Veron E Fragmentos de Un Tejido
Veron E Fragmentos de Un Tejido
Veron E Fragmentos de Un Tejido
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Elseo Vern
EL MAMFERO PARLANTE
dirigida por Eliseo Verdn
E lseo v e r n
Fragmentos
de un tejido
Espacios mentales.
Efectos de agenda 2
D o m in iq u e W o lton
E l s e o v e r n
J ean M ouchon
Sobrevivir a Internet
Conversaciones con Olivier Jay
Efectos de agenda
Poltica y medios
Los poderes bajo influencia
E ls e o v e r n
Esto no es un libro
Pao lo F ab br i
El giro semitico
I sa a c J o se p h
Erving Goffman y la
microsociologa
M u n iz S o d r
Reinventando la cultura
La comunicacin y sus productos
s c a r T r av e sa
Cuerpos de papel
Figuraciones del cuerpo en la prensa
E l s e o V e r n y
L u c r e c ia E sc u d er o
. C h a u v e l ( c o m p s .)
D a n ie l D ayan
M arc A ug
G e r a r d D e l e d a l le
P a o l o F ab b r i
Telenovela
Ficcin popular y mutaciones
culturales
C o l e c c i n : E l M a m f e r o P a r l a n t e
Impreso en Argentina
Printed in Argentina
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impresin, en forma idntica, extractada o modificada, en castellano o
en cualquier otro idioma.
s " FRAGMENTOS
DE UN TEJIDO
Elseo Vern
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ndice
Presentacin ..................................................................................
P r im e r a p a r t e
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S eg u n d a p a rte
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111
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T e r c e r a p a rte
171
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Presentacin
Se renen aqu trabajos escritos entre 1971 y 1994.
La primera parte est compuesta de lo que fueron cuatro pausas
tericas, la primera de las cuales es inmediatamente posterior al libro
Comunicacin y neurosis, publicado en 1970. Este agrupamiento me ha
servido a m (y tal vez le pueda servir al lector) para identificar algunos
de los problemas que persisten (tal vez debera decir que insisten) y que
fueron apareciendo a lo largo del tiempo transcurrido entre la investi
gacin de los trastornos neurticos como estrategias comunicacionales
y los estudios subsiguientes focalizados en el funcionamiento de los me
dios, que sigue siendo hoy el centro de mis preocupaciones.
La segunda parte rene anlisis del discurso lingstico-grfico. Se
trata de trabajos escritos en francs, que estaban dispersos en revistas
y antologas diversas. Este tipo de materiales ha sido la sustancia de
muchos de mis cursos y seminarios, porque les atribuyo un inters tc
nico en la difcil y conflictiva relacin metodolgica entre lingstica y
anlisis del discurso.
En la tercera parte, la problemtica centrada en la produccin del
discurso de los medios va dibujando, poco a poco, a travs de la teora de
la enunciacin, el lugar de una teora de la recepcin, que en los ltimos
quince o veinte aos se ha convertido en el eje de la investigacin sobre
los medios.
Ahora bien, el inters por los procesos de la recepcin implica un
retorno a la cuestin de los actores: reconstruir gramticas de reco
nocimiento supone trabajar sobre la palabra individual, que fue la
materia de aquel primer proyecto sobre las neurosis. La trayectoria
tiene pues, en lo que a m respecta, algo de circular. Espero que sea
una espiral, es decir que entre tanto haya habido un cambio de nivel
(dado que no me atrevo a hablar de un progreso). Es lo que indica la
lgica de las redes: cuando el punto de partida es, en un momento
posterior, punto de llegada, ya no es el mismo punto; el retorno no es
nunca un regreso.
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P r im e r a
parte
1
El doble vnculo como situacin
patgena universal*
En este texto, nuestra intencin es proponer modelos propios de la g
nesis de los tres tipos de neurosis (es decir, la histeria, las fobias y las
obsesiones-compulsionespCreemos que este enfoque, basado en la con
cepcin de contextos de aprendizaje especficos y en una observacin cl
nica, puede aplicarse igualmente al estudio de otros desrdenes funcio
nales. Aqu se le asigna una posicin central al valor general de los
fenmenos de doble vnculo, pues consideramos que son ms importan
tes de lo que se crea hasta ahora.
Hace algunos meses, uno de nosotros [Carlos E. Sluzki] comen
zaba el tratamiento psicoteraputico de un estudiante que tena
problemas de aprendizaje: a pesar de sus buenas intenciones, no po
da concentrar sus esfuerzos desde el momento mismo en que se
sentaba ante un texto de estudio. Sin embargo, era un lector vido
que slo experimentaba este bloqueo durante la lectura de los libros
escolares. Mientras permaneca durante horas sentado ante los li
bros su espritu erraba, por ms que l tratara en vano de concen
trarse en la lectura. Nadie lo obliga a seguir estudios, pero cabe
aclarar que la familia atribuye gran importancia a la educacin y
que ambos padres son profesionales universitarios.
Se trata pues de un sujeto que desea estudiar pero no lo logra.
Durante una de las sesiones, menciona que tambin tiene proble
mas para cepillarse los dientes. Sabe que debera cepillarlos, pero
utiliza todo tipo de subterfugios para no hacerlo. Simplemente evi
ta cepillarlos, pero no sabe por.qu. Pospone el momento de hacerlo
hasta el instante en que debe salir y entonces se dice que ya no tie* Este trabajo ha sido escrito en colaboracin con Carlos E. Sluzki.
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La histeria
Los histricos muestran una orientacin positiva hacia los objetos
externos, pero su autoevaluacin es negativa. Segn Fairbain, para
el histrico el objeto aceptado o buen objeto es externo, mientras
que el objeto rechazado o malo es interno. Su conducta exhibicio
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nista y seductora est en relacin con estas dos visiones pues, por un la
do, sirve para atraer los objetos exteriores, pero, por el otro, supone una
falta de conciencia y una especie de ceguera selectivas por parte del his
trico sobre su propia seduccin. Si, como consecuencia de esa actitud, el
objeto externo se siente atrado hacia l, lo rechazar porque el objeto en
tra en contacto con esos aspectos que el histrico evala negativamente.
Pero ese rechazo ser necesariamente temporario porque hace que el otro
deje de sentirse atrado, lo cual equivale a renunciar al objeto amado. Es
ta contradiccin crear inevitablemente una conducta de s, pero no que
tiene tendencia a repetirse indefinidamente. El histrico concibe su rol
como pasivo, es decir, que sufre las consecuencias de las acciones de los
otros. Los dems actan y l reacciona interiormente. En cuanto a quin
controla a quin, podra decirse que el histrico dirige sus estados ntimos
de forma tal de inducir en el otro acciones especficas.
Cules son las experiencias de aprendizaje precoces que llevan a es
ta actitud? Se puede pensar que la naturaleza de ese contexto de apren
dizaje se caracteriza por castigar al sujeto cada vez que su conducta tien
de activamente a adquirir resultados, y a recompensarlo cuando asume
los estados internos correctos en respuesta a la accin parental.
De ese modo, la actividad se asocia al castigo y la pasividad a la re
compensa. Este es un contexto pavloviano clsico segn lo defini Ba
teson (1942): toda informacin concerniente a lo que se supone que el
sujeto debe hacer queda excluida de la secuencia de los acontecimientos
que forman la situacin de aprendizaje. Pero, al mismo tiempo, el suje
to est incluido en la secuencia hasta el punto que no se espera que
reaccione activamente y con la intencin de modificar la situacin, sino
a travs de una auto-modificacin. Es sabido que todo medio pedaggi
co demanda ciertas formas de conducta. En la situacin interpersonal
que examinamos aqu, los padres metacomunican a su hijo qu tipo de
conducta esperan de l, pero esas expectativas implcitas estarn en
conflicto con las reglas del juego que son explcitas. La nica manera
vlida de no violar las reglas explcitas, y responder al mismo tiempo
adecuadamente a las demandas implcitas -cuya violacin conlleva la
amenaza de frustracin y castigo-, es a travs de un consentimiento in
directo a esas demandas en la estructura de las reglas explcitas. Esto
equivale a manipular progresivamente sus estados internos de manera
tal de adaptarse a la situacin que se presenta. Por ejemplo, un nio
que cuando trata de llamar la atencin de sus padres, oye que le dicen:
No nos molestes, pero que cuando tiene un arranque de clera la ob
tiene inmediatamente. As se establece que los padres slo estn aten
tos a las conductas que no demandan explcitamente su atencin y vice
versa.
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Los fbicos
Para el paciente fbico el problema bsico es poder distinguir las si
tuaciones peligrosas de las inofensivas, porque para l el mundo es
siempre potencialmente peligroso. Segn Fairbain, en el caso de la
, fobia los objetos deseados, al igual que los rechazados, estn fuera del
sujeto.
Qu modelo de aprendizaje puede tomarse en consideracin para
explicar la conducta fbica? En apariencia, sera una situacin de
aprendizaje que alentara al paciente hacia la independencia. Pero
puesto que los padres piensan que el mundo est lleno de peligros, el
metamensaje que transmiten a su hijo es el siguiente: El mundo es
muy peligroso. As el nio ser castigado si se arriesga y ser recom
pensado si evita hacerlo.
El contexto de aprendizaje explcito del fbico parece por un lado ser
idntico a la concepcin de Bateson de la recompensa instrumental,
que define las conductas que debe adoptar activamente el interesado
para ser recompensado: la situacin de aprendizaje reconoce y alienta
la independencia del sujeto. Implcitamente, sin embargo, esa situacin
metacomunica que se trata de un contexto de abstencin instrumen
tal. La presencia simultnea de los dos mandatos es incongruente: la
incitacin explcita a la independencia contradice la regla implcita de
evitar los peligros exagerados, puesto que, por definicin parental, el
mundo de la independencia es peligroso. No hay pues ningn otro me
dio de salir de esta disyuntiva que obrar independientemente slo en
terrenos que los padres han definido como inofensivos o, dicho de otro
modo, actuar con una independencia ficticia.
Todas las interacciones del fbico pueden entenderse como el resul
tado de este proceso de aprendizaje. Cuando interacta con otros, la ac
tivacin inmediata de su conducta de abstencin es un mecanismo que
le sirve a la vez para juzgar la seguridad de su entorno y para definir la
relacin con la persona con la que se encuentra a travs del metamen
saje: No soy una persona adulta, necesito proteccin. Esta actitud es
tan contradictoria como la orden paradjica que la produjo, aquella
emitida por los padres: S independiente, dependiendo de m.
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Los obsesivos
Los pacientes que sufren obsesiones y compulsiones presentan otra ima
gen. Dan un valor positivo a algunas de sus acciones y un valor negativo
a otras. Esto coincide con el postulado de Fairbain, segn el cual en tales
pacientes el objeto aceptado y el objeto rechazado son internos. Han inte
riorizado a la vez el peligro de actuar y los medios de controlar ese peli
gro. Uno de los rasgos tpicos de la tcnica de los obsesivos es adoptar sus
propias conductas aceptables para controlar o neutralizar las repren
sibles o las malas. La consecuencia de ello es que las conductas acep
tables pierden su significacin, puesto que ya no tienen un objetivo pro
pio, salvo tomar el lugar de las acciones inaceptables: estar ocupado
repitiendo una accin aceptable impide la aparicin de acciones inacepta
bles y este mecanismo llega a convertirse en la base de los ritos obsesivocompulsivos. La obligacin de hacer lo correcto -o de no hacer lo que es
t mal- camufla la prohibicin de hacer lo malo. Esta prohibicin no se
reconoce porque reconocerla engendrara ansiedad y porque toda prohibi
cin implica por definicin la posibilidad de hacer aquello que est prohi
bido (Vern y Sluzki, 1970) La necesidad arrolladora de evitar hacer las
cosas mal se equilibra mediante la conviccin de que pensar en hacer al
go equivale a haberlo hecho. La aparicin de ideas o de conductas que de
mandan un rechazo desencadena el rito de destruir el equilibrio para po
der restablecerlo luego. Este proceso es complicado por cuanto el mal
puede contaminar ciertas acciones consideradas hasta entonces neutras
e incluso buenas y finalmente exige una reestructuracin de los ritos.
Procuremos identificar el contexto de aprendizaje que puede llevar
a la gnesis de las neurosis obsesivo-compulsivas. Se espera que el nio
alcance la independencia siguiendo la regla de que para evitar el casti
go debe aprender a hacer lo que est bien. Someterse a esta regla se
considera justo, pero no hay ninguna recompensa instrumental ligada
a esa accin. Si el nio hace algo que est mal, o no hace lo que est
bien, se lo castiga. Por otro lado, si se porta bien, no recibe ninguna re
compensa, slo se considera que cumpli con su deber. Esta situacin se
conoce como de abstencin instrumental; en ella al estmulo condicio
nado le sigue una experiencia desagradable -por ejemplo, una descar
ga. elctrica- salvo que el sujeto responda mediante cierta accin. As el
sujeto aprende cmo situar sus propias acciones en la secuencia de
acontecimientos a fin de evitar el castigo. Por lo tanto, la recompensa
consiste en evitar el castigo.
Si bien en un primer nivel los padres alientan al nio a asumir sus
deberes como forma de independencia, tambin le comunican que l
es intrnsecamente malo (por ejemplo: Por supuesto, qu otra cosa po-
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Referencias bibliogrficas
Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J. y Weakland, J. H. 1956. Toward a
theory of schizophrenia, Behau. Sci. 1: 251-264.
Bateson, G. 1942. Social planning and the concept of deutero leaming,
en L. Bryson, (comp.), Science, Philosophy and Religin, segundo
simposio. Nueva York, Harper & Row.
Bateson, G. 1951. Conventions of communication: where validity depends on belief, en J. Ruesch, y G. Bateson, Communication, the So
cial Matrix o f Psychiatry. Nueva York, W. W. Norton.
Ferreira, A. 1960. The double bind and delinquent behavior, Arch. Gen.
Psychiat., 3: 359-367.
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Pertinencia [ideolgica]
del cdigo
En lingstica, semitica y otras disciplinas que se ocupan de sistemas
significantes es posible distinguir al menos cinco empleos clsicos del tr
mino cdigo:
(1) A menudo, una especie de analoga imprecisa hace que la palabra
cdigo se emplee como sinnimo de lengua.
(2) En el contexto ms preciso de la teora de la informacin, el trmi
no cdigo designa el conjunto de transformaciones que permiten pasar de
un sistema de signos a otro (en el diccionario francs Petit Robert, la cuar
ta acepcin de la palabra code define: diccionario de los equivalentes en
tre dos lenguajes).
(3) En numerosos casos, cdigo parece ser, sencillamente, un sinni
mo de conjunto de obligaciones, conjunto que define la naturaleza sig
nificante de un sistema dado, lingstico o de otra ndole,
(4) En ciertas teoras lingsticas de inspiracin saussureana, y tam
bin en la primera semiologa,1un cdigo se concibe frecuentemente co
mo el repertorio de unidades (signos) de que disponen los usuarios de un
sistema significante para comunicar.
(5) Por ltimo, se puede emplear el trmino cdigo para hacer alusin
al aspecto social de un sistema significante, en el cual cdigo es el
nombre que se le da a un conjunto de normas institucionalizadas sobre
las que se basa el funcionamiento de un sistema.
Naturalmente no es raro que en un mismo texto se apele a varios de
estos usos y hasta a todos ellos. En el presente captulo me propongo su
1.
Sobre ciertas observaciones referentes a la primera semiologa, vase
mi artculo Remarques sur lidologie comme production de sens, Sociologie et
Socits, 5 (2), noviembre de 1973, Montral.
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pero que nos hace caer en una situacin curiosamente circular si trata
mos de aplicar ese modelo al lenguaje mismo.
Por otra parte, esos sistemas artificiales son slo un fragmento de
la esfera translingstica. En efecto, el modelo cdico puede aplicarse
nicamente a sistemas significantes secundarios, fuertemente digitali
zados. Adems, los sistemas cuya materia significante excluye la regla
de la discontinuidad tambin quedan fuera de ese campo: es el caso de
la msica donde no existe un orden del significado. En otras palabras:
los sistemas translingsticos que pueden tener verdadero inters para
la semiologa no son cdigos.5
Ahora bien, esta concepcin cdica no es una invencin arbitraria
de ciertos lingistas o semilogos. Por el contrario, refleja o reproduce,
en el nivel de la teora lingstica, una conciencia social bien determi
nada sobre la actividad del lenguaje; deriva de un conjunto preciso de
operaciones ideolgicas. El ncleo de esas operaciones consiste en con
cebir los sistemas significantes complejos (aquellos que, para retomar
la expresin de Cherry, se desarrollan orgnicamente en el seno de lo
social) como si fueran sistemas artificiales. El mecanismo ideolgico de
base es pues una proyeccin sobre los sistemas complejos de un modelo
tecnolgico-instrumental, segn el cual los lenguajes son mquinas
transparentes cuyo funcionamiento se basa en las necesidades comunicacionales de los usuarios.
