El Hombre Del Apocalipsis
El Hombre Del Apocalipsis
El Hombre Del Apocalipsis
Apocalip
desde ('I imparlo actual en la historia hasta (I final escalolgico. Ks un impulso, animado por (I Kspritu, hacia (Cristo
v hacia Dios. Kn la secunda parle, prsenla al hombre (pie,
animado por el ICspritu , es capaz, en relacin con Cristo y
con Dios, de un nuevo conocimiento y de una reciprocidad
creciente que logra alcanzar el nivel de la experiencia mstica,
lamb o hay un impulso en (I plano horizontal.
Kl hombre del
m ELHOMBRE
Ap o c a l ip s is
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a n t r o p o l g i
MORAL
E S P IR IT U A L
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INTRODUCCIN
A utor T raduccin
Ugo Vanni
Con lo que en el siglo pasado se llam el giro antropolgico, que interes a todo
el campo de la investigacin teolgica, en el campo especfico de la investigacin
bblica se desarroll una atencin particular por el hombre, visto en su compor
tamiento, en su estructura personal, en su relacin con el m undo de los dems,
en su relacin con la trascendencia. As nacieron y se desarrollaron antropologas
interesantes, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Y, a propsito de
este ltimo, hubo un inters particular por la antropologa paulina.
Desde este aspecto, el Apocalipsis prcticamente ha sido ignorado. El empeo
mltiple que su lectura conlleva -desde el aspecto teolgico, literario, histrico y
exegtico-, ha descuidado una atencin directa al hombre como tal que, en cam
bio, visto ms de cerca, es el sujeto apasionante de todo el libro.
El autor observa su figura, sigue su com portamiento, lo siente y lo presenta
en su particularidad objetiva, incluso cruda, y al mismo tiempo lo hace objeto
de sus simbolismos ms originales. Lo ve en su singularidad, en sus capacidades
de fe, de amor, de un conocimiento que, pasando a travs del m undo visible y
superndolo, llega a rozar audazmente el nivel de la trascendencia.
El autor observa al hombre en su relacin de pareja, sumergido en la comple
jidad de la ciudad, en el trabajo, en los viajes, incluso en los intercambios comer
ciales, en paz y en guerra. Lo sigue en sus alegras y en sus sufrimientos, en sus
ideales y en sus frustraciones. Afronta el problema de la vida y de la muerte.
Sigue al hombre de cerca en su compromiso con el Padre, con el Hijo y con el
BOGOT-CO LO M BIA
Se comienza -prim era parte del libro- examinando la que podramos lla
mar atencin fundam ental del autor del Apocalipsis hacia el hombre. Se trata,
ante todo, de la fenomenologa antropolgica global que le concierne, para pasar
luego ms especficamente al anlisis de dos posiciones caractersticas y particu
larmente significativas, estar de pie y estar sentados.
Teniendo como fondo el cuadro general del hombre que se ha venido preci
sando, se trata, pasando de lo exterior a lo interior, de captar aquellos elementos
tpicos de la estructura interna del hombre que lo mueven a actuar y le impri
men un sello a su com portamiento. Un impulso anim ador desde dentro, casi
un impulso vital que el hombre siente palpitar en s mismo, aparece al respecto
como su caracterstica fundamental.
Pero en la ptica del autor -de ningn modo antifem inista!- no se puede
comprender al hombre del Apocalipsis sin una atencin especfica a la mujer. Con
un amplio captulo dedicado detalladamente a la figura compleja de la mujer con
sus implicaciones term ina la primera parte.
El hombre del Apocalipsis nunca est solo: ante todo, el autor lo ve y lo con
sidera constantemente en relacin con la trascendencia -especialm ente con el
Padre, con el Hijo y con el Espritu-, sin la cual el hombre no lograra realizarse
como tal. La segunda parte del libro est dedicada a este tema complejo y pre
senta un desarrollo articulado.
Comienza m irando al hombre segn la ptica propia de Dios. La situacin
de fondo que sale de all es el hombre objeto de gracia, de benevolencia espe
cial por parte de Dios. A la gracia-benevolencia est dedicado el captulo quinto.
Y esta gracia-benevolencia respecto del cristiano deja en l una huella de fondo,
casi una inclinacin que le permite luego recibir los dones ms hermosos.
Entre estos emerge inm ediatam ente una situacin general de alto nivel. El
hombre cristiano del Apocalipsis es un mstico potencial, entendiendo con este
trm ino no una capacidad de xtasis, sino toda una vida que, una vez obtenida
por medio de Cristo la remisin de los pecados (1, 5), se realiza en una corres
pondencia inefable de amor.
Vuestro fruto permanezca" (Jn 16, 16). Miscellanea per i! LXX compleanno di
Giuseppe Ghiberti. Dehoniane, Bolonia, 2005, pp. 185-192.
14. M uerte y resurreccin en el Apocalipsis. En: P a n im o l l e , S. (ed.). Dizionario di Spiritualit
Biblico-Patristica, 44. M uerte-resurreccin en la Biblia. Borla, Roma, 2006, pp. 379-424.
D e l l A c q u a , A .
cimiento histrico de Cristo. A este tema, con sus implicaciones prcticas, est
dedicado el captulo trece.
Viviendo en la historia que transcurre veloz, el hombre mira hacia adelante y
piensa inevitablemente en la muerte. El autor del Apocalipsis ve esta ltima como
la desaparicin dramtica precisamente de la escena de la historia. Pero, ante lo
negativo de la muerte, se encuentra la parte positiva de la resurreccin, que, sien
do propia de Cristo, se la participa tambin al hombre. La tristeza se convierte
en alegra. El binomio muerte-resurreccin, particularm ente delicado y sentido
profundam ente por el autor del Apocalipsis en todas sus implicaciones hum anas,
es tratado en el captulo catorce, conclusivo.
Una m irada de conjunto a la panormica del libro, que hemos sealado,
sugiere dos pistas de reflexiones finales.
Colocando en un cuadro unitario las virtudes que el autor del Apocalipsis atri
buye al hombre, queda uno admirado. El autor tiene una pasin por el hombre
que no se encuentra en el resto del Nuevo Testamento. Lo sabe ver de cerca, lo ve
y lo sigue en sus caractersticas, lo escruta en sus movimientos y en su estructura.
Sin ahorrarle reproches, a veces bastante fuertes, por sus debilidades, l, que ve al
hombre en el cuadro unitario de la creacin y de la redencin, prefiere lanzarlo.
Lo hace respecto de Dios y de Cristo: transform ado por el Espritu, el hombre
es capaz, respecto de ellos, de un nuevo conocimiento y de una nueva relacin
de reciprocidad, que logra alcanzar un nivel mstico. El autor lo hace tambin
en un plano horizontal: pide al hombre -ya sea dentro de la com unidad eclesial
o fuera de ella- el compromiso de una oblacin por los dems que puede alcan
zar el don de la vida. Y el autor no se pierde en utopas: sabe muy bien y lo repi
te con frecuencia insistente, que todas estas posibilidades exaltantes dependen de
aquel que nos ama (1, 5), de su sangre, de su vida donada. No son ilusiones.
O tro aspecto que emerge es la cercana. Con la admiracin y el entusiasmo
por el hombre que no se esfuerza por ocultar, al autor le gusta hacernos sen
tir que el hombre del Apocalipsis est en cada uno de nosotros. El Apocalipsis no
vuela sobre nuestras cabezas. Com o muestra la historia de su exgesis y su eco en
la vida de la Iglesia, es un libro hecho para el hombre. Una atencin a su antro
pologa es un paso necesario para su comprensin.
Primera Parte
LA ANTROPOLOGA DEL APOCALIPSIS
C a ptu lo 1
Introduccin
La antropologa en el Apocalipsis -o , mejor, del Apocalipsis, porque all encon
traremos una antropologa propia- se presenta, en un primer acercamiento, llena
de dificultades. El autor no se preocupa explcitamente por darnos los elementos
de su concepcin antropolgica; nunca hace de la antropologa el objeto direc
to de sus reflexiones; no es un especulativo. Su concepcin del hombre debe
mos sacarla indirectamente, casi rastrearla, de las indicaciones que encontramos
esparcidas en el amplio discurso que l hace al respecto.
Un segundo motivo de dificultad deriva precisamente del gnero literario con
el que el autor se expresa: es el gnero caracterstico de la literatura apocalptica1.
En sta encontramos una atenta percepcin de la historia, de los acontecimien
tos que suceden, del sentido que tales eventos tienen en una ptica de interpre
tacin religiosa, pero es escasa la atencin al hombre como tal.
Entonces, si en la apocalptica la antropologa, aunque retomando las lneas
antropolgicas del Antiguo Testamento del cual deriva, no adquiere una imporCuando hablamos de apocalptica, nos referimos al florecimiento literario que va bajo este nombre.
Inicia en el siglo II a.C. Por tanto, se desarrolla primero en una corriente juda, luego en dos corrientes
paralelas, juda y cristiana, que a menudo se interfieren entre s, hasta el siglo IV d.C. Desde entonces el
genero apocalptico se agota. El Apocalipsis, por las caractersticas propias, ya sea desde el perfil literario o
teolgico, aunque pertenezca al cuadro de la apocalptica, se distingue de ella y sobresale.
El autor muestra una atencin muy particular por la figura hum ana. Vale la
pena seguirlo de cerca, subrayando las precisiones que hace al respecto.
De la figura hum ana l mira ante todo la cara. El trm ino prospon, cara,
aparece 10 veces en el Apocalipsis, y el punto de partida es siempre el rostro del
hombre.
En la perspectiva literaria del autor, la cara indica una presencia compacta de
toda la persona, vista y sentida en sus valores externos e internos. Toda la perso
na est como condensada en la cara, que refleja y expresa sus caractersticas.
En este sentido, el trmino es usado en 4, 7, cuando se dice que el tercer vivien
te tiene un rostro como de hombre. La mediacin entre cielo y tierra bajo el signo
del Espritu, del que es smbolo el viviente, emplea todo lo que se refiere al hom
bre: sus alegras, sus dolores, sus compromisos y sus problemas. Lleva la trascen
dencia de Dios a contacto con el hombre y lleva al hombre al nivel de Dios.
El mismo valor de una atribucin clara a un ser humano se encuentra en 11, 16,
en donde se habla de los 24 presbteros, los cuales, ante la trascendencia de Dios,
se postraron rostro en tierra y adoraron a Dios. Adems de ser un detalle descrip
tivo de la posicin asumida, el rostro en tierra sugiere una adoracin completa y
radical, que implica toda la persona en sus mejores recursos.
Del hom bre se pasa a los ngeles (7, 11; 10, 1). C uando se habla de su ros
tro, se trata siempre de una actitud de adoracin plena -sorprendente y atra
yente- en la que ellos caen rostro en tierra delante de Dios. Aqu se repite
y se acenta la intensidad de la adoracin practicada anteriorm ente por los
presbteros.
De los ngeles se pasa a Cristo. Se refiere a l, precisamente a su rostro, en
20, 11: El cielo y la tierra huyeron de su presencia, sin dejar rastro. La presen
cia de Cristo, con la fuerza, el poder, la voluntad y la capacidad de una renova
cin irreversible que le competen, transforma irresistiblemente todo lo que le es
diferente. Llevar a la realizacin de un cielo nuevo y una nueva tierra (21, 1).
Y de Cristo se pasa a Dios.
Este viejo m undo que huye delante de Cristo, opuesto a aceptar su novedad,
se realiza bajo la presin determ inante del demonio, en las distintas formas que
ste logra ponerse en contacto con los hombres, cara a cara con ellos.
lerem os entonces los desrdenes causados por las langostas, las cuales sim
bolizan una presencia demonaca dirigida directamente a los hombres: Sus ros
tros eran como rostros hum anos (9, 7).
Y cuando la mujer -sm bolo del pueblo de Dios que camina en el desierto- se
encuentre ante el extrao ro formado en el desierto con el agua vomitada por la
serpiente, la presencia de esta ltim a le resultar insoportable, y ella huir lejos
de la serpiente (12, 14).
Los hombres protagonistas del mal que, bajo el impulso del demonio, se
empearn -durante un perodo de la historia- en una obra de anti-creacin,
dando forma a un sistema de vida inm anente y encerrado en su consumismo, no
podrn, al final de la historia, soportar la presin de la presencia activa de Dios.
Ellos dicen a los montes y a las peas: Caigan sobre nosotros y escndanos de
la m irada de aquel que se sienta en el trono... (6, 16).
Pero tambin est lo contrario. Los que, siempre en el transcurso de la histo
ria, se habrn puesto de parte de Dios y de Cristo, encontrarn en la presencia
de Dios, que se comunica en la Jerusaln nueva, una satisfaccin muy grande del
deseo apremiante de ver a Dios que acompaa el cam ino del hombre: Vern su
rostro (22, 4).
El autor, que mira al hombre a la cara, se detiene a considerar detalladam en
te sus distintas partes, que indican atributos particulares de la persona, que se
encuentra representada globalmente por la cara.
l considera, primero que todo, la cabeza. El trmino kephal, cabeza, apa
rece 19 veces. La cabeza expresa, tambin segn la concepcin del tiempo, la
sede de la vitalidad, la fuerza, la energa operativa de la cual es capaz la persona
a la que se le atribuye este trmino. As tenemos la energa que los presbteros, lle
gados al nivel de la trascendencia, han empleado en su cam ino terreno. La coro
na de oro puesta sobre su cabeza (4, 4) es un reconocimiento explcito.
En el contexto dramtico de la lamentacin sobre Babilonia -la ciudad con
sumista que, cortados los puentes con la trascendencia, trata de construir un
bienestar material e inm anente para ventaja de una parte de los hombres, y que
despus se derrum ba estruendosamente sobre s misma (cf. Ap 18)-, los merca
deres que han contribuido activamente a realizarla echan ceniza sobre su cabe
za (18, 19). Su poder est ennegrecido, como cubierto de ceniza.
4 Cf. VXn n i , U . E da quellora il discepolo la prese nel suo am biente (Gv 19, 27). La presenza
della madre di Ges nella com unit giovannea. En: B a r b ie r i , R.; C a l a b u ig , I. y Di A n g e l o , O . Fons
Lucis. Miscellanea di studi in onore di Erm anno M. Tomolo. Roma, 2004, pp. 127-150.
1A
17
En el rostro resaltan los ojos, a los que el autor dedica una atencin especial:
usa 10 veces el trmino ophthalmos, ojo. Son, sobre todo, los ojos del hombre
concreto, de cada da, entendidos en sentido real o simblico.
Cristo, en la segunda fase de su Encarnacin, caracterstica del post-pascua,
se pone en contacto con los hombres, llevado por el Espritu. Lo hace con las
nubes: la posicin caracterstica de estas ltimas, que las pone en relacin simul
tnea con el cielo en su parte superior, y con la tierra en la parte inferior, expre
sa la naturaleza divina y hum ana de Cristo que interpela a los hombres. Y stos
se darn cuenta de l: Todo ojo lo ver (1, 7).
Pero, para poder ver bien, los ojos enfermos sern untados con el colirio,
como se le indica a la Iglesia de Laodicea (3, 18). Aqu los ojos se entienden en
sentido metafrico, como capacidad de percibir una realidad de orden moral, y
el colirio necesario para poder ver se refiere al don del Espritu.
Son los ojos de los hombres, que en el camino fatigoso hacia la nueva Jerusaln
tienden a llenarse de lgrimas. Dios las enjugar personalmente (7, 17; 21, 4).
Son, sobre todo, los ojos de Cristo, los que expresan un amor ardiente por la
Iglesia: tienen el resplandor del am or como una llama de fuego (1, 14)3. Esta
referencia a los ojos de Cristo se retoma en 2, 18, en donde encontramos una
vez ms la expresin como llama de fuego. Se retoma y acenta en 19, 12, en
donde los ojos de Cristo son llama de fuego6, y no ya simplemente correspon
dientes a ella, como antes. Y eso indica una accin directa y radical -incluso
para la superacin del m al- propia del amor implacable de Cristo, que siempre
sale vencedor.
El valor metafrico de los ojos llamas de fuego tiende a desarrollarse ulte
riormente y a estar presente en otros dos pasajes particularmente significativos.
En 5, 6 se atribuyen a Cristo-Cordero siete ojos. El autor se apresura a
poner al lector-escucha en el cam ino de una interpretacin correcta de este sm
bolo extrao. Aade: Son los siete espritus de Dios, enviados por toda la tie
rra (5, 6). El Espritu de Cristo resucitado, ramificndose en sus siete dones,
lleva a los hombres -y a cada uno de ellos en particular- la totalidad del amor
de Cristo, simbolizada por los siete ojos.
1
Es preferible esta interpretacin en clave de amor, teniendo presente la definicin de Dios como
fuego devorador (D t 4, 24), en vez de una referencia judicial.
Es preferible la lectio difficilior del cdice Sinatico, que omite hs, como.
18
19
Pero el trmino stoma, como instrum ento de la palabra, se refiere sobre todo
a Cristo: De su boca sale una espada aguda de dos filos (1, 16). A los cristianos
que demuestran dificultad para separarse totalmente de cualquier prctica pagana,
Cristo resucitado promete una cercana suya, una visita suya que los sorprender.
Y en este contexto combatir con ellos mediante la espada de su boca (2, 16), es
decir, con su palabra.
La imagen de la espada que sale de la boca de Cristo, que con toda proba
bilidad se refiere a su palabra, se retoma otras dos veces (19, 15.21), en un con
texto particularmente significativo: se trata de la venida de Cristo con todo su
poder, de su contacto con los acontecimientos y los protagonistas de la historia
(19, 11-21). Para todos aquellos que, bajo el impulso del demonio, habrn trata
do de construir el mundo de los hombres como una anti-creacin, el contacto
con Cristo ser dialctico y desconcertante.
As se aplica a Cristo el simbolismo propio de la guerra: l combate y vence.
Su arma es indicada como una espada que sale de la boca, y es la palabra: Y de
su boca sale una espada afilada para golpear con ella a los hombres (19, 15). Su
palabra se convierte en una espada a la que no se puede resistir; el que se opone
queda destruido: Los dems fueron exterminados por la espada que sale de la
boca del que monta el caballo (19, 21).
El trmino boca, atribuido una vez directamente a Cristo, conserva su valor
concreto habitual. Es el caso de 3, 16: ...estoy por vomitarte de mi boca, en
donde la boca no est ligada con un simbolismo particular. A tribuida como est
a Cristo resucitado, ella acenta en todo caso la combinacin y, podramos decir,
la realidad de su presencia en medio de la Iglesia.
M irando an la cara de la persona, se observan las orejas. El trmino us,
oreja, aparece 8 veces en el Apocalipsis, refirindose siempre al hombre, y pre
senta una particularidad suya caracterstica.
En la lnea del uso sapiencial del Antiguo Testamento, oreja no indica
nunca el rgano del odo entendido en sentido fsico. M ientras el uso predo
m inante de boca ya visto se refiere al paso de la interioridad del hombre a lo
externo, el uso de oreja designa el paso inverso de un contenido que llega de
afuera, se sita en la interioridad y es elaborado por la mente, us. Se trata,
as, de la oreja que deben tener las Iglesias para percibir el mensaje del Espritu
y, ms en general, de la oreja que debe tener la comunidad eclesial para captar
el mensaje que le envan los hechos de la historia, para luego interpretarlo con la
mente. No es una us en sentido absoluto, descontextualizado, sino en contac
El trm ino m ano se aplica tambin con una cierta solemnidad a Cristo
resucitado, de quien se dice, en el gran contexto de la aparicin inicial, que tiene
en su mano derecha siete estrellas (1, 16), smbolo de los ngeles de las siete
Iglesias (1, 20).
Siempre respecto de Cristo resucitado, se aade luego un detalle interesante.
Cuando Juan, trastornado y perturbado por la trascendencia de la resurreccin,
cae a los pies de Cristo resucitado como muerto (1, 15), ste pone su (mano)
derecha sobre l, permitindole comprender y luego llevar a cabo el encargo de
escribir que le encomienda.
De Cristo resucitado se sube a Dios. Juan, elevado idealmente al cielo en la
zona propia de Dios, ve en la (mano) derecha del personaje sentado en el trono
un rollo escrito por delante y por detrs, sellado con siete sellos (5, 1). Dios tiene
en la mano de la fuerza -la derecha- su proyecto creativo, que contiene todos los
detalles de la historia de los hombres y que El quiere llevar a cabo con la energa
invencible de quien domina todo (pantokrator, dicho de Dios en 1, 8; 4, 8; 11,
17; 15, 3; 16, 7.14; 19, 6.15; 21, 22).
Es precisamente la idea de una actividad, particularmente intensa, la que subyace generalmente en el uso de cheir, en el Apocalipsis: es la actividad mltiple
del hombre, la actividad impresionante de los ngeles y, en fin, la actividad irre
sistible de Cristo resucitado y de Dios.
El trm ino pus, pie, usado casi siempre en plural y con una frecuencia rele
vante, por una parte expresa y subraya ulteriormente la atencin adherente del
autor del Apocalipsis al hombre y a su figura y, por otra, parece indicarnos algo
ms. Una mirada atenta a las 11 recurrencias de pus sugiere siempre un contex
to de una fuerza que presiona, de un dominio, realizado o por realizar, ligado
con el pie. Este trmino no se usa -com o, en cambio, encontramos amplia
mente docum entado en la literatura griega- en el sentido de un instrum ento
para caminar.
Demos una mirada cercana a este uso caracterstico. El contexto de dominio
indicado por pie se refiere ante todo al hombre. Los judos ahora hostiles a los
cristianos y que, no aceptando ya sus grandes valores tradicionales, constituyen
una sinagoga de Satans, tienen delante de s un cam ino religioso por recorrer,
que el autor no duda en indicar detalladamente.
Ellos podrn acoger la huella del Dios vivo, reactivando su contacto con
Dios, con todas sus implicaciones. La primera de stas ser el descubrimiento
de Cristo, el viviente (1, 17). Asumidos tambin ellos por Cristo, reconocern
que el amor de Cristo constitua la fuerza secreta de los cristianos a quienes ellos
antes obstaculizaban. Vern a Cristo presente en la Iglesia y se postrarn ante
los pies de ella.
Hay un segundo caso en el que el uso del trmino pie est todava en juego el
hombre. Se trata de dos testigos-profetas -sm bolo del testimonio y de la profeca
realizadas por la Iglesia bajo la fuerza del Espritu-, los cuales, reviviendo el iti
nerario del misterio pascual, mueren, permanecen expuestos tres das en la plaza
y luego resucitan: ...y se pusieron de pie (estsan epi tus podas autnf (11, 11).
Esta expresin redundante -p ara decir permanecieron parados, bastaba
estsan- , insistiendo sobre los pies, pone el acento sobre el hecho de que, una
vez resucitados, los dos personajes tendrn un poder, una fuerza nueva. Nos lo
confirm a lo que sigue inmediatamente: Y los que estaban mirndolos se queda
ron aterrorizados (11, 11b).
Tambin una tercera repeticin de pies se coloca en el mbito hum ano, y
tiene por protagonista la mujer de 12, 1-6: Y se vio un gran signo en el cielo:
una mujer revestida de sol y la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona
de doce estrellas (12, 1).
La mujer -sm bolo de la Iglesia anim ada por M ara-, objeto de un amor especialsimo por parte de Dios, tiene una perennidad que la hace dom inar el tiem
po, indicado en sus vicisitudes por las fases lunares.
El hecho de que el dom inio se exprese tambin aqu, y con particular evi
dencia, mediante un simbolismo tomado del rea de la persona - la luna bajo
sus pies- confirma y acenta la atencin muy especial con que el autor mira la
figura humana.
La idea de una presin que tiende a dom inar, simbolizada por los pies, se
aparta en otras ocasiones del campo de los hombres a un nivel superhumano: se
atribuye a los ngeles, que en el Apocalipsis desempean un papel relevante de
cooperacin en el desarrollo de la historia de la salvacin.
Este papel, presente efectivamente en todo el libro, emerge con evidencia muy
particular en 10, 1-11. All encontramos como protagonista un ngel que des
ciende solemnemente del cielo y, desde su primera aparicin, llama la atencin
sobre sus pies: Y vi otro ngel fuerte que bajaba del cielo revestido de nube. El
arco iris sobre su cabeza y su rostro como el sol y sus pies como columna de
fuego (10, 1).
Los pies, vistos aqu unitariam ente con las piernas, sugieren inm ediatam en
te la idea impresionante de una fuerza irresistible que dom ina y se impone con
la energa cautivadora del amor y del juicio de Dios, significados por el fuego.
El campo en donde se desarrolla el juicio de Dios es la historia de los hom
bres, simbolizada por la tierra: una historia que se desarrolla en una dialctica
entre bien y mal. Este ltimo es activado sobre la tierra por el demonio, que, a
su vez, tiene su sede ideal en los abismos del mal. En efecto, el ngel, teniendo
en la mano, abierto, el librito biblaridion, en donde se encuentra condensado el
mensaje proftico que deber ser anunciado a los hombres por los testigos-profe
tas de 11, 3-13, puso su pie derecho sobre el m ar y el izquierdo sobre la tierra.
El dominio de Dios que lleva adelante la historia de la salvacin, incluso
mediante el ngel- sobre la historia de los hombres y sobre la raz demonaca de
su mal no se poda expresar con mayor eficacia.
Tambin en las otras dos recurrencias relativas a los pies del ngel-intrprete7 se
tiene el reconocimiento de una fuerza superior que ejerce presin. Impresionado
por la grandeza y por la trascendencia de los contenidos de revelacin que el
ngel-intrprete le propone, Juan, siente dos veces el impulso irresistible: Ca
ante sus pies para adorarlo (19, 10 y, con pocas variaciones, 22, 8).
Pero al lado de la fuerza de impulso positiva, es reconocible en la historia del
hombre tambin la de signo contrario procedente del demonio, simbolizado por
el dragn.
La primera bestia que sube del m ar lleva a la tierra la negatividad del demonio,
y lo hace con prepotencia. El autor presenta sus rasgos caractersticos mediante
el simbolismo de varios animales salvajes que, constituyendo una misma cosa,
sum an en la bestia su violencia individual. Se trata de un leopardo, en el que
tambin estn presentes el oso y el len. El aspecto de una violencia que aplas
ta y quiere imponerse y dom inar est expresado por los pies: Y la bestia que vi
corresponda a un leopardo y sus pies como de un oso y su boca como de len.
Y el dragn le dio su poder (13, 2).
Finalmente, el simbolismo de los pies se refiere explcitamente a Cristo resu
citado. En su aparicin inicial, de la que ya hemos hablado, se dice: Sus pies
parecan de metal precioso acrisolado en el horno (1, 15). Cristo resucitado, que
Juan percibe en toda su trascendencia, es considerado como una fuerza que entra
en contacto con la persona y la trastorna.
Tambin aqu, como en el caso del ngel de 10, 1-11, el fuego indica, segn
el simbolismo tpico del Apocalipsis, la fuerza del am or y del juicio de Dios: una
fuerza cautivadora e irresistible. En efecto, Juan, impresionado por esta presen
cia de Cristo resucitado, afirma enseguida: Y cuando lo vi, ca a sus pies, como
muerto. Y l puso su mano derecha sobre m .
La fuerza trascendente de Cristo resucitado pesa sobre Juan, y Juan no resiste.
Incluso cuando percibe la importancia del ngel-intrprete y del contenido que
ste le muestra, Juan -com o hemos visto- cae a los pies del ngel, pero conserva
intacta su facultad. El efecto desconcertante que lo trastorna es precisamente el
de la trascendencia de Cristo resucitado. Y Cristo resucitado, mediante la ener
ga que comunica a Juan con la imposicin de la mano, lo har capaz de estar
cara a cara con l.
A este punto podemos resumir. M irando en perspectiva esta visin sobre el
hombre, como aparece en una primera mirada, podemos ante todo confirm ar el
inters agudo con el que el autor del Apocalipsis mira al hombre. Se dira que la
figura hum ana est continuamente ante sus ojos, y l la toma en consideracin
en el conjunto y en los detalles, con una atencin apasionada.
Una atencin que, sin embargo, no se convierte nunca en contemplacin
complacida, cerrada en s misma. La figura hum ana, con cada uno de sus deta
lles que la componen, impulsa constantemente hacia algo ms, que se refiere a
aspectos profundos del hombre como persona, hasta alcanzar el m undo superhumano.
Movindose sobre la lnea de los atributos de la figura hum ana, se pasa, con
una continuidad que sorprende, del hombre al demonio, a los ngeles, a Cristo y
a Dios. La referencia al hombre permite percibir tambin lo que lo supera, hasta
convertirse en una clave interpretativa incluso del m undo de Dios.
En definitiva, podemos decir que es tpica la atencin del autor del Apocalipsis
a la figura hum ana en general y en sus detalles. l observa al hombre y se mues
tra interesado por l. Se puede confirm ar esto, si, ampliando nuestro horizonte,
damos una mirada a otros aspectos de la fenomenologa humana.
Es una figura caracterstica de toda la apocalptica: se trata de un ngel que media entre la
trascendencia y el vidente, m ostrando y explicando las visiones.
25
27
?R
29
Un tercer caso en el que -siem pre en el mbito del sistema terrestre- emerge
con acentos particularmente dramticos el sufrimiento, es dado por lamentos,
respectivamente de los reyes de la tierra -sm bolo de los centros de poder-, de
los comerciantes y de los navegantes sobre la cada inesperada de la ciudad
de Babilonia, smbolo del sistema terrestre construido por ellos.
El sufrimiento lo produce el miedo (18, 10.15) ante el derrumbe repentino del
sistema. Se debe tambin a la constatacin, humanam ente muy amarga, de haber
perdido todo lo que se haba acumulado con tanto cuidado y fatiga. Y se expresa
con una sonoridad impresionante: hay llanto, hay lamentacin, hay grito.
...se mantendrn a distancia
por miedo a sus tormentos,
y llorando y lamentndose, dirn:
Ay, ay,
de la gran ciudad,
que estaba vestida de lino,
de prpura y escarlata,
adornada de oro,
de piedras preciosas y de perlas,
y en un momento tan gran riqueza
ha sido destruida (18, 15-17).
La toma de conciencia, por parte del autor, del dram a del sufrimiento hum a
no no podra ser ms plena.
Existe, finalmente, siempre en el mbito del sistema terrestre, el que podemos
llamar sufrimiento escatolgico. El autor nos ofrece un cuadro impresionante:
Pero los cobardes,
los incrdulos,
los depravados,
los homicidas,
los lujuriosos,
los hechiceros,
los idlatras
y todos los mentirosos
tendrn su herencia en el estanque ardiente de fuego y de azufre:
sta es la segunda muerte (21, 8).
31
32
nuestros santos, que han recorrido antes de nosotros la va untuosa que lleva a
la meta escatolgica-:
Esos son los que vienen de la gran tribulacin;
han lavado sus vestiduras
y las han blanqueado con la sangre del Cordero (7, 14b).
La tribulacin no podra ser ilustrada mejor en s misma y en sus implicacio
nes. Es la gran tribulacin, cuando la presin de la anti-creacin se hace insos
tenible y produce miedo. Cmo podr superarla el cristiano?
Lejos de tratar de encontrar en s mismo la fuerza que le falta, el cristiano
maduro activar su contacto directo con Cristo-Cordero, protagonista del acon
tecimiento pascual. Se sumergir en l, en su sangre, en su vida entregada, y sal
dr de all invadido por el blanco de su vitalidad, que se le participar.
La fuerza comunicada por Cristo-Cordero se har sentir en todas las fases del
camino del cristiano (cf. 7, 16), porque:
El Cordero,
que est en medio del trono,
ser su pastor
y los conducir a las fuentes de las aguas de la vida,
y Dios enjugar todas las lgrimas de sus ojos (7, 17).
Esta perspectiva animadora, que transforma la tribulacin en alegra, es reto
mada y desarrollada ulteriormente en la sesin conclusiva del Apocalipsis. Aqu
el autor presenta el cuadro completo de la nueva creacin, y no puede ocultar su
entusiasmo:
He aqu la morada de Dios con los hombres;
pondr su morada entre ellos,
y ellos sern su pueblo
y l, Dios-con-ellos, ser su Dios.
Enjugar las lgrimas de sus ojos
y no habr ms muerte,
ni luto,
ni llanto,
ni pena
33
truya de manera irreversible todo el mal que ha sido organizado por la anti
creacin del demonio y .que, simbolizado por Babilonia, se ha concretado en la
historia hum ana, constituye un motivo de alegra irresistible:
Algrense por ella [Babilonia],
cielos, y ustedes, santos, apstoles y profetas,
porque Dios les ha hecho justicia y le hizo pagar
(18, 20)s.
Una alegra entusiasta emerge en las doxologas que encontramos esparcidas
a lo largo de todo el libro, comenzando por la primera parte9, y emerge con par
ticular intensidad en la doxologa del aleluya (19, 1-8). El entusiasmo por Dios,
puntualizado por las cuatro repeticiones del aleluya, alcanza el nivel ms alto y
se hace, respecto del lector-escucha, atrayente hasta volverse irresistible:
Aleluya!
Porque ha establecido su reinado el Seor,
nuestro Dios todopoderoso.
Alegrmonos y gocemos (19, 6).
Y el hombre alcanzar el mximo de su alegra, cuando en la nueva Jerusaln
se escuche decir: ...y yo ser para l Dios, y l ser para m un hijo (21, 7b).
El hombre que se enfurece
Tpicos del Apocalipsis son los trminos orgh, ira, y thymos, pasin, que se
entrelazan entre s de una manera particularmente interesante.
Respecto de thymos, ste aparece 10 veces, distribuido en 10 versculos. Una
vez se refiere al dragn, y en este caso se habla de una gran pasin, thymon
megan (12, 12). Dos veces se refiere a Babilonia, de la que se dice que:
1
Se subraya aqu una categora teolgica del Apocalipsis: Dios se sirve de lo que sucede en la
historia para cambiar las situaciones. Los perseguidos son liberados del juicio de quien los ha oprim ido,
y precisamente los opresores son objeto del juicio de Dios.
' Cf. 1, 5b-6; 4, 11; 5, 9-14; 11, 15-19; 12, 10-11; 15,3-4; 19, 1-8.
Ei trmino orghe aparece tambin soio, sin acopiarse con thymos. As encontra
mos, con una expresin a primera vista paradjica, la ira del Cordero10 (6, 16).
Se trata del impulso pasional y de resentimiento con que Cristo-Cordero se con
trapone al mal y lo supera. La ira del Cordero es asociada a la de Dios, y entonces
se tiene el gran da de su ira (6, 17).
Existe tambin un texto que nos presenta el contenido de la ira de Dios:
Los pueblos haban montado en clera;
pero ha llegado tu ira
y el momento de juzgar a los muertos;
de dar la recompensa a tus siervos los profetas,
a los santos y a los que veneran tu nombre,
pequeos y grandes,
y de exterminar a los que destruan la tierra
(11, 18).
Ante el mal moral propio del sistema terrestre, que se concreta en la historia,
Dios nunca est alejado: reacciona, y lo hace implicndose. Su ira no es el resen
timiento quisquilloso ante sus derechos conculcados, sino que expresa, como ya
hemos visto en el acoplamiento entre thymos y orgh, por una parte el desagra
do de su corazn herido y, por otra, la implicacin pasional y determinada que lo
contrapone a toda forma de mal, organizada y hecha propia por el hombre.
39
(18, 19). Es el grito del llanto desesperado de quien se da cuenta de que ha per
dido todo de repente.
Incluso la larga lista de los artculos de lujo propios de Babilonia, aunque sea
presentada en un contexto de condenacin, muestra cunto el autor conoca esta
serie de productos y de importaciones comerciales. Vale la pena releerlo:
Los comerciantes de la tierra lloran y se lamentan sobre ella,
porque ninguno comprar ya sus mercancas:
mercancas de oro y de plata,
de piedras preciosas y de perlas,
de lino y de prpura, de seda y de escarlata;
toda clase de maderas olorosas,
objetos de marfil,
de maderas preciosas,
de bronce,
de hierro
y de mrmol;
de canela,
cinamomo
y perfumes,
mirra
e incienso,
vino
y aceite,
flor de harina
y trigo;
bestias de carga,
ovejas,
caballos
y carros,
esclavos
y mercanca humana (18, 11-13).
Siempre en la lnea de los productos y objetos que interesan sobre todo al
hombre, se puede colocar la larga lista -la ms larga que encontramos de segui
do en toda la literatura griega- de las piedras preciosas, que el autor enumera en
la nueva Jerusaln (21, 19-20). Su reflejo, cuando las ilumina el sol, sugiere al
La relacin
O tro aspecto particularmente significativo del horizonte antropolgico de
nuestro autor lo encontramos en la relacin. Al hombre no se ve ni se piensa solo:
siempre est en relacin con otros a nivel individual, y entonces tenemos la pare
ja; existe una relacin a nivel colectivo, y entonces tenemos la ciudad.
Estos dos aspectos merecen ser tenidos en cuenta, siempre en el gran cuadro
de la fenomenologa hum ana propia de nuestro autor. Podramos decir que son
el hilo conductor del libro, en la realizacin para el hombre de una plena reci
procidad con Cristo y con Dios.
Esto se acta en un recorrido dialctico, con momentos de transfiguracin
contemplativa y momentos de toma de contacto de realidad aterradores, precisa
mente porque destruyen una autntica relacin.
la relacin de la pareja hombre-mujer
Aqu hay que notar el doble nivel: la novia, que en los versculos anteriores
se haba preparado, ahora alcanza el nivel nupcial: es la esposa. Y todo el con
texto que seguir ser una estupenda ilustracin de reciprocidad de amor a nivel
paritario de esposa, que la novia habr alcanzado en la fase escatolgica". Pero
quin es esa novia que se convierte en esposa?
