Roso de Luna - Misterio de Quirico

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A mi querido amigo don Manuel L. Ortega.

Quirico el Expsito, el msico mayor de la Banda del regimiento de


infantera que guarneca a la capital de cierta provincia por aquellos
lejanos tiempos de mi juventud, me dijo un da que, paseando, cruzamos
por frente al Hospicio Provincial y escuchamos preludiar a los chicos de
la Banda hospiciana el adagio de la Cuarta Sinfona de Beethoven:
-Oh ese dulcsimo adagio, ese arrullo de palomas que en nido amante
protegen a su cra! Si vieras el placer y el dao que a la vez me produce
ese adagio inefable, empapado en la infinita melancola de lo sublime!
Y se ech a llorar...
Para que el fuerte Quirico llorase tena que haber un motivo ms que
justificado: l, que, impasible, siendo corneta del 2 de Zapadores, haba
odo silbar las balas rifeas como silba el viento de Marzo!; l, que
tocaba al lado del general Margallo el da en que un certero disparo
enemigo hizo rodar muerto casi a la puerta de su tienda al montanchego
bizarro !l, que tena la Laureada por mritos de su valor sereno, y que
una vez famosa sigui tocando como si nada pasase cuando, en la
manigua cubana, los mambises dieron un asalto, del que retrocedieron al
punto al or la msica del regimiento y creyendo que se las iban a haber
con el regimiento entero, siendo as que estaban los msicos solos,
desarmados y ensayando! .
-Perdona, chico, sta mi emocin-me dijo Quirico, ya repuesto tras un
rato de silencioso caminar de ambos hacia el depsito de aguas de la
ciudad, estanque esplndido que en tiempos romanos fuera un lago
sagrado, una piscina de las que no faltaban nunca en los bosquecillos
que rodeaban a los templos de Diana o Ataecina, la triple diosa lunar del
cielo, de la tierra y del infierno.
-Ya conoces la teora del leit-motif que sirve de base a todas las
concepciones beethovenianas y wagnarianas. Este dichoso adagio que
estremece hasta la fibra ms honda de mi corazn, es el tema musical de
mi vida entera de hurfano y desheredado.
-S- respondle-; s, aunque no tan bien como t, que existe un secreto
vnculo emocional entre ciertos grandes momentos del espritu y la
msica que, al azar, en tales momentos se oye hasta el punto de que ya
en lo sucesivo, sean cuales fueren las circunstancias del caso y la
distancia de los aos, como si msica y emocin fuesen una cosa
misma, el resonar de la una acarrea de un modo fatal la recordacin del
otro en nostalgia inenarrable. Sin duda que ese segundo tiempo de la
ms dulce de las sinfonas del coloso de Bonn, y algn hecho memorable
de tu vida, se hallan en ese caso.
-Que si se hallan! Di, ms bien, que el tal adagio y mi alma son una
cosa misma, porque l es mi nota, mi historia, mi amor, mi desesperacin
y mi destino!

Nueva pausa y nuevo silencio, o sea nuevo dilogo mudo de dos almas
amigas, llenas ambas del anhelo de lo desconocido, almas que saben
comprenderse sin preguntarse en la fraternidad espiritual de cuantos
aman la msica.
As llegamos a la orilla del lago que surte de aguas, semipotables no
ms, a la histrica ciudad y bajo un ambiente primaveral propicio a las
confidencias, nos sentamos en la orilla, empezando a echar
inconscientemente terroncillos y chinas a las aguas tranquilas.
-Es cierto- exclam Quirico como sacudiendo ensimismamientos y
aoranzas-. Las emociones se suceden en nuestro pecho como las
ondas que las pedrezuelas esas producen en el agua. Cada pedrezuela
es una emocin que cae en nosotros desde el mbito de lo desconocido
y cada onda concntrica que se va alejando del sitio en que cayera la
piedra es el recuerdo de la emocin, el eco de ecos de la emocin misma
que avanza hasta la orilla para luego reflejarse en ella y producir otras
ondas secundarias que vuelven hacia el centro del que irradiaran, para
en nuevo reflejo desde el centro, producir ondas de tercer grado,
invisibles ya, pero tericamente ciertas e indefinibles. A no ser por la
inercia del medio, estas ondas continuaran fsicamente siempre, y
quin sabe si la ley de la inercia, que es ley de la materia, no se da
tambin en el reino de las almas y si en este ltimo mbito la piedra
moral que cae determina una eterna vibracin concordante que a
nosotros viene, en nosotros rebota, de nosotros sale y a nosotros vuelve
en un vaivn sin fin?
.
Como se ve, Quirico empezaba a divagar de un modo alarmante.
Divagar por no querer concretar quiz, o ms bien por el estado de
nimo que producen en nosotros las nostalgias, sumindonos en el
mundo de los recuerdos, que es, el mundo del ensueo y de la nada...

II
El Sol se acababa de ocultar. Sobre el dosel de nubes de color de oro y
de acero que le coronase en su triunfal ocaso, Venus, el astro del amor,
en conjuncin con la Luna de dos das, recordaba sobre la grana de los
cirros ms altos esas banderas musulmanas de Tnez, Egipto y Turqua
en las que tremolan unidos los dos celestiales luminares tal como los
veamos a la sazn sobre los rboles y reflejndose sobre las ondas del
estanque, terso ste como un espejo, melanclico cual un lago de
montaa, ya que es privilegio nico del crepsculo vespertino el de
realzarlo todo, dignificarlo todo, hasta lo ms vulgar. Un ruiseor
empezaba a arpegiar junto a su nido, y dos palomas torcaces, venidas de
los encinares lejanos, como despidindose tambin del Sol y del da,
hacan coro al ruiseor en el mgico silencio del ambiente con su urr,
urr caracterstico, dos notas sincopadas idnticas al tema primero del
adagio beethoveniano que a Quirico le haba hecho tan inopinadamente
llorar. Al odas el noble hospiciano, como vencindose a s mismo, acab
por exclamar:
-0tra vez y siempre el tema del dolor y del amor; el tema mo y el del
maestro cuando los dos ambamos y, los dos suframos bajo los rigores
del Destino sin merecerlo! Es cosa singular... acabamos de or a los
nios del hospicio el consabido tema y ahora le omos -a los pjaros
tambin!
-Perdona, mi buen Quirico- le dije como para disuadirle de su obsesin; perdona si no oso preguntarte y guardo respetuoso silencio hacia ti y
hacia tu tema. Hay dolores mudos sobre los que nunca se debe
interrogar! Pero si a un leal amigo como yo le crees capaz de derramar
un consuelo sobre tu corazn marchito; si mi simpata sincera y mi ayuda
moral te pueden servir de algo, ese lenitivo no te ha de faltar.
-S, tienes razn. Es profesor a medias o menos que a medias aquel
que da la letra de la enseanza guardando para s su espritu. Yo te
estoy traicionando casi, puesto que, mal correspondiendo a tu anhelo de
cultura musical, te estoy cobrando las lecciones de armona que
simultaneas con tu carrera, pero no te he enseado hasta ahora el alma
de la msica y, de los msicos y el cmo una y otros son idnticos, razn
por la cual la Fatalidad implacable les hace sufrir quiz para que por
medio del divino Arte puedan transmitir su sufrimiento a las generaciones
futuras y sus consuelos tambin. Los consuelos que ellos se conquistan
venciendo a la Muerte y al Dolor! No recuerdas que el otro da te puse
como ejemplo el famoso largo e mesto de la sonata VII en el que se
dibujan ya los prdromos de la trgica sordera del Maestro y cuyas,
tristezas desgarradoras, sin embargo, culminan en un allegro o rond
que es ya una sonrisa serfica de consuelo y de triunfo; una Ascensin a
los Cielos del Ideal musical? Pues ahora le toca el turno, aunque mi
alma, se desgarre contndolo, al adagio de esta tarde: a mi adagio de