En cuanto al signo ideolgico, no caben dudas: el funcionalismo es
siempre reaccionario, en la esfera lingstica como en cualquier otro
campo. Entindase bien, no slo es reaccionario, sino tambin y sobre
todo inadecuado como representacin de su objeto. Pero el carcter ina
decuado de la ideologa no se reduce nunca a una ilusin; en este caso,
como en todos los dems, la ideologa se articula con ciertos aspectos de
su objeto, se adhiere a cierto nivel de la prctica del lenguaje. Tratemos
pues de ver ms precisamente cmo se aplica el modelo del cdigo a las
lenguas naturales.
Para poder constituir un repertorio, necesitamos contar con unida
des. Estas unidades se conciben o bien como elemento del orden del
significante, o bien como unidades que incluyen un trmino del orden
del significante y un trmino del orden del significado. En suma, slo
pueden ser unidades de superficie. De ah el problema crucial del des
glose (hiptesis del paralelismo forma/contenido, prueba de conmuta
cin, etctera).
5.
Vase un esquema de reglas de inversin de las materias significantes en
mi artculo Pour une smiologie des oprations translinguistiques, Versus. Quaderni di studi semiotici, 4, pp. 8-100,1973.
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6.
Para un panorama de esos desarrollos en la ptica de este artculo, va
E. Vern, Linguistique et sociologie: vers une logique naturelle des mondes sociaux, Communications 20, pp. 246-278,1973.
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Referencias bibliogrficas
Cherry, C., 1957. On Human Communication, Science Editions Inc.
Jakobson, R, 1963. Linguistique et thorie de la communication, en
Essais de Linguistique gnrale. Pars, Editions de Minuit.
Prieto, J. L. 1966. Messages et signaux. Pars, Presses Universitaires de
France.
Nota de lectura
(2000)
En la nota (5) de este artculo, el original francs dice: Voir un schma
de rgles dinvestissement des matires signifiantes dans mon article.... El traductor Alberto Luis Bixio es<h*ibe en castellano: Vase un
esquema de reglas de inversin de las materias significantes en mi art
culo. ... No hay otra manera de traducir con exactitud ese fragmento de
frase. Y si comparamos ambos fragmentos, el francs y el castellano, nos
encontramos ante un magnfico ejemplo de las complejidades ideolgicas
de la nocin de cdigo, entendida en su acepcin (2). Mi interpretante se
r aqu el clebre diccionario Larousse espaol/francs. Pocos aos des
pus de este artculo, intent otra aproximacin al diccionario como
manual de ideologa (vase el cap. 6 de este libro, Folies-Bergre).
En su significacin literal, el verbo investir en francs tiene dos
acepciones: investir, conferir (una dignidad); invertir, colocar, em
plear (colocar fondos). La segunda, ms corriente en el lenguaje coti
diano, es la propiamente econmica: invertir (en la bolsa), colocar (ac
ciones). La familia de estas formas mantiene en francs la mezcla
entre los conceptos, en castellano, de investir e invertir: investisseur
es el inversionista, investiture es investidura, toma de posesin. El
francs investissement (trmino que us en mi texto) contiene ambas
acepciones: inversin (en sentido econmico) y conferimiento de digni
dad. Bixio no poda traducir el francs investissement como investi
miento porque este trmino no existe en espaol (sin embargo, yo debo
de haberlo usado alguna vez). El castellano separa las dos acepciones:
la econmica es invertir, inversin, la que remite al conferimiento de
una dignidad es investir, investidura. Investimiento (que el espaol
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Diccionario de lugares
no comunes*
Diccionario: s. m. 1 Coleccin de palabras dispuestas segn
un orden convenido.
Le Petit Robert
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Produccin/Reconocimiento
(Condiciones de, Gramticas de)
Produccin/Reconocimiento son los dos polos del sistema productivo de
sentido. Llamamos circulacin al proceso de desfase entre ambos, des
fase que puede adquirir formas muy diferentes segn el tipo de produc-
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Circulacic
Si se elige como estrategia terica la que consiste en afirmar que los fe
nmenos de sentido, para ser comprendidos, exigen definir el modelo de
un sistema productivo, es decir, que los discursos son productos cuyo en
gendramiento y cuyos efectos es necesario estudiar, el concepto de cir
culacin designa entonces el tejido intermediario de ese sistema. Pero si
bien el aspecto produccin de los discursos y el aspecto efectos (V. Pro
duccin/Reconocimiento) suponen lecturas de un discurso o de un con
junto de discursos (V. Lectura(s)), no ocurre lo mismo con el aspecto cir
culacin: este ltimo no implica un tipo de lectura. Porqu^ la
circulacin, en lo que concierne al anlisis de los discursos, slo puede
materializarse, precisamente, en la forma de una diferencia entre la
produccin y los efectos de los discursos. En otras palabras, una super
ficie discursiva est compuesta por marcas (V. Lingstico, Anlisis).
Esas marcas pueden interpretarse como huellas de las operaciones de
engendramiento (V. Operaciones) o como huellas que definen el sistema
de referencias de las lecturas posibles de ese discurso en reconocimien
to. Hablando con propiedad, no hay huellas de la circulacin: esta se defin como el desfase, que surge enun momento dado, entregas condicio
nes de produccin del discurso y las lecturas en la recepcin.!
Las condiciones de la circulacin son extremadamente variables, se
gn el tipo de soporte material-tecnolgico del discurso (intercambios
orales en la conversacin, en comparacin con los discursos de los me
dios masivos, por ejemplo) y tambin segn la dimensin temporal que
se tome en consideracin, pues esta puede concebirse como un continuum que va desde el estudio sincrnico a la diacrona del tiempo de la
historia. En el primer caso, las condiciones de la circulacin dependen
de las condiciones de funcionamiento de la sociedad en un momento da
do (por ejemplo, pueden estudiarse las relaciones-desfases entre las
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Ideologa(s)
En las ciencias sociales, el principal problema que se plantea al tratar
de utilizar las nociones de la teora es que esas nociones tienen vida
propia, por as decirlo, en el seno del funcionamiento sociapUno procu
ra delimitar el empleo de ciertos conceptos dentro de un marco terico,
pero esos conceptos existen tambin fuera de tal marco, es decir, en el
seno de las prcticas sociales. A menudo el mismo trmino forma parte,
por un lado, del objeto estudiado, y por otro del discurso (sociolgico)
que se propone describir ese objeto. Es el caso, tpico, de la nocin de
ideologa. Si nos declaramos interesados en constituir una teora de
las ideologas, estamos empleando un trmino que, en otro nivel, forma
parte del objeto que nos interesa. Pues el funcionamiento de las ideolo
gas no es ajeno a su denominacin. Fascismo, estalinismo, peronismo,
socialismo, derecha, izquierda: otras tantas categoras que agrupan
conjuntos heterogneos de fenmenos de significacin y que sirven, a
los actores sociales mismos, como principios de inteligibilidad para com
prender ciertos procesos sociales, para comprender sus propias conduc
tas y las de los dems!.
Cmo tomar distancia del uso social, precientfico, de esta no
cin? El corte con el empleo espontneo o ingenuo de ese trmino
debe hacerse, precisamente, en virtud de la diferencia entre la nocin
de ideologa y la de ideolgico. (V. Ideolgico). No se trata pues de re
nunciar al trmino ideologa (lo cual, por otra parte, sera imposible).
Antes bien, se trata de reservarle un empleo descriptivo y no terico:
6Vase Nota de lectura del captulo 2 de este libro.
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Ideolgico
Como concepto que pretende ser terico, lo ideolgico designa pues no
un objeto, ni un conjunto reconocible de cosas (se las llame ideas, re
presentaciones, opiniones o doctrinas), sino una dimensin de anlisis
del funcionamiento social. Estamos ante lo ideolgico cada vez que una
produccin significante (sean cuales fueren su soporte y las materias
significantes enjuego) se aborda en sus relaciones con los mecanismos
de base del funcionamiento social entendidos como restricciones al en
gendramiento del sentido. Dicho de otro modo, ideolgico es el nombre
del sistema de relaciones entre un discurso y sus condiciones (sociales)
de produccin. El anlisis ideolgico es el estudio de las huellas que las
condiciones de produccin de un discurso han dejado en la superficie
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Poder
En anlisis de los discursos, el trmino poder designa el sistema de
relaciones entre un discurso y sus condiciones (sociales) de reconoci
miento. El concepto de poder se refiere pues a la problemtica de los
efectos de sentido de los discursos. Como se advierte, lo mismo que lo
ideolgico, la nocin de poder define una dimensin de todo discurso,
de toda produccin de sentido que circula en una sociedad. En conse
cuencia, no debe confundirse la problemtica del poder con la problem
tica de lo poltico: esta ltima concierne a un tipo de discurso, caracteri
zado por su relacin especfica con un funcionamiento social particular,
el de la red institucional del Estado. En otras palabras, la cuestin del
discurso poltico es un captulo dentro de la cuestin, mucho ms vasta,
del poder de los discursos.
Evidentemente, poder e ideolgico son dos problemticas estre
chamente ligadas entre s: el poder de un discurso no es ajeno a los me
canismos significantes que resultan de las operaciones discursivas que
a su vez derivan de las condiciones ideolgicas de produccin. Dicho es
to, aclaremos que los dos problemas no son el mismo y es menester cui
darse de una especie de monismo terico, muy de moda, fundado en a)
una confusin entre la cuestin ideolgica y la cuestin del poder y b) la
hiptesis segn la cual el poder funciona, siempre y en todas partes, con
una misma y nica gramtica. En cambio es interesante estudiar cmo
y por qu un mismo discurso no tiene el mismo poder ni produce los
mismos efectos en contextos sociales diferentes, y tambin cmo y por
Discurro (Anlisis de lo sP )
Ante todo hay que subrayar que en su sentido amplio la nocin de dis
curso designa, no nicamente la materia lingstica, sino todo conjun
to significante considerado como tal (es decir, considerado como lugar
investido de sentido), sean cuales fueren las materias significantes en
juego (el lenguaje propiamente dicho, el cuerpo, la imagen, etctera).
En segundo lugar, hay que destacar que la expresin se emplea en
plural: anlisis de los discursos, con lo cual se busca sealar una dife
rencia respecto de aquellos que hablan de el anlisis deZ discurso, con
cibiendo as El Discurso como una especie de homlogo de La Lengua,
del cual podra hacerse una teora general fuera de contexto. Lo que
se produce, lo que circula y lo que engendra efectos en el seno de una so
ciedad constituyen siempre discursos (ciertamente, se trata de tipos de
discursos cuyas clases habr que identificar y cuya economa de funcio
namiento habr que describir).
En tercer lgar, el trmino discurso destaca cierto enfoque de los fe
nmenos de sentido. Por ello discurso y texto no son sinnimos.
Texto es una expresin equivalente a conjunto significante: con ese
trmino se designa un paquete de materias significantes (lingsticas
o de otra ndole), independientemente de la manera de abordar su an
lisis (V. Texto). Anlisis discursivo implica ya cierto nmero de postu
lados que hacen que el texto no se aborde de cualquier modo. Los si
guientes son los ms importantes de tales postulados; sin son vlidos en
el caso de la materia significante lingstica, lo sern a fortiori en el ca
so de otras materias:
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Lingstico (Anlisis)
Es evidente que en el momento actual hay tantas maneras de trazar la
frontera entre anlisis de los discursos en una lengua natural y anli
sis lingstico como existen enfoques lingsticos diferentes. Para mu
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racin (o ms bien una operacin que sera la misma a los ojos de un lin
gista) contribuye de dos maneras diferentes -en dos tipos de contexto
diferentes- al efecto de sentido global del discurso.
Respecto de la mayora de los estudios lingsticos, se puede decir que
las operaciones que interesan al lingista, por un lado, y al analista de los
discursos, por el otro, no siempre son las mismas. Pueden a veces coinci
dir, en la medida en que el lingista se interese por las operaciones pro
piamente discursivas, es decir, en que vaya ms all de los lmites de la
unidad frase estudiada fuera de contexto. Aun en el caso de que ambos
tipos de anlisis coincidan parcialmente, el lingista, a diferencia del
analista de los discursos, no remitir esas operaciones a las condiciones
sociales de produccin (o de lectura) del texto; antes bien, las considerar
como invariantes que remiten a la gramtica de una lengua dada.
Por otra parte, la antigua triloga sintaxis/semntica/pragmtica
ciertamente no sirve para trazar una frontera entre anlisis lingstico y
anlisis de los discursos. Ante todo, porque esa distincin est siendo abo
lida por la prctica misma de la lingstica. Luego, porque en la medida
en que el anlisis de los discursos se interesa por los desfases interdiscur
sivos que resultan de diferencias sistemticas en las condiciones produc
tivas de los discursos, esas disparidades pueden manifestarse en cual
quier nivel de funcionamiento del lenguaje. De modo que lo que podra
ayudamos a delimitar el dominio del anlisis de los discursos no es pues
la frontera problemtica entre sintaxis y semntica, ni la que separa la
semntica de la pragmtica.
Operacin
Cuando se analizan los discursos se describen operaciones. (Este prin
cipio nos aproxima a cierta lingstica; vanse los trabajos de Antoine
Culioli.) Una superficie textual est compuesta por marcas. Esas mar
cas pueden interpretarse como las huellas de operaciones discursivas
subyacentes que remiten a las condiciones de produccin del discurso y
cuya economa de conjunto defini el marco de las lecturas posibles, el
marco dlos efectos de sentido de ese discurso. De modo que las opera
ciones mismas no son visibles en la suprficie textual: deben recons
truirse (o postularse) partiendo de las marcas de la superficie.
El modelo de una operacin est compuesto por tres elementos: un
operador, un operando y la relacin entre ambos, sea xRy. Sobre la base
de ese modelo mnimo, se impone hacer ciertas observaciones:
1.
El punto de partida de la descripcin es siempre la identificacin
de una marca interpretada como operador. O, para decirlo de otro mo
51
52
Medio Oriente
Y ahora qu?
o bien por un artculo definido:
La prueba alemana
etctera.
8. El mismo tipo de marca, en contextos discursivos diferentes, puede
hacerse cargo de operaciones diferentes (puede ser operador de operacio
nes diferentes). El artculo definido, por ejemplo, que a menudo es el ope
rador de una relacin anafrica en los ttulos periodsticos informativos
(que anuncian una noticia), no produce anfora cuando se trata de una
expresin genrica que sirve de ttulo, por ejemplo, para un editorial:
La toma de rehenes como mtodo
9. Para quienes trabajan con discursos sociales, compuestos en la
mayor parte de los casos por varias materias significantes (discurso es
crito e imagen, por ejemplo) es importante recordar que un operador
bien puede incluirse en una marca no lingstica. (Imgenes, por su
puesto, pero tambin elemento de distribucin en el espacio: dimensio
nes diferenciales de los caracteres, espacio entre los textos, etctera.)
Teniendo en cuenta que un texto puede estar sometido a una plura
lidad de lecturas, qu operaciones describir? Slo la bsqueda de dis
paridades interdiscursivas puede guiarnos. Se trata de describir, en un
conjunto discursivo, todas las operaciones que definen una diferencia
sistemtica y regular con otro conjunto discursivo, considerando como
hiptesis que ambos estn sometidos a condiciones productivas diferen
tes. Diferencias sistemticas: se trata, pues, no de describir operaciones
aisladas, sino de tomar en consideracin el conjunto del funcionamien
to de na economa discursiva en lo que la diferencia de otra. Diferen
cia regular: se trata, pues, no de describir operaciones identificables en
tal o cual texto particular, sino de llegar a constituir tipos de discurso,
caracterizados por un funcionamiento relativamente constante en el se
no de una sociedad y de un perodo histrico determinados.
Desfase
La nocin de desfase designa el principio mismo de estructuracin in
terna de un corpus de textos. Es indisociable de la regla de base del m
todo, la de la comparacin entre tipos de textos.
