Contreras Gil Francisco Casas Encantadas PDF

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Puertas que se abren y se cierran solas, muebles que son movidos por

fuerzas invisibles, sombras e imágenes que aparecen súbitamente en cualquier


habitación, pasos que se escuchan en salas abandonadas, a veces gritos, otras
gemidos, golpes fuertes o sordos… Estos son algunos de los fenómenos que
ocurren en las llamadas casas encantadas. El resultado es primero el desconcierto y
después el miedo cercano al pánico entre las personas que han vivido estas
experiencias. Sí, porque la realidad es que son decenas los casos en los que estos
fenómenos han sido relatados por numerosos testigos, muchas veces en medio de
la incomprensión e incredulidad de los que los rodean. Pero ¿simplemente mienten
para alcanzar notoriedad o por algún otro motivo?, ¿sencillamente fantasean o
exageran?, ¿es su cerebro el que los engaña?, ¿son solo víctimas de su propio
miedo? o ¿es posible que exista otra realidad que se manifiesta de modo y manera
que no alcanzamos a comprender?

En este libro hallará un compendio de los casos más sorprendentes e


insólitos de casas encantadas. De la mano de un periodista especializado, usted
conocerá el testimonio de los testigos, sabrá los hechos y los datos, las pruebas y
las teorías. Una obra sorprendente, que va más allá de lo cotidiano, de lo que
conocemos, que nos lleva a lugares y hechos en los que no estamos seguros de
nada, que nos producen desasosiego y a veces miedo. Pero están ahí. Esperando
respuestas. ¿Se atreve?
FRANCISCO CONTRERAS GIL

CASAS ENCANTADAS

Cuando el misterio cobra forma

www.edaf.net

MADRID - MÉXICO - BUENOS AIRES - SAN JUAN - SANTIAGO - MIAMI 2011


ISBN: 978-84-414-2082-3

© 2002 Francisco Contreras Gil

Diseño de la cubierta: © A 2

© 2002-2012 Editorial EDAF, S.L.U.

Jorge Juan 68. 28009 Madrid (España)

www.edaf.net
A mi abuelo Francisco Contreras López, quien me enseñó los valores más
importantes de esta vida.

«Papaíto», estoy seguro que disfrutarás con este libro desde las estrellas.A Maite,
mi madre, y a Toni, mi hermano,gracias por vuestro cariño, amistad y esfuerzo
ante la adversidad y por creer en mí.

A Iker Jiménez Elizari, un reportero de raza. Compañero de andanzas en el


quijotesco mundo del misterio. Un excepcional, irreemplazable y fiel amigo en esta
aventura que es la vida.

A Mari Sol Montes Morlanes, una persona muy especial que el «destino» cruzó en
mi vida durante un viaje por el mar Rojo y con la que tengo la inmensa suertede
compartir el día a día. Sahms, gracias por ser como eres y por lo que me haces
sentir cuando estoy contigo.
Agradecimientos

Esta monografía era solamente un proyecto que se ha hecho realidad gracias


a muchas personas.

Gracias a:

Sebastián Vázquez e Iker Jiménez, por confiar en mí.

Miguel y Bernardo Rivavelarde, ya que es un privilegio que este libro tenga


una pincelada de su creatividad artística.

Santiago Vázquez, padre e hijo, por darme aquella primera oportunidad


profesional en el programa «Dos en la Madrugada», de Radio Intercontinental de
España.

Enrique Muro y Antonio Muro, por todo lo que disfruté y aprendí haciendo
radio con «Diálogos en la Nueva Era», en el ente público Radio Televisión Madrid.

Fernando Jiménez del Oso, por apostar en un joven novel en el mundo de la


prensa escrita para coordinar una sección de noticias.

Carmen Porter, infatigable compañera de proyectos, aventuras e ilusiones.

Javier Sierra, compañero en los avatares periodísticos y en el que he


descubierto un amigo.

Santiago Camacho, Julio Barroso, Paco Mañez, Rafael Rivera, J. M. Bautista,


Rafael Cabello, José María Casas Huguet, Enrique de Vicente y Pablo Villarubia,
por sus aportaciones desinteresadas a esta monografía.

Carlos Soria, José Luis Muñoz, Arturo García Sosa, Rubén Molina Casín y
tantos otros que me han brindado su amistad y apoyo.
Y, por último, a todas aquellas personas que un día me contaron una
experiencia que les ha marcado para el resto de su vida en un gesto de nobleza y
valentía. El testimonio, algunos de ellos señalados por la tragedia, de aquellos que
vieron cómo la armonía y tranquilidad diaria era rota por fenómenos inexplicables.
Sinceramente, gracias por confiar en este periodista en busca del misterio.
Prólogo

Cuando me asomé al interior de aquel ventanuco vi dos guantes negros cruzados


sobre la mesa y un sombrero bombín. Las escaleras conducían hacia una estancia superior y
el papel de las paredes, como arrancado a jirones, desvelaba un interior de yeso sucio que
invadía casi todo el salón.

La casa abandonada, aislada a las afueras del pueblo, suscitaba comentarios en


aquella aldea desde hacía por lo menos medio siglo. Yo tenía diecisiete años y un vivo
interés —pasión quizá fuese más correcto— por todo lo que tuviese que ver con el misterio.

Introduje con parsimonia la pequeña grabadora y esperé. En el exterior, con el frío


de enero calando en los huesos, recordé el horrible crimen que, hacha en mano, allí se había
cometido años atrás convulsionando al tranquilo pueblo. Por un momento creí escuchar el
fluir de agua, como si aquellas viejas cañerías volviesen a revivir… y pasos ligeros —
¿quizá de un niño?— que bajaban por la escalinata.

Salí de allí como alma que lleva el diablo, atravesando los montes y la noche con un
miedo difícil de describir pero que seguro muchos conocen. Quizá es el mismo que miles de
personas han sentido desde el principio de la Historia al comprobar cómo en sus propios
domicilios lo imposible estaba ocurriendo.

Por eso se publica este libro: para saber más de determinados lugares donde ocurren
cosas inexplicables. Para adentrarnos en la profunda inquietud que provocan.

Desde las crónicas de piedra del Imperio Romano hasta los expedientes policiales de
las comisarías de hoy, se ha dado fe de emplazamientos concretos en los que formas,
sombras y supuestos espectros se presentaban ante los moradores. En las que voces
infantiles surgidas de la nada y poderosas manos invisibles golpeaban objetos y enseres
acosando a quienes osaban adentrarse en ellas. Conscientes de ello publicamos este libro
quizá para comprobar si el avance científico y técnico nos ha permitido descubrir algo más
acerca las extrañas leyes a las que parecen obedecer estos fenómenos. Para saber hasta
donde ha llegado el ser humano en el estudio, experimentación y enfrentamiento con ellos.

El autor de esta obra, reportero de raza, ha vivido el enigma muy de cerca, a pecho
descubierto y sin red, pasando muchas horas dentro de esos lugares y siendo testigo de
fenómenos que tienen difícil explicación. Son incidentes sin solución que acaban sepultados
en lo más profundo de algunos archivos y que Francisco Contreras ha desempolvado
pacientemente. Además, haciendo puente con el presente, ha acudido raudo, grabadora y
cámara fotográfica en ristre, a todos esos enclaves —desde palacios añejos hasta bloques de
casas modestas de obreros— en los que han sucedido nuevos casos en los últimos años. Y
allí, en el epicentro de lo insólito, ha rastreado, entrevistado, observado y buscado
respuestas.

Para sumergirnos en las páginas que vienen a continuación hace falta el acopio de
cierto valor: algunos casos, lo advierto, son francamente desasosegantes; demostrativos de
que algo que se escapa a nuestro conocimiento se manifiesta por alguna razón. Y eso
inquieta.

Sin embargo, el reto merece mucho la pena.

¡Ah! Por cierto… en aquella cinta se grabaron sonidos. Gritos de mujer audibles y
escalofriantes que nunca he podido olvidar.

¿Una casa encantada? Quién sabe…

IKER JIMÉNEZ
Capítulo 1

Cara a cara con lo imposible

«Uno no puede hablar del misterio,

uno debe ser cautivado por él».

RENÉ MAGRITTE

Nunca podré olvidar aquel día. Me encontraba en el madrileño bar Picos de


Europa acompañado por María Ángeles, una de las muchas personas que había
presenciado diferentes episodios paranormales en su hogar. Durante varias horas
estuvo relatándome, angustiada y presa del pánico, los sucesos que había
observado.

Tras este primer encuentro decidimos visitar su domicilio en un intento de


presenciar in situ los sobrenaturales fenómenos. Mentiría si no admitiera que un
gran escepticismo se adueñó de mí ante la posibilidad de poder presenciar en
directo un poltergeist.

De hecho, en la mayoría de estos casos, periodistas e investigadores siempre


acudimos al lugar de los hechos cuando estos ya han sucedido, pudiendo constatar
solamente las consecuencias de los mismos.

María Ángeles se encontraba visiblemente nerviosa. Buena prueba de ello


fueron los tres intentos fallidos que realizó para introducir la llave en la cerradura
de la puerta. Sus ojos reflejaban el miedo a lo desconocido. Transmitían terror tras
haberse enfrentado al misterio. Una mirada característica en todos aquellos
individuos que han sido, por fortuna o desgracia, protagonistas de acontecimientos
sobrenaturales.

Posteriormente pude inspeccionar detenidamente el apartamento y


conversar con los restantes miembros de la familia. Como presagiaba, no sucedió
nada extraordinario y optamos por marcharnos.

