Relatos Lima 1881
Relatos Lima 1881
Relatos Lima 1881
BATALLA DE
MIRAFLORES
INDCE
Presentacin
Prlogoi
Introduccin
Relatos
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~4~
La batalla de Miraflores
Testimonio del
Teniente Coronel Manuel Layseca
~5~
efectivo de 600 plazas, sobre la base del antiguo Cuerpo de Artillera de Plaza.
La Plana Mayor de este cuerpo de ejrcito estaba formada por el
Capitn de Navo don Juan Fanning, como primer jefe; como segundo,
el coronel Andrs Segura; tercero, el sargento mayor de artillera
don Jos Antonio Sarrio; cuarto, sargento mayor don Jos
Hernndez.
Capitanes de compaa fueron: de la primera, sargento mayor
graduado Ugarte; de la segunda, capitn Federico Canta; de la
Capitn de navo Juan Faning
tercera, Manuel Asanza; de la cuarta, Hilario Mansilla; de la quinta, el
sargento mayor don Mariano Bustamante, sobreviviente de la guarnicin del Huscar;
de la sexta, Augusto Gmez Lira; era ayudante mayor del cuerpo, el capitn Manuel del
Pino.
El doctor Felipe Rotalde, que fuera nombrado Cirujano del Ejrcito, fue en su condicin
de mdico fundador del Batalln Guarnicin de Marina, prestando importantes servicios a
esta unidad, desde que los primeros buques de guerra del enemigo iniciaron el
bombardeo de la plaza del Callao, estando con inmensa laboriosidad, hasta que termin la
campaa con la toma de Lima.
Yo prosigue el seor Layseca con la clase de subteniente de la cuarta compaa, fui
tambin fundador de ese cuerpo del ejrcito, el cual, sin pretensin alguna, era el mejor de
los organizados para la defensa de Lima en los das nefastos de la toma por los soldados
de Chile. No solo por el efectivo de que dispona aquella unidad, sino tambin por la
calidad de los jefes y oficiales que la mandaban y de los soldados; lo ms florido de la
juventud chalaca, llenos todos del espritu de guerra, afanosos de dar su sangre por
mantener siquiera por algn tiempo, inclume la ciudad que los vio nacer; a mas de los
voluntarios, contaba la unidad mencionada, con 200 prisioneros peruanos que fueron
canjeados despus de las batallas de San Francisco, Pisagua y Alto del Alianza y
algunos de la Guarnicin del Huscar; hombres que haban ya recibido el bautismo de
fuego, cuando la lucha en sus principios se mostraba ms enconada; contbanse, adems
de las fuerzas formadas por los cabitos, muchachos de la Escuela Militar de Chorrillos
quienes, en las rudas campaas del sur, mostraron el empuje de sus corazones, cuando
combatan fieramente, mandados por el coronel Vctor Fajardo, Llosa, Morales Bermdez
y otros, que conquistaron la corona del herosmo, ante un ejrcito muchas veces superior,
en efectivo, en preparacin y en condiciones de confort.
Era el 13 de enero de aquel ao. Muy distintamente percibamos desde el Callao, el intenso
caoneo de la batalla de San Juan. Todos ardamos en ansias de recibir lo ms pronto
posible, la orden de marcha hacia el campo de las operaciones. Tal vez era la vehemencia
que nos llenaba el espritu, que bien poco falt para que nos insubordinramos, porque
nos pareca que habamos dejado olvidados (sic).
~6~
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Justamente al mismo tiempo, observamos que las tropas chilenas, en columna cerrada,
avanzaban sobre Barranco, introducindose en las chcaras Pacayar y Larrin,
habiendo entre los que marchaban y nosotros, una distancia de ochocientos metros ms o
menos teniendo de por medio, la Quebrada Honda.
Como el armisticio de que se ha hablado ms arriba, deba terminar en la media noche de
aquel da, nos mantuvimos tranquilos, ocupando el batalln Guarnicin de Marina la
chcara Armendriz, posicin estratgica pues desde ah dominbamos perfectamente
todo el camino a Barranco.
Siendo esa situacin, a las doce y media del da, los buques de la escuadra rompan los
fuegos, el batalln de marina se abra en guerrilla y se iniciaba el combate en todo
nuestro frente.
Bien recuerdo al sargento Meneses y al cabo Lucero, dos famosos tiradores que tenamos
en nuestra compaa, quienes donde ponan el ojo ponan la bala, siendo cada disparo un
seguro mensajero de la muerte para quien era tocado; bala disparada por cada uno de
estos muchachos, era hombre que caa fulminado.