Un corpus est constituido por grupos de textos. Cada uno de esos
grupos debe ser homogneo desde el punto de vista de las condiciones
53
Interdiscursividad
Si el mtodo de constitucin de los corpus se funda en la identificacin
de desfases pertinentes (V. Desfase), ello se debe a que la estructuracin
de los discursos es siempre un fenmeno interdiscursivo. Si el anlisis
de los discursos es un anlisis de diferencias, ello se debe a que los dis
cursos sociales siempre se producen (y se reciben) en el interior de una
red, extremadamente compleja, de interdeterminaciones. Esta nocin
de relaciones interdiscursivas es esencial en todos los niveles del fun
cionamiento del sistema productivo del sentido. Tanto entre las condi
ciones de produccin como entre las de reconocimiento de un discurso,
hay otros discursos. En realidad, puede decirse que todo discurso produ
cido constituye un fenmeno de reconocimiento de los discursos que for
man parte de sus condiciones de produccin. Del mismo modo, una gra
mtica de reconocimiento slo existe en la forma de discursos
producidos, partiendo de los cuales se puede intentar reconstituir esta
gramtica. La produccin y el reconocimiento, como polos del sistema
54
Lee
El analista de discursos slo puede hacer lecturas de esos discursos.
Dicho de otro modo: el analista de discursos siempre est situado, por
definicin, en el reconocimiento. En realidad, el discurso analizado (o,
si se prefiere, el discurso-objeto) es una condicin de produccin del
discurso producido por el analista. Desde el punto de vista terico, la
posicin del analista, del observador, no coincide con la del consu
midor de los discursos: uno y otro no hacen exactamente la misma
lectura. La lectura del analista sufre la mediacin de su mtodo y de
los instrumentos que aplica a las superficies discursivas. Esta media
cin afecta el discurso analizado en su poder, hay un fenmeno de poder-creencia que es propio del consumo y que el analista destruye.
Ahora bien, cuando el analista se propone construir una gramtica de
reconocimiento de un discurso o de un tipo de discurso, aunque su pro
pia lectura no coincide con la del consumidor, su objeto es reconsti
tuir esta ltima.
Por otro lado, puesto que un texto es el lugar de convergencia de una
multiplicidad de sistemas de determinaciones (V. Texto), siempre admi
te una pluralidad de lecturas. Puede hacerse de un texto una lectura
ideolgica, psicolgica, psicoanaltica, lingstica, documental de sus
contenidos manifiestos... La lista sera muy larga. Todo depende de la
teora que el analista utilice para enmarcar sus operaciones de manipu
lacin de la superficie textual en cuestin.
Situado siempre en reconocimiento, el observador puede proponer
se reconstituir la gramtica de produccin de un texto o de un conjunto
de textos: no hay en ello ninguna contradiccin. Sencillamente, leer un
texto en relacin con su gramtica de produccin o leerlo en relacin
con su (o sus) gramtica(s) de reconocimiento no es lo mismo. El obser
vador tendr que vrselas, por ejemplo, en un caso y en el otro, con re
des interdiscursivas diferentes. Es decir, relacionar el texto que anali
za con otros textos, pero esos textos no sern los mismos en uno y otro
caso.
55
Texto
As como el concepto de ideolgico se hace cargo de la ruptura en relacin
con la nocin preterica de ideologa (V. Ideologa, Ideolgico), el concepto
de discurso se considera aqu terico, por oposicin a la nocin puramen
te descriptiva de texto. Texto designa as, para nosotros, en el plano em
prico, esos objetos concretos que extraemos del flujo de circulacin de
sentido y que tomamos como punto de partida para producir el concepto
de discurso. En consecuencia, un texto es un objeto heterogneo, suscep
tible de mltiples lecturas, situado en el entrecruzamiento de una plura
lidad de causalidades diferentes, es decir, lugar de manifestaciones de
una pluralidad de rdenes de determinacin. El mismo texto puede pues
abordarse como fragmento en el que se manifiesta la actividad del len
guaje propia del francs; como reflejo del sujeto (en el sentido del indivi
duo identificable, histrico, el autor) que la produjo; como lugar de lo
ideolgico y del poder respecto de la sociedad; como objeto que contiene
unidades identificables de informacin que es posible sistematizar me
diante un anlisis documental; como espacio en el que se pueden adver
tir huellas del inconsciente, es decir, como espacio de manifestacin de la
actividad simblica; como movimiento en el contexto de una estrategia
interpersonal. Todos estos anlisis son posibles como tambin muchos
otros y en el momento actual no hay medios tericos suficientemente po
derosos para integrarlos en un marco que tuviera la pretensin de decir*
lo todo sobre un texto. O quizs esa condicin plural del texto es irreduc
tible y tal vez defina algo esencial que tendra que ver con la naturaleza
necesariamente fragmentada, mltiple, sobredeterminada de la produc
cin de sentido en el seno de una sociedad compleja.
Semiosis
Este trmino, tomado de Peirce, designa para nosotros la red interdis
cursiva de la produccin social de sentido. En otra parte (vase Vern,
1977b) tratamos de mostrar, siguiendo a Peirce, que la semiosis es ter
naria, social, infinita, histrica. Su naturaleza ternaria es un aspecto
decisivo del modelo de la semiosis, en comparacin con los modelos de
dos trminos que dominaron toda la historia de la lingstica contempo
rnea desde Saussure en adelante. Nosotros propusimos una primera
aproximacin entre las teoras de Frege y de Peirce y la problemtica
del anlisis de los discursos, segn el siguiente esquema (vase Vern,
1977b):
56
Frege
Sinn
Zeichen
Bedeutung
Peirce
Interpretante
Signo
Objeto
Objeto i discurso
Operaciones
Discurso
Representaciones
57
(conjunto B). Esta red est siempre enjuego, aun cuando por supuesto,
no siempre es posible abarcarla por entero en un proyecto de anlisis
determinado. En cambio, en el transcurso del anlisis inevitablemente
el analista tiende a postular el funcionamiento de operaciones que no
estn atestiguadas en los textos en los cuales trabaja (por ejemplo, las
nociones de actualidad o de acontecimiento en el caso del discurso
de la prensa de informacin: nociones que hay que postular aunque no
se las produzca cada vez en un texto periodstico). Es por ello que siem
pre se postulan hiptesis sobre sistemas de representaciones. Al no estar
atestiguadas por operadores en la superficie textual (V. Operaciones)
las representaciones tienen una condicin particular (indicada en el es
quema mediante relaciones en lnea discontinua) y no forman parte, es
trictamente hablando, de las gramticas. Sea como fuere, las hiptesis
sobre las representaciones siempre deben justificarse mediante el an
lisis de operaciones. Al ser los sujetos los mediadores entre condiciones
productivas y proceso productivo, se postula pues que ellos son los so
portes de las representaciones.
(1979)
Vern (Elseo)
Sobre la teora y el anlisis de los discursos sociales presentados aqu,
vanse, entre otros artculos, los siguientes:
1971. Ideology and social sciences: a communicational aproach, Semi
tica 3(1), pp. 59-76.
1973. Pour une smiologie des oprations translinguistiques, Versus
Quaderni di studi semiotici, 4, pp. 81-100.
1973b, Linguistique et sociologie: vers une logique naturelle des mon
des sociaux, Communications, 20, pp. 246-278.
1973c, (en colaboracin con S. Fisher). Baranne est une crme, Commu
nications, 20, pp. 160-181.
1973d. Remarques sur lidologique comme production de sens, Sociolo
gie et Socits, 5 (2), pp. 45-70.
1975. Idologie et Communications de masse: sur la constitution du discours bourgeois dans la presse hebdomadaire, en Idologies, littrature et socit enAmrique Latine, Bruselas, ditions de lUniversit de Bruxelles, pp. 187-226.
1976. Corps significant, en Sexualit et pouvoir (coleccin dirigida por
A. Verdiglione). Pars, Payot.
1977a. Rcit tlvisuel et imaginaire social, Actas del 29QPremio Italia.
1977b. La semiosis sociale. Documento de trabajo, nm. 64a Universit
di Urbino.
58
Referencias bibliogrficas
Althusser, L. 1965. Pour Marx. Pars, Maspero.
59
4
Posmodernidad y teoras
del lenguaje:
el fin de los funcionalismos
El horizonte funcionalista
En este captulo hablar de uno de los componentes esenciales de la mo
dernidad y, en particular, de los efectos que ejerce en la esfera de las cien
cias del lenguaje y de las ciencias de la significacin: el funcionalismo.
El problema que plantea supera ampliamente la cuestin del len
guaje. El funcionalismo fue la primera forma que adopt la cientificidad
en las ciencias humanas a lo largo del siglo xx, su ncleo duro, podra
decirse, retomando la expresin de Lakatos (1970). Desde este punto de
vista, su papel histrico ha sido fundamental: gracias al funcionalismo
se consolidaron la sociologa, la antropologa, la lingstica, el psicoan
lisis y la psicologa.
Qu es el funcionalismo? La respuesta a esta pregunta evidente
mente vara, en sus detalles, segn el terreno cientfico en relacin con
el cual se la plantee. En un plano general, nos vemos reducidos a res
ponder mediante una trivialidad, a saber, que el funcionalismo consis
te en el privilegio atribuido a la funcin sobre la estructura o, si se pre
fiere, consiste en suponer, respecto de un fenmeno dado, que la
cuestin de saber para qu sirve es una cuestin esencial, cuya res
puesta nos permite luego comprender el cmo y el por qu. A travs de
sus mltiples versiones y segn sea el actor o el sistema la unidad de
anlisis, el ncleo duro del funcionalismo consiste en el predominio
de la pregunta: Para qu sirve? (en qu contribuye a...? qu papel
desempea en...?) sobre todas las dems preguntas. En otras palabras,
ese ncleo duro se funda en la figura de la relacin entre un medio y un
resultado.
61
62
Cada vez que un hombre le dice algo a otro, realiza un acto de palabra.
El acto de palabra es siempre concreto; tiene lugar en un sitio determinado
y en un momento determinado. Supone: una persona determinada que ha
bla (el sujeto parlante), una persona determinada a la cual se le habla (un
oyente) y un estado de cosas determinado al cual se refiere este acto de
palabra. [...] Pero el acto de palabra supone algo ms: para que la persona
a quien se le habla comprenda a quien le habla, es necesario que ambos po
sean el mismo lenguaje. (Troubetzkoy, 1957:1)
La ruptura chomskyana
Pero en el seno mismo de la modernidad y profundamente marcado por
esta en su impulso cartesiano y racionalista, ha adquirido forma un
nuevo enfoque que anuncia el comienzo del fin de las ideologas funcionalistas: la lingstica generativa-transformacional, inaugurada por la
obra de Noam Chomsky. Instalndose al principio de una manera, por
as decirlo, silenciosa, esta ruptura se hizo abiertamente manifiesta du
rante la polmica entre Noam Chomsky y los tericos de la intencin
de comunicacin, defensores de la teora de los actos de lenguaje.1
1. En relacin con esta polmica, vanse P. F. Strawson, Signification et vrit en Etudes de logique et de linguistique, Pars, Seuil, 1977; N. Chomsky, R~
flexions sur le langage, Pars, Maspero, 1977, captulo 2.
63
64
jetivas, las elabora, del mismo modo en que los rganos del cuerpo se desarro
llan de manera predeterminada en las condiciones apropiadas. (I b d 95)
65
66
la circulacin del sentido debe hacerse desde el punto de vista del actor
y de sus intenciones alimenta aqu las mismas ilusiones.
Nadie (o casi nadie) se preocupa por ir a ver qu ocurre del lado del
reconocimiento. Y sobre todo no lo hacen aquellos que se colocan en la
posicin de crticos de la sociedad postindustrial y que nos explican el
fin del sentido y el advenimiento del simulacro: estos son discursos de
productores... invertidos. Unos y otros nos pintan el cuadro de una so
ciedad unidimensional.
Y sin embargo, la teora de los discursos sociales conduce a una
perspectiva que contradice a la vez a los tecncratas de la sociedad me
diatizada y a sus detractores. Porque si el desfase entre la produccin y
el reconocimiento es constitutivo de la circulacin del sentido, si el ca
rcter no lineal es una propiedad de esta ltima como sistema comple
jo, la indeterminacin relativa es un principio vlido en todos los nive
les de la comunicacin: si el desfase existe ya en el seno de cualquier
intercambio de palabras entre dos interlocutores, existe tambin en el
interior de todos los procesos tecnolgicos de comunicacin. Ahora
bien, es extremadamente probable que cuanto ms complejo sea el so
porte del discurso (al hacer intervenir materias significantes heterog
neas y simultneas) tanto ms se acreciente la distancia entre produc
cin y reconocimiento.
Antes que reforzar la uniformidad social, la mediatizacin acelera
da de las sociedades industriales nos conduce, muy probablemente, ha
cia funcionamientos significantes cada vez ms complejos. En todo ca
so, no sabremos cul es la buena hiptesis hasta tanto no nos decidamos
a ir a mirar, como Alicia, del otro lado del espejo.
(1985)
Referencias bibliogrficas
Lakatos, I. y Musgrave, A. (comps.). 1970. Criticism and the growth of
knowledge. Cambridge University Press.
Karcevskij, S. 1964. Sur la phonologie de la phrase, en J. Vachek
(comp.), A Prague School reader in linguistics. Bloomington, India
na University Press.
Troubetzkoy, R. S. 1957. Principes de phonologie. Pars, Klincksieck.
Jakobson, R. 1964. Efforts towards a means-ends model of language in
interwar continental linguistics, en J. Vachek (comp.), op. cit.
Searle, J. R. 1972. Les actes de langage. Pars, Hermann. [Actos de ha
bla., Barcelona, Planeta-De Agostini, 1994.]
Vern, E. 1978. Smiosis de lidologique et du pouvoir, Communica
tions,, 28. Pars, Seuil.
67
68
Segunda
parte
La produccin de la
discursividad lingstica
5
Ideologa y comunicacin de masas:
sobre la constitucin del discurso
burgus en la prensa semanal
Seguidamente, examinaremos textos extrados de medios de comunica
cin masiva, a fin de establecer una primera identificacin de operaciones
de naturaleza discursiva.1Tal identificacin slo puede proceder por dife
rencia: se trata pues de comparar sistemticamente textos producidos en
ocasin de un mismo acontecimiento real, pero que obedecen a res
tricciones definidas por procesos de produccin diferentes. Ese aconteci
miento real ocupa para nosotros el lugar de una constante desconocida
cuya manifestacin estudiaremos a travs de la semantizacin discursi
va. La hiptesis de base supone que el acontecimiento real, que es el te-}
ma del que hablan tales discursos, constituye una suerte de invariante re- (
ferencial que nos permite atribuir las diferencias identificables en el nivel j
textual a diferencias en el proceso de semantizacin (es decir, a distintas
operaciones discursivas de naturaleza semntica), diferencias que a su
vez expresan variaciones sistemticas en los procesos de produccin de
los textos que comparamos.
Un discurso o un conjunto de discursos (en su condicin de unidades
textuales concretas, producidas en el seno de lo social) no constituye un
objeto homogneo: esta nocin de discurso no es un concepto terico,
sino puramente descriptivo. En consecuencia, desde este punto de vis-
u
1.
Una primera indagacin sob^e el problema del estudio de las operaciones
discursivas en el anlisis de textos, se encontrar en Baranne est une crme;
una presentacin del marco terico en el cual se sita este captulo aparece en
Elseo Vern, Linguistique et sociologie: vers une logique naturelle des mondes
sociaux. Estos dos textos se publicaron en Communications, 20, 1973, Pars,
Seuil.
71
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73
74
75
f)
El ejemplo que acabamos de evocar nos introduce ya en una d
mensin extremadamente importante de las condiciones de produccin,
la que resulta del consumo diferencial de los semanarios. Si los criterios
de periodicidad, funcin y gnero nos permitieron una primera identifi
cacin destinada a situar nuestro objeto dentro del sistema de los me
dios masivos de comunicacin -pues nos suministran un principio de
comparabilidad de los textos-, el consumo diferencial nos permitir es
tablecer el eje principal de las variaciones sistemticas dentro de un
corpus. En efecto, el consumo diferencial corresponde netamente, en
primer lugar, a fronteras de clase. En segundo lugar, es muy estable y
concierne no slo a medios especficos (un semanario determinado) sino
tambin a conjuntos de medios que constituyen verdaderos universos
de lectura relativamente cerrados.3
Probablemente sea til insistir en que la articulacin de clase es un
criterio externo pertinente en el nivel de los receptores y no en el nivel
de los emisores. En efecto, puede decirse que, desde un punto de vista
puramente objetivo, los productores de todos los semanarios pertene
cen a la clase dominante (al igual que la enorme mayora de los grandes
medios de circulacin masiva). Esta observacin es, seguramente, una
trivialidad, pero sin embargo es importante, particularmente en el mo
mento de sacar conclusiones; sean cuales fueren las diferencias signifi
cativas que puedan hallarse, queda muy claro que slo correspondern
a variaciones que se dan en el interior de un conjunto de discursos pro
ducidos por la clase dominante, aunque precisamente puede resultar
interesante distinguir, en ese universo, diversos tipos de textos cuya di
ferencia estriba en el hecho de que se dirigen a sectores diferentes de la
estructura de clases. En resumidas cuentas, lo que haremos ser com
parar, por un lado, textos dirigidos a la clase obrera y consumidos por
3.
