Articulo Dniece 15 de Sept
Articulo Dniece 15 de Sept
Articulo Dniece 15 de Sept
Greco, M
Krichesky, M (coord.)
Saguier, V
Bs As 16-09-2014
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DNIECE. MINISTERIO NACIONAL DE EDUCACION. (2014) Concurso de Artículos Científicos Plan Nacional de
Educación Obligatoria y Formación Docente 2012 - 2016
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Resumen
Palabras clave
Inclusión – Formatos – Régimen académico – Jóvenes – Vulnerabilidad
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Índice
Presentación.
1. Las escuelas medias de reingreso en la Ciudad de Buenos Aires. Juego de
experiencias y normativas en diferentes tiempos.
1.1. Los antecedentes en política pública a nivel nacional, en la Ciudad de
Buenos Aires y en otras jurisdicciones.
1.2. Acerca del alcance de las escuelas de reingreso en el contexto de exclusión
y abandono escolar en la Ciudad de Buenos Aires.
2. Régimen académico alternativo. Perspectivas de directivos y docentes.
3. Los jóvenes y su experiencia educativa.
3.1. La contención socio-afectiva y su incidencia en la inclusión: hacia
procesos de reconocimiento y re-filiación.
3.2. La valoración de la propuesta educativa en tensión con la calidad
“imaginada”.
4. A modo de síntesis final.
5. Bibliografía.
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Presentación
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1. Las escuelas medias de reingreso en la Ciudad de Buenos Aires. Juego de
experiencias y normativas en diferentes tiempos.
Mapa 1: Distribución de las Escuelas de Reingreso. Año 2014. Ciudad de Buenos Aires.
Fuente: Mapa Escolar, sobre la base de datos del Censo Nacional de Población, Hogares y Vivienda 2010,
Padrón de Establecimientos Educativos a julio de 2014, y datos provistos por la Unidad de Sistemas de
Información Geográfica del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Gerencia Operativa de Investigación y
Estadística, Dirección General de Evaluación de la Calidad Educativa, ME-CGBA.
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Si analizamos la evolución de la matricula en las ER tomando el período 2004- 2013,
podemos observar un incremento cercano al 300% (Cuadro 1). Si bien se trata de una oferta
que capta progresivamente un volumen mayor de alumnos, en proporción a la oferta
masificada del nivel medio común, el universo de las ER equivale al año 2013 al 2,2% de la
matrícula total del primero. Asimismo, de los 8950 jóvenes que al año 2010 se encontraban
por fuera de la escuela con secundaria incompleta, la matrícula de la ER implicaría una
proporción estimada de un 22% de ese grupo.
Cuadro 1: Nivel Medio Común y ER. Evolución de matrícula. Años 2004 al 2013. Ciudad de
Buenos Aires.
Al considerar la cuestión del abandono escolar y lo que sucede en las ER, resulta
oportuno subrayar el carácter de la convocatoria que en sus orígenes articuló con los CGP de
la Ciudad: una convocatoria destinada a jóvenes (partícipes del nucleo duro de la exclusión y
la vulnerabilidad social) con historias de deserción reiterada e interrupciones crónicas en el
ciclo lectivo. De hecho al año 2007, en un análisis sobre las trayectorias de los jóvenes que
ingresaban a estas escuelas, se observaba una importante proporción de alumnos con una
historia de deserción de 2 años (41%), que junto a los ingresantes con más de dos años fuera
del sistema alcanzaba el 62% de la matrícula total. A su vez, el 37% proviene de una situación
de deserción de menor duración (Krichesky y otros, 2007). Es en este contexto que se podría
explicar que en la primera etapa de la experiencia se presentara un porcentaje de abandono
promedio del 20% (duplicando casi el promedio del nivel medio de la Ciudad para dicha
fecha, cercano al 11.9%), para luego descender considerablemente en el 2012 al 11,2%
(Gráfico 1). Si bien para este último año persiste una diferencia en el porcentaje de abandono
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entre ambas ofertas, con un 11,2% en las ER y un 7,7% en el nivel medio común, se achica
considerablemente la brecha.
Gráfico 1: Porcentaje de alumnos salidos sin pase en Nivel Medio Común y ER. Años 2005 y
2012. Ciudad de Buenos Aires.
Fuente: Elaboración propia en base a Matrícula Inicial y Final 2004, RA 2005, 2012 y 2013.
A modo de síntesis y analizando los flujos de matrícula entre los años 2004 y 2013, se
observa que al tiempo que disminuye levemente el volumen de jóvenes que asisten a la oferta
tradicional de nivel medio común, aumenta exponencialmente la población que participa de
las ER, lo que daría cuenta de una respuesta altamente positiva a una demanda concreta de
escolaridad alternativa. Al mismo tiempo ambas ofertas parecen estar mejorando
progresivamente su capacidad de retención de sus ingresantes. Por una parte, cabe considerar
hasta qué punto actualmente las ER captan los núcleos duros de la población con mayores
niveles de exclusión, como lo fue en sus inicios durante los años 2004 y 2005. Como
sucedería en otros formatos alternativos existentes para la escuela media como es el caso de
los CESAJ en la Provincia de Buenos Aires (Krichesky, 2014), en la matriculación se
presentaría un alumnado de sectores que tuvieron trayectorias de fracaso pero que no
pertenecerían a los sectores con mayor exclusión y vulnerabilidad social de la población.
Por otra parte, resulta necesario considerar el valor relativo del indicador “salidos sin
pase”, que se releva en los relevamientos anuales de las Direcciones y/o áreas de estadística
de varias jurisdicciones, diseñado para ciclos lectivos anualizados propios del formato
tradicional. Dicho indicador se presenta limitado para dar cuenta del problema del abandono
escolar en el nivel medio, ante la irrupción de trayectorias discontinuas con ausencias
reiteradas y reingresos fluctuantes.
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2. Régimen académico alternativo. Perspectivas de directivos y docentes
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Las asignaturas anuales son: Matemática (cuatro niveles), Lengua y Literatura (cuatro niveles), Historia (tres
niveles), Geografía (tres niveles), Biología (dos niveles), Desarrollo y Salud, Química, Economía, Formación
Ética y Ciudadana, Ciencias de la Vida y de la Tierra, Física y Proyecto. Bajo la forma de cursada cuatrimestral
se ofrecen cuatro niveles de lengua extranjera (equivalentes a los Niveles I y II de comprensión de Lengua
Extranjera de los estándares de la Ciudad de Buenos Aires) y otras asignaturas –Artes, Actividad Física y Taller
Práctico- de cursada opcional.
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Los trayectos pedagógicos que se organizan en las ER están destinados a reconocer las
materias aprobadas con anterioridad, y solo cursar aquellas que le han quedado pendientes
“permitiendo que los alumnos avancen de acuerdo con sus posibilidades, aun cuando no
estén en condiciones de cursar en forma simultánea la totalidad de las asignaturas que
tradicionalmente corresponden a un año escolar” (Resolución Nº 814/SED/04). Para lograr
la construcción de trayectos formativos diversos, este plan dispone de “un sistema de cursado
y promoción por asignaturas y un sistema de ingreso que reconoce los logros anteriores, de
tal modo que durante el mismo año lectivo un/a alumno/a puede cursar y aprobar
asignaturas de distintos cursos o niveles del plan de estudios, quedando sin efecto la
promoción por año de cursado y por lo tanto la situación de repitencia o recursado del año
completo para aquellos/as que no aprobaran más de dos asignaturas de un curso”
(Tiramonti –coord.-, 2007:60).
En los estudios realizados en el 2007 y en el 2011 por la actual Gerencia Operativa de
Investigación y Estadística, se observa que las ER se volvieron más permeables a la realidad
de los chicos, y se obstinan -a través de los múltiples dispositivos en juego, de la flexibilidad
del régimen académico, del trabajo tutorial, y del vínculo docente – alumno- en no naturalizar
el fracaso. Frente a la multiplicidad de trayectorias, caracterizadas por repitencia, sobreedad y
prolongadas inasistencias (o presentismo intermitente), estas escuelas buscan disputar el
problema de la determinación social que presentarían las denominadas condiciones sociales
de aprendizaje o de educabilidad (Tedesco y López, 2002). Concepto controversial (Baquero,
2006; Baquero, Terigi, Toscano, Sburlatti y Briscioli, 2009)3 por el papel ciertamente
determinado de las condiciones sociales de los estudiantes y la posibilidad pedagógica que le
cabe a las escuelas en contextos de alta vulnerabildad. Otro elemento que resulta significativo
-a recuperar en las conclusiones de este artículo- es la incidencia que tendría este formato en
los procesos de re-filiación social.
Desde la perspectiva de los directivos (Krichesky y otros, 2007), el armado de estos
“recorridos” o trayectos representa una buena estrategia para inducir a estudiar a aquellos
adolescentes que, por distintas razones, necesitan otros tiempos para acomodarse a la
“disciplina” que requieren los estudios secundarios. Estos trayectos se desarrollan, a partir de
la organización de cursos con una distribución horaria llamada comúnmente “en espejo”, a
3
Los trabajos de Baquero (2006) y Baquero, Terigi, Toscano, Sburlatti y Briscioli (2009) apuntan al papel de la
escuela y a las posibilidades de aprendizaje de los sujetos, ubicando la mirada en la situación pedagógica y no
solo en los individuos -en términos de déficits o condiciones sociales de los mismos-.
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partir de la apertura de cursos de niveles consecutivos (1º y 2º nivel, por ejemplo) con un
horario idéntico, de modo de que aquel alumno que se integra en un nivel con algunas
materias aprobadas pueda, en los “horarios huecos”, abocarse al estudio de las asignaturas del
nivel inmediato superior que el régimen de correlatividades le permite cursar. El abordaje de
esta estrategia curricular que plantea el diseño de trayectos, entraría en tensión con la
necesidad de garantizar la finalización del nivel en un período de cuatro años.
El esquema de cursada por trayectos innova en la escuela secundaria y materializa en
su propuesta pedagógica lo que Perrenoud (1998) nos dice respecto al sentido de la
individualización de la enseñanza, lo cual propone “concebir y controlar progresiones en los
aprendizajes a lo largo de varios años, lo que supone trabajar en equipos pedagógicos
coherentes, como mínimo a nivel de un ciclo de enseñanza de dos o tres años” (pág. 27).
Otro estudio realizado sobre las ER (Nobile, 2012) señala que dichos trayectos tienden
a “privilegiar las relaciones de uno-a uno, dificultando en algunos casos el establecimiento
de grupos estables que permitan la emergencia de culturas contraescolares (Willis, 1988)
que, entre otras cosas, desafíen la autoridad docente” (Pág. 89).
En algunas instituciones se han mencionado dificultades vinculadas al tipo de
designación de la planta docente, que han impedido que este tipo de organización horaria se
hiciera extensivo a todos los casos en que era necesario. Por otra parte, el cursado a través de
un trayecto personalizado suele presentarse como un obstáculo para que los alumnos
construyan un sentido de pertenencia a la institución a partir de su integración en un grupo de
pares estable. De acuerdo con lo que señalan los directores, en la mayoría de los casos, estos
alumnos se encuentran en una situación de permanente rotación por los distintos cursos.
Otros componentes del régimen académico de las ER, como los espacios optativos, el
apoyo escolar y tutoría, las estrategias de promoción y evaluación flexible, son opciones que
los directivos y docentes evalúan con diferentes niveles de consenso en cuanto a su incidencia
en las trayectorias de los alumnos y su participación efectiva en estas propuestas. La
normativa señala que las actividades opcionales apuntan a “completar la oferta educativa”. Es
decir que la escuela debe habilitar el cursado de estos espacios, sin que esto constituya un
requisito para la acreditación del plan. Tal como expresan directivos entrevistados, el criterio
que prima en la organización de estas actividades –que adoptan la modalidad de taller– es el
de estimular que los alumnos participen de alguna tarea formativa que les resulte atractiva,
que contemple sus intereses. Se trata de proyectos que ponen en juego la consecución de
“objetivos por etapa” y que requieren de un verdadero esfuerzo de coordinación grupal.
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En la mayoría de las escuelas se han identificado dificultades para regularizar la
asistencia los días viernes, que, de acuerdo con la normativa, están destinados al desarrollo de
las actividades opcionales y al dictado cuatrimestral de Inglés e Informática. Los entrevistados
encuentran distintos motivos que permitirían explicar este fenómeno de ausentismo: el trabajo
de los jóvenes fuera del horario escolar; y el criterio de cuatrimestralización de Inglés e
Informática genera que algunos alumnos –aquellos que ya tienen aprobados estos niveles, por
ejemplo– se encuentren en situación de no estar obligados a concurrir a la escuela ese día de
la semana.
Los relatos dan cuenta de que, en algunas situaciones, la asistencia de los días viernes
resultó más dificultosa de instalar que en otras. Algunos entrevistados comentan que desde el
inicio de la experiencia tomaron la decisión de plantear el viernes como un día de trabajo
“normal”. Con el sentido de reafirmar esta pauta, se organizaron talleres que ofrecieron
actividades que se encuadraban dentro del dictado de alguna materia troncal.
El apoyo escolar4 consiste en el desarrollo de espacios destinados a la orientación de
los alumnos que requieren un trabajo de enseñanza más individualizado, mediante la
participación en grupos pequeños, abordando específicamente los contenidos de las
asignaturas que generan mayores dificultades. En estrecha relación con la necesidad de
consolidar el proceso de escolarización, en algunas escuelas de reingreso se relevó dos
modalidades de apoyo. Una, centrada fundamentalmente en el abordaje de las disciplinas y,
otra, planteada como una instancia de trabajo “metodológico” orientado a afianzar el proceso
de socialización de los alumnos en la dinámica específica de la tarea escolar. Asimismo, en
algunos casos se han elaborado materiales de trabajo para grupos diferenciados entre aquellos
que manifestaban dificultades de comprensión de la disciplina y aquellos otros que habían
presentado reiteradas inasistencias a las clases ordinarias.
En relación con las tutorías, los estudiantes cuentan con el acompañamiento de un
Profesor-tutor que los orienta y acompaña en su vida escolar e interviene en aspectos propios
de su contención en la escuela contemplando las diferentes problemáticas vinculadas a sus
condiciones de vida y desempeño académico. En general, para su asignación, los directores
priorizan el “buen vínculo” o el conocimiento que los docentes tengan de los estudiantes, o
bien, la afinidad de los alumnos con la asignatura que dicte un determinado profesor. Desde la
4
La estructuración de las clases de apoyo escolar se orientan bajo una serie de principios como ser: disponer que
las clases sean coordinadas por un grupo de profesores de distintas asignaturas y subdividir el aula, de modo de
facilitar la permanencia de los alumnos durante toda la clase; habilitar la posibilidad de que este tipo de clases se
desarrollen en distintos espacios.
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perspectiva de los directores, la tarea del tutor es compleja, requiere un proceso de
“acomodamiento” a la especificidad de estas escuelas, ya que consiste en llevar a cabo un
seguimiento minucioso de la historia de jóvenes que suelen transitar situaciones de vida muy
problemáticas y, a veces, no es sencillo encarar el trabajo de orientación. Por lo general, los
entrevistados admiten la necesidad de experimentar un período de prueba para verificar si el
docente logra desempeñar satisfactoriamente el rol. Otro aspecto que se ha planteado como
problemático es el de la disponibilidad de horas cátedras para la designación de tutores en las
situaciones en que los cursos superan la cantidad de 20 alumnos. En estos casos, parecería que
el criterio de “un tutor por curso” –estipulado ya desde la gestión-, resulta insuficiente para
que el dispositivo se ajuste al encuadre pedagógico con el cual fue diseñado. En la mayoría de
los relatos se puede ver que el principal vector de la tarea del tutor se relaciona con el
seguimiento de la problemática social y familiar del alumno. Parecería que esta tarea se
plantea como un imperativo para facilitar su inclusión. Sin embargo, llama la atención que en
las entrevistas haya escasas referencias a los aspectos didácticos metodológicos que
hipotéticamente deberían intervenir en la configuración del rol.
En una encuesta realizada al conjunto de los docentes de las ER (Krichesky y otros,
2007), alrededor del 80% de los profesores consultados califican como “bueno” tanto el
régimen de aprobación por asignatura como al apoyo escolar y las tutorías: el 52% subraya las
posibilidades de adecuación a las características de los alumnos de este dispositivo, y el 29%
su capacidad para contribuir en la disminución de la sensación de fracaso que suelen arrastrar
los alumnos de las ER de sus experiencias educativas anteriores. Desde una perspectiva más
crítica, algunos profesores destacan la dificultad de su implementación (12%), así como la
idea de que el desarrollo de trayectos personalizados no es pertinente o bien sólo lo sería en
casos muy específicos (11%). Por último, un 5% de los docentes plantea la necesidad de
revisar las correlatividades, los contenidos, o bien el modo en que se implementan.
Por otra parte, tanto el apoyo escolar como las tutorías son percibidos ampliamente
como positivos y de alta necesidad para garantizar trayectorias exitosas de estos jóvenes en la
escuela: el 72% de los profesores expresa que el dispositivo de apoyo escolar refuerza
contenidos y orienta, respetando la diversidad, pues permite atender los diferentes ritmos de
aprendizaje fomentando la nivelación de los conocimientos de los alumnos. En este sentido, el
apoyo escolar es visto como un espacio que respalda a los alumnos ante los fracasos e
inconvenientes, garantizando la continuidad. El 9% de los docentes manifiesta problemas de
superposición con otras clases, enfatizando ideas tales como la necesidad de mejorar la
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organización de este espacio, así como del aumento de docentes disponibles para esta
actividad. A su vez, un 11% remarca la necesidad de destinarle más tiempo semanal a su
desarrollo. Por último, un 5% de los docentes plantea que el apoyo escolar debería ser
obligatorio.
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algunos aspectos abordados en la instancia grupal previa, relativos a la experiencia y biografía
escolar de los jóvenes.
Uno de los aspectos más destacados en cada una de las investigaciones aquí
recuperadas remite al carácter “afectivo” de la inclusión, en la medida que las ER son
percibidas como escuelas que contienen y los reconocen como jóvenes en tanto sujetos de
derecho. Tal como lo señala Mariana Nobile (2011), dentro de las ER los jóvenes no son
culpabilizados ni por el lugar social en el que se encuentran ni por sus trayectorias escolares
discontinuas. En lugar de cargar con el peso y la responsabilidad que muchos docentes y
directivos de la escuela media tradicional le atribuyen a los jóvenes de hoy (apáticos,
irresponsables y hasta peligrosos), los estudiantes de la escuela de reingreso son idealizados
(por el esfuerzo personal que hacen en su reinserción educativa) o hasta incluso victimizados.
El pensar a los jóvenes como sujetos de derecho tiene estrecha relación con no percibir sus
antecedentes de fracaso escolar como responsabilidad propia, sino como consecuencia de un
sistema social injusto. Sistema social que por lo tanto está en deuda con estos jóvenes,
haciendo que los adultos de referencia en las ER sientan la responsabilidad de reparar las
oportunidades y condiciones que le fueron negadas a estos jóvenes (Nobile, 2011). Asumir
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esta perspectiva implica entonces romper con los prejuicios estigmatizadores, habilitando la
construcción de vínculos interpersonales de confianza y empatía.
Otro elemento para destacar resulta la perspectiva sobre el futuro. En la última
investigación aquí citada (2011), el 50% de los estudiantes encuestados de la ER planteó tener
perspectivas de continuar con estudios superiores, mientras que paralelamente el 70%
confiaba en que con el título de secundario completo podría encontrar o bien mejorar su
situación de trabajo. De acuerdo a las premisas de Jean Guichard (1995) es posible establecer
una clara relación entre la experiencia escolar, la percepción que los sujetos tienen de sí
mismos y que construye identidad, y la perspectiva (e intención) de proyectar un proyecto
vital a futuro. Es decir, que los jóvenes generan un determinado tipo de representación de
futuro (donde está presente o ausente la construcción de un proyecto vital), según como han
vivido la experiencia escolar en cuanto a lo que saben, lo que aprenden y perciben que pueden
hacer. Es por eso que el fracaso o éxito escolar incide en la imagen que construyen los
jóvenes sobre sí mismos (empoderada o devaluada), así como en el valor que le otorgan al
aprendizaje escolar y a la educación en general. Es por eso que, frente a la experiencia de
fracaso escolar previo, la “nueva oportunidad” que brinda la ER permite a los estudiantes
reconstruir una imagen positiva de sí mismos y su porvenir.
Tal como se planteó en la primera investigación (Krichesky y otros, 2007), “para
muchos de los jóvenes entrevistados, el encuentro con la propuesta de las ER ha dado lugar a
la conexión con un proyecto personal propio (…) La presencia de expectativas vinculadas a
trayectos profesionales más identificados con “las típicas aspiraciones de los sectores
medios”, quizá pueda representar un indicador de los efectos positivos que en estos jóvenes
ha generado la propuesta de inclusión que les brindó la escuela”(pág. 68).
Propuesta de inclusión que se enfrenta no solo a los fantasmas del “yo no puedo”
producidos por los antecedentes de fracaso escolar (propio, y en muchos casos también
presente en las historias de vida de sus padres o adultos de referencia), sino también con
complejas condiciones de vida que en muchos casos explica la temprana inserción en el
mercado de trabajo.
La confianza que los estudiantes manifiestan respecto a las herramientas que le brinda
la escuela para afrontar con éxito la inserción en estudios superiores así como en el mercado
laboral, no estaría determinada por la formación estrictamente académica, sino en cambio por
la adquisición de valores y pautas de comportamientos para una mejor socialización. Para los
estudiantes, la escuela les enseña a hacerse personas responsables, y la madurez es
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consecuencia de la paulatina apropiación del “oficio ser de alumno” que se consolida a través
de su tránsito por la escuela. De este modo, ponderan especialmente el aspecto social de la
formación que reciben, cuyo valor está dado por el alcance global y “para toda la vida”,
trascendiendo la formación específica de las distintas asignaturas. La siguiente frase ilustra
esta percepción:
Sí, más que nada para tomar actitudes que uno no toma hasta que empieza a tener
responsabilidades, te prepara tanto como para seguir estudiando, como para trabajar, que
son dos responsabilidades, en sí es para tomar una responsabilidad.
El apego y vínculo de pertenencia resulta clave, tanto desde la perspectiva docente
como de los alumnos, como precondición necesaria para lograr la terminalidad educativa.
Este apego no solo responde a la relación que supieron tejer con sus pares y/o con el cuerpo
docente: también se explica -y funda- en la aceptación sin miramientos que sintieron en su
ingreso a la institución. “En esta escuela me dieron lugar” ilustra la valoración y
agradecimiento de muchos estudiantes por sentirse incluidos frente al sentimiento de rechazo
y expulsión que vivieron en otras instituciones educativas. Agradecimiento que es
principalmente transferido y corporeizado en la figura del director, percibido no solo como
facilitador estratégico de la presencia y permanencia de los estudiantes en la escuela, sino
también como actor central a la hora de afianzar un encuadre de conducta en el que “no todo
vale”. Encuadre que es demandado por los propios estudiantes en la medida que remite al
clima de respeto y seriedad en que quieren transitar su experiencia escolar.
Junto con el debate académico actual sobre el tema del formato escolar (Baquero,
Diker y Frigerio 2007; Terigi, 2008; entre otros) las prescripciones que establece la LEN
(2006) y las acuerdos del CFE (2010) orientadas a promover la ampliación de la educación
secundaria obligatoria, nos plantean un punto de inflexión sobre la relevancia de esta temática
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en el escenario educativo. Por otra parte, se implementan en varias jurisdicciones del país
diferentes propuestas (en el campo gubernamental, y público no estatal como el caso de los
Bachilleratos Populares), que flexibilizan el formato de la escuela media tradicional, en pos de
lograr la reinserción y permanencia en el sistema de aquellos jóvenes que no lograron
completar el nivel secundario. En la Ciudad de Buenos Aires, el formato de las ER (2004) con
su particular régimen académico, rompe con la lógica tradicional de la escuela secundaria
común, a través del diseño de trayectos formativos y una propuesta de tutorías, apoyo escolar
y talleres optativos.
Si se analiza la cantidad de establecimientos (8) y su matrícula, resulta inevitable la
consideración acerca del bajo alcance (o baja escala) de la propuesta, en un contexto (de la
Ciudad de Buenos Aires) en el que sin embargo prima la problemática del abandono y la
necesidad de efectivizar políticas de reinserción escolar. Si bien se trata de una oferta que
captó progresivamente un volumen mayor de alumnos, la matrícula total de las ER equivale al
año 2013 apenas al 2,2% de la matrícula total del nivel medio común. Asimismo, de los 8.950
jóvenes con secundario incompleto (Censo 2010) que se encuentran por fuera de la escuela
(concentrados en las comunas 1, 4, 7 y 8), la matrícula de las ER al año 2013 alcanzaría una
proporción estimada de un 22% de este universo.
Cabe señalar que este formato -con su peculiar régimen académico-, considerando las
trayectorias previas (de uno o dos años fuera del sistema) y las condiciones de vida de la
población que asiste a estas instituciones, estaría garantizando índices de retención
significativos a la luz del abandono existente en el nivel medio en la Ciudad. Ciertamente, en
los primeros años de gestión de estas escuelas (2004- 2005) el promedio de abandono era del
20%, y casi duplicaba el promedio del nivel medio común, que para dicha fecha era del
11.9%. No obstante, al 2012 el índice de abandono en las ER desciende considerablemente, a
un 11,2%, mientras que la escuela media común registra un índice del 7.7%, acortándose
entonces de manera significativa la brecha entre ambos tipos de establecimientos.
Como resultado de investigaciones previas (2007 y 2011), se observa de las entrevistas
a directivos y docentes, un significativo consenso en torno al régimen académico y su
incidencia en las trayectorias escolares. En estas instituciones, casi todos los directivos ubican
su lente en la potencia que tiene la escuela en su acto pedagógico y en la necesidad de revisar
los tradicionales formatos graduados de la escuela media, que desconocen la heterogeneidad
de las poblaciones y la singularidad de los sujetos. Como señalan Giovine y Martignoni
(2011), se despliegan en las escuelas un conjunto de estrategias políticas e institucionales que
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-haciendo uso en muchos casos de la negociación- promueven la inclusión y la retención
escolar, acercándolas de este modo al cumplimiento de un mandato tradicionalmente asociado
a la escuela primaria. Por otra parte, se modificarían ciertas imágenes hegemónicas del sujeto
adolescente “transgresor” y/o “problemático”.
De acuerdo a los resultados de la encuesta realizada en las ocho ER (Krichesky y
otros, 2007), alrededor del 80% de los profesores consultados califican como “bueno o muy
bueno” tanto el régimen de aprobación por asignatura como al apoyo escolar y las tutorías. No
obstante no todo es color de rosas. Desde una perspectiva más crítica, algunos profesores
destacan la dificultad de su implementación (12%), así como la idea de que el desarrollo de
trayectos personalizados no es pertinente o bien sólo lo sería en casos muy específicos (11%).
Por último, un 5% de los docentes plantea la necesidad de revisar las correlatividades, los
contenidos, o bien el modo en que se implementan. Asimismo, en la mayoría de las ER se han
identificado dificultades para regularizar la asistencia los días viernes, destinados al desarrollo
de las actividades opcionales y al dictado cuatrimestral de Inglés e Informática.
En relación a la vinculación entre régimen académico y experiencia escolar, y
considerando otras investigaciones realizadas (Tiramonti –dir.-, 2011), resaltamos no solo los
efectos en la configuración del oficio de alumno, sino también el desarrollo de ciertos
fenómenos de filiación social y de vínculos atravesados por una política de reconocimiento y
cuidado (Fraser y Honnet, 2006; Gagliano, 2007). La aproximación a la experiencia educativa
de estos jóvenes permite ver que el tránsito por las ER resulta una posibilidad para afianzar
vínculos, lazos, relaciones, con la vida social y comunitaria y proyectar, asimismo, su
inserción laboral futura y/o ingreso a estudios superiores. La contención afectiva y la
confianza que los jóvenes sienten en el marco de estas escuelas, resulta decisiva para que
puedan reconstruir una imagen positiva de sí mismos y así proyectar un proyecto vital. De
este modo, nos encontramos con jóvenes de sectores vulnerables que aspiran a, una vez
concluida la secundaria, acceder al nivel superior universitario o bien desarrollar un proyecto
profesional ligado al aprendizaje de algún oficio. Sin embargo, no podemos dejar de señalar
que en la experiencia escolar de estos jóvenes de las ER, junto al empoderamiento personal
convive cierta problematización respecto de los procesos de formación y exigencias previstas
(Krichesky y otros, 2011). Se presenta así una tensión –aún no resuelta- entre la flexibilidad
del formato (que consideran condición necesaria para culminar con éxito el nivel) y la calidad
educativa -persistente en el imaginario de la meritocracia escolar- que estaría presente en las
escuelas tradicionales.
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Vale como consideración final de este artículo retomar la pregunta acerca de si toda
diferenciación debe ser considerada productora de fragmentación, en enclaves de alta
segregación social y educativa y por tanto de desigualdad, en contraposición al resto de las
ofertas del sistema (Terigi, 2008). Lejos de abrir un debate entre opciones dicotómicas
(marcadas por experiencias diferenciadas del sistema y/o sistemas unificados), resultaría
necesario en el contexto actual fortalecer estas propuestas de política pública de reingreso, y
aprender de sus logros para replicar algunos de ellos (especialmente del régimen por
trayectos) en la escuela media común. Los programas socio educativos, los módulos del
Programa de Fortalecimiento Institucional y/o los planes de mejora, pueden ser estrategias
que incidan en cambios graduales en los formatos y su flexibilización, aunque depende en
gran parte de los equipos directivos (Krichesky y otros, 2010) que las escuelas efectivicen su
desarrollo como estrategia institucional y no se cristalice en propuestas periféricas al formato
escolar.
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5. Bibliografía
27
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