El Hombre Medieval Como Homo Viator
El Hombre Medieval Como Homo Viator
El Hombre Medieval Como Homo Viator
El hombre medieval como horno viator, como hombre que sigue un camino. El camino fsico del viajero que se desplaza de un lugar a otro. El camino simblico de quien
hace de su vida una bsqueda de perfeccin o, cuando menos, de desasimiento respecto
al mundo, concebido como simple trnsito, como mera va, para la morada definitiva
del cielo. Viajeros, peregrinos en esas dos dimensiones, y en los siglos medievales, constituyen el objeto de nuestra atencin. Para comenzar, orientamos sta hacia una de las
imgenes de esa doble actitud. La escogida por el profesor Moralejo, comisario de la actual exposicin Culto y cultura en la peregrinacin a Compostela El detalle de los pies del
relieve del encuentro de Cristo con los discpulos de Emas, joya del claustro de Silos.
La imagen sugiere por s sola "la idea de Camino y Peregrinacin, pensando en la feliz
definicin que de sta dio el profesor Edmond-Ren Labande como un modo de orar
con los pies'.
La imagen, en efecto, acerca la realidad del hombre medieval como horno viator.
Caminante en distintos planos de su existencia. El fsico: la ms reciente historiografia
de tema medieval viene poniendo el acento en la inestabilidad de los asentamientos humanos antes de los siglos XI y XII. Franco Cardini ha podido decir que la Edad Media,
en especial, la anterior al siglo XIII, es la gran poca de la movilidad humana; casi una
etapa nmada'. El imaginario: Jean Richard subrayaba, hace un par de lustros, el valor
de los viajes imaginarios para el conocimiento de la geografia medieval 3 . En lugar destacado, El libro del conoscimiento de todos los reinos y tierras y seoros... Su autor, un franciscano castellano del siglo XIV, fingi un recorrido por Espaa, Portugal, Noruega,
Inglaterra, parte de Asia, ms la circunnavegacin de Africa y la travesa del Mediterrneo'. Por fin, el simblico. El viaje como signo de provisionalidad, de desarraigo de la
tierra, de disponibilidad para el cielo. La aspiracin es sedere, estar quieto, asentado,
instalado. Alcanzarla exige un trnsito, un movimiento. Es el precio del pecado original.
En el prtico de la Edad Media, San Agustn lo proclam as: "Inquieto est mi corazn
1. En carta que el profesor S. MORALEJO remiti al abad del monasterio de Santo Domingo de Silos,
publicada en Glosas Silenses, ao IV, n. I, 1993, pp. 47-48.
2. F. CARDINI, Dal Medioevo alla medievistica Gnova, 1989, en su captulo V, "Pellegrini e viaggiatori".
3. J. RICHARD, Les rcits de voyages el de pelerinages. Fasc. 38 de la Typologie des sources do Moyen
Age. Turnhout, 1981.
4. J. RUBIO TOVAR, Libros espaoles de viajes medievales. Madrid, 1986, parte II, captulo 7.
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y no descansar hasta que repose en Ti". Fsico, imaginario, simblico. Los tres planos
unificados, sintetizados continuamente por el hombre medieval5.
La prueba la hallamos en multitud de fuentes literarias y homilticas. Entre las primeras, recordemos los versos de los constructores de los idiomas castellano y toscano o
italiano:
"Yo maestro Gonzalvo de Verceo nomnado
iendo en romera caec en un prado
verde e bien sencido, de flores bien poblado,
logar cobdiciaduero pora omne cansado".
O, por su parte, el propio Dante presentando en su Divina Comedia el viaje que
emprenda en la mitad del camino de su vida, inmortalizando uno de los ms bellos viajes simblicos de la literatura. Las prdicas, por su parte, no han cesado jams de utilizar ese tropo de la vida como viaje, como peregrinacin por el exilio. San Martn de
Len, l mismo experimentado viajero en la segunda mitad del siglo XII por tierras mediterrneas, utiliz con frecuencia en sus sermones el smil del camino'. Ms an, estudios como el de Mator sobre la lengua francesa medieval han permitido deducir los
trnsitos de significado de los verbos de reposo y los verbos de movimiento y comprobar el vocabulario de la quietud en los textos monsticos y el de la actividad en los poemas picos. Y, por otro lado, mostrar cmo los desplazamientos fsicos o imaginarios
son siempre orientados. Se manifiestan por una queste, voz documentada desde el siglo
XII, que puede ser profana (una conqueste) o mstica, como la del Santo Grial'.
Esa unificacin, esa sntesis entre lo fsico, lo imaginario y lo simblico evoluciona, como la sociedad, entre los siglos XI y XV. Y lo hace en un doble sentido. De un
lado, con la paulatina disgregacin de los tres elementos, con el distanciamiento entre
el sujeto y los objetos de su atencin. De otro, pasando del movimiento a la quietud. De
la peregrinacin a la estabilidad. Con un riesgo contra el que la Iglesia previene: la aficin a la posada del camino terrestre puede hacer olvidar el destino celeste. Surge as,
poco a poco, una renovacin de objetivos. El desarraigo respecto a los lugares se sustituye por el desapego respecto a las cosas. La propuesta la haba hecho, haca siglos, la
teologa monstica. Frente a la stabilitas in peregrinatione, ofreca, en el marco del monasterio, una peregrinatio in stabilitate8 . Era la forma de combinar sedere fisico con peregrinare mental. No haca falta ir a Tierra Santa para peregrinar; bastaba seguir el
camino de perfeccin monstica.
No es el nico cambio a finales de la Edad Media. Sin cruzar el umbral de la presentacin, no conviene olvidar otros dos. De un lado, de carcter general: desde el siglo
XII, el movimiento, los caminares y peregrinares se laicizan. Los protagonistas siguen
5. F. CARDIN1, "Orizzonti geografici e orizzonti mitici nel Guerrin meschino", en "Imago mundi": La
conoscenza scientifica nel pensiero bassomedioevale, Todi, 1983, pp. 183-221.
6. A. ~YO, "Un leons del siglo XII, peregrino universal. Notas para el estudio de los viajes de
Santo Martino de Len", en Archivos leoneses, 13 (1959), pp. 87-159. Este personaje fue objeto de atencin
especfica en un reciente congreso: Santo Martino de Len. Ponencias del I Congreso Internacional sobre Santo
Martino en el VIII Centenario de su obra literaria 1185-1195. Len, 1987.