El cierre de ese universo de lectura significa que, si uno sabe qu di
rio lee un individuo determinado, puede predecir, con una probabilidad muy ele
vada, qu tipo de semanario consume. Es decir que la lectura de cierto tipo de
diario est asociada a la lectura de cierto tipo de semanario, de cierta publica
cin deportiva, etc. La cantidad de lectores cuyo conjunto de lecturas oscila en
tre el universo popular y el universo burgus de los medios masivos de co
municacin es escaso. Una experiencia interesante, a pesar de su simplicidad,
consiste en pedirles a personas pertenecientes a la pequea o la gran burguesa
que enumeren, por ejemplo, semanarios que se publican en el pas. Con gran
frecuencia ocurre que esas personas ni siquiera pueden nombrar los semana
rios populares, pues sencillamente ignoran su existencia. Lo cual muestra
hasta qu punto su percepcin est focalizada en el universo de lectura de su
propia clase, cuando se acercan a un quiosco y echan una mirada a las publica
ciones que all se exhiben.
76
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79
El corpus
En 1967 present un anlisis textual de un corpus compuesto por los
textos, aparecidos en dos semanarios argentinos, relativos a un atenta
do poltico que tuvo particular resonancia: en la noche del 13 al 14 de
mayo de 1966, Rosendo Garca, lder peronista del sindicato de los me
talrgicos, fue asesinado.4
Los resultados de ese trabajo fueron publicados en 1969 (Vern,
1969). En aquella poca me haba interesado por las posibilidades de
analizar ideolgicamente textos de los medios masivos de comunicacin
y, ms especficamente, en la semantizacin que hacan estos ltimos de
los eventos de violencia poltica. Me pareca entonces que, considerando
la carencia existente tanto en la teora como en los mtodos de manipu
lacin de los textos, era importante estudiar la semantizacin de un
acontecimiento cuyo impacto social fuera lo suficientemente intenso pa
ra estimular, con una fuerza particular, la instauracin de mecanismos
ideolgicos en la produccin de lo textual. Por lo dems, esta hiptesis
me parece vlida an hoy. No se trata de afirmar que hay textos ms
ideolgicos que otros: es posible y hasta probable que un artculo sobre
sucesos deportivos encierre tanta carga ideolgica como una nota sobre
la actualidad poltica. Se trata ms bien de buscar las condiciones favo
rables para encarar la descripcin de un universo de operaciones se
mnticas del que no sabemos casi nada.
El lunes 30 de junio de 1969, Augusto Vandor, el lder ms impor
tante del sindicato de los metalrgicos y tal vez de todo el movimiento
peronista, caa vctima, tambin l, de un atentado. Hasta en el nivel
ms manifiesto, haba relacin entre ambos atentados: Rosendo Garca
haba sido un estrecho colaborador de Augusto Vandor.
El siguiente anlisis se concentrar principalmente en textos refe
rentes a la muerte de Vandor. He querido pues constituir un segundo
corpus con textos producidos tres aos despus de los primeros y que
tratan de un acontecimiento de la misma naturaleza. La agrupacin
dentro del corpus coincide en gran medida con la que yo haba estable
cido en ocasin del primer anlisis, salvo que, en lo que se refiere a los
medios de comunicacin masiva cuya difusin se sita en el nivel de la
pequea y la gran burguesa, esta vez analizar varios semanarios, en
lugar de uno solo como haba decidido hacer en el primer estudio. En
cuanto a los textos cuyo consumo predominante corresponde a las cla
4.
Trabajo presentado en el Coloquio sobre Teora de la comunicacin y m
delos lingsticos en las ciencias sociales, Instituto Torcuato Di Telia, Buenos
Aires, 1967.
Cuadro 1
Semanarios de consumo predominante en
las capas medias y de la gran burguesa
As (A)
Gente (G)*
* El semanario Gente se encuentra a medio camino entre As y las revistas se
manales de la columna de la izquierda: circula (con una tirada mucho ms ele
vada que estas ltimas, que se aproxima a las cifras de circulacin del semana
rio popular) en la clase media y la clase media baja y tambin, parcialmente,
en las capas superiores de la clase obrera. De modo que, objetivamente, es un
producto intermedio. Lo tomaremos como texto de transicin entre los dos tr
minos, ms alejados entre s, de nuestra comparacin principal.
Nota bene: todos los textos referentes al caso Vandor se publicaron entre el 3 y
el 10 de julio de 1969.
\
81
82
(6) EL ASESINATO DE
AUGUSTO VANDOR (A)
83
84
TipoP
(7)
EL PAS
Las fronteras de la
paciencia (Pp, 13-9-66)
(8) EL PAS
Vuelo nocturno (Pp, 3-11-70)
(9) El juego sucio (Pp, 13-6-72)
(10) LA ARGENTINA
Gobierno: la estrategia
de la aproximacin
indirecta (Pp, 1-6-71)
(11) LA NACIN
Octubre no parece
generoso (C, 30-9-65)
85
Tipo B
Tipo P
(16) LA NACIN
Los primeros disparos
(C, 19-5-66)
re
cin.9 De todos modos, es evidente que en los ttulos del tipo B no apa
rece una identificacin de un acontecimiento singular (caracterstica
que expresamos intuitivamente diciendo que en realidad podran apli
carse a eventos completamente diferentes). Y, en la medida en que no
designan ningn suceso singular, la funcin metalingstica de tales t
tulos es predominante: son los nombres de los discursos que presentan.
Diremos pues que los ttulos de las revistas semanales burguesas con
tienen denominaciones.
Tratemos de precisar esto un poco ms. Los ttulos del tipo P contie
nen una operacin que sita el evento en cuestin en una clase, pero el
conjunto del ttulo logra justamente producir la identificacin de un
miembro singular de esta clase. Se nombra una clase: la de los asesina
tos (6), la de las tragedias (12), la de las catstrofes (13), la de los calva
rios (14), la de las detenciones importantes (15), pero hay un elemento
especificador que produce la identificacin: Augusto Vandor (6), cordo
besa (12), River (13), Salta (15), seis peronistas (17). Las denominacio
nes contenidas en los ttulos del tipo B corresponden, en cambio, a con
juntos de acontecimientos o procesos indeterminados, lo cual justifica
que se hable de la hora del miedo en el pas o de un juego sucio o de una
estrategia indirecta por parte del gobierno; de todo lo que hace que oc
tubre no sea un mes propicio, etc. En el interior de estos conjuntos, el
acontecimiento especfico se sita como uno ms en medio de otros
acontecimientos que justifican la denominacin.
No obstante, lo que acabamos de decir plantea otro problema: C
mo podra producirse esa ubicacin del acontecimiento en cuestin en
una clase (no definida) que contiene otros miembros, si no hay identifi
cacin? En otras palabras: nuestra interpretacin parece implicar que
tambin en los ttulos del tipo B hay una operacin de clasificacin;
ahora bien, si el ttulo logra clasificar el evento, debe de haber en algu
na parte un flechaje sobre un elemento semntico que permite la deter
minacin (esto es, la identificacin) de lo que debe ser clasificado.10C
9, El concepto de expresiones de referencia nica (uniquely referring expresest asociado a una larga discusin de la teora de la referencia que gira
alrededor de los fenmenos analizados al comienzo por Russell y por Frege con
el nombre de descripciones. Sobre este problema vase sobre todo P. F. Strawson, On referring, M in d , 59, pp. 320-344,1950. [Sobre el referir, en Valdez Villanueva, L. (comp.) La Bsqueda del Significado, Madrid, Tecnos, 1995.]
10. Las nociones de flechaje y de recorrido fueron tomadas de los trabajos de
Antoine Culioli. Vase principalmente La formalisation en linguistique, Cahiers p ou r Vanalyse, 9, pp. 10-117,1968. De modo ms general, el conjunto de la
inspiracin lingstica del presente captulo debe mucho al enfoque de Culio
li que apunta a constituir una semntica operatoria. Quiero agradecerle aqu
sions)
87
mi deuda, a pesar del empleo, quiz demasiado metafrico, al que somet sus
conceptos.
88
89
Por ejemplo, no sera difcil aplicar a nuestros textos los principios del
anlisis retrico y aparentemente algunas de las diferencias entre ttu
los de los dos tipos se ubican en este nivel. Es posible identificar ciertas
figuras, sobre todo en la columna de la izquierda. Y, sin embargo, esos
procedimientos retricos no son constantes en los ttulos del tipo B: si
bien (9) puede ser el resultado de operaciones metafricas, por ejemplo,
es radicalmente diferente, desde el punto de vista retrico, del ttulo (2).
En cambio, la descripcin que hicimos de las operaciones referenciales
en el encuadre satisface la doble condicin que define nuestro criterio
de pertinencia.
90
todos los casos en los que hay relacin entre ttulo y subttulo, sin pro
vocar grandes modificaciones. Por ejemplo:
(7)
EL PAS
Las fronteras de la paciencia
(7) EL PAS:
Las fronteras de la paciencia
(15) Cocana
Importante detencin en Salta
(15) Cocana:
Importante detencin en Salta
Igualmente, se podran eliminar los dos puntos del ttulo de mi artcu
lo y disponer las dos partes en la forma habitual de la relacin ttulo/sub
ttulo. En todos esos casos, los dos puntos parecen hacerse cargo de una re
lacin conjunto/subconjunto o gnero/diferencia especfica, relacin que
tambin puede producirse mediante otros procedimientos, por ejemplo, el
orden y la diferencia de tamao de las letras, en el caso del dispositivo t
tulo/subttulo. El empleo de los dos puntos seala pues aqu la diferencia
de nivel entre el conjunto y el subconjunto (a veces de manera redundan
te, como ocurre cuando se utilizan al mismo tiempo la disposicin ttulo/subttulo y los dos puntos), puesto que esta relacin contiene un operador
de perteneca (X) del subconjunto al conjunto, del miembro a la clase.
Mi hiptesis es que este primer uso es el ms clsico y el menos inte
resante. Hasta dira que los medios de comunicacin masiva, partiendo de
este procedimiento general y muy conocido, llegan a constituir operaciones
enteramente diferentes con el empleo de los dos puntos** al simular que
los utilizan de este modo, producen operaciones de una naturaleza por com
pleto diferente. El simple hecho de emplear los dos puntos dentro de un
mismo ttiilo en portada marca ya una diferencia respecto del orden jerr
quico ttulo/subttulo, puesto que en ese caso ya no se trata, salvo por ana
loga, de ese gnero de orden. En realidad, y si nos atenemos por el momen
to a nuestro corpus inicial, los ttulos (1) y (3) ya nos plantean un problema:
(1) Argentina: la hora del miedo
(3) Crimen poltico: y ahora qu?
En efecto, no queda claro en absoluto que la hora del miedo est
en una relacin de pertenencia (en el sentido definido antes) con Ar
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96
97
Semanario popular
Fotografa: Plano de conjunto en la calle, ante una casa.
Se ven unas veinte personas, entre ellas algunos policas. Los des
trozos en la casa son evidentes. Sobre la calzada se ven trozos de made
ra y de paredes.
Epgrafe: Efectivos de la polica, reunidos ante la puerta de la sede
sindical, organizan la guardia del local. Numerosos curiosos observan
la escena.(20)
Semanario burgus
Fotografa: Plano de medio cuerpo de un hombre con sobretodo que
camina. Hay otras personas delante y detrs de l. En el fondo pueden
verse flores.
Epgrafe: Imaz entra al velorio: no.(21)
Se advierte la naturaleza particular de este ltimo epgrafe, donde
podemos reconocer una de las maneras ms frecuentes de comentar las
imgenes en los semanarios burgueses. El m&del* parecer ser el de la
cita: hay un identificador, el nombre propio (en este caso particular, era
el del ministro del Interior) y luego los dos puntos. Quin es el enun
ciador del no? Veamos ahora otros ejemplos, ms puros en cuanto
que delante de los dos puntos slo aparece el nombre propio (la imagen
es siempre el plano de medio cuerpo de una persona):
(22) Presidente Novello: comunicacin (Pp, 14-3-67)
(23) Khider: lgica de la violencia (.Pp, 14-3-67)
(24) Juracy Magalhaes: puente y cambio (Pa, 8-7-69)
(25) Molinari: las heridas (Pp, 27-5-69)
El cnjunto de estes ejemplos basta para dar una idea del espacio de
juego que construye el semanario para mantener en la ambivalencia la
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Cuadro 4
Tipo B
Tipo P
102
15.
El ttulo (33) contiene una referencia directa a una expresin famosa
durante el gobierno peronista (Maana es San Pern) para referirse al 17 de
octubre, que en aquella poca era una fiesta nacional. En el ttulo, la expresin
se transfiere (irnicamente) al Partido Radical y a su lder principal, Ricardo
B albn, feroz antiperonista.
103
\
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g) Por otra parte, ese proceso intertextual que remite a una denomi
nacin anterior corresponde, en mi opinin, a mecanismos muy impor
tantes de unificacin ideolgica: son elementos intertextuales que cons
tituyen la red cognitiva de cierto espacio cultural. Evidentemente,
tocamos aqu un aspecto central de las operaciones discursivas, el de los
elementos intertextuales que producen una cultura de clase como uni
verso relativamente cerrado y a la vez relativamente integrado.
Dicho esto, queda claro asimismo que distamos mucho de poder des
cribir esas redes con un mnimo de precisin. Pues no basta con mostrar
que tal dimensin existe y que est vinculada a efectos ideolgicos: so
bre todo habr que comenzar a explorar la naturaleza especfica de las
relaciones as instauradas, ms all de su funcin general. En conse-'
cuencia, el trabajo por hacer es al menos doble: por un lado, hay que de-|
terminar las operaciones subyacentes partiendo de las huellas que de-1
jan en la superficie (ya que la huella es, en el caso particular que
discutimos, un sistema de reenvos entre superficies discursivas), pero,
por otro lado, hay que establecer el vnculo entre las operaciones subya
centes y las relaciones semnticas primitivas (preconstruidas) que ta
les operaciones suponen. Lo cual equivale a decir que, si hay un efecto
de reconocimiento dentro del discurso de los semanarios burgueses que
analizamos, no se trata del reconocimiento de cualquier cosa, sino, muy
probablemente, de un reconocimiento relativo a paquetes de relacio
nes semnticas profundas que ser necesario postular.
108
parte al de los pases centrales, pero que al mismo tipo posee inflexio
nes particulares, en la medida en se produce en un contexto econmico
y poltico radicalmente diferente. La aparicin, en los pases dependien
tes, de este tipo de discurso coincide con el momento en que la burgue
sa industrial local se adapta a las nuevas condiciones de la dominacin
imperialista en la regin: el paso a la industrializacin obligada y por lo
tanto a la internacionalizacin del mercado interno. De modo que la que
nos interesa no es cualquier burguesa -la que se habla a s misma y le
habla a la clase obrera en la prensa semanal- y por esa razn que ele
gimos un perodo preciso, 1960-1970. Se trata de una burguesa que, en
el momento mismo en que procura instaurar esa doble relacin (consi
go misma y con la clase explotada) ha perdido ya toda esperanza de
orientar el desarrollo econmico y, a travs de l, el aparato poltico, una
burguesa cuyo mito mismo (evocado en varias oportunidades en mu
chos proyectos polticos), en la dcada de 1960 est ya en pleno proceso
de disolucin.
(1975)
Referencias bibliogrficas
Ducrot, O. 1966. La description smantique des noncs frangais et la
notion de prsupposition, LHomme, 8(1).
. 1970. Peu et un peu, Cahiers de lexicologie, 16 (1).
Vern, E. 1969. Ideologa y comunicacin de masas: la semantizacin de
la violencia poltica, en E. Vern (comp.), Lenguaje y comunicacin
social. Buenos Aires, Nueva Visin.
