Argumentación y Lenguaje Juridico
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COORDINACIÓN EDITORIAL
ARGUMENTACIÓN
Y LENGUAJE JURÍDICO
Aplicación al análisis
de una sentencia de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación
ISBN 978-607-02-9678-9
CONTENIDO
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XI
Capítulo primero
¿Qué se entiende por “argumentación”?
Capítulo segundo
La argumentación analítica o necesaria
I. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
II. Los nexos en la lógica proposicional . . . . . . . . . . . . . 24
III. Principales leyes de la lógica proposicional . . . . . . . . . . 26
IV. Principales leyes de la lógica de términos . . . . . . . . . . . 30
Capítulo tercero
La argumentación probable o “persuasiva”
I. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
II. La argumentación dialéctica . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
III. La argumentación retórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
IV. Las partes de la retórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
VII
VIII CONTENIDO
Capítulo cuarto
La argumentación falaz
I. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
II. Falacias formales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
III. Falacias no formales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Capítulo quinto
La argumentación jurídica
I. Derecho y argumentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
II. ¿Qué es la argumentación jurídica? Planteamiento del problema 97
III. La argumentación en las decisiones judiciales. La obligación
de justificar las sentencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
IV. Justificación (o fundamentación) interna. El silogismo jurídico 109
V. La justificación externa. Descripción de formas de argumen-
tos frecuentemente encontradas en textos jurídicos . . . . . . 111
Capítulo sexto
Consideraciones lingüísticas útiles en el análísis
de textos jurídicos
Capítulo séptimo
Análisis de caso. Sentencia sobre el amparo
en revisión 02352/1997-00, dictada por el Pleno
de la SCJN. Fecha de resolución:
6 de marzo de 2006
I. Introducción: definición, características y partes constitutivas
de una sentencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
II. Metodología de análisis empleada . . . . . . . . . . . . . . 151
III. Distribución del contenido de la sentencia analizada . . . . . 156
CONTENIDO IX
Bibliohemerografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221
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INTRODUCCIÓN
1 Al respecto pueden consultarse estudios con una exposición muy clara y completa,
como los que se encuentran en las obras de Ribeiro (2003) y Cisneros (2006).
XI
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XII INTRODUCCIÓN
cia de la cultura griega en la civilización actual, no puede dejar de considerar una “enigmá-
tica laguna” el hecho de que los antiguos griegos no hubieran desarrollado y sistematizado la
ciencia del derecho como tal, sino que esa tarea hubiera tenido que esperar al florecimiento
de Roma. Semejante laguna, sin embargo, no impide el que ahora, en nuestros días, las in-
vestigaciones sobre el derecho puedan beneficiarse de los grandes progresos realizados por
los antiguos griegos, en concreto, para el presente estudio, de sus progresos en el ámbito de
la lógica y la teoría de la argumentación.
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INTRODUCCIÓN XIII
3 No está de más aclarar que de ninguna manera se pretende que tal fuera la postura
del mismo Aristóteles, pues, entre otras razones, cabe recordar que para el estagirita no es
posible la demostración en las disciplinas prácticas (por tanto, no cabría hablar de silogismo
analítico dentro del derecho).
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XIV INTRODUCCIÓN
fines prácticos, había que procurar que el texto de la sentencia no fuera ex-
cesivamente largo, ya que interesaba poder analizar, al menos en sus líneas
fundamentales, toda la argumentación presente en la sentencia (concreta-
mente, en los “considerandos”), pero, al mismo tiempo, tampoco convenía
que fuera un texto tan corto que no ofreciera suficiente variedad de argu-
mentos para analizar.
Otra razón para elegir dicha sentencia fue que el tema en ella tratado
no es excesivamente complejo, sino que puede ser entendido por personas
con conocimientos jurídicos básicos. Esta característica era deseable en el
material de análisis, para no distraer la atención del lector de los aspectos
que aquí interesa destacar, es decir, las estructuras argumentativas y los tipos
de argumento.
Por último, el criterio fundamental fue la variedad de formas de argu-
mento y la complejidad estructural de la argumentación manejada en ella.
En este aspecto, presentan un aspecto adicional de interés las sentencias
que contienen un voto minoritario —como la analizada en el capítulo sép-
timo—, pues en ellas (aunque no de manera exclusiva) es muy patente el
manejo argumentativo que se hace de los mismos datos para llegar a con-
clusiones opuestas.
Así, pues, el criterio para la elección de la sentencia que se analiza en
el caso práctico no fue la importancia jurídica o histórica del tema tratado
en ella, sino la concurrencia de características que la hacían idónea para el
tipo de análisis propuesto: extensión adecuada, sencillez teórica del tema
tratado, variedad de formas argumentativas empleadas y complejidad es-
tructural de la argumentación manejada en cada una de ellas.
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capítulo primero
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Hemos dividido este argumento en tres partes: (a), (b) y (c). En un ar-
gumento siempre entran en juego dos tipos de proposiciones. Por un lado,
las que se quieren probar —que en este caso, sería (c)—, y, por otro, las
que se emplean para intentar probar aquellos —(a) y (b) en el caso que nos
ocupa—. A estas últimas podemos llamarlas “premisas”,4 y a las primeras,
“conclusiones” o “tesis”.5
Lo que hacemos al argumentar es, grosso modo, proporcionar premisas
de donde se puedan inferir las conclusiones que queremos probar; así, por
ejemplo, vemos que en (1), al presentar (a) y (b) se puede fácilmente derivar
—inferir— (c). Por eso en alguna ocasión se ha descrito a la argumentación
como “la expresión lingüística de la inferencia”6 o expresión lingüística del
llevan a una conclusión, sobre todo cuando, como en este caso, se trata de un paso que el
lector puede fácilmente sobrentender.
3 El texto completo se lee: “En consecuencia, al no obtenerse la votación calificada de
cuando menos ocho votos exigida por las disposiciones constitucional y legal transcritas para
que se declare la invalidez de una norma general, lo procedente es desestimar la acción de
inconstitucionalidad respecto de los artículos precisados”.
4 El lector ya habrá notado que también es común denominar “argumento” a este úl-
timo tipo de enunciados, es decir, a la premisa que apoya alguna conclusión, dándole así el
mismo nombre que solemos usar para referirnos a la estructura compuesta por premisas y
conclusión.
5 Hay que tener presente que el llamar a un enunciado “premisa” o “conclusión” es
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Tomás de Aquino, Veritas logica est adaequoatio intellectus et rei,9 la verdad lógica
es la adecuación entre el intelecto y la realidad; por ejemplo, si yo pienso
“La SCJN sesionó el día de ayer” y en la realidad la SCJN sesionó el día de
ayer, entonces mi pensamiento es verdadero, mientras que si, en realidad, la
SCJN no sesionó ayer, mi pensamiento resultaría falso.10
Así como la lógica material estudia la materia de los razonamientos, su
forma o estructura es analizada por la lógica formal. En el ejemplo (1) ve-
mos una de las formas más comunes de razonamiento:11 el llamado Modus
Ponendo Ponens o, simplemente, Modus Ponens, cuya estructura podríamos re-
presentar de la siguiente manera:
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Las premisas del silogismo científico tienen que ser verdaderas... además de-
ben ser primarias, es decir, no deben necesitar a su vez una demostración
anterior a ellas, y más conocidas que ellas. En otras palabras, deben ser inte-
ligibles y claras por sí mismas, y más universales que las conclusiones, ya que
han de contener la razón de éstas. Llegamos así a un punto delicadísimo para
la doctrina aristotélica de la ciencia: ¿cómo conocemos las premisas? Cierta-
mente, no podría ser a través de otros silogismos, porque en tal caso llegaría-
mos hasta el infinito. Habrá que utilizar otro camino, por lo tanto.
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Respecto a cuáles sean esos principios, base de las ciencias, que capta-
mos por medio de la inducción y la intuición, es importante aclarar que los
hay de distintos tipos, y no todos se encuentran en el mismo nivel de uni-
versalidad. Hay principios que rigen todo pensamiento, pero otros que sólo
se aplican a determinada ciencia o género de ciencias, como claramente
explica Tamayo y Salmorán (2003, pp. 82 y 83):
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un conocimiento con certeza— es “falibilista”, pues para él los conocimientos que alcan-
cemos serán siempre falibles, nunca podremos tener certeza de ellos. En conexión con su
aspecto falibilista, la epistemología popperiana es también falsacionista porque sostiene que
no es lógicamente posible verificar los enunciados universales de la ciencia, por lo cual el ca-
mino para el avance de la ciencia sólo puede ser el de la falsación, que nos permite encontrar
los enunciados erróneos, para desecharlos. Este último viene a ser el aspecto central en el
pensamiento de Popper: “El eje de su epistemología se encuentra en lo que él denomina la
«asimetría lógica entre verificación y falsación»; con esta expresión indica que, en virtud de
las reglas elementales de la lógica, nunca podemos demostrar la verdad de una proposición
universal de la ciencia y, en cambio, un solo contraejemplo basta para mostrar que esa pro-
posición es falsa o contiene alguna falsedad” (Artigas: 1999, p. 81).
16 Quien, a partir de un estudio histórico sobre el modo en que se había ido desarrollan-
do la ciencia real a través del tiempo, concluye que existen dos tipos de actividad científica:
la que se desarrolla en los periodos que él llama de “ciencia normal”, esto es, cuando la
comunidad científica trabaja sobre la base de teorías generalmente aceptadas que no se
cuestionan, sino sólo se usan para la resolución de problemas concretos, y la que se realiza
en los periodos de “ciencia extraordinaria”: cuando las teorías generalmente aceptadas no
logran resolver diversos problemas concretos, lo cual puede llevar a ponerlas en duda y bus-
car un nuevo conjunto de teorías científicas que, en caso de encontrarse y ser aceptado por
la comunidad científica, dará lugar a lo que Kuhn llama una “revolución científica”.¿Qué
es lo que, llegado el caso, empuja a los científicos a hacer un “cambio de paradigma”. La
respuesta de Kuhn se podría resumir en la siguiente explicación de Artigas (1999, pp. 86 y
87): “[Para Kuhn] un nuevo paradigma no se admite única o principalmente en base a argu-
mentos lógicos, ya que lleva consigo una nueva visión de la naturaleza y, por tanto, no puede
compararse con el antiguo paradigma. Kuhn habla en ese sentido de la inconmensurabilidad
de los paradigmas, o sea, de la imposibilidad de compararlos mediante un criterio común...
frecuentemente, una nueva teoría científica llega a triunfar no porque sus adversarios se rin-
dan ante las pruebas, sino porque esos adversarios mueren y surge una nueva generación de
científicos que admiten la nueva teoría... Lo que Kuhn subraya es que la aceptación de las
nuevas teorías no se realiza con base en argumentos únicos y forzosamente decisivos, y que,
cuando se plantean nuevos paradigmas, «es necesaria una decisión entre métodos diferentes
de practicar la ciencia y, en esas circunstancias, esa decisión deberá basarse menos en las
realizaciones pasadas que en las promesas futuras... una decisión de esta índole sólo puede
tomarse con base en la fe»”.
17 Lakatos se dio a la tarea de defender la “racionalidad científica”, tratando de demostrar
que el progreso de la ciencia se lleva a cabo mediante argumentos racionales (cfr. Artigas,
1999) frente a la postura de Kuhn, que muchos tacharon de “irracionalista”. Lakatos pretende
seguir la misma línea que Popper, sólo que insiste en que lo que se somete a evaluación en la
actividad científica no son las teorías aisladas, sino conjuntos de teorías que conforman lo que
él llama “programas de investigación”. En estos últimos Lakatos distingue una parte central,
integrada por un conjunto de ideas que se mantiene inmutable y no se somete a revisión, y un
conjunto de enunciados más “periféricos”, que son los que se someten a contrastación y, en su
caso, se modifican o abandonan.
18 Aunque fue popperiano en una primera época, con el tiempo Feyerabend cambió de
postura hasta llegar a lo que él mismo llamó una “teoría anarquista del conocimiento”, en
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sino como esquemas argumentativos ampliamente aceptados que pueden servir de base para
infinidad de argumentos, según la materia a la cual se apliquen. En la lógica inventiva se les
llama “lugares” por ser “de donde” se pueden sacar los argumentos, y se les dice “comunes”
por dos razones: la primera porque son aceptados y compartidos por muchas personas, y la
segunda porque son aplicables a materias de diversos tipos (es decir, no son específicos).
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y ¡listo! No tendría sentido preguntarle a cada quien por quién vota, como
tampoco tiene sentido preguntar quién vota para que el triángulo siga te-
niendo tres lados. En ambos casos se trataría de algo que sólo puede ser de
una manera y, por lo tanto, no depende de nuestra decisión.
En todos estos casos y más, que son los que enfrenta diariamente el
hombre, no estamos, pues, en el terreno de lo necesario ni de los razona-
mientos rigurosos. ¿Habrá que decir, entonces, que estamos fuera de la ra-
zón? Si reducimos la razón y la lógica a un único método o modo de razo-
nar, el analítico, entonces sí habría que decir que la mayor parte de la vida
del hombre quedaría abandonada al terreno de lo irracional. Pero, afortu-
nadamente, la razón no tiene un único método, sino que cuenta con diver-
sidad de modos de argumentar, para manejarse en estos distintos terrenos.
(2a.) Aun en los objetos que serían susceptibles de ser tratados con argu-
mentos demostrativos, el argumentante no siempre tiene los conocimientos
(premisas) necesarios para hacerlo de esa manera, así es que muchas veces
sólo puede abordarlos con argumentaciones probables.
Hemos visto, en el apartado anterior, que, al menos desde la perspectiva
aristotélica, no puede haber verdaderos argumentos demostrativos si no se
cuenta con las premisas sobre los principios propios del objeto tratado; eso
nos llevaba a concluir que, en estricto sentido, sólo hay demostraciones en el
ámbito de la ciencia. Ahora bien, una gran cantidad de personas no cuenta
con mayores conocimientos científicos y, sin embargo, argumenta cotidiana-
mente acerca de los más variados temas; es más, aun las personas que tienen
conocimientos de alguna ciencia particular, quizá formulen argumentos de-
mostrativos en ese ámbito restringido de su conocimiento científico, pero en
muchos otros temas y situaciones de su vida, sobre los cuales no tienen cono-
cimiento científico (nadie es experto en todas las ciencias) seguramente utili-
zan argumentos simplemente probables, basados en opiniones verosímiles o
comúnmente aceptadas. Así, por ejemplo, una persona dedicada a la ciencia
de la biología quizá pueda hacer muchos argumentos demostrativos acerca de
los seres vivos, pero respecto a razonar sobre cómo invertir o administrar su
sueldo, probablemente sólo tenga argumentos “retóricos”, simplemente per-
suasivos, basados en premisas de simple “sentido común”, argumentos estos
muy distintos —mas no por ello irracionales—, de los que, sobre el mismo
tema, podría dar un economista o un experto en finanzas.
Creo que este punto se extiende todavía más allá del ámbito personal;
en el mismo desarrollo de una ciencia particular, a lo largo de la discusión
científica, los científicos no tienen, desde un principio, la profundidad de
conocimiento que alcanzarán en estadios posteriores; es decir, no todas sus
premisas son, desde el comienzo, sobre los “principios propios” de su obje-
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Pero es que además [la dialéctica] es útil para las cuestiones primordiales pro-
pias de cada conocimiento. En efecto, a partir de lo exclusivo de los principios
internos al conocimiento en cuestión es imposible decir nada sobre ellos mis-
mos, puesto que los principios son primeros con respecto a todas las cosas, y
por ello es necesario discurrir en torno a ellos a través de las cosas plausibles
concernientes a cada uno de ellos. Ahora bien, esto es propio o exclusivo de
la dialéctica. En efecto, al ser adecuada para examinar [cualquier cosa], abre
camino a los principios de todos los métodos.