Diezmado el regimiento naval, fue reforzado por el segundo de lnea y un resto del
Atacama. Tal era el valor de estos hombres que formaban estas unidades que en pocos
momentos, los soldados chilenos que avanzaban parapetndose tras las tapias y utilizan
de todos los recursos de la naturaleza del terreno, bien pronto tuvieron que sembrar el
campo con sus cadveres. Sin embargo, el mayor nmero de enemigos rest fuerzas a
nuestros valientes.
Por dos veces, logramos rechazar, casi definitivamente, a los chilenos, a punto tal, que las
embarcaciones que llegaron hasta muy cerca de la playa, hacan seales muy incesantes
para que los chilenos volvieran a bordo, como nico medio de librarse del estrago que
hacan nuestras tropas en las filas de ellos.
Desgraciadamente, estos ligeros xitos, que hubieran llegado a una feliz terminacin,
vironse bien pronto frustrados, pues, la falta de municin hizo que nuestros brazos
sintiranse indefensos.
Al mandarse traer ms municin, un equvoco o un error, hizo que nos trajeran municin
Peabody, cuando lo que necesitbamos era Remington calibre 43. Escrito estaba que la
planta chilena entrara en las calles de Lima, no ya por consecuencia de su valor, sino por
las circunstancias que se acaba de enunciar.
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poder dar municin a los que an se mantenan en pi, quienes por recomendacin
especial deban quemar tiro por tiro, teniendo solo la certeza del impacto mortal en el
enemigo. El subteniente Gamio cumpli valerosamente la macabra comisin.
Entre tanto, la suerte nos haba dado las espaldas una vez ms. La retirada haba
comenzado por efecto de la falta de municin, pues al notar el enemigo de que ya no
disponamos de una sola bala, reaccion violentamente, renovando el ataque, ya sobre un
conjunto de hombres que no tenan sino el valor para contrarrestar el ataque.
El comandante Arias Araguez, que en las ltimas maniobras de la defensa haba recibido
una mortfera bala, exhala el ltimo suspiro.
Entonces el mayor Sarrio, sereno siempre y comprendiendo la dureza de la situacin,
para que no se enterara el enemigo, ordeno de viva voz la retirada, diciendo: No tengo
derecho de sacrificar a estos valientes que quedan, sin contar con municin y sin
posibilidad de rechazar este flanqueo; un rato ms y sera tarde, quedaramos envueltos
raz de ellos.
Reunidos que fueron los ltimos sobrevivientes, iniciose la marcha de retirada a Lima; por
el camino, entre surcos y grietas, encontrbamos soldados heridos, algunos de los cuales
nos insultaba creyndonos huidos y los mas, nos pedan que les vengramos, ya que aun
nos quedaba vida.
Estos momentos de depresin espiritual, nos haba aniquilado completamente; todos
llevbamos como una constante visin, entre otros, el episodio del capitn Asanza, quien,
herido en un brazo, apenas fue vendado, con la izquierda empu su espada, alentando a
sus soldados a seguir en la lucha. El del teniente Valega, quien, herido desde los primeros
momentos de la refriega, se neg a abandonar el campo de lucha,
hasta el momento en que perdi el conocimiento, como consecuencia
de la fuerte hemorragia que le sobrevino.
Nos pareca que los fallecidos Patrn, Hurtado y Aza, Barrios,
Higginson, Genaro V. Cobin, mi hermano materno, Surez, Becker,
Eslava y otros, seguan con nosotros, la marcha en retirada; les
sentamos cerca de nosotros.
Ya en Lima, el 16 de enero, con los restos del Guarnicin de Marina,
recibimos orden de marchar en refuerzo de la Ciudadela Pirola, a
Subteniente Genaro V. Cobin
rdenes del Dr. Fernando Palacios, que la mandaba. Habamos casi
recin iniciado el desfile hacia nuestra nueva posicin, cuando una contra orden nos
haca regresar al cuartel, en el convento de La Merced, con el mandato expreso de que se
nos desarmara y licenciara.
No me es posible seor redactor, nos dijo el seor Layseca, el describir la situacin del
momento aquel. Los mismos momentos del rudo combate durante los cuales vi caer a mis
ms queridos compaeros y entre ellos, mi hermano, si me produjeron una sensacin de
pesar infinito, no fue tanto como el que experiment cuando, uno a uno, nos quitaban
nuestras espadas, nuestros fusiles, las mismas armas con las que habamos defendido,
siquiera por horas, la dignidad nacional, nuestro terruo bien querido. Con las lgrimas
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en los ojos, veamos como nuestro armamento era amontonado en un rincn del cuartel.