11
Hay que tener presente, aqu de manera particular, que el horizonte antropolgico que ahora estamos
explorando en su conjunto ser luego retomado y profundizado en sus detalles en todo el transcurso del libro.
1 La traduccin reiterada de esposa es inexacta, puesto que el autor distingue claramente, tambin
como vocabulario, los dos niveles del noviazgo y de las nupcias.
Ven,
que te voy a mostrar la novia,
la esposa (ten nymphen ten gynaika)
del Cordero.
Del hombre -e n todos ios aspectos que hemos indicado- el auur ucl
Apocalipsis pasa al nivel de la trascendencia. Lo que l ve en el hombre le sirve
para pasar, mediante el salto del simbolismo, a los ngeles, a Cristo y a Dios. La
amplitud y la profundidad del cuadro antropolgico, que l refiere a la trascen
dencia, promete un cuadro teolgico igualmente rico.
De la unin de los dos niveles -precisam ente el antropolgico y el teolgicosurge una visin sugestiva del hombre del Apocalipsis, que trataremos de ilustrar
detalladamente en los captulos siguientes.
Ante todo, debemos enfocar la atencin del autor hacia el hombre, y el paso
que sigue del nivel del hombre al de la trascendencia. Lo haremos en el captu
lo siguiente, presentando en primer plano dos detalles antropolgicos, dos posi
ciones caractersticas: el estar en pie y el estar sentado.
Ca p it u l o 2
Introduccin
La figura hum ana, a la que el autor del Apocalipsis le pone muchsima aten
cin, es vista por l con modalidades articuladas: es presentada fsicamente quie
ta o en movimiento; es presentada poniendo en evidencia algunas partes ms que
otras. Y siempre con el fin de comunicar un sentido adjunto a su narracin.
Dentro de estos mbitos de representacin, una modalidad caracterstica se
refiere a las posiciones que se atribuyen a la figura humana. A ttulo ilustrativo,
elegimos dos que, por el significado que se les confiere y por la insistencia en el
uso, se pueden considerar tpicas: el estar de pie, expresado por el verbo histmi,
y el estar sentado, por el verbo kathmai.
Histmi, estar de pie"
De histmi levantarse, estar de pie, se cuentan en el Apocalipsis 21 recu
rrencias. Esta posicin se aplica a los hombres, a los ngeles, al demonio, a
Cristo; nunca se atribuye a Dios.
1 De por s el verbo histmi, en el uso transitivo e intransitivo, tiene en griego una gama de significados
particularmente amplia: desde poner, estabilizar, montar, hasta detenerse, ser, existir, levantarse,
ti autor del Apocalipsis parece preferir este ltimo significado que, atribuido a la figura humana colocada y
observada como tal, puede ser traducido con levantarse o estar de pie.
47
Vi
como un mar de cristal, mezclado con fuego,
y los que haban vencido
a la bestia,
a su estatua
y a la cifra de su nombre
estaban de pie
sobre el mar de cristal
con las ctaras de Dios.
Y cantaban el cntico de Moiss, siervo de Dios,
y el cntico del Cordero (15, 2-3a).
El estar de pie se refiere aqu a los que obtienen la victoria sobre la bestia,
aunque haya que subrayar que esta posicin es atribuida con insistencia a los dos
testigos, sobre todo cuando son comparados con dos olivos y dos candeleros: los
dos testigos estn de pie delante de Dios (11, 4) como si fueran dos rboles de
olivo y dos antorchas.
Es interesante la referencia directa de hesttes a los dos testigos, sugerida,
como decamos antes, por el gnero masculino, mientras de hecho una concor
dancia, tanto con los olivos como con las antorchas, requerira el femenino.
Y en 11, 11 se dice que los dos testigos, trados a la vida por el soplo del
Espritu de Dios, se pusieron de pie. Esto significa claramente su resurreccin,
con aquella capacidad y deseo de obrar que ella conlleva.
"Los que haban vencido a la bestia son aquellos cristianos que han sabido
poner, asumindola como propia, la victoria de Cristo en contacto con las estruc
turas sociales de pecado, simbolizadas por la bestia, y ahora estn de pie sobre el
m ar de fuego y de cristal, smbolo de la nueva creacin.
Ellos se encuentran ya en estado de resurreccin, y la solemnidad alegre con
que cantan el cntico del Cordero subraya el impulso vital de la resurreccin de
Cristo, de la cual participan. Y veremos ms adelante cmo la posicin de pie
ser atribuida directamente a Cristo resucitado.
Pero hay otro pasaje paralelo en el que la posicin recurrente del estar de pie,
referida a los cristianos, indica todava, y ampla, esta perspectiva de una partici
pacin escatolgica de la vida de Cristo resucitado, que les est reservada.
Despus de esto vi
aparecer una gran muchedumbre,
7,
9 hesttes: el plural unido al singular ochlos precisa: la atencin pasa de la m uchedum bre a cada
l>na de las personas.
3 El acusativo peribeblmenus exige un verbum vivendi, del cual es objeto.
.. .lleg Jess, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: La paz est con ustedes.
Dicho esto les mostr las manos y el costado... {Jn 20, 19-20).
Kathmai,
"estar sentado"
todo un protagonista blico decisivo, tanto cuando era usado solo, como cuan
do arrastraba un coche o un carro, el autor hace de l el smbolo de una fuerza
irresistible que atraviesa el campo de la historia.
A cada uno de estos cuatro caballos se atribuye un color simblico, que espe
cifica de qu fuerza se trata.
El caballo blanco indica una fuerza de resurreccin ligada a la resurreccin
de Cristo, de la cual depende:
Vi aparecer
un caballo blanco;
y el que estaba sentado sobre l tena arco,
se le dio una corona
y sali como vencedor y para vencer (6, 2).
El caballo rojo fuego indica la furia sanguinaria que, activada por el dem o
nio, lleva a los hombres a matarse:
.. .al que estaba sentado sobre l
se le dio poder para quitar la paz de la tierra
y hacer que los hombres se mataran unos a otros... (6, 4).
El caballo negro indica la fuerza desestabilizadora de la injusticia social:
...y vi aparecer un caballo negro,
y el que estaba sentado sobre l
tena en la mano una balanza.
Y o
como una voz que sala de los cuatro seres vivientes que deca:
Una medida de trigo por una moneda de plata
y tres medidas de cebada tambin por una moneda de plata;
pero no hagas dao al aceite ni al vino (6, 5-6).
Finalmente, el caballo verde, que indica la fuerza dramtica de la muerte
en las distintas formas que asume, desencadena continuam ente este drama en la
historia de los hombres:
S9
60
61
Las recurrencias de nephel nube , son en total siete en el Apocalipsis (4 pertenecen a nuestro
contexto): 1, 7; 10, 1; 11, 12; 14, I4(bis). 15 .16.
ca
la alabanza,
el honor,
la gloria
y el poder
por los siglos de los siglos (5, 13).
El impacto de Dios en la historia se realiza a travs de Cristo-Cordero.
Cuando se refiere directam ente a los hombres, involucra tambin todo aque
llo que de alguna manera tiene relacin con ellos y los implica. El autor queda
im p r e s io n a d o , y en esta conclusin de la solemne celebracin de Cristo-Cordero
(cf. 5, 9-14) se hace voz de todo y de todos.
Veamos ahora un tercero y ltimo ejemplo. El camino difcil de la historia de
los hombres, una vez que sea felizmente superado, los pone en contacto directo
con la trascendencia de Dios:
Por eso estn delante del trono de Dios,
y le sirven da y noche en su templo;
el que est sentado en el trono los cobijar bajo su tienda,
porque el Cordero
que est en medio del trono
ser su pastor
y los conducir a las fuentes de las aguas de la vida;
y Dios enjugar todas las lgrimas de sus ojos (7, 15.17).
A travs de la accin Cristo-Cordero la trascendencia, indicada una vez ms
por el trono, pero destinada tam bin a los hombres, realmente logra alcanzarlos.
Solamente cuando stos estn en contacto directo con las fuentes de las aguas
de la vida, comprendern realmente quin es y qu importancia ha tenido en su
historia el personaje sentado sobre el trono.
Vemos, en fin, que esta posicin confiere un sentido de dinamismo en relacin
con el objeto sobre el cual la persona est sentada, activando todas las posibilida
des que tal objeto simboliza. Solamente Babilonia parece sentada sobre el vaco.
Conclusin
El anlisis minucioso que hemos hecho de estas dos actitudes antropolgicas:
bistnti, estar de pie, y kathmai, estar sentado, resulta particularm ente ilu
Ca p t u l o 3
' Ver la interesante discusin a propsito entre M. Karrer (exegeta) y H. Walh (psicoanalista):
Apocalisse e psicoanalisi En: B o s e t t i , E. y C o l c a c r a i , A. (eds.). Apokalipsys.
lercorsi nellApocalisse in onore di Ugo Vanni. Ass, 2005, pp- 535-558.
B a r r e r , M. y W a l h , H .
67
El "hombre", anthrpos
Un primer punto de referencia lo constituye sin duda el trm ino anthrpos,
hom bre, que en el Apocalipsis aparece con alguna frecuencia -25 recurren
cias, distribuidas en 24 versculos-, y que nos permite sacar algunas indicacio
nes orientadoras.
El hombre aparece como el portador genrico de la naturaleza humana.
Especialmente en singular, ste, indicado con anthrpos, est por debajo de Dios
y por debajo de Cristo, pero es distinto de todos los otros elementos del mundo
y tiene su identidad particular. Por ejemplo, en la nueva Jerusaln se habla de
m edida de hombre, que quiere decir una medida propia del hombre, una medi
da que el hombre como tal puede entender, proporcionada a l:
.. .y midi la ciudad con la caa...
Midi su muralla:
ciento cuarenta y cuatro codos.
Medida de hombre, que es tambin medida de ngel (21, 16-17).
Aqu prevalece el aspecto individual y cualitativo. Pero el autor del Apocalipsis
usa generalmente el trmino hom bre en plural. Y cuando habla de los hom
bres, los pone siempre en relacin con la historia. Los considera juntos, uni
dos en una colectividad, la colectividad humana. Se trata de los hombres que, a
pesar de las varias intervenciones de Dios, como terremotos, langostas, etc., no
se convierten (9, 4.6.7):
Pero se les orden
que no hicieran dao a la hierba,
al verde
y a los rboles,
sino solamente a los hombres
que no tuvieran el sello de Dios en la frente (9, 4).
O tambin se trata de los hombres que, aterrorizados por estas intervenciones
de Dios, se convierten:
En aquel momento se produjo un gran terremoto
y se derrumb la dcima parte de la ciudad,
cm o
je haya sido llevado por mediadores, el ltimo garante es siempre l, que los ha
enviado.
El acento puesto en la identidad personal de Jess es retomado y desarrolla
do en la segunda recurrencia de eg que encontramos en este versculo. Aqu se
pasa de la garanta responsabilizada a algunos rasgos personales con los cuales
Jess se autodefine.
Precisamente en su identidad, subrayada por el pronombre eg, Jess entra en
la historia humana, anim ando y desarrollando la alianza davdica. Pero, sobre
todo, El lleva a los hombres, partiendo desde la m aana, al nivel escatolgico
del pleno da. Y lo hace guindolos constantemente con su luz: una luz siempre
nueva y cada vez ms fuerte, que ejerce sobre los hombres el encanto irresisti
ble de la estrella, la resplandeciente, la de la m aana, con la que Jess explci
tamente se identifica.
El pronombre eg se refiere finalmente dos veces a Dios:
Yo (eg) soy el alfa y la omega
-dice el Seor Dios-,
Aquel que es, que era y que va a venir,
el Todopoderoso (1, 8).
Con esta referencia acentuada sobre s mismo, Dios, que habla en prime
ra persona, subraya su compromiso personal y activo en el mbito de la histo
ria humana: compromiso que, como ya hemos visto, se realiza concretamente a
travs de Cristo.
Este compromiso es tan im portante a los ojos del autor del Apocalipsis, que es
retomado con dos recurrencias de eg:
Yo (eg) soy el alfa y la omega,
el principio y el fin.
Yo (eg) a quien tiene sed le dar
de la fuente del agua de la vida como don (21, 6).
Es Dios mismo quien realza la realizacin de su palabra. A esta confirmacin
se aaden enfatizadas por el doble egdos precisiones fundamentales, garan
tizadas directamente por El.
Espritu,
pneuma
me dijo:
Sube aqu y te mostrar lo que va a suceder
en seguida .
En ese mismo momento, fui arrebatado por el Espritu,
y vi un trono en el cielo
y uno sentado en el trono.
La invitacin dirigida a Juan por Cristo resucitado y subido al cielo -es Cristo
resucitado que, subiendo al cielo, ha abierto para siempre la puerta- es particu
larmente imperativa: se trata de pasar, de alguna manera, de la inmanencia a la
trascendencia, simbolizada por el cielo, para captar as, en la ptica propia de
Dios, el sentido de los acontecimientos de la historia.
Con este fin se verifica de nuevo en Juan un contacto particular con el
Espritu, que lo hace pasar de Cristo resucitado a Dios. As emerge en l la capa
cidad de tipo mstico de una percepcin metaconceptual de Dios, del Espritu,
de Cristo-Cordero y de su impacto en la historia a travs de los smbolos que le
ataen (cf. Ap 4-5).
Algunos de estos smbolos, debido a su complejidad, necesitarn una ayuda
particular del Espritu para ser percibidos -siem pre a nivel m etaconceptual-. Es
cuanto encontramos subrayado especialmente en 17, 3:
Y me transport en espritu a un desierto.
Y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata,
llena de nombres blasfemos,
con siete cabezas y dos cuernos.
La figura simblica, sumam ente compleja, de la mujer sentada sobre la bes
tia -que luego ser llamada la gran Babilonia, la madre de las prostitutas y de
las abominaciones de la tierra (17, 5 )- ser descrita detalladamente por el autor
en los captulos 17 y 18.
Ella constituye la sntesis del sistema terrestre, anticristo, que, activado como
est por el demonio, quiere realizar, por medio de una obra propiamente dicha
de anti-creacin, un m undo hum ano y csmico, distinto del querido por Dios.
Para el cristiano, que se encuentra en una confrontacin dialctica cotidiana con
el sistema terrestre, es de im portancia vital tener de este sistema una comprens*on lo ms completa posible, para poderse regular en las elecciones cotidianas.
7;
psych
com o
se ha perdido para ti
y no se volver a encontrar (18, 14).
Queriendo expresar y subrayar el fracaso total, incluso en el plano hum ano,
del sistema terrestre representado por la ciudad de Babilonia, el autor la perso
naliza literalmente y le atribuye aquella vitalidad -hecha de sueos, proyectos,
deseos, am biciones- que caracteriza una persona. La sed de todo esto es la psych.
Este trm ino tambin lo podemos traducir como alma - anhelo de tu
alma, lo traduce Lancellotti-, pero debemos precisar. No es ciertamente el
alma entendida como la dimensin racional del hombre que se puede considerar
como la sede de los deseos y de los impulsos. La psych aparece aqu como una
raz de vitalidad; la podramos definir, con una expresin de H. Bergson, como
un arrojo vital.
Siempre en el contexto de la lamentacin de los comerciantes, el autor del
Apocalipsis presenta una lista impresionante de artculos de lujo que caracterizan
el consumismo del sistema terrestre:
.. .de canela,
cinamomo
y perfumes,
mirra
e incienso,
vino
y aceite,
flor de harina
y trigo;
bestias de carga,
ovejas,
caballos
y carros,
y personas (somatn)
y vidas de hombres (kai psychas anthrpn) (18, 13).
Colocada precisamente al final de la enumeracin, la expresin y vidas de
hombres, kai psychas anthrpn, tiene un efecto particular literario de acentua
cin. La realizacin de todo el bienestar lujoso indicado depende de las vidas de
los hombres empleadas y gastadas en su realizacin.
El autor piensa en los esclavos, a los que hace explcita alusin hablando de
oersonas {somatn, literalmente: cuerpos) que son objeto de comercio. Pero
aqu su discurso se hace ms general: la negatividad del sistema terrestre, que
rograma y realiza un lujo tan acentuado, resalta incluso el hecho que son sacrifi
c a d a s con este fin muchas vidas humanas, con todos sus recursos muy nobles.
Encontramos una ltima recurrencia de psych, respecto del hombre, en el
contexto -n o fcil de explicar en los detalles- de una relacin directa con la
muerte:
...Ellos lo han vencido
por la sangre del cordero
y por el testimonio que proclamaron,
y han despreciado su vida (ten psychn antn),
hasta la muerte (12, 11)
Para comprender en su total importancia la ausencia de amor por la psych aqu aparece inmediatamente su significado fundam ental de vida terrena - , es
necesario recordar un dicho de Jess en el cuarto Evangelio, al que se refiere el
autor del Apocalipsis: El que ama la propia vida (ho philn tn psychn autu) la
perder; el que odia la propia vida (tn psychn autu) la conservar para la vida
eterna Jn 12, 25).
Ante los desafos del sistema terrestre, los cristianos -q u e son siempre los mr
tires potenciales- tendrn que oponer toda la resistencia que puedan. La fuerza
que deriva de la vida donada por Cristo -la sangre del Cordero y su adhe
sin al testimonio de Cristo, primero acogida personalmente y luego de nuevo
impulsada en su testimonio, les permitir vencer, superando la presin del siste
ma terrestre.
Y cuando esto les presente alguna alternativa: o Cristo o la vida, ellos no
dudarn: se alegrarn de sacrificar su existencia terrena, a la que el autor del
Apocalipsis atribuye muchsimo valor, al valor infinito de Cristo. Solamente
cuando entra en conflicto con Cristo, la vida terrena podr ser no amada, y se
Podr realizar la paradoja de preferirles la muerte.
Adems de estas 5 recurrencias de psych relativas al hombre, hay otras 2 refe
rentes al m undo marino. Las encontramos respectivamente en el toque de la
^gunda trompeta (8, 8-9), en el septenario de las trompetas, y en la efusin de
la segunda copa (16, 3), en la seccin del triple signo:
Corazn",
kardia
nado de cerca, escrutado por Dios, el cual despus, por consiguiente, sabr
tom ar sus decisiones operativas.
As, en virtud de la expresin de Jeremas retomada a la letra, se perfila como
una doble dimensin en el interior del hombre: por una parte, la emotividad
relacionada con las entraas; por otra, el proyecto racional relacionado con el
corazn, siempre en el mbito de la unidad de la persona. Podramos concre
tar an ms?
En 17, 17 encontramos una segunda recurrencia del trm ino kardia\
Porque Dios les ha inspirado en sus corazones (eis tas kardias autn)
realizar su proyecto
y ponerse de acuerdo
para poner a disposicin de la bestia su poder real
hasta que se cumplan las palabras de Dios.
Aqu se trata de diez reyes que, asocindose a la bestia, determ inarn el fin de
Babilonia. M ediante sus corazones ellos realizan un proyecto unitario, y eso
conlleva una actividad de raciocinios y de confrontaciones. Emerge la dimensin
racional atribuida al corazn, y sta es una precisin interesante.
Particularmente significativa es la tercera y ltima recurrencia de kardia, que
encontramos en 18, 7:
Cuanto se ha procurado de gloria y de lujo,
denle de tormento y de duelo.
Porque ella dice en su corazn (en t kardia antes)-.
Estoy sentada como reina y no soy viuda:
no conocer jams el duelo.
Aqu se trata de Babilonia, smbolo del sistema terrestre, del que ya hemos
hablado varias veces. Rotos los puentes con la trascendencia, encerrada en su
autosuficiencia ilusoria - Estoy sentada como reina y no soy viuda- , ella no
queda inerte y proyecta toda su vida de la manera ms hedonista posible, tanto
que excluye cualquier sombra de sufrimiento: No conocer jams el duelo.
No se trata simplemente de una tendencia pasional e instintiva: Babilonia
organiza en su corazn, en su interioridad racional, el bienestar absoluto al que
aspira.
Mente",
us ,
y "oreja",
us
lo que est viendo, Juan se llena de grande estupor (17, 6). Interviene el ngel
intrprete, que lo tranquiliza:
Aqu es donde se requiere inteligencia, tener sabidura.
Las siete cabezas
son siete montaas, sobre las que se sienta la mujer.
Son tambin siete reyes (17, 9).
En ambos casos tenemos la presentacin de un cuadro simblico de difcil
interpretacin. Interviene la mente que tiene sabidura, es decir el hombre, que
tiene la capacidad tanto de leer correctamente un smbolo interpretando su m en
saje, como de aplicar el mensaje interpretado a la propia realidad.
En 13, 18, despus de haber comprendido el mensaje simblico de las dos
bestias -e l Estado que se hace adorar, y la propaganda que le da vida, con todas
sus implicaciones-, se trata de ver, indagar, calcular si y en dnde, en el hori
zonte histrico en el que vive, el hombre sabio podr ver las caractersticas con
cretas de la primera bestia.
Para facilitar este paso del cuadro del smbolo a la realidad concreta, el autor
ofrece, a ttulo solamente ilustrativo, una referencia probable al emperador Nern4.
Un razonamiento anlogo se puede hacer en 17, 9 a propsito de Babilonia.
Despus de haber comprendido y aceptado, hasta dejarse maravillar, el smbolo
complejo de la ciudad consumista y seductora sostenida por el Estado que se hace
adorar, el hombre sabio se pregunta en dnde se encuentra esta ciudad.
Tambin aqu la mente que tiene sabidura es la que tiene capacidad para
decodificar el simbolismo y leer la realidad, haciendo un puente entre lo que es
un mensaje religioso sacado del smbolo y lo concreto de la historia en que vive.
Esta doble capacidad que el hombre del Apocalipsis tiene en su estructura inte
rior es particularm ente importante, como lo muestra tambin la ltim a de las
4 La cifra indicada de 666 sigue siendo an hoy uno de los enigmas del Apocalipsis. Tiene su peso y
un cierto grado de probabilidad la interpretacin clsica, que la relaciona con Nern Csar, basndose
en equivalencias numricas de las consonantes hebreas correspondientes a las griegas que com ponen el
nom bre. As, sum ando juntas las consonantes hebreas N , R, W, N, Q , S, R -correspondientes al griego
Nern kaisar-, se tiene como resultado precisamente 666 . Indicando un ejemplo conocido del pasado,
el autor, que escribe probablemente a finales del siglo l o a comienzos del II, presenta a sus lectores un
cuadro de aplicacin clarsimo, que perm itir ms fcilmente ver si los rasgos simblicos de la bestia ya
encarnados por N ern se realizan en su presente.
componentes antropolgicas del hombre del Apocalipsis que estamos tom ando en
consideracin: us, oreja, que aparece 8 veces en el Apocalipsis.
Las primeras 7 recurrencias de us se encuentran en las cartas a las Iglesias
(cf Ap 2-3). Se trata de una expresin puesta directam ente en boca de Cristo
resucitado, que habla en primera persona, y que es repetida idntica las siete
veces:
El que tenga odos que oiga lo que el Espritu dice a las Iglesias'.
Encontramos us una octava vez, en una forma literaria contracta, pero plena
mente equivalente a las otras siete Iglesias, en el cuadro de la confrontacin entre
los cristianos y la bestia:
El que tenga odos, que oiga.
Si alguno est destinado al cautiverio, ir al cautiverio;
el que est destinado a morir con la espada,
a espada morir.
Aqu se requiere la perseverancia y la fe de los santos (13, 9-10).
Nos preguntamos cul es el significado de us, odo, en estos dos contextos
en que aparece.
Una primera respuesta nos hace pasar del plan fsico del rgano del odo
a una audicin de carcter mental. En la lnea de la literatura sapiencial del
Antiguo Testamento -e n donde el hebreo ozen, odo, es traducido a menudo
por los Setenta con us, mente- , us adquiere el significado de capacidad m en
tal de decodificar el smbolo y de aplicar su mensaje decodificado a la realidad
de la historia. Es un smbolo de sabidura en el sentido visto anteriormente.
En el septenario de las cartas resaltamos una notable presin literaria ejerci
da sobre el grupo eclesial que escucha (cf. 1, 3), por el hecho de que la frase es
pronunciada precisamente por Cristo resucitado y repetida idntica siete veces.
Esto constituye, para la asamblea litrgica que escucha el mensaje, un paso a la
Segunda parte del libro, en donde el autor, que se siente profeta anim ado por el
Espritu con la responsabilidad de hablar en su nombre, presentar toda una serie
Ante este cuadro sugestivo, nos podemos preguntar: el hombre del Apocalipsis
u ser capaz? Cmo se com portar en su relacin con Cristo, con el
P ritu y con Dios? Cules sern detalladamente sus compromisos morales?
A d o n d e tender? Los captulos siguientes, ampliando el discurso, tratarn de
Jar una respuesta a estas preguntas.
Pero desde ya de lo que estamos viendo surge una sensacin neta que se impoe- lo que el autor logra comunicar respecto del hombre, desde la fenomenologa
de comportamiento a la estructura interior, no deja de maravillar. Es un cuadro
maravilloso.
Sin embargo, el autor del Apocalipsis no es un optimista soador. M ira al
hombre con inters y con pasin, lo entiende, lo ama, se refleja en l y, final
mente, con justicia, se entusiasma por l. Los rasgos que, atribuidos al hombre,
parecen sobrepasar nuestro horizonte habitual son slo una huella del sueo
amoroso de Dios.
Ca p t u l o 4
1958.
93
Puesto que el autor del Apocalipsis demuestra una atencin muy particular %
los varios aspectos que se refieren al hombre, ofrecindonos al respecto tal vez el
cuadro ms rico y sugestivo del Nuevo Testamento4, una investigacin sobre la
mujer, que constituye una parte im portante de este cuadro, articulada sobre las
3 recurrencias ms tpicas de su campo semntico, resulta inmediatamente de
mucho inters.
Y como el autor del Apocalipsis, en todo el mbito antropolgico en el que se
mueve, tiene presente normalmente un plan realista y uno simblico5, podemos
esperar que tambin la figura de la mujer sea vista en una dimensin realista y
en una dimensin simblica.
De todo esto se delinea el itinerario de nuestro estudio. Teniendo presente
el desarrollo literario caracterstico del libro6, examinaremos primero las recu
rrencias en sentido realista, luego las que presentan una elaboracin simblica.
Finalmente, podremos reunir en sntesis los tratados fundamentales de la figura
de la mujer en el Apocalipsis.
misma se permita la actividad de la mujer0 Jezabel (2, l). Se trata de una mujer
se dice profetisa (prophtin); una mujer que imparte, siempre en el mbito
de la Iglesia, su enseanza (didaskei) y tiene sus seguidores, hijos (tekna, 2, 23).
El juicio que el autor hace sobre la actividad de Jezabel es negativo: la ense
anza de la profetisa es descarriado, porque conlleva una contam inacin con
el ambiente pagano. La negativa de este juicio aparece ante todo por el hecho
de que el nom bre real de la profetisa ha sido sustituido por el de Jezabel, la
mujer fenicia de Ajab, conocida y despreciada en el A ntiguo Testam ento por
haber introducido prcticas cultuales idlatras e inm orales en el reino del
Norte9.
Adems, todo el acontecimiento de la profetisa es introducido con las pala
bras: Tengo contra ti (2, 20a), que, puestas en boca de Cristo resucitado, pare
cen ciertamente negativas. Esta negativa queda confirm ada por lo que sigue en
el discurso: Jezabel engaa -aq u sigue siendo Cristo en primera persona quien
habla- a mis servidores hasta hacerlos vivir en la lujuria (porneusai) y comer las
carnes sacrificadas a los dolos (phagein eidlothyta) (2, 20b).
Esta mujer es obstinada; sus discpulos cometen adulterio con ella (2, 22).
El movimiento que ella suscita es tan grave que provoca, tanto para ella perso
nalmente como para sus discpulos (sus hijos 2, 23a), una intervencin severa
de Cristo, por lo dems no precisada en sus modalidades, pero que ser ejemplar
para todas las Iglesias (2, 23b).
Una vez visto todo esto, tenemos que hacer algunas precisiones. El autor acep
ta como descontada la actividad proftica de una mujer en el mbito de la Iglesia
de Tiatira, una actividad que se impone hasta constituir una escuela, con una
enseanza especfica:
4
Este aspecto del Apocalipsis ha sido objeto, en el estado actual de la investigacin, de una atencin
ms bien escasa por parte de los estudiosos. La nica contribucin, todava global y genrica, sobre esta
lnea se encuentra en V a n n i , U. El hom bre del Apocalipsis: su estructura personal. En: d e G e n n a r o ,
G. (ed.). L'antropologia bblica. Npoles, 1983, pp. 872-901.
Para una profundizacin sobre esta terminologa y, ms en general, para una presentacin de
conjunto del simbolismo en el Apocalipsis, cf. V a n n i , U. LApocalisse, Ermeneutica, esegesi, teologaBolonia, 20055, pp. 31-61 (de ahora en adelante citado: LApocalisse...).
6 Para una docum entacin y una profundizacin, cf. Va n n i , U. La stmttura letteraria dellApocalisstBrescia, 19802 (de ahora en adelante citado: La struttura.. .).
Para el esquema literario con que se construyen cada una de las cartas de la prim era parte del
Apocalipsis y del cual el juicio representa el tercer punto, cf. V a n n i, U. La struttura... Op. cit., p. 304'
Para una presentacin detallada de este tipo caracterstico de simbolismo que hace intervenir los
arumales como protagonistas, cf. Va n n i , U. L'Apocalisse... O p. cit., p. 38-40.
Para un cuadro de las interpretaciones propuestas -alusin a las constelaciones de Escorpin y de
r8 (Kraft), a las cabezas cabelludas de los guerreros partos (Swete), etc.-, cf. P r ig e n t , P. L'Apocalisse
' ' s- Giovanni. Roma, 1985, p. 280.
^ M i c h l , J. E. Sie hatten Haare wie W eiberhaare (Apk 9, 8 ). En: Biblische Zeitschriji 23,
5 PP- 266-288; I d . Z u A p k 9 , 8 . En: B ib lic a , 1942, pp. 192-193.
C f. A n d r s d e C e s a r e a . Commentarius in Apocalypsim, X X V III (M i g n e , P G , 106, col. 625).
Y de nuevo, otras mujeres: las cuelgan por el cuello y por los cabellos y las
echan a la fosa. Son las que entrelazaron sus cabellos no para el bien, sino para
dedicarse a la fornicacin; as podan pescar las almas de los hombres para la
perdicin16.
El juicio que, si seguimos esta interpretacin, el autor del Apocalipsis da sobre
la seduccin femenina es sum amente negativo, ya que la relaciona incluso con el
demonio. Sin embargo, l no endurece la mano. Su lenguaje es, comparado con
el del Apocalipsis de Pedro, sumamente delicado.
"Los que no se contaminaron con mujeres" (Ap
14,
4 )17
Hay un tercer caso en el que el autor del Apocalipsis se refiere con toda pro
babilidad a la mujer entendida en sentido real, y es Ap 14, 4. Nos encontramos
en el gran contexto de los 144.000, un resto de Israel aplicado tambin al con
texto del Nuevo Testamento. Los 144.000 anticipan algunas caractersticas posi
tivas de la situacin escatolgica -com o la pertenencia total a Dios, expresada
mediante el nombre de Dios escrito en la frente (14, 1)- en funcin de la gran
m ultitud del pueblo de Dios.
Segn su estilo habitual, el autor presenta aqu primero un cuadro simbli
co (14, 1-3), y luego da indicaciones para una interpretacin y aplicacin herme
nutica (14, 4-5).
Precisamente en la primera de las tres categoras que en lo concreto de la vida
eclesial realizan el cuadro simblico de los 144.000 encontramos la expresin
que se refiere explcitamente a la mujer:
16 Apocalipsis de Pedro, 7. En: Gli Apocrifi del Nuovo Testamento, III. Cartas y Apocalipsis. T u rin ,
1969, p. 221. A este pasaje se refiere -presentndolo de una manera ligeramente variada- tambin
C l e m e n t e A l e j a n d r i n o . Eclogae ex Scriptum Propheticis. M ig n e , PC , 9, col. 697: Deca, pues, que
las mujeres son tambin castigadas por causa de las trenzas y del adorno por un poder aplicado a estas
cosas, el mismo que le concedi a Sansn la fuerza en la cabellera. ste castiga a las que se dedican a Ia
fornicacin, sirvindose del adorno de los cabellos.
17 Para una docum entacin ulterior, cf. V a n n i, U. Questi seguono lAgnello dovunque vada (Ap
14, 4). En: Parola Spirito Vita 2, 1979, pp. 171-192.
E s to s so n los q u e n o se c o n t a m in a r o n c o n m u je re s
son e fe c tiv a m e n te v rg e n e s
Pero se trata realmente de una alusin entendida en sentido real? Las opinio
nes de los exgetas son muy diferentes. Esto resultaba, ya en 1976, de una inves
tigacin hecha sobre contribuciones ms significativas aparecidas desde 1886 en
adelante18. La contaminacin contrada con las mujeres y evitada por los vr
genes puede entenderse, siguiendo la lnea simblica difundida en el Antiguo
T e s ta m e n to , como la prctica de la idolatra. En este caso la expresin tendra un
valor simblico. Pero sta se puede referir al carisma de la virginidad cristiana:
en este caso la referencia a la mujer debera entenderse en sentido real.
Una eleccin apodctica entre estas dos soluciones es difcil, y corre el ries
go de ser arbitraria. Sin embargo, teniendo en cuenta todo el conjunto, la inter
pretacin realista parece claramente preferible, sobre todo por el hecho de que
la ausencia de idolatra atribuida a un grupo escogido y altamente cualificado
como el 144.000 parece tan descontada que limita con la trivialidad.
La cruda expresin no se mancharon con mujeres produjo, en todo caso,
dificultad, tanto que R. H. Charles, aceptando de hecho la interpretacin rea
lista, ha considerado el pasaje como la interpolacin desafortunada de un m on
kish interpolator19.
Pero la dificultad, y tambin todo el problema, se resuelve teniendo presen
te que siempre en el Antiguo Testamento la relacin sexual -lcita o n o - era una
contraindicacin que podramos llamar de tipo litrgico20.
Por tanto, la primera categora que el autor del Apocalipsis identifica con los
144.000 estara formada precisamente por aquellos que, practicando el carisma
de la virginidad, tienen una facultad permanente al culto, y que por tanto, aun
estando sobre la tierra, pueden aprender adecuadamente el cntico nuevo, que
celebra la accin innovadora de Cristo respecto de la historia hum ana.
Cf. W e i c h t , W . Die dem Lamme folgen. Eine Untersuchung der Auslegung vori A pk 14, 1-5 in den
etzten 80 Jahren. Bamberg, 1976.
| CHARI'ES
Revelation ofSt. John, II. Edimburgo, 1920. A la teora de la interpolacin
i 'K ' ^ r Charles no falt una rpida reaccin, por ejemplo por parte de P o w e r , E. A pretended
lerPolation in the Apocalypse (Ap 14, 4s.). En: Bblica 4, 1923, pp. 108-112.
pp j ^ os testmonian claramente Ex 19, 15; 1 S 21, 5- Cf. V a n n i, U. Q uesti seguono.. Op. cit.,
183. Una impureza de tipo cultual es confirmada tambin en la cultura latina.
99
en
(gyn)
ve stid a de so l (peribeblmen ton hlion),
u n a m u je r
co n la lu n a b ajo su s p ies
y u n a c o ro n a de d o c e e stre lla s
en la ca b e za (1 2 , 1).
Remt ^ ^ NNI> U. II grande segno: Ap 12, 1-6. En: Id., LApocalisse... Op. cit., pp. 227-2S 1.
a este trabajo para una interpretacin exegtica detallada.
Se trata de un pasivo teolgico. La forma pasiva del verbo, teniendo presente el contexto en
que aparece, seala a Dios mismo como agente activo. Cf. Z e r w ic k , M . Graecitas Biblica. Roma, 1 9 6 6 ,
p. 236.
10
En el Antiguo Testamento, cuando se habla de sol, se evita ponerlo en una relacin estrecha
con Dios, debido al riesgo de una divinizacin. En el Nuevo Testamento este riesgo aparece superadoEncontramos, entonces, expresiones que no dudan de acercar el sol a Dios, como su sol (M t 5, 45) 0
el rostro de Jess resplandeciente como el sol (cf. M t 17, 2 y Ap 1, 16).
31 Cf. G a s t e r , T. H. M oon. En: B u t t r ic k , G. A. (ed.). The Interpreters Dictionary ofthe Bibk<
K-Q. Nueva York-Nashville, 1962, pp. 436-437 (4. M oon in th Calendar).
3 Para todo este asunto, cf. P r ig e n t , P. Apocalypse 12. Histoire de l'exgse. Tubinga, 1959.
33 Cf. V a n n i , U. Dalla m aternit di M aria alla maternit della Chiesa: unipotesi di evoluzione u i
Gv 2, 3-4 e 19, 26-27 lA A p 12, 1- 6 . En: I d . .Apocalisse... O p. cir., pp. 333-347.
34
La sensibilidad atenta de Mara a los dones de Dios emerge claramente, seg,n la reconstruccin
^ue Lucas hace de su figura, y sobresale de manera particular en el canto del Mag nificat (Le 1, 46-55).
