El Paisaje Cosmico - Leonard Susskind
El Paisaje Cosmico - Leonard Susskind
El Paisaje Cosmico - Leonard Susskind
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Leonard Susskind
El paisaje cósmico
Teoría de cuerdas y el mito del diseño inteligente
ePub r1.0
broncolin 30.06.15
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Título original: The Cosmic Landscape: String Theory and the Illusion of Intelligent Design
Leonard Susskind, 2006
Traducción: Javier García Sanz
Diseño de cubierta: broncolin
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Majestad, yo no necesito esa hipótesis en respuesta a Napoleón cuando éste le
preguntó por qué no aparecía Dios en su Mecánica Celeste.
PIERRE-SIMON DE LAPLACE (1749-1827).
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Prefacio
Siempre he disfrutado explicando física. De hecho, para mí es más que un placer:
necesito explicar física. Buena parte del tiempo que dedico a la investigación la paso
soñando despierto, contando a una imaginaria audiencia de legos cómo hay que
entender alguna idea científica difícil. Supongo que tengo algo de histrión, pero es
más que eso: es parte de mi manera de pensar, una herramienta mental para
organizar mis ideas e incluso crear nuevos modos de considerar los problemas. Por
ello, era natural que en algún momento decidiera ponerme a escribir un libro para el
gran público. Hace un par de años decidí dar el paso y escribir un libro sobre el
debate que desde hace veinte años mantenemos Stephen Hawking y yo respecto al
destino de la información que cae en un agujero negro.
Pero precisamente entonces me vi en el ojo de un enorme huracán científico. Las
cuestiones implicadas no sólo concernían al origen del universo, sino también al
origen de las leyes que lo gobiernan. En mi artículo «El paisaje antrópico de la
teoría de cuerdas» llamé la atención sobre un nuevo concepto emergente que yo
había bautizado como paisaje. El artículo provocó un enorme revuelo en los mundos
de la física y la cosmología, revuelo que hoy se ha extendido a filósofos e incluso
teólogos. El paisaje representa un idea que traspasa fronteras y afecta no sólo a los
cambios de paradigma actuales en física y cosmología, sino también a profundas
preguntas que están sacudiendo nuestro entorno social y político: ¿puede explicar la
ciencia el hecho extraordinario de que el universo parece estar sorprendentemente,
mejor dicho, espectacularmente bien diseñado para nuestra propia existencia?
Decidí dejar de lado por el momento el libro sobre el agujero negro y escribir un
libro de divulgación sobre esta historia extraordinaria. Así nació El paisaje cósmico.
Seguramente algunos lectores de este libro sabrán que en los últimos años han
aparecido en las secciones de ciencia de los periódicos noticias de dos
descubrimientos asombrosos y «oscuros» que han causado perplejidad entre los
cosmólogos. El primero es que el noventa por ciento de la materia del universo está
constituida por una sustancia misteriosa llamada materia oscura. El otro es que el
setenta por ciento de la energía del universo está compuesta de algo todavía más
fantasmal y misterioso llamado energía oscura. Las palabras misterio, misterioso y
perplejos solían aparecer con frecuencia en estos artículos periodísticos.
Tengo que admitir que yo no encuentro tan misterioso ninguno de estos dos
descubrimiento. Para mí, la palabra misterio denota algo que elude por completo
una explicación racional. Los descubrimientos de la materia y la energía oscuras
fueron sorpresas, pero no misterios. Los físicos de partículas elementales (yo soy uno
de ellos) han sabido siempre que sus teorías eran incompletas y que quedaban
muchas partículas por descubrir. La tradición de postular partículas nuevas y
difíciles de detectar empezó cuando Wolfgang Pauli conjeturó correctamente que una
forma de radioactividad implicaba una partícula casi invisible llamada neutrino. La
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materia oscura no está compuesta de neutrinos, pero ahora los físicos han postulado
muchas partículas que podrían formar fácilmente la materia invisible. No hay ningún
misterio: sólo las dificultades de identificar y detectar dichas partículas.
La energía oscura tiene más derecho a ser calificada de misteriosa, pero el
misterio tiene que ver mucho más con su ausencia que con su presencia. Los físicos
han sabido durante setenta y cinco años o más que hay muchas razones por las que
el espacio debe estar lleno de energía oscura. El misterio no es por qué existe la
energía oscura, sino por qué existe tan poca. Pero una cosa está clara: tan sólo un
poco más de energía oscura hubiera resultado fatal para nuestra propia existencia.
El misterio real que plantea la cosmología moderna concierne a un silencioso
«elefante en la habitación»; un elefante, podría añadir, que ha puesto a los físicos en
una situación enormemente embarazosa: ¿por qué el universo tiene toda la
apariencia de haber sido especialmente diseñado para que puedan existir formas de
vida como la nuestra? Esto ha intrigado a los científicos y, al mismo tiempo, ha
alentado a quienes prefieren el falso consuelo de un mito creacionista. La situación
se parece mucho a la que vivía la biología antes de Darwin, cuando las personas
reflexivas eran incapaces de entender cómo era posible que, sin la mano guía de una
deidad, los procesos naturales de la física y la química crearan algo tan complejo
como el ojo humano. Al igual que el ojo, las propiedades especiales del universo
físico están tan sorprendentemente bien ajustadas que exigen una explicación.
Permítame que me adelante y exponga aquí mis propios prejuicios. Creo
firmemente que la ciencia real requiere explicaciones que no incluyan agentes
sobrenaturales. Creo que el ojo evolucionó por mecanismos darwinianos. Creo,
además, que los físicos y los cosmólogos también deben encontrar una explicación
natural de nuestro mundo, incluyendo las sorprendentes y felices casualidades que
conspiraron para hacer posible nuestra propia existencia. Creo que por muy
engoladamente que afirmen lo contrario cuando la gente sustituye la explicación
racional por la magia no está haciendo ciencia.
Hasta ahora, la mayoría de los físicos (incluido yo) ha decidido ignorar al
elefante; incluso negar su existencia. Preferían creer que las leyes de la Naturaleza
se siguen de algún principio matemático elegante y que el aparente diseño del
universo es simplemente una feliz casualidad. Pero descubrimientos recientes en
astronomía, cosmología y, sobre todo, teoría de cuerdas han dejado a los físicos
teóricos poca elección para pensar así. Sorprendentemente, quizá estemos
empezando a ver las razones para este patrón de coincidencias. Se han estado
acumulando pruebas para una explicación de la «ilusión de diseño inteligente» que
solo depende de los principios de la física, las matemáticas y las leyes de los grandes
números. De esto es de lo que trata El paisaje cósmico: de la explicación científica
de los milagros aparentes de la física y la cosmología, y de sus implicaciones
filosóficas.
¿A qué lectores está dirigido este libro? La respuesta es: a cualquiera que tenga
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un vivo interés por la ciencia y una curiosidad por cómo llegó el mundo a ser como
es. Pero aunque el libro se dirige a una audiencia profana, no se dirige al «peso
ligero» que tiene miedo a pensar. He mantenido el libro libre de ecuaciones y de
jerga científica, pero no de conceptos desafiantes. He evitado las fórmulas
matemáticas, pero por otro lado me he esforzado en dar explicaciones precisas y
claras de los principios y mecanismos que subyacen al nuevo paradigma emergente.
Entender este nuevo paradigma será crucial para cualquiera que espere seguir los
posteriores desarrollos en las respuestas a las «grandes preguntas».
Tengo deudas con muchas personas, algunas de las cuales ni siquiera sabían que
me estaban ayudando a escribir este libro. Entre ellas están todos los físicos y
cosmólogos en cuyas ideas me he basado: Steven Weinberg, Gerard’t Hooft, Martin
Rees, Joseph Polchinski, Raphael Bousso, Alan Guth, Alex Vilenkin, Shamit Kachru,
Renata Kallosh y, sobre todo, Andrei Linde, quien ha estado compartiendo
generosamente sus ideas conmigo durante muchos años.
La escritura de este libro no habría sido posible sin el apoyo de mi agente, John
Brockman, y mi amigo Malcolm Griffith, que leyeron y criticaron el primitivo
revoltijo de un manuscrito que les envié y me enseñaron cómo «jugar con más de tres
balones» (así es como describe Malcolm las dificultades de escribir un libro
coherente). A toda la gente de Little, Brown —Steve Lamont, Carolyn OKeefe y, en
especial, mi editora, y ahora amiga, Liz Hagle— le debo una enorme gratitud por su
extraordinaria contribución a la escritura de este libro. La guía paciente de Liz
estuvo por encima de lo que exige el deber.
Y finalmente debo infinita gratitud a mi mujer, Anne, por su continua ayuda y su
cariñoso apoyo.
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Introducción
El aire es muy frío y está en calma: excepto por el sonido de mi propia respiración, el
silencio es absoluto. La nieve, seca y en polvo, cruje cada vez que se posan mis botas.
Su blancura perfecta, iluminada por la luz de las estrellas, da al terreno un brillo
luminoso y sobrecogedor, mientras las estrellas se difuminan en un tenue resplandor
continuo que cruza la oscura bóveda celeste. La noche es más brillante en este planeta
desolado que en mi propio mundo. Bello, pero de una belleza fría y sin vida: si
existiera alguien, un lugar para la contemplación metafísica.
Solo, he dejado la seguridad de la base, para pensar en los sucesos del día y
observar el cielo en busca de meteoros. Pero me es imposible pensar en otra cosa que
no sea la extraordinaria inmensidad y la naturaleza impersonal del universo. El
movimiento de remolino de las galaxias, la incesante expansión del universo, la
infinita frialdad del espacio, el calor de las estrellas que nacen y sus estertores de
muerte como gigantes rojas: seguramente éste debe de ser el sentido de la existencia.
El hombre —la vida en general— parece irrelevante para la marcha del universo: tan
sólo un mero montón de agua, grasa y carbón en un planeta que da vueltas alrededor
de una estrella que no tiene nada de especial.
Antes, durante el corto período de horas de luz solar, Curt, Kip y yo habíamos
caminado aproximadamente un kilómetro hasta el campamento ruso para ver si
podíamos encontrar a algunos Ivanes con quienes hablar. Stephen había querido venir
con nosotros, pero su silla de ruedas no podía moverse por la nieve. El campamento
abandonado, sólo unos pocos edificios bajos y herrumbrosos de metal corrugado,
parecía desierto. Llamamos a la puerta, pero no había ningún signo de vida. Forcé la
puerta y miré a la fantasmal oscuridad interior; luego me atreví a entrar y echar una
ojeada. Hacía tanto frío dentro como fuera; el campamento estaba completamente
abandonado. Había aproximadamente un centenar dormitorios, todos abiertos pero
desiertos. ¿Cómo habían desaparecido por completo un centenar de hombres? En
silencio volvimos caminando a nuestra base.
En la barra, encontramos a nuestro ruso, Víctor, bebiendo y riendo. Víctor, al
parecer, era uno de los tres últimos rusos que quedaban en el planeta. Los suministros
procedentes de Rusia habían cesado hacía más de un año. Habrían muerto de hambre
de no ser porque los nuestros los adoptaron. Nunca vimos a los otros dos rusos, pero
Víctor nos aseguró que estaban vivos.
Víctor insistió en invitarme a beber, «para el frío», y preguntó, «¿Cómo puede
gustarte este %#&^ lugar?». Le dije que en todos mis viajes tan sólo en una ocasión
había visto un cielo nocturno de una belleza siquiera comparable al de aquí.
Irónicamente, ese otro planeta extraño era tan caliente que las rocas habrían derretido
cualquier cosa que estuviese en contacto con ellas.
Por supuesto, no estábamos realmente en otro planeta. Sólo lo parecía. La
Antártida es realmente extraña. Stephen Hawking, Curt Callan, Kip Thorne, Stan
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Deser, Claudio Teitelboim, yo mismo, nuestras mujeres y algunos otros físicos
teóricos estábamos allí por diversión, casi como un juego: era un premio por ir a
Chile a una conferencia sobre agujeros negros. Claudio, un eminente físico chileno,
había conseguido que la fuerza aérea chilena nos llevase en uno de sus aviones de
carga Hércules a su base antártica para pasar un par de días.
Era agosto de 1997 —invierno en el hemisferio austral— y estábamos preparados
para lo peor. La temperatura inferior que yo había experimentado nunca había bajado
de 10 grados bajo cero, así que me preguntaba cómo aguantaría los 35 bajo cero que
pueden alcanzarse en la base en pleno invierno. Cuando el avión aterrizó, nos
subimos con inquietud la cremallera del pesado equipo, adaptado para el temible frío
que el ejército nos había proporcionado.
Entonces se abrió la bodega de carga y la mujer de Curt, Chantal, salió del avión,
levantó los brazos y gritó con alegría: «Hace más o menos el mismo frío que en un
día de invierno en Nueva Jersey». Y así era. Así permaneció durante todo el día
mientras jugueteábamos en la nieve.
En algún momento durante esa noche se despertó la bestia. Por la mañana, la
Antártida había desatado su furia. Salí fuera durante un par de minutos para tener una
idea de lo que habían soportado Shackleton y sus hombres naufragados. ¿Por qué no
habían perecido todos ellos? No se perdió un solo miembro de la expedición. Con un
frío helador y viento húmedo durante más de un año, ¿cómo es que no murieron
todos de pulmonía? Ahí fuera, ante el azote de la tormenta, supe la respuesta: nada
sobrevive, ni siquiera los microbios que producen los resfriados.
El otro «planeta» extraño que yo había mencionado a Víctor era el Valle de la
Muerte, otro lugar sin vida. No, no totalmente sin vida. Pero yo me preguntaba
cuánto más calor tendría que hacer para freír todo el protoplasma. Lo que la Antártida
tiene en común con el Valle de la Muerte es su extrema sequedad. Hace demasiado
frío para que haya mucho vapor de agua suspendido en el aire; eso y la completa
ausencia de contaminación luminosa hace posible, en ambos extremos, ver las
estrellas de una manera que un hombre moderno raramente puede ver. Aquí de pie, a
la luz de las estrellas de la Antártida, pensé en lo afortunados que éramos los seres
humanos. La vida es frágil: sólo florece en un estrecho rango de temperaturas entre la
congelación y la ebullición. Es una suerte que nuestro planeta esté precisamente a la
distancia correcta del Sol: un poco más lejos y dominaría la muerte del perpetuo
invierno antártico; un poco más cerca y la superficie freiría realmente cualquier cosa
que estuviera en contacto con ella. Víctor, siendo ruso, optó por una visión espiritual
de la cuestión: «¿No eran —preguntó— la bondad y el amor infinito de Dios los que
permitían nuestra existencia?». Mi propia explicación «estúpida» se hizo clara al
momento.
De hecho, tenemos muchos más motivos para estar agradecidos que tan sólo la
temperatura de la Tierra. Sin la cantidad correcta de carbono, oxígeno, nitrógeno y
otros elementos, un clima templado sería baldío. Si el Sol en el centro de nuestro
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Sistema Solar fuese reemplazado por un sistema de estrellas binarias más habitual[1],
las órbitas planetarias serían demasiado caóticas e inestables para que la vida pudiese
desarrollarse. Hay innumerables peligros de este tipo. Pero por encima de todos están
las propias leyes de la Naturaleza. Todo lo que se necesita es un pequeño cambio en
las leyes de Newton o las reglas de la física atómica y ¡puff…!: la vida se extinguiría
al instante o quizá nunca se habría formado. Parece que nuestro ángel guardián no
sólo nos proporcionó un planeta muy benigno donde vivir, sino que también hizo las
reglas de existencia —las leyes de la física y la cosmología— perfectamente
adecuadas para nosotros. Éste es uno de los mayores misterios de la Naturaleza. ¿Es
suerte? ¿Es diseño inteligente y benevolente? ¿Es siquiera un tema científico o
metafísico y religioso?
Este libro trata de un debate que está agitando las pasiones de físicos y
cosmólogos pero es también parte de una controversia más amplia, especialmente en
Estados Unidos, donde ha entrado en el discurso político. En un lado se encuentran
las personas que están convencidas de que el mundo debe haber sido creado o
diseñado por un agente inteligente con un propósito benevolente. En el otro lado se
encuentran los científicos tercos que están convencidos de que el universo es el
producto de las leyes impersonales y desinteresadas de la física, las matemáticas y la
probabilidad, un mundo sin un propósito, por así decirlo. En el primer grupo no
incluyo a los que toman la Biblia al pie de la letra y creen que el mundo fue creado
hace seis mil años y están dispuestos a luchar por ello. Estoy hablando de personas
inteligentes y reflexivas que miran a su alrededor y les resulta difícil creer que fue
sólo la suerte la que hizo el mundo tan adecuado para los seres humanos. Yo no creo
que esas personas sean estúpidas, pues tienen un motivo para mantener su actitud.
Los defensores del diseño inteligente argumentan en general que es increíble que
algo tan complejo como el sistema visual humano pudiera haber evolucionado por
procesos puramente aleatorios. ¡Es increíble! Pero los biólogos disponen de una
herramienta muy poderosa —el principio de selección natural— cuyo poder
explicatorio es tan grande que casi todos los biólogos creen que el peso de la
evidencia está fuertemente a favor de Darwin. El milagro del ojo es sólo un milagro
aparente.
Creo que los entusiastas del diseño se mueven en un terreno más firme cuando se
trata de física y cosmología. La biología es sólo parte de la historia de la creación.
Las leyes de la física y el origen del universo son la otra parte, y aquí, una vez más,
parecen abundar los milagros increíbles. Parece totalmente improbable que
cualesquiera reglas particulares condujeran casualmente al milagro de la vida
inteligente. Sin embargo, esto es justo lo que la mayoría de los físicos han creído: la
vida inteligente es una consecuencia puramente casual de principios físicos que no
tienen nada que ver con nuestra propia existencia. Aquí comparto el escepticismo del
bando del diseño inteligente: creo que la suerte necesita una explicación. Pero la
explicación que está emergiendo de la física moderna es tan diferente del diseño
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inteligente como la de Darwin lo era de la de Sam Wilberforce el «Jabonoso»[2].
El debate en el que está interesado este libro no es la amarga controversia política
entre ciencia y creacionismo. A diferencia del debate entre Thomas Huxley «el
Bulldog de Darwin» y Wilberforce, la discusión actual no es entre religión y ciencia,
sino entre dos facciones de la ciencia en guerra: los que creen que las leyes de la
Naturaleza están determinadas por relaciones matemáticas, que por mero azar
permiten la vida, y los que creen que las leyes de la física han sido determinadas, de
alguna manera, por el requisito de que fuera posible la vida inteligente. La acritud y
el encono de la controversia ha cristalizado alrededor de una sencilla expresión —el
principio antrópico—, un principio hipotético que dice que el mundo está
perfectamente ajustado ¡de tal manera que podamos estar aquí para observarlo! Yo
tendría que decir que, dicho así, ésta es una noción estúpida e incompleta. No tiene
más sentido que decir que la razón de que evolucionara el ojo es que pueda existir
alguien que lea este libro. En realidad es una reducción de un conjunto de conceptos
mucho más rico que clarificaré en los capítulos que siguen.
Pero la controversia entre científicos tiene repercusiones para el debate público
más amplio. No es sorprendente que haya salido de las salas de seminarios y de las
revistas científicas y haya entrado en los debates políticos sobre el diseño y el
creacionismo. Páginas cristianas en internet han entrado en la liza:
La Biblia dice:
«Desde el momento en que el mundo fue creado, la gente ha visto la
Tierra y el Cielo y todo lo que hizo Dios. Pueden ver claramente Sus
cualidades invisibles: Su poder eterno y naturaleza divina. Por ello que no
tienen ninguna excusa para no conocer a Dios».
Esto es tan cierto hoy como lo ha sido siempre y de alguna manera, con el
descubrimiento del principio antrópico, es más cierto ahora que nunca. De
modo que la primera prueba que tenemos es la propia creación, un universo
que lleva la firma de Dios, un universo «ajustado» para que nosotros vivamos
en él.
Y de otra página religiosa:
En su libro El plano cósmico, el astrónomo profesor Paul Davies concluye
que la evidencia a favor del diseño es aplastante:
El profesor sir Fred Hoyle —que no simpatiza con la Cristiandad— dice
que es como si un superintelecto hubiera jugado con la física así como con la
química y la biología.
Y el astrónomo George Greenstein dice:
A medida que examinamos todas las pruebas, surge insistentemente la
idea de que algún agente, o mejor, Agente sobrenatural debe estar implicado.
¿Es posible que de repente, sin pretenderlo, hayamos tropezado con la prueba
científica de la existencia de un ser supremo? ¿Fue Dios quien intervino y
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creó tan providencialmente el cosmos para nuestro beneficio?[3]
¿Puede maravillar que el principio antrópico haga que muchos físicos se sientan
incómodos?
Davies y Greenstein son estudiosos serios, y Hoyle fue uno de los grandes
científicos del siglo XX. Como ellos señalan, la apariencia de diseño inteligente es
innegable[4]. Se requieren coincidencias extraordinarias para que sea posible la vida.
Nos llevará algunos capítulos entender plenamente este «elefante en la habitación»,
pero empecemos con un preestreno.
El mundo tal como lo conocemos es muy precario en un sentido que tiene
especial interés para los físicos. Hay muchas maneras en las que podría ir mal: tan
mal que la vida como la conocemos sería totalmente imposible. Los requisitos de que
el mundo sea suficientemente parecido al nuestro para soportar vida convencional
caen en tres amplias clases. La primera clase incluye las materias primas de la vida:
los elementos químicos. La vida es, por supuesto, un proceso químico. Hay algo en la
forma en que están construidos los átomos que los hace juntarse en las combinaciones
más extrañas: las gigantescas y locas moléculas de la vida —ADN, ARN, centenares
de proteínas y todo lo demás—. La química es, en realidad, una rama de la física: la
física de los electrones de valencia, es decir, los que orbitan en torno al núcleo en los
límites exteriores del átomo. Son los electrones de valencia que saltan de un lado a
otro o son compartidos entre átomos los que dan a los átomos sus sorprendentes
capacidades.
Las leyes de la física empiezan con una lista de partículas elementales como
electrones, quarks y fotones, cada una de ellas con propiedades especiales tales como
masa y carga eléctrica. Éstos son los objetos a partir de los cuales está construido
todo lo demás. Nadie sabe por qué la lista es la que es o por qué las propiedades de
estas partículas son exactamente las que son. Otras infinitas listas son igualmente
posibles. Pero un universo lleno de vida no es en absoluto una expectativa genérica.
Eliminar cualquiera de estas partículas (electrones, quarks o fotones), o incluso
cambiar sus propiedades en una modesta cantidad, haría que la química tradicional se
viniera abajo. Esto es obvio en el caso de los electrones y los quarks que forman los
protones y los neutrones. Sin éstos no podría haber átomos en absoluto. Pero la
importancia del fotón quizá sea menos obvia. En capítulos posteriores aprenderemos
cosas sobre el origen de fuerzas como las fuerzas electromagnéticas o gravitatorias,
pero por ahora basta con saber que las fuerzas eléctricas que mantienen al átomo
unido son consecuencias del fotón y sus propiedades especiales.
Si las leyes de la naturaleza parecen bien escogidas para la química, también
están bien escogidas para el segundo conjunto de requisitos, a saber, que la evolución
del universo nos proporcione un hogar confortable donde vivir. Las propiedades a
gran escala del universo —su tamaño, la velocidad a la que crece y la existencia de
galaxias, estrellas y planetas— están gobernadas principalmente por la fuerza de la
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gravedad. Es la teoría de la gravedad de Einstein —la teoría de la relatividad general
— la que explica cómo se expandió el universo desde el candente big bang inicial
hasta su gran tamaño actual. Las propiedades de la gravedad, especialmente su
intensidad, fácilmente podrían haber sido diferentes. De hecho, es un hecho
inexplicado que la gravedad sea tan débil como es[5]. La fuerza gravitatoria entre los
electrones y los núcleos atómicos es diez mil tollones de trillones de veces más débil
que la atracción eléctrica. Si las fuerzas gravitatorias fueran tan sólo un poco más
intensas, el universo habría evolucionado tan rápidamente que no habría dado tiempo
a que apareciese vida inteligente.
Pero la gravedad desempeña un papel muy espectacular en el despliegue del
universo. Su atracción hace que la materia del universo —hidrógeno, helio, y la
denominada materia oscura— se aglutine en galaxias, estrellas y finalmente planetas.
Sin embargo, para que esto suceda, el universo muy primitivo debió ser un poco
grumoso. Si el material original del universo hubiera estado uniformemente
distribuido, habría permanecido así para siempre. De hecho, hace catorce mil
millones de años el universo tenía la grumosidad exacta; un poco más grumoso, o un
poco menos grumoso, y no habría habido galaxias, estrellas y planetas donde
evolucionara la vida.
Finalmente, está la composición química actual del universo. En el principio
había solo hidrógeno y helio: ciertamente no suficiente para la formación de vida. El
carbono, el oxígeno y los demás elementos vinieron más tarde. Se formaron en los
reactores nucleares del interior de las estrellas. Pero la capacidad de las estrellas para
transmutar hidrógeno y helio en los sumamente importantes núcleos de carbono era
un asunto muy delicado. Pequeños cambios en las leyes de la electricidad y la física
nuclear podrían haber impedido la formación del carbono.
Incluso si el carbono, el oxígeno y otros elementos biológicamente importantes se
formaron en el interior de las estrellas, tenían que salir para proporcionar el material
para los planetas y la vida. Obviamente no podemos vivir en los núcleos
extremadamente calientes de las estrellas. ¿Cómo escapó el material del interior
estelar? La respuesta es que fue violentamente expulsado en cataclísmicas
explosiones de supernovas.
Las propias explosiones de supernovas son fenómenos extraordinarios. Además
de protones, neutrones, electrones, fotones y la gravedad, las supernovas requieren
una partícula más: el fantasmal neutrino antes mencionado. Los neutrinos, cuando
escapan de la estrella que colapsa, crean una presión que empuja a los elementos que
tienen delante. Y, por suerte, resulta que la lista de partículas elementales incluye
neutrinos con las propiedades correctas.
Como he dicho, un mundo lleno de fenómenos biológicos no es en absoluto una
expectativa genérica. Desde el punto de vista de la elección de listas de partículas
elementales e intensidades de fuerzas, es un excepción muy rara, pero ¿hasta qué
punto es excepcional, suficientemente excepcional como para garantizar un
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paradigma radicalmente nuevo que incluye el principio antrópico? Si tuviéramos que
basar nuestras opiniones solamente en las cosas que he explicado hasta ahora, serían
variadas, incluso entre aquellos que están abiertos a las ideas antrópicas. La mayoría
de los ajustes finos individuales necesarios para la vida no son tan precisos como para
que no pudieran ser sólo accidentes casuales. Quizá, como los físicos han creído
siempre, se descubrirá un principio matemático que explique la lista de partículas y
constantes de la naturaleza, y un montón de accidentes casuales se mostrará como
sólo eso: un montón de accidentes casuales. Pero hay un ajuste fino de la naturaleza,
que explicaré en el capítulo 2, que es increíblemente improbable. El hecho de que se
dé tal ajuste ha sido un tremendo enigma para los físicos durante más de medio siglo.
La única explicación, si puede llamarse así, es el principio antrópico.
Se plantea entonces una paradoja: ¿cómo podemos confiar en explicar alguna vez
las propiedades extraordinariamente benevolentes de las leyes de la física, y nuestro
propio mundo, sin apelar a una inteligencia sobrenatural? El principio antrópico, al
colocar la vida inteligente en el centro de la explicación de nuestro universo,
parecería sugerir que alguien, algún Agente, está cuidando de la humanidad. Este
libro trata del paradigma físico emergente que utiliza el principio antrópico aunque de
una manera que ofrece una explicación totalmente científica de la aparente
benevolencia del universo. Para mí es el darwinismo del físico.
¿Cuáles son estas leyes de la física de las que he hablado? ¿Cómo están
formuladas? Hasta que llegó Richard Feynman, las únicas herramientas que tenían
los físicos para expresar las leyes de la física eran las ecuaciones arcanas e
impenetrables de la teoría cuántica de campos —un tema tan difícil que incluso los
matemáticos tienen dificultades para entenderlo—. Pero la extraordinaria habilidad
de Feynman para visualizar fenómenos físicos lo cambió todo. Él hizo posible
resumir las leyes de las partículas elementales dibujando unas pocas figuras sencillas.
Las figuras de Feynman y las leyes de la física de las partículas elementales,
conocidas para los físicos como «modelo estándar», son los temas que se tratarán en
el capítulo 1.
¿Es cierto realmente que el universo y sus leyes están muy delicadamente
equilibrados? El capítulo 2, «La madre de todos los problemas de la física», también
podría llamarse, «La madre de todos los equilibrios». Cuando las leyes de las
partículas elementales se encuentran con las leyes de la gravedad, el resultado es una
potencial catástrofe: un mundo de tal violencia que los cuerpos astronómicos, así
como las partículas elementales, serían desgarrados por la fuerza más destructiva
imaginable. La única vía de escape es que una constante particular de la naturaleza —
la constante cosmológica de Einstein— esté tan increíblemente bien ajustada que
nadie pudiera considerar que es un puro accidente. Introducida inicialmente por
Einstein poco después de terminar su teoría de la gravedad, la constante cosmológica
ha sido el mayor enigma de la física teórica durante casi noventa años. Representa
una fuerza repulsiva universal —una especie de antigravedad— que al instante
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destruiría el universo si no fuera asombrosamente pequeña. El problema es que todas
nuestras teorías modernas implican que la constante cosmológica no debería ser
pequeña. Los modernos principios de la física están basados en dos cimientos: la
teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. El resultado genérico de un mundo
basado en estos principios es un universo que se autodestruiría muy rápidamente.
Pero por razones que han sido totalmente incomprensibles, la constante cosmológica
está tan bien ajustada que parece asombroso. Esto, más que cualquier otro
«accidente» casual, lleva a algunas personas a concluir que el universo debe de ser el
resultado de un diseño.
¿Está el modelo estándar de la física de partículas «escrito en piedra»? ¿Son
posibles otras leyes? En el capítulo 3 de este libro explico por qué estas leyes
particulares no son en absoluto únicas y cómo podrían cambiar de un lugar a otro o
de un tiempo a otro. Las leyes de la física son muy similares al clima: están
controladas por influencias invisibles en el espacio casi de la misma manera que la
temperatura, la humedad, la presión del aire y la velocidad del viento controlan cómo
se forman la lluvia, la nieve y el granizo. Estas influencias invisibles se denominan
campos. Algunos de ellos, como el campo magnético, nos son muy familiares.
Muchos otros nos son poco familiares, incluso para los físicos. Pero allí están,
llenando el espacio y controlando el comportamiento de las partículas elementales. El
paisaje es el término que yo acuñé para describir la extensión total de estos ambientes
teóricos. El paisaje es el espacio de posibilidades, una representación esquemática de
todos los ambientes posibles permitidos por la teoría. Durante los dos últimos años, la
existencia de un rico paisaje de posibilidades se ha convertido en la cuestión central
de la teoría de cuerdas.
La controversia no es sólo científica. En el capítulo 4 hablaremos del lado estético
del debate. Los físicos, en particular los físicos teóricos, tienen un sentido muy
marcado de la belleza, la elegancia y la unicidad. Siempre han creído que las leyes de
la naturaleza son la consecuencia única e inevitable de algún elegante principio
matemático. La creencia está tan profundamente arraigada que la mayoría de mis
colegas sentirían una enorme sensación de pérdida y disgusto si esta unicidad y
elegancia estuviesen ausentes, si las leyes de la física fueren «feas». Pero ¿son las
leyes de la física elegantes en el sentido del físico? Si el único criterio para saber
cómo funciona el universo es que deba soportar la vida, es perfectamente posible que
toda la estructura sea una tosca y complicada «máquina de Rube Goldberg»[6]. Pese a
las protestas de los físicos que afirman que las leyes de las partículas elementales son
elegantes, la evidencia empírica apunta de forma mucho más convincente en la
dirección contraria. El universo tiene más en común con una máquina de Rube
Goldberg que con una consecuencia única de la simetría matemática. No podemos
entender por completo la controversia y los paradigmas cambiantes sin entender
también las nociones de belleza y elegancia en física, cómo se originaron y cómo se
comparan con el mundo real.
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Este libro trata de un «terremoto» conceptual, pero éste no es sólo obra de
teóricos. Mucho de lo que sabemos procede de la cosmología experimental y la
astronomía moderna. Dos descubrimientos clave estan impulsando el cambio de
paradigma: el éxito de la cosmología inflacionaria y la existencia de una pequeña
constante cosmológica. La inflación se refiere al breve período de rápida expansión
exponencial que inicialmente estableció el escenario para el big bang. Sin ella, el
universo habría sido probablemente una minúscula pompa de jabón, no mayor que
una partícula elemental. Gracias a ella, el universo creció hasta proporciones
inmensamente mayores que cualquier cosa que podamos detectar con los más
potentes telescopios. Cuando Alan Guth sugirió por primera vez la inflación, en 1980,
parecía haber pocas posibilidades de que las observaciones astronómicas pudieran
llegar a comprobarla. Pero la astronomía ha avanzado increíblemente desde 1980:
tanto que lo que parecía inconcebible entonces es hoy un hecho consumado.
Los enormes avances en astronomía llevaron a un segundo descubrimiento que
llegó como un bombazo para los físicos, algo tan chocante que aún nos estamos
recuperando del impacto. La infame constante cosmológica[7], que casi todo el
mundo aseguraba que era exactamente cero, no lo es. Parece que las leyes de la
Naturaleza estaban ajustadas exactamente para impedir que la constante cosmológica
sea un peligro mortal en la formación de la vida, pero no más que eso. El capítulo 5
está dedicado a estos descubrimientos. Este capítulo explica también todos los
fundamentos astronómicos y cosmológicos que necesitará el lector.
La constante cosmológica puede ser «la madre de todos los equilibrios», pero hay
muchas otras condiciones delicadas que parecen coincidencias fantásticamente
felices. El capítulo 6, «Sobre peces congelados y peces hervidos», trata de estos
equilibrios menores. Van desde lo cosmológico a lo microscópico, desde la manera en
que se expande el universo a las masas de las partículas elementales como el protón y
el neutrón. Una vez más, la lección no es que el universo sea simple sino que está
lleno de felices coincidencias, sorprendentes e inexplicadas.