7. G. MATORE, Le vocabulaire et la socit mdi vale. Pars, 1985, pp. 94-99.
8. J. LECLERCQ, Espiritualidad occidental Fuentes. Salamanca, 1967, I, p. 100.
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siendo viajeros, gentes que se mueven. Pero son, cada vez, menos los peregrinos y ms
los mercaderes. Menos los devotos de las reliquias y santuarios y ms los interesados en
el trfico de mercancas. De otro lado, de carcter especfico: incluso hombres y mujeres que siguen venerando reliquias y visitando santuarios, lo harn por un afn de curiositas que tiene ms de turismo que de sacrificio'. La va dolorosa de las antiguas
peregrinaciones se convertir, a fines del siglo XV, en un sendero de curiosidad intelectual y de intercambio. Como dir Francois Rapp, ni siquiera "los peregrinos esperan ya
de los santos la leccin de una vida heroica coronada por el martirio, sino el influjo
misterioso de fuerzas sagradas que emanan de una enorme acumulacin de reliquias"I.
Todo esto lo sabemos hoy porque, desde hace arios, peregrinos y viajeros, caminos
y posadas medievales han dejado de ser los desconocidos de antao". Incluso para m,
el sendero es familiar. Participar, hace dos aos, en la XVIII Semana de Estella, dedicada, parcialmente, a un tema semejante, me proporcion la ocasin de entrar en contacto con l y, tal vez, la excusa para no ser hoy excesivamente original'. Con todo, al
quedar en otras manos caminos y alberges, he podido alterar la atencin prestada a los
protagonistas de mi historia, reduciendo la de los viajeros y ampliando la de los peregrinos, sin olvidar la propia condicin, que trasciende a unos y otros, de homines viatores.
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Las razones que ponen al peregrino en camino fueron siempre, a ttulo individual,
muy variadas. No es dificil resumirlas. En principio, la peregrinacin es producto del
deseo de purificacin que incluye una promesa; y su incentivo es la imploracin o la accin de gracias. En su cumplimiento, segn pocas, unos motivos pesaron ms que
otros. Hasta fines del siglo XI, la fe y la devocin espontneas fueron los estmulos ms
generales de lo que, muchas veces, era la bsqueda de un milagro. El fiel lo esperaba,
ante todo, del contacto con una reliquia del santo intercesor. As, el contrapunto necesario e inevitable del peregrino eran el guardin o guardianes de las reliquias; normalmente, una comunidad monstica o canonical. Dentro de ella, dos funciones decisivas.
La del custodio de la iglesia y las reliquias, encargado de recibir y acomodar a los peregrinos. Y la de los redactores de las Vitae y los Miracula que difundirn fama y virtudes
de los santos venerados en cada santuario'. Este doble papel y, ms especialmente, la
dinmica que implica se hallan en la base de otros dos fenmenos especialmente frecuentes en el siglo XII. El trfico, incluido el robo, de reliquias y su falsificacin y la elaboracin de apcrifas vidas de santos o de documentos basados en sus presuntas
apariciones y milagros. Eran medios a travs de los cuales las comunidades que conservaban sus restos o su memoria obtenan privilegios y limosnas20.
A partir de 1095, la predicacin de la primera cruzada hizo que la peregrinacin a
Jerusaln se mezclara con dosis de guerra santa. Segn protagonistas o cronistas, la cruzada aparecer ms como peregrinacin o como guerra santa. En el primer sentido, la
cruzada posee, desde luego, un carcter penitencial muy marcado. Longitud del itinerario, dificultades de la marcha, peligros del recorrido son superiores a los de otras peregrinaciones. El largo tiempo empleado en el camino a Palestina parece especialmente
propicio para una verdadera con versio, muy adecuada para quienes se presentan como
pauperes Christi, pauperes peregrini, exilies pro amore Christi. No extraa, por ello, que la
peregrinacin a Jerusaln se convierta en un verdadero canon hagiogrfico, del que ningn redactor de Vitae est dispuesto a prescindir 21 . Lo acabamos de comprobar en el
caso de Carlomagno.
Pero la cruzada como peregrinacin tiene algo ms: una perspectiva escatolgica.
La Jerusaln terrestre, imagen de la celeste, es el lugar en que se producir la parusa de
Cristo. Sociolgicamente, es tambin una empresa nueva, de carcter colectivo y universal. Una empresa, tal vez, sin retorno. Por ello, quienes participen, quienes tomen la
cruz, se beneficiarn de indulgencia plena. La pena temporal debida por sus pecados les
ser perdonada. Por primera vez en la historia de la Iglesia, en 1095, se conceda una
19. P.A. SIGAL, L'honune el /e miracle dans la France mdivale (IX-XII sicles). Paris, 1985, pp. I 17 y
123.
20. P. GEARY, Furta sacra. Thefts of relics in the central Middle Ages. Princeton, 2. edic., 1990. Y, con
carcter general, desde el punto de vista de la mentalidad: A. GUREVICH, Medieval popular culture. Pro61e/tu of belief and perception. Cambridge. 1988, en especial. el capitulo 2, "Peasants and saints". en
pp. 39-77.
21. G. MICCOLI, "dal Pellegrinaggio alla conquista: povert e richezza nelle prime crociate", en La
concezione della povert nel Medioevo. Bolonia, 1981, pp. 259-271.
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indulgencia plenaria22. Las historias de las indulgencias y de las cruzadas o, en tono menor, de las peregrinaciones y los jubileos empezaban a entreverarse23.
La cruzada tiene, adems, otro rostro, el de la guerra santa. Un rostro tradicionalmente realzado por la historiografa, con Carl Erdmann a la cabeza, hace ya casi sesenta arios. Pero, a diferencia de l, que vea en la cruzada el resultado lgico de la
guerra santa, los especialistas actuales, y basta leer la sntesis de Mayer o el estado de la
cuestin resumido por Riley-Smith, subrayan, por el contrario, que la cruzada nace de
la peregrinacin. Constituye "un peregrinaje armado", animado por la ganancia de una
indulgencia. Este dato, segn las canciones de gesta, deba constituir una sutileza teolgica excesiva para los caballeros dispuestos a luchar contra los musulmanes. Para ellos,
bastaba la promesa de una vida eterna para quien mora en defensa de la fe, la salvacin
de la patria y la proteccin de la Cristiandad. Y esas promesas las haban hecho ya
unos cuantos papas doscientos arios antes de las que, ms concretas y sutiles, hizo Urbano II en Clermont24.
En los siglos XII, XIII y XIV, bsqueda del milagro o, por lo menos, del contacto
con la reliquia, cruzada, purificacin en el desarraigo fsico siguen alternndose como
estmulos del peregrino. Junto a ellos, otros motivos arrancan a las gentes de sus hogares. El cumplimiento de un voto formulado con ocasin de un peligro mortal o de un
cautiverio. El anhelo de alcanzar la remisin plena de los pecados. La obligacin de
cumplir una penitencia sacramental o, incluso, una sentencia judicial civil pueden ser
causas de la puesta en camino de peregrinacin. En todos los casos, la vieja idea de que
la cercana a los restos santos, la posibilidad de palpar reliquias, podan realizar, adems, la curacin de los cuerpos enfermos subsiste. El culto de las reliquias es, as, uno
de los soportes permanentes de la peregrinacin medieval. Ms an, frente a la tradicin icondula de la Cristiandad oriental, un dato descollante de la mentalidad de la
Cristiandad occidental.