María Ángeles cerraba el portón de su vivienda. Con nosotros abandonaban


el piso sus hijas. Pero cuando apenas habíamos descendido tres o cuatro escalones,
comenzaron a sonar unos golpes. Retrocedí rápidamente y volví a la entrada. Las
percusiones eran estremecedoras. No parecían provenir de ninguna zona en
concreto. Retumbaban por diferentes puntos: en los tabiques del vestíbulo, en el
techo, en el frontis de la puerta.

Eran violentos, muy rápidos y ensordecedores. No tenían explicación


alguna.

Dentro de la casa no había nadie. Yo había sido el último en bajar por la


escalera. En aquellos momentos mi lógica se vio truncada. No existían causas
naturales que explicaran el caso. Había sido testigo de un poltergeist.

Desde aquel día entiendo la incomprensión, incluso la soledad, que padecen


todas aquellas personas que han podido presenciar lo inexplicable.

Y quién sabe si usted se encuentre, o sea el próximo, entre los cientos de


testigos que han vivido episodios paranormales. Seguramente se hará las mismas
preguntas que comencé a plantearme desde aquella experiencia.

¿Cuándo empezó a constatarse esta casuística? ¿Cuál es el origen de estos


fenómenos? ¿Qué tipo de fuerzas interactúan en estos lances enigmáticos y
aterradores?

Los orígenes de los poltergeist y las casas encantadas, originariamente


etiquetados como thorbismo, están ligados a la propia historia del hombre.
Revisando las crónicas de la Humanidad podemos averiguar cómo diferentes
civilizaciones y culturas han dejado constancia de estos insólitos episodios.

Una de las primeras referencias la hallamos en unas tablillas de origen


babilónico que datan del año 2000 a.C. En estas planchas arcillosas ya se narra
cómo determinados individuos habían sido protagonistas de la aparición de
sombras errantes, que describían como transparentes.

Sócrates, en el Fedón de Platón (429-347 a.C.), describía en sus legajos cómo


las almas demasiado malvadas, al separarse de sus cuerpos, volvían siempre al
lugar donde habían vivido para vagar por sus sepulcros a modo de castigo.
Otra de las reseñas la localizamos en las Cartas de Plinio el Joven (libro VII,
carta 27), en donde se relatan los extraños acontecimientos que se vivieron en una
casa de la Roma imperial. Atenodoro, filósofo estoico, nacido en Tarso y que llegó
a ser precepto de Augusto, compró una casa en la villa romana a muy bajo precio
debido a su presunto encantamiento.

Durante la primera noche de estancia, y mientras el erudito se encontraba


escribiendo, escuchó algo parecido a un arrastrar de cadenas. Cuando levantó la
mirada apareció ante él una figura fantasmal que le indicaba que le siguiese hasta
el patio. Al llegar al jardín desapareció. Días más tarde narró a los jueces romanos
el suceso. Las autoridades decidieron excavar en el jardín de la villa y encontraron
los restos de un esqueleto. Tras el macabro hallazgo los fenómenos no volvieron a
producirse.

Extrañas visiones como las que tuvo Marco Junio Bruto, uno de los asesinos
del emperador Julio César, a quien, según afirman diversos textos, un espectro le
avisó de su inminente suicidio.

La mitología de diversas religiones y sus correspondientes libros sagrados


también hacen mención sobre estos quiméricos incidentes. Uno de los ejemplos
más notables lo encontramos en el Libro de Job (4, 14-16):

El miedo descendió sobre mí, y el temblor hacía que chocaran mis huesos.
Entonces un espíritu pasó ante mi rostro. Estaba inmóvil, pero no pude discernir
su rostro.
La Iglesia católica puso en práctica estos rituales para exorcizar las casas
infestadas. Los sacerdotes lucharon contra duendes y aparecidos.

Durante la Edad Media y el Renacimiento fue tal el número de denuncias


sobre presuntas casas encantadas o endemoniadas, que las autoridades
eclesiásticas tomaron cartas en el asunto, hasta tal punto que el papa Urbano VIII
(1568-1644) publicó un ritual para tratar estos lares embrujados y poder así
exorcizarlos. Fue el primer responsable de la Iglesia católica que tomó medidas
ante este tipo de incidentes paranormales, pero no el último.

Posteriormente el cardenal Lambertini, que más tarde se convertiría en el


papa Benedicto XIV (1675-1758), promulgó nuevos protocolos para luchar contra
las fuerzas del más allá, como dejó descrito en el libro Servorum Dei Beatificaciones,
capítulo XLIX.

Y es que a pesar de la reticencia, llegando incluso a la censura, que siempre


ha rodeado a esta casuística en la comunidad cristiana, lo cierto es que los
responsables religiosos han estado interesados en esta fenomenología.
La tradición y la Iglesia se unieron en salmos y oraciones protectores de los lugares
supuestamente encantados. En la imagen uno de ellos empleado hasta hace no
mucho tiempo en Villena, Alicante.

De hecho, en la Universidad Lateranense del Vaticano se contaba con un


laboratorio destinado al estudio del mundo paranormal y en la actualidad existen
diferentes sacerdotes que han destacado por sus investigaciones dentro de la
parapsicología, como son el padre Quevedo en Brasil, el reverendo Francois Brune
en Francia o los sacerdotes José María Pilón y Enrique Hellín en España.

Pero ¿cómo se encuentra actualmente el fenómeno? Hoy en día existen dos


enfoques bien definidos para el análisis de estos casos: uno trascendental y otro
científico.
El «señor pezuñas» y las hermanas Fox

El trascendental o espiritual nació paralelamente a la doctrina espirita. Una


corriente espiritual que comienza a cimentarse en el siglo XVII. Nombres ilustres
como Emanuel Swedenborg (1688-1772) dejaron escrito en sus obras, como La
nueva Jerusalén, Arcana celeste o Cielo e infierno —esta última la de mayor relevancia
y editada en Londres en el año 1758—, que en un estado entre la vigilia y el sueño
los vivos se pueden comunicar con los muertos.

A las enseñanzas de Swedenborg le siguieron las del pastor escocés Edward


Irving, en 1830, o las del estadounidense Andrew Jackson Davis, quien en 1844
afirmaba en sus tratados Filosofía armónica, Revelaciones divinas o Los principios de la
Naturaleza las presuntas técnicas de comunicación con las almas de los difuntos.

Pero fueron los presuntos contactos con espíritus de las hermanas Fox,
acaecidos en la barriada de La Arcadia (Nueva York) en el siglo XIX, los que
propulsaron mundialmente el contacto con el «más allá».

El matrimonio metodista protestante compuesto por John y Margaret Fox, y


dos de sus tres hijas, Margaretta y Catherine, de catorce y once años,
respectivamente, jamás hubieran imaginado lo que el destino les iba a deparar.

El 2 de diciembre de 1847 se instalaban en una pequeña villa de Hydesville,


a treinta kilómetros de la localidad de Rochester, en el estado neoyorquino.

A los pocos días el hogar de los Fox se convirtió en el epicentro de extraños


sucesos. Molestos golpes secos rompieron la tranquilidad de la familia.

Una tensión exagerada que quedó reflejada en el diario de John Fox:

Margaretta y Catherine se han trasladado a nuestra habitación por miedo a


los golpes. Llevan ya cinco días produciéndose. Cada vez con más fuerza. Hasta mi
esposa, ayer, junto a la escalera, escuchó lo que parecían cadenas arrastrándose y la
agónica respiración de un hombre que subía tras ella. No hemos querido contarlo a
nuestras hijas. Hoy, sin embargo, ha ocurrido algo más que afianza mi fe definitiva
en dejar este lugar para siempre. Hemos sido despertados por los golpeteos sobre
el muro. Claros y secos. Mi hija menor, Catie, se ha levantado de la pequeña alcoba
y ha caminado entre la oscuridad. Por unos instantes le ha cambiado el gesto. Ha
golpeado con los nudillos en la pared cuatro veces. Yo he cogido mi escopeta, que
desde hace tiempo mantengo junto al jergón. Ha transcurrido poco tiempo, un
instante, y cuatro manotazos horribles se han estampado contra el muro. Uno tras
otro con violencia. Como queriendo indicarnos algo. Mi mujer ya no puede más, y
mis pequeñas, han comenzado a gritar y a llorar diciendo que ya esta aquí otra vez
el «señor pezuñas» […]. Que Dios se apiade de nuestras almas.

Algo o alguien denominado por los Fox como el «señor pezuñas» estaba
haciendo estragos en la familia. Pero inesperadamente la situación dio un giro de
360 grados. Catherine tuvo una idea brillante. Desarrolló un plan de comunicación,
revolucionario hasta la fecha, con el «señor pezuñas».

Tal y como explica en su obra El espiritismo: manual científico popular,


publicado por el jesuita Juan José Franco, las adolescentes desarrollaron un código
de preguntas y respuestas en base a un número de percusiones: un silencio
significaba una negación y un golpe se traducía por una afirmación.
Los contactos de las hermanas Fox fueron el detonante del modern spiritualism.
Margaretta (izquierda) y Catherine (centro) fueron las primeras en entablar
contacto con el «señor pezuñas». Luego se unió Lea (derecha).

El 31 de marzo de 1848, cerca de las once y media de la noche, Catherine y


Margaretta llevaron a la práctica la estrategia y entablaron una conexión con lo
«invisible».
—Haz como yo, «señor pezuñas» —gritaron las jóvenes golpeando
fuertemente con los nudillos uno de los muros del caserón.

Catherine volvió a inquirir:

—¿Eres un hombre?

El silencio se adueñó de la casa de campo de Hydesville.

—¿Eres un espíritu? —volvieron a interrogar al unísono.

En ese preciso momento una repetida retahíla de golpes sacudió los tabiques
del edifico.