Va l e n t in i , A. Il Magnificat. Genere letterario. Struttura. Essegesi. Bolonia, 1987
Al pueblo de Dios se atribuye una funcin de maternidad en el sentido de la realizacin de
gunos valores, que es actuada a travs de dificultades y sufrimientos y que debe realizarse en el m undo
e ls hombres: cf. Is 26, 17-18; > 2 2 , 23; 3 0 ,6 ; Os 13, 13; M i 4, 9-10.
Leyendas de fecundacin de mujeres por parte de varias divinidades -Z eus se distingua por
trePdez- se encontraban docum entadas ampliamente en varias mitologas, comenzando por la griega.
ins
A la mujer que sufre los dolores del parto se contrapone otro signo: el dra
gn, signo de la realidad del demonio en la historia hum ana37. Por eso el parto
encuentra dos tipos de dificultad: las intrnsecas al parto mismo y las derivadas
del ambiente histrico hostil en el que se desarrolla.
Para poder precisarlas, es necesario responder antes a la tercera pregunta que
nos hemos hecho: cul es el producto del parto? El autor nos lo indica claramente:
Dio a luz un hijo
varn,
el que deba regir todas las naciones con cetro de hierro (12, 5).
La interpretacin de este nacimiento ha suscitado varios problemas38, pero
la consideracin del Sal 2, 9 -aplicado claramente a Cristo en Ap 19, 15- hace
prcticamente cierta la interpretacin cristolgica. Entonces, si la mujer es la
Iglesia, entendida como nuevo pueblo de Dios, deberamos decir que su fecun
didad y su parto tienen como objeto Cristo mismo: un Cristo que, en un cierto
sentido, nace de la Iglesia.
sta es una lnea interpretativa que remonta por lo menos a Ticonio, que
interpretaba este nacimiento refirindolo a un Cristo que nace y se desarrolla en
los cristianos39.
Sin embargo, el estribillo del Sal 2, que tiene claramente una perspectiva
mesinico-escatolgica y no se refiere a los cristianos, sino a los gentiles, lleva a
una ulterior precisin. El Cristo que nace de la Iglesia se realiza indudablemente
ante todo desde el interior de los cristianos, pero se expresa y crece en la dimen
sin de la historia, ocupando progresivamente, con su presencia, con sus valores,
los vacos que la historia presenta.
Entonces se puede decir que cualquier forma de bien, aunque tenue, que los
cristianos logren expresar, ser una contribucin de ellos al crecimiento de Cristo:
37 Para ms detalles, cf. V a n n i, U. II secondo segno. En: I d . LApocalisse.. . Op. cit., pp. 241-244.
18 Interpretada por Gollinger, como la aparicin del tiempo mesinico (cf. G o l l i n g e r , H.
Das Grosse Zeichen" von Apokalypse 12. Estutgart, 1971, pp. 164-167), este nacimiento lo refieren
generalmente a Cristo, con diversas precisiones ulteriores. Cf., para una visin de conjunto, BrTSCH,
C. La clart de lApocalypse. Genve, 1 96 6\ pp. 19 7-199.
P. Prigent resume la interpretacin atribuida a Ticonio en estos trminos: Lglise est enceinte
spirituellement, sa prdication enfante des chrtiens chaque jour en form ant Christ en eux ( P r i g e n t , PApocalypse 12..., cit., 15).
El desierto es el lugar ideal en el que la mujer tendr que moverse, con toda esa
capacidad evocativa que el trmino, lleno de la experiencia del pueblo de Dios
del Antiguo Testamento, posee41.
El camino en el desierto supone una fatiga prolongada: la mujer-iglesia tendr
que permanecer all durante un perodo de 1.260 das, el equivalente a tres aos y
medio, la mitad de siete42. Esto significa que la mujer-iglesia pasar en el desierto
todo el tiempo de la inestabilidad, indicado por la mitad de siete, es decir todo el
tiempo preescatolgico. La fatiga se har sentir en cada paso, cada da del camino.
Este aspecto es fundamental. El autor siente la necesidad de repetirlo, afir
mando de nuevo que el desierto es su lugar (ton topon antes)" (12, 14) durante
todo el tiempo de la necesidad.
Este camino de la mujer-iglesia es obstaculizado por el sistema terrestre, inspi
rado por el demonio. ste persigui a la mujer que haba dado a luz al hijo varn
(12, 13). La persecucin se hace insidiosa: la serpiente arroj de su boca como
un ro de agua detrs de la mujer, para arrastrarla con su corriente (12, 15).
Esta inmisin abundante de agua en el desierto cambiara su naturaleza:
constituira un intento de producir artificialmente el estado de florecimiento
del desierto, que ser propio del tiempo mesinico plenamente realizado. Se tra
tara, para la Iglesia-mujer, de insertarse en el contexto negativo del consumis
mo de Babilonia.
Pero la tierra43 viene en ayuda de la Iglesia-mujer, impidiendo la realiza
cin del paraso ficticio (cf. 12, 16). Los intentos de construir un sistema de vida
cerrado a la trascendencia fracasan todos precisamente por la incapacidad del
hombre para sostenerlos.
Adems de ser insidiosa, la oposicin del dragn contra la mujer se podr vol
ver violenta, y en todo caso ser prolongada. La mujer-iglesia ver el resto de su
descendencia luchando contra la ira del dragn (12, 17); tendr que poner en
accin toda su capacidad de resistencia, pero no se dejar sola.
La tercera coordenada sobre la cual el autor del Apocalipsis desarrolla el contras
te entre la mujer-iglesia y el sistema terrestre es la ayuda evidente de Dios. Esto se
hace sentir siempre en relacin con el desierto, entendido como lugar propio de la
Iglesia-mujer. En el desierto -con una clara alusin al man44- la mujer es alimenta
da da tras da en su camino (cf. 12, 6). El sistema terrestre la insidia, con el intento
de absorberla y de esclavizarla, pero ella es ayudada a liberarse con la fuerza tpica
de dos alas de guila real (12, 14a), para poder alcanzar el desierto, su lugar (12,
l4b), en donde es alimentada durante todo el tiempo de la necesidad (12, 14c).
Ante estas iniciativas de ayuda por parte de Dios, la mujer-iglesia se mues
tra dcil y disponible. Acepta la ayuda segn los ritmos y las modalidades esta
blecidas por Dios. No est enferma de protagonismo; confa en Dios, coopera
con l, dejndole la iniciativa, pero est dispuesta a colaborar tan pronto El la
haya tomado.
Cundo terminar el camino de la mujer-iglesia en el desierto? Cundo ter
minar su situacin de necesidad? A estas preguntas el autor dar una respuesta
precisa en la seccin conclusiva de su libro. Lo har recurriendo de nuevo a una
elaboracin simblica de la figura de la mujer, que constituir uno de los vrti
ces de su arte literaria y de su teologa. Pero antes, al intentar hacer comprender
y palpar la negatividad del sistema terrestre, recurrir a un simbolismo inverti
do de la figura de la mujer.
la simbolizacin de la mujer en negativo: la mujer-Babilonia
41 Cf. K it t e l , G. Eremos. En: Grande Lessico, III. Op. cit., col. 889-896.
42 Estas combinaciones artificiosas de nmeros, con un significado cualitativo, son tpicas del
simbolismo aritmtico del Apocalipsis. Siete indica la totalidad; la mitad de siete (tres y medio) indica la
parcialidad. Cf. V a n n i , U . LA pocalisse... O p. cit., pp. 52-54.
43 A prim era vista, parece evidente que es la tierra, entendida en sentido fsico y geogrfico, la que
viene en ayuda de la mujer: Y abri la tierra su boca y bebi (katepien) el ro. Espontneamente se
piensa aqu en cualquier tradicin mitolgica, que por lo dems no aparece docum entada. Pero podemos
formular la hiptesis de que el autor mismo, como hace en otras partes, construye aqu una narracin de
tipo simblico. En este caso, la tierra fsico-geogrfica que, abriendo la boca, bebe el ro de la serpiente
y as lo hace ineficaz, simbolizara a los hombres que viven sobre la tierra (ste es el valor predominante
de g en sus 82 recurrencias en el Apocalipsis). Los hombres mismos, en la organizacin que hacen de su
vida, vuelven ilusorios los intentos de construir all un paraso artificial.
109
iii
Nos lo dice tambin la contraposicin con las copas de oro, tpicas del Apocalipsis1/ p e r t e n e c i e n t e s
siempre al contexto de Dios (cf. 3, 8 ; 13, 7; 16, 1.2.3.4.8.10.12.17; 17, 1; 21, 9).
,6 El valor general de este trm ino se refiere a todo aquello que no puede ponerse en contacto con
Dios, porque lo irrita. En particular, wie im AT (z.b. D t 29, 16; 3 Ko 11, 6.33; 4 Ko 23, 13; 2 Ch 28.
3) von Allem, was m it G tzendienst zusam m enhangt (B a u e r , W. y A l a n d , K. B. Griechisch-deutscht
Wrterbuch zum Neuen Testament. Berlin-Nueva York, 1988, s. v.).
5' El smbolo se convierte en mysterion, cuando, percibido con estupor por el sujeto i n t e r p r e t a n t e "
constituye un enigma asfixiante, que no da paz, ni tregua, como el sueo de Nabucodonosor en Dn 2>
1.27-30. Cf. Va n n i , U. LApocalisse... O p. cit., pp. 60-72.
alto concepto que el autor tiene de la mujer, por una parte le permite expreen la figura Babilonia el mximo de negatividad que se pueda realizar en
ja h isto ria, cambiando de signo las que a sus ojos son las prerrogativas funda
m entales de la mujer, como la capacidad de am ar y de ser amada y su mater'dad, y, Por otra Parte ofrece la oportunidad para trazar detalladamente el
to de llegada de la mujer-iglesia y de todo el movimiento de la historia de la
salvacin: esto ser la nueva Jerusaln.
l
Tambin aqu una confrontacin con 12, 2-6 es muy instructivo. En la situan efinitiva de la nueva Jerusaln no habr ya sol (cf. 21, 22; 22, 4), sino que
0do estar compenetrado por la luz de Dios y de Cristo-Cordero. En conseuencia, el oro ser puro (katharon, 21, 18.21), y el ro del agua de la vida que
invade la ciudad ser resplandeciente (lampron) como cristal (22, 1). El vestido
nupcial de la mujer refleja esta nueva realidad: ya no est constituido por el sol,
sino que est confeccionado de lino puro y resplandeciente.
El lino, en cuanto tela, es interpretado por el autor mismo como las obras de
justicia de los santos: se trata de esos resultados de rectitud6'1 que la mujer-igle
sia durante todo su camino por el desierto supo insertar en campo de la histo
ria. Ellos coinciden, efectivamente, con su accin generadora respecto de Cristo.
Es la mujer misma quien confecciona la tela -e l lino, precisam ente- de su
vestido nupcial. Dios y el Cordero darn despus a la tela preparada por la
mujer la pureza y el esplendor, que son el efecto tpico de su presencia inm edia
ta. Tendremos as el vestido de lino resplandeciente y puro con el que se reves
tir66 la mujer.
Continuando con lo observado a propsito de 12, 1, debemos notar que la
atencin por parte del autor por el vestido -u n elemento antropolgico particu
larmente fem enino- aqu se ampla en cuanto se refiere al vestido nupcial.
La novia-ciudad (Ap 21, 1-8)
Lo dice el trm ino dikaiOmata, com prendido en todo su esplendor, no se trata simplemente
actos de justicia, de rectitud, sino - como lo indica el sufijo -ma, que tambin en el griego helenista
0|iserva su valor de fondo de efecto producido- de resultados de justicia expresados por los santos e
lrl|i'ersos en la historia.
Peribaltai, com o peribeblmene en 12, 1 es un pasivo teolgico, que tiene como agentes activos
a iJios y a Cristo.
2 i ,,^ara una exgesis detallada de todo el pasaje, cf. 'A n n i, U. La novit escatologica attuata: Ap
8 . E n . j D LApocaiiS5e O p. cit., pp. 253-276.
.
110
una comparacin (en este caso se podra parafrasear: La ciudad est preparada como en la experiencia
habitual vemos que est preparada o lista una novia que se debe encontrar solem nem ente con su hornbre
para la fiesta nupcial), sino como una precisin: la ciudad est preparada en cuanto novia atavia*^
para su hombre. La preparacin realizada no es una preparacin cualquiera, sino la especfica que HeVal
la novia a convertirse en esposa, como se ve por el hecho de que htoimasmenn de 21 , 2 b r e t o m a |
claramente hetoimasen heautn, atribuido a la mujer en 19, b.
i
s lo que encontramos en 22, 17, en donde la asamblea eclesial -la Iglesiaes presentada precisamente como nymph, novia, que, anim ada por el
Espritu, expresa todo su anhelo por esa presencia de Cristo, con la cual se
plenamente la reciprocidad nupcial: El Espritu y la novia dicen:
Ven! (22, 17).
La referencia al pueblo de Dios como Iglesia todava en camino y que se expre
sa como tal en la asamblea litrgica terrestre, evocada en 21, 2 con el trmino
nymph, es confirmada por la alusin al agua de la vida presente en el mbito de
la asamblea litrgica70, por el premio prometido al vencedor (ho nikn, 21, 7),
de que se habla repetidam ente en la prim era parte del libro, y por la am enaza
dirigida a los que, en vez de colaborar con Cristo empeado en la realizacin del
reino todava por llevar a cabo, caen en un nivel negativo (21, 8).
La referencia a la fase terrestre de la nymph, en cam ino al tiempo de la pre
paracin, se hace a partir del punto de llegada, ultim ada la preparacin. El pue
blo de Dios es ahora visto en el punto del pasaje del noviazgo a las nupcias.
Notemos un ltimo detalle interesante para nuestra investigacin. En 19, 7-8
el autor nos ha hablado de la preparacin hecha por la mujer del Cordero y del
vestido nupcial con el que ella ser adornada; ahora, mediante una de esa crea
ciones de significado propias de su simbolismo, l transfiere audazmente lo que
haba dicho entonces de la mujer a la ciudad: es la ciudad que se ha preparado,
pero lo ha hecho como novia que se adorna (kekosmmenn) para su esposo. Por
tanto, todo el camino del pueblo de Dios es de nuevo interpretado, precisamente
en 19, 8, a la luz de una preparacin de la novia como tal. Es la novia que se ha
adornado, se ha embellecido, para encontrar a su hombre. As cada paso hacia
delante de la Iglesia en camino adquiere la sugestin de un aumento de belleza.
Aqu tenemos de nuevo un rasgo exquisitamente femenino, aplicado al conjun
to del pueblo de Dios.
r e a liz a r
>0
21 , 6 b se encuentra slo ia promesa por parte de Dios de dar a quien tiene sed (t dipsntif
qu^Ua
Vlc^a como don. En 22, 17b se precisa que ese don est a disposicin de quien escucha: si lo
|nv- re.^aSta *lue se mueva Y vaya a recibirlo. El lector que preside la asamblea dirige a los oyentes una
vy a Cl0n en to s trminos: El que tenga sed que venga (erchesth), y el que quiera reciba el agua de la
p
El masculino ton gemonton exige referirse a los siete ngeles, y no a las copas, como parecera
espontneo -encontram os gemusas en muchos cdices m insculos-, la plenitud de la fuerza de Dos
capaz de golpear y de destruir definitivamente el mal, lo cual ya sucedi por la intervencin realizada pr
parte de los ngeles mismos (cf. 15, 5-16, 21).
11 Lo atestigua una cierta imprecisin en la tradicin manuscrita. M ientras en A, Sinatico, cflitc
025 y en muchos minsculos aparece ten nymphn tn gynaika, 051 y varios minsculos pasan te>
gynaika despus de arniu; 056 y varios minsculos tienen tn gynaika tn nymphn. La autoridad de l03
cdices prefiere la lectio tn nymphn tn gynaika.
71 El Apocalipsis retomara, idealizndolas, algunas fases de la celebracin m atrimonial juda: c
M c I l r a it h , A.D. The reciprocal love... O p. cit., pp. 184-186.
Aqu hay que notar que, mientras para ver a Babilonia, Juan haba sido lleva
do al desierto, aqu, para ver y comprender a Jerusaln, es trasladado a un monte
rin d e y alto. Aqu tenemos una clara alusin a Ez 4 0 , 274, que sugiere que la
nueva Jerusaln es la meta ms alta del camino del pueblo de Dios. L a mujer
Cordero ya no puede encontrarse en el desierto.
El nivel de nupcialidad tpico que compete a la ciudad-Jerusaln, la conviven
cia que expresa el nuevo pueblo de Dios, asume aspectos diversos, pero que tie
nen como denominador comn el hecho de que Dios y Cristo-Cordero ahora se
conectan completamente a la ciudad misma.
De ah deriva una situacin totalmente nueva, ms all de los lmites actuales
entre inmanencia y trascendencia, que por una parte recapitula las fases recorri
das por la historia de la salvacin y, por otra, se expresa bastante con imgenes
que subrayan la abundancia sin lmites de esta comunicacin total. La mujer del
Cordero no podra ser ms amada.
Vale la pena subrayar, siguiendo la estructura del texto75, algunos aspectos
sobresalientes de esta presentacin.
La ciudad -h e aqu un primer aspecto- posee (echusan) la gloria de Dios
(21, lia). La gloria de Dios pasada se convierte en ella en:
Su dador de luz (ho phstr auts)7b,
como el de una piedra preciossima,
como el jaspe
cristalino (21, 11b).
Es difcil imaginar un don nupcial ms hermoso que ste.
En visiones divinas, me llev a la tierra de Israel. Me pos sobre un monte altsimo, en cuya
l'^'a pareca que estaba edificada una ciud ad ... {Ez 40, 2). Cf. Va n h o y e , A. Lutilisation du livre
zcliiel dans lApocalypse. En: Bblica 43, 1962, pp. 436-472 (en la ltima pgina del apndice el
r considera el contacto con Ezequiel como utilisation certaine).
( v, ^ara una ndicacin sumaria del desarrollo literario deA p 21, 9-22, 5, cf. Va n n i , U. La struttura...
' clt-> p. 204, nota 43.
7l,
Vez j | 1terinino phstr parece tener tambin aqu el valor activo de instrum ento de iluminacin, en
n. s,Sn >ficado que se le atribuye com nm ente de esplendor (cf. B a u e r , W. y A l a n d , K. Glanz.
l?c!nsch-deutsches Worterbuch zu den Schriften des Neuen Testaments. Op. cit.).
p
123
La ciudad une las doce tribus de Israel y los doce apstoles del Cordero. Tiene
dimensiones que expresan el mximo de perfeccin (21, 12-17). En particular se
caracteriza as:
La estructura de su muralla
es de jaspe,
y la ciudad
es de oro puro, semejante al del puro cristal.
Los fundamentos de la ciudad
estn adornados (kekosmmenoi)
de todo tipo de piedras preciosas (21, 18-19a).
Sigue la enumeracin de todos los doce fundamentos de la ciudad, cada uno
de los cuales es identificado con una piedra preciosa (21, 19b-20). El autor no se
siente todava satisfecho, e insiste enseguida:
Las doce puertas
son doce perlas:
todas las puertas estn hechas
de una sola perla.
La plaza de la ciudad
es de oro puro,
como cristal transparente (21, 21).
Esta abundancia infinita de riqueza y belleza expresa y quiere hacer gustar
la maravilla de la realidad de Dios, simbolizada por el oro y las piedras precio
sas7, y que se regala a la ciudad, hasta confundirse y casi identificarse con ella.
Teniendo presente todo esto, no sorprende la ausencia de un templo en la
ciudad. El autor la subraya, pero para indicar que su templo es el Seor, Dios
todopoderoso, y el Cordero (21, 22). Dios y Cristo-Cordero constituyen direc
tamente la zona de encuentro con los habitantes de la ciudad.
ste es un segundo modo de expresar la reciprocidad inm ediata y paritaria
lograda entre el Cordero y su mujer.
)>
77 Para lo relativo al oro, ver la nota 52 de este captulo. Por lo que se refiere a las piedras preciosas
-lithos, con algn adjetivo calificativo-, hay que notar que en el Apocalipsis se refieren a una experienc
directa de Dios (4, 3), a la vestidura de los ngeles (15, 6), a la nueva Jerusaln (21, 11 [bis]; 21, 19) FJ'
contraposicin, son atribuidas a la gran prostituta (17, 4; 18, 16) y a su comercio (18, 12).
125
Observaciones conclusivas
Si ahora damos una mirada de conjunto al largo cam ino analtico que hemos
recorrido y reflexionamos en sntesis sobre la figura de la mujer en el Apocalipsis,
podemos hacer algunas consideraciones conclusivas.
La mujer desempea en el Apocalipsis un papel prim ordial, hasta el punto
que el libro sera inconcebible sin ella. Q uitndole la figura de la mujer, que
daran solamente fragmentos desconectados. Este papel prim ario tiene su
continuidad: es preparado por las sobrias alusiones a la m ujer entendida en
sentido real; encuentra su prim er desarrollo en la elaboracin simblica, que,
sin embargo, se desenvuelve precisamente en la lnea de los rasgos reales. La
mujer como novia y com o profetisa, insertada en la vida eclesial, prepa
ra la simbolizacin en positivo. Tendremos entonces la mujer-iglesia, a m a d a y
fecunda, que luego se convertir en la esposa escatolgica.
El rasgo negativo que el autor atribuye a la mujer -su c a p a c id a d de s e d u c c i n se encuentra, elaborado y engrandecido, en la figura de la gran prostituta.
Esta continuidad entre el plan real y el simblico nos muestra cmo el auto*
no es un soador romntico o sentimental. El parte de la realidad concretaLeyendo en profundidad los valores de los cuales le parece que la mujer es pr I
1T7
Segunda Parte
EL HOMBRE DEL APOCALIPSIS EN CONTACTO
CON DIOS, CON CRISTO Y CON EL ESPIRITU
Ca p t u l o 5
proclam ando- y los que escuchen las palabras de esta profeca y guarden lo escrito en ella. Aqu se tiene
la relacin tpica de la liturgia sinagogal un lector o presidente que lee, y un grupo que interviene-, ll*l
contina, como nos confirman la Didaj y san Justino en la liturgia cristiana primitiva.
3 Basta pensar en la gran frmula trinitaria de M t 28, 19. En la bendicin conclusiva de la Segn*"
cana a los Corintios Cristo es colocado en el prim er lugar y el Espritu en el tercero (cf. 2Co 13, 13)-
133
vo determ inante lleva el grupo eclesial a un nivel de forma del cual derivar una
plena eficiencia.
Alcanzados por esta fuerza transformadora de Cristo, los cristianos sern
capaces de vencer con El, sustituyendo el sistema terrestre por el de Cristo en la
historia, y podrn escuchar e interpretar adecuadamente el mensaje del Espritu, I
que, siguindolos paso a paso, les mostrar cmo debern interpretar la historia I
en la que viven, para tomar luego de manera adecuada y oportuna sus decisiones I
operativas de colaboracin con Cristo4.
Este amor de Cristo, que envuelve y rodea toda la situacin de los cristia- I
nos, aparece ante todo en el mensaje en primera persona que Cristo dirige a las
Iglesias y que encontramos en el grupo de las cartas5. En el mensaje emergen
puntos importantes que hacen resaltar, por una parte, el amor caracterstico con I
el que Cristo mismo se dirige y se relaciona con las Iglesias y, por otra, la res- I
puesta sobre la misma longitud de onda que eso requiere.
Un primer punto importante en este sentido lo encontramos en el mensaje a I
la Iglesia de Efeso (2, 1-7). Cristo resucitado, despus de haber entrado en cornac- I
to con la Iglesia, se presenta y se identifica ante ella (As dice el que..., 2, Ib).
Despus de esta presentacin que l hace de s mismo, sigue el juicio valora- I
tivo sobre la Iglesia (conozco tus obras..., 2, 2-4). Este juicio resalta la funcin I
eficiente de la Iglesia. La de Efeso es una Iglesia activa, una Iglesia que ha afron- I
tado y superado muchas dificultades por parte del ambiente, una Iglesia fiel, una I
Iglesia que tambin ha sabido hacer sus elecciones ante las alternativas dudosas I
como la de los nicolatas.
Pero esta Iglesia tan lanzada tiene un punto dbil, un virus que puede perju- I
dicar todo su sistema: ha descuidado ese ptim o nivel de amor hacia Cristo con I
el que haba comenzado su camino cristiano. El discurso de Cristo que se dirige I
a ella no podra ser ms explcito: Tengo contra ti que has abandonado el pri- I
mer am or (2, 4).
4 Este es el valor teolgico-bblico de las siete cartas, como lo seala un anlisis literario del e sq u e m a
con el que estn construidas y de la subyacente experiencia litrgico-penitencial que las caracteriza. Cfpara esto V a n n i, U. Divenire nello Spirito. L'Apocalisseguida di spirittialita. Roma, 2007.
5 N o se trata de siete cartas que van cada una por cuenta propia, sino de un mensaje septiforme
que, partiendo de situaciones concretas existentes en las comunidades eclesiales a las cuales el autor se
dirige, constituye en el conjunto un cuadro con una im portancia simblica universal, aplicable como tal
a la Iglesia de todo lugar y de todo tiempo.
Les dijo, pues, Jess: No fue Moiss el que les dio pan del cielo, sino mi Padre que da el
verdadero pan del cielo. En efecto, el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al m undo (Jn 6.
32-33). Esta precisin por parte de Jess se inserta en su intento, presente en todo el captulo, de llevar a
sus oyentes a descubrir el sentido profundo, oculto, a una primera mirada superficial, del signo realizado
por l (cf. Jn 6 , 14.26) con la multiplicacin de los panes. Partiendo de una superacin del mana, se
llegar finalmente, a la profundizacin de Jess pan vivo, a una explicitacin eucarstica (cf. Jn 6 , 51)8 El uso del ostracismo griego, recordado a m enudo por los comentaristas para explicar el nom bre
escrito en una piedra, no aparece pertinente. N o se trata aqu de anunciar una persona a travs de una
votacin hecha escribiendo un nom bre sobre una piedra blanca o sobre una piedra negra, sino del
contexto positivo de dones que Cristo regala al vencedor.
9 Cf. A l o n s o M e r i n o , P. J. El cntico nuevo en el Apocalipsis. Perspectiva bblico-teolgica. R om a.
1990.
i ns
Todo esto, por una parte est unida con el nombre nuevo que es caracters
tico de Cristo resucitado10; por otra, expresa todo lo que Cristo en su amor proy e c t u a l y activo pide a la persona, hacindola capaz de llevarlo a cabo.
Cuando el don de la piedra con el nombre nuevo es aceptado con alegra y
gratitud, se establece, entre Cristo que dona y el cristiano que recibe, una reci
procidad inefable de amor. Solamente Cristo y quien recibe el nombre pueden
comprender. Se realiza una intim idad celosa, que nos lleva al mbito del amor
propio de los enamorados.
Un tercer punto im portante est constituido por todo el contexto de la carta
a la Iglesia de Laodicea (3, 14-22). Esta carta es la ltima en la serie septenaria
y, por tanto, tiene tambin la caracterstica de un mensaje conclusivo. Y preci
samente en ella el elemento tpico del primer amor, del amor que tiene todo el
idealismo y las caractersticas supremas de un am or de noviazgo, reaparece en
primer plano.
Esto sucede ante todo en el juicio valorativo que Cristo resucitado expresa
sobre esta Iglesia. Es un juicio desconcertante: Conozco tus obras: no eres fro
ni caliente! Ojal fueras fro o caliente! Pero porque eres tibio, y no eres fro ni
caliente, te voy a vomitar de mi boca (3, 15-16).
Este modo de hablar sorprende especialmente por su crudeza. Pero exis
te tambin una paradoja evidente, propia del extremismo del amor entre dos
novios: el calor y el fro hay que considerarlos a nivel de amor". En la escala,
pues, de un nivel de amor, un calor notable indica un amor ferviente y positi
vo; un enfriamiento notable indica un amor dbil, reducido casi a cero. La tibie10
El nom bre nuevo que es donado aqu se refiere todo a la persona del cristiano, pero evoca
espontneamente mi nombre, el nuevo, que Cristo se atribuye (3, 12). No se dice claramente en qu
consiste este nuevo nombre. Sin embargo, teniendo presente 1, 17 b -18, en el que Cristo, hablando en
Primera persona, dice: Yo soy el primero y el ltim o y el que vive, se puede bsicamente concluir que el
nombre nuevo -q u e corresponde a lo que Cristo es ahora, mientras habla- es su situacin de Resucitado,
cn la plenitud de vida que supone (el viviente, ho zor) y la responsabilidad de la gestin de la historia
que se sigue de ah (el primero y el ltim o en el desarrollo de la historia de la salvacin).
Por tanto, cuando se da al cristiano un nom bre nuevo, se trata de una participacin del nombre
nuevo de Cristo, de donde seguir una participacin articulada a la vitalidad de Cristo resucitado y a su
Sestin de la historia.
De esto encontramos una prueba en un pasaje, en cierto modo paralelo, de M t 24, 12. En l
S re^erc simblicamente al amor un trm ino que realmente indica un enfriamiento: El exceso de la
^''Idad enfriar -psygsetai, de psychomai, volverse fro, de donde viene psychros, usado en el Apocalipsis
arnor de m uchos.
1\7
za se sita entre estos dos extremos: ciertamente es peor respecto del nivel de un
grado alto de calor, pero es mejor respecto del nivel fro de una baja temperatu
ra. Esto en la lgica del lenguaje habitual.
En la lgica tpica del amor el discurso es distinto. El deseo que Cristo tiene
de que la Iglesia responda realmente al nivel ardiente de su amor12 es tan fuerte
que altera el discurso lgico. Ante este estado intermedio de un amor que exis
te, pero no decola, la reaccin instintiva es la de una nusea, que lleva a preferir
una falta absoluta de amor. Detrs de esta afirmacin est la lgica, caractersti
ca de quien est enamorado, del todo o nada.
Lo que estamos viendo nos queda confirmado con el texto que sigue. El tono
de Cristo, con esa flexibilidad propia del lenguaje amoroso, se vuelve diverso, y
el rechazo se transforma en pesadumbre: Te aconsejo que me compres oro acri
solado en el fuego para enriquecerte (3, 18a).
El oro enrojecido es claramente smbolo de un amor que alcanza el mximo
de temperatura, puesto que se trata del oro precisamente en el momento en que
es sacado del fuego, sin que haya un m nim o de enfriamiento. El oro es smbo
lo de amor que llega hasta el nivel de Dios13.
El lenguaje afligido de Cristo que habla se vuelve delicado, asumiendo inclu
so tonos de ternura: Yo reprendo y castigo a los que amo; por tanto, s fervo
roso y arrepintete. He aqu, me he puesto y permanezco de pie a la puerta y
llamo. Si uno escucha mi voz y abre la puerta, entrar en su casa, cenar con l
y l conmigo (3, 19-20).
Cristo revela la intencin profunda de su actitud, y tambin su lenguaje. l
ama realmente a la Iglesia, y por eso no la perdona, no le ahorra las debilidades
y la estimula con toda su fuerza pedaggica. Ella le interesa muchsimo, y l lo
subraya con dos imperativos que, recibidos por la Iglesia, tienden a transformarla
en lo que expresan. Cristo exige de la Iglesia un amor celoso, propio de enamo
rados, como es el suyo, y la estimula a no replegarse sobre s misma, a no caer en
una amargura autocomplaciente y pesimista, sino a m irar hacia adelante.
Luego, interpretando una expresin del Cantar de los Cantaresl4, l se pre
senta con una delicadeza sorprendente, que casi term ina en timidez: est a la
puerta, llama, pero no fuerza la puerta. Esta se abre solamente desde adentro.
Cf. 1, 14b- 15a.
13 El oro en el Apocalipsis es como el metal de Dios.
14 Cf. Cf 5, 2.
138
*ci
y dmosle gloria;
porque han llegado las bodas del Cordero,
su esposa est ya preparada,
y a l le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y brillante.
El lino fino son las obras de justicia de los santos (19, 6-8).
Los actos de justicia de los santos (dikaimata), que son expresados por la
Iglesia en camino, se sitan en la participacin por parte de los hombres de los
valores de justicia de Cristo. Son como una irradiacin de El, una participacin
de su valor. La Iglesia en camino contribuye a esta irradiacin, ofrecen un apor
te precioso que tiene dos aspectos que se relacionan mutuamente.
El primer aspecto lo podemos llamar objetivo: precisamente es esa contribu
cin prctica de justicia que se encuentra en el nudo de los hechos de los hombres.
Al lado, y en correlacin con l, hay otro subjetivo. La Iglesia en camino no
es una distribuidora automtica de valores cristolgicos. Est comprometida a
amar a Cristo cada vez ms; por tanto, cuanto ms infunde e irradia los valores
propios de Cristo, tanto ms siente que lo ama y se alegra de ello.
Existe, pues, un aspecto de amor que da a este acto de mediacin de la Iglesia
en camino una marca subjetiva. Cuanto ms la Iglesia practica esta mediacin,
tanto ms siente que acoge y participa a Cristo. Por consiguiente, crece el nivel
de amor hacia l.
Todo esto el autor lo expresa con la imagen sugestiva del vestido nupcial, que
la Iglesia novia se confecciona da tras da mediante sus actos de justicia. Y as
es como ella se prepara a lo que ser el encuentro propiamente nupcial, que ten
dr lugar a nivel escatolgico.
Este nivel lo expresa el autor de manera estupenda en un texto particularm en
te elaborado: Ap 21, 1-22, 5.
En la articulacin de este texto se notan dos grandes fases. En la prim e
ra (21, 1-8) la novia, preparada, se le considera digna de pasar el umbral de la
nupcialidad. La novia aqu es una ciudad, vista como un conjunto de personas
tan unidas entre s que constituyen un nico sujeto. Lo que es propio de cada
Un de los individuos tiende a unificarse. As el am or de la ciudad-novia es el
[Quitado de ^as elecciones de amor hacia Cristo realizadas por todos los homres- Y la ciudad-novia se ve as:
21, 11).
Las piedras preciosas, smbolo de la abundancia del don de Cristo, invaden toda
la ciudad, desde los doce fundamentos hasta las doce puertas (cf. 21, 19-21). El oro
es, en el Apocalipsis, el metal del contacto con Dios. Este contacto se realiza plena
y directamente, haciendo superflua la presencia de un templo (cf. 21, 22), y se tra
duce simblicamente en abundancia de oro: Y la ciudad (es) de oro puro seme
jante a un cristal puro (21, 18). Cristo dona a Dios, dona el Padre y el Espritu a
su esposa y la hace toda a su medida.
Todo esto constituye el vrtice al que llega la benevolencia activa, la charis de
Cristo, que queda subrayada al comienzo del libro.
18
Generalmente se interpreta el trm ino phostren el sentido pasivo de esplendor. Pero en griego
este sera el nico caso. El sentido de dador de luz referido a Cristo como piedra preciossima tiene
la doble ventaja de m antener a phstr su significado activo normal y de mantener una coherencia con
la imagen usada de la piedra que manda sus reflejos: el esplendor no se identifica, propiamente, con la
piedra preciosa, sino que constituye su efecto. Cf. nota 76 del captulo 4; nota 29 del captulo 7 y, para
una discusin profunda, V \ n n i , U. La dimensin christologique de la Jrusalem nouvelle. En: ReviK
d H istoire et de Philosophie Religieuses 70, 1999, pp. 119-133.
M e rin o ,
21 Se trata de una figura simblica, que expresa, con toda probabilidad, la misin de un resto de
Israel, realizada primero a nivel judo (cf. 7, 1-8), y luego, ms generalmente, a nivel judo-cristiano (cf14, 1-5). En efecto, la cifra es el resultado de una multiplicacin que pone en relacin dinm ica el doce
de las tribus de Israel, el doce de los apstoles de Cristo-Cordero y el mil que indica la presencia
activa de Dios y de Cristo Cordero en la historia. Cf. V a n n i, U. II regno millenario di Cristo e dei suoi
(Ap 20, 1-10). En: Studia Missionalia 42, 1993, pp. 67-95 (retomado en el captulo 12 de este libro).
144
taras (14, 2) cantan un cntico nuevo delante del trono y delante de los cuao vivientes y delante de los presbteros (14, 3).
1 cntico celebra la novedad de Cristo aplicada a la historia ante los que
son los autores dinmicos: el trono de Dios, smbolo del impacto decisivo que
tienen las rdenes de Dios sobre los acontecimientos humanos; los vivientes
que expresan la mediacin entre inmanencia y trascendencia conducida por el
Espritu; los presbteros, que colaboran desde sus tronos a la realizacin del
proyecto de Dios.
Se llega a la misma conclusin incluso en la otra recurrencia de d, en 15, 3:
siempre en un contexto de msica de ctaras, es cantado el cntico de Moiss
y del Cordero, que resulta todo referido al desarrollo de la historia de la salva
cin (cf. 15, 3b-4).
Es la novedad que impulsa hacia adelante la historia. En el Apocalipsis esta
novedad es estrictamente cristolgica: el cntico nuevo celebra la presencia
activa de Cristo-Cordero en la historia del hombre.
La celebracin de Cristo-Cordero relacionado con la historia, propia del cn
tico nuevo, se hace todava ms explcita en su contenido. Cristo-Cordero es pro
clamado digno (axios, en el sentido de capaz22) de recibir el libro y de abrir
los sellos (5, 9). A l le corresponde esa capacidad de leer e interpretar el plan de
Dios en la historia que en vano haba sido buscada antes (cf. 5, 2-4).
El la posee, pero no en un sentido vago y genrico. H ubo un evento, una
secuencia precisa que lo llev a este nivel de eficiencia. Evento y secuencia consti
tuyen la iniciativa bsica de su charis y se refieren a la pasin con un nexo preciso
de causalidad: Cristo-Cordero podr romper los sellos, la huella de trascenden
cia que impide a cualquier criatura el acceso directo al proyecto de Dios sobre la
historia -simbolizado por el libro sellado con siete sellos (5, 1)- precisamente
porque ha sido muerto.
El autor, aunque usando una terminologa sacrificial habitual en los LXX y
en la literatura griega23, supera claramente su significado. Para l, siguiendo la
por parte del autor, una audacia sorprendente. Aunque hecha por los vivientes y por
s Presbteros, se trata siempre de una valoracin admirable de la capacidad de Cristo de responder
'^uadam ente a todas las exigencias de la historia.
El uso general del verbo spbaz, tanto a nivel del griego general, como sobre todo a nivel de los
sugerira un significado sacrificial expiatorio: el verbo, en efecto, indica la inmovilizacin cultual de
Vlctimas, incluso humanas (Ifigenia). Pero el uso del Apocalipsis que tiene un tipo especial de griego y
Pagablem ente independiente de los LXX, nos deja perplejos. Encontramos sphaz, adems de hacer
lnea de Juan, la muerte de Cristo, que para los hombres constituye una muerte
violenta, representa, para Cristo, el misterio de una vida donada, el misterio de
la resurreccin, la capacidad mesinica de superar el mal en todas sus formas, el
envo del Espritu.
Todo esto es evocado, como en una sintona, por el smbolo del arnion,
Cordero, caracterstico de la segunda parte del Apocalipsis, en donde este tr
mino aparece 29 veces24.
Y la accin de Cristo como Cordero crucificado-resucitado aparece inme
diatam ente en toda su importancia. En efecto, en el cntico siguiente se consi
deran y exaltan dos efectos grandiosos, interdependientes y ligados entre s, que
ya encontramos condensados en 1, 5b-6: la redencin y el ttulo sacerdotal.
La redencin presenta una amplia perspectiva. Precisamente, para apreciar la
dimensin de la charis que ella manifiesta, vale la pena analizarla ms de cerca.
De Cristo-Cordero se dice que puede interpretar y realizar el proyecto de Dios,
sea porque ha realizado un rescate a nivel universal, o porque ha constituido a
los cristianos reino y sacerdotes.
Veamos primero que todo el rescate. El texto dice: Has sido degollado y has
rescatado25 para Dios con tu sangre a los hombres de toda raza, lengua, pueblo
referencia a Cristo-Cordero (5, 6.9.12; 13, 8 ), tambin en el sentido marcadamente profano y de por s
negativo de una m uerte violenta: los hombres se matan entre s (6 , 4) y matan a los que son fieles a Cristo
(6 , 9; 18, 24). Incluso una de las cabezas de la bestia se llama esphagrnen (13, 3).
24
La figura simblica y teolgica de Cristo-Cordero es presentada en 5, 6 . Segn su estilo, el autor,
cuando presenta por primera vez una figura importante, hace de ella un cuadro completo, que luego, en
las referencias posteriores, se limita a recordar con un trm ino que, sin repetir sus detalles, evoca todo
el cuadro. Nos dice en 5, 6 : Entonces vi en medio del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos,
un Cordero (arnion), de pie (hestekos), como degollado. Tena siete cuernos y siete ojos, que son los
siete espritus de Dios enviados (con un papel activo; apestalmenoi: el masculino despus del neutro
representa en el Apocalipsis un matiz de actividad) por todo el m undo. Decodificando esta presentacin
simblica (construida en estructura discontinua: cf., para este aspecto, V a n n i, U. LApocalisse... ' Pcit., pp. 55-58, obtenemos el siguiente cuadro teolgico, que despus se aadir al trm ino arnion'. se
trata de Cristo, ya prefigurado en el Antiguo Testamento, que como muerto y resucitado, con toda su
eficiencia mesinica y la capacidad de donar el Espritu, desempea un papel central en toda la historia
de la salvacin. Sobre todo hay que subrayar la correspondencia con Jn 20, 20. Tambin en el Apocalip5,s
como en Jn 20, Cristo es el crucificado resucitado.
2 Hay un problema im portante de crtica textual, que incide tambin en la exgesis: gorasas ei
sin objeto en A; lo encontram os en cambio ligado con hmas, nosotros, en el cdice S in a tic o , etl
muchsimos minsculos, versiones y citas patrsticas. sta es, indudablemente, la leccin ms difund<ja
tanto en O riente como en Occidente. Con hmas est ligada tam bin la presencia o no y el orden
to theo, a Dios. Esta falta en algunos minsculos y en algunos Padres (esto se puede explicar coini
nacin (5, 9). Los presbteros, que junto con los vivientes expresan el cntico,
sienten incluidos en el radio de esta accin redentora universal realizada por
Quisto-Cordero.
E x p r e s a d a en trminos metafricos de una adquisicin que se hace en el mer
cado -el verbo griego agoraz, compro, adquiero, est en relacin con agora,
plaza, mercado- , la redencin es empeo de Cristo, que mediante el don de s
c a m b ia una situacin de no pertenencia, de heterogeneidad, de alienacin, por
una situacin de pertenencia homognea.
Este cambio, que se realiza en el m undo de la fe, tiene el mismo grado de ver
dad del cambio de pertenencia de una mercanca, determinada en el mercado
por el precio que es establecido.
La accin redentora est relacionada con la sangre de Cristo. Es la sangre de
Cristo-Cordero26, esto es su vida entregada, con todos los efectos dinmicos de
vitalizacin que conlleva27. La sangre entendida en su sentido fundamental de
vida y de vitalidad tiene todas las prerrogativas de Cristo-Cordero, aplicndo
las directamente a la historia. Para los hombres con los que se contacta eso tien
de a convertirse en superacin del mal, compromiso total en el bien, docilidad
al Espritu.
As, bajo el signo de la sangre de Cristo-Cordero se forma y se desarrolla el
nuevo pueblo de Dios, tanto el que ya goza de la trascendencia -sim bolizado por
una omisin casual y como una cita ad sensum, en la cual to theo, ya evidente por el contexto, no
es mencionado explcitamente); se encuentra pospuesta a hmas en el cdice Sinatico, propuesta en
muchos minsculos y versiones. Parece, pues, que la presencia de to theo no es ningn problema.
La omisin de hmas en A, su posicin diversa respecto de to theo es problema. Sin embargo, eso no
justifica su supresin, considerando hmas como una correccin no acertada. La afirmacin al respecto
de Metzger puede invertirse: Those who made the emendations, however, overlooked the unsuitability
f hmas with autus in the following verse (M e tz g e r, B. M . A Textual Commentary to the Greek New
Testament. Londres-Nueva York, 1971, p. 738). Tal vez se puede decir que precisamente la advertencia
esta supuesta incongruencia ha inducido la supresin de hmas en A, contra la tendencia habitual de
aSraz a tener un objeto explcito; los otros cdices no han advertido la incongruencia y m antienen
h>slo hmas y autus, sino tambin basileuusin, reinan (o reinarn), que se adaptara a autus, pero no
emas el cdice minsculo 2432 (siglo XIV) concuerda explcitamente hmas con basileusomen,
diRnaremOS
a^* Una indicaci" :
Ia leccin ms amplia y antiguam ente confirmada ha tenido
ultad para A precisamente por la aparente incongruencia con autus. Es, pues, una lectio difficilior,
o r 1' ^ COmo ta^ Preferible: se explica su omisin, no se explicara su introduccin. Su posicin antes
sPues de to theo es un hecho secundario.
1
los presbteros, como el que todava peregrina sobre la tierra, y permanece en
contacto con la historia hum ana.
La relacin de la obra redentora con la sangre contina explcitamente y expli.
ca la accin liberadora de los pecados que haba sido presentada de manera sint
tica en 1, 5b. Ahora, como entonces, el autor evita cuidadosamente un lenguaje
sacrificial relacionado con la sangre28, que es siempre la vitalidad de Cristo pues
ta en contacto con el hombre.
Pero lo que era el primer efecto de la charis de Cristo, de la que se beneficia
ba la asamblea litrgica cristiana, es ampliado aqu y adquiere la importancia
impresionante de una redencin de carcter universal, capaz de alcanzar a los
hombres en todas sus diferencias lingsticas, sociales, culturales y polticas. La j
charis tiene una eficacia ilimitada.
En el marco del efecto redentor de la charis que tiende a alcanzar a todos, en
el cntico siguiente es presentado un detalle de importancia fundamental, refe
rido directa y principalmente -aunque, como veremos, no en sentido exclusivoa los cristianos que se encuentran todava sobre la tierra.
El pasaje est indicado por un juego de pronombres: mientras la accin reden
tora global se refiere a todos indistintam ente -y los presbteros se asocian a
ella, diciendo nosotros (hmas), el detalle del cuadro que queda evidenciado
se refiere a una parte de todo el conjunto, y los presbteros", distinguindose de
ella, dicen ellos (autus).
Veamos el texto ms de cerca:
De ellos has hecho para nuestro Dios
un reino
y sacerdotes,
que reinan29 sobre la tierra (5, 10).
28 C om o sucede, por ejemplo, en la Carta a los Hebreos (cf. H b 9, 11-14).
2' Existe una cuestin de crtica textual que merece un poco de atencin. Se trata del verbo reinar >1
que es testim oniado en futuro basileususin, reinarn y en el presente basileuusin, reinan, es ^ I
reinando- . La docum entacin que tenemos parece inclinada hacia el presente, testimoniado sobre to j
por el cdice A -particularm ente autorizado por el A p o c a lip sisrespecto al futuro, te stim o n ia d o p I
el cdice Sinatico, por el cdice P y por muchos minsculos. Adems, mientras el futuro no
problema, el presente referido a reinar no es inm ediatam ente comprensible y exige una profundiza*]
sta es manifiestamente una lectio diticilior ; lo que lleva a preferirla, con la explicacin que se i
luego.
Todo cuanto hemos visto explcita y nos hace ver el alcance de la remisin de
los pecados por su sangre (1, 5b), objeto de la charis de Cristo.
Pp>
Cf
..
.,
H * hay claramente una perspectiva dinmica, que es retomada y especiHcaL K a calificacin de sacerdotes realizada por Cristo-Cordero en los cristia 'se trata -com o indica el trm ino mismo hiereis, sacerdotes, sin ulteriores
nS' aciones- de una capacidad de mediacin que se sita entre el proyecto de
'CgScrito en el libro por los siete sellos, de los que se ha adueado CristoC^rdero, y la historia concreta del hombre como se desarrolla en el tiempo y en
espacio34E s ta m e d ia c i n se ubica junto a la especfica de Cristo-Cordero, que precisa
n t e como tal ocupa una posicin central en el desarrollo de la historia. Los
c r i s t i a n o s sern vencedores con y junto a Cristo, contraponindose con l al sis
tema terrestre 35 hasta el punto de dar la propia vida.
Observando de cerca las tres recurrencias de sacerdotes (1, 6 ; 5, 10; 20, 6 ),
notamos que en las primeras dos el polo trascendente de su mediacin es explci
tamente Dios: ellos son sacerdotes para Dios (t tbo, 1, 6 ; 5, 10). En la tercera
recurrencia la referencia se ampla: tanto los mrtires que estn en la trascenden
cia, como, y sobre todo, los que estn todava en la tierra, participan de la vita
lidad de la resurreccin donada por Cristo-Cordero36, son alejados del riesgo de
la segunda m uerte, que es la perdicin definitiva: sern siempre sacerdotes de
Dios y de Cristo y reinarn con l por mil aos (20, 6 ).
El polo trascendente de la mediacin es siempre Dios3', pero a su lado esta
Cristo. Como mediadores de Cristo, los cristianos, sus sacerdotes, estn encarga
dos de llevar los valores en los intersticios de la historia que los reabsorbe. En donde
hay odio, violencia, injusticia, muerte, hay espacio vaco de Cristo por llenar.
En la tercera recurrencia de sacerdotes se aade, paralelamente con la
mediacin, la colaboracin de los cristianos para el advenimiento del reino de
Cristo. Ellos estn incluidos en el contexto de los mil aos y esto los sita al
lado de Cristo-Cordero hacindolos entrar en el grupo de los 144.00038. Para
' Para una documentacin, cf. Va n n i , U. LA pocalisse... Op. cit., pp. 349-368.
II cristiano di fronte al sistema di vita terrestre que emargina Dio e si contrappone a lui . En.
Vanni, U. Divenire nello Spirito... Op. cit., pp. 201-212.
Es la "primera resurreccin (20, 5), que como tal precede la segunda, la universal y total, que se
R Xar como conclusin de la historia de la salvacin. Para toda esta cuestin, discutida y espinosa, cf.
ai.y, J
thousandyears. Resurreccin andJudgment in Revelation 20. Sheffield, 1992.
Cf. 14, 1-5 y lo observado antes.
.
La expresin sacerdotes para Dios (1, 6 ; 5. 10) y sacerdotes de Dios (20, 6 ) parecen equiva
len
151
La
gracia"
conclusiva
41 En el Apocalipsis las variantes, incluso cuando no tienen un peso im portante desde el punto
vista de la reconstruccin del texto original, son siempre interesantes como docum entacin de
'nterpretaciones hechas al texto.
42 Rm 16, 27; G a6, 18.
4 Cf. LEucaristia nel giorno del Signore. En: V a n n i , U. Divenire nello Spirito... O p. cit., pp.
'23-133.
4
E1 simbolismo del agua de la vida en el Apocalipsis se refiere a la sacramentalidad activada por el
^sP'ritu, y de manera particular a la Eucaristia.
Este es el caso de la conclusin de las Cartas del Corpus Paulinum , incluso cuando no se le
a,"lade amn. Este saludo lo encontramos en todas las Cartas: ICo 16, 23; 2Co 13, 13; E f 6 , 24; Flp 4,
y i Col4, 18; 1Ts 5, 28; 27} 3, 18; lTm 6 , 2 \;2 T m 4, 22; Tt 3, 15. Aunque con variaciones y aadiduras
,ncluso significativas, la expresin tiene siempre dos trminos fundamentales: gracia y ustedes.
cin por el hecho de que all falta el ustedes (la gracia con ustedes), habituJ
en las despedidas paulinas46.
Aceptando la lectio ms probable - la gracia (est) con todos- , podernos
la luz de cuanto estamos viendo, formular una interpretacin. Com o conclusil
de esta primera parte de la experiencia litrgica y teniendo presente la parte eucal
rstica que seguir, el autor usa una frmula de transicin que, por una parte!
resume la experiencia ya hecha y, por otra, abre una perspectiva nueva.
A la asamblea litrgica, que se ha sentido toda invadida por la charis, especj.
ficada por un amor continuado e insistente por parte de Cristo y por la accin'
creativa que ha convertido la asamblea, misma en reino y le ha dado ttulo
sacerdotal para que pueda mediar por un desarrollo ulterior, ahora se le augura
que esta experiencia de gracia permanezca como una constante en su vida.
Pero, sobre todo, se vislumbra una apertura hacia el infinito: el sintagma con
todos, meta pantn, se lo puede interpretar -com o sugiere la traduccin de la
Vetus Latina cum omnibus hom inibus- viendo toda la hum anidad como lti
ma destinataria de la charis, de la benevolencia de Cristo, que la asamblea litr
gica ya ha acogido, comenzando por la primera recurrencia en 1, 4 .
Y ser precisamente la asamblea litrgica, corroborada por la Eucarista, la
que contribuir con su mediacin a extender potencial mente hacia todos los
hombres el radio de accin de la benevolencia de Cristo.
fea con esta ltim a nos ha parecido el horizonte ilimitado -justam ente todos
Ci hombres- en quienes la charis tiende a colocarse.
La s e g u n d a recurrencia, con la acentuacin caracterstica de todos, confirratifica enseguida esta perspectiva universal. El cristiano, alcanzado por la
acia, no slo es ciudadano del m undo, sino que tambin se siente com pro
metido activamente con esta perspectiva de salvacin universal.
Esta concepcin amplia de la charis, tpica y original del Apocalipsis, resalta
od av a ms, si la vemos en confrontacin con el resto del Nuevo Testamento.
Mientras, por ejemplo, el autor de la Segunda Carta de Pedro ve los cristianos
com o partcipes de la naturaleza divina'1 , el autor del Apocalipsis no nos pre
senta una profundizacin conceptual, sino, recurriendo al simbolismo, se pro
pone hacer sentir y gustar la situacin superlativa propia del cristiano alcanzado
por la charis. No habla de divinizacin, pero logra hacerla percibir, cuando pre
senta la nupcialidad de la nueva Jerusaln.
Finalmente hay que subrayar que el don de la charis de Cristo alcanza a todos
los cristianos, los enriquece y, en un cierto sentido, los sobrepasa. La mediacin
sacerdotal que eso supone se abre a una perspectiva universal y tiene a alcanzar
a todos los hombres, en cualquier parte en donde estn. A todo hombre que vive
sobre la tierra, cualquiera que sea su situacin moral y la condicin de vida en
que se encuentra alegra y dolor, luz y oscuridad, serenidad y dram a, el autor
del Apocalipsis tiende a recordar y a inculcar que nunca est solo: siempre y en
todas partes lo alcanza, aunque a travs de los cristianos, el rayo inefable del
amor de Cristo.
154
C a p tu lo 6
LA V ID A M ST IC A EN EL A PO C A L IPSIS
PP- 79-89.
Lo indica el uso del verbo devenir, ginomai, que en el Apocalipsis no es nunca sinnim o de
ij6r cm o sucede en otros autores. Por tanto, es im propia la traduccin de la Revised Standard Versin:
was in the Spirit. Es ms apropiada la de laT O B : Je fus saisi par lEsprit.
Que aqu no se trate de un xtasis, sino de una transformacin compleja de toda la persona, ya
qLled demostrado por algunos estudiosos. C f. M o e r i n g , E. Egenomn en pneum ati. En: Iheologische
ten und Kritiken 92, 1919, pp. 148-154; C o n t r e r a s M o l in a , E El Espritu en el libro del Apocalipsis.
Pilanca, 1987.
Esta funcin no es descrita en su desarrollo, pero insinuada, casi hecha sentir, por el adorno
Plco de Cristo, que aparece vestido con una vestidura larga hasta los pies y ceido en el pecho con una
taja de oro ( 1, 13).
m
-a partcula hs, como, es particularm ente frecuente en el Apocalipsis, en donde aparece 70
homoios, semejante, aparece 21 veces.
coll ^ ^ re ^ smbolo del fuego en el uso del Antiguo Testamento, cf. L a n g , E Pur. En: GLNT, XI,
^
6 . La relacin simblica del fuego con la trascendencia aparece claramente en una definicin
los de s mismo en D t 4, 24: Porque Y H W H tu Dios es fuego devorador.
.
11
C f. C h a r l e s w o r t h , J. H. The Jewish Roots of Christology. The Discovery o f the Hyposta1^
Voice. En: Scottish JournalofTheology 39, 1986, pp. 19-41. La traduccin de la CEI: Me volv a vera
que me hablaba resulta trivial.
i^n
piosV7. Por tanto, en Cristo resucitado que habla se expresa Dios mismo. Es
ja voz vista de 1, 12 que se prolonga y se hace sentir en toda la primera parte
el Apocalipsis, que tiene esta dimensin mstica como su principal estructura.
C o n f i r m a n todo esto dos hechos. En e l c u e r p o de cada u n a de las cartas
emergen elementos de una relacin con Cristo resucitado que sobrepasan el
umbral de lo conceptual. A la Iglesia de Prgamo Cristo le promete una piedra
b la n c a , y en la piedra escribir un nombre nuevo, que slo conoce el que la reci
be (2, 17).
Hay una comprensin del nombre nuevo de Cristo -e l nombre que supone
la resurreccin-, la cual salta slo a nivel de reciprocidad intersubjetiva, cuan
do el nombre es donado y recibido. El extremismo propio del lenguaje de los
novios, con el cual Cristo habla a la Iglesia de Laodicea, tiene una clave de inte
ligibilidad no en el juego de los conceptos, sino en la experiencia atorm entada
del amor (cf. 3, 14-22).
Un segundo aspecto mstico de esta primera parte nos lo da la eficacia que
tiene la Palabra de Cristo. Los imperativos que l dirige a la Iglesia (convir
tete, metanoson, 2 , 5.16; 3, 3.19; m antn con fuerza lo que tienes, kratei h
echeis, etc.) tienden a producir en ella lo que expresan. Las Iglesias, diversas como
punto de partida en su posicin moral, al final se encuentran todas en la forma
ptima para escuchar el lenguaje del espritu y para colaborar en la victoria de
Cristo. Algo ha sucedido durante el desarrollo de la carta: hubo una transforma
cin ultraconceptual, mstica, anloga a la estrictamente sacramental.
17
Iyi
expresin koh'amar, as habla, aparece 401 veces en el Antiguo Testamento hebreo. En los
las o CS traducida 342 veces con tade legei, como encontram os en el Apocalipsis', 37 veces con hutos legei;
I tras veces con frases equivalentes.
el Espritu por medio del mensaje proftico del autor, se dispone y se em pea -revisando sus posiciones
operativas- a vencer con Cristo resucitado el mal concreto en la historia.
19 Esta relacin total comienza en 19, 1 1: Y vi el cielo abierto", y term ina en la nueva Jerusaln (C121, 1-22, 5).
20 Cf. 1,20; 4, 5; 5, 6 . 8 ; 7, 13.14; 11,4; 14,4.5; 17, 9.12.15; 21, 5, etc.
al jaspe y a la cornalina.
l trono estaba rodeado de un arco iris,
parecido a la esmeralda (4, 2-3).
El trono es smbolo del impacto activo que Dios tiene sobre la historia. Este
impacto no es especificado en detalle, ni expresado mediante categoras concep
tuales: todo esto no sera posible, tratndose de una accin propia de Dios. Eso
se advierte y percibe mediante la referencia a la categora hum ana del trono y de
su funcin.
Sobre el trono est uno sentado (kathmenos)". El autor lo percibe, y lo quie
re hacer percibir, en su identidad personal, y con este fin se relaciona con una
experiencia que, aunque partiendo del Antiguo Testamento21, l elabora parti
cularmente. Juan tiene su predileccin por las perlas preciosas22, pero no le inte
resa su valor comercial: le gusta verlas.
Como el autor explicar ms detalladamente en 21, 11, la piedra preciosa es
aquella que, golpeada por la luz, emite un resplandor que fascina. Este resplan
dor despierta en Juan la experiencia de Dios. En efecto, el personaje sentado
sobre el trono es, sin duda, Dios mismo.
Juan dirige su mirada hacia l, pero no describe sus rasgos, y ni siquiera el
vestido, como hace Isaas23. Se limita, en cambio, a decir, con una cierta redun
dancia, que, precisamente m irando el personaje, la sensacin que se tiene corres
ponde a ese sentido de alegra que es comunicado por el esplendor de las piedras
preciosas.
El autor aqu enumera tres, todas con el mismo efecto de fondo: la belleza
inefable de su reflejo, cuando las golpea la luz, suscita repetidamente una expe
riencia viva de Dios, obviamente intraducibie en conceptos.
Todo esto adquiere an ms relieve por el hecho de que la experiencia de las
piedras preciosas es interpuesta por una indicacin simblica, que es en cambio
Aqu el autor tiene ciertamente presente Is 6 , 1-4 (en 4, 8 retomar precisamente Is 6 , 3) y Ez
' *"28, puesto que los cuatro vivientes de 4, 6b-7 son tomados de Ez 1, 5ss). Ezequiel constituye su
Punto de partida en lo que se refiere a la intensidad de la experiencia de Dios, Isaas en lo que se refiere
Union con el trono. Ezequiel tendr un eco muy particular en el misticismo apocalptico judo: cf.
ENWa l d , I. Apocalyptic and Merkavah Mysticism. Leiden-Kln, 1980.
Esta predileccin aparecer clara despus, en el contexto de la nueva Jerusaln.
La orla de su vestido llenaba el tem plo (Is 6 , 1).
conceptualizable: se trata del arco iris -signo claro e inequvoco de la alianza (cf
Gn 9, 13)-, que se encuentra alrededor del trono de Dios.
Y alrededor del trono, y en conexin con l, encontramos los veinticuatro
ancianos, los cuatro vivientes, el m ar de cristal, los relmpagos y los truenos.
Este hecho les comunica una huella de trascendencia. La experiencia inmediata
de Dios, visto como el personaje sentado sobre el trono deja una huella indele
ble en el autor: hablando de Dios, durante 12 veces l lo recordar indicndolo
simplemente como el personaje sentado, comenzando de 4, 2-3.
Para una interpretacin del simbolismo del Cordero presentado por primera vez en Ap 5, 6 , cf.
anni, (j L'Apocalisse... Op. cit., pp. 167-169.
En el simbolismo antropolgico del Apocalipsis la posicin erecta - estar de pie- indica la
Surreccin realizada.
167
Esta experiencia est tan radicada en el autor que lo lleva a hacer del Corderoarnion un smbolo cristolgico permanente en toda la segunda parte del libro
Como la visin mstica de Cristo de 1, 9-20 se prolonga en toda la primera
parte, as la figura de Cristo-Cordero se repetir otras 28 veces en la segunda
parte. Es como un hilo de misticismo que la atraviesa toda en diagonal, hasta el
punto que ser imposible comprender adecuadamente cada uno de los contextos
en los que el trmino aparecer sin un llamado explcito de todo el cuadro pre
sentado en 5 , 6 .
Todo esto queda acentuado por el hecho de que el Cordero pertenece a la
categora del simbolismo teriomorfo26. Esto supone una franja por debajo de
la trascendencia de Dios, pero por encima de la posibilidad de verificacin por
parte del hombre.
La figura del Cordero, sus atribuciones y su actividad no podrn ser compren
didas y expresadas adecuadamente a nivel hum ano. Y hay algo ms, una cierta
trascendencia respecto de las leyes comunes y conocidas. Todo esto confirma el
cuadro mstico en el que encontramos situada la figura de Cristo-Cordero.
lar intensidad el amor parenttico entre dos esposos y lo proyecta sobre CristoCordero y sobre el nuevo pueblo de Dios30.
En un ltimo paso de la primera presentacin el autor califica la nueva
Jerusaln como la morada de Dios con los hombres (21, 3a), confirmando
explcitamente que Dios pondr su morada entre ellos (21, 3b). La convivencia
paritaria, afirmada pero no descrita, supone una realizacin ptim a de la alian
za y la desaparicin de toda forma de dolor.
Juan inculca todo esto, com unicando al grupo de oyentes, al que constante
mente se dirige el mensaje, el sentido agudo de Dios, que lo lleva a afirmar: Y
l, Dios-con-ellos, ser su Dios.
Segn lo que Juan percibe y quiere participar, Dios no slo no es indiferente
a los acontecimientos de los hombres, sino que El mismo enjugar toda lgri
ma de sus ojos (21, 4).
La presentacin termina con un llamado a la experiencia de Dios sentado en
el trono de 4, 2-3 -sta es la ltim a recurrencia de kathmenos que encontra
m os-, en la que el autor quiere implicar al grupo de escuchas.
Dios, sentado en el trono, habla aqu explcitamente31, interpretando en
perspectiva cristolgica su actividad creadora: Y el que estaba sentado en el
trono dijo: A hora hago nuevas todas las cosas. Luego me dijo: Escribe que
estas palabras son fieles y veraces (21, 5). Cuanto el autor inculca en la prime
ra presentacin de la nueva Jerusaln, es explicitado detalladamente en la segun
da parte (21, 9 - 22 , 5).
El paso a este nuevo nivel queda acentuado por la promesa del ngel: Ven,
que te voy a mostrar la novia, la esposa del Cordero (21, 9). La novia, ya prepa
rada y ataviada para el encuentro nupcial, es ahora la mujer. Estamos en el nivel
ms alto de la pariteticidad nupcial de amor entre Cristo-Cordero y su pueblo.
Adems, aqu tiene lugar un encuentro renovado con el Espritu, tan intenso
que determina un desplazamiento espacial simblico32: Y me llev en espritu
sobre un monte grande y alto, y me mostr la ciudad santa, Jerusaln (21, 10)10
Con toda razn Feuillet ve precisamente en esta nupcialidad paritaria el punto de llegada de tod
el Apocalipsis. Cf. F e u il l e t , A. Le festin de noces.. Op. cit.
31 El autor atribuye el verbo dice directamente a Dios slo 2 veces en todo el libro: una vez
en la primera parte (1, 8); y una vez en la segunda parte (21, 5). Este hecho, por tanto, adquiere u|lJ
sobresaliente im portancia literaria.
32 Desplazamientos espaciales de personas son atribuidos a una fuerza particular de Dios y
1
~7f\
en una situacin muy particular: el oro que cubre toda la ciudad y, sobre todo
la plaza es como (hs) el cristal puro (21, 18), como cristal transparente (2 ]'
21), tiene algo de las piedras preciosas.
A propsito de piedras preciosas, en los doce fundam entos de la ciudad aquf
mencionados que coinciden cada uno con piedras preciosas (cf. 21, 19-20)
encontramos la lista ms larga de toda la literatura griega. Y las piedras precio
sas, aqu como anteriormente, indican un contacto total entre el hombre y Dios
El texto es insustituible:
Los fundamentos de los muros de la ciudad estn adornados de toda clase de pie
dras preciosas: el primer fundamento es de jaspe; el segundo, de zafiro; el tercero,
de calcedonia; el cuarto, de esmeralda; el quinto, de sardnica; el sexto, de sardio;
el sptimo, de crislito; el octavo, de berilo; el noveno, de topacio; el dcimo, de
crisopasa; el undcimo, de jacinto; el duodcimo, de amatista.
La abundancia y la repeticin, segn la estructura redundante del simbolis
mo propia de este pasaje, inculcan repetidamente y hacen gustar, por encima de
toda formulacin lgica, la mxima compenetracin entre Dios, Cristo-Cordero
y su pueblo.
N o sorprende, entonces, la ausencia de un templo (cf. 21, 22), puesto que Dios
y el Cordero desarrollan su funcin, estando en comunin inmediata y directa
con todos. La luz de esta tierra -e l sol y la luna- queda superada por esta nueva
realidad: Dios mismo ilumina la ciudad, y su lmpara es el Cordero (21, 23).
En fin, un nico flujo de vida invade la ciudad: es el ro de agua de Vida,
brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero (22, 1).
Aqu se habla todava de trono, pero ya no se tiene el personaje sentado en
l. El trono -e l primer elemento que Juan ha notado en el cielo (cf. 4, 2) - ahora
ya no es smbolo de los impulsos que determ inan el desarrollo de la historia.
Nombrado por primera vez, trono de Dios y del Cordero (22 , 1) simboliza el
don del Espritu, que, procediendo del Padre y del Hijo, penetra todo y a todos
con su vitalidad.
El grupo de escuchas, que ya tiene una com unin de base con la vida tri
nitaria y lo sabe34, a esta presentacin siente activar dentro de s el cdigo de
,4 La interpretacin del ro de agua de la vida como smbolo del Espritu encuentra su base slida
precisamente en la tradicin de la escuela de Juan. Leemos en Jrt 7, 38-39: Com o dice la Escritura: nos
de agua viva m anarn de su seno. Esto lo dijo refirindose al Espritu.
Apocalipsis-
Conclusin
Dando una mirada de conjunto al camino propuesto al grupo de escucha en
el Apocalipsis, encontramos que el aspecto mstico, entendido como un contac
to ultraconceptual con la trascendencia, y ms especficamente con Cristo y con
Dios, est constantemente presente.
Este contacto mstico tiene su propia forma: se parte del nivel de la asamblea
litrgica en su momento fuerte, el domingo; de aqu se realiza luego un contac
to con el Espritu, que lleva a alcanzar directamente a Cristo y a Dios.
El desarrollo de este aspecto mstico se distribuye segn la estructura literaria
del libro: su punto de partida es el contacto con el Cristo resucitado de la prime
ra parte (1, 4 - 3 , 22 ); el de llegada es el nivel de nupcialidad propio de la nueva
Jerusaln (21, 1-8; 21, 9-22, 5), nivel que se alcanza gradualmente en la segun
da parte (4, 1- 22 , 5).
M irando ms de cerca las modalidades del contacto mstico que se realiza as,
notamos que ste implica un aspecto cognoscitivo y un aspecto existencial. El
aspecto cognoscitivo se tiene cuando la experiencia mstica permite alcanzar un
nivel nuevo de entendimiento con la trascendencia. El existencial se tiene cuan
do, en lo vivo de la experiencia litrgica que se est desarrollando, se realiza una
transformacin dentro del sujeto que interpreta, es decir, el grupo de escucha.
Los dos aspectos se entrelazan entre s, condicionndose m utuam ente. La
nueva experiencia cognoscitiva tiende a transformar, y la transformacin abre a
una nueva experiencia.
La expresin ms subjetiva de esta interaccin in crescendo entre la dimensin
cognoscitiva y la existencial se encuentra en el dilogo litrgico conclusivo (22 ,
La tensin hacia una plenitud escatolgica ya se hace sentir en el mbito de la Iglesia de Juan en
3, 2: Queridsimos, desde ahora ya somos hijos de Dios, pero todava no se ha manifestado lo que
Seremos. Pero sabemos que, cuando l se haya manifestado, nosotros seremos semejantes a l, porque lo
Veremos tal cual es. En el Apocalipsis esta tensin divina se hace todava ms fuerte.
6-21)30, en donde el grupo de escucha aparece como la novia que se est acer
cando al nivel de las nupcias, que se realizarn con la presencia total de Cristo.
36 Para esta fisionoma literaria caracterstica de Ap 22, 6-21, cf. W n n i, U. Liturgical Dialogue as
a Literary Form in the Book of Revelation. O p. cit.
37 Para un anlisis detallado, adems del artculo de A. Feuillet citado en la nota 1, cf. V a n n i , ULo Spirito e la sposa (Ap 22, 17). Op. cit.
Ca p t u l o 7
M S A LL DE LAS B A R R E R A S
DE LA TR A SC EN D EN C IA :
CO NOCIM IENTO M STICO DE LA N U EVA JERUSALN
3 Hoy se puede considerar superada la tendencia -dom inante a fines del siglo XIX y
presente
todava en las primeras dcadas del X X - a ver las dos descripciones como duplicados debidos a una
confusin de fuentes.
4 Para un anlisis exegtico, cf. Va n n i , U. LApocalisse... Op. cit., pp. 253-276.
Prtos tiene aqu el valor de una antecedencia en el tiempo y se refiere al cielo y a la tierra de la
prim era creacin, de la que habla el Gnesis. La construccin estilstica para extremos - cielo y tierra indica globalm ente la totalidad de la creacin, como se afirma explcitamente al comienzo del Gnesis (dGn 1, 1). Com prende todo el m undo fsico y el m undo propio de los hombres.
1 - 7 /
_/ nvadido6. El mar, smbolo de la morada del demonio que devasta la histoP y que es como su refugio, no existir ms como tal.
ste mundo renovado podr ir al encuentro directo de la trascendencia. En
fecto, se crear una afinidad suya con Cristo resucitado, expresada por su novedad
rticipada y, por medio de Cristo resucitado, se realizar una afinidad con D ios.
En un segundo giro literario cambia la imagen. El encuentro con la trascen
dencia se percibe a nivel de intersubjetividad:
y vi la ciudad santa,
la nueva Jerusaln,
que bajaba del cielo (katabainusan ek tu uranu),
de parte de Dios (apo tu theu),
preparada (htoimasmenn)
como una esposa ataviada para su esposo (21, 2).
Aqu se retoma el simbolismo global del Antiguo Testamento, que ve en la
Jerusaln la expresin ideal de todo el pueblo elegido, hecho santo por la cer
cana de Dios llevada a cabo en el templo.
Esta Jerusaln es nueva. Aqu se hace referencia al pueblo de Dios en su
situacin escatolgica, en el que participa de toda la fuerza de Cristo resucitado.
De este modo, la ciudad santa hecha tal por la pertenencia a Dios y por la pre
sencia del templo, se convierte ahora, toda invadida por la novedad de Cristo,
en la nueva Jerusaln.
La denominacin corriente Jerusaln celestial, referida a {Apocalipsis, es aproximativa. Contiene la confrontacin o la oposicin con el nivel terrestre -com o en
Hb 12, 22 , en donde se habla del contexto de una lerusalm epurani-, pero no
expresa la relacin particular con Cristo resucitado, indicada por la novedad.
Kainos, nuevo, en las 8 recurrencias que encontram os en el Apocalipsis (2, 17; 3, 12 [bis];
9; H , 3; 21, 1.2.5) est relacionado, directa o indirectamente, con Cristo resucitado. El m undo
nuev ser el m undo csmico y de los hombres, completam ente marcado por la novedad de Cristo,
Aturado de sus valores. La presencia de Cristo en todo colmar los vacos actuales. Tendr lugar un salto
cualitativo, del cual es imposible precisar cundo y cmo suceder, pero que no conlleva necesariamente
' estruccin del m undo presente. Cf. VXnni, U. L'opera creativa nellApocalisse. Roma, 1993, pp. 61-75.
Tambin en san Pablo la novedad implica una relacin de dependencia con respecto a Cristo.
ar*d esta dependencia, con el influjo de Cristo que sta implica, sea total, entonces Dios ser todo
todos (ICo 1 5, 28). Este nivel mximo corresponde al de la nueva Jerusaln.
condicin propia de la nueva Jerusaln. Nos encontram os en la lnea de Is 61, 10 ( ...com o un esposo
que se cie la diadema y como una esposa que se adorna con joyas) y, ms globalmente, del Cantar de
los Cantares.