Las formas de viaje de estos peregrinos sern analizadas en esta misma reunin
por la profesora Elisa Ferreira. Bastar, por ello, resumir los datos ms generales. El
viaje sola empezar en una poca, ms o menos, precisa: la primavera. Geoffrey Chaucer en el prlogo general a sus Cuentos de Canterbury lo anot con palabras inmortales,
bien conocidas. Al comenzar su marcha, el viajero se equipa de indumentaria Al principio, la riqueza de cada uno era factor de diferenciacin en el vestuario. Desde el siglo
22. J. FLORI, "Guerre sainte et rtributions spirituelles dans la 2.` moiti du XI sicle (Lutte contre
l'Islam ou pour la papaut?)", en Revue d'histoire ecclesiastique LXXXV (1990), n. 3-4, pp. 617-649.
23. J. RILEY-SMITH, The first Crusade and 1/le idea of crusading. Filadelfia, 1986. En los ltimos
quince aos, las referencias bibliogrficas del tema se han multiplicado. Los nombres de Victor Turner, Jean
Chelini, John Wilkinson, Pierre Marval, entre otros, demuestran el renovado inters por la historia o la antropologa de las peregrinaciones, fenmeno al que tambin dedic su atencin uno de los "Cahiers de Fanjeaux". En la Pennsula, en cambio, el libro precursor de Vzquez de Parga, Lacarra y Una slo muy
recientemente ha encontrado un contrapunto en J.I. RUIZ DE LA PEA y otras, Las peregrinaciones a San
Salvador de Oviedo en la Edad Media. Oviedo, 1990 y en Las peregrinaciones a Santiago de Compostela y San
Salvador de Oviedo, Oviedo, 1993. Estas obras o la de P.A. SIGAL, Le marcheurs de Dieu. Plerinages el plerins au Moyen Age. Pars, 1974, sirven para hacerse una idea de la personalidad y vicisitudes de los peregrinos medievales.
24. J. FLORI, "Por eshalcier sainte crestint. Croisade, guerre sainte et guerre juste dans les anciennes
chansons de geste francaises", en Le Moyen Age, XCVII (1991), n. 2, pp. 182-183.
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perso, o de los peligros de la mar, menos atestiguados en las fuentes, la ciudad se le apareca como lugar de refugio. Tambin all poda acecharle el posadero desalmado, pero,
ene compensacin, encontraba el alivio de la atencin hospitalaria.
Al cabo, he aqu al peregrino al final de su camino, el santuario de su santo intercesor. Es el momento de la oracin y la penitencia in sita, en contacto fisico con las reliquias, ante la tumba o ante el altar. A travs de variados gestos. El normal es la
prosternacin, indicada por el verbo se prostern ere, o de, de modo ms preciso, huini o
terrae se prosternere. Ms raramente, se utilizan los verbos consternere, jacere, extendere.
Varios textos precisan que el suplicante reza, no slo tendido en tierra, sino con los
brazos en cruz. La postura, aparte de su sentido de humillacin extrema, permite un
contacto estrecho con el lugar sagrado durante toda la plegaria. Estas y otras formas recuerdan las de poca carolingia. Hay que esperar al siglo XIII para ver los progresos de
la posicin arrodillada de los orantes, que, en ese caso, la completarn con golpes de
pecho.
Si en el cumplimiento de una promesa, la oracin poda ser individual, en la impetracin del milagro era casi siempre colectiva. La conviccin de que un mayor nmero
de gentes rezando ejercer mayor presin sobre el santo y sobre Dios preside esos ejercicios, algunos multitudinarios, en que rezo y clamor se mezclan para pedir una curacin milagrosa. Con frecuencia, se aaden otras prcticas penitenciales. Entre ellas,
flagelaciones y ayunos, y, en mucha menor medida, hasta el siglo XIII, las confesiones.
Para facilitar este contacto directo y permanente con el santo intercesor, las iglesias de
peregrinacin no se cierran. Da y noche permanecen abiertas. De manera expresa, slo
en Mont-Saint-Michel se prohiba la entrada durante las horas nocturnas, en razn de
las numerosas apariciones de ngeles y santos que tenan lugar durante ellas. En los dems santuarios, la norma era la presencia ininterrrumpida de peregrinos en la iglesia, de
modo que pudieran completar sus horas o das de oracin. Ese ritmo facilitaba, adems,
el rito de la incubacin, prctica desarrollada ya en los templos griegos. Consista en
acostarse y dormir en el propio santuario, en la conviccin de que, durante el sueo, el
fiel alcanzara su curacin o, en general, el favor que demandaba a la divinidad'. No
hace falta exagerar las condiciones higinicas en que se desarrollaban las oraciones y
penitencias en los grandes centros de peregrinacin para comprender la necesidad del
botafumeiro compostelano.
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ninguna parte. Seguir utilizando aquella divisin y sintetizando las informaciones recogidas entonces31.
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tuna, peregrinos, que buscaban proteccin y compaa. Las quejas de los damnificados
llegaron a las Cortes, como sucedi en la reunin de Valladolid de 1307.
Los soldados. Acabamos de verlos asustando a campesinos y monjes. En cualquiera de sus formas, los siglos medievales fueron prdigos en bandas de guerreros recorriendo tierras, atemorizando gentes. Potencial saqueador de heredades o
desvalijador de enseres, el soldado es, a veces, buscado como compaero de viaje. Un
oportuno soborno permita al mercader hacer ms seguro su itinerario. Pero son excepciones. En general, se teme las pandillas de soldados que, deshecha la unidad tras el
combate o de regreso a sus hogares, continuaban haciendo sentir su presencia sobre el
terreno. Peculiares viajeros, hombres del camino que vivan del camino y de los caminantes.
Los embajadores, mensajeros y correos. Hoy seran los profesionales del camino.
Conforme avanzamos hacia el siglo XV, la ocasin y la necesidad de estar informado,
de preparar una guerra o ajustar una paz parecen multiplicarse. Desde fines del siglo
XI, el fortalecimiento de la Iglesia secular haba estimulado abundantes legaciones que
mantienen al pontfice informado de lo que sucede en los distintos reinos. Ms an, que
le permiten ejercer una labor de arbitraje en los conflictos seculares. Siglo y medio ms
tarde, la repblica de Venecia cre la figura del embajador.
