecado! Pues desde el vientre de nuestra madre fuimos entregados a Ti y des-
de nuestra concepción Tú eres nuestro Dios, y nuestros días se han consumido en la vanidad y
57
estamos desprovistos de tu auxilio y no tenemos respuesta de Tu parte. Pero nuestra confianza en
tu clemencia exclama: No te acuerdes de los pecados de nuestra juventud y de nuestra ignoran-
cia. Purifícanos de todo lo oculto de nuestro ser... No te apartes de nosotros en los días de la ve-
jez y no te separes de nosotros cuando desfallezcan para siempre nuestras fuerzas. Antes de vol-
ver a la tierra, haznos dignos de volver a Ti. Míranos con misericordia y compasión, y danos tu
gracia en cambio de nuestros pecados y borra la muchedumbre de mis culpas con el abismo de tu
piedad. Visita, Señor, desde lo alto de tu Santuario a tu pueblo y otórgale tus bienes. Líbranos del
dominio del Demonio. Conserva nuestra vida en tus santos y venerables mandamientos. Confía
tu pueblo a la protección de un Angel vigilante y fiel. Reúnenos a todos en Tu Reino. Otorga el
perdón a los que confían en Ti y olvida nuestros pecados y los de ellos por Tu Espíritu Santo.
Bendito seas, Señor Dios Todopoderoso, que iluminas el día con la luz del Sol y alegras la noche
con los rayos de fuego. Tu nos has permitido transcurrir este día y llegar al comienzo de la no-
che. Escucha nuestra plegaría y la de todo tu pueblo y perdónanos nuestros pecados, voluntarios
e involuntarios. Recibe nuestra oración vespertina y envía la abundancia de tu misericordia y tu
piedad a tu herencia. Protégenos con tus santos ángeles, ármanos con el arma de la justicia, ro-
déanos de tu verdad, líbranos con tu poder de toda angustia y de toda asechanza del enemigo.
Concédenos esta noche presente y todos los días de nuestra vida que sean perfectos, santos, pací-
ficos, sin pecado, sin dudas y sin ilusiones. Te lo pedimos por la Santa Madre de Dios y por to-
dos los Santos, que desde el principio del mundo Te han agradado.
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mor, arrojando mi alma endurecida en el abismo de tu bondad y Te pido que guíes mi vida, Tu
que guías la creación entera con tu poder, tu sabiduría y tu palabra y que eres el puerto seguro de
los que naufragan, hazme conocer el camino por el que debo andar y concede a mis pensamien-
tos el Espíritu de sabiduría, a mi ignorancia el Espíritu de entendimiento, cubre mis actos con el
Espíritu de u temor, renueva en mi interior el Espíritu de rectitud y con el Espíritu de firmeza for-
tifica mi alma y que Tu Espíritu Bueno me lleve siempre a lo que conviene, de modo que merez-
ca obedecer tus mandamientos y recordar siempre tu presencia, que examina todos nuestros ac-
tos. No permitas que me engañe con las apariencias de este mundo, dame fuerzas para desear
siempre los tesoros futuros, porque Tú has dicho, Señor, que todo lo que pidiere alguien en tu
Nombre le seria concedido por Dios Padre, Igual a Ti en la Eternidad. Por lo mismo, yo pecador,
suplico a Tu Bondad la venida cíe Tu Espíritu Santo. Te lo pido a Ti, el Bueno, el Misericordioso
que, sin someterte al pecado, te hiciste participe de nuestra naturaleza y que miras compasiva-
mente a los que se inclinan ante Ti, pues Tú has sido el rescate por nuestros pecados. Vuelve, oh
Dios, tu clemencia hacía tu pueblo, míranos desde lo alto de tu Santuario, santifícanos con la
fuerza de tu salvación, cobijos nos bajo la sombra de tus alas y no te separes de la obra de tus
manos. Sabemos que contra Ti sólo hemos pecado, pero sólo a Ti te adoramos, no sabemos ado-
rar un dios extraño y no extendemos nuestras manos hacia otro dios. Señor, perdónanos nuestras
faltas y acepta nuestras súplicas, acompañadas por nuestra genuflexión, y danos una mano, que
nos ayude. Recibe, oh Dios, nuestra plegaria como el incienso que sube hasta Ti y que es acepta-
do por tu magnánima majestad.
Señor, Señor, que nos has librado de toda asechanza durante el día, líbranos también de todo
lo que se mueve en las tinieblas y recibe la elevación de nuestras manos como un sacrificio ves-
pertino, y concédenos pasar toda la noche sin pecado y sin ser probados por el demonio. Líbra-
nos de toda tribulación y angustia ocasionada por Satanás y da humildad a nuestras almas y haz
que nuestros corazones piensen siempre en tu temible y justo juicio. Fija nuestros cuerpos en tu
temor y mata nuestros miembros terrenales, a fin de que, en la tranquilidad del sueño, seamos
iluminados también con la meditación de tus juicios. Aleja de nosotros toda ilusión mala y toda
pasión nociva y levántanos a la hora de la oración, firmes en la fe y con la conciencia de haber
cumplido tus mandamientos.