Cada prenda de combate que nos arrebataban, era como un trozo del corazn que nos lo
robaran en un momento de injusticia, que era duro para nosotros el soportarlo. No podra
ser yo, en palabras, reconstruir aquel momento. Estas son cosas que se siente muy dentro
del corazn y que es imposible traducirlas.
Recuerdo que entre los que salimos vivos del campo de batalla se contaban al mayor
Sarrio, el mayor Hernndez, el mayor graduado Mariano Bustamante, el teniente Lpez
Hurtado, el subteniente Nicanor Legua, hermano del actual Presidente de la Repblica y
nico oficial que sobrevivi del grupo de su compaa; el subteniente Pedro E. Muiz y
Guillermo Freundt, de todos los cuales, slo sobrevivimos hasta la fecha (y que sea por
muchos aos seor Layseca), el teniente Federico Valega, hoy teniente coronel, don
Domingo Gamio, que no sigui la carrera militar, y el que habla, actualmente teniente
coronel.
El mayor de los oficiales subalternos tendra escasamente 20 aos; as y todo, por
espacio de cinco meses, soportamos en el Callao, el intermitente caoneo de los buques
chilenos, que tenan dominado el indefenso puerto del Callao.
Del comportamiento del batalln Guarnicin de Marina, durante la accin de armas que he
relatado someramente, puede dar fe el que fuera sargento Augusto B. Legua, hoy
Presidente de la Repblica, que desde el reducto que peleara, que estaba colindante con
nuestra posicin, observara en detalle, el comportamiento valeroso de todos los que,
desde la trinchera improvisada en Armendriz, luchbamos con toda decisin (8).
Notas
(1)
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(3)
(4)
(5)
(6)
Enrique Flrez, Ciudadanos en Armas. El Ejrcito de Reserva de Lima en la Guerra del Pacfico, Tesis para optar el ttulo de Licenciado, pp. 140; 158
Peridico La Tribuna, 23 de enero de 1884. Parte anotado y documentado del Estado Mayor General al Dictador, sobre las batallas del 13 y 15 de enero de 1881.
Jorge Ortiz Sotelo, Apuntes sobre la batalla de Miraflores, p. 103. Parte oficial del general Pedro Silva.
Rudolph de Lisle, The Royal Navy & the Peruvian-Chilean War 1879-1881, pp. 151-152.
Peridico La Actualidad, 4 de febrero de 1881.
Instituto de Estudios Histrico-Martimos del Per. P.R.O. Further Correspondence respecting the conduct of war against Peru by Chile. 1879-81, pp. 35-38, oficio de
St. John al conde Granville del 22 de enero de 1881.
(7) Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacfico, recopilacin completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y dems publicaciones referente a la
guerra que han dado a la luz la prensa de Chile, Per y Bolivia, conteniendo documentos inditos de importancia, tomo IV, p. 479.
(8) Peridico La Crnica, 15 de enero de 1928.
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Recuerdos de la guerra
con Chile
Jos Salvador Cavero Ovalleii
~ 11 ~
La batalla de Miraflores
~ 12 ~
Basadre, Jos S. Canales y () Rotalde, se iba agravando cada vez ms la herida del brazo,
de manera tal que se declar en consulta de mdicos, con la concurrencia del Dr.
Bartonelli, la necesidad de la amputacin; pero por mi negativa indeclinable, se procedi
nicamente a la resercin del radio. Slo al transcurso de 8 meses de asidua medicacin
a mis exclusivas expensas, pude restablecerme de mis quebrantos.
~ 13 ~
Impresiones de un
reservista
(1)
~ 14 ~
Como una sola vez hicimos ejercicio de fuego, la mayor parte de los soldados ignoraba o
no conoca muy bien el manejo del rifle. El fogueo se verific en la Pampa de Amancaes,
donde se consumi ms sndwiches y licores que plvora y plomo (5).
Oficiales y soldados fuimos muy exactos en asistir al ejercicio mientras pareca dudoso el
ataque a la ciudad; pero desde el da que los invasores desembarcaron en Pisco, el
animoso entusiasmo de los reservistas empez a decaer y sigui decayendo hasta
degenerar en un amilanamiento indecoroso. Abundaban los rostros plidos y las voces
temblorosas. Las primeras en amilanarse fueron las personas decentes: ellas, con sus
figuras patibularias y sus comentarios fnebres, sembraron el desaliento en el nimo de
las clases populares. Difundido el miedo y prdida la vergenza, los hombres se
guarecan en las legaciones, en los conventos y en sus propias casas. Hubo necesidad de
traerles por la fuerza. Un da, arrogndome facultades supremas, orden a un sargento
que, al mando de una comisin del 50 y sin respetar domicilios ni guardar
consideraciones de ninguna especie, recogiese a la gente, fuera o no fuera de nuestro
batalln. El sargento don Manuel Jos Ramos y Larrea logr traer a muchos; pero no
a todos. Regres narrando cosas inauditas: algunos, al saber la llegada de los
comisionados, se fingan enfermos y apresuradamente, sin haber tenido tiempo de
quitarse la ropa, se metan en cama; hubo quien, vestido de mujer, se dola de las muelas y
con un barboquejo trataba de esconder mostacho y barbas.