Su variada actividad qued sistematizada en un Breve tratado sobre los embajadores, elaborado hacia 1435 por Bernard du Rosier, primer manual de prctica diplomtica, referida tanto a la papal como a la secular. Normalmente, son grandes nobles, en
especial, eclesisticos, legados papales, arzobispos, obispos, abades de importantes monasterios quienes desarrollan funciones de representacin diplomtica. En sus recorridos, se encuentran con obispos que realizan su visita ad limina o su visita pastoral,
mucho menos frecuentes que las prescritas por los cnones. O con visitadores de monasterios, cuya llegada a los cenobios no suscitaba el entusiasmo de los monjes visitados.
De menor rango que los embajadores, los mensajeros podan ser nobles o simples
mandados, mercaderes, peregrinos. De ellos se sirven nobles y monarcas para llamar a
sus huestes, solicitar ayuda a los aliados, convocar reuniones de Cortes, o, incluso, realizar tareas de espionaje, como Jean Deuve ha mostrado en un libro de ttulo slo aparentemente moderno: Les services secrets normands35. A medida que las actividades
mercantiles se hacen ms intensas, las relaciones polticas ms tupidas, los intercambios
de ideas ms frecuentes y, subraymoslo, la vida de las gentes ms sedentaria, crece la
demanda de servicios de mensajera. Nacen, as, troteros y correos, especializados en el
traslado de cartas y mensajes. Con el tiempo, forman sus propias asociaciones. Entre
ellas, tres alcanzaron, en los reinos hispanos, en el siglo XV, especial profesionalidad en
sus tareas mensajeras. Los correos del reino de Valencia, el Hoste de Correos de Zaragoza, y la Cofrada de Correos de Barcelona.
Los arrieros y los carreteros. Conductores especializados de acmilas y carretas, bajo
su responsabilidad se mueven las mercancas. Regatones de corta distancia, empalman
35. J. DEUVE, Les services secrets normands. La guerre secrte au Moyen Age (900-1135). Cond-surNoireau, 1990. En especial, sus pp. 199-227 sobre "la adquisicin de informaciones secretas", en que mercaderes y peregrinos juegan un descollante papel, y sus pp. 228-237, sobre "la transmisin de mensajes".
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la produccin campesina con el consumo de la villa cercana. Arrieros de media distancia, entre regiones complementarias en sus producciones, como Catalua y Aragn. Y,
ya a finales del siglo XV, arrieros y carreteros de los grandes circuitos mercantiles de la
Corona de Castilla36. De los puertos del Cantbrico a Burgos y de aqu a Medina del
Campo para seguir a Toledo y Sevilla, sus recuas de acmilas y carretas consolidan los
caminos peninsulares".
Los mercaderes Tambin se mueven por vas, senderos y carreras. Cada vez, menos; a medida que su oficio se distingue del arriero o mulatero y se sedentariza. Con
mercancas propias o ajenas, van camino de la ciudad prxima, a abastecer sus tiendas.
O a alguna villa no tan cercana, al mercado semanal. O a la prestigiosa feria anual o semestral de otra ciudad ms lejana. A fines de la Edad Media, son gentes que apenas llevan bagaje. Del transporte se encargan ' otros. A ellos, a los mercaderes, compete
negociar, realizar tratos, mover dinero y mercancas a distancia. Su presencia en los caminos fue tan habitual que el de mercader fue disfraz de reyes y nobles cuando realizan
un viaje o, simplemente, huyen de incgnito.
Los pastores. No slo frecuentaban las rutas; en cierto modo, con sus rebaos, contribuan a crearlas". Los haba de corto radio, que llevaban los ganados de las aldeas a
las manchas boscosas, evitando su entrada en sembrados y viedos. Con todo, los que
daban tono a los caminos de la Espaa bajomedieval eran los pastores de las largas
trashumancias. De la vertiente norte de los Pirineos al Maestrazgo, donde aparecen en
las fiestas de San Mateo y Morelia. Y, en la Corona de Castilla, de norte a sur, a travs
de las caadas que empalmaban los pastos de verano del norte con los invernizos del
sur39. Propietarios de pequeos hatos o contratados, los pastores del Honrado Concejo
de la Mesta llegaron a conducir de tres a cuatro millones de ovejas merinas al ario. El
volumen permite adivinar el elevado nmero de pastores que, durante los meses de
trashumancia (uno, al menos, para ir y otro para volver), circulaban por la Corona de
Castilla.
Al margen de los reseados, otros viajeros menos conocidos lo fueron de ida y
vuelta. Los recaudadores, algunos de cuyos itinerarios se ha tratado de fijar; as, el de
quienes cobraban las rentas del monasterio de San Milln40. Los estudiantes universitarios, que se mueven a lo largo y ancho de Europa, al ritmo estacional del curso acadmico, con las vacaciones de Navidad o de verano incluidas. Los segadores, de
desplazamientos menos aparatosos y peor documentados que los de los pastores. Gonzalo de Berceo los vio cruzando la sierra a tierras de cereal:
36. J. TUDELA, 'La cabaa real de carreteros", en Homenaje a Don Ramn Carande. Madrid, 1963, pp.
349-365.
37. V.A. LVAREZ PALENZUELA, "Problemas en torno al transporte de mercancas en el reino de
Castilla a finales de la Edad Media: el Ordenamiento de los carreteros'', en Estudios de historia medieval homenajea Luis Surez Valladolid, 1991, pp. 13-24.
38. L.V. DIAZ MARTIN, "Reflexiones sobre el tratado(sic) de las caadas en el siglo XIV", en Estudios de historia medieval homenaje a Luis Surez Valladolid, 1991, pp. 115-129.
39. J. KLEIN, La Mesta Estudio de historia econmica espaola, 1273-1836. Madrid, 1936. Las aportaciones posteriores las ha sintetizado Ch. J. BISHKO, "Sesenta aos despus: La Mesta de Julius Klein a la
luz de la investigacin subsiguiente", en Historia. Instituciones Documentos, 8 (1981), pp. 9-57.
40. A. GRATE y E. KNORR, "El itinerario de los recaudadores de San Milln. Problemas, deducciones, hiptesis", en Vitoria en la Edad Media Vitoria, 1982, pp. 533-558.
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estrofa 421.
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sobre todo, los de Asia. Tras u pista, han ido estudiosos como Mollat, Chaunu, Roux,
Ellos han mostrado cmo, a veces, la peripecia vital de los exploradores se mezcla
con la de otros grandes viajeros: los misioneros como Giovanni di Pian del Carpine y
Willem van Ruysbroeck o, ms tarde, Odorico de Pordenone. As sucede con la vida de
un comerciante que recorre las rutas asiticas: Marco Polo. A comienzos del siglo XV,
otro viajero castellano, Ruy Gonzlez de Clavijo llegaba, como embajador del rey Enrique III de Castilla, ante el gran Khan Tamerln. La narracin del viaje vino a aadirse a
las restantes descripciones de aquel mucho extico, de las que la ms famosa fue, sin
duda, II millione de Marco Polo. Con el tiempo, no le ir a la zaga, paradjicamente, el libro de un "viajero de cmara", de identidad todava discutida, las Maravillas del mundo
de Jean de Mandeville, verdadero concentrado de datos exticos.