Hasta hace muy poco tiempo casi todos los científicos consideraban que el
principio antrópico no era una idea científica, sino un concepto religioso y, en
general, tontamente equivocado. Para los físicos era una creación de cosmólogos
ebrios, borrachos de sus propias ideas místicas. Las teorías reales como la teoría de
cuerdas explicarían todas las propiedades de la Naturaleza de una forma única que no
tiene nada que ver con nuestra propia existencia. Pero un sorprendente cambio de
fortuna ha colocado a los teóricos de cuerdas en una posición embarazosa: su propia
teoría favorita los está empujando a los brazos abiertos del enemigo. La teoría de
cuerdas está resultando ser el arma más poderosa del contrario. En lugar de producir
una construcción única y elegante, da lugar a un paisaje colosal de máquinas de Rube
Goldberg. El resultado del cambio es que muchos teóricos de cuerdas han cambiado
de bando. Los capítulos 7, 8, 9 y 10 tratan de la teoría de cuerdas y de cómo está
cambiando el paradigma.
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Los capítulos 11 y 12 explican la nueva y extraordinaria visión del universo que
está emergiendo del trabajo combinado de astrónomos, cosmólogos y físicos teóricos:
el mundo —según cosmólogos como Andrei Linde, Alexander Vilenkin y Alan Guth
— consiste en una colección prácticamente infinita de «universos de bolsillo» de
enorme variedad. Cada bolsillo tiene su propio «clima»: su propia lista de partículas
elementales, fuerzas y constantes de la física. Las consecuencias de una visión tan
rica del universo son profundas para la física y la cosmología. La pregunta «¿Por qué
el universo es como es?» puede reemplazarse por «¿Hay un bolsillo en esta enorme
diversidad en el que las condiciones igualen a las nuestras?». El mecanismo llamado
inflación eterna, que hizo que esta diversidad evolucionara a partir de un caos
primordial, y la revolución que ha provocado en los debates sobre el principio
antrópico y el diseño del universo son los temas del capítulo 11.
Este cambio de paradigma cosmológico no es el único que ésta teniendo lugar en
los fundamentos de la física. El capítulo 12 trata de otra batalla titánica, un conflicto
que yo llamo la «guerra del agujero negro». La guerra del agujero negro lleva
librándose los últimos treinta años y ha cambiado radicalmente la forma de pensar de
los físicos sobre la gravedad y los agujeros negros. El motivo de la fiera batalla era el
destino de la información que cae tras el horizonte de un agujero negro: ¿se pierde
para siempre, fuera del alcance del conocimiento de los observadores externos, o los
detalles se recuperan de alguna manera sutil cuando el agujero negro se evapora? El
punto de vista de Hawking era que toda la información tras el horizonte se pierde
irremediablemente, que ni siquiera la más mínima pizca de información de los
objetos que están al otro lado puede reconstruirse alguna vez. Pero eso ha resultado
ser falso. Las leyes de la mecánica cuántica impiden que se pierda siquiera un simple
bit. Para entender cómo escapa la información de la prisión de un agujero negro fue
necesario reconstruir por completo nuestros conceptos más básicos de espacio.
¿Qué tiene que ver la guerra del agujero negro con este libro? Puesto que el
universo se está expandiendo bajo la influencia de la constante cosmológica, la
cosmología también tiene sus horizontes. Nuestro horizonte cósmico está a unos
quince mil millones de años luz, donde las cosas se están alejando tan rápidamente de
nosotros que la luz procedente de allí nunca puede alcanzarnos, ni puede hacerlo
ninguna otra señal. Es exactamente igual que el horizonte de un agujero negro: un
punto de no retorno. La única diferencia es que el horizonte cósmico nos rodea,
mientras que nosotros rodeamos al horizonte de un agujero negro. En ninguno de los
dos casos nada que esté más allá del horizonte puede influirnos, o así se pensaba.
Además, los otros universos de bolsillo —el gigantesco mar de diversidad— están
más allá de nuestro alcance detrás del horizonte. Según la física clásica, estos otros
mundos están para siempre completamente aislados de nuestro mundo. Pero los
mismos argumentos que ganaron la guerra del agujero negro pueden adaptarse a los
horizontes cosmológicos. La existencia y los detalles de todos los demás universos de
bolsillo están contenidos en las características sutiles de la radiación cósmica que
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baña constantemente todas las regiones de nuestro universo observable. El capítulo
12 es una introducción a la guerra del agujero negro, cómo se ganó y cuáles son sus
implicaciones para la cosmología.
La controversia expuesta en El paisaje cósmico es una controversia real: físicos y
cosmólogos defienden apasionadamente sus propias ideas, cualesquiera que sean. El
capítulo 13 echa una ojeada a las opiniones actuales de muchos de los distinguidos
físicos teóricos y cosmólogos del mundo y a cómo ven individualmente la
controversia. También discuto las diversas maneras en que el experimento y la
observación pueden guiarnos hacia el consenso.
A la pregunta de Víctor, «¿No eran la bondad y el amor infinito de Dios los que
permitían nuestra existencia?», tendría que responder con la respuesta de Laplace a
Napoleón: «Yo no necesito esa hipótesis». El paisaje cósmico es mi respuesta, así
como la respuesta de un número creciente de físicos y cosmólogos, a la paradoja de
un universo benevolente.
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Sin duda, nunca sabremos el nombre del primer cosmólogo que miró al cielo y
preguntó: «¿Qué es todo esto?, ¿cómo llegó aquí?, ¿qué estoy haciendo yo aquí?». Lo
que sí sabemos es que sucedió en el pasado prehistórico, probablemente en África.
Las primeras cosmologías o mitos de creación no se parecían en nada a la cosmología
científica de hoy, pero nacieron de la misma curiosidad humana. No es sorprendente
que dichos mitos trataran de la tierra, el agua, el cielo y las criaturas vivas. Y, por
supuesto, tenían como protagonista al creador sobrenatural: ¿cómo explicar de otra
forma la existencia de criaturas tan complejas y complicadas como los seres
humanos, por no mencionar la lluvia, el Sol, los animales y las plantas que parecían
estar colocados sobre la Tierra sólo para nuestro beneficio?
La idea de que leyes precisas de la Naturaleza gobiernan los mundos celeste y
terrestre se remonta a Isaac Newton. Antes de Newton no había ningún concepto de
leyes universales que se aplicaran a objetos astronómicos como los planetas y
también a los objetos terrestres ordinarios como la lluvia que cae y las flechas que
vuelan. Las leyes de movimiento de Newton fueron el primer ejemplo de tales leyes
universales. Pero incluso para el poderoso sir Isaac era un salto muy grande suponer
que las mismas leyes llevaban a la creación de seres humanos: él dedicó más tiempo a
la teología que a la física.
Yo no soy historiador, pero aventuraré una opinión: la cosmología moderna
empezó realmente con Darwin y Wallace[8]. A diferencia de cualquiera que lo hubiera
intentado antes, ellos ofrecieron explicaciones de nuestra existencia que descartaban
por completo a agentes sobrenaturales. Dos leyes naturales subyacen a la evolución
darwiniana. La primera es que el copiado de información nunca es perfecto. Incluso
los mejores mecanismos de reproducción cometen pequeños errores de vez en
cuando. La replicación del ADN no es una excepción. Aunque iba a pasar un siglo
antes de que Watson y Crick descubrieran la doble hélice, Darwin entendió
intuitivamente que las mutaciones aleatorias acumuladas constituyen el motor que
impulsa la evolución. La mayoría de las mutaciones son malas, pero Darwin sabía
suficiente probabilidad como para intuir que de cuando en cuando, por puro azar,
ocurre una mutación beneficiosa.
El segundo pilar de la teoría intuitiva de Darwin era un principio de rivalidad: el
ganador consigue reproducirse. Los mejores genes prosperan; los genes inferiores
llegan a una vía muerta. Estas dos sencillas ideas explicaban cómo podía formarse
vida compleja e incluso inteligente sin ninguna intervención sobrenatural. En el
mundo actual de los virus informáticos y los gusanos de internet es fácil imaginar
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principios similares que se aplican a objetos completamente inanimados. Una vez
eliminada la magia del origen de las criaturas vivientes, estaba el camino abierto para
una explicación puramente científica de la creación.
Darwin y Wallace fijaron un canon no sólo para las ciencias de la vida, sino para
la cosmología. Las leyes que gobiernan el nacimiento y la evolución del universo
deben ser las mismas leyes que gobiernan la caída de las piedras, la química y la
física nuclear de los elementos y la física de las partículas elementales. Nos liberaron
de lo sobrenatural mostrando que la vida compleja e incluso inteligente podía surgir
del azar, la rivalidad y las causas naturales. Los cosmólogos también tendrían que
hacerlo: la base de la cosmología tendría que sustentarse en reglas impersonales que
son las mismas en todo el universo y cuyo origen no tiene nada que ver con nuestra
propia existencia. El único dios permitido para los cosmólogos sería el «relojero
ciego» de Richard Dawkins[9].
El paradigma cosmológico moderno no es muy antiguo. Cuando yo era un joven
estudiante graduado en la Universidad de Cornell, a principios de los años sesenta, la
teoría del big bang del universo aún competía ardientemente con otro contendiente
serio. La teoría del estado estacionario era, en cierto sentido, el contrario lógico del
big bang. Si el big bang decía que el universo empezó en algún instante, el estado
estacionario decía que había existido siempre. La teoría del estado estacionario era
creación de tres de los más famosos cosmólogos del mundo —Fred Hoyle, Herman
Bondi y Thomas Gold— que pensaban que la creación explosiva del universo hace
unos diez mil millones de años era una posibilidad demasiado improbable. Gold era
profesor en Cornell y tenía su despacho a unas pocas puertas del mío. En esa época él
no dejaba de predicar la virtud de un universo infinitamente viejo (y también
infinitamente grande). Yo apenas lo conocía lo suficiente como para decirle buenos
días, pero un día, de forma muy poco usual, él se sentó a tomar café con algunos
estudiantes licenciados y yo pude preguntarle algo que me estaba preocupando: «Si el
universo es eternamente inmutable, ¿cómo es que las galaxias se están alejando todas
unas de otras?, ¿no significa eso que en el pasado estaban más juntas?». La
explicación de Gold era simple: «Las galaxias se están alejando realmente, pero a
medida que se separan se crea nueva materia para llenar el espacio entre ellas». Era
una respuesta inteligente, pero no tenía sentido matemático. En menos de un año o
dos, el universo en estado estacionario había dejado lugar al big bang, y pronto fue
olvidado. El victorioso paradigma del big bang afirmaba que el universo en
expansión tenía sólo unos diez mil millones de años de edad y un tamaño aproximado
diez mil millones de años luz[10]. Pero una cosa que compartían ambas teorías era una
creencia en que el universo es homogéneo, lo que significa que es igual en todas
partes: gobernado en todo lugar por las mismas leyes de la física universales.
Además, estas leyes de la física son las mismas que descubrimos en laboratorios
terrestres.
Durante los últimos cuarenta años ha sido muy excitante observar cómo la
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cosmología experimental maduraba desde un arte tosco y cualitativo a una ciencia
muy precisa y cuantitativa. Pero sólo recientemente el marco básico de la teoría del
big bang de George Gamow ha empezado a dar una idea más poderosa. En el alba del
nuevo siglo, nos encontramos ante una situación decisiva que probablemente cambie
para siempre nuestra comprensión del universo. Algo está sucediendo que va mucho
más allá que el descubrimiento de nuevos hechos o nuevas ecuaciones. Nuestra
perspectiva y nuestro marco global de pensamiento, la epistemología entera de la
física y la cosmología, están sufriendo un vuelco. El estrecho paradigma del siglo XX
de un único universo de unos diez mil millones de años de edad y diez mil millones
de años luz de diámetro con un único conjunto de leyes físicas está dando paso a algo
mucho más grande y henchido de nuevas posibilidades. Poco a poco, cosmólogos y
físicos como yo mismo estamos llegando a ver nuestros diez mil millones de años luz
como un bolsillo infinitesimal de un fabuloso megaverso[11]. Al mismo tiempo, los
físicos teóricos están proponiendo teorías que relegan a nuestras leyes de la
Naturaleza ordinarias a un oscuro rincón de un gigantesco paisaje de posibilidades
matemáticas.
La palabra paisaje, en el contexto actual, tiene menos de tres años, pero desde que
la introduje en 2003 se ha convertido en un término del vocabulario cosmológico.
Denota un espacio matemático que representa todos los ambientes posibles que
permite la teoría. Cada ambiente posible tiene sus propias leyes de la física, sus
propias partículas elementales y sus propias constantes de la Naturaleza. Algunos
ambientes son similares al nuestro aunque ligeramente diferentes. Por ejemplo,
pueden tener electrones, quarks y todas las partículas normales pero con una
gravedad mil millones de veces más fuerte que la nuestra. Otros tienen una gravedad
como la nuestra pero contienen electrones que son más pesados que los núcleos
atómicos[12]. Y otros pueden parecerse a nuestro mundo excepto en una violenta
fuerza repulsiva (llamada constante cosmológica) que desgarra galaxias, moléculas e
incluso átomos. Ni siquiera las tres dimensiones del espacio son sagradas; algunas
regiones del paisaje describen mundos de cuatro, cinco, seis e incluso más
dimensiones.
Según las teorías cosmológicas modernas, la diversidad del paisaje corre paralela
a una correspondiente diversidad en el espacio ordinario. La cosmología
inflacionaria, que es nuestra mejor teoría del universo, nos está llevando, a veces
inconscientemente, al concepto de un megaverso lleno de un número prodigioso de lo
que Alan Guth llama «universos de bolsillo». Algunos bolsillos son
microscópicamente pequeños y nunca crecen. Otros son grandes como el nuestro
pero están totalmente vacíos. Y cada uno de ellos yace en su propio pequeño valle del
paisaje. La vieja pregunta del siglo XX, «¿Qué se puede encontrar en el universo?»,
está dando paso a «¿Qué no se puede encontrar?».
El lugar del hombre en el universo también ésta siendo examinado y desafiado.
Es muy probable que un megaverso de tal diversidad sólo soporte vida inteligente en
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una minúscula fracción de su extensión. Según este punto de vista, muchas preguntas
como «¿Por qué cierta constante de la Naturaleza tiene un valor en lugar de otro?»
tendrán respuestas que son completamente diferentes de lo que los físicos habían
esperado. Ningún valor único será escogido por consistencia matemática, puesto que
el paisaje permite una enorme diversidad de valores posibles. En su lugar, la
respuesta será: «En algún lugar en el megaverso la constante tiene este valor; en
algún otro lugar tiene ese otro valor. Vivimos en un minúsculo bolsillo donde el valor
de la constante es compatible con nuestro tipo de vida. ¡Ya está! ¡Eso es todo! No hay
otra respuesta a la pregunta».
Hay muchas coincidencias en las leyes y las constantes de la Naturaleza que no
tienen otra explicación que ésta: «Si fueran de otro modo, no podría existir vida
inteligente». Para algunos parece que las leyes de la física se hubieran escogido, al
menos en parte, para permitir nuestra existencia. Llamada principio antrópico, esta
idea es odiada por la mayoría de los físicos, como señalé en mi introducción. Para
algunos huele a mitos de creación, religión o diseño inteligente sobrenatural. Otros
piensan que supone rendirse, abandonar la noble búsqueda de respuestas racionales.
Pero debido a nuevos desarrollos sin precedentes en física, astronomía y cosmología,
estos mismos físicos se están viendo obligados a volver a considerar sus prejuicios.
Hay cuatro desarrollos principales que impulsan este cambio de marea: dos proceden
de la física teórica y dos de la astronomía observacional. En el lado teórico, un
producto de la teoría inflacionaria llamado «inflación eterna» está exigiendo que el
mundo sea un megaverso, lleno de universos de bolsillo que han burbujeado en el
espacio en inflación, como las burbujas en una botella de champán descorchada. Al
mismo tiempo, la teoría de cuerdas está produciendo un paisaje de enorme
diversidad. Las mejores estimaciones dicen que son posibles 10500 tipos distintos de
ambientes. Decir que este número (un uno seguido de quinientos ceros) es
«inimaginablemente grande» es quedarse corto, pero quizá no sea siquiera tan grande
como para poder contar las posibilidades.
Descubrimientos astronómicos muy recientes acompañan en paralelo a los
avances teóricos. Los últimos datos astronómicos sobre el tamaño y la forma del
universo confirman que el universo se «infla» exponencialmente hasta un tamaño
enorme, mucho más grande que los diez o quince mil millones de años luz estándar.
Hay pocas dudas de que estamos inmersos en un megaverso inmensamente mayor.
Pero la noticia más importante es que en nuestro bolsillo de espacio, la infame
constante cosmológica (un término matemático que Einstein introdujo originalmente
en sus ecuaciones y más tarde rechazó indignado) no es exactamente cero como se
pensaba que era. Este descubrimiento, más que cualquier otro, es el que ha hecho
encallar el barco. La constante cosmológica representa una repulsión gravitatoria
extra, una especie de antigravedad que se creía absolutamente ausente del mundo
real. El hecho de que no esté ausente supone un cataclismo para los físicos, así que la
única forma que sabemos de darle sentido es a través del vilipendiado y
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menospreciado principio antrópico.
Yo no sé qué extraños e inimaginables giros experimentará nuestra visión del
universo al explorar la inmensidad de este paisaje. Pero apostaría a que al comienzo
del siglo XXI, filósofos y físicos verán el presente como una época en la que el
concepto del universo del siglo XX dio paso a un megaverso que puebla un paisaje de
proporciones desconcertantes.
La idea de que las leyes de la física pueden cambiar de un lugar a otro del
universo tiene tan poco sentido como la idea de que puede haber más de un universo.
El universo es todo lo que hay; quizá sea el único sustantivo que en buena lógica no
debería tener plural. Las leyes que gobiernan el conjunto del universo no pueden
cambiar, pues ¿qué leyes gobernarían estos cambios? ¿No son también parte de las
leyes de la física?
Pero por las leyes de la física yo entiendo algo mucho más modesto que las
grandes y supremas leyes que regulan todos los aspectos del megaverso. Entiendo lo
que un físico ordinario del siglo XX, un físico más interesado en el laboratorio que en
el universo, habría entendido: las leyes que gobiernan los bloques constituyentes de la
materia ordinaria.
Este libro trata de estas leyes de la física, no de cuáles son sino por qué son. Pero
antes de que podamos discutir el porqué, necesitamos saber el qué. ¿Cuáles son
exactamente estas leyes? ¿Qué nos dicen y cómo se expresan? La tarea de este primer
capítulo es mostrarle rápidamente las leyes de la física tal como se entendían hacia el
año 2000.
Para Isaac Newton y sus seguidores, el mundo físico era una máquina
determinista precisa cuyo pasado determinaba su futuro «tan seguro como la noche
sigue al día». Las leyes de la Naturaleza eran reglas (ecuaciones) que expresaban este
determinismo en un lenguaje matemático preciso. Por ejemplo, una ley podría
determinar cómo se mueven los objetos a lo largo de trayectorias precisas dados sus
puntos de partida iniciales (incluyendo sus velocidades). El gran físico y matemático
francés del siglo XVIII Pierre-Simon de Laplace lo expresaba de esta manera:
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poderosa como para someter todos esos datos al análisis matemático, podría
abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del
universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría inseguro y tanto el
futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos.
Por si la traducción del francés no queda clara, Laplace estaba diciendo que si, en
algún instante, usted (algún superintelecto) conociera la posición y velocidad de cada
partícula en el universo, podría predecir el futuro exacto del mundo. Esta visión
ultradeterminista de la Naturaleza era el paradigma dominante hasta que, a comienzos
del siglo XX, llegó ese subversivo pensador Albert Einstein y lo cambió todo. Aunque
Einstein es más famoso por la teoría de la relatividad, su jugada más atrevida y más
radical —su jugada más subversiva— tuvo que ver con el extraño mundo de la
mecánica cuántica, no con la teoría de la relatividad. Desde entonces los físicos han
entendido que las leyes de la física son leyes cuánticas. Por esta razón he decidido
empezar este primer capítulo con un breve curso sobre «pensar mecano-
cuánticamente».
Usted está a punto de entrar en el extraño mundo de Alicia en el País de las
Maravillas de la física moderna, donde nada es lo que parece, todo fluctúa y brilla, y
la incertidumbre es la reina suprema. Olvide el predecible universo mecánico de la
física newtoniana. El mundo de la mecánica cuántica es cualquier cosa menos
predecible. Las revoluciones de principios del siglo XX en física no fueron
«revoluciones de terciopelo». No sólo cambiaron las ecuaciones y leyes de la física
sino que destruyeron los fundamentos epistemológicos de gran parte de la ciencia y la
filosofía clásicas. Muchos físicos fueron incapaces de manejarse con las nuevas
formas de referirse a los fenómenos y se quedaron rezagados. Pero una joven
generación más flexible quedó encantada con las extrañas ideas modernas y
desarrolló nuevas intuiciones y poderes de visualización. Tan completo fue el cambio
que muchos físicos teóricos de mi generación encontraron más fácil pensar
mecanocuántica o relativísticamente que hacerlo a las viejas maneras clásicas.
La mecánica cuántica supuso la mayor conmoción. En el nivel cuántico, el mundo
es un lugar agitado y fluctuante de probabilidades e incertidumbre. Pero los
tambaleos del electrón no se parecen a los de un marinero bebido. Hay una pauta más
sutil para la aleatoriedad que se describe mejor en el simbolismo arcano de la
matemática abstracta. Sin embargo, con un poco de esfuerzo por mi parte y cierta
paciencia por la suya, las cosas más importantes pueden traducirse a un lenguaje
común.
Desde el siglo XIX los físicos han utilizado la metáfora de una mesa de billar para
representar el mundo físico de las partículas que interaccionan y colisionan. James
Clerk Maxwell utilizó la analogía; también lo hizo Ludwig Boltzmann. Ahora está
siendo utilizada por montones de físicos para explicar el mundo cuántico. La primera
vez que yo la oí utilizada fue de boca de Richard Feynman, que explicaba las cosas
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de esta manera:
Por el contrario, el juego de billar cuántico es impredecible por mucho que los
jugadores se esfuercen por hacerlo preciso. Por muy grande que fuera la precisión, no
se conseguiría otra cosa que predicciones estadísticas de resultados. El jugador de
billar clásico podía recurrir a la estadística precisamente porque los datos iniciales se
conocían imperfectamente o porque podría ser demasiado difícil resolver las
ecuaciones de movimiento. Pero el jugador cuántico no tiene elección. Las leyes de la
mecánica cuántica tienen un elemento intrínsecamente aleatorio que nunca puede ser
eliminado. ¿Por qué no, por qué no podemos predecir el futuro a partir del
conocimiento de las posiciones y velocidades iniciales? La respuesta es el famoso
principio de incertidumbre de Heisenberg.
El principio de incertidumbre describe una limitación fundamental a la precisión
con que podemos determinar simultáneamente las posiciones y las velocidades. Es la
trampa-22 definitiva. Si mejoramos nuestro conocimiento de la posición de una bola
en un intento de mejorar nuestras predicciones, inevitablemente perdemos precisión
acerca de dónde estará la bola en el siguiente instante. El principio de incertidumbre
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no sólo es un hecho cualitativo sobre el comportamiento de los objetos. Tiene una
formulación cuantitativa muy precisa: el producto de la incertidumbre en la posición
de un objeto y la incertidumbre de su momento[13] es siempre mayor que un cierto
número (muy pequeño) llamado constante de Planck[14]. Heisenberg y otros después
de él trataron de idear maneras de superar el principio de incertidumbre. Los
ejemplos de Heisenberg trataban con electrones, pero él podría haber utilizado
igualmente bolas de billar. Lancemos un haz de luz sobre una bola de billar cuántica.
La luz que se refleja en la bola puede concentrarse en una película fotográfica y, a
partir de la imagen, puede deducirse la localización de la bola, pero ¿qué pasa con la
velocidad de la bola: cómo puede medirse? La manera más simple y directa sería
hacer una segunda medida de la posición muy poco después. Sabiendo la posición en
dos instantes sucesivos, es fácil determinar la velocidad.
¿Por qué no es posible un experimento de este tipo? La respuesta se remonta a
uno de los más grandes descubrimientos de Einstein. Newton había creído que la luz
consistía en partículas, pero a principios del siglo XX la teoría corpuscular de la luz
estaba completamente desacreditada. Muchos efectos ópticos como la interferencia
sólo podían explicarse suponiendo que la luz es un fenómeno ondulatorio similar a
los rizos en la superficie del agua. A mediados del siglo XIX James Clerk Maxwell
había creado una teoría muy satisfactoria que imaginaba la luz como ondas
electromagnéticas que se propagan a través del espacio de una forma muy parecida a
como las ondas sonoras se propagan en el aire. Por ello, hubo una conmoción radical
cuando, en 1905, Albert Einstein propuso que la luz (y cualquier otra radiación
electromagnética) está hecha de pequeños balines llamados cuantos o fotones[15]. De
una nueva y extraña manera, Einstein estaba proponiendo que la luz tenía todas las
viejas propiedades ondulatorias —longitud de onda, frecuencia, etcétera— pero
también una granulación, como si estuviera compuesta de trocitos discretos. Estos
cuantos son paquetes de energía que no pueden subdividirse, lo que crea ciertas
limitaciones cuando uno intenta formar imágenes exactas de objetos pequeños.
Empecemos con la determinación de la posición. Para obtener una imagen precisa
de la bola, la longitud de onda de la luz no debe ser demasiado larga. La regla es
sencilla: si uno quiere localizar un objeto con una precisión dada, debe utilizar ondas
cuyas longitudes de onda no sean mayores que el error admisible. Todas las imágenes
son borrosas en alguna medida, así que limitar la borrosidad significa utilizar
longitudes de onda cortas. Esto no es problema en física clásica, donde la energía de
un haz luminoso puede ser arbitrariamente pequeña. Pero como Einstein afirmaba, la
luz está hecha de fotones indivisibles. Además, como veremos después, cuanto más
corta es la longitud de onda de un rayo de luz, mayor es la energía de dichos fotones.
Lo que todo esto significa es que obtener una imagen precisa que localice
exactamente la bola requiere que se incida en ésta con fotones de alta energía. Pero
esto limita seriamente la precisión de medidas de velocidad posteriores. El problema
es que un fotón de alta energía colisionará con la bola de billar y le dará un golpe
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brusco, cambiando así la misma velocidad que pretendíamos medir. Éste es un
ejemplo de frustración al tratar de determinar a la vez la posición y la velocidad con
precisión infinita.
La relación entre la longitud de onda de la radiación electromagnética y la energía
de los fotones —cuanto menor es la longitud de onda, mayor es la energía— fue uno
de los descubrimientos más importantes de Einstein en 1905. En orden de longitudes
de onda crecientes, el espectro electromagnético consiste en rayos gamma, rayos X,
luz ultravioleta, luz visible, luz infrarroja, microondas y ondas de radio. Las ondas de
radio tienen la longitud de onda más larga, desde metros hasta dimensiones cósmicas.
Son una mala elección para obtener imágenes precisas de objetos corrientes porque
las imágenes no serán más precisas que la longitud de onda. En una imagen de radio
un ser humano sería indistinguible de un saco de lavandería. De hecho, sería
imposible distinguir a una persona de dos, a menos que la separación entre ellas fuera
mayor que la longitud de onda de la onda de radio. Todas las imágenes serían bolas
borrosas. Esto no significa que las ondas de radio no sean nunca útiles para hacer
imágenes: simplemente no son buenas para obtener imágenes de objetos pequeños.
La radioastronomía es un método muy potente para estudiar grandes objetos
astronómicos. Por el contrario, los rayos gamma son mejores para obtener
información sobre cosas realmente pequeñas tales como núcleos. Tienen las
longitudes de onda más pequeñas, mucho más pequeñas que el tamaño de un solo
átomo.
Por otra parte, la energía de un fotón aumenta cuando decrece la longitud de
onda. Los fotones de radio individuales son demasiado débiles para ser detectados.
Los fotones de luz visible son más energéticos: basta un fotón visible para romper
una molécula. Para un ojo que se ha habituado a la oscuridad, un solo fotón de luz de
longitud de onda visible es suficiente para activar un bastón de la retina. Los fotones
ultravioleta y de rayos X tienen bastante energía para expulsar fácilmente a los
electrones de los átomos, y los rayos gamma no sólo pueden romper núcleos, sino
incluso protones y neutrones.
Esta relación inversa entre longitud de onda y energía explica una de las
tendencias generales en la física del siglo XX: la búsqueda de aceleradores cada vez
más grandes. Los físicos, en sus intentos de descubrir los constituyentes más
pequeños de la materia (moléculas, átomos, núcleos, quarks, etcétera), se vieron
llevados de forma natural a longitudes de onda cada vez más pequeñas para obtener
imágenes claras de dichos objetos. Pero longitudes de onda más pequeñas significan
inevitablemente cuantos de energía más alta. Para crear tales cuantos de alta energía,
había que acelerar las partículas hasta energías cinéticas enormes. Por ejemplo, los
electrones pueden ser acelerados hasta energías enormes, pero sólo por máquinas de
tamaño y potencia crecientes. El Centro del Acelerador Lineal de Standford (SLAC),
cerca de donde yo vivo, puede acelerar electrones a energías de doscientas mil veces
su masa, pero esto requiere una máquina de más de tres kilómetros de longitud.
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SLAC es esencialmente un microscopio de tres kilómetros que puede resolver objetos
mil veces más pequeños que un protón.
A lo largo del siglo XX se hicieron descubrimientos insospechados a medida que
los físicos sondaban distancias cada vez menores. Una de las más espectaculares fue
que protones y neutrones no son en absoluto partículas elementales. Al golpearlas con
partículas de alta energía se hizo posible discernir los componentes minúsculos —
quarks— que constituían el protón y el neutrón. Pero incluso con las sondas de más
alta energía (más corta longitud de onda), el electrón, el fotón y el quark siguen
siendo, hasta donde podemos decir, objetos puntuales. Esto significa que somos
incapaces de detectar en ellos cualquier estructura, tamaño o partes internas. Pueden
ser puntos infinitamente pequeños de espacio.
Volvamos al principio de incertidumbre de Heisenberg y sus implicaciones.
Imaginemos una única bola en la mesa de billar. Puesto que la bola está confinada en
la mesa por los bordes, sabemos automáticamente algo sobre su posición en el
espacio: la incertidumbre de la posición no es mayor que las dimensiones de la mesa.
Cuanto más pequeña es la mesa, con más exactitud conocemos la posición y, por
tanto, menos seguros podemos estar del momento. Así pues, si midiéramos la
velocidad de la bola confinada en la mesa, sería algo aleatorio y fluctuante. Incluso si
eliminásemos tanta energía cinética como fuera posible, este movimiento de
fluctuación residual no podría ser eliminado. Brian Greene ha utilizado el término
agitaciones cuánticas para describir este movimiento, y yo le seguiré[16]. La energía
cinética asociada con las agitaciones cuánticas se denomina energía de punto cero y
no puede eliminarse.
Las agitaciones cuánticas que implica el principio de incertidumbre tienen una
consecuencia interesante para la materia corriente cuando tratamos de enfriarla a
temperatura cero. El calor es, por supuesto, la energía del movimiento molecular
aleatorio. En física clásica, cuando se enfría un sistema las moléculas acaban
llegando al reposo a la temperatura del cero absoluto. Resultado: en el cero absoluto,
toda la energía cinética de la molécula queda eliminada.
Pero cada molécula en un sólido tiene una localización bastante bien definida.
Está mantenida en su lugar, no por los bordes de la mesa de billar, sino por las demás
moléculas. El resultado es que las moléculas tienen necesariamente una velocidad
fluctuante. En un material real sujeto a las leyes de la mecánica cuántica, la energía
cinética molecular nunca puede ser totalmente eliminada, ni siquiera en el cero
absoluto.
Posición y velocidad no son ni mucho menos las únicas magnitudes para las que
hay un principio de incertidumbre. Hay muchos pares de las denominadas
magnitudes conjugadas que no pueden ser determinadas simultáneamente: cuanto
más se fija una, más fluctúa la otra. Un ejemplo muy importante es el principio de
incertidumbre energía-tiempo: es imposible determinar a la vez el momento exacto en
que tiene lugar un suceso y la energía exacta de los objetos que están involucrados.
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Supongamos que un físico experimental quisiera hacer colisionar dos partículas en un
instante de tiempo concreto. El principio de incertidumbre energía-tiempo limita la
precisión con la que puede controlar la energía de las partículas y también el instante
en el que ambas chocarán. Controlar la energía con precisión creciente lleva
inevitablemente a aumentar la aleatoriedad en el tiempo de colisión y viceversa.
Otro ejemplo importante al que llegaremos en el capítulo 2 implica a los campos
eléctrico y magnético en un punto del espacio. Estos campos, que desempeñarán un
papel clave en capítulos posteriores, son influencias invisibles que llenan el espacio y
controlan las fuerzas sobre las partículas eléctricamente cargadas. Los campos
eléctrico y magnético, como sucede con la posición y la velocidad, no pueden
determinarse simultáneamente. Si se conoce uno, el otro es necesariamente incierto.
Por esta razón, los campos están en un estado continuo de fluctuación temblorosa que
no puede ser eliminada. Y, como cabría esperar, esto conduce a una cierta cantidad de
energía, incluso en el espacio absolutamente vacío. Esta energía del vacío ha llevado
a una de las máximas paradojas de la física y la cosmología modernas. Volveremos a
ella muchas veces y empezaremos en el próximo capítulo.
La incertidumbre y las agitaciones no son todo. La mecánica cuántica tiene otro
lado: el lado cuántico. La palabra cuántico implica un cierto grado de separación o
granulación en la Naturaleza. Los fotones, las unidades de energía que comprenden
las ondas luminosas, son sólo un ejemplo de cuantos. La radiación electromagnética
es un fenómeno oscilatorio; en otras palabras, es una vibración. Un niño en un
columpio, un muelle oscilante, una cuerda de violín pulsada, una onda sonora: todos
son también fenómenos oscilatorios, y todos comparten la propiedad de separación.