Durante aquellas virginales conversaciones con el «otro lado» recibieron un


mensaje escalofriante: el espíritu de un buhonero asesinado años atrás en aquel
lugar era el presunto responsable de los fenómenos parapsicológicos. Habían
entrado en contacto con el mundo de los difuntos.

Sus experiencias telegráficas con el más allá se difundieron rápidamente,


inicialmente por Estados Unidos y posteriormente por Europa, gracias a la visita
de E. E. Lewis, un curioso escritor de Canandiagua (Nueva York), que se apresuró
a entrevistar a los miembros de la familia y realizó un panfleto, que se público en
abril de 1848, y que llevaba por título Informe sobre los misteriosos ruidos escuchados
en la casa del Sr. John D. Fox.

Las hermanas Fox, sin saberlo, se convirtieron oficialmente en las primeras


médiums de la historia del espiritismo y Lewis en el autor de la primera
publicación espiritista. Fueron la piedra angular del denominado modern
spiritualism.

El éxito de la nueva corriente espiritual llamó la atención de psiquiatras,


médicos, filósofos y gran número de reputados científicos. Una revolución social
que llevó a que Catherine y Margaretta realizaran en 1849 la primera demostración
pública de sus facultades en el salón Corinthiam Hall, en la localidad de Rochester
y lugar de residencia de su hermana Lea.

Fue tal el auge del movimiento filosófico-religioso que en 1852 se celebraba


el primer Congreso Espirita en la ciudad de Cleveland y se realizaba una petición
pública, que contó con el respaldo de 14.000 firmas, ante el Senado estadounidense
solicitando que se creara un comité científico para el estudio de estas
manifestaciones.

Las trascendentales teorías se vieron realzadas unos años más tarde, cuando
se halló un esqueleto debajo del caserón de Hydesville.

El rotativo Boston Journal daba la noticia:

A poco más de medio metro los obreros que cavaban han encontrado una
tabla, y después de la tabla, enterrado entre carbón y cal, fragmentos de cabellos y
de huesos que se cree forman parte de un esqueleto humano. Por la tarde se ha
caído parte del muro y un trabajador ha logrado desenterrar un esqueleto humano
casi completo. El hallazgo nos conduce a la teoría de que el asesino, si lo hubo,
primero sepultó el cuerpo en el subsuelo de la casa y luego, temiendo ser
descubierto, lo sacó y lo emparedó entre dos muros.

En 1915 una seguidora espirita compró los terrenos y se volvió a construir un


caserón en memoria de los contactos de las hermanas Fox.

¿Correspondería el cadáver con el asesinado buhonero? ¿El descubrimiento


certificaba los contactos adimensionales de las hermanas Fox?

Las investigaciones posteriores que llevó a cabo J. M. Vacant demostraron


que, efectivamente, el cuerpo que se encontró en los cimientos de la casa encantada
pertenecía a Charles Bryan Rosma, popular comerciante ambulante.

El comité de expertos empezó a realizar diferentes estudios de los


fenómenos. Aquella comisión, en la que se encontraban, entre otros, el doctor
Austin Flint, de la Universidad de Buffalo, no pudo encontrar explicación alguna a
las comunicaciones adimensionales. Periódicos como el New York Tribune abrían
sus ediciones con las multitudinarias sesiones espiritas de la familia Fox.

Lo insólito se mostraba en espectáculos circenses a los que acudían toda


clase de personalidades, como el profesor de química de la Universidad de
Pennsylvania, Robert Hare, el senador y gobernador de Wisconsin Nathaniel
Tallmadge, el escritor y diplomático Robert Daleowen o el juez, posteriormente
presidente del Senado y miembro de la Corte Suprema de Justicia, John Edmons.

Con el tiempo, las hermanas Fox se convirtieron en reclamadas médiums capaces


de reproducir los sonidos del «señor pezuñas». El final de sus vidas fue más triste
de lo que se preveía en un primer momento.

Fue la edad de oro del mundo espiritual pero pocos meses después se
fraguó el principio del fin. Durante una de las exhibiciones públicas en el
Corinthian Hall, un sacerdote llamado Potts subió al estrado y empezó a imitar la
fenomenología paranormal. El reverendo realizó los supuestos raps con los dedos
de sus pies y explicó a toda la concurrencia que esta era la farsante forma de
contactar con espíritus de las hermanas Fox.

Catherine y Margaretta comenzaron a ser repudiadas por una parte de la


sociedad mientras su hermana Lea, para muchos la artífice de los episodios
fraudulentos que rodearon al caso, se había convertido en una dama acaudalada y
famosa. La tensa situación fue la causa por la cual las jóvenes médiums
abandonaran su país y emigraran a Europa.

En mayo de 1888, cuarenta años después de la primera experiencia,


Margaretta publicaba la siguiente carta en el rotativo New York Herald:

El inusitado interés que despertaban las actuaciones de los médiums hizo que se
tuvieran que realizar invitaciones privadas para las sesiones de espiritismo.

El espiritismo es una maldición […]. No importa desde qué punto de vista se


considere, el espiritismo es, ha sido y será siempre una maldición y lazo de
perdición para todos los que con él se mezclen…

Unos meses más tarde, concretamente el día 21 de octubre, se subía al


escenario de la Academia de Música de Nueva York y reconocía que todos los
fenómenos eran ficticios. La concurrencia se quedó completamente atónita
mientras observaba cómo la médium recreaba las percusiones con los dedos de los
pies.

El caso volvió a dar un sorprendente giro de 180 grados doce meses más
tarde. Margaretta se retractaba de lo dicho anteriormente y el 20 de noviembre de
1889 emitía una nueva misiva en los rotativos neoyorquinos, que decía así:

… quiera Dios que pueda reparar el daño causado al movimiento espirita


cuando, bajo el poderoso influjo de sus advertencias, me permití acusaciones que
no se apoyan en hechos reales. Esta retractación la hago no solo inspirada en mis
propios sentimientos de verdad y justicia, sino merced al impulso de los espíritus
que utilizan mi organismo a despecho de la banda de traidores que me hicieron
promesas de felicidad y de riqueza a cambio de mis ataques contra el espiritismo,
promesas que han resultado engañosas […].

Margaretta Fox reconoció, en octubre de 1888, que todo había sido un fraude. Un
año después se retractaba de lo dicho. Como si de una venganza del más allá se
tratara, fallecía alcoholizada y desamparada en 1892.

Las protagonistas del episodio que marcó el denominado Siglo de las Ciencias
sucumbieron como si de una venganza del más allá se tratase.

Margaretta Fox, completamente desamparada y alcoholizada, fallecía en


1892, y su hermana Catherine moría meses después. Sus cuerpos fueron enterrados
en una fosa común mientras que en Hydesville se congregaban cientos de
médiums.

Pero el dramático y trágico final de las hermanas Fox no supuso la


desaparición de los insólitos incidentes. Se contaban por miles las personas que
afirmaban experimentar fenómenos parapsicológicos.

Esta fue la razón por la cual un grupo multidisciplinar de expertos, dirigidos


por John Luboock, presidente de la Sociedad Dialéctica de Londres, emprendieran
diversas investigaciones para resolver el enigma.

En el lugar donde se desarrollaron los fenómenos producidos presuntamente por


el «señor pezuñas», reza una placa con la siguiente inscripción:

«The Birthplace of modern spiritualism…

There is no death. There are no dead».


William Crookes

William Crookes, físico de reconocido prestigio mundial, inició el estudio de


esta fenomenología, que posteriormente fue etiquetada como Investigación
Psíquica o Metapsíquica. Los estudiosos acudían a sesiones de espiritismo y
estudiaban a los médiums en acción.

Para algunos parapsicólogos, el origen de estos acontecimientos obedece a la


manifestación de personas fallecidas. Entes desencarnados que actúan
impunemente en nuestra realidad. Una teoría que sigue en boga y que todavía es
defendida por muchos doctos.

La corriente espiritual llegó a su máximo apogeo divulgativo de la mano de


Hippolyte Leon Denizard Rival, más conocido como Allan Kardeck. Nacido el 3 de
octubre de 1804 en Lyon (Francia), Kardeck quedó impresionado con las sesiones
espiritistas y más concretamente con los fenómenos de las «mesas parlantes», como
explica en sus memorias:

Yo me hallaba entonces ante un hecho inexplicado, aparentemente contrario


a las leyes de la naturaleza y que repugnaba a mi razón —afirma Allan Kardec en
su obra Mi primera iniciación al espiritismo—. Hube de reconocer un hecho y, por
consecuencia, una causa que lo determinaba, que desde luego conceptué seria y
como la revelación de una nueva ley que me propuse profundizar.
Antes de su muerte, el 31 de marzo de 1869, dejó postulado los pilares del
moderno espiritismo:

El espiritismo es, a la vez, una ciencia de observación y una doctrina


filosófica. Como ciencia práctica, consiste en las relaciones que pueden establecerse
con los espíritus; como doctrina filosófica, comprende todas las consecuencias
morales que se desprenden de semejantes relaciones —afirma Kardeck en el
preámbulo de su tratado ¿Qué es el espiritismo?—. Podemos definirlo así: El
espiritismo es una ciencia que trata de la naturaleza, origen y destino de los
espíritus y de sus relaciones con el mundo corporal.