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ción) por varias razones: primera, porque el objeto tratado sea contingente,
sólo de lo opinable y no susceptible de ciencia; segunda, porque aunque
el objeto en sí sea de suyo susceptible de un estudio científico y de una de-
mostración, nosotros lo manejemos sólo en el terreno de la opinión por no
contar con las premisas acerca de los principios esenciales del objeto, o bien
(tercera) porque, aun conociendo tales premisas, calculamos que nuestro
oyente no podría seguir una argumentación así, o no es pertinente, por cual-
quier circunstancia, hacerla en ese momento.
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capítulo segunDo
I. introDucción
1 Puede ser útil aquí la siguiente descripción: “Entiendo por «teoría de la demostración
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De este modo, según la lógica moderna, podemos decir que una propo-
sición ha sido demostrada si logramos mostrar que es derivable a partir de
los axiomas formales y las reglas de deducción de ese sistema, independien-
temente del contenido material de las proposiciones que intervienen en el
razonamiento.
Así, pues, es posible abstraer la materia del razonamiento y ver nada
más su forma; esto es lo que ha hecho la llamada “lógica simbólica” o lógica
“formal”. De esta manera, el lógico estudia las formas “puras” del razona-
miento o “esqueletos” de la argumentación, y se interesa principalmente en
aquellas estructuras donde dado el antecedente (premisas) se infiere necesa-
riamente la conclusión, esto es, en las que podríamos llamar “leyes lógicas”.
Más adelante se expone una relación de algunas de las leyes lógicas más
estudiadas en la lógica simbólica. Antes de ello, vale la pena recordar los dos
modos que hay de llevar a cabo un razonamiento, según se realice en virtud
de las relaciones que guardan entre sí las proposiciones que conforman al
argumento, o bien en virtud de las relaciones existentes entre los términos
que forman parte de las proposiciones de dicho argumento.
En un razonamiento cabe distinguir una materia próxima y una mate-
ria remota. La primera está constituida por las proposiciones que intervie-
nen en el razonamiento, mientras que la materia remota está conformada
por los términos con los cuales, a su vez, se forman las proposiciones. Por
ejemplo, considérese el siguiente razonamiento:
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(1) (a) Todos los nacidos en territorio mexicano son mexicanos por na-
cimiento.
(b) Todos los nacidos en Oaxaca son nacidos en territorio mexicano.
(c) Por tanto, todos los nacidos en Oaxaca son mexicanos por naci-
miento.
En (1) la materia próxima son las proposiciones (a) y (b) las que funcio-
nan como premisas, y la proposición (c) es la conclusión del razonamiento.
Si observamos más de cerca estas proposiciones, veremos que cada una de
ellas establece una cierta relación entre los términos que la componen; tales
términos son las “materia remota” del razonamiento, y en I encontramos
los siguientes: “los nacidos en territorio mexicano”, “los mexicanos por na-
cimiento” y “los nacidos en Oaxaca”.
Existen esquemas formales cuya deducción se desarrolla considerando
las relaciones existentes entre las proposiciones completas, como unidades
indivisibles, que son los esquemas de la lógica proposicional. En cambio, la
lógica de términos, al considerar los procedimientos deductivos que inter-
vienen en los razonamientos, no toma como unidad mínima de análisis a las
proposiciones, sino a los términos que las constituyen y las relaciones que
existen entre estos términos dentro de la proposición.
Para ejemplificar lo anterior retomemos el caso antes mencionado. Al
analizar el razonamiento (1) se descubre un razonamiento con una estruc-
tura necesaria o analítica: “Todos los A son B y todos los C son A, por lo
tanto, todos los C son B”, que es una de las formas correctas del silogis-
mo categórico, tradicionalmente conocida como “Silogismo BARBARA”.
Esta estructura formal puede aplicarse a cualquier materia, y si las premi-
sas son verdaderas, la conclusión necesariamente será verdadera (por eso
decimos que se trata de un argumento necesario). Obsérvese, sin embargo,
que la necesidad de tal razonamiento sólo se capta si se consideran las
relaciones existentes entre los términos internos de las proposiciones que
lo constituyen; de otro modo, si se consideran las proposiciones como uni-
dades mínimas de análisis, no sería apreciable la corrección y necesidad
del razonamiento, pues su estructura formal simplemente se reduciría a
“P y Q , entonces R”, la cual, evidentemente, no garantiza la validez del
razonamiento.
Más adelante se expondrán las principales “leyes” o reglas formales de
inferencia de la lógica proposicional y la lógica de términos.
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Antes de ver cuáles son las principales leyes de los nexos proposicionales, es
conveniente hacer una breve descripción de cada nexo.2
1. La conjunción
2. La disyunción excluyente
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falsa si las dos proposiciones que relaciona son verdaderas o si las dos son
falsas. Un ejemplo de disyunción excluyente sería: (4) “La SCJN es legal-
mente competente para resolver la presente acción de inconstitucionalidad
o no es legalmente competente para resolverla”.
Evidentemente, de las dos proposiciones simples que conforman (4),
a saber “La SCJN es legalmente competente para resolver la presente ac-
ción de inconstitucionalidad” y “La SCJN no es legalmente competente
para resolver la presente acción de inconstitucionalidad”, sólo una de
ellas puede ser verdadera y la otra necesariamente será falsa. Por eso (4)
es un ejemplo de disyunción excluyente.
3. La disyunción incluyente
4. El condicional
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5. El bicondicional
“Es la operación que establece una relación tal entre dos proposicio-
nes que la verdad de cada una de ellas es condición necesaria y suficiente
de la verdad de la otra. Por lo mismo la falsedad de una es condición
necesaria y suficiente de la falsedad de la otra” (ibidem, p. 75). En lengua-
je simbólico suele representarse con la doble flecha: “↔”.Un ejemplo
de bicondicional sería el siguiente: (6) “Divulgamos datos personales si
y sólo si la ley así lo exige”. Este enunciado expresa que las dos partes
que lo conforman se condicionan mutuamente: si ocurre una de las dos,
también tiene que ocurrir la otra, pero si alguna de las dos no ocurre,
tampoco la otra ocurrirá.
Así, pues, el bicondicional sólo puede ser verdadero cuando las pro-
posiciones que relaciona son ambas verdaderas o ambas falsas, pero nun-
ca cuando las proposiciones relacionadas tienen distinto valor veritativo,
pues, por definición, no es posible que siendo verdadera cualquiera de
las dos, sea falsa la otra.
Algunas de estas leyes son muy simples, pues derivan de la definición misma
de alguno de los nexos proposicionales; otras, en cambio, podrán parecer más
complejas.
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las que se encuentran las medidas de tiempo como lo son los husos horarios aplicables en el
país y, por otra, mientras que el Congreso de la Unión no legisle al respecto, el Presidente
Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, los Gobernadores de los Estados, el Jefe de
Gobierno del Distrito Federal y las dependencias federales, no podrán modificar los husos
horarios.
Que por tanto el Distrito Federal está obligado a conservar los husos horarios vigentes,
hasta en tanto se resuelva por este Tribunal Constitucional, la controversia constitucional
5/2001, la cual se promovió por virtud de la existencia de un conflicto entre la Federación y
el Distrito Federal, que ocasiona un agravio de difícil reparación a los gobernantes y gober-
nados de esta ciudad capital en términos de la fracción I, inciso a) del artículo 105 constitu-
cional” (Controversia constitucional 00008/2001-00, 6o. resultando).
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Cuando se tiene una disyunción (la cual nos indica que por lo menos
uno de sus elementos es verdadero) y por separado se tiene la negación de
uno de esos elementos, entonces se concluye que el otro elemento de la
disyunción tiene que ser verdadero. Para ilustrar esta ley lógica, podemos
imaginar el siguiente caso: (13) “Se sabía ya que el ciudadano X o es hijo
de padres mexicanos o nacido en territorio mexicano (o ambas). Posterior-
mente, se pudo comprobar que el ciudadano X no es hijo de padres mexi-
canos. Por lo tanto, podemos afirmar que el ciudadano X nació en territorio
mexicano”.
Rebasa el objetivo del presente estudio la exposición, aunque fuera muy so-
mera, de los logros que en lógica de términos ha tenido la lógica moderna.
Por ello, aquí nos limitaremos a ver las principales enseñanzas que en ese
tema nos brinda la lógica clásica, que son las relativas al silogismo categórico.
Podemos describir al silogismo categórico como aquel silogismo (argu-
mento) en cuyo antecedente se relacionan categóricamente dos términos con
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capítulo tercero
I. introDucción
poética.
37
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que obtienen su preferencia, sino también por la intensidad de la adhesión que le conceden
a tal o cual miembro de una pareja de lugares antitéticos” (Perelman et al. (1989 [1994], p.
147).
5 Aristóteles, Tópicos, 155b, 10.
6 Cfr. Tópicos, 163b, 3.
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Es por esto que la dialéctica es útil no sólo para la vida práctica, sino
también para la ciencia, pues nos deja en mejores condiciones para cono-
cer las premisas propias del conocimiento científico. En efecto, en cierto
sentido, la proposición dialéctica tomaría la función de una hipótesis por
comprobar, y gracias a que se dialoga —se argumenta en un sentido y en
otro— sobre un asunto se llega a una proposición universal, aplicable en la
ciencia.7
Sin embargo, este avanzado ejercicio de argumentación dialéctica no es
factible, de entrada, a todo tipo de persona; si bien la dialéctica busca ser un
método para tratar cualquier género de asuntos, no por ello busca tratarlos
con cualquier género de personas. A diferencia de la retórica, en la cual el
interlocutor puede ser, incluso, “gente sencilla”, la dialéctica está reservada
para interlocutores con cierta preparación en el arte de argumentar:
7 Dice Aristóteles (Tópicos, 101a, 33-35): “Es útil, en fin, [la dialéctica] para procurarnos
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(argumento) sea demostrativo y digno de fe, sino también cómo ha de presentarse uno mis-
mo y ha de disponer al juez”.9
De acuerdo con esto, los argumentos conforme al arte son, en opinión
de Aristóteles, el argumento por el discurso mismo, el argumento por el ca-
rácter del orador y el argumento por moción de las pasiones en el oyente.
El argumento por el carácter del orador consiste en decir el discurso
de tal manera que el orador parezca fidedigno.10 Ello representa un impor-
tante paso hacia la persuasión, pues “a las personas decentes les creemos
más y antes, y sobre cualquier cuestión en general”.11 La apariencia ética
del orador viene a ser como una carta de presentación ante su auditorio y
Aristóteles menciona, en concreto, tres características que debe mostrar en
su carácter el buen orador:
De que sean por sí dignos de fe los oradores, tres son las causas, porque tres
son las causas por que creemos, fuera de las demostraciones. Y son las si-
guientes: la prudencia, la virtud y la benevolencia, porque los oradores come-
ten falsedad acerca de las causas en que hablan o dan consejo, ya por todas
estas causas, ya por alguna de ellas.12
Cómo hacer manifiestas estas características del orador es algo que re-
quiere de arte y método, pues la forma de hacerlo depende en gran medida
del auditorio al cual se dirige el orador, así como del tema a tratar.
Por otra parte, el argumento por movimiento de las pasiones en el oyen-
te consiste en saber conducir al auditorio hacia la pasión o emoción que más
convenga al orador en el momento de decir su discurso, pues “no concede-
mos igual nuestra opinión con pena que con alegría, ni con amor que con
odio”.13 Al principio de su Retórica, Aristóteles había criticado a los tratadis-
tas anteriores porque le habían dado demasiada importancia a las pasiones
del oyente. Parecería que ahora él cae en el mismo error, pero no es así. En
efecto, lo que el estagirita atacaba de tales autores no es el que se ocuparan
de los sentimientos o emociones del oyente, sino el que, dedicándose por
completo a este tipo de retórica “psicológica”, dejaran de lado la teoría del
entimema, que es donde, propiamente, ha de residir la argumentación retó-
rica. Al hacer esto, estaban poniendo en el centro del discurso algo que, en
realidad, era exterior: “...andan tratando en lo más acerca de cosas exterio-
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17 Así, por ejemplo, gracias a la relación que se establece entre las proposiciones:
“Todos los hombres son mortales” y “Sócrates es hombre”, puedo inferir la conclusión:
“Sócrates es mortal”.
18 Aristóteles, Retórica, I, 2, 1357 a, 4-6.
19 De hecho, el significado etimológico “entimema” hace, en cierto modo, referencia
a esta ausencia de premisas explícitas, como dice Miguel Candel: “su sentido, «conclu-
sión basada en consideraciones subjetivas» (en thymôi), le sirve a Aristóteles para desig-
nar con tal término, nada esotérico en su lengua, el tipo de argumento sintético, basado
en indicios, que aquí analiza. Puede decirse también que se trata de un silogismo al que
le falta una premisa, cuya conclusión, por tanto, es más fruto de la intuición del que lo
expone o lo escucha que de la necesidad objetiva propia de la deducción” (Candel San-
martín, Miguel, Introducción, traducción y notas a los primeros analíticos de Aristóteles (nota 455),
Madrid, Gredos, 1988.
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ble como estamos acostumbrados a oír hablar, y las cosas dichas de otro modo no nos
parecen lo mismo, sino, por falta de costumbre, más desconocidas y extrañas. Lo acos-
tumbrado, en efecto, es fácilmente conocible” (Metafísica II, 3, 995 a, 2-5).
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letra, sino “bosquejos” argumentativos que, para llegar a buen fin en cada
caso, requerirán de la habilidad de quien los esté utilizando.
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3. La elocutio
Una vez que se han elegido los argumentos que se van a utilizar, y el
orden en que se les dispondrá, procede la redacción del discurso. En esto
consiste la elocutio, en la elaboración lingüística del discurso. La elocutio sería
—como dice Curtius (1955, p. 110)— “el arte de la expresión”. Es a esta
parte del arte a la que le correspondería más propiamente aquella concep-
ción de la retórica como “arte de hablar con propiedad, embelleciendo la
expresión”; pero no hay que reducir todo el arte retórico a lo que sería, en
realidad, sólo una de sus partes.
No obstante la distinción que, con fines expositivos, se hace de las di-
versas partes del arte retórico, es importante insistir en la intrínseca relación
e interdependencia que hay en ellas, particularmente entre inventio, dispositio
y elocutio. Así como el orden en que se acomodan los argumentos (disposi-
tio) influye en la fuerza de los argumentos elegidos (inventio) y viceversa, de
manera semejante, la elocutio o elaboración lingüística del discurso influye
sobre las otras partes del arte y éstas sobre ella. El pensamiento se expresa
mediante las palabras, pero, según se haga esta expresión, el pensamiento
puede adquirir una diversidad importante de matices. La palabra es fruto
del pensamiento, pero, a su vez, éste, de alguna manera, se ve “afinado” por
la palabra. Por eso sostienen Perelman y otros (1989 [1994], p. 240) que “la
elección de los términos para expresar las ideas, pocas veces se produce sin
alcance argumentativo”. En gran medida, la elección de las palabras es par-
te del argumento mismo, y no sólo su expresión.
Existen cientos de maneras distintas para expresar un determinado
pensamiento. A primera vista podría parece que el valor de la frase sería el
mismo si se usan estas o aquellas palabras, o si se usan sus sinónimos, pero
para los efectos de la persuasión, las diversas formas de expresar una idea
pueden dar resultados muy distintos, porque estos diversos modos de expre-
sión no son “transparentes”, sino que llevan implícita una importante carga
argumentativa.