~ 15 ~
Las esposas, las madres y las hijas se mostraban heroicas en la defensa de sus esposos,
de sus hijos y de sus padres. Insultaban a los comisionados, les amenazaban y aun les
acometan: en una de las rafles, el sargento recibi un tremendo escobazo. Algunos aos
despus, Ramos y yo nos reamos al recordar el chichn levantado en su cabeza por el
palo de escoba. Mas no todas las hembras carecieron de virilidad espartana: una mujer
del pueblo extrajo del escondite a su hombre o su marido y le entreg diciendo:
Llvense a este maricn!
Con la desercin, no slo de los soldados sino de los oficiales, los tres batallones de la
novena divisin quedaron reducidos a uno, y yo di el salto de capitn a teniente coronel y
segundo jefe del 50. Si la batalla de San Juan se hubiera librado en junio, yo habra
concluido por ascender a general de brigada o jefe de estado mayor. A fines de diciembre,
los restos de la novena divisin recibieron orden de acuartelarse en el convento de San
Francisco; ms no lo efectu yo porque al intentarlo me dijeron que otra persona haba
sido nombrada en mi lugar.
Algunos das estuve indeciso, no sabiendo qu resolucin tomar, cuando recib orden
verbal de constituirme en la batera del Pino, como jefe de la guarnicin. Mi coronel haba
credo prestar mejores servicios alistndose en la Cruz Roja. Muchos pensaron lo mismo.
II
El cerro del Pino est situado a unos dos kilmetros al sur de Lima. Mandaba la batera el
capitn de navo don Hiplito Cceres. La guarnicin
sumaba unos ciento cincuenta o doscientos hombres
pertenecientes a la Reserva, quiere decir, a los
batallones enrarecidos y quedados en cuadro:
formaba un curioso abigarramiento, donde capitanes y
mayores haban descendido al rango de soldados. A la
guarnicin de reservistas se agregaban unos cuantos
oficiales de marina y algunos marineros destinados al
servicio de los caones. No faltaban militares de toda
graduacin: hasta dos o tres coroneles. De estos, unos
dorman en el Pino, otros se iban al cerrar la noche.
Ignoro para qu vinieron ni quin les mand.
El Pino contaba con cuatro piezas: dos buenos caones Vavasseur que haban
pertenecido a la corbeta Unin y dos caones de montaa.
III
Al amanecer del 13 de enero un caoneo lejano me anunci la batalla. Vea fogonazos, oa
descargas de rifle, sin darme cuenta precisa del combate. Los chilenos atacaban por la
izquierda: nada ms poda percibirse.
Aclarado el da, disminuy el caoneo, mas las descargas de fusil me parecieron
aumentar y extenderse en direccin a Chorrillos. Not que por nuestra derecha, en el
morro Solar, se combata.
~ 16 ~
Qu haba pasado? A las nueve o diez de la maana me convenc de nuestra derrota. Por
las inmediaciones del Pino huan soldados dispersos en direccin a Lima. Decidimos
detenerlos y engrosar la guarnicin de nuestra batera. Varias comisiones salieron a
cumplir la orden; mas hubo necesidad de suspenderla para evitar una serie de lucha
armadas: los dispersos acabaron por defenderse a tiros. Habra convenido ametrallarles
desde los fuertes. Los persas tenan razn de poner a retaguardia de sus ejrcitos
grandes masas de caballera para detener, chicotear y empujar a los fugitivos.
Los pocos dispersos recogidos y llevados al Pino ofrecan un aspecto lamentable.
Algunos pobres indios de la sierra (morochucos, segn dijeron) llevaban rifles nuevos,
sin estrenar; pero de tal modo ignoraban su manejo que pretendan meter la cpsula por
la boca del arma (6). Un coronel de ejrcito se lanz a prodigarles mojicones, tratndoles
de indios imbciles y cobardes. Le manifest que esos infelices merecan compasin en
lugar de golpes. No me escuch y quiso seguir castigndoles.