Dejemos las estepas asiticas y retornemos al mundo familiar de nuestros caminos
europeos. Otros viandantes circulan por ellos: vagabundos, mendigos, artesanos, dispuestos a alquilar sus servicios, en especial, de construccin; frailes predicadores, de tonos apocalpticos; y curas y monjes girvagos, escapados de sus arciprestes y abades y
dispuestos a gozar la vida en compaa de esa variopinta farndula; a entonar ante ellos
sus cantos goliardescos. Entre todos esos viajeros, una figura se yergue. El caballero andante. Toda la literatura caballeresca est basada en el viaje. El narrador necesita un hro que se mueva, que cambie de escenarios fisicos y humanos'. En busca de dama y
fortuna, pero, sobre todo, en busca de s mismo, el caballero andante vive en permanente tensin. Trata de mostrar su vala como debelador de injusticias, como exhibidor
de valor o buscador del honor. La relacin del paso honroso de Suero de Quiones en
el puente de hospital de Orbigo, en el Camino de Santiago, en un ario santo jacobeo, es,
sin duda, una de las fuentes, a la vez, ms sobrias y expresivas, de la vida de uno de estos paladines andantes". La nostalgia de una vida ms bella, irreal ya en el siglo de las
corresponsalas mercantiles, se expresa en los numerosos pasos honrosos de forma
plstica y espectacular.
42. Vase, respectivamente, M. MOLLAT, Les explorateurs du XIII au XVI sicle: Premiers regards sur
des mondes nouveaux Pars, 1984. P. CHAUNU, La expansin europea (siglos XIII al XV). Barcelona, 1977. P.
ROUX, Les explorateurs au Moyett Age Pars, 1985. J. R. S. PHILLIPS, The medieval expansion of Europe. Oxford, 1988.
43. Ph. MENARD, "Le chevalier errant dans la littrature arthurienne. Recherches sur les raisons du
dpart et de l'errance", en Voyage, qute, plerinage dans la linrature el la civilisation mdi vales, Snfiance, 2
(1976), pp. 289-311.
44. P. RODRGUEZ DE LENA, El passo honroso de Suero de Quiones, edicin A. LAVANDEIRA. Madrid 1977.
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con los propios ojos, no es siempre sinnimo de ver con exactitud. Un conocimiento libresco, un prejuicio sobre rasgos fsicos o mentales de tierras y hombres de otros lugares pueden salir indemnes de su confrontacin con la realidad, aunque sta sea opuesta.
La historia, hasta hoy, en que la crisis econmica estimula el rebrote xenfobo, ha dado
muestras abundantes de elaboracin injusta de la imagen del otro, como para que podamos tirar piedras sobre los hombres de la Edad Media". Otras veces, en cambio, los
viajeros tienen el suficiente sentido de la realidad como para brindar datos exactos de
hombres y espacios. Por una aparente paradoja, el siglo XII ser el momento en que, de
un lado, el hombre europeo muestre nuevas capacidades para distanciarse con respecto
a la naturaleza, para describirla mejor. Y, de otro, el momento en que, desde planteamientos ideolgicos ms conscientes, tienda a fijar los rasgos de "los otros". De los
otros de fuera de la Cristiandad latina; y, en menor medida, de los otros de fuera del
propio pas".
La percepcin de los espacios
El ttulo de un captulo de la obra de Karl Morrison y el contenido de uno de sus
apartados pueden ayudamos a evitar medir a los hombres del Medievo por raseros inadecuados: "La Historia como arte de la imaginacin"; "Representacin, no documentacin". Ambos sugieren un argumento. En la Edad Media, los elaboradores de historia se
muestran ms preocupados por representar que por documentar. Importa ms ofrecer
una imagen que proporcionar una informacin. Es evidente que los autores incluyen
datos, pero los seleccionan para suministrar una imagen'. La misma conclusin, reforzada por la condicin del medio en que se expresa, podemos deducir de las representaciones cartogrficas medievales. Y, eventualmente, de los escritos que muestran una
percepcin de los espacios por parte de los viajeros reales o imaginarios. En ambos casos, nos hallamos ante una verdadera "geografia simblica".
Comencemos por la cartografia. La ms temprana, la de la Alta Edad Media, ha
quedado recogida, en buena parte, en las miniaturas que ilustran los cdices que recogen las obras de Lucano, de Macrobio, pero, sobre todo, de Isidoro de Sevilla, l3eda el
Venerable y Beato de Libana. La geografa es, ante todo, una geografa simblica. El
mapamundi ofrece, claramente, dos espacios. El circular y ordenado de la tierra y el informe y catico de las aguas. Los mares aparecen, en efecto, como el espacio del caos,
como una transicin entre el mundo ordenado y jerarquizado de los cristianos y el universo inhumano, reino de una naturaleza poblada por poderes indomables y amenazadores. En definitiva, reino de la oscuridad y del miedo, escenario de islas que aparecen
y desaparecen, de enormes y extraos animales marinos, incluso, segn la tradicin atlntica, concretamente, irlandesa, lugar del purgatorio.
45. E. BENITO, De la alteridad en la Historia. Madrid, 1988, con informacin casi exclusiva de poca
medieval. Lo mismo que la obra de R. BARKAI, Cristianos y musulmanes en la Espaa medieval (el enemigo
en el espejo). Madrid, 1984. El subttulo de sta refuerza, precisamente, el sentido de percepcin del otro, de
"espejo" del otro, que tiene la actitud del hombre ante lo extrao, cuanto ms, ante el enemigo.
46. M.A. LADERO QUESADA, El mundo de los viajeros medievales Madrid, 1992, ha presentado, en
tono divulgador, las peripecias de los hombres que se movieron, especialmente, en las fronteras de Europa,
ampliando sus lmites, contribuyendo a elaborar imgenes del mundo ajeno al europeo y a precisar su canografia. De la simblica a la puramente fisica.
47. K.F. MORRISON, History as a visual an in the twelfih centuty Renaissance. Princeton, 1990, pp. 20-37.
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Dejando de lado ese mar tenebroso, los espacios terrestres muestran, igualmente,
una jerarqua simblica. En el centro del mapamundi aparecern Jerusaln o Roma. Y
en su entorno, la Europa de los cristianos. Unos ros o mares la separan de las tierras
paganas o infieles. El ro Tanis respecto a Asia, el mar Mediterrneo respecto a frica
cumplen la funcin de aislar el mundo en que el Verbo de Dios reina por mediacin de
la Iglesia y en que sta impone un orden a la naturaleza sometida". Fuera quedan tierras inhumanas, pases imaginarios como los de Gog y Magog, tierra de pueblos brbaros y feroces, mencionados en la profeca de Ezequiel". Evidentemente, la imagen
cartogrfica ofrecida, entre otros, por los beatos, recoga tres tradiciones muy vivas en
la cultura medieval. La romana, que vea al Imperio como centro del mundo. La germnica, que contrapona el Midgard o mundo de los humanos y el Utgard o mundo catico
de monstruos y gigantes que rodeaba al primero. Y la cristiana, que distingua los espacios de los fieles y de los infieles y paganos50.