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4. Memoria y actio
Las dos últimas partes del arte retórico son la memoria y la acción. Para
la elaboración del discurso en cuanto tal, éstas son de mucha menor impor-
tancia que la inventio, dispositio y elocutio. La razón de esto ya se ha mencionado
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27 Podría reducirse, incluso, a una sola frase, como ocurre frecuentemente en el terreno
de la publicidad.
28 Junto con muchos otros autores, desde luego, entre los cuales cabe mencionar a Quin-
tiliano (s. I [1942], proemio), quien afirma: “Digo, pues, que en las palabras debe ponerse
cuidado, pero en los pensamientos singular esmero”.
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capítulo cuarto
LA ARGUMENTACIÓN FALAZ
I. introDucción
55
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sofismas, muchas veces, recaen sobre las palabras, el análisis de éstos puede
ayudar a conocer mejor los diversos sentidos en que se emplea cada palabra.
A lo largo de la historia se han hecho diversas clasificaciones de las fa-
lacias. Una de las más conocidas es la que presenta el mismo Aristóteles en
sus Refutaciones sofísticas, donde se mencionan y explican trece tipos de fala-
cia. Sin embargo, existen muchas otras clasificaciones, con muchos otros
tipos de falacias, enlistados según el grado de exhaustividad y, sobre todo, el
criterio de clasificación. Copi (1972, p. 82) menciona que la lista de falacias
más amplia que conoce es la dada por David Hackett Fischer en su libro
Historian’s Fallacies, donde se mencionan ciento doce de ellas.
Las falacias pueden dividirse, para su estudio, en dos grandes grupos: las
falacias formales y las no formales. Las falacias formales son aquellas que
inducen a error precisamente a causa de su forma, pues ésta, aunque es en
ellos defectuosa, guarda una semejanza superficial con esquemas válidos de
inferencia. En las falacias no formales, en cambio, el error no radica en la
forma del razonamiento, sino en la ambigüedad de las palabras que utiliza o
en la falta de conexión o pertinencia de las premisas con lo que se pretende
concluir.
Las falacias formales (y también las no formales) pueden ser práctica-
mente innumerables, pues, como dice el proverbio, hay pocos modos de
“dar en el blanco”, pero infinitos modos de errar. Sin embargo, a continua-
ción se enlistan algunas de las falacias formales más conocidas.
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A. El equívoco
Para que surja esta falacia es necesario que una misma palabra (o forma
de palabra) signifique varias cosas, ya sea que las signifique todas de igual
manera (como la palabra banca puede significar lo mismo “mueble que sirve
de asiento” que “institución financiera”), o bien, que tenga un significado
principal y otro metafórico o traslaticio (como la palabra pie significa “ex-
tremidad inferior”, pero también puede usarse para referir la parte más
baja de una estructura o la base en que se apoya, como cuando decimos “el
pie de tu ventana” o “el pie de la montaña”). El que exista esta diversidad
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B. La anfibología
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plo de énfasis o acento engañoso, pero enunciados como éste no son, por
sí mismos, falacias, sino que “sólo constituyen falacias de énfasis cuando
aparecen en el contexto de un razonamiento que depende del cambio de
significado” (Copi, 1974, p. 9).
D. La falacia de división
las frases definidas, las frases plurales y las frases conjuntivas comparten un
valor semántico tal que permite que el predicado de la oración, de la que esas
frases son constituyentes, se combine con ellas de dos maneras, una que da
como resultado la lectura individual, aquella en la que el predicado se aplica
a cada individuo, uno por uno, y otra que genera la lectura de grupo, aquella
en la que el predicado se aplica una sola vez a todo el grupo.
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E. La falacia de composición
Así como las falacias dependientes del lenguaje surgen por una falsa
apariencia de unidad de significado donde, en realidad, hay multiplicidad
de ellos, las falacias no dependientes del lenguaje surgen porque se razona
respecto a ciertas cosas como si éstas fueran una sola, cuando, en realidad,
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son distintas o múltiples, o bien, como explica Santo Tomás (s. XIII [1984],
p. 218), “algunas cosas que de algún modo convienen o difieren entre sí se
toman simplemente como iguales o diferentes”.
Se llama aquí “de modo simple” a lo que se dice sin ninguna modificación
añadida, como cuando se dice: “Sócrates es blanco” o “Sócrates corre”; y se
llama “según algún respecto” lo que se dice con alguna modificación aña-
dida... a veces lo que se añade disminuye en algo a la razón de aquello a lo
que se añade; como cuando se dice: “el etíope es blanco de dientes”. Pues la
determinación “de dientes” disminuye en algo la razón de aquello que se dice
blanco; pues no se puede decir blanco sino aquello que es todo blanco, o en
muchas de sus partes, o las principales. Y por eso, si se concluyera: “el etíope
es blanco de dientes, luego es blanco”, es tópico sofístico, o falacia de según
algún respecto y de modo simple, y es un engaño proveniente de que lo dicho
según algún respecto se toma como si fuera dicho de modo simple.
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Éste sería, en efecto, el modo de evitar ser víctima de esta falacia, como ex-
plica Santo Tomás (s. XIII [1984], p. 234): “a dicha interrogación, ya que es
múltiple, no se le debe dar una sola respuesta, de modo que se diga simple-
mente que sí o que no, sino dos”.
Esta falacia puede darse también cuando se involucra en la pregunta al-
guna presuposición lógica; por ejemplo, al preguntar “¿volviste a tirar basura
en la calle?” se genera la presuposición de que aquél a quien se dirige la pre-
gunta alguna vez ha tirado basura en la calle. La respuesta correcta (la que
evita responder a la pregunta compleja en los términos engañosos en que se
plantea) consiste en “desenmascarar” la pregunta implícita contestando, por
ejemplo, “yo nunca he tirado basura en la calle”. De igual manera se genera
presuposición al emplear verbos como lograr; así, en el ejemplo “¿Lograste
resolver la ecuación?” se presupone que se intentó resolverla, y esa presu-
posición se mantiene si se responde la pregunta con un simple “sí” o “no”.
Por lo tanto, como aconseja Santo Tomás, lo mejor es dividir en dos nuestra
respuesta diciendo, por ejemplo “no resolví la ecuación, pero tampoco lo
intenté”.
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1 Cfr. García Damborenea, Ricardo, Uso de razón. Diccionario de falacias, visible en http://
www.usoderazon.com.
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tal. Así, por ejemplo, Santo Tomás (s. XIII (1984), p. 225) diría que: “ya que en
la definición del elenco se pone la contradicción como la diferencia que consti-
tuye la especie, por ello, de manera especial, la omisión de aquellas cosas que se
requieren para la contradicción constituye la ignorancia del elenco en cuanto es una falacia
especial”.3
Para entender mejor estas palabras es conveniente recordar, antes que
nada, lo que se entiende por elenco:
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Lo menos importante es si los términos del ataque son ciertos o falsos. Tal
vez el oponente sea un cerdo racista, pero no es eso lo que se discute, sino sus
argumentos. Es comprensible que la idea puede desagradar, pero si Hitler
afirmara que dos y dos son cuatro habría que otorgarle la razón. Pensar que
los razonamientos de los monstruos son monstruosos es una ensoñación de
idealistas y, para lo que aquí nos ocupa, una falacia ad hominem.
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tiene ningún valor lo que vaya a decir esa doctora en su conferencia sobre
el matrimonio, porque ella misma no está casada”.
Así, al “envenenar el pozo” se pretende hacer de antemano indeseable
o inaceptable todo lo que pudiere salir de él.
H. Falacia Tu quoque
I. La falacia ad ignorantiam
Este tipo de falacia recibe su nombre del hecho de que apela a la igno-
rancia o desconocimiento acerca de un tema para inferir de ahí la verdad
o falsedad de una proposición relativa a ese tema. Así, en una de las mo-
dalidades de esta falacia, se pretende que, como no se sabe o no se ha pro-
bado que cierta proposición es verdadera, entonces se puede inferir que es
falsa; como si se dijera, por ejemplo: “nadie ha podido probar que existe un
complot contra el gobernante; luego entonces, la idea de que existe dicho
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los Derechos Humanos (artículo 11): “Toda persona acusada de delito tiene derecho a que
se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en un
juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias a su defensa”.
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que dice Probat qui dicit, non qui negat, en otras palabras: al que le toca probar
es al que afirma, no al que niega. Así, pues, “la mejor manera de combatir la
falacia ad ignorantiam consiste en exigir que se atienda la carga de la prueba,
es decir, que quien sostiene algo o acusa a otra persona, pruebe sus afirma-
ciones. Cualquier otro camino nos deja en manos del argumentador falaz
(García Damborenea, ibidem).
J. Falacia ad verecundiam
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capítulo Quinto
LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA
I. Derecho y argumentación1
1 Al iniciar el tratamiento de este punto, vale la pena insistir en que, a lo largo de todo
este estudio, se ha manejado el término “argumentación” en su sentido más amplio, es decir,
el que incluye tanto al razonamiento demostrativo, como al razonamiento retórico o “per-
suasivo”. Cabe recordar esta observación, ya que, como se ha señalado anteriormente, hay
autores que utilizan el término “argumentación” para referirse únicamente al segundo de
estos tipos de razonamiento.
73
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A. La antigua Grecia
2 Para una detallada explicación de los fenómenos ocurridos alrededor de esta época se
puede consultar la obra de Werner, Jaeger, Paideia, México, Fondo de Cultura Económica,
1957, particularmente el capítulo III del libro II.
3 El tirano Hierón muere en 468 a. C., y en 466 es expulsado de Siracusa el tirano
Trasíbulo.
4 Tal es el caso, por ejemplo, de Demóstenes, Iseo y Lisias, entre otros.
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los jueces se ven en una situación análoga a la de los nobles de aquella época, en el sentido
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de que, al motivar y justificar su decisión, saben que ya no sólo tienen como auditorio a otros
con la misma preparación que ellos, es decir, a otros juristas, sino a las partes litigantes y a la
población general que, gracias a los actuales medios de comunicación, está pendiente de sus
decisiones. Así, dice Perelman (1988, p. 228): “No hay que olvidar que las decisiones de la
justicia deben satisfacer a tres auditorios diferentes, que son: de un lado, las partes en litigio,
después, los profesionales del derecho, y, por último, la opinión pública, que se manifiesta a
través de la prensa y de las reacciones legislativas que se suscitan frente a las sentencias de
los tribunales”.
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6 Fragmento 1.
7 Aunque sería exagerado adjudicar a Protágoras un desarrollo filosófico completo de
tal postura.
8 En el Teeteto de Platón se da un ejemplo de este relativismo. Suponiendo el caso de que
haya hecho viento, para quien hubiese sentido el viento como tibio, el viento es tibio, y para
el que lo hubiese sentido frío, el viento es frío. Cabe destacar que aquí Protágoras no está
hablando de cómo le parece el viento a cada uno, sino de cómo es el viento.
9 De hecho, según Aristóteles, en ella radica una de las principales razones de la utilidad
de este arte.
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Gorgias nació en Leontini, Sicilia, alrededor del año 485 a. C. Fue fa-
moso no sólo por su habilidad retórica, sino también por haber desempe-
ñado importantes funciones diplomáticas. Aunque el contenido filosófico
de su pensamiento es mucho más pobre que el de Protágoras, sin embargo,
la maestría que alcanzó en el arte de la elocuencia es notable, no en vano
lleva su nombre el diálogo platónico dedicado a la retórica. Lo más carac-
terístico de este autor fue haber introducido en la retórica elementos de los
que tradicionalmente se servía la poética; por ejemplo: el uso de palabras no
comunes en el lenguaje cotidiano,10 adorno excesivo y lenguaje figurado,11
etcétera. Con la aportación de recursos poéticos al servicio de la retórica,
inicia Gorgias una nueva etapa en la oratoria ateniense.
Gorgias expuso sus teorías retóricas en un Arte donde se contenían pre-
ceptos y enseñanzas como, por ejemplo, el manejo del ridículo dentro del
discurso. De esto último nos da noticia Aristóteles: “Acerca de las cosas risi-
bles, puesto que parece tienen alguna utilidad en los debates, decía Gorgias
que es preciso estropear la seriedad de los adversarios con la risa, y la risa
con la seriedad, en lo cual tenía razón”.12
Un ejemplo de aplicación de esta estrategia lo tenemos, precisamente,
en el Gorgias platónico, donde Polo de Agrigento —discípulo de Gorgias—
la usa en contra de Sócrates:
Sócrates: Entonces, nunca será más feliz ninguno de los dos, ni quien de ma-
nera injusta se apodera de la tiranía, ni quien sufre castigo —pues de dos des-
dichados ninguno podría ser más feliz— pero ciertamente es más desdichado
quien reina como tirano sin haber sido descubierto. ¿Qué es esto, Polo? ¿Te ríes?
¿Es ésta a su vez otra forma de refutación, reír cuando alguien dice algo, mas no refutar?
Polo: ¿No crees estar refutado ya, Sócrates, si dices cosas tales que ningún
hombre afirmaría?13
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de arrebatar algunos sofistas, así como con el esfuerzo por entender el ser y
deber-ser del arte de la argumentación manejado por aquellos personajes.
Destaca aquí la gran figura de Platón, cuya aversión hacia la retórica es
bien conocida. Sin embargo, a pesar de los ataques que le hace, Platón re-
conoce la importancia de este arte.14 De lo contrario, quizá no le habría de-
dicado el Gorgias, uno de sus diálogos más extensos, ni la habría tratado tan
ampliamente en el Fedro. Su actitud, si bien hostil, no es destructiva. Plantea
crudamente las dificultades, pero también propone soluciones.
La mayor preocupación de Platón en lo referente al tema de la retóri-
ca es señalar el enorme peligro que representa. La retórica, empleada con
injusticia, puede llevar a una ciudad entera a quitar sus ojos del verdadero
bien para fijarlos sólo en las apariencias. De hecho, muchos de los oradores
existentes hasta entonces no se preocupaban por conocer y dar a conocer
lo bueno y lo malo, sino sólo por agradar a los hombres, proporcionándoles
placer, y mantener, así, el poder.
Sin embargo, en el Gorgias, Platón parece admitir que el uso injusto que
puede hacerse de la retórica no debe reprochársele a la retórica en cuanto
tal, pues aunque es cierto que hay una “retórica mala”, también lo es que
puede haber una “retórica buena”, una “retórica conforme al arte”. ¿Qué
características tendría, según Platón, esta “retórica buena”? El verdadero
orador, el que realmente actúa conforme al arte, es aquel que al hablar lo
hace teniendo en cuenta la justicia, el orden y la belleza del alma; aquel que
se preocupa siempre por generar la virtud en sus conciudadanos. Para esto,
tal orador debe tener un verdadero conocimiento (y no sólo apariencia de
conocimiento) acerca de lo que es el hombre y cuál es su verdadero bien. Y
este bien verdadero no siempre se identifica con lo placentero;15 por lo tan-
to, contrario al uso de muchos oradores populares, que buscaban agradar a
su auditorio y decirle aquello que quería oír, el buen orador, el artista de la
“retórica buena”, debe “procurar que las almas de los ciudadanos lleguen
a ser lo mejor posible y luchar para decir lo mejor, sea ya más placentero o
14 Éste es un tema sobre el que se ha escrito mucho. Para profundizar en él podría con-
sultarse, entre muchas otras, la obra de Gómez Robledo, Antonio, Platón. Los seis grandes temas
de su filosofía, pp. 467-511.
15 Para Platón, que el bien del hombre no es el placer en sí mismo se comprende al
constatar que, entre los placeres, algunos proporcionan salud al cuerpo, pero otros, todo lo
contrario. Platón, por boca de Sócrates, quiere atacar a quienes identifican la felicidad y bien
del hombre con los placeres, y así los ridiculiza diciendo que “ya que los que tienen sarna y
sienten comezón experimentan un gran placer rascándose, habrá que decir si “al tener sarna
y sentir comezón, poder rascarse ampliamente y pasarse la vida rascándose significa vivir
felizmente”.
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más molesto para los oyentes”.16 Una retórica así sí valdría la pena estudiar-
se; una retórica así sí podría ser considerada un verdadero arte; una retórica
así no sería atacada por Platón, “pero —continúa inmediatamente— tú no
has visto jamás esta clase de retórica”.17
La conclusión del Gorgias no es optimista. Habiendo tantos hombres
que se dedican a la “retórica adulatoria” sería difícil que el pueblo escucha-
ra al “verdadero orador”, al “orador justo”, porque lo que éste tiene que
decir no siempre resulta placentero. Sócrates, que en este diálogo platónico
representaría al “orador justo”, parece saber que su falta de “retórica adu-
latoria” lo llevaría a la muerte, si alguna vez fuera acusado injustamente...18
Llegado el caso, “puesto que no digo las palabras que cada vez digo para
complacer, sino para lo mejor... seré juzgado como sería juzgado un médico
entre niños, acusado por un cocinero”. Tal cocinero hablaría de los placeres
que él mismo les proporcionó, y de los dolores y sinsabores que les dieron
las curaciones del médico. Y aunque el médico dijera a los niños que todo
eso lo había hecho por su bien, sería difícil que ellos lo entendieran así. Lo
declararían culpable. “Yo sé —continúa Sócrates— que ciertamente a mí
me pasaría algo parecido si fuera al tribunal... Pero si yo finalmente murie-
ra por falta de retórica adulatoria, sé bien que verías con cuánta facilidad
soporto la muerte”.19
Estas páginas, que se encuentran ya hacia el final del Gorgias, llevan
una conmovedora alusión a la muerte de Sócrates, el maestro de Platón, su
modelo de “buen orador”, de “orador justo”. Platón no pudo evitar ver en
la condena a muerte de su amigo y maestro un ejemplo más de la injusticia
con que se hacía uso de la retórica. No es de extrañar, pues, su hostilidad
hacia este arte. Sin embargo, sería difícil no percatarse, al leer sus obras, de
que Platón mismo, además de su grandeza como filósofo, tenía un dominio
extraordinario del arte retórico. Como ejemplo de esto —y para concluir
este apartado no sin antes hacer por lo menos una breve alusión a la labor
de Platón como artista (y no sólo como crítico del arte retórico)— recorde-
mos el hermoso párrafo final de la Apología, en el cual Platón rememora las
palabras de Sócrates después de haber sido condenado a beber la cicuta:
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20 Juan Luis Vives, el filósofo del Renacimiento, no está de acuerdo con la clásica división
de la retórica. No hay por qué reducir el dominio del arte de la palabra a los géneros judicial,
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como criterio el papel que juega el oyente en cada caso, esto es, cuando se
pronuncia un discurso (o se da a conocer de cualquier otro modo) el oyente
puede actuar de dos maneras: como árbitro de lo que se dice o como simple
espectador. Cuando el oyente actúa como árbitro puede hacerse aun otra
distinción, que será la decisiva para indicar de cuál genero de retórica se
trata: si aquello de lo que juzga el oyente son cosas pasadas, entonces ése es
un caso de retórica judicial o forense, pero si aquello sobre lo que tiene que
juzgar se refiere a cosas futuras, entonces se habla de retórica deliberativa.
En cambio, cuando el papel del oyente es el de simple espectador, el género
del discurso es el demostrativo.
El tipo de retórica que Aristóteles llama “forense” o “judicial” trata de
asuntos “del pasado”, es decir, que ya ocurrieron, por ejemplo, un crimen
que se cometió o cualquier otra acción que se llevó a cabo. En estos casos,
como se decía, la función del oyente es la de árbitro o juez, y su arbitraje consis-
tirá en juzgar la bondad o maldad de dicha acción, o si tal persona cometió o
no cometió el crimen, etcétera. El auditorio u oyente prototípico en este gé-
nero de retórica sería el juez o los jueces de un tribunal, y la tarea del orador,
por su parte, consistirá en defender o acusar (según sea el caso), intentado
inclinar la opinión de los jueces hacia uno u otro lado. Para esta tarea es
importante que el orador conozca ciertos tópicos que le ayuden a defender
su causa. Aristóteles proporciona (Retórica, I, 10, 1368 b, 13 y ss.) una amplia
lista de tópicos aplicables en la retórica judicial, que se refieren a las causas
por las que se comete injusticia, cuál es la disposición de quienes la cometen
y contra quiénes se comete, etcétera. Conociendo estos tópicos, el orador
podrá más fácilmente argumentar que el acusado no tiene ninguna de tales
características (si es que intenta defenderlo), o bien, si pretende acusarlo,
tratará de ver cuántas y cuáles de ellas le son aplicables.
En la retórica deliberativa, en cambio, el orador trata de persuadir so-
bre alguna cosa futura, presentándola ya sea como algo útil —y, por tanto,
animando a realizarla o conseguirla—, o bien, como algo dañino —y, por
tanto, disuadiendo de ello—. Y así como en el género judicial Aristóteles es-
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tudió los tópicos sobre las acciones justas e injustas, en el género deliberativo
considera detenidamente21 los tópicos a partir de los cuales puede construir
la retórica deliberativa sus argumentos, los cuales giran en torno a cuáles
sean las cosas buenas y convenientes, los bienes según su magnitud, su ne-
cesidad, su utilidad, su duración, etcétera. Hablando de temas concretos,
en su Retórica, Aristóteles considera que, usualmente, este género de retórica
trata temas como los ingresos fiscales, la guerra y la paz, la custodia del país,
la legislación, etcétera. Por supuesto que ellos están muy lejos de agotar los
posibles temas de la retórica deliberativa,22 pero son ejemplos muy repre-
sentativos de este género de retórica, y eran precisamente esos asuntos los
que usualmente se discutían en su época durante las asambleas públicas,
las cuales serían un ejemplo típico de la clase de auditorio propia de la ora-
toria deliberativa. Un ejemplo de nuestros días lo tenemos en las cámaras
de senadores y diputados.
Como se vio, el auditorio u oyente puede jugar el papel de árbitro o el
de espectador. En los géneros judicial y deliberativo funge como árbitro, de-
bido a que el orador habla sobre asuntos pendientes, esto es, que aún no han
sido decididos y, por lo tanto, requieren la intervención directa del oyente,
ya sea para juzgar sobre cosas pasadas o para decidir sobre cosas futuras.
En cambio, en la retórica demostrativa el oyente actúa como espectador. En
este género de retórica su actuación no influye en la decisión del caso, pues
se trata de asuntos resueltos, acabados, acerca de los cuales ya no hace fal-
ta decidir nada, por ejemplo, la alabanza de algún personaje histórico o la
exaltación de una determinada virtud, o un elogio fúnebre, etcétera.
La finalidad de la oratoria demostrativa es la alabanza y el vituperio,
por tanto, en ella el orador habrá de tener presentes las cualidades por las
que se ensalza y se reprocha, que pueden ser, por ejemplo, la virtud y el
vicio, lo noble y lo bajo, etcétera. También en relación con ello, Aristóteles
menciona algunos tópicos para la alabanza en general, o para la alabanza
ante ciertos auditorios, etcétera.23
En lo que respecta a la valoración aristotélica de los tres géneros retóri-
cos, Aristóteles considera que el género más valioso de todos es el delibera-
tivo, por ser en donde los asuntos son tratados de manera más directa y con
base en los argumentos (esto, al menos, en la época del filósofo). En cambio,
la oratoria forense (judicial) se presta más, según el estagirita, a tratar sobre
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cosas ajenas al asunto, intentando desviar la atención del juez por medio
de halagos u otras triquiñuelas. Así, la decisión del juez muchas veces no se
basa en los argumentos que realmente conciernen al asunto tratado, sino en
el propio agrado y el favoritismo que un orador astuto logró despertar en él.
Según Aristóteles, esta diferencia entre géneros retóricos se debe a que
en la oratoria deliberativa se tratan asuntos cuya solución afecta a todos, in-
cluyendo a los que deciden, por eso mismo, tratan de decidir lo mejor. En
cambio, en la oratoria forense el juez no trata sobre algo propio, sino ajeno,
y por eso no se esfuerza por analizar con detenimiento el asunto ni tomar la
decisión más acertada.
Por lo que toca al género demostrativo o epidíctico, en la Antigüedad
muchos lo consideraban más emparentado con el arte teatral o con la litera-
tura, debido a que, a diferencia del género deliberativo y judicial, que trata-
ban sobre temas controvertidos donde la opinión despertada en los oyentes
resultaba decisiva para cada caso, en la oratoria demostrativa se hablaba de
asuntos no controvertidos. No se intentaba hacer cambiar al oyente de opi-
nión, sino sólo reforzar la que ya tenía sobre un punto determinado.24 Así,
pues, en opinión de Aristóteles,25 los discursos de este género de retórica no
tenían gran consecuencia práctica o, al menos, ésta no era tan visible como
en los géneros judicial y deliberativo.
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Pero, ¡por Zeus! ¿Hay alguien sensato que estime quién observa los tratados
de paz y quién hace la guerra por solas las palabras y no más bien por las
obras? ¡Ninguno por cierto! Y Filipo, desde los comienzos, apenas ajustadas
las paces, [...] se apoderó de Serrio y de dorisco y expulsó de la Acrópolis de
Serrio y de hieron Teijos a la guarnición que había establecido ahí el estrate-
34 Sin embargo, los comienzos no fueron fáciles para Demóstenes; por esta misma
época pronunció su primer discurso en público, lo cual resultó una dura experiencia. Se
cuenta que cuando subió a la tribuna fue atacado por un tic nervioso que destacaba aún más
su enclenque constitución física. Además, su manera de construir las frases resultaba dema-
siado rebuscada y difícil de entender. Todo esto, unido a la debilidad de su voz y al hecho
de que tartamudeaba un poco, provocó las carcajadas y burlas de los asistentes. A pesar de
todo ello, Demóstenes no se dio por vencido, lejos de desanimarse, decidió dedicarse
tenazmente a vencer todos esos defectos de su naturaleza. Cuentan que para corregir su
tartamudez se llenaba la boca de piedrecillas, a fin de desarrollar mayor elasticidad en los
músculos de la lengua y boca, y lograr así una pronunciación clara; para dar mayor fuerza y
sonoridad a su voz declamaba frente al mar tempestuoso, procurando que su voz destacara
al estruendo de las olas; en lo intelectual, se cultivó con el estudio de la filosofía platónica y
de las obras de Tucídides.
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B. La antigua Roma
a. Periodo preciceroniano
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Otro gran orador de esta época fue Tiberio Sempronio Graco (210-158
a. C.), padre de los célebres tribunos Tiberio y Cayo Graco. Estos últimos
heredaron la elocuencia de su padre y tuvieron una esmerada educación
que les hizo desarrollar una gran compasión hacia el débil y el oprimido.
Esta educación humanitaria les llevaría —entre otras acciones— a la crea-
ción y lucha por la famosa “Ley agraria”, contra el latifundismo y a favor
de los desposeídos.
Lucio Licinio Craso vivió del año 140 al 91 a. C. Desde muy joven en-
tró a la vida política y destacó en ella. Cuando estuvo en Asia, elevó a gran
perfección los estudios retóricos y filosóficos. En el año 95 fue nombrado
cónsul. Llegó a ser la cabeza del partido de la aristocracia moderada, gra-
cias a su enorme elocuencia. Fue uno de los mejores oradores de su tiempo,
y Cicerón lo presenta como uno de sus personajes en el diálogo De Oratore.
b. Cicerón
El más insigne orador que tuvo Roma, Marco Tulio Cicerón, nació en
Arpinio en el año 106 a. C. El orador L. Craso dirigió sus estudios y, poste-
riormente, realizó también estudios de filosofía y derecho.
A los 26 años hizo su primera defensa en el foro, teniendo como adver-
sario al célebre orador Hortensio, uno de los más importantes de su tiempo.
Al año siguiente Cicerón tuvo el valor de defender una causa sumamente
difícil, que consistía en una acusación de parricidio, en la que aquellos que
sostenían la acusación eran precisamente los que habían cometido el cri-
men, pero se sentían muy seguros por ser los favoritos del dictador Sila. Era
una causa que desde el principio se veía prácticamente perdida.36 No bas-
taba con demostrar la inocencia del acusado y la culpabilidad de los acusa-
dores (que Sila ya conocía), sino también actuar de tal manera que Sila no
se sintiera comprometido. Finalmente Cicerón triunfó sobre las dificultades
y ganó el pleito, pero, temeroso de algún resentimiento por parte de Sila,
marchó a Atenas, pretextando mala salud.
Después de la muerte de Sila, Cicerón volvió a Roma y entró más de
lleno a la vida política, otorgándosele un cargo en Sicilia. Ahí supo ganarse
36 Plutarco cuenta que en esa ocasión, al joven acusado “como nadie quisiese defen-
derle, huyendo todos de ellos por temor de la venganza de Sila, en este abandono acudió
aquel joven a Cicerón. Estimulaban a éste sus amigos, diciéndole que con dificultad se le
presentaría nunca otra ocasión más bella ni más propia para ganar fama; movido de lo cual
admitió la defensa, y habiendo salido con su intento, fue admirado de todos” (Plutarco: s. II
[1964], p. 309).
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c. Quintiliano
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modo de hablar, ya que lo que se aprende en los primeros años es lo que más
se recuerda y se conserva, “como las vasijas nuevas, el primer olor del licor
que recibieron, y a la manera que no se puede desteñir el primer color de
las lanas” (Quintiliano: Instituciones oratorias, I, p. 1).
Luego llega la edad en que el niño puede ir a la escuela. Y aunque
Quintiliano comprende las razones de quienes prefieren una educación pri-
vada —la mayor de la cuales es el temor al contagio de malas costumbres
y de falta de atención por parte del maestro, al tener que cuidar tantos ni-
ños— ve muchos más beneficios en la educación pública. En efecto, si el
niño ha de dedicarse, en un futuro, a la oratoria, si tendrá que asistir a los
pleitos y a las asambleas, es importante que se acostumbre desde pequeño a
no asustarse de la gente.
Antes de iniciar propiamente el estudio de la retórica, según el plan de
Quintiliano, es conveniente que el niño adquiera habilidad y conocimiento
en otras disciplinas (como geometría, música, etcétera.) A esto se podría
objetar que ha habido muchos que, sin esa preparación previa, han llegado
a ser buenos oradores. Quintiliano no lo niega, pero hace hincapié en que
lo que él pretende no es formar cualquier clase de orador u oradores como
los que hasta entonces había habido, sino el orador perfecto. Un orador así
tendrá conocimiento de muchas disciplinas, un saber prácticamente enci-
clopédico, pues no puede ser perfecto aquello a lo que le falta alguna parte.
En la segunda parte del libro II, Quintiliano presenta su célebre defi-
nición de retórica: “arte de bien decir”, y critica otras definiciones que de
ella se habían dado. Aquí el orden de ideas es muy similar al que se sigue
en el Gorgias de Platón: contra los que definen a la retórica como “arte de
persuadir” hay que decir que también muchas otras cosas persuaden, como
el dinero, la belleza, etcétera, y, por lo tanto, no habría que considerar a
la persuasión propiedad exclusiva de la retórica; contra los que la definen
como “fuerza del persuadir por medio de palabras” habría que decir que
también otros, sin ser rétores, persuaden por medio de palabras, y contra
la definición de Aristóteles, “facultad de considerar los medios para persua-
dir”, Quintiliano dice que caen en el mismo error anterior y, además, sólo
se refiere a la invención y no a las otras partes de la retórica.
Por último, después de refutar a todos aquellos que opinan que la re-
tórica no es arte, y a aquellos que dudan de su utilidad, Quintiliano inicia
la parte técnica de su obra, la cual se extiende del libro III al libro XI. Las
ideas que en esta parte se manejan son, fundamentalmente, las mismas de otros
tratadistas: cuáles son los distintos géneros de retórica, las partes de este arte
(inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio), etcétera.
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39 Esto no quiere decir que tales ejercicios no fueran de ningún provecho, todo lo contra-
rio. Cicerón y Quintiliano los realizaron ellos mismos y los recomendaron para la formación
de los oradores. En realidad, la reprobación que han merecido se debe —como comenta
Roberto Heredia en su versión del Diálogo sobre los oradores, de Tácito— a que los temas
eran completamente inverosímiles y siempre los mismos, y a que, al correr el tiempo, ya no
parecía que estos ejercicios declamatorios persiguieran adiestrar a los jóvenes para una real
actividad oratoria futura, sino que los jóvenes estudiaban y se preparaban para tales decla-
maciones. Más que medio de aprendizaje, se habían convertido en un fin. Fue esto lo que
llevó a exclamar a Séneca el padre: “Del mismo modo que en todas las cosas, así también en
las letras nos afecta la intemperancia; no para la vida, sino para la escuela aprendemos”.
40 Esta obra ha sido atribuida a diversos autores, como Quintiliano, Plinio el Joven, Sue-
tonio, etcétera, sin embargo, actualmente existe el acuerdo casi unánime de que el verdadero
autor es Tácito, el gran orador e historiador latino que vivió, aproximadamente, del año 54
al 120 de nuestra era.
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nada, sin pompa, sin honor, casi diría sin libertad, se aprende como uno de
los más sórdidos oficios” (ibidem, XXXII, 4).
Tales son las razones que Tácito pone en labios de Mesala, pero otro de
los interlocutores del diálogo, Materno, añade algo nuevo: razones de tipo
político. Una causa importante de la decadencia de la oratoria es el cam-
bio en la forma de gobierno de República a Imperio. Esta idea ya se había
mencionado anteriormente, al haber menos posibilidades de participar en
la vida pública, es lógico que decrezca el arte de la elocuencia, por haber
menos oportunidad de ejercerlo:
La gran elocuencia, como la llama, con materia se alimenta y con los movi-
mientos se excita y quemando alumbra. La misma razón también en nuestra
ciudad impulsó la elocuencia de los antiguos. Porque, aun cuando también los
oradores de estos tiempos han alcanzado aquellas cosas que en una república
ordenada, tranquila y feliz era lícito concedérseles, sin embargo, en aquella
perturbación y licencia mayores beneficios parecía que alcanzaban para sí,
cuando, mientras todo estaba revuelto y se carecía de un único moderador,
tanto sabía cada orador, cuanto podía persuadirse al pueblo errante. De aquí
las continuas leyes y el renombre popular; de aquí las arengas de los magistra-
dos que casi pernoctaban en la tribuna rostral; de aquí las acusaciones a reos
poderosos y las enemistades legadas aun a las familias; de aquí las facciones
de los próceres y las continuas luchas del senado contra la plebe. Cada una de
estas cosas, si bien desgarraban la república, sin embargo estimulaban la elo-
cuencia de aquellos tiempos y parecían colmarla de grandes premios (ibidem,
XXXVI, pp. 1-4).
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manera, cuando todos los hombres tienen buenas costumbres y todos aca-
tan el gobierno del que rige, no hay ni a quién acusar, ni a quién defender,
ni sobre qué deliberar y, por tanto, la retórica tiene muy poca tarea que
realizar. No sabemos si las cosas realmente eran tan felices como aquí se
describen, o si el autor se sentía observado por ese mando único que tenía
todo bajo su control; pero ya sea por una razón o por otra, el caso es que las
discusiones en el foro público ya no tenían la misma intensidad ni dinámica
que antes, y eso repercutió directamente en el arte de la persuasión.
El debilitamiento de la retórica que se dio en Roma a la caída de la
República no fue un fenómeno único en la historia, lo mismo había ocu-
rrido ya con la conquista de Atenas, y ocurriría también en otras épocas y
lugares. No podemos detenernos mucho para analizar todo esto en detalle,
pero sirva el recuerdo de esta etapa de la historia como una muestra de lo
que ocurre cuando no hay lugar para la libre expresión: la capacidad argu-
mentativa del hombre se mantiene latente pero, como toda potencialidad
no ejercitada, se va debilitando poco a poco.
Sirva también esta reflexión para descubrir la estrecha relación entre la
actividad del abogado y el arte de la argumentación, al quedar bien claro,
por un lado, que una de las actividades centrales del jurista es la argumen-
tación, pero también uno de los ámbitos más importantes para el ejercicio,
desarrollo y perfeccionamiento de la argumentación se encuentra en la rea-
lización de las tareas propias del jurista.41
gumentación se reduce al ámbito del derecho (ni viceversa); claro ejemplo de ello es lo que
ocurrió en la Edad Media, que siguió inmediatamente a la etapa donde se detuvo nuestro re-
corrido histórico. En efecto, sería injusto dejar de mencionar que, aunque la argumentación
durante el Medioevo no se desarrolló en la misma vertiente en que lo había hecho durante los
siglos anteriores, sí lo hizo a través de un nuevo tipo de retórica: el ars praedicandi, la elocuencia
sacra —que retoma las técnicas del antiguo arte retórico, pero adaptándolas a las necesida-
des y circunstancias de los predicadores cristianos— y mediante el ejercicio de la dialéctica
(que ya no de la retórica) en la llamada disputatio o polémica medieval, hermoso modelo de
diálogo racional, de argumentación dialógica, en donde, a pesar de haber una “lucha”, una
polémica de fondo, hay una atenta escucha del otro y un auténtico deseo de alcanzar la ver-
dad por medio del esfuerzo común (para profundizar en el tema de la disputatio medieval, se
recomienda la obra de Pieper, Josef, Filosofía medieval y mundo moderno, 1979.
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argumentación y derecho. Sin embargo, hay que destacar que los términos
de esta relación no siempre se han dado de la misma manera: el papel de
la argumentación dentro del derecho se modifica, evidentemente, según la
concepción que de él se tenga; por ejemplo, si predomina una visión po-
sitivista del derecho, es natural que se considere como la manera ideal de
argumentar la propia del silogismo deductivo; en cambio, para los partidarios
del sociologismo jurídico, la lógica deductiva o formal no puede satisfacer
las necesidades argumentativas del derecho, sino sólo una lógica “informal”,
lo que muchos llaman una “teoría de la argumentación”. Surge entonces la
pregunta de cuál es el modo de argumentar que deba considerarse como
propio de la jurisprudencia, en qué consiste la “lógica jurídica”. Este punto
se tratará en lo que sigue.
Si los argumentos son la expresión de los razonamientos, y éstos son
el objeto de estudio de la lógica, entonces, en ese sentido, podría, quizá,
inferirse que el razonamiento jurídico será estudiado por la lógica jurí-
dica. Pero, ¿qué es la lógica jurídica? En un primer acercamiento, res-
ponderíamos que solemos utilizar tal expresión, “lógica jurídica”, para
designar el conjunto de operaciones intelectuales propias de los juristas.
Sin embargo, con eso no hemos avanzado mucho, pues aún no hay con-
senso respecto a cuáles sean tales operaciones, es más, aun en los casos
en que se detectan esquemas argumentativos de un tipo específico, como,
por ejemplo, los llamados argumentos a fortiori, a simili y a contrario, no
hay acuerdo sobre si ellos deban considerarse como razonamientos pro-
pios de la lógica deductiva o propios de la retórica o teoría de la argu-
mentación.42
La sola expresión “lógica jurídica” genera ya, por sí misma, numerosos
cuestionamientos en la mente de los autores que han estudiado este tema,
el primero de los cuales podría ser: “¿existe realmente una lógica jurídica?
Bobbio se plantea este problema en los siguientes términos:
Cuando se habla de lógica jurídica, ¿se pretende hablar de una lógica autó-
noma, de una lógica especial, o de una lógica aplicada? Si nos limitamos a
los hechos, la respuesta correcta debería ser la tercera: por “lógica jurídica”
se entiende comúnmente una lógica aplicada, o bien la aplicación al discurso
jurídico de las reglas estudiadas y admitidas por la lógica general. Si se exa-
minan los autores citados en este parágrafo, se verá que explícita o implícita-
mente pretenden estudiar el discurso jurídico desde el punto de vista de los
resultados a los que han llegado los estudios de lógica en general: son apli-
42 Véase, por ejemplo, la divergencia de opinión entre Kalinowski y Perelman, citada por
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Así, pues, según estos autores, al hablar de “lógica jurídica” no nos re-
ferimos a un tipo especial de lógica, sino a una aplicación de la lógica (esto
es, de las reglas estudiadas y admitidas por la lógica general) al ámbito del
derecho. Sin embargo, aun concediendo esto último —que la lógica jurídica
es sólo una aplicación de la lógica formal—, puesto que el modo en que co-
tidianamente razonan los juristas no es el modo cotidiano de razonamiento
de un matemático o de un filósofo (por citar los mismos ejemplos de Bobbio)
o cualquier otro profesional de las diversas áreas del saber, a pesar de que
estos últimos también aplican la misma lógica formal, cabe todavía cues-
tionar: ¿Qué papel juega esa lógica dentro de su disciplina? ¿Esa aplicación
de la lógica formal deductiva agota el conjunto de los razonamientos pro-
pios de los juristas, o hay algunos de sus razonamientos que quedan fuera
de tal lógica?
Sabemos que hay autores para quienes la lógica, entendida como lógica
deductiva, juega un papel protagónico en el derecho.44 Para ellos, el razo-
namiento jurídico no debería distinguirse del razonamiento formal. Si a
tales autores les hiciéramos las preguntas del párrafo anterior, seguramente
contestarían que el conjunto entero de los razonamientos jurídicos deben
caber perfectamente dentro del conjunto de razonamientos propios de la
lógica formal. Esta postura tendría una representación extrema en las pala-
bras de Leibniz:
43 Bobbio se refiere al artículo de Kalinowski, J., Y a-t-il une logique juridique?, de 1959.
44 Bobbio (2006, pp. 6-18) destaca tres momentos de la historia del derecho en que la ló-
gica formal ha sido considerada de importancia primordial: el iusnaturalismo, el positivismo
y el neokantismo.
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bien sirven para dar razón de los hechos y para regularlos con anticipación;
lo cual valdría para el derecho aun cuando no existiese en el mundo una sola
ley (citado por Bobbio: 2006, pp. 8 y 9).
Existen otros autores que, sin llegar a negar un papel a la lógica deduc-
tiva dentro del razonamiento jurídico, sí sostienen la insuficiencia de aquélla
en este terreno; recordemos, por ejemplo, las palabras de Alexy (2007, pp.
23 y 24) anteriormente citadas: “La decisión jurídica, que pone fin a una
disputa jurídica, expresable en un enunciado normativo singular, no se sigue
lógicamente, en muchos casos, de las formulaciones de las normas jurídicas que
hay que presuponer como vigentes, juntamente con los enunciados empíri-
cos que hay que reconocer como verdaderos o probados”.
A lo largo de la historia ha llegado a prevalecer, en una u otra etapa, al-
guna de estas posturas. Perelman (1988) distingue, en una apretada síntesis,
tres fases en la ideología judicial:
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del mismo Aristóteles, pues, entre otras razones, cabe recordar que para el estagirita no es
posible la demostración en las disciplinas prácticas (por tanto, no cabría hablar de silogismo
analítico dentro del derecho).
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46 Precisamente por eso surge la discusión sobre si es necesaria, o no, una lógica especial,
una lógica deóntica, para su tratamiento. Alchourrón y Bulygin (1991: p. 322) hacen referen-
cia a esta cuestión de la siguiente manera: “De acuerdo a un punto de vista muy difundido
entre los juristas y los filósofos del derecho no se necesita ninguna lógica de normas especí-
fica, es decir, ninguna lógica deóntica para dar cuenta del razonamiento judicial. Muchos
autores creen que la lógica de predicados de primer orden es perfectamente suficiente para
esta tarea (cfr. Miró Quesada). Más generoso, MacCormick aboga por una forma extendida
de la lógica de predicados en la que están admitidos cuatro tipos de predicados: (i) predicados
puramente descriptivos, (ii) predicados descriptivo-interpretativos, (iii) predicados valorativos
y (iv) predicados normativos”.
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Puesto que es el derecho una disciplina tan amplia y rica en matices, difícil-
mente podría tener exactamente el mismo modo de argumentar en todos los
temas que le son propios. De acuerdo con Atienza (2007, p. 3) existen al me-
nos tres contextos jurídicos en los que se llevan a cabo argumentaciones. El
primero es el de la “producción o establecimiento de normas jurídicas” (tanto
en su fase prelegislativa, como en la legislativa, que es donde propiamente se
manejan argumentos jurídicos, mientras que en la primera los argumentos
—según Atienza— son más de tipo político y moral); un segundo contexto
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Hizo falta esperar, como sabemos, a la Ley de 16-24 de agosto de 1790, para
que se planteara nítidamente el problema de la motivación tanto en lo civil
como en lo penal. El art. 15 del Título V de esta Ley indicaba que en todo
juicio “se expresarán el resultado de los hechos reconocidos y comprobados
por la instrucción y los motivos que hayan determinado el juicio”. Mas para
47 Sauvel, Historia del juicio motivado, citado por Perelman 1988, p. 202.
48 Ibidem, p. 203.
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49 Idem. Enseguida, profundizando un poco más, el doctor Fix-Zamudio hace notar que
“El citado artículo 14 constitucional señala el fundamento de las sentencias civiles (en sentido
amplio, es decir, comprende también las administrativas y las laborales) conforme a la letra
o a la interpretación jurídica de la ley, y a falta de ésta, en los principios generales del dere-
cho. En materia penal queda prohibido imponer, por simple analogía o aun por mayoría de
razón, pena alguna que no esté decretada por una ley exactamente aplicable al delito de que
se trata”.
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que opera en los razonamientos jurídicos no es una simple aplicación de la lógica deductiva,
sino una lógica deóntica, es decir, una lógica que incluye las modalidades de obligación,
prohibición y permisión.
Es el problema de si la lógica se aplica, o no, a las normas, es decir, el problema de si la de-
finición de argumento válido deductivamente, la cual se basa en las características de verdad
y falsedad de las proposiciones, es funcional cuando se trata de enunciados deónticos, para
los cuales no tiene sentido predicar verdad o falsedad. No abordaremos aquí este tema, sólo
dejamos anotada la reflexión de Atienza (2007): “En realidad, el problema con el que nos
tropezamos aquí consiste en que en la definición de argumento deductiva antes aceptada,
se contemplaban únicamente enunciados susceptibles de ser calificados como verdaderos o
falsos, y esta característica —según opinión generalizada aunque no unánime— no la poseen
las normas. Pero ello, lo que comporta es la necesidad de corregir aquella definición que
podría ahora formularse así: Tenemos una implicación o una inferencia lógica o una argumentación
válida (deductivamente), cuando la conclusión necesariamente es verdadera (o bien, correcta,
justa, válida, etcétera) si las premisas son verdaderas (o bien, correctas, justas, válidas, etcé-
tera)” (p. 16).
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(1) Todo órgano legislativo debe actuar dentro de los límites de las atri-
buciones que la Constitución le confiere.
(2) La Asamblea Legislativa del Distrito Federal, III Legislatura es un
órgano legislativo.
(3) Por tanto, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, III Legis-
latura debe actuar dentro de los límites de las atribuciones que la
Constitución le confiere.
En esos casos sería necesario añadir una o varias premisas más, por me-
dio de las cuales se pudiera ver claramente cómo se deduce la conclusión a
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partir de las premisas. Alexy (2007) hace notar que éste es, quizá, el aspecto
más valioso de la justificación interna: ayuda a descubrir todas las premisas
cuya existencia es necesaria para arribar a una determinada conclusión, sin
permitir que tales premisas se “cuelen” subrepticiamente:
Engisch indica con razón que “extraer una conclusión como tal... (supone)
un esfuerzo mínimo; la principal dificultad estriba en hallar las premisas”.
Sin embargo, la exigencia de justificación interna no carece de sentido. En la
justificación interna debe quedar claro qué premisas hay que justificar exter-
namente. Presupuestos que de otra manera quedarían escondidos, deben ser
formulados explícitamente (Alexy: 2007, p. 221).
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dada una proposición jurídica que afirma una obligación jurídica relativa a
un sujeto o a una clase de sujetos, esta misma obligación existe respecto de
cualquier otro sujeto o clase de sujetos que tenga con el primer sujeto o clase
de sujetos una analogía bastante para que la razón que determinó la regla
relativa al primer sujeto (o clase de sujetos) sea válida respecto del segundo
sujeto (o clase de sujetos) (Perelman: 1979 [1988], p. 79).
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2. Argumento a fortiori
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3. Argumento a contrario
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4. Argumento de la dirección
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...el doblaje de películas es necesario para cumplir con este fin [manifestación
de las ideas], pues de no ser así, no existiría la manifestación de las ideas en
la forma que establece la Constitución, esto es, de forma directa con el es-
pectador receptor, lo que conllevaría a que sólo vieran, escucharan y tuvieran
acceso a esa información las personas que entendieran el idioma en el cual se
encuentra realizada la obra dejando a toda aquella sociedad que no tuviere el
manejo o conocimiento de la lengua extranjera, por lo que el artículo 8o. de
la Ley Federal de Cinematografía es inconstitucional por restringir la libertad
de expresión de las ideas, ya que llegaríamos al caso de la época del oscurantismo en
donde sólo las personas que sabían hablar latín, tenían acceso a la literatura de esa época
(2o. considerando de la sentencia dictada en el amparo en revisión expediente
02352/1997-00).
Según Alexy (2007, pp. 227 y ss.), se tiene un argumento de este tipo
cuando se justifica una interpretación R’ de R, porque la misma se corres-
ponde con la voluntad del legislador. Perelman y otros (1979 [1988], pp. 81
y 82) profundizan un poco más en su descripción:
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6. Argumento teleológico
56 Ezquiaga Ganuzas, Francisco Javier, citado por Gerardo Dehesa Dávila, 2007, p. 612.
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9. El argumento semántico
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Una dogmática del Derecho es (1) una serie de enunciados que (2) se refie-
ren a las normas establecidas y a la aplicación del Derecho, pero no pueden
identificarse con su descripción, (3) están entre sí en una relación de coheren-
cia mutua, (4) se forman y discuten en el marco de una ciencia jurídica que
funciona institucionalmente, y (5) tienen contenido normativo (Alexy: 2007,
p. 246).
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capítulo sexto
I. el Derecho y la palabra
Pocas realidades tienen una vinculación tan estrecha con la palabra, con el
lenguaje, como la tiene el derecho. Al indagar sobre sus últimos fundamen-
tos, se constata que el derecho no es tal con independencia de la palabra, sino
que el derecho es, en lo más profundo, un “decir” el derecho.
Si acudimos a la etimología de su nombre,1 encontramos que:
1 Para una exposición ya no de las raíces etimológicas, sino de los diversos sentidos de
la palabra “derecho” puede consultarse la clara y accesible exposición que al respecto ofrece
Cáceres Nieto (2000a) y Cáceres Nieto (2000b).
127
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Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1o., lo que
es social de lo que es individual; 2o., lo que es esencial de lo que es accesorio
y más o menos accidental.
La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el in-
dividuo registra pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no
interviene en ella más que para la actividad de clasificar.
El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligen-
cia, en el cual conviene distinguir: 1o., las combinaciones por las que el sujeto
hablante utiliza el código de la lengua con miras a expresar su pensamiento
personal; 2o., el mecanismo psicofísico que le permita exteriorizar esas com-
binaciones (Saussure: 1916 [1945], p. 57).
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que “ella era pobre” y que “ella era honesta”, lo cual es condición necesaria
y suficiente para la verdad del enunciado.
c) “Lo dicho” tiene que ser parte de lo que el hablante quiso decir. Exis-
ten muchos juegos del lenguaje (usando la terminología de Wittgestein, no
la de Grice) en los que el hablante enuncia palabras con las cuales no pre-
tende comunicar lo que ellas convencionalmente (dentro del sistema léxico
de la lengua) significan, sino otra cosa. De esta forma, por ejemplo, cuando
una persona está hablando irónicamente, no está realmente “diciendo” (en
el sentido griceano) lo que sus palabras significarían literalmente, sólo “hace
como que dice” eso, pero en realidad quiere decir lo contrario, y así debe
suponerlo su interlocutor.
La distinción entre “lo dicho/ lo implicado” hace patente el hecho de
que aun cuando con un mismo enunciado se pueden comunicar muchos
mensajes a la vez –como muestran los ejemplos de Grice comentados en
los párrafos anteriores–, no todos ellos se encuentran en la misma “dimen-
sión” del significado. Tampoco es el mismo el compromiso que el hablante
asume frente a contenidos comunicados en dimensiones distintas, ni es im-
putable a él la misma responsabilidad cuando su mensaje está “dicho” que
cuando sólo está “implicado”. Esto es de enorme importancia para diversas
disciplinas de estudio, entre ellas, el derecho. Ejemplo de esto último es la
utilidad que reporta el aplicar la distinción “dicho/implicado” en el análisis
del delito de falsedad en declaraciones judiciales y otros delitos que se le ase-
mejan, como concluirá el amable lector al recordar uno de los más famosos
casos que ha habido en la historia reciente al respecto: el proceso de 1998
en contra del expresidente de los Estados Unidos de Norteamérica, William
Clinton, durante el cual se aludió al criterio conocido como “Regla de la
Verdad Literal”, según la cual no debe acusarse de perjurio a una persona
cuando lo que DICE es literalmente verdadero, por más que de ello pueda
INFERIRSE algo falso.4
2013.
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Desde la perspectiva de Grice, si bien “lo dicho” sólo puede serlo con
todas las especificaciones que hemos mencionado, “lo implicado”, en cam-
bio, puede tener características muy diversas, y puede descubrirse su conte-
nido por medio de procesos inferenciales muy distintos entre sí.
Una primera distinción se puede establecer entre las inferencias lógicas
y las inferencias lingüísticas. Se dice que hay una implicación lógica cuando
de la verdad de un primer enunciado se concluye necesariamente la ver-
dad de un segundo enunciado (y de la falsedad del segundo, la falsedad del
primero); en otras palabras, cuando es imposible que el primer enunciado
sea verdadero y el segundo sea falso.
La implicación o inferencia así entendida no depende del contenido
lingüístico de las proposiciones, sino de su estructura formal; de hecho, la
lógica simbólica hace abstracción de los contenidos presentes en la lengua
natural que no tengan relación con la forma lógica. Es por eso que, vol-
viendo a un ejemplo anteriormente mencionado, a la lógica formal le da lo
mismo si se dice “ella era pobre pero honesta”, que si se dice “ella era pobre
y honesta” o “ella era pobre aunque honesta”, porque los diferentes matices
de significado presentes en “y”, “pero” y “aunque” van más allá de la forma
lógica que ella estudia, ya que a la lógica formal sólo le interesa el que, en
uno y otro caso, se trata de una conjunción.
Las inferencias lógicas, pues, surgen a partir de la estructura formal de
los enunciados, sin considerar los contenidos adicionales que el lenguaje na-
tural pudiera aportar. Sin embargo, a partir de esos contenidos, tal y como
se encuentran en el lenguaje natural, surgen las inferencias lingüísticas, que
son inferencias por ser significados que se desprenden de otros, pero que tienen
propiedades distintas de las que caracterizan a las inferencias de la lógica,
como se verá en las consideraciones siguientes.
Así, pues, además de distinguir entre inferencias lógicas e inferencias
lingüísticas es necesario hacerlo también entre los diversos tipos de inferen-
cia lingüística. De éstos, a los que tradicionalmente se les ha dado más im-
portancia son: presuposición, implicatura convencional e implicatura con-
versacional.
A. La presuposición
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sino fenómenos que se le parecen; así, por ejemplo, mientras que algunos
autores analizan lo que correspondería a una “presuposición lógica”, otros
hablan, en realidad, de una “presuposición pragmática” o de algún otro
tipo de inferencia.
Aquí se considerarán las características de la presuposición, entendida
como presuposición lógica, misma que podría definirse como “una precon-
dición para que una oración, al ser usada, pueda tener valor veritativo”, en
otras palabras, una presuposición es una condición necesaria tanto para la
verdad como para la falsedad de un enunciado.
A partir de esta definición puede verse ya claramente una característica
esencial de la presuposición, la cual surge con independencia de cuál sea
el valor veritativo del enunciado de origen, por lo tanto, si se acepta que el
enunciado de origen es verdadero o que es falso, por ese mismo hecho se
aceptaría también la presuposición. Esto se ve más claramente en el co-
nocido ejemplo de Strawson (reformulación del de Russell), que se retoma
enseguida. Si en este día, en que Francia hace mucho que ya no es una mo-
narquía, se dijera: “el actual rey de Francia es sabio”, y luego se nos pidiera
establecer el valor veritativo de tal enunciado, tan extraño sería afirmar que
es verdadero, como decir que es falso, porque en ambos casos parecería es-
tar implícito (presupuesto) que existe actualmente un rey de Francia. Mejor
sería contestar esquivando el dilema: “ese enunciado no es ni verdadero, ni
falso, porque actualmente no existe rey de Francia”.
Intrínsecamente relacionada con la anterior, encontramos otra carac-
terística esencial de la presuposición, la cual se mantiene también al negar
el enunciado origen. Así, por ejemplo, si se presenta un enunciado como:
“Aristóteles escribió la Ética a Nicómaco”, surge la presuposición de que exis-
te un ser a quien designa el nombre Aristóteles. Ahora bien, si se niega el
enunciado que generó dicha presuposición, diciendo: “Aristóteles no escri-
bió la Ética a Nicómaco”, la presuposición de existencia —existe un ser a
quien designa el nombre Aristóteles— se mantiene, a pesar de haber nega-
do el enunciado.
Existen diversas estructuras lingüísticas que pueden generar presuposi-
ción, algunas de ellas son:
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B. La implicatura conversacional
Cantidad:
a) Haz tu contribución tan informativa como lo requieran los propósitos
del intercambio.
b) No hagas tu contribución más informativa de lo que se requiere.
Cualidad:
a) No digas lo que crees que es falso.
b) No digas aquello para lo que no tienes la evidencia adecuada.
Relación: sé pertinente.
Manera:
a) Evita expresarte de modo obscuro.
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b) Evita ambigüedades.
c) Sé breve (evita extenderte innecesariamente).
d) Sé ordenado.
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C. La implicatura convencional
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En estos ejemplos parece claro que expresar la oración (por supuesto que en
las circunstancias apropiadas) no es describir ni hacer aquello que se diría
que hago al expresarme así, o enunciar que lo estoy haciendo: es hacerlo.
Ninguna de las expresiones mencionadas es verdadera o falsa... Puede ocurrir
que la expresión lingüística “sirva para informar a otro”, pero esto es cosa
distinta. Bautizar el barco es decir (en las circunstancias apropiadas) la pala-
bra “Bautizo...” Cuando, con la mano sobre los Evangelios y en presencia del
funcionario apropiado, digo “Sí, juro!”, no estoy informando acerca de un
juramento; lo estoy prestando.
A los enunciados de este tipo (como los vistos en los ejemplos a-d) Aus-
tin propuso llamarlos performative utterances, que en español se ha traducido
como “enunciados realizativos (o “ejecutivos” o “performativos”). A pesar
de no ser verificables empíricamente —porque ni describen estados de cosas
en el mundo, ni pueden ser calificados como “verdaderos” o “falsos”—, es
decir, a pesar de no cumplir la característica indispensable para que, según
el positivismo lógico, un enunciado pudiera tener sentido, los ejemplos de
los incisos a-d tienen sentido pleno.
De este modo, puede quedar desechada la tesis del positivismo lógico
según la cual sólo los enunciados constativos, es decir, los que describen
un estado de cosas en el mundo, podían tener sentido. Aquí vemos que los
constativos son sólo uno de los tipos de enunciados con sentido. Al lado de
los enunciados constativos, Austin puso a los ejecutivos. Así, pues, mientras
que los enunciados constativos son aseveraciones que describen algún even-
to o circunstancia, y tienen la propiedad de ser verdaderos o falsos, los enun-
ciados ejecutivos carecen de valor veritativo (es decir, no son verdaderos ni
falsos), y se emplean para hacer algo, no para describirlo.
Ahora bien, si el criterio para valorar a los enunciados ejecutivos o rea-
lizativos (o “performativos”) no puede ser el concepto de verdad (esto es, la
correspondencia entre la afirmación sobre un estado de cosas y ese estado
de cosas), ¿cómo valorarlos? Austin analiza este aspecto en la segunda de
sus conferencias:
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5 Más adelante se explicará por qué el tener estos pensamientos, sentimientos e inten-
ciones no se incluye como una más de las otras “circunstancias” a que nos referimos en (A).
Austin: 1962, nota al pie, p. 56.
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Por último, vale la pena señalar que se han hecho diversas tipologías de
los actos de habla. Una de ellas, muy popular, es la de Searle (1979), quien
clasifica a los actos de habla en:
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7 Para el tema que aquí nos ocupa, interesa recordar que por capacidad procesal se en-
tiende “la aptitud que tienen los sujetos de derecho, no sólo para ser parte en el proceso
sino también para actuar por sí (parte en sentido material) o en representación de otro
(parte en sentido formal) en el ejercicio de sus derechos y en el cumplimiento de sus de-
beres, ventilados ante el órgano jurisdiccional”. Para el juzgador “rige para determinar
su capacidad de decisión la figura de la competencia o capacidad objetiva, además de
los requisitos generales de capacidad subjetiva en abstracto y en concreto o imparciali-
dad, mientras que para las partes interesadas se pedirá para la validez de su actuación
ante la autoridad judicial, la capacidad procesal”. Flores García, Fernando: 2002).