Si pone usted las manos en otro soldado le dije, tendr usted que habrselas
conmigo.
Refunfuando me volte la espalda. Como momentos despus nos viramos cara a cara,
me dijo, ponindome la mano en el hombro:
Pas la mayor parte de la noche sin dormir. Ni del campo ni de la ciudad vena el menor
ruido: sobre la carnicera se desplegaba la serenidad imperturbable del firmamento. En
medio de un silencio trgico, observaba yo con mi anteojo el lejano incendio de
Chorrillos; la belleza de las enormes llamaradas sanguinolentas me haca olvidar el
origen del fuego. De vez en cuando unos como polvorazos y explosiones suban ms
arriba de las llamas, iluminando el horizonte. Fatigado de rondar, me haba sentado en
una gran piedra y empezaba a dormir, cuando sent en la mano el roce de algo hmedo y
fro: era el hocico de un perro. De dnde vena ese animal? (9, 10, 11).
El 15, nos hallbamos reunidos los oficiales cuando una descarga de fusilera nos
anunci el ataque de los chilenos a los reductos de Miraflores. Algunos oficiales, cogidos
de pnico, huyeron a todo escape, bajando el cerro con una agilidad de galgo. Quise
ordenar que se les hiciese fuego, mas el jefe del fuerte me lo impidi:
~ 17 ~
Eduardo Lavergne
Completo?
Completo.
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: A principios de 1915, Juan Pedro Paz Soldn, director del diario limeo La Capital, invit a algunos combatientes en la guerra con
Chile a escribir sus recuerdos personales: Gonzlez-Prada acept, y traz estas impresiones, que vieron la luz con el ttulo de Relato de don Manuel Gonzlez-
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Prada. Ms tarde quiso ampliar estas reminiscencias; pero slo refundi los cinco primeros prrafos del relato publicado en La Capital. (Las siguientes cifras dan
idea de las proporciones de esta refundicin: los cinco acpites iniciales del original impreso suman trescientas palabras; la versin corregida alcanza a cerca de mil
quinientas.) El presente texto consta, pues, de dos partes: la primera, indita; la segunda, publicada. La nota 11 indica el punto de separacin entre ambas.
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del texto impreso aparece anotada la siguiente variante: Mi coronel era don Federico Bresani, comerciante como el seor
Figari y persona de excelentes cualidades.
Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Desempeaba la Comandancia General de la Reserva don Julio Tenaud, un hacendado, y la Jefatura del [ilegible en el
manuscrito, Alfredo Gonzalez-Prada] don Juan M. Echenique, algo peor que un hacendado: un militar de saln y alcoba.
Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: En los ltimos meses de 1880, Lima se haba transformado en campamento. Todo era toque de tambores, clangor de
trompetas, ruido de sables, galope de caballos y arrastrado de cureas. Ya pasaba un batalln de lnea, ya un pelotn de indios con ms aire de ovejas que de tigres,
ya un regimiento de caballera, ya una brigada de artilleros. Abundaban las plumas blancas, las charreteras doradas y los queps rojos.
Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Tuvo ms de francachela que de preparacin al combate.
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: En el texto publicado aparece aqu la siguiente frase, suprimida en la refundicin indita: Detalle ignominioso: mujeres estacionadas
en las afueras de Lima, golpeaban y desmontaban de los caballos a los fugitivos.
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Este dilogo, desde donde dice No me escuch..., etc., est tachado en el manuscrito. Creemos de inters contravenir la voluntad
del autor.
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: El recuerdo del autor es exacto, y est corroborado por don Manuel de Elas Bonnemaison en el reportaje que le hizo un redactor de
Mundial de Lima y publicado en esa revista el 7 de octubre de 1921. Preguntado el seor Elas Bonnemaison (guardiamarina en el Huscar durante el combate de
Angamos) sobre su actuacin posterior en la campaa terrestre, contesta:
...fui destinado a la fortaleza del Cerro del Pino, asistiendo a la batalla de Miraflores.
Recuerda usted algunos incidentes de la batalla?
S. Tengo algunos recuerdos que me llenan de dolor patritico, pero sobre los cuales conviene ms no hablar. Era mi jefe inmediato ese gran espritu que fue don
Manuel Gonzlez-Prada.
Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Comprend al Nern de la leyenda. Tambin comprend al Byron del epitafio a Boatswain.
Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Sent algo nuevo: la inquietud de que tal vez saldra herido o perdera la vida. Mas el papel ridculo de los amilanados produjo
en mi una reaccin saludable: el miedo de los otros me infundi nimo. Desde aquel momento me tuve por condenado a morir dentro de breve plazo; sin embargo, una
voz interior me anunciaba que yo... [Inconcluso en el manuscrito, Alfredo Gonzalez-Prada]
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Aqu termina la parte indita y ampliada, como explica la nota 1. Lo siguiente es copia del recorte impreso, alterado por el autor con
algunas enmiendas e interpolaciones.
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del recorte, el autor ha escrito los nombres de algunos de esos oficiales. Nos limitaremos a indicar las iniciales: D.I.C.,
T.C., M.C., y un oficial apellidado R.
Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Recuerdo una gran pluma blanca balancendose en la cabeza de un jinete que con gran velocidad galopaba hacia Lima. De
pronto se detiene, retrocede y huye en sentido contrario: era probablemente algn general.
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Inconcluso. La ltima parte de este prrafo, desde donde dice: Ignoro si la guardia urbana... etc., es una interpolacin al texto
publicado.
Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: No quera ver la insolente figura de los vencedores.
Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Las cosas me ofrecan un aspecto raro; los amigos me eran indiferentes. Era yo otro hombre. Todo mi pasado haba muerto.
Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del recorte, el autor ha escrito estas palabras: Vanidad, ineptitud y cobarda.
~ 19 ~
IV
Si gracias a los polticos mercantiles nuestra vida normal se resume en el despilfarro y la
bancarrota se condensa en algo mejor durante las conflagraciones internacionales?
Olvidemos Ingavi y el Portete, recordemos vergenzas ms cercanas.
En la guerra con Chile no imitamos a los holandeses de 1673 ni a los rusos de 1812:
estbamos lejos de los hombres que anegaban territorios para cerrar el paso a los
ejrcitos de Luis XIV, de los que talaban campos y quemaban ciudades para matar de
hambre y fro a las huestes de Napolen. Los militares, los eternos succionadores de los
jugos nacionales, los obligados a defender el pas, ofrecen el mal ejemplo. Qu hacen
algunos de los jefes enviados al Sur para organizar la victoria? Hurtan los fondos
destinados a la tropa, juegan, beben y agotan en brazos de mujerzuelas el vigor que
deberan gastar en los campos de batalla. La responsabilidad inmensa no les modifica:
permanecen los mismos, los que antes de la guerra vivan enriquecindose con plazas
supuestas en los batallones, aprendiendo Tctica y Estrategia en las antesalas de los
presidentes, ganando ascensos merced a la proteccin de faldas libidinosas, haciendo
grotescas sediciones pretorianas y no sabiendo ni sostener a los amos, pues se dejaban
derrotar por desordenados pelotones de montoneros. As desaparecieron, con todos sus
generales y todos sus coroneles, los formidables ejrcitos de Echenique, Pezet, Prado y
Cceres.
Chile encuentra allanado el camino a la victoria y
la conquista. El ejrcito peruano (si ejrcito se
llama la aglomeracin de indios semiconscientes
arreados por jefes moralmente inferiores a ellos)
no resiste el empuje de los batallones chilenos.
Tampoco resiste la reserva o milicia compuesta de
unidades intelectualmente superiores a los
individuos de tropa. La ruina se consuma: todo se
desploma en la sangre y el fango, a pesar de los
herosmos individuales y colectivos, porque si
existen un Grau y un Bolognesi, no faltan indiadas que
al rifle chileno oponen la honda y el rejn.
Eduardo Lavergne
Que el pas, sin buenos soldados ni guardias nacionales bien organizadas, estuviese a
merced del enemigo tradicional, les importaba muy poco a nuestros mercaderes polticos.
Saban que, hundido el Per, ellos salvaran del naufragio y saldran a flote, con el talego
en la mano. Si no cul de ellos muere en el campo de batalla? Los ajenos al peculado, los
limpios de toda mancha, los puros, los inocentes en fin, sos sirven de vctimas
expiatorias, sos escuchan la voz de llamada y caen bajo las balas chilenas. Cuando los
polticos mercantiles no huyeron a tierras lejanas, llevndose el cofre de Harpagn, se
quedaron para infundir el desaliento, desertarse de los reductos, sostener la conveniencia
de la paz a todo trance, conglomerarse alrededor de Iglesias, defender el pacto de Montn
y concluir el tratado de Ancn. Se quedaron tambin para vivir en relaciones ntimas con
los incendiarios de Chorrillos y repasadores de los reservistas heridos en Miraflores.