Desacreditadas las hermanas Fox, otros médiums tomaron el relevo. De entre


todos ellos destacaron los hermanos Davenport. Ira y William Davenport
sorprendieron a la sociedad estadounidense con la creación de la «cabina del
médium».
Buenos ejemplos de ello los encontramos en la actualidad en Suramérica,
pues países como Brasil, Argentina o México cuentan con institutos y asociaciones
dedicadas al estudio de lo paranormal desde un punto de vista espiritual.
La parapsicología científica

Por otro lado, tendríamos la perspectiva científica o racional que surge


cuando, tras diferentes estudios, se desenmascara a multitud de falsos espiritistas y
médiums. El fenómeno era real pero no estaba producido por ningún alma desde
el más allá. Había que indagar en las causas físicas que lo hacían posible.

En 1882 H. Myers, Henry Sidwick y Edmund Gurney, investigadores de


Cambridge, fundan en Londres la Society for Psychal Research. El fin de esta
sociedad de investigación psíquica quedó constatada en los documentos del
Proceedings of the SPR, vol. I, 1882-1883, part. I: Objects of Society:

1.—Examen de la naturaleza y extensión de cualquier influencia que una


mente pueda ejercer sobre otra, independientemente de lo desconocida que sea la
forma de percepción.

2.—Estudio del hipnotismo y de las llamadas formas de trance sonámbulo,


con la consecuente insensibilidad al dolor, la clarividencia y los fenómenos
correlativos.

3.—Revisión de las investigaciones de Reichembach sobre ciertos sujetos


llamados sensitivos, examinando si tales individuos poseen algún poder de
percepción, como consecuencia de una sensibilidad extraordinaria de los órganos
sensores que nosotros conocemos.

4.—Indagación cuidadosa de cualquier narración, fundada sobre testimonios


sólidos, de apariciones en el momento de la muerte o en otras circunstancias, y de
sucesos en casas que se dicen infestadas por espíritus.

5.—Indagación sobre los fenómenos físicos, llamados comúnmente


espiritistas, tratando de descubrir sus causas y sus leyes.

6.—Recopilación y comprobación de materiales relativos a la historia de


dichos sujetos.

La Sociedad pretende ocuparse de estos problemas sin prejuicios ni


prevenciones de cualquier género, con aquel espíritu de indagación desapasionado
y preciso con el que la ciencia ha podido resolver tantos problemas no menos
oscuros ni menos calurosamente debatidos. Los fundadores de la Sociedad
reconocen las dificultades que rodean a esta rama de las investigaciones, pero,
esperan del mismo modo, que un esfuerzo paciente y sistemático podrá conducir a
resultados bien definidos. Con el fin de evitar equívocos se declara explícitamente
que el pertenecer a la Sociedad no involucra la obligación de aceptar
interpretaciones particulares, ni cualquier hipótesis sobre la acción en el mundo
físico de fuerzas distintas de las aceptadas en la física.

En sus trabajos dejaron patente que la mente humana era la responsable de


estos episodios y, sobre la base de sus investigaciones, algunos postularon que la
telergia (término que proviene del griego tele, «lejos», y ergon, «acción») era la
«fuerza» o «energía» que posibilitaba su desarrollo.

Nacía así la parapsicología, un término acuñado en 1889 por el médico alemán


Max Dessoir y que textualmente significa «al otro lado de la psicología».

Durante aquella primera etapa se lograron resultados sorprendentes y se


cimentaron las bases de lo que en la actualidad conocemos como parapsicología
científica, una disciplina basada en los trabajos de experimentación realizados
durante más de cuarenta años en la Universidad de Duke, Durham (Estados
Unidos), en el primer laboratorio parapsicológico oficial de la historia, por el
doctor Joseph Banks Rhine.

El doctor Rhine, estadounidense doctorado en biología y psicología por la


Universidad de Chicago, demostró la existencia de las facultades extrasensoriales,
denominadas como Psi, del ser humano a través de rigurosos métodos científicos
avalados por la estadística.

Rhine, junto al doctor Gaither Pratt, agrupó en dos apartados claramente


definidos la casuística:

Por un lado, los sucesos catalogados como Psi-gamma, donde se agruparían


los capítulos de carácter exclusivamente psíquicos como la clarividencia, telepatía,
premonición, etc.
El fotógrafo William Munley descubrió en 1861 unas extrañas impresiones en una
de sus placas. Es una de las primeras imágenes de espectros de la historia.

Y por otro, los etiquetados como Psi-kappa, en el que se ubicarían los


episodios que alteran la materia como la psicoquinesia espontánea, los
popularmente poltergeist.

Pero ¿qué clase de prodigios se desarrollan en esta clase de sucesos? ¿Qué


fenómenos están asociados a los poltergeist y encantamientos? La lista podría ser
muy extensa, pero destacaremos los siguientes:

Raps: Golpes rítmicos, es decir, de dos en dos, de tres en tres, para ser más
exactos.

Mimofonías: La reproducción de sonidos que parecen reales pero que no se


están produciendo, como por ejemplo la caída de una vajilla.
Olores extraños: Perfumes o aromas putrefactos en el lugar.

Teleplastias: La aparición de dibujos o figuras de forma espontánea sobre


cualquier tipo de superficie.

Combustiones espontáneas: Objetos o prendas que comienzan a arder solos sin


una causa justificada.

Aportes: Materializaciones de objetos cuya procedencia se desconoce.

Espectros: Visiones fantasmagóricas que aterrorizan a los inquilinos del


lugar. Sombras errantes que aparecen y desaparecen. Figuras nebulosas que se
desplazan ante los testigos.

Los excelentes trabajos de Rhine, quien se dedicó durante más de treinta años a la
investigación psíquica, basados en la estadística, motivaron que en 1969 la
American Association for Science admitiera a la parapsicología como disciplina
científica.

Podemos afirmar que la parapsicología es una ciencia joven. Los


significativos cambios que ha experimentado a lo largo de estos últimos años han
hecho que se desarrollen medios, mejor y más cualificados, para el análisis y
estudios de esta casuística.
De hecho, y según los parámetros por los que se rige la disciplina
paranormal, se pueden establecer diferencias precisas y concretas entre un
poltergeist y una casa encantada.

Mientras que en el primero un sujeto es el causante, de forma directa o


indirecta, de los fenómenos que por norma suelen ser muy agresivos y breves, en
el segundo el lugar estaría marcado por su historia y su fenomenología, a
diferencia de la psicoquinesia espontánea recurrente, que es más larga en el tiempo
y menos violenta en sus manifestaciones.

¿Pero existe una respuesta definitiva a los fenómenos? Por el momento un


no unánime. Ha comenzado un nuevo milenio y es quizás a partir de ahora cuando
la ciencia pueda dar una explicación a estas aterradoras experiencias. La
comunidad científica debe seguir profundizando en las causas que se desatan en
estos lances sobrenaturales hasta conseguir las certezas que los ratifiquen bajo un
estricto método científico. Todo un reto.

El mismo desafío que tenemos los reporteros y periodistas dedicados al


mundo del misterio. Con nuestras únicas armas, un folio en blanco y una pluma,
debemos seguir rescatando, divulgando e informando, de una forma
extremadamente rigurosa, sobre los nuevos episodios que acontezcan.

Esta monografía, en la que se agrupan algunos de los casos más


significativos acaecidos en estos últimos cien años, es una buena forma de seguir
dando a conocer la rotunda realidad de esta casuística.
Capítulo 2

Siglo XX: comienza el misterio

«Limitar nuestro campo de conocimiento solo a las leyes

conocidas en la actualidad sería estrecharlo en demasía».

ALEXIS CARREL
El espiritismo se extiende por el mundo

Despuntaba una nueva centuria y los casos inexplicables acaparaban las


tertulias de intelectuales y científicos del momento.

En Europa comenzaban a publicarse las primeras monografías literarias


dedicadas a lo paranormal y se consolidaban asociaciones y grupos de
investigación como la Society for Psychal Research, en Inglaterra, o el Institut
Métapsychique International[1], dirigido por el premio Nobel Charles Richet,
emprendían investigaciones y trabajos científicos para intentar resolver el misterio
de sucesos paranormales.

La sociedad de principios del siglo XX atribuía el origen de esta


fenomenología a la actuación de duendes y personas fallecidas.

Una explicación basada en la influencia de la doctrina espiritista que ya


contaba con multitud de seguidores. Y es que, no en vano, el modern spiritualism
hacía furor en diversos países europeos.

El estandarte de la nueva revolución espiritual fue, sin lugar a dudas, Allan


Kardeck. Pero a él y a su dogmas le siguieron reputados científicos como los
profesores de física William Barret y Oliver Lodge en Inglaterra, los ingenieros
Leon Denis y Gabriel Delannes en Francia, el psiquiatra y antropólogo Cesare
Lombroso en Italia, el astrónomo John Zollner en Alemania y el filósofo Alexander
Aksakof en Rusia.

En Suramérica, al igual que en el Viejo Continente, el espiritismo estaba


instaurándose con gran fuerza.

En tierras argentinas, como explica Cosme Mariño en su obra publicada en


1930 El Espiritismo en Argentina, el movimiento surgió comandado por Juan
Espada, un comerciante español, malagueño para más señas[2]. En México, el
sacerdote jesuita José Carlos Heredia, autor de un ensayo clásico dentro de la
bibliografía parapsicológica y editado en 1930, Fraudes espiritas y los fenómenos
metapsíquicos, se encontraba ya analizando este tipo de casuística. Heredia se
convirtió en aquellos primeros años en el estandarte de la investigación científica
más metódica. Buscó y descubrió multitud de casos fraudulentos, pero siempre
con la firme creencia de que los fenómenos eran reales.

La centuria daba comienzo con diferentes casos insólitos de


materializaciones de piedras, denominadas por la parapsicología como litotelergia
o paralitogénesis, que llamaron la atención de eruditos e intelectuales de medio
mundo.