Ahondando un poco más en lo relacionado con la competencia del juzgador, hay
que decir que el Código de Procedimientos Civiles para el D. F. establece, en su artículo
144 que la competencia de los tribunales debe determinarse por la materia (naturaleza
de las cuestiones jurídicas que constituyen la materia del litigio, pues hay una creciente
necesidad de conocimientos especializados), por el territorio (ámbito espacial), por la
cuantía (se refiere al valor económico que involucran los asuntos judiciales a resolver),
grado (cada una de las instancias que puede tener un juicio: hay órganos que pueden
conocer de un pleito en primera instancia y otros, en instancias ulteriores), por la cali-
dad personal de las partes involucradas en el pleito (juzgadores especiales para militares
o para menores infractores), turno (el orden en que se distribuyen los expedientes entre
tribunales de igual competencia según los otros aspectos), etcétera. Cfr. Flores García,
Fernando: 2002.
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capítulo séptimo
(2002, p. 393): “Si bien el concepto estricto de sentencia es el de resolución que pone fin al
proceso decidiendo el fondo del litigio, se han calificado como tales otras resoluciones que no
tienen estas características, y a la inversa, lo que ha provocado confusión especialmente en la
legislación y en la jurisprudencia”.
149
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lo estima necesario, pueda aclarar y precisar las pretensiones de las propias partes mediante
la institución de la suplencia de la queja.
4 López Ruiz y López Olvera (2007) citan a Pantoja Bauzá, Rolando, Derecho administra-
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5 Es común, en otros autores, llamar “tesis” a esta proposición que se trata de funda-
mentar.
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Proposición que se
defiende (Tesis)
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Proposición que se
defiende (tesis):
1er. sub-argumento
del 3o.
1er. sub-argumento
del 1er. sub-argto
del 3o.
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1. Datos de identificación
2. Resultandos
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A. Primer resultando
B. Segundo resultando
C. Tercer resultando
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D. Cuarto resultando
E. Quinto resultando
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Postura única:
Argumentos de la
postura única
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9 Cfr. Supra, capítulo quinto, apartado IV, donde se explica detenidamente esta forma de
argumento.
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Vista en forma completa, la defensa de esta tesis tiene como partes com-
ponentes cuatro formas de argumentos, cada uno de las cuales omite una
premisa que fácilmente puede inferirse por el contexto (puesto que en éste
se mencionan los nombres de las leyes a partir de las cuales surgen, respec-
tivamente, cada una de estas premisas no explícitas). Al ser razonamientos
que omiten premisas, podemos decir que se trata de entimemas; tenemos,
así, cuatro entimemas y cada uno de ellos tendría como conclusión, res-
pectivamente, una de las cuatro partes de la tesis que se busca respaldar. Si
suplimos las premisas faltantes, los razonamientos completos podrían expre-
sarse esquemáticamente de la siguiente manera:
(1o. a) R2 & R3 → T1
R2 & R3
_____________
T1
Forma de argumento: Modus Ponendo Ponens
12 Premisa omitida que surge de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación,
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(1o. b) R2 & R3 → T2
R2 & R3
T2
Forma de argumento: Modus Ponendo Ponens
(1o. c) R2 & R3 → T3
R2 & R3
T3
Forma de argumento: Modus Ponendo Ponens
(1o. d) R1 → T4
R1
________
T4
Forma de argumento: Modus Ponendo Ponens
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La Juez a quo, aplica en forma inexacta los artículos 77, 78, 155 y 193 de la
Ley de Amparo, así como la tesis de jurisprudencia número 276, publicada
en la página 257, tomo I, Apéndice al Semanario Judicial de la Federación
1917 a 1995, que lleva como rubro ProporcionaliDaD y eQuiDaD tribu-
tarias, falta De. DepenDe De circunstancias generales, y además de
interpretar en forma aislada e inexacta los artículos 8o. de la Ley Federal
de Cinematografía y 5 y 6 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, por los razonamientos lógico-jurídico que se sustentan en los si-
guientes agravios: I. Argumenta la Juez a quo en el considerando cuarto de la
sentencia que se recurre lo siguiente: No asiste razón a la parte quejosa, pues
en el caso de las películas dobladas al español, no existe limitación a la ma-
nifestación de las ideas, atendiéndose por tal la función creativa que permita
comunicar al espectador con el creador de la obra, pues tratándose de dobla-
jes, éstos únicamente tienen por objeto la traducción de la expresión verbal
efectuada en el idioma de origen, atendiendo a que su objetivo no es el crear
sino reproducir la expresión gramatical, pues no debe confundirse la mani-
festación de las ideas, que está sujeta a las limitantes que establece el artículo
6 constitucional, con la traducción de una obra que debe sujetarse a la idea
expresada por su creador, pues pensar de otra manera sería no apegarse a los
parlamentos de la obra creativa tergiversando y distorsionando su contenido.
La anterior apreciación que hace la Juez de Distrito, resulta de una inexacta
interpretación del artículo 6o. de la Constitución Federal, además de aplicar
inexactamente el principio de congruencia de las sentencias de amparo en
términos del artículo 77, fracc. II, y 78 de la Ley de Amparo, pues pierde de
vista cuál es el fundamento filosófico y jurídico que sustenta nuestra Carta
Magna en la garantía de libertad de expresión, entendiéndose por manifes-
tación de las ideas la exteriorización del pensamiento por cualquier medio, con
excepción de la impresión que está regulada en el artículo 7o. de la Consti-
tución Federal, y que consagra la libertad de imprenta, siendo de explorado
derecho que la libertad individual de expresión no se refiere exclusivamente a
la manifestación de ideas por medio de la palabra, puesto que puede hacerse
también a través de gestos, símbolos o cualquier otra forma de elaboración de
imágenes o sonidos que permitan transmitir una idea, por lo tanto, la apre-
ciación que hace la juez a quo en el sentido de que la traducción de una obra,
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de un hablante (o más de una voz), es evidente que habrá más de una es-
tructura de argumento. En el asunto 2.1 hay dos estructuras de argumen-
to, las cuales corresponden a sendas posturas sobre el asunto, y que aquí
se llamarán “estructura de argumento 2.1.a” y “estructura de argumento
2.1.b”, respectivamente. En el asunto 2.2 se puede ver una única estructura
de argumento.
El esquema de la estructura de la argumentación del 2o. asunto sería,
entonces, como se muestra a continuación.
Asunto 2o.
[Expresa la postura de la recurrente, que hizo valer los siguientes agravios]: La Juez
a quo aplica en forma inexacta los artículos 77, 78, 155 y 193 de la Ley de Amparo,
así como la tesis de jurisprudencia número 276, publicada en la página 257, tomo I,
Apéndice al Semanario Judicial de la Federación 1917 a 1995, que lleva como rubro
PROPORCIONALIDAD Y EQUIDAD TRIBUTARIAS, FALTA DE. DEPENDE DE CIRCUNSTANCIAS
GENERALES , y además de interpretar en forma aislada e inexacta los artículos o.º de
la Ley Federal de Cinematografía y 5o. y 6o. de la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos
Asunto 2.1
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El artículo 8o. de la LFC, al establecer que las películas que no sean documentales
ni infantiles deberán presentarse en su idioma original con subtítulos, pero no
dobladas, no limita la garantía de libre manifestación de las ideas.
Sub-argumento Sub-argumento
de argumento 1o. 1o..de argumento
3o.
en 2.1.b
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Tesis
“La juez a quo aplica en forma inexacta el artículo 77, fracciones I y II, 78 y
193 de la Ley de Amparo”.
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realiza por cualquier medio que permita transmitir una idea, toma como
claros ejemplos de estos medios a los gestos y símbolos, para, de ahí, hacer
después la generalización.
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no ser así, no existiría la manifestación de las ideas en la forma que establece la Constitución,
esto es, de forma directa con el espectador receptor, lo que conllevaría a que sólo vieran,
escucharan y tuvieran acceso a esa información las personas que entendieran
el idioma en el cual se encuentra realizada la obra dejando a toda aquella so-
ciedad que no tuviere el manejo o conocimiento de la lengua extranjera, por lo
que el artículo 8o. de la Ley Federal de Cinematografía es inconstitucional por
restringir la libertad de expresión de las ideas (2o. considerando).
Con este argumento se aprecia cómo una actividad que estaba puesta
—literalmente— en tela de juicio, como es, en este caso, el doblaje de pe-
lículas, ahora se presenta bajo una nueva luz, con un gran valor, pues se la
considera un medio necesario para lograr la finalidad de que se cumplan las
disposiciones constitucionales, en particular la que se refiere a la garantía de
libre manifestación de las ideas. Así, pues, el doblaje de películas y su presen-
tación al público debe ser algo no sólo permitido, sino procurado. Perelman
et al. (1994, p. 426) dicen sobre este tipo de argumento que: “puede ocurrir...
que se valore una actividad como medio. Esta valoración no resulta de la
transformación de un fin en medio, sino de la importancia instrumental que
se reconoce en algo cuyo valor se había ignorado o incluso era negativo”.
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Por otra parte, tampoco es exacto que el precepto impugnado vulnere la ga-
rantía de libertad de trabajo que tutela el artículo 5o. de la Constitución Fe-
deral, toda vez que no prohíbe a la quejosa dedicarse a una actividad lícita
como lo es la de comprar, vender, tomar en arrendamiento, alquilar, sub-
arrendar, distribuir, exhibir y negociar con películas, proyectores, aparatos
cinematográficos, artículos y utensilios de todas clases que estén relaciona-
dos con los mismos o que se usen con ellos, pues el contenido normativo del
precepto impugnado solamente dispone que las películas sean exhibidas en
su versión original, lo que no impide a la quejosa realizar la actividad que
ha venido llevando a cabo. La aseveración que hace la juez a quo, resulta
de una inexacta interpretación de la libertad de trabajo que consagra el ar-
tículo 5o. de nuestra Carta Magna, toda vez que si el artículo 8o. de la Ley
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Asunto 3o.
No la vulnera Sí la vulnera
Argumentos de la
Argumentos de la
postura 1a. postura 2a.
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Tesis
(1a. postura)
Tesis
(2a. postura)
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Por otra parte, tampoco es exacto que el precepto impugnado vulnere la ga-
rantía de libertad de trabajo que tutela el artículo 5o. de la Constitución Fe-
deral, toda vez que no prohíbe a la quejosa dedicarse a una actividad lícita
como lo es la de comprar, vender, tomar en arrendamiento, alquilar, sub-
arrendar, distribuir, exhibir y negociar con películas, proyectores, aparatos
cinematográficos, artículos y utensilios de todas clases que estén relacionados
con los mismos o que se usen con ellos, pues el contenido normativo del pre-
cepto impugnado solamente dispone que las películas sean exhibidas en su
versión original, lo que no impide a la quejosa realizar la actividad que ha
venido llevando a cabo (2o. considerando).
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17 Cfr. Supra, capítulo segundo, apartado III: “Principales leyes de la lógica proposicional”.
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Postura única
Argumento de la
postura única
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18 Que textualmente se lee: “Artículo 8o. Las películas serán exhibidas al público en
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Asunto 5o.
Postura única
Tesis
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20 Sobre la falacia de Petición de Principio, comenta Copi (1977, p. 94): “Al tratar de es-
tablecer la verdad de una proposición, a menudo buscamos premisas aceptables de las cuales
pueda deducirse la proposición aludida como conclusión. Si alguien toma como premisa de
su razonamiento la misma conclusión que pretende probar, la falacia cometida es la petitio
principii o petición de principio. Si la proposición que se quiere establecer está formulada
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sin embargo, este argumento entimemático que presenta la SCJN para fun-
dar su postura también puede interpretarse de la siguiente manera: no era
necesario que la juez a quo hiciera referencia explícita al modo como la
quejosa presentó los hechos, pues ese modo suponía que el artículo 8o. de la
LFC era inconstitucional, lo cual fue probado falso, al fijar la juez el alcance
de la garantía de libre expresión. Desde esta interpretación, resultaría perti-
nente el (sub)argumento que presenta la SCJN para apoyar a la juez en este
punto acerca de la constitucionalidad del artículo 8o. de la LFC, cuya forma
de argumento se analiza en lo que sigue.
[el artículo 8o. de la LFC no infringe la libre manifestación de las ideas] pues
permite exteriorizarlas a través de diferentes medios, como es la traducción
(en el caso de las películas subtituladas filmadas en idioma extranjero) o do-
bladas al español (en el caso de las películas infantiles y documentales). Por
tanto, la circunstancia de que este precepto no contemple como medio de
difusión de las ideas, la traducción verbal de la película al idioma español
(conocido como doblaje), ello no es violatorio de la garantía contenida en
el artículo 6o. constitucional, puesto que el artículo 8o. impugnado permite
transmitirlas de diversa forma (4o. considerando).
exactamente en las mismas palabras como premisa y como conclusión, el error será tan
manifiesto que no engañará a nadie. Pero a menudo dos formulaciones pueden ser suficien-
temente distantes como para oscurecer el hecho de que una y la misma proposición aparece
como premisa y como conclusión”.
21 Copi, Irving, Introducción a la lógica, 18a. ed., Buenos Aires, Eudeba, 1977.
22 Copi enriquece su explicación con algunos ejemplos: “Por ejemplo, cuando se halla
bajo consideración una propuesta particular de dictar una legislación sobre la vivienda, pue-
de levantarse un legislador para hablar a favor de la ley y argumentar que todo el mundo
debe tener viviendas decentes. Estas observaciones carecen de atinencia lógica con respecto
al punto en discusión, pues éste se refiere a las medidas particulares que se proponen [...] En
un juicio, al tratar de probar que el acusado es culpable de asesinato, el fiscal acusador puede
argumentar extensamente para demostrar que el asesinato es un horrible delito y lograr,
efectivamente, probar esta conclusión. Pero, si de sus observaciones acerca de lo horrible que
es el asesinato, pretende inferir que el acusado es culpable de él, comete la falacia de ignoratio
elenchi” (ibidem, pp. 97 y 98).
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Argumentación
preparatoria al enunciado
del 6o. asunto
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Aunque la empresa quejosa señala que los actos reclamados contravienen “la garantía
de libertad de trabajo”, en realidad es la “libertad de comercio” la que específicamente
impugna
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hace en forma deficiente y que, por ende, deja de asistir a las salas a ver una
película con subtítulos en español, pues sus circunstancias personales no le
permiten disfrutar plenamente el espectáculo, y, en consecuencia, vulnera la
garantía de libertad de comercio consagrada en el artículo 5o. constitucional,
en virtud de que la limitante a que se contrae no se funda en razón alguna ni
existe motivo legal para suponer que su razón de ser se apoye en algunas de
las hipótesis con base en las cuales el numeral 5o. de la Carta Magna permite
la limitación de la garantía de libertad de comercio.
Al respecto, resulta ilustrativo los criterios de este Alto Tribunal, relativos
a la interpretación de la garantía de libertad de comercio contenida en el
precepto constitucional en análisis:
LibertaD De comercio. El artículo 12, fracción V, Del Regla-
mento De Construcciones para el Distrito FeDeral no es violato-
rio De la garantía Que establece el artículo 5o. constitucional.
El artículo 5o. de la Constitución Federal garantiza el ejercicio de las liberta-
des de comercio e industria, que sean lícitas; expresando que sólo podrán ve-
darse, bajo los requisitos y condiciones que en él se contemplan; de ahí que la
autoridad legislativa pueda restringir o limitar estos derechos, en función del in-
terés público de la sociedad. En el caso, el artículo 12, fracción V, del Reglamento
de Construcciones para el Distrito Federal, prohíbe el uso de las vías públicas
“para instalar comercios semifijos en vías primarias y de acceso controlado”.
Dicha prohibición no puede entenderse como absoluta, dirigida al comercio
en general, sino como una limitación para que esta actividad no se pro-
picie en lugares donde se afecte el bien común, que en el caso se traduce en
el libre tránsito peatonal. Por tanto, no puede considerarse inconstitucional
este precepto, en tanto que no veda el ejercicio de la libertad comercial, sino
tan sólo la sujeta a determinados requisitos, cuyo fin es salvaguardar los intereses
de la comunidad”. Tesis CLXXXII/97, Novena Época, Semanario Judicial de la
Federación y su Gaceta, t. VI-diciembre de 1997, p. 113.
BebiDas alcohólicas. La ley Que reglamenta su venta, Distri-
bución y consumo en el estaDo De Tabasco a partir Del 11 De fe-
brero De 1996, no viola la garantía De libertaD De comercio. La
mencionada ley regula la comercialización de bebidas alcohólicas en dicha
entidad federativa, pero en ninguno de sus preceptos impide el ejercicio del
libre comercio, ni tampoco establece que tal actividad sea ilícita, sino que
contempla la regulación respectiva para que no se vea afectada la sociedad
con su ejercicio; para ello impone ciertos requisitos, obligaciones y prohibi-
ciones a quienes explotan ese giro mercantil, como la consistente en que la
venta de cerveza en envase cerrado sólo puede hacerse a temperatura am-
biente, medida que no afecta la garantía de libertad de comercio consagrada
en el artículo 5o. constitucional, ya que las disposiciones de esta naturaleza
tienden a proteger la salud y el bienestar de la colectividad, sin limitar los derechos
públicos subjetivos de los comerciantes, los que pueden libremente ejercer su
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actividad cumpliendo con las prevenciones fijadas, para hacer de éste un acto
lícito que no afecte el interés público. Además, la imposición de modalidades
a la venta, distribución y consumo de bebidas alcohólicas se sustenta y justi-
fica en términos de lo establecido en el último párrafo del artículo 117 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, conforme al cual las
Legislaturas de los Estados se encuentran obligadas, al igual que el Congreso
de la Unión, a dictar leyes encaminadas a combatir el alcoholismo, lo que
deben hacer de acuerdo con las condiciones sociales, culturales e idiosincrasia
de la población de su entidad, siendo esta función de orden público e interés
social. P./J. 64/97, Novena Época, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
t. VI-septiembre de 1997, p. 62.
MáQuinas registraDoras De comprobación fiscal. Su implanta-
ción obligatoria para los contribuyentes con local fiJo no viola
la libertaD De comercio. La implantación obligatoria para los contribu-
yentes con local fijo de máquinas registradoras de comprobación fiscal que
establece el artículo 29 del Código Fiscal de la Federación no puede conside-
rarse violatoria de la garantía de libertad de comercio consagrada en el artí-
culo 5o. constitucional, pues con ello no se prohíbe ni coarta en forma alguna
la actividad mercantil de los contribuyentes, sino que únicamente se busca la
implantación de un sistema de registro contable que tienda a determinar con mayor
precisión su situación fiscal. P./J. 7/93, Octava Época, Gaceta del Semanario Judicial
de la Federación, t. 70-octubre de 1993, p. 12.
...
De la lectura cuidadosa de los criterios reproducidos de esta Suprema Cor-
te de Justicia de la Nación, al interpretar el artículo 5o. de la Carta Magna, se
desprende que la garantía de libre comercio no es absoluta, irrestricta e ilimi-
tada, sino que requiere que la actividad que emprenda el gobernado sea lícita,
es decir, que esté permitida por la ley; y su ejercicio sólo puede limitarse en dos
supuestos, a saber, por determinación judicial, cuando se lesionen los derechos
de tercero, o bien, por resolución gubernativa en los casos específicos que lo
determine la ley, siempre y cuando se ofenda los derechos de la sociedad.
La interpretación constitucional de este Alto Tribunal revela que las li-
mitaciones a la libertad de comercio, establecidas en el propio precepto de
la Ley Fundamental, responden a la necesidad de proteger el interés público, lo que
implica que la garantía en cuestión será exigible siempre y cuando la acti-
vidad, aunque lícita, no afecte el derecho de la sociedad, esto es, existe un
imperativo que subyace frente al derecho de los gobernados en lo individual,
en tanto que existe un valor que se pondera y asegura, que se traduce en la
convivencia y bienestar social, lo que significa que se protege el interés de la
sociedad por encima del particular y, en aras de ese interés mayor, se limita o
condiciona el individual cuando con éste puede afectarse aquél en una pro-
porción mayor del beneficio que obtendría el gobernado.
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Sub-argumento
del argumento
3o. de la
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...
Al defender otras culturas, defendemos también la nuestra; por estas razo-
nes, las obra cinematográfica tiene un rango de valor cultural primordial con
independencia de su nacionalidad.
En efecto, la obra cinematográfica tiene un rango de valor cultural pri-
mordial, con independencia de su nacionalidad; y con ella se pretende tutelar,
a la vez, a la industria cinematográfica nacional y la identidad lingüística,
valores que, como tales, forman parte de los derechos de la sociedad.
En tal virtud, si el artículo reclamado tutela el respeto irrestricto a la
concepción y producción de la obra cinematográfica como valor cultural, re-
sulta incontrovertible que, en esas condiciones, el bien tutelado por la norma
impugnada lo constituyen derechos de la sociedad; de ahí que al limitarse por
la norma controvertida, la libertad de trabajo o de comercio, como quiera
llamarse, dicha limitación no transgrede al artículo 5o. constitucional.
...
Creemos que el artículo 8o. reclamado no rompe el principio de igualdad,
toda vez que el cine no es sólo arte, el cine expande sus fronteras y se intro-
duce a la televisión y a los géneros periodísticos y publicitarios, donde las
condiciones son diferentes, el público puede ser más heterogéneo y los fines
mucho más comerciales;
...
Esto plantea otro problema, habríamos de diferenciar entre una obra
esencialmente artística que se concibe y termina para las salas, y otra más
bien un producto comercial presentado para otros medios más domésticos,
una obra presentada en la sala cinematográfica persigue determinado éxito,
y el logro o fracaso son responsabilidad íntegra del autor, cualquier programa
presentado por la televisión busca capturar el mercado más diverso y hetero-
géneo posible, sin hacer otra cosa que atender al televisor. La televisión entre-
tiene, educa, divierte, informa y eso es lo que vende, sus fines son enteramente
comerciales; por otro lado, el público que va a la sala tiene cierta información
o preferencia de antemano, y en el mejor de los casos, busca algo más que
esos cuatro verbos.
...
Los medios masivos domésticos deberían regirse por normas muy distin-
tas de las normas que rigen las salas, pues son otros los objetivos, el mercado
y las intenciones de la industria y la academia... luego, sí hay una diferencia
y es necesario tratar en forma diferente a las películas en la salas de exhibi-
ción y a las películas en la televisión (voto minoritario del amparo en revisión
2352/97).
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Jueces de Distrito, en sus sentencias, podrán suplir el error en que haya incu-
rrido la parte agraviada al citar la garantía cuya violación reclama, otorgando
el amparo por la que realmente aparezca violada, pero sin cambiar los hechos
o conceptos de violación expuestos en la demanda”. La comprensión correc-
ta de una demanda en cuanto a su forma, no implica ni alteración de los
hechos, ni una modificación de los conceptos de violación; el juzgador pues,
debe atender preferentemente a lo que se quiso decir y no a lo que aparen-
temente se dijo, ya que solamente en esta forma, se puede compaginar una
recta administración de justicia al no aceptar la relación obscura, deficiente o
equívoca como la expresión exacta del pensamiento del autor de la demanda,
sobre todo si su verdadero sentido se desprende fácilmente, relacionando los
elementos de la misma demanda. Así, pues, si en su demanda algún quejoso,
no pretendió reclamar determinados actos que aparecen en la misma deman-
da y el Juez federal se da cuenta, por la interpretación que haga de la misma,
de que en realidad los actos que se pretenden combatir son otros, el juzgador
obra correctamente al hacer dicha interpretación. Segunda Sala, Semanario
Judicial de la Federación, vol. 217-228, tercera parte (5o. considerando).
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Haciendo una síntesis del argumento podría decirse que el artículo 5o.
constitucional establece que puede limitarse la libertad de comercio úni-
camente cuando la actividad comercial en cuestión caiga en alguno de los
supuestos mencionados en ese mismo artículo. De esta primera afirmación
puede obtenerse el siguiente bicondicional: “si una actividad comercial cae
en alguno de los supuestos previstos por el artículo 5o. constitucional, en-
tonces puede limitarse, y si alguna actividad comercial ha podido limitarse,
se infiere entonces que dicha actividad ha caído en alguno de los supuestos
previstos por el artículo 5o. constitucional”. Enseguida, en esta argumenta-
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libre comercio, ni tampoco establece que tal actividad sea ilícita, sino que
contempla la regulación respectiva para que no se vea afectada la sociedad
con su ejercicio; para ello impone ciertos requisitos, obligaciones y prohibi-
ciones a quienes explotan ese giro mercantil, como la consistente en que la
venta de cerveza en envase cerrado sólo puede hacerse a temperatura am-
biente, medida que no afecta la garantía de libertad de comercio consagrada
en el artículo 5o. constitucional, ya que las disposiciones de esta naturaleza
tienden a proteger la salud y el bienestar de la colectividad, sin limitar los derechos
públicos subjetivos de los comerciantes, los que pueden libremente ejercer su
actividad cumpliendo con las prevenciones fijadas, para hacer de éste un acto
lícito que no afecte el interés público. Además, la imposición de modalidades
a la venta, distribución y consumo de bebidas alcohólicas se sustenta y justi-
fica en términos de lo establecido en el último párrafo del artículo 117 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, conforme al cual las
Legislaturas de los Estados se encuentran obligadas, al igual que el Congreso
de la Unión, a dictar leyes encaminadas a combatir el alcoholismo, lo que
deben hacer de acuerdo con las condiciones sociales, culturales e idiosincrasia
de la población de su entidad, siendo esta función de orden público e interés
social. P./J. 64/97, Novena Época, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
t. VI-septiembre de 1997, p. 62.
MáQuinas registraDoras De comprobación fiscal. Su implanta-
ción obligatoria para los contribuyentes con local fiJo no viola
la libertaD De comercio. La implantación obligatoria para los contribu-
yentes con local fijo de máquinas registradoras de comprobación fiscal que
establece el artículo 29 del Código Fiscal de la Federación no puede conside-
rarse violatoria de la garantía de libertad de comercio consagrada en el artí-
culo 5o. constitucional, pues con ello no se prohíbe ni coarta en forma alguna
la actividad mercantil de los contribuyentes, sino que únicamente se busca la
implantación de un sistema de registro contable que tienda a determinar con mayor
precisión su situación fiscal. P./J. 7/93, Octava Época, Gaceta del Semanario Judicial
de la Federación, t. 70-octubre de 1993, p. 12.
...
De la lectura cuidadosa de los criterios reproducidos de esta Suprema Cor-
te de Justicia de la Nación, al interpretar el artículo 5o. de la Carta Magna,
se desprende que la garantía de libre comercio no es absoluta, irrestricta e
ilimitada, sino que requiere que la actividad que emprenda el gobernado sea
lícita, es decir, que esté permitida por la ley; y su ejercicio sólo puede limitarse
en dos supuestos, a saber, por determinación judicial, cuando se lesionen los
derechos de tercero, o bien, por resolución gubernativa en los casos especí-
ficos que lo determine la ley, siempre y cuando se ofenda los derechos de la
sociedad (5o. considerando).
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Puede verse una explicación sobre el argumento por el uso de los prece-
dentes, o “argumento ab exemplo” en el capítulo quinto, apartado 8.
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caso concreto que aquí se presenta, se acusa al artículo 8o. de la Ley Fede-
ral de Cinematografía de ser contrario a la regla de justicia por dar trato
esencialmente distinto a entidades pertenecientes a una misma clase. Para
intentar rebatir este argumento, habría que mostrar que las entidades que
se suponen aquí pertenecientes a una misma clase no son, en realidad, esen-
cialmente similares y, por tanto, no hay obligación de darles el mismo tra-
to. Eso es lo que se alegará en el voto minoritario, como puede verse más
adelante, donde se explica la “forma del “argumento 4o. de la postura de
la minoría”.
En efecto, el precepto reclamado debe interpretarse en relación con otros preceptos de la pro-
pia ley, entre los que se encuentran el 1o., el cual establece, en lo conducente,
que el objeto de dicha ley es promover la integración, fomento y desarrollo de la industria
cinematográfica nacional así como el 6o., fracción II, que considera que las pelí-
culas cinematográficas deben ser una expresión de cultura y vehículos para
fomentar la educación, la idiosincrasia, el espíritu y la identidad nacional,
correspondiendo a la Secretaría de Educación Pública “fortalecer, estimular y
promover por medio de las actividades de la cinematografía, la identidad y la
cultura nacionales, considerando el carácter plural de la sociedad mexicana
y el respeto irrestricto a la libre expresión y creatividad artística del quehacer
cinematográfico”, precepto del que destaca la constante voluntad del legisla-
dor de fortalecer el respeto irrestricto a la libre expresión y creatividad cine-
matográfica aspecto que se corrobora con el texto actual de la ley reclamada,
en donde se destaca expresamente el valor de la película cinematográfica y
de su negativo, como una obra cultural y artística, única e irremplazable, que
debe ser preservada y rescatada en su forma y concepción originales (voto
minoritario).
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Cada vez que se dobla una película de su idioma original a cualquier otro,
se pierde y se mutila la calidad de la obra artística presentada; cuando un
escritor concibe un personaje, le crea una forma de andar, de vestir, de mo-
ver el cuerpo, pero sobre todo, le inventa una forma de hablar que exprese
su visión del mundo, y esto sólo es realmente posible en su lenguaje original,
en el momento en que es traducido, siempre se perderá un poco en el caso
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Cuando se quiere dar marcha atrás en los asuntos del doblaje, permitien-
do que se doblen al español las películas en otro idioma, debe recordarse lo
sucedido en España, país que en una de las discusiones previas se nos puso de
ejemplo, todo en España se dobla al español, pero muchas generaciones de es-
pañoles jamás sabrán cómo era el acento verdadero de los actores que los hi-
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sub-argumento.
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...el tercer presupuesto normativo implica que la garantía será exigible siem-
pre y cuando la actividad, aunque lícita, no afecte el derecho de la sociedad...
Si el artículo reclamado tutela el respeto irrestricto a la concepción y pro-
ducción de la obra cinematográfica como valor cultural, resulta incontrover-
tible que, en esas condiciones, el bien tutelado por la norma impugnada lo constituyen
derechos de la sociedad; de ahí que al limitarse por la norma controvertida, la
libertad de trabajo o de comercio, como quiera llamarse, dicha limitación no
transgrede al artículo 5o. constitucional (voto minoritario).
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BIBLIOHEMEROGRAFÍA
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BIBLIOHEMEROGRAFÍA 223
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Argumentación y lenguaje jurídico. Aplicación al análisis de una
sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, edita-
do por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
UNAM, se terminó de imprimir el 7 de noviembre de
2017 en los talleres de Cromoeditores, S. A. de C. V.,
Miravalle 703, colonia Portales, delegación Benito
Juárez, 03570 Ciudad de México, tel. 5674 2137. Se
utilizó tipo Baskerville en 9, 10 y 11 puntos. En esta
edición se empleó papel cream book de 60 gramos en
interiores y cartulina couché de 250 gramos para los
forros; consta de 500 ejemplares (impresión offset).