En cada caso la energía se da en unidades cuánticas separadas que no pueden
subdividirse. En el mundo macroscópico de muelles y péndulos, la unidad cuántica
de energía es tan pequeña que nos parece que la energía puede ser cualquiera. Pero,
de hecho, la energía de una oscilación se da en unidades indivisibles cuyo tamaño es
igual al producto de la frecuencia de la oscilación (número de oscilaciones por
segundo) por la diminuta constante de Planck.
Los electrones en un átomo, cuando giran alrededor del núcleo, también oscilan.
En este caso, la cuantización de la energía se describe imaginando órbitas discretas.
Niels Bohr, el padre del átomo cuantizado, imaginó que los electrones orbitaban
como si estuvieran restringidos a moverse en calles separadas en una pista de
carreras. La energía de un electrón está determinada por la calle que ocupa.
El comportamiento agitado y la separación son bastante extraños, pero lo que
mejor resume la extrañeza del mundo cuántico es la «interferencia». El famoso
«experimento de la doble rendija» ilustra este extraordinario fenómeno. Imaginemos
una minúscula fuente de luz —una intensa bombilla en miniatura— en una habitación
por lo demás oscura. Un láser también servirá. A cierta distancia se ha colocado una
película fotográfica. Cuando la luz procedente de la bombilla incide en la película, la
ennegrece de la misma manera en que se produce un «negativo» fotográfico
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corriente. Obviamente, si entre la fuente y la película se coloca un obstáculo opaco
como una lámina de metal, la película estará protegida y no se ennegrecerá. Pero
cortemos ahora dos rendijas verticales paralelas en la lámina metálica de modo que la
luz pueda atravesarlas y llegar a la película. Nuestro primer experimento es muy
simple: bloquear una rendija —por ejemplo, la izquierda— y encender la fuente.
Al cabo de un tiempo adecuado aparecerá una ancha banda horizontal de película
ennegrecida: una imagen borrosa de la rendija derecha. A continuación, cerremos la
rendija derecha y abramos la izquierda. Aparecerá una segunda banda ancha, que se
solapa parcialmente con la primera.
Empecemos ahora con una película nueva que no ha sido expuesta, pero esta vez
abrimos ambas rendijas. Si usted no sabe por adelantado lo que hay que esperar, el
resultado puede sorprenderle. La figura no es en absoluto la suma de las dos zonas
ennegrecidas anteriores. En su lugar, encontramos una serie de bandas estrechas
oscuras y brillantes, como las rayas de una cebra, que reemplazan a las dos bandas
borrosas. Hay bandas no ennegrecidas donde previamente se solapaban las bandas
oscuras originales. De algún modo la luz que atraviesa las rendijas izquierda y
derecha queda suspendida en estos lugares. El término técnico es interferencia
destructiva y es una propiedad bien conocida de las ondas. Otro ejemplo de ella son
los «batidos» que usted oye cuando se tocan dos notas casi idénticas.
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De hecho, si usted intenta realizar este experimento en casa, quizá encuentre que
no es tan fácil como yo he dado a entender. Dos cosas lo dificultan. La figura de
interferencia sólo puede verse si las rendijas son muy estrechas y están muy
próximas. No espere tener éxito cortando rendijas con un abrelatas. En segundo lugar,
la fuente tiene que ser muy pequeña. La manera antigua y tecnológicamente pobre de
hacer una fuente pequeña consistía en hacer pasar la luz a través de un agujero muy
pequeño antes de permitir que incida en la lámina con las rendijas. Una manera
mucho mejor es utilizar un láser de alta tecnología. Un puntero láser es ideal. La luz
láser que atraviesa rendijas hechas con meticulosidad produce excelentes figuras de
interferencia tipo cebra. El principal problema para llevar a cabo el experimento sería
el mantener constantes las condiciones.
Ahora repetiremos todo el ejercicio óptico, pero esta vez reduciremos la
intensidad de la fuente hasta un nivel tan bajo que los fotones salen de uno en uno. Si
exponemos la película durante un tiempo corto, aparecen unos pocos puntos
ennegrecidos en los lugares donde los fotones individuales aterrizan en la película. Si
volvemos a exponerla, de la misma manera, los puntos se harán más densos. Con el
tiempo, veremos cómo se reproduce la figura del primer experimento. El experimento
confirma, entre otras cosas, la idea de Einstein de que la luz está compuesta de
fotones separados. Además, las partículas llegan aleatoriamente y sólo cuando se han
acumulado las suficientes vemos que se reproduce una figura.
Pero estos fotones tipo partícula se comportan de un modo muy inesperado.
Cuando ambas rendijas están abiertas, ni una sola partícula llega a los lugares donde
tiene lugar la interferencia destructiva. Esto sucede pese al hecho de que los fotones
llegan a dichos lugares cuando sólo una rendija está abierta. Parece que abrir la
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rendija izquierda impide que los fotones atraviesen la rendija derecha y viceversa.
Para expresarlo de otro modo, supongamos que el punto X es un punto de la
película donde tiene lugar interferencia destructiva. El fotón puede llegar a X si la
rendija izquierda está abierta. También puede llegar a X si la rendija derecha está
abierta. Una persona razonable esperaría que si ambas estuvieran abiertas, sería
todavía más probable que un fotón llegara a X. Pero no es así: ningún fotón aparece
en X por mucho que esperemos. ¿Cómo sabe un fotón, que está a punto de atravesar
la rendija izquierda, que la rendija derecha está abierta? Los físicos suelen describir
este peculiar efecto diciendo que el fotón no atraviesa una u otra de las rendijas, sino
que en su lugar «experimenta» las dos trayectorias y que hay puntos en que las
contribuciones de ambas trayectorias se anulan mutuamente. Le ayude o no esto a su
comprensión, la interferencia es un fenómeno muy extraño. Uno tiene que
acostumbrarse a la extrañeza de la mecánica cuántica si trabaja con ella durante
cuarenta o más años. Pero basta de reflexionar sobre ello, ¡es extraña!
Partículas elementales
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en los cursos elementales de ciencias, los núcleos están compuestos de protones y
neutrones. Éstos, a su vez, están hechos de quarks. ¿Hasta dónde llega esta imagen de
«muñeca rusa» de la Naturaleza? ¿Quién sabe? Pero la física del siglo XX ha tenido
éxito llevando el reduccionismo hasta el nivel de las denominadas partículas
elementales. Por leyes de la física, yo entiendo las leyes de estos hasta ahora bloques
constituyentes más pequeños.
Será importante tener una idea clara de cuáles son estas leyes antes de que
podamos empezar a preguntar por qué son las leyes.
El lenguaje de la física teórica son las ecuaciones matemáticas. Es difícil para los
físicos concebir cualquier forma para una teoría distinta de una ecuación o un
pequeño conjunto de ecuaciones. Las ecuaciones de Newton, las ecuaciones de
Maxwell, las ecuaciones de Einstein y la ecuación de Erwin Schrödinger son algunos
de los ejemplos más importantes. El marco matemático para la física de partículas
elementales se denomina teoría cuántica de campos. Es un tema matemático difícil
cargado de ecuaciones muy abstractas. De hecho, las ecuaciones de la teoría cuántica
de campos son tan complicadas que uno puede tener la sensación de que las
ecuaciones no son realmente la manera correcta de expresar la teoría.
Afortunadamente para nosotros, el gran Richard Feynman tenía exactamente esa
sensación. Por ello ideó una forma gráfica de visualizar las ecuaciones. La manera de
pensar de Feynman es tan intuitiva que las ideas principales pueden resumirse sin una
sola ecuación.
Dick Feynman era un genio de la visualización (tampoco era manco con las
ecuaciones): hizo una imagen mental de algo en lo que estaba trabajando. Mientras
otros llenaban pizarras con fórmulas para expresar las leyes de las partículas
elementales, él simplemente dibujaría una imagen e imaginaría la respuesta. Era un
mago, un showman, y un fanfarrón, pero su magia proporcionó la manera más simple
e intuitiva de formular las leyes de la física. Los diagramas de Feynman son
literalmente imágenes de los sucesos que tienen lugar cuando las partículas
elementales se mueven en el espacio, colisionan e interaccionan. Un diagrama de
Feynman puede consistir simplemente en unas pocas líneas que describen un par de
electrones que colisionan o puede ser una enorme red de trayectorias interconectadas,
ramificadas o formando bucles que describen a todas las partículas que constituyen
cualquier cosa, desde un cristal de diamante hasta un ser vivo o un cuerpo
astronómico. Estos diagramas pueden reducirse a unos pocos elementos básicos que
resumen todo lo que se conoce sobre las partículas elementales. Por supuesto, no sólo
hay imágenes: también están todos los detalles técnicos de cómo se utilizan para
hacer cálculos precisos, pero eso es menos importante. Para nuestros objetivos, una
imagen vale por mil ecuaciones.
Electrodinámica cuántica
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Una teoría cuántica de campos empieza con un reparto de personajes, a saber, una
lista de partículas elementales. Idealmente la lista incluiría todas las partículas
elementales, pero eso no es práctico: estamos bastante seguros de que no conocemos
la lista completa. Pero no se pierde nada haciendo una lista parcial. Es como una
representación teatral: en realidad, cada historia implica a todas las personas en la
Tierra, pasadas y presentes, pero ningún autor en su sano juicio trataría de escribir
una obra con varios miles de millones de personajes. Para cualquier historia concreta,
algunos personajes son más importantes que otros, lo que también es cierto en la
física de partículas elementales.
La historia original que Feynman se propuso contar se denomina electrodinámica
cuántica, o QED para abreviar, y tiene sólo dos personajes: el electrón y el fotón.
Permítame introducirlos.
El electrón
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flujo de carga. Franklin, que no sabía nada de los electrones, no tenía ninguna manera
de saber que lo que él llamaba corriente positiva era en realidad un flujo de
electrones en la dirección opuesta. Por esta razón hemos heredado el confuso
convenio de una carga electrónica negativa. Como consecuencia, los profesores de
física tenemos que recordar continuamente a los estudiantes que cuando fluye
corriente eléctrica hacia la izquierda, los electrones se mueven hacia la derecha. Si
esto le desconcierta, échele la culpa a Ben Franklin y luego ignórelo.
Si todos los electrones desparecieran de repente, fallarían muchas más cosas que
los tostadores, las bombillas y los computadores. Los electrones desempeñan otro
papel muy profundo en la Naturaleza. Toda la materia ordinaria está hecha de átomos,
que a su vez están hechos de electrones; cada electrón está girando alrededor del
núcleo atómico como una bola en el extremo de una cuerda. Los electrones atómicos
determinan las propiedades químicas de todos los elementos listados en la Tabla
Periódica. La Electrodinámica Cuántica es más que la teoría de los electrones: es la
base para la teoría de toda la materia.
El fotón
El núcleo
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estas dos partículas y les dan un nombre común: nucleón. Un núcleo es esencialmente
una gota de nucleones pegados. La estructura de cualquier núcleo, incluso el del
hidrógeno, es tan complicada que físicos como Feynman decidieron ignorarla. En su
lugar, se concentraron en la física mucho más simple del electrón y el fotón. Pero
ellos no podían prescindir por completo del núcleo. Por ello lo introdujeron, si no
como un actor, al menos como un soporte del escenario. Dos razones hacían esto
posible.
En primer lugar, el núcleo es mucho más pesado que un electrón. Es tan pesado
que está casi inmóvil. No se comete un gran error si se reemplaza al núcleo por un
punto inmóvil de carga eléctrica positiva.
En segundo lugar, los núcleos son muy pequeños comparados con los átomos. El
electrón órbita alrededor del núcleo a unos cien mil diámetros nucleares y nunca se
acerca lo suficiente como para ser afectado por la complicada estructura nuclear
interna.
Según la visión reduccionista de la física de partículas, todos los fenómenos de la
Naturaleza —sólidos, líquidos, gases y materia viva tanto como inanimada— se
reducen a la interacción y colisión constante de electrones, fotones y núcleos. Ésa es
la acción y todo el argumento: actores chocando unos con otros, rebotando unos en
otros y dando nacimiento aquí y allá a nuevos actores a partir de la colisión. Es este
golpeteo de partículas con otras partículas lo que representan los diagramas de
Feynman.
Diagramas de Feynman
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trampear un poco. La dirección horizontal en el papel representará las tres direcciones
del espacio. Tendremos que forzar nuestra imaginación y suponer que el eje
horizontal es realmente tres ejes perpendiculares. Esto nos deja con la dirección
vertical para representar el tiempo. El futuro se toma normalmente hacia arriba y el
pasado hacia abajo (esto es, por supuesto, tan arbitrario como el hecho de que los
mapas coloquen el hemisferio norte por encima del sur). Un punto en la hoja de papel
es un suceso, un dónde y un cuándo: un punto en el espacio-tiempo. Éste fue el punto
de partida de Feynman: partículas, sucesos y espacio-tiempo.
Nuestro primer diagrama de Feynman muestra la más simple de todas las
direcciones de escena: «Electrón, va del punto a al punto b. Para representar esto
gráficamente, dibujamos una recta en una hoja de papel desde el suceso a al suceso b.
Feynman también pone una pequeña flecha en la recta cuyo propósito se explicará
dentro de poco. La recta que conecta a con b se denomina propagador.
El fotón también puede moverse de un punto en el espacio-tiempo a otro. Para
representar el movimiento del fotón, Feynman dibuja otra línea o propagador. A
veces el propagador del fotón se dibuja como una línea ondulada, y otras veces, como
una línea de trazos. Yo utilizaré la línea de trazos.
Los propagadores son más que simples imágenes. Son instrucciones
mecanocuánticas para calcular la probabilidad de que una partícula que parte de un
punto a se manifieste más tarde en el punto b. Feynman tuvo la idea radical de que
una partícula no se mueve meramente a lo largo de una trayectoria particular: de una
manera singular explora todas las trayectorias, tanto trayectorias aleatorias en zigzag
como trayectorias rectas. Los fotones no atraviesan simplemente la rendija izquierda
o la rendija derecha: de algún modo exploran ambas trayectorias y, al hacerlo, crean
las sorprendentes figuras de interferencia donde son detectados. Según la teoría de
Feynman, todas las trayectorias posibles contribuyen a la probabilidad de que la
partícula vaya de a a b. Al final, una expresión matemática concreta que representa
todas las posibles trayectorias entre los dos puntos da la probabilidad de ir de a a b.
Todo esto está implícito en la noción de propagador.
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Nada muy interesante sucedería si todo lo que tuvo lugar alguna vez fuera el
movimiento libre de electrones y fotones. Pero ambos toman parte en una acción
coordinada que es responsable de todo lo interesante en la Naturaleza. Recordemos lo
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que sucede cuando los electrones le mueven de una nube a otra durante una tormenta
con relámpagos. De repente la noche se hace día. La luz emitida por la corriente
eléctrica violenta y repentina ilumina espectacularmente el cielo durante un instante.
¿De dónde procede esa luz? La respuesta remite a los electrones individuales. Cuando
el movimiento de un electrón es súbitamente agitado, puede responder desprendiendo
un fotón. El proceso, llamado emisión de un fotón, es el suceso básico de la
electrodinámica cuántica. De la misma forma que toda la materia está construida de
partículas, todos los procesos están construidos de sucesos elementales de emisión y
absorción. Así pues, el electrón —mientras se mueve a través del espacio-tiempo—
puede súbitamente disparar un único cuanto (o fotón) de luz. Toda la luz visible que
vemos, así como las ondas de radio, la radiación infrarroja y los rayos X, está
compuesta de fotones que han sido emitidos por electrones, ya sea en el Sol, el
filamento de una bombilla, una antena de radio o un aparato de rayos X. Por ello,
Feynman añadió a la lista de partículas una segunda lista: una lista de sucesos
elementales. Esto nos presenta un segundo tipo de diagrama de Feynman.
El diagrama de Feynman que representa el suceso de la emisión de un fotón se
denomina un diagrama de vértice. Un diagrama de vértice se parece a la letra Y o,
mejor aún, a una carretera que se bifurca: el electrón original llega a la bifurcación y
suelta un fotón. Posteriormente, el electrón toma uno de los caminos y el fotón el
otro. El punto donde se unen las tres líneas —el suceso que emite el fotón— es el
vértice.
He aquí una manera de ver un diagrama de Feynman como un «cortometraje».
Tome un cuadrado de cartulina de unos pocos centímetros de lado y corte una rendija
larga y estrecha de aproximadamente un milímetro de anchura. Ahora coloque el
cuadrado sobre el diagrama de Feynman (primero llene las líneas de trazos) con la
rendija orientada en dirección horizontal. Los cortos segmentos que se muestran a
través de la rendija representan partículas. Empiece con la rendija en la parte inferior
del diagrama. Si ahora mueve la rendija hacia arriba, verá que las partículas se
mueven, emiten y absorben otras partículas y hacen todas las cosas que hacen las
partículas reales.
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El diagrama de vértice puede ponerse al revés (recuerde, el pasado es abajo y el
futuro es arriba) de modo que describa a un electrón y un fotón que se aproximan. El
fotón es absorbido, dejando solo al electrón.
Antimateria
Feynman tenía un objetivo en mente cuando puso flechas pequeñas en las líneas
del electrón. Cada tipo de partícula eléctricamente cargada, tal como el electrón y el
protón, tiene una gemela, a saber, su antipartícula. La antipartícula es idéntica a su
gemela, con una excepción: tiene la carga eléctrica opuesta. Cuando la materia se
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encuentra con antimateria, ¡cuidado! Las partículas y las antipartículas se combinarán
y desaparecerán (se aniquilarán) pero no sin dejar su energía en forma de fotones.
La antipartícula gemela del electrón se denomina positrón. Parece ser un nuevo
añadido a la lista de partículas, pero según Feynman, el positrón no es realmente un
objeto nuevo: él lo consideraba un electrón que va hacia atrás en el tiempo. Un
propagador de positrón es exactamente igual a un propagador de electrón excepto que
la flecha apunta hacia abajo al pasado en lugar de hacia arriba al futuro.
Que usted considere un positrón un electrón que va hacia atrás en el tiempo, o un
electrón un positrón que va hacia atrás en el tiempo, es cosa suya.
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Feynman combinó estos ingredientes básicos, propagadores y vértices, para hacer
procesos más complejos. He aquí uno interesante.
¿Puede usted ver lo que describe? Si utiliza la cartulina con rendija para ver el
diagrama, esto es lo que verá: inicialmente, en la parte inferior del diagrama, hay sólo
un electrón y un fotón. Sin ningún aviso, el fotón se convierte espontáneamente en un
par electrón-positrón. Luego el positrón se mueve hacia el electrón, donde encuentra
a su gemelo y ambos se aniquilan, dejando un fotón. Al final hay un único fotón y un
único electrón.
Feynman tenía otra manera de considerar tales diagramas. Imaginaba que el
electrón incidente se «daba la vuelta en el tiempo» y se movía temporalmente hacia el
pasado, para luego dar la vuelta de nuevo hacia el futuro. Las dos maneras de pensar
—en términos de positrones y electrones o en términos de electrones moviéndose
hacia atrás en el tiempo— son completamente equivalentes. Propagadores y vértices:
eso es todo lo que hay en el mundo. Pero estos elementos básicos pueden combinarse
de infinitas maneras para describir toda la Naturaleza.
Pero ¿no estamos dejando de lado algo importante? Los objetos en la Naturaleza
ejercen fuerzas unos sobre otros. La idea de fuerza es profundamente intuitiva. Es
uno de los pocos conceptos de la física que entendemos sin consultar un libro de texto
pues la Naturaleza nos ha dotado para ello. Un hombre que empuja una roca está
ejerciendo una fuerza. La roca se resiste empujando hacia atrás. La atracción
gravitatoria de la Tierra nos impide flotar. Los imanes ejercen fuerzas sobre trozos de
hierro. La electricidad estática ejerce fuerzas sobre trozos de papel. Los matones
empujan a los enclenques. La idea de fuerza es tan básica en nuestra vida que la
evolución se aseguró de que tuviéramos un concepto de fuerza incorporado en
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nuestros circuitos neuronales. Pero mucho menos intuitivo es el hecho de que todas
las fuerzas tienen su origen en la atracción y repulsión entre partículas elementales.
¿Tenía Feynman que añadir a la receta otro conjunto independiente de
ingredientes: reglas específicas de fuerzas entre partículas? Él no lo hizo.
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Los electrones no son las únicas partículas que pueden emitir fotones. Cualquier
partícula eléctricamente cargada puede hacerlo, incluido el protón. Esto significa que
los fotones pueden saltar entre dos protones o incluso entre un protón y un electrón.
Este hecho es de enorme importancia para toda la ciencia y la vida en general. El
intercambio continuo de fotones entre el núcleo y los electrones atómicos
proporciona la fuerza que mantiene unido al átomo. Sin estos fotones saltarines, el
átomo se desharía y toda la materia dejaría de existir.
Diagramas de Feynman tremendamente complicados —redes de vértices y
propagadores— representan procesos complejos que incluyen cualquier número de
partículas. De esta manera, la teoría de Feynman describe toda la materia, desde los
objetos más simples a los más complicados.
Siéntase libre para añadir flechas a esta imagen en varias direcciones para hacer
de las líneas sólidas electrones o positrones.
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nombre griego, π. Conocemos el valor de π con miles de millones de cifras
decimales, no por haberlo medido, sino por su definición puramente matemática: π se
define como la razón entre la circunferencia de un círculo y su diámetro. Otros
números puramente matemáticos, tales como la raíz cuadrada de dos y el número
denominado e, pueden computarse también con una precisión inacabable si alguien
estuviera motivado para hacerlo.
Pero otros números que aparecen en las ecuaciones de la física no tienen un
significado matemático especial. Podríamos llamarlos números empíricos. Un
ejemplo que es importante en física nuclear es la razón entre las masas del protón y el
neutrón. Su valor numérico se conoce con siete cifras: 1,001378. El dígito siguiente
no puede obtenerse sólo con matemáticas: hay que entrar en el laboratorio y medirlo.
Los más fundamentales de estos números empíricos están coronados con el título
«constantes de la Naturaleza». La constante de estructura fina es una de las
constantes de la Naturaleza más importantes[20].
Como π, la constante de estructura fina lleva el nombre de una letra griega, en
este caso a (alfa). Suele aproximarse por la fracción 1/137. Su valor exacto se conoce
hasta un número limitado de cifras decimales —0,007 297 351— pero es, de todas
formas, una de las constantes físicas conocidas con mayor precisión.
La constante de estructura fina es un ejemplo de una cantidad que los físicos
llaman constantes de acoplamiento. Cada constante de acoplamiento está asociada
con uno de los sucesos básicos —los diagramas de vértice— de la teoría cuántica de
campos. La constante de acoplamiento es una medida de la intensidad, o potencia,
del suceso representado por el vértice. En QED el único diagrama de vértice es la
emisión de un fotón por un electrón. Consideremos más en detalle lo que sucede
cuando se emite un fotón.
Podríamos empezar preguntando qué determina el momento exacto en el que un
electrón, cuando se mueve a través del espacio-tiempo, emite un fotón. La respuesta
es que nada lo hace: la física en el nivel microscópico es caprichosa. La Naturaleza
tiene un elemento aleatorio que sacó de quicio a Einstein en sus últimos años de vida.
Él protestaba: «Dios no juega a los dados»[21]. Pero le gustase a Einstein o no, la
Naturaleza no es determinista. La Naturaleza tiene un elemento de aleatoriedad que
está incorporado en las leyes de la física en el nivel más profundo. Ni siquiera
Einstein podía cambiar eso. Pero si la Naturaleza no es determinista, tampoco es
completamente caótica. Aquí es donde entran los principios de la mecánica cuántica.
A diferencia de la física newtoniana, la mecánica cuántica nunca predice el futuro en
función del pasado. En su lugar, ofrece reglas muy precisas para computar la
probabilidad de varios resultados alternativos de un experimento. De la misma forma
que no hay manera de predecir la localización final de un fotón que ha atravesado una
rendija, tampoco hay ninguna manera de predecir exactamente en qué lugar de su
trayectoria un electrón lanzará un fotón o dónde otro electrón puede absorberlo. Pero
hay una probabilidad definida para estos sucesos.
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El funcionamiento de una pantalla de televisión ofrece una buena ilustración de
tales probabilidades. La luz que procede de una pantalla de televisor está compuesta
de fotones que se crean cuando los electrones golpean la pantalla. Los electrones son
expulsados de un electrodo situado en la parte trasera del aparato y son guiados a la
pantalla por campos eléctricos y magnéticos. Pero no todos los electrones que inciden
en la pantalla emiten un fotón. Sólo algunos lo hacen. La mayoría, no. En términos
aproximados, la probabilidad de que cualquier electrón particular irradie un cuanto de
luz viene dada por la constante de estructura fina a. En otras palabras, sólo un
afortunado electrón de cada 137 emite un fotón. Éste es el significado de a: es la
probabilidad de que un electrón, cuando se mueve a lo largo de su trayectoria, emita
caprichosamente un fotón.
Feynman no solamente dibujaba imágenes. Ideó un conjunto de reglas para
calcular las probabilidades de los procesos complejos representados en las imágenes.
En otras palabras, descubrió un cálculo matemático preciso que predice las
probabilidades de cualquier proceso en términos de los sucesos más simples:
propagadores y vértices. Las probabilidades para todos los procesos en la Naturaleza
remiten, en última instancia, a constantes de acoplamiento como a.
La constante de estructura fina controla también la intensidad de los diagramas de
intercambio, que a su vez determina la intensidad de las fuerzas eléctricas entre
partículas cargadas. Controlan con qué firmeza el núcleo atómico atrae a los
electrones. Como consecuencia, determina el tamaño del átomo, la velocidad con que
se mueven los electrones en sus órbitas y, en definitiva, controla las fuerzas entre
átomos diferentes que les permiten formar moléculas. Pero siendo tan importante
como es, no sabemos por qué su valor es 0,007 297 351 y no ningún otro. Las leyes
de la física que se descubrieron durante el siglo XX son muy precisas y útiles, pero el
origen subyacente a estas leyes sigue siendo un misterio.
La teoría de este mundo simplificado de electrones, fotones y núcleos puntuales
es la electrodinámica cuántica, y la versión de ella que desarrolló Feynman fue
increíblemente satisfactoria. Usando sus métodos, las propiedades de electrones,
positrones y fotones fueron entendidas con una precisión asombrosa. Además, si se
añadía la versión simplificada del núcleo, también podían calcularse las propiedades
del átomo más simple —el hidrógeno— con increíble precisión. En 1965 Feynman,
Julián Schwinger y el físico japonés Sin-Itiro Tomonaga ganaron el premio Nobel por
su trabajo sobre electrodinámica cuántica. Ése fue el primer acto.
Si el primer acto se representó en un teatro pequeño, con sólo dos personajes, la
obra se convirtió en una epopeya con centenares de actores en el segundo acto.
Durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX se descubrieron nuevas partículas
que con el tiempo requirieron un reparto desbordado que incluía electrones,
neutrinos, muones, partículas tau, quarks–up, quarks–down, quarks-extraños, quarks-
encantados, quarks-fondo, quarks–cima, fotones, gluones, bosones W y Z, bosones de
Higgs y muchos más. No crea nunca a nadie que le diga que la física de partículas
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elementales es elegante. Este batiburrillo de nombres de partículas refleja un
igualmente inmanejable revoltijo de masas, cargas eléctricas, espines y otras
propiedades. Pero aun siendo desordenado, sabemos cómo describirlo con enorme
precisión. El modelo estándar es el nombre de la estructura matemática —una teoría
cuántica de campos particular— que describe la teoría moderna de las partículas
elementales. Aunque es mucho más complicada que la electrodinámica cuántica, los
métodos de Feynman son tan potentes que, una vez más, pueden utilizarse para
expresar todo en términos de imágenes simples. Los principios son exactamente los
mismos que los de la QED: todo está construido a partir de propagadores, diagramas
de vértice y constantes de acoplamiento. Pero hay nuevos actores y nuevas líneas
arguméntales, incluyendo una denominada QCD.
Cromodinámica Cuántica
Hace muchos años fui invitado por una famosa universidad para dar una serie de
conferencias sobre un tema completamente nuevo denominado cromodinámica
cuántica (QCD). Mientras andaba por los pasillos del departamento de física de
camino a la primera conferencia, oí por casualidad a un par de estudiantes licenciados
que discutían sobre el título. Uno de ellos, que estaba mirando el anuncio de la
conferencia en el tablón de anuncios, dijo: «¿De qué va esto? ¿Qué es la
cromodinámica cuántica?». El otro reflexionó un momento y dijo: «Humm…, debe
de ser una nueva manera de utilizar la mecánica cuántica para revelar las
fotografías».
La cromodinámica cuántica no tiene nada que ver con la fotografía, ni siquiera
con la luz. La QCD es la versión moderna de la física nuclear. La física nuclear
convencional empieza con protones y neutrones (nucleones), pero la QCD va un poco
más profundo. Desde hace cuarenta años se sabe que los nucleones no son partículas
elementales. Se parecen más a los átomos o a las moléculas, pero a una escala más
pequeña. Si pudiéramos mirar un protón con un microscopio suficientemente potente,
veríamos tres quarks unidos por una ristra de partículas llamadas gluones. La teoría
de quarks y gluones —QCD— es una teoría más complicada que la QED y no soy
capaz de hacerle justicia en unas pocas páginas. Pero los hechos básicos no son
demasiado difíciles. Éste es el reparto de personajes.
En primer lugar, están los quarks: hay seis tipos diferentes. Para distinguir unos
de otros los físicos les dan nombres absurdos y extravagantes: quark-up, quark-down,
quark-extraño, quark-encantado, quark-fondo y quark-cima, o de forma más concisa,
quarks u, d, s, c, b y t.[22] No hay, por supuesto, nada extraño en el quark-extraño o
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más encantador en el quark-encantado, pero esos nombres ridículos les dan cierta
personalidad.
¿Por qué hay seis tipos de quarks y no cuatro o dos? ¿Quién sabe? Una teoría con
dos o cuatro tipos de quarks es tan consistente como una con seis tipos. Lo que sí
sabemos es que las matemáticas del modelo estándar requieren que los quarks se den
en pares— up con down, encantado con extraño y cima con fondo—. Pero la razón
para la triple replicación de la teoría más simple —una teoría con quarks u y d
solamente— es un completo misterio. Para empeorar las cosas, solo los quarks up y
down desempeñan un papel esencial en los núcleos ordinarios[23]. Si la QCD fuera un
proyecto de ingeniería, el resto de los quarks sería considerado un extravagante
despilfarro de recursos.
Los quarks son, en algunos aspectos, similares a los electrones, aunque algo más
pesados, y tienen cargas eléctricas peculiares. Para tener una base de comparación, la
carga del protón se toma tradicionalmente como uno (+ 1). La carga del electrón es
igual pero de signo opuesto (-1). Los quarks, por otra parte, tienen cargas que son
fracciones de la del protón. En particular, las cargas de los quarks u, c y t son
positivas, como la del protón, pero sólo dos tercios de la de éste (2/3). Los quarks d, s
y b tienen cargas negativas iguales a un tercio de la carga del electrón (-1/3).
Tanto los protones como los neutrones contienen tres quarks. En el caso del
protón, son dos quarks u y un quark d. Sumando las cargas eléctricas de estos tres
quarks, el resultado es la carga del protón:
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elementales, nadie lo notaría apenas.
¿Qué pasa con los quarks que van hacia atrás en el tiempo? Como los electrones,
cada tipo de quark tiene su antipartícula. Pueden ensamblarse en antiprotones y
antineutrones. En un tiempo muy temprano en la historia del universo, cuando la
temperatura era de miles de millones de grados, los antinucleones eran casi tan
abundantes como los nucleones ordinarios. Pero cuando bajaron las temperaturas, las
antipartículas desparecieron casi por completo, dejando sólo a los protones y
neutrones ordinarios para formar los núcleos de los átomos.
El gluón
Los nucleones son como minúsculos átomos hechos de quarks. Pero los quarks
por sí solos serían impotentes para unirse en nucleones. Como el átomo, requieren
otro ingrediente para crear las fuerzas de atracción que los «pegan». En el caso del
átomo, sabemos exactamente cuál es el pegamento. El átomo no se deshace porque
los fotones están saltando continuamente de un lado a otro entre electrones y núcleos.
Pero la fuerza generada por el intercambio de fotones es demasiado débil para unir
los quarks en la estructura firmemente apretada de un nucleón (recordemos que los
nucleones son cien mil veces menores que los átomos). Se necesita otra partícula con
propiedades más potentes para que los quarks se atraigan tan fuertemente. Esta
partícula se denomina apropiadamente gluón[24].
Los sucesos básicos en cualquier teoría cuántica de campos son siempre los
mismos: la emisión de partículas por otras partículas. Los diagramas de Feynman que
describen estos sucesos tienen siempre la misma forma: diagramas de vértice con la
forma de la letra Y. Los diagramas de vértice básicos para la QCD son exactamente
iguales a los vértices de emisión de fotón con un quark en lugar del electrón y un
gluón que toma el lugar del fotón.
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No es sorprendente que el origen de las fuerzas que unen los quarks en los
protones y los neutrones sea el intercambio de gluones. Pero hay dos grandes
diferencias entre QED y QCD. La primera es una diferencia cuantitativa: la constante
numérica que gobierna la emisión de gluones no es tan pequeña como la constante de
estructura fina. Se denomina OJO y es unas cien veces mayor que la constante de
estructura fina. Ésta es la razón por la que la fuerza entre quarks es mucho más fuerte
que la fuerza eléctrica que actúa en el átomo. La QCD se denomina a veces la teoría
de las interacciones fuertes.
La segunda diferencia es cualitativa. Hace que los gluones se conviertan en una
sustancia pegajosa que siempre me recuerda la historia del bebé alquitrán. Había una
vez, según el folclore sureño, un bebé alquitrán sentado en el camino, pensando en
sus cosas. El conejo Brer[25] dijo: «Buenas». El bebé alquitrán no dijo nada. El conejo
Brer se sintió ofendido. Una cosa llevó a otra y pronto se produjo un altercado: el
conejo Brer se volvió loco y dio un puñetazo al bebé alquitrán, pero eso fue un
enorme error. Con su puño pegado en el alquitrán, el conejo Brer tiraba y tiraba, pero
el alquitrán simplemente se estiraba y le atraía de nuevo. Por mucho que se esforzase
en liberarse, el bebé alquitrán no le soltaba.
