Cartas Desde Alaska-Llorente
Cartas Desde Alaska-Llorente
Cartas Desde Alaska-Llorente
para predicar el amor de Cristo a todos, a los criminales, a los menos buenos, a los
buenos y a los santos; a todos (pp. 76-77).
- Todo lo que no es l es una criatura. Y hay que despojarse del apego a toda
criatura por s misma... Hay que referirlo todo a l. La Carmelita, en la celda durante
el da se ocupa en eso: en quererle en silencio o no en tan silencio. Y durante la noche
a dormir, las pocas horas dedicadas al sueo. Y Dios se pone muy contento al ver que
sus criaturas libres lo dejan todo por l y se meten en una celda a darle paso libre,
para que entre o no entre a recrearse invisiblemente con aquella monja, bien visible,
sentada en el duro suelo. Slo con verlas as, ya Dios se pone muy contento. Otra
cosa muy importante. No hagan por imitar a los Santos. No quieran ser como Santa
Teresa o Santa Teresita o San Juan de la Cruz. Ellos fueron lo que Dios quiso que
fueran. Uds. son Uds. Cada una es distinta, no slo en el rostro, en la voz, la estatura,
etc... sino que Dios espera de cada una gloria distinta. La Madre Ana de Jess que fue
un alma gigante en la Reforma, no entendi a San Juan de la Cruz. Dios nos lleva por
sendas distintas. Dios jams se repite en ninguna criatura. Dios tiene una idea distinta
para cada una y la quiere tratar distintamente dentro de la regla general de la Orden.
Cada una de Uds. aspire a no defraudar al Seor. Luego l har con cada una de Uds.
segn le plazca a l. Es un error imitar la materialidad de las acciones de los santos y
creer que as lograr uno serlo. Ellos hicieron lo que Dios les inspir a ellos ya cada
uno le inspira modos distintos de servirle. Cada una de Uds. tiene que ser la santa que
Dios quiere que sea. Querer ser como otro es ponerse una mscara y si Dios nos ve
con una mscara no nos conoce y si Dios no nos conoce estamos perdidos. Sea pues
cada una lo que Dios espera de ella y hgase as santa en la medida que Dios espera
que sea santa (104-105).
- En mis 60 aos de Jesuita he tenido experiencias de miembros de una Comunidad
que son una cruz bien pesada para el resto de la Comunidad. De cada doce rara vez
falta un Judas que no debiera estar all. Las dems tienen que aguantarla como
aguant a Judas el Seor. Y las que la aguantan, llevan la cruz con Cristo y se
santifican. Las que no la aguantan amontonan lea para el Purgatorio. Cuando esa
monja desedificante llegue a las puertas de la muerte, Dios la har pasar los tragos
ms amargos imaginables para que empiece ya en vida el terrible Purgatorio que la
espera. Si todas son buenas en la comunidad, Dios les manda la cruz de la
enfermedad o enfermedades. Nunca deja a una Comunidad sin su cruz. Como el
Eterno Padre le dio a l la cruz del Calvario que tantos bienes nos trajo a todos, as el
Seor da a cada Comunidad una cruz a propsito: ni tan pesada que las aplaste, ni tan
liviana que casi no valga la pena. Pero sin la cruz nadie se escapa. Lo mejor es
abrazarla y besarla y pedirle a Cristo que sea l mismo nuestro Cirineo. Y lo ser.
Pero an cuando nunca falte alguna que sea cruz para las dems, no lo sea usted; que
lo sea la otra, o la otra, o la de ms all; nunca lo sea usted. Usted est ah no para ser
servida, sino para servir, para ser la ms pequea, para ocupar la celda ms humilde,
la que mire al norte y no tenga nunca luz del sol en el invierno. Esto la hace ms
querida de Dios que nos dijo: Aprended de M que soy manso y humilde de
corazn. O sea, que Dios es humilde. Y Duruelo es un lugar humilde. Y usted tiene
que ser humilde para no desentonar. Y si usted es humilde, usted ser la delicia de la
las zarzas del mundo y los desgarrones de las parroquias y los ministerios mltiples y
diversos que debe desempear (p. 13). El P. Segundo Llorente fue un hroe, que
desde Alaska extendi su influjo espiritual a innumerables lugares de la tierra adonde
llegaron sus escritos en forma de cartas u oraciones. De Comillas fueron no pocos los
alumnos que se decidieron a ser misioneros en frica y en Asia, en las misiones de la
Compaa de Jess, porque se dejaron captar por la fe ardiente de aquel hombre que
salv a muchos de sus crisis con la belleza de su amor y la donacin generosa de su
espritu. Ojal se lean estas cartas suyas con el gozo con que se lean antao sus
artculos, aunque no sea en el comedor (p. 15).
Higinio Rosolen