El primer episodio del pasado siglo pudo ser recogido y estudiado por la
Sociedad Inglesa de Investigaciones Psíquicas[3]. Elincidente ocurrió durante 1903
en Indonesia y su protagonista, el señor Grottendieck, vecino de la localidad
holandesa de Dordecht, explicó de esta forma su aterradora vivencia:

En septiembre de 1903 tuve ocasión de ser testigo de un fenómeno anormal


que pude observar en todos sus detalles con la mayor atención. Había realizado la
travesía de la jungla de Palembang a Dijambi (Sumatra) con una escolta de
cincuenta indígenas javaneses, con un objetivo explorador, y al regresar al punto
de partida hallé ocupada mi residencia habitual. Por tanto, tuve que trasladar mi
saco de dormir a otra cabaña todavía sin acabar, construida con vigas adherentes
entre sí y cubierta con grandes hojas de kadjang, desecadas y superpuestas.

Extendí el saco de dormir sobre el suelo de madera, lo dispuse todo entorno


al mosquitero, y no tardé en dormirme. Hacia la una de la madrugada me despertó
el ruido de un objeto que cayó cerca de mi almohada, fuera del mosquitero. Miré a
mi alrededor y divisé unos guijarros negros de unos dos centímetros de largo. Me
levanté, cogí la lámpara colocada al pie del saco de dormir y, poniéndome al
acecho, comprobé que los guijarros caían del techo, describiendo una parábola,
hasta llegar cerca de mi almohada.

Entré en el dormitorio para despertar al joven malayo que tenía conmigo y le


ordené que saliera a inspeccionar la jungla alrededor de la cabaña, y en tanto
ejecutaba esta tarea le ayudé alumbrándole por entre el follaje con mi linterna
eléctrica. Mientras tanto, no había cesado de llover guijarros dentro de la cabaña.
Cuando volvió el muchacho, le envié de guardia a la cocina y, para vigilar mejor la
caída de las piedras, me arrodillé cerca de la almohada, intentando cogerlas al
vuelo, pero era algo imposible, pues saltaban por el aire cada vez que trataba de
atraparlas. Entonces subí a la empalizada y examiné el techo en el sitio de donde
procedían, y así comprobé que salían de la capa de hojas de kadjang que, no
obstante, no estaba rajada en absoluto y traté de nuevo de cogerlas al paso allá
arriba, también inútilmente.
Yo estaba convencido de que algún granuja debía esconderse en alguna
parte, por lo que, cogiendo mi fusil, disparé cinco veces desde la ventana hacia la
jungla, no consiguiendo sino que dentro de la cabaña las piedras empezasen a
llover con más fuerza que antes.

Sin embargo, uno de los resultados obtenidos fue que se despabiló


completamente el malayo, que antes de los disparos parecía lento y soñoliento.
Mas tan pronto vio caer tantas piedras, gritó que era el diablo quien las lanzaba y
mostró tan gran espanto que huyó corriendo hacia la jungla en plena noche. Tan
pronto desapareció, la lluvia de piedras cesó; pero el muchacho no regresó,
perdiéndose para siempre. Las piedras no presentaban en sí mismas nada especial,
aparte de que al tocarlas estaban más calientes que de ordinario.

Al amanecer, encontré las piedras en el suelo y debajo de la ventana vi los


cinco cartuchos disparados. Quise volver a examinar la techumbre en el sitio de
donde salieron las piedras, pero no descubrí nada, ni siquiera la sombra de una
grieta o raja en la capa de las hojas. Durante el breve tiempo que duró el fenómeno
cayeron una veinte piedras.

Unos sobrecogedores sucesos que también quedaron descritos en los


cuadernos de campo de aventureros y cronistas en sus viajes por países como
Brasil, Argentina, Perú, Bolivia o México.

El explorador ingles P. H. Fawcett, por ejemplo, recogió en su libro A través


de la selva amazónica el lance sobrenatural que ocurrió en 1911 en la aldea de Curca,
en las inmediaciones de Pelechuco (Bolivia).

Carlos Franck, vecino del pueblo, le explicó los quiméricos hechos que
mantuvieron en vilo a la ciudadanía:

Hay una solitaria choza, al costado del sendero antes de llegar a Pelechuco.
Estaba ocupada por un funcionario de aduanas que vivía solo, acompañado
únicamente por un sirviente negro. El pongo (sirviente de color) era un maleante y
decidió acabar con su vida. Tres noches después el funcionario estaba sentado en
su cabaña, con las puertas y ventanas cerradas, cuando una piedra golpeó la
muralla detrás de él y cayó al suelo.

Se levantó alarmado y por un instante pensó que alguien había lanzado una
piedra desde afuera contra la cabaña, pero la piedra estaba allí sobre el interior.
¿Cómo pudo haber entrado?
Entonces otra piedra, una grande, cayó con estrépito sobre la mesa, e
inmediatamente se oyó un ruido de cosas que se hacían añicos al caer una tercera
piedra en medio de su terraza.

Al día siguiente vino a mi casa a solicitar ayuda. Juntos bajamos a la choza y


me mostró las piedras en el piso. Eran guijarros del río del tamaño de su puño. Lo
acompañé hasta el atardecer, y en cuanto oscureció comenzó otra vez el
lanzamiento de piedras. Parecía que los guijarros venían derechos a través de la
ventana con los postigos cerrados, o de la pared delantera e iban dirigidos al
funcionario, como si viniesen de una gran distancia […]. Me fue absolutamente
imposible explicar el misterio, y tan increíble estado, que no espero que usted
pueda creer. Yo tampoco lo creería si no me hubiese encontrado allí como testigo
ocular.

El funcionario no pudo seguir viviendo allí, y durante tres meses quedó la


choza desocupada. Pero durante ese periodo varios aldeanos temerarios bajaron a
ella para presenciar por sí mismos el lanzamientos de piedras, y lo vieron […].

Otro de los casos que recoge la obra de Fawcett se produjo en la localidad de


Jauja, en el Perú central. Enigmáticos acontecimientos de los que tuvo
conocimiento a través de una misiva que le envió el sacerdote de la ciudad y que
reproducimos textualmente:

Fui llamado a ahuyentar —narra el vicario de Jauja— a un ánima que


bombardeaba a un trabajador cholo y a su familia en una choza en los lindes de la
ciudad. Todos habían sido golpeados por las piedras y una niña tenía
magulladuras en todo su cuerpo. Lo más extraño del caso es que las piedras
lanzadas venían de una distancia considerable, pues eran de un tipo que no se
encontraban en un radio de muchas millas de Jauja. Estaba atemorizado y fracasé
por completo en poner fin a las apariciones.

Pero ¿por qué Fawcett mostró este inusitado interés en estos lances
sobrenaturales? La explicación al enigma la encontramos en su ensayo Exploración.
A principios de 1913, en la aldea boliviana de Santa Cruz de la Sierra, situada en
los alrededores del río Mamoré, Fawlett, que años después desaparecería en el
Matto Grosso, pasó de cronista a testigo de un poltergeist:

Decidimos permanecer en la ciudad durante un mes para reponernos y


recuperarnos para el arduo viaje a Cochabamba, y en lugar de detenernos en el
hotel, que era bueno pero demasiado bullicioso debido a los borrachos, arrendé
una casa por una suma irrisoria. Santa Cruz no era un lugar especialmente
interesante para permanecer en él […].

La primera noche aseguré las puertas y ventanas de madera, y el arriero


salió al fondo, a su cuarto. Me subí a mi hamaca y me acomodé para disfrutar de
un confortable descanso. Yacía quieto después de apagar la luz, esperando que
llegase el sueño, cuando sentí algo que frotaba el suelo. ¡Culebra!, pensé, y
rápidamente encendí la lámpara. No había nada, y creí que había sido el arriero
que se movía al otro lado de la puerta. En cuanto hube apagado otra vez la luz, se
reanudó el mismo ruido […]. Volví a encender la luz, extrañado de que pudiese
haber entrado un pájaro, y otra vez no encontré nada. Al momento de apagar la luz
por segunda vez sentí un arrastrar de pies sobre el piso, como de un anciano que
avanzase trabajosamente en zapatillas de baño. Esto fue demasiado. Encendí la
lámpara y la deje así.

En la tercera noche, la oscuridad fue saludada con fuertes golpes secos en la


pared y, después de esto, con un estallido de muebles. Encendí la lámpara y, como
de costumbre, no había mucho que ver. Pero el arriero se levantó, abrió la puerta y,
sin decir una palabra, huyó en la oscuridad de la noche. Cerré, aseguré la puerta de
nuevo y me acosté, pero en cuanto había apagado la luz, pareció que se levantaba
la mesa y que era arrojada con gran violencia sobre el suelo de ladrillos, mientras
volaban varios libros por el aire.

Cuando encendí la luz, nada se veía alterado. Mi sistema nervioso estaba en


excelentes condiciones, pero de todas maneras esto era más de lo que podía
soportar, por lo que al día siguiente abandoné la casa para trasladarme al hotel.
La misteriosa fotografía de un espectro evanescente captada en un bosque
australiano. Ocurrió en 1959 y el autor fue el reverendo R. S. Blance.

En 1959 la señora Mabel Chinnery fotografío a su esposo sentado en su nuevo


automóvil. Estaba solo, pero en el asiento de atrás apareció el rostro de alguien…
la imagen de su difunto padre.
¿Y en nuestro país?

El espiritismo y los presuntos contactos con el «más allá» eran bien


conocidos en España. No en vano el obispo de Barcelona decretó, en 1860, un auto
de fe por el cual se ordenó la destrucción, que se llevó a cabo en una quema
pública propia de los tiempos inquisitoriales, de todos los libros existentes sobre la
doctrina espiritista.