El carcter plenamente simblico y representativo de estas ilustraciones puede seguirse a travs de los numerossimos ejemplos de lo que algunos autores han denominado "mapas-dogma", elaborados en los siglos D( a XIII. Los ms esquemticos y
abundantes son los diagramticos: un crculo dividido por una T separa las tres partes
conocidas del mundo: Asia, Europa y frica. Ms detallados aparecen otros mapas
como el del Beato de la catedral de Osma. Este carcter simblico, propio de una cosmografa cristiana, de los mapas explica su difusin al comps de la expansin de la
Cristiandad latina. La prueba: la reconquista cristiana de regiones de tradicin cultural
rabe se ver acompaada, a estos efectos, por la sustitucin de modelos "objetivos" de
percepcin de la realidad por otros en que los elementos de representacin, no de documentacin, resultarn dominantes. Jos Mattoso ya haba subrayado el papel cultural
de los mozrabes, en especial, de Coimbra. Y su discpulo Luis Krus, al analizar la mentalidad de los portugueses respecto al mar, pudo distinguir dos percepciones del espacio diferentes. La de los rabes, y, en general, musulmanes, y la de los cristianos.
La percepcin de los cristianos no se mantuvo, desde luego, inalterable. Conforme
se multiplicaron los viajes y, sobre todo, se ampliaron los lmites del espacio recorrido
por los viajeros, de un lado, y conforme progres la distincin entre realidad fsica y representacin simblica, de otro, otras imgenes, ms objetivas, se fueron abriendo paso.
Ello no signific, ni mucho menos, el arrumbamiento de las viejas representaciones.
Pero silos comienzos de otra forma de ver las cosas. As, la Descriptio Mappe Mundi de
Hugo de San Vctor muestra ya los progresos del siglo XII en la representacin canogrfica'. Con todo, el propio editor de la obra se pregunta significativamente: "hasta
qu punto el conocimiento ms preciso de las regiones situadas ms all de los lmites
48. J. MATTOSO, "Les anctres des navigateurs", en L'Europe el l'Ocan au Moyen Age. Nantes, 1988,
p.96.
49. Vase, en general, varias de las aportaciones presentadas en la XXIX Settimana de Spoleto dedicada al tema Popoli e paesi nella cultura altomedievale. Spoleto, 1983, 2 vols. En especial, las ponencias de R.
MANSELLI y J. LE GOFF.
50. A. GURIVICH, Las categoras de/a cultura medieval. Madrid, 1990, pp. 72-75.
51. P. GAUTIER-DALCH, La Descriptio Mappa Mundi" de Hugues de Saint-Victor. Pars, 1988. El autor es, sin duda, uno de los mejores especialistas actuales en temas de la percepcin de los espacios por
parte de los hombres de la Edad Media, en especial, de la etapa altomedieval.
25
del orbis terrarum ejerci una influencia sobre la forma de representarlo geogrficamente?"52.
En el siglo XIII hallamos la respuesta en ejemplares como el mapamundi de Ebstorf, el mayor mapamundi medieval conocido g. A partir del siglo siguiente, tal respuesta es terminante. De un lado, los portulanos sealan los accidentes de la lnea de
costa de Europa, tarea en la que destacan cosmg,rafos mallorquines y catalanes. De
otro, se recupera, a principios del siglo XV, la Geografa de Ptolomeo. Ambos hechos
estimulan la distincin entre cartografa simblica y cartografa fsica. En justo paralelismo, las descripciones de los viajes van ganando en precisin Alain Major lo ha
puesto de relieve a propsito de los relatos de tres viajeros del siglo XV que anduvieron
por tierras venecianas: Nompar de Caumont, peregrino en Santiago de Compostela y
en Jerusaln; Bertrandon de la Broquire y Phillipe de Voisins54.
La percepcin de las personas
26
cio y en una imagen. Y lo mismo hace con el judo, cuya imagen estereotipada, del
hombre de nariz aguilea y carcter avaro, se elabora por estas fechas. En uno y otro
caso, la hostilidad mutua se sobreimpone al conocimiento derivado de unas relaciones
ms frecuentes. Slo en aquellas zonas de contacto entre culturas, como el sur de Italia
o, sobre todo, la Pennsula Ibrica, la creacin de estereotipos era suavizada por una
cierta tolerancia.
Los tiempos eran propicios para esa elaboracin. Incluso dentro de la propia Cristiandad latina; entre las gentes de un reino con respecto a las de otros. Desde tiempos
de Carlomagno, los "enemigos exteriores" venan estimulando el fortalecimiento de una
conciencia naciente de Europa56. Pero la propia desintegracin del Imperio carolingio
haba certificado el empuje de los diferentes espacios sociales europeos. Alemn, francs, italiano. Y, desde luego, una periferia, cada vez mejor conocida: normanda, eslava,
hngara, sobre la que la Cristiandad latina no renunciaba a influir y a la que, a la postre,
intentaba incorporar. A mediados del siglo XII, las fuerzas en potencia en los dos siglos
anteriores han cristalizado. Poltica, alianzas, idioma, fuerzas sociales contribuyen a
perfilar las distintas personalidades de Inglaterra, Francia, Castilla, el Imperio alemn.
Estereotipos que ya autores como Salviano de Marsella en el siglo V e Isidoro de
Sevilla en el VII haban elaborado se reproducen o son pauta para otros nuevos. Dos o
tres adjetivos sirven al caso para definir a judos, sajones, francos, espaoles, irlandeses,
bretones, etc., como puede verse en obras de gneros tan diversos como poemas irlandeses, tratados elaborados en Poitiers, como el de Ral d'Ardent, o descripciones geogrfico-etnogrficas como la de Adam de Bremen57 . En todos los casos, en los cien arios
que van de 1150 a 1250. Treinta arios despus de esta ltima fecha, el visitador del abad
de Cluny informaba a ste que el prior del monasterio de Montagut, en Somerset, "era
hombre bueno, sabio, humilde y discreto, a pesar de ser ingls" 58. No puede sorprender,
entonces, que la Crnica najerense y el Poema de/Mo Cid hayan sido calificados de antileonesistas". Por las mismas fechas, los textos jurdicos dan cuenta, como sucede en los
fueros de Logroo y Belorado, de la existencia diferenciada de francigenis el ispanis en
esas localidades60. Y basta leer la relacin de los doscientos vecinos de Santo Domingo
de la Calzada que, a comienzos del siglo XIII, pagaban el censo a su iglesia para comprobar, mediante la antroponimia, la exactitud de esa apreciacin. Como en otras localidades del Camino, la sociedad calceatense divida sus efectivos entre hispanos y
56. R. LEYSER, "Concepts of Europe in the early and high Middle Ages'', en Past and Presera 137
(1992), pp. 25-47.
