Valéry, Paul - Piezas Sobre Arte
Valéry, Paul - Piezas Sobre Arte
Valéry, Paul - Piezas Sobre Arte
Traduccin de
Jos Luis Arntegui
Paul Valry
Visor
ndice
Nota del traductor
11
13
89
93
95
Libros
99
De la diccin de versos
101
Carta a la seora C
107
109
Poemas chinos
113
119
125
La conquista de la ubicuidad
131
135
137
141
145
Berthe Morisot
149
En torno a Corot
155
Triunfo deManet
173
Miradas a la mar
181
El infinito esttico
189
Prembulo
193
201
Mi busto
207
Hontanares de memoria
215
Notas
221
10
11
As como a veces un lector medio distrado garabatea los mrgenes de un libro y produce, al antojo de la ausencia y de la punta,
pequeos seres o vagos ramajes frente a masas legibles, as har yo,
siguiendo el capricho del espritu, en torno a estos estudios de
Edgar Degas1.
Acompaar esas imgenes con algo de texto de forma que
pueda leerse o no, o no de un tirn, y mantenga con los dibujos
los lazos ms holgados y las relaciones menos estrechas.
As que no ser ms que una especie de monlogo en que volvern a su antojo mis recuerdos y las diversas ideas que me he
hecho de un personaje singular, artista grande y riguroso, esencialmente testarudo, de inteligencia rara, viva, fina e inquieta; que
tras opiniones absolutas y juicios rigurosos esconda no s qu
duda de s mismo y desesperacin de satisfacerse, sentimientos
ambos muy amargos y nobles desarrollados en l por su exquisito
conocimiento de los maestros, su avidez de los secretos que les
atribua, y la presencia perpetua de las contradictorias perfecciones de todos ellos en su propio espritu. En el arte no vea ms que
problemas de cierta matemtica, ms sutil que la otra, que nadie
ha sabido hacer explcita, y cuya existencia muy poca gente es
capaz de sospechar. Le gustaba hablar de arte sabio; deca que un
cuadro es resultado de una serie de operaciones... Mientras a la
mirada ingenua las obras le parecen nacidas del feliz encuentro de
un tema y un talento, un artista de esta especie profunda, ms
1
La primera tirada de esta obra contena grabados a partir de las composiciones de Degas.
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profunda quizs de lo que es juicioso, difiere el goce, crea la dificultad, y teme los caminos ms cortos.
Degas rehusaba la facilidad, como rehusaba todo lo que no
fuera el objeto nico de sus pensamientos. No poda desear ms
que darse aprobacin, es decir, contentar al ms difcil, duro e
incorruptible de los jueces. Positivamente nadie ha despreciado
ms que l los honores, las ventajas, la fortuna, y esa gloria que el
escritor puede dispensar tan fcilmente al artista con generosa
ligereza. Se burlaba con acritud de esos que dejan el destino de su
obra a discrecin de la opinin, los poderes establecidos o los intereses comerciales. As como el verdadero creyente no tiene otro
quehacer sino Dios, ante el cual no hay subterfugios, escamoteos,
colusiones, actitudes ni apariencias que valgan, as l permaneci
intacto e invariable, sometido nicamente a la idea absoluta que
tena de su arte. Slo quera lo que encontrara ms arduo de obtener de s mismo.
Volver sobre esto, sin duda... Despus de todo, no s qu voy
a decir a continuacin. Es posible que me desve un poco, a propsito de Degas, hacia la Danza y el Dibujo. No se trata de una
biografa en regla; no tengo una idea demasiado buena de las biografas, lo que tan slo demuestra que no estoy hecho para hacerlas. Despus de todo la vida de alguien no es ms que una serie de
azares, y de respuestas ms o menos exactas a esos acontecimientos
cualesquiera...
Por otro lado, lo que me importa en un hombre no son los
accidentes, y no me pueden servir ni su nacimiento ni sus amores
ni sus miserias, ni casi nada de lo observable. Ah no encuentro la
menor claridad real acerca de lo que le da su valor y le distingue
profundamente de cualquier otro y de m. No digo que no est yo
a menudo bastante curioso de esos detalles que nada slido nos
ensean; lo que me interesa no siempre es lo que me importa, como
a todo el mundo. Pero hay que guardarse de lo divertido.
Muchos de los rasgos de Degas que presento aqu no proceden
de recuerdos mos. Se los debo a Ernest Rouart, que le conoci
familiarmente desde la infancia, creci en la admiracin y el
temor reverente a ese fantstico maestro, se nutri de sus aforismos y preceptos, y a imperiosos requerimientos suyos llev a cabo
diversas experiencias de pintura o grabado cuyo relato, pleno de
14
Reflexin:
La historia de las Letras y la de las Artes no son menor memez
que la Historia Universal. La memez est en la asombrosa falta de
curiosidad de sus autores. Se les dira privados de la facultad de
plantear cuestiones, aun las ms simples. Se interrogan poco, por
ejemplo, acerca de la naturaleza e importancia de las relaciones
que en tal o cual poca mantienen los jvenes con los viejos.
Admiracin, envidia, incomprensin, puntos de encuentro; preceptos y procedimientos transmitidos, o desdeados; juicios recprocos; negaciones que se corresponden, desprecios, retornos...
todo eso, que sera uno de los aspectos ms vivos de la Comedia
del Intelecto, bien merecera que no se lo pasara en silencio. En
ninguna Historia de la Literatura se dice que ciertos secretos del
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arte del verso se han transmitido desde finales del XVI hasta fines
del XK, ni que es fcil discernir entre los poetas de ese perodo
quines han seguido y quines ignorado esas enseanzas Y qu
ms interesante que esa clase de opiniones recprocas a la que
acabo de aludir?
Poco tiempo antes de su muerte Claude Monet me cont que
al principio de su carrera, cuando iba a exponer algunas telas con
un marchante de la calle Laffitte, ste vio detenerse cierto da ante
su escaparate a un personaje y su acompaante, los dos con un aire
burgus y digno hasta lo majestuoso, o casi. El caballero, ante los
Monet, no se pudo contener; entr y arm una escena; no entenda que pudieran exponerse tales atrocidades. Le reconoc perfectamente, aadi el marchante cuando volvi a ver a Monet y se lo
cont Y quin era?, pregunt Monet. Daumier..., dijo el marchante. Al cabo de algn tiempo, con las mismas obras expuestas
an en el mismo escaparate, y Monet esta vez presente, se detiene
un desconocido, mira un largo rato, entorna los ojos, empuja la
puerta y entra. Qu bonita pintura!, dice, de quin es? El marchante le presenta al autor. Caballero, qu talento, etc.. Monet se
deshace en agradecimientos. Quisiera saber el nombre de su admirador. Soy Decamps, dice el otro antes de alejarse.
D E LA DANZA
cuerpo con el objeto y con nuestra intencin, cesa. Su determinacin contena su aniquilacin; no se poda concebir ni ejecutar sin
la presencia y concurso de la idea de un suceso que fuera su trmino.
Este gnero de movimientos se efecta siempre segn una ley
de economa de fuerzas que diversas condiciones pueden venir a
complicar, pero que nunca puede dejar de regir el gasto que hagamos de nuestras energas. Ni siquiera cabe imaginar una accin
externa acabada sin que un cierto mnimo se imponga al espritu.
Si pienso en ir de l'Etoile al Museo, no pensar jams en que tambin puedo cumplir mis designios pasando por el Panten.
Pero hay otros movimientos cuyas evoluciones no suscita,
determina ni puede causar o concluir objeto determinado alguno.
No hay cosa que, alcanzada, conlleve la resolucin de esos actos.
Slo cesan por alguna intervencin ajena a su causa, a su figura y
a su especie; y en lugar de estar sometidos a condiciones de economa parece, al contrario, que tengan por objeto la disipacin
misma.
Los brincos, por ejemplo, y las piruetas de un nio o un perro,
andar por andar, o nadar por nadar, son actividades que no tienen
otro fin sino modificar nuestro sentimiento de energa, crear cierto estado de ese sentimiento.
Los actos de esta clase pueden y deben multiplicarse hasta que
intervenga alguna circunstancia completamente al margen de
cuantas modificaciones exteriores puedan ellos producir.
Considerada en relacin a tales actos, esa circunstancia ser una
cualquiera: la fatiga, por ejemplo, o una convencin.
Esos movimientos que tienen en s mismos su fin, y como fin
crear un estado, nacen de la necesidad de cumplirse o de una ocasin que los suscite, pero estos impulsos no les asignan ninguna
direccin en el espacio. Pueden ser desordenados. El animal, cansado de la inmovilidad impuesta, se sacude, huyendo de una sensacin y no de una cosa; se expansiona en galopes y excesos. Un
hombre en quien alegra o clera o la inquietud del alma o la brusca efervescencia de sus ideas desatan una energa que ningn acto
preciso puede ni absorber ni agotar en su misma fuente, se levanta, sale, camina aprisa a grandes trancos, y en el espacio que recorre sin ver obedece al aguijn de esa potencia sobreabundante...
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actitudes y que da una singular imagen de inestabilidad. Los sujetos estn como atrapados en posturas muy alejadas de las que la
mecnica y las fuerzas humanas permiten mantener... cuando se
est pensando en otra cosa.
De ah resulta esa maravillosa impresin: que en el Universo
de la Danza el reposo no ha lugar; la inmovilidad es cosa impuesta y forzada, estado de paso y casi de violencia, en tanto saltos,
puntas, pas compts, entrechats o rotaciones vertiginosas son materia totalmente natural del ser y el hacer. Pero en el Universo ordinario y comn los actos no son ms que transiciones, y toda la
energa que podamos poner no se emplea ms que en liquidar una
tarea, sin recobrarse ni regenerarse a s misma mediante el recurso de un cuerpo sobreexcitado.
As, lo que en uno de esos Universos es probable es en el otro
un azar de los ms raros.
Estas observaciones son bastante fecundas en analogas.
Un estado que no puede prolongarse, que nos pone fuera o
lejos de nosotros mismos, y en que lo inestable no obstante nos sostiene, mientras que lo estable slo figura en l por accidente, nos
da idea de otra existencia totalmente adecuada a los momentos
ms raros de la nuestra, y compuesta toda por valores lmite de
nuestras facultades. Pienso en lo que vulgarmente se llama inspiracin...
Qu ms improbable que un discurso que seduce y maravilla
al espritu con cada imagen o idea que ste admite de cuantas l
despierta, mientras en el odo la serie de signos sonoros y articulaciones que lo producen se impone e impone, sustenta y prolonga el valor emotivo del Lenguaje?
Dice Mallarm que la bailarina no es una mujer que baila,
puesto que no es mujer, y no baila.
Esta profunda observacin no slo es profunda: es verdadera;
y no slo verdadera, es decir, que al reflexionar se confirma cada
vez ms, sino adems verificable, y yo la he visto verificarse.
La ms libre, la ms grcil, la ms voluptuosa de las danzas
posibles se me apareci en una pantalla en la que proyectaban
grandes Medusas: no eran mujeres, y no estaban bailando.
Nada de mujeres, sino seres de una sustancia incomparable,
translcida y sensible, carnes de cristal excitables hasta la locura,
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parece que fue institutriz, las enormes gafas redondas que lleva le
dan un aire muy sabio a su cara ancha, honesta, y siempre seria.
Zo lleva la casa ayudada por una chica que se llama
Argentina. Una tarde Argentina se precipita como una loca hacia
nosotros gritando que su ta se muere. Degas parece que pierde la
cabeza. Vuelo a la cocina, tiendo en el suelo a la enferma, le doy
algunos cuidados al azar; el mal se esfuma, y asistimos a la resurreccin de Zo. Degas est maravillado, lleno de agradecimiento:
ha visto un milagro. En cuanto a m, me deja asombrado semejante carencia de las ideas ms simples y las prcticas ms elementales en un hombre tan inteligente y, adems, formado en las letras
clsicas. En muchas cosas tena ideas de portera.
La instruccin que se daba hacia 1850 en los liceos deba de
ser tan absurda como la de hoy, aunque ms dura. Ni uno de
aquellos primeros premios del Concurso General hubiera sido
capaz de sealar en el cielo las estrellas de las que habla Virgilio;
y esos fabricantes de versos latinos ignoraban radicalmente que
hay una msica del verso francs. Ni la pulcritud, ni las menores nociones de higiene, ni el arte de comportarse, ni aun la
pronunciacin de nuestra lengua figuraban en los programas de
esa enseanza increble, de cuyas concepciones quedaban cuidadosamente excluidos el cuerpo, el cielo, las artes y la vida
social...
En cuanto a la habitacin de Degas, estaba tan descuidada
como el resto, pues todo en esa morada llevaba a la idea de un
hombre que ya no le tiene apego a nada salvo a la vida misma, y
porque a eso se apega uno a pesar de todo y de uno mismo. Haba
algn mueble estilo Imperio o Luis Felipe. Un cepillo de dientes
olvidado en un vaso, con las cerdas medio teidas de un rosa
muerto, me recordaba al que se ve en el neceser de Napolen, en
Carnavalet, o en otros sitios.
Una tarde que tena que cambiarse de camisa para ir a cenar a
la ciudad, Degas me hizo pasar con l a ese cuarto. Se desnud
delante de m y se volvi a vestir sin el menor apuro.
Entro a su taller. Vestido como un pobre, en alpargatas, el
pantaln cado y nunca abrochado, Degas da vueltas por all. Al
fondo, una puerta boquiabierta deja ver perfectamente los lugares
ms secretos.
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Pienso en que este hombre fue elegante, y sus maneras, cuando quiere, de una distincin sumamente natural; que pasaba las
noches en la pera entre bastidores y frecuentaba el pesaje de
Longchamp; que fue el observador ms sensible de la forma
humana, el ms cruel amante de las lneas y actitudes de la mujer,
conocedor refinado de las bellezas de los ms finos caballos, el
dibujante ms inteligente, el ms reflexivo, el ms exigente, el ms
encarnizado del mundo... que fue adems el hombre de ingenio,
el convidado cuyas palabras resumen en un acto soberano de
abuso de justicia unas cuantas verdades bien escogidas, y matan...
Helo aqu, viejo nervioso, casi siempre sombro, a veces siniestro y hoscamente abstraido, con bruscos estallidos de furor o de
ingenio, de impulsos o impaciencias infantiles, de caprichos...
A veces vuelve: hay destellos, apartes de delicadeza emocionantes.
Hoy es un da bueno. Me canta en italiano una cavatina de
Cimarosa.
Cosa bastante poco comn entre los artistas, Degas era hombre de gusto. Se jactaba de serlo, y lo era.
Por ms que hubiese nacido en pleno romanticismo, que en
su madurez se hubiera de sumar al movimiento naturalista y
frecuentar a Duranty, Zola, Goncourt, Duret..., o que hubiera
expuesto con los primeros impresionistas, no dejaba de ser
uno de esos conocedores deliciosos, obstinada y voluptuosamente estrechos de miras, implacables con novedades que slo
son nuevas, nutridos de Racine y de msica antigua, amantes
de las citas y clsicos hasta la ferocidad, hasta la extravagancia, hasta el escndalo, que para desgracia nuestra son especie
desaparecida.
Quiz se convirti en ese personaje al envejecer, l, que pese
a su culto al seor Ingres haba admirado apasionadamente a
Delacroix?
Sucede que con la edad el hombre se modela insensiblemente
conforme a los viejos que en su juventud observaba y encontraba
imposibles o ridculos. A veces adopta sus maneras, se hace ms
solemne, ms corts, ms imperioso, a veces ms galante - o hasta
gallardo lo que no fue jams en su lozana.
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DEGAS Y LA REVOLUCIN
33
DICHOS
22 DE OCTUBRE DE 1905
Hoy Degas me habla de Ingres y de las relaciones que tuvo con
l.
Conoca a un viejo aficionado, el seor de Valpinson -encantador apellido, de vodevil- que era gran admirador y amigo de Ingres.
Esto ocurre en 1855, dice Degas.
35
Degas hizo una tercera visita al taller de Ingres. Fue a ver algunos cuadros que el maestro haba expuesto. Ingres estaba enseando sus obras a un caballero (Degas deca a un idiota) que al
pasar de Homero a un bao turco exclama: Ah, esto, seor, es gracia y voluptuosidad... y algo ms...
Ingres responde: Caballero, yo tengo varios pinceles.
VER Y TRAZAR
Hay una inmensa diferencia entre ver una cosa sin el lpiz en
la mano y dibujndola.
O ms bien son dos cosas muy diferentes las que se ven. Hasta
el objeto ms familiar a nuestros ojos se vuelve otro cuando se
aplica uno a dibujarlo: se da cuenta entonces de que lo ignoraba,
de que nunca lo haba visto de verdad. Hasta entonces el ojo slo
haba servido de intermediario. Nos haca hablar, pensar; guiaba
nuestros pasos, nuestros movimientos cualesquiera; despertaba a
veces nuestros sentimientos. Incluso nos entusiasmaba, pero siempre por efectos, consecuencias o resonancias de su visin, que la
substituan y as la abolan en el mismo acto de disfrutarla.
Pero dibujar a partir de un objeto confiere al ojo un cierto
mando que nuestra voluntad alimenta. De modo que aqu es preciso querer para ver, y esta vista deliberada tiene el dibujo como fin
y como medio a la vez.
No puedo precisar mi percepcin de una cosa sin dibujarla
virtualmente, y no puedo dibujarla sin una atencin voluntaria
que transforma en un grado notable lo que de entrada haba credo
percibir y conocer a la perfeccin. Caigo en la cuenta de que no
conoca lo que conoca: la nariz de mi mejor amiga...
(Hay cierta analoga con lo que tiene lugar cuando queremos
precisar nuestro pensamiento mediante una expresin ms deliberada. Ya no es la misma idea).
Una voluntad sostenida es esencial al dibujo, pues ste exige la
colaboracin de aparatos independientes que no piden sino recobrar la libertad de los automatismos que les son propios. El ojo
quiere vagar; la mano redondear y tomar por la tangente. Para asegurar la libertad del dibujo con que pueda cumplirse la voluntad
37
TRABAJO Y DESCONFIANZA
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cer los mritos de artistas muy distantes de l cuando en sus trabajos encontraba el caballo bien estudiado. Un da en DurandRuel me tuvo muchsimo tiempo ante una estatuilla de
Meissonier, un Napolen ecuestre en bronce, de un codo de alto,
y me estuvo detallando las bellezas o mejor exactitudes que reconoca en esa pequea obra. Caa, cuartilla, menudillo, planta,
cuartos traseros... Hubo que or todo un anlisis crtico y finalmente elogioso. Tambin me elogi el caballo de la Juana de Arco
de Paul Dubois que est delante de Saint-Augustin. Se le olvid
hablar de la herona, cuya armadura es tan exacta.
DEL DESNUDO
La moda, nuevos deportes, diversas teoras, las curas milagrosas, la simplificacin de los modales para compensar la complicacin de los aspectos materiales de la vida, el debilitamiento de
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El carboncillo de Ingres persigue la gracia hasta lo monstruoso: nunca es suficientemente larga y flexible la columna, dctil el
cuello, tersos los muslos, nunca las curvas conducen lo suficiente
la mirada que las roza y las envuelve ms que verlas. La Odalisca
tiene algo de plesiosaurio, hace pensar en lo que una seleccin
bien dirigida hubiese hecho de una raza de mujeres especializada
durante siglos en el placer como el caballo ingls en la carrera.
Rembrandt sabe que la carne es fango del que la luz hace oro.
Soporta y acepta lo que ve: las mujeres son lo que son. Apenas
encuentra ms que gordas o demacradas. Aun las pocas bellas que
pint lo son por no se sabe qu emanacin de vida ms que de
forma. No les teme a los vientres pesados, plisados en mandiles de
piel grasa y espesa, ni a los miembros gordos, las manos rojas y
pesadas, los rostros ms vulgares. Pero a todas esas grupas, panzas,
tetas, masas carnosas, a esos adefesios y criadas que hace pasar de
la cocina al lecho de los dioses y los reyes, los impregna o les roza
un toque de sol que es slo suyo; l mezcla como nadie lo real con
el misterio, lo bestial y lo divino, el oficio ms sutil y poderoso con
el sentimiento ms hondo, ms solitario que jams haya expresado la pintura.
Degas, durante toda su vida, busca en el desnudo observado en
todas sus facetas, en una cantidad increble de posturas e incluso
en plena accin, el sistema nico de lneas que formule tal o cual
momento de un cuerpo con la mayor precisin pero tambin la
mayor generalidad posible. Ni la gracia ni la poesa aparentes son
su objeto. Sus obras no cantan. Hay que dejar un hueco al azar en
el trabajo para que ciertos encantos obren, entusiasmen, se apoderen de la paleta y de la mano... Pero l, esencialmente voluntarioso, nunca satisfecho de lo que sale a la primera, terriblemente
armado el espritu para la crtica y nutrido de los maestros ms
grandes, jams se abandona a la voluntad natural. Amo ese rigor.
Es propio de los seres que no tienen sensacin de obrar, de haber
cumplido lo que sea, si no lo han hecho contra s mismos. Acaso
ah reside el secreto de los hombres verdaderamente virtuosos.
En el Louvre, cierto da, recorra con Degas la galera principal. Nos paramos ante un importante lienzo de Rousseau que
representa magnficamente una avenida de robles enormes.
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POLTICA DE DEGAS
su natural, hacan frases terribles, daban forma a su asco y destilaban sentimientos populares, esencia de anarqua pura o autocratismo perfecto.
Degas, el hombre ms desdeoso del mundo para con las
votaciones, el ms ignorante de los asuntos pblicos, el ms insensible a los encantos del lucro, juzgaba del poder como si las verdaderas condiciones del poder hubiesen permitido alguna vez
ejercerlo con toda pureza, con grandeza de estilo.
Como a tantos otros, le engaaban la historia y los historiadores que presentan la poltica como un arte y una ciencia, cosa
que no se puede pretender ms que en un libro, mediante artificios de perspectiva, divisiones arbitrarias y cantidad de convenciones de las que unas recuerdan al teatro y otras al ajedrez.
Verdad es que esa ilusin acta a su vez sobre la realidad y produce en ella efectos sensibles, por lo general desastrosos.
Degas poda pues imaginar un hombre de estado ideal, apasionadamente puro, y que para llevar a cabo su obra guardara ante
gentes y circunstancias la misma libertad celosa y el mismo rigor
de principios que guardaba l en su arte.
Una tarde que estaba sentado junto a Clemenceau en el
mismo banco, en el saln del Ballet, le abord... me cont esa
conversacin, o ms bien monlogo, quince aos despus.
l despleg su concepcin elevada y pueril. Que si estuviera
en el poder la grandeza de su cargo se antepondra a cualquier otra
cosa ante sus ojos, que llevara una vida asctica, y mantendra el
ms modesto de los alojamientos, que volvera cada tarde del
ministerio a su quinto piso, etc..
Y Clemenceau, le dije, qu contest?
-Me asest una mirada... de un desprecio!...
Otra vez, al encontrarse tambin con Clemenceau en la
pera, le dijo que ese mismo da haba estado en la Cmara:
Durante toda la sesin no poda quitarle ojo a la puertecilla del
lateral. Todo el rato me figuraba que iba a aparecer por all el campesino del Danubio...
-Mire usted, seor Degas, replic Clemenceau, no le habramos dejado hablar...
50
MMICA
DlSGRESIN
OTRA DISGRESIN
[El gusto grande de los italianos, el beau ideal Ae. los franceses y el great style,
el genius y el tost de los ingleses son denominaciones de una misma cosa
(Reynolds, Discursos III y IV (1770-1771), cit. en Diccionario del Arte, Alianza
Univ., Madrid 1992).]
54
gernos de hombros es imperceptible. De lo que concluye cualquiera que al pblico hay que chocarle, y a eso se dedica. Un buen
estudio del arte moderno debera poner en evidencia las soluciones encontradas cada cinco aos a ese problema del choque desde
hace dos o tres cuartos de siglo...
Veo en todo esto el peligro de la facilidad, y encuentro la idea
de arte cada vez menos unida a la de un desarrollo lo ms completo posible de una persona, y as, de otros.
DEGAS Y EL SONETO
A fines del XIX el soneto., poco estimado y mal ejecutado por los
romnticos, se puso otra vez de moda. Se hicieron muchos admirables y multitud de intiles. De entrada fue preciso volver al rigor
de las reglas, algo de lo que se encargaron los parnasianos. Luego,
Verlaine, Mallarm y algunos otros introdujeron en esa figura antigua y estricta efectos de una gracia o una condensacin inauditas.
Nada en literatura es ms apropiado que el soneto para oponer la voluntad a la veleidad, para hacer sentir la diferencia entre
intencin e impulsos y la obra acabada; y sobre todo, para forzar
al espritu a considerar fondo y forma como condiciones parejas.
Me explico: el soneto nos ensea a descubrir que una forma es
fecunda en ideas, paradoja aparente y principio profundo del que
ha sacado parte de su prodigiosa potencia el anlisis matemtico.
Grandes poetas han desdeado o despreciado el soneto, lo que
no quita de su valor ni de sus mritos. Para responder a tales desdenes o burlas de diversos lricos enemigos de trabas basta recordar que Miguel ngel y Shakespeare, espritus en absoluto estrechos, rimaron en toda regla los cuartetos y tercetos que componen
esta forma cannica.
Miguel ngel, que escribi
El artista mejor no tiene idea
que no pueda encerrar un mrmol slo 5 .
[Non ha l'ottimo artista alcun concetto/Ch'un marmo solo in se non circonscriva; la cita se repite ms adelante, En torno a Corot.]
56
D O N D E SE CONTINA DE LO PRECEDENTE
Ocurre a veces que ese dibujo de fantasa embriaga al ejecutante, se torna accin provocada que se devora a s misma, que se
alimenta, se acelera, se exaspera sola, movimiento de fuga que se
precipita hacia su goce, haca la posesin de lo que se quiere ver.
Todo lo arbitrario del espritu, como todo el vaco del espacio
a cubrir son atacados, invadidos, ocupados por una necesidad ms
y ms precisa y exigente.
Es maravilla lo poco que el alma del espritu precisa para dar
de s cuanto espera y comprometer todas las fuerzas de sus reservas en ser ella misma, aquello que siente que no es en tanto no es
muy distinta de su estado ms ordinario. No quiere reducirse a ser
lo que es ms a menudo.
Unas gotas de tinta y una hoja de papel, materia que permita
la adicin y coordinacin de actos y de instantes, bastan...
MORALIDAD
PECADO DE ENVIDIA
tros colores, cubrs, rascis... Pero claro, durante ese recreo intelectual la Malicia no descansa! Escoge, encaja, azuza pensando en
la velada de la noche. Llega el crepsculo; la paleta est rascada...
Ojo a los dardos sin piedad empapados en hil pura por un pintor que sabe que hoy cena fuera...!
En la mesa el escritor deslumhrado os escucha mudo. Todo su
espritu se ha quedado en el papel. Slo le restan sus restos...
63
El arte moderno tiende a explotar casi exclusivamente la sensibilidad sensorial a expensas de la sensibilidad general o afectiva
y de nuestras facultades de construccin, de adicin de duraciones y de transformacin en nuestro espritu. Sabe de maravilla
cmo excitar la atencin, y usa cualquier medio para lograrlo:
intensidad, contraste, enigma o sorpresa. Por la sutileza de sus
medios o la audacia de su ejecucin atrapa a veces presas precio68
ESCORZO DE LA PINTURA7
70
ROMANTICISMO
Hay coexistencias maravillosas, comparables a acordes disonantes que enriquecen ms an sabrosas diferencias de timbre.
Degas y Renoir; Monet y Czanne; igual que existan Verlaine
jMallarm...
La riqueza de esa poca de Pars!... La cantidad de invenciones en pintura y poesa entre 1860 y 1890!... Hemos visto el
final de ese bello concierto de hombres e ideas Ir a decir lo que
siento?
Este perodo de treinta aos parecer ms afortunado e importante que el comprendido entre 1825 y 1855 por el famoso
romanticismo.
Todos o casi todos los Romnticos estaban envenenados de
leyendas y de historia, que en el fondo les resultaban tan indiferentes como excitantes o seductoras por fuera. Los ms grandes
arrastran armaduras, gualdrapas, rosarios y narguiles, un carro de
material intil de teatro y carnaval y una coleccin de dolos, de
almas absurdas y puerilmente excesivas que se daban y se acaloraban como mejor podan.
Un verdadero romntico es ante todo actor. La simulacin, la
exageracin (que es simulacin por intensidad de la expresin), la
facilidad en que caen siempre quienes no miran sino a producir
sensaciones inmediatas, son los vicios de ese momento de las artes.
Es de notar que aquellos de los romnticos cuya gloria no ha
consumido el transcurrir de casi un siglo son los mismos en quienes la voluntad de trabajo, la pasin del oficio como tal, el deseo
de adquirir un conocimiento de sus medios cada vez ms slido y
sutil no fueron virtudes descuidadas y sacrificadas a los errores de
su tiempo. Hugo o Delacroix lo testimonian. Cuanto ms avanzan
ms saben, y saben que saben.
71
Los versos que Hugo hizo con setenta aos se imponen sobre
todos los que haba hecho en el resto de su vida.
En otros, por el contrario, lo mejor es de sus primeros tiempos. Y es tambin a la primera.
EL DIBUJO NO ES LA FORMA...
73
Tales lenguajes tienden a expresar exactamente el menor detalle, mientras que el de las artes grandes tiende siempre a incertidumbres eternas e invencibles ambigedades. Se discute como si
hasta la fecha nunca se hubiese pintado, dibujado o escrito. Estilo,
forma, Naturaleza, Vida y otros tantos nombres de alguna ocasin
de error vienen a burlarse de los espritus y formar ante ellos infinidad de combinaciones excitantes y vanas, a pesar de que sea
imposible oir o leer algo preciso acerca de lo que son. Nunca he
visto algo ordenado y seguro sobre el dibujo, por ejemplo, que es
ante todo un arte complejo cuyo anlisis ptico y motriz no se ha
llevado a cabo, y ni siquiera emprendido, por lo que s.
De haber existido, la clebre frmula de Degas la manera de
ver la forma hubiese sido completamente distinta: dira lo que l
habra querido decir, y no lo que cada cual pudiera darle como
sentido.
Mas hete aqu otra consecuencia, la ms enojosa, de la impureza de lenguaje de las artes grandes: lleva a no saber lo que se
quiere. Nada ms asombroso que ciertas declaraciones o programas de artistas cargados de filosofa y de consideraciones, a veces
matemticas y a menudo pueriles, que se invocan con vistas a preparar la inteligencia de sus obras y disponer al pblico a soportar
su visin. Al contrario, empero, es la vista la que en las artes debe
dar entrada por s sola al goce y, si alguna idea hay que sugerir,
conducir hasta ella mediante sus percepciones. Un pintor debera
pensar siempre en pintar para alguien a quien le faltara la facultad
del lenguaje articulado... no olvidemos nunca que una cosa muy
hermosa nos deja mudos de admiracin...
Ah est lo que hay que querer provocar, sin confundirlo con
el mutismo del estupor. Este es para muchos de los modernos la
cuestin principal; en la que no se discierne para nada entre las
diversas especies de sorpresa. Pues hay una que se renueva a cada
mirada, y se hace tanto ms indefinible y sensible cuanto ms profundamente se examina la obra y se gana familiaridad con ella. Esa
sorpresa es la buena. En cuanto a la otra, no resulta ms que del
choque que produce la ruptura de una convencin o una costumbre, y a tal efecto de choque se reduce. Para desplegarlo con
todo su aparato basta decidirse a cambiar de convencin o costumbre.
76
CUESTIONES DE POCAS
Los tipos escasean; singulares y extravagantes desaparecen; adems, apenas descubiertos se les lleva a las Misericordias de hoy,
donde los psiquiatras hacen de ellos bonitos libros10.
Unos cuantos millonarios norteamericanos s han probado a
jugar a los Mdicis, pero a tientas, quiero decir: bien asesorados...!
Por otra parte obraban pensando en el efecto, en los peridicos, en los museos, en el bien pblico...
No por placer.
Ese es el asunto: la voluptuosidad se muere. Ya no se sabe
gozar. Slo estamos a la intensidad, la enormidad, la velocidad, lo
que sea accin directa sobre los centros nerviosos por el camino
ms corto.
El arte y aun el amor deben ceder ante nuevas formas de disipacin del tiempo libre y la sobreabundancia vital; y tales formas
sern las que sean...
79
zar, y en la coordinacin de los diversos elementos que la compusieran, es decir, las justas relaciones entre lneas del dibujo, valores y
colores.
Daba un enorme valor a la composicin, al arabesco general de
las lneas, y luego a la manera de reproducir forma y modelado, al
acento del dibujo como l lo llamaba. Nunca le pareca haber ido
demasiado lejos dando fuerza a la expresin de una forma.
Un da que estaba conmigo en una exposicin donde figuraba
uno de sus pasteles, un desnudo que databa de varios aos atrs, me
dijo tras haberlo examinado minuciosamente: Es flojo!Le falta acento! Y pese a todo cuanto pude decir en defensa de aquel desnudo, que
en verdad era hermoso, no quiso dar su brazo a torcer.
Siempre que se encontraba una obra suya ms o menos vieja le
daban ganas de ponerla otra vez en el caballete y retocarla.
Asfue como, a fuerza de ver en casa de mi padre un precioso pastel que ste haba adquirido y apreciaba mucho, Degas fue presa de
su imperioso deseo habitual de retocar el cuadro.
Volva con lo mismo una y otra vez hasta que mi padre, harto ya
de la guerra que le daba, acab por dejarle que se llevara el objeto en
cuestin. No volvi a ser visto nunca ms.
Mi padre peda a menudo noticias de su querido pastel. Degas
responda con evasivas, pero tuvo que acabar confesando su crimen;
haba acabado por deshacer del todo la obra que se le haba confiado
para un simple retoque.
Desesperacin de mi padre, que jams se consol de haber dejado
destruir algo que tanto le gustaba.
Entonces Degas, para compensarle por esa prdida, le llev un da
las famosas Bailarinas en la barra.
Lo gracioso del caso es que desde entonces, durante aos, cada vez
que pasaba ante sus bailarinas le oamos a Degas decirle a mi padre
Decididamente esa regadera es una idiotez, tengo que quitarla de
ah como sea.
Creo que tena razn, y que la supresin del tal utensilio no poda
sino mejorar el cuadro. Pero avisado por la experiencia mi padre no
consinti jams en el intento.
Incluso se ha llegado a decir que la tela estuvo sujeta a la pared
con un candado para que Degas no se la pudiese llevar.
Pura fantasa.
80
La necesidad de retomar una cosa que a su gusto estuviera incompleta no le abandon nunca, y en su casa eran numerosas las telas que
tena intencin de retocar sin que llegara a encontrarlas nunca en un
estado digno de dejar su taller.
Por eso tema tanto una venta de su taller al por mayor, y por eso
tal venta fue una traicin.
Otro ejemplo de esa mana suya, que yo llamara conciencia artstica -a menudo fatal, lo reconozco, nos lo ofrece la aventura de ese
cuadro tan importante que se titula El ballet de la Fuente. Se ve en
l a la seorita Fiacre, la bailarina, en traje de gala, desnudos los pies,
al borde de una charca en la que, cerca de all, abreva un caballo. La
composicin es encantadora e imprevista, pero...
Degas haba presentado ese cuadro al Saln, ya no s en qu
ao. El da del barnizado (lo que en aquel entonces no era cosa de
poco) miraba su tela con bastante ansiedad, sin acabar de ver que
hiciera buen efecto. Tan fresca (an haba estado trabajando en ella
la vspera), estaba evidentemente llena de zonas mates y pareca sin
brillo.
Ve pasar entonces al del barniz con su brocha y su bote: Venga!
Vamos all!Dle una capa! La obra gan con esta operacin? No
lo s... el caso es que de vuelta al taller desde luego no le gust a su
autor, que mand quitar el barniz para retocarla Desastre! Al levantarlo, naturalmente, el barniz se llevaba la mitad de la pintura. Para
no acabar de destrozarlo hubo que dejar el trabajo inacabado. La tela
se qued tal cual en un rincn del taller durante aos.
No fue sino mucho ms tarde (entre el noventaidosy el noventaicinco) cuando al volver a encontrar ese cuadro se le meti en la cabeza trabajarlo de nuevo.
Mand llamar a un restaurador (an no tena relacin con
Chialiva), que mejor o peor levant el barniz que quedaba y dio las
indicaciones necesarias para ejecutar los retoques y reparar los daos
causados. El resultado slo le satisfizo a medias.
Cuando me hizo copiar un Mantegna del Louvre, La sabidura
triunfa sobre los vicios, Degas tena ideas nuevas sobre la prctica de
los antiguos, y pretenda que yo ejecutara esa copia con una tcnica
por l imaginada que recordaba mucho ms a los venecianos que a
Mantegna.
81
CREPSCULO Y FINAL
segunda que le resulta necesaria para hacerse secretamente, estudiada y celosamente, incomparable. Ms an, tan lejos va en ese
encastillarse y retenerse que se aisla aun de lo que fue y lo que
hizo: no hay obra de sus manos que vuelva a ver ante sus ojos y
no quiera destruir, o ponerse a ella de nuevo...
No est hoy poco menos que desaparecida esta especie de
personajes difciles e incorruptibles? La poca es dura con los originales. Se observa cada vez menos ese desdn del renombre que
es propio de los grandes. El individuo se muere, incapaz de soportar el estado de dependencia excesiva que le imponen las innumerables e inmensas conexiones y relaciones que organizan el mundo
moderno. Degas se mofaba una tarde de Forain que corra, llamado por un timbre imperioso, al telfono. Conque eso es el
telfono... le llama cualquiera, y usted va!. Sera fcil extender esa
frmula sarcstica: Conque eso es la Gloria... le cita cualquiera,
y usted se cree que es alguien!....
Pero Degas rehusaba esa gloria de contornos vagos y artificiales, la que engendran las prestidigitaciones estadsticas de la prensa. Despreciaba las alabanzas de aqullos a quienes declaraba incapaces de entender nada de su arte. Y se lo deca en sus mismas narices. El conocimiento legtimo de ese arte suyo era a su parecer cosa
de muy pocos, pues l haba reflexionado tan larga y apasionadamente sobre el problema de la pintura, le haba descubierto o
introducido tantas dificultades, que se haba hecho de l una idea
incomunicable al vulgo, que ni se imagina la sutileza de las bsquedas, ni los misterios de los procedimientos, ni la nobleza o el
espritu de la composicin, ni las fuerzas o finuras en la ejecucin.
Ah no ha dejado de equivocarse ni el mismo Pascal, el que
trat con soberbio desprecio a ese arte que reduca a la vanidad t
perseguir laboriosamente la semejanza de cosas cuya visin no
tiene inters; lo que prueba que no saba mirar, esto es, olvidar los
nombres de las cosas que se ven. Qu no hubiera dicho de los
refinamientos y la casustica de esos jansenistas de la pintura y la
poesa, de un Degas, de un Mallarm, que no vivieron ms que
para alcanzar y perfeccionar, el uno, alguna forma, el otro, algn
sistema de palabras; pero que en tan ftiles objetos de su deseo y
sus afanes emplazaron una suerte de infinito, y en suma... cuanto se precisa para creerlo ya encontrado!
87
De la eminente dignidad
de las artes del fuego
En toda obra se unen un deseo, una idea, una accin y una
materia.
Esos elementos esenciales tienen entre s relaciones muy diversas, no muy simples, y a veces tan sutiles que es imposible expresarlas. Cuando as ocurre, es decir, cuando no podemos representar o definir una obra por un especie de frmula que nos permita
concebirla hecha y rehecha a voluntad, la llamamos Obra de Arte.
La nobleza de un arte depende de la pureza del deseo del que
procede y de la incertidumbre del autor en cuanto al feliz desenlace de su accin. Cuanto ms inseguro de los resultados de su
esfuerzo deja al artista la naturaleza de la materia a la que atormenta y de los agentes utilizados para forzarla, ms puro es su
deseo, y ms evidente su virtud.
Por eso, en todas las artes cuya materia no oponga de por s
resistencias positivas los verdaderos artistas sienten el peligro y el
tedio de una facilidad demasiado grande. La pluma o el pincel les
parecen demasiado ligeros. Les inquieta lo que pueda durar algo
que cuesta tan poco y se desarrolla tan fcilmente. En las pocas
buenas, se les ve crear dificultades imaginarias, inventar convenciones y reglas completamente arbitrarias, restringir sus libertades,
a las que han entendido que era necesario temer, y prohibirse
hacer con seguridad y de inmediato todo lo que quieran.
Y por eso el trabajo del mrmol nos parece ms digno que el
del barro; el buril, ms honorable que el aguafuerte; y el fresco,
(que se ejecuta sometido a la presin del tiempo, y en el que
accin, materia y duracin estn ntima y recprocamente ligadas),
de ms altura y virtud que cualquier clase de pintura donde quepa
volver a empezar, retocar o arrepentirse.
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91
De las cosas preciosas, unas son producto de la rarsima reunin de circunstancias favorables: los diamantes, la felicidad, y
ciertas emociones muy puras, son de esta especie. Pero otras se
forman por acumulacin de infinidad de sucesos imperceptibles y
aportaciones elementales, que consumen un tiempo muy largo y
exigen tanta calma como tiempo. Las perlas finas, los vinos generosos, las personas verdaderamente logradas, hacen pensar en una
lenta capitalizacin de causas sucesivas y semejantes: sus excelencias siguen creciendo sin otro lmite de tiempo que la perfeccin.
Antao el hombre imitaba esa paciencia. Miniaturas; marfiles
labrados a fondo; piedras duras perfectamente pulidas y limpiamente grabadas; lacas y pinturas obtenidas por superposicin de
una gran cantidad de capas finas y translcidas; sonetos amorosamente esperados, voluntariamente demorados, indefinidamente
reanudados por el poeta -todos esos productos de una industria
terca y virtuosa apenas se hacen ya, pues se acab aquel tiempo en
que el tiempo no contaba. El hombre de hoy no cultiva lo que no
se pueda abreviar. Se dira que el debilitamiento de la idea de eternidad en los espritus coincide con el creciente disgusto hacia las
tareas largas. Ya no aguantamos formar un valor inestimable
mediante un trabajo igual e indefinido como el de la naturaleza.
Espera y constancia le pesan a nuestra poca, que trata de librarse
de su quehacer con grandes gastos de energa...
Pero consideremos esos paos de maravilloso colorido. Su
esplendor los emparenta con las ms granadas producciones de la
vida -los litros, las plumas de pjaro, las conchas, los ptalos. No
hay pintura que alcance fuerzas y delicadezas como las que hacen
aparecer unas hebras de seda teida, sabiamente juntas. Punto con
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Libros
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De la diccin de versos
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[payant de ma personne.]
Escabroso tema. Cuanto concierne a la poesa es difcil; cuantos se mezclan en el asunto, de una sensibilidad exquisita. La inextricable mezcolanza de sentimientos singulares y exigencias comunes da ocasin a discrepancias infinitas. Lo ms natural es no
entenderse; lo contrario es siempre sorprendente. Creo que nunca
se llega a un acuerdo sino por desprecio, y que toda armona entre
humanos es afortunado fruto de un error.
Por no hablar ms que de la diccin de versos, es fcil estimar
qu nfimas posibilidades se tienen de llegar a convenir la manera
de proceder. Hay que pensar que, de entrada, existen necesariamente casi tantas dicciones diferentes como poetas existen o han
existido, pues cada uno hace su obra segn su odo singular. Hay,
por otra parte, tantos modos de decir como gneros en poesa, y
como tipos o metros diferentes. Hay todava otra fuente de variedad: hay tantas dicciones como intrpretes, cada uno con sus
recursos, timbres de voz, reflejos, hbitos, aptitudes, bloqueos y
repugnancias fisiolgicas.
El producto de todos esos factores es un nmero admirable de
posibles malentendidos y partidos a tomar -y no quiero decir
nada de las diferencias de exgesis.
Ustedes saben de sobra lo fcil que resulta, con un uso plausible de las variables de la diccin, cambiar un verso que pareca
bello en uno que parece atroz; o salvar por el contrario un verso
que es un desastre espaciando o suavizando un poco las slabas
emitidas.
En resumen, que un intrprete puede segn su inteligencia,
segn sus intenciones y a veces contra ellas, provocar transmutaciones pasmosas de eufona en cacofona o a la inversa. En s
mismo un poema, como un fragmento musical, slo ofrece un
texto, que rigurosamente hablando no es ms que una especie de
receta; el cocinero que la ejecuta tiene un papel esencial. Hablar
de un poema en s, juzgar un poema en s, es algo que no tiene
ningn sentido real y preciso. Es hablar de algo posible. El poema
es una abstraccin, una escritura que espera, una ley que no vive
ms que en alguna boca humana, y esa boca es la que es.
Sin embargo, puesto que todo poeta necesariamente confa al
trabajar en un lector ideal que le sirve como nadie, y que adems
103
pena de reducirse a un discurso extravagante e intilmente medido, exige cierta unin muy ntima entre la realidad fsica del sonido y las excitaciones virtuales del sentido. Requiere una especie de
igualdad entre los dos poderes de la palabra. El poeta es un poltico que emplea dos mayoras. Observemos, en resumen, que en
el canto las palabras tienden a perder su importancia significativa,
y lo ms frecuente es que la pierdan, mientras en el otro extremo,
en la prosa del uso ordinario, es el valor musical el que tiende a
desvanecerse -de manera que el canto por una parte y la prosa por
otro ocupan posiciones simtricas respecto al verso- que se establece en equilibrio admirable y harto delicado entre la fuerza sensual y la fuerza intelectual del lenguaje.
En s mismo esto es muy simple de entender, y no tiene en contra sino malos hbitos y una especie de tradicin mal entendida.
De todo esto deduca yo sin mucho esfuerzo una manera
determinada de decir versos, y muy especialmente los de Racine.
Entre todos los poetas es Racine el ms directamente emparentado con la msica propiamente dicha -ese Racine cuyos
perodos dan tan a menudo la idea de recitativos poco menos cantarines que en una composicin lrica -ese Racine cuyas tragedias
acuda a escuchar atentamente Lulli, y de cuyas lneas y movimientos parecen transformaciones directas esas formas bellas y
esos desarrollos tan puros de Gluck.
As es que expuse estos sentimientos acerca de la declamacin
del verso a los futuros intrpretes de Bajazet, y les exhort a renunciar a esa tradicin que juzgo detestable, consistente en sacrificar
al efecto escnico directo toda la parte musical de la obra. Esa enojosa tradicin destruye la continuidad, la meloda infinita que tan
deliciosamente se perfila en Racine. Consigue que el artista parezca luchar con los versos, soportarlos apenas, encontrrselos a pesar
suyo en una obra que se las podra arreglar sin ellos. Se rompen,
se roban, o a veces parece incluso que se guarda slo lo que estorbe: se acenta y exagera la envergadura y la base del alejandrino,
sus signos convencionales, cosas muy tiles a mi entender pero
que se vuelven medios toscos si la diccin no los envuelve y reviste con su gracia.
De modo que les deca a nuestros jvenes turcos racinianos:
Antes de nada, hganse ustedes a la meloda de esos versos; exa105
minen en detalle la estructura de esasfrasesdoblemente organizadas, en que la sintaxis por una parte y la prosodia por otra componen una substancia sonora y espiritual, y engendran sabiamente una forma llena de vida. No vayan a limitarse a respetar rimas
y cesuras. Sin duda el admirable Autor las observ; pero una
creacin musical no se reduce a una observancia, como antao
creyeron demasiadas personas que, as, han acabado en esterilidad,
vuelto absurdas las reglas, y suscitado como desquite reacciones
terribles. Pero prueben a tomarse su tiempo, escuchen hasta en sus
ltimos armnicos los timbres de Racine, los matices, los reflejos
recprocos de sus vocales, los movimientos ntidos y puros, los
suaves lazos entre sus consonantes, en todos sus ajustes.
Y as, sobre todo, no tengan prisa por acceder al sentido.
Acerqense a l sin forzar, como sin darse cuenta. No lleguen a la
ternura, a la violencia, ms que en la msica y por la msica.
Prohbanse durante mucho tiempo recalcar palabras; an no hay
palabras, slo slabas y ritmos. Sigan en ese puro estado musical
hasta que el sentido, una vez sobrevenido, poco a poco ya no
pueda hacerle dao a la forma de la msica. Ya lo introducirn al
final, como matiz supremo que transfigure su fragmento sin alterarlo. Pero antes de nada hay que haberlo captado.
Al final llegar ese momento. Descubrirn ustedes por fin su
papel, y se emplearn en representar alguna vida. En esa msica
profundamente captada y sentida mezclarn los acentos y accidentes precisos para que parezca brotar de los afectos y pasiones
de algn ser. En ese momento tendrn que distinguir entre versos.
Mtanse un poco en el autor. Vean sus objetos, sus dificultades,
qu le resulta fcil y qu difcil. Enseguida notarn que hay versos
y versos. Unos sirven a la obra de la que son miembros indispensables; anuncian, provocan, desatan acontecimientos; responden a
cuestiones lgicas; permiten resumir el drama, y estn de alguna
forma a la par de la prosa. Es gran arte articular esos versos necesarios; aunque el de hacerlos es mayor. Otros versos sin embargo,
que son la entera poesa de la obra, cantan, y del poeta tienen lo
que l obtuvo de su naturaleza ms honda. No necesito recomendarles esas partes divinas.
Tal fue sin duda mi pequea exhortacin. Et caetera.
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Ingres alargaba a veces el cuello de las odaliscas. El anatomista debe protestar, aun en caso de que disfrute con el dibujo. Cada
cual en su funcin.
Por otra parte me parece que hay precedente. Yo lo ignoraba.
Thrive lo seala en Vigny. La misma causa ha debido de producir igual efecto.
En resumen, si impongo yo mi ti-bi-o, y si hay alguien que
encuentra ti-bi-o ms tibio que ti-bio, no tengo que sentir la
menor in-qui-e-tud de haber vi-o-lado la ley.
Observar de paso que en la prctica la pronunciacin vara
segn regiones. Usted lo sabe mil veces mejor que yo. En lo que
concierne a diptongacin, he notado lo raro que es duel [duelo, o
do] como monoslabo. En cuanto a las palabras en tion, sion o
ssion, cuya diptongacin arruinara -como usted muy bien sealagran cantidad de hermosos versos (y en particular de Racine)- me
parece que esa manera de pronunciar depende de la elongacin de
la slaba precedente, fenmeno que decrece sensiblemente al avanzar de sur a norte. Yndose al extremo, se encuentra opuesto el nazioneitaliano al n-cheun de los ingleses? Esa -cheun es muda, o casi.
Sea como sea, s soy sensible a la armona de ese verso de
Esther.
La nation chrie a viol sa foi
[El pueblo escogido ha violado su fe]
y no hay razn que me impida serlo.
Restan las cuestiones del uso de la lengua y el movimiento
general.
En cuanto al uso, distingo claramente entre el uso general, es
decir inconsciente, y el potico.
El uso general slo est sometido a la estadstica -reflejo de la
media de las aptitudes de pronunciacin. La lengua hablada ordinaria es un instrumento prctico. Resuelve a cada instante problemas inmediatos. Ha cumplido su oficio cuando cada frase queda
enteramente anulada, suprimida, substituida por el sentido. La comprensin es su trmino.
El uso potico por el contrario est dominado por condiciones personales, por un sentimiento musical consciente, constante,
sostenido...
110
Esas condiciones se combinan generalmente con la preocupacin por observar diversas convenciones tcnicas, cuyo efecto es
recordar en todo instante al versificador que no se est moviendo
en el sistema de la lengua vulgar, sino en otro bien distinto.
El lenguaje ya no es aqu un acto transitivo, un expediente.
Por el contrario se le atribuye un valor propio, que debe resultar
finalmente intacto a despecho de las operaciones del intelecto con las
proposiciones dadas. El lenguaje potico debe conservarse el mismo
por s mismo y quedar idntico, inalterable por el acto de la inteligencia que le encuentra o le da un sentido.
Rebasada cierta edad, toda literatura muestra tendencia a crear
un lenguaje potico separado del ordinario, con vocabulario, sintaxis, licencias e inhibiciones ms o menos diferentes de lo
comn. Alzar un plano de esas desviaciones sera muy instructivo.
Esa diferenciacin es inevitable, puesto que las funciones de palabras y medios expresivos no son las mismas en uno y otro. Cabra
concebir que el lenguaje potico se desarrollara hasta el punto de
constituir un sistema de notaciones tan diferente del lenguaje
prctico como los lenguajes artificiales del lgebra o la qumica. El
menor poema contiene todos los grmenes, todas las indicaciones
de ese desarrollo posible. No digo que sea deseable o no. Tal juicio no tendra ningn sentido.
Pero de esas observaciones resulta que debe haber -y hay- un
contraste necesario -constitucional le llamara yo- entre escritor
y lingista. Este es por definicin observador e intrprete de la estadstica. El escritor, todo lo contrario: es una desviacin, y agente de
desviaciones. Lo que no quiere decir que todas le estn permitidas;
pero su quehacer, su ambicin, es justamente encontrar las desviaciones que enriquezcan -las que creen la ilusin de la potencia, o
la pureza o la hondura de la lengua. Para obrar mediante el lenguaje
obra sobre el lenguaje. Ejerce sobre algo que le viene dado una
accin artificial -es decir voluntaria, reconocible- y lo hace por su
cuenta y riesgo. Si se compara el lingista a un fsico, el escritor es
comparable al ingeniero, y por eso es bueno para l consultar a la
lingstica. Naturae non imperatur nisiparendo -es importante que
tenga una idea precisa de las leyes mayoritarias del lenguaje, a fin
de utilizarlas para sus fines personales y cumplir la obra del hombre, que es siempre oponer naturaleza a la naturaleza.
111
1
[Uno pondra quin te ha visto y quien te ve!, aunque nunca en boca de
Bossuet, claro.]
112
Poemas chinos*
118
que, en general, toda historia literaria que slo hable de literatura es obra tan poco slida como sera por ejemplo una historia poltica en que no se mencionaran acontecimientos econmicos.
Cada poca tiene sus grandes excitantes, sus temas dominantes de inters, y la literatura siempre resulta afectada aunque sea
de manera ms o menos directa.
Pues bien, hoy les digo que no se puede entender nada del
movimiento potico desarrollado desde 1840 50 hasta nuestros
das si no se hace patente, se elucida y se precisa el papel capital y
bsico que la msica ha desempeado en esa notable transformacin. La educacin musical del pblico francs, y en particular de
un nmero creciente de escritores franceses, ha contribuido ms
que cualquier consideracin terica a orientar la poesa hacia un
destino ms puro y a eliminar de sus obras todo lo que la prosa
puede expresar con exactitud. Al igual que la msica dividi en
sus comienzos las impresiones auditivas -desechando unas, los
ruidos, que tienen alguna clase de significado pero combinan mal
entre s, y reuniendo por el contrario los sonidos, que de suyo nada
significan pero pueden reproducirse y combinarse muy bien- as
tambin la Poesa se ha afanado, a veces con mucho esfuerzo, a
veces con mucho riesgo, por distinguir en el lenguaje lo mejor
posible esas expresiones en que sentido, ritmo, sonoridades de la
voz y movimiento se armonizan y refuerzan, mientras por el contrario trataba de proscribir aqullas en que el sentido es independiente de la forma musical y de todo valor auditivo.
Esta especie de reeducacin de la poesa (considerando el
perodo que va de 1880 a 1900) tuvo en Lamoureux y los conciertos Lamoureux agentes de primera importancia. As como
Baudelaire tuvo los Conciertos Pasdeloup, Mallarm y sus seguidores tuvieron los Conciertos Lamoureux.
Charles Lamoureux era todo celo, todo escrpulo, todo rigor
y honestidad en su admirable oficio -se verdaderamente sagrado
del director de orquesta, que exige ser a la vez crtico y apstol,
conocedor y hechicero, capitn y virtuoso-. El director de orquesta es un extrao solista, un ejecutante complejo formado por ciento veinte ejecutantes Seor Director, es usted un Monstruo de
Fbula!...
120
123
Historia de Anfin*
(melodrama)
cuarenta aos atrs. Eran los tiempos del simbolismo: cada cual
segn su natural y su escuela, andbamos unos y otros bastante
ocupados en aumentar como mejor sabamos la cantidad de msica que la lengua francesa permite introducir en el discurso. Esa
preocupacin musical y algunas otras que se le sumaron me lanzaron a ilimitadas reflexiones sobre las artes, y poco a poco sobre
otros mil temas que hubiera credo bien lejanos.
Pero nada est lejos del espritu.
Ocurri que me extravi entre tanta curiosidad distinta, lo
bastante para perder el gusto por escribir. Le dejaba a mi fantasa
completa libertad de hacer y deshacer, de crear sin traba y criticar
sin mesura, lo que constituye un peligroso juego, uno de esos juegos de azar en que uno puede arruinarse -pues un pensamiento
privado de toda restriccin externa, dispensado de toda aprobacin y sin miras a una obra o acto definidos ignora su verdadera
naturaleza, que es armonizarse con el hombre entero, y fcilmente se cree todopoderoso y universal: en una palabra, se acostumbra a los dividendos ficticios y las operaciones imaginarias.
Felizmente la arquitectura que me haba encantado en mi
juventud me haba dejado en el fondo un gusto por lo slido, un
cierto modelo de construccin real, y as, una cierta desconfianza
frente a las causas de dao y ruina que la realidad pone en accin
en cualquier cosa, y en particular en las del espritu. El arte de
construir nos recuerda que nada se sostiene por s solo, y que una
cosa es amar la belleza y concebirla, y otra muy distinta que otros
la conciban. As como el peso trabaja y juzga a su modo la obra
del arquitecto, que somete a una crtica constante e implacable,
as ocurre en cualquier materia. Apenas concebida, cualquier produccin vive con peligro, debe sufrir pruebas de resistencia y sostenerse frente a la objecin as como frente a la indiferencia y el
olvido. De esta observacin slidamente fundada pueden sacarse
grandes consecuencias aun en el orden literario, y hasta en poesa.
Incluso en las piezas ms ligeras hay que pensar en la duracin es
decir en la memoria, es decir en la forma, tal como los constructores de agujas y torres piensan en la estructura.
Como pensaba con tal libertad en tantas cosas, y entre ellas
bastante a menudo la msica y la arquitectura, por cierto, deba
126
ocurrir fatalmente que algunas relaciones entre una y otra vinieran a entretener mi espritu. Esas relaciones son fciles de presentir vagamente, delicadas de precisar y definir, y no es imposible
ponerlas en duda -pues todo lo esttico es dudoso. Pero en lo que
a m se refiere me parecan de una evidencia deslumbrante, lo que
quiere decir que deseaba mucho que existieran y eso bastaba para
darles existencia. Distaba mucho de haber sido el primero en
desearlas y por ende percibirlas. Es claro que msica y arquitectura son artes que prescinden igualmente de la imitacin de las
cosas; artes en que materia y forma guardan entre s relaciones ms
ntimas que en las dems; una y otra se dirigen a la sensibilidad
ms general. Ambas admiten repeticin, medio todopoderoso;
ambas recurren a los efectos fsicos de la magnitud y la intensidad,
con los que pueden enajenar sentidos y espritu hasta aplastarlos.
Por ltimo, sus respectivas naturalezas permiten o sugieren todo
un lujo de combinaciones y desarrollos regulares que las acerca o
equipara a la geometra. Olvidaba lo esencial: la composicin -es
decir, la ligazn del conjunto con el detalle- es mucho ms sensible y exigible en las obras de msica y arquitectura que en las artes
cuyo objeto es la reproduccin de seres visibles; pues al tomar
stas elementos y modelos en prstamo al mundo exterior, el de
las cosas hechas y los destinos fijados, se producen impurezas,
alguna alusin a ese mundo ajeno, o alguna impresin equvoca y
accidental.
Nada de esto haba escapado, indudablemente, a esos griegos
que todo lo vieron. Los antiguos tuvieron que haber meditado
sobre esas notables concordancias del arte de los sonidos con el de
las masas y perspectivas. Pero su costumbre, pdica y deliciosa, era
dar figura a sus ideas. Para disfrazar sus temas fsicos o metafsicos
gustaban de fingir personas y dramas en que atributos y accin se
pudieran tomar por lo que parecan, y complacer como un cuento o una historia, o bien descifrarse y traducirse en valores de sabidura o ciencia, en pensamientos. Nuestros mitos sin embargo son
totalmente abstractos. No por ello dejan de ser mitos. Nuestras
ideas no tienen cuerpo. Pensamos con esqueletos. Hemos perdido
el arte mayor de significar con belleza.
Fjense... Lo que acabo de decir es un ejemplo. Acabo de
resumir secamente el argumento de una posible aproximacin
127
130
La conquista de la ubicuidad
I
CRISTOFORO ALLORI
CABEZA DE PAJE
136
No me gustan demasiado los museos. Hay muchos admirables, con nada deleitable. Las ideas de clasificacin, conservacin
y utilidad pblica, que son justas y claras, tienen poca relacin con
los deleites.
Al primer paso que doy hacia las cosas bellas, una mano me
arranca el bastn, un rtulo me prohibe fumar.
Enfriado ya por el gesto autoritario y el sentimiento de coercin, penetro en alguna sala de escultura donde reina una confusin fra. Un busto asoma deslumbrante entre las piernas de un
atleta de bronce. Calma y violencias, sonrisas, pasmos, contracciones y los ms forzador, equilibrios componen una impresin
insoportable. Estoy en un tumulto de criaturas congeladas donde
cada una pide, sin obtenerla, la inexistencia de todas las dems. Y
eso sin hablar del caos de magnitudes sin medida comn, de la
mezcla inexplicable de enanos y gigantes, ni siquiera del resumen
de la evolucin que nos ofrece semejante asamblea de seres perfectos e inconclusos, mutilados y restaurados, monstruos y caballeros...
Dispuesta el alma a cualquier pena, me adentro en la pintura.
Ante m se despliega en silencio un extrao desorden organizado.
Soy presa de horror sagrado. Mi paso se vuelve reverente. Mi voz
cambia y se coloca algo ms alta que en la iglesia, pero un poco
ms baja que en los asuntos ordinarios de la vida. Pronto dejo de
saber a qu he venido a estas soledades enceradas, con algo de
templo y de saln, de cementerio y de escuela... He venido a ins137
140
Los artistas de hoy tienen sus propios mritos; pero hay que confesar que apenas afrontan obras grandes; que no estn a gusto ante
problemas de composicin; que no les gusta inventar. Si inventan,
muy a menudo sucumben al detalle; si no inventan, son incapaces
para los conjuntos. El fragmento les absorbe: debera ser al contrario.
Nuestro arte ya no parece crear ms que por el mtodo exhaustivo. Se refugia en experiencias cuya suma est an por hacer.
As, de nada parece ms alejado, de nada quizs seamos menos
capaces que de vastas empresas decorativas a la vez libres y sabias
como las que se ven en las villas de Venecia.
Trabajos semejantes, que corresponden a los tiempos picos de
la pintura, exigen una reunin de condiciones que en nuestros das
es ms que rara: en el artista suponen un conocimiento completo
de su arte, convertido en l en segunda naturaleza; es indispensable
un extremado virtuosismo. Por otra parte, para dar lugar y medios
de demostrar quin es a esta tcnica hecha carne, hace falta que las
circunstancias sociales admitan y conserven una aristocracia a la que
no le falten riquezas ni gusto, y que se sienta con valor para el fasto.
En la poca en que se daban esas condiciones naci todo un
arte de la sobreabundancia. Rubens fue sin duda su hroe ms
pomposo; pero en la campia que riega el Brenta, en los techos y
muros de las clebres villas palladianas, Verons y sus discpulos ya
haban desplegado sus extraordinarios talentos.
Mientras que la ejecucin de un simple y solitario arte desnudo, un paisaje o una naturaleza muerta, parece bastar para
* Prefacio al libro de G.-K. Loukomski, 1928.
141
Pequeo discurso
a los pintores grabadores*
145
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Berthe Morisot
A propsito de Berthe Morisot - Ta Berthe, como la oigo llamar tan a menudo a mi alrededor- no me aventurar en la crtica
de arte, de la que tengo nula experiencia, ni repetir lo que tan
bien conocen cuantos deben conocerla. Se han instruido en las
gracias de su obra, han sido seducidos por ellas, y tampoco ignoran los discretos atributos de su existencia, que fueron ser simple,
pura, ntima y apasionadamente laboriosa -ms bien retirada,
pero retirada a la elegancia. Saben muy bien que tuvo por antepasados de su gusto y su manera de ver a los pintores luminosos
que murieron antes de David; que por amigos y asiduos tuvo a
Mallarm, Degas, Renoir, Claude Monet y muy pocos ms; y que
persigui sin descanso los nobles fines del arte ms orgulloso y
exquisito, aqul que se consume tratando de alcanzar mediante
ensayos cuyo nmero no cuenta, producidos y desechados sin piedad, la apariencia de prodigio de una creacin surgida de la nada
y lograda a la primera.
En cuanto a su persona, es bastante sabido que fue de las ms
raras y reservadas; distinguida por esencia; fcil, peligrosamente
silenciosa; y que sin saberlo impona a cuantos se aproximaban,
como no fueran los primeros artistas de su tiempo, una distancia
inexplicable.
Con unas cuantas ideas tratar de aclararme un poco la naturaleza profunda de este pintor singularmente pintor, que vivi en
otro tiempo en figura de dama arreglada siempre con delicadeza,
de rasgos notablemente marcados y un rostro claro y decidido, de
expresin casi trgica, en el que a veces se formaba de los labios
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slo una sonrisa tal que daba a los indiferentes lo que les corresponda y les mostraba lo que deban temer.
Todo en sus hbitos y su mirada respiraba eleccin...
Ah quera llegar, a sus ojos. Eran casi excesivamente vastos, y
tan intensamente oscuros que Manet, en varios retratos que le
hizo, los pint negros en lugar de verdosos, como eran, para fijar
toda su fuerza tenebrosa y magntica. Esas pupilas se borraban
delante de las retinas.
Es absurdo pensar que si algn da hubiera que emprender un
anlisis muy preciso de las condiciones de la pintura hara falta sin
duda estudiar muy de cerca la visin y los ojos de los pintores? Eso
no sera sino empezar por el principio.
El hombre vive y se mueve en lo que ve; pero no ve ms que
lo que ocupa su pensamiento. Prueben a poner varios personajes
en mitad del campo. Un filsofo slo advertir vagamente fenmenos; un gelogo, pocas cristalizadas, mezcladas, arruinadas,
pulverizadas; un guerrero, ocasiones y obstculos; y para un campesino sern slo hectreas, sudores y beneficios... pero todos tendrn en comn no ver nada que sea puramente visto. Sus sensaciones no les traen ms trastorno del necesario para pasar a otra
cosa, la que les inquiete. Todos estn sujetos a un mismo sistema
de colores; pero cada cual los transforma sobre la marcha en signos que le hablan al espritu como lo haran las tintas convencionales de un mapa. Esos amarillos, esos azules, esos grises pintorescamente conjuntados se desvanecen al instante; el recuerdo expulsa al presente; el significado de los cuerpos, a su forma. Al
momento ya no vemos ms que esperanzas o nostalgias, propiedades y virtudes potenciales, promesas de vendimia, sntomas de
madurez, categoras minerales; no vemos ms que futuro o pasado, pero no el moteado del instante puro. Algo sin color substituye irremisiblemente a la presencia cromtica, como si la substancia del que no es artista absorbiera la sensacin y no la devolviera jams, ahuyentad? z sus consecuencias.
Opuesta es la abstraccin del artista. El color le dice color,
y l con color responde. Vive en su objeto, en la atmsfera misma de lo que trata de captar, perpetuamente entre tentaciones,
desafos, problemas, anlisis y embriaguez. No puede dejar de ver
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152
Quiz el misticismo consista en reencontrar una sensacin elemental y en cierto modo primitiva, la sensacin del vivir, por un
incierto camino que se hace y se abre a travs de la vida, hecha ya
y sobrevenida.
Me he apartado mucho de mi tema -si es que el mbito de un
tema no es el infinito de los pensamientos que lo determinan.
Quera hacer entender que una vida entregada a los colores y las
formas no es a priori menos profunda ni admirable que otra discurrida en las sombras interiores, cuya misteriosa materia quizs
no sea sino oscura conciencia de las vicisitudes de la vida vegetativa, resonancia de los incidentes de la existencia visceral.
153
En torno a Corot*
155
o timbres casi hasta el abuso, y combinado las ms agudas excitaciones, y especulado sobre la sensibilidad profunda y su omnipotencia, sobre las conexiones irracionales de los centros superiores
con el vago y el simptico ellos que son nuestros maestros
absolutos- fueron tambin los ms intelectuales, los ms razonadores, y a los que ms se les cargaba la cabeza con la esttica.
Delacroix, Wagner, Baudelaire -todos grandes tericos, todos
preocupados de la dominacin de almas por va sensorial. Slo
suean con efectos irresistibles: se trata de embriagar o de aplastar. Del anlisis exigen que les muestre en el hombre el teclado en
que tocar con certeza, y en la meditacin abstracta buscan recetas
que les permitan producir sobre seguro el ser psquico y nervioso
el sujeto de que se ocupan.
Nada ms lejos de Corot que la preocupacin de esos espritus violentos y atormentados, ansiosos por alcanzar y casi por
poseer (en el sentido diablico del trmino) ese punto dbil y oculto del ser que lo entrega y lo rinde entero dando un rodeo por la
profundidad orgnica y las entraas. Ellos quieren esclavizar;
Corot, seducir al que siente. No piensa en someter a un esclavo.
Sino que de nosotros espera hacer amigos, compaeros de su
mirar dichoso un bello da desde el alba hasta la noche.
Corot apenas consulta. Ronda poco el museo al que Delacroix
va a sufrir, noblemente celoso, a sospechar secretos que trata de
sorprender como si fueran secretos militares o polticos. All va
volando a buscar la solucin de algn problema que su trabajo le
acaba de plantear. Desde la calle Furstenberg, de repente, dejando
todo parado, tiene que correr al Louvre, conminar a Rubens a que
responda, interpelar febril al Tintoretto, descubrir en la esquina
de una tela un indicio de preparacin, un poco de fondo que haya
quedado sin cubrir y que explica muchas cosas.
Corot venera a los Maestros. Pero parece pensar que su
hacer es para ellos, nada ms. Quizs estime que los medios de
otro le estorbaran ms de lo que le iban a servir. No es de esos
cuyos celos infinitos se extienden a todo cuanto fue antes de ellos,
y cuya ambicin es absorber toda grandeza pasada -ser ellos solos
todos los grandes Otros y Ellos mismos.
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163
171
Triunfo de Manet
Manet et Manebit
Si la moda estuviese por las alegoras y pluguiera a algn pintor componer un Triunfo de Manet, quiz diera en la idea de
rodear la figura de ese gran artista con el cortejo de ilustres colegas que aclamaron su talento, sostuvieron su empeo y entraron
en la gloria en pos de l, sin que el conjunto pueda no obstante
compararse o reducirse de ninguna manera a una Escuela.
En torno a Manet apareceran entonces las hechuras de Degas,
Monet, Bazille, Renoir y la elegante y singular Morisot; cada cual
bien distinto de los dems en forma de ver, oficio y carcter; todos
distintos de l.
Monet, nico por la sensibilidad de su retina, analista extremo
de la luz y casi se dira dueo del espectro; Degas, dominado por
el intelecto, persiguiendo con acritud la forma (y aun la gracia)
mediante el rigor, la crtica implacable de s mismo que en absoluto exclua la de los dems, y un perpetuo meditar sobre la esencia y los medios de su arte; Renoir, voluptuoso y natural, dedicado a las mujeres y los frutos; no tuvieron en comn sino la fe en
Manet y la pasin por la pintura.
Nada ms raro, nada ms glorioso que someter tal diversidad
de temperamentos, reunir en torno a s hombres tan independientes, tan separados por instintos como por ideas e ntimas certidumbres, tan celosos de lo que encontraban preferible y sin par
en s mismos; y adems tan destacados. Su disonancia se resuelve
magnficamente en acorde perfecto en un punto: se unieron hasta
el fin en torno al nombre del pintor de Olympia.
Pero en esa composicin acadmica y triunfal se habra de
colocar necesariamente otro grupo bien distinto, un grupo de
173
dad del pincel; y las sombras de ese rostro, tan transparentes, las
luces tan delicadas, que pienso en la sustancia tierna y preciosa de
esa cabeza de mujer joven, de Vermeer, que est en el Museo de
La Haya.
Pero aqu la ejecucin parece ms gil, ms libre, ms inmediata. El moderno va deprisa, y quiere obrar antes de que muera
la impresin.
La omnipotencia de esos negros, la frialdad simple del fondo,
las claridades plidas o rosadas de la carne, la pintoresca silueta de
ese sombrero que fue la ltima moda y juvenil; el desorden de
los mechones, las cintas y el lazo que enmarcan los bordes de la
cara; esa cara de ojos grandes cuya vaga fijeza es de una distraccin
profunda y ofrece, de alguna manera, la presencia de una ausencia
-todo se concierta y me impone una sensacin singular...de
Poesa palabra que debo explicarme al momento.
Ms de una tela admirable hay que no tiene por qu guardar
relacin alguna con la poesa. Muchos grandes pintores hicieron
obras maestras en las que no hay resonancia.
Incluso ocurre a veces que el poeta nace tarde en un hombre
que hasta entonces no era ms que un gran pintor. As
Rembrandt, que de la perfeccin alcanzada desde sus primeras
obras se eleva al fin al grado sublime, al punto en que el arte
mismo se olvida y se torna imperceptible, pues captado como sin
intermediarios su objeto supremo, ese embeleso absorbe, arrebata
o consume hasta el sentimiento de maravilla y la percepcin de los
medios empleados. As ocurre a veces que el encanto de una msica haga olvidar la existencia misma de los sonidos.
Puedo decir ahora que ese retrato del que hablo es poema.
Con la extraa armona de los colores y la disonancia de sus fuerzas; con el contraste entre el detalle ftil y efmero de un peinado
de otro tiempo y algo trgico que tifie la expresin de la cara,
Manet hace que su obra resuene, compone un misterio con la firmeza de su arte. Combina la semejanza fsica con el modelo y el
acorde nico que conviene a una persona singular, y as, fija con
fuerza el encanto distinto y abstracto de Berthe Morisot.
179
Miradas a la mar
187
El infinito esttico
Cuanto he dicho del hambre se extiende fcilmente a la necesidad de amor; y por lo dems, a todas las clases de sensacin, a
todos los modos de la sensibilidad en los que pueda intervenir la
accin consciente para restituir, prolongar o acrecentar aquello
que la mera accin refleja parece hecha para abolir.
Vista, tacto, olfato, odo, movimiento y habla nos inducen de
tiempo en tiempo a demorarnos en las impresiones que nos causan, a conservarlas o renovarlas.
El conjunto de tales efectos tendencialmente infinitos que
acabo de aislar podra constituir el orden de lo esttico.
Para justificar y dar un sentido preciso a ese trmino, infinito,
basta recordar que en ese orden de cosas la satisfaccin hace renacer la necesidad, la respuesta regenera la pregunta, la presencia
engendra la ausencia, y la posesin el deseo.
Mientras que en el orden que he llamado prctico alcanzar el
fin hace que se desvanezcan todas las condiciones sensibles del
acto (cuya misma duracin est como reabsorbida, o apenas deja
un recuerdo abstracto y sin fuerza), en el orden esttico sucede todo
lo contrario.
En ese universo de sensibilidad la sensacin y su espera son
de algn modo recprocas, y se buscan una a otra indefinidamente tal como en el universo de los colores los complementarios se
suceden y permutan a partir de una fuerte impresin de la retina.
Esa especie de oscilacin no cesa por s misma: no se agota ni
se interrumpe a no ser por alguna circunstancia ajena -como la
fatiga- que la aniquile, cancelando o difiriendo su reinicio.
La fatiga, por ejemplo, viene acompaada por una merma de
la sensibilidad a la cosa que al principio era deleite o deseo: se hace
preciso cambiar de objeto.
El cambio se vuelve deseable por s mismo: la variedad se
hace necesaria como complemento de la persistencia de nuestra
sensacin, y como remedio a la saciedad resultante del agotamiento de unos recursos finitos, como los de nuestro organismo,
requeridos por una tendencia infinita, local, particular; en tal
caso, seramos un sistema de interseccin de funciones -que tendra una de sus condiciones necesarias en la interrupcin de cada
actividad parcial.
190
Para poder seguir deseando hay que desear otra cosa; y la necesidad de cambio se introduce as como ndice del deseo de deseo,
esto es, deseo de cualquier cosa que se haga codiciar.
Mas si el suceso no se produce, si el medio en que vivimos no
nos ofrece prontamente un objeto digno de tal desarrollo infinito,
nuestra sensibilidad se excita para producir por s misma imgenes de lo que quiere, como la sed engendra ideas de bebidas maravillosamente frescas...
Estas consideraciones tan simples permiten separar o definir
con bastante nitidez ese mbito surgido de nuestras percepciones
y constituido enteramente por relaciones internas y variaciones de
nuestra sensibilidad que he llamado el orden de lo esttico. Pero
el orden de las tendencias finitas, el orden de lo prctico que es el
de la accin, se combina con ste de no pocas maneras. En particular, lo que llamamos una obra de arte es resultado de una
accin cuya meta finita es provocar en alguien desarrollos infinitos. De donde cabe deducir que el artista es un ser doble, pues
combina las leyes y medios del mundo de la accin con miras a
un efecto que es producir el universo de la resonancia sensible. Se
han hecho cantidad de tentativas para reducir las dos tendencias a
una de ellas: la Esttica no tiene otro objeto. Pero el problema
sigue intacto.
1934
191
Prembulo*
mente. Gusto, entusiasmo y sentido crtico se hallaban all en perpetua excitacin. Estoy seguro de que hombres dotados para imaginar y nacidos para crear no faltan nunca; pero les faltan a menudo - y hoy singularmente- esas condiciones vivas, esos aficionados
y conocedores incorruptibles a quienes ni la esperanza de un buen
negocio, ni los trucos de la pluma, ni la ambicin de adelantarse
o seguir a la moda alteraron nunca su bsqueda del disfrute personal ni el ejercicio de su inteligencia original.
Hubo hombres as en Italia desde muy pronto. Petrarca escribe en su testamento:
Dejo a mi seor, el Seor de Padua (careciendo yo de cualquier otra cosa digna de l) mi cuadro de la Historia de la
Bienaventurada Virgen Mara, que es de la mano del excelente
pintor Giotto, y que tengo por mi amigo Michel Vanni, que me
lo envi de Florencia a ttulo de regalo. De la belleza de esa obra
nada advierten los necios, pero los maestros del arte quedan maravillados hasta el pasmo.
Muchas otras causas de malestar e impotencia actan sobre el
artista contemporneo. No sabra yo enumerarlas ni darles un
orden, pues la imagen de un desorden es desorden Se discerniran acaso ms fcilmente examinando las condiciones ms evidentes de produccin de una obra destinada a seducir indefinidamente el alma de las gentes? El ocio, por ejemplo, es decir la libertad en cuanto al tiempo y el poder de derrocharlo sin tasa. Pero
nosotros, por el contrario, vivimos y penamos apremiados por la
hora, disputndole a la absurda prisa del mundo la delicadeza y
hondura de nuestros trabajos. Las necesidades de la existencia y
un sistema de vida demasiado organizado exteriormente no permiten ya bsquedas infinitas ni estudios multiplicados, y perturban la formacin de esas lentas y caprichosas organizaciones interiores de las que se desprenden las obras bellas Cabe imaginar en
nuestra poca a un Leonardo (Lionardo, che tanto pensate) perdindose en apariencia muy lejos de su arte, y desarrollando sus
curiosidades ilimitadas para volver de golpe, desde su tiempo universal de meditacin y ensoaciones analticas, a la Pintura bienamada?
La simplicidad del objetivo no es menos necesaria que el tiempo libre para la feliz elaboracin de las cosas ms bellas. Todas las
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[Je suis ronde, frle et claire, /avec peut-tre une ride/ si fine que je sais
plaire/ encor a quelqu'un d'avide.]
24
[Je suis le lac u repose/comme une voile paresse/l'aile de dinde que laisse/percer ta mtamorphose.]
203
205
Mi busto
encadena a un deseo que engendra una paciencia infinita, le sugiere el sacrificio de lo que puede a lo que quiere, y le dispone a sentir indefinidamente que su obra est an inacabada.
El trabajo se torna entonces su propio fin.
Estaba bastante bien preparado para observar todo esto, y as,
sufrir casi en silencio el suplicio de ser modelo. Me resignaba a la
penitencia de quedarme de piedra largo rato, y en espritu me
diverta de la inmovilidad (que de tanto en tanto se me haca eterna) imaginando las cuestiones, variaciones, dudas, arrepentimientos y decisiones que deban de producirse en lo ms ntimo de mi
escultor.
Su rostro despejado y encantador pasaba y repasaba de la
expresin de una dureza imperiosa a una alegra infantil, y en
algunos momentos haca su aparicin el grupo entero de las emociones de un combate con el ideal. El rostro del que crea trabaja
singularmente.
He dicho que estaba bastante bien preparado para hacerme a
la escultura observando las operaciones de un escultor. Pues las
obras de arte me emocionan algo menos - o menos hondamentepor el placer directo que pretendan darme que por la idea que me
inspiren de la accin del que las hizo. Hay en m una tendencia
original, invencible acaso detestable a considerar la obra acabada, el objeto finito, como desecho, residuo y cosa muerta; a veces,
sin duda, tan bella y pura como la concha de la que una vida
form el ncar y la espiral, pero que la vida ya ha abandonado
dejndola inerte a merced de la muchedumbre de las olas.
Antes esos objetos, una vez que me han retenido, no puedo
sino tratar de recomponer en mi espritu el perdido poema de su
generacin. Pienso en la materia de esas obras, a un tiempo hostil
y propicia, esclava o ama, coercin o pleitesa; y la veo pasar del
desorden al orden, de lo informe a la forma, de lo impuro a lo
puro. Imagino al artista adoptando por turno tantas caras y actitudes: inventor y poeta, ejecutante, luchador y jugador que tienta
su suerte; ora improvisador, ora calculador, ora observador minucioso. Sin olvidarme del gran papel del azar, afrontado y combatido, implorado a veces, a veces propicio... De esto me gusta que
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laridad o personalidad de esa eminencia. Pero la mirada, negrsima, se posa, se endurece otra vez; se vuelve semejante a la del espadachn cuyo ojo agudo distingue el fallo en la guardia del contrario. El contrario soy yo. Yo soy la Dificultad. Es la movilidad, la
complejidad de mis rasgos la que exige tantas bsquedas, un anlisis tan minucioso pero tan atento al estilo, y una sntesis tan prudente!
Es ms: mi busto es sensiblemente ms grande que el natural.
Esa opcin, bastante favorable para la interpretacin del detalle en
una cara muy accidentada, exige ms imperiosamente del artista
una conciencia constante del conjunto. Hace falta un gran valor
para arriesgarse a buscar parecido a esta escala.
El parecido es una trampa en que se enredan y perecen
muchos artistas. Hay un parecido superficial que puede alcanzarse en poco tiempo, y una expresin suficientemente elocuente de
la fisonoma que alguien un poco hbil captar con tanta presteza
como ciertos caricaturistas. Pero un trabajo llevado con tal ligereza no resiste el examen. En esas obras no puede la contemplacin
ahondar ms de lo que sus autores lo hayan hecho en el estudio y
la construccin. Cuanto ms se las mira, ms se alteran y descomponen bajo la mirada. No hay que pararse en un primer parecido. Digo ms: no hay que querer el parecido por encima de todo:
al contrario, debe resultar de una convergencia de observaciones y
acciones que en la forma del conjunto acumulen una cantidad en
constante aumento de relaciones observadas entre las partes. El
buen trabajo es aqul en el que siempre se puede llevar ms lejos
la bsqueda de precisin sin tener que cambiar de criterio ni de
puntos de referencia.
No soy capaz de decir hasta qu punto me han maravillado y
enseado la precisin y asombrosa paciencia de mi escultor. Pocos
hombres en el mundo de las artes me han parecido capaces de tal
energa, de atencin tan sostenida y lcida.
A veces hemos discutido vivamente. Yo pretenda que estaba
equivocada en tal o cual punto. Corra al espejo, que ella recusaba. Me palpaba y tanteaba mi cara, y tocando probaba a encontrar en la del busto correspondencia de formas. Pero la gran que212
214
Hontanares de memoria*
219
Notas
fecto despego de todo aquello que en la vida humana no se ordene a una vida segunda de facilidad laboriosamente conquistada y
dominio de los medios, ese dominio que es el nico capaz de darle
al artista la libertad decisiva y alegre que soara durante toda una
primera existencia.
- A propsito de la parte titulada Degas y la Revolucin, en las
notas correspondientes al 5 de mayo de 1918 de Andr FONTAINAS, De Mallarm a Valry (aparecido en la Revue de France,
15 de septiembre de 1927, p. 344) se puede ver la historia contada por Valry acerca de los orgenes del secreto malentendimiento, velado por una spera cortesa, que reinaba entre Degas y
Mallarm: segn la cual, el abuelo Degas, una especie de agente
de cambio obligado a huir de Pars en 1793 o 1794, haba sido
prometido de una de las famosas vrgenes de Verdn que el
abuelo Mallarm, miembro de la Convencin, haba perseguido
ferozmente hasta la ejecucin.
- En las notas a La velada con Monsieur Teste se cita la carta a
Gide de 11 de Enero de 1896 en la que Valry, tentado por el gnero del retrato, dice haber pensado en hacer un Degas, as como
los textos de Valry acerca de las relaciones entre Degas y Teste.
- La Correspondance con Gide proporciona algunos detalles
preciosos sobre las relaciones de Valry con Degas:
El 7 de febrero de 1896 Valry dice deberle a Rouart haber
conocido a Degas, un conocimiento precioso. Ese hombre me
agrada infinitamente, como su pintura Tiene un aire tan inteligente! Y sin las ridiculas coqueteras de Mallarm, que le duran
demasiado.
l tiene otras (p. 260). Como se sabe, Degas rehus la dedicatoria de La velada con Monsieur Teste (vase la nota referida a
este texto en el volumen correspondiente). El 5 de octubre de
1896 Valry le anuncia a Gide que esa noche cenar en casa de
Rouart, a quien le piensa hacer desde el principio un elogio entusiasta y sincero de los ltimos Degas expuestos (p. 281). En
1898, el 14 de febrero, carta a Gide en la que se anuncia que
Valry ha comprado en Durand-Ruel algunas fotos segn Degas
que me han hecho violar mis principios antiicnicos (p. 312); el
11 de marzo:
226
228
P. 99. LIBROS-LIVRES
pp. 5-7.
235
237
consecuencia al medio en que se mueven, a las duraciones y composiciones sucesivas de sus presencias. De b que pueden resultar obras de
valor significativo complejo; y es por eso por lo que he empleado el
trmino litrgico. Y como final del texto, aparece esta frase: Me
haca falta un gran msico. Lo he tenido.
- En Paul Valry vivant, pp. 116-118, se pueden encontrar
fragmentos de cartas de Valry en el artculo de Arthur HONEGGER En marge de l'Histoire d'Amphion.
Aadamos esta lneas de una carta de 1937 a Pierre Fline, en
el artculo de ste ltimo titulado Souvenirs sur Paul Valry,
Mercure de France, 1 de julio de 1954, p.427:
...he visto cuasi-interpretar fragmentos de L'Ame et la Danse
el ao pasado, en la sala Pleyel... y me pareci todo con demasiado "estilo" y demasiado rebuscado para la escena.
Amphion y Smiramis requieren en principio una gran puesta en escena, y en la pera los asesinaron".
Vase en el tomo I de la edicin Gallimard-Pliade las notas a
Amphion y Smiramis. Valry no dedic a ese segundo melodrama
ningn ensayo comparable a su Historia de Anfin, pero se le pueden acercar las pginas aparecidas en Le Mois, n. 41, junio de
1934, pp. 217-222, bajo la rbrica lesArts-Une opinin:
SEMRAMIS
por Paul Valry,
de la Academia Francesa
La Smiramis cuyo nombre he dado yo a un espectculo de
la pera no toma de esa fbula, conocida ya en los cuentos de la
Antigedad, ms que ese nombre y algunos rasgos de bulto.
Bastaba a mis propsitos que fuese una reina guerrera y mujer
voluptuosa. Haca falta tambin que pudiera usar de ella libremente, y prestarle cierto rostro y cierto carcter sublime que permitieran coordinar tan poticamente como fuera posible las diversas artes del teatro: mmica, msica, declamacin, coreografa,
visin y plstica.
241
Tal coordinacin me parece deseable y no imposible. He pensado en ella hace mucho tiempo. Observaba que la pera y el
drama lrico son combinaciones impuras. Las personas se mueven
y actan como en la vida ordinaria; a veces quiz con un poco ms
de pompa o vivacidad de lo que se usa en sociedad. Pero cuando
vienen a expresarse, no hablan, no usan la palabra llana y "pragmtica": cantan... De modo que no hay armona entre actos y discursos, sino contraste; y el universo sonoro creado por la orquesta, en cuya resonancia debe aunarse o rundirse la entera diversidad
de medios del espectculo, no impone su ley con el rigor que sera
menester, puesto que no dirige los movimientos del drama, o slo
muy lejanamente los prepara.
En cuanto a la danza, se introduce como por accidente.
Ninguna relacin ntima liga su intervencin a la estructura del
conjunto. No se ha creado la necesidad correspondiente. Nada
hace precisa su presencia.
Hace unos cuarenta aos me entretuve en especular en torno
a estas cuestiones, como amante complacido de problemas imaginarios que era entonces. Me entregaba a la ilusin de que un anlisis suficientemente fino del deseo de organizacin que vea en m
no podra dejar de llevarme, si ya no a soluciones realizables (de
las que apenas me preocupaba), s al menos a visiones tericas bastante interesantes.
No expondr aqu el sistema que conceb en esa poca. Sera
muy largo y abstracto sin duda desarrollar mis convenciones y
deducciones. Pero en su momento las encontraba de una precisin suficiente para arriesgarme, cierto da, a tener una conversacin al respecto con Debussy, a quien vea por entonces con bastante frecuencia y familiaridad. Incluso le propuse un Amphion,
idea primera del que hice con Arthur Honegger hace cuatro aos.
A Debussy, entre otras cosas, le dije que pretenda darle a cada
parte (orquesta, mimo, canto, danza y decorado) una funcin muy
clara y definida con mucho ms rigor que de ordinario (mediante
reglas y condiciones razonadas) -de modo que en trminos formales se le ofreciera al espectador un edificio indivisible de sonidos y
significados- pues mi propsito era,en suma, crear una forma.
242
As como el principio de la msica es (o fue) excluir los ruidos para no retener ms que sonidos, y dejando a un lado otras
sensaciones auditivas cultivar aqullas cuyas relaciones aprecia
fcilmente el odo y pueden, en consecuencia, clasificarse, anotarse y reproducirse con bastante exactitud, y luego combinarse y
prestarse a desarrollos puramente "estticos", as tambin era posible concebir un sistema que aunara en unidad compleja todos los
medios del teatro lrico, coordinados mediante convenciones. El
uso de las mismas permitira excluir o al menos limitar la imitacin directa de la vida en el escenario, para acercarse a una composicin ms pura de todos esos medios que he nombrado. Es as
como en poesa la rima y las formas fijas tienen por efecto estorbar en el poeta la tendencia a volver a la prosa.
Ese sistema, en suma, sera bastante comparable por su disciplina convencional y sus ideas preconcebidas al sistema de la
liturgia.
Le he dado a ese gnero de espectculo el nombre de melodrama, usurpado desde hace mucho tiempo por producciones
tenebrosas y crueles que no tienen ms objeto que encoger corazones y llamar al llanto. Melodrama es literalmente eso: accin con
msica; accin en ntima ligazn con el designio y los impulsos de
una obra de msica.
Andr Gide ha adoptado ese nombre para su Persphone.
Debussy olvid enseguida mis palabras, y yo mi idea, en la
que no vea ms que una especulacin sin porvenir.
Hizo falta el concurso de gran nmero de circunstancias
improbables para que se me volviera a pasar por la cabeza y tuviera que pensarla de nuevo con preocupaciones de autor. No es que
el Amphion que se present al pblico hace tres aos ni la
Smiramis de anteayer sean producciones conformes en todo a mis
perspectivas primitivas; se alejan bastante de ellas, en las que se
inspiran, pero de las que se desvan por necesidad. Sin duda en el
margen de los libretos les he prescrito ciertos deberes y prohibido
ciertas libertades al msico, al decorador, al director de escena y al
coregrafo. Pero aunque jams hubiese trabajado en el teatro no
ignoraba que nada se hace entre varios como lo hace uno solo, ni
243
1. Serge Lifar a l'Opra Defin par Paul Valry Parl par Jean
Cocteau Vcu par Serge Lifar, con croquis de movimientos por
L.Pageot-Rousseau, Pars, T.de Champrosay, 1943 (acabado de
imprimir el da de Navidad). Tras una nota del editor firmada
T.C., sigue el Prefacio de 3 pginas de Valry: Va Lifar de ballet
en ballet.... El fin de este texto proporcionar el ltimo prrafo
del segundo elogio, en el volumen que se cita a continuacin.
2. Serge LIFAR, Penses sur la dame, ilustrado por Aristide
MAILLOL, con un prembulo de Paul Valry, Pars, Bordas 1946
(acabado de imprimir el 28 de febrero). El prembulo de Valry,
sin ttulo, ocupa las pginas 1 y 2: El alma de la danza le habita... sus ideas sobre la danza tienen en el autor de L'Ame et la
Danse un admirador.
CINEMATOGRAFA
247
248
Apareci en Le Gaulois, 4 de abril de 1923, y como cuadernillo en la coleccin Les Introuvables, n. 3, ed. de la casa EmilPaul Frres, 1925. Recogido en todas las ediciones de Pices sur
l'arty en el tomo H de las CEuvres (1938), pp. 115-120.
-Sin duda es este el lugar conveniente para reproducir las inscripciones del Palacio de Chaillot, debidas como se sabe a Paul
Valry. Una fotografa de las mismas se ofrece en Paul Valry
vivant (lmina 2, frontera a la p. 13).
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DANS-CES-MURS-VOUS-AUX-MERVEILLES
J'ACCUEILLE-ET-GARDE-LES-OUVRAGES
DE-LA-MAIN-PRODIGIEUSE-DE-L'ARTISTE
GALE-ET-RIVALE-DE-SA-PENSE
L'UNE-N'EST-RIEN-SANS-L'AUTRE
IL-DPEND-DE-CELUI-QUI-PASSE
QUE-JE-SOIS-TOMBE-OU-TRSOR
QUE-JE-PARLE-OU-ME-TAISE
CECI-NE-TIENT-QU'a-TOI
AMI-N'ENTRE-PAS-SANS-DSIR
TPUT-HOMME-CRE-SANS-LE SAVOIR
COMME-IL-RESPIRE
MAIS-L'ARTISTE-SE-SENT-CRER
SON-ACTE-ENGAGE-TOUT-SON-TRE
SA-PEINE-BIEN-AIME-LE-FORTIFIE
CHOSES-RARES-OU-CHOSES-BELLES
ICI-SAVANTMENT-ASSEMBLES
INSTRUISENT-L'OEIL-A-REGARDER
COMME-JAMAIS-ENCORE-VUES
TOUTES-CHOSES-QUI-SONT-AU-MONDE
[Entre estos muros consagrados a las maravillas acojo y doy
cobijo a los trabajos de la mano prodigiosa del artista igual y rival
de su pensamiento la una no es nada sin la otra
Depende slo de quien pasa que sea yo tumba o tesoro que
hable yo o que me calle es cosa tuya amigo no entres sin deseo
Crea todo hombre sin saberlo como respira pero se siente el
artista crear envuelve su accin su ser entero su pena bienamada
le da fuerzas
Cosas raras o bellas aqu sabiamente juntas ensean a mirar al
ojo como nunca vistas cuantas cosas hay en el mundo.]
P. 1 4 1 . LOS FRESCOS DE PABLO VERONS
-LES FRESQUES DE PAUL VRONSE
Aubry, Bibliothque de la Pliade, pp. 533-537), en la obra publicada por las ditions des Quatre Chemins en 1946 Berthe
Morisot, Seize Aquarelles. Prfaces de Stphane Mallarm et Paul
Valry.
A este ensayo hay que aadir el artculo Au sujet de Berthe
Morisot (La bourgeoisie a cettepropiet fondamentale...) aparecido en el catlogo de la exposicin de 1941 en el Museo de
l'Orangerie, reimpreso en Vues, pp. 337-345.
P. 193. PRAMBULO-PRAMBULE
- Prembulo es el ltimo de los ensayos dedicados especficamente a la pintura en Piezas sobre arte. No est fuera de lugar aadir al mismo:
1. Una carta escrita en 1922 a Maurice Denis tras la lectura
del libro de ste ltimo Les Nouvelles Thories, editado por Louis
Rouart. Esta carta apareci en Lettres quelques-uns (pp. 141143):
Querido Denis:
Me he pasado metido en casa unos cuantos das, que no he
perdido. Tena su libro para cambiar en discurso silencioso, en
sutiles instantes suspensos, la melancola de enfermo a la luz del
fuego... Se me olvid que no era yo pintor y le he seguido, le he
hecho detenerse y repetir a usted con cierta pasin.
Es que tengo debilidad por la dialctica; pero os confieso en
secreto que casi siempre me chocan las teoras y discusiones de los
artistas. Les sigo viendo viciados por el hbito de tener como trasfondo de su pensamiento la prctica, la prctica inmediata e individual. Me parece que un artista jams puede llevar hasta el fin
una teora de su arte porque un sentimiento pnico, un terror de
s mismo, le agarra siempre en pleno anlisis y le devuelve casi fsicamente a la accin. El miedo a encontrarse desnudo, sin su haber
primitivo -la idea de impotencia consciente- asesina prematuramente sus reflexiones.
Entonces, como no tenga fuerza y finura para limitarse magnficamente a algunos aforismos densos y refractarios hasta no
tener precio -llama a su Teora monlogo infinitamente particular en donde -lo que quisiera hacer -lo que quisiera imponer -lo
que quisiera disimular -lo que en l es fcil, y difcil, sus fingimientos y sus dichas irregulares, toman apariencia universal.
Una Teora sera todo lo contrario! Una verdadera disciplina
es ya de entrada una inversin de nuestro sentido ms ntimo, que
es ingenuo y data de nuestro advenimiento al pensar. No se vuelve a la prctica sino tras un distanciamiento tan severo que parece infinito, durante el cual es necesario ser como ciego e insensible a lo temible de las consecuencias que se van sacando, para no
aferrarse sino a su rigor. En fin, que la prctica que debe juzgar no
debe haber mandado...
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todas las verdades lo son. Se ve aparecer distinciones muy fructferas entre los tres estilos de nuestros tres artistas, al tiempo que se
conserva en lo sustancial su asociacin en el pensamiento. De ese
modo se ve uno llevado a investigar con ms finura sus semejanzas y contrastes. Tres maneras entre las que se haca patente de
entrada una insuperable analoga se repugnan ahora, y se perfilan
tres naturalezas bien diversas, tres miradas bien distintas sobre el
Hombre, tres modos irreductibles de interpretar el Hombre y servirse de l.
Quede claro que no se pone en cuestin el "oficio" de ninguno. Sus medios materiales apenas tienen algo en comn.
Digo que son la necesidad, el instinto y la pasin de emplear
la imagen del Hombre para alguna finalidad profunda, de darle
un sentido, un valor, una misin de alguna clase, y comunicarle
una carga de vida enteramente distinta de la que transporta cualquier ser real, que es todo eso lo que nos obliga a agrupar a esos
verdaderos "creadores". Les sentimos idnticamente preocupados
por ese empleo, y como consagrados a l. Pudiera ser que a cierta
edad cada uno haya descubierto que haba algo que hacer con la
semejanza del Hombre y la diversidad de tipos y actitudes, tomados como medios no tanto de expresin cuanto de accin sobre
los espritus. En cada uno de ellos esa idea fue quizs el hallazgo
de su vida...
Eso les opone en comn a los artistas para quienes la representacin de individuos y de sus maneras de arreglarse con el
ambiente es un fin en s. En cuanto a las obras de stos ltimos,
tan pronto tienden a producir una imitacin muy fiel de la naturaleza, que puede combinarse con personalidad y encanto en la
ejecucin, como una manera de composicin ornamental que
dispone cosas y figuras alrededor para crear una visin magnfica
o placentera por forma o color. Pero ni unos ni otros proponen a
aqul a quien sus obras cautivan otra cosa que una contemplacin
completa en s misma. Una obra maestra de esta especie excita el
deseo que satisface, lo regenera y colma; y a travs de un intercambio de la mirada, cada vez ms amorosa, y el estudio, cada vez
ms preciso, con la satisfaccin y el encanto que les recompensan
cada vez ms, se establece su perfeccin. Se hace abstraccin total
de la persona que la produjo, de su vida, sus pasiones y los suce258
sos que haya vivido. El efecto prescinde de ellos. Sin duda a los
curiosos puede inquietarles; pero qu le importan al goce los
curiosos? Aqu nada nos obliga a invocar la existencia de un ser del
que la obra fuera voz, a inventarnos alguien de suerte que la obra
venga a ser expresin suya, de un juicio que sostiene, una clera
que despide o una meditacin que da a pensar.
Pero me resulta imposible, por el contrario, mirar la ms
pequea produccin de Miguel ngel, Rembrandt o Daumier sin
notarme imaginando ya en la penumbra de mi atencin un poderoso personaje, de quien carcter, experiencias vitales o sociales,
tormentos y reacciones singulares vienen exigidos por lo que veo,
pues lo que veo significa y pide un sentido. Cosa que adems atestiguan incluso las opciones arbitrarias de los artistas: en quienes la
luz y sus sombras no son menos significativas que los cuerpos, y s
usadas como ellos para provocar un mximo de significacin.
Pero en cuanto aparecen los aspectos que les oponen, se separan estos tres hombres que no miran al Hombre como objeto,
como cosa a dibujar con placer y por placer; sino como figura particularmente apropiada para ilustrar intenciones o sentimientos
humanos, inhumanos o sobrehumanos mediante la exageracin
deliberada de algunos rasgos.
Miguel ngel profetiza, fulmina, doma, condena, domina.
Su Hombre est en relacin con el universo. Le carga de msculos, y esos msculos parecen siempre dispuestos para hacerse
cargo. No se puede privar de hacer notar la fuerza, que es la suya,
aun en las mujeres, que crea slidas y siempre graves. Todo lo que
hace expresa autoridad y las ms graves responsabilidades, las que
requieren espaldas de Titn para aguantarse. Hay en l severidad
de juez y una tristeza aplastante. De los tres, es el telogo.
Rembrandt sera el filsofo. La fealdad de los seres poco le importa. Siente curiosidad por sus expresiones y los actos de su vida ntima, de la que a veces obtiene efectos de extraordinaria grandeza
religiosa. Su realismo muestra en el cuerpo humano la miseria de
haber vivido, el abatimiento de haber pensado, los signos de la
decrepitud; se complace en iluminar y dorar cosas srdidas, carnes
hinchadas, arrugas... Todos los secretos de lujo de la pintura veneciana le resultan familiares, y los emplea de extraa manera para
crear un deleite taciturno.
259
263
En 1873 el Sr. Dubois expuso Eve Naissante, una composicin llena de gracia; y al ao siguiente, Narcisse; pero ambas obras
pasaron bastante inadvertidas.
Fue por entonces cuando de improviso el Sr. Dubois se dio a
conocer como pintor. Para sorpresa de todos expuso un retrato de
grupo de su familia en el que, adems de la caracterstica excelencia en la forma y la pureza y precisin en el diseo que corresponden a un escultor, se encuentra un inesperado conocimiento
del color y una solucin soberbia a los problemas que ha de afrontar el colorista. Ms tarde, aparecieron sus Jeunes Filies en gris, obra
que por su plasticidad en el tratamiento del tema suscit la admiracin hacia el artista. Las gentes ya empezaban a pensar que haba
abandonado la escultura cuando produjo la que constituye su
obra maestra, la gran composicin con la que se puede decir que
gan definitivamente la libertad de su arte.
En 1876 dos esculturas sacadas de esa obra maestra fueron el
gran xito del Saln. Representaban la caridad [ Chant] y el valor
militar [Courage Militaire], y estaban destinadas a formar parte
del monumento al General Lamoricire, en Nantes. Jams ha existido tan perfecta armona entre la tumba y quien descansa en ella.
Las virtudes esculpidas por Dubois son epitafios fieles al noble
Lamoricire. Jams existi un hombre con tantas virtudes castrenses. Luch como un hroe por un ideal y una causa perdida;
y bien mereci la gloria postuma de ser inspiracin para la obra
maestra de un gran artista. La Charit est representada en forma
de joven sentada que da el pecho a dos nios. La crtica del
momento fue unnime en sus elogios entusiastas. La figura desciende en lnea directa de las creaciones ms puras de Rafael, y
como las Madonnas de este pintor es de una pureza divina que en
su majestuosa maternidad conserva la gracia y delicadeza asociadas al ms tierno de los misterios cristianos, junto con todo el
encanto de la perfeccin en la Antigedad. El simblico alimento
vivo y puro que de ella mana para los dos frgiles inocentes que
tiene a los pechos no merma su belleza; al contrario, est radiante
en su benfica munificencia, aadiendo al don de la vida el don,
no menos admirable, de la belleza.
Para lograr un equilibrio mental y ornamental esta estatua
exiga otra en armona con ella, su complemento en un alma
267
rio, sugiere incluso el color de los mismos: uno los imagina grises
y fros, con pupilas pequeas.
Me detuve largo tiempo ante ese busto y esos ojos. Lo observ desde todos los ngulos. Me pasaban por la cabeza las pocas
palabras que la historia nos cuenta sobre este hombre, y sent todo
el placer y la pasin de Houdon cuando intentaba traer a su imaginacin y reproducir en el mrmol al oscuro, severo e infortunado Duquesnoy.
Paul VALRY
Apareci encabezando Fontaines de mmoire Poemes (19051934), Avertissement de Paul Valry, Le Divn, 1935. Recogido
en la 3. a edicin de Pitees sur l'art pero no as en el tomo H de las
(Euvres.
Junto con los cuatro fragmentos agrupados en la primera
parte, De la diccin de versos, Carta a la Sra.C..., Los derechos del
poeta sobre la lengua y Poemas chinos, este texto que da fin a Pieces
sur l'art constituye la aportacin de esta recopilacin a la potica
de Valry, tan abundantemente representada en Varete, Mlange,
Telquel..., a los que aqu basta con remitir. Nos limitaremos a aadir al conjunto:
1. Este extracto de una carta a Gide, enviada desde
Montpellier el 15 de junio de 1891:
El artculo de Psichari es una aproximacin de valor problemtico. Este no es an el que har la Potica por hacer. La mtrica es lgebra: es decir, la ciencia de las variaciones de un ritmo fijo
segn ciertos valores dados a los signos que lo componen. El verso
es una ecuacin que est dispuesta con justeza cuando su solucin
es una igualdad, es decir simetra. El ritmo es cuestin de submltiplos. Lo admirable es que utiliza y exagera estticamente la
inconsciente obediencia de nuestro ser -todo entero- al tiempo y
al nmero Hay gentes que andan o digieren errneamente! La
272
invencin por otra son cosas buenas o malas de suyo. El alejandrino ms estricto, el verso libre, estancias y estrofas de simetra ms
o menos complicada, quasi-poemas, prosa casi-lrica... todo es lcito en la actualidad, todo lo recibe la opinin sin un grito; y no
queda acritud sino en las personas que no pueden evitar ponerla en
cualquier cosa -hasta en un asunto que tiene por objeto el placer.
Nada es verdad en las artes; todo en ellas es singular. Los juicios
absolutos sobre las obras no juzgan sino a los jueces, de quienes
descubren gustos, intenciones, y principalmente carcter.
Cmo se pretende razonar con algn grado de generalidad
cuando faltan los elementos primeros de un razonamiento slido?
Hablamos de estilo, forma, ritmo, tradicin y originalidad, y nos
veramos en aprietos para acordar con nosotros mismos el sentido
de esas palabras tan tiles y misteriosas. Es slo un juego echar por
tierra toda tesis que las contenga.
He aqu por qu todas nuestras discusiones estn necesariamente infectadas por un espritu personal. Ese espritu es el que
infunde a las palabras de que hablaba antes el sentido ms favorable en cada ocasin a nuestros humores secretos.
De modo que en la libertad actual encuentro un motivo bastante grande de contento. Veo en ella incluso un indicio de algn
tipo de progreso en el sentido crtico y lgico del pblico -pues el
primer grado de la lgica es el discernimiento de lo demostrable y
lo que no lo es.
En el mbito de la poesa, por fortuna, no existe ningn
medio que no sea abusivo para prescribir o prohibir algo a
alguien. En verdad existen -deben existir- algunas leyes puramente estadsticas, pero ese gnero de leyes es por definicin
inaplicable al juicio de las obras de arte.
En cuanto a las reglas -aunque llamarlas as ya es no entender nada de su esencia, no las hay para los placeres; s se les pueden asociar convenciones. Se puede aprender a disfrutar de algunas
convenciones debidamente observadas: es el mecanismo de cualquier juego.
Una vez existen y se acostumbra uno a guardarlas, se puede
disfrutar adems con infringirlas.
Yo creo que siempre he hecho versos de bastante regularidad.
Algunos hasta se mostraron dolidos por ello, en lugar de por m.
274
Es ms, por razones particulares he venido a ponerme algunas trabas y condiciones suplementarias. Pero si maana me entran
ganas de tirar la rima y todo lo dems, no contar por slabas y
abandonarme slo a los deseos de mis odos, s perfectamente que
no he de encontrar en contra verdad alguna esencial a la poesa, y
har lo que me plazca.
3. Rponse, aparecida en Commerce, XXIX, invierno de 1932,
pp. 7-14:
Mi opinin acerca de la Poesa es la de un hombre de sesenta aos que ha visto nacer y perecer una buena cantidad de escuelas, tendencias y obras; extenuarse no pocas voluntades; oscurecerse alguna gloria, reducirse a cenizas bastantes entusiasmos, y
muchos seres, a sombras.
Pero ya desde los tiempos de mi juventud no me esperaba
algo distinto. Nunca he credo que fuera necesario dar un valor
infinito a los resultados exteriores, ni hacer depender la vida propia de los efectos que pudiera producir en otros. Por eso, reservndome los frutos ntimos de mi trabajo, me he mantenido largo
tiempo apartado de la accin literaria, que poco a poco, lo confieso, haba terminado por parecerme incompatible con las exigencias del pensamiento preciso y profundo. Como circunstancias
independientes de mi voluntad me han sacado tardamente de ese
estado cerrado en el que yo estaba hecho para permanecer, no he
tenido otro remedio (puesto que haba que escribir) sino escoger
y decidirme; y as, que pareciera proponer una "Esttica". Con
todo, nunca me he permitido la pretensin de prescribir ni prohibir lo que sea a quien sea en materia de literatura, arte o filosofa -ni en las dems. Cuanto me he permitido o prohibido a m
mismo lo fue solamente a ttulo de conveniencia, o de experiencia personal y temporal. No es que no tuviera yo mis preferencias,
tenaces, y exclusivas, y hasta bastante violentas; pero cuanto ms
me complaca en cierto sistemas que me haba forjado, cuanto
ms me apegaba a ciertos autores, ms senta que por eso mismo les
negaba valor universal. Si lo que ms amo, lo que me aclara ms,
debe ser necesariamente lo ms conforme o armnico con mi
naturaleza, entonces debe corresponderme en forma tan singular
275
maravilla. Llegu a preguntarme si lo que haba sentido ms divino, lo que haba deseado con ms ardor en esa categora de acontecimientos del espritu, no podra acaso interpretarse como
sobras y desperdicios de la actividad mental, efectos de excitaciones locales, impotentes para alcanzar la forma completa del acto
intelectual reflexivo...
Eso era poner en cuestin toda Literatura, y en particular la
moderna. Era decretar que el Oro es un vil metal, y valorarlo todo
en cantidad de trabajo consciente.
A consecuencia de esta actitud decid rehusarle toda importancia a consideraciones de novedad o tradicin, originalidad o
banalidad, a las especulaciones sobre la sorpresa y los contrastes - a
las que se reduce desde hace ms un siglo casi toda la poltica de
los creadores. Todo esto, al igual que las proclamas, injurias y
polmicas, ofrece poco inters a ojos de un hombre suficientemente solo. Me pareca claramente que no hay nada ms salpicado de
turbios automatismos que tomar como referencia lo que otros han
hecho o dejado de hacer, que vivir para imitar o para dejar anticuado -lo que en el fondo viene a parar a lo mismo. La voluntad
de ser ms "avanzado" o la de conformarse a un tipo preexistente
proceden del mismo principio de "accin mnima" -cuyo anlogo
en el mbito de la vida y del espritu es nuestra tendencia a dar a
todo incidente una respuesta refleja, afortunada a veces, local
siempre.
Por eso, al volver a la Poesa tras veinte aos de bsquedas
ajenas a la literatura, esa extraa empresa no se apareca ms que
bajo su aspecto "absoluto" es decir, como algo que no deba sacar
valor alguno sino de cualidades intrnsecas, independientes (hasta
donde se pudiera) del gusto de la poca, del presentimiento del
gusto de la poca siguiente, del decoro y la sensibilidad "modernos"... Entre otras cosas prohibidas, no he querido jugar a la sorpresa sistemtica, ni al extravo arrebatado, pues me pareca que
eso era reducir los efectos de un poema al enceguecimiento del
espritu sin alcanzar ni satisfacer su hondura.
Todo lo cual es lcito considerar paradjico. Sea como fuere,
tales perspectivas y deducciones particulares me han llevado a
ponerle a mi trabajo condiciones muy estrictas y numerosas, ms
277
orden de 28 de marzo de 1946 nombraba a Jean Pommier; su leccin inaugural, el 7 de mayo de 1946, rindi elocuente homenaje a su ilustre predecesor: Paul Valry et la cration littraire (publicado por ditions de l'Encyclopedie francaise, 1946). He aqu el
artculo publicado por Valry en 1942 en la Gazette de Lausanne:
Mi POTICA
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