Vern, E. 1973. Linguistique et sociologie: vers une logique naturelle
des mondes sociaux, Communications 20. Pars, Seuil.
Wynn, Michel. 1964. Le cinma et ses techniques, Pars, Editions Techniques Europennes.
109
6
Folies-Bergre
El discurso del diccionario es interesante en varios aspectos, pues da
forma, como suele decirse, a un estado de la lengua. Pero, este estado
de la lengua, que se expresa en el diccionario de una manera fragmen
tada, es decir, lxica, constituye al mismo tiempo la manifestacin con
junta de una pluralidad de tiempos histricos diferentes: probablemen
te ms que cualquier otro discurso, el del diccionario exige un enfoque
arqueolgico. En l podran identificarse las aproximaciones, las di
gresiones, las prohibiciones que conformaron la historia de las condicio
nes de empleo de las palabras. Porque sera ingenuo creer que esta
red lxica que se pone de manifiesto en el discurso del diccionario obe
dece sencillamente a las leyes de la lengua, concebida como institu
cin cerrada y autnoma. Por el contrario: el diccionario est hecho del
mismo tejido que todos los dems discursos sociales que atraviesan el
espacio social y el tiempo histrico, el tejido de lo ideolgico. Es ms: es
te ltimo tal vez se manifiesta en el diccionario aun ms claramente
que en otros discursos.
Tratemos pues de ir ms all de la intencin instrumental del dic
cionario, que siempre logra darle un carcter inocente, a fin de leer en
l el trabajo social que, por debajo de las palabras, construye la rea
lidad de las cosas. En este caso, el de la locura.
El estilo de un discurso (dicho de otro modo, el conjunto de ama
neramientos que define socialmente su gnero y fundamenta as la
percepcin de su legitimidad) debe presentrsenos como el primer nivel
donde puede captarse este trabajo de lo ideolgico, puesto que all se
manifiesta como el aspecto evidente de un modo de funcionamiento. En
el diccionario nos encontramos, ante todo, con ese metalenguaje curio
so de las abreviaturas, destinado a ordenar, hacer derivar, oponer, re
mitir, clasificar, distinguir, subordinar, comparar, una especie de arma
zn fundamental de su discurso: V.,vulg., loe. adv., por anton., por ext.,
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113
Robert
Larousse
Larousse ilustrado
// 1 Perturbacin mental;
desorden, extravo del es
pritu. V. Alienacin*, Deli
rio, Demencia, Desequili
brio (mental); Loco. Rem.
Locura trmino general y
muy vago (Lalande) ha de
saparecido del vocabulario
cientfico, salvo cuando un
calificativo, asociado a l,
precisa y limita su signifi
cacin a un grupo de hechos
clnicos (A. Porot, Manual
de Psiquiatra, P.U.F.). Va
se infra. V. Enfermedad
(mental), Neurosis, Psico
sis, Vesania (antic.); y tam
bin Mana, Fobia, Zoantropa, etc.
Acceso de locura,
ataque de locura (vase, Attendre, cit. 114). Su com
portamiento denota locura.
Simular locura; locura si
mulada. Se deca que el el
boro curaba la locura. Lo-
1. Locura
1. Perturbacin mental gra
ve que abarca todos los de
srdenes patolgicos del es
pritu [...1 Acceso de locura.
Simular locura. Especial.
Con un calificativo o un
complemento, designa una
forma particular de pertur
bacin mental: Locura cir
cular o de doble forma [...].//
Locura (mana) de grande
za. [...]
114
Inclinacin excesiva, de
sordenada; mana, pasin:
Tener locura por las anti
gedades.
Desvo de la conducta: Lo
curas de juventud.
// 7. Gasto exorbitante: Ha
bra hecho cualquier locura
por obtenerlo (Montherlant).
115
5a Despect. V, celo, excita folies s. f. pl. (1907, Larousse) folies s. f. pl. Nombre que se
cin. Petra en celo (en folie). Nombre que se le da comn da comnmente al celo* de
mente al celo en la perra.
la perra.
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118
cura de la religin, dijo Pascal: todos sabemos muy bien que, en relacin
con los locos, este tipo de expresin no es ms que un juego de palabras.
Ahora bien, en el funcionamiento de este ncleo no hay ni una hue
lla, ni una sombra, de esas verdades sobre la locura que la cultura occi
dental aprendi dolorosamente a partir del psicoanlisis. Este discurso
del diccionario, es pues inocente? Describe sencillamente las reglas
formales que determinan la organizacin de la materia lxica, materia
que se ofrecera as al trabajo de todas las teoras posibles sobre la locu
ra, pero respecto de las cuales el diccionario se mantendra al margen,
limitndose a explicamos cmo se emplean las palabras?
Y, sin embargo, en el discurso del diccionario hay algo que puede
identificarse como sntoma. Resulta as que tal discurso slo tiene la
inocencia de lo reprimido.
Ciertamente, la sexualidad y el funcionamiento capitalista, el deseo
del sujeto y la represin social, en suma, el ncleo de la locura, no apa
reca en el ncleo lxico del diccionario. Aquel ncleo fue evacuado de
este. A la sexualidad slo se hace referencia una vez en el ncleo (senti
do nfi 1, nicamente en el Robert) y precisamente en relacin con una es
pecie de locura: Locura ertica (antic.V. Erotomanta, erotismo, perver
sin (sexual). Lo cual indica claramente que la sexualidad no le
concierne al gnero. Pero aparecen algunos fragmentos de la verdad,
desplazados hacia las zonas exteriores del tejido lxico.
Ante todo, en relacin con el sentido na6 del Robert, el de la locura
entendida como alegra viva, ese sentido que reconocimos como neta
mente separado de todos los dems. Este sntoma es particularmente
notable, pues la nocin de alegra viva, un poco extravagante, aparen
temente no tiene ninguna relacin con la sexualidad. El discurso del
diccionario mismo, en efecto, no manifiesta ninguna asociacin de tal
ndole. Pero la cuestin asoma en las citas. En otras palabras, si bien la
locura entendida como alegra viva hace alarde en s misma de su ino
cencia, no se podra decir que la eleccin de los ejemplos que ilustran es
te empleo se deba al azar:
Ella m e dice m il locuras sobre los placeres que usted tiene.
Sev., 4 3 8 (en Littr)
M e encontr a solas con m i am ante; dijim os m il locuras, pero, desgraciada
m ente, no hicimos nada.
R ic h e le t (en Littr)
119
que se dijeron mil locuras, pero no se hicieron. En todo caso, est claro
que en esta locura alegre, se trata de sexualidad, se trata de placer.
Y eso no es todo porque en las citas ga parle. Observemos los senti
dos especiales, que fueron cuidadosamente ubicados en apartados par
ticulares. Leo en el Robert:
Hacer una locura, locuras. V. TONTERA, SANDEZ [...] Locuras de
juventud. V.CABEZONADA, DESVO (de la conducta), CALAVERADA,
TRAVESURA, INCONVENIENCIA [...]
Pero, nuevamente, es el ejemplo de empleo lo que nos da la clave.
Hay dos y son los siguientes:
si se dice que la mayor de todas las locuras es casarse, no veo nada ms
conveniente que cometer esta locura, en la estacin donde nos volvemos
ms cuerdos.
Mol., Mar. for., 1 (Vase tambin AMORO, cit. 1)
Hay una cantidad de tonteras que el hombre slo hace por pereza y una
cantidad de locuras que la mujer hace por ociosidad.
Hugo,
de ma vie, Tas de pierres, VI.
Lo que hay que destacar, sobre todo, es que estas citas acompaan
justamente sentidos de la palabra locura que estn muy lejos del n
cleo y que, segn la explicacin que da el diccionario mismo, no provo
can en absoluto asociaciones con la sexualidad.
Observemos ahora el texto inmediatamente posterior al fragmento
que acabamos de citar (siempre en el Robert):
-Especial. Hacer locuras con el cuerpo, al hablar de una mujer que
se libra a todo tipo de desrdenes (ACAD).
-Especial. Gasto excesivo. V. GASTO, DISIPACIN. Usted ha come
tido una locura, una verdadera locura, al hacernos este regalo.
Podramos extendernos largamente sobre lo que se esboza en estos
ejemplos. Me limitar a sealar: 1) la asociacin de locura (ya sexualizada) con la mujer antes que con el hombre; 2) la figura retrica reto
mada por el discurso del diccionario (pues no se trata de una cita): to
do tipo de desrdenes, cuando precisamente se trata de uno solo.
Tambin habra mucho que decir en relacin con este empleo del cuantificador (todo) que abarca as un conjunto de una clase para llegar a
incluir lo que no se puede nombrar, y 3) el paso inmediato de la objeti
120
121
1.
Aqu se plantea el problema de saber cules son los aspectos especficos
propios del francs, en el sndrome que hemos evocado. El comportamiento de
la familia mad, madness en ingls, por ejemplo, parece ser muy diferente del de
folie.
122
Referencias bibliogrficas
Robert, Dictionnaire alphabetique et analogique de la langue frangaise.
Pars, Socit du Nouveau Littr, 6 volmenes.
Grand Larousse de la langue frangaise. Pars, Librairie Larousse, 6 vo
lmenes.
Larousse trois volumes en couleurs. Pars, Librairie Larousse.
El espacio de la sospecha
Superficies discursivas: produccin y reconocimiento
El anlisis de los discursos se sita en las distancias interdiscursivas;
cuando se trata de abordar conjuntos textuales, el objetivo es la identi
ficacin de las economas discursivas: la especificidad de una economa
discursiva slo puede expresarse como diferencia de funcionamiento en
relacin con otras economas. El anlisis de los discursos es pues, siem
pre y necesariamente, intertextual.
Damos al anlisis de las superficies discursivas una forma operato
ria. Una superficie discursiva es una red de relaciones representadas
por marcas. La descripcin trata esas marcas como huellas de operacio
nes discursivas. Los testimonios de las huellas pueden ser:
a) marcas lingsticas, es decir, unidades que seran pertinentes
en un anlisis puramente lingstico;
b) unidades ms amplias, compuestas por paquetes de lo que, pa
ra un lingista, seran marcas;
c) unidades significantes no homogneas que contienen a la vez
marcas lingsticas y marcas no lingsticas (por ejemplo, en el
discurso de la prensa, una imagen y el texto que la acompaa,
considerados como una unidad).
El anlisis de los discursos puede situarse en dos posiciones que no
deben confundirse: o bien en produccin, o bien en reconocimiento, con
respecto a un conjunto discursivo dado. El anlisis de los aspectos ideo
lgicos de un discurso es el anlisis del sistema de relaciones entre el
discurso y sus condiciones de produccin (se sita pues en produccin)
en tanto que el anlisis del poder de un discurso concierne a las relacio
nes de este con sus efectos (se sita en reconocimiento). Insistimos en
126
127
traccin del ttulo principal en relacin con variantes como, por ejemplo,
Prncipes y bribones o Historia de prncipes y bribones? La lista de las
preguntas de esta ndole que es posible formular respecto de cualquier
fragmento de discurso (y es fcil imaginar fragmentos mucho ms com
plejos que el de nuestro ejemplo) puede prolongarse indefinidamente. No
faltar quien diga: la lista se acortar rpidamente segn el punto de vis
ta, segn el tipo de lectura que se quiera hacer. Es verdad, pero, si bien es
te criterio es necesario, no resulta suficiente. Supongamos que nos gua
un inters por los aspectos ideolgicos del discurso. Como dije antes, en
los discursos no hay un nivel, un lugar privilegiado, para la manifesta
cin de lo ideolgico. En mi opinin, toda hiptesis a priori responde a un
prejuicio terico que, en el estado actual de nuestro conocimiento, sera
perjudicial para la investigacin. Fuera de ciertas concepciones dudosas
del funcionamiento significante (por ejemplo, la que podra incitarnos a
buscar lo ideolgico en la sustancia del contenido), no hay ningn prin
cipio terico que nos autorice a dejar de lado a priori tal o cual aspecto y
a prestar atencin, en cambio, a tal otro. Y sin embargo, como ya lo hemos
dicho, no se puede describir todo.
nicamente explorando en forma sistemtica corpus constituidos
segn criterios explcitos e investigando la organizacin de las dispari
dades interdiscursivas que se manifiestan en ellos, podemos estar en
condiciones no slo de responder a las preguntas que se formulen, sino,
ante todo, en condiciones de saber cules son las preguntas a las que
hay que responder.
Junto a la unidad que acabamos de considerar abordaremos otra,
cuyas condiciones productivas se postulan como diferentes de las de la
primera y que nos servir como revelador: me refiero a las disparida
des interdiscursivas sistemticas que hacen visibles las propiedades
que es necesario examinar. Para satisfacer las necesidades de la discu
sin metodolgica, me limitar aqu a enfocar el caso de dos tipos de dis
cursos de prensa socialmente visualizados como expresiones de dos
ideologas muy diferentes y hasta opuestas. No evocaremos directa
mente las variaciones sistemticas en las condiciones de produccin de
estos dos tipos de publicacin (diferentes articulaciones con los grupos
que controlan la prensa y, por lo tanto, a travs de ellos, con la estructu
ra de los grupos de inters y con la estructura de los partidos polticos;
diferentes tipos de vnculos con el aparato del Estado y, por consiguien
te, con el poder, etctera).
Nuestro revelador es una portada del semanario Minute corres
pondiente aproximadamente al mismo perodo (fig. 2).
El hecho de relacionar estas dos superficies textuales -una portada
de Le Nouvel Observateur [NOl y una portada de Minute- nos permite
128
129
Imgenes de prensa
En anlisis del discurso, cuando se trata de examinar composiciones
texto/imagen, nunca puede analizarse la imagen en s misma, pues es
ta es inseparable de los elementos lingsticos que la acompaan, que
la comentan. Algunas de las invariantes que caracterizan la construc
cin de las portadas de NO tienen que ver con la composicin texto/ima
gen. Esas invariantes, a su vez, slo pueden captarse correctamente
mediante la comparacin con un tipo ms clsico de tratamiento de
las imgenes, tipo que, precisamente, desde hace algunos aos est
siendo transformado radicalmente por un discurso ms moderno de la
informacin. Ese modelo ms clsico es el que podemos denominar la
imagen de prensa testimonial (modelo en el cual se destacaba el sema
nario Life, por ejemplo).
La imagen de prensa testimonial tiene la jerarqua semitica de
verdadero fragmento de lo real, su valor estriba por completo en la sin
gularidad irreductible, nica, de lo que logra mostrar: el momento justo
en que el automvil sale de la pista, el instante del encuentro histrico
entre X e Y, la primera foto tomada al rehn despus de que fuera libe
rado, etc. Haber estado all, haber logrado mostrar eso; he aqu lo esen
cial. Evidentemente, ese modelo est histricamente vinculado con la
constitucin del imaginario social tejido alrededor de la figura del pe
riodista (el peligro de su oficio, la habilidad necesaria y, sobre todo, su
rol de go-between, de mediador entre la actualidad y el pblico), que
fue tomando forma a lo largo de la historia de los medios de comuni
cacin masiva modernos y que las dos guerras mundiales contribuye
131
132
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hacen eco del cada cual juega su juego del texto (fig. 21); por el contra
rio, la imagen de Giscard literalmente sitiada por los cuatro persona
jes, materializa los lmites de la accin del presidente (fig. 22). Como
vemos, el juego de iconos se basa aqu en reglas metonmicas (proximi
dad/distancia; espacio de maniobra/lmites): el repertorio de estas figu
ras es, evidentemente, pobre.
(5)
Finalmente, hay casos en los las imgenes parecen estar menos
alejadas del modelo testimonial clsico: representan un acontecimiento
singular. Que este modelo se sita, por eso mismo, en el extremo opuesto
de lo que llam el fondo semntico surge claramente de las diferencias
sistemticas de tratamiento: son imgenes que obedecen a un encuadre
riguroso. En cada caso operan ms bien como ventanas (pequeas
aperturas a lo real de los acontecimientos?) y el resto permanece sepa
rado de la imagen, sobre un fondo neutro (figs. 23,24 y 25). Por lo dems,
el texto no designa el acontecimiento singular mismo: presenta una si
tuacin que se abre despus del acontecimiento. De modo que se va expl
citamente ms all del acontecimiento. Volveremos sobre este punto.
Como vemos, de las cinco modalidades slo esta ltima atestigua lo que
queda del modelo clsico de la foto testimonial: casi nada. En el conjunto,
la imagen -ya sea metaforizada o sometida a una retrica de los persona
jes, ya sea estetizada como fondo u organizada en el espacio discursivo pa
ra dar lugar a la iconizacin de una idea- se ha vuelto conceptual.