57. P. MEYVAERT, Rainaldus est malus scriptor francigenus': Voicing national antipathy in the
Middle Ages, en Speculum, 66 (1991), n. 4, pp. 743-763.
58. Ibdem, p. 761.
59. A. UBIETO, "El sentimiento antileons en el Cantar de Mo Cid", en En la Espaa medieval Estudios dedicados al profesor Don Julio Gonzlez Madrid, 1981, pp. 557-574.
60. J.A. GARCIA DE CORTZAR, "Cultura en el reinado de Alfonso VIII de Castilla: signos de un
cambio de mentalidades y sensibilidades", en Alfonso VIII y su poca Aguilar de Campo, 1992, pp. 167-194,
ampla este argumento en lo que atae al reino de Castilla.
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extranjeros, a veces, con sus propias especializaciones productivas'. Por todas partes,
percepcin distintiva, discriminada, de gentes y tierras. En cada caso, el talante del autor y, sobre todo, sus experiencias con "los otros" dictaban los adjetivos que deba incluir en su descripcin.
MS ALL DE PEREGRINOS Y VIAJEROS: EL "HOMO VIATOR"
Peregrinar, viajar, ponerse en movimiento hacia un objetivo de piedad o de trabajo
no agota el rico depsito de imgenes que la figura del horno viator posee en la Edad
Media. En principio, porque, para el hombre medieval, la peregrinacin fsica no era
sino, en unos casos, el medio, en otros, la representacin sensible de la otra peregrinacin, del otro viaje, el que conclua en el cielo. En definitiva, para l, la peregrinacin
era una ascesis. Como tal, poda tener dos manifestaciones. Una exterior y otra interior.
La primera revesta la forma de desplazamiento, de desarraigo. No era un fin en s
misma, sino la iniciacin que conduca al peregrino a profundizar en sus propias creencias. Era una forma de arrancarse de los lazos habituales de convivencia; de la rutina de
la prctica piadosa. Y un modo de ponerlos a prueba en un escenario lejano. Con un
objetivo: purificar los hbitos del peregrino. Por va del dolor fisico y psicolgico y por
va de la interiorizacin de la decisin que le haba animado a ponerse en camino.
Camino, interiorizacin, purificacin. Vocablos idnticos a los que encontramos
en la otra peregrinacin: la interior. Sus rasgos son semejantes. Victor y Edith Turner
los recuerdan en su obra'. Separacin de la estructura mundana; homogeneizacin de
status; simplicidad de vestido y conducta; sentido de comunidad en trnsito; reflexin
sobre el significado de los valores religiosos y culturales bsicos; emergencia de la persona integral a partir de la persona mltiple; y movimiento desde un centro mundano a
una periferia sacra, que, rpidamente, se convierte en central para el individuo: una especie de avis mundi para su fe. Objetivos idnticos, talante semejante, lo que vara entre
la peregrinacin exterior y la interior es que la primera pone el acento en la stabilitas in
peregrinatione y la segunda lo hace en la peregrinatio in stabilitate.
El cambio parece operarse en el siglo XII. En el momento en que la predicacin
de la cruzada anima a los nobles europeos a marchar a combatir al infiel en Tierra
61. El texto en Coleccin diplomtica calceatense. Archivo catedral, edicin C. LPEZ DE SILANES y
E. SINZ RIPA, Logroo, 1985, pp. 27-31. Incluye unos doscientos nombres de persona, de ellos, 170 masculinos. Casi el 90% de los antropnimos adopta uno de los modelos siguientes: nombre ms designacin
complementaria (de jerarqua social, frecuente en las mujeres: dona, o, ms a menudo, de oficio: el ms
abundante es el de ferrero, pero tambin se mencionan los de cestero, pellejero, magister, calderero, bufn, palmero, tejedor...) o nombre de dos elementos, en que el segundo es, muy a menudo, un nombre de lugar. De
los cincuenta lugares de procedencia mencionados, la mayora son localidades situadas en un radio de diez
kilmetros; en seis ocasiones, se refiere a otros lugares de la Corona de Castilla y en cuatro se califica de ingls a la persona nombrada. La propia relacin de nombres que llevan los vecinos de Santo Domingo de la
Calzada tiene que ver poco con la que es habitual en las aldeas riojanas. Al menos, una cuarta parte proceden del rea franca o catalana. En resumen, todo un conjunto, medible, de datos especficos de la sociedad
humana de las ciudades del Camino de Santiago. Vase a este respecto la ltima aportacin de J.I. RUIZ DE
LA PEA, "Las colonizaciones francas en las rutas castellano-leonesas del Camino de Santiago", en la obra
colectiva sobre Las peregrinaciones a Santiago de Compostela y San Salvador de Oviedo en la Edad Media,
Oviedo, 1993, pp. 283-312.
62. Image and pilgrimage in christian adune. Anthropological perspectives. Oxford, 1987, en especial, pp.
34-35.
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Santa, surgen las voces de Guigue de Chartreuse o de San Bernardo, que recuerdan
otras, como la de San Anselmo. Lo excelente no es llegar a Jerusaln; es llegar a uno
mismo, a la paciencia y la humildad. Lo que importa no es salir del propio pas, convertirse en peregrino, en extrao fsicamente. Lo importante es salir de uno mismo". .E1
cambio de tono tiene que ver con procesos muy complejos en la evolucin de las mentalidades de la sociedad europea. En general, con el proceso, en las palabras siempre actuales de Chnu, "de despertar de la conciencia en la civilizacin medieval", o, en
palabras, ms recientes, de Brian Stock, de interiorizacin reflexiva del conocimiento
de uno mismo y de la naturaleza". El proceso se desarrolla desde fines del siglo XI y las
oraciones de San Anselmo son, precisamente, una de las expresiones ms tempranas y
refinadas de la nueva lectura interior, ya que su contenido combina discursos morales y
lecturas meditativas.