Y la exclamación:
Por la bondad y gracia de tu Hijo Unico, con Quien eres bendito, Tú y Tu Santísimo Espíri-
tu, Bueno, que da vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
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inefable nos otorgaste la vida eterna. Al bajar al Hades, destruiste las cadenas eternas y los que
estaban en las profundidades te vieron subiendo a los cielos. Oh Inefable Sabiduría de Dios, au-
xilio inquebrantable de los que están en las pruebas, luz de los que están en las tinieblas y en las
sombras de la muerte, Tú, Señor, Hijo amado del Padre Altísimo, Luz eterna de la luz eterna, sol
de justicia, escucha a los que te invocan y haz descansar las almas de tus siervos difuntos, nues-
tros padres, hermanos y parientes, y a todos los fieles difuntos, cuya memoria recordamos en este
momento. Pues Tú, Señor, eres el Rey del Universo y posees el gobierno de toda la tierra, Tú, el
Dios de nuestros padres y Señor de la misericordia, el Creador de todas las cosas y en tus manos
está la vida y la muerte, la existencia aquí y el traslado al más allá. Tu dispones el tiempo de vida
y fijas el momento de la muerte; bajaste al infierno y volviste de él, y alegras con la esperanza de
la resurrección a los heridos con las saetas de la muerte. Tú, Señor del Uní verso, Dios y Salva-
dor nuestro, esperanza de todos los confines de la tierra y de los que están lejos en los mares, que
en este día de Salvación, día de Pentecostés, nos manifestaste en forma más patente el misterio
de la Santa Trinidad, consubstancial y coeterna, indivisible e inconfundible, y enviaste sobre tus
santos apóstoles al Espíritu Santo, cine da vida, en forma de lenguas de fuego, haciéndolos predi-
cadores de la verdadera fe y confesores y heraldos de la única Divinidad. Tú nos has considerado
merecedores de ofrecerte, en este día salvador, penitencias y súplicas por los que se encuentran
prisioneros del Infierno, y nos has dado una gran esperanza de que los liarás descansar de sus pe-
nas y los consolarás con tus divinos consuelos. Concédenos a los que humildemente te suplica-
mos e invocamos: el descanso de tus siervos difuntos en el lugar de la luz, de la tranquilidad y de
la paz, donde el dolor, la tristeza y las angustias no existen. Haz que sus almas estén entre los
Santos, pues no son los muertos los que te alabarán, Señor, y los que están en el infierno nunca te
confesarán, sino que nosotros los vivientes te bendeciremos y te ofreceremos oraciones y sacrifi-
cios penitenciales por sus almas.
Oh Dios Eterno, Santo y amante de la humanidad, que nos has hecho dignos de acercarnos
ahora a tu gloria inaccesible, para alabar y glorificar tus maravillas, perdónanos a nosotros tus in-
dignos siervos y concédenos tu gracia, para que nos acerquemos a ti con un corazón humilde y te
ofrezcamos el himno del Trisagio dándote gracias por los grandes favores que haces y has hecho
siempre con nosotros. Señor, acuérdate de nuestra debilidad y no nos condenes a causa de nues-
tras culpas, haznos misericordia, para que nos veamos libres de las tinieblas del pecado y cami-
nemos a la luz de la justicia, y nos revistamos con las armas de la luz, y seamos protegidos de to-
dos los ataques del Mal y te glorifiquemos por todo a Ti, el verdadero Dios, que ama a la Huma-
nidad. Pues en Ti está en verdad el gran misterio: el término del tiempo de tus creaturas y su
vuelta al reposo eterno. De cualquier manera te damos gracias por todo: por nuestra venida a este
mundo y por nuestra salida de él, esa salida que se halla coronada por la esperanza de la resurrec-
ción y la vida eterna, de acuerdo a tu inviolable promesa; de esa vida te rogamos nos hagas gozar
en el momento de tu segunda venida, porque Tú eres el príncipe de nuestra resurrección, el juez
justo y benigno para con nuestros actos, que ha participado de nuestra carne y nuestra sangre en
su infinita humildad, que tiene misericordia de nosotros porque sufrió todas nuestras pasiones,
excepto el pecado, que se ha hecho nuestro abogado y defensor por sus dolores, con los cuales
nos has hecho llegar a la impasibilidad. Recibe, Señor, nuestras suplicas y haz descansar a todos
nuestros padres y hermanos, hermanas e hijos y a todas las almas de los que han muerto con la
esperanza de la resurrección y de la vida eterna. Escribe sus nombres en el libro de la vida, en el
reino de los cielos y en el paraíso de la alegría, y condúcelos a todos, por medio de tus santos y
luminosos ángeles a tu morada. Haz que nuestros cuerpos resuciten el día que tienes dispuesto,
según tus promesas inquebrantables e inviolables, pues para tus siervos, Señor, la muerte no exis-
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te ya que nos desprendernos del cuerpo y nos revestimos de Ti, oh Dios, y esto no es, sino un
traslado de los sufrimientos a la bondad, a la alegría, al descanso y al júbilo eterno. Si hemos pe-
cado contra Ti, ten piedad de nosotros y de ellos, pues no hay nadie libre de mancha ante Ti, aun-
que su vida sea un día nada más. Tú solo, Señor Jesucristo, que te manifestaste en la tierra sin pe-
cado, eres la esperanza de que obtendremos misericordia y perdón por nuestros pecados. Por eso,
Señor, que amas a la humanidad, borra, olvida y perdona nuestros pecados voluntarios e involun-
tarios, los cometidos consciente o inconscientemente, los públicos y los privados, los de pensa-
miento, palabra u obra y todos los demás pecados de nuestra vida. A los muertos concédeles la li-
bertad y el descanso, y nosotros, los que hemos quedado, seamos bendecidos todos por tu diestra
y premiados con la paz y el bien, con la esperanza de obtener, en tu gloriosa segunda venida, mi-
sericordia, compasión y el Reino incorruptible.