¿Por qué la historia del bebé alquitrán? Porque los quarks son bebés alquitrán en
miniatura, pero sólo para otros quarks. Están pegados permanentemente por una
sustancia hecha de gluones. El origen de este extraño comportamiento es un vértice
extra que no tiene análogo en la QED. Cualquier partícula eléctricamente cargada
puede emitir un fotón. Pero los propios fotones no están cargados. Son eléctricamente
neutros y, por tanto, no emitirán otro fotón. A este respecto, los gluones son muy
diferentes de los fotones. Las leyes de la QCD requieren un vértice en el que un gluón
se divide en dos gluones, cada uno de los cuales sigue una de las trayectorias de la
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bifurcación.
Ésta es la gran diferencia entre la QCD y la QED que hace de la QCD una teoría
mucho más complicada que su contrapartida eléctrica. Entre otras cosas, implica que
los gluones pueden intercambiar gluones y unirse en objetos llamados gluebolas —
partículas sin quarks ni electrones—. De hecho, los gluones no sólo se pegan a pares.
Pueden formar largas cadenas de pegamento. Antes yo comparé los electrones en un
átomo con bolas movidas por cuerdas. En ese caso la cuerda era totalmente
metafórica, pero en el caso de los quarks, las cuerdas que los mantienen juntos son
muy reales. Son cuerdas de gluones tendidas entre los quarks. De hecho, cuando un
quark es expulsado a la fuerza de un nucleón, se forma una larga cuerda de gluones
que finalmente impide la fuga del quark.
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J. J. Thomson.
Hay tres tipos diferentes de radioactividad, llamados alfa, beta y gamma.
Corresponden a tres fenómenos muy diferentes, sólo uno de los cuales (beta) tiene
que ver con las interacciones débiles. Hoy sabemos que los rayos beta procedentes de
la muestra de uranio de Becquerel eran realmente electrones emitidos por neutrones
en el núcleo de uranio. Al emitir el electrón, el neutrón se convierte inmediatamente
en un protón.
Nada en la QED ni en la QCD explica cómo un neutrón puede emitir un electrón
y convertirse en un protón. La explicación más sentía, que quizá ya se le haya
ocurrido, es que existe un diagrama de vértice adicional que hay que añadir a nuestra
lista de sucesos fundamentales. El vértice incluiría a un neutrón inicial que llega a
una bifurcación en la carretera, ante la que un protón seguiría por un camino y un
electrón por el otro. Pero ésta no es la explicación correcta. El hecho es que un
personaje nuevo está a punto de hacer su entrada: el neutrino. Lo que Becquerel no
sabía era que otra partícula salía disparada cuando se desintegraba el neutrón, a saber,
la antipartícula del fantasmal neutrino.
El neutrino
El bosón W
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— los electrones emiten bosones W y se convierten en neutrinos;
— los quarks-up emiten bosones W y se convierten en quarks-down;
— los quarks-up emiten bosones W y se convierten en quarks-ex-traños;
— los quarks-encantados emiten bosones W y se convierten en quarks—
extraños;
— los quarks-cima emiten bosones W y se convierten en quarks-fondo, y
— los bosones de Higgs emiten bosones Z.
Hay más, pero implica partículas que sólo encontraremos en capítulos posteriores.
Como he explicado, protones y neutrones no están en la lista de partículas
elementales porque están compuestos de los quarks más simples, pero para algunos
fines es útil olvidarse de los quarks y considerar los nucleones partículas elementales.
Eso requerirá que añadamos algunos vértices adicionales. Por ejemplo, un protón
puede emitir un fotón. (En realidad, fue uno de los quarks ocultos el que produjo el
fotón, pero el efecto final es como si lo hubiera hecho el protón). Análogamente, uno
de los dos quarks d en un neutrón puede emitir un bosón W y convertirse en un quark
u, transformando así en neutrón en un protón. En efecto, hay un vértice en el que un
neutrón se convierte en un protón mientras emite un bosón W.
Ahora estamos listos para dibujar el diagrama de Feynman que explica los rayos
beta que descubrió Becquerel emanando de su uranio. El diagrama se parece mucho a
un diagrama de QED excepto que el bosón W es intercambiado donde sería
intercambiado el fotón en un diagrama QED. En realidad, las interacciones débiles
están muy íntimamente relacionadas con las fuerzas eléctricas debidas a los fotones.
Tome su cartulina cuadrada con una rendija y empiece por abajo. El neutrón (que
podría estar dentro de un núcleo) emite un bosón W cargado negativamente y se
convierte en un protón. El bosón W recorre un corto trecho (unos 10−16 centímetros)
y se divide en dos partículas: un electrón y un neutrino «que se mueve hacia atrás en
el tiempo», o de forma más anodina, un antineutrino. Eso es lo que Becquerel habría
visto en 1896 si hubiera tenido un microscopio suficientemente potente. Más tarde
veremos la importancia de este tipo de proceso en la creación de los elementos
químicos de los que estamos hechos.
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Las leyes de la física
Usted bebería tener ahora una idea clara de lo que yo entiendo por leyes de la
física. Me gustaría poder decirle que son elegantes, como afirmarían algunos físicos.
Pero la verdad innegable es que no es así. Hay demasiadas partículas, demasiados
diagramas de vértice y demasiadas constantes de acoplamiento. Ni siquiera le he
hablado de la colección aleatoria de masas que caracterizan a las partículas. Todo
sería un brebaje muy poco atractivo si no fuera por una razón: describe las
propiedades de las partículas elementales, núcleos, átomos y moléculas con increíble
precisión.
Pero tiene un coste. Sólo puede lograrse introduciendo unas treinta «constantes de
la Naturaleza» —masas y constantes de acoplamiento— cuyos valores no tienen
ninguna otra justificación que el hecho de que «funcionan»[26]. ¿De dónde proceden
estos números? Los físicos no sacan los diversos números del aire o siquiera de un
cálculo matemático mediante alguna teoría maestra. Son el resultado de muchos años
de física de partículas experimental hecha en aceleradores en laboratorios de muchos
países. Muchos de ellos, como la constante de estructura fina, han sido medidos con
gran precisión, pero la conclusión es, como ya he dicho, que no entendemos por qué
son los que son.
El modelo estándar es la culminación y destilación de más de medio siglo de
física de partículas. Cuando se combina con las reglas gráficas de Feynman, ofrece
descripciones precisas de todos los fenómenos de partículas elementales, incluyendo
cómo se combinan las partículas para formar núcleos, átomos, moléculas, gases,
líquidos y sólidos. Pero es demasiado complicado para ser el paradigma de
simplicidad que esperamos que fuera el sello de una teoría verdaderamente
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fundamental —una teoría final— de la Naturaleza.
A diferencia de las leyes de los hombres, las leyes de la física son realmente
leyes. Nosotros podemos escoger entre obedecer la ley o hacer caso omiso de ella,
pero un electrón no tiene elección. Estas leyes no son como las leyes del tráfico o las
leyes tributarias que cambian de un estado a otro y de un año a otro. Quizá el hecho
experimental más importante, un hecho que hace posible la física en general, es que
las constantes de la Naturaleza son realmente constantes. Experimentos en diferentes
tiempos y lugares requieren exactamente los mismos diagramas de Feynman y dan
exactamente los mismos valores para cada constante de acoplamiento y cada masa.
Cuando se midió la constante de estructura fina en Japón en los años noventa, tenía
exactamente el mismo valor que tenía en Brookhaven, Long Island, en 1960 o en
Stanford en los años setenta.
De hecho, cuando los físicos estudian la cosmología, tienden a dar completamente
por hecho que las leyes de la Naturaleza son las mismas en cualquier lugar del
universo. Pero no tienen por qué serlo. Ciertamente se puede concebir un mundo en
el que la constante de estructura fina cambie con el tiempo o en el que alguna otra
constante varíe de un lugar a otro. De vez en cuando, los físicos han cuestionado la
hipótesis de que las constantes son absolutamente constantes, pero hay pruebas
decisivas que sugieren que realmente son las mismas en cualquier parte del universo
observado: no el gigantesco megaverso, sino esa parte del universo que podemos ver
con los diversos tipos de telescopios a nuestra disposición.
Quizá algún día seremos capaces de ir a galaxias lejanas y medir las constantes
directamente en dichos lugares, pero incluso ahora recibimos continuamente
mensajes de regiones remotas del universo. Los astrónomos estudian rutinariamente
la luz procedente de fuentes muy lejanas y desenredan las líneas espectrales que
fueron emitidas o absorbidas por átomos distantes[27]. Las relaciones entre líneas
espectrales individuales son intrincadas, pero son siempre las mismas,
independientemente de dónde y cuándo se originó la luz. Cualquier cambio en las
leyes de la física cambiaría los detalles, de modo que tenemos una prueba excelente
de que las leyes son las mismas en cualquier parte del universo observado.
Estas reglas —una lista de partículas, una lista de masas y constantes de
acoplamiento, y los métodos de Feynman— que yo llamo las leyes de la física son
extraordinariamente potentes. Gobiernan casi cualquier aspecto de la física, la
química y, en última instancia, la biología, pero las reglas no se explican a sí mismas.
No tenemos ninguna teoría que nos diga por qué el modelo estándar es el correcto y
no ningún otro. ¿Podrían otras cosas haber sido las leyes de la física? ¿Podría la lista
de las partículas elementales, las masas y las constantes de acoplamiento ser diferente
en otras partes del universo que no podemos observar? ¿Podrían las leyes de la física
ser diferentes en tiempos y lugares muy distintos? Si es así, ¿qué gobierna la manera
en que cambian? ¿Son estas leyes más profundas las que nos dicen qué leyes son
posibles y cuáles no? Éstas son las preguntas que los físicos están empezando a tratar
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de resolver en el comienzo del siglo XXI. Son las preguntas de las que trata El paisaje
cósmico.
Quizá algo le esté intrigando en este capítulo. No he mencionado ni una sola vez
la fuerza más importante en el universo: la fuerza de la gravedad. Newton descubrió
la teoría elemental de la gravedad que lleva su nombre. Einstein también ahondó
profundamente en el significado de la gravedad en la teoría de la relatividad general.
Incluso si las leyes de la gravedad son mucho más importantes que todas las demás
para la determinación del destino del universo, la gravedad no se considera parte del
modelo estándar. La razón no es que la gravedad no sea importante. De todas las
fuerzas de la Naturaleza, desempeñará el papel más importante en este libro. Mi
razón para separarla de las otras leyes es que la relación entre la gravedad y el mundo
microscópico de las partículas elementales mecanocuánticas todavía no se entiende.
El propio Feynman trató de aplicar sus métodos a la gravedad y abandonó su intento
con pesar. De hecho, en cierta ocasión me aconsejó que nunca me involucrara en ese
tema. Eso fue como decir a un niño pequeño que no se acerque al tarro de galletas.
En el próximo capítulo le hablaré de la «madre de todos los problemas de la
física». Es una historia lúgubre de lo que falla cuando la gravedad se combina con
estas leyes de la física. Es también una historia de violencia extrema. Las leyes de la
física tal como las hemos entendido predicen un universo extraordinariamente letal.
Evidentemente, algo estamos pasando por alto.
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2
Departamento de física.
Profesor Posner.
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«Yo soy el nuevo profesor ayudante, Susskind». En su rostro apareció una mirada
amable pero muy enigmática.
«Vaya, nunca me dicen nada. ¿Qué nuevo profesor?».
«¿Está aquí el director?», balbuceé.
«Yo soy el director. De hecho, soy el único profesor de física y no sé nada de que
venga uno nuevo». En esa época yo tenía veintiséis años, una mujer y dos hijos
pequeños, y temí estar en paro.
Confundido y avergonzado, salí del edificio y empecé a cruzar la calle cuando vi
a un conocido de la facultad llamado Gary Gruber. «Hola Gruber, ¿qué estás
haciendo aquí? Precisamente vengo del departamento de física. Pensaba que estaría
lleno de físicos pero parece que sólo hay un viejo rabino llamado Posner.».
A Gruber le pareció mucho más divertido que a mí. Se rió y dijo: «Creo que
probablemente ibas al departamento de licenciados, no al de estudiantes. Está a la
vuelta de la esquina en la calle 184. Yo soy ahí un estudiante licenciado». ¡Qué
alivio! Caminé hasta la calle 184 y busqué en el lado de la calle que Gruber me había
indicado, pero no vi nada que se pareciera a una facultad de ciencias. La calle era tan
sólo una hilera de bajos comerciales bastante cutres. En uno de ellos anunciaba:
«Abogado-Fianzas». Otro estaba vacío y tapado con maderos. El mayor era un
establecimiento del tipo de los que celebran comuniones y bodas judías. Parecía que
ya no funcionaba, pero en el sótano quedaba un pequeño establecimiento que
preparaba comida kosher. Al principio pasé de largo, pero en una segunda pasada
miré con más atención. Una pequeña placa junto a la del proveedor de comida decía:
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ahora es sir Roger. Roger y Dave eran dos de los más importantes pioneros en la
teoría de los agujeros negros. Vi una puerta abierta con una placa que decía Joel
Lebowitz. Joel, un físico-matemático muy conocido, estaba discutiendo con Elliot
Lieb, cuyo nombre también era conocido. Era la colección de físicos más brillante
que jamás había visto reunidos en un lugar.
Estaban hablando de la energía del vacío. Dave estaba argumentando que el vacío
estaba lleno de energía de punto cero y que esta energía debería afectar al campo
gravitatorio. A Dirac no le gustaba la energía del vacío porque cada vez que los
físicos trataban de calcular su valor, la respuesta salía infinita. Él pensaba que si salía
infinita era porque las matemáticas debían estar equivocadas y que la respuesta
correcta es que no hay energía de vacío. Dave me introdujo en la conversación,
explicando lo que él pensaba. Para mí esa conversación fue un punto de no retorno
determinante, mi introducción a un problema que iba a obsesionarme durante casi
cuarenta años y que con el tiempo llevó a El paisaje cósmico.
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año después de terminar la teoría de la relatividad general, Einstein escribió un
artículo que posteriormente tachó como su peor error. El artículo, titulado
«Consideraciones cosmológicas sobre la teoría de la relatividad general», fue escrito
pocos años antes de que los astrónomos comprendieran que las tenues manchas de luz
llamadas nebulosas eran en realidad galaxias distantes. Faltaban aún doce años hasta
que el astrónomo estadounidense Edwin Hubble revolucionara la astronomía y la
cosmología al demostrar que todas las galaxias se están alejando de nosotros a una
velocidad que crece con la distancia. En 1917 Einstein no sabía que el universo se
estaba expandiendo. Por lo que él o cualquier otra persona sabían, las galaxias eran
siempre iguales y ocupaban el mismo lugar por toda la eternidad.
Según la teoría de Einstein el universo es cerrado y acotado, lo que ante todo
significa que el espacio tiene una extensión finita, pero no significa que tenga un
borde. La superficie de la Tierra es un ejemplo de un espacio cerrado y acotado.
Ningún punto sobre la Tierra está a más de veinte mil kilómetros de cualquier otro
punto. Además, no hay ningún borde en la Tierra, ningún lugar que represente la
frontera del mundo. Una hoja de papel es finita, pero tiene un borde: algunas
personas dirían que cuatro bordes. Pero en la superficie de la Tierra, si usted sigue
andando en cualquier dirección, nunca llega al final del espacio. Como Magallanes,
usted volvería finalmente al mismo lugar[28].
La superficie de la Tierra es una superficie esférica. El término matemático
correcto para referirse a la Tierra sólida y maciza es una bola. Para entender la
analogía entre la superficie de la Tierra y el universo de Einstein uno debe aprender a
pensar sólo en la superficie y no en la bola sólida. Imaginemos criaturas —
llamémoslas chinches— que habitan en la superficie de una esfera. Supongamos que
nunca pueden dejar la superficie: no pueden volar y no pueden cavar. Supongamos
también que las únicas señales que pueden recibir o emitir viajan a lo largo de la
superficie. Por ejemplo, podrían comunicarse con su entorno emitiendo y detectando
algún tipo de ondas de superficie. Estas criaturas no tendrían ningún concepto de la
tercera dimensión ni ningún uso para ella. Verdaderamente habitarían en un mundo
bidimensional cerrado y acotado. Un matemático la llamaría una 2-esfera, porque es
bidimensional.
Nosotros no somos chinches viviendo en un mundo bidimensional, pero según la
teoría de Einstein vivimos en un análogo tridimensional a una esfera. Un espacio
tridimensional cerrado y acotado es más difícil de representar, pero tiene perfecto
sentido. El término matemático para dicho espacio es una 3-esfera. Igual que las
chinches, nosotros descubriríamos que vivimos en una 3-esfera si viajáramos a lo
largo de una dirección y encontráramos que siempre volvíamos al punto de partida.
Según la teoría de Einstein, el espacio es una 3-esfera.
De hecho, las esferas se dan en cualquier dimensión. Un círculo es el ejemplo
más sencillo. Un círculo es unidimensional como una línea: si usted viviera en uno,
sólo podría moverse a lo largo de una dirección. Otro nombre para un círculo es una
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1-esfera. Moverse a lo largo del círculo es muy parecido a moverse a lo largo de una
línea excepto que uno vuelve al mismo lugar al cabo de un tiempo. Para definir un
círculo, empezamos con un plano bidimensional y dibujamos una curva cerrada. Si
cualquier punto de la curva está a la misma distancia de un punto central (el centro),
la curva es un círculo. Note que empezamos con un plano bidimensional para definir
la 1-esfera.
La 2-esfera es similar excepto que uno empieza con un espacio tridimensional.
Una superficie es una 2-esfera si cualquier punto está a la misma distancia del centro.
Quizá usted puede ver cómo cabe aplicarlo a una 3-esfera o, para el caso, a una esfera
de cualquier dimensión. Para la 3-esfera empezamos con un espacio tetradimensional.
Puede considerarlo un espacio descrito por cuatro coordenadas en lugar de las tres
usuales. Ahora escoja simplemente todos los puntos que están a una misma distancia
del origen. Todos estos puntos yacen en una 3-esfera.
Del mismo modo que las chinches que viven en la 2-esfera no tenían ningún
interés en nada salvo la superficie de la esfera, el geómetra que estudia una 3-esfera
no tiene ningún interés en el espacio tetradimensional en el que está inmersa.
Podemos prescindir de él y concentrarnos solamente en la 3-esfera.
La cosmología de Einstein implicaba un espacio que tiene la forma global de una
3-esfera pero, como la superficie de la Tierra, la forma esférica no es perfecta. En la
teoría de la relatividad general, las propiedades del espacio no están fijadas
rígidamente. El espacio es más parecido a la superficie deformable de un globo de
goma que a la superficie de una bola de acero rígida. Representemos el universo
como la superficie de tal globo deformable gigante. Las chinches viven en la
superficie elástica y las únicas señales que reciben se propagan a lo largo de dicha
superficie. No saben nada de la otra dimensión del espacio. No tienen ninguna idea
del interior o del exterior del globo. Pero ahora su espacio es flexible, así que la
distancia entre puntos puede cambiar con el tiempo cuando se estira la goma.
Sobre el globo, repartidas de manera más o menos uniforme, hay marcas que
representan las galaxias. Si el globo se expande, las galaxias se separan. Si se contrae,
las galaxias se acercan. Todo esto es bastante fácil de entender. La parte difícil es el
salto de dos a tres dimensiones. La teoría de Einstein describe un mundo en el que el
espacio es flexible y extensible pero tiene la forma global de una 3-esfera.
Añadamos ahora el elemento de la atracción gravitatoria. Según las teorías de la
gravedad de Newton y de Einstein, cada objeto en el universo atrae a cualquier otro
objeto con una fuerza proporcional al producto de sus masas e inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos. A diferencia de las fuerzas
eléctricas, que son unas veces atractivas y otras repulsivas, la gravedad es siempre
atractiva. El efecto de la atracción gravitatoria es acercar las galaxias y contraer el
universo. Un efecto similar existe en la superficie de un globo real, a saber, la tensión
en la goma que trata de contraer el globo. Si usted quiere ver el efecto de la tensión,
simplemente clave un alfiler en la goma.
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A menos que otra fuerza contrarreste la atracción gravitatoria, las galaxias
deberían empezar a moverse aceleradamente unas hacia otras, colapsando el universo
como un globo pinchado. Pero en 1917 se pensaba que el universo era estático,
invariable. Los astrónomos, igual que la gente corriente, miraban al cielo y no veían
ningún movimiento de las estrellas distantes (aparte del debido al movimiento de la
Tierra). Einstein sabía que un universo estático era imposible si la gravedad era
universalmente atractiva. Un universo estático es como una piedra que se cierne sobre
la superficie de la Tierra completamente inmóvil. Si se arrojase la piedra
verticalmente hacia arriba, una ojeada fugaz la vería ascendiendo o descendiendo.
Incluso podría atraparla en el instante preciso en que invertía su movimiento. Lo que
la piedra no puede hacer es mantenerse eternamente a una altura fija. Mejor dicho, no
puede hacerlo a menos que otra fuerza esté actuando sobre la piedra oponiéndose a la
atracción gravitatoria de la Tierra. Exactamente de la misma manera, un universo
estático desafía la ley universal de la atracción gravitatoria.
Lo que Einstein necesitaba era una modificación de su teoría que proporcionara
una fuerza compensadora. En el caso del globo, la presión del aire que hay dentro es
la fuerza que contrarresta la tensión en la goma. Pero el universo real no tiene un
interior con aire. Sólo está la superficie. Por ello Einstein razonó que debe de haber
algún tipo de fuerza repulsiva que contrarreste la atracción gravitatoria. ¿Podría haber
una posibilidad oculta de una fuerza repulsiva en la teoría de la relatividad general?
Examinando sus ecuaciones, Einstein descubrió una ambigüedad. Las ecuaciones
podían modificarse, sin destruir su consistencia matemática, añadiendo un término
más. El significado del término adicional era sorprendente: representaba un añadido a
las conocidas leyes de la gravedad, una fuerza gravitatoria cuya intensidad aumentaba
con la distancia. La intensidad de esta nueva fuerza era proporcional a una nueva
constante de la Naturaleza que Einstein denotó por la letra griega λ (lambda). Desde
entonces, la nueva constante ha sido denominada constante cosmológica y sigue
denotándose por λ
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Lo que había llamado especialmente la atención de Einstein era que si se daba a λ
un valor positivo, el nuevo término correspondía a una repulsión universal que
aumentaba en proporción a la distancia. Einstein se dio cuenta de que podía enfrentar
la nueva fuerza repulsiva con la atracción gravitatoria general. Las galaxias podían
mantenerse en equilibrio con una separación que podía controlarse escogiendo la
magnitud de la nueva constante λ. La forma en que esto funcionaba era simple. Si las
galaxias estaban poco espaciadas, su atracción sería fuerte y se necesitaría una
repulsión igualmente fuerte para mantenerlas en equilibrio. Por el contrario, si la
distancia entre las galaxias fuera tan grande que apenas sintieran los campos
gravitatorios de las demás, sólo se necesitaría una repulsión débil. Por consiguiente,
Einstein argumentaba que el tamaño de la constante cosmológica debería estar
íntimamente relacionado con la distancia media entre las galaxias. Aunque desde una
perspectiva matemática la constante cosmológica podía ser cualquier cosa, si se
conociera la distancia media entre las galaxias podría determinarse fácilmente. De
hecho, en esa época Hubble estaba ocupado en medir la distancia entre galaxias.
Einstein creyó que tenía el secreto del universo. Era un mundo que se mantenía en
equilibrio por la competición entre fuerzas atractivas y repulsivas.
Hay muchos puntos erróneos en esta teoría. Desde el punto de vista teórico, el
universo que Einstein había construido era inestable. Estaba en equilibrio pero en
equilibrio inestable. La diferencia entre equilibrio estable e inestable no es difícil de
entender. Pensemos en un péndulo. Cuando el péndulo está vertical y el peso está en
su punto más bajo, el péndulo está en equilibrio estable. Esto significa que si se
perturba un poco, dándole por ejemplo un ligero empujón, volverá a su posición
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original.
Imaginemos ahora que ponemos el péndulo invertido de modo que el peso está
delicadamente equilibrado en la posición superior. Si se modifica ligeramente, quizá
por nada más que la brisa del aleteo de una mariposa, la perturbación seguirá
aumentando y el péndulo caerá. Además, la dirección en que caiga será impredecible.
El universo estático de Einstein era como el péndulo invertido inestable. La más
mínima perturbación haría que creciera de forma explosiva o que implosionara como
un globo pinchado. Yo no sé si Einstein pasó por alto este punto elemental o si
simplemente decidió ignorarlo.
Pero lo peor de la teoría era que estaba tratando de explicar algo que simplemente
no era cierto. Irónicamente, no había necesidad del nuevo término. Hubble, que
trabajaba con el telescopio de cien pulgadas del Monte Wilson en el sur de California,
descubrió que el universo no estaba en reposo[29]. Las galaxias se estaban alejando
unas de otras y el universo se estaba expandiendo como un globo que se hincha. Las
fuerzas no necesitaban anularse, y el término cosmológico, que no añadía nada a la
belleza de las ecuaciones, podía descartarse haciéndolo cero.
Pero, una vez abierta, la caja de Pandora no podía cerrarse tan fácilmente.
La constante cosmológica es equivalente a otro término que puede ser más fácil
de representar: la energía del vacío[30]. Usted recordará este término de la discusión
con la que me encontré en la Belfer School. La energía del vacío parece una
contradictio in termini. El vacío es espacio vacío. Por definición esta vacío, así que
¿cómo puede tener energía alguna? La respuesta está en la extrañeza que trae al
mundo la mecánica cuántica, la extraña incertidumbre, la extraña granulación y la
extraña agitación incesante. Incluso el espacio vacío tiene sus «agitaciones
cuánticas». Los físicos teóricos están acostumbrados a considerar que el vacío está
lleno de partículas que aparecen y desaparecen tan rápidamente que no podemos
detectarlas en condiciones normales. Estas fluctuaciones del vacío son como un ruido
de muy alta frecuencia que está mucho más allá de lo que el oído humano puede
detectar. Pero las fluctuaciones del vacío tienen un efecto sobre los átomos que, como
los perros, están mucho mejor sintonizados a las altas frecuencias. Los niveles
precisos de energía del átomo de hidrógeno pueden medirse con exquisita precisión y
los resultados son sensibles a la presencia del mar fluctuante de electrones y
positrones en el vacío.
Estas extrañas y violentas fluctuaciones del vacío son consecuencias de la teoría
cuántica de campos y pueden visualizarse utilizando los intuitivos diagramas de
Feynman. Imaginemos un espacio-tiempo completamente vacío inicialmente sin una
sola partícula. Las fluctuaciones cuánticas pueden crear partículas durante un corto
intervalo de tiempo, como en las figuras siguientes.
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El primer diagrama muestra un electrón y un positrón creados espontáneamente
de la nada y que luego se anulan cuando se juntan. También se puede considerar
como un electrón que recorre un lazo cerrado en el espacio-tiempo, al ser el positrón
similar a un electrón que se mueve hacia atrás en el tiempo. El segundo diagrama
muestra a dos fotones creados espontáneamente y luego anulados. El último diagrama
es como el primero excepto que un fotón salta entre el electrón y el positrón antes de
que desaparezcan. Son posibles un número infinito de «diagramas de vacío» cada vez
más complejos, pero estos tres son más o menos representativos.
¿Cuánto duran los electrones y los positrones? Aproximadamente una milésima
de trillonésima de segundo. Imaginemos ahora que estos diagramas se dan en todo el
espacio-tiempo, llenándolo con poblaciones rápidamente fluctuantes de partículas
elementales. Estas partículas cuánticas de corta vida que llenan el vacío se denominan
partículas virtuales, pero sus efectos pueden ser muy reales. En concreto, hacen que
el vacío tenga energía. El vacío no es el estado de energía cero. Es simplemente un
estado de mínima energía.
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es proporcional a la masa del Sol. Si el Sol fuera cien veces más pesado, su campo
sería cien veces más intenso y la fuerza sobre la Tierra sería cien veces mayor. Eso es
lo que significa decir «La masa es la fuente del campo gravitatorio».
Pero si energía y masa son lo mismo, esta frase también podría leerse: «La
energía es la fuente del campo gravitatorio». En otras palabras, todas las formas de la
energía afectan al campo gravitatorio y, por consiguiente, influyen también en el
movimiento de masas vecinas. La energía del vacío de la teoría cuántica de campos
no es una excepción. Incluso el espacio vacío tendrá un campo gravitatorio si la
densidad de energía del vacío no es nula. Los objetos se moverán a través del espacio
vacío como si hubiera una fuerza sobre ellos. Lo interesante es que si la energía de
vacío es un número positivo, su efecto es una repulsión universal, una especie de
antigravedad que tendería a separar las galaxias. Esto, recordará usted, es
exactamente lo que hemos dicho antes de la constante cosmológica.
Este punto es tan importante que prefiero detenerme y explicarlo de nuevo. Si, de
hecho, el espacio vacío está lleno con energía de vacío (o masa de vacío), ejercerá
fuerzas sobre los objetos que serán indistinguibles de los efectos de la constante
cosmológica de Einstein. La hija mal concebida de Einstein no es otra cosa que el
contenido de energía del vacío cuántico fluctuante. Al decidir eliminar la constante
cosmológica de sus ecuaciones, Einstein estaba afirmando, en efecto, que no hay
realmente energía del vacío. Pero desde una perspectiva moderna, tenemos muchas
razones para creer que las agitaciones cuánticas dan lugar inevitablemente a energía
en el espacio vacío.
Si realmente hay una constante cosmológica, o energía del vacío, hay límites
severos a su magnitud. Si fuera demasiado grande, conduciría a distorsiones
detectables de las trayectorias de los cuerpos astronómicos. La constante
cosmológica, si no nula, debe de ser muy pequeña. El problema es que una vez que
identificamos la constante cosmológica con la energía del vacío, nadie tiene ninguna
idea de por qué debería ser cero o siquiera pequeña. Evidentemente, combinar la
teoría de las partículas elementales con la teoría de la gravedad de Einstein es algo
muy arriesgado. Parece llevar a un universo poco prometedor con una constante
cosmológica de demasiados órdenes de magnitud.
Cada tipo de partícula elemental está presente en el mar violentamente fluctuante
de partículas reales denominado vacío. En este mar hay electrones, positrones,
fotones, quarks, neutrinos, gravitones y mucho más. La energía del vacío es la suma
total de las energías de todas estas partículas reales, donde cada tipo de partícula hace
su aportación. Algunas de las partículas reales se están moviendo lentamente y tienen
poca energía, mientras que otras se mueven más rápidamente y tienen una energía
mayor. Si sumamos todas las energías en este mar de partículas utilizando las técnicas
matemáticas de la teoría cuántica de campos, llegamos a un desastre. Hay tantas
partículas reales de alta energía que la energía total es infinita. Infinito es una
respuesta sin sentido. Es lo que hacía que Dirac fuera escéptico sobre la energía del
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vacío. Pero como decía Wolfgang Pauli, un contemporáneo de Dirac, «Sólo porque
algo sea infinito no quiere decir que sea cero».
El problema es que hemos sobreestimado los efectos de partículas reales muy
energéticas. Para dar sentido a las expresiones matemáticas, tenemos que trabajar
mejor para dar cuenta de sus efectos. Pero no entendemos mucho del comportamiento
de las partículas cuando su energía supera un cierto punto. Los físicos han utilizado
aceleradores gigantes para estudiar las propiedades de partículas de muy alta energía,
pero todo acelerador tiene un límite. Incluso las ideas teóricas pierden fuelle en algún
punto. Finalmente llegamos a un valor de la energía tan grande que si colisionasen
dos partículas con dicha energía, crearían un agujero negro. En este punto estamos
mucho más allá de lo que podemos entender con las herramientas actuales. Ni
siquiera la teoría de cuerdas es apta para la tarea. Así que aceptamos un compromiso.
Simplemente ignoramos las contribuciones (a la energía del vacío) de todas las
partículas reales cuya energía es tan grande que formarían un agujero negro si
colisionaran. A esto le llamamos cortar las divergencias o regularizar la teoría. Pero
cualesquiera que sean las palabras que utilicemos, el significado es el mismo:
simplemente acordamos ignorar los efectos de partículas reales de muy alta energía
que todavía no entendemos.
Se trata de una situación nada satisfactoria, pero una vez que obramos así,
podemos estimar la energía del vacío almacenada en electrones, fotones, gravitones y
todas las demás partículas conocidas. El resultado ya no es infinito, pero tampoco es
pequeño. El julio es una unidad normal de energía. Se necesitan unos cuatro mil
julios para elevar un grado centígrado la temperatura de un litro de agua. Un
centímetro cúbico es una unidad habitual de volumen. Es aproximadamente tan
grande como la punta de su meñique. En el mundo corriente el julio por centímetro
cúbico es una unidad útil de densidad de energía. Entonces, ¿cuántos julios de energía
del vacío hay en forma de fotones reales en un volumen de espacio tan grande como
la punta de su meñique? La estimación que da la teoría cuántica de campos es tan
grande que necesita un 1 seguido de 116 ceros: ¡10 elevado a la potencia 116! Esa
cantidad de julios de energía de vacío está en su meñique en forma de fotones
virtuales. Es una energía mucho mayor que la que se necesitaría para hacer hervir
toda el agua en el universo. Es una energía mucho mayor que la que radiará el Sol en
un millón o mil millones de años. Es una energía mucho mayor que la que todas las
estrellas en el universo observable radiarán en toda su vida.
La repulsión gravitatoria debida a tanta energía del vacío sería desastrosa.
Desgarraría no sólo las galaxias, sino también los átomos, los núcleos e incluso los
protones y los neutrones que constituyen el material galáctico. La constante
cosmológica, si existe, debe de ser mucho más pequeña para evitar un conflicto con
todas las cosas que sabemos de la física y la astronomía.