El sentido de estos textos es, precisamente, proponer a los fieles cristianos el objetivo de un camino interior a la bsqueda de Dios. Para hallarlo, no hace falta realizar el
llamativo viaje a Jerusaln, la sufrida peregrinacin a Santiago o, ms tarde, a la tumba
de Toms Beckett en Canterbury. Basta con refugiarse en el interior del alma, con desasirse del mundo, con estimar que la vida terrena es, simplemente, una via hacia el cielo,
por la que el hombre, un horno viator, transita. Precisamente, muy pocos aos despus
de la muerte martirial de Toms Beckett, el cardenal Lotario Segni, que, a partir de
1198, sera papa con el nombre de Inocencio III, redact una obra famossima en la historia de la espiritualidad: De contemplo mundi. Para muchos, la mxima expresin de la
idea del hombre como horno viator. Para reforzar sus argumentos, algunos de sus pasajes dan una visin entre escarnecedora y estremecedora de la vida mundana. Sin llegar
a sus expresiones dramticas, ese desprecio del mundo, propugnado por quien ser uno
de los papas ms famosos de la historia del pontificado, impregnar los escritos de
otros pensadores de los siglos XIII y XIV. Pero, sobre todo, estar presente en ellos una
conciencia de fugacidad de la vida y, en los ms instruidos, una propuesta de divisin
de la via terrena del hombre en etapas, que lo llevan del nacimiento a la muerte. Seis en
Diego Garca, canciller de la corte castellana de Alfonso VIII; cuatro en Dante Alighieri; o, con menor rigor sistematizador, en Petrarca'.
El IV Concilio de Letrn, que en 1215 fijar la doctrina de la Iglesia para los siguientes trescientos aos y, en parte, hasta hoy, sirvi, entre otras cosas, para difundir el
espritu del antiguo cardenal Segni, entonces ya papa Inocencio III. Su ilusin de celebrar tres pascuas. La corporal, que correspondera a la marcha a Tierra Santa para liberar Jerusaln. La espiritual, que revestira la forma de paso hacia un estado de
perfeccin, a travs de la reforma de la Iglesia. Y la ms importante, la eterna, con el
trnsito de una vida a otra y la obtencin definitiva de la gloria celestial, final de todo
63. Vase, en general, dentro de la sntesis de J. PAUL , La Iglesia y la cultura en Occidente (siglos IXXIII), Barcelona, 1988, 2 vols., el cap. V de la segunda parte: tomo 2, pp. 564-598. Con ms precisin, C. de
la SERNA, "El monasterio medieval como centro de espiritualidad y cultura teolgica". en Codex Arpillarensis. Cuadernos de investigacin del Monasterio de Santa Mara la Real (Aguilar de Campoo). 3 (1990), que
recoge las ponencias del Tercer Seminario sobre "El monacato", pp. 61-84.
64. B. STOCK, "Lecture, intriorit et modles de comportement dans l'Europe des XI-XII s.", en Cahiers de civilisation mdivale, XXXIII (1990), n. 2, pp. 103-112.
65. E. MITRE, "Una visin medieval de la frontera de la muerte: status viae y status finalis 0200-1348r
en En la Espaa medieval. Estudios en memoria de don Claudio Snchez Albornoz Madrid, 1985, pp. 665-681.
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dolor, pena y muerte. De las tres pascuas, slo unos pocos pueden celebrar la primera,
corresponde a la Iglesia dar las pautas para alcanzar la segunda, pero todo hombre est
llamado a vivir la tercera.
' La Iglesia posee los instrumentos que lo facilitarn. Acabamos de verlo. Al hombre se le exige que desprecie las cosas, que desarrolle un contemptus mundi, reconociendo la vanidad de las realidades terrenas. Ms an, desde mediados del siglo XII, se
le sugiere que deje de ser cruzado e incluso que deje de ser peregrino en el sentido fisico. Ya no hace falta desplazarse. Las reliquias se han multiplicado de tal forma que estn al alcance de cualquiera en el santuario cercano. Pero tampoco se pide este corto
viaje. A veces, el desplazamineto lleva a escenarios en que los ritos paganos apenas han
sido bautizados, a santuarios en que la cultura popular los resucita cada da o, al menos,
cada ao. Por ello, es preferible sustituirlo por otro tipo de itinerarios, por otras modalidades de encuentro con lo sagrado. Para los espritus ms cultivados, puede servir la
lectura meditada, la reflexin interiorizada de las experiencias ascticas propias o ajenas. Pero la mayora del pueblo cristiano necesita formas ms expresivas de manifestacin de lo sacro. Otras hierofanas.
Cuatro sern las que se implanten desde comienzos del siglo XII. De un lado, la
predicacin, concretamente, la predicacin instruida, protagonizada por dominicos y
franciscanos. De otro lado, la representacin iconog,rfica de los episodios de la vida de
Cristo; en especial, la figura de la Virgen y el Nio y la de Cristo clavado en la cruz. Por
encima de una y otra, la Iglesia fortalecer la Misa, con el momento culminante de la
consagracin y la elevacin de la hostia, como la gran manifestacin de lo sagrado.
Como elemento de refuerzo, propondr las procesiones. Consciente de que el pueblo
estaba ms preparado para ser testigo de un rito que soporte de una fe, la autoridad
eclesistica estimula el desarrollo de las procesiones que, del interior de los templos,
pasan a las calles de pueblos y ciudades66 . En especial, la del Domingo de Ramos y,
desde mediados del siglo XIII, la gran procesin del Corpus Christi, que se convierte en
la hierofana catlica por excelenciag.
Frente a la actitud del peregrino en movimiento, la misa y las procesiones acaban
constituyendo la suprema expresin plstica de dos hechos. Dios est aqu mismo; para
encontrarlo, no hace falta moverse. Y Dios est en manos del sacerdote; ste tiene el
poder exclusivo de exhibirlo y de perdonar los pecados en su nombre. Y para esto, lo
de menos es, ahora, la penitencia, y mucho menos la penitencia en el camino, en la distancia. Lo que importa es la confesin de boca. A tono con una sociedad cada vez mejor implantada en un espacio, un feligrs encerrado en la clula parroquia1 68. Para
facilitar su nuevo destino y evitar aoranzas, las indulgencias acercan los beneficios de
la cruzada a cada hogar. Desde aqu, mejor que desde fuera, cada hombre podr cumplir en adelante su inevitable vocacin de horno viator.
66. C. MORRIS, The papal monarchy. The western Church from 1050 lo 1250. Oxford, 1989, pp. 297-310.
67. Ch. ZIKA, "Hosts, processions and pilgrimages: controlling the sacred in fifteenth century", en Post
and presen4 118 (1988), pp. 25-64, ofrece interesantes sugerencias al respecto. El desarrollo de aspectos relativos a la Eucarista como hierofana en M. RUBIN, Corpus Christh the Eucharist in late medieval cultura
Cambridge, 1991.
68. "Qu es una parroquia?" se preguntaba, en el siglo XIII, el canonista Enrique de Susa, para responder: "un espacio bien delimitado cuyos habitantes pertenecen a una sola iglesia". Citado por J. SUMPTION, Pilgrimage. An image of mediaeval religion Londres, 1975, p. 11.
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