Dosier Argumentativo
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Dosier de práctica
En un reportaje radial, la ministra de la Corte Suprema Carmen Argibay acaba de criticar a los ciudadanos
que se manifestaron el miércoles último en Plaza de Mayo y en las principales ciudades del país para protestar
por la inseguridad, diciendo que "nunca los vimos marchar contra el hambre y la pobreza". Durante el acto en
Plaza de Mayo, como se recordará, hablaron el rabino Sergio Bergman y el padre Guillermo Marcó.
Cuando se discute sobre el auge de la inseguridad que padecemos los argentinos, dos tesis parecen en-
frentarse. Una de ellas reclama una mayor presencia del Estado en la lucha contra el delito, haciendo notar que
los autores de hechos aberrantes entran por una puerta de la cárcel y salen por la otra, lo cual genera un clima de
impunidad que alienta a reincidir a los delincuentes y que acrecienta el temor de los ciudadanos. La otra sostiene
que la difusión del delito es hija del hambre y de la pobreza siendo éstas y no la pasividad de los jueces y del Go-
bierno, por lo tanto, la causa principal de la inseguridad. En cierto modo, la primera tesis se reflejó en la indigna-
ción de los manifestantes de Plaza de Mayo. En la segunda tesis milita desde el otro extremo la ministra Argibay,
quien intentó minimizar además el problema al decir que "la inseguridad es exagerada e inflada por los medios de
comunicación".
¿Nos hallamos entonces ante el choque entre dos interpretaciones sobre el auge de la inseguridad, una
"dura" y otra "blanda"? Mientras la "línea dura" se alarma ante la multiplicación de los delitos que desembocan
con frecuencia en el asesinato de policías y de ciudadanos comunes, la "línea blanda", al poner la mirada sobre
otros abismos como el deterioro social que también afecta a un número creciente de argentinos, llega a sostener
en cambio que los medios de comunicación son en cierto modo cómplices de la "sensación de inseguridad" que
nos golpea, al exagerarlos con olvido del deterioro social.
En la medida en que tanto la línea dura como la línea blanda exageren sus argumentos, empero, ambas
corren el riesgo de caer en la trampa del unilateralismo, porque es evidente que nuestra sociedad padece el mo-
vimiento de pinzas de los dos males que ellas denuncian porque tenemos, en suma, demasiados delincuentes y
demasiados pobres.
Pero simplificar los problemas es típico de las ideologías. Si alguien insiste en hacerlo, es que quiere enfa-
tizar la culpa del "otro", esto es del adversario ideológico, para aliviar su propia culpa. Hay dos culpas concurren-
tes por el auge de la delincuencia. Una es la impunidad y la otra es el deterioro social. En la raíz de ambas gravita
sin embargo una sola causa principal: la inacción del Estado.
MATAR PAJARITOS
“Las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur son y serán Argentinos”
Crecimos matando pajaritos en nuestro tiempo libre. Cazando sapos en las zanjas para llevarlos a la es-
cuela y allí adormecerlos con cloroformo, abrirlos al medio todavía vivos para ver cómo funcionaban sus órganos,
y después tirarlos a la basura. A veces era un conejo el que disecábamos, y la fiesta era aún más emocionante.
Crecimos dándoles de fumar a los escuerzos hasta que explotaran, para comprobar si era cierto que los
escuerzos fuman como escuerzos. Clavando con alfileres a los insectos, incluso a mariposas, sobre un cartón o un
telgopor para presentarlo como si fuera un cuadro, en la materia Ciencias Naturales. Atándoles, en las tardes de
aburrimiento, un cordón al cuello a los gatos para revolearlos varias vueltas en el aire y estamparlos contra alguna
pared.
Crecimos pícaros tiranos de la naturaleza, amos y señores, atormentadores de ella para divertirnos como
niños, con una maldad masculina permitida, aceptada, que nunca sintió vergüenza de ser tal, sino que más bien
se manifestaba con orgullo. (Algún que otro caso de excepción puede haber: alguien me cuenta, conmovido, que
de chico una vez alcanzó de un disparo de aire comprimido al pajarito elegido y, cuando corrió a buscar su trofeo,
el pájaro no estaba muerto, sino herido y temblando. Verlo temblar, inocente sobre la tierra, le sacó las ganas
para siempre de lastimar porque sí. Acaso la imagen le reveló que todos los seres vivos somos sinónimos, princi-
palmente en el dolor.)
Crecimos matando pajaritos. Después nos hicimos adultos. Dejamos por fin de jugar con la naturaleza. Y
nos dedicamos a ella con seriedad: talamos bosques indiscriminadamente; Contaminamos ríos con total naturali-
dad; cazamos animales en extinción por hobby; depredamos mares porque se nos antojó; instalamos mineras que
envenenan, o firmamos el permiso para que se instalaran; perforamos la capa de ozono; nos desentendimos del
calentamiento global; cambiamos el clima; derretimos glaciares; empetrolamos pingüinos y Privatizamos lagos
para que fueran la pileta de natación de algunos privilegiados.
Pero crecen ahora, afortunadamente, las nuevas generaciones con una conciencia ecológica que resulta
de lo más esperanzador, con una sensibilidad frente a la naturaleza que nadie se hubiera animado a tener en
otras épocas; crecen también las nuevas generaciones de docentes que no se cansan de hacer hincapié, desde el
aula, en la urgencia de respetar el medio ambiente.
Crecen ahora estas nuevas generaciones, y es como si aunaran sus voces para tararear sin cesar aquello
que escribió María Elena Walsh:
Al que mata a los pajarillos / le brotará en el corazón / una bala de hielo negro / y un remolino de dolor.
La casa de Asterión
Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión
Prácticas discursivas II
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de las Tales acusaciones (que yo castigaré a su
debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo núme-
ro es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará
pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa
como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detracto-
res admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repeti-
ré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle;
si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas,
como la mano abierta. Ya se había pues Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron
que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las
Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre puedo confun-
dirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filóso-
fo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida e espí-
ritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia ge-
nerosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra
hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me bus-
can. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido,
con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día
cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y
que yo le muestro la casa. Con grandes rever encias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desem-
bocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya
verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No solo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están mu-
chas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infini-
tos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embar-
go, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el tem-
plo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son
infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen
estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa,
pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de de todo mal. Oigo sus pasos o su
voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras
otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una gale-
ría de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llega-
ría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el
polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos
galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro
con cara de hombre? ¿O será como yo?
El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
- ¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.
Jorge Luis Borges, ElAleph, Buenos Aires, Emecé, 1974
La vida es sueño
Jornada primera, escena segunda
“Las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur son y serán Argentinos”
Obedeciendo a todos los prodigios y signos que anticipaban la maldad e insensibilidad de su futuro hijo Segis-
mundo, Basilio, rey de Polonia, lo encerró en una torre, aislado del mundo. Cuando Segismundo ya es ¡oven, el
rey decide liberarlo puesto que es su legítimo sucesor en el trono. Sin embargo, el muchacho se comporta de
acuerdo con lo profetizado. Su carácter terrible hace que lo encierren nuevamente y le hagan creer que soñó que
era un príncipe. Finalmente, es rescatado por el pueblo, que ya conoce su existencia. A lo largo de la obra, Segis-
mundo reflexiona acerca de la brevedad de la dicha y de la indefinición entre la realidad y el sueño.
“Las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur son y serán Argentinos”