~ 20 ~
Hay algo tan oprobioso y nauseabundo como la actitud de Lima durante la ocupacin
chilena? Aqu no sopla una sola rfaga del orgullo paraguayo; y se concibe: los
envilecidos con la lluvia de oro no podan ennoblecerse con la derrota y la opresin. Se
patentiza la accin deprimente de los mercaderes polticos. Hombres y no del pueblo
estrechan la mano de los invasores, les sirven de satlites, empleados sumisos, espas,
alguaciles, delatores, consejeros en la imposicin de los cupos. Jvenes decentes les
pilotean en las casas de prostitucin, cuando no les ofrecen en la familia propia lo que se
vende en los prostbulos. Mujeres de todo linaje les prodigan entraables y fecundas
manifestaciones de cario. Mientras el Per sufre una crucifixin y sangra de Norte a Sur,
las hembras de la capital se abrazan con los chilenos y engendran unos cuatro o cinco
mil bastardos. Siguiendo el instinto del sexo, prefieren el vencedor al vencido, el valiente
al cobarde. Merecen disculpa.
En esto se resume la obra de nuestros mercaderes polticosiii.
~ 21 ~
Los Mrtires de
San Juan y Miraflores
Jorge Basadre Grhmann
~ 22 ~
...
l nmero de los muertos entre los jefes peruanos lleg a ser extraordinario. En
San Juan perecieron siete coroneles, entre ellos dos comandantes generales, tres
jefes de batalln y un edecn del Dictador; siete teniente-coroneles; un nmero
elevado a ms del doble de sargentos mayores y, cuando menos, una cuarta parte de los
oficiales subalternos.
En Miraflores la proporcin de bajas fue mayor: diez coroneles entre ellos cuatro
primeros jefes de batalln y un nmero igual de tenientes coroneles. Los tres generales
que ejercan mando resultaron heridos. No expresa satisfaccin el general Pedro Silva,
jefe del Estado Mayor peruano, en su parte oficial, acerca de la conducta de la tropa en
San Juan, salvo las que mandaron Iglesias y Recavarren. Ricardo Palma en una carta a
Pirola afirma que en San Juan, batallones enteros arrojaron sus armas sin quemar una
cpsula y fugaron y lo atribuye a que eran indios (8 de febrero de 1881).
En cambio, en Miraflores, la Reserva, formada por los vecinos de
la capital, se bati heroicamente, singularizndose el batalln N
6, cuyos jefes primero y segundo Narciso de la Colina y el
lambayecano Natalio Snchez murieron; el Guarnicin de Marina
casi exterminado como se ha visto, con su jefe Juan Fanning; el
Guardia Chalaca con su jefe el capitn de Fragata Carlos Arrieta
tambin victimado.
Detalle del cuadro Tercer
Entre los muertos cados en las dos batallas libradas a las
Reducto. Obra del capitn
puertas de Lima contronse, adems, Reynaldo de Vivanco y Juan
Juan DeLepiani
Castilla, los dos hijos de los grandes caudillos. Tambin los
comandantes generales de sendas divisiones el puneo Buenaventura Aguirre y el
ayacuchano Domingo Ayarza, este ltimo de tan meritoria actuacin pocos aos antes
en Chanchamayo; y Jos Gonzlez, subjefe de la primera divisin de reserva, conocido por
su porfiada defensa del Palacio de Pezet en 1865. Asimismo, cabe mencionar en la lista de
las vctimas de estas infaustas jornadas a otros jefes militares como Pablo Arguedas, el
autor del motn contra la Convencin Nacional de 1857, Joaqun Bernal, Juan M. Montero
Rosas, edecn de Pirola, Jos E. Chariarse, Julin Arias y Aragez, hermano del hroe de
Arica, Jos Daz, Mximo Isaac Abril, antiguo prefecto que serva como edecn del Senado
y combati aunque estaba enfermo con pulmona.
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de Jos Arnaldo; Francisco Javier Retes, dueo de una cuantiosa fortuna, voluntario del
Huscar, prisionero en Angamos y combatiente en San Juan; Pablo Bermdez; Ramn
Daino; comerciantes como Mariano Pastor Sevilla; Manuel Roncavero, Enrique Barrn,
Bartolom Trujillo, Emilio Cavenecia, Jos G. Rodrguez, Ismael Escobar; profesor del
Colegio de Guadalupe; la Universidad y la Escuela de Ingenieros; Saturnino del Castillo
que enseaba en varios planteles de Lima, era autor de difundidas obras didcticas y
rindi su existencia vivando al Per; periodista como Mariano Arredondo Lugo, cronista
de La Opinin Nacional y Carlos Amzaga, cronista de La Patria; J. Enrique del Campo;
presidente de la Sociedad de Artesanos; el tipgrafo Manuel Daz, el obrero Juan Olmos; el
empleado del ferrocarril trasandino Fernando Tern; el mecnico Csar Lund.
De la generacin ms nueva sucumbieron, entre otros muchos, Enrique y
Augusto Bolognesi, hijos del hroe de Arica; Jos Andrs Torres Paz,
el joven chiclayano legendario en el Per que haba paseado el
estandarte carolino entre el humo y el estruendo de San Francisco y
de Tarapac, de Tacna y de San Juan; Enrique Lembcke que dej a su
tierna novia destinada a seguirlo loca a la tumba; el adolescente
Carlos Fernn Gonzlez Larraaga; Felipe Valle Riestra y Latorre,
articulista inteligente de La Opinin Nacional que a los veintids aos
Jos Andrs Torres Paz
llev la espada enarbolada por su to poltico Guisse y prob ser
digno de ella; Hernando de Lavalle y Pardo, veintids aos, hijo del
diplomtico cuya gestin intent detener la guerra y ms tarde celebr la paz; Toribio
Seminario, de diecisiete aos, muerto con su hermano Alberto de dieciocho, abrazados a
la bandera; Juan Alfaro y Arias, alumno de Letras y de Ciencias Polticas y contador del
Huscar el 8 de octubre de 1879; Genaro Numa Llana y Marchena, combatiente en las dos
batallas; nios como Alejandro Tirado, Grimaldo Amzaga, que slo contaba quince aos
y era hermano de Carlos Germn, presente en Miraflores; Biviano Paredes; huaracino de
diecisis aos, Emilio Sandoval, de catorce aos y Manuel Bonilla de trece. Otro de los
muertos en San Juan fue, a los veintids aos, con el grado de sargento mayor Enrique
Delhorme que, siendo nio, se distingui en el combate del 2 de mayo de 1866 en el Callao,
por lo cual el Congreso, mediante la resolucin de 18 de noviembre de 1868, le concedi
una beca en uno de los colegios del Estado y una pensin mensual.
Smbolo del herosmo de los cabitos, alumnos de la Escuela de Clases, fue Braulio Badani
Surez, muerto en Miraflores, herido en San Juan despus de haber hecho las campaas
del sur.
Al ao y once meses de haber sido herido en la batalla de Miraflores falleci el general
Ramn Vargas Machuca que haba combatido como soldado en esa accin.
Uno de los dramas de las viudas despus de San Juan fue el de Domitila Olavegoya de
Vivanco, casada con Reynaldo de Vivanco, famosa por su belleza, por su fortuna y por su
alcurnia. Domitila Olavegoya encarg que buscaran el cadver de su esposo, hijo nico
del general Manuel Ignacio de Vivanco. Fue hallado en la misma fecha del fallecimiento de
su madre, Manuela Iriarte de Olavegoya, muchos das despus de la batallaiv.
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prudentes; resignado, soporta impvido las penurias de las marchas; agresivo, no teme exponer el pecho a las
balas; frugal, se contenta con poco si es necesario; chancero, se re de las penurias, del enemigo, del mal tiempo y
de cuanto puede, en un momento dado, llamarse a risav
i El texto del prlogo, introduccin y el primer relato fueron tomados de http://elinaresm.blogspot.com/2011_01_01_archive.html , el 09 de noviembre de
2014.
ii Abogado, jurista, magistrado, catedrtico universitario y poltico peruano. Bajo las rdenes de Andrs A. Cceres luch en la
defensa de Lima y en la
campaa de la resistencia en la Sierra, durante la Guerra del Pacfico. Fue Ministro de Hacienda (1893-1894), Ministro de Justicia (1894 y 1910),
Ministro de Gobierno (1894-1895), Vicepresidente del Per (1904-1908) y Presidente del Consejo de Ministros (1910). Tambin fue Senador por Ayacucho
en varios periodos y Diputado por Huanta. Como magistrado lleg hasta el cargo de Fiscal de la Corte Suprema. Nacin en Huanta, 19 de febrero de 1850,
y falleci en Lima el 9 de febrero de 1940. De: http://huantabella.blogspot.com/2012/11/personajes-ilustres.html. Visitada el 09 de noviembre 2014.
iii Gonzlez-Prada,
iv
Manuel. 1986. Propaganda y ataque, en Obras, Tomo II, Volumen 4, Lima: Ediciones Cop, pginas 169-175
Basadre, Jorge. 1968-70. Historia de la Repblica del Per. 6ta. Ed., Tomo VIII, Lima: Editorial Universitaria, pp. 311-314.
v Riquelme,
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