Este rodeo nos ha permitido especificar lo que habamos llamado la
homogeneidad de nuestra superficie NO de partida, por contraste con
la pluralidad manifiesta de M. La ausencia de imagen en este ltimo
caso y la presencia de imagen en el primero no contradicen en modo al
guno esta oposicin; por el contrario, la confirman: como acabamos de
ver, las modalidades de tratamiento de la imagen de NO tienden siem
pre a reforzar la unidad global de la portada. Si consideramos adems
el modo en que se relacionan texto e imagen, observamos que estamos
ante una unidad semntica muy fuerte, debida principalmente al hecho
de que el carcter fctico de la imagen ha sido neutralizado casi por
completo.
Nuestra portada de partida (fig. 1) corresponde manifiestamente a
la modalidad (5): la imagen es circunstancial en relacin con un hecho
singular, el asesinato de Jean de Broglie. Como en los dems ejemplos
de esta modalidad, la imagen tambin aparece tratada en ventana.
Pero siempre conviene ir ms all de una simple ubicacin taxonmica.
Volveremos a examinar esta tapa en su conjunto una vez que hayamos
indagado el material textual de M y de NO. A fin de completar estas
consideraciones sobre el tratamientos de las imgenes, quiz no sea
ocioso hacer algunas observaciones metodolgicas.
135
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138
adoptan la forma de la interrogacin (Hay que quemar Super-Phnix?, Se puede esperar hasta marzo de 1978?), lo cual los aleja toda
va ms del modelo de tipo informativo. En cuanto a las tres portadas
cuya imagen es circunstancial y que contienen, en los tres casos, opera
dores textuales de identificacin (casos 23,24 y 25: Marchais, Robert
Fabre, Malville), ya hemos sealado el empleo sistemtico del adver
bio temporal despus: el ttulo no anuncia el acontecimiento singular,
pues la construccin con el adverbio temporal indica precisamente que
el acontecimiento mismo ya es conocido por el lector. En realidad, estos
ttulos tematizan la situacin que se abre despus del acontecimiento.
Por ltimo, no es casual que el nico ttulo del corpus de NO que podra
considerarse informativo, se refiera a un acontecimiento producido por
el semanario mismo: declaraciones de Mitterrand tomadas por Le Nouvel Observateur en exclusividad: Exclusivo: Mitterrand le responde a
Giscard. La preocupacin por subrayar el carcter exclusivo de esas
declaraciones (que implica, por definicin, la imposibilidad de recurrir
a otra fuente de informacin que no sea el semanario mismo), llev a
NO a utilizar excepcionalmente la modalidad informativa.
La construccin de los ttulos de las portadas de NO responde pues
a reglas que ya describimos en el caso de los semanarios burgueses en
espaol. Habra que agregar que, en comparacin con sus colegas LExpress y Le Point, la tendencia a excluir los encuadres informativos es
ms marcada en NO. En la nica portada de LExpress que elegimos pa
ra ilustrar la retrica de los personajes, los dos ttulos son informativos;
Una nueva pista en el Caso Broglie y Giscard hace frente>v
Vayamos ahora a la otra superficie de nuestro pequeo corpus de
partida. Qu ocurre en M? (fig. 2). En esta portada hay un elemento
que responde a la modalidad informativa, el sobrettulo del tema prin
cipal: Ms revelaciones sobre el prncipe mercader. Aunque este ttu
lo, considerado de manera aislada, presupone que el lector conoce la
identidad del prncipe mercader (consideracin que, por lo dems, se
ra por completo artificial, puesto que el ttulo grande que sigue especi
fica inmediatamente esta identidad), es verdad que se anuncian las re
velaciones en cuestin: ese ttulo implica que el lector no sabe que hay
nuevas revelaciones. Ampliemos un poco ms nuestro corpus con las
figs. 26 y 27. Aqu se confirma la presencia habitual en M de encuadres
informativos: Una nueva vejacin, La secretaria-fiera aterrorizaba
al primer ministro socialista, Provocacin en la televisin/Un sabo
teador de la liturgia para predicar la Cuaresma. Otros, en cambio, no
lo son: El dinero secreto de los partidos, La mayora de Chirac. Con
respecto a la temtica, M es heterogneo; tambin lo es en cuanto a las
modalidades empleadas para construir los ttulos: M combina libre
139
140
141
X
(1) a EL CASO BROGLIE
b EL CASO BROGLIE
c, d, e EL CASO BROGLIE
(ES) CADA VEZ MS TURBIO
Preguntas
(6) UN SABOTEADOR DE LA
LITURGIA PARA PREDICAR
LA CUARESMA
Provocacin en la televisin
(8) LA SECRETARIA-FIERA
ATERRORIZABA AL PRIMER
MINISTRO SOCIALISTA
142
X
{1)
El caso Broglie
(7)
VIOLENCIA:
(9)
Energa nuclear ()
Portugal ao 1
Encuesta:
()
143
Elecciones:
(15) EMPLEO:
EL PLAN GISCARD
Exclusivo:
(18) MITTERRAND LE
RESPONDE A GISCARD
Exclusivo:
Elecciones:
Energa nuclear
(25) DESPUS DE LA
CONFESIN DE
MARCHAIS...
Comunistas:
()
Despus de Malville
Sondeo
145
(?)
(?)
(?)
(?)2
Hay que destacar que tres de estos seis casos un poco extraos (13,14
y 21) son casos en los que la jerarqua entre los dos ttulos es ambigua.
Evidentemente, si invertimos el orden de los trminos, las seis relaciones
son perfectamente interpretables. La razn de esta resistencia a la in
versin parece bastante clara. En tres relaciones (14,21 y 24a) se recono
ce, en el orden (Y:X) el empleo que Fouquier llam encuadre o relacin
locativa3: la unidad que precede a los dos puntos cumple la funcin de
marco genrico de lo que se anunciar en la unidad que aparece des
pus de la marca (:). El caso 25 admite, o bien una lectura de tipo locati
vo o bien una lectura de tipo interpelativo4 (por lo dems, la tapa en
cuestin juega probablemente con esta ambigedad). Los casos 13 y 24c
pueden interpretarse como relaciones locativas, pero tambin hay un in
grediente de tipo metalingstico: (sondeo:) = (este es un sondeo) (en
cuesta:) = (esta es una encuesta). En estos dos ltimos grupos de ttu
los, me parece que la dificultad para invertir los trminos es menor. Pero,
en todos los casos, la presentacin del trmino ms general en primer lu
gar (o de lo interpelado, en el caso 27) parece ms natural.
En otros tres casos, se manifiesta un nuevo tipo de dificultad:
(NO I D Ser mujer en Argelia: despus del rapto de Dalila Maschino cometido por su hermano (?)
(NO 23') Las intimidades de la negociacin: despus de la proeza de
Robert Fabre (?)
(NO 25 b) Energa nuclear. Lo que piensan los franceses: despus
de Malville (?)
2. Entre Energa nuclear y Lo que piensan los franceses hay dos puntos.
Ponemos un punto (.) para neutralizar esta articulacin a fin de poder estu
diar la otra relacin, la que se establece entre Lo que piensan los franceses y
sondeo.
3. P es el marco lgico espacial, temporal o discursivo en el cual se define el
otro trmino del sintagma que es Q. La relacin se establece entre un trmino
genrico y una o varias diferencias especficas, se construye sobre una diferen
cia de nivel entre P y Q (Fouquier, 1977:106). Preferira conservar la expresin
relacin locativa para indicar este tipo de relacin, antes que encuadre a fin
de que no haya confusin con lo que llamo el encuadre discursivo.
4. Sobre la relacin de tipo interpelacin, vase Fouquier (1977).
146
147
148
149
Ha llegado el momento de indagar las relaciones entre las unidade s'ttulos de las portadas de M. El test de los dos puntos nos mostr
que esas relaciones no estn orientadas, de modo que podemos esperar,
a priori, no encontrar en M esa relacin que es sumamente frecuente en
NO, a saber, la relacin locativa: subrayamos, en efecto, la resistencia
de esta relacin a la inversin.
Tomemos la primera portada de M (fig. 2), en la que encontramos la
agrupacin ms compleja de ttulos, que incluye cuatro niveles. El n
cleo de esa agrupacin es el ttulo grande El caso Broglie que mantie
ne relaciones hacia arriba y hacia abajo:
(M la) El caso Broglie >ms revelaciones sobre el prncipe mercader
(M Ib) El caso Broglie -> cada vez ms turbio
Podra decirse que, de todos modos, estas relaciones tienen algo del
orden del encuadre, de la relacin locativa, en la medida en que x de
signa un tema (El caso Broglie) e y dice algo, informa sobre algo relati
vo a ese tema. No obstante, dado que ninguno de los dos trminos es
una expresin genrica propiamente dicha, esas relaciones se distin
guen de la relacin locativa por el hecho de admitir la inversin:
(M la) Ms revelaciones sobre el prncipe mercader
(M Ib) Cada vez ms turbio
El caso Broglie
El caso Broglie
150
justificacin
EL CASO BROGLIE
es
es reforzado
El absurdo mvil de la
Reine Pdauque
pues
por lo tanto
Donde se vuelve a
hablar de trfico de
armas
151
El tema central de las otras dos tapas (figs. 26 y 27) parece tratado
de una manera anloga, aunque simplificada: hay, respectivamente,
tres y cuatro unidades-ttulos para cada tema, pero slo dos niveles. El
nivel inferior aparece tratado segn el mismo principio que acabamos
de ver: varias unidades se presentan como situadas en un mismo plano,
de modo tal que su enumeracin hace las veces dqfundamento de lo que
se dice en el ttulo grande. En la tapa 29, la estructura del grupo tam
bin es de tipo inferencial:
UN COMPLOT PARA DERRIBAR A CHIRAC
Las intimidades de la
operacin atentado
pues
por lo tanto
En poltica no se hie^
re: se mata!
Como podemos advertirlo, estamos aqu ante una verdadera visualizacin de una operacin de inferencia; se invita al lector a recorrer los
elementos que lo conducirn inevitablemente a la conclusin anuncia
da por el ttulo grande: hay una operacin atentado en marcha; exis
ten sondeos que fueron bien ajustados; alguien dijo: En poltica no se
hiere: se mata!; entonces es evidente que hay un complot para derribar
a Chirac. Inversamente, si se parte del anuncio del complot, el recorri
do de los elementos del segundo nivel aportar los ndices que prueban
la existencia de ese complot.
El grupo principal de la tapa 28 muestra la misma disposicin, pero
la relacin entre los dos niveles no puede interpretarse como inferencial:
LA MAYORA DE CHIRAC
A
Nuestros reporteros
en los bastidores de la reunin
LA MAYORA
DE CHIRAC
153
'1
pues
por lo tanto
Provocacin en la
televisin
Un saboteador de la liturgia
para predicar la Cuaresma
pues
^
--------
por lo tanto
La alegre comadre
de Downing Street
La secretaria-fiera
aterrorizaba al primer
ministro socialista
justificacin
conclusin
---------
Preguntas
154
yi
y3
M y la desconfianza
Las portadas del tipo de NO estn fuertemente unificadas: una sola
unidad textual, que no contiene articulaciones enunciativas internas,
presenta un tema. La imagen acompaa: responde como un eco, sin al
terar la armona semntica del conjunto. Cuando hay una articulacin
155
156
157
es
turbio
o dicho de otro modo: X? -Desconfe!, tambin este semanario har
nacer cierta complicidad. Si para Minute sus lectores no son en absolu
to ingenuos, de vez en cuando el enunciador dar a la desconfianza el
carcter de preconstruida. Una manera relativamente sencilla de ha
cerlo es presentar ya el tema x con una fuerte carga evaluativa. Podrn
darse entonces, segn los casos, dos modalidades: a) el tema se presen
ta o se anuncia en un modo, por as decirlo, descriptivo (por ejemplo,
La mayora de Chirac); esta presentacin ser calificada por la otra
unidad, la que descubre las intimidades, y b) el tema se presenta ya
de una manera negativa o irrisoria: Un saboteador de la liturgia para
predicar la Cuaresma; La alegre comadre de Downing Street, Las
estrellas amarillas del fisco. La segunda unidad, la de la denuncia,
opera sobre un tema ya devaluado. La tarea que le corresponde a esta
ltima unidad es pues dar otra vuelta de tuerca:
X, usted lo sabe,
es turbio
y bien, es todava
ms turbio de
lo que usted se imaginaba
158
Referencias bibliogrficas
Bourdieu, P. y Saint Martin, M. de. 1976. Anatomie du got, Actes de la
Recherche en Sciences sociales 2 (5 ).
Fouquier, E. 1977. Les deuxpoints:prdication et coordination. Mmoire de lcole des Hautes Etudes en Sciences Sociales. Pars.
Lacan, crits, J. 1966. Pars, Seuil.
Vern, E. 1972. Remarques sur Tidologique comme production de sens,
Sociologie et socits, 5 (2), Montreal.
. 1 9 7 5 . Id o lo g ie e t C o m m u n ic a tio n s d e m a s s e : s u r la c o n s titu tio n
159
Figuras
MORT
D'AMAURY
Oes questions i
De plus
en plus lonche
..
PP\.
L'absurde
1 Oii
Oron
Ton
B leshautes
i reparle
reparle 8 refations
. . . S
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H - .
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M
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Figura 1
Figura 2
Figura 3
Figura 4
LOS
AUTENTICOS
TBAlOOflES
ROMPANT000
que
LOIG?
AL
DESCUBIERTO
162
Figura 5
Figura 6
Figura 7
Figura 8
163
165
166
p m A B A T T fE
c
i m
l e s P e s i a n * d a 'T o p r o f io n
c a e - r e i n 3 /' i>D e* itid a r je s
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oti n s b le s io p u s t s u i i o !" ,
SA SECRfTAIRE-TICRESSE
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Figura 25
Figura 27
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Figura 26
T ercera
parte
Enunciacin: de la produccin
al reconocimiento
8
Cuando leer es hacer:
la enunciacin en el discurso
de la prensa grfica
Procurar esbozar aqu los contornos de lo que me parece ser un nuevo te
rritorio de la semiologa: el del sentido en recepcin o, si se prefiere, el de
los efectos de sentido. La primera semiologa (la de la dcada de 1960)
puede caracterizarse como inmanentista: se trataba de definir un corpus y de atenerse a l a fin de describir el funcionamiento connotativo
del sentido; ante los enfoques psicologiz antes o sociologizantes, era nece
sario valorizar el mensaje mismo.1 La semiologa de segunda genera
cin (la de la dcada de 1970), al tratar de superar un punto de vista un
poco esttico y taxonmico, comenz a hablar de produccin de sentido
por influencia (difusa) de las gramticas generativas: partiendo de los
textos, se trataba de reconstituir el proceso de su engendramiento.2Suge
rir que la semiologa de la dcada de 1980 debe ser una semiologa capaz
de integrar en su teora los efectos de sentido o no ser nad. Slo as
abarcar el conjunto de su esfera: el proceso que va desde la produccin
de sentido hasta el consumo de sentido, donde el mensaje es un punto
de pasaje que sostiene la circulacin social de las significaciones.
El problema no es sencillo, pues un mensaje nunca produce un efec
to de manera automtica. Todo discurso bosqueja un campo de efectos
1. Como lo haba hecho Barthes, por ejemplo, en A propos de deux ouvrages
de Claude Lvi-Strauss: sociologie et sociologique, Information sur les sciences
sociales I (4), diciembre de 1962; Limagination du signe, Arguments 27-28,
1963, texto retomado en sus Essais Critiques.
2. Una obra clave en el paso a la semitica de segunda generacin fue el
libro de Julia Kristeva, Recherches pour une smanalyse, Pars, Seuil, 1965. [En
Obra Completa, Madrid, Fundamentos, 1999.]
171
La enunciacin
Conviene no separar el concepto de enunciacin del par de trminos
enunciado/enunciacin. El orden del enunciado es el orden de lo que se
dice (de manera aproximativa, podra afirmarse que el enunciado es del
orden del contenido3); la enunciacin, en cambio, corresponde no al or
den de lo que se dice, sino al decir y sus modalidades, a las maneras de
decir. Si comparamos dos frases: Pedro est enfermo y Yo creo que
Pedro est enfermo, se puede decir que lo que se enuncia es idntico en
ambos casos: el estado de salud predicado de Pedro. Si estas dos frases
son diferentes, no lo son en el plano del enunciado, sino en el plano de
la enunciacin: en la primera, el locutor afirma que Pedro est enfermo
(podemos decir: el enunciador presenta la enfermedad de Pedro como
una evidencia objetiva); en la segunda frase, el locutor califica lo que di
ce como una creencia y se atribuye esta ltima.
Lo que vara de una frase a otra, no es lo dicho, sino la relacin
del locutor con lo que dice, las modalidades de su decir. Los pronom
bres personales son, tpicamente, elementos lingsticos que se si
tan en el plano de la enunciacin y no en el plano del enunciado. As
es como yo resulta una expresin vaca: podramos decir que no se
llena hasta el momento mismo en que se la utiliza, pues por s sola
no designa ms que a la persona que la emplea en un momento dado.
Es por ello que los lingistas tienen la costumbre de asociar los ele
mentos de la enunciacin a las situaciones de habla: como yo, us
ted, aqu, ahora, ayer, etc., los elementos referentes a la enun
ciacin estaran ntimamente vinculados a lo que se llama,
precisamente, la situacin de enunciacin. Ahora bien, el inconve
niente de dar una definicin situacional de la enunciacin es que tal
definicin sigue demasiado asociada al funcionamiento de la palabra,
3.
De una manera aproximativa, pues el par enunciacin/enunciado no
coincide con el par forma/contenido.
172
La enunciacin y el contenido
Estudiar el dispositivo de enunciacin, es decir, el contrato de lectura
implica dejar de lado el contenido, desinteresarse del nivel del enun
ciado? Ciertamente no. Si la distincin entre enunciacin y enunciado
es importante, lo es porque un mismo contenido (lo indicamos respecto
de la enfermedad de Pedro) puede enmarcarse mediante modalidades
173
174
Variaciones enunciativas
En la portada de un soporte de prensa, el enunciador puede hacer mu
chas cosas (fig. 1) o muy pocas (fig. 2); puede interpelar al destinatario
a travs de la mirada del o de la modelo (fig. 1) o, por el contrario, man
tener al destinatario a distancia, es decir, proponerle un lugar de es
pectador que mira a un personaje que no le devuelve la mirada (fig. 2).
Para un soporte de prensa, las modalidades de enunciacin de la porta
da son un factor esencial de la construccin del contrato: la portada
puede mostrar, de manera a la vez condensada y precisa, la naturaleza
del contrato o bien ser ms o menos incoherente con respecto a este l
timo.
Veamos una portada de Marie France (fig. 3). En ella toma su lugar
un cierto enunciador. Ante todo, ese enunciador clasifica: los artculos
anunciados estn claramente enmarcados por renglones explcitos:
Moda, Medicina, Artes. En segundo lugar, jerarquiza', mediante la
tipografa y el color, destaca un tema como ms importante que los de
ms: Especial Tejidos. En tercer lugar, cuantifica: 10 pantalones,
10 botas, 20 modelos con explicaciones. En cuarto lugar, formula
preguntas: Parto: cul es el mejor mtodo?, Se puede vivir del pro
pio talento?. En quinto lugar, como puede verse, esas preguntas tienen
una forma impersonal, reforzada por el se del ttulo: Se hacen H. L.
M. con edificios antiguos. Por ltimo, y en sexto lugar, se presenta una
imagen que es soporte de moda y uno de los ttulos remite a la moda: el
texto y la imagen estn pues articulados entre s y en el interior de la
revista, en los artculos anunciados, reaparecen los temas de moda re
175
176
177
178
De la produccin al reconocimiento
Posicin didctica o no didctica, transparencia u opacidad, distancia o
dilogo, objetividad o complicidad, valores compartidos en el nivel de lo
dicho o en el plano de las modalidades del decir, fuerte articulacin de
los niveles o discursos presentados en paralelo, grado y tipo de saber
atribuidos al lector: a travs de las decisiones tomadas respecto de es
tas dimensiones (que, por supuesto, admiten diferencias de grado) y de
muchas otras, se construye el contrato de lectura; hay un enunciador
que le propone a un destinatario ocupar un lugar.
El anlisis semiolgico tiehe pr fejet# identificar y describir todas
las operaciones que, en el discurso del soporte, determinan la posicin
de enunciador y, en consecuencia, la del destinatario.
En este sentido, conviene hacer tres observaciones:
B;
-Ante todo, el anlisis nunca trabaja con un solo soporte: se sa en
un universo de competencia dado, dentro del cual procura identificar
qu es lo que establece la diferencia entre los soportes, lo que contribuye
a definir la especificidad de cada soporte dentro del universo elegido.
En otras palabras, el anlisis siempre es comparativo.
-E n segundo lugar, las operaciones que se toman en consideracin
deben ser regulares, esto es, deben constituir invariantes, modalidades
de discurso que se repiten y que, en consecuencia, dan cierta estabilidad
a la relacin soporte/lector.
-En tercer lugar, si bien en un primer momento el anlisis consiste
en identificar y describir de manera precisa cada operacin enunciati
va, luego procura establecer las relaciones que se dan entre las opera
ciones: una propiedad discursiva aislada no determina nunca un con
trato; este ltimo es el resultado de una configuracin de elementos.
Dicho de otro modo, el anlisis debe delimitar la lgica de conjunto de
cada soporte incluyendo, por supuesto, sus eventuales incoherencias y
contradicciones.
Un anlisis del dispositivo de enunciacin es lo que yo llamo un
anlisis en produccin; pero el contrato se consuma, ms o menos acam
180
El en juego semitico
De esta problemtica se desprende, en mi opinin, un cierto punto de
vista en relacin con las cuestiones planteadas por ric Fouquier
(1983). El estudio de los efectos forma o no parte del campo de la se
miologa? Que mi respuesta sea resueltamente afirmativa no debe sor
prender. Si bien en el marco de la primera semiologa era posible du6.
Mi frmula leer es hacer recuerda, naturalmente, a la empleada para
traducir al francs el ttulo de la obra de [Cmo hacer cosas con palabras, Bar
celona, Paids, 1998.1 J. L. Austin: Quand dire cest faire (Cuando decir es ha
cer), Pars, Seuil, 1970. Ms all de este paralelo, aun falta saber cmo se defi
ne el hacer implicado en la actividad lingstica, aspecto que no puedo
desarrollar en el marco de este captulo. Me limitar a subrayar que, en la obra
de Austin y en los trabajos inspirados por ella, el concepto de hacer no deja de
plantear serios problemas tericos.
181
182
Referencias bibliogrficas
Fouquier, . 1983. Les effets du smiologue. Notions opratoires pour
une smiotique del effets ds aux mass-mdias, Smiotique II. Pa
rs, Institut de Recherches et dtudes Publicitaires (IREP).
183
Figuras
Figura 1
185
i
Figura 2
Figura 3
Figura 4
189
190
9
Prensa grfica y teora de los
discursos sociales: produccin,
recepcin, regulacin
En el contexto de nuestras sociedades postindustriales mediatizadas,1
la prensa grfica representa un mbito por completo excepcional para
el anlisis del discurso, un campo propicio para comprobar sus hipte
sis tericas y poner a prueba sus instrumentos de descripcin: es, por
un lado, una especie de laboratorio para el estudio de las transformacio
nes socioculturales de los grupos sociales y de las relaciones entre estas
transformaciones y la evolucin y entrelazamiento de los gneros dis
cursivos; por otro lado, implica una red de produccin de discursos cuya
complejidad requiere apelar a un marco conceptual de mltiples nive
les, capaz de abordar tal complejidad.
El objetivo de este captulo es dar una primera visin de conjunto de
ese marco conceptual, recordando al mismo tiempo ciertos problemas
que se plantean cuando se aborda la esfera de la prensa grfica desde el
punto de vista de una teora de la discursividad social.
Algunas observaciones, a manera de prembulo.
Ante todo, una teora de los discursos sociales no trata la prensa
grfica como un lugar (entre otros) de manifestacin de las leyes del
lenguaje, sino que la aborda como uno de los terrenos en los cuales se
perfilan, con una forma dominante especfica -la de la materialidad de
la escritura2- , los objetos que le son propios: los discursos. En otras pa
1. Vase respecto de la mediatizacin mi artculo Le sjour et ses doubles: architectures du petit cran, Temps Libre, 11, pp. 67-68,1984 (reproducido como cap.
1 del libro El cuerpo de las imgenes. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2001).
2. Sin olvidar que, en lo que llamamos la prensa grfica o escrita, no hay s
lo escritura. Deberamos hablar tal vez de discurso impreso: escritura, imagen,
diagramacin.
193
194
1. Tipos
En lo que se refiere a la nocin de tipo de discurso, me parece esencial
asociarla, por un lado, a estructuras institucionales complejas que cons
tituyen sus soportes organizacionales y, por el otro, a relaciones sociales
cristalizadas de ofertas/expectativas que son los correlatos de estas es
tructuras institucionales. Por supuesto, estas estructuras instituciona
les y estas configuraciones de ofertas/expectativas, no pueden tratarse
simplemente como datos sociolgicos objetivos; unas y otras son inse
parables de los sistemas de representaciones qu, en produccin, es
tructuran el imaginario donde se construyen las figuras de los emisores
y de los receptores de los discursos.
Resulta difcil, por ejemplo, definir el discurso poltico como tipo, sin
conceptualizar su anclaje en el sistema de los partidos y en el aparato
del Estado por un lado, y sin teorizar las modalidades a travs de las
cuales ese tipo de discurso construye las figuras de sus receptores, por
otro^ En la definicin del tipo intervienen hiptesis que tienen la pre
tensin de captar la especificidad del tipo, es decir, su diferencia en re
lacin con otros tipos. En el caso del discurso poltico, una hiptesis de
esta ndole consiste en postular la construccin, en cierto nivel, de un
destinatario genrico ciudadano nacional (asociado al colectivo na
cin), que participa en ciertas prcticas relacionadas con el sistema po
ltico (y que, por lo tanto, tiene ciertas expectativas respecto de su fun
4.
Encontramos una utilizacin algo diferente de los conceptos de tipo,
gnero y estrategia en Patrick Charaudeau, Langage et discours, Pars, Hachette Universit, 1983, en particular en las pp. 87 ss. Charaudeau denomina
gneros discursivos a lo que tiendo a designar como tipo de discurso (publi
citario, poltico, etc.). En cambio, su concepto de estrategia parece correspon
der aproximadamente al mismo nivel de anlisis que el mo, slo que yo no le
atribuyo ninguna connotacin de intencionalidad ni de conciencia.
195
2. Gneros
La nocin de gnero est fatalmente marcada, desde el comienzo, por
la problemtica literaria, lo cual no facilita la tarea. En esta ptica, he
redera del anlisis literario, un gnero se caracterizar necesariamen
te por cierta disposicin de la materia lingstica (por no decir de la es
critura, pues un mismo gnero puede aparecer en forma escrita en la
prensa y en forma oral en la radio). A falta de una denominacin mejor,
identificar este uso como el de los gneros-L. Entrevista, reportaje,
investigacin, alocucin, mesa redonda, debate y muchas otras
expresiones designan, de manera ms o menos confusa, los gneros-L.
Por supuesto, este nivel de anlisis se cruza con el de la identifica
cin de tipos: un mismo tipo de discurso puede reconocerse en la forma
de diversos gneros-L: la entrevista, la alocucin, el debate, en el
5.
Sobre la distincin entre pro, para y antidestinatario, vase mi artculo:
La palabra adversativa. Notas sobre la enunciacin poltica, en El discurso y la
construccin del sentido en la poltica. Buenos Aires, Hachette, 1987.
196
3. Estrategias
Las estrategias discursivas pueden definirse, en este contexto, como va
riaciones atestiguadas en el interior de un mismo tipo de discurso o de
un mismo gnero-P. Si no menciono aqu los gneros-L, ello se debe a
que, en la ptica del anlisis de los discursos sociales mediatizados, las
variaciones que se dan en el interior de un mismo gnero-L no son reductibles (ni explicables) en el marco del gnero-L en cuestin: estn sobredeterminadas por el tipo de discurso y por el gnero-P en el cual es-
197
1.98
199
200
201
202
Esta lista de factores no es, por supuesto, exhaustiva.10 Pero tal vez
baste para comprender que estamos ante fenmenos de regulacin que
se sitan en varios niveles. Por un lado, en el interior mismo de las con
diciones de produccin: tanto entre los productores de los diferentes t
tulos que compiten entre s como entre los productores y los anuncian
tes. Por otro lado, entre la produccin y el reconocimiento, pues toda
alteracin de las propiedades discursivas de un ttulo puede modificar
la composicin y la importancia de su lectorado y toda modificacin en
el nivel del lectorado puede desequilibrar el ttulo.
Como tales, estos fenmenos de regulacin presentan, por decirlo
as, un punto visible: el comportamiento compra/no compra. Un sistema
productivo de discursos mediticos organizado como un mercado engen
dra automticamente un principio de clasificacin de la poblacin se
gn las conductas de compra/no compra de las diferentes mercancas
discursivas propuestas. Es por ello que el sistema productivo se refuer
za mediante una compleja maquinaria de produccin de informacin
acerca de los lectores, informacin destinada a manejar de la mejor ma
nera posible los estados del sistema. Informacin cuantitativa, sobre
todo, pero tambin cualitativa que permite conocer el sexo, la edad, la
situacin de la familia, la cantidad de nios, el lugar de residencia, el
conjunto de prcticas de consumo de la persona, sus intereses, sus ex
pectativas satisfechas y no satisfechas, las imgenes vagas o precisas
asociadas a cada ttulo, su estilo de vida, sus opiniones que lo sitan
dentro de tal o cual corriente sociocultural, etctera.
Por supuesto, los efectos de las conductas (compra/no compra) son
los nicos que interesan a los productores: en el caso del material redaccional del ttulo y de sus competidores, los efectos que se traducen en
variaciones en los comportamientos de compra y de lectura; en el caso
de la publicidad, cuyo soporte son las publicaciones, los efectos que tie
nen que ver con el impacto y la memorizacin de los avisos publicita
rios. Interpretados por los productores de los discursos de la prensa a
partir de los mltiples datos disponibles, esos efectos forman parte de
las condiciones de produccin de estos discursos: los productores pueden
tener que modificar la estrategia discursiva del ttulo en funcin de las
interpretaciones.
De modo que, dentro del sistema productivo de la prensa grfica en
contramos que en el nivel de las condiciones de produccin opera una
verdadera teora de la recepcin, que resulta de la voluntad, por parte
10'. Tambin existe una fuente de fenmenos de regulacin de la que hemos
prometido no hablar: las relaciones complejas que se dan en el interior de la red
meditica entre la prensa y los dems soportes (radio, televisin, etctera).
203
204
205
206
X. El anlisis sincrnico
En un enfoque sincrnico referente a un sistema productivo que tiene
todas las caractersticas de un mercado de consumo de bienes cultura
les, como se suele decir (en este caso, los discursos de la prensa grfi
ca), las cosas se plantean de un modo muy diferente. Ante todo, estamos
ante fenmenos de reconocimiento que, por supuesto, no son ni del or
den de la retoma intertextual productiva, ni del orden de un consumo
dominado por el imaginario de la creacin, como ocurre en el caso de
la literatura, sino que implican, por el contrario, un horizonte de expec
tativas de los consumos del orden de la repeticin. El lector fiel a un
ttulo de prensa lo es porque sabe precisamente de antemano qu tipo
de discurso va a encontrar en l. Al mismo tiempo, en el caso de la pren
sa, en relacin con un discurso X cuyo reconocimiento nos interesa, no
disponemos de un discurso Y de estatuto comparable del que podamos
decir que contiene el reconocimiento de X.
Ya lo dijimos: el nico indicador del reconocimiento de que dispone
mos, contenido en el sistema productivo mismo, es la preferencia, expre
sada por las conductas de compra (o de no compra). Ahora bien, esta
preferencia es una primera referencia de gran valor. Cuando trabaja
mos dentro de una zona de competencia directa, las elecciones expre
sadas por estas preferencias remiten a variaciones en las estrategias
enunciativas: tenemos as una asociacin fuerte entre conductas (men
surables) y propiedades discursivas especficas. El anlisis en produc
cin, encargado de identificar las invariantes discursivas asociadas a
cada ttulo, define as el marco dentro del cual vamos a interrogarnos
sobre el reconocimiento. Orientados por esta asociacin fuerte entre
comportamiento de compra y propiedades discursivas, podemos hacer
les producir un discurso a nuestros lectores y a los no lectores (en situa
ciones de entrevistas, por ejemplo). Por supuesto, no es en absoluto
sorprendente que una preferencia por una estrategia enunciativa de
terminada en un sector de competencia dado de la prensa est fuerte
mente asociada a otras invariantes identificables en los discursos de los
sujetos que expresan tal preferencia. Se trata de una situacin compa
rable a una -banal- que se verifica en cualquier sector del mercado de
gran consumo: las distintas elecciones entre las marcas existentes en
un sector dado de productos se asocian por lo general a imaginarios
muy contrastados. As es como el discurso de la publicidad administra
las representaciones sociales y se articula a su evolucin.