Ahora bien, ésta es sólo la energía del vacío debida a un tipo de partícula, los
fotones. ¿Qué pasa con los electrones reales, los quarks y todas las demás? Ellas
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también fluctúan y crean energía del vacío. La cantidad precisa de energía de cada
tipo de partícula es sensible a la masa de dicha partícula tanto como a las diversas
constantes de acoplamiento. Cabría esperar que si sumáramos la contribución de los
electrones, la energía sería aún mayor. Pero eso no es necesariamente correcto. Los
fotones y otras partículas similares aportan energía positiva al vacío. Uno de esos
hechos paradójicos cuánticos es que los electrones virtuales en el vacío tienen energía
negativa. El fotón y el electrón pertenecen a dos clases de partículas que crean
energías opuestas en el vacío.
Estos dos tipos de partículas son bosones y fermiones. Para nuestros objetivos no
es tan importante conocer la diferencia detallada entre los dos, pero aun así necesitaré
un párrafo o dos para explicarlo. Los fermiones son partículas como el electrón. Si
usted sabe algo de química recordará el principio de exclusión de Pauli. Dice que dos
electrones en el átomo no pueden ocupar el mismo estado cuántico. Por esto es por lo
que la tabla periódica tiene la estructura que tiene. A medida que se añaden electrones
a un átomo, llenan capas atómicas cada vez más altas. Esto es propio de todas las
partículas fermiónicas. Dos fermiones del mismo tipo no pueden ocupar el mismo
estado cuántico. Son eremitas aislacionistas.
Los bosones son lo contrario, las partículas sociables. Los fotones son bosones.
Es especialmente fácil tener muchos bosones en el mismo estado. De hecho, un haz
láser es una intensa colección de fotones, todos ellos en el mismo estado cuántico. No
se puede construir un láser que dé un haz de fermiones. Por otra parte, no se pueden
hacer átomos a partir de bosones, al menos no átomos que tengan una tabla periódica.
¿Qué tiene que ver todo esto con la energía del vacío? La respuesta es que los
bosones reales en el vacío tienen energía positiva, pero los fermiones reales como el
electrón tienen energía negativa. Las razones son técnicas, pero aceptémoslas de
momento: la energía del vacío fermiónica y la energía del vacío bosónica pueden
cancelarse porque tienen signos opuestos.
Así que si contamos todos los tipos de fermiones y bosones en la Naturaleza —
fotones, gravitones, gluones, bosones W, bosones Z y partículas de Higgs en el lado
bosónico; neutrinos, electrones, muones, quarks en el lado fermiónico—, ¿se anulan?
¡Ni de lejos! La verdad es que no tenemos ni idea de por qué la energía del vacío no
es enorme, de por qué no es suficientemente grande como para desgarrar los átomos,
los protones y los neutrones y todos los demás objetos conocidos.
De todas formas, los físicos han sido capaces de construir teorías matemáticas de
mundos imaginarios en los que las contribuciones positivas de los bosones anulan
exactamente la energía negativa del vacío de los fermiones. Es simple. Todo lo que
hay que hacer es asegurar que las partículas se den por pares: un fermión por cada
bosón, un bosón por cada fermión, cada uno con exactamente la misma masa. En
otras palabras, el electrón tendría un gemelo, un bosón, con exactamente las mismas
masa y carga que el electrón. El fotón tendría también un gemelo, un fermión sin
masa. En el lenguaje arcano de la física teórica, un ajuste de este tipo, entre una cosa
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y otra, se denomina simetría. El ajuste entre objetos y sus imágenes especulares se
denomina simetría de reflexión. El ajuste entre partículas y sus antipartículas se
denomina simetría de conjugación de carga. Siguiendo la tradición, nos referimos al
ajuste fermión-bosón (en este mundo ficticio) de partículas elementales como una
simetría. La palabra más pluriempleada en el vocabulario del físico es súper:
superconductores, superfluidos, supercolisionador, supersaturado, teoría de
supercuerdas. Los físicos no suelen plantearse desafiados verbales, pero el único
término en el que podrían pensar para la hermandad fermión-bosón era supersimetría.
Las teorías supersimétricas no tienen energía del vacío porque los fermiones y los
bosones se anulan.
Pero súper o no, la simetría fermión-bosón no es propia del mundo real. No hay
supercompañera del electrón o de ninguna otra partícula elemental. Las energías del
vacío de fermiones y bosones no se anulan, y la conclusión es que nuestra mejor
teoría de las partículas elementales predice una energía del vacío cuyos efectos
gravitatorios serían demasiado grandes. No sabemos qué hacer con ello. Déjeme
poner la magnitud del problema en perspectiva. Inventemos unidades en las que 10116
julios por centímetro cúbico se considera la unidad. Entonces cada tipo de partícula
da una energía del vacío de aproximadamente una unidad. El valor exacto depende de
la masa y de otras propiedades de la partícula. Algunas partículas dan un número
positivo de unidades, y otras, un número negativo. Deben sumarse todas para dar una
densidad de energía increíblemente pequeña en unidades. De hecho, una densidad de
energía del vacío mayor que 0,0
000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000
000 0
000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 001
unidades entraría en conflicto con los datos astronómicos. Para que un montón de
números, ninguno de ellos especialmente pequeño, se anulen mutuamente con tal
precisión se necesitaría una coincidencia numérica tan increíblemente absurda que
debe de haber otra respuesta.
Los físicos teóricos y los cosmólogos observacionales han considerado el
problema de forma diferente. En general, los cosmólogos tradicionales han
mantenido una mentalidad abierta hacia la posibilidad de que haya una minúscula
constante cosmológica. En el espíritu de los científicos experimentales, la han
considerado un parámetro a medir. Los físicos, yo mismo incluido, consideraban el
absurdo de la coincidencia exigida y se decían a sí mismos (y a los demás) que debe
de haber alguna razón matemática profundamente oculta por la que la constante
cosmológica sea exactamente cero. Esto parecía más probable que una anulación
numérica de 119 cifras decimales sin ninguna buena razón. Hemos buscado
infructuosamente esa explicación durante casi medio siglo. Los teóricos de cuerdas
son una raza especial de físicos teóricos con opiniones muy fuertes sobre este
problema. La teoría en la que trabajan ha producido a menudo milagros matemáticos
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inesperados, anulaciones perfectas por razones profundas y misteriosas. Su visión (y
hasta hace no mucho tiempo también era la mía) ha sido que la teoría de cuerdas es
una teoría tan especial que debe ser la teoría verdadera de la Naturaleza. Y siendo
verdadera, debe de haber una profunda razón matemática para el hecho supuesto de
que la energía del vacío es exactamente cero. Encontrar la razón ha sido considerado
el problema más grande, más importante y más difícil de la física moderna. Ningún
otro fenómeno ha intrigado durante tanto tiempo a los físicos como éste. Todos los
intentos, sea en teoría cuántica de campos o en teoría de cuerdas, ha fracasado.
Verdaderamente es la madre de todos los problemas de la física.
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Sin duda, algunas aplicaciones legítimas del razonamiento antrópico están
justificadas. Vivimos en la superficie de un planeta y no en la superficie de una
estrella porque la vida no podría existir a temperaturas de diez mil grados. Pero
¿utilizarlo para explicar una constante fundamental de la física? La idea de que una
constante fundamental fuera determinada apelando a nuestra propia existencia era
anatema para la mayoría de los físicos. ¿Qué mecanismo podría ajustar una ley de la
Naturaleza de modo que pudiera existir la raza humana? ¿Qué mecanismo, aparte de
una apelación a fuerzas sobrenaturales? Los físicos suelen referirse al principio
antrópico como religión, superstición o «la palabra A», y afirman que ello supone
«rendirse».
Steve Weinberg ha sido amigo mío desde que puedo recordar. Oí por primera vez
su voz de barítono en un café mexicano en Berkeley. Era en 1965: el apogeo del
movimiento por la libertad de expresión de Mario Savio, Jefferson Poland y el
movimiento por la libertad sexual, el LSD y las protestas a favor de la paz en
Vietnam. Yo estuve en esos cuatro y en algunas cosas más. Llevaba el pelo largo y
solía vestir con téjanos y una ajustada camiseta negra. Con veinticinco años, acababa
de llegar allí con un reciente doctorado de la Universidad de Cornell en el estado de
Nueva York. Steve tenía poco más de treinta años. Ambos habíamos crecido en el
Bronx y habíamos ido al mismo instituto, pero allí se acababa el parecido. Cuando yo
conocí a Steve, él ya era un académico distinguido, el modelo de un profesor de
Berkeley. Incluso vestía como un catedrático de Cambridge.
Ese día en el café él era el centro de la escena, pontificando sobre algo acerca de
la historia de Francia o algún otro tema similar. No hace falta decir que yo estaba
dispuesto a llevarle la contraria. Pero una vez que lo conocí, me di cuenta que Steve
tenía el mejor de los atributos, la capacidad de reírse de sí mismo. Le gustaba ser un
hombre importante pero sabía que su propia autoimportancia tenía su lado ridículo.
Como usted puede deducir, a pesar de nuestros diferentes estilos, yo quiero mucho a
Weinberg.
Siempre he admirado la claridad y profundidad de la física de Steven Weinberg.
En mi opinión, él, más que cualquier otro, tiene derecho a ser el padre del modelo
estándar. Pero recientemente he llegado a admirarle todavía más por su valor e
integridad intelectuales. Es una de las voces destacadas contra el creacionismo y otras
formas de pensamiento anticientífico. Pero en una ocasión fue suficientemente
valiente como para expresar una opinión que iba en contra de los prejuicios
científicos de sus colegas. De hecho, era evidente por sus propios escritos que a él
mismo le disgustaba profundamente el principio antrópico. Imagino que le sonaba
muy parecido a lo que algunas personas llaman ahora diseño inteligente. De todas
formas, dado el estado de desesperación con respecto a la constante cosmológica, él
sentía que no podía ignorar la posibilidad de una explicación antrópica. A su modo,
adoptó una vía práctica, preguntando si una constante cosmológica más grande que el
límite observado de 10−120 unidades podría ser catastrófica para el desarrollo de la
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vida. Si no hubiera manera de que una λ mayor pudiera inhibir la vida, la existencia
de vida no sería importante y los teóricos de cuerdas podrían seguir tratando de
encontrar una elegante solución matemática al problema. Pero si pudiera encontrarse
una razón por la que una constante cosmológica ligeramente mayor impidiera la vida,
habría que tomar en serio el principio antrópico. Siempre me he preguntado qué es lo
que Weinberg quería que saliera.
Para ser justos, muchos cosmólogos no sólo estaban abiertos al principio
antrópico sino que incluso lo defendían. La conjetura de que la pequeñez de la
constante cosmológica podría ser antrópica ya había aparecido en un libro pionero de
dos cosmólogos, John Barrow y Frank Tipler[31]. Entre otros que defendían al menos
tener una mente abierta estaban sir Martin Rees, el «astrónomo real» británico, y
Andrei Linde y Alex Vilenkin, ambos famosos cosmólogos rusos que vivían en
Estados Unidos. Quizá los cosmólogos fueran más receptivos a la idea que los físicos,
porque una mirada al universo real, en lugar de a las ecuaciones abstractas, es menos
sugerente de simplicidad y elegancia que de coincidencias numéricas aleatorias y
arbitrarias.
En cualquier caso, Weinberg se propuso ver si podía encontrar una razón por la
que una constante cosmológica mucho mayor que 10−120 unidades impediría la vida.
Para dar una idea del desafío que encaraba podemos preguntar cómo serían los
efectos de tal constante cosmológica sobre los fenómenos terrestres corrientes.
Recordemos que la constante cosmológica se manifiesta como una repulsión
universal. Una fuerza repulsiva entre los electrones y los núcleos de los átomos
cambiarían las propiedades de los átomos. Pero si se hacen los números, la repulsión
debida a una constante cosmológica tan pequeña sería mucho más pequeña que
cualquier cosa que pudiera detectarse a partir de las propiedades de átomos y
moléculas. Una constante cosmológica muchos órdenes de magnitud mayor que
10−120 unidades seguiría siendo demasiado pequeña para tener cualquier efecto sobre
la química molecular. ¿Podría una constante cosmológica pequeña afectar a la
estabilidad del Sistema Solar? Una vez más, los efectos son demasiado pequeños para
ello en muchos órdenes de magnitud. No parece haber ninguna manera en la que una
constante cosmológica pudiera afectar a la vida.
De todas formas, Weinberg encontró la forma de detectarla. No tenía que ver con
la física, la química o la astronomía actual sino con la física en la época en que las
galaxias se estaban empezando a formar a partir del material primordial del universo
primitivo. En esa época el hidrógeno y el helio que constituían la masa del universo
estaban repartidos con una distribución casi perfectamente suave u homogénea. Las
variaciones de densidad de un punto a otro eran casi inexistentes.
Hoy, el universo está lleno de grumos de muchos tamaños diferentes: desde
planetas y asteroides pequeños hasta supercúmulos de galaxias gigantes. Si en el
pasado las condiciones hubieran sido perfectamente homogéneas, no podrían haberse
formado grumos. La simetría perfecta de un universo exactamente esférico se hubiera
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mantenido para siempre. Pero el universo no era exactamente homogéneo. En los
tiempos más tempranos que podemos ver, variaciones ligeras en la densidad y la
presión equivalían a unas pocas partes en cien mil. En otras palabras, las variaciones
en densidad eran cien mil veces menores que la propia densidad. La tendencia de la
gravedad a causar aglomeración no se mide por la densidad global de materia sino
por estas pequeñas variaciones.
Incluso estas irregularidades infinitesimales fueron suficientes para iniciar el
proceso de formación de galaxias. Conforme avanzaba el tiempo, regiones con una
ligera sobredensidad atraían la materia de las regiones menos densas. Esto tuvo el
efecto de amplificar los ligeros contrastes de densidad. Con el tiempo, el proceso se
aceleró y se formaron las galaxias.
Pero puesto que estos contrastes de densidad eran inicialmente tan pequeños,
incluso una repulsión minúscula podría invertir la tendencia a la aglomeración.
Weinberg encontró que si la constante cosmológica fuera tan sólo un orden de
magnitud o dos mayor que la cota empírica, ¡nunca se habrían formado galaxias,
estrellas o planetas!
El caso de λ negativa
Hasta aquí le he hablado de los efectos repulsivos que acompañan a una energía
del vacío positiva. Pero supongamos que la contribución de los fermiones superara a
la de los bosones: la energía neta del vacío sería un número negativo. ¿Es esto
posible? Si lo es, ¿cómo afecta a los argumentos de Weinberg?
La respuesta a la primera pregunta es sí, puede suceder muy fácilmente. Todo lo
que se necesita es un número de partículas de tipo fermión un poco mayor que el de
bosones y la constante cosmológica puede hacerse negativa. La segunda pregunta
tiene una respuesta igualmente simple: un cambio en el signo de λ transforma los
efectos repulsivos de una constante cosmológica en una atracción universal; pero ésta
ya no es la fuerza gravitatoria atractiva normal sino una fuerza que aumenta con la
distancia. Para argumentar de forma convincente que una constante cosmológica
grande haría automáticamente el universo inhabitable, necesitamos demostrar que la
vida no podría formarse si la constante cosmológica fuera grande y negativa.
¿Cómo sería el universo si las leyes de la Naturaleza quedaran inalteradas salvo
por la presencia de una constante cosmológica negativa? La respuesta es más fácil
incluso que en el caso de la λ positiva.
La fuerza atractiva adicional aplastaría con el tiempo el movimiento hacia afuera
de la expansión de Hubble: el universo invertiría su movimiento y empezaría a
desaparecer como un globo pinchado. Galaxias, estrellas, planetas y toda la vida
quedarían aplastados en un big crunch final. Si la constante cosmológica negativa
fuera demasiado grande, el «crujido» no permitiría los miles de millones de años
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necesarios para que evolucione vida como la nuestra. Así pues, existe una cota
antrópica para la λ negativa además de la cota positiva de Weinberg. De hecho, los
números son bastante similares.
Si la constante cosmológica es negativa, tampoco debe de ser mucho más grande
que 10−120 unidades si la vida va a tener alguna posibilidad de evolución.
Nada de lo que hemos dicho impide que existan universos de bolsillo lejos del
nuestro con una gran constante cosmológica positiva o negativa. Pero no son lugares
donde la vida es posible. En los que tienen una gran λ positiva, todo se separa tan
rápidamente que no hay oportunidad para que la materia se agrupe en estructuras
como galaxias, estrellas, planetas, átomos o siquiera núcleos. En los bolsillos con λ
grande y negativa, la expansión del universo se invierte rápidamente y aplasta
cualquier esperanza de vida.
El principio antrópico había superado el primer test. De todas formas, la actitud
general de los físicos teóricos hacia el trabajo de Weinberg fue ignorarlo. Los físicos
teóricos tradicionales no querían nada del principio antrópico. Parte de esta actitud
negativa derivaba de una falta de cualquier acuerdo en lo que significaba el principio.
Para algunos olía a creacionismo y a la necesidad de un agente sobrenatural para
ajustar las leyes de la Naturaleza en beneficio del hombre: una idea amenazadora y
anticientífica. Pero, en mayor medida, el malestar de los teóricos con la idea tenía que
ver con sus esperanzas en un único sistema consistente de leyes físicas en el que
todas las constantes de la Naturaleza, incluyendo la constante cosmológica, fuera
predecible a partir de algún elegante principio matemático.
Pero Weinberg llevó la vía práctica un poco más lejos. Dijo que cualquiera que
fuera el significado del principio antrópico y el mecanismo responsable del mismo,
una cosa estaba clara. El principio puede decirnos que λ es suficientemente pequeña
para no matarnos, pero no hay ninguna razón por la que debiera ser exactamente cero.
De hecho, no hay ninguna razón para que sea mucho más pequeña que lo que se
necesitaría para asegurar la vida. Sin preocuparse por el significado más profundo del
principio, Weinberg estaba haciendo de hecho una predicción. Si el principio
antrópico es correcto, los astrónomos descubrirían que la energía del vacío no era
nula y probablemente no mucho más pequeña que 10−120 unidades.
La longitud de Planck
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Einstein inventara la teoría moderna de la gravedad y veintiséis años antes de que
esos advenedizos, Werner Heisenberg y Schrödinger, inventaran la moderna
mecánica cuántica, en la práctica, yo, Max Planck, lo hice sin siquiera darme cuenta.
Berlín 1900, el Instituto Kaiser Wilhelm.
No hace mucho tiempo hice el descubrimiento más maravilloso de una constante
fundamental de la Naturaleza completamente nueva. La gente la llama mi constante,
la constante de Planck. Yo estaba sentado en mi despacho preguntándome esto: ¿por
qué las constantes fundamentales como la velocidad de la luz, la constante
gravitatoria de Newton y mi nueva constante tienen valores tan complicados? La
velocidad de la luz es 2,99 x 108 metros por segundo. La constante de Newton es 6,7
x 10−11 metros cúbicos partido por kilogramo y por segundo al cuadrado. Y mi
constante es incluso peor, 6,626 x 10−34 kilogramos por metro cuadrado partido por
segundo. ¿Por qué son siempre tan grandes o tan pequeñas? La vida para un físico
sería mucho más fácil si fueran números de tamaño corriente.
¡Entonces me vino la idea! Hay tres unidades básicas que describen longitud,
masa y tiempo: el metro, el kilogramo y el segundo. Hay también tres constantes
fundamentales. Si cambio las unidades, digamos, a centímetros, gramos y horas,
cambiarán los valores numéricos de las tres constantes. Por ejemplo, la velocidad de
la luz será peor. Se convertirá en 1,08 x 1014 centímetros por hora. Pero si utilizo
años para el tiempo y años luz para la distancia, la velocidad de la luz será
exactamente uno puesto que la luz recorre un año luz por año. ¿No significa eso que
puedo idear unas nuevas unidades y hacer de las tres constantes fundamentales lo que
yo quiera? Puedo incluso encontrar unidades en las que las tres constantes
fundamentales de la física sean iguales a uno. Eso simplificaría muchas fórmulas.
Llamaré a las nuevas unidades «unidades naturales», puesto que están basadas en las
constantes de la naturaleza. Quizá si tengo suerte, la gente empezará a llamarlas
unidades de Planck.
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masa es pequeña pero no mucho. Es 10−5 gramos: aproximadamente la masa de una
mota de polvo. Estas unidades deben de tener algún significado especial. Todas las
fórmulas de la física son mucho más simples si trabajo en unidades naturales. Y me
pregunto ¿qué significa esto?
Así es cómo Planck hizo uno de los grandes descubrimientos de la mecánica
cuántica sin darse cuenta.
Planck vivió cuarenta y siete años más, hasta los noventa y ocho, pero no creo
que imaginara siquiera el profundo impacto que iba a tener su descubrimiento de las
unidades de Planck en las siguientes generaciones de físicos. En 1947, la teoría de la
relatividad general y la mecánica cuántica eran partes de los fundamentos básicos de
la física, pero apenas nadie había empezado a pensar en la síntesis de las dos: la
gravedad cuántica. Las tres unidades de Planck de longitud, masa y tiempo fueron
decisivas en el desarrollo de la disciplina pero, incluso ahora, tan sólo estamos
empezando a comprender la profundidad de su significado. Daré algunos ejemplos de
su importancia.
Antes discutimos el hecho de que, en la teoría de Einstein, el espacio es
extensible y deformable como la superficie de un globo. Puede extenderse plano y
uniforme o puede estar arrugado y con baches. Combinemos esta idea con la
mecánica cuántica y el espacio se hace muy poco familiar. Según los principios de la
mecánica cuántica, todo lo que puede fluctuar fluctúa. Si el espacio es deformable,
incluso él tiene «agitaciones cuánticas». Si pudiéramos mirar a través de un
microscopio muy potente, veríamos el espacio fluctuando, agitándose y
resplandeciendo, retorciéndose en nudos y formando agujeros de donut. Sería como
un trozo de tela o papel. En conjunto parece plano y suave, pero si se mira a nivel
microscópico, la superficie está llena de pozos, baches, fibras y agujeros. El espacio
es así pero peor. No sólo aparece lleno de textura sino de textura que fluctúa con
increíble rapidez.
¿Qué potencia tendría que tener el microscopio para ver la textura fluctuante del
espacio? Lo ha adivinado. El telescopio tendría que discernir características cuyo
tamaño es la longitud de Planck, por ejemplo, 10−13 centímetros. Ésta es la escala de
la textura cuántica del espacio.
¿Y cuánto duran las características antes de transformarse en algo nuevo? De
nuevo usted puede adivinar la respuesta: la escala de tiempo de estas fluctuaciones es
el tiempo de Planck, 10−42 segundos. Muchos físicos piensan que hay un sentido en el
que la longitud de Planck es la distancia más pequeña que puede resolverse. Del
mismo modo, el tiempo de Planck puede ser el intervalo más corto de tiempo.
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No dejemos fuera la masa de Planck. Para entender su importancia, imaginemos
dos partículas que colisionan con tanta fuerza que crean un agujero negro en el punto
de colisión. Sí, puede suceder; dos partículas que colisionan, si tienen suficiente
energía, desaparecerán y dejarán tras de sí un agujero negro, uno de esos objetos
misteriosos que ocuparán el capítulo 11 de este libro. La energía necesaria para
formar dicho agujero negro desempeñó un papel en nuestra anterior discusión sobre
la energía del vacío. ¿Cuánta debe ser dicha energía (recordando que masa y energía
son lo mismo)? La respuesta, por supuesto, es la masa de Planck. La masa de Planck
no es la masa más pequeña ni la más grande posible, pero es la masa más pequeña
posible de un agujero negro. Dicho sea de paso, un agujero negro con masa de Planck
tendría un tamaño aproximado de una longitud de Planck antes de explotar en fotones
y otros residuos.
Tal como descubrió Planck, su masa es de aproximadamente una cienmilésima de
gramo. Para los patrones corrientes, ésa no es mucha masa; incluso si la
multiplicamos por la velocidad de la luz al cuadrado, no es una enorme cantidad de
energía. Corresponde más o menos a la que hay en un depósito de gasolina en un
automóvil. Pero concentrar tanta energía en dos partículas elementales que
colisionan… eso sí sería una hazaña. Se necesitaría un acelerador de un tamaño de
muchos años luz para hacerlo.
Recordemos que hemos estimado la densidad de energía del vacío debida a
partículas reales. No es sorprendente que la respuesta se traduzca en una masa de
Planck por longitud de Planck cúbica. En otras palabras, la unidad de densidad de
energía que definí como una unidad no era otra cosa que la unidad de Planck natural
de densidad de energía.
El mundo en la escala de Planck es un lugar muy poco conocido, donde la
geometría está cambiando constantemente, el espacio y el tiempo son apenas
reconocibles y las partículas reales de alta energía están colisionando continuamente
y formando minúsculos agujeros negros que no duran más que un simple tiempo de
Planck. Pero es el mundo en el que los teóricos de cuerdas pasan sus días de trabajo.
Permítame dedicar un poco de espacio y de tiempo a resumir los dos capítulos
difíciles por los que usted ha pasado y el dilema al que llevan. Las leyes
microscópicas de las partículas elementales en forma del modelo estándar son una
base espectacularmente satisfactoria para calcular las propiedades no sólo de las
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propias partículas sino de núcleos, átomos y moléculas simples. Presumiblemente,
con un ordenador suficientemente grande y tiempo suficiente, podríamos calcular
todas las moléculas y pasar a objetos aún más complicados. Pero el modelo estándar
es enormemente complejo y arbitrario. De ningún modo se explica a sí mismo. Hay
muchas otras listas de partículas y de constantes de acoplamiento imaginables que
son tan consistentes matemáticamente como las encontradas en la Naturaleza.
Pero las cosas empeoran. Cuando combinamos la teoría de las partículas
elementales con la teoría de la gravedad, descubrimos el horror de una constante
cosmológica suficientemente grande no sólo para destruir galaxias, estrellas y
planetas sino también átomos e incluso protones y neutrones, a menos… ¿A menos
que qué? A menos que los diversos bosones, fermiones, masas y constantes de
acoplamiento que entran en el cálculo de la energía del vacío conspiren para anular
las 119 primera cifras decimales, pero ¿qué mecanismo natural podría dar cuenta de
un estado de cosas tan improbable? ¿Están las leyes de la física en equilibrio en un
filo de navaja increíblemente fino y, si es así, por qué? Éstas son las grandes
preguntas.
En el próximo capítulo discutiremos qué es lo que determina las leyes de la física
y hasta qué punto son únicas. Lo que encontraremos es que dichas leyes ¡no son
únicas en absoluto! Incluso pueden variar de un lugar a otro en el megaverso. ¿Podría
ser que hubiera lugares raros especiales en el megaverso donde las constantes
conspiran de la forma precisa para cancelar la energía del vacío con precisión
suficiente para que exista la vida? La idea de un paisaje de posibilidades que permite
dicha variación es el tema del capítulo 3.
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3
La canción de la Tierra
Marinero, ¿nos está alcanzando?». El rostro del capitán estaba sombrío mientras las
gotas de sudor resbalaban por su calva y caían de su barbilla. Las venas de su
antebrazo se hincharon cuando su mano agarró la palanca de control.
«Sí, capitán, me temo que no hay manera de evitarlo. La burbuja está creciendo y,
a menos que mi cálculo sea erróneo, va a engullirnos».
El capitán se asustó y dio un puñetazo en la mesa que tenía delante. «De modo
que así es cómo acaba. Tragados por una burbuja de vacío alterno. ¿Puedes ver cuáles
son las leyes de la física en su interior? ¿Alguna probabilidad de que podamos
sobrevivir?».
«No muchas. Calculo que nuestras probabilidades son de una frente a diez
elevado a la centésima potencia, una en un gugol. Creo que el vacío dentro de la
burbuja puede mantener electrones y quarks, pero la constante de estructura fina es
probablemente demasiado grande. Eso acabará con nuestros núcleos». El marinero
levantó la vista de sus ecuaciones y sonrió compungido. «Incluso si la constante de
estructura fina es correcta, hay una aplastante probabilidad de que haya un gran
“CC”».
«¿CC?».
«Sí, ya sabe, constante cosmológica. Probablemente es negativa y
suficientemente grande como para aplastar nuestras moléculas, así». El marinero hizo
un chasquido con los dedos. «¡Aquí llega! ¡Oh, no!, es supersimétrica[32]. Ninguna
probabilidad…». Silencio.
Éste era el principio de una historia de ciencia-ficción muy mala que empecé a
escribir. Después de unos pocos párrafos, llegué a la conclusión de que no tenía
mucho talento y abandoné el proyecto. Pero la ciencia puede ser mucho mejor que la
ficción.
Poco a poco ha llegado a ser aceptado por muchos físicos teóricos que las leyes
de la física quizá no sólo sean cambiantes, sino que casi siempre son letales. En cierto
sentido las leyes de la Naturaleza son como el clima de la Costa Este: tremendamente
variables, casi siempre horribles, pero, en raras ocasiones, toda una delicia. Como
tormentas mortales, burbujas de ambientes extraordinariamente hostiles pueden
propagarse a través del universo destruyendo todo a su paso. Pero en lugares raros y
especiales encontramos leyes de la física perfectamente adecuadas a nuestra
existencia. Para entender cómo llegó a ocurrir que nosotros mismos nos encontremos
en un lugar tan excepcional tenemos que entender las razones para la variabilidad de
las leyes de la física, cuál es el rango de posibilidades y cómo una región del espacio
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puede cambiar repentinamente y pasar de tener un carácter letal a uno benigno. Esto
nos lleva al objetivo central de este libro, el paisaje.
Como he dicho, el paisaje es un espacio de posibilidades. Tiene geografía y
topografía con colinas, valles, llanuras, cañones, montañas y desfiladeros. Pero, a
diferencia de un paisaje normal, no es tridimensional. El paisaje tiene cientos, quizá
miles, de dimensiones. Casi todo el paisaje describe ambientes que son letales para la
vida, pero algunos de los valles más bajos son habitables. El paisaje no es un lugar
real. No existe como una localización real en la Tierra o en ningún otro lugar. No
existe en el espacio ni en el tiempo. Es una construcción matemática, cada uno de
cuyos puntos representa un ambiente posible o, como diría un físico, un vacío
posible.
En el uso corriente la palabra vacío significa espacio vacío, espacio del que se ha
extraído todo el aire, vapor de agua u otro material. Eso es también lo que significa
para un físico experimental que trabaja con tubos de vacío, cámaras de vacío y
bombas de vacío. Pero para un físico teórico, el término vacío tiene muchas más
connotaciones. Significa una especie de fondo en el que tiene lugar el resto de la
física. El vacío representa un potencial para todas las cosas que pueden suceder en
ese fondo. Significa una lista de todas las partículas elementales tanto como de las
constantes de la Naturaleza que se pondrían de manifiesto mediante experimentos en
dicho vacío. En resumen, significa un ambiente en el que las leyes de la física toman
una forma particular. Decimos de nuestro vacío que puede contener electrones,
positrones, fotones y el resto de las partículas elementales habituales. En nuestro
vacío el electrón tiene una masa de 0,51 MeV[33] la masa del fotón es cero y la
constante de estructura fina es 0,007297351. Algún otro vacío podría tener electrones
sin masa, un fotón con una masa de 10 MeV y ningún quark pero cuarenta tipos
diferentes de neutrinos y una constante de estructura fina igual a 15,003571. Un vacío
diferente significa leyes de la física diferentes; cada punto en el paisaje representa un
conjunto de leyes que son, con toda probabilidad, muy diferentes de las nuestras pero
que son, en cualquier caso, posibilidades consistentes. El modelo estándar es
meramente un punto en el paisaje de posibilidades.
Y si las leyes de la física pueden ser diferentes en otros vacíos, también puede
serlo toda la ciencia. Un mundo con electrones mucho más ligeros pero fotones
mucho más pesados no tendría átomos. Ausencia de átomos significa ausencia de
química, ausencia de tabla periódica, ausencia de moléculas, ausencia de ácidos,
ausencia de bases, ausencia de sustancias orgánicas y, por supuesto, ausencia de
biología.
La idea de universos con leyes de la Naturaleza alternativas parece cosa de
ciencia-ficción, pero la verdad es más trivial de lo que suena.
La tecnología médica moderna produce de manera rutinaria universos alternativos
dentro de máquinas RMI. La abreviatura RMI no era el nombre original para esta
tecnología: reemplazó a RMN, que significa resonancia magnética nuclear. Pero los
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pacientes se asustaban por la palabra nuclear y no querían acercarse. De modo que se
cambió el nombre por «imagen por resonancia magnética» para resaltar los aspectos
magnéticos de la tecnología en lugar de los nucleares. De hecho, los núcleos que
están implicados en la RMN no son núcleos de uranio o de plutonio como en las
cabezas nucleares, sino los propios núcleos del paciente que son suavemente
zarandeados por el campo magnético de la máquina.
Una máquina de RMI es básicamente un cilindro de espacio vacío con una bobina
a su alrededor. Una corriente eléctrica que pasa por la bobina crea un potente campo
magnético en el cilindro. Es en esencia un electroimán muy fuerte. El paciente en el
interior de la máquina de RMI está en un pequeño universo privado donde, como
veremos, las propiedades del vacío son ligeramente diferentes de las del exterior.
Imagine que despertara una mañana dentro de la máquina, sin saber dónde estaba.
Algo parecería ir mal en las leyes de la física. La cosa más obvia que usted advertiría
es que los objetos de hierro se movían de formas muy extrañas, presentando incluso
un serio peligro. Si usted tuviera una brújula, ésta se quedaría rígidamente bloqueada
en una dirección particular.
Probablemente no sería una buena idea tener un televisor en la máquina de RMI,
pero supongamos que usted lo tuviera. La imagen estaría distorsionada de formas
extrañas. Si usted sabe cómo funciona un televisor, atribuiría la extraña distorsión al
movimiento de los electrones. El fuerte campo magnético que existe dentro del
cilindro ejerce fuerzas sobre los electrones que curvan sus trayectorias; éstas pasan de
ser líneas rectas a líneas helicoidales similares a un sacacorchos. Un físico teórico
que conociera los diagramas de Feynman diría que había algo diferente en el
propagador electrónico. El propagador no es tan sólo una imagen de un electrón que
se mueve de un punto a otro: es también una expresión matemática que describe el
movimiento.
Las constantes de la Naturaleza también serían ligeramente inusuales. El fuerte
campo magnético interacciona con el espín de un electrón e incluso modifica la masa
del electrón. Suceden cosas divertidas con los átomos en fuertes campos magnéticos.
Las fuerzas magnéticas sobre los electrones atómicos hacen que el átomo se
comprima ligeramente en direcciones perpendiculares al campo. Los efectos en una
máquina RMI real serían minúsculos, pero si pudiera hacerse mucho más fuerte el
campo magnético, los átomos quedarían estrujados en hebras parecidas a espaguetis a
lo largo de las líneas de campo magnético.
Los efectos del campo magnético también pueden detectarse a partir de cambios
pequeños en los niveles de energía de los átomos y, por consiguiente, en el espectro
de luz que emiten. Hay cambios en la manera exacta en que electrones, positrones y
fotones interaccionan entre sí. Si el campo se hiciera suficientemente fuerte, incluso
los diagramas de vértice estarían afectados. La constante de estructura fina sería algo
diferente y dependería de la dirección en que se mueve el electrón.
Por supuesto, el campo en la máquina RMI es muy débil y los efectos sobre las
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leyes que regulan las partículas cargadas son minúsculos. Si el campo fuera mucho
más fuerte, el paciente se sentiría raro. Un campo suficientemente fuerte para afectar
seriamente a dichas leyes resultaría fatal. Los efectos sobre los átomos tendrían
consecuencias terribles para los procesos químicos y biológicos.
Hay dos formas de ver esto, ambas correctas. Una es convencional: las leyes de la
física son exactamente las que siempre fueron, pero el ambiente está modificado por
la presencia del campo magnético. La otra manera de considerarlo es que las leyes
para los diagramas de Feynman han sido cambiadas y algo ha sucedido con las leyes
de la física. Quizá lo más preciso que se puede decir es:
Campos
Los campos, como hemos visto, son propiedades invisibles del espacio que
influyen en los objetos que se mueven a través de ellos. El campo magnético es un
ejemplo familiar. Cualquiera que haya jugado con imanes ha descubierto las
misteriosas fuerzas de acción a distancia que ejercen sobre clips, agujas y clavos de
acero. Casi todo el mundo que ha cursado una asignatura de ciencias en la escuela ha
visto el efecto de un campo magnético sobre limaduras de hierro esparcidas en una
superficie en las cercanías de un imán. El campo ordena las limaduras en largos
filamentos que parecen cabellos, alineados a lo largo de la dirección del campo. Los
filamentos siguen líneas matemáticas llamadas líneas de fuerza del imán o líneas de
campo magnético. El campo magnético tiene dirección en cada punto, pero tiene
también una intensidad que determina qué fuerza ésta ejerciendo el campo sobre los
trozos de hierro. En la máquina RMI el campo es más de diez mil veces más intenso
que el campo magnético de la Tierra.
El campo eléctrico es un pariente próximo, aunque ligeramente menos familiar,
del campo magnético. No tiene efectos observables sobre limaduras de hierro pero
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hace que pequeños trozos de papel se muevan cuando hay electricidad estática en
ellos. Los campos eléctricos no son provocados por corrientes eléctricas sino por
acumulaciones de carga eléctrica estática. Por ejemplo, frotar un material con otro —
cuando usted frota las suelas de sus zapatos con la alfombra es un caso— provoca la
transferencia de electrones. Un material se carga negativamente y el otro
positivamente. Los objetos cargados crean un campo eléctrico a su alrededor que,
como los campos magnéticos, tienen dirección e intensidad.
En definitiva, las leyes de la física son variables porque están determinadas por
campos y los campos pueden variar. Conectar campos magnéticos y eléctricos es una
manera de cambiar las leyes, pero no es ni mucho menos la única manera de
modificar el vacío, ni siquiera la más interesante. La segunda mitad del siglo XX fue
un tiempo de descubrimiento de nuevas partículas elementales, nuevas fuerzas y,
sobre todo, nuevos campos. El campo gravitatorio de Einstein era uno, pero había
muchos más. El espacio puede llenarse con una amplia variedad de influencias
invisibles que tienen todo tipo de efectos sobre la materia ordinaria. De todos los
nuevos campos que se descubrieron, el que tiene más que enseñarnos sobre el paisaje
es el campo de Higgs.
El descubrimiento del campo de Higgs no fue un descubrimiento experimental en
el sentido usual[34]. Los físicos teóricos descubrieron que el modelo estándar, sin el
campo de Higgs, es matemáticamente inconsistente. Sin él, las reglas de Feynman
llevarían a resultados absurdos tales como probabilidades infinitas e incluso
negativas. Pero a finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo
pasado los teóricos idearon una manera de corregir los problemas añadiendo una
partícula elemental adicional: la partícula de Higgs.
Partícula de Higgs, campo de Higgs… ¿cuál es la conexión entre partículas y
campos que nos lleva a llamarles con el mismo nombre? La idea de campo apareció
por primera vez a mediados del siglo XIX como campo electromagnético. Michael
Faraday imaginaba que un campo era una perturbación suave en el espacio que afecta
a los movimientos de las partículas eléctricamente cargadas, pero no se suponía que
el propio campo estuviera hecho de partículas. Para Faraday, y Maxwell, que le
siguió, el mundo estaba compuesto de partículas y campos y no había ninguna duda
sobre cuál era cada uno. Pero en 1905 Albert Einstein, al explicar la fórmula de
Planck para la radiación térmica, propuso una teoría extravagante. Einstein afirmaba
que el campo electromagnético estaba compuesto en realidad de un número muy
grande de partículas indivisibles que llegaron a conocerse como fotones o cuantos[35].
En pequeño número, los fotones o, lo que es lo mismo, los cuantos de luz se
comportan como partículas, pero cuando muchos de ellos se mueven de una manera
coordinada, la colección total se comporta como un campo: un campo cuántico. Esta
relación entre partículas y campos es muy general. Por cada tipo de partícula en la
Naturaleza hay un campo y por cada tipo de campo hay una partícula. Así, campos y
partículas suelen llevar el mismo nombre. El campo electromagnético (el nombre
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colectivo para los campos eléctrico y magnético) podía denominarse campo de
fotones. El electrón tiene un campo. También lo tienen el quark, el gluón y cada
miembro del reparto de personajes del modelo estándar, incluida la partícula de
Higgs.
Cuando digo que el modelo estándar no tiene sentido matemático sin el campo de
Higgs debería matizar la afirmación. La teoría sin el campo de Higgs es matemática
consistente, pero solamente si todas las partículas se mueven con la velocidad de la
luz, como el fotón. Las partículas que se mueven con la velocidad de la luz no pueden
tener masa, de modo que los físicos ven que el campo de Higgs es necesario para
«dar su masa a las partículas elementales». En mi opinión ésta es una pobre elección
de palabras, pero no puedo pensar en una mejor. En cualquier caso éste es un ejemplo
importante de cómo el valor de un campo puede influir en las constantes de la
Naturaleza.
Nadie ha visto nunca una partícula de Higgs, ni siquiera en la forma indirecta en
que los físicos experimentales «ven» partículas. La dificultad no está en detectarlas
sino para empezar en producirlas. El problema no es un problema fundamental; para
producir una partícula tan pesada como la Higgs simplemente se necesita un
acelerador más grande. Pero la partícula de Higgs y el campo de Higgs son tan
importantes para el éxito del modelo estándar que nadie cuestiona seriamente su
existencia[36]. Mientras escribo este libro está a punto de concluirse la construcción
de un acelerador en el Centro Europeo para Investigación Nuclear (CERN) que
fácilmente debería producir la partícula de Higgs. Habrán pasado unos cuarenta años
desde el momento en que la partícula de Higgs fue descubierta inicialmente por los
teóricos hasta el momento de su detección.
Si fuera tan fácil «conectar» el campo de Higgs como lo es conectar el campo
magnético, podríamos cambiar la masa del electrón a voluntad. Aumentar la masa
haría que los electrones atómicos fueran atraídos más cerca del núcleo y la química
cambiaría de forma espectacular. La masa de los quarks que componen el protón y el
neutrón aumentaría y modificaría las propiedades de los núcleos y, en algún
momento, los destruiría por completo. Más perturbador incluso sería el
desplazamiento del campo de Higgs en la otra dirección, que reduciría en general la
masa del electrón. El electrón se haría tan ligero que no podría estar contenido dentro
del átomo. Una vez más, esto no es algo que quisiéramos hacer donde vivimos. Los
cambios tendrían efectos desastrosos y harían el mundo inhabitable. La mayoría de
los cambios importantes en las leyes de la física serían fatales y en ello hay una
historia a la que volveremos una y otra vez.
Variando el campo de Higgs, podemos añadir diversidad al mundo; las leyes de la
física atómica y nuclear también variarán. Un físico de una región no reconocería por
completo las leyes de la física en otra. Pero la variedad inherente en las variaciones
del campo de Higgs es muy modesta. ¿Qué pasaría si el número de campos variables
fuera de varios centenares en lugar de sólo uno? Esto implicaría un paisaje
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multidimensional, tan diverso que podría encontrarse casi cualquier cosa. Entonces
podríamos empezar a preguntar qué no es posible en lugar de qué lo es. Como
veremos, esto no es especulación ociosa.
Cada vez que los matemáticos o los físicos tienen un problema que implica
múltiples variables consideran un espacio que representa las posibilidades. Un
ejemplo sencillo es la temperatura del aire. Imaginemos una línea con una marca que
representa 0 °C, cerca de ella un punto que representa 1 °C, otro punto a 2 °C y así
sucesivamente. La línea es un espacio unidimensional que representa los valores
posibles de la temperatura. Un punto a 25 °C representaría un día bello y templado; el
punto a 0 °C, un día de invierno helador. El indicador de temperatura en un
termómetro doméstico corriente es exactamente este tipo de espacio abstracto hecho
concreto.
Supongamos que, además de un termómetro, en el exterior de la ventana de la
cocina tenemos también un barómetro para medir la presión del aire. Entonces
podríamos dibujar dos ejes, uno para representar la temperatura y otro para
representar la presión atmosférica. De nuevo, cada punto, ahora en un espacio
bidimensional, representa una posible condición climática. Si quisiéramos aún más
información —por ejemplo, la humedad del aire—, podríamos añadir una tercera
dimensión al espacio de posibilidades: la humedad.
Temperatura, presión y humedad combinadas nos dicen más que sólo
temperatura, presión y humedad sueltas. Nos dicen algo sobre los tipos de partículas
que pueden existir: en este caso, no partículas elementales sino gotas de agua.
Dependiendo de las condiciones, a través de la atmósfera pueden moverse copos de
nieve, gotas líquidas o partículas.
Las leyes de la física son como el «clima del vacío», excepto que en lugar de la
temperatura, presión y humedad, el clima está determinado por los valores de los
campos. Y del mismo modo que el clima determina los tipos de gotas que pueden
existir, el ambiente del vacío determina la lista de partículas elementales y sus
propiedades. ¿Cuántos campos controladores existen y cómo afectan a la lista de
partículas elementales, sus masas y las constantes de acoplamiento? Algunos de los
campos ya son conocidos: el campo eléctrico, el campo magnético y el campo de
Higgs. El resto sólo se conocerán cuando descubramos más sobre las leyes supremas
de la Naturaleza y no sólo el modelo estándar. Por el momento, nuestra mejor apuesta
para estas leyes de nivel superior —nuestra única apuesta— es la teoría de cuerdas.
En los capítulos 7 y 8 veremos que la teoría de cuerdas tiene una respuesta inesperada
a la pregunta de cuántos campos controlan el clima del vacío local. Según el estado
actual de conocimiento, parece que son centenares o incluso miles.
Cualquiera que sea el número de campos, el principio es el mismo. Imaginemos
un espacio matemático con una dirección para cada campo. Si hay diez campos, el
espacio debe de ser decadimensional. Si hay un millar de campos, el número de
dimensiones debería ser de un millar. Este espacio es el paisaje. Un punto en el
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paisaje especifica un valor para cada campo: una condición de clima del vacío.
También define un conjunto particular de partículas elementales, sus masas y leyes de
interacción. Si se pudiera mover poco a poco el universo desde un punto en el paisaje
a otro, todas estas cosas cambiarían poco a poco. En respuesta a estos cambios,
también cambiarían las propiedades de átomos y moléculas.
Colinas y valles
Un mapa del terreno real no estaría completo a menos que indicase cómo varía la
altitud de un punto a otro. Éste es el objetivo de un mapa topográfico con sus curvas
de nivel que representan elevación. Aún mejor que un mapa topográfico sería un
modelo de plastilina tridimensional que muestre a escala reducida las montañas, los
valles y las llanuras. Imaginemos que tenemos dicho modelo delante de nosotros y
añadamos una pequeña bola lisa, quizá un perdigón que pueda rodar por el paisaje
modelo. Coloquemos la bola en cualquier parte y démosle un pequeño empujón:
empezará a rodar cuesta abajo hasta que finalmente se detenga en el fondo de un
valle. ¿Por qué lo hace? Se han dado muchas respuestas a esta pregunta. Los antiguos
griegos creían que todo —cualquier material— tenía su lugar natural en el mundo y
siempre buscaría su nivel correcto. Yo no estoy seguro de qué respuesta daría usted,
pero yo, como profesor de física, explicaría que el perdigón tiene energía potencial
que depende de su elevación: cuanto mayor es la altura, mayor es su energía
potencial. El perdigón rueda a un lugar de energía más baja o, al menos, la energía
más baja que puede localizar sin tener que escalar una colina para encontrar un valle
aún más bajo. Para un físico que estudia el perdigón que rueda, el mapa de nivel y el
paisaje modelo muestran las variaciones de energía potencial a medida que el
perdigón rueda a lo largo del paisaje.
El paisaje objeto de este libro también tiene sus tierras altas, tierras bajas,
montañas y valles. No son bolas pequeñas las que ruedan por él: universos de bolsillo
completos ocupan localizaciones en el paisaje. ¿Qué quiero decir cuando digo que un
universo de bolsillo ocupa un lugar en el paisaje? Es más o menos lo mismo que
hacer un informe del clima de invierno en Denver diciendo que «la ciudad ocupa el
punto 25 en la escala del termómetro».
Suena raro, pero tiene perfecto sentido decir que las ciudades importantes del
mundo pueblan el termómetro y se mueven por él, día a día o incluso de un instante
al siguiente.
Pero ¿cuál es el significado de la altura de un punto en el paisaje? Obviamente no
tiene nada que ver con elevación sobre el nivel del mar. Pero sí tiene que ver con
energía potencial, no la energía de un perdigón, sino la energía de un universo (de
bolsillo)[37]. Y, como en el caso del perdigón, rodar hacia el fondo de un valle
representa la tendencia de un universo a evolucionar hacia una energía potencial más
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baja. Volveré a este punto.
Los campos magnéticos no vienen porque sí. Se necesita energía para crear el
campo. En los primeros días de la teoría electromagnética, antes de que Michael
Faraday introdujera el concepto de campo, se pensaba que la energía estaba en las
corrientes eléctricas que fluyen a lo largo de los cables de los circuitos eléctricos.
Pero la nueva visión de la Naturaleza de Faraday, en términos de campos que llenan
el espacio y afectan al comportamiento de objetos cargados, centraba la atención en
los campos y no en los cables, transformadores, resistencias y demás elementos del
circuito. Los físicos pronto se dieron cuenta del gran valor de atribuir energía al
propio campo: dondequiera que haya un campo, hay energía. La energía en el campo
electromagnético de un haz de luz calentará el objeto frío que ilumina.
Hay también energía en el campo magnético de la máquina RMI. Más tarde
encontraremos campos con mucha más energía que el débil campo en la máquina
RMI. La energía en el campo RMI total sería apenas suficiente para hervir cien
gramos de agua.
Añadiendo un eje vertical al paisaje unidimensional, podemos representar la
energía de cada punto. La energía contenida en un campo magnético es proporcional
al cuadrado del campo, lo que implica que el paisaje es un valle profundo y
parabólico con grandes pendientes a cada lado.
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El campo magnético es sólo uno de los dos campos que introdujo Faraday; el otro
es el campo eléctrico. El campo eléctrico no afecta a la aguja de una brújula como lo
haría un campo magnético, pero el campo eléctrico puede hacer que nuestro pelo se
erice. Los campos eléctricos fuertes deforman los átomos, empujando a los electrones
negativamente cargados en una dirección y al núcleo positivamente cargado en la
otra. Los átomos alargados pueden formar largas cadenas en las que los núcleos
positivos se empalman con nubes electrónicas negativas (el grupo de electrones
atómicos ligados a los núcleos). Si el campo eléctrico fuera suficientemente fuerte los
átomos no podrían existir en absoluto. Ni, por supuesto, tampoco podría hacerlo la
vida.
Tener campos eléctrico y magnético añade diversidad al paisaje. Se hace
bidimensional. Puesto que el campo eléctrico también tiene energía, la «altitud» varía
cuando nos movemos en las dos direcciones horizontales. Este paisaje se parece a un
cuenco profundo rodeado por paredes altas y con gran pendiente.
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paisaje es más variado. Si todo el espacio estuviese uniformemente lleno con campos
eléctrico y magnético, podríamos decir que las leyes de la física dependen de en qué
parte en el paisaje bidimensional está «localizado» el universo. Hay muchos más
campos en la Naturaleza que sólo los campos eléctrico y magnético, pero el principio
general es siempre el mismo. Cada punto en el paisaje —en otras palabras, cada valor
de los campos— tiene un valor correspondiente de densidad de energía. Si los
campos se consideran como direcciones horizontales en el paisaje, puede añadirse
otro eje vertical para representar la energía. Si llamamos altitud al eje vertical, el
paisaje puede tener llanuras, colinas, desfiladeros y valles.
Los campos eléctrico y magnético son campos vectoriales, lo que significa que no
sólo tienen un tamaño o magnitud en cada punto del espacio sino que también
apuntan en una dirección. Una brújula situada cerca de un imán apunta en la
dirección del campo magnético. En un mundo perfecto, el campo magnético
apuntaría exactamente a lo largo del eje Norte-Sur en todo lugar en la superficie de la
Tierra. En el mundo real hay todo tipo de variaciones respecto al ideal. Un gran
depósito de hierro influirá en el campo de una forma complicada. Es exactamente la
capacidad de variar de un punto a otro lo que hace del magnetismo un campo.
Los campos que constituyen el paisaje son, en su mayor parte, más simples que
los campos eléctrico y magnético. La mayoría son campos escalares. Un campo
escalar es una magnitud que tiene tamaño o intensidad pero no dirección. Por
ejemplo, la temperatura es un campo escalar. Usted no oirá al hombre del tiempo
decir que la temperatura es de «treinta grados al norte nordeste». La temperatura tiene
intensidad pero no dirección. La presión del aire y la humedad también son escalares.
Pero el hombre del tiempo también informa de un campo vectorial: la velocidad del
viento. La velocidad del viento es un perfecto ejemplo de un campo vectorial: tiene
magnitud y dirección. Temperatura, presión, humedad y velocidad del viento
comparten la propiedad de que pueden variar de un lugar a otro. Eso es lo que las
hace campos. Por supuesto, son sólo analogías. No tienen nada que ver con los
campos que constituyen el paisaje.
El campo de Higgs se parece mucho al campo magnético (excepto que es
escalar), pero es mucho más difícil de manipular. Se necesitan enormes cantidades de
energía para cambiar el campo de Higgs siquiera un poco. Pero su pudiéramos
cambiarlo, la masa de cada partícula elemental (con excepción del fotón) cambiaría.
Locomotoras, balas de cañón y partículas elementales tienen masa. Masa es
inercia; cuanta más masa tiene un cuerpo, más difícil es ponerlo en movimiento o
detenerlo. Para determinar la masa de un objeto se lo somete a una fuerza conocida y
se mide su aceleración: la razón entre la fuerza y la aceleración es su masa. Si el
objeto está en reposo cuando empieza el experimento, la masa medida se denomina
masa en reposo. En tiempos pasados se hacía una distinción entre masa y masa en
reposo, pero hoy cuando quiera que se utiliza el término masa significa siempre masa
en reposo.
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Es un hecho empírico que todos los electrones tienen la misma masa. Lo mismo
sucede con todos los protones o cualquier otro tipo de partícula. Precisamente porque
todos los electrones tienen la misma masa es por lo que podemos hablar de la masa
del electrón. Lo mismo sucede para cada tipo de partícula pero, por supuesto, la masa
de un tipo de partícula no es la misma que la de otro tipo. Por ejemplo, la masa del
protón es unas mil ochocientas veces mayor que la masa del electrón.
Los fotones son bichos raros y excéntricos cuando se trata de asignarles masa. La
masa no puede definirse acelerándolos a partir del reposo porque los fotones se
mueven siempre a la misma velocidad. Los fotones son las partículas de la luz y,
como Einstein explicó, la luz se mueve siempre a la velocidad de la luz. Un fotón
nunca puede ser llevado al reposo; en lugar de frenarse, simplemente desaparecería.
Así, la masa de un fotón es cero. De cualquier partícula que viaje a la velocidad de la
luz se dice que carece de masa.
De todas las partículas que se observan experimentalmente, sólo el fotón carece
de masa. Pero hay pocas dudas de que existe al menos otra partícula sin masa. De la
misma manera que un electrón que se mueve en la órbita exterior de un átomo irradia
ondas electromagnéticas, un planeta que se mueve alrededor del Sol perturba el
campo gravitatorio y emite por ello ondas gravitatorias. Estas ondas gravitatorias son
demasiado débiles para ser detectadas en la Tierra, pero de vez en cuando tienen
lugar sucesos tremendamente violentos que producen radiación gravitatoria muy
intensa. La colisión de dos agujeros negros liberaría prodigiosas cantidades de
energía en forma de ondas de gravedad para cuya detección se están construyendo
detectores en la Tierra. A menos que los físicos teóricos estén gravemente
equivocados, estas ondas se moverán a la velocidad de la luz. La hipótesis razonable
es que las ondas gravitatorias están hechas de cuantos sin masa, gravitones.
Aunque he dicho que todos los electrones tienen la misma masa, hay un matiz que
quizá usted haya deducido. La masa de un electrón depende del valor del campo de
Higgs en la posición del electrón. Si tuviéramos la tecnología para variar el campo de
Higgs, la masa del electrón dependería de su localización. Esto es cierto de la masa
de cualquier partícula elemental, con la excepción del fotón y del gravitón.
En nuestro estado de vacío corriente, la mayoría de los campos conocidos son
nulos. Pueden fluctuar debido a la mecánica cuántica, pero lo hacen positivamente
durante un breve tiempo y luego negativamente. Si ignoramos esta rápida agitación,
los campos promedio son cero. Cambiar el campo desde cero cuesta energía. El
campo de Higgs, sin embargo, es algo diferente. Su valor medio en el espacio vacío
no es cero. Es como si, además del mar fluctuante de partículas reales, el espacio
estuviera lleno de un fluido adicional en reposo hecho de partículas de Higgs. ¿Por
qué no notamos el fluido? En cierto sentido supongo que podríamos decir que nos
hemos acostumbrado a él. Pero si se eliminara, ciertamente notaríamos su ausencia.
Más exactamente, ni siquiera existiríamos para notar nada.
«El campo de Higgs da a las partículas su masa». ¿Qué demonios significa esto?
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La respuesta está enterrada profundamente en las matemáticas del modelo estándar,
pero trataré de darle una idea. Como he mencionado antes, si el campo (o la partícula)
de Higgs se dejara fuera del reparto de personajes, la teoría cuántica de campos
matemática que describe el modelo estándar sólo sería matemáticamente consistente
si todas las demás partículas elementales carecieran de masa, como el fotón. Las
masas reales de las partículas como los electrones, los quarks, los bosones W y los
bosones Z se deben a su movimiento a través de las partículas del campo de Higgs.
No quiero confundirle con falsas analogías, pero hay un sentido en el que el fluido de
Higgs crea una resistencia al movimiento de las partículas. No es una forma de
fricción, que frenaría las partículas en movimiento y haría que llegaran al reposo.
Más bien es una resistencia a los cambios de velocidad: en otras palabras, inercia o
masa. Una vez más un diagrama de Feynman vale por mil palabras.
Si pudiéramos crear una zona donde el campo de Higgs fuera cero, la cosa más
singular que notaríamos (suponiendo que sobreviviéramos) es que la masa del
electrón sería cero. Los efectos sobre los átomos serían devastadores. El electrón
sería tan ligero que no podría contenerse dentro del átomo. No existirían átomos ni
moléculas. Es casi seguro que no existiría vida como la nuestra en dicha región del
espacio.
Sería muy interesante comprobar estas predicciones de la misma manera en que
podemos comprobar la física en un campo magnético. Pero manipular el campo de
Higgs es enormemente más difícil que manipular el campo magnético. Crear una
región del espacio donde el campo de Higgs sea cero costaría una enorme cantidad de
energía. Tan sólo un centímetro cúbico de espacio libre de Higgs requeriría una
energía del orden de 1040 julios. Ésta es aproximadamente la energía total que irradia
el Sol en un millón de años. Este experimento tendrá que esperar un poco.
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¿Por qué el campo de Higgs es tan diferente del campo magnético? La respuesta
está en el paisaje. Simplifiquemos el paisaje a una dimensión ignorando los campos
eléctrico y magnético e incluyendo solamente el campo de Higgs. El «Higgs-paisaje»
resultante sería más interesante que la simple parábola que representa el paisaje-
campo magnético. Tiene dos valles profundos separados por una montaña
extraordinariamente alta.
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Hermann Minkowski era un físico con un brillante estilo literario. Esto es lo que
tenía que decir sobre el espacio y el tiempo: «En lo sucesivo el espacio por sí mismo
y el tiempo por sí mismo están condenados a desvanecerse en meras sombras y sólo
una especie de unión de los dos conservará una identidad independiente». Minkowski
estaba hablando de la hija de dos años de Einstein, la teoría de la relatividad especial.
Fue Minkowski quien anunció al mundo que el espacio y el tiempo debían estar
unidos en un único espacio-tiempo tetradimensional. Se sigue de la perspectiva
tetradimensional que si las leyes de la física pueden variar de un punto del espacio a
otro, también debe de ser posible que varíen con el tiempo. Hay cosas que pueden
hacer que las reglas normales —incluso la ley de la gravedad— cambien, ya sea
repentina o gradualmente.
Imaginemos una onda de radio de muy larga longitud de onda que atraviesa un
laboratorio de física. Una onda de radio es una perturbación electromagnética que
consiste en campos eléctrico y magnético oscilantes. Si la longitud de onda es
suficientemente larga, una única oscilación necesitará mucho tiempo para atravesar el
laboratorio. En función del argumento, digamos que la longitud de onda es de dos
años luz. Los campos en el laboratorio necesitarán todo un año para pasar desde cero
a un máximo y volver a cero[38]. Si en nuestro laboratorio el campo era cero en
diciembre, será máximo en junio.
Los campos lentamente variables significarán que el comportamiento de los
electrones cambiará lentamente con el tiempo. Durante los meses de invierno, cuando
los campos sean más pequeños, los electrones, átomos y moléculas se comportarán
normalmente. En verano, cuando los campos alcancen su máximo, los electrones se
moverán en órbitas extrañas y los átomos estarán comprimidos en direcciones
perpendiculares al campo magnético. El campo eléctrico también distorsionará las
formas de los átomos tirando de los electrones y los núcleos en direcciones opuestas.
¡Las leyes de la física parecerán cambiar con las estaciones!
¿Qué pasa con el campo de Higgs? ¿Puede cambiar con el tiempo? Recordemos
que el espacio vacío normal está lleno de campos de Higgs. Imaginemos que un físico
diabólico inventara una máquina —un «aspirador»— que pudiera barrer el campo de
Higgs. La máquina sería tan potente que podría empujar el universo, o parte de él,
cuesta arriba hasta la cima de la montaña en medio del Higgs-paisaje. Sucederían
cosas terribles; los átomos se desintegrarían y sería el final de toda la vida. Lo que
sucede a continuación es sorprendentemente simple. Supongamos que el Higgs-
paisaje es realmente un paisaje con una alta montaña que separa dos valles. El
universo actuaría como una bola pequeña y redonda en equilibrio precario en el filo
de la navaja entre caer a la izquierda y caer a la derecha. Obviamente, la situación es
inestable. Tan sólo un minúsculo empujón en un sentido o en otro haría caer la bola
en picado hacia un valle.
Si la superficie del paisaje fuera perfectamente suave, sin ninguna fricción, la
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bola sobrepasaría el valle y subiría al otro lado, luego rodaría de nuevo hacia el valle,
subiría cuesta arriba, y así una y otra vez. Pero si hay la más mínima fricción, la bola
llegará a detenerse con el tiempo en el punto más bajo de uno de los valles[39].
Así es como se comporta el campo de Higgs. El universo «rueda» por el paisaje
hasta que llega al reposo en un valle que representa el vacío usual.
El fondo de los valles es el único lugar donde una bola imaginaria puede estar en
reposo. Colocada en una pendiente, rodará cuesta abajo. Colocada en la cima de una
colina, será inestable. De la misma manera, el único vacío posible con leyes de la
física estables e invariables es el fondo de un valle en el paisaje.
Un valle no tiene por qué ser necesariamente el punto más bajo absoluto en el
paisaje. En una cadena de montañas con muchos valles, cada uno de ellos rodeado
por picos, algunos de los valles pueden ser muy altos, más altos de hecho que algunas
de las cimas. Pero en cuanto el universo que rueda llega al fondo de un valle, se
queda allí. El término matemático para el punto más bajo de un valle es un mínimo
local. En un mínimo local, cualquier dirección será cuesta arriba. Así pues, llegamos
a un hecho fundamental: los posibles vacíos estables —o de forma equivalente, las
posibles leyes de la física estables— corresponden a los mínimos locales del paisaje.
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uno de ellos con sus propias leyes de la física y constantes de la Naturaleza. Déjelo. A
menos que su cerebro sea muy diferente del mío, 10500 está mucho más allá de
nuestra imaginación. Pero una cosa parece cierta. Con tantas posibilidades para
escoger, es abrumadoramente probable que la energía de muchos vacíos se anule
hasta la precisión requerida por el argumento antrópico de Weinberg, a saber, 119
cifras decimales.
En el próximo capítulo quiero tomarme un descanso de tantos aspectos técnicos
de la física y discutir una cuestión que tiene que ver con las esperanzas y aspiraciones
de los físicos. Volveremos «a la ciencia dura» en el capítulo 5, pero los cambios de
paradigma implican más que hechos y cifras. Implican cuestiones estéticas y
emocionales y fijaciones con paradigmas que quizá tengan que ser abandonados. Que
las leyes de la física puedan ser contingentes en el ambiente local, como sucede con
el clima, genera un profundo malestar en muchos físicos que tienen una sensación
casi espiritual de que la Naturaleza debe ser «bella» en cierto sentido matemático
especial.
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4
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sirva para dos objetivos es elegante. La solución mínima es la más elegante.
En los años cuarenta del siglo pasado, el dibujante Rube Goldberg se especializó
en diseñar «máquinas de Rube Goldberg», que eran soluciones fantásticas y ridículas
a problemas de ingeniería[40]. Un reloj despertador de Rube Goldberg tendría bolas
que rodaban cuesta abajo, martillos que golpeaban a pájaros que tiraban de cuerdas y
todo terminaba con un cubo de agua que se derramaba sobre quien estaba dormido.
Una máquina de Rube Goldberg era decididamente una solución poco elegante a un
problema.
Las soluciones a problemas matemáticos pueden evaluarse de modo análogo en
términos de elegancia. Una demostración de un teorema debería ser lo más
económica posible, lo que significa que el número de hipótesis, así como el número
de pasos, debería reducirse al mínimo. Un sistema matemático tal como la geometría
euclideana debería estar basado en un número mínimo de axiomas. A los matemáticos
les gusta depurar sus argumentos, a veces hasta el punto de la incomprensibilidad.
Máquina fotográfica de Rube Goldberg
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un punto a otro sin violar las reglas estéticas de paralelismo, rectangularidad y
simetría. No era por el dinero que podía ahorrar recortando materiales. Eso era lo de
menos. El placer que sentía con una simplificación ingeniosa y una geometría
elegante no era tan diferente del mío cuando encuentro una manera clara de escribir
una ecuación.
La unicidad es otra propiedad que es especialmente valorada por los físicos
teóricos. Las mejores teorías son las que son únicas en dos sentidos. En primer lugar,
no debería haber ninguna incertidumbre sobre sus consecuencias. La teoría debería
predecir todo lo que es posible predecir y no más. Pero hay también un segundo tipo
de unicidad que sería especialmente preciada en lo que Steven Weinberg llama una
teoría final. Es una especie de inevitabilidad, una sensación de que la teoría no podría
ser de ninguna otra manera. La mejor teoría sería no sólo una teoría de todo sino la
única teoría de todo posible.
La combinación de elegancia, unicidad y capacidad de responder a todas las
preguntas de las que cabe respuesta es lo que hace bella a una teoría. Pero pienso que
los físicos estarían generalmente de acuerdo en que ninguna teoría concebida hasta
ahora ha superado plenamente estos criterios. De hecho, no hay ninguna razón por la
que cualquier teoría que no sea la teoría final debiera tener una belleza perfecta.
Si usted pidiera a un físico teórico que ordenara todas las teorías por orden
estético, la clara ganadora sería la teoría de la relatividad general. Las ideas de
Einstein estaban motivadas por un hecho elemental sobre la gravedad que cualquier
niño puede entender: la fuerza de la gravedad se parece a la fuerza debida a la
aceleración. Einstein realizó un experimento mental en un ascensor imaginario. Su
punto de partida era el hecho de que en un ascensor es imposible distinguir entre los
efectos de un campo gravitatorio y los efectos de una aceleración hacia arriba.
Cualquiera que haya estado en un ascensor que se mueve a gran velocidad sabe que
durante el breve período de tiempo de aceleración hacia arriba se siente más pesado:
la presión en las plantas de los pies, el tirón sobre los brazos y los hombros son
exactamente iguales ya estén causados por la gravedad o por la velocidad en aumento
del ascensor. Y durante la deceleración usted se siente más ligero. Einstein
transformó esta observación trivial en uno de los principios de mayor alcance de la
física: el principio de equivalencia entre gravedad y aceleración o, de manera más
simple, el principio de equivalencia. De él dedujo las reglas que gobiernan todos los
fenómenos en un campo gravitatorio así como las ecuaciones para la geometría no
euclideana del espacio-tiempo. Todo se resume en unas pocas ecuaciones, las
ecuaciones de Einstein, con validez universal. Yo lo encuentro bello.
Esto saca a la luz otra faceta de lo que significa la belleza para algunos físicos. No
es sólo el producto final del trabajo de Einstein sobre la gravedad lo que yo encuentro
agradable. Para mí, gran parte de la belleza reside en la manera en que él hizo el
descubrimiento: cómo evolucionó a partir de un experimento mental que incluso un
niño puede entender. Y, pese a todo, he oído a físicos que afirman que si Einstein no
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hubiera descubierto la teoría de la relatividad general, ellos o algún otro la habrían
descubierto pronto de una manera más moderna y más técnica, pero en mi opinión
mucho menos bella. Es interesante comparar las dos rutas a las ecuaciones de
Einstein. Según estos historiadores de un mundo alternativo, ellos habrían llegado a
construir una teoría siguiendo las líneas de la electrodinámica de Maxwell. La teoría
de Maxwell consiste en un conjunto de ocho ecuaciones cuyas soluciones describen
movimientos ondulatorios del campo electromagnético. Esas mismas ecuaciones
incluyen también las fuerzas ordinarias entre imanes y entre cargas eléctricas. No son
los fenómenos sino la forma de las ecuaciones las que habrían sido la inspiración para
los teóricos actuales. El punto de partida habría sido una ecuación para ondas
gravitatorias, de una forma similar a las ecuaciones que describen ondas luminosas o
sonoras[42].
Igual que la luz es emitida desde una carga vibrante o el sonido desde un diapasón
oscilante, las ondas de gravedad son emitidas por masas en rápido movimiento.
Aunque las ecuaciones que describen las ondas fueran matemáticamente consistentes,
aparecerían problemas cuando se permitiera que las ondas interaccionaran con
objetos con gran masa. Aparecerían inconsistencias que no se dan en la teoría de
Maxwell. Impertérritos, los teóricos habrían buscado términos extra para añadir a las
ecuaciones y hacerlas consistentes. Por ensayo y error habrían encontrado una serie
de aproximaciones sucesivas, cada una mejor que la anterior. Pero en cualquier etapa
concreta, las ecuaciones seguirían siendo inconsistentes.
La consistencia se lograría solamente cuando se sumara un número infinito de
términos. Además, cuando se sumaran todos los términos, ¡el resultado sería
exactamente equivalente a las ecuaciones de Einstein! Mediante una serie de
aproximaciones sucesivas se habría encontrado una ruta a una teoría única que sería
equivalente a la relatividad general. No habría necesidad de pensar nunca en
ascensores acelerados. El requisito matemático de consistencia, junto con el método
de aproximaciones sucesivas, sería suficiente. Para algunos esto es bello.
Difícilmente podría calificarse de simple.
En cuanto a la elegancia de las ecuaciones, las mostraré en la forma
maravillosamente simple que obtuvo Einstein.
Esta pequeña caja con unos pocos símbolos colocados de forma sencilla contiene
toda la teoría de los fenómenos gravitatorios: la caída de las piedras, el movimiento
de la Tierra y la Luna, la formación de las galaxias, la expansión del universo y
mucho más.
Pero por encima de todo, las ecuaciones deberían predecir unívocamente las leyes
de la física que han sido descubiertas durante los últimos siglos, incluyendo el
modelo estándar de la física de partículas: la lista de partículas elementales, sus
masas, constantes de acoplamiento y las fuerzas entre ellas. Ningunas otras reglas
alternativas deberían ser posibles.
Llegamos a la teoría de cuerdas: ¿es bella, como le dirán los teóricos de cuerdas,
o es la monstruosidad supercomplicada que afirman los críticos a la teoría? Pero antes
de discutir la estética, permítame decir por qué necesitamos la teoría de cuerdas. Si,
como he dicho, el modelo estándar describe todos los fenómenos conocidos, ¿por qué
los físicos teóricos se ven empujados a buscar una estructura matemática más
profunda? La respuesta es que el modelo estándar no describe todos los fenómenos
conocidos. Hay al menos una excepción obvia: la gravedad. La gravitación es la
fuerza más familiar en la vida diaria, y probablemente la más fundamental, pero no se
encuentra en ninguna parte del modelo estándar. El gravitón (el cuanto del campo
gravitatorio) no está en la lista de partículas del modelo estándar. Los objetos quizá
más interesantes, los agujeros negros, no tienen lugar en la teoría. Aunque la teoría
«La gran tragedia de la ciencia: que una bella hipótesis sea destruida por un hecho
feo».
THOMAS HENRY HUXLEY.
La teoría de cuerdas no carece de enemigos que le dirán que es una perversión
monstruosa. Entre ellos están los teóricos de la materia condensada que piensan que
la teoría correcta es emergente. La física de la materia condensada es el estudio de las
propiedades de la materia ordinaria en forma sólida, líquida o gaseosa. Según esta
escuela, el espacio y el tiempo emergen de algunos objetos microscópicos no
especificados de la misma manera que las redes cristalinas y los superconductores
emergen del comportamiento colectivo de un gran número de átomos. En muchos
casos el comportamiento emergente apenas depende de los detalles microscópicos
particulares. En la visión de los físicos de la materia condensada, el mundo puede
emerger de una variedad tan amplia de puntos de partida microscópicos que no tiene
sentido tratar de identificar los detalles microscópicos. En su lugar, se argumenta, los
físicos deberían estar tratando de entender las reglas y los mecanismos de la propia
emergencia. En otras palabras, deberían estudiar la física de la materia condensada.
El problema con este punto de vista es que ningún sistema de materia condensada
corriente puede comportarse como un universo regulado por la mecánica cuántica
junto con las leyes de la gravedad de Einstein. Más adelante, cuando encontremos el
principio holográfico, en el capítulo 10, veremos que hay profundas razones para ello.
La idea de que hay muchos puntos de partida microscópicos que pueden conducir a
un mundo con gravedad puede ser verdadera, pero ninguno de ellos se parece en nada
a los materiales habituales que estudia la física de la materia condensada.
Otra fuente de críticas son algunos (ciertamente no todos) físicos experimentales
de altas energías que están disgustados porque los nuevos fenómenos implicados por
la teoría de cuerdas están demasiado alejados del experimento, como si eso fuera
culpa de los teóricos. Estos físicos están molestos porque no pueden ver cómo sus
experimentos pueden abordar alguna vez las cuestiones que los teóricos de cuerdas
están tratando de responder. Sugieren que los teóricos se atengan a problemas que
aborden directamente la agenda experimental en un futuro a corto plazo. Ésta es una
visión extraordinariamente miope. En la actualidad, los experimentos de física de
altas energías se han hecho tan grandes y complicados que necesitan décadas para
completarse. Los físicos teóricos jóvenes y brillantes son como exploradores
incansables. Quieren ir allí donde les lleve su curiosidad por el mundo. Y si es al gran
mar de lo desconocido, que así sea.
La mayoría de los físicos experimentales realmente buenos no prestan mucha
atención a lo que piensan los teóricos. Construyen las máquinas que pueden construir
Partícula Masa
fotón 0
gluón 0
neutrino menos que 10−8 pero no cero
electrón 1
quark-up 8
quark-down 16
muón 207
quark-extraño 293
quark-encantado 2900
leptón tau 3447
quark-fondo 9200
bosón W 157 000
bosón Z 178 000
quark-cima 344 000
Hay aquí muy poca estructura aparte del incremento obvio cuando descendemos
El marco básico parece demasiado bueno para ser cierto. Más que seguir una
pauta de simplicidad o elegancia matemática, las leyes de la Naturaleza parecen
hechas especialmente a medida de nuestra propia existencia. Como he dicho
repetidamente, los físicos odian esta idea. Pero como veremos, la teoría de cuerdas
parece ser un marco ideal para explicar por qué el mundo es así.
Volvamos ahora a las cuestiones científicas difíciles. En el próximo capítulo
explicaré los sorprendentes —increíbles quizá no sea una palabra demasiado fuerte—
desarrollos cosmológicos que han estado empujando a la física y la cosmología hacia
un nuevo paradigma. Lo que es más importante, explicaré lo que hemos aprendido
sobre la temprana prehistoria de nuestro universo —cómo llegó a su precaria
condición actual— y los hechos escandalosos que conciernen a la cifra decimal
número ciento veinte de la constante cosmológica.
Hace un par de años tuve la buena fortuna de ser invitado a Sudáfrica para dar
unas conferencias en una de sus universidades. Durante mi estancia, mi mujer y yo
hicimos un viaje al Parque Nacional Krueger. El parque es una enorme extensión de
sabana africana y hogar de todos los grandes mamíferos del continente. Fue una
experiencia fabulosa. Por las mañanas y por las tardes salíamos en un Land Rover a
ver y fotografiar la vida salvaje. Vimos hipopótamos, un rinoceronte, un búfalo
africano, una manada de leones devorando un antílope y, lo más impresionante, un
elefante macho enfadado. Pero para mí la vista más poderosa de todas fue la del cielo
austral por la noche en una noche sin Luna. El cielo austral es mucho más rico que el
cielo septentrional al que yo estaba acostumbrado y, además, Krueger está casi
completamente libre de contaminación lumínica. La vista de la Vía Láctea extendida
a lo largo del cielo realmente inspira respeto. Pero la humilde sensación de
inmensidad es engañosa. Toda la Vía Láctea con todas las estrellas visibles es un
rincón infinitesimal de un espacio mucho más vasto, lleno homogéneamente de cien
mil millones de galaxias, que sólo pueden verse a través de un gran telescopio. E
incluso eso es una porción minúscula de un cosmos mucho mayor.
Según mi diccionario, la palabra homogéneo significa «de estructura o
composición uniforme». Cuando se aplica a un puré significa agradable y suave, es
decir, sin grumos. Por supuesto, si usted mira el puré con una lupa, difícilmente se ve
homogéneo. Lo importante es que cuando usted dice que algo es homogéneo, debe
matizar la afirmación añadiendo «en escalas mayores que cierto tamaño
especificado». El puré bien removido es homogéneo a escalas mayores de dos o tres
milímetros. El campo de trigo del granjero Brown en el centro de Kansas es
homogéneo en escalas mayores que dos o tres metros.
Bueno, no del todo. El puré es sólo homogéneo en escalas que van desde unos
milímetros al tamaño del plato. El campo del granjero Brown es homogéneo a escalas
mayores de tres metros pero menores de un kilómetro. A escalas de un kilómetro o
más, el terrero parece un edredón de campos rectangulares. Lo correcto es decir que
el campo del granjero Brown es homogéneo a escalas entre tres metros y una fracción
de kilómetro.
A simple vista el cielo nocturno africano es muy heterogéneo. La Vía Láctea es
una banda luminosa brillante y estrecha que divide un fondo mucho más oscuro. Pero
una mirada a través de un gran telescopio revela miles de millones de galaxias que
están, en general, distribuidas de manera homogénea a lo largo del universo
observable. Según los astrónomos el universo parece ser homogéneo e isótropo a
escalas mayores de cien millones de años luz y hasta al menos quince mil millones de
Para imaginar los tres tipos estándar de cosmologías, piense en cada superficie
como una lámina elástica (o globo en el caso de la esfera) y llene la superficie con
puntos que representan galaxias. Luego empiece a estirar la superficie de modo que
los puntos comienzan a separarse y la distancia entre dos cualesquiera crece con el
tiempo. Eso es todo lo que hay. Ahora tiene usted una idea aproximada de las tres
cosmologías homogéneas e isótropas. Los cosmólogos se refieren a estos tres casos
como k= 1, k = 0 y k = −1. Es simplemente una abreviatura para curvatura positiva
(la esfera), curvatura cero (el espacio plano) y curvatura negativa (espacio
hiperbólico).
Geometría es destino
Tres geometrías posibles y tres destinos posibles; ¿hay una conexión? La hay. La
teoría de la gravedad de Einstein (sin una constante cosmológica) relaciona la
geometría con la presencia de masa; la masa afecta a la geometría. El lema
newtoniano «la masa es la fuente del campo gravitatorio» es reemplazado por «la
masa curva y dobla el espacio». Éste es el vínculo que relaciona las tres geometrías
con los tres destinos. Los detalles están en las matemáticas difíciles (cálculo tensorial
y geometría riemanniana) de la relatividad general, pero el resultado (sin constante
cosmológica) es fácil de entender.
Unos dicen que el mundo terminará en fuego, otros dicen que en hielo.
Por lo que he saboreado del deseo, estoy con quienes prefieren el fuego.
Pero si tuviera que morir dos veces,
creo que sé suficiente del odio
para saber que para la destrucción el hielo
también es grande y bastaría.
Robert Frost, «Fuego y hielo».
Cuando pregunté a los tres jóvenes misioneros si sería muerte caliente o muerte
fría, me dijeron que todo dependía de mí. Muy probablemente a menos que yo
cambiase mi modo de vida sería la muerte caliente.
Físicos y cosmólogos están menos seguros del resultado final. Durante décadas
han tratado de determinar cuál de los tres destinos regirá los días finales. La primera
forma de descubrirlo es muy directa: utilizar telescopios para mirar a los confines del
espacio y contar toda la masa que puede verse —estrellas, galaxias, gigantescas
nubes de polvo y cualquier otra cosa que pueda verse o deducirse—. ¿Es la atracción
gravitatoria de todo ese material suficiente como para invertir la expansión?
Sabemos a qué velocidad se expande hoy el universo. Hubble determinó que la
velocidad de una galaxia distante es proporcional a su distancia, siendo el factor de
proporcionalidad la constante de Hubble. Esta cantidad es la mejor medida de la
velocidad de expansión: cuanto mayor es la constante de Hubble, más rápidamente se
están alejando de nosotros todas las galaxias. Las unidades de la constante de Hubble
son velocidad por unidad de distancia. Los astrónomos suelen decir «kilómetros por
segundo por megaparsec». Todo el mundo reconocerá kilómetros por segundo como
Imaginemos una película cósmica, una biografía que sigue al universo desde su
nacimiento en fuego a su edad actual. Pero en lugar de ver la película de la forma
acostumbrada —desde el nacimiento a la vejez—, la pasamos hacia atrás,
rebobinándola por así decir. En lugar de expandirse, lo vemos contraerse. Las
galaxias parecen moverse según una versión inversa de la ley de Hubble, con una
velocidad proporcional a su distancia pero acercándose a nosotros en lugar de
alejarse. Sigamos una de estas galaxias lejanas mientras se acerca a nosotros. Usando
la ley de Hubble (hacia atrás) podemos determinar su velocidad. Digamos que la
La solución
Supernovas tipo I
Luz de la creación
Puesto que la luz viaja a velocidad finita, los grandes telescopios que miran a
tremendas distancias están mirando también muy atrás en el pasado. Vemos el Sol
como era hace ocho minutos, la estrella más cercana como era hace cuatro años. Los
humanos primitivos estaban empezando a ponerse erguidos cuando la luz empezó su
viaje de dos millones de años desde la galaxia más próxima, Andrómeda.
La más vieja es la luz que ha estado viajando hacia nosotros durante unos catorce
mil millones de años. Esta luz salió antes de que se hubiera formado la Tierra o
incluso las estrellas más viejas. De hecho, el hidrógeno y el helio todavía no habían
iniciado el proceso de diferenciación en galaxias. Tan calientes y densos eran estos
gases que todos los átomos estaban ionizados. Era la época más cercana a la creación
¿Qué encontró WMAP? ¡Encontró que Euclides tenía razón! El espacio es plano.
Permítame matizar un poco. Midiendo triángulos en la superficie de la Tierra es
posible decir que la Tierra es una esfera curva. Pero en la práctica, a menos que
Inflación
Para explicar física a una audiencia de legos en física, las analogías y metáforas son
obviamente inestimables. Pero para mí son también herramientas de pensamiento,
mis propias herramientas idiosincrásicas. A menudo yo mismo me convenzo de la
verdad de algún punto difícil inventando una analogía que trata cuestiones similares
en un contexto más habitual.
El principio antrópico ha generado más confusión y paparruchas filosóficas
irrelevantes que cualquier otra cosa que haya salido de la ciencia en mucho tiempo.
Hay inagotables discusiones sobre su significado, sobre cómo debería utilizarse para
explicar y predecir, cuándo es legítimo y cuándo no lo es, cuándo es razonable y
cuándo es absurdo. La guía más segura para mí es elaborar una analogía en el mundo
más familiar, donde el viejo y sano sentido común puede introducir claridad. Hace
más de una década elaboré una parábola para convencerme de que el principio
antrópico podía tener sentido.
Un regalo de cumpleaños para Tini.
Una vieja tradición del mundo de la ciencia es la de celebrar el sexagésimo
cumpleaños de los científicos famosos con fiestas, pero estas fiestas de cumpleaños
consisten normalmente en un par de largos días de continuos seminarios de física…
sin música. Yo tuve que dar una conferencia en una de esas fiestas en honor de un
viejo amigo, Martinus Veltman. Tini —un pintoresco ogro holandés con larga barba
— parecía un cruce entre Orson Welles representando a Macbeth y Sadam Hussein
cuando salió de su escondrijo. Tini ganó recientemente el premio Nobel por su
trabajo con Gerard’t Hooft en el que desarrollaron las matemáticas de modelo
estándar.
Puesto que Tini fue una de las primeras personas en reconocer el problema de la
energía del vacío, yo pensé en dar una charla de cumpleaños llamada «Tini y la
constante cosmológica». De lo que yo quería hablar era del principio antrópico y del
cálculo de Steven Weinberg sobre la formación de galaxias. Pero también quería
explicar cómo el principio antrópico podía tener perfecto sentido científico. Así que,
como de costumbre, hice una analogía.
En lugar de preguntar por qué la constante cosmológica está ajustada con tanta
precisión, la sustituí por una pregunta similar: ¿por qué la temperatura de la Tierra
está tan precisamente ajustada para caer en el estrecho rango en el que puede existir
agua líquida? Ambas preguntas plantean cómo es posible que vivamos en un
ambiente muy improbable que parece perfectamente hecho a medida de nuestra
propia existencia. Para responder a mi pregunta yo propuse la siguiente parábola
Erase una vez un planeta completamente cubierto de agua en el que vivía una raza
de peces con un gran cerebro. Estos peces sólo podían sobrevivir a cierta
profundidad, así que ninguno de ellos había visto nunca la superficie del agua por
encima ni el fondo por debajo. Pero sus grandes cerebros los hacían muy inteligentes
y también muy curiosos. Con el tiempo sus preguntas sobre la naturaleza del agua y
otras cosas se hicieron muy sofisticadas. Los más brillantes entre ellos se llamaban
físicos. Los físicos eran maravillosamente inteligentes y en pocas generaciones
llegaron a comprender muchas cosas sobre los fenómenos naturales, incluyendo
dinámica de fluidos, química, física atómica e incluso los núcleos de los átomos.
Finalmente, algunos de los físicos empezaron a preguntarse por qué las leyes de
la Naturaleza son las que son. Su sofisticada tecnología les permitía estudiar el agua
en todas sus formas, especialmente hielo, vapor y, por supuesto, el estado líquido.
Pero pese a todos sus esfuerzos, todavía quedaba algo ante lo que se sentían
perplejos. Con todos los valores posibles desde cero hasta infinito, ¿cómo se podía
explicar el hecho de que la temperatura ambiente, T, estaba ajustada para caer en el
estrecho rango que permitía que el H2O existiera en forma líquida? Ensayaron
muchas cosas, incluyendo varios tipos de simetrías, mecanismos de relajación
dinámica y muchas otras ideas, pero nada podía explicarlo.
En estrecha alianza con los físicos había otro grupo, los cosmólogos, que también
estaban estudiando su mundo acuoso. Los cosmólogos estaban menos interesados en
las profundidades corrientes, en las que vivían los peces de gran cerebro, que en
descubrir si existía un límite superior a su mundo acuático. Los cosmólogos eran
perfectamente conscientes de que gran parte del mundo acuático no era habitable,
pues la presión no era apropiada para sus cerebros. Viajar aleteando hasta los
confines superiores no era en absoluto posible; si se expusieran a las bajas presiones
del agua en estas zonas, sus grandes cerebros explotarían. De modo que, en su lugar,
especulaban.
Sucedió que una escuela de pensamiento entre los cosmólogos sostenía una idea
muy radical (algunos decían ridícula) sobre el ajuste fino de T. Y tenían un nombre
para esta idea: el principio ictrópico. El P. I. sostenía que la temperatura estaba en el
rango del agua líquida ¡porque sólo en este caso podían existir peces para observarlo!
«¡Basura! —decían los físicos—. Eso no es ciencia. Es religión. Eso es rendirse.
Y además, si nos ponemos de acuerdo con vosotros, todos se reirán de nosotros y nos
quitarán la financiación».
Ahora bien, no todos los cosmólogos entendían lo mismo por el principio
ictrópico. De hecho, era difícil encontrar dos que estuvieran de acuerdo. Unos
Paisajes antrópicos
Nadie, sabiendo lo que sabemos sobre astronomía, dudaría que los cosmólogos
tenían razón. La historia sugiere que hay situaciones en las que una explicación
antrópica (o ictrópica) tiene sentido. Pero ¿cuáles son las reglas? ¿Cuándo es
apropiado un razonamiento antrópico? ¿Cuando es inapropiado? Necesitamos
algunos principios guía.
En primer lugar, hay algo obvio: una explicación antrópica de la proposición X
sólo tiene sentido si hay una poderosa razón para creer que la existencia de vida
inteligente sería imposible a menos que X fuera cierta. En el caso de los peces de
gran cerebro, está claro: demasiado caliente y tenemos sopa de pescado; demasiado
frío y tenemos pescado congelado. En el caso de la constante cosmológica, Weinberg
proporcionó el razonamiento.
Cuando uno empieza a pensar en lo que se necesita para que la vida sea posible,
el paisaje se convierte en un campo de minas de pesadilla. Ya he explicado por qué
una gran constante cosmológica habría sido fatal, pero hay otros muchos peligros.
Pero ¿qué tienen de bueno los elementos complejos encerrados dentro de las
estrellas? Las historias de ciencia-ficción podrían proponer formas extrañas de vida
hechas de plasma caliente giratorio que crecen a millones de grados, pero la vida real
necesita un ambiente más frío. Por desgracia, el carbono y el oxígeno quedaban
prisioneros en el interior de la estrella a lo largo de la vida de la estrella.
Pero las estrellas no viven para siempre.
Con el tiempo todas las estrellas, nuestro Sol incluido, agotarán su combustible.
En ese momento una estrella colapsa bajo su propio peso. Antes de que se agote el
combustible, las estrellas se mantienen en equilibrio por el calor y la presión
generados por reacciones nucleares. Hay dos tendencias en competición en la estrella.
Como una bomba nuclear, quiere explotar, aunque al mismo tiempo la gravedad está
tratando de aplastarla bajo su enorme peso. Estas dos tendencias, explotar e implotar,
se mantienen en equilibrio mientras haya combustible que quemar. Pero una vez que
se agota el combustible, no hay nada que resista la atracción de la gravedad y la
Objeciones filosóficas
«Tres quarks para muster mark», dijo James Joyce. «Tres quarks para el protón,
tres quarks para el neutrón y un quark-antiquark[68] para el mesón», dijo Murray
Gell-Mann. Murray, que disfruta con las palabras, inventó una gran parte del
vocabulario de la física de altas energías: quark, extrañeza, cromodinámica cuántica,
álgebra de corrientes, el óctuple camino y varias más. No estoy seguro de si la
curiosa palabra hadrón fue una de las palabras de Murray. Los hadrones fueron
definidos originalmente, de forma algo imprecisa, como partículas que compartían
ciertas propiedades con los nucleones (protones y neutrones). Hoy tenemos una
definición muy clara y simple: los hadrones son las partículas que están hechas de
quarks, antiquarks y gluones. En otras palabras, son las partículas que están descritas
por la cromodinámica cuántica (capítulo 1).
¿Qué significa la palabra hadrón? El prefijo hadr en griego significa «fuerte». No
son las propias partículas las que son fuertes —es mucho más fácil romper un protón
que un electrón— sino más bien las fuerzas entre ellas. Uno de los primeros logros de
la física de partículas elementales fue reconocer que existen cuatro tipos distintos de
fuerzas entre partículas elementales. Lo que distingue estas fuerzas es su intensidad:
con qué fuerza atraen o empujan. La más débil de todas es la interacción gravitatoria
entre partículas; luego vienen las denominadas interacciones débiles; algo más fuertes
son las familiares fuerzas electromagnéticas, y finalmente, están las más fuertes de
todas: las interacciones nucleares o fuertes. Quizá usted encuentre extraño que la más
familiar —la gravedad— sea la más débil. Pero piense en ello por un momento: se
requiere la masa entera de la Tierra para mantenernos en la superficie. La fuerza entre
una persona media de pie en la superficie de la Tierra y la propia Tierra es sólo de
setenta kilos. Dividamos esa fuerza por el número de átomos en un cuerpo humano y
se hace evidente que la fuerza sobre cualquier átomo es minúscula.
Pero si las fuerzas eléctricas son mucho más fuertes que la gravedad, ¿por qué la
interacción eléctrica no nos expulsa de la superficie o nos aplasta contra ella? La
fuerza gravitatoria entre dos objetos cualesquiera es siempre atractiva (ignorando los
efectos de una constante cosmológica). Cada electrón y cada núcleo en nuestros
cuerpos atraen gravitatoriamente a cada electrón y cada núcleo en la Tierra. Eso suma
mucha atracción, incluso si las fuerzas individuales entre las partículas microscópicas
son totalmente despreciables. Por el contrario, las fuerzas eléctricas pueden ser
atractivas o repulsivas. Cargas opuestas —un electrón y un protón, por ejemplo— se
atraen. Dos cargas iguales, un par de electrones o un par de protones, se repelen
mutuamente, tanto nuestros propios cuerpos como la sustancia de la Tierra tienen
ambos tipos de carga —nucleones positivos y electrones negativos— en cantidades
iguales. Las fuerzas eléctricas de atracción y repulsión se anulan. Pero supongamos
que pudiéramos eliminar temporalmente todos los electrones en nosotros mismos y
Una peculiar ideología se insinuó en la física teórica de altas energías en los años
sesenta del siglo pasado. Tenía un paralelo casi exacto en una falacia que había
dominado en psicología. B. F. Skinner era el gurú de los conductistas, que insistían
en que sólo la conducta externa de un ser humano era el material adecuado de la
ciencia de la mente. Según Skinner, los psicólogos no tenían nada que hacer
investigando los estados mentales internos de sus sujetos. Incluso llegó a declarar que
no existían tales cosas. El trabajo de la psicología consistía en observar, medir y
registrar la conducta externa de sujetos sin siquiera indagar en los sentimientos,
pensamientos o emociones internas. Para el conductista un ser humano era una caja
negra que convertía input sensorial en output conductual. Aunque probablemente es
cierto que los freudianos fueron demasiado lejos en la otra dirección, los conductistas
llevaron su ideología al extremo.
El conductismo de la física se denominaba teoría de la matriz S. En algún
momento a principios de los sesenta, siendo yo estudiante de doctorado, algunos
físicos teóricos muy influyentes, con centro en Berkeley, decidieron que los físicos no
tenían que ocuparse en tratar de explicar el funcionamiento interno de los hadrones.
En su lugar, deberían considerar las leyes de la física como una caja negra: una caja
negra denominada matriz de dispersión, o matriz S para abreviar. Como los
conductistas, los defensores de la matriz S querían que la física teórica permaneciera
próxima a los datos experimentales y no se perdiera en especulaciones sobre sucesos
inobservables que tienen lugar dentro de las (que entonces se consideraban)
dimensiones absurdamente pequeñas características de las partículas como el protón.
El input de la caja negra es un conjunto especificado de partículas que se dirigen
unas hacia a otras, a punto de colisionar. Podrían ser protones, neutrones, mesones o
incluso núcleos de átomos. Cada partícula tiene un momento especificado, así como
muchas otras propiedades como espín, carga eléctrica y demás. Dentro de la caja
negra metafórica desaparecen. Y lo que sale de la caja negra es también un grupo de
partículas: los productos de la colisión, de nuevo con propiedades específicas. El
dogma de Berkeley prohibía mirar dentro de la caja para desvelar los mecanismos
subyacentes. Las partículas iniciales y finales lo son todo. Esto está muy próximo a lo
que los físicos experimentales hacen con los aceleradores para producir las partículas
incidentes y con los detectores para detectar lo que emerge de la colisión.
La matriz S es básicamente una tabla de probabilidades mecano-cuánticas. Uno
introduce el input y la matriz S le da la probabilidad de un output dado. La tabla de
probabilidades depende de la dirección y energía de las partículas entrantes y
salientes y, según la ideología dominante a mediados de los años sesenta, la teoría de
las partículas elementales debería limitarse a estudiar cómo depende la matriz S de
esas variables. Todo lo demás estaba prohibido. Los ideólogos habían decidido que
¿Qué significa que sean bolas cuánticas? La mecánica cuántica implica que la
energía (masa) de cualquier sistema vibrante solo puede añadirse en pasos discretos e
indivisibles. En los inicios de la física de hadrones experimental, los físicos no se
daban cuenta de que los diferentes estados cuánticos discretos del sistema vibrante
eran realmente el mismo objeto. Daban a cada nivel de energía un nombre diferente y
los consideraban partículas diferentes. El protón y el neutrón eran los bariones con la
mínima energía. Los más masivos tenían nombres extraños que hoy no significarán
absolutamente nada para la mayoría de los físicos jóvenes. Estas partículas no son
otra cosa que estados excitados, rotacionales o vibracionales, del protón y el neutrón.
Mesones, bariones y gluebolas son objetos complejos que pueden vibrar y oscilar
en todo tipo de pautas. Por ejemplo, la cuerda que conecta los extremos de un mesón
puede vibrar como un muelle o incluso una cuerda de violín: incluso puede girar
alrededor de un eje y la fuerza centrífuga la estira para formar un hadrón en
torbellino, similar a una hélice. Estos «estados excitados» de hadrones son también
objetos bien conocidos, algunos de los cuales se descubrieron en experimentos ya en
los años sesenta del siglo pasado.
La relación entre la teoría de cuerdas de hadrones y las leyes de la física,
particularmente su expresión en términos de diagramas de Feynman, está lejos de ser
obvia. Una manera de considerarlo es que la teoría de cuerdas es una generalización
de diagramas de Feynman en los que una cuerda reemplaza a cada partícula puntual.
Los diagramas de Feynman están compuestos de unidades básicas que discutimos en
el capítulo 1: propagadores y vértices. Propagadores y vértices tienen mucho sentido
para las partículas puntuales infinitamente pequeñas del campo cuántico. Por
ejemplo, el propio vértice es el punto en el que se juntan las trayectorias de las
partículas. Si las propias partículas no son puntos, no está en absoluto claro qué se
entiende por el punto en que se juntan. He aquí cómo las ideas de propagador y
vértice tienen sentido para cuerdas. Si partimos de una partícula puntual y la
imaginamos moviéndose en el espacio-tiempo, traza una curva. En cada instante es
un punto, pero conforme transcurre el tiempo, el punto traza una cuerda. El gran
Minkowski llamó a dicha trayectoria a través del espacio–tiempo una línea de
universo, y la terminología caló.
Pero una teoría interesante que pueda describir toda la complejidad de partículas
que interaccionan y colisionan necesita más que sólo propagadores. También necesita
diagramas de vértice, bifurcaciones en la carretera que permiten que las partículas
emitan y absorban otras partículas. La teoría de cuerdas no es diferente.
En el caso de una cuerda abierta el vértice se reemplaza por el proceso de
separación en el que una única cuerda se divide en dos con un nuevo par quark-
antiquark creado en los extremos recién formados. Las cuerdas cerradas también
pueden dividirse mediante una especie de diagrama de fontanería, donde se divide
una única tubería: se le llama una unión-Y.
Pero como sabe cualquiera que toca la guitarra, una cuerda puede hacerse vibrar
en armónicos o modos de oscilación de un tono superior. Éstos son vibraciones en las
que la cuerda vibra por partes, como si hubiera múltiples cuerdas más cortas. Por
ejemplo, en el primer armónico las dos mitades de la cuerda se mueven por separado.
Reencarnación
Imaginemos que tuviéramos una tecnología futurista que nos permitiera construir
cualquier objeto que nos gustara ensamblando átomos uno a uno. He aquí un
proyecto interesante. Construyamos un ser humano cuya imagen especular es
exactamente como usted, el corazón en la izquierda, la peca en la izquierda, y demás.
Ahora el original sería un onamuh.
¿Funciona el onamuh? ¿Respirará? ¿Trabajará su corazón? Si le alimentamos,
¿metabolizará el azúcar que le demos? La mayoría de las respuestas son sí.
Funcionará tan bien como lo hace usted. Pero encontraremos un problema con su
metabolismo. No procesará el azúcar ordinario.
La razón es que el azúcar se da en dos tipos, igual que los guantes —mano
izquierda y mano derecha—. Los seres humanos sólo pueden metabolizar azúcar. Un
onamuh sólo puede metabolizar racùza. La molécula de azúcar ordinaria se da en dos
variedades —el tipo que usted puede comer y su imagen especular, que usted no
puede comer. Los nombres técnicos para el azúcar y el racùza son por supuesto
Como he dicho, la teoría M no tiene cuerdas sino sólo membranas. Asi que ¿cuál
es su relación con la teoría de cuerdas? Imaginemos una cinta, cuya anchura es
exactamente la altura de la habitación, con su anchura extendida del suelo al techo.
La longitud de la cinta recorre la habitación siguiendo una curva inscrita en el suelo.
La única regla es que el borde superior de la cinta debe estar exactamente sobre el
borde inferior. De hecho, la cinta no tiene más bordes que los que tenía el cilindro de
papel. Pero es más fácil visualizar una larga cinta serpenteando a lo largo de la
habitación infinita con sus bordes siguiendo el techo y el suelo.
Ahora usted debe tener una buena idea de cómo la cinta, en sí misma una
membrana bidimensional, imita a una cuerda unidimensional. Si la dirección
compacta fuera tan pequeña que no pudiera verse sin un microscopio, la cinta sería
una cuerda para cualquier fin práctico. Si la cinta se cerrara sobre sí misma sería
indistinguible de una cuerda cerrada: una cuerda tipo IIa, para ser precisos. Ésta es la
conexión entre la teoría M y la teoría de cuerdas. Las cuerdas son en realidad cintas
muy estrechas o membranas que se parecen cada vez más a cuerdas finas a medida
que se contrae la distancia en la dirección y. Eso no es tan difícil.
Pero las cosas pueden ser más extrañas. Demos ahora otro paso y
compactifiquemos dos dimensiones: llamémoslas z e y. Para visualizar esto,
imaginemos la habitación infinita reemplazada por un corredor infinito. Tenemos
paredes a la izquierda y derecha, y un techo y un suelo por encima y por debajo. Pero
D-branas
Estos puntos, líneas y superficies donde podrían terminar las cuerdas necesitaban
un nombre. Joe las llamó Dirichlet-branas o simplemente D-branas. Peter Dirichlet
fue un matemático alemán del siglo XIX que no tuvo nada que ver con la teoría de
cuerdas. Pero ciento cincuenta años antes había estudiado las matemáticas de las
ondas y cómo se reflejaban en objetos fijos. Con todo derecho los nuevos objetos
deberían llamarse Polchinski-branas, pero el término P-branas ya era usado por los
teóricos de cuerdas para otro tipo de objeto.
Joe es un buen amigo mío. Durante veinticinco años habíamos trabajado juntos en
Branas y compactificación
Con branas pueden hacerse todo tipo de cosas. Tomemos una D2-brana —una
membrana— y curvémosla para formar una 2-esfera. Habremos hecho un globo. El
problema es que la tensión de la membrana hace que desaparezca rápidamente, como
un globo pinchado. Podríamos dar a la D2-brana la forma de un toro, pero también
éste colapsaría.
Pero imaginemos ahora una brana que se extiende de un extremo a otro del
universo. El ejemplo más simple de visualizar es una DI-brana infinita extendida a
través de todo el universo como un cable infinito. Una D-brana infinita no tiene
manera de contraerse y desaparecer. Podemos imaginar que dos gigantes cósmicos
mantienen fijos sus extremos, pero puesto que la D-brana es infinita, los gigantes
están infinitamente alejados.
No hay por qué detenerse en D1-branas: una hoja infinita extendida a través del
universo también es estable. Esta vez necesitaríamos muchos gigantes para mantener
fijos los bordes pero, de nuevo, estarían infinitamente alejados. La membrana infinita
sería un mundo con partículas elementales que podría parecerse a una versión
Flujos
Los flujos han surgido como uno de los ingredientes más importantes en el
paisaje. Ellos, más que cualquier otra cosa, hacen el paisaje prodigiosamente grande.
Los flujos son un poco más abstractos, y más difíciles de visualizar, que las branas.
Son nuevos ingredientes interesantes, pero la conclusión es simple. A distancia
parecen más campos escalares. Los ejemplos más familiares de flujos son los campos
eléctrico y magnético de Faraday y Maxwell. Faraday no era un matemático pero
tenía una prodigiosa capacidad de visualización. Parecía que podía ver los campos
electromagnéticos en sus aparatos experimentales. Su imagen del campo de un imán
eran las líneas de fuerza que emanaban del Polo Norte y volvían a entrar por el Polo
Sur. En cada punto del espacio, las líneas de fuerza especifican la dirección del
campo magnético, mientras que la densidad de las líneas (lo próximas que están)
especifica la densidad del campo.
Faraday imaginaba el campo eléctrico de la misma manera: líneas que fluyen
desde las cargas positivas hasta las cargas negativas. Imaginemos una superficie
esférica que rodea a un objeto cargado aislado con líneas de fuerza eléctrica que
fluyen hacia fuera y se alejan hasta el infinito. Las líneas de fuerza deben atravesar la
superficie esférica. Estas líneas imaginarias que atraviesan la esfera son un ejemplo
del flujo eléctrico a través de una superficie.
Hay una medida de la cantidad total de flujo que atraviesa una superficie. Faraday
la imaginaba como el número de líneas de fuerza que atraviesan la superficie. Si
hubiera conocido el cálculo infinitesimal, podría haberlo descrito como una integral
de superficie del campo eléctrico. La idea del número de líneas era incluso mejor de
lo que Faraday pensaba. Resulta que el flujo a través de una superficie es una de esas
cosas que la moderna mecánica cuántica nos dice que están cuantizadas. Como los
fotones, la unidad de flujo no puede subdividirse en fracciones. De hecho, el flujo, no
puede variar de forma continua sino que debe considerarse en términos de líneas
discretas, de modo que el flujo a través de cualquier superficie es un entero.
Los campos eléctrico y magnético corrientes apuntan a lo largo de direcciones del
espacio tridimensional, pero también es posible considerar flujos que apuntan a lo
largo de las seis direcciones compactas del espacio. En un espacio hexadimensional
las matemáticas de los flujos son más complicadas, pero aún se pueden considerar
líneas o superficies de fuerza que serpentean en un espacio de Calabi Yau y
Singularidades «conifold».
Hasta ahora un montaje típico puede incluir algunos centenares de moduli para
fijar el tamaño y forma del espacio compacto, algunas branas localizadas en varias
posiciones del espacio, y ahora algunos centenares de flujos enteros adicionales.
¿Qué más podemos proporcionarle a Rube?
Hay muchas más cosas con las que jugar, pero para que este libro tenga un
tamaño manejable solo explicaré una más: la singularidad conifold. Un balón de
fútbol es una esfera. Si ignoramos la textura y las costuras de la superficie, es suave.
Un balón de rugby, por el contrario, es suave en todas partes excepto en los extremos,
donde termina en punta. Una punta infinitamente aguda en algún lugar de una
superficie suave es un ejemplo de una singularidad. En el caso del balón de rugby, las
singularidades se denominan singularidades cónicas. La forma puntiaguda de los
extremos se parece a la punta de un cono.
Las singularidades en espacios de dimensiones más altas —lugares donde el
espacio no es suave— son más complicadas. Tienen una topología más compleja. La
«conifold» es una de estas singularidades que pueden existir en un espacio de Calabi
Yau. Aunque complicada, es similar a la punta de un cono, como su nombre sugiere.
Para nuestros propósitos podemos considerar la «conifold» un lugar cónico
puntiagudo en la geometría.
Algo interesante sucede cuando se combinan «conifolds» y flujos en el mismo
espacio de Calabi Yau. El flujo ejerce una fuerza sobre la punta del cono y lo estira
para formando un cuello largo y estrecho como el morro de un oso hormiguero. De
hecho podemos tener más de una singularidad «conifold» de modo que el espacio se
hace espinoso con puntas puntiagudas que sobresalen como si fuera un erizo de mar
hexadimensional.
Lo que KKLT encontraron no era un único valle sino más bien una enorme
colección de valles. Como mencioné al principio del capítulo 7, Polchinski y Raphael
Bousso, entonces un estudiante postdoctoral en Stanford, ya habían explicado la idea
básica en un artículo que fue generalmente ignorado. Para entender cómo la
compactifícación puede conducir a un número fabuloso de vacíos, Bousso y
Polchinski se habían centrado en una única geometría de Calabi Yau y preguntaban
cuántas maneras hay de llenar con flujos centenares de agujeros de donut en el
espacio.
Supongamos que la variedad de Calabi Yau tiene una topología suficientemente
rica para permitir quinientos agujeros de dónut distintos a través de los que pasan
flujos. El flujo a través de cada agujero debe de ser un entero, de modo que hay que
especificar una cadena de quinientos enteros.
Teóricamente, no hay límites al tamaño de los enteros, pero en la Práctica no
queremos poner demasiado flujo a través de cualquier agujero. El efecto de un flujo
muy grande sería extender el tamaño de la variedad a proporciones que podrían ser
peligrosas. Así que pongamos algunos límites. Supongamos que el valor de un flujo
en enteros no puede ser mayor que nueve. Es decir, cada uno de los flujos es un
entero entre cero y nueve. ¿Cuántas posibilidades supone eso?
Un universo burbuja
Una cosa es argumentar que la teoría da lugar a muchas posibilidades para las leyes
de la física, pero otra muy diferente es decir que la Naturaleza saca provecho
realmente de todas las posibilidades. ¿Cuál de los muchos ambientes posibles se
materializó como mundo real? Las ecuaciones de la física tienen sin duda soluciones
que describen capas esféricas gigantes de acero inoxidable en órbita alrededor de
«estrellas» masivas hechas de oro puro. Para un teórico, tales soluciones de las
ecuaciones existen. Pero ¿hay tales objetos en el universo? Probablemente no, y las
razones son históricas. Nada en la manera en que evolucionó el universo —nada en la
cosmología del big bang— podría explicar cómo se habrían formado tales objetos. La
existencia matemática no es lo mismo obviamente que la existencia física. Descubrir
que la teoría de cuerdas tiene 10500 soluciones no explica nada de nuestro mundo a
menos que también entendamos cómo nacieron los ambientes correspondientes.
Algunos físicos creen que debe haber un principio de selección de vacío que
discrimina un único punto en el paisaje —presumiblemente nuestro punto. Dicho
principio, si existe, podría ser matemático, quizá una demostración de que sólo una
de las muchas soluciones aparentes de la teoría de cuerdas es realmente consistente.
Pero, si lo hay, las matemáticas de la teoría de cuerdas han ido en sentido contrario,
hacia una no unicidad cada vez mayor. He oído decir a algunos que el Principio de
selección de vacío debe ser cosmológico; el nacimiento del universo sólo pudo
suceder de una única manera que condujo a un ambiente igualmente único. Pero el
principio de selección de vacío es muy parecido al monstruo del lago Ness: a menudo
se afirma que existe, pero nadie lo ha visto nunca. En consecuencia, muchos de
nosotros empezamos a sospechar que no existe en absoluto. Incluso si existe un
mecanismo semejante, las probabilidades de que las leyes de la física resultantes
estuvieran bien ajustadas con la increíble precisión necesaria para nuestra existencia
seguirían siendo despreciables. Yo tengo la sensación de que un genuino principio de
selección de vacío sería con gran probabilidad un desastre.
¿Cuál es la alternativa? La respuesta es que la Naturaleza hace uso de algún modo
de todas las posibilidades. ¿Hay un mecanismo natural que habría poblado un
megaverso con todos los ambientes posibles, transformándolos de posibilidades
matemáticas en realidades físicas? Esto es lo que cree un número cada vez mayor de
físicos teóricos —yo mismo incluido—. Llamo a esta idea el paisaje poblado[84].
En este capítulo explicaré la idea principal del punto de vista del paisaje poblado:
mecanismos que descansan en principios físicos bien comprobados dan lugar a un
número enorme, o incluso infinito, de universos de bolsillo, y todos y cada uno de los
Estabilidad y metaestabilidad
El agua se congela a una temperatura de 0 °C. Sin embargo, podemos enfriar agua
muy pura a una temperatura inferior sin que se haga sólida siempre que lo hagamos
lentamente y con mucho cuidado. El agua líquida por debajo de la temperatura de
congelación se llama agua sobre-enfriada.
El agua sobre-enfriada sólo algo por debajo de la temperatura de congelación
usual puede durar mucho tiempo. Pero la introducción de un trozo pequeño de hielo
corriente hará que el agua cristalice repentinamente a su alrededor y forme un cubo
de hielo rápidamente creciente. Igual que la hielonina destruyó el mundo, el cubo de
hielo real dominará rápidamente todo el volumen del agua.
Poner el cristal de hielo en el agua sobre-enfriada es muy similar a darle a la bola
rodante un empujón por encima de la colina vecina. Es el suceso que empuja al
sistema «por encima del borde». En el caso de la bola rodante, el empujón tiene que
ser suficientemente fuerte para llevarla por encima de la barrera. Un empujón
minúsculo no lo hará. La bola volverá rodando a la posición de partida. Lo mismo es
cierto para el agua sobre-enfriada. Si el cristal de hielo es más pequeño que un cierto
tamaño crítico, simplemente se volverá a fundir en el líquido que le rodea. Por
ejemplo, un cristal de hielo de sólo unas moléculas de diámetro no llegará a crecer y
dominar.
Pero incluso sin alguien que añada un poco de hielo, el agua sobre-enfriada no
durara eternamente. La razón es que las moléculas del líquido están fluctuando
continuamente, rebotando unas en otras y re-ordenándose. Este movimiento se debe a
las agitaciones térmicas y a las agitaciones cuánticas. De vez en cuando, por
Clonando el espacio
Inflación eterna
Aunque las analogías suelen captar alguna verdad en un sentido que es fácil de
entender, siempre son confusas en otros aspectos. La analogía entre inflación eterna y
Es difícil ver en qué podría estar equivocado el punto de vista del paisaje poblado.
Se sigue de principios bien comprobados. De todas formas, hay cosas que preocupan
seriamente. Quizá la cuestión más incómoda pueda resumirse en la siguiente crítica,
compuesta de varias que he oído.
¿No es cierto que todos los demás universos de bolsillo están más allá de nuestro
horizonte? Por definición, el horizonte divide el mundo en aquellos lugares de los que
podemos obtener información y aquellos lugares que son absolutamente imposibles
de observar. ¿No implica esto que, en teoría, los otros bolsillos son inobservables? Si
es así, ¿qué diferencia pueden suponer? ¿Por qué deberíamos tener que apelar a la
existencia de mundos que no tienen significado operacional para nosotros? El paisaje
poblado suena más a metafísica que a física.
Puesto que pienso que esta cuestión es muy importante, el siguiente capítulo se
dedica por entero a ello. De hecho, podría escribir fácilmente un libro entero sobre el
tema de los horizontes, probablemente lo haré. Pero por ahora me limitaré a
contrastar dos maneras de describir la historia del universo. La primera manera
Muchos mundos
En ese momento pude ver a Stephen en la parte de atrás del auditorio con su
picara y malévola sonrisa. Continué:
Eso fue hace tres años. Entonces Stephen aún creía que él tenía razón y que’T
Hooft y yo estábamos equivocados.
En los primeros días de la guerra había muchos chaqueteros que trataban de
colocarse en el bando vencedor, cualquiera que fuera. Pero Stephen, para su crédito
imperecedero, se mantuvo en sus trece hasta que ya no era posible seguir resistiendo.
Entonces se rindió cortés e incondicionalmente. De hecho, si Hawking hubiera
combatido con menos convicción, probablemente hubiéramos sabido mucho menos
de lo que hoy sabemos.
El punto de vista de Stephen era simple y directo. El horizonte de un agujero
negro es un punto de no retorno. Cualquier cosa que cruce el horizonte queda
atrapada. Para cruzarlo hacia atrás sería necesario superar la velocidad de la luz: una
imposibilidad total según Einstein. Personas, átomos, fotones, cualquier tipo de señal
que pueda portar un mensajero está limitada por la velocidad límite de Einstein.
Ningún objeto o señal puede cruzar desde detrás del horizonte al mundo exterior. El
horizonte del agujero negro es el muro de una prisión perfecta. Los observadores que,
fuera de la prisión, aguardan un informe procedente del interior esperarían una
eternidad para obtener siquiera un solo bit de información de dentro. Al menos ésa
era la visión de Hawking.
Para tener una buena idea de cómo funcionan los agujeros negros sin entrar en las
difíciles matemáticas de la relatividad general, necesitamos una analogía. Por fortuna
tenemos una muy buena que es familiar y fácil de entender. No estoy seguro de quién
fue el primero que la utilizó, pero yo la aprendí o, al menos, una similar, del físico
canadiense Bill Unruh. Volvamos al lago infinito y poco profundo que utilizamos en
el capítulo anterior para ilustrar un universo que se infla. Pero ahora no necesitamos
las tuberías de alimentación que inyectan agua nueva en el lago. En su lugar
introducimos un desagüe en el centro. El desagüe es un agujero en el fondo del lago
que permite que el agua escape, quizá vaciándose en algún lecho rocoso que hay
debajo. Introduzcamos también algunas barcas con observadores en el lago.
Los observadores deben obedecer dos reglas. La primera es que sólo pueden
comunicarse por medio de ondas de superficie, es decir, rizos en la superficie del
lago. Pueden agitar sus dedos en el agua para irradiar ondas. La segunda regla es
Con la posible excepción de Einstein, Niels Bohr fue el más filosófico de los
padres de la física moderna. Para Bohr, la revolución filosófica que acompañó al
descubrimiento de la mecánica cuántica era la complementariedad. Esta
complementariedad de la mecánica cuántica se manifestaba de muchas maneras, pero
el ejemplo favorito de Bohr era la dualidad onda-partícula que había sido impuesta en
la física por el fotón de Einstein. ¿Es la luz una partícula? ¿O es una onda? Las dos
son tan diferentes que parecen totalmente irreconciliables.
De todas formas, la luz es a la vez una onda y una partícula. O más exactamente,
en ciertos tipos de experimentos la luz se comporta como una partícula. Un haz de luz
muy débil que incide en una placa fotográfica deja minúsculos puntos negros:
El principio holográfico
Quizá el error que cometió Hawking es pensar que un bit de información tiene
una localización definida en el espacio. Un ejemplo sencillo de un bit cuántico es la
polarización de un fotón. Cada fotón tiene un sentido de giro. Imagine el campo
eléctrico de un fotón cuando se mueve. La punta del campo eléctrico se mueve con
un movimiento helicoidal, un movimiento de tipo sacacorchos. Piense que usted
mismo va tras el rayo de luz. El movimiento de sacacorchos puede ser o en el sentido
de la agujas del reloj o en sentido contrario. En el primer caso, los fotones que
constituyen el haz se llaman fotones dextrógiros; en el segundo caso, son levógiros.
Es el sentido en el que usted tendría que girar un destornillador para introducir un
tornillo en la pared que tiene delante. Los tornillos corrientes son dextrógiros, pero
ninguna ley de la Naturaleza prohíbe tornillos levógiros. Los fotones se dan en ambos
tipos. La diferencia se denomina polarización circular del fotón.
La polarización de un único fotón está compuesta de un único bit cuántico de
Resumiendo
Eslóganes
Un tema ha sido el hilo conductor en nuestro largo y sinuoso viaje desde los
diagramas de Feynman hasta los universos burbujeantes: nuestro universo es un lugar
extraordinario que parece estar fantásticamente bien diseñado para nuestra propia
existencia. Este carácter especial no es algo que podamos atribuir a un feliz accidente,
lo que es demasiado improbable. Las coincidencias aparentes piden a gritos una
explicación.
Una historia muy popular, no solo entre el gran público sino también entre
muchos científicos, es que un «superarquitecto» benevolente diseñó el universo con
un propósito[94]. Los abogados de esta idea, el diseño inteligente, dicen que es
completamente científica y encaja perfectamente los hechos de la cosmología tanto
como los de la biología. El diseñador inteligente no sólo escogió leyes de la física
excelentes sino que también guió la evolución biológica a lo largo de su cadena
improbable, desde las bacterias al Homo sapiens. Pero, aunque emocionalmente
reconfortante, está es una explicación intelectual-mente insatisfactoria. Quedan sin
responder: quién diseño al diseñador, mediante qué mecanismo interviene el
diseñador para guiar la evolución, si el diseñador viola las leyes de la física para
conseguir sus objetivos y si el diseñador está sometido a las leyes de la mecánica
cuántica.
Hace ciento cincuenta años, Charles Darwin propuso una respuesta para las
ciencias de la vida que se ha convertido en clave de la biología moderna: un
mecanismo que no necesita diseñador ni propósito. Las mutaciones aleatorias,
combinadas con competición en la reproducción, explican la proliferación de especies
que finalmente llenan cada nicho, incluyendo criaturas que sobreviven gracias a su
ingenio. Pero la física, la astronomía y la astronomía se quedaron rezagadas. El
darwinismo puede explicar el cerebro humano, pero el carácter especial de las leyes
de la física ha seguido siendo un rompecabezas. Dicho rompecabezas quizá esté
dando, finalmente, teorías físicas que igualan a la teoría biológica de Darwin.
Los mecanismos físicos que he explicado en este libro comparten dos
ingredientes claves con la teoría de Darwin. El primero es un enorme paisaje de
posibilidades, un espacio enormemente rico de diseños posibles[95]. Hay más de diez
mil especies de aves, trescientas mil especies de escarabajos y millones de especies
De la mecánica newtoniana.
De la mecánica cuántica:
De la cosmología:
Si este libro tuviera que reducirse a una simple idea, ésa sería que el gran
principio organizador de la biología y la cosmología es:
¿Consenso?
Si las ideas que he expuesto resultan correctas, nuestra visión del mundo va a
expandirse mucho más allá de las actuales fronteras provincianas hasta algo mucho
más imponente: mayor en el espacio, mayor en el tiempo y mayor en posibilidades.
Si esto es correcto, ¿cuánto hará falta para el cambio de paradigma? Aunque el
terreno está cambiado, las cosas son a menudo demasiado confusas, las aguas
demasiado turbias para ver claramente, siquiera a pocos años vista. Durante ese
tiempo es casi imposible que los ajenos al tema sepan qué ideas son serias y cuáles
son especulaciones marginales. Incluso para los iniciados es difícil saberlo. Mi
objetivo principal al escribir este libro no es el de convencer al lector de mi propio
punto de vista; las discusiones científicas se hacen mejor en las páginas de las
revistas técnicas y las pizarras de las aulas de seminarios. Mi objetivo es exponer la
batalla de ideas que va a tener un lugar central en la corriente principal de la ciencia,
de modo que los lectores normales puedan seguir las ideas conforme se desarrollen y
experimenten así el drama y la emoción que yo siento.
Siempre me ha fascinado la historia de las ideas científicas. Cómo llegaron los
grandes maestros a sus ideas me interesa tanto como las propias ideas. Pero no todos
los grandes maestros están muertos. El presente —exactamente ahora— es un tiempo
maravilloso para observar a los Weinbergs, Wittens, ‘T Hoofts, Polchinskis,
Maldacenas, Lindes, Vilenkins… mientras luchan por un nuevo paradigma. Por lo
que puedo deducir, esto es lo que piensan mis colegas más distinguidos. Abordaré
primero a los físicos y luego a los cosmólogos.
Steven Weinberg, más que cualquier otro físico, es responsable del
descubrimiento del modelo estándar de la física de partículas. Steve no es una
persona imprudente y es probable que sopese la evidencia al menos con tanto cuidado
como cualquiera. Sus escritos y conferencias dan a entender claramente que para él la
prueba, si no definitiva, sí sugiere con fuerza que alguna versión del principio
antrópico puede desempeñar un papel en determinar las leyes de la física. Pero sus
propios escritos expresan pesar, pesar por un «paradigma perdido». En su libro de
Lee Smolin ha intentado explicar las propiedades muy especiales del mundo —las
propiedades antrópicas— por una analogía directa con la evolución darwiniana, no en
el sentido probabilístico general que expliqué antes sino de una manera mucho más
específica[101]. En su favor hay que decir que Smolin comprendió pronto que la teoría
de cuerdas es capaz de describir un tremendo conjunto de posibles universos, e
intentó utilizar esto de una manera imaginativa. Aunque creo que la idea de Smolin
Con el tiempo, con ayuda de los cosmólogos, los peces llegaron a darse
cuenta de que habitaban en un planeta que giraba alrededor de un reactor
nuclear brillante —una estrella— que proporcionaba el calor que calentaba su
agua. La pregunta que había obsesionado a sus mejores mentes iba a tomar
una forma totalmente nueva. El universo es grande. Tiene muchas estrellas y
planetas, y una pequeña fracción está a la distancia adecuada para que haya
agua líquida y peces.
Pero algunos físicos no están contentos con la respuesta. Afirman
correctamente que la temperatura depende de algo más aparte de la distancia
Pero nunca fue la intención de los peces cosmólogos explicar todas las
características de la Naturaleza. Su afirmación de que el universo es grande y
contiene una amplia variedad de ambientes es tan válida como siempre. La crítica de
que el principio ictrópico no puede explicar todo es un hombre de paja, montado por
los peces físicos solo para derribarlo.
Hay paralelos muy estrechos entre esta historia y el caso del principio antrópico.
Un ejemplo incluye la constante cosmológica y la grumosidad del universo primitivo.
En el capítulo 2, he contado cómo Weinberg explicó el hecho de que la constante
cosmológica sea tan increíblemente pequeña: si fuera mucho mayor, los muy
pequeños contrastes de densidad (grumosidad) en el universo no podrían haber
crecido para dar galaxias. Pero supongamos que los contrastes de densidad iniciales
fueran un poco más fuertes. Entonces una constante cosmológica algo mayor podría
ser tolerada. Como en el caso de la distancia y la luminosidad de la estrella, hay un
rango de valores posibles para la constante cosmológica y la grumosidad que
permiten la vida, o al menos las galaxias. El principio antrópico por sí mismo es
impotente para escoger entre ellos. Algunos físicos toman esto como evidencia en
contra del principio antrópico. Una vez más, lo considero un hombre de paja.
Pero es posible que con ingredientes adicionales los peces físicos y los físicos
humanos podríamos hacerlo mejor. Acudamos a los peces astrofísicos: los expertos
en cómo se forman y evolucionan las estrellas. Estos peces científicos han estudiado
la formación de estrellas a partir de nubes de gas gigantes y, como se esperaba,
encuentran que es posible un rango de luminosidades. No hay forma de estar seguros
de la luminosidad estelar sin elevarse por encima de la superficie y observar la
estrella, pero aun así parece que algunos valores de la luminosidad son más probables
que otros. De hecho, los peces astrofísicos encuentran que la mayoría de las estrellas
de larga vida deberían tener una luminosidad de entre 1026 y 1027 vatios. Su estrella
está probablemente en este rango.
Ahora intervienen los peces cosmólogos. Con tal luminosidad el planeta tendría
que estar a unos ciento cincuenta millones de kilómetros para tener un clima
suficientemente templado para que haya agua líquida. Esa predicción no es tan
absoluta como a ellos les gustaría. Como todas las afirmaciones probabilísticas,
podría ser errónea. Pese a todo, en mejor que ninguna predicción.
Lo que tienen en común estas dos situaciones —una que incluye agua líquida y
otra la formación de galaxias— es que las consideraciones antrópicas (o ictrópicas)
por sí solas no son suficientes para determinar o predecir todo. Esto es inevitable si
Cantor dijo que lo mismo podía hacerse con conjuntos infinitos (o los que él
llamaba transfinitos). Tomemos, por ejemplo, los enteros pares y los enteros impares.
Hay un número infinito de cada tipo, pero ¿es el mismo número infinito?
Alineémoslos y veamos si podemos hacer que se emparejen de tal forma que haya un
impar por cada par. Los matemáticos llaman a esto una correspondencia uno-a-uno.
Notemos que las dos listas contienen finalmente a cada entero par y cada entero
impar; ninguno queda fuera. Además, encajan exactamente, de modo que Cantor
concluyó que el número de impares y el de pares son el mismo numero, incluso si
ambos son infinitos.
¿Qué pasa con el número total de enteros, pares e impares? Ése es obviamente
mayor que el número de enteros pares —dos veces mayor. Pero Cantor discrepaba.
Los enteros pares pueden emparejarse exactamente con la lista de todos los enteros
Según la única teoría matemática de los números infinitos, la teoría que construyó
Cantor, ¡el número de enteros pares es igual al número de todos los enteros! Lo que
es más, el conjunto de números divisibles por 10 —10, 20, 30, 40, etcétera— tiene
exactamente el mismo tamaño infinito. Los enteros, los enteros pares o impares, los
enteros que son divisibles por diez… todos son ejemplos de lo que los matemáticos
llaman conjuntos infinitos numerables y todos son igualmente grandes[104].
Hagamos un experimento mental que implique números infinitos. Imaginemos
una bolsa infinita llena con todos los enteros escritos en trozos de papel. Éste es el
experimento: agitamos primero la bolsa hasta mezclar completamente los trozos.
Ahora metemos la mano y sacamos un único entero. La pregunta es: ¿cuál es la
probabilidad de que hayamos sacado un entero par?
La respuesta ingenua es simple. Puesto que la mitad de los enteros son pares, la
probabilidad debe ser un medio, el cincuenta por ciento. Pero no podemos hacer este
experimento realmente porque nadie puede hacer una bolsa infinita de enteros. De
El comienzo de la inflación
Supercuerdas en el cielo
una interpretación demasiado literal. Los físicos utilizan a veces palabras como
diseño, agente o incluso Dios como metáforas de algo que no se conoce, punto. He
utilizado el término agente por escrito y lo he lamentado desde entonces. Einstein
hablaba a menudo de Dios: «Dios es sutil, pero no malicioso», «Dios no juega a los
dados», «Quiero saber cómo creó Dios el mundo». La mayoría de los comentaristas
cree que Einstein estaba utilizando el término Dios como una metáfora de un
conjunto ordenado de leyes de la naturaleza. <<
a Univers without Design (Norton, Nueva York, 1996). Dawkins invoca la metáfora
de un relojero ciego para describir cómo la evolución creó ciegamente el universo de
la biología. La metáfora podría extenderse fácilmente a la creación del cosmos. <<
Personalmente, prefiero cómo suena megaverso. Mis disculpas para los entusiastas de
multiverso. <<
electrones. <<
masa. <<
Quest for the Ultímate Theory (Norton, Nueva York, 2003). [Hay traducción en
castellano: El universo elegante. Crítica, Barcelona, 2005.]. <<
hidrógeno.
La constante de estructura fina apareció por primera vez en la teoría del espectro del
hidrógeno. <<
hacer». <<
<<
los «inventos del profesor Franz de Copenhague» que se publicaban en el TBO. (N.
del t.). <<
la luz, las perturbaciones de presión llamadas ondas sonoras y las ondas que viajan de
un lado a otro de una larga cuerda cuando se agita un extremo dé la misma. En
conjunto, las ecuaciones para fenómenos de este tipo se denominan ecuaciones de
ondas. <<
terminé de escribir El paisaje cósmico, un año después, los buitres ya habían acudido
en masa. <<
superficiales. <<
constante cosmológica. Como veremos, una constante cosmológica puede alterar las
conclusiones de manera significativa. <<
palabras, algunos de los electrones han sido separados de los núcleos y están libres
para moverse a través del gas, sin estar ligados a los átomos. <<
2003). <<
cuerdas. <<
protón. <<
sensible a las diversas constantes. Algunos lo pondrían en un dos por ciento. Otros,
Steven Weinberg entre ellos, pondría el número en aproximadamente un diez o
quince por ciento. Pero todos coincidirían en que se necesita un ajuste fino para
asegurar un suministro importante de carbono. <<
no es así en absoluto. De hecho, Smolin es un buen amigo por quien siento gran
admiración. De todas formas, nuestras opiniones sobre este tema en concreto son
fuertemente discordantes. <<
Pueden considerarse partículas por derecho propio o como quarks que van hacia atrás
en el tiempo. <<
inicialmente, los nucleones y sus parientes próximos eran las partículas más pesadas
conocidas. Mesón indica algo intermedio. Los mesones son más ligeros que los
nucleones pero mucho más pesados que el electrón. <<
todo el espacio. Yo siempre lo imagino como gelatina incolora. Se suponía que la luz
consistía en vibraciones en el éter. En el siglo XIX se esperaba que alguien que se
moviera con respecto al éter encontraría que la velocidad de la luz era alterada por el
movimiento del observador. <<
partir de la desviación de las partículas alfa, dedujo que el átomo contenía electrones
ligeros en órbita en torno a un núcleo minúsculo y pesado. Éste fue el primer
experimento de la física de partículas moderna. <<
no abeliana un año después del trabajo de Pauli. La única razón para no incluirlo en
mi historia es que Yang y Mills estaban motivados en parte por ciertos hechos
empíricos sobre núcleos que no fueron conocidos hasta después de mi fecha corte de
1 de enero de 1900. <<
veces más pesado), Rabi dijo, «¿Quién lo encargó?». Sin duda se estaba refiriendo a
la aparente arbitrariedad de las partículas elementales. <<
<<
sucesos a partir del resultado —en este caso, la radiación de Hawking—. Tal
reconstrucción sería increíblemente compleja, pero en principio, es tan posible como
ver el mundo corriente a través de la luz emitida y reflejada por objetos. <<
cósmico estaba en las últimas fases de edición, leí por casualidad un ensayo de
Richard Dawkins titulado «Darwin Triumphant» (reimpreso en A Devil’s Chaplain:
Reflections on Hope, Lies, Science, and Love, Houghton Mifflin, Nueva York, 2003)
en el que Dawkins utiliza el término paisaje exactamente en el mismo sentido en que
yo lo estoy utilizando aquí. Algunos de los conceptos son tan similares a los de este
libro que inicialmente pensé que Dawkins había tenido acceso a los ficheros de mi
ordenador. Pero para plagiar mi obra tenía que haber resuelto el problema del viaje en
el tiempo. «Darwin Triumphant» fue escrito en 1991 y publicado ese año en Man and
Beasts Revisited, ed. M. H. Robinson and L. Tiger (Smíthsonian Institution Press,
Washington D. C.). <<
Berkeley. <<
anunciado que Gross, y otros dos colegas, han sido galardonados con el premio
Nobel por sus trabajos sobre QCD. <<
incluso erizos de mar serían soluciones de las ecuaciones de la física. Pero no es así.
Si el planeta fuera suficientemente grande para mantener una atmósfera, la gravedad
tiraría rápidamente del material para formar una bola. No todo es posible. <<
y los enteros impares— son lo que los matemáticos llaman un conjunto infinito
numerable. El número de números reales, todos los decimales posibles, es un
conjunto mucho mayor que no puede ponerse en correspondencia uno-a-uno con los
enteros, ¡pero todos los conjuntos numerables son del mismo tamaño! Los universos
de bolsillo son como los enteros, pues son cosas que se pueden contar. <<