Seguramente fue esta censurable acción eclesiástica la que produjo que el


movimiento filosófico-religioso creciese como la espuma, ya que en 1873 se
fundaba la Sociedad Espiritista Española de la mano de Fernando Colavida y
Antonio Torres, y años después, en 1888, la Ciudad Condal acogía el Primer
Congreso Espirita de España.

Años más tarde, concretamente en 1920, se creaba en Madrid la primera


institución dedicada a la investigación psíquica. El conde Gimeno y el marqués de
Santa Clara inauguraban la Sociedad Española de Estudios Metapsíquicos, un
grupo científico que estaba compuesto por el letrado Fernando Weyler, el doctor
Juan Nogales y el editor Manuel de Aguilar, además de intelectuales de la Real
Academia de Ciencias y Letras.

Y es que a lo largo y ancho de nuestra piel de toro ocurrían diferentes


sucesos de carácter inexplicable que necesitaban ser estudiados de una forma
científica.

Benagalbón (Málaga) o Alcoy (Alicante) fueron algunas de las localidades en


donde «piedras voladoras» atemorizaron a sus ciudadanos. Pero de entre todos los
casos el más espectacular ocurrió el 13 de agosto de 1935 en Valencia.

A última hora del día, una decena de pedruscos impactaban en las


instalaciones del antiguo teatro de verano situado en la calle Gran Vía Marqués del
Turia.

Pepita Diego, una de las coristas, vivió aterrada las lluvias insólitas hasta el
punto que denunció las agresiones sobrenaturales a la policía. La pedrea continuó
varios días e incluso diferentes miembros de la compañía teatral, como el señor
Selver o una de las componentes del conjunto La Margual, resultaron heridos.

Pero hubo otros sucesos de mayor importancia y repercusión cuya


investigación y divulgación ha sido posible gracias a una laboriosa búsqueda en
archivos y hemerotecas junto a los testimonios recabados entre algunos de los
testigos de aquellos sucesos que aún viven.
La casa de «Tócame Roque», el primer expediente X español

Fue el primer expediente X español del siglo XX. El poltergeist se desarrolló


a finales del mes de mayo de 1915 en la ciudad de Valencia. El número 7 de la
plaza del Esparto, concretamente en el entresuelo del inmueble donde habitaba la
familia Colomero, extraños ruidos y sonidos de procedencia desconocida
desencadenaron el desconcierto y el terror entre el vecindario del barrio. Siempre
se manifestaba a las mismas horas: por la mañana, a última hora de la tarde y de
madrugada.

Los inquilinos del edificio estaban atemorizados. Nadie sabía explicar cuál
podía ser la causa de aquellas ilógicas percusiones.

La noticia se difundió rápidamente por la ciudad y multitud de curiosos


comenzaron a congregarse en las inmediaciones de la casa encantada a diferentes
horas del día.

Durante la primera semana de junio la situación se hizo insostenible y el


gobernador civil, Motilla, ordenó un espectacular despliegue de la fuerza pública,
coordinada por el juez municipal García Mustieles. El 6 de julio de 1915 se
producía en nuestro país la primera intervención ante fenómenos paranormales
por parte del aparato de seguridad del Estado.

El inspector provincial Rodríguez, el jefe de la policía, Oliveras, y el capitán


Alicart acordonaron la zona y practicaron cuidadosos registros por todos los
rincones del inmueble al frente de unos cuarenta agentes de policía.

A las diez de la noche comenzaron los ruidos. Estos eran —dictaminaban los
informes policiales— más perceptibles en los tabiques ligeros que en las paredes
llamadas vulgarmente maestras.

Sin embargo, los rastreos no dieron resultado alguno y los funcionarios


gubernativos intentaron cerrar el caso con la siguiente explicación:

He aquí la causa. Dos camas, un armario que antes no lo era, una pared
mediera —explicó el gobernador civil a la prensa— que divide dos casas, un
tabique vibrante o que debe vibrar. Todo esto produce los ruidos. Lo produce
seguramente.

Pero los fenómenos fueron incrementándose. Los estruendos surgían en el


hogar de los Colomero y, posteriormente, se desplazaban a las paredes de la
escalera y continuaban por las vigas del edificio.

¿Qué clase de prodigio estaba ocurriendo? ¿Qué o quién era el responsable


del creciente desasosiego del vecindario?

Todos los días a media tarde, a pesar de las extraordinarias medidas de


seguridad impuestas alrededor de la plaza del Esparto, la casa encantada era
rodeada por cientos de personas que querían ver en acción al «duende» y que
permanecían en el lugar hasta altas horas de la noche.

La muchedumbre se agolpaba en la plazoleta y en las calles adyacentes de


Quart, Alta y travesía de San Miguel. Unas manifestaciones que llegaron a
provocar verdaderas batallas campales, con cargas policiales incluidas, en las que
varios guardias de seguridad, como Manuel Mullino, Tolsa, Felipe Miño o Manuel
Gamón, entre otros, resultaron heridos y contusionados.

En este inmueble de la plaza del Esparto, concretamente en el entresuelo del


número 7, ocurrió el primer expediente X español del siglo XX.
El «duende del Esparto» había entrado en una espiral de popularidad que
iba en aumento y diferentes periódicos de la época se hicieron eco del problema,
demandando soluciones a las autoridades políticas. Los incidentes se estaban
convirtiendo en la vergüenza de la ciudad y las portadas de los rotativos eran
contundentes, con titulares como los siguientes:

Las Provincias: «La Casa de los Ruidos: Siguen los ruidos.-Nueva estrategia
de la fuerza pública.-Un reto a los espíritus y una contestación inmediata.-Las
autoridades en ridículo».

Levante: «La Casa Misteriosa: La cosa se pone cada vez más seria.-Los ruidos
siguen en distintos sitios. Una inspección y dos registros sin resultados».

Pueblo: «La Casa de Tócame Roque: Brujas, Mustieles y almas en pena.-Los


ruidos del número 7.-El descubrimiento de un juez.-Las autoridades en ridículo.-
Carga brutal de los de seguridad».

Añejas e irrepetibles crónicas en las cuales se dictaminaba que duendes y


espíritus maléficos eran los responsables de los lances. Incluso algunos de los
periodistas que cubrieron la noticia llegaron a presenciar las actuaciones del
«espíritu burlón».

«Los ruidos continuaron a las tres de la madrugada —informaba el


columnista del diario Levante— y no solo sonaban en el entresuelo, sino también en
la planta baja y en uno de los edificios contiguos. Son golpes sordos. La portera de
la casa estaba aterrorizada y pedía a cuantos aquellos que nos acercábamos al
edificio que acabásemos con aquellos ruidos».
El caso saltó rápidamente a los medios de comunicación. Los titulares eran
impactantes y los redactores bautizaron al edificio como la «casa de Tócame
Roque».

La catedral y las iglesias cercanas veían cómo aumentaba el número de


feligreses en las misas diarias. Incluso se llegaron a realizar ceremonias religiosas,
encargadas por las beatas, para intentar cumplir la voluntad del supuesto difunto a
quien algunos atribuían las extrañas manifestaciones. Estaban aterradas. No fuera
que todo aquello pudiera ser una señal de las ánimas del Purgatorio.

Ante la presión social, el ayuntamiento encomendó al arquitecto jefe


municipal, Aymani, que una brigada de obreros practicara registros en varias
calles adyacentes.

El 8 de julio de 1915 se cortó el acceso peatonal. Los tabiques del inmueble


número 7 de la plaza del Esparto y las casas lindantes del valenciano barrio del
Carmen fueron minuciosamente escrutadas. Aymani, junto a sus operarios, llegó a
colocar micrófonos para intentar verificar en qué punto concreto empezaban los
ruidos. El ingeniero de la comisión revisó concienzudamente el alcantarillado y los
pozos, desde la calle de Salinas hasta la de Caballeros, además de la calle Alta, sin
encontrar ninguna pista. Todo fue inútil.
Jamás se logró descubrir cuál era la causa de los raps —denominación
técnica que da la parapsicología a este tipo de percusiones—, y el 13 de julio de
1915 el fenómeno desaparecía tan misteriosamente como había aparecido.
Borley: La rectoría encantada

El 10 de julio de 1929 el rotativo británico Daily Mirror publicaba la


exclusiva. En una rectoría situada entre los condados británicos de Essex y Suffolk
se estaban produciendo toda clase de fenómenos paranormales.

Figuras fantasmales de cocheros decapitados —afirmaba el periodista V. C.


Wall en la crónica—, una monja, una carroza tirada por dos caballos bayos que
aparecía y desaparecía misteriosamente, pisadas en habitaciones vacías […].

La noticia sobre el embrujamiento del rectorado Borley, un edificio de dos


plantas de ladrillo rojo y 23 habitaciones de estilo victoriano, corrió como la
pólvora por todo el país y el editor del Daily Mirror decidió ponerse en contacto
con el parapsicólogo Harry Price ante la inusitada repercusión que había
producido el incidente.

Harry Price, miembro de la Society Psychal Research y fundador de la


National Library of Psychal Research dependiente de la Universidad de Londres,
acudió al enclave endemoniado y comenzó a recabar toda la información. Los
primeros resultados sobre la mansión Borley fueron espectaculares. El paraje
contaba con una extenso y trágico pasado marcado por la muerte e insólitos
incidentes enigmáticos.

Según diferentes estudios históricos aquel solar había sido durante el siglo
XIII el punto donde se asentaba un convento en el que se produjeron varios
crímenes. El asesinato, más concretamente de una pareja de eclesiásticos, de un
sacerdote del monasterio y una monja del claustro de Bures, situado a 13
kilómetros de distancia, que tras un apasionado romance intentaron huir y dar un
giro de 180 grados a sus vidas.

El final, como suele ocurrir, tuvo un desenlace fatal. Fueron capturados y


ejecutados cruelmente: a él le decapitaron y a ella la emparedaron en los muros del
inmueble.

Fue tras estos lóbregos lances cuando empezaron a sucederse las


apariciones, según los observadores, de una figura fantasmal vestida con hábitos
religiosos.

E. D. Bull, sacerdote artífice de la construcción en 1863 y primer inquilino,


no se vio afectado por las leyendas en un principio. Pero con el paso del tiempo el
misterio fue transformándose en una realidad diaria.

El equipo técnico con el que contó Harry Price estaba compuesto por cámaras
fotográficas, polvo para impresionar huellas, cámaras cinematográficas de 16mm y
filtros, así como instrumentos para mediciones térmicas, acústicas y lumínicas.
El equipo portátil que siempre llevaba consigo el metódico y esforzado Harry
Price, el primer cazafantasmas científico de la historia.

Durante los 65 años en los que la familia Bull estuvo en la rectoría, desde
1863 hasta 1927, se produjeron una extensa lista de hechos inauditos. Experiencias
y manifestaciones que fueron corroboradas por vecinos de las localidades
colindantes.

Pero todo «estalló» cuando el sacerdote Eric Smith se instaló en la mansión y


dio a conocer a los periodistas del Daily Mirror la extraña casuística que estaba
padeciendo.

Los fenómenos que se producían eran muy variados: el inexplicable tintineo


de las campanillas y los timbres, la observación de una figura luminosa ataviada
con vestimenta de monja por el jardín, el característico movimiento de objetos,
sonidos de pasos por las habitaciones, las llaves de las puertas saltaban de las
cerraduras, volaban piedras desde el tejado e incluso se pudieron escuchar gritos
desgarradores y el paso de carruajes inexistentes por los alrededores del lugar.

Harry Price, a los tres días de su primera visita y desbordado por los
acontecimientos, decidió organizar una sesión de espiritismo para intentar
esclarecer el enigma. En el experimento participaron el reverendo Smith, su esposa,
una médium y el propio investigador. El resultado terminó de sembrar el
desconcierto: el espíritu del sacerdote Henry Bull, antiguo regente y constructor
del edificio, informó sobre el truculento pasado del lugar.

En las paredes de la rectoría aparecían mensajes presuntamente escritos por


entidades del más allá en los que se pedía ayuda. Mensajes como «Por favor,
ayuda… Marianne», «No puedo entender, dime más».

Una semana después de la prueba el párroco Smith y su mujer abandonaron


definitivamente la casa. La fenomenología había llegado a tal punto de agresividad
y violencia que era imposible vivir allí y Price tuvo que abandonar sus análisis.

Transcurrió un año hasta que la rectoría fue habitada de nuevo. Esta vez por
el clérigo Lyonel Foyster, primo del fallecido reverendo Bull, y su mujer, Marianne.

Durante los primeros meses reinó la paz, pero todo cambiaría


repentinamente… los timbres volvieron a sonar, las campanas a tañir, se escuchaba
el arrastrar de cadenas, se materializaban relojes, monedas y, lo más espectacular,
comenzaron a aparecer mensajes escritos en las paredes. Unas misivas
presuntamente realizadas por entidades del más allá en las que de una forma
desgarradora pedían auxilio, como «Por favor, ayuda… Marianne» o «No puedo
entender, dime más».

Foyster y Marianne volvieron a requerir los servicios del parapsicólogo


Price. Esta vez acudió junto con dos de sus empleados y un equipo móvil
compuesto por cámaras fotográficas, cintas métricas, polvo para impresionar
huellas, una cámara cinematográfica de 16mm, filtros luminosos y acústicos, varios
instrumentos de medición térmica, etc.

Durante el trabajo de campo que se efectuó aumentaron los mensajes.


Parecían ser crípticos. Encerraban algún tipo de información especial. Y de entre
todos, uno de ellos, de carácter profético y apocalíptico, marcaría los designios del
caso: «Esta casa será pasto de las llamas».

Los fenómenos asediaban a una inocente Marianne, que empezó a sufrir una
fuerte alteración psíquica debido a la situación, motivo por el cual el matrimonio
abandonaría la casa definitivamente en 1935.

La rectoría Borley, de nuevo, quedó desamparada. Nadie parecía poder


habitar entre sus muros.

Uno de los mensajes que aparecieron en los muros de la rectoría se convirtió en


una profecía cumplida: la rectoría Borley se incendió en 1939.
Harry Price aprovechó esta circunstancia para promover nuevos
experimentos. El investigador psíquico alquiló el caserón, concretamente desde el
19 de mayo de 1937 hasta finales de 1938, y puso un anuncio en el rotativo The
Times en el que solicitaba voluntarios para el estudio de los fenómenos
paranormales de la abadía.

Se buscan personas —rezaba la petición publicada en el periódico británico


— responsables, inteligentes, intrépidas, críticas e imparciales para realizar turnos
de observaciones en una casa. Si no saben nada sobre investigación psíquica,
mejor.

La respuesta fue todo un éxito. Fueron reclutadas un total de 48 personas.


Todos ellos permanecieron en Borley por espacio de un año y medio y durante este
tiempo todos los inquilinos fueron testigos de lo insólito.

El 27 de febrero de 1939, el capitán W. H. Gregson, posterior morador, se


encontraba en la biblioteca del caserón cuando una lámpara de aceite se estrellaba
contra el suelo de forma inexplicable. Las llamas se extendieron rápidamente por el
inmueble y el fuego devoró toda la mansión.

Durante las obras de restauración los obreros fueron testigos de extraños


fenómenos. En esta fotografía, donde se puede apreciar un ladrillo que se
desplazaba velozmente por el aire, fue publicada por el diario Live. La instantánea
fue recogida por uno de sus reporteros.

¿Se cumplió la profecía realizada años atrás y rubricada en los muros?


Parece ser que sí. Pero la historia de Borley continuó a pesar de su desaparición.

Durante la demolición del edificio, el cual quedó prácticamente derruido a


causa del incendio, varios obreros aseguraron haber observado extraños portentos
entre las ruinas del inmueble y se descubrieron restos óseos. ¿Corresponderían
aquellos huesos a la monja emparedada siglos atrás?

No lo sabemos a ciencia cierta, pero de lo que no hay duda es sobre las


aterradoras manifestaciones que los empleados en el derribo pudieron vivir.
Episodios que hicieron nuevamente poner de actualidad a Borley, ya que un
reportero del periódico Life, mientras realizaba un reportaje gráfico de las obras,
pudo captar en una fotografía el presunto vuelo de un ladrillo entre los cimientos
de la mansión desvencijada. Todo un documento.

Harry Price cerró definitivamente el caso tras dar cristiana sepultura a los
macabros restos hallados en el ruinoso sótano. Y todas sus conclusiones fueron
recogidas en dos gruesos libros: el primero publicado en 1940 bajo el título The
most haunted house in England (La casa más encantada de Inglaterra) y el segundo, The
end of Borley rectory (El fin de la rectoría Borley), editado en 1945, tres años después
del fallecimiento de Price.

Nadie parecía dudar de la odisea fantasmal. Pero en 1956 el


enduendamiento de la rectoría Borley y las investigaciones que allí se realizaron
fueron puestas en entredicho.

Dos miembros de la Society for Psychal Research (SPR), Charles Hope y


Henry Douglas, solicitaron una revisión de los trabajos de Harry Price.

El comité de la SPR accedió a la petición de los eruditos paranormales y


comenzó la fiscalización de toda la documentación existente sobre el caso que se
encuentra en la Universidad de Londres.

Tras cinco años de estudio los resultados fueron publicados bajo el titulo The
haunting of Borley rectory (El encantamiento de la rectoría Borley) en 1956.
En opinión de Hope y Douglas, muchos de los fenómenos que se produjeron
en el caserón religioso fueron fraudulentos. Es más, aseguraban que detrás de
muchos de los presuntos incidentes poltergeist se encontraba Price.

Algo verdaderamente incomprensible, ya que Harry Price solo visitó el


lugar una sola vez cuando la habitaban Foyster y Marianne. Un periodo de tiempo
en el que se llegaron a contabilizar más de dos mil fenómenos paranormales.

Borley resistió estoicamente los envites de la comunidad parapsicológica


más escéptica. Primero con la publicación en 1973 de la obra The ghosts of Borley:
Annals of the haunted rectory (Los fantasmas de Borley: Anales de la rectoría encantada)
realizada por Peter Underwood y el doctor Tabori, y en la que se reafirma las serias
y metódicas investigaciones realizadas por Harry Price, y posteriormente, en 1974,
cuando un equipo del Grupo de Investigaciones Parapsicológicas de Enfield,
encabezado por Ronald R. Russel, retomó las investigaciones, esta vez en la iglesia
colindante a la antigua abadía, las cuales determinaron que seguían produciéndose
extraños fenómenos en el lugar.

Durante la restauración de la rectoría se encontraron diversos restos óseos.


¿Pertenecería esta calavera a la monja asesinada? Momento en el que se daba
cristiana sepultura a los restos que se hallaron.

La comisión científica dirigida por Russel y compuesta por los ingenieros


Frank Parry y John Fay ratificaron la existencia de una fenomenología paranormal
en Borley:

Hemos grabado —explicaba el informe de los estudiosos— cientos de ruidos


extraordinarios, pisadas, golpes y demás. En una ocasión localizamos un centro de
perturbación cerca del sepulcro Waldegrave; era tangible, como un torbellino de
energía. Cuando se pasaba la mano por él, se sentía una especie de cosquilleo,
como el que produce la electricidad estática. En otra ocasión llegamos a escuchar
un profundo gruñido […].

Y es que, como afirmó Harry Price, Borley ha sido, es y será el lugar más
encantado de Inglaterra.
El «duende de la hornilla», en Zaragoza

El 27 de septiembre de 1934 la capital aragonesa se convirtió en el escenario


de uno de los capítulos más conocidos e investigados dentro de la casuística
poltergeist. El segundo piso del inmueble situado en la calle Gascón de Gotor
número 2, residencia de la familia Grijalba y propiedad de Antonio Palazón, fue el
lugar donde un presunto duende se manifestó.

Los hechos se desarrollaron en la cocina, y más concretamente en el lugar


que ocupaba una hornilla de carbón, con una chimenea de tiro regulada por una
ventanilla de registro de humos. Por esa «chimenea encantada» comenzaron a
surgir unas voces de origen sobrenatural. El etiquetado por la prensa como el
«duende de la hornilla» hablaba a los inquilinos del piso.
La calle Gascón de Gotor, número 2, la «casa del duende».

(Archivo Iker Jiménez.)


Pascuala Alcocer, la criada del hogar de los Palazón, no podía creer lo que
estaba pasando. Las actuaciones del duende fueron in crescendo y el 15 de
noviembre de 1934 los vecinos del edificio, atemorizados por los sucesos y
convencidos de que no se trataba de ninguna broma o fraude, interponían una
denuncia en la comisaría de policía.

Entre los días 20 y 23 de noviembre los agentes de seguridad realizaron


varios registros en el apartamento y en los pisos colindantes, pero jamás hallaron
nada. La fama del «duende de la hornilla» se estaba convirtiendo en un problema.
Una muchedumbre se reunía ante el edifico, alterando el orden público, y, al igual
que quince años antes en la ciudad de Valencia, se tuvieron que tomar medidas
drásticas.

El lance llegó a ser de tal magnitud que el rotativo británico The Times se
hizo eco del mismo. El 27 de noviembre de 1934 publicaba una información que
proyectó el incidente de forma internacional.

Un irónico duende, que habla por la campana de una chimenea, tiene


sobresaltados estos días a los habitantes de Zaragoza, los cuales se afanan en dar
con la pista de la misteriosa voz. Un arquitecto y varios obreros han sido
requeridos para trabajar sobre el terreno: han removido todo el piso e incluso han
levantado el tejado, pero los trabajos han sido totalmente infructuosos. La policía
trabaja activamente. No se ha podido impedir que grupos estacionados frente a la
casa se destacasen varias personas y se lanzaran al techo, presas de gran alteración
nerviosa, para buscar al duende. La policía se ha visto obligada a desalojar varias
veces la puerta de la casa.

El comisario jefe de vigilancia, Pérez, solicitó al juez Pablo de Pablos que se


hiciera cargo del caso. El letrado ordenó un rastreo y la vigilancia permanente del
edificio, aparte de organizar una comisión médica para investigar este episodio.
Los doctores Penella Murt y Rost Ojer serían los encargados de identificar a los
presuntos responsables del extraño fenómeno. Las brigadas municipales
levantaron el suelo de la cocina y buscaron mecanismos ocultos que hicieran
posible la voz del duende…, pero no hallaron nada.
Autoridades políticas y judiciales acudían asiduamente al edificio encantado.

En el atestado oficial de aquella redada en busca de lo insólito, los


magistrados y forenses solo pudieron certificar que la sirvienta, la persona a la que
inicialmente apuntaban como causante del burdo fraude, no era la responsable de
las manifestaciones:

No descubrimos en ella fabulaciones —dictaminó la comisión médica—,


tendencia a la mentira ni simulación. Alejada la muchacha de la cocina, continúa
dejándose oír la voz. No podemos probar siquiera que se trate de una histérica, ni
tampoco de una médium. Tanto la policía como los fontaneros, electricistas y
albañiles han hecho diversas inspecciones, no habiendo encontrado instalación
alguna que conduzca a la voz fantasmal.

Diferentes periódicos nacionales, seguramente motivados por una sana


rivalidad con su colega británico, como Crónica o La Nación, comenzaron a realizar
amplias crónicas del «duende de la hornilla». En sus páginas se daba cumplida
información de los mensajes que lanzaba la enigmática voz. Frases como: «¡Ya
estoy aquí, ya estoy aquí!» o «Ya estoy aquí. Cobardes. Cobardes».

Pero quizás el aspecto más espectacular de las manifestaciones del duende


fueron las «conversaciones» que mantuvo con los agentes de seguridad durante
una de las redadas:
POLICÍA: ¿Quién eres? ¿Por qué haces esto? ¿Quieres dinero?

DUENDE: No.

POLICÍA: ¿Quieres trabajo?

DUENDE: No.

POLICÍA. ¿Qué quieres hombre?

DUENDE: Nada. No soy hombre.

El asunto fue literalmente censurado por las autoridades políticas de la


época. No se encontraba explicación alguna al fenómeno y, ante esta situación de
impotencia, el gobernador civil de la provincia de Zaragoza, Otero Mirelis, emitió
el siguiente comunicado:

La familia Grijalba, inquilina de la casa encantada de Zaragoza. (Archivo Iker


Jiménez.)

Son ya muchos los días que se está tratando la cuestión del duende, sin que
se haya puesto la menor dificultad a la exposición de las más variadas noticias y
comentarios, que no han tenido otra virtualidad que la de colocar a Zaragoza en un
plan de actualidad, no sabemos si beneficioso o perjudicial.

Al objeto, pues, de evitar ridículos y situaciones poco gratas, creo que será
prudente y necesario silenciar el asunto hasta que la policía descubra al que, con
sus espaciadas monosílabas frases, ha llegado a atraer la atención del país y tal vez
preocupar a algunas personas. Confío en que muy pronto hemos de conocer al
chusco y que así desaparecerá la infundada inquietud que este hecho haya podido
despertar, y por ello ruego a la prensa atienda mi indicación.

A las pocas semanas, un nuevo juez entraba en escena. El magistrado del


Juzgado de Instrucción número 2, Pablo de Pablos, cedía la investigación al letrado
Luis Fernando, juez municipal del Distrito 3, y éste retomaba las pesquisas
acompañado por el doctor Gimeno Riera.

La autoridad emitió su veredicto final el día 3 de diciembre de 1934:

Primero quise oír la misteriosa voz. Las experiencias realizadas demuestran


con absoluta claridad que la voz es debida a un fenómeno psíquico que
únicamente se produce en determinadas circunstancias. En la cocina de la casa nos
encontrábamos la muchacha de servicio de los antiguos inquilinos, dos testigo y yo
[…]. Bajo el punto de vista científico no puede ser más interesante y sugestivo,
pues aunque no es el primero que se produce, son muy contados los que se
registran en la historia médica. Las actuaciones practicadas serán archivadas hoy,
por no haberse encontrado persona responsable de la falta. El misterioso suceso ha
quedado totalmente aclarado.

Sin duda fue el carpetazo definitivo para cerrar el caso por parte de las
autoridades. El segundo expediente forense apuntaba a la sirvienta como
sospechosa de ser responsable de la voz. Pero ¿cómo fue posible que el «duende de
la hornilla» se manifestara en su ausencia y con el edificio desalojado?

Ni Pascuala Alcocer, que tras la sentencia fue desterrada a su ciudad natal,


ni ninguna otra de las personas del inmueble podían ser los responsables. Todo se
orquestó de una forma premeditada para acabar con un asunto que molestaba a las
autoridades.

En diciembre de 1934 el duende desapareció. Y su última comunicación fue


aterradora: «¡Voy a matar a todos los habitantes de esta maldita casa! ¡Cobardes,
cobardes, voy a matar a los habitantes de esta maldita casa!»

Hoy, transcurridos más de sesenta años, en el mismo lugar donde se


desarrollaron los inexplicables fenómenos que han configurado uno de los casos
más conocidos y divulgados de la fenomenología poltergeist en España, existe un
bloque de apartamentos llamado edificio Duende.

Las últimas informaciones sobre el caso las publicaba el periodista Iker


Jiménez en su libro Enigmas sin resolver II (editorial Edaf):

La noche en la que se despedía el «duende de la hornilla» amenazando de


muerte a diferentes testigos, una mujer, Asunción Jiménez, moría a pocas
manzanas del lugar realizando una sesión de espiritismo. ¿Cumplió el «duende de
la hornilla» su truculenta amenaza?
Fenómenos extraños en la Ciudad Condal

A última hora del día el vigilante Enrique Montroig Mendoza se preparaba


para su nocturna jornada laboral. Horas más tarde abandonaba su domicilio,
situado en la calle Francisco Giner número 43, de Barcelona.

Su mujer y sus dos hijos decidían acostarse. Cerca de las once de la noche
unos golpes secos y sordos retumbaban en las paredes del domicilio del hogar de
los Montroig. Enrique, el hijo mayor de la familia, se levantó rápidamente de la
cama para intentar ver que había sucedido en el salón, pensando en la posibilidad
de que les estuvieran robando.

Dirigió sus pasos al pasillo y, al encender las luces, enmudeció. No había


nadie en la estancia. De repente uno de los cajones del armario salió violentamente
despedido contra la pared ante la mirada del primogénito de la familia.

Esto ocurría durante la noche del 10 al 11 de febrero de 1935. Eran los


prolegómenos de un nuevo y espectacular poltergeist. Tres meses después de los
lances protagonizados por el «duende de Zaragoza» comenzaba un nuevo episodio
inexplicable.

Los dos hijos, Enrique y Juan, salieron en busