El Ascenso Del Radicalismo
El Ascenso Del Radicalismo
El Ascenso Del Radicalismo
David Rock
29 DE JULIO DE 2004 - 22:57 - DOCUMENTOS
Resumen del Libro “El Radicalismo Argentino” de David Rock
La unión cívica radical desempeñó un papel decisivo en la presión
ejercida sobre la élite conservadora para que promulgase las medidas
de reforma (1912). Cuatro años más tarde, cuando obtuvo la
presidencia (1916), una nueva era se inició en la política argentina. El
radicalismo fue la primera fuerza política nacional importante en la
Argentina, y uno de los primeros movimientos populistas
latinoamericanos. No obstante, teniendo en cuenta su posterior
vinculación con la clase media urbana, interesa recordar que el partido
tuvo sus orígenes, en la década de 1890, en una minoría escindida de
la élite; sólo después de iniciado el nuevo siglo desarrolló sus rasgos
populistas, al convertirse en un movimiento de coalición entre el
sector de la élite e importantes sectores de las clases medias. En los 25
años transcurridos entre 1891 y 1916 pueden señalarse cuatro etapas
fundamentales en la evolución del partido: 189196, 189605, 190512
y 191216. Su trayecto a lo largo de estos períodos puede
contemplarse desde distintas perspectivas: la composición del partido
y el grado de apoyo popular que obtuvo, y, secundariamente, sus
características organizativas y conexiones regionales
Los orígenes del radicalismo (18901896)
Hasta 1896 el partido fue conducido por Leandro N. Alem; este
período coincidió con una sucesión de tentativas de rebelión para
derrocar al gobierno. Los orígenes del partido se encuentran en la
depresión económica y la oposición política a Juárez Celman del año
1890. En 1889 había surgido un grupo organizado de oposición a este
último en Buenos Aires, con el nombre de la Unión Cívica de la
Juventud; al año siguiente, al ampliar su base de apoyo, este grupo
pasó a denominarse simplemente Unión Cívica (UC). En julio de 1890
la UC preparó una revuelta contra el presidente en la ciudad capital,
que si bien no consiguió apoderarse del gobierno, obligó a aquel a
dimitir. En 1891, con motivo de las relaciones que debían mantenerse
con el nuevo gobierno de Carlos Pellegrini, la UC se dividió y así
surgió la Unión Cívica Radical (UCR) de Alem, quien en los cinco
años siguientes, hasta su muerte, trató infructuosamente de alcanzar el
poder por la vía revolucionaria.
El fracaso de la rebelión de julio de 1890 se debió a que a último
momento el general Manuel Campos, comandante de los rebeldes, se
echó atrás. Asimismo el origen de la UC, de la que saldría el
radicalismo un año después, no debe buscarse tanto en la movilización
de sectores populares cuanto en los aludidos sectores de la élite, cuyo
papel puede rastrearse en el resentimiento que alentaban contra Juárez
Celman, distintas facciones de la provincia de Buenos Aires debido a
su exclusión de los cargos públicos y del acceso al patronazgo estatal.
Este denominador común de estar excluidos de los beneficiarios del
poder y de contar con antecedentes patricios es evidente en muchos de
los manifiestos de la UC.
El núcleo principal de la coalición estaba integrado por jóvenes
universitarios, los creadores de la Unión Cívica de la juventud de
1889. Estos no pertenecían a la clase media urbana sino que eran en su
mayoría hijos de familias patricias, cuya carrera política y de gobierno
había sido puesta en peligro por el súbito giro hacia Córdoba de Juárez
Celman en la concesión de favores oficiales.
Un segundo grupo integrante de la coalición estaba formado por varias
facciones dirigidas por diferentes caudillos y que controlaban la vida
política en la Capital Federal y en gran parte de Buenos Aires. Eran
"políticos en disponibilidad" unidos por el rasgo común de no tener
cargos oficiales. Cabe distinguir entre ellos dos subgrupos: uno,
conducido por el general Bartolomé Mitre, representaba a los
principales exportadores y comerciantes de la ciudad de Bs.As.; el
otro, era liderado por Leandro N. Alem, y contaba con el apoyo de
cierto número de hacendados, aunque el propio Alem era un caudillo
urbano cuya reputación política provenía de su habilidad para
organizar a los votantes criollos en las elecciones.
En tercer lugar había algunos grupos clericales enfrentados con Juárez
Celman a causa de ciertas disposiciones anticlericales que se habían
adoptado recientemente, la principal de las cuales era la ley 2393 de
Matrimonio Civil. Finalmente la UC contaba con algunos adherentes
entre los "sectores populares" de la Capital, sobre todo pequeños
comerciantes y dueños de talleres artesanales. Pero la presencia de
este último grupo no impedía que el movimiento estuviese firmemente
controlado por los elementos patricios, a quienes los católicos y los
grupos de clase media les estaban subordinados.
Esto se reflejó también en la posición de la UC en materia económica.
Aunque intentó capitalizar políticamente los efectos de la depresión y
las crisis financieras de los sectores urbanos, lo que más la inquietaba
era la forma en que la depresión había puesto de manifiesto las
prácticas monopólicas de Juárez Celman en la distribución de los
créditos agropecuarios.
Lo novedoso de la UC radicaba en su tentativa de movilizar en su
favor a la población urbana. De todas formas el apoyo popular con
que contaba la UC era en extremo incierto y no logró establecer una
base institucional. El ímpetu con que los grupos patricios procuraron
crear una coalición popular se estrelló contra la tibia respuesta de los
habitantes de la urbe. Siendo tan débil el desafío planteado por la UC,
la revuelta de julio fracasó, y en vez de producirse grandes cambios
quedó abierto el camino para que la solución viniera por vía de un
simple ajuste de la distribución del poder dentro de la élite. Luego de
la caída de Celman, el nuevo presidente, Pellegrini, se agenció la
buena voluntad de los grupos influyentes de la UC mediante el simple
expediente de asignar de otra manera los cargos públicos. Mitre, por
ejemplo, quedó muy satisfecho con una solución de esa especie.
Fue en ese momento que vio la luz la UCR (1891). Alem y sus
partidarios se vieron excluidos del plan de Pellegrini y por
consiguiente forzados a continuar su búsqueda de sustento popular y
de una base de masas. Alem denunció los acuerdos entre Pellegrini y
Mitre, se retiró de la UC y se proclamó defensor de la democracia
"radical".
En los cinco años siguientes Alem se afanó en vano por conquistar
apoyo popular y obtener los medios de organizar una rebelión que
pudiera triunfar; pero el descontento del pueblo continuó diluyéndose,
y sus intentos de ganarse a los grupos de hacendados fuera de Bs.As.
terminaron en un virtual fracaso.
A despecho de su pronunciamiento en favor de la democracia
representativa, el radicalismo siguió siendo en muchos aspectos un
partido tradicional que procuraba apoderarse del Estado para
recompensar a sus adictos.
18961905
Durante todo el período que se extendió entre la muerte de Alem y
1905, el radicalismo perdió posiciones. Hasta 1900, los sucesos más
destacados fueron, en primer lugar, el surgimiento de Yrigoyen como
sucesor de Alem y, en segundo lugar, el hecho de que el eje central del
partido volviera a situarse en la provincia de Buenos Aires. Esto tuvo
significación porque cuando el partido comenzó finalmente a
expandirse, el grupo de Buenos Aires, conducido por Yrigoyen, lo
mantuvo bajo su control, incorporando poco a poco a las familias
provinciales en una organización nacional.
En 1901, al abandonar Pellegrini la cartera del Interior, la oligarquía
sufrió una nueva escisión; a partir de ese momento hubo indicios de la
creciente politización de la clase media urbana, y en tal coyuntura el
radicalismo emergió otra vez a la superficie.
Junto con la inquietud despertada en 1901 por el proyecto de
Pellegrini de ofrecer las recaudaciones aduaneras como garantía
subsidiaria a los bancos europeos, aparecieron nuevos signos de
turbulencia en las universidades, donde se efectuaron una serie de
huelgasestudiantiles. En la década del noventa los estudiantes
rebeldes pertenecían a la clase dirigente criolla; diez años más tarde,
buena parte de ellos provenían de las familias de inmigrantes urbanos.
Con estas señales más propicias, Yrigoyen comenzó, alrededor de
1903, a planear otra revuelta. Revitalizó sus contactos con las
provincias y retomó la fundación de clubes partidarios de la ciudad y
la provincia de Bs.As. y en Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Entre Ríos..
Sin embargo, el desconformismo se limitaba todavía a ciertos grupos
restringidos.
El intento de coup d´état, que se concretó en febrero de 1905,
representó un fiasco todavía mayor que los precedentes, poniendo de
manifiesto que si bien los radicales habían conseguido cierto apoyo
militar, los altos mandos del ejército seguían adhiriendo al gobierno
conservador.
Pero si bien el golpe falló, tuvo vitales efectos a largo plazo. Sirvió
para recordarle a la oligarquía que el radicalismo no estaba muerto ni
mucho menos: de ahí en adelante todos los gobiernos que se
sucedieron se vieron asaltados constantemente por el temor de que los
radicales entraran en intrigas clandestinas para derrocarlos. El otro
efecto positivo es que permitió que el radicalismo se diera a conocer a
una nueva generación para la cual los acontecimientos de la década
del 90 se perdían en el borroso pasado. A partir de una ignominiosa y
total derrota comenzó el proceso que culminaría con la victoria de
Yrigoyen en las elecciones presidenciales de 1916.
Desarrollo de la organización y la ideología partidaria (19051912)
Entre el golpe abortado de 1905 y la Ley Sáenz Peña de 1912 los
radicales avanzaron a grandes pasos en el reclutamiento del favor
popular. Esta vez sus organizaciones provinciales y locales no
desaparecieron, como había sucedido en las revueltas anteriores, sino
que comenzaron a expandirse. En estos años quedó constituido un
conjunto de dirigentes locales intermedios, en su mayoría hijos de
inmigrantes; el grueso de los líderes de clase media del partido, que
tendrían tanta importancia después de 1916, se afiliaron entre 1906 y
1912. La mayor parte de ellos eran profesionales urbanos con título
universitario. Asimismo los actos públicos y manifestaciones del
partido empezaron a contar con buena concurrencia. Hacia 1908 las
organizaciones locales dejaron de llamarse "clubes" y pasaron a ser
conocidas como "comités". Organizadas antes en organizaciones
clandestinas, se convirtieron luego en organismos de conducción en la
tarea de la movilización popular.
El crecimiento del radicalismo de comienzos del siglo XZX estuvo
estrechamente ligado al proceso de estratificación social que
concentró los grupos dirigentes de alta jerarquía en las clases medias
urbanas dedicadas a las actividades terciarias.
Esta era la diferencia esencial entre la posición de Yrigoyen luego de
1905 y la de Alem unos quince años atrás: Alem había actuado antes
de que esta tensa situación alcanzara un punto crítico, y su pedido de
apoyo estuvo dirigido a los grupos criollos de Buenos Aires, mientras
que Yrigoyen se dirigió a los argentinos hijos de inmigrantes,
empleados en su mayoría en el sector terciario.
Luego de 1905 los radicales comenzaron también a incrementar el
volumen de su propaganda. El contenido efectivo de la doctrina y la
ideología radicales era muy limitado: no pasaba de ser un ataque
eléctrico y moralista a la oligarquía, al cual se le añadía la demanda de
que se instaurase un gobierno representativo.
Uno de los rasgos más destacados del radicalismo a partir de esta
época fue su evitación de todo programa político explícito. Había
sólidas razones estratégicas para seguir así. Como el partido constituía
por entonces una coalición, sus líderes no se mostraban muy
dispuestos a perder la oportunidad de granjearse adherentes atándose a
determinados interese sectoriales. En todas las circunstancias el
objetivo era evitar las diferencias sectoriales y poner de relieve el
carácter coaligante y agregativo del partido.
Los radicales no apuntaban a introducir cambios en la economía del
país: su objetivo era, más bien, fortalecer la estructura primario
exportadora promoviendo un espíritu de cooperación entre la élite y
los sectores urbanos que estaban poniendo la tela de juicio su
monopolio del poder político. Este pasó a ser quizás el factor que más
alentó a los reformadores de 1912 a interpretar que la política radical
no representaba un peligro fundamental para los intereses de la élite, y
que el peligro podía disiparse haciendo concesiones en los referente al
gobierno representativo.
Hipólito Yrigoyen
La otra novedad importante que puso aún más de relieve el carácter
populista que el partido había adquirido hacia 1912 fue el surgimiento
de Hipólito Yrigoyen como líder. La oposición de Yrigoyen a la
oligarquía derivaba en buena medida de las frustraciones personales
que había tenido a causa de Roca y sus acólitos. Nacido en 1852 era
hijo natural de un herrero vasco de la ciudad de Buenos Aires. Su
carrera política se inició en 1873, cuando Alem, que era tío suyo,
consiguió para él el puesto de inspector de policía en el distrito de
Balvanera, dentro de la capital. Sin embargo fue despedido al poco
tiempo, acusándoselo de participar en elecciones fraguadas.
Reapareció en 1879 como candidato a diputado por la provincia de
Bs.As., y en 1880 sus servicios políticos fueron premiados con un alto
cargo en el Consejo Nacional de Educación. Fue entonces que Roca
asumió la presidencia y tanto Alem como Yrigoyen se vieron
impedidos de obtener cargos oficiales de más alto rango. No obstante,
cuando Yrigoyen concluyó su mandato de diputado, en 1882, dejó la
política con suficiente capital como para instalarse como invernador
de ganado. Más tarde adquirió considerables extensiones de tierras.
Para la época en que se sumó a la UC, en 1890, y que comenzó a
maniobrar con vistas a controlar la UCR, ya tenía bastante práctica en
las técnicas usuales de manipulación de elecciones. Era un
representante bastante típico de los primeros radicales, que aspiraban a
crear una coalición popular para restaurar su suerte política.
Yrigoyen ganó prestigio a partir de 1900 de una manera bastante
extraña. En lugar de presentarse como un político callejero que atrae
constantemente la atención pública, como había hecho Alem, se hizo
fama de figura misteriosa. En su carrera se destaca este rasgo singular:
salvo una vez, nunca pronunció un discurso. Pero por otro lado, hacía
todo lo posible para autoconferirse un aire de superioridad; entre sus
seguidores era llamado "el doctor Yrigoyen", aunque jamás había
obtenido ningún título universitario.
Su estilo político consistía en el contacto personal y la negociación
cara a cara. Esto le permitió crear una cadena muy eficaz de lealtades
personales.
Hacia 1912, Yrigoyen, que ya tenía 60 años, se había transformado en
un magnífico estratega político. Poco a poco obligó a la oligarquía a
conceder la reforma mediante la amenaza de rebelión, al par que
ampliaba su control del partido gracias a sus condiciones para
organizar las masas.
El radicalismo se desarrolló menos como un partido, en el sentido
estricto de la palabra, que como un movimiento de masas que fundaba
su fuerza en una serie de actitudes emocionales.
Estrategia de la movilización de masas (19121916)
En 1912, cuando los radicales abandonaron finalmente su política de
abstención y comenzaron a postular candidatos para las elecciones (...)
el partido seguía falto de una coordinación central, y, pese al creciente
prestigio de Yrigoyen, tampoco tenía suficientes dirigentes que
contaran con reconocimiento en todo el país. El rasgo principal del
período que va de 1912 a 1916 fue la intensificación de la
organización partidaria.
En este aspecto, la ventaja de los radicales era su vaguedad. El
enfoque moral y heroico que tenían de los problemas políticos les
permitió a la postre presentarse ante el electorado como un partido
nacional, por encima de las distinciones regionales y de clase. Todos
sus opositores se estrellaron contra ese obstáculo. Había otros partidos
populares, como el Partido Socialista en la Capital Federal y el
Demócrata Progresista en Córdoba y Santa Fe, pero ninguno de ellos
pude trascender las fronteras regionales en un grado significativo. Fue
aquí que Yrigoyen demostró su sagacidad política: luego de 1912 se
las ingenió para convertir una confederación de grupos provinciales en
una organización nacional coordinada.
La fuerza del radicalismo estribaba en su organización en el plano
local y los amplios contactos con la jerarquía partidaria que le ofrecía
el electorado. Surgió un sistema de "caudillos de barrio". Si bien la
Ley Saenz Peña terminó con la compra lisa y llana de votos, los
radicales no tardaron en establecer un sistema de patronazgo que no
era menos útil a los fines de conquistar sufragios. A cambio del voto
cada dos años, los caudillos de barrio núcleos originarios del Partido
Radical cumplían gran cantidad de pequeños servicios para sus
respectivos vecindarios en la ciudad o la campaña.
El caudillo de barrio se convirtió (sobre todo en la ciudad de Buenos
Aires) en la figura más poderosa del vecindario y el eje en torno del
cual graba la fuerza política y la popularidad del radicalismo. En esta
tarea colaboraban los comités, organizados según líneas geográficas y
jerárquicas en diferentes lugares del país. Al menos hasta 1916, la
pauta más corriente era que el comité nacional y los provinciales
estuviesen dominados por los terratenientes, y los comités locales, por
la clase media.
Los caudillos de barrio explotaban la gran popularidad de los comités
para retribuir a sus adictos con cargos fundamentalmente simbólicos,
que podían ser usados para el número de adherentes. En 1916 la
organización partidaria se había convertido en un eficaz sustituto de
un inexistente programa política bien definido y en un dispositivo
conveniente para superar los conflictos objetivos de intereses entre los
terratenientes y los grupos de clase media.
La actividad del comité alcanzaba su punto culminante en época de
elecciones. Amén de las tradicionales reuniones callejeras, la fijación
de carteles en las paredes y la distribución de panfletos, el comité se
convertía en centro de distribución de dádivas para los electores. En
1915 y 1916, los comités de Buenos Aires crearon cinematógrafos
para niños, organizaron conciertos y repartieron regalos de Navidad.
Asimismo suministraban alimentos baratos el "pan radical" y la
"carne radical".
De todas formas, el partido estaba en gran parte dominado por los
propietarios de tierras, conservando así su carácter inicial de la década
del noventa: era un movimiento de masas manejado por grupos de alta
posición social más que un movimiento de origen popular que operara
impulsado por las presiones de las bases. Así, aunque los radicales
proclamaban el precepto liberal de la competencia individual, había en
sus posiciones algo de las tradicionales actitudes conservadoras de
jerarquía y armonía social.
Principalmente como consecuencia de su gran ubicuidad, la UCR
ganó las elecciones presidenciales de 1916.
Relaciones entre los propietarios de las tierras y la clase media
Sin embargo, algunos importantes problemas asediaban al
radicalismo, el principal de los cuales era la rivalidad entre las
distintas facciones que procuraban alcanzar cargos gracias a él.
Cuando se sancionó la Ley Sáenz Peña, el propio Yrigoyen se opuso
al comienzo a que se abandonara la política abstencionista. La presión
para participar en las elecciones provino en buena medida de los
grupos urbanos de clase media. Esto planteó por primera vez la
cuestión de si la autoridad dentro del partido le correspondía a los
"viejos" radicales o a los nuevos grupos de clase media. Cuanto más
crecía la clase media, más previsible era que desarrollaría intereses
propios y estaría menos dispuesta a aceptar posiciones secundarias.
Este problema cobró relevancia en marzo de 1916, durante la
convención realizada por el partido para designar su candidato
presidencial. A la candidatura de Yrigoyen se opusieron muchos de
los antiguos adeptos de Alem en el noventa, pero finalmente aquel
logró el triunfo explotando la popularidad de que gozaba en la clase
media. Este episodio puso de relieve las fricciones existentes entre las
dos alas del partido, y dejó entrever que Yrigoyen ya había
comenzado a apuntalar su posición apelando a los grupos de clase
media.
Aspectos regionales
Existían además signos de conflicto de tipo regional dentro del
partido. Yrigoyen permanentemente intentaba controlar las filiales
provinciales a través de diversos métodos. La importancia de este
problema se puso de manifiesto (aunque no por primera vez) en 1916.
Al quedar constituido el colegio electoral, se comprobó que los
partidos de Yrigoyen no alcanzaban, por escaso margen, la mayoría
necesaria. Fue preciso negociar los votos de un grupo de disidentes
radicales de Santa Fe, quienes antes se había negado a apoyar la
fórmula presidencial del partido. La causa subyacente en la definición
de los santafesinos era que estimaban que el partido favorecía a los
grupos porteños.
El radicalismo en la sociedad argentina: la inmigración y el capital
extranjero
En 1916 el radicalismo era, un muchos aspectos, una especie de
partido democrático conservador, que combinaba la adhesión de los
intereses de la élite con un sentido de identificación de la comunidad
en general. Esto hizo que el plano ideológico estuviese impregnado de
ideas paternalistas y comunitaristas, que le confirieron la posibilidad
de proyectarse como una alianza entre distintos sectores.
Pese a los indicios de conflictos regionales en sus filas, y aunque sólo
consiguió granjearse las simpatías de una minoría de terratenientes, la
UCR se aproximaba bastante a la alianza que los conservadores
habían estado buscando entre los magnates de la élite y los
profesionales de la clase media, provenientes en gran medida de
familias urbanas de inmigrantes. Estos dos actores principales eran
coaligados por un tácito acuerdo quid pro quo: los terratenientes
querías medidas conservadoras y estabilidad política, a cambio de lo
cual se mostraban predispuestos a ampliar el acceso de la clase media
a las profesiones liberales y a la burocracia. Esto prometía acelerar el
proceso de cambio en las universidades y ofrecer una respuesta más
flexible y liberal a los grupos de clase media en la distribución de los
cargos públicos.
Los radicales habían establecido vínculos con la clase media
"dependiente", compuesta en su mayoría de hijos de inmigrantes
mismos, ya se tratase de los pequeños industriales y comerciantes o de
los obreros. Esto era en parte un reflejo del hecho de que los viejos
radicales del noventa compartían los prejuicios culturales de la élite
contra los inmigrantes y su agudo temor y desconfianza hacia los
obreros. Ilustraba también la forma en que los radicales habían
conquistado adictos en el pueblo.
La pauta general del período posterior a 1900 sugería que los grupos
de clase media estaban relativamente contentos con el papel
secundario que les había tocado en suerte en la vida empresarial. Los
problemas se planteaban con los grupos de más alto status, y fue sobre
estos que se lanzaron los radicales principalmente. Digamos, por
último, que la posibilidad de establecer lazos efectivos con los
inmigrantes también estaba desalentada por la Ley Sáenz Peña, que
había excluido a estos al derecho al sufragio, dejándolos por
consiguiente fuera del sistema político.
El líneas generales, las relaciones entre los radicales y los inmigrantes
fueron bastante buenas a causa de que gravitaban, de algún modo, en
la situación y en las lealtades políticas de los hijos de aquellos; pero,
en ocasiones, cuando pensaban que ello podía beneficiarlos, los
radicales no se abstenían de explotar los sentimientos xenófobos
latentes de la sociedad nativa.
Finalmente, el radicalismo surgió como el principal movimiento
político del país en un momento en que la economía primario
exportadora ya había alcanzado la madurez. Los lazos institucionales
y políticos entre el capital extranjero y la élite se habían establecido
mientras los radicales se hallaban todavía en la oposición; carecían,
por lo tanto, de un contacto organizado con los representantes del
capital extranjero, pero no hay razones para que permitan inferir
automáticamente que sus actitudes hacia este debían diferir de las de
la o oligarquía. Los radicales no eran nacionalistas en lo económico;
aceptaban y reconocían la dependencia del país de sus conexiones en
ultramar para contar con mercados y fuentes de inversión.
El radicalismo era visto como una innovación, no porque pusiera en
peligro el orden establecido, sino porque sus características
organizativas y su estilo político estaban en agudo contraste con todo
lo que se conocía hasta entonces