Es evidente que los discursos producidos por los lectores tienen una
condicin absolutamente particular. Ante todo, a diferencia de los fen
menos de retoma interdiscursiva, los discursos reunidos entre los lecto
207
208
209
2. El anlisis diacrnico
El enfoque sincrnico del funcionamiento de los discursos de la prensa
no es, por supuesto el nico posible. Pero es el nico que nos permite ar
ticular directamente la produccin con el reconocimiento. Si adoptamos
una perspectiva histrica, ya no podemos articular las estrategias con vina
identificacin de las modalidades de recepcin propias de esa poca, a
travs del anlisis del discurso de los lectores. El estudio de la evolucin
de los discursos de la prensa en un sector determinado puede, sin em
bargo, relacionarse con acontecimientos o indicadores que nos informen
sobre los efectos de esos discursos en la sociedad, as como sobre la
manera en que la evolucin sociolgica resuena en los discursos de la
prensa. Esta es una tarea de historiadores, como la emprendida por
Jauss (1978).
El sector de la prensa dirigida al gran pblico que se construye al
rededor del hbitat y de las prcticas asociadas con l (bricolaje, deco
racin, mantenimiento, jardinera, etc.) suministran un buen ejemplo
de un terreno extremadamente interesante para el ejercicio de un an
lisis diacrnico.12En l encontramos las resonancias de las transforma
ciones de la evolucin sociocultural de la sociedad francesa: mayo de
1968, la aparicin de las ideologas ecolgicas y del retorno a la natu
raleza, el impacto de la crisis, etc. Pero, adems, se pueden seguir los
12.
Hago alusin aqu a estudios realizados en el medio profesional y que
por ahora, por razones que tienen que ver precisamente con la competencia di
recta, continan siendo confidenciales.
210
Referencias bibliogrficas
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211
212
10
El discurso publicitario
o los misterios de la recepcin
Recordemos ante todo una distincin terica que me parece fundamen
tal en la investigacin de los discursos sociales: la distincin entre pro
duccin y reconocimiento, es decir, las dos posiciones en las que puede
colocarse el analista de los discursos (Vern, 1987). Es posible analizar
un discurso atendiendo o bien a sus restricciones de engendramiento
(produccin), o bien a sus efectos de sentido (reconocimiento). En el pri
mer caso, el analista apunta a categorizar el discurso analizado como
perteneciente a un tipo, en la medida en que reconstruye las reglas de
produccin que dan cuenta de algunas de sus caractersticas y en la me
dida en que estas reaparecen en otros discursos que pertenecen a la
misma categora. En el segundo caso, se trata de constituir las reglas de
lectura o de interpretacin de ese discurso. En el primer caso, pode
mos hablar de gramtica de produccin, en l segundo, de gramticas
de reconocimiento. El paso del singular de la primera expresin al plu
ral de la segunda no se debe al azar: si se aborda un discurso determi
nado en un momento determinado, debe ser posible formular las reglas
de una y slo una gramtica de produccin; en cambio, un tipo de dis
curso es siempre susceptible de varias lecturas: siempre tiene varias
gramticas de reconocimiento.
Entrar en fase
La distincin entre produccin y reconocimiento slo expresa, en el pla
no terico, la comprobacin del carcter no lineal de la circulacin dis
cursiva: el anlisis de las propiedades de un discurso, explicables por
las reglas de su engendramiento, no nos permite deducir los efectos de
sentido que producir ese discurso en los receptores. La circulacin dis
213
214
El desfase
En la situacin de hbitat urbano, cada uno de nosotros recibe cada da
la solicitacin de decenas de anuncios publicitarios. Al escuchar las in
formaciones de la radio, por la maana. A1 tomar el subterrneo o via
jar en el propio automvil. Al caminar por la calle. Al beber un caf o
una cerveza en el bar de la esquina. Al hojear una revista. Al leer el dia
rio. Al mirar televisin por las noches o al ir al cine.
Ahora bien, desde el punto de vista de los receptores que todos so
mos, una proporcin importante de los mensajes publicitarios que con
sumimos (proporcin que, por lo que s, nunca se ha medido) nos llega
sin la menor probabilidad de inducir una conducta posterior de compra
de los productos en cuestin. Las razones, por supuesto, son extremada
mente variadas: no me gusta el yogur, aun cuando aprecio el humor de ese
anuncio; soy adulto, no tengo hijos y se trata de una publicidad de pro
ductos infantiles; pertenezco al sexo masculino y me proponen apsitos
femeninos; detesto las bebidas gaseosas y se me invita a tomar Coca-Co
la; nunca viajo en tours ms o menos organizados y sin embargo miro
con inters la nueva campaa del Club Med; tengo por principio no rega
larle perfumes a una mujer y sin embargo echo una mirada divertida a
la campaa de lanzamiento de un nuevo perfume femenino. Y as suce
sivamente. La mejor pauta publicitaria informatizada no podr impedir
que millones de personas no interesadas en el mensaje, lo reciban.
En reconocimiento, el universo de la discursividad publicitaria que
cada da alcanza a un individuo dado tiene, considerado en su conjunto,
menos que ver con sus comportamientos de consumo de lo que habitual
mente se imagina. Si bien en produccin el discurso publicitario obedece
en sus mnimos detalles a las reglas de funcionamiento del mercado, en
reconocimiento y en cada individuo (y por lo tanto en todos, tomados uno
por uno), slo una pequea parte del conjunto de los mensajes publicita
rios recibidos puede activar conductas de consumo. Las discusiones en
las que se enfrentan, por un lado, los defensores de una interpretacin
de la publicidad como fenmeno exclusivamente de marketing y, por el
otro, quienes le atribuyen la importancia de un hecho sociocultural glo
bal (vase Schudson, 1981: 3-12), se basan, con excesiva frecuencia, en
un malentendido, pues la publicidad es ambas cosas a la vez.
La gramtica de produccin de la publicidad, tal como se la practica
actualmente, puede reducirse por completo a la lgica comercial del
215
J
marketing: es la ideologa de entrar en fase. Las gramticas de reco
nocimiento de la publicidad muestran, en cambio, de manera flagrante,
las mltiples facetas de un fenmeno sociocultural global: estamos en
pleno desfase.
Gramticas de reconocimiento
Las gramticas de reconocimiento, los esquemas de lectura y de inter
pretacin que cada individuo aplica a una proporcin importante de las
publicidades que llegan hasta l, no tienen relacin directa con sus pro
pias conductas de consumo ni con las de las personas de su entorno n
timo. Por supuesto, desde el punto de vista de la produccin, esto puede
considerarse como un margen de prdida inevitable y, al fin de cuentas,
carente de importancia: lo esencial es que el target haya recibido el
mensaje en las condiciones determinadas por los objetivos de la campa
a. Si, adems, otras personas no interesadas tambin estuvieron en
contacto con el mensaje, esto no modifica en absoluto el plan de comu
nicacin que haba sido definido. Es algo desdeable y la medicin de
esos efectos no tiene, por otra parte, ningn inters comercial.
En cambio, si uno se interesa por comprender el lugar que ocupa la
publicidad en las sociedades industriales de hoy y por sus efectos dis
cursivos, sera un error desdear las consecuencias de esa comproba
cin. Sera un error grave desde el punto de vista de la interpretacin
de nuestra cultura.
Volvamos al consumidor de publicidad. Es importante discernir los
diferentes tipos de vnculos que ese consumidor puede establecer con
los mltiples mensajes a los que est expuesto. Podemos introducir aqu
la nocin de pertinencia, definida estrictamente desde el punto de vista
dei marketing. Diremos que un mensaje publicitario es pertinente
cuando la lectura que hace de l el receptor asocia el mensaje, directa
o indirectamente, a eventuales conductas de compra propias o de sus
allegados, es decir de las personas en cuya conducta de compra puede
influir.
Del total de los mensajes a los cuales est expuesto el individuo en
un lapso dado, un porcentaje de ellos corresponde a una primera situa
cin de recepcin que llamaremos de pertinencia fuerte. Esta puede ser
directa o indirecta.
* Pertinencia fuerte directa Esta es la situacin en la cual los men
sajes pueden llegar a orientar (o a reforzar) en mayor o menor grado la
conducta de compra del individuo: es el anuncio de las toallitas higini
216
217
218
Referencias bibliogrficas
Vern, E. 1987. La smiosis sociale. Fragmente dune t
cursivit, Pars, Presses Universitaires de Vincer^
social; fragmentos de una teora de la discursivid?
disa, 1998.]
agr'
Schudson, M. 1981. Criticizing the critics of advertisiif
ciological view of marketing, Media; Culture, andf
11
Los medios en recepcin:
desafos de la complejidad
En el marco de este conjunto impreciso que suele denominarse cien
cias de la comunicacin, durante las dcadas de 1970 y 1980 se mani
fest un inters creciente en los medios de investigacin universitaria
por los problemas de la recepcin. No obstante, en su mayor parte, ese
inters por la recepcin no se tradujo en un inters por el receptor: se
trataba ms bien, siguiendo la tendencia de una herencia acadmica fo
calizada en la interpretacin de obras literarias, de interrogarse acerca
del lugar reservado, en la obra misma, al lector. Receptor virtual, pues,
entidad de discurso inscripta en los pliegues de la obra y que reflejaba
la imagen (las imgenes) del lector que formaba(n) parte del imagina
rio del autor. Momento esencial, sin duda, de un anlisis de las estruc
turas enunciativas que construyen el destinatario (o los destinatarios)
previsto(s), pero que no constituye en modo alguno una problemtica de
la recepcin. Presentadas o bien como fenomenologa (Iser, 1976
[1985]), o bien como semitica (Eco, 1979), las teoras de la recepcin
se ahorraron, la mayora de las veces, el trabajo de investigar qu ha
cen, concretamente, los receptores de un discurso.1
Cuando los discursos sometidos al anlisis son obras del pasado, es
t claro que no podemos ir a interrogar a quienes fueron los receptores
contemporneos de la difusin de las obras. La problemtica de la recep
cin se convierte entonces en un asunto de historiadores, como ocurre en
el caso de los trabajos de Jauss: en relacin con un discurso dado, se pro
cura encontrar, en otros discursos, la huella de las estructuras de re
cepcin del primero. En todo caso, en un estudio como el realizado
1.
Un nmero reciente de Versus, Quaderni di studi semiotici, nmero doble
52/53,1989, dirigido por Mauro Ferraresi y Paola Pugliatti, hizo un balance so
bre las teoras del lector.
221
222
Mediatizacin, mediacin
; J,r;
224
2.
Vase en este sentido y en cuanto a las prcticas en ei campo de lo polti
co mis artculos: Le sjour et ses doubles: architectures du petit cran, Temps li
bre, Pars, 11,1985, pp. 67-68 e Interfaces. Notes sur la dmocratie audiovisuelle avance, Herms, Pars, 4,1989, pp. 113-126.
225
Preservar la complejidad
Cmo se expresa hoy la complejidad en la articulacin entre los medios
y los receptores? Si observamos detenidamente el conjunto de la oferta
discursiva de un sector dado de los medios (por ejemplo, el discurso in
formativo cotidiano de la prensa grfica, la radiodifusin y la televi
sin), vemos que presenta una gran diversificacin pues incluye mlti
ples estrategias enunciativas. Por supuesto, esta diversidad y esta
heterogeneidad permanecen invisibles para el comn de la gente: nin
gn actor social normalmente constituido puede consumir todos los dis
cursos que los medios producen en un solo da, en un pas dado, sobre la
actualidad del mundo, Pero s uno se toma el tiempo necesario es posi
ble hacerlo y el ejercicio depara hallazgos interesantes. Porque uno
comprueba que hay tantas realidades (la actualidad del mundo como
realidad) como medios informativos (Vern, 1981).
A esta primera fuente de complejidad se agrega una segunda situa
da, esta vez, del lado del consumidor: la misma modalidad discursiva (la
de Le Monde, por ejemplo, o la de una radio como Europe 1) resuena
de manera diferente en los diferentes receptores. Le Monde tiene diver
sos tipos de lectores que no lo leen por las mismas razones, no se apro
pian del mismo modo de las figuras de discurso de ese peridico y no ob
tienen el mismo placer, al igual que los diferentes visitantes de una
exposicin dada despliegan en ella estrategias diferentes.3
Dos complejidades que encajan una en otra: una heterogeneidad de
la oferta, considerada en su conjunto, que se explica en virtud de las di
ferentes estrategias aplicadas por los medios a fin de insertarse en la
sociocultura; y a cada tipo de oferta corresponde una diversidad y una
heterogeneidad de los modos de apropiacin.
Para comprender las razones de la complejidad del vnculo entre los
medios y los receptores, hay que recordar que los medios, en su condi
cin de actores del mercado econmico, estn sometidos a dos lgicas
que, hasta hoy, han sido relativamente divergentes.
Una de esas lgicas concierne a la voluntad de los medios de crear (y
conservar en el tiempo) su grupo de receptores (lectorado, audiencia, teles
pectadores). Esta es, como ya dijimos, la funcin primaria del contrato.
La otra lgica remite a los anunciantes: el principal inters de pro
ducir y conservar un colectivo de receptores es, por supuesto, poder va
lorizarlo y vendrselo a los anunciantes, pues la venta de espacio es el
3.
Sobre la exposicin como medio y sobre las estrategias de apropiacin,
vase Elseo Vern y Martine Lavasseur, Ethnographie de Vexposition. Lespace,
le corps et le sens, Pars, Centre Georges Pompidou, PBI, 1989,2a edicin.
226
227
actualidad fuera de izquierda o de derecha formaba parte de su posicionamiento en el mercado). Hoy esa marca poltica se va desdibujando y la
semejanza de la oferta discursiva opera tambin en el terreno de los me
dios de informacin.
Pero, por otro lado, un medio tiene necesidad -para ser valorizado
por los anunciantes- de preservar a toda costa su singularidad; debe
ser capaz de hacer valer su diferencia especfica respecto de los compe
tidores. Esta bsqueda de singularidad fue durante mucho tiempo el
papel tradicional de la marca en los mercados de productos de gran con
sumo.4
El fenmeno de la competencia est pues habitado por una doble
restriccin: tiende a una homogeneizacin de los productos y al mismo
tiempo tiene la absoluta necesidad de destacar las diferencias. Esta
contradiccin estructural es un factor que puede jugar a favor de la con
servacin de la complejidad, pues las diferencias slo pueden alimen
tarse de la riqueza de la sociocultura y de la diversidad de las necesida
des y las expectativas.
Existen hoy otros factores que puedan jugar a favor de una preser
vacin (y hasta de un aumento) de la complejidad? Vemos dos factores,
que ciertamente no son los nicos.
Por un lado, la evolucin de los sistemas econmicos industriales con
lleva una diversificacin creciente de los saberes tcnicos y una especifi
cidad cada vez mayor de cada uno de esos saberes. Esta multiplicacincomplejizacin de los saberes tcnicos se traduce en la fragmentacin de
lo social en microculturas particulares que estructuran cotidianidades
cada vez ms diversificadas.
Por otro lado, sabemos que, como resultado de los fenmenos migra
torios acentuados desde la posguerra, las sociedades industriales de Oc
cidente se estn convirtiendo en sociedades multiculturales y multirraciales. Este fenmeno, de dimensiones considerables, contiene otra
esperanza de preservacin de la complejidad.
Hay razones, pues, para esperar que los modos de apropiacin de los
medios en recepcin continen siendo heterogneos y diversificados. Di
cho de otro modo: podemos esperar que la lgica econmica de valoriza
cin de los medios en relacin con los mercados de consumo, por un la
do, y las lgicas existentes en la sociocultura de los receptores, por el
otro, estn siempre sometidas a mltiples desfases.
4.
Hay razones para pensar que ese papel tradicional de la marca hoy est
en crisis en varios sectores del gran consumo. La importancia creciente de las
numerosas marcas banalizadas por la gran distribucin es un indicador.
228
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