ayer, de hoy y de siempre!, porque no s quin dijo que todos los


hombres y aun todas las cosas, tienen, romo las clebres copas
medioevales de pursimo cristal de Venecia, una nota, mgica, una tnica
esencial, capaz de hacerlas saltar en pedazos: oculto "nombre",
"vibracin de conjunto", con lo que aquellos pueden ser evocados en
cualquier tiempo y lugar...
-S-repuse-; yo he odo decir que el Sama Veda indostnico est lleno
de tales notas o mautraus, de tal modo que pronunciadas ellas con el
ritmo y la entonacin debidas pueden operarse los fenmenos mgicos
ms extraordinarios, a la manera como en el relato bblico los sones de
las trompetas sitiadoras pudieron derribar por s solas las murallas de
Jeric, o como el ritmo acompasado de un regimiento de soldados en
marcha puede hundir por vibracin simptica al puente de hierro mejor
construido, o, en fin, como la nota continuada de un timbre o de un violn
nos podra llegar a matar.
-S: la Fsica moderna misma nos ensea que en el mundo "todo es
vibracin", y que "en el Principio era el Ritmo", como dijo Hans de Bulow,
el maestro cantor de Nuremberg. Pero vamos a mi tema.
Era, colijo por los das aquellos del siglo diez y nueve en que todava
no tenamos trenes, ni aun carreteras casi. Una compaa de opereta
acababa de presentarse en el Teatro Principal, aquel teatro que... pero
no divaguemos! La prima donna de la compaa era una mujer inteligente
y hermossima, a la que se crea italiana por haber sido educada en
Italia, pero que malas lenguas la hacan ser una hebrea nacida en
nuestra ciudad. Una blanca mariposa hija de "un ttulo" y de una gran
pianista de Salnica a quien el ttulo abandon despus, cediendo a la
presin familiar que no tolerara pasiones frente a su "razn de Estado"
nobiliaria, ni matrimonios ms o menos morganticos entre personas de
religin distinta y de diferente condicin social!
Lo cierto del caso es que, inopinadamente, despus de unas cuantas
representaciones que hicieron poca en las fastos pueblerinos nuestros,
la compaa levant el vuelo hacia otros teatros lejanos, pero la diva se
qued para siempre aqu, haciendo una vida excepcionalmente ejemplar,
consagrada, se deca, al estudio abstracto de la msica y a la
composicin de peras bblicas de gran espectculo que nunca se
llegaron a representar y que un testamentario absurdo, fiel cumplidor de
una postrera voluntad, que nunca debi ser cumplida, se dice entreg a
las llamas el mismo da en que condujo a la compositora a su ltima
morada, privndonos quiz de joyas de un subidsimo valor pasional y
teatral, segn haba sido de accidentada y dura la vida artstica de
aquella excepcional mujer que las concibi. Esta es la versin oficial y
pblica de la diva misteriosa, versin que sin duda has odo contar, pues
la verdadera es muy otra, en lo que he podido colegir, ya que me trae
harto de cerca, por desgracia oportuna.
-Sin ambajes te digo- aadi mi amigo bajando la voz hasta ese
dulcsimo tono de las ms ntimas confidencias-, yo; Quirico de la

Montaa, segn mi filiacin parroquial; Quirico Fernndez de Jeric en mi


hoja civil y militar; Quirico el Expsito, en fin, al tenor del mote con el que
soy conocido en toda la comarca, que soy hijo de esa mujer y nieto de
ese ttulo, que en tal caso sera mi ascendiente materno. Vers Por qu!.
Pero el buen maestro Quirico no pudo seguir en su confidencia. Un
grupo de estudiantes amigos que nos atisbaron al pasar, cortaron el
relato con sus alegres risotadas de jvenes llenos de ilusiones del vivir, y
nos arrastraron con ellos hacia la poblacin, la cual comenzaba a
encender sus luces como otras tantas estrellita s en el manto de la
noche, que por los campos se tenda ya.
III
Yo he tenido la juventud ms tranquila del mundo porque procur
siempre tratar con gentes de ms edad, quienes pudieron aleccionarme
con sus experiencias en las cosas de la vida, convencido de que, si la
experiencia, segn cierta ,definicin admirable, es "una panoplia formada
por todas las armas que nos han herido", tomar lecciones de la sabia
experiencia ajena es algo que puede evitarnos muchos das de dolor.
Entre mis viejos mentores, gozaba de preferencia mi tesorero, "si
tesorero puede tener un joven" que slo dispona de dinero en los tres
primeros das de cada mes. Este vejete, de tipo rabnico, est loro
disecado, este "alfiler de cabeza gorda", como festivamente le apodaban
en la ciudad, era el bueno de don Vicente Verdejo y Velzquez, monago
de Santa Mara all por los aos del pronunciamiento de Espartero;
escribiente del Juzgado municipal desde su fundacin, notario
eclesistico ms tarde y "ojito derecho" del obispo siempre, porque con
su saber curialesco universal, y con ser un mundo andando de
marrullera, se habla hecho el indispensable en la Corte de Su
Excelencia. Oriundo de mi mismo pueblo, era mi apoderado, a quien no
en vano me confiaron mis padres, porque supo apartarme de no pocos
peligros, darme cuartos en el momento preciso, y consejos y
amonestaciones que valan mucho ms.
Preocupado como qued el da anterior con el misterio de la vida de
Quirico, se me ocurri preguntarle sobre ella a don Vicente, porque l la
tena que saber, y si la saba, conocedor de mi prudencia, cuanto de mi
sincero inters por el msico, podra darme datos que el propio
interesado quiz no habr llegado a conocer.
-S, s; es un caso raro el de ese pobre hombre. Yo lo s bien, porque
dicen que lo s todo, "ms por viejo que por diablo". A m me contaron
cosas de su madre, de su padre y de sus abuelos, que, por ser de
conciencia, no habr de revelrtelas; pero s puedo decirte las que se,
hicieron pblicas a travs de mi cargo, a saber: que Quirico, a ciencia
cierta, no sabe quines fueron sus padres, aunque lo presiente; ni cmo
se llama, ni en el ao que naci siquiera, porque a los siete das de venir
al mundo en la casa llamada "del Pecado Mrtal", junto al mercado de los

Mostenses, de Madrid, fue abandonado en el torno de la Inclusa, por


imposicin de su linajudo abuelo paterno, siendo inscripto en Madrid en
1871 como Quirico de la Monta, y luego como Quirico "Fernndez de
Jeric", en el propio da, pero ya en nuestra ciudad y en el ao de 1873.
Sin duda su madre, recin muerto el fiero abuelo paterno por entonces, le
hizo inscribir de nuevo, as, a ciegas y fuera de la Ley, como nacido en
este segundo ao, para darse el consuelo, ya que no de reconocerle,
porque la haban obligado a casarse con otro de su clase, al menos de
ponerle su rabnico apellido, cosa fcil por entonces, en que sobre estos
asuntos no se hilaba tan fino como se hila hoy (1). Luego de nacer, como
ya sabes, crile a Quirico una nodriza de tu pueblo, y a los siete aos le
volvieron al Hospicio de la ciudad, hacindole objeto de dursimos tratos
por su carcter soador y rebelde, que tan mal se avena con la monjil
orientacin hospiciana.
El mismo me lo describa un da con estas grficas palabras: "Del
regreso mo en el Hospicio, de aqu data mi primer recuerdo, un recuerdo
que ser quiz simblico: era de madrugada, y estando completamente
despierto con el triste recuerdo de las "pescozadas" que el da anterior
me dieran mis tutelares "amparadores", me vi como desdoblado en dos
cuerpos, al modo de como cuentan de San Antonio de Padua y de otros
santos; metido en un cubo de oscuridad y de alimaas a la altura del
techo y asomando slo a este mundo nuestro la cabeza: "un nuevo
Moiss de las astrales aguas, que diran los versados en estas
brujeras...". Es mucho msico este infortunado "expsito", y creo
firmemente que hasta ve visiones, porque cierto da,... Pero, silencio!,
que viene, para darte la leccin...
El Verdejo de la cabeza gorda de alfiler y gafas curialescas de buho
eclesistico, call; y despus de saludar sacristanescamente al buen
Quirico, que, en efecto, entraba, se alej de mi casa, dejndome a solas
con l, pretextando no s qu urgentes ocupaciones.
IV
-Cortada por tus condiscpulos la conversacin de ayer en el Depsito
de las aguas- me dijo Quirico despus de unas cuantas frases de
recproco afecto, procede, creo, que sustituyamos la leccin del da por
algo de msica trascendental, de mi msica, porque has de saber que,
para m, la msica, el Arte supremo, la Arquitectura trascendente de la
Nota y del Ritmo, puede decir en su abstracto lenguaje lo que no alcanza
a decir la palabra hablada.
Quirico se animaba por grados: su ademn era solemne y augusto; su
mirada, antes vulgar, despeda el Fuego Sacrosanto, de los Iniciados.
-Yo creo que los msicos no hacen ni inventan la Msica, sino que ella
es algo divino, inefable y abstracto existente por si mismo, y que se va

manifestando en la vida travs de ellos, a los que toma como meros


instrumentos. Algo de lo que luego, por reflejo, vemos en la misma
orquesta, de un motivo cualquiera, vago y fugaz, que va tomando cartas
de naturaleza. Primero en un instrumento solo luego en otro, despus en
dos o ms, y por ltimo en todos de un modo triunfal. No recuerdas, por
ejemplo, que en diversas obras clsicas el oboe o haut-boe, "el alto
nio", como traduca del ingls un msico medio loco que tuve en la
Banda de Melilla, el que con su nota gangosa y astral parece arrebatar al
mundo del ensueo un motivo del que al punto se apoderan el fagot y las
trompas para pasar luego a la cuarta cuerda de los violines, al
violoncello, a las violas y clarinetes, al resto del viento y al metal en
wagneriana sonoridad? Pues lo mismo, exactamente lo mismo pasa con
los grandes Maestros. Unas notitas de una rarota fuga del divino Bach
pasa a ser en Beethoven el final del ltimo tiempo de la, Quinta Sinfona;
un motivo de danza de la Invitacin al wals, de Weber, sirve de tema a
Wagner para el Idilio de Sigfredo, como la contextura de la obra 22 de
Mozar, con su juego de viento y de cuerda, es la base absoluta de toda la
contextura sinfnica de las Nueve musas o Sinfonas beethovenianas, y
como una nota, una nota slo del segundo tiempo de la sonata 27 del
maestro de Bonn es la nota cumbre de Parsifal. La gran Sinfona de
Sinfonas de la pera moderna a travs de la triloga de Bach-MozartBeethoven- Wagner es la que da motivos corales en el primero, de viento
en el segundo, de cuerda en el tercero y del metal en el cuarto. Porque
en a msica todo es orgnico, todo es segn una inestudiada ley
numrica de unidades, decenas, centenas, millares; quiero decir que la
armona es la variedad en la unidad, lo mismo en la lgica musical que
en la msica de la Naturaleza: el motivo ms simple lanzado al azar, sin
pretensiones, por un instrumento va evolucionando primero en el
instrumento mismo que, le lanza; luego, como dije, en otros, pero en
medio de su desarrollo, aparecen en los grandes maestros unas notas
largas, que son como las piedras llamadas pasaderas que enlazan pared
con pared y aun edificio con edificio, trabndolos entre s para mayor
consistencia, notas como las que se oyen en el primer tiempo de la
Pastoral o al final de la overtura de Tanhawser, natas largas con las que
se escala el cielo, notas en las que queda tambin un autor para que
sobre ellas comience a trabar un nuevo edificio musical otro nuevo
compositor. Si fuese filsofo me atrevera a decir que un Ser Superior,
una especie de Divinidad Pagana es la que se ha manifestado a travs
de la obra entera de aquel Cuarteto de genios, cuya Obra, nacida en el
Canto fermo eclesistico con Bach o con sus precursores, pasa a Msica
de cmara en Mozart, a Concierto en Beethoven y en Wagner a
Apoteosis teatral.
-Me dirs que a qu viene todo, este largo prembulo, pero l es
necesario a la gran revelacin de mi vida, para que ni me tomes por loco,
o mejor para que me tomes por loco de remate quiz. Porque ya que soy
todo msica, me creo hijo, as como suena, del adagio que ayer, al orle

de paso a tu lado, me hizo llorar, y l ha entrado como argumento en la


novela de mi vida que precedi, como sabes, a mi boda; mas antes dime:
conoces mi pasado como le conoce la ciudad toda? Si le conoces me
ahorraras explicaciones, y si no...
-Conozco- le insinu con leve movimiento de cabeza -el impo mote
que te dan...
-Pues eso me basta para evitarme el enumerarte detalles enojosos,
aunque de ellos no sea, en verdad, el responsable. Mi santa madre, que
era tambin una reencarnacin de la msica, sin duda am, como ama
todo artista sincero, es decir, con, el alma y el corazn, sin pararse a
considerar sociales convencionalismos, muy desafinados por lo mismo
que son siempre rutinarios. Y si am y conoci la Obra del amor del
Maestro cuando enamorado de Julieta Guichiardi compuso en aoranza
de su amor imposible el "arrullo de palmas" del clebre adagio, como
conoca, sin duda, toda la filiacin de amor imposible en que Wagner
apoy el Tristn, qu de extrao tiene que le dejase grabado tambin
en mi alma de hurfano y hasta en mis ropas incluseras como pieza de
identificacin para un maana de libertad?
Pero esa libertad, ay!, no llegar jams, como no nos llega nunca la
liberacin verdadera de las cadenas materiales sin que le preceda la
muerte, que es la gran libertadora en el resplandeciente "Ms all".
Llegue o no llegue, sin embargo, nadie podr impedirme, en este
solemne momento, que desahogue en tu pecho amigo la pena de toda mi
alma, al par que te doy la leccin ms honda de msica que nadie te
pueda dar.
-Bien, amigo y maestro-interrumple mientras le serva el jerez y
bizcochos de las clsicas once-. Reconfrtese con este aperitivo y hable
como quien se confa a un verdadero hermano espiritual.
-No aqu, sino en el piano, es desde donde debo darte esta leccin
terico-prctica de la msica y del amor: del Amoral que debo el ser!
Y con inspiracin tan beethoveniana que en momentos pareca
transfigurarle en el Maestro mismo, despus de l apurar su copa me
hizo tocar con l, a cuatro manos primero el Allegro o tiempo inicial de la
amorosa sinfona, y en seguida los dos pasajes fundamentales del
adagio, cuyas notas transcribira aqu gustoso, en pentagramas si no,
temiera ofender la ilustracin del lector, a quien recomendamos al
menos, para mejor comprender estos renglones, las vea u oiga en la
propia obra en cuestin.
-Mira bien- me deca inspirado cual bardo de los viejos tiempos-.
Primero el tema de entrada del adagio, el dulce y consabido del arrullo de
amor; luego el tema fundamental del centro, en que el arrullo ese no es
ya una realidad, sino algo que vive slo con el recuerdo amante, y, por
fin, el tema mismo reaparece siendo en La Gran Sonata 29 muchos aos
despus, cuando el Maestro, envejecido ms por el dolor y la
incomprensin de los dems que por su propia edad, hace aoranza

genial de aquel recuerdo de recuerdos, como vers tambin ahora


mismo.
Y uniendo el hecho al dicho, me hizo retirar del piano y comenz l solo
a tocar de un modo prodigiosamente descriptivo el primer tiempo de la
sonata 29, opus. 106, donde el segundo pasaje, aquel del adagio
sinfnico de la Cuarta se repite idntica en el fondo, pero de un modo
ms amargo, ms esfumado, ms astral aqu...
-Lo ves bien!-clamaba subrayando las notas- El Maestro, cuando
compuso el adagio de la Sinfona Cuarta era joven y amaba: cuando
aos despus, concibi esta su ms prodigiosa sonata de piano,
verdadero cartn sinfnico tambin, ya no amaba en el sentido fsico y
concreto, sino que al borde ya del sepulcro era todo amor. Lo mismo
que ellos; lo mismo que yo!
Quirico, el bueno, pugnando por contener las lgrimas de ternura que
se agolpaban bajo sus prpados, me complet la revelacin de su
pasado familiar y de su propia juventud en estas palabras:
-Mi abuela, la pianista prodigiosa, enloqueci de amor con el mismo
musical arrullo sinfnico al duro prcer de mi abuelo materno, y ella
despus, al verse abandonada por su amante, supo hallar en el segundo
motivo musical de la sinfona y de la sonata el modo de atesorar
eternamente en su pecho, ni ms ni menos que en el suyo el Maestro,
alimento eterno para la nostalgia del perdido amor. A mi madre la diva
acaecila otro tanto con otro aristcrata en condiciones anlogas, y en
cuanto a m, estando en Melilla y conocer a la que hoy es mi esposa...
Era una fatalidad verdaderamente diablesca!: siempre que Quirico,
quera confiarme su magna revelacin, alguien de fuera llegaba a
interrumpirle. Esta vez la interruptora del ltimo dilogo lo fue la propia
seora de Verdejo, mujer muy lista, de arrogante ancianidad, sobre cuya
cara, a la que hacan aristocrtico marco unas canas de absoluta nieve,
se dibujaba cual en verdadero palimsexto de arrugas la topografa ms
singular de historias, dolores y marchitos ideales de la azarosa vida que,
sin duda, pas.
Y la buena seora, a quien recibimos entrambos con afecto y sincero
respeto cual nueva profetisa de su hebraica raza despus de apurar un
vaso de agua, se expres en los trminos que el lector va en seguida a
saber.
V
-Hijos mos, pues que los dos lo sois indudablemente para m, segn lo
que os quiero, escuchadme como se escucha a quien maana quiz va a
morir -exclam con solemne ademn la seora del buen Verdejo.
Y atrayndonos a su lado con ntimo protector ademn de madre,
continu dicindonos:
-Las notas que extasiada he odo desde el vestbulo, sin que os dieseis
cuenta, me han corroborado la sospecha que mi marido haba ya

concebido a saber: que t, Quirico, habas logrado averiguar todo tu triste


pasado, soportando con sereno pecho la adversidad y, como quien
transmite una vivsima enseanza humano-musical, se la comunicabas a
tu amigo.
Pues bien, todas tus revelaciones, todas tus inquietudes respecto de tu
pasado y el de los tuyos, quedaran incompletas sin las que ahora mismo
tengo la obligacin de hacerte, porque debes saber que yo joven conoc
anciana a tu abuela la pianista, y yo, luego, vieja, conoc de joven a tu
madre la diva: a mis dos hermanas de raza, porque ellas fueron, como yo
soy... judas!
S. Hay que confesarlo con orgullo legtimo de la raza: Los ojos de la
hebrea espaola en todos esos tiempos de la historia son ojos de divina
seduccin, porque nuestra raza ha posedo la tierra un da y habr de
poseerla otro, y ha sufrido y sufrir an persecuciones sin cuento que la
templan en el dolor y la dan la superioridad que tiene y tendr siempre
sobre el mundo: "Y ser como seal sobre tu mano y como recuerdo
delante de tus ojos, para que la Ley del Seor est siempre sobre tu
boca, pues que El fue quien con mano fuerte te sac de Egipto,
llevndote a la Tierra de Promisin"... Conoces esto?.
Y al hablar as, puso sobre el teclado del abierto piano un objeto bien
extrao; un tefeln o sea la santa seal de la fe del hebreo, consistente,
como despus he sabido, en dos rollitos de pergamino con versculos del
captulo XIII del Exodo y de los captulos IV y XIII del Deuteronomio, que
el creyente sincero, en memoria eterna del citado pasaje, ha de situar,
uno en medro de la frente para siempre recordarlo llevndolo sobre el
tercer ojo "pneal" que dicela anatoma del cerebro, y otro sobre el codo
izquierdo, cerca del corazn. Una correa sujeta el rollo sobre la frente;
vuelve sobre la nuca y luego desciende sobre el brazo, para terminar
enrollndose en el dedo medio de la mano izquierda. El acto de la
imposicin del tejeln dicen los hagilogos es de importancia
trascendental para la religin de Moiss. El israelita que a los tres aos
de edad no ha sido investido por el gran rabino de aquella; santa seal
del hebreo, seal equivalente a la de la cruz entre los cristianos, pierde
todos sus derechos religiosos. La ceremonia de la imposicin del tefeln
no puede celebrarse ms que en los domingos, o "da del Sol"; en lunes,
"da de la Luna", o el jueves, "da de Jpiter", y es la nica que confiere al
recipientario autoridad para actuar como testigo en cualquier caso de la
vida y para figurar cual una de los diez fieles cuya presencia es
necesaria, como mnimo nmero en la sinagoga, al comenzar la oracin.
Aquel da era precisamente domingo pascual y da 14 de la luna
segunda de Marzo.
La sangre entera de la materna raza se agolp a la cabeza del noble
Quirico a la vista de aquella revelacin y al contacto de aquella presea
familiar sobre la que se arrodill, besndola fervorosamente, aadi:
-S: todo se aclara ya, y benditos sean todos mis pasados
sufrimientos, que me acarrean hoy la dicha de superarlos en el recuerdo

santo de la fe de mis; abnegadas progenitoras: mi madre y mi abuela,


pues los otros nada son ni fueron nunca mos, dado que entrambos las
abandonaron despus de moralmente asesinarlas!...- exclam Quirico
con jeremiaca inspiracin.
Y abrindose el chaleco y la camisa, aadi, con la misma energa de
fe con que pudieran antao responder los profetas a las exigencias
humilladoras de los Csares babilnicos:
-Vea, seora y hermana ma, cmo yo, sin saberlo bien; pero
presintindolo, jams he abdicado de la fe de aquellas dos heroinas:
Al par que esto deca, mostrla y mostrme con orgullo el materno
sesit, nica cosa que, como pieza de ulterior edificacin e identificacin
personal, haba aparecido en el torno inclusero con el cuerpecito del
recin nacido Quirico y que l haba llevado cosido siempre sobre su
camisa. Conviene advertir al lector no informado, que el sesit hebreo,
como el hayeb musulmn y el escapulario cristiano, es a modo de un
talismn religioso, exigido por el propio Jehovah en los Versculos 38 al
40, captulo XV del Libro de los Nmeros, donde Este ordena: "Habla a
los hijos de Israel y diles que en los remates de sus mantos o togas
pongan siempre unas franjas de color de jacinto", amn de cuatro
cordones de a ocho hilos por cordn, formando un verdadero equipo
como los de los aborgenes americanos y canarios, pues que los
cordones van atados en nudos y en cada uno de estos nudos estn
simbolizadas las cuatro letras de iod, he, van, he del sacrosanto Nombre
impronunciable del Seor. Y el sesit en cuestin, antao paolito
blasonado del "ttulo", el tema del adagio consabido!
La anciana, asombrada en grado sumo cual si se hubiese mostrado
ante sus ojos la propia raza ardiendo del profeta Moiss, abri los
brazos, transfigurada, y con ellos apret contra su corazn a Quirico,
confundindose con l en abrazo maternal, un abrazo astralmente
transmitido quiz por aquellas dos mrtires que tambin les abrazaban
sin duda desde el Cielo!
-Ahora s que puedo morir tranquila despus de cumplir el testamento
de la pobre diva que con sus propios dolores alegr desde las tablas del
bel canto, las noches de los dems, los siempre crueles cuanto hastiados
espectadores!- termin diciendo la anciana al desprenderse de los
brazos de Quirico.
Y saliendo hacia el vestbulo, volvi al momento, portadora de un
gruessima paquete de papeles de msica, que, desenvueltos, mostraron
ser otras tantas composiciones musicales de puo y letra de la diva: los
mismos papeles originales confiados en secreto de raza a la seora
Verdejo y cuyas copias, tomadas por los originales mismos, haban sido
quemadas por el estpido testamentario sobre la tumba de aqulla,
segn se haba dicho ya...
-Toma: ah lo tienes todo. Los cantos de harpa y de ctara, los dos
instrumentos del hebreo; las peras de la raza proscrita que nunca
llegaron a ser representadas, pero que acaso algn da por tu mediacin

lo sern y, sobre todo, a la cabeza de todo, y en letra o notas de tu


abuelo paterno y de tu padre que algo unan tambin de msicos, el
adagio de la Cuarta Sinfona de Beethoven, ese dulcsimo adagio, ese
arrullo de palomas que en nido amante protegen a su cra...
******
VI
March la anciana, dejndonos estupefactos. Quirico recogi con
veneracin religiosa la hebraica presea de su madre y reponindose un
tanto, exclam:
-Ya hall lo que intilmente he buscado durante aos! Mi ejecutoria de
nobleza, mi efectiva partida de bautismo, si de bautismo se puede hablar
tratndose de un hebreo, est aqu. Los dems, queda de mi cuenta y
an de la tuya, si ayudarme quieres.
-Con toda mi alma-, respondle.
-El triunfo es nuestro, si sabemos obrar con prudencia y con fe.
Sgueme! y tomando su sombrero, me arrastr hacia la calle y hacia
nuestro paseo favorito del estanque sagrado que ya conoce el lector.
Sitio adecuadsimo para tomar resoluciones sabias bajo el consejo de la
divina tranquilidad de los campos, donde la Madre-Naturaleza se
presenta en todo su esplendor.
Una vez all, continu Quirico:
-Ya lo has visto: mi madre, la artista insuperable, nunca perdi la
esperanza de legalizar mi situacin anmala, y aunque la muerte la
sorprendiese en este trabajo, almenas me leg quiz un medio de
comprobacin, un documento vivo, que yo sabr hacer valer en este pas
nuestro, que, como todos los pases europeos, que se dicen civilizados,
no otorga a las inocentes vctimas de la pasin de los hombres un medio
legal de investigacin de la paternidad.
Por si algn antecedente te faltase para formar juicio exacto de la
verdadera filiacin ma, sbete que mi padre el conde de ..., -ese virtuoso
prcer tan querido de todos como hombre de recta conciencia, vive an
retirado cual un moderno Cincinato en esa linda quinta que ves ah abajo
rodeada de verdura. Todos le alaban como hombre de probidad
intachable... verdadero sol, si quieres, pero que, como todos los soles, no
esta libre de ostentar alguna mancha en su disco y de haber padecido
algn eclipse...
Le mantendr vivo an el Destino, a pesar de sus sesenta aos
corridos, y de sus achaques para permitirme lavar dignamente la culpa
que antao cometi y en la que pocos o ninguno podra tirarle la primera
piedra, como dice la clebre sentencia de Jess? Yo as lo creo, al
menos.
Hay adems una confianza bien lgica.

El padre del conde, mi abuelo paterno, esa fiera de carcter que ha


hecho de m la inocente vctima, propiciatoria, ese hombre de otros
tiempos que todo lo cifraba en puntillos de honor y en pujas de dignidad
mal entendida, acaba de morir, como sabes, hace dos semanas, cosa
extraa y que pregona una vez mas que la llamada casualidad no existe,
sino que una secreta ley de casualidad que lo abarca todo, rige soberana
en el mundo, aunque sea incomprensible para nosotros todava, porque
no merecemos el poseer su secreto! La muerte de mi abuelo ,repito,
como recordaras, precisamente en el mismo da y hora en que, pasando
nosotros dos por frente al Hospicio Provincial omos preludiar el famoso
adagio queme hizo intempestivamente llorar. Llorar sin saber por qu
entonces, pero ahora sabindolo!
-Crees entonces que por causalidad y no por casualidad pura y
simple, los momentos aquellos en que el linajudo terco de tu abuelo,
firme siempre en lo del linaje y el abismo religioso mora, guardaron
alguna relacin secreta con el or nosotros el consabido adagio y el
echarte t a llorar?-, interrumple.
No te quepa duda alguna. La justicia de los hombres, no es ms que
necedad e injusticia. Vanidad de vanidades, que dijo Salomn. Pero
estoy seguro, y mas desde hoy, de que hay una ley natural; una lgica de
las Esferas, una Providencia, si quieres, que restablece, al fin, en otra
vida o en sta, la justicia perturbada, y con tanto ms rigor cuanto ms
honda o ms duradera fuere la perturbacin. Sin eso el mundo no
existira, porque habran acabado por desquicia de las locuras, maldades
e insensateces de los hombres.
-Es decir que...
-Es decir que, en efecto, como ensea Platn, en uno de sus mejores
Dilogos, el mayor mal del hombre es el de cometer la injusticia, y si
alguno mayor hubiese sera el de no recibir aqu abajo la sancin de ella
e ir as manchado a la otra vida. Cabe cosa ms elocuente ciertamente
que el ejemplo que nos ha dado la parlisis horrible de ese anciano
enrgico pero equivocado, atormentndole durante veinticinco aos,
hasta el mismo momento de su muerte de cerca de los noventa? Crees
t que a esa edad y en esas condiciones, es un placer el conservar la
vida, o es mas bien un efectivo castigo?
-Mira- continu profticamente Quirico-. Yo creo en la Huestia gallega y
asturiana, como secretamente ha redo en ella toda mi raza. Religin
alguna, por dura que fuere en sus fallos y dogmas, puede rechazar la
piadosa creencia, que t quiz ni conocers siquiera.
-Es verdad. No la conozco.
-Pues vas a conocerla y a creer en ella desde hoy, o no formar buen
juicio en lo sucesivo, ni de tu talento, ni de tus buenos sentimientos.
Sbete que es universal creencia celta y semita la de que, cuando un
hombre digno va a morir, una doble hilera de blancos fantasmas, de
seres del ms all de este mundo que no es sino la continuacin de este
mundo mismo, rodean la casa mortuoria; dan siete vueltas con sus cirios

encendidos en torno del lecho del moribundo cuyo doble acaba por
marchar con ellos, dejando la lgubre procesin tras s un cadver ms,
es decir la envoltura carnal del verdadero hombre fsico que, como todas
las fuerzas de la fsica, es invisible para los carnales ojos.
de los vivos. Algo, en fin, como aquella procesin de encantadores que
vienen hacia el gran Don Quijote en la selva para hablarle del
desencanto de su Dulcinea, o mejor como ese entierro de s mismo que
ve despus de muerto el estudiante de Salamanca, de Espronceda y Don
Juan Tenorio, el de Zorrilla.
La voz de la sangre, que no es sino la oculta voz de la Naturaleza, es
entonces ms poderosa que nunca, y esa voz, esa fuerza oculta
avasalladora, actuando sobre m, me llev como por la mano a pasar por
frente al Hospicio de mi infancia, al Hospicio donde me condujeron
crueles los absurdos prejuicios ancestrales de mi abuelo el moribundo,
para or al paso ese adagio de la sinfona beethoveniana al que debo la
existencia, adagio cuyas notas en el momento supremo de abandonar
aqul sus carnales vestidura era seguramente para l un recuerdo
amargo retrospectivo, una acusacin, un pasaje terrible del Libro del
Destino cuyas pginas son ledas, dice la leyenda, por el arcngel Azrael
en el momento del Juicio del Alma en el que es pronunciado el fallo de
una vida. Te explicas ahora -termin Quirico- el por qu de todas
aquellas falsas casualidades de pasar por all, hablar de ello y hacerte yo
la tristsima revelacin de mi pasado en las ms santa de las
confidencias amistosas?
-Me lo explico!-, respond, convencido.
-Pues si te lo explicas y eres mi amigo sincero, ven ahora mismo
conmigo, porque me da el corazn que ste es el momento decisivo de
mi vida. Sgueme!
Y, sin que yo pudiese acertar la razn de ello, me dej llevar ladera
abajo, hasta la suntuosa, poterna del jardn y de la quinta del conde.
VII
El suntuoso retiro del conde de ..., emplazado en la ladera que media
entre el lago de la altura y la ciudad de ms abajo, era una de esas
quintas maravillosas que suelen ser ornato de nuestras linajudas
poblaciones medievales todo austeridad y todo tristeza de tiempos que
pasaron para no volver. Una verja de labrados hierros cercaba la docena
o ms de hectreas de una tierra roja todo energas vitales, regada por la
toma de aguas del estanque, cuyas linfas corran en risueos canales por
entre una verdadera selva de rboles seculares, interrumpida a trechos
por macizos de arbustos: rosales, vides y espinos albares en plena
florescencia de primavera. La arenosa senda de entrada con sus muretes
de boj se encaminaba recta hacia el palacio bajo toldo de madreselvas y
enredaderas, hasta los pies de una escalinata de mrmoles portugueses
sobre cuya estrada amplsima, exornada tambin de plantas raras en

artsticas macetas, se alzaba un edificio plateresco, de dos pisos


coronado por terrazas desde las que se dominaba el panorama entero de
la ciudad.
Un portero galoneado de quinas portuguesas, leones y castillos, flores
de lis y otros emblemas nos recibi ceremonioso y nos introdujo hasta un
vasto saln de espera, que en panoplias cuajadas de mil clases de
armas, viejos trofeos de caza y de guerra, muebles de estilo, y vasos
preciosos, resultaba un verdadero museo en el que no se saba qu
admirar ms, si la riqueza, el gusto o el recuerdo. Un viejo clavicordio,
que desde el primer instante atrajo la atencin de mi amigo, apareca en
el ngulo ms ntimo frontero de la soberbia chimenea, mal cubierto por
un esplndido pauelo de Manila cuyas sedas multicolores de bordado
conservaban a pesar de los aos su vivo colorido.
-Su excelencia no recibe a nadie-replic un segundo criado
galeoneado,
venido de las habitaciones interiores-, a no ser que...
-A nosotros s que nos recibir sin duda, porque hace aos que nos
espera replic Quirico con un acento tal y tan autoritario que el criado,
haciendo un mohn de displicencia, acab por ceder.
Un momento ms y la puerta interior del saln se abri dejndonos
paso a una salita intermedia por la que penetramos al gabinete del
anciano, un verdadero camarn, un nido de comodidades a la antigua
usanza en lo que colegir pude a primera vista.
El anciano conde, sentado en seorial poltrona al lado de una apagada
chimenea y de una mesita llena de libros y papeles, apareci cubiertos
los pies por rica piel de leopardo contra la que se recostaba un fiel y
simptico lebrel que alz la cabeza sin atreverse a ladrarnos. La erguida
estatura del prcer, su pelo como la nieve, sus arrugas venerables, su
mano aristocrtica en la que luca valioso solitario, me predispuso, en el
acto, en su favor. Sus vivsimos ojos, fulgurantes an, a pesar de los
aos, se clavaron en nosotros con muda interrogacin:
-Padre!...-prorrumpi con pattico acento Quirico, echndose
inmediatamente a sus pies.
Aquel exabrupto, aquella sola palabra en la que Quirico lo compendiara
todo y lo comprometiera todo, hizo saltar al anciano sobre su asiento,
como al contacto de una descarga elctrica. Pero Quirico, sin darle
tiempo al conde para rehacerse ni a interrogar, continu:
-S, padre y seor! Porque hoy que todo ha cambiado para entrambos,
os puedo dar con orgullo y amor este sublime ttulo.
-Hablad pronto, desconocido e imprudente joven, porque me matis
sino- balbuci el conde, plido como la misma muerte.
Quirico no le dej continuar y cogindole las manos entre las suyas,
aadi:
-Extraaris, seor, esta brusca e inopinada presentacin tan fuera de
los usos corrientes, pero cuando habla el corazn en su lenguaje
supremo, los convencionalismos sociales quedan como letra muerta.

Dignaos escuchadme sin interrumpirme. Luego haris lo que os plazca


de m.
Y, sin desasirse de las manos del anciano, con acento solemne aunque
sumiso, Quirico hizo historia de todo su pasado, historia que el conde
escuch rgido como una estatua, pero con una creciente tempestad de
afectos encontrados que a duras penas lograra disimular.
No hay pluma de escritor alguno capaz de describir el pattico relato
que el joven msico fue haciendo de su asendereada, vida, desde el da
en que fuera abandonado en el torno del hospicio y entregado a
lactancias mercenarias hasta el momento de la visita de la seora de
Verdejo dndole la prueba material de su filiacin hebrea, que el lector
conoce ya.
Yo mismo que, en lneas generales, saba la vida entera de Quiriro,
estaba admirado al orle el acmulo tremendo de luchas y dolores que a
lo largo de una existencia de continuo esfuerzo habanle combatido como
frgil barquilla, juguete de revuelto mar. Su aprendizaje de msico; sus
campaas en frica; las hambres de pan y de justicias padecidas
doquiera; las envidias y persecuciones; la incomprensin de los vulgares;
las dudas sobre su origen; el desvo de los infortunados camaradas; la
triple lucha, en fin, que hasta ganar el puesto que disfrutaba, haba tenido
que sostener, como expsito, como artista y como hombre probo, todo,
todo, fue patticamente narrado por mi amigo, entre mal reprimidas
exclamaciones de asombro del anciano, que era, por las muestras; y
como vulgarmente se dice, plaza rendida sin combatir.
Yo, testigo mudo de la escena, segua grado por grado la evolucin
psicolgica del conde y le vi, primero sorprendido, casi indignado por la
osada del intruso; luego ruborizado y contrito cuando lo del nio
abandonado en el hospicio; despus curioso y conmovido en las ms
ntimas fibras de su carcter caballeresco al, ver cmo aquel
abandonado vstago de su familia, por causa de su belicosidad
ancestral, a no dudado, haba sabido luchar tan bravamente con los
hombres y con las cosas, navegando siempre contra corriente, como
todos los hroes, por el insondable pilago de la vida. El orgullo de casta,
la fibra entera, por decirlo as, de su blasones, tomaba carne y sangre en
las escenas aqullas del relato, escenas a las que la emocin y la
sinceridad prestaran irresistible encanto.
Pero cuando los miembros apergaminados y avellanados del anciano
temblaron bajo el fro soplo de la supersticin cristiano-pagana, fue
cuando lleg el pasaje aqul del adagio odo por Quirico al pasar frente al
Hospicio Provincial en los momentos mismos en que al abuelo, al decir
del narrador, se le llevaba la Huesta.
-Hijo!;hijo mo!- grit, al fin, fuera de s el anciano, abrindole los
brazos-. No digas mas; no me presentes ni hables de prueba alguna. Los
muertos mandan y en ello yo he escuchado la voz de ultratumba, tanto y
ms que t. yeme t, a tu vez, pero as, a mi lado, oprimindote contra

mi pecho, pues que ya como hijo ocupas mi corazn, Mi corazn que


siempre, aunque no lo creas, ha latido por ti!
Y hacindole acurrucarse a su lado, y hacindome sentar en frente, el
anciano, un poco ms dueo ya de s, continu:
-Mira: Los momentos ms ciegos, ms apasionados del amor al que
debes el ser se desarrollaron precisamente cuando tu madre; tu
hermossima madre, mujer mil veces ms noble, ay, que yo, a pesar de
mis vanos blasones!, se sentaba al piano e interpretaba soberanamente,
como ella slo saba hacerla, las obras del maestro atormentado y
amante como ella. Con decir que una vez en que mi padre, sin ella
saberlo, la oyera en mi concierto el tal adagio, le hizo vacilar en sus
rancias preocupaciones de casta, te lo digo todo! Pero pudieron ms en
l siempre dichas preocupaciones, y sta es ,la causa sin duda de que
se haya retrasado ms de lo justo este momento, para m felicsimo, en
que, rindiendo homenaje a tus virtudes y sacrificios, vas a ser mi hijo ante
los hombres como siempre lo fuiste ante Dios.
Y pues el tiempo apremia, porque una voz secreta me dice que mis
tristes das estn contados tambin, ha llegado el momento de obrar, ya
que ha podido ms en mi conciencia esa voz de ultratumba del amoroso
adagio que cuantos documentos materiales de filiacin me hubieras
quiz podido presentar t.
-Pero hay uno, padre mo, que me permitiris, sin embargo, que os
muestre, y es ste que veis- aqu.
Diciendo estas palabras sac Quirico la santa presea que, guardada
con la mayor veneracin, llevaba como sabemos. Depositla en manos
del anciano, quien la recibi lloroso y la bes como se besa una reliquia
de alguien querido que se fuera para siempre ya, aadiendo:
-S. Es la misma con la que en das de intimidad y de pasin, tu madre
realzara en opulenta belleza; el documento ms feaciente de la hebraica
raza, pues que recuerda segn el Exodo la especial proteccin
dispensada por el Seor a su pueblo elegido sacndole milagrosamente
de la esclavitud moral que Moiss y los dems profetas ocultaron
cuidadosamente al conocimiento vulgar de los suyos, reservndole para
ser l revelado como uno de los mayores secretos de la Mercaba y de su
misteriosa iniciacin en el adytha del Templo de Israel. Gurdala t, hijo
mo, como prenda de amor, de consuelo y de salvacin, y djame en
cambio a m el obrar como deseo!
El anciano tir de un grueso cordn de seda que penda a su lado,
llamando al criado que se present en el acto.
-Toma inmediatamente el coche, ve a la ciudad y traem en l al
notario y a mis dos amigos, mis dos amigos ntimos que ya sabes,
porque son los dos nicos con los que trato desde que me retir del
bullicio del mundo: Diles que yo les llamo y que les agradecer en el
alma no retrasen su venida ni un momento.
El criado se inclin reverente y parti como una flecha. Instantes
despus el alegre campanillo de las mulas y el sordo rodar del coche por

la arena de la avenida, nos revel que la orden del conde era cumplida
con toda celeridad.
En el intern de la forzosa espera el anciano nos embeles con el
emocionante relato de su pasado de amor; las luchas con su padre que
lleg a amenazarle de desheredacin y hasta de muerte quiz si persista
en unir su nombre ante la Ley con el de la incomparable hebrea, y las
virtudes sublimes de esta ltima que prefiri sacrificarse a sacrificarle,
consagrndose por entero a su arte musical que, con su celeste idealidad
extrahumana, es efectivo consuelo de todas las miserias y dolores de
este bajo mundo. Su relato, tan parecido por sus caractersticas de
profundidad y de pasin al que harto bien conocido me tena yo de
Quirico, era un curso entero de psicologa digno de ser reproducido aqu
por m si a tanto alcanzase mi impericia. Dur el tal relato mas de una
hora, que nos pareci un simple minuto, y al cabo de ella, el ruido del
coche que regresaba nos hizo sabe que ya llegaban los llamados de la
ciudad. En efecto, al punto los tres penetraron solcitos en el saln.
-Poco os tengo que molestar, mi buen notario y mis excelentes amigos.
Se trata simplemente de otorgar mi testamento abierto en el que, no os
sorprendis, yo, soltero y sin lazos ya de familia, reconozco a este joven
que aqu veis como a mi hijo, mi hijo amado a quien las preocupaciones
sociales o ms bien quiz el dedo providente del Destino que as ha
querido educarle en el abandono y la pobreza que es la escuela de los
verdaderos hroes, ha mantenido tristemente alejado de m tantos aos,
y que viene ahora a endulzar los no muchos das que me resten de
vida...
El notario, reverente y solcito se puso en el acto a escribir las
clusulas testamentarias bajo el dictado del anciano, como es prctica en
casos tales. Redactado con bastante rapidez el solemne documento y
ledo con toda detencin al otorgante, fue seguidamente firmado por l y
por los testigos, hacindoseme a mi el honor de ser uno de ellos, con
gran complacencia ma.
-Y ahora, a cenar todos conmigo, en el ms augusto da de mi vida-,
dijo el anciano levantndose y echando a andar delante con un vigor
desconocido para lo que permitan esperar sus achaques.
Todos le seguimos gozosos, atravesando varios salones de aquella
principesca estancia y en los que estatuas y retratos de familia parecan
regocijarse a nuestro paso como si una rfaga de felicidad ultraterrestre
hubiese descendido all...
Hasta el viejo clavicordio arrinconado luengo da sin que mano alguna
se posase en su teclado marfileo desde haca lustros, pareci alegrarse
a su vez dejando entreor astralmente quiz para los dos hroes de
aquella cena, padre e hijo, el adagio misterioso de la Cuarta Sinfona!...
******
VIII

Lector: el eplogo de esta novelada historia fue tan feliz como triste
haba sido hasta entonces la vida de Quirico, ascendido de simple
hospiciano y director luego de la hospiciana Banda, a conde efectivo de
... por una de esas sorpresas maravillosas del Destino, sorpresas
abundantes sin duda en los relatos de Las mil y una noches, pero nada
raras tambin en la vida de los buenos, contra lo que suele creer nuestro
escepticismo.
En la quinta, al lado de su padre y consolndole en su ancianidad, vivi
mi transfigurado amigo das de feliz compensacin a sus viejas
amarguras, hasta que aqul durmi con los suyos el sueo eterno del
insondable ms all.
Cualquiera podra pensar, por ser lamentable experiencia de nuestros
posivismos egosta que la psiquis sencilla y noble del ex hospiciano,
habra cambiado con su inesperada fortuna.
Pero, no; todo lo contrario. En aquel nuevo ambiente de comodidad,
grandeza y abundancia, Quirico fue, si cabe, mejor an.
A ello contribuy no poco un hecho final de aquella cadena de
inverosmiles acontecimientos favorables, que decidi el porvenir artstico
del joven como los otros haban decidido su situacin social. Es a saber
que el anciano, la noche misma de su testamento, rodeado de todos sus
comensales le haba llevado de la mano hasta la esplndida biblioteca en
cuyo rincn de preferencia, medio oculto por rico tapiz de Goya, apareca
un armarito de caoba lleno de manuscritos de msica.
Eran los viejos papeles de las composiciones de su amada madre,
papeles que al ir a ser quemados por el testamentario, segn disposicin
postrera de ella, haban sido hbilmente sustituidos por otros! En ellos,
pues eran verdaderamente geniales e inspirados, supo hallar el
inteligentsimo maestro, de all a pocos aos, la base para hacerse una
celebridad musical al estilo de la de Mendelssohn-Bartoldi.
Cmo que en ellas logr verter toda la poesa de su materna raza
gigante y proscrita! La eterna raza de Jud y de Israel, madre, a su vez,
del Cristianismo!
NOTAS
(1)Como toda novela suele tener una base real, de igual modo que toda
realidad tiene algo de novelable, te empeo, lector mi palabra de
caballero de que este personaje aqu novelado existe, y que l, a estas
fecha merced al piadoso lo de las certificaciones civil y parroquial, no
sabe bien ni cmo se llama ni qu da ha nacido, ni en qu pueblo, segn
l mismo nos lo confiesa en cartas muy sinceras que hemos tenido a la
Vista al pergear esta pobre, pero verdica noveleja, carta en la que se
expresa as: A los siete das de nacer, y por imposicin de mi abuelo
materno, fui a parar al pramo del torno del partido, y a los tres das de
Inclusa a poder de un ama del pueblo que usted sabe, hasta la edad de

siete aos, en que fui reingresado en el Hospicio Provincial hasta los diez
y ocho. En este largo tiempo jams o una frase cariosa ni alentadora, y
toda mi obsesin se reduca a librarme de los latigazos de los celadores,
a quienes disgustaba mi nativo e independiente carcter liberal. Esta
frialdad ambiente me hizo amar la filosofa, segn como se poda
entender en aquella edad, y fui aficionadsimo a las lecturas extremistas,
hasta el punto de, porque lea El Motn, recibir con gusto palo y encierros.
En cuanto tuve edad escap de aquel infierno, sentando plaza en el 2.
Regimiento expedicionario de Marina, y con l fui a frica, pasando las
mors, como vulgarmente se dice, y deseando ascender, tal era mi
dicha, a la calidad de espritu desencarnado. Tal era, repito mi estado de
nimo a la sazn. Al ser licenciado sent las "caricias del hambre", y
regres a nuestra ciudad. Y ahora entra en escena un nuevo personaje:
el ama del sacerdote director del Hospicio, amiga de la que yo ignoraba
que fuese mi madre, y por aqulla supe que, cuando mi servicio, esta
ltima le haba escrito una carta interesndose por m y preguntando si
era vivo o muerto, pero sin revelarse como mi madre. El ama en cuestin
tuvo a bien guardarse la carta, creyendo que era yo quien la haba
fingido, y cuando, ya de regreso de Marruecos, fui a visitarla, ella se
desat en improperios contra m, y sacando la carta me la hizo leer. Un
vuelco de mi corazn me revel el resto: busqu a mi madre, y una vez
encontrada y tratado nos hemos convencido ambos de la tristsima
realidad de que no somos libres, Ironas del Destino!, para tratarnos y
amarnos, porque se interpone entre los dos el marido de mi madre, un
verdadero tirano, impotente, sin embargo, contra la ley natural. Y vea
usted por tanto, que me encuentro con que mi padre vive; casado por
tercera vez, y mi madre tambin, casada con otro que no es mi padre:
dos casas y las dos cerradas para m! El Karma, que decimos los
tesofos, nos ha acercado en cuerpo, pero nuestras almas tienen que
entenderse
como si estuviesen en diferente planeta...
En pugna, en fin, mi personalidad civil y militar con la eclesistica, me
pregunt; fundadamente. Quin soy yo? Cmo me llamo? Qu ao
realmente nac? Todo ello, por supuesto, lo soluciono tirando por el
camino ms corto, o sea el de vivir sin preocuparse del mote que me
quieran dar, pues creo tener una individualidad responsable, que es la
nica que me interesa que brille con la pureza del bien obrar...

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