11
El vestido nupcial es al mismo tiempo obra de la novia y don directo de Dios. Una vez adm itida
esta bipolaridad de base, se puede luego distinguir un aspecto ms referible a la accin de Dios: la
cualidad de pureza y de esplendor.
El trm ino lampros aparece 5 veces en el Apocalipsis. Se aplica, junto con katharos, al vestido de los
angeles ( 15, 6); se aplica, siempre junto con katharos, al vestido de la esposa en el contexto que estamos
yiendo (19, 8); es atribuido al ro de agua viva que sale del trono de Dios y del Cordero (22, 1); se aplica
la luz propia de Cristo resucitado que se autodefine h ster ho lampros hoprinos ( 22 , 16). Por tanto,
ja luminosidad de lampros sugiere tambin un valor cristolgico. Este trm ino se refiere, en fin, a nivel
niano, a las cosas bellas y brillantes que desaparecern de la ciudad de Babilonia (18, 14).
El trmino katharos aparece 5 veces, y es atribuido, prescindiendo de nuestro texto, constantem ente
^ sujetos explcitamente trascendentes: el vestido de los ngeles, junto con lampros (15, 6 ); el vestido de
ejfcitos celestiales, unido a leukos (19, 14); el oro de la nueva Jerusaln (21, 18 [bis].21).
La tela del vestido, byssinon, lino, aparece 5 veces en el Apocalipsis. Este trm ino es atribuido 2
' ' a Babilonia (18, 12.16); 2 veces se encuentra, en nuestro contexto, referido al vestido nupcial (19,
' nsJ); una vez se dice del vestido de los ejrcitos celestiales.
Notemos, en efecto, cmo el amor entre dos esposos tiene como caractersrJ
especial la reciprocidad paritaria. La novia, ya preparada para Cristo y con cao-J
cidad para amarlo con este amor paritario, est cruzando el um bral trascender
te del amor de Cristo, se est convirtiendo en la esposa, la mujer.
Es mediante el amor como se pasa de lo relativo de la inmanencia -la situaciJ
actual del pueblo de Dios, correspondiente al estado de novia- a lo absoluto
Cristo, y sta ser la situacin escatolgica en la que el pueblo de Dios plenamen I
te renovado, la nueva Jerusaln, se encontrar en el estado de esposa .12 Y el autor
en la segunda descripcin de Jerusaln, dar a conocer sus implicaciones.
En un tercer giro literario se tiene una parte auditiva, que pertenece al mismo
cuadro simblico de la visiva -los dos giros literarios anteriores- y la completaY o venir
del trono una fuerte voz
que deca:
He aqu la morada de Dios con los hombres;
pondr su morada entre ellos,
y ellos sern sus pueblos (laoi autnP
y l, Dios-con-ellos, ser su Dios14 (21, 3).
La voz que habla y que es escuchada viene del trono, pero el autor no especi
fica el sujeto. Para l lo esencial es que la voz fuerte -n o en sentido acstico,
sino por la importancia que tiene- venga del trono, smbolo del poder de Dios
ejercido en la conduccin de la historia.
La mencin del trono recuerda al grupo de escuchas el personaje sentado y
la experiencia mstica que ha tenido (cf. 4 , 3)15.
12
Un desarrollo semejante se puede encontrar en ICo 13, 8 , en donde se afirma que el amor en
el que el cristiano est empeado ahora ser el nico en alcanzar, debidam ente engrandecido, el nivel
escatolgico: h agap udepote piptei.
11
El plural laoi -documentado por el Sinatico, A , 0 4 6 y por varios minsculos- es preferible, a u n q u e
como lectio difficilior , a Idos testimoniado por P, 0 5 1 , por algunos minsculos y por varios Padres. I''1*'
trmino indica una ampliacin de la alianza del antiguo Israel a todos los pueblos: todos los pueblos, empezando
por los judos, constituyen, por medio de Cristo, el nuevo pueblo de Dios en continuidad con el antiguo.
14 La expresin kai autos ho theos met autn estai autn theos es una tradicin manuscrita discutid 3
(cf. M e t z g e r , B . M . A Textual Commentary on the Greek New Testament. Op. cit., pp. 7 6 5 - 7 6 6 ) . DespueS
de todo, parece preferible la lectura de A que supone tal traduccin dada, pero con una p u n tuacin
que conserva el valor de la expresin y el paralelismo con la anterior.
15 Para los detalles, cf. el captulo 6 de este libro.
nsiste sobre este dato fundamental: Pondr su morada entre ellos. La imagen
la tienda [morada], aplicada a la nueva Jerusaln, dice que sta, precisamente
com o una tienda, constituye una habitacin comn para Dios y para los hom
bres.
El cielo como zona exclusiva de Dios no aparece ms y no aparece tam po
co la tierra como zona propia de los hombres (sino en la mencin espordica y
estereotipada de los reyes de la tierra de 21, 24.
Ahora se tiene un cielo nuevo y una tierra nueva, en el sentido de una
plena realizacin a todos los niveles de la novedad de Cristo resucitado. Esta
novedad se refiere tanto a la zona de Dios -el cielo, precisamente-, como a la
zona de los hombres -la tierra-, unindolos entre s en una relacin recproca.
Es la relacin indicada por las nupcias de la nueva Jerusaln con Cristo-Cordero
y por la morada comn.
En esta cohabitacin paritaria y abierta de Dios y de los hombres se realiza
la frmula de la alianza. Se insiste sobre la presencia de Dios y sobre su implica
cin personal: Ellos sern su pueblo y Dios ser su Dios. Dios realizar esto,
muy personalmente {l, autos).
Encontrndose en la misma m orada, Dios podr ser llamado Dios-conellos. Aqu adquiere un relieve particular el hecho de que Dios sea nombrado,
con un cierto nfasis, Dios-con-ellos. Esta expresin es incluida consciente
mente por el autor en la forma de la alianza 1 .
ste es el resultado de la accin con que Dios, sentado en el trono (21, 5),
conduce el desarrollo de la creacin y de la salvacin, centrndolas todas en la
novedad de Cristo resucitado.
La primera presentacin de Jerusaln term ina con una exhortacin al grupo
de audiencia, para que sepan sacar de su presente todas las indicaciones operati
vas en vista de la meta escatolgica (cf. 21, 5b- 8).
Una mirada retrospectiva a la primera presentacin de la nueva Jerusalen
confirm a la hiptesis de la que partimos: el cielo abierto supone realmente la
remocin de la barrera entre el nivel del hombre y el de Dios.
Se ha verificado un contacto directo en los tres grupos simblicos que hemos
examinado: el cielo nuevo y la tierra nueva (21, 1); la nueva Jerusaln (21, 2); la
morada com n para Dios y los hombres (21, 3-4a).
En el mbito de este contacto directo se tienen dos movimientos. Existe un
movimiento ascendente de la inmanencia, del nivel hum ano hacia el nivel divi'
no en el cielo nuevo y en la tierra nueva. La novedad consiste en la irradiacin
de los valores y de la vitalidad de Cristo resucitado, que es percibida en el mundo
18 Cf. 21, 13: las puertas de la nueva Jerusaln, abiertas en direccin de los cuatro puntos cardinales
indican el acceso de todos los pueblos a la ciudad.
5
Esta interpretacin se prefiere tam bin por el hecho de que el material simblico usado aqu
Presenta una estructura continua. Cf. V a n n i, U. L A pocalisse. . . O p. cit., pp. 5 5 -5 8 .
la vida bajo la misma morada, etc.; por otra parte, el sentido agudo que l tiene
de Cristo y de Dios.
El grupo litrgico de oyentes, al que se dirige el mensaje (cf. 1, 3), tendr quJ
volver a encontrar en s mismo, activar al mximo e integrar estos dos compo
nentes. As podr revivir estas formulaciones simblicas; y en un cierto momen
to surgir en l una fuerza impresionante, que aspirar decididamente hacia 10
alto.
Conquistado y comprometido por el atractivo de la novedad de Cristo apli
cada a la historia, del amor nupcial, de la presencia inm ediata de un Dios que se
dona, el grupo, llevado por el dinam ism o del smbolo, sentir el estremecimien
to de un cierto contacto directo con lo absoluto de la trascendencia. Entonces
estar entrando en el mbito de una experiencia mstica.
El nivel mstico de un contacto directo con Dios y con Cristo, gracias al sim
bolismo que lo expresa, no slo es ilustrado, sino que se convierte en objeto de
percepcin. Se podr seguir adelante sobre esta lnea? La segunda presentacin
de la nueva Jerusaln da una respuesta afirmativa a esta pregunta.
La presentacin de la Jerusaln-esposa
La novia-esposa
aqu una referencia alusiva a 21, 2, en donde Jerusaln es compa' una novia ataviada para su esposo [hombre]. Esta expresin indicaba la
1 m in e n c ia del paso de nivel novia al de mujer, esposa21, pero explcitamenpara el encuentro nupcial con su hombre, t andri antes.
La yuxtaposicin de los dos trminos dice ahora que este paso se ha cumpli
do La nueva Jerusaln, que entonces era llamada novia, ahora es presentada
en su condicin de esposa22.
J e ru s a l n es llamada la esposa del Cordero, y sta es una atribucin sorpren
dente. En efecto, s i revisamos las caractersticas de la figura del Cordero como
se indica la primera vez cuando el autor la presenta en 5 , 623, ninguna de ellas
se refiere a la nupcialidad. sta se menciona por primera vez en la gran doxolona del aleluya24:
e n c u e n tra
Aleluya.
Porque (hoti) ha establecido su reinado (ebasileusen) el Seor, nuestro Dios
todopoderoso.
Alegrmonos y regocijmonos
y dmosle gloria,
porque (hoti) han llegado las bodas (ho gamos) del Cordero,
y su esposa (he gyn) est ya preparada (19, 6b-7).
Las bodas del Cordero son colocadas en paralelo con la realizacin definiti
va del reino (hoti... hoti...). Y es a nivel de reino realizado donde surge la reci
procidad nupcial entre Cristo y su pueblo en la situacin definitiva propia de la
nueva Jerusaln.
['traico de oyentes que acoge e interpreta el mensaje31- sabe que esta plenitud
II* conrpete Y ser^ suya. Aspira a conocer cada vez ms al donador de esta luz.
Entonces se le dice que el portador de luz, phstr, situado a nivel de tras-e rid e n c ia escatolgica, y por tanto inalcanzable ahora como tal, encuentra una
c0rresponden<:ia en la experiencia hum ana de una piedra preciosa, ms an pre
(timitat), como queda subrayado32, y que enciende cada vez ms un
deseo de posesin33.
Luego se aade otra indicacin, basada tambin en una experiencia hum a
na: la piedra preciossima es como, hs, un jaspe que brilla como cristal34.
1 ja s p e es una piedra bellsima, multicolor35, que comunica un sentido indeci
ble de belleza y de alegra.
El autor parece tener una predileccin por esta piedra preciosa: la pondr en el
primer puesto en la lista de las doce piedras de las puertas de la nueva Jerusaln
(cf. 21, 19), y ya la ha mencionado para inculcar la experiencia directa de Dios
(cf. 4, 3). Cristo-Cordero es partcipe de esta experiencia. La sensacin de alegra,
de belleza, casi de inefabilidad, que esta piedra preciossima comunica cuando
brilla, impulsa en direccin de Cristo-Cordero a nivel de trascendencia.
amen a sus esposas como Cristo am la Iglesia y se entreg a s mismo por ella, para santificarla [bagias,
correspondiente a ten polin ten hagian c A p ll, 10].. . para poderse presentar una Iglesia invadida de gloria
[endoxon ten ekklesian, correspondiente a Ap 21, 11], sin mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino santa
[hia e hagia, correspondiente a ten polin ten hagian A zAp 21, 10] y sin defecto {E f5, 25-27).
29 Cf. tambin nota 18 del captulo 5 de este libro. La interpretacin difundida que considera
phstr como esplendor de la nueva Jerusaln (cf. B a u e r -A l a n d . Glanz, s.v.) debe ser correcta. Este
trmino de por s tiene un valor activo, como lo demuestran las otras recurrencias que se encuentran en
el m bito griego: se dice del sol, de las estrellas y de la luna. Presenta un valor activo tam bin en los LXX,
en donde de 9 recurrencias solamente la de lEsdras 8 , 76 podra tener un valor pasivo de esplendor )
Lust, E. Eynike y K. Hauspie interpretan phstr como luminary, referido a Gn 1, 14.16 (ter), Dn 12.
3, segn el uso griego normal; le atribuyen el valor de light, splendour en lEsdras 8 , 76, aadien*
que se trata de un neologismo (cf. A Greek-English Lexicn ofthe Septuagint, II. Stuttgart, 1966, s.v.)Es inverosmil que un neologismo de lEsdras haya influido sobre el Apocalipsis. El L id d e ll- S c o tt-J o n es
atribuye solamente a nuestro texto el sentido pasivo de splendour, radiance (s.v.). El sentido activo>
sugerido claramente por el uso sobresaliente en el m bito griego, es confirm ado y explicitado en Ap *1
23, en donde se pone en paralelo la gloria de Dios iluminante y la funcin de luz activa del Cordero
como lmpara, lychnos.
30 La funcin de Cristo como portador de luz encuentra sus races en el cuarto Evangelio en
Jess se define la luz del m undo (Jn 8 , 12; 9, 5); l es la luz de los hombres, que ilumina a c1
hom bre. C om o siempre en el m bito de la escuela de Juan, Dios es luz (ljn 1, 5), Jess irradia s ^
los hombres la luz propia de Dios, que coincide con Dios.
Se trata, como varias veces lo hemos observado y subrayado, de los oyentes (hoi akuontes)" de Ap
1, 3, que constituyen el protagonista de fondo de la experiencia litrgica que el autor propone en todo su
libro. El grupo es comparado con la novia (he numph) que, animada por el Espritu, invoca la presencia
total de Cristo (cf. 22, 17). En esta presentacin de la situacin escatolgica el autor se dirige a la novia (el
grupo de escucha) y le muestra el nivel de plena presencia nupcial a la que ella aspira y por la cual ora. Una
atencin explcita al grupo de escucha nos ayudar a captar el mensaje del autor en todo su relieve.
' El autor usa 5 veces el adjetivo timios, de valor, precioso, referido a lithos, piedra: 4 veces en
grado positivo (17, 4; 18, 12a; 18, 16; 21, 19), y slo en nuestro texto en el grado superlativo.
Como en la conocida parbola de la perla preciosa relativa al reino -el reino tiende a coincidir con
Jess m ism o- que encontram os en M t 13, 45-46. Aqu la piedra preciosa es la perla (kalus margaritas,
13, 45; cf. Ap 18, 16). El entusiasmo por la piedra preciosa es tal que quien la encuentra vende todo
Para adquirirla.
Es difcil precisar el sentido de kristallyzonti, puesto que sta es la nica recurrencia que se
1 C^entra 6n 8 r'e 8a indicacin general que se com portan como cristal se puede interpretar como
I ar como cristal, ser transparente como cristal (cf. Bauer-Aland, s.v.). El contexto, que habla de
i , f de iluminacin, favorece la primera alternativa. Podemos parafrasear: C om o la piedra de jaspe que
ri a como cristal.
Ho ^ )asPe (iaspis) es una piedra preciosa de varios colores, sobre todo rojiza (rtlich), a veces verde,
U ena (braun), azul, am arilla y blanca; en todo caso, en la antigedad el nom bre no se limitaba a la
^
J variedad del cuarzo, sino que poda indicar cualquier piedra preciosa no transparente. Tal vez
Ul "Ap 21, i 1- se piensa en el palo, segn otros en el diam ante (Bauer-Aland, iaspis", s.v.).
i oo
c io s s im a
189
c \r\
Va n n i ,
U. La figura
en el texto del Apocalipsis la expresin tpica referente a las dimenoties, ms que a una perfeccin alambicada debida a la forma cbica41, se
iuede referir precisamente al am or nupcial de Cristo-Cordero por la ciudadj^p0sa. Se trata de un amor que, t a m b i n aqu, supera todo conocimiento. Las
d im e n sio n es hum anam ente in d e c ib le s de la ciudad-esposa aparecen como el
efecto de la accin de Cristo-Cordero, quien hace su ciudad-esposa a la medi
da de su am or42.
La medicin contina:
T a m b i n
Midi su muralla:
ciento cuarenta y cuatro codos (pechn),
medida de hombre, que es tambin medida de ngel (21, 17).
Las medidas en que el autor se ha expresado -los estadios y los codosson tomadas de la experiencia hum ana y encuentran en ella su significado. Pero
-y esto confirma ulteriormente el sim bolism o- ellas tienen su valor, misterioso
y correspondiente a otro nivel: el del ngel que est midiendo.
Si uno se detuviera a nivel hum ano, interpretando realmente las medidas
indicadas, no se entendera el sentido autntico de la medicin, hecha por un
ngel. Para entender este sentido, hay que pasar del nivel hum ano, real, a un
nivel de significado trascendente, correspondiente al del ngel.
menos la inmensidad, aunque no las medidas exactas. Por lo dems, la imagen tiene una funcin retrica
Preparatoria a la enunciacin de lo que ella significa. En un segundo m om ento, en efecto, el objeto del
conocimiento queda precisado en el gape de Cristo (v. 19a). Esta expresin hay que entenderla como
genitivo subjetivo (= el amor de Cristo por nosotros: cf. 5, 22.25) y especifica la insondable riqueza
Cristo (v. 8 ), que hay que entender no solamente en sentido sapiencial (cf. Col 2 , 3: en l estn
escondidos todos los tesoros de la sabidura y de la ciencia), sino sobre todo el sentido de gape. El
m'sterioso plan divino de salvacin ha sido revelado, y pasa a travs del am or demostrado por Cristo,
en 11 que se ocu|ta e| am or Dos mismo (cf. la misma afirmacin con dos sujetos diversos en 2, 4 y 5,
Eso, pues, sobrepasa el conocim iento, porque alcanza la inconmensurabilidad divina (cf. Flp 4, 7)
enna, R. Lettera agli Efesini. Bolonia, 1988, p. 172).
id
^ Sta 6S ^ lnterPretacl^ n habitual, que deja, sin embargo, grandes perplejidades. Cf., para una
de la investigacin claramente artificial sobre un significado para atribuir a estas medidas, B r t s c h ,
" darte... Op. cit., p. 367.
i A d e m s de proyectar una luz interpretativa s o b r e ^ 21, 16,E f5 , 18-19 adquiere de este texto del
tpsu y del contexto prximo en el que el texto est insertado una perspectiva nueva. La Jerusaln* da una idea de la que es la plenitud realizada de Dios (toplrma tu theu)a la cual se tiende.
El impulso hacia una percepcin metaconceptual de las bodas entre CristoCordero y la nueva Jerusaln se hace sentir de manera muy particular en otro
punto importante de la presentacin, en que encontramos un vnculo sin prece
dentes entre muralla, oro y piedras preciosas45. Hay que leer el texto en seguida:
La estructura (he endmesis) de su muralla
es de jaspe,
y la ciudad es de oro puro,
semejante al del puro cristal (homoion hyal kathar).
Los fundamentos del muro de la ciudad
estn adornados de toda clase de piedras preciosas:
el primer fundamento es de jaspe;
el segundo, de zafiro;
el tercero, de calcedonia;
el cuarto, de esmeralda;
el quinto, de sardnica;
el sexto, de sardio;
el sptimo, de crislito;
45 pi
^
autor parte de Isaas 54, 11- 12: ...yo asentar tus piedras sobre m alaquita y tus cimientos
>re zafiros; har de rubes tus almenas, tus puertas de cristal, y todo tu recinto de piedras preciosas.
#Uj ^le<^ras Prec'osas se refieren a Dios y son como una expresin de l, de su trascendencia. As Dios
Uri S6r* fun darnento>el ornam ento y la defensa de la ciudad. El autor del Apocalipsis, partiendo de
eciuivalencia entre Dios y las piedras preciosas, elabora ulteriormente este simbolismo, refirindolo a
d; t , colocndolo en el contexto de la nupcialidad Cristo-Iglesia, e inculcando, por medio de la belleza
eitada de las piedras, un contacto directo con el m undo de Cristo y de Dios.
^
10=;
el octavo, de berilo;
el noveno, de topacio;
el dcimo, de crisopasa;
el undcimo, de jacinto;
el duodcimo, de amatista.
Las doce puertas
son doce perlas:
todas las puertas
estn hechas de una sola perla.
La plaza de la ciudad
es de oro puro,
como cristal transparente (21, 18-21).
Las piedras preciosas, como ya vimos, expresan un contacto directo, metaconceptual con Dios y con Cristo. Su profusin46, segn la estructura redun
dante del simbolismo usado47, quiere comunicar el sentido adicional de una
abundancia de dones nupciales que tiende al infinito.
La superacin de cualquier nivel puram ente conceptual est indicada tambin
por el hecho de que se parte de aspectos concretos de una ciudad -estructura,
fundamentos, puertas, plaza- para desembocar inmediatamente, mediante indi
caciones realmente imposibles, en el mbito de un smbolo que tiende constan
temente a decolar, y lo logra. Pero sigamos el texto citado, detalle por detalle.
La estructura (21, 18a)4i de la ciudad-esposa, la que la hace estable y le per
mite subsistir, es la energa de apoyo que le viene de parte de Cristo, piedra
angular como se sugiri anteriormente (cf. 21, 16).
El valor cristolgico de la estructura es elevado al mximo exponente por el
material con que es hecha y que corresponde a la piedra preciossima, que antes
(cf. 21, 11) haba sido identificada con Cristo-Cordero: el jaspe.
4,1
El autor nos da la lista ms larga de piedras preciosas que encontramos en la literatura grieg3.
Las piedras preciosas en el Apocalipsis, por estas caractersticas indicadas, han atrado la atencin de ls
estudiosos: cf. B c h e r , O. Z ur Bedeutung der Edelsteine in OfFb 21. O p. cit.; S c h i l l e , G. P
Apokalyptiker Johannes und die Edelsteine (Apk 21). O p. cit.; W o j c i e c h o w s k i , M. Apocalypse 2 '
19-20. Des titres christologiques cachs dans la liste des pierres prcieuses. Op. cit.; J a r t , U .
Precious Stones in the Revelation ofS t. John 21, 18-21. Op. cit.
47 Cf. V a n n i , U. LA pocalisse... Op. cit., pp. 55-58.
48 Este es el valor del trm ino raro endmsis. Este vocablo no aparece nunca en el N u e v o T e sta rn e nt
ni en los LXX: D. Einbau, wohl auch d. U nterbau tu teichtts (Bauer-Aland, s.v.).
Homoion tiene aqu el valor de hs, que, como hemos resaltado, media entre una realidad
^'cendente y una experiencia hum ana que perm ite hacerse una idea de la realidad trascendente. Aqu
i . ea^dad trascendente -la ciudad-esposa, toda com penetrada por Diosinfluye tanto que lleva a una
^izacin del referente humano.
Com o en Jb 28, 17, LXX: uk isthesetai aute chrysion kai hyalos kai to allagma auts skeu chrysa.
La repeticin insistente de las piedras preciosas -siem pre tales, pero caaa
una distinta de la o tra- inculca y hace sentir la riqueza incalculable de C risto
(Ef3, 8), como tambin el encanto siempre idntico y siempre nuevo, trascen
dente de Cristo-esposo.
Hay otra consideracin por hacer. El esposo ofrece a la esposa los mejores
Jones que puede darle, como signo de su amor. Dada la organizacin inicial de
[0da la segunda presentacin de la novia como esposa del Cordero, nos espera
dos en cada punto de la ciudad un encuentro nupcial. Las piedras preciosas, en
tanta abundancia y variedad, indicaran entonces el don nupcial trascendente, lo
mejor de s mismo que Cristo-Cordero regala a su esposa.
Despus de los doce fundamentos, se pasa a las doce puertas. La referen
cia cristolgica que nos esperamos es sugerida por el hecho de que Jess en el
cuarto Evangelio se define la puerta, la nica puerta54. Pero es, sobre todo, la
identificacin con las perlas -equivalentes a las piedras preciosas55- que orienta
decididamente hacia Cristo-Cordero, puesto que el smbolo de las piedras pre
ciosas en el contexto que estamos exam inando se refiere constantem ente a El.
Y esta referencia impulsa hacia lo alto: Las doce puertas son doce perlas: todas
las puertas estn hechas de una sola perla.
El autor ya ha hablado de las puertas de la ciudad, juntndolas con los doce
fundamentos, correspondientes a los doce apstoles del Cordero; nos dijo que la
ciudad tiene doce puertas, en cada una de las cuales hay un ngel -signo de tras
cendenciay los nombres de las doce tribus de Israel (21, 12). Se entra en la
ciudad pasando obligatoriamente por Israel, como se goza de su estabilidad gra
cias a los doce apstoles del Cordero.
Pero estos doce apstoles no estn circunscritos a s mismos, ni a su funcin:
ponen en contacto con Cristo-Cordero, que es el nico fundamento. Anlogamente,
las doce tribus de Israel permiten entrar en la ciudad, una vez que se ponen en con
tacto con Cristo.
4 Cf. Jn 10, 7: Yo soy la puerta de las ovejas.. Jn 10, 9: Yo soy la puerta: el que entra por m
salvar . El Apocalipsis usa el trm ino pylnes, que indica en particular la puerta de entrada del templo,
e *s palacios, de una ciudad (cf. Bauer-Aland, s.v.). Este trm ino es equivalente a thyra, puerta, en un
Seiltldo ms general.
5 En el Apocalipsis las perlas, margaritai, aparecen siempre juntas con las piedras preciosas (17, 4;
12.16).
El punto de partida para esta interpretacin est representado por Jn 7, 39, en donde, hablando
^ Jess, el autor afirma que de su seno saldrn ros de agua viva, y el agua viva se refiere explcitamente
l sP>ntu. Aqu el agua viva, con su luminosidad escatolgica (brillante como cristal), deriva del
1 rn Dios y del Cordero. Se trata entonces -se puede concluir espontneam entedel Espritu, que
I '"cede ici nettem ent du Pre et du Fils (B r t s c h , C. La clart... Op. cit., p. 381).
om
Ei grupo de audiencia, que ya tiene una com unin de base con la vida trjJ
nitaria, y lo sabe, con esta presentacin siente activarse dentro de s el cdi
de su todava no de su punto de llegada, y siente un m petu que lo impuU
sa hacia l.
La boda entre Cristo y su pueblo es el culmen de la experiencia mstica del
Apocalipsis.
Reflexiones conclusivas
Si ahora damos una m irada al largo camino analtico recorrido, emergen en
sntesis algunas puntualizaciones.
Ante todo, hay que destacar un hecho de carcter general: para el Apocalipsis
el contacto directo con la trascendencia es un elemento irrenunciable y est liga
do a la Encarnacin. Dios entr en contacto con el hombre a travs de Cristo,
el cual puso su tienda entre nosotros {Jn 1, 14), y el hombre, siempre a travs
de Cristo, alcanzar el nivel trascendente de la morada de Dios con los hom
bres (Ap 21, 3).
Este doble paso -d e la trascendencia a la inmanencia y viceversa no sola
mente es acogido como un hecho de fe, sino que en cierto modo es percibido
como una experiencia directa. El mbito privilegiado en el que se realiza esta
experiencia es el de la asamblea litrgica en acto. Es all en donde el grupo de
oyentes (cf. 1, 3) es impulsado a ponerse en contacto con Cristo resucitado, a rea
vivar su sentido de Dios, a asociarse con Cristo-Cordero, para poder luego sabo
rear la maravilla de la Jerusaln novia y esposa.
Esta no es una experiencia fcil. El autor no accede como harn los
Apocalipsis tardos- a descripciones fantsticas del ms all o, ms en general, de
la figura de Dios y de Cristo. l tiene una conciencia aguda del nivel del hom
bre y del de Cristo y de Dios, y nunca piensa cambiarlos. Pero est obstinada
mente convencido de que un movimiento que involucre a todo el hombre en la
direccin de Cristo resucitado y de Dios, no solamente es posible, sino incluso
irrenunciable.
Para llevarlo a cabo en la asamblea litrgica a la que dirige su mensaje, l recu
rre a la mediacin del lenguaje y del smbolo. Cuando quiere que el grupo de
sus oyentes pase del nivel habitual al de una cierta percepcin directa de Cristo
y de Dios, confiere al lenguaje y al smbolo un sentido adicional. El vaco intef'
/. \ t 9)? Es difcil responder a esta pregunta. Pero se puede observar que una
rticipacin de fe genera en el sujeto interpretante un cdigo interpretativo
p o t e n c ia l, que luego viene activado por el lenguaje y por el smbolo.
potem os, finalmente, que un mensaje como el del Apocalipsis que, aunque
nunca niega la lgica y la conceptualidad, tiende constantemente a superarlas,
es de viva actualidad. Si es cierto que el cristiano del futuro ser fundam ental
mente un mstico58, el Apocalipsis podr contribuir en gran medida a constituir
lo como tal.
Hay una famosa expresin de Karl Rahner: El cristiano del futuro o ser mstico o no existir
en absoluto. N o pondra objetivos tan altos, porque los hombres siguen siendo los mismos. Seremos
mcluso dbiles, no seremos todos msticos. Pero lo que es cierto en esta afirmacin es que el cristianismo
^Sta cor>denado al sofocamiento, si no descubrimos qu cosa significa la experiencia interior, en que la fe
ciende en la profundidad de la vida de cada uno, y en ella nos gua y nos ilumina. La pura accin y la
Ufa construccin intelectual no bastan. La reflexin sobre la sencillez, sobre la interioridad y sobre las
rrnas de conocim iento extra-racional y super-racional es muy im portante ( R a t z i n g e r , J. II sale della
Cristianesimo e Chiesa cattolica nella svolta del millennio. Un coloquio con Peter Seewald. Cinisello
s a m o , 1997 , p . 3 0 1 ) .
m;
C apitulo 8
Introduccin
Entendemos por m oral el com portam iento concreto que se le exige al cris
tiano, con las motivaciones que ya tiene. Supongamos y tengamos presente el
enfoque litrgico propio del Apocalipsis-, un mensaje enviado a la Iglesia reunida
en asamblea litrgica ( 1, 2 -3), el da domingo ( 1, 10); mensaje que debe ser ledo
por un lector-presidente a una asamblea particularm ente reactiva.
Segn el esquema de la celebracin dominical en la Iglesia primitiva, en una
primera parte ( 1, 4-3, 22 ) el mensaje tiene un carcter de tono penitencial; en
una segunda (4, 1- 22 , 5) se trata de iluminar, mediante una serie compleja de
cuadros simblicos propuestos a la atencin de la asamblea, la praxis inmediata.
Al final, en el dilogo litrgico conclusivo (22 , 6 -21), el lector-presidente con la
Evitacin que dirige a la asamblea: El que tenga sed, que venga; y el que quie
ra, tome gratuitamente del agua de la vida (22 , 17b), abre la puerta, con toda
probabilidad, a la celebracin de la Eucarista.
210
l hecho de que, para captar ei mensaje dei Espritu, se requiera tener odo"
A sentido indicado, nos dice que el Espritu, cuando habla a las Iglesias, se
apresa en trminos enigmticos, y en el Apocalipsis el enigma es dado por el
smbolos lo que suceder en la segunda parte del libro, en donde, en un contacto
articu lar y renovado con el Espritu (cf. 4, 2), ser presentada a la asamblea que
escucha toda una se rie de cuadros simblicos, que la iluminarn en la lectura
j e Su historia. Por consiguiente el grupo de escucha tendr que activar todas sus
cap acid ad es interpretativas y sapienciales, para captar y aplicar adecuadamente
el mensaje del Espritu.
El imperativo de Cristo resucitado, confirm ado siete veces, por una parte
subraya la im portancia irrenunciable de este empeo y, por otra, dada la efica
cia de los imperativos de Cristo en el contexto de una performance litrgica, crea
su misma posibilidad.
Encontramos una confirmacin de cuanto estamos observando en otra recu
rrencia del imperativo akusat. Despus de haber presentado el cuadro sim b
lico de la primera bestia (cf. 13, 1- 8), el autor, interrumpiendo el hilo narrativo
que est siguiendo, se dirige directamente al grupo de escucha. Recordando los
imperativos de Cristo de la primera parte, sugiere la lnea aplicativa deducible de
la interpretacin del cuadro simblico propuesto.
La presencia de la bestia supondr para los cristianos enormes problemas,
que podrn llegar hasta el encarcelamiento y la prdida de la vida. La respues
ta por parte de los santos -los cristianos- consistir en la perseverancia y fe
(13, 10).
En nuestro punto de partida hemos visto que, despus del perdn de los
Pecados, Cristo convierte a los cristianos en un reino y sacerdotes para su Dios
^Padre. Cristo resucitado dirige a la asamblea una serie de imperativos de puri^cacin. En virtud de ellos la asamblea litrgica se encuentra y se siente liberaa ^e sus pecados y puesta en plena forma operativa.
muestra que slo a nivel escatolgico reinar significa la posesin del reino; a
nivel pre-escatolgico esto indica cooperar con la realizacin del reino.
Por tanto, los cristianos, en la fase pre-escatolgica en la que se encuentran
ahora tienen la tarea de reinar sobre la tierra, en el sentido preciso de impulsar
hacia adelante la instauracin del reino de Dios y de Cristo en el mundo.
En este punto aparece claro, como es sugerido incluso por la estructuracin
literaria tpica reino-sacerdotes-reinan, que la promocin del reino se convierte
en la tarea sacerdotal del cristiano.
La instauracin del reino de Dios y de Cristo, a la cual los cristianos estn lla
mados a cooperar a travs de su mediacin sacerdotal, se realiza de hecho en un
contexto dialctico. Al lado de los cristianos que adhieren a Cristo y constituyen
con l lo que podemos llamar el sistema de Cristo, existe un sistema antitti
co. Accionado por el demonio, este sistema tiende a construir la vida del hombre
sobre la tierra cortando los puentes con la trascendencia y desarrollndose todo
a nivel inmanente y tangible.
Protagonistas activos -siem pre bajo el impulso radical del dem onio- de este
sistema terrestre, que tiende a constituir una especie de antirreino respecto del
reino de Cristo y de Dios, son las dos bestias, smbolo respectivamente del poder
estatal que se hace adorar y de la propaganda que le da vida. Protagonistas son
tambin los reyes de la tierra, centros de poder que ejercen su presin sobre la
conduccin prctica de la vida, especialmente a nivel econmico.
Como resultado final se tiene la gran convivencia consumista que se deriva
de ah y que viene simbolizada, de manera particularmente acentuada y eficaz,
por la figura literaria de Babilonia. La suma de todo esto constituye precisamen
te el sistema terrestre, contrapuesto al de Cristo.
Entre los dos sistemas existe una clara irreductibilidad. No slo, sino que el
esterna terrestre hace presin violenta sobre el sistema de Cristo, tendiendo a eli
minarlo, para constituir su anti-reino.
El sistema de Cristo, en cambio, m ira al sistema terrestre con una intencin
positiva: no deber eliminarlo, sino contribuir a cambiar la fisonoma, a convertifl, a superar su negatividad y hostilidad mediante la implantacin de los valo
res de Cristo.
Los cristianos realizarn su victoria junto con Cristo precisamente respecto
e sistema terrestre, que contribuirn a transformar. Pero cmo podrn ejercer
cncretamente esta mediacin sacerdotal? Cmo podrn, en el espacio y en el
tlempo, dar su contribucin a la realizacin del reino?
T1H
TIO
Conclusin
Si ahora dam os una m irada sinttica a cuanto hemos visto hasta ahora, pode
mos delinear una fenomenologa de la m oral en el Apocalipsis.
Se parte de un estado de conversin permanente y de un empeo de perseve
r a n c i a que cubre todo el perodo de la vida. A la conversin se le aaden la escu
cha y el m antenim iento de la Palabra, el recuerdo, el am or ferviente, las obras.
La perseverancia conlleva sobre todo el m antenim iento de la fe y del testimonio
r e c i b i d o de Cristo en toda su riqueza.
Tanto el estado de conversin como la perseverancia, constituyen la base de
la vida moral cristiana. Sobre esta base se colocan la escucha del Espritu con el
discernimiento sapiencial de la historia que l conlleva, como tambin el empe
o de vencer con Cristo.
Discernimiento y empeo por la victoria desembocan en la mediacin sacer
dotal entre el proyecto de Dios, Cristo y la historia: mediacin que permite al
cristiano dar su contribucin al desarrollo del reino y a la superacin del siste
ma terrestre antirreino.
En este cuadro entran el testimonio m antenido hasta el don de la vida -pues
to que para el Apocalipsis el nivel del cristiano es el de un m rtir potencial-, el
tinte proftico que el testimonio podr y deber asumir segn las circunstancias
concretas, la oracin y una colaboracin ms estrecha con la accin de CristoCordero que puede ser solicitada.
Todas estas cosas juntas -desde la conversin hasta el compromiso activo de
mediacin sacerdotal- constituyen las obras, ta erga, en el significado espec
fico del Apocalipsis. Ellas son una traduccin en trminos de comportamiento
de todos los valores interiores madurados por la persona. Estas obras seguirn al
cristiano despus de esta vida (cf. 14, 13).
A nivel escatolgico se verificar para la persona un salto cualitativo. El
blanco de la que ser revestida conllevar una participacin plena -actual
mente inim aginable- a la vitalidad de Cristo resucitado (cf. 7, 9-17). Pero la
Persona ser renovada segn lo que haya realizado en la fase actual de la histor'a de la salvacin.
De ah deriva un interesante proyecto hombre-cristiano en lo relativo al comPrtamiento. M ediante la conversin, ante todo habr que separar de las adheencias indebidas, para permanecer luego en una actitud constante de magis,
991
^
poder
vencer con r'Cristo.
Habr que tomar decisiones operativas propias de la situacin en que se vive
pero tambin habr constantes: el desapego de Babilonia, el testimonio p0!
mantener y hacer convertir en profeca, la oracin y una colaboracin ms estre
cha con Cristo resucitado que se podr exigir.
Ca p t u l o 9
LA R A Z CRISTOLGICA Y A N TR O PO L G IC A
DE LA M O R A L
Para profundizaciones y para una docum entacin, cf. V a n n i , U. La struttura.. .O p. cit., Brescia,
^ 0 ; LA pocalisse... O p. cit.
2 Para una docum entacin, cf. V a n n i , U. Liturgical Dialogue as a Literary Form in the Book of
Revelation. Op. cit.
3 El punco de partida del Apocalipsis es la experiencia litrgica m adurada en la Iglesia de Juan
como aparece, por ejemplo, en Jn 20, 19-23 y en general en la Primera carta ele Juan.
4 La traduccin corriente, basada en una lectura discutible de Ex 19, reino de sacerdotes , eSj j
de Aquila: basileia hieren, que interpreta mamleket como estado construido. Pero este trmino P116^
ser interpretado tambin como estado absoluto, como hacen Teodosio y Smmaco (basileia iereis)Apocalipsis se mueve sobre esta segunda lnea, como nos hace entender 5, 10.
Volviendo a la afirmacin de fondo de nuestro texto: Nos hizo reino (1, 6),
notamos que esta situacin propia de los cristianos es retomada explcitamente
en el contexto que sigue inmediatamente. Al comienzo del encuentro con Cristo
resucitado (1, 9-20) encontramos una referencia especfica al reino:
Yo Juan, su hermano
y su compaero en el sufrimiento, en el reino y en la constancia, en Jess,
yo me encontraba en la isla de Patmos
por haber predicado la palabra de Dios y por haber dado testimonio de Jess (1, 9)El reino que Juan comparte con las Iglesias es la situacin en la que Cristo
lo ha puesto a l y a sus comunidades. Pero no es una situacin terminada. El
reino instaurado en Juan y en los cristianos de las Iglesias es un reino en devenirPrecisamente a este devenir, a este perfeccionamiento del estado de reino va
dirigida la perspectiva penitencial de la primera parte del Apocalipsis {Ap 2-3))
estrechamente ligada con el encuentro con Cristo.
Para enfocar esta ulterior constitucin creativa de reino por parte de Cristo
respecto de los cristianos, hay que tener presente ante todo el desarrollo literario
de la primera parte del Apocalipsis. sta se desarrolla en tres fases, que se suce*
den in crescendo.
,
q Ue
La situacin de asamblea litrgica en acto es indicada en 1, 3: Dichoso el que lea y los que
juchen las palabras de esta profeca y conservan cuanto est escrito en ella. El tiempo apropiado, en
_ ct0, est cerca. El mensaje est dirigido a las siete Iglesias que estn en Asia ( 1, 4 . 11). En virtud del
"l'oiismo entendido por el autor, con base en el cual el nm ero indica una totalidad, el mensaje vale
*** las asambleas litrgicas de todo lugar y de todo tiempo, todas pertenecientes a esta totalidad y su
t Pres' n concreta. Igualmente, los detalles relativos a cada una de las Iglesias sern, en esta perspectiva,
'cables, mediante el simbolismo que los unlversaliza, a rodas las asambleas eclesiales.
Para todo esto, cf. Va n n i , U. La parola eficace d i Cristo. En: I d . Divenire nello Spirito... Op.
' PP- 73-98.
Para una profundizacin de este tema, cf. captulo 8 de este libro.
Los cristianos vencedores cam inarn con Cristo14, o sea con Cristo resucita
do p re se n te y activo en el mbito de su Iglesia. Lo harn vestidos con vestidu blancas, es decir, participando en su resurreccin en perspectiva aplicativa13.
Cristo resucitado, que los ha valorado, los declara dignos de hacer eso, capaces
j e realizar esta misin. Es la misin del cristiano vencedor.
n conexin con lo que estamos viendo, Cristo resucitado califica al vencedor
en estos trminos: El vencedor ser as (huts) revestido con vestiduras blancas
(3 5) en la fase pre-escatolgica en la que se realizar su victoria.
ste es un don inmediato de Cristo resucitado, al que sigue el don media
to, que se realizar a nivel escatolgico: No borrar su nombre del libro de la
vida (3, 5 b).
Hay una ltim a promesa para el vencedor que es particularm ente significati
va, porque lo pone en paralelo directo con la victoria de Cristo:
Al vencedor le conceder sentarse conmigo en mi trono,
como yo tambin venc (eniksa)
y me sent con mi Padre en su trono (3, 21).
'm
En sntesis
En las promesas de cada una de las cartas, la relacin de Cristo con los cris
tianos aparece articulada y detallada. Cristo resucitado, ponindose en actitud
de don, comunica al cristiano su vida, la cual, superando el riesgo de la segunda
muerte y de ser borrada del libro de la vida, encontrar su plenitud en el rbol
de la vida, a nivel estrictamente escatolgico.
Antes de alcanzar este nivel, el don de Cristo resucitado se dirige al cristiano
lo alcanza en su situacin actual y tiende ante todo a modificarlo desde aden
tro mediante el nombre nuevo, las afinidades con el Padre, con la Iglesia y con
Cristo mismo que le son participadas y como inculcadas.
As el cristiano podr ser realmente vencedor. Tambin esta capacidad es un
don de Cristo, es como una transferencia en el cristiano -q u e solamente tendr
que m antenerlas- de las obras propias de Cristo resucitado, de su capacidad de
dom inio sobre los pueblos. Llevando en el tiempo y en el espacio la victoria de
Cristo, el cristiano compartir despus el trono.
Todo esto nos da un cuadro particularmente denso y desarrollado en las
implicaciones del reino, que Cristo hace, produce en el cristiano.
Pero es un reino que, en un cierto sentido, desborda en el sujeto en el que
se realiza. Hecho reino en sentido pleno, el cristiano es lanzado en la historia,
para extender ulteriormente este ttulo de reino que l tiene. As, en las prome
sas hechas al vencedor se tiene un pasaje, casi una bisagra, que lleva al otro ttu
lo fundam ental de sacerdotes que es dado por Cristo en paralelo con el reino.
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nacin. De ellos has hecho para nuestro
pos un reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra (5, 9-10).
El sujeto al que va dirigida esta doxologa es Cristo-Cordero, que, podramos
eCir, es el Cristo tpico, el protagonista de fondo de la segunda parte del libro:
Entonces vi en medio del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos, un
Cordero (arnion), de pie, como degollado. Tena siete cuernos y siete ojos, que son
los siete espritus de Dios, enviados por toda la tierra (5, 6 ).
El cuadro teolgico que aqu se nos da con la figura de Cristo-Cordero es
fundamental. El autor retomar otras 28 veces el trmino arnion, refirindolo
siempre a Cristo, aadiendo uno o dos de los atributos que se le dan aqu.
Interpretando esta presentacin hecha con un simbolismo sofisticado de
estructura discontinua1', se llega a este cuadro: el Cristo-Cordero ocupa un pues
to central en todo el desarrollo de la historia de la salvacin, simbolizado por el
trono y por dos categoras importantes de sus protagonistas: los presbteros y los
vivientes.
Con una notable adherencia literaria, l se encuentra en situacin similar a la
presentacin que Jess resucitado hace de s mismo a los discpulos la tarde de la
Pascua en el cuarto Evangelio18.
Se dice que el Cristo-Cordero est de pie, como degollado. Aqu se tiene la
resurreccin simbolizada por la posicin de pie; y se tienen la pasin y la muer
te, indicadas por el asesinato.
Segn una intuicin teolgica avanzada, que encontramos ya en el cuarto
Evangelio19, la trascendencia de Jess resucitado se entiende precisamente a par
tir de la pasin. Con estas dos dimensiones del misterio pascual Cristo crucifi
cado-resucitado puede afrontar todas las situaciones negativas y hostiles que se
Para los detalles, cf. V \ n n i , U. Cristo agnello: Ap 5, 6 - 8 . En: LApocalisse... Op. cit., pp. 165-192.
I
Se trata de Jn 20, 19-23. Jess se presenta a los suyos como resucitado y al mismo tiempo tiene
* realidad de la pasin, como se ve en el hecho de mostrarles las manos con las heridas de los clavos y
cstado. Las dos dimensiones fundamentales del misterio pascual -m uerte y resurreccin- son vistas
Juntas y son comunicadas a los discpulos en la misma circunstancia. Con U. Schnelle se puede decir que
^Ul tenemos al Crucificado resucitado.
CK, por ejemplo, Jn 8 , 26.
Cf. A r a n d a P re z , G . Los mil aos en el libro de los Jubileos y Ap 20, 1-10. En:
Estudios Bblicos
57, 1999, pp. 39-60; B a n d e ra , A. El m ilenio. En: Angelicum 77, 200 0 , pp. 3-42; B au ck h am , J. R.
Resurrection as G iving Back the D ead. A T raditions Im age o f R esurrection in the Pseudepigrapha and
Interpretation.
Sheffield, 1993; B i e t e n h a r d , H .
Reformed Review
52, 1999, pp. 85-96; D a n n e r , D . A H istory o f Interp retatio n o f Rev 20, 1-10 in the
Restoration Quarterly 7,
L e w is , A.
E.
M a z z u c c o ,
C y
P ie t r e l l a ,
E.
II r a p p o rto tra
0 2Q
El sistema terrestre est constituido por los que, cerrados a la trascendencia, organizan su vida
' 'sando todo sobre lo que es presente e inmediato. As se forma un tipo de convivencia -un a ciudad,
n ia- en la que una parte de los ciudadanos goza de todo el lujo posible, mientras otra parte queda
^ crificada para obtener este nivel, hasta jugarse la vida (cf. Ap 18). Este sistema es organizado por el
monio; tambin puede ser activado por un Estado que se hace adorar, y por una propaganda que le
a v'da (las dos bestias de Ap 13); se basa tambin sobre los reyes de la tierra, los cuales constituyen
Potros de poder que influyen en sentido consumista sobre el conjunto de la convivencia. Para una
enor docum entacin, cf. \ ^ n n i , U. II cristiano e il sistema di vita terrestre che emargina Dio e si
ntrappone a lui. En: Id. Divenire nello Spirito... O p. cit., pp. 201-212.
9 30
Las recurrencias de entole son frecuentes en el m bito de los escritos de Juan: 11 en ]n\ 18 en las
a,tas; 2 en el Ap. Este trmino, muy rico, se refiere norm alm ente a las rdenes que el Padre da a Jess
y a las que, por consiguiente, Jess da a los cristianos y que estos debern m antener. Cf. M a r i n o M .
uodire la Parola... O p. cit., pp. 163-179.
.
Cf. V a n n i, U. La fede nellApocalisse. En: Panimolle, S. A. (ed.). Dizionario di Spiritualit
bkco-Patristjca, 21, La fede nella Bibbia. Roma, 1998, pp. 266-267.
29
2 La nica excepcin para los que aceptan esta continuidad est en H e n g e l, M . Die johanneisclM
Frage. Ein Losungsversuch. Tubinga, 1993.
28 Este aspecto, particularm ente im portante ya en el Antiguo Testamento, y sobre todo en la l1Iiea
de Juan, ha sido puesto de relieve recientemente por M a r in o , M . Custodire la Parola. II verbo tnin
nellApocalisse alia luce della tradizione giovannea. Bolonia, 2003.
?4f)
241
' C f. A b ir , P. A. M ore than Blood-Witness. En: Indian Theological Studies 34, 1997, pp.
233-261; C o t h e n e t , E. Le tmoignage selon saint Jean. En: Esprit et Vie 101, 1991, pp. 401-407;
' ' e h a n s c h u t t e r , B. The M eaning of W itness in the Apocalypse. En: L a m b r e c h t , J. (eci.). LApocalypse
phannique et lApocalyptique dans le Nouveau Testament. Lovaina, 1980, pp. 283-288; F i l i p p i n i , R . La
^ rza della verit. Sul concetto di testimonianza nellApocalisse. En: Rivista Biblica 38, 1990, pp. 401 >F o r d , J. M. Persecution and M artyrdom in the Book of Revelation. Op. cit.; G o n z a l e z R u i z , J.
Apocalipsis de Juan. El libro del testimonio cristiano. M adrid, 1987; L a m p e , G. W . H. The Testimony
.^ ' esuss the Spirit of Prophecy (Rev 19:10). En: W e i n r i c h , C. W. (ed.). The New Testament Age. Essays
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p ns A pocalypse. En: Scripture Bullettin 29, 1988, pp. 397-405; R o b i n s o n , B. P. TheTwo Persecuted
^phet-Witnesses ofRev 1 1. En: Scripture Bullettin 19, 1988, pp. 14-19; Va s s il ia d is , P. The Translation
P 'narty ria Iesu in Revelation. En: Bable Traslato 36, 1985, pp. 129-134.
Los mrtires, que se encuentran debajo del altar ideal situado en la trasce i
dencia, son los que han sido degollados por proclamar la palabra de Dios y p0(.
el testimonio que haban dado (6, 9). Ellos llevaron lo que tenan, es decir e|
testimonio de Jess y, por consiguiente, la palabra de Dios, a confrontacin co <
el sistema terrestre, el cual ha ejercido su accin violenta contra ellos.
Por tanto, como se ve en estos textos indicados, se tiene un desarrollo sin solu
cin de continuidad entre lo que es la Palabra-expresin de Dios, el testimonio
que da Cristo, la acogida de este testimonio por parte de los cristianos y, final
mente, la expresin de este testimonio dado por los cristianos en el ambiente de
conflicto en que se encuentran. Esta expresin se llama la palabra de su testi
m onio (12, 11).
Como la palabra de Dios de la que estamos hablando no es solamente lo que
Dios dice, lo que Dios ha dicho en el Antiguo Testamento, sino tambin lo que
Dios expresa de s de diversas formas, as es el testimonio dado por parte de Jess
de esta palabra de Dios, que podramos casi entender palabra que es Dios33.
Toda la que ser la vida conducida por los cristianos, ser su palabra, ser lo
que ellos expresan de s, lo que quieren ser para los dems.
Con esto los cristianos ponen en la historia sus actos de justicia (19, 8). Se
trata de esa huella de Palabra que ellos, haciendo propio el testimonio de Jess
-e l cual a su vez les da la palabra de D ios- imprimen en la historia. As la his
toria, justificada por esta contribucin de los cristianos, asumir los valores de
reino, que son los valores de Cristo.
Precisamente llevando a los espacios vacos de la historia estos valores, los cris
tianos ejercern su mediacin sacerdotal, venciendo y superando los elementos
antagnicos. Como resultado de todo esto se lograr que Cristo, protagonista de
fondo, una vez que hayan sido realizados en la historia todos sus valores, sera
reconocido y proclamado la Palabra de Dios por excelencia34.
Id lectura de la historia
Para que el testimonio, la palabra de los cristianos tenga su lugar apropiado
en el cuadro concreto de la historia en que tendrn que vivir, los cristianos debe
rn leer sus signos con particular atencin. Hechos capaces por Cristo de escu
char al Espritu que habla a las Iglesias (2, 7, etc.), ellos podrn elegir y aplicar
a su realidad los cuadros interpretativos que el autor presenta en la segunda parte
del libro35.
La respuesta adecuada a Cristo por parte del cristiano supone una atencin
particular al desarrollo de los hechos, una apertura -nueva en la escuela de Juan
eo sus confrontaciones, como tambin la voluntad persistente de leer en ellos los
desafos de carcter religioso que tienen.
La insistencia reiterada sobre este punto en la primera parte del Apocalipsis, y
la repeticin, aunque con variaciones de la expresin fija recurrente, que se hace
en la segunda parte, subrayan la importancia que se atribuye al discernimiento
en el sentido ya explicado.
Una vez que ha enfocado las instancias de la situacin en la que vive, el cris
tiano tratar de colocar en el espacio de la historia, ledo e interpretado, su testi
monio, con el contenido especfico del que ste es portador: dir la palabra justa
en el contexto justo.
Para l se tratar de llevar los valores de Jess a los vacos de la historia que lo
absorben. En donde hay violencia homicida, injusticia social, muerte y mal, hay
vaco de los valores de Cristo. El cristiano, despus de haberlo advertido y cir
cunscrito, tratar de llenarlo.
Lo har ante todo con la transparencia de una vida marcada con los valo
res de Cristo: los que l, hecho reino, debe tener siempre consigo. Entonces, con
base en una lectura adecuada de la historia, emergern, vez por vez, situacin por
S1tuacin, las iniciativas apropiadas que aquel determ inado segmento de tiempo,
aquel kairos requerir36.
33
Cuando aqu se habla de palabra de Dios testimoniada por Jess, no se puede reducir e
testimonio a una transmisin de su Palabra ya dicha, sino que ella tiene un radio ms amplio. P od ram 0
entender el trm ino Palabra am pliam ente, como todo lo que Dios ha dicho y puede decir, expre
Entonces tendremos, prcticamente, una coincidencia entre la Palabra y lo que Dios mismo es y Q
ser para el hom bre, sin la especificacin, que se ra limitante, de una com unicacin de tipo oral.
,-1 Es lo que encontram os en 19, 13. Se trata notoriam ente de un versculo discutido. La
tacin corriente que pone en relacin la expresin ho logos tu theu, atribuida a Cristo guerrero y vene
con Jn 1, 1, exige ser profundizada. A qu no se trata de un discurso a nivel estrictamente de p re-ex ist1 ^
trinitaria, sino de una realizacin de Cristo en el m bito de la historia hum ana. Su nombre, pr|'
desconocido para todos, excepto a s mismo (cf. Ap 19, 12), ahora es proclamado (kekletai, 19, 1 " 0
n//
10,1 eva una propia notoriedad. El paso del estado im plcito al estado de proclamacin y reconocimiento
to^ Creto es precisamente el desarrollo de la historia de la salvacin, con el cual coincide. Cuando todo y
|a ^ s cster>marcados por los valores de Dios llevados por Cristo, se tendr la conclusin de la historia de
de 1)' " I 0" ^ entonces se com prender la im portancia de este nom bre dado a Cristo mismo: Palabra
Cf. V anni, U . LApocalisse... O p. cit., pp. 73-86.
En el Apocalipsis se debe siempre distinguir el sentido ms general de kronos y el ms especfico
245
Entre las iniciativas que las situaciones requerirn estar siempre la presin de
la oracin, sobre la cual el Apocalipsis insiste muy particularmente y que sabri
en cada caso, asumir las modalidades apropiadas. Esa ser explosin de aprecio y
de alabanza, reconocimiento grato y maravillado de la presencia de la accin de
Dios y de Cristo, peticin prolongada y atrevidamente impaciente37.
Habr luego la exigencia de separarse netamente incluso de un contexto social
y poltico que impone una sumisin ligera y servil a un Estado que se hace ado
rar y que no duda entrar en la vida de cada da, condicionando la mentalidad y
la accin38.
Esta y otras indicaciones concretas que se pueden encontrar en el Apocalipsis
quieren tener slo un valor indicador. Cuando el cristiano, terminado su discer
nimiento, se encuentre de nuevo en contacto con su historia concreta, con la vida
de cada da, encontrar all todos esos aspectos positivos y negativos que haba
dejado all cuando se separ para realizar su experiencia litrgica de purificacin
y de discernimiento.
Entonces ver y constatar, con una evidencia todava mayor, que el bien con
tinuar y tender a crecer; pero que tambin el mal, misteriosamente, tender a
hacer lo mismo39. El discernimiento que l habr hecho -y que hay que reno
var peridicamente, cada semana40- le habr brindado una sntesis interpretati
va nueva de la situacin concreta, como un cuadro actualizado en el cual estn
colocadas las elecciones sugeridas durante el discernimiento.
de kairos. Este ltim o, respecto del prim ero, representa alguna parte, algn segmento, con instancias
especficas a las que hay que responder. Podramos decir que el kairos es como un recipiente que requiere
un contenido especfico que el cristiano debe colocar all.
37 Cf. V a n n i, U . La preghiera come radice della spiritualit. En: Id . Divenire nello S p ir ito .Opcit., pp. 29-40.
38 Estos condicionam ientos impresionantes estn expresados en 13, 16-17. La marca de la bestia
colocada en la frente y en la mano indica una mentalidad -la frente- y una actividad -la mano-, 1
estn todas contramarcadas por esta pertenencia al contexto del Estado que se hace adorar. Cf. EDR1^A^
C. La dimensin socio-poltica del mensaje teolgico del Apocalipsis. Roma, 19 66 ; L p e z , J. LdfiguM
bestia entre historia y profeca. Investigacin teolgico-bblica del Apocalipsis 13, 1-18. Roma, 1998.
y eli ma I en e
39 Para las implicaciones morales contenidas en esta confrontacin entre el bien
eplogo d Apocalipsis (22, 6-21), cf. C o l l in s , T. Apocalypse 22, 6-21 as the FocalPoint o f Moral Tea
and Exhortation m the Apocalypse. Roma, 1986.
40 Es lo q u e p are ce s u g e rid o p o r la in s is te n c ia c o n q u e el a u to r n o s p re s e n ta el d a d el S e o r
1, 10). Cf. V a n n i , U. L A pocalisse... O p. c it., p p . 87-97.
/ts las palabras de profeca (1, 3), escritas en el libro y escuchadas, quedan
c0f\o dilatadas. Enriquecidas de material, de puntos aplicativos, de personali
zaciones, ellas constituyen ahora las palabras fieles y verdaderas (22, 6) que
insisten para su actuacin, dada la inm inencia de su tiempo apropiado, de su kai
ros, como segmento de tiempo, que es como su depsito y que debe ser llenado.
El testimonio que se convierte en profeca
Debemos hacer una ltim a puntualizacin im portante. Esta actividad -a l
mismo tiempo sacerdotal, de promocin del reino y de victoria- que el cristia
no ofrece a Cristo en respuesta por lo que Cristo ha hecho y sigue haciendo
por l, tiende a asumir -siem pre segn las circunstancias concretas de la his
toria adecuadamente enfocadas en el discernim iento- tambin la presin tpi
ca de la profeca.
El testigo, convertido en profeta, se encuentra en una situacin particular
de sinergia con el Espritu, que lo gua y acta en simetra con l. La verdad de
Jess, objeto de su testimonio, acogida y poseda por El ya en su estado de reino,
se ha convertido, bajo la presin del Espritu de la verdad (Jn 14, 17; 15, 26;
16, 13; ljn 4, 6) en el testimonio propio del cristiano.
Gracias a una ulterior presin del Espritu, el testimonio dado por el cristiano
se convierte en profeca. Se tiene as, por la mediacin del cristiano mismo, un
paso del testimonio de Jess a la profeca. El autor lo afirma con una frase lapi
daria: El testimonio de Jess es el Espritu de profeca (19, 10)41.
Los testigos, convertidos en profetas, debern como primer paso intensificar
su oracin, su encuentro personal con Dios42. Tendrn despus que afrontar con
Para una profundizacin exegtica y la discusin de este versculo, cf. L a m p e , G . W . H . The
Wtimony of Jess is the Spirit of Prophecy (Rev 19, 10). Op. cit.; M a z z a f e r r i , E M artyria Iesou
'sed . En: Bible Translator 39, 1988, pp. 114-122; Ruiz, J. -P. Ezechiel in the Apocalypse. The
nsformation ofprophetic language in Revelation 16, 1719, 10. Op. cit.
Encontram os todo eso en Ap 11, 1-13. Es el conocido y discutido texto de los dos testigos,
1(1 muestra la bibliografa amplsima que le atae. Cf. B a c h m a n n , M. Himmlisch: der Tempel
ttes vn Apk 11, 1. En: New Testament Studies 40, 1994, pp. 4/4-480; B a u c k h a m , R. The
P^Kdom ol Enoch and Elijah: Jewish or Christian?. En: ournal o f Biblical Literature 95, 1976,
Pp l'
C l a u d e l , P. Les deux tmoins de lApocalypse (Apc 11). En: Revue de Pars 58, 1951,
1J C o n s i d i n e , J. S. The two witnesses: Apoc 11, 3-13. En: The Catholic Biblical Quarterly 8 ,
Stti >' ^ ^7-392; F e u i l l e t , A. Essai dintrpretation du ch. 11 de lApocalypse. En: N ew Testament
3, 1957, pp. 183-200; G i b l in , C. H. Revelation 11, 1-13: its Form, Function and Contextual
la valenta propia del profeta, el sistema terrestre, dirigiendo a las distintas cate
goras que lo componen la palabra de Dios, que con su dinamismo caractersti.
co impulsa a una conversin difcil e incmoda.
La reaccin del sistema terrestre podr ser de cerrazn respecto de la Palabra:
esta actitud se volver fcilmente agresiva tambin con los testigos-profetas que
la anuncian. Contra ellos surgir todo un sistema socio-poltico, haciendo revi
vir en ellos la secuencia de Cristo en su misterio pascual.
Los testigos-profetas podrn ser condenados a muerte, precisamente como
Cristo, pero despus se realizar una resurreccin misteriosa, que les permitir
continuar la presin de su misin proftica4. Y por lo menos una parte del sis
tema terrestre los escuchar.
Dando una mirada retrospectiva a la reaccin del cristiano en respuesta a la
accin mltiple del don de Cristo en lo que le concierne, el cuadro de hombre y
de cristiano que deriva de ah es impresionante. La situacin de reino que, a par
tir del cuarto Evangelio, aparece sembrada en l, hace saltar un dinamismo, un
estmulo que lo lleva a responder sobre la onda misma de Cristo, buscando en
los dems los rasgos de reino que l ha recibido.
El cristiano es consciente de poder mediar entre el nivel de Dios y de Cristo
y el nivel de los hombres. Lo cual importa, por una parte, una adhesin ntima
e ininterrum pida, un autntico contacto de fe y de amor respecto de Dios y de
Cristo y, por otra, un conocimiento de los hombres, de sus actos, de sus impul
sos, para poder leer cada situacin de su historia.
El cristiano tiene una mente que tiene sabidura, capaz de discernir y de
hacer una sntesis, invirtiendo en todo esto sus mejores capacidades. El, hecho
reino, siempre est dirigido y anim ado por el Espritu, que le da y le hace palpi
tante la verdad de Cristo. Esta verdad, acogida y m antenida con empeo activo
Integration. En: New Testament Studies 30, 1984, pp. 433-459; H au g g , D. Die zwei Zeugen. Un. I
exegetische Studie ber Apok. 11, 1-13. M nster, 1936; M v n c k , ] . P e t r u s u n d P a u l u s i n d e r O f f e n b a r e m
Johannis. Colonia, 1950; M u o z L e n , D. La proclamacin del reinado de Dios y de su Cristo s J
el m undo en Ap 11, 15; contactos con Targum de xodo 15, 18. En: Estudios Bblicos 57, ^ Jj
pp. 441-457; P o u c o u t a , P. La mission prophtique de lglise dans lApocalypse johannique 1
Nouvelle Revue Thologiqtie 110, 1988, pp. 38-57; S t r a n d , K. A. The Two Witnesses o f Rev 11-3
En: Andrews University Seminary Studies 19, 1981, pp. 127-135; Id. The Two Olive Trees of Zed a ^
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TheTw o Witnesses in Revelation 11. En: Bibliotheca Sacra 154, 1997, pp. 344-354.
de ios
43
Era lo que declaraba m onseor Oscar Romero: Si me matan, resucitar en el corazon
salvadoreos.
Incluso ante una primera lectura del Apocalipsis se evidencia una recipro
cidad de amor particularm ente intensa entre Cristo y la Iglesia44. ste es un
aspecto fundam ental, ya notado en las pginas anteriores, que merece ser pro
fundizado para lograr una comprensin adecuada de la relacin entre Cristo y
la Iglesia, con las consecuencias que se derivan de ello.
Tambin aqu se parte del nivel del cuarto Evangelio, en donde el amor de
Cristo por los discpulos y por toda la Iglesia es presentado y sentido como el
amor ms grande que pueda existir. Jess da la vida por las personas que ama;
es el buen pastor que da la vida por su rebao.
Desde el comienzo del Apocalipsis, la asamblea litrgica es consciente de
que Cristo es el que nos am a ( 1, 5b). H ablando directam ente a las Iglesias,
Cristo resucitado afirma: Y sabrn las Iglesias que yo te am (3, 9). Su amor
asume los rasgos caractersticos de la pedagoga divina (cf. 3, 19). Qu tipo
de amor es el suyo?
La m etfora nupcial, ya presente en el cuarto Evangelio, es retom ada en
el Apocalipsis, en donde adquiere un desarrollo sin precedentes. En la fase
Pre-escatolgica la relacin entre Cristo y la Iglesia se coloca en el esque
j hum ano del noviazgo. H ablando en prim era persona, Cristo exige de
* Iglesia el prim er am or (2 , 4), el am or ideal, caracterstico del noviazgo.
Cf. M c I l r a i t h ,
A. D. Ihr reciprocal loue betiiveii Christ and the Church in the Apocalypse. Op. cit.
~)AC\
45 ste es, por ejemplo, el dinamismo de amor que se puede ver en el mensaje a la Iglesia de LaodiceaAl empezar a hablar a la Iglesia, Cristo no duda en decirle que est por vomitarla de su boca, debido a **
estado de tibieza (3, 15-16). El tono se mantiene severo y tajante en un largo reproche que Cristo h a c e a
e sta Iglesia, que se ha acomodado y se cree realizada (3, 17-19). Despus el tono se hace co n stru c tiv o )
propositivo, cuando a la Iglesia se le aconseja ponerse en contacto con Cristo y adquirir de l las vestid>-iraS
blancas, el oro resplandeciente y el colirio. Al final el amor asume la delicadeza y la ternura tpica del
de los Cantares, en los que el autor ciertamente se inspira, cuando afirma que Cristo est a la puerta y ll;inia
desea que se escuche su voz, para estar en intimidad con la Iglesia misma (3, 20).
dirigindose a l como al que nos est am ando y nos hizo reino, sacerdo
tes a> 5b' 6)l amor es la raz de todas las iniciativas de Cristo y aparece en una a n i
d aci n detallada en las promesas al vencedor, que ya hemos examinado. El
apior de regreso, que inspira la Iglesia activa y vencedora al lado de Cristo, se
,onVierte en el amor de una novia, que confecciona, da tras da, el vestido
nupcial
. 146
Para lo relativo a la visin perspectiva de la doxologa, cf. Va n n i , U. La struttura... Op. cit., p. 166.
;w
Cf. M c I l r a it h , A. D. For the Fine Linen Is the Righteous Deeds of the Saints. W orks and
>n Revelation 19, 8. En: The Catholic Biblical Quarterly 61, 1999, pp. 512-529.
pueblo de Dios, marcada -sta es su novedad- con los valores del reino prol
pios de Cristo49.
A la novia, que se ha convertido en esposa dando todo lo mejor de s para e|
desarrollo del reino hasta la meta escatolgica, Cristo-Cordero responder dn
dole a su vez lo mejor de s: ser su dador de luz, como una piedra preciossi
ma (21, 11); construir la ciudad-esposa segn las dimensiones ilimitadas de su
am or (21, 16); profundizar en ella como don nupcial la riqueza inefable que |
tiene, y que es la riqueza, al infinito, de Dios (21, 19-21)50.
La altura vertiginosa que as alcanza la relacin entre Cristo y el hombre hace
percibir el valor ilimitado del hombre mismo e ilumina su camino. Las decisio
nes cotidianas del hombre llegan a tocar la trascendencia de Dios y tienen una
relacin directa con la nupcialidad escatolgica.
Conclusin
El cuadro moral del Apocalipsis, que se deduce de la relacin recproca entre
Cristo y el hombre que hemos estudiado, es particularm ente difcil, pero no cae
en la confusin de una utopa. El autor del Apocalipsis tiene un sentido sutil del
hombre, de su historia, de su realidad.
Refirindose a los no creyentes, a los paganos, l insiste en la necesidad de
su conversin radical, a la cual los impulsan con fuerza inquietante los grandes
acontecimientos, especialmente los ms dramticos para el hombre, de los cua
les est cubierta la historia51.
Una vez que el hombre se haya convertido y haya dado gloria a Dios, podr
encontrarse con Cristo, convirtindose en su reino. Todo el resto -la m ediacin
sacerdotal con sus implicaciones- seguir infaliblemente, si el cristiano, mante
nindose unido a Cristo, disponible y dcil a El en un estado de conversin per
manente, se dar cuenta del amor de Cristo y se comprometer a c o r r e s p o n d e r le .
El compromiso moral que se requiere es tpico del cristiano maduro y es tota
lizador, aunque quede un espacio de profundizacin particular para un resto
del Israel cristiano52.
Cf. A l o n s o M e r i n o , P. J. E l cntico nuevo en el Apocalipsis. O p. cic.
50 Cf. V a n n i , U. La dimensin christologique de la Jrusalem nouvelle. O p. cit.
,l A esto tienden, por ejemplo, los episodios de las langostas y de la caballera infernal (9, 1-21)Es lo que se propone y se indica, con toda probabilidad, en 14, 1-5. Para una profundizacin,L
1^1
Tercera Parte
EL HOMBRE DEL APOCALIPSIS
Y SU CAMINO EN LA HISTORIA
C a p t u lo
10
Introduccin
El tema de la guerra y de la paz siempre ha sido de una actualidad impre
sionante durante toda la historia hum ana que conocemos. Desde siempre los
pueblos se han confrontado entre s de manera violenta mediante una contra
posicin de armas, desde las hondas trogloditas hasta las poderossimas armas
modernas.
Pero hay que notar que en esta tensin entre los pueblos o grupos de pueblos
que lleva a la violencia recproca y al intento de exterminio existe constantem en
te, en el corazn del hombre, incluso en el hombre que combate, una nostalgia
secreta de serenidad y de alegra, podemos decir de paz. La paz est inscrita en
todo hombre, y la guerra tambin es sentida y vista como un medio para alcan
zar una situacin mejor de bienestar y de paz.
Todo esto se refleja tambin en el libro del Apocalipsis, lo mismo que en todo
ei Antiguo Testamento y en el resto del Nuevo Testamento. Casi en cada pgina
encontramos reflejado, en una forma o en la otra, este dualismo doloroso entre
Sierra y paz.
Las circunstancias histricas en que vivimos al comienzo del tercer milenio
hacen todava ms llamativa esta problemtica. Para resolver tensiones internaroales indudablemente se recurre a todas las frmulas, incluso las ms sofistica
o s, de violencia blica, y al mismo tiempo surgen de todas partes invocaciones,
la
Cf. Ex 17, 8-16. Tambin en el Apocalipsis la oracin ser una contribucin fundam ental para Ia
instauracin del reino.
262
j presentacin del flagelo de las langostas (cf. 9, 1-11) y ahora se plantea el pro
cierna de su identificacin en lo concreto de la historia.
sta nube de langostas que molesta a los hombres, complica sus relaciones y,
al mism0 tiempo, estimula a una difcil conversin que no se quisiera aceptar,
est constituida concretamente por el desarrollo de las guerras. Se trata de un
desarrollo dramtico, determinado por lo que en la antigedad era uno de los
medios ms poderosos de asalto y de guerra: la caballera, vista precisamente en
momento de la carga.
As se inculca el dramatismo pesado de la guerra. El autor conoce la guerra, la
v a lo ra , y el primer juicio que expresa es negativo: la guerra es un mal, pero que,
en la prctica histrica en que se desarrolla, puede tener la funcin de estimular
al hombre distrado y alejado de Dios a volver a la lnea de aceptacin plena de
la relacin con Dios.
La guerra acaba con las ilusiones, y con todos los sacrificios y las limitaciones
que conlleva, como tambin con la experiencia que muestra de la malicia hum a
na y de la vacuidad de tantos aspectos de la vida, impulsa hacia un descubri
miento de los elementos esenciales, realmente irrenunciables, del hombre.
Lo mismo se debe decir de la otra recurrencia de 9, 9. Aqu se trata de la
caballera infernal, desencadenada por una guerra. El autor se sirve de eso para
comunicar una impresin desconcertante, pero saludable, del demonio7, el cual,
presente y activo en la historia, hace sentir el peso de su accin.
Tambin aqu la toma de conciencia de este fondo demonaco de los hechos
humanos tiene como finalidad ejercer en el hombre un llamado urgente hacia
su conversin. Se trata, concretamente, de los paganos, los cuales, estimulados
por la toma de conciencia de estos componentes desconcertantes de su historia,
podrn redescubrir lo esencial -la relacin con el verdadero D ios-, que da un
sentido slido a la vida.
Con la tercera recurrencia el cuadro de polemos se hace ms especfico:
Cuando hayan acabado de dar su testimonio,
la bestia que sube del abismo,
El problema del dem onio tiene en el Apocalipsis un tratado interesante. El autor no cede nunca
a in cepciones mitolgicas y reelabora los datos que encuentra en la tradicin juda y cristiana. Para l
e*iste una equivalencia en las distintas denom inaciones -Satans, diablo, serpiente del com ienzo-, y lo
especfico, que emerge siempre, es la capacidad de engaar a los hombres (cf. 12, 9).
^
Com o ya lo hemos recordado, el obispo Oscar Romero, asesinado mientras celebraba la misa en
111 Salvador, declaraba a menudo: Si me m atan, resucitar en el corazn de los salvadoreos.
?A S
11
2, 1-7.
La accin acusadora de Satans a n ivel de trascendencia aparece clara en Za 3, 1-2 y en Jb 1>6- 12>
267
El pasaje en el que se inserta esta recurrencia aparece de inm ediato como par
ticularmente significativo: viene presentado el caballero con su ejrcito, y la repe
rencia es a Cristo y a los suyos.
En la contraposicin histrica que se verifica entre el sistema de Cristo y
sistema terrestre, Cristo y los suyos, portadores de la fuerza de la resurreccin
lograrn cambiar realmente el mundo. Todo el m undo -com enzando por e
m undo de los hom bres- se convertir en expresin palpable y viva de los valores
de Cristo, de aquellos valores que Cristo ha recibido del Padre y que l conser
va, casi compendia en s mismo, Palabra viva del Padre.
Volveremos en seguida sobre este pasaje importante, cuando estudiemos las
recurrencias de poleme, com batir (cf. 19, 11).
La ltim a de las 9 recurrencias de polemos se encuentra en un contexto parti
cularmente interesante, el del llamado reino milenario:
Y saldr a seducir a las naciones
de los cuatro extremos de la tierra,
a Gog y Magog,
con el fin de reunidos para la guerra,
numerosos como la arena del mar.
Subieron a la superficie de la tierra,
y rodearon el campamento de los santos,
la ciudad amada;
pero cay fuego del cielo y los devor (20, 8-9).
El pasaje a que pertenece esta recurrencia se extiende desde 20, 1 hasta 20, 10.
H a sido objeto de vivas discusiones desde la primera Patrstica15.
El mensaje es denso, pero sencillo. Aprovechando los datos que circulaban en
la tradicin juda, el autor del Apocalipsis reinterpreta de manera nueva la situa
cin dialctica en la que el cristiano est viviendo, con la bipolaridad que sta
supone.
Por una parte, est la victoria radical de Cristo sobre el dragn, sobre el demo
nio y sobre todo lo que le es afn. Cristo-Cordero no es dbil, cobarde: su fuerza
15
Para una exposicin y discusin de la problemtica exegtica y teolgica, cf. V anni, U. II Regn
millenario di Cristo e dei suoi (Ap 20, 1-10). Op. cit. En lo que se refiere al problem a complejo de Ia
alusin a Gog y Magog, tom ada de Ezequiel, cf. B 0e, S v e rre. Gog and Magog. Ezechiel 3 8 -3 9 as PreteXt
fo r Revelation 19, 17-21 a n d 20, 7-10. Oslo, 1999.
268
271
versculo que ya hemos analizado, porque all recurre tambin el trmino p0[A
mos, guerra, con las implicaciones que el contexto nos ha sugerido.
En efecto, el uso del verbo poleme no hace sino especificar el tipo de guerra del
que se est hablando y que, en la descripcin del autor, se est desarrollando. Hay
un combate activo entre Miguel y sus ngeles contra el dragn y sus adeptos.
Com o ya vimos, la guerra aqu es un smbolo tomado de la experiencia huma
na y transferido a la trascendencia. El smbolo nos hace entender que existe una
incompatibilidad absoluta entre la trascendencia y todo lo que gira alrededor del
dragn y que habitualmente llamamos demonio.
El pensamiento de la guerra y la experiencia que el lector puede haber tenido
de ella le hacen entender la profundidad, la fuerza y el radicalismo de esta con
traposicin. El efecto del smbolo no es slo una contraposicin sintetizada.
Precisamente la accin del demonio sobre la tierra, con sus implicaciones y
sus mediaciones, es ulteriormente resaltada en 13, 4, en donde hay una nueva
recurrencia de poleme:
Adoraron al dragn, porque haba dado su poder a la bestia,
y adoraron a la bestia diciendo:
Quin es semejante a la bestia
y quin podr luchar contra ella?.
El demonio -equivalente a Satans, diablo, el dragn-, no obra directamente en
la historia, pero se insina en las estructuras humanas, ejerciendo por medio de ellas
su obra de creacin alternativa, propiamente de anticreacin. En efecto, su intento
es la construccin ante todo de un mundo sociopoltico, luego incluso de un sistema
tambin csmico, diverso y opuesto respecto del propuesto por Dios19. El demonio
se sirve de todos sus recursos, hace la guerra, para realizar su proyecto20.
Al hacer la guerra, l no obra directamente, sino, como decamos, se infiltra
en las estructuras humanas, tratando con el engao de orientar hacia sus fines.
Para hacer esto, se servir de la primera bestia, que es el Estado que se hace adol!l Para una profundizado!! y un desarrollo de esta tem tica, cf. Va n n i , U . Lanticreazione a opefa
del dem oniaco. En: I d . Lopera creativa nellApocalisse. O p. cit., pp. 52-57.
20 Para tener una idea del proyecto anticreador, basta leer el captulo 18 del Apocalipsis: la ciudad
de Babilonia, smbolo de una convivencia cerrada a la trascendencia, consumista, en donde los valore5
hum anos de la vida han desaparecido, esc sostenida por la bestia, es obra del demonio.
0*70
cal con Cristo-Cordero los diversos reyes, que expresan una participacin de ]a
bestia, quedarn derrotados. El Cordero los dom inar completamente. El tiene
todas las capacidades para ello, porque es el Seor y el Rey absoluto.
Resumiendo, podemos decir que el verbo poleme es atribuido al contex
to negativo, al que llamamos el sistema terrestre, y no hace sino explicitar el
contraste total entre este sistema y el de Cristo. Un contraste que no es slo, ni
principalmente, en el plano ideolgico, sino que se desarrolla a nivel de contra
posicin histrica, asumiendo una serie indefinida de modalidades, determina
das por las circunstancias de cada uno de los momentos histricos.
Esta multiplicidad tiene en todo caso un comn denominador, y es lo que el
autor quiere inculcar: entre el sistema de Cristo y el sistema terrestre existe una
incompatibilidad, que est en la raz y, podramos decir, en el desarrollo del tron
co del rbol y en todas sus ramificaciones hasta las ramas y las hojas. El estado de
guerra no supone entendimientos, no conlleva pausas, no tiene atenuaciones.
El verbo poleme se vuelve particularmente interesante cuando, en dos recu
rrencias, se aplica directamente a Cristo.
Encontramos la primera de estas recurrencias en 2 , 16, en la carta a la Iglesia
de Prgamo. El contexto presenta una contraposicin entre las exigencias de
Cristo resucitado que habla y algunos sectores de la Iglesia. Se trata de los nicolatas, o sus afines, un movimiento con tendencias y riesgos de sincretismo, que
el autor desaprueba radicalmente.
La Iglesia es invitada a tom ar posicin contra estas desviaciones, y a hacer
lo rpidamente y con decisin. Si ella descuida esta tarea que se le confa, o se
muestra indecisa y poco eficiente, Cristo resucitado promete acercrsele ms y
controlar personalmente la situacin. El dice a la Iglesia:
Convirtete, pues!
Si no, pronto vendr
y har guerra con ellos con la espada de mi boca (2 , 16).
La contraposicin, expresada en trminos de guerra - polemes, com batir-,se
desarrolla no entre Cristo resucitado y la Iglesia, sino directamente entre Cristo
resucitado y estas franjas de la Iglesia que adhieren al movimiento de los nicolaitasEsta guerra se desarrollar con una modalidad muy particular: la iniciativa de
choque que Cristo emprender es llevada adelante, como El dice, con la espa
da de mi boca.
\
Por tanto, su actitud de oposicin cautivadora y apasionada respecto de U
1, 18-32.
26
Esta interpretacin debe preferirse a la otra que, teniendo presente A 63, 3 (Su [=de los enemigos]
sangre ha salpicado mis vestidos) refiere la expresin a los enemigos pisoteados. En el Apocalipsis no hay
^uella de una accin semejante.
Para el desarrollo del tema de la victoria en todo el m bito del Corpus Iohanneum , cf.
^EGer, J. Gesiegt! O himmlische M usik des W ortes!. Z ur Entfaltung des Siegesmotives in den
anneischen Schriften. Op. dt.
36 El punto de referencia de pyrros no es efectivamente la sangre, por lo cual rojo sera sinnu I
de sanguinario, sino el fuego, pyr. Q ue ste sea un elemento caracterstico del demonio, apareces1 *
presentacin que el autor hace de la caballera demonaca (cf. 9,. 17).
TOO
Es interesante notar que la expresin kai epi ts gs eirn de Lucas se encuentra en perfecta
correspondencia en la leccin del cdice 2344 a propsito de Ap 6, 4: eirnn epi ts gs.
37
?Q fl
48 Cirilo de Alejandra identifica incluso la paz donada por Jess la tarde de Pascua con el don que
Jess hace del Espritu.
39 Para profundizar sobre la problemtica de Cristo-Cordero, cf. H o h n j e c , N. Das Lamm - to
arnion in der OffenbarungdesJohannes. Eine exegetisch-theologische Untersuchung. Roma, 1980. En lo
Ru respecta al compromiso de los cristianos en la colaboracin con Cristo en la construccin del reino,
cf- V>\nni, U. LApocalisse... O p. cit., pp. 349-368.
10
Un estudio reciente ha puesto en relacin de intertextualidad la Carta a los Efesios con el cuarc
Evangelio, llegando a la conclusin sorprendente que muchos contactos prcticamente ciertos se mueven
en la direccin que va del cuarto Evangelio a la Carta a los Efesios: cf. C a b r a s , A. La Lettera agli Efesii'1
i l IV Vangelo. Uno studio sulla tradizione cristiana nella com unit efesina. Roma, 2002. Se puede esperi
la presencia de puntos de contacto interesantes incluso entre la Carta a los Efesios y el Apocalipsis.
Conclusin
Terminado el camino -largo y a veces tortuoso y com plejo- de nuestra inves
tigacin, podemos dar ahora una mirada de conjunto a los resultados que poco
a poco fueron surgiendo.
El autor del Apocalipsis habla dos veces de una guerra real, que se le presen
ta impetuosa y violenta: es la guerra de la caballera. Es una experiencia que l
pudo tener o directamente, o, tal vez ms posiblemente, por medio de las des
cripciones de los historiadores griegos. Com o persona culta y sobre todo atenta
a los hechos humanos, l poda conocerlos. La guerra llega as a evocar la con
traposicin radical y encarnizada de dos partes en competencia, con la tenden
cia de cada una de las dos a prevalecer sobre la otra.
Todas las otras veces -cuando se habla de guerra, de com batir, de ejrci
to y de vencer- el autor simboliza. M ediante la innovacin creativa del simbo
lismo, con la dinmica evocativa que le sabe imprimir, el autor hace de la guerra,
con todo el campo semntico que le gira alrededor, una categora interpretativa
'luminadora de toda la historia de la salvacin.
Esta categora hace percibir en vivo la situacin de fondo sobre la que se colo
Ca el desarrollo de la historia de la salvacin. Es un desarrollo dialctico, que
avanza mediante una contraposicin entre bien y mal.
C a p t u l o 11
EL H O M B R E EN CONTACTO
CON LOS A CO N TEC IM IEN TO S:
LA JUSTICIA C A R A C TER ST IC A DEL A PO C A LIPSIS
907
Esta medida podr ser de tipo fsico, cuando, por ejempio, se ndica una cier
ta cantidad de aceite o de trigo para comprar y a esa corresponde exactamente el
equivalente. La igualdad entonces se realiza entre la medida que indica la canti
dad y la cantidad suministrada.
La igualdad se puede realizar a un nivel moral, no ya fsico. En este caso
se tiene la igualdad entre la m edida de un comportamiento que se expresa por
inedio de una ley y el contexto mismo. Aqu entra -pero es slo una pequea
parte de un todo ms am plio- tambin el contexto forense. En efecto, en el tri
bunal se verifica si hubo o no una igualdad entre una determ inada prescripcin
y el comportamiento real.
Subiendo ms alto, se encuentra tambin otro tipo de medida, siempre
entendido en sentido moral, pero de mayor envergadura: se trata de las indi
caciones de valor religioso, como, por ejemplo, Escucha, Israel5. Entonces se
tendr la igualdad, cuando esta instancia religiosa es acogida, y por lo menos se
trata de realizarla en la vida.
Subiendo un poco ms arriba, hasta el mximo nivel posible, se puede hablar
de un equilibrio que se refiere incluso a Dios. Es el equilibrio entre lo que l pro
mete, lo que l piensa y proyecta -expresando todo como tal en el mystrion6-,
y lo que despus se realiza en la historia.
El esquema que estamos viendo es sugerido por la elaboracin tpica que Pablo
hace de la justificacin, partiendo del Antiguo Testamento y re-elaborando todo
applied similarly to weights and measures (Lev 19:36). Commercial fraud and deception are not allowed.
In both these usages is seen th basic sense o f not deviating from th standard ( H a r r is , R. L.; A r c h e r ,
G. L. y W a ltk e , B. K. (eds.). The Theological Wordbook ofthe Od Testament. Chicago, 1981, s.v.).
D t 6, 4-5: Escucha, Israel: el Seor, nuestro Dios, es el nico Seor. Amars al Seor, tu Dios,
con todo el corazn, con toda el alma y con todas las fuerzas.
6
Las cuatro recurrencias de mystrion en el Apocalispsis (1, 20; 10, 7; 17, 5.7) nos permiten
construir un cuadro teolgico-bblico bien interesante. En la perspectiva paulina, marcada por la Carta
a los Efesios, este trm ino indica el proyecto trascendente de Dios sobre la historia, que l manifiesta
y revela. Es lo que encontramos en Ap 10, 7 donde se dice que cuando suene la trom peta del sptimo
angel> Dios cumplir su plan secreto anunciado a sus siervos los profetas. El anuncio profetico del
Jisterio se sintetiza en el smbolo y es presentado como tal al grupo de escucha, por medio de Juan,
'--uando el grupo se pone en contacto con el smbolo, el primer efecto que causa es el asombro, la
rPresa (17, 5.7). ste cumple la funcin de ampliar el espacio interior de acogida, preparando al sujeto
' interpreta para que reciba un mensaje trascendente, siempre relacionado con el proyecto de Dios,
7 visto detalladamente. Esta percepcin conduce luego a una identificacin concreta, en el mbito
c 1* historia en que se vive, de las realidades a las cuales el mensaje simblico hace referencia. En este
Pnto, el misterio viene a ser la presin que ejerce el smbolo hacia la aplicacin concreta (1, 20).
Se trata del proyecto trascendente de Dios, que luego viene manifestado y rea
lizado en la historia por medio de la obra creadora11. El proyecto grandioso de
Dios, totalmente inspirado en los valores y en la verdad de Cristo, se realiza
de manera gradual en la historia, hasta alcanzar, a travs de la presencia de los
valores de Cristo y de su vitalidad en todos los aspectos de la realidad histrica,
su plenitud de realizacin. Esto sucede en la nueva Jerusaln12.
La realizacin gradual del proyecto en el tiempo y en el espacio pasa a travs
del choque dialctico entre el bien y el mal. Caracterstico en esta confrontacin
dialctica es el hecho que interviene una accin tpica de Dios -y, como veremos,
tambin de C risto-, relativa, como referencia inspiradora, a la justicia hum ana
como se realiza en el tribunal. All es donde acontecen los actos judiciales.
Cuando se dice que Dios juzga, que sus actos de juicio tienen determinados
atributos, se inspira uno en la valoracin forense de una conducta y de un com
portamiento. Pero el contexto del tribunal hum ano es slo un dbil punto de
partida: aplicado a Dios, debe ser proporcionado a Dios mismo, y por tanto tam
bin transformado y superado. Dios no se sienta en el tribunal. Cuando se habla
de sus juicios, se va ms alto. Veamos cmo.
La actividad de juicio atribuida a Dios conlleva siempre un contexto de con
traposicin, y por tanto de condenacin: Dios juzga a la gran prostituta; Dios
juzga el mal; Dios juzga lo que en el mbito de la historia est infectado por
la presencia del demonio.
Como en el tribunal se distingue claramente y se separa el bien del mal, y el
mal queda borrado como tal, as en la accin de Dios en la historia aparece una
discriminacin radical entre el bien y el mal, y el mal queda como encadenado.
Dicho esto, debemos, sin embargo, hacer algunas precisiones importantes.
No existiendo en el Apocalipsis, por lo que se refiere a Dios, ninguna escenifica
cin de tribunal, las acciones judiciales de Dios deben entenderse en un sentido
11 Cf. V a n n i, U. Lopera creativa nellApocalisse. Op. cit.
12 Cf. V a n n i, U. La dimension christologique de la Jrusalem nouvelle. O p. cit.
sin hum ana, se radica en la gran verdad de Cristo. La realizacin de esta ver
dad, situada en un contexto histrico; florece luego en la historia.
As como en la historia, dado el movimiento dialctico que se descubre all,
las naciones tienen una funcin fuerte y a menudo preponderante, Dios es
tambin rey de ellas, las dom ina a todas y sabe transformar en bien incluso el
mal de las que ellos son protagonistas16.
Precisamente en la gestin que Dios hace de las naciones en el desarrollo
de la historia aparecen los efectos de su accin, que tiende a realizar la igualdad
plena entre su proyecto y la realidad concreta.
Esta accin conlleva, por una parte, la remocin de los desechos de la obra de
la falsa creacin realizada por el demonio -los derrumbes del sistema terrestrey, por otra, y sobre todo, siempre en el desarrollo de la historia, las realizaciones
positivas parciales que confluirn en la nueva Jerusaln.
El autor llama apropiadamente estos dos aspectos dikaimata, efectos de la
accin igualitaria de Dios. Estos efectos, que acontecen y aparecen en la histo
ria, estn precedidos de y tienen en vista la accin discriminatoria de Dios, que
el autor llama juicio.
Dado este enfoque, se entiende cmo, en un contexto difcil, Dios es alabado
explcitamente por su capacidad de hacer justicia. El contexto es el de 16, 5-7:
Y o al ngel de las aguas que deca:
T eres justo;
t, el que es, el que era;
t, el santo,
pues has hecho as justicia.
Ellos han derramado la sangre de los santos y de los profetas,
y t les has dado a beber sangre:
se lo merecan.
Y o al altar que deca:
S, Seor, Dios todopoderoso,
tus juicios son verdaderos y justos (16, 5-7 ).
El trm ino ethnos est presente en el Apocalipsis con bastante frecuencia: 23 recurrencias, de las
de todo el Nuevo Testamento. Referido generalmente a los paganos -en oposicin a los cristianos y
s judos-, tiene un valor negativo, que cambia de signo y se vuelve positivo en la nueva Jerusaln (21,
4-26; 22, 2).
^
17
El ngel de las aguas es caracterstico del Apocalipsis. En su figura particularm ente enigmatic1
-cf. Y a rb ro C o l l i n s , A. 'The History-of-Religions. Approach to Apocalypticism and the Angel o f the
Waters (Rev 16:4-7). Op. cit.- su funcin clara es la de interpretar la relacin entre las aguas, la historia
de los hombres y Dios.
Lo hace ejerciendo tambin una capacidad de juicio, que, sin embargo, rela
cionada como est con la historia, conlleva esa separacin del mal del bien que
rasgos de Cristo, expresa en s una imagen de Dios, est adquiriendo una seme
janza con El. Es el cristiano que es portador de la realidad de Cristo, el cristia
no que posee el testimonio de Cristo y est dispuesto a irradiarlo en la historia
Por su posicin privilegiada el cristiano est llamado a practicar la justicia
Para l se trata no de ejercer un hipottico y arbitrario oficio de juez, sino de
poner en la historia aquella rectitud total de que es portador.
Anteriormente el autor del Apocalipsis le ha dicho que, convirtindose en
reino, debe buscar ulteriormente el reino21; ahora le dice que debe buscar activa
mente la situacin de igualdad y de justicia. El plan de Dios no lo puede dejar
nunca indiferente.
En efecto, el cristiano justo, con su capacidad de enderezar la historia, tam
bin en esta accin es asociado de manera ntim a a Cristo. Entonces tendr que
combatir y vencer con Cristo.
La discriminacin del mal del bien y la superacin total del mal suceden en un
contexto de contraposicin radical y arrolladora. En este sentido se habla de gue
rra, y Cristo es presentado en el Apocalipsis desde el comienzo con toda la plenitud
de su fuerza y poder mesinico. Tiene la capacidad de superar cualquier oposicin
que se realice en la historia bajo la influencia del demonio. Realmente ha venci
do al mundo, con todas sus implicaciones negativas, y esta victoria suya es des
pus compartida por los cristianos, los cuales, junto y al lado de El, cabalgan sus
caballos blancos, participando de la novedad y de la vitalidad de su resurreccin.
El autor del Apocalipsis hablar, a propsito de esta participacin que el cris
tiano realiza ya en esta vida, de primera resurreccin (20, 6).
que corroe el sistema, representa un primer paso en la actuacin del deseo de los
mrtires, una primera contribucin para colmar el vaco. La venganza constitu
ye, podramos decir, la superacin de un vaco.
A la luz de lo que estamos diciendo se comprende tambin el otro pasaje en el
que se habla de los cristianos protagonistas de justicia y se hace resaltar el resul
tado de su accin. Se trata de una aclaracin que el autor del Apocalipsis aade a
la descripcin fascinante de la esposa escatolgica de Cristo-Cordero.
Es el pueblo de Dios, son los cristianos que, a travs del compromiso de esta
vida, realizado con un amor creciente -ellos son la novia que aspira al nivel de
la nupcialidad-, se preparan para el encuentro escatolgico:
Alegrmonos y regocijmonos
y dmosle gloria;
porque han llegado las bodas del Cordero,
su esposa est ya preparada,
y a l le ha concedido vestirse
de lino fino, limpio y brillante.
El lino fino son las obras de justicia de los santos (19, 7-8).
El cristiano, visto como la novia que se prepara para el encuentro nupcial,
confecciona su vestido de esposa. La tela con la cual es confeccionado el vestido
est constituida precisamente, como anota el autor, por las obras de justicia (ta
dikaiomata) de los santos.
Tampoco aqu se debe traducir actos de juicio. Se trata, en cambio, como
observa justamente D. A. M cllraith, de las obras del cristiano: Amor, fe, servi
cio, perseverancia27. Estas obras, puestas en contacto con la historia, obtienen
un resultado concreto de justicia en el sentido que estamos viendo, es decir de
igualdad realizada28.
M c I l r a it h , D. A. Fort che Fin Lines Is the Rightous Deeds of the Saint. Works and Wife 11
Revelation 19:8. O p. cit., p. 528.
28 Es lo que indica el trm ino dikaidma. El sufijo -ma expresa el efecto de una accin. Aqu se tra '
del efecto propio de una accin de justicia.
21 A
Conclusin
En este punto, mirando el camino recorrido, nos damos cuenta de cmo la
hiptesis de trabajo de la cual partim os se ha hecho cada vez ms consistente y
al final resulta confirmada.
En sntesis, podemos decir que en el Apocalipsis existe una elaboracin teolgico-bblica de la justicia. Esta no tiene como referencia la justicia hum ana, como
aparece ejercida en el tribunal. Su referencia es ms elevada: se trata de la capaci
dad que Dios tiene de realizar adecuadamente su plan; capacidad que l mismo
introduce directamente en la historia y que luego es accionada en el mismo plano
por Cristo, como tambin por los cristianos.
Tambin los juicios de Dios de los que se habla, y que tienen contacto con la
justicia hum ana, son entendidos por el autor en un contexto muy amplio. Son
smbolos. Decodificados adecuadamente, ellos expresan la atencin apasionada
con que Dios sigue el desarrollo de la historia, no para hacer de ella una valo
racin crtica, sino para darle toda la plenitud que puede tener y que le viene
de Dios.
Dios es un amigo del hombre, un amigo insustituible. Pretender no contar
con El sera una traicin del hombre.
C aptulo 12
317
Apocalyptic. A study o f jewish and christian Apocalypses from Daniel to the Revelation, Londres,
963, 38). Esta valoracin lisonjera del famoso especialista fue confirmada tambin por los estudios ms
recientes sobre las caractersticas literarias, que confirm an sin excepcin la originalidad irrepetible del
Apocalipsis, con particular referencia a su estilo. Este hecho no supone que el Apocalipsis sea una obra
slitaria, y obviam ente no supone una confrontacin con los clsicos griegos. Ciertamente no se puede
rnaginar una confrontacin entre su estilo y el de Pndaro!
B c h e r , O. Chiliasmus. En: AA.VV. Theologische Realenzyklopiidie. O p. cit., p. 724.
8 Ibd., pp. 725-726.
i ' S t r a c k , H. L. y B i l l e r b e c k , P. Kommentar zum Neuen Testa?nent aus Talmud und Midrasch.
Beck, C. H. (ed.). III, M unich, 1961*, p. 826.
21C1
Strack y Bilerbecklu intentan una clasificacin de las cifras propuestas con base
en tres criterios. La duracin del perodo mesinico se deriva de las especulaciones
sobre las semanas de la creacin del mundo (2.000 aos del m undo sin la Torah
2.000 aos los das del Mesas y 1.000 aos el sbado del mundo), desde el tenta
tivo de un paralelo de la primera liberacin de Egipto (los 40 aos de R. Aqiba, los
400 aos de Elicer G. Jos y del IV Libro de Esdras 7, 28), desde la interpretacin
de los pasajes escritursticos (por ejemplo, desde Is 63, 4 se derivan 365 aos, que
puestos en relacin con el Sal 90, 4, se amplan hasta 365. 000).
El tiempo mesinico no es definitivo. Cualquiera que sea su duracin y cu
les sean sus caractersticas, l prepara el m undo que debe venir, que es de dura
cin eterna.
Segn Strack y Billerbeck, el rasgo ms cercano al Apocalipsis est constitui
do por el milenio presentado por R. Eliezer11.
Esta prehistoria respecto del texto-base del Apocalipsis es iluminadora: nos
indica la fuente ms probable a la cual acudi el autor del Apocalipsis, o por lo
menos en la que se inspir. Y esto vale no slo, ni principalmente, para el nme
ro de los aos, sino sobre todo para el esquema teolgico subyacente: una inter
vencin del Mesas cambia la fisonoma de la historia; esta intervencin se coloca
en el tiempo, precediendo y preparando el reino en su fase definitiva.
Teniendo presente todo esto, pasemos a un examen directo de 20, 1-10.
El movimiento literario de A p
20,
1-10
323
--------------------------de una aadidura, como de una omisin del artculo. Cf. M e t z g e r , B. A. A textual Commentary o tx
27
Al citar el texto, tanto ahora como despus, trataremos de evidenciar los fenmenos literarios de
los que hemos hablado. Separaremos y pondrem os en bastardilla el texto de las tres interrupciones del
narrativo; presentaremos subrayado el motivo literario recurrente de los mil aos.
Se trata, pues, de una fuerza positiva, que reside en el cielo, que tiene perso
nalmente el dominio sobre el demonio. Aunque no se puede hablar de una iden
tificacin entre el ngel y Cristo28, con toda probabilidad en el ngel se tiene una
expresin de la energa y de la accin propias de Cristo.
El ngel usa su poder con xito contra el dragn, la figura teriomorfa del
demonio29, inserto en las estructuras hum anas y operante en la historia, que es
presentado en detalle en 12, 330.
El parntesis en nominativo, que comienza con la antigua serpiente..., cons
tituye una indicacin dada al grupo de escucha, para que interprete adecuada
mente el dragn, presente y activo en su historia. Este ltimo, cualquiera sea la
forma que asume concretamente, una vez que se insina en las estructuras huma
nas -podr ser el Estado que se hace adorar, la propaganda que da vida a este tipo
de Estado, un centro de poder.. corresponde siempre a la figura negativa que
encontramos en el Antiguo Testamento: la serpiente del comienzo de Gn 3.
Cerrado el parntesis, contina la narracin. Narracin que, de probable inspira
cin mitolgica como mdulo literario, resalta cmo al dragn se le quita toda posi
bilidad de accin: usando la gran cadena que tena en la mano, el ngel lo at.
La accin sigue con una continuidad concatenada. Despus de haber atado
por mil aos al dragn, el ngel lo lanz en el abismo, y cerr con la llave y le
puso un sello. As el dragn queda desterrado en su ambiente, el abismo. Incluso
-ste es un detalle nuevo respecto de la presentacin inicial- se pone un sello
sobre el cierre. El dragn est completamente separado de la zona de los hom
bres, con los cuales no puede tener ningn contacto.
As el dragn ya no podr, como lo haba hecho bajo la forma de serpien
te del comienzo en Gn 3, engaar y desorientar a los hombres. Est atado por
mil aos y precisamente durante mil aos no podr ejercer su influencia
desorientadora.
La expresin mil aos se citar otras cuatro veces. Pero ya ahora el grupo de
escucha se siente motivado a decodificarla, para llegar a una comprensin ade
cuada del contexto.
28 As Andrs de Cesarea, Areta, Primasio. Cf. B r t s c h , C-. La clart... Op. cit., p. 320.
Para las caractersticas propias del simbolismo teriomorfo, es decir, que se sirve de los animales
com o protagonistas y es tpico del Apocalipsis, cf. Va n n i , U. L'Apocalisse... O p. cit., pp. 38-40.
30
Esto constituye el segundo signo. Para su interpretacin exegtica, cf. V a n n i, U. LApocalise
O p. cit., pp. 241-244.
3' "Ki i b r ist keine Tautologie (so G unkel), sondern eine Przisierung, die sich auf das flchtige
Erinnerungsbild bezieht, das der gestrige Tag hinterlassen hat. M it unerhrter K hnheit unternimmt
der Psalmist hier das Wagnis, den ewigen H intergrund aufzureissen, auf dem das menschliche Leben
zu Staub zerfllt. Gottes Ewigkeit und menschliche Zeit sint letzlich inkommensurabel - das ist die
Intention der grandiosen Aussage ( K r a u s s , H. J. Psalmen, II, Vlujn, 1978, p. 798).
35
Tpica al respecto es la expresin de la Apocalipsis siraca di Baruc: en tiempo del Mesas ha
vides con 1.000 sarmientos, sarmiento con 1.000 racimos, racimo con 1.000 granos (Ap Bar 29, 5)-
329
El tiempo breve aqu designa el perodo cronolgico que pasa entre el momen
to de la oracin de los mrtires y la conclusin de la historia de la salvacin. No se
determina la duracin. Es el tiempo en el cual el mal seguir actuando, matando
a otros cristianos, y es calificado como pequeo, breve, casi irrelevante.
Una expresin equivalente, ligeramente variada, segn el estilo del Apocalipsis,
aparece en 12, 12: el dragn, activo sobre la tierra, est enfurecido, porque sabe
que tiene a disposicin slo un tiempo breve, un tiempo inconsistente, podra
mos decir. El poder del dragn, contrapuesto en el contexto al ilimitado de
Cristo, tiene su precariedad de carcter cualitativo.
Es cuanto encontramos tambin en el texto que estamos examinando. El
tiempo breve, contrapuesto a mil aos, no indica una duracin, sino ms
bien una calificacin de debilidad y de insuficiencia atribuida a la presencia del
demonio, activo y perturbador en la historia del hombre.
Emerge as un cuadro de conjunto. La historia de la salvacin tendr su dura
cin real, que sigue siendo cronolgicamente imprecisa. En el mbito de esta
duracin estar, presente y activa, la fuerza vencedora de Dios y de Cristo resuci
tado, llamada mil aos. Estar en accin tambin una fuerza demonaca, apa
rentemente pretenciosa y muy potente, pero en realidad dbil y sin importancia
en comparacin de Cristo. Esta fuerza se llama tiempo breve.
Puesto que las dos expresiones cronolgicas mil aos y tiempo breve son
slo de tipo cualitativo, sin ningn nexo con la duracin real, tambin su suce
sin ser simblica y cualitativa. Por tanto, sta no podr ser calculada en trmi
nos reales, ni colocada en el tiempo.
La sucesin del tiempo breve a los mil aos no supone, pues, una alter
nativa cronolgica, sino, como smbolo, acenta una heterogeneidad cualitativa:
la presencia de Cristo y la del demonio en el mismo perodo de tiempo crono
lgico son radicalmente distintas, no son mezclables, y entre ellas hay un anta
gonismo absoluto.
La presencia de Cristo, que promueve el reino, tiende a eliminar la presen
cia del antagonista demonio, y viceversa. Pero la contraposicin ya est decidida
a favor de Cristo, y muy ampliamente, con base en la relacin notable que hay
entre mil aos y el tiempo breve.
11
El sencido activo de krima est bien docum entado. Bauer y Aland interpretan: Befugnis zum
Richten war ihnen gegeben. En: Wrterbuch zum Neuen Testaments. Op. cit.
h2 Este es el valor que en- el m bito del Apocalipsis tiene el trm ino psyche (literalmente alma ,
vida), que se usa aqu. La interpretacin que seguimos corresponde a la visin antropolgica, unitaria
y global, propia del Apocalipsis.
Se forma as, alrededor del Estado divinizado y a todos ios elementos que lo
sostienen, el ambiente caracterstico del sistema terrestre. Es una organizacin
de vida que se opone al reino de Dios y de su Cristo.
Los cristianos se contraponen a este sistema, tomado tanto globalmente como
en cada uno de sus elementos constitutivos: Y (se trata de aquellos) que no
haban adorado la bestia, ni su imagen.
El sistema terrestre tiende a entrar en todos los detalles de la vida; los cristia
nos no aceptan ser modelados por l, obrar segn sus directivas, convertirse en
sus esclavos: Y no aceptan su marca sobre la frente (smbolo de la persona43) y
sobre su mano (smbolo de la actividad).
Todos los que rechazan la bestia con sus implicaciones llevan con eso
mismo al contacto con el sistema terrestre un m undo de valores tpico de
Cristo: el testimonio de Cristo y la palabra de Dios.
De ah sigue una tensin, que fcilmente se convierte en violencia para ellos;
y entonces tenemos a los mrtires, las personas que el sistema terrestre elimina
brutalmente.
Aunque no se llegue al m artirio propiamente dicho, se tiene la posibilidad
de l, por la presin ofrecida ejercida por el testimonio de los cristianos en el
ambiente heterogneo en que viven.
A los cristianos que se opusieron al sistema terrestre se les atribuye, paralela
mente, una capacidad de vida y de reino. Hay una inversin de posiciones: los
muertos viven, los excluidos reinan.
Tenemos ante todo una resurreccin que podramos llamar contextual. Se
dice que estos cristianos empezaron a vivir, despus que se confirm su muer
te violenta o, en todo caso, su desaparicin de la escena del m undo visible, en
donde tiene lugar y se desarrolla la historia de los hombres. A la muerte se contra
pone una vida, que se realiza sobre el mismo plano en el que se verifica la muer
te y que consiste en una reaparicin en el m undo visible de la historia.
El episodio de los dos testigos (11, 3-13) nos ofrece un paralelo ilumina
dor. Despus que los exponentes del sistema terrestre - la bestia que sube del
abismo (11, 17)- han eliminado violenta y vistosamente los dos testigos (11,
9-10), un hlito de vida reanim a inesperadamente sus cuerpos, y ellos, ante los
43
Prospon tiene una importancia particular en el cuadro antropolgico del Apocalipsis, precisamente
porque indica la persona en su plenitud, en sentido esttico y funcional: el que acepta la marca sobre la
frente, acepta una pertenencia total.
333
44
Para una docum entacin actualizada y una nueva propuesta interpretativa, cf. Byong -S eob
M in, P. I due testimoni di Apocalisse 11, 1-13. O p. cit.
41
En el simbolismo del Apocalipsis el blanco indica constantem ente una relacin a la resurreccin de
Cristo, que luego es especificada por el contexto. En cambio, la vestidura expresa una cualidad inherente
a la persona y que puede ser reconocida por los otros. Para todo esto, cf. V a n n i , U . LA pocalisseOpcit., pp. 42-44; 49-52.
46 El contexto indica claramente que los dos aoristos ezsan, ebasileusan tienen un valor de entrada:
no se trata de la vida en su fase ms plena -en este caso no hubiera sido llamada primera resurreccin- ,
ni tampoco del reino posedo y disfrutado. Tanto la vida como el reino, que tambin corresponden a los
mrtires en estado incoativo, son funcionales para una totalidad de vida y de reino todava por alcanzar.
47 Con tales expresiones el autor se separa del hilo expositivo, para sugerir una interpretacin y una
actualizacin de su mensaje: cf. 4, 5; 11,4; 14, 4; 21, 8.1 2 .17, etc.
W
336
dad la situacin positiva e ideal de los cristianos -m rtires reales o potencialesque participan funcionalmente de la vitalidad de Cristo resucitado.
Aunque no conlleva todava aquella participacin plena de la vitalidad de Cristo
resucitado que se tendr con la segunda resurreccin, la primera resurreccin
implica la certeza de que sta tendr lugar. La muerte segunda50 -u n a expresin
niuy frecuente en el Apocalipsis: cf. 2, 11; 20, 6.14; 21, 8-, entendida en el sentido
de aquella desvitalizacin absoluta caracterstica del demonio y de sus compin
ches en la fase escatolgica, no tendr ningn asidero, ningn poder sobre ellos.
Despus de los verbos en aoristo y en presente, encontramos, al final del
parntesis explicativo, dos verbos en el futuro: Sern sacerdotes de Dios y de
Cristo, y reinarn con l durante mil aos.
El paso repentino al futuro indica una ampliacin ilimitada de perspectiva:
los cristianos de todo tiempo que se com portarn como mrtires reales o poten
ciales, practicarn una mediacin sacerdotal. El influjo que ellos han ejercido,
ejercitan y ejercitarn en la historia mientras esta siga desarrollndose, es una
promocin activa del reino, un impulso hacia adelante dado a su realizacin"1.
Encontramos despus una precisin interesante a propsito del sacerdocio. El
autor haba dicho que los cristianos, presente y activos sobre la tierra, son sacer
dotes para Dios (t the, 1, 6; 5, 10); ahora ampla su horizonte incluso a los
cristianos del ms all, y afirma, a propsito de los unos y de los otros, que son
sacerdotes de Dios y de Cristo, tu theu kai tu Christu.
Dios es siempre el fin ltimo al que est dirigida su mediacin, dedicada a
realizar el reino.
Exactamente como Dios lo ha proyectado y lo quiere. Aqu se tiene una
extensin explicativa: la funcin sacerdotal de los cristianos se refiere tambin a
Cristo.
Los cristianos prolongan y extienden en las ramificaciones de las circunstan
cias concretas el influjo de Cristo, haciendo penetrar sus valores en los espacios
vacos de la historia. Su mediacin tiene, podramos decir, a Cristo como conte
nido objetivo. Los cristianos que en todo caso la practican se pueden llamar con
pleno derecho sacerdotes de Cristo.
50 Aqu muy probablemente el autor retoma una expresin corriente en las tradiciones targmicas,
^interpretndola, como es su costumbre.
51 Para una profundizacin de todo el problema del sacerdocio en el Apocalipsis, cf. Va n n i , U.
LA pocalisse... Op. cit., pp. 349-368.
Ap,
Leamos el texto:
Cuando se hayan cumplido los mil aos.
Satans ser liberado de su prisin
y saldr a seducir a las naciones
que estn en los cuatro extremos de la tierra,
a Gog y Magog,
con el fin de reunidos para la batalla,
en nmero tan grande
como la arena del mar.
Subieron a la superficie de la tierra,
y rodearon el campamento de los santos,
la ciudad amada; (ten polin ten gapmennp2
pero cay fuego del cielo
y los devor.
El diablo, que los seduca,
fue arrojado al estanque de fuego y de azufre,
donde estn la bestia y el falso profeta,
y sern atormentados da y noche
por los siglos de los siglos (20, 7-10).
Ahora son indicadas, en oposicin a los mil aos, algunas caractersticas del
tiempo breve , es decir de aquella presencia del demonio y de sus secuaces -el
Hay una insistencia muy particular sobre el amor que Dios ha tenido y sigue teniendo constantemente
por Jerusaln, su ciudad, que aqu simboliza todo el pueblo de Dios. La realidad y la continuidad de este
amor se expresan mediante el pasivo teolgico gapmenn, que en la forma gramatical de perfecto indica
una accin por parte de Dios comenzada en el pasado y cuyo efecto contina en el presente.
338
destruccin (el fuego), que hace la vida imposible (azufre). Esa situacin est ms
all de lo que son las categoras actuales de la experiencia humana.
Notemos otro ejemplo de la imagen. Esta situacin es en cierto sentido vio
lenta: en el estanque de fuego y azufre son echados -contra la que sera su ten
dencia- los distintos protagonistas del mal, como efecto de la victoria de Dios
y de Cristo.
As tenemos un primer resultado interpretativo: las fuerzas del mal -desde
el demonio hasta los hom bres- quedan todas privadas de aquella vitalidad que
tenan y que quisieran conservar. Su situacin definitiva es la de una inhabili
tacin permanente. Y esto por sobre cualquier posibilidad, por parte del sujeto
interpretante, de una reconstruccin real de tal situacin.
Pero hay otro elemento por notar. Los protagonistas del mal no son aniquila
dos: para el diablo y las dos bestias esta situacin constituye un tormento que
se sita en el tiempo trascendente, por los siglos de los siglos.
A p 20,
1-10 en su conjunto
En este punto podemos dar una mirada sinttica a todo el pasaje. Comenzando
por el reino mesinico terrestre de la literatura juda, el autor traza un cuadro
interpretativo de toda la historia de la salvacin. sta se desarrolla en el tiempo
del hombre, pero term inar con su superacin, porque se abrir en el tiempo de
Dios, indicado por la expresin los siglos de los siglos.
Vista desde este punto de llegada, la historia hum ana aparece totalmente
invadida por dos lneas de fuerza antitticas: la lnea de Cristo y de los suyos,
empeados en buscar el reino; la lnea contraria, la de Satans, que tiende a cons
truir el sistema terrestre.
Estas dos lneas no se equivalen: la lnea de Cristo, con toda la energa mesinica de la resurreccin de la que est dotada, supera, limita el poder de Satans
y de su sistema. Sin embargo, a Satans se le concede todava poder obrar. Per
en la conclusin de la historia de la salvacin l quedar totalmente debilitado y
atormentado, y la ciudad am ada se convertir en la nueva Jerusaln.
Esta interpretacin de Ap 2 0 , 1-10 nos permite superar la situacin anterior
mente considerada a propsito del conflicto entre interpretacin real e interpre
tacin simblica. La adherencia detallada que hemos mantenido, respetando
y valorizando los datos literarios que el texto nos ofrece, nos ha hecho llegar a
342
una comprensin de tipo simblico -puesto que el texto mismo presiona en esta
direccin-, sin sacrificar ninguno de los datos literarios.
Pero simbolismo no significa evasin. Los rasgos simblicos exigen una inter
pretacin adecuada. Es lo que hemos tratado de hacer. As el mensaje, lejos
de quedar vago, se coloca inmediatamente, y con adherencia particular, en el
campo de la vivencia. La exgesis se vuelve hermenutica.
A p 20,
tituye un paso adelante hacia la m eta ltima de la nueva Jerusaln, que coincj
de con el reino realizado.
El desarrollo hacia adelante se realiza efectivamente mediante una dialcti
entre el bien y el mal que lo atraviesa todo hasta la llegada definitiva del tiem
po hum ano en el tiempo de Dios. Este es el segundo parmetro que, a la luz de
cuanto hemos visto en la exgesis, requiere algunas puntualizaciones ulteriores
El bien y el mal que se chocan en la historia no son vistos en abstracto, corno
en un plano puramente filosfico. El bien est determinado por el proyecto de
Dios sobre la historia, expresado en el libro de los sellos de 5, 1. Este proyecto es
manifestado y realizado concretamente por la accin de Cristo-Cordero61.
En esta accin Cristo-Cordero involucra tambin los cristianos, llamados a
colaborar, a vencer con El o, en trminos perfectamente equivalentes, a rei
nar con El, en el tiempo preciso de una contribucin por dar ahora a la realiza
cin de aquel reino que se tendr solamente al final de los tiempos, en los siglos
de los siglos.
Esta actividad de Cristo, iniciada con su pasin y resurreccin, se concluir
con su segunda venida que, en la concepcin del Apocalipsis, constituye la mani
festacin de la presencia continua de Cristo, cuando ella haya realizado todos
sus efectos en la historia.
Esta presencia activa se indica con la expresin simblica mil aos. Dada su
importancia, podemos tratar de precisarla ms.
Cristo, que tiene como nombre la Palabra de Dios (19, 13), expresa, rea
liza -e n la conduccin de la historia que El realiza mediante su presencia acti
v a- y testimonia todo lo que Dios es y hace por el hombre (proyecto, promesa,
etc.). Los cristianos, acogiendo y m anteniendo el testimonio de Cristo, testimo
nindolo a su vez en el tiempo y en el espacio, segn las circunstancias concretas
de su existencia. As ejercen un papel sacerdotal, mediando entre el proyecto de
Dios y lo concreto de la historia, e introduciendo los valores de Cristo, su muer
te y resurreccin.
Este compromiso de colaboracin tan estrecha con Cristo se refiere a los cris
tianos de todos los tiempos y supone su participacin personal muy unida a los
dos eventos del misterio pascual: la muerte y la resurreccin de Cristo.
61
Se trata, como vemos por una exgesis cuidadosa de 5, 6, de Cristo muerto y resucitado, dotado
de toda su eficiencia mesinica, dotado de la plenitud del Espritu que ha de verter sobre los hombres.
M
............................................................
63
C om o en el caso de los montaistas. Cf. G e l in , A. M illnarisme. En: A A .W . Dictionnaire de
la Bible - Supplm ent, V. Op. cit., col. 1292.
13
LA ESPER A DE LA V E N ID A DE CRISTO COM O
M O TIV A CIO N M O R A L
C a p tu lo
347
neo, conclusivo y espectacular -ta l vez actuado mediante una bajada del cielo_
sino como una presencia que, creda y percibida como actual, atraviesa in cres
cendo todo el esplendor de la historia, desarrollndose hasta su plenitud.
En este cuadro ms general, el Apocalipsis, en la lnea de una continuidad
con la escatologa realizada del cuarto Evangelio, subraya la presencia actual de
Cristo resucitado en medio de su Iglesia y del mundo.
Dicha presencia, realizada por la accin del Espritu (c. Jn 14, 16-17)
da lugar, podramos decir, a una nueva fase de la Encarnacin, en la cual el
Crucificado resucitado que encontramos en la sntesis conclusiva del cuarto
Evangelio, hace presin, primero directamente sobre la Iglesia y luego tambin a
travs de la accin mltiple de la Iglesia misma -la oracin, el testimonio, la pro
feca, las obras de justicia de los santos {Ap 19, 8)-, sobre el resto del mundo,
tendiendo progresivamente a m arcar a todos y todo de sus valores y de su vita
lidad.
El xito final de esta accin por la cual Cristo se est como ramificando en la
historia ser, por una parte, la desactivacin y la destruccin de todas las prc
ticas histricas del mal realizadas por el dem onio3 y, por la otra, la situacin de
convivencia y participacin, a un nivel de amor vertiginosamente paritario, entre
Dios, Cristo y el Espritu, por una parte, y el hombre, por la otra, como se rea
lizar en la nueva Jerusaln.
La relacin entre la Iglesia en su fase actual con esta venida de Cristo que pasa
a travs de la historia y la concluye asume aspectos mltiples, cada uno de los
cuales tiene su impacto especfico sobre la accin moral del cristiano.
realizando. Para una profundizacin, cf. C o t h e n e t , E. La venue ou les venues du Chrisc dans lApocalypse
Op. cic.; E c h t e r n a c h , H. Der Kommende. Gotinga, 1950; T h o m a s , R. L. The Comings of Christ in
Revelation 2-3. En: Masters SeminaryJournal7, 1996, pp. 153-181 T o r ib io C u a d r a d o , J. E. El viniente
Estudio exegtico y teolgico del verbo erchesthai en la literatura jonica. Zaragoza, 1993.
El autor del Apocalipsis, a propsito del diablo al que atribuye las caractersticas de una persona-
tiene una concepcin particularm ente amplia: ... el gran dragn, la serpiente antigua, el llamado diablo
y Satans, el que trata de engaar a todo el m undo (12, 9). Para expresar esta concepcin, usamos e
trm ino dem onio.
Ms especficamente, se le piden luego a la Iglesia las elecciones morales contnidas en los imperativos que se le han dirigido: Convirtete! (2, 5.16; 3, 1.19).
de ningn modo temas lo que vas a sufrir! (2, 10); lo que tienes, consrvalo con
fuerza hasta cuando yo llegue (2, 15); recuerda, pues, cmo recibiste y escuchas
te, gurdala y arrepintete (3, 3); s fervoroso (3, 19).
En particular, se le recuerda a la Iglesia la exigencia imprescindible de la
escucha del Espritu (2, 7.11.12.29; 3, 6.13.22), que en la segunda parte del
Apocalipsis la dirigir para hacer las elecciones morales adecuadas para cooperar
con la venida de Cristo que se realiza en la historia.
Con la disponibilidad plena a Cristo y la acogida de estos sus imperativos la
Iglesia se convierte cada vez ms en reino. As se realiza en ella una presencia
creciente de Cristo y de sus valores.
La presencia-venida intrahistrica de Cristo
4
Hoy existe la tendencia a dar a las formas del presente del verbo erchesthai que aparecen en el
Apocalipsis -com o erchomenos, erchetai- el valor gramatical de un presente continuo. La alternativa de
una traduccin en futuro es menos probable por el hecho de que el autor del Apocalipsis conoce y usa la
forma futura regular eleusomai (cf. 3, 20).
En una palabra, ante la actividad del demonio, que lleva adelante su obra de
anticreacin, los cristianos debern tener la audacia de dar a la luz en la historia
a su Cristo (cf. 12, 1-6), im plantando all, mediante las obras de justicia (cf.
19, 8) que all introducirn los valores de Cristo, hasta la plenitud escatolgica,
que marcar la conclusin de la venida intrahistrica.
Conclusin
La complejidad de la venida de Cristo enunciada en el Apocalipsis -u n a venida
que se realiza dentro de la Iglesia, atraviesa toda la historia del mundo, incluso
externo a la Iglesia, y bajo estos dos aspectos apunta a una conclusin- se refle
ja toda en la actitud moral de la Iglesia.
Tanto la vida de reciprocidad con Cristo que la Iglesia lleva en su interior,
como la lectura interpretativa de la historia externa que realiza escuchando el
mensaje del Espritu suscitan en ella el impulso hacia lo mejor, hacia algo ms.
La Iglesia siente como un m petu de Cristo, y lo expresa repetidamente, sobre
todo en su asamblea litrgica: El Espritu y la novia dicen: Ven!. Y el que oiga,
diga: Ven! (22, 17). Y sobre la venida de Cristo insiste la conclusin de todo
el libro: Ven, Seor Jess! (22, 20b).
A dicho m petu Cristo mismo -e n la presentacin que hace el autor del
Apocalipsis- da repetidamente una respuesta que tranquiliza: He aqu que
vengo pronto (22, 7); s, estoy viniendo pronto (22, 20a).
As le promete como inm inente una fase de su venida, no la conclusin esca
tolgica, y hace presin sobre la Iglesia para que ponga atencin (he aqu, lite
ralmente: mira).
A la invocacin afligida de la Iglesia Cristo responde con un s pleno.
Suceder pronto, y la Iglesia lo ver, un de ms de Cristo -e n el mbito intrae
clesial y del m undo- al que aspira la Iglesia. Esto constituir una etapa hacia la
realizacin de la nupcialidad y de la nueva Jerusaln.
355
Ca p t u l o 14
EL PASO Y LA LLEGADA:
MUERTE Y RESURRECCIN EN EL APOCALIPSIS
La muerte en el Apocalipsis
La muerte en el Apocalipsis: un cuadro semntico tpico2
Por tanto se tiene, en el mbito del mismo cuadro simblico, una bipolaridad
incluso una tensin, que hace presin sobre el grupo de escucha como sujeto
interpretante y lo provoca: el verde, con la esperanza y la creatividad propia de
la vida, y la interrupcin repentina de la vida misma con el evento de la muerte
Pero hay un detalle que viene asociado a la muerte y, en un cierto sentido, la
interpreta: Y el hades lo segua. El hades -originariam ente nombre propio de
Aides (Ade, literalmente: el invisible), un hijo de Crono, seor de los abis
mos, llamados la casa de Ade- en el griego helenstico del Nuevo Testamento
indica simplemente la morada de los muertos, correspondiente al sbeol judo.
Encontramos Aides con este valor preciso otras 6 veces en el Nuevo Testamento
(M t 11, 23; 16, 18; Le 10, 15; 16, 23; Hch 2, 27-31), y el autor del Apocalipsis
parece moverse en esta lnea.
Pero la unin tan estrecha con la muerte es caracterstica del Apocalipsis. La
encontramos otras tres veces: en 1, 18, cuando Cristo resucitado declara tener las
llaves de la muerte y del abismo; en 20, 13, cuando se afirma que la muerte y
el abismo dieron los muertos que se encontraban en ellos; y, en fin, en 20, 14,
cuando el abismo y la muerte fueron lanzados en el estanque de fuego y azufre.
Todo esto nos lleva a reflexionar. El estilo refinado del Apocalipsis encierra su
mensaje incluso en esta combinacin muy particular y que, a una primera lectu
ra, podra parecer tautolgica. En efecto, es claro a todos que, en el imaginario
colectivo del Nuevo Testamento, a la muerte de la persona sigue su estada en la
zona de los muertos, que es precisamente el hades.
El autor del Apocalipsis no niega todo esto, pero, segn su estilo habitual, tien
de a reinterpretarlo. En efecto, no dice que despus de la muerte sigue el hades,
sino que afirm a que el hades sigue al tiempo con la m uerte (6, 8)17. Los dos
elementos, unidos estrechamente entre s, tienden a formar una unidad litera
ria compuesta: el hades se une con la muerte, y la muerte se une con el hades.
De ah una nueva interpretacin de los dos componentes: la muerte no es
slo la interrupcin de la vida, sino que conlleva la situacin de invisibilidad
propia del reino de los muertos. Por otra parte, el hades pierde toda referencia
espacial e indica una situacin. Podramos decir que la muerte unida al hades
es la sustraccin del hombre que muere de los hechos hum anos, de la escena de
la historia.
17
Se tendra en cambio una sucesin con la construccin de meta con el acusativo: cf. B auer-A landDanker, s.v.
*6 4
36S
368
Hay una referencia a la muerte suceda como suceda, incluso a la muerte por
causas naturales, cuando al cristiano se le dice por parte de Cristo, que habla en
primera persona: S fiel hasta la muerte y te dar la corona de la vida (2, 10).
Tambin hay una referencia a la muerte como tal, por tanto a la muerte
comn, cuando, a propsito de los cristianos empeados en el conflicto con el
sistema terrestre activado por el demonio se afirma que despreciaron su vida
hasta la m uerte (12, 11). En esta expresin hay claramente un eco de Jn 12, 25:
El que ama la vida la pierde, y el que odia la propia vida en este m undo la guar
dar para la vida eterna.
Una expresin que hemos examinado anteriormente y que se refiere a la
muerte como tal aclara ulteriormente lo que estamos viendo. Despus de haber
llamado la atencin sobre la perseverancia de los santos, que conservan los man
damientos de Dios y la fe de Jess (14, 12), el autor afirma: Y oy una voz del
cielo que deca: Dichosos los muertos que mueren en el Seor ya desde ahora.
S, dice el Espritu, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompa
an (14, 13).
M ueren en relacin con el Seor, con Cristo muerto y resucitado, todos los
cristianos que creen en El y que, como se dijo antes, conservan los m andamien
tos y la fe de Jess20. Esta actitud no supone inmediatamente el martirio, pero
tampoco lo excluye. Para el Apocalipsis todo cristiano es un m rtir potencial.
Tambin en esta m odalidad genrica la muerte no se detiene en el hecho
fsico que la determina, con la consiguiente desaparicin de la historia: siempre
hay, ms o menos explcitamente, un ms caracterstico, que tiende a superar
tanto el hecho fsico de la m uerte como tal, como la desaparicin de la escena
de la historia.
As, volviendo a los casos citados, a los hijos de Jezabel heridos de muerte se
dice que de algn modo su historia tendr una continuacin: habr tambin
para ellos una retribucin segn las obras realizadas (2, 23). La perseverancia
hasta la muerte tendr como consecuencia el don de la vida escatolgica por
parte de Cristo resucitado (2, 10).
Finalmente, todos los que mueren en el Seor tendrn despus de la muerte
un contacto determinante con su historia: Sus obras los acom paan (14, 13)Aqu no se insiste en la recompensa con base en las obras, que tambin es subra
20
Entendida ordinariam ente y explicada como fe en Jess, la pistis Iesu puede tener tambin un
aspecto subjetivo, tal vez bajo el influjo paulino.
yada en el Apocalipsis (cf., por ejemplo, 20, 12; 21, 12; etc.), sino en las obras
mismas, que en un cierto sentido tienen su perennidad y permanecen siempre
presentes. Precisamente con base en esta permanencia los que mueren en el Seor
son llamados solemnemente dichosos, y lo son inmediatamente.
Aqu se tiene el mismo contexto y el mismo mensaje que encontramos en 19, 8,
en donde se afirma que las obras de justicia de los santos constituyen el tejido de
fondo del vestido nupcial de la esposa, que ella se confecciona como novia, duran
te el desarrollo de la historia.
Por tanto, despus de la muerte fsica hay una supervivencia del cristiano en
el campo de la historia: supervivencia que, por una parte, queda borrada por la
m uerte segunda y, por otra, indica, precisamente en la situacin que se deter
mina despus de la muerte, una atencin en el desarrollo de la historia de la sal
vacin. Este es el caso de los que sufren la muerte infligida, no por un motivo
impreciso -com o los hombres que se atacan y se matan unos a otros (6, 4)-,
sino especficamente por motivos religiosos ligados directamente a Cristo. Ellos
son los mrtires.
Escojamos dos ejemplos significativos. Los mrtires son los protagonistas del
quinto sello (6, 9-11), y son inm ediatam ente indicados como tales. A la apertura
del sello, Juan ve debajo del altar las almas de los degollados a causa de la pala
bra de Dios y por el testimonio que haban dado (6, 9).
Los mrtires pasaron de la muerte violenta a una situacin de vida particu
larmente activa. Ubicados debajo del altar celestial, sobre el que sern colocadas
las oraciones de todos los santos (8, 3) -las que, subiendo a Dios, suscitarn
su intervencin-, tambin ellos dan, en clave de oracin dramtica, su impulso
al desarrollo de la historia de la salvacin: Se pusieron a gritar con fuerte voz:
Hasta cundo, t, el maestro, el santo, el veraz, vas a esperar a hacer justicia y
a vengar nuestra sangre de los habitantes de la tierra? (6, 10).
Esta oracin afligida supera radicalmente la ausencia de la historia determ i
nada por la muerte. Los mrtires se sienten all presentes y aparecen como dolo
ridos por el hecho de que su sangre -su vida- est todava en las manos de sus
asesinos y no haya determinado en lo concreto de la historia aquella superacin
del mal, del sistema terrestre, al que ellos aspiraban. Con su oracin ellos vuel
ven dramticam ente en la historia.
La respuesta de Dios a su grito es particularm ente significativa: A cada uno
de ellos se les da un vestido blanco (6, 11), que, indicando una participacin de
la vitalidad de Cristo resucitado, los lleva ante todo a una superacin plena de
371
372
a los hombres
de toda raza,
lengua,
pueblo
y nacin.
De ellos has hecho para nuestro Dios
un reino
y sacerdotes,
y reinan sobre la tierra (5, 9-10).
Una mirada de conjunto: de la muerte a la vida
27 Cf. W n n i, U. Dalla morte nemico alla morte guadagno: lo sviluppo della concezione della
m orte in Paolo. En: Studia Missionalia 31, Roma, 1982, pp. 37-60.
28 La perdicin constituye la ltim a fase del dinamismo de la carne, que aparece en el hombre
cuando l se cierra al Espritu y se asume a s mismo y su utilidad como un absoluto. Cf. Rm 9, 22; Fty
1,28; 3, 19; 2 7 2, 3; lTm G , 9.
La vida-resurreccin
La vida en el Apocalipsis: la terminologa29
386
387
(22, 16). Es una luminosidad que -exceptuada tal vez la referencia a Babilonia
de 18, 4 - orienta decididamente hacia la trascendencia.
Cul es la trascendencia propia de esta agua de vida que, partiendo de su
fuente -e l trono de Dios y del C ordero-, corre abundante y luminosa por toda la
nueva Jerusaln? Una indicacin resolutiva nos la da Jn 7, 37-39. En el da solem
ne de la conclusin de la fiesta de los Tabernculos, Jess declara: El que tenga
sed, venga a m, y beba el que cree en m. Como dice la Escritura, ros de agua
viva brotarn de su seno. Y esto lo dijo a propsito del Espritu40.
Este texto del cuarto Evangelio proyecta sobre nuestro versculo una luz inter
pretativa determinante. La trascendencia del ro luminoso de agua de vida es la
propia del Espritu. Procediendo del Padre y del Hijo como de un nico princi
pio -u n nico trono-, el Espritu lleva a toda Jerusaln la vida y la vitalidad pro
pias de la resurreccin de Cristo.
Esta es una caracterstica fundam ental con la que el Espritu apareca en el
episodio de los dos testigos, de los que ya hablamos. Recorriendo y haciendo pro
pia la cadena del evento pascual de Cristo, los dos testigos son muertos, y su
cuerpo se encuentra en la plaza de la gran ciudad... en donde tambin su Seor
fue crucificado (11, 8); pero, despus de tres das y medio, un soplo [Espritu]
de vida entr en ellos y se pusieron de pie (11, 11).
El Espritu de vida supone la resurreccin, que del conjunto -com o ya lo
observam os- es referida a una presencia activa y eficaz de dos testigos en el mbi
to de la historia. Es lo que sucede tambin en 20, 4-5:
Vi tambin unos tronos;
a los que se sentaron sobre ellos,
les dieron el poder de juzgar.
Vi a los que haban sido degollados
por dar testimonio de Jess
y por la palabra de Dios,
los que no haban adorado a la bestia ni su imagen
y no haban recibido la marca
40
C om o se sabe, en este pasaje hay una puntuacin diversa, que lleva a una lectura alternativa a la
indicada: El que tenga sed venga a m y beba. El que cree en m, ros de agua viva saldrn de su seno . Y
esto lo dijo respecto del Espritu (Jn 7, 37-39). En ambas lecturas es clara la identificacin del Espritu
con los ros de agua viva. En la lectura que hemos seguido preferida por la exgesis m oderna- Jess
mismo aparece como la fuente de la cual brota el Espritu.
3H8
La vida que el Espritu com unica a nivel escatolgco y que alcanza a ios
hombres, sus destinatarios, por medio de los rboles de la vida alimentados por
l es su misma vida. N o se tratar, entonces, solamente de la vida entendida en
sentido general, aunque positivo, sino que la vida que el Espritu tiende a par
ticipar es la vida en el sentido ms fuerte del trmino, la vida de la segunda
resurreccin, y alcanza el nivel trinitario. Com o verdadero Dios, el viviente
no poda donar ms.
La participacin pre-escatolgica al agua de la vida
El grupo que escucha tiene sed: son los deseos, las aspiraciones, los signos, los
ideales de justicia, el deseo de un amor cada vez ms grande hacia Cristo, Dios
y el Espritu, un anhelo irrefrenable de vida que el hombre del Apocalipsis con
una riqueza antropolgica nica lleva consigo. Este anhelo ser satisfecho. No
slo desaparecern todos los elementos antivida (cf. 21, 4), sino, positivamente,
todo el amplio conjunto de vitalidad que est presente en el Apocalipsis quedar
plenamente satisfecho.
Para hacerlo, Dios sacar de la fuente del agua de la vida, como don de su
bondad trascendente. Hemos visto el desarrollo que este don del agua de la vida
logra asumir.
En el dilogo litrgico conclusivo (21, 6-21) encontramos otra alusin al agua
de la vida, siempre dirigida a la asamblea que escucha, y particularmente intere
sante en lo que le concierne:
El Espritu y la novia dicen:
Ven!.
El que escucha, diga:
Ven!.
El que tenga sed, que venga;
y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida (22, 17).
El Espritu, anim ando la oracin de la asamblea litrgica, que se siente res
pecto de Cristo una novia que aspira a la plenitud de la nupcialidad, la impul
sa a invocar, junto con l, una presencia ulterior, ms plena e ntima, de Cristo,
que con su palabra, sus valores y su vida crece y se extiende en el mbito de la
historia, llenando sus vacos43.
En este punto el lector, dirigindose a la asamblea que escucha, invita a cada
uno a involucrarse en la invocacin de la venida de Cristo en su historia y, ade
ms, ofrece con sorpresa el agua de la vida, que est a disposicin de la asamblea
misma, tanto que quien quiera puede tomarla y hacerla suya inmediatamente.
Pero, nos preguntamos, en qu consiste esta agua de la vida de acceso inme
diato? Dos consideraciones dan una respuesta a esta pregunta, permitindonos
tambin comprender mejor el agua de la vida escatolgica.
43
En el Apocalipsis la venida de Cristo no es un descenso repentino de lo alto, sino un desarrollo
cada vez ms creciente, desde abajo, dirigido a llenar, en esta segunda fase de la Encarnacin, los vacos
de Cristo. Cf. el captulo 13 de este libro.
44
La Eucarista est presente claramente varias veces en el Apocalipsis bajo forma de alusiones
simblicas. Cf. Va n n i , U. LEucaristia nel giorno del Signore. En: T o r r e sin , A. (ed.). Il giorno di Dio
e degli uomini. Domenica ed Eucaristia. Miln, 2006, pp. 97-122.
En este punto dei iibro las primeras dos fases ya han sido recorridas con la
conversin, propia de la primera parte y la escucha del Espritu, realizada en la
segunda. Falta la celebracin eucarstica, que aqu, como en el cuarto Evangelio,
no ser descrita, pero a la que se le abrir la puerta.
La Eucarista, dada en don como agua de la vida (22, 17b), anim ar toda
la existencia del cristiano, extinguir su sed de bien y lo har vivir activamente
incluso sobre la muerte fsica -la primera m uerte- , en el mbito de la historia
de la salvacin que se desarrolla.
junto a Cristo, resucitado por medio del Espritu, participando de la
Eucarista -tam bin ella realizada por el Espritu-, el cristiano, protagonista de
la primera resurreccin y en preparacin para la segunda, podr compartir con
Cristo mismo el impulso de vida y de amor que le permite salvar al mundo.
Para el autor dei Apocalipsis la muerte, que en las diversas modalidades con
que se realiza concierne en continuidad a una parte de los hombres, es la trage
dia amarga del verde prometedor que se marchita.
El hombre, completamente sumergido en su historia, con sus proyectos y sus
sueos, desaparece de repente de la escena, para caer en la invisibilidad del abis
mo, en donde al mximo podr tener -pero el autor no insiste explcitamente
sobre este concepto (nosotros se lo podemos atribuir, puesto que era una idea
comn tanto para el ambiente judo como para el helenstico)- una existencia
menor, falsa, sin pretensin sobre los hechos de la historia. La muerte, entendida
en este sentido, causa miedo al autor del Apocalipsis, que siente en s mismo una
repugnancia invencible a m orir y un deseo angustioso de vida.
El entonces somete la muerte, tal como la constata, a una profunda reflexin.
La que Pablo llama perdicin l la denomina, tal vez haciendo suya una expre
sin que encontraremos ms tarde en la literatura rabnica, la muerte segunda.
sta conlleva una inercia sumamente cadavrica, la incapacidad de cualquier
impulso, la falta absoluta de cualquier actividad, de cualquier incidencia sobre la
historia, la total insignificancia.
La muerte primera, que el autor no nombre explcitamente en estos trminos,
pero que presupone en su razonamiento, es la que el hombre encuentra y conoce.
Pero el hombre que muere puede hacerlo -e n todas las modalidades como la
muerte sucede- en Cristo, en unin con Cristo, o incluso como expresin de la
fe en El. Entonces la m uerte cambia de signo y es superada en positivo: desapa
rece el vaco de incidencia en la historia. La historia personal -las obras realiza
d as- sigue al hombre que muere, an ms all del horizonte terreno.
Todos los cristianos del ms all -pero tambin podemos decir de ya rea
lizados-, y de manera particular los mrtires, aunque en la exultacin ultra
terrena de la participacin de la resurreccin de Cristo, simbolizada por las
vestiduras blancas, se ocupan con insistencia de lo que todava sucede en la tie
rra y, siendo tambin ellos sacerdotes de Dios y de Cristo (20, 6), llevan ade
lante, colaboran precisamente con Cristo, la instauracin del reino de Cristo
sobre la tierra.
Es tam bin lo que hacen los veinticuatro presbteros (4, 4). Se trata aqu
de figuras simblicas, tpicas del Apocalipsis, relacionadas con personajes
tomados del A ntiguo y del Nuevo testam ento -e n prctica, son nuestros san
tos-, los cuales, habiendo cum plido su peregrinacin terrena, participan ya
de algn m odo de la resurreccin de Cristo, vestidos como estn con vestidu
3QS
dinam iza todos sus aspectos, les com unica la prim era resurreccin con sus
implicaciones y los lleva a la plenitud de la vida escatolgica. La profundizacin de la tem tica antropolgica de la vida nos la ha hecho encontrar siem
pre ligada a la resurreccin, que se presenta como la expresin ms alta de la
misma.
El autor, que tiene tanta repugnancia por la muerte, es un enamorado de la
vida y sabe que la encontrar toda en la maravilla de la nueva Jerusaln. Leyendo
su libro, se tiene la clara sensacin de que su emotividad al respecto ponga en
movimiento su capacidad creativa y su reflexin.
Cooperando con la victoria de Cristo en el camino hacia la nueva Jerusaln,
el cristiano lograr un da alcanzarla tambin l. El primer efecto ser la supera
cin del umbral de la nupcialidad respecto de Cristo-Cordero.
M ientras durante el desarrollo de la historia de la salvacin l era, respec
to de Cristo, como una novia que aspiraba a la nupcialidad y se preparaba a
ella, ahora, como parte de la Jerusaln escatolgica, l es la novia, la esposa
del Cordero (21, 9). Com o tal, puede am ar a Cristo-Cordero como CristoCordero lo ama a l, en el mismo nivel. Y Cristo com unica a la novia lo mejor
que tiene: la gloria de Dios, la resurreccin de m anera plena, su estabilidad,
su amor, su homogeneidad con Dios, simbolizada por las piedras preciosas y
por el oro.
En este punto se tiene, respecto de Dios, de Cristo-Cordero y del Espritu
por una parte, y del cristiano por la otra, una comunicacin superlativa de vida.
Volviendo a la concepcin base, podemos decir que hay un impulso vital impre
sionante, que parte del trono de Dios y del Cordero, situados en el centro de la
plaza y est dirigido a los cristianos.
El ro impetuoso del agua de la vida brota del trono. Dios y Cristo quie
ren com unicar su vida, y lo hacen por medio del Espritu, simbolizado por el
ro luminoso como cristal. En este em anar del ro del nico trono de Dios y de
Cristo est sombreada la vida trinitaria.
Pero sta no se ve en s misma: es comunicada a los hombres. El ro alimenta
los rboles de la vida que estn en sus orillas, y de estos rboles -com iendo sus
frutos y las hojas- todos alcanzan la vida del Padre, que pasa en Cristo-Cordero,
muerto y resucitado y es comunicada por el Espritu. La cumbre de la resurrec
cin y de la vida no poda ser ms alta.
C a p t u l o
15
CONCLUSIN GENERAL
Si damos una mirada a todo el camino, relativo al hombre del Apocalipsis, que
hemos recorrido, quedamos asombrados.
En un marco antropolgico-teolgico, original y sugestivo, y que no encuen
tra paralelo en el Nuevo Testamento, el Apocalipsis manifiesta una atencin y
una pasin muy particular por el hombre. Este marco ha sido desarrollado en
este libro en tres fases sucesivas.
En la primera fase vimos cmo el hombre es observado de cerca por el autor
del Apocalipsis, escudriado en sus caractersticas personales, seguido en el tra
yecto complejo que lo lleva del impacto actual en la historia a la meta escatolgica. No se le ahorran correcciones, pero predomina, en su totalidad, una fuerza
dinmica. Se trata de un dinamismo en sentido vertical, activado por el Espritu,
hacia Cristo y hacia Dios.
En la segunda fase qued presentado el hombre que, arrebatado por el
Espritu, es capaz, respecto de Cristo y de Dios, de un nuevo conocimiento y
de una reciprocidad creciente, que logra alcanzar incluso el nivel de la experien
cia mstica.
En el Apocalipsis existe tambin un dinam ism o a nivel horizontal. El hombre
del Apocalipsis est entre el cielo y la tierra, pero, en la tercera fase, se ve en con
tacto directo con la historia. Involucrado en un empeo moral articulado, l ten
dr que leer cuidadosamente los signos de su tiempo, para sacar de all aquellas
consecuencias operativas que luego modelarn su mediacin sacerdotal, expre
B a n d e ra , A. El m ile n io . E n: Angelicum 77 , 2 0 0 0 .
B a n d s tr a , A. J. A Kingship and Priests. Inaugurated Eschatology in the Apocalypse.
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/ in s
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L a P o t t e r i e , I. d e Lapassionedi Ges secondil Vangelo di Giovanni. Cinisello Balsamo,
1988.
A(\l
409
NDICE
de la m a d re d i G e s n e lla c o m u n it g io va n n e a . E n : B a r b i e r i , R . ; C a l a b u i g , I . M . y D i
INTRODUCCIN
5
Primera Parte
LA ANTROPOLOGA DEL APOCALIPSIS
C a p it u l o I
13
13
15
26
27
28
34
35
38
40
44
C a p t u l o II
47
47
47
%
66
67
67
68
69
73
83
85
89
133
143
149
152
154
157
157
159
163
166
168
173
C a p t u l o VII
C a p t u l o IV
93
93
94
102
126
Segunda Parte
EL HOMBRE DEL APOCALIPSIS EN CONTACTO CON DIOS,
CON CRISTO Y CON EL ESPRITU
C a p t u l o V
131
131
175
175
176
184
202
207
207
208
215
221
Kl l i o m l t i v d e l \ | ) o r a li| > s is
( go Vanni
<. l i a i i i a i i i s i n i i
li. Libanio
I .a n i i s i o n c n c u e s ! i o n
Amerini!ia
\ i s i o n c r i s l i a n a tic la l i i s l o r i a
T A L L E R SA N PABLO
BOGOTA
IM PRESO EN C O LO M B IA -
PRIN T ED IN CO LO M B IA
\doljo Calcano
CAPITULO 1A
223
223
224
234
240
249
252
Tercera Parte
EL HOMBRE DEL APOCALIPSIS Y SU CAMINO EN LA HISTORIA
C a p t u l o X
257
257
258
259
262
271
280
286
289
290
292
293
C a p t u l o XI
297
297
300
307
309
311
315
C a p t u l o XII
317
317
318
320
323
325
331
338
342
343
347
347
348
353
355
357
357
358
li
395
CONCLUSIN GENERAL
399
401