Oh Dios grande y altísimo, único inmortal, que habitas la luz inaccesible, que has creado
todo con sabiduría, que has separado la luz de las tinieblas, que has puesto el sol para iluminar el
día y la luna y las estrellas para iluminar la noche; que a nosotros pecadores nos has hecho dig-
nos de presentarnos ante tu rostro en esta hora y ofrecerte nuestra glorificación (vespertina); tú,
Señor que amas a la humanidad, dirige nuestra oración como incienso delante de Ti y recíbela
como un aroma de agradable olor. Haz que estas vísperas (o este día) y la noche que sobreviene
sean pacíficas; revístenos de las armas de la luz; líbranos de los temores nocturnos y de todo mal,
que se mueve en las tinieblas, y danos el sueño para descanso de nuestra debilidad, libre de toda
fantasía diabólica. Sí, Señor del Universo, dador de los bienes, a fin de que, compungidos en
nuestros lechos, nos acordemos en la noche de tu nombre e iluminados por la meditación de tus
mandamientos, nos levantemos con gozo del alma a glorificar tu bondad, ofreciendo oraciones y
súplicas a tu misericordia por nuestros propios pecados y por los de todo tu pueblo, al cual, por
intercesión de la Madre de Dios, te rogamos visites en tu misericordia. Porque eres un Dios Bue-
no y amante de la humanidad y Te glorificamos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos.
Amén.
Se dice ahora la Letanía: Prosigamos nuestra oración al Señor... etc. .., y después de la oración de la inclinación de
cabeza se canta el Apostijon y se concluye con la Apólisis, pág. 209.
Al finalizar la santa Liturgia, el Sacerdote, precedido por los ceroferarios, por el turiferario y demás clérigos, sale
del Santuario y se coloca en el centro de la iglesia, mientras el Coro canta (o algún lector lee, si no hay Coro):
Tono 8º
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La voz del Señor se escucha entre las aguas, diciendo: “Venid, recibid todos el Espíritu de
Sabiduría, el Espíritu de entendimiento, el Espíritu de temor a Dios, con la aparición (Epifanía)
de Cristo.
Hoy la naturaleza de las aguas es santificada y el Jordán detiene su curso, al ver al Señor la-
vándose en él.
Oh Cristo Rey, llegaste al río como un hombre cualquiera, y te acercaste, oh Bondadoso, a
recibir el bautismo, como un siervo, de las manos del Precursor, para librarnos de nuestros peca-
dos, pues amas a la humanidad.
Gloria... Ahora...
He aquí la voz que clama en el desierto: Preparad los caminos del Señor. Señor, tu tomaste la for-
ma de esclavo y viniste a pedir el bautismo, Tú el impecable. Al verte, las aguas temieron y el
Precursor conmovido exclamó: ¿Cómo la Luz puede iluminarse con una lamparilla? ¿Cómo pue-
de el esclavo imponer sus manos sobre el Señor? Santifícame, oh Salvador, junto con las aguas,
pues tú eres quien quita los pecados del mundo.
Se da inmediatamente comienzo a las profecías. Pueden tomarse de la Biblia: Isaías 35:1-10. Is. 55:1-13 ó, si el Sa-
cerdote desea abreviar, dirá solamente la siguiente:
Prokímenon:
El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es el libertador de mi vida.
Sacerdote: Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (Mc. 1:9-11).
En aquel tiempo: Vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautiza do por Juan en el Jor-
dán. Y en el momento de salir del agua, vio los cielos abiertos y al Espíritu que, como una palo-
ma, descendía sobre Él; y vino una voz de los cielos, que decía: Tú eres mi Hijo amado, en Ti me
he complacido.
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En paz, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Por la paz que viene de lo alto...
Por la paz del mundo entero...
Por este santo templo...
Por nuestro Padre y Arzobispo...
Por esta ciudad...
Por la salubridad de los aíres
Por los que viajan por tierra, mar y aire...
Para que esta agua sea santificada con la fuerza, la acción y la venida del Espíritu Santo, rogue-
mos al Señor.
Para que venga sobre esta agua la acción purificadora de la Santísima Trinidad suprasubstancial,
roguemos al Señor.
Para que descienda sobre ella la gracia de la Redención y la bendición del Jordán, roguemos al
Señor.
Para que, con la infusión del Espíritu Santo, seamos iluminados con la luz de la inteligencia y de
la piedad, roguemos al Señor. Por que esta agua sea don de santificación, perdón de los pecados
y curación del alma y del cuerpo, roguemos al Señor.
Para que esta agua nos sea útil, para obtener la vida eterna, roguemos al Señor.
Para que sea una defensa contra los ataques de los enemigos visibles e invisibles, roguemos al
Señor.
Por los que tomen de ella o la reciban para santificación de sus hogares, roguemos al Señor.
Para que sirva a todos aquellos que la tomen o la reciban con fe como purificación de las almas y
los cuerpos, roguemos al Señor.
Para que seamos merecedores de ser plenamente santificados, al recibir de esta agua, por la invi-
sible presencia del Espíritu Santo, roguemos al Señor.
Para que el Señor Dios escuche nuestra voz de pecadores y tenga piedad de nosotros, roguemos
al Señor.
Para que seamos libres de toda desgracia, castigo, peligro y angustia, roguemos al Señor.
Ampáranos, sálvanos...
Conmemorando a la Toda Santa... etc.
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del Espíritu Santo se posó sobre las aguas en forma de paloma. Hoy ha brillado el Sol sin ocaso y
el mundo es iluminado con la luz del Señor. Hoy las estrellas resplandecientes adornan el univer-
so con la claridad de su luz. Hoy las nubes desde el cielo llaman a la humanidad a la práctica de
la justicia. Hoy el Increado acepta la imposición de manos de su creatura. Hoy el Profeta y Pre-
cursor se acerca al Señor, pero se detiene atemorizado al ver la condescendencia de Dios hacia
nosotros. Hoy las aguas del Jordán se convierten en salud por la presencia del Señor. Hoy ha sido
abierto el paraíso para la humanidad y ha brillado para nosotros el Sol de Justicia. Hoy el agua,
que era amarga en tiempos de Moisés, se convierte en dulzura con la presencia del Señor. Hoy
hemos sido librados de los antiguos lamentos y, como un nuevo Israel, hemos sido salvados. Hoy
hemos sido rescatados de las tinieblas y ha brillado para nosotros la luz del conocimiento de
Dios. Hoy las sombras del mundo se disipan con la Epifanía (manifestación) de nuestro Dios.
Hoy toda la creación recibe la luz de los cielos. Hoy el error es abatido y la venida del Señor nos
ha abierto el camino de la salvación. Hoy los celestiales celebran esta fiesta junto con los terres-
tres y los que están abajo se unen a los de las alturas. Hoy el pueblo ortodoxo a grandes voces se
regocija. Hoy el Señor viene a ser bautizado para elevar a la humanidad hasta las alturas. Hoy el
que nunca se inclina. se inclina ante su siervo para librarnos de la esclavitud. Hoy hemos adquiri-
do el Reino de los cielos, porque el Reino del Señor no tiene fin. Hoy la tierra y el mar compar-
ten la alegría del mundo, y este se ha llenado de gozo. Te han contemplado las aguas, oh Dios, te
han visto las aguas y han tenido miedo. El Jordán volvió hacia atrás cuando vio el fuego de la Di-
vinidad venir y reposarse sobre él en forma humana. El Jordán volvió hacia atrás cuando vio ve-
nir al Espíritu Santo en forma de paloma y posarse sobre Ti. El Jordán volvió hacia atrás cuando
vio al Invisible con sus propios ojos, al Creador en forma humana y al Señor en forma de escla-
vo. El Jordán volvió hacia atrás y las montañas exultaron de gozo al ver a Dios encarnado. Las
nubes lanzaron voces de admiración por El que viene —y que es Luz de Luz y Dios verdadero de
Dios verdadero— a sepultar en el Jordán al monstruo del pecado, al arma del error y el poder del
infierno, dando al mundo el bautismo de salvación. Por todo eso, yo tu indigno servidor, Señor,
me veo embargado por el temor, al proclamar tus maravillas, y exclamo con piedad:
Grande eres, Señor, y tus obras son maravillosas y no hay palabras suficientes para expresar tus
maravillas (tres veces). Con tu voluntad ha sacado todas las cosas de la nada a la existencia, con
tu poder sostienes la creación y con tu providencia riges el mundo. (Compusiste la naturaleza de
cuatro elementos y coronaste el año con cuatro estaciones). Ante Ti tiemblan todas las legiones
de los ángeles; a Ti Te canta el sol, te glorifica la luna, te escoltan las estrellas y te obedece la
luz. A Tu paso se derrumban los abismos; A Ti te sirven las fuentes; Tu has extendido los cielos
como una tienda de campaña y has estabilizado la tierra en medio de las aguas; has rodeado las
aguas de arena y distribuyes el aire para que respiremos. Las legiones angélicas te sirven y los
coros de los arcángeles te adoran. Los Querubines (todos cubiertos de ojos) y los Serafines (de
sus alas) están ante Ti y vuelan en derredor de tu Trono, velándose el rostro por temor de Tu glo-
ria inaccesible. Viniste a la tierra, tomaste forma de siervo y te hiciste semejante a los hombres,
siendo el Dios indescriptible inefable, eterno e incomprensible. Por las entrañas de tu misericor-
dia, Señor, no pudiste sufrir ver al género humano atormentado por el demonio, sino que has ve-
nido y nos has salvado. Confesamos esta gracia, proclamamos esta misericordia y publicamos
este beneficio. Tu purificaste los gérmenes de nuestra naturaleza y santificaste las entrañas virgi-
nales con tu nacimiento. Toda la creación te entonó un himno cuando apareciste entre nosotros,
porque Tú, oh Dios nuestro, estuviste en la tierra y viviste en medio de los hombres; Tú santifi-
caste las aguas del Jordán, enviando de lo alto del cielo tu Espíritu Santo, y quebrantaste la cabe-
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za de los demonios que allí habitaban, Tú, por tanto, oh Rey amante de la humanidad, ven ahora
y santifica esta agua con la venida de Tu Espíritu Santo (tres veces).
Dale la gracia de la Redención, la bendición del Jordán, hazla fuente de incorrupción, don
de santificación, perdón de los pecados, alivio de las enfermedades y confusión de los demonios.
Que, una vez llena de la fuerza de los ángeles, sea inaccesible a las potencias enemigas, para que
todos los que la reciban o tomen de ella les aproveche para purificación de sus almas y de sus
cuerpos, para alivio de los dolores, para santificación de los hogares y para todo lo que sea útil y
conveniente. Porque Tú eres quien renovó nuestra naturaleza, después que hubo caído en el peca-
do, y sumergiste el pecado en las aguas en época de Noé. Tú libraste en el mar a los hebreos de la
esclavitud del Faraón bajo la conducción de Moisés. Tú eres nuestro Dios e hiciste brotar de la
roca en el desierto manantiales de agua viva, que sació a tu pueblo sediento. Tú eres nuestro Dios
y por el fuego y el agua libraste a Israel del error de Baal por manos de Elías. Tú, Señor, santifica
esta agua por Tu Espíritu Santo (3 veces) y haz que todos los que la tocan, la tomen o sean ungi-
dos con ella obtengan la santificación, la bendición, la purificación y la salud.” Salva, Señor, a tu
Iglesia y consérvala en paz, abate a sus enemigos, concede a los cristianos todo lo que pidan para
su salvación y la vida eterna. Acuérdate, Señor, de nuestro Arzobispo N., de los Sacerdotes, de
los Diáconos en Cristo y de todo el Clero. Acuérdate, Señor, del pueblo que nos rodea y de nues-
tros hermanos ausentes por una causa justa, y ten piedad de nosotros y de ellos según tu inmensa
misericordia, a fin de que sea glorificado Tu Santo Nombre, por los ángeles, los hombres y por
toda la creación visible e invisible, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los si-
glos de los siglos. Amén.
El Sacerdote procede ahora a bendecir las aguas con la Cruz, quo sumerge en el agua, cantando:
Y repite el mismo tropario tres veces. Luego rocía la Iglesia en forma de Cruz de Oriente a Occidente y de Norte a
Sur, mientras se canta el Kondakio:
65
Luego rocía el Santuario, desde la Puerta Real. Finalmente se acerca el pueblo y recibe la bendición, tomando o
siendo rociado con el agua santa. Termina el Oficio con la Apólisis:
Oh Cristo, nuestro Dios verdadero, que por nuestra salvación aceptaste ser bautizado por Juan
Bautista en el Jordán, por intercesión de tu purísima Madre... etc...
Oficio de la Procesión
y Adoración de la Santa Cruz
el Tercer Domingo de Cuaresma y el 14 de Setiembre
Este servicio se hacía, de acuerdo a la costumbre antigua, al fin de la Gran Doxología de Maitines, antes de iniciar la
Santa Liturgia, sin embargo, hoy día en la mayoría de las iglesias es común celebrarlo al fin de la Liturgia, después
de la Apólisis.
Los cantores entonan el Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros, según el tono lento,
mientras el Sacerdote inciensa la Cruz, colocada sobre el Altar (la cruz manual o otra del mismo tamaño), la levanta
y la pone en una bandeja con palmas y flores, y sale por la puerta del norte del Iconostasio, precedido por los que
llevan las velas, los exaptérigas, los cantores, el Diácono (o un ayudante), que irá incensando la Cruz ,durante toda
la procesión y así hará el giro de la Iglesia entera. Finalmente se coloca ante el Iconostasio, ante una mesa cubierta
con un mantel blanco, en torno a la cual dará tres vueltas. Luego se detiene frente a la mesa, mirando hacia el orien-
te, y dice:
Sacerdote: ¡Sabiduría! ¡De pie!
Y coloca la bandeja con la Cruz sobre la Mesa, incensando enseguida en torno de ella, al tiempo que canta:
Sacerdote: Salva, Señor, a tu pueblo y bendice a tu heredad, dando a tu Iglesia la victoria contra
sus enemigos y guardando el mundo por medio de tu Cruz.
Y el Coro repite este tropario dos veces más. Terminada esto, toma la bandeja con la Cruz y mirando hacia el Orien-
te dice:
Sac.: Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu inmensa misericordia. Te rogamos nos escuches
y tengas piedad de nosotros.
Y los cantores cantan la primera serie del Señor, ten piedad (40 veces), mientras el Sacerdote hace con la bandeja y
la Cruz la señal de la Cruz y se arrodilla y levanta lentamente de acuerdo al ritmo de la melodía del Kyrie. Lo mismo
hará después de cada una de las siguientes peticiones. (Las genuflexiones tienen que hacerlas de tal modo que llegue
a tocar el suelo con la frente.
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Sacerdote: Te rogamos también por todos los fieles cristianos ortodoxos, por su salud, por su sal-
vación y por el perdón de sus pecados.
Y se realiza lo mismo, mientras se canta la cuarta serie de Kyries.
Luego se levanta y canta, mientras eleva la bandeja con la Cruz y las flores, diciendo:
Sacerdote: ¡Oh Cristo Dios, que quisiste ser elevado en la Cruz! Concede tu misericordia al pue-
blo nuevo que lleva tu nombre. Alegre tu poder a la Santa Iglesia, dándole la victoria contra sus
enemigos. Que tu ayuda sea para nosotros un arma de paz y una victoria infalible.
Después de esto, bendice con la Cruz al pueblo y coloca la bandeja sobre la mesa, cantando.
Sacerdote: ¡Adoramos tu Cruz, Señor, y Tu Santa Resurrección alabamos y glorificamos!
Y el Coro repite esto dos veces más. Después se inclina el Sacerdote y adora la Santa Cruz y lo mismo hacen los fie-
les, distribuyéndoseles las flores como una bendición, mientras el Coro canta:
Coro: Venid, fieles, adoremos al Madero, que da vida, en el que Cristo extendió voluntariamente
sus manos, siendo el Rey de la gloria, y nos reintegró a la primitiva felicidad, pues habíamos sido
dominados por el enemigo y nuestro consentimiento a las pasiones nos había alejado de Dios.
Venid, adoremos la Cruz con la cual somos capaces de triunfar sobre los enemigos invisibles. Ve-
nid, pueblos de la tierra, honremos con himnos la Cruz del Señor, cantando: Salve, oh Cruz,
cumplimiento de la liberación de Adán caído, porque en Ti se alegra la Iglesia entera. Nosotros
los fieles, al venerarte, con respeto y devoción ,glorificamos al Dios que fue clavado en ti, di-
ciendo: Señor, que fuiste crucificado, ten piedad de nosotros, porque eres bueno y amas a la hu-
manidad.
Gloria... Ahora...
Realizaste, oh Dios, lo que había predicho tu Profeta Moisés, cuando dijo: Veréis a vuestra
Vida suspendido en una Cruz ante vuestros ojos. Hoy la Cruz es exaltada y el mundo se ve libre
de la tiranía. Hoy la Resurrección de Cristo ha sido renovada y la tierra se alegra, ofreciéndole
himnos y salmos como David antiguamente, diciendo: Has realizado nuestra salvación, oh Dios,
en medio de la tierra por la Cruz y la Resurrección, por los cuales nos has liberado. Señor Dios
Todopoderoso, que amas a la Humanidad, gloria a Ti.
Rito de la Bendición
de una casa nueva
El Sacerdote que va a bendecir una casa nueva lleva consigo agua bendita y una pequeña vasija de aceite, que colo-
cará en una pequeña mesa, cubierta con un mantel blanco y preparada de antemano, y donde pondrá también un pe-
queño Libro de los Evangelios, una Cruz y dos velas encendidas. El Sacerdote se reviste de epitrajilion y, si lo desea,
también del felonio y, mirando haca el Oriente, comienza: 1
1
Este Rito ha sido íntegramente, tomado del Pequeño Eucologio de Abramvtsov.
67
Sacerdote: Bendito sea nuestro Dios...
Lect.: Rey Celestial... Santo Dios... (3 veces) Gloria... Ahora... Santísima Trinidad... Gloria...
Ahora... Padre Nuestro... Porque tuyo es el reino... Amén. Señor, ten piedad (12 veces). Gloria...
Ahora...
Lect.: Venid, prosternémonos y adoremos a Cristo nuestro Dios.
Venid, adoremos y prosternémonos ante Cristo nuestro Rey y Nuestro Dios.
Venid, adoremos y prosternémonos ante el mismo Cristo, nuestro Rey nuestro Dios.
Y el Salmo 90. Al terminar el Salmo, se dice:
Así como la salvación entró en la casa de Zaqueo con tu entrada, oh Cristo, ahora también por la
entrada de tus sagrados ministros, y de los ángeles con ellos, concede la paz a esta casa y bendí-
cela misericordiosamente, salvando e iluminando a todos los que van a vivir en ella.
Sacerdote: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Señor Jesucristo nuestro Dios, que te dignaste entrar bajo el techo de Zaqueo el publi-
cano y llevaste a él y a toda su casa la salvación: Tú, Señor, guarda inmune de todo mal a los que
quieran vivir en esta casa, por la oración de nosotros tus humildes servidores, y bendícelos a
ellos y a esta morada, preservando siempre sus vidas de los ataques del enemigo y derramando
sobre ellos la abundancia de tus bienes. Porque Te es debida toda gloria, honor y adoración, Pa-
dre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Sacerdote: La paz sea con todos.
Coro: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.
Coro: Ante Ti, Señor.
El Sacerdote bendice ahora tres veces el aceite, haciendo con su mano derecha la cruz y diciendo:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.
El Sacerdote toma el agua bendita y rocía con ella todos los muros de la casa en forma de Cruz diciendo:
Que toda acción de los espíritus del mal sea anulada por el rocío de esta agua santa y la
fuerza del Espíritu Divino, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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Después de haber rociado toda la casa, el Sacerdote toma el aceite y unge con él los muros de la casa, haciendo la
señal de la Cruz, comenzando por el muro oriental de la casa, siguiendo con el Oeste, luego el del Norte y finalmen-
te el del Sur, diciendo en cada uno:
Es bendecida esta casa con la unción de este santo aceite: En el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo. Amén.
Después de terminar la unción, se encienden las velas de los presentes. El Coro entona el siguiente Tropario (tono
5).
Bendice, Señor, esta casa y llénala de tus bienes terrenales. Guarda a tus siervos de toda cir-
cunstancia adversa, pues ellos desean vivir aquí piadosamente. Derrama sobre ellos la abundan-
cia celestial y las bendiciones materiales, y puesto que eres Bueno, manifiesta tu misericordia,
según tu indecible condescendencia.
69
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.
Sacerdote: Te rogamos también que envíes tu bendición sobre esta casa y sobre tus servidores
(N.N.) y sobre todos los que desean vivir aquí en la justicia; y te suplicamos que venga hacia
ellos tu ángel de misericordia, que los guarde. proteja y guíe hacia el cumplimiento de toda obra
buena y la observancia de los mandamientos de Cristo; y rogamos también que se vean libres del
hambre, las enfermedades, los terremotos, las inundaciones, el fuego, de los ataques de los ene-
migos y de todo peligro de muerte; y que les sea concedida larga vida, salud y paz. Digamos to-
dos por ellos: Señor, escúchanos y ten piedad. Señor, ten piedad:
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.
Escúchanos, oh Dios Salvador nuestro, esperanza de todas las regiones de la tierra y de los
que están lejos en los mares; y muéstranos tu misericordia, oh Señor, muéstranos tu misericordia
a nosotros pecadores y ten piedad de nosotros. Porque Tú eres un Dios misericordioso y amante
de la humanidad y Te glorificamos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos
de los siglos. Amén.
Bendición de Comestibles
el Día de Pascua
Se inicia con las fórmulas de costumbre, pero cantando el Cristo resucitó, y se dice la siguiente oración:
Sacerdote: Señor Nuestro Dios, Creador y Hacedor de todas las cosas: Bendice estos huevos y
los demás alimentos, y consérvanos en tu amable bondad, para que, compartiéndolos, seamos lle-
nos de tus dones y de tu inefable misericordia, que derramas abundantemente sobre nosotros.
Porque tuyo es el poder, el reino, la fuerza y la gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Al terminar la Santa Liturgia, el Sacerdote inciensa los ramos, colocados en una mesa frente al Iconostasio y luego
dice la siguiente oración:
Sacerdote: Señor Nuestro Dios, que reposas en los Querubines, que has redimido a tus descen-
dientes y que enviaste a Tu Hijo Unico nuestro Señor Jesucristo para que salvara al mundo por
Su Cruz, Su Muerte y Su Resurrección. Y Él, al llegar a Jerusalén, antes de su voluntaria Pasión,
fue recibido por el pueblo, que estaba en las tinieblas y en las sombras de la muerte, y que lo
aclamó, llevando en sus manos palmas y ramos de olivo como símbolo de la victoria, celebrando
anticipadamente Su Resurrección. Tú mismo, Señor, fortalécenos a nosotros que, a imitación de
aquellos niños, llevamos, en este día de la ante-fiesta, palmas y ramos de olivo. Protégenos a los
que corno aquellos pueblos y aquellos niños Te cantamos. Hosanna, para que en medio de cánti-
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cos e himnos espirituales, seamos dignos de celebrar tu Resurrección que da vida, ocurrida al ter-
cer día de tu sepultura. Por el mismo Cristo Nuestro Señor, con Quien eres bendito juntamente
con Tu Santísimo Espíritu, Bueno, que da vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
Bendición de un
Sepulcro Nuevo
Se inicia con las oraciones de costumbre: Bendito sea Dios... etc... y se prosigue con la siguiente oración:
Soberano Señor Nuestro Dios, por Quien encuentran descanso las almas de los fieles, bendice
este sepulcro de tu siervo N. y en vía Tu Santo Angel a protegerlo. Que el cuerpo que va a ser se-
pultado aquí descanse en paz hasta Tu segunda Venida, que es la Resurrección de este tu servidor
N.. De modo que su espíritu, libre de toda atadura pecaminosa, obtenga la eterna felicidad y se
vea agregado a los Coros de los Santos. Porque Tú eres el Rey de la paz y el Salvador de nuestras
almas, y te glorificamos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos.
Coro: Amén.
Breve Fórmula
de Santificación del Agua
Bendito sea Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Santo Dios... etc. (3 veces) Gloría al Padre... Ahora y siempre... Santísima Trinidad... Gloria...
Ahora... Padre Nuestro... Porque tuyo es el reino... Amén.
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Tu Santísimo Espíritu sobre esta agua; bendícela, santifícala y purifícala con tu bendición celes-
tial, y dale la gracia y la bendición del Jordán, el poder para que sea purificación de toda impure-
za y expulsión de los demonios con todas sus insidias y asechanzas. Y por el poder, la operación
y la gracia del Santísimo Espíritu, manifiéstate en esta agua para bien de todos tus siervos que la
reciban con fe o sean rociados con ella, para el perdón de los pecados, liberación de las pasiones,
expulsión de todo mal, para incremento de la virtud, alivio de las enfermedades, bendición y san-
tificación de los hogares y de todo lugar, y para la adquisición de tu gracia. Porque Tu bendices y
santificas todas las cosas, oh Dios, nuestro, y Te glorificamos a Ti y a Tu Hijo Unico y a Tu Espí-
ritu Santo y Bueno, que nos da la vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Señor, que santificaste las aguas del Jordán con la manifestación de Tu Cristo, escú-
chanos y bendícenos a nosotros, que con la inclinación de nuestra cabeza, expresamos nuestra
obediencia a Ti. Haznos dignos de ser santificados por la recepción de esta agua; que ella sea cu-
ración de nuestras almas y de nuestros cuerpos.
Porque Tú eres nuestra santificación, y a Ti sea gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, aho-
ra y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Todos: Amén.
El Sacerdote toma la Cruz y la sumerge en el agua, trazando la señal de la Cruz y cantando el siguiente tropario
Tono 1º
Salva, Señor, a tu pueblo y bendice a tu heredad. Concede la victoria a la Iglesia contra sus
enemigos, y protege a tu pueblo, por la fuerza de Tu Cruz.
Bendición de una
Casa el Día de Epifanía
Bendito sea Dios... Amén. Santo Dios... etc. (3 veces). Gloria... Ahora... Santísima Trinidad...
Gloria... Ahora... Padre Nuestro... Porque tuyo es el reino... etc. Amén.
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de Zaqueo y llevaste la salvación a él y a toda su casa; Tu, Señor, libra de toda asechanza a los
que viven aquí; otórgales tu bendición, la purificación y la salud, y concédeles todo lo que te pi-
den para su salvación y para la vida eterna. Pues Tú eres Bendito, oh Padre, Hijo y Espíritu San-
to, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
El Sacerdote rocía ahora a los presentes y toda la casa con el Agua Santa, mientras se canta el Kondakio
Tono 1º
Te manifestaste al universo, Señor, y Tu luz brilló sobre nosotros, que, conociéndote. Te
adoramos: pues has venido y Te has manifestado, oh Luz inaccesible.
Despedida
Oh Cristo, nuestro Dios verdadero, que fuiste bautizado por San Juan en el Jordán, para sal-
vación de todos nosotros, por intercesión de Tu purísima Madre y de todos los Santos, ten piedad
de nosotros y sálvanos, pues eres Bueno y amas a la humanidad.
Señor, concede una vida próspera y pacífica, salud, salvación y éxito en todas las cosas a tus
siervos (N.N.) que habitan aquí; y consérvalos por muchos años.
Coro: ¡Por muchos años!
Santificación de un Icono
Sacerdote: Bendito sea Dios... Amén... Santo Dios... (3 veces). Gloria... Ahora... Santísima Trini-
dad.. Gloria... Ahora... Padre Nuestro.. etc. Porque tuyo es el reino... Amén. Señor, ten piedad (3
veces).
Sacerdote: Señor Todopoderoso, Dios de nuestros padres, adorado y glorificado en la Santa Tri-
nidad; a quien la mente no puede comprender ni las palabras pueden describir, de Quien las San-
tas Escrituras nos han instruido; en quien creemos y por quién confesamos tener la existencia;
Dios: Padre sin principio, con tu Hijo Unigénito y tu Espíritu Santo, igualmente soberano; Tú
eres quien en la Antigua Alianza, en una aparición al patriarca Abraham, te revelaste a ti mismo
en forma de tres ángeles y, en nuestros días, después de la Encarnación de Tu Hijo Unico, nues-
tro Señor Jesucristo, en el seno de Santa María Virgen, cuando fuiste bautizado por San Juan en
el Jordán, cuando te transfiguraste luminosamente en el Tabor, y en el momento de tu Ascensión
gloriosa a los cielos, nos mostraste la imagen de la Santísima Trinidad. Tu nos enseñaste también
a adorar tu santa imagen, al dejarla impresa en un lienzo; esta imagen al ser enviada a Abgar,
príncipe de Edesa, lo curó a él y a muchos otros que padecían de varias enfermedades. Tú no de-
saprobaste las imágenes de tus Santos, sino que las aceptaste. Mira ahora también este icono (o
éstos iconos) que tus servidores han hecho para honra y gloria Tuya: el icono de (un solo Dios
adorado en la Trinidad) (de Tu Hijo Único Nuestro Señor Jesucristo) (de tu purísima y Bendita
Madre, Nuestra Señora la siempre Virgen María) (en memoria de tus Santos N.N.). Bendícelo(s)
y santifícalo(s). Revístelo del poder de la curación y de repeler todo ataque diabólico, de tal ma-
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nera que todos los que oren con piedad ante ellos sean escuchados y alcancen la misericordia de
tu amor a la Humanidad y sean templos de tu gracia.
Porque Tu eres nuestra santificación y a Ti sea la gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Después de haber rociado los iconos con agua bendita, el Sacerdote (los inciensa) los venera y los besa, mientras los
presentes cantan el Tropario de los Santos pintados en los iconos.
Bendición de Vehículos
Sacerdote: Bendito sea Dios.. Santo Dios, Santo Fuerte... (3 veces) Santísima Trinidad... Gloría.
Ahora... Padre Nuestro... Porque tuyo es el reino... etc.
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Porque tuyo es el Reino y el poder, por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Bendición
de cualquier Objeto
Sacerdote:Bendito sea Dios... Santo Dios, Santo Fuerte... (3 veces) Gloria... Ahora... Santísima
Trinidad.. Gloría. Ahora... Padre Nuestro... Porque tuyo es el reino...
Coro: Amén.
Domingo:
Cristo nuestro Dios verdadero, que resucitaste al tercer día de entre los muertos, por interce-
sión de su Purísima Madre, por la virtud de la preciosa Cruz, que da vida, por las oraciones de las
venerables legiones angélicas, del santo glorioso Profeta y Precursor San Juan Bautista, de los
santos, célebres e ilustres apóstoles, de los santos mártires, gloriosos y triunfadores, de los santos
y justos ancestros de Dios, San Joaquín y Santa Ana, de San (el Santo patrón del templo o Comu-
nidad) y de San (el Santo del Día), cuyo recuerdo hacemos este día y de todos los Santos, ten
piedad de nosotros y sálvanos, pues eres bueno y amas a la humanidad.
Lunes:
Cristo nuestro Dios verdadero, por intercesión de su Purísima Madre, por las oraciones de
las venerables legiones angélicas e incorpóreas, de los santos, gloriosos e ilustres apóstoles...
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Martes:
Oh Cristo nuestro Dios verdadero, por intercesión de su Purísima Madre, por las oraciones
del glorioso Profeta y Precursor San Juan Bautista, de los santos, gloriosos e ilustres apóstoles...
etc.
Miércoles:
Oh Cristo Nuestro Dios verdadero, por intercesión de su Purísima Madre, por el poder de la
preciosa Cruz, que da vida, por las oraciones de los santos, gloriosos e ilustres apóstoles.. . etc.
Jueves:
Oh Cristo Nuestro Dios verdadero, por intercesión de Tu Purísima Madre, de los santos glo-
riosos e ilustres apóstoles, de nuestro Padre San Nicolás el Taumaturgo, Arzobispo de Mira en
Licia... etc.
Viernes:
Oh Cristo nuestro Dios verdadero, por intercesión de su Purísima Madre, por el poder de la
preciosa Cruz, que da vida, por las oraciones de los santos, gloriosos e ilustres apóstoles. . etc.
Sábado:
Oh Cristo nuestro Dios verdadero, por intercesión de su Purísima Madre, de los santos glo-
riosos e ilustres apóstoles, de los santos, gloriosos y victoriosos mártires, de nuestros Santos Pa-
dres, inspirados por Dios... etc.
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(eucologio.doc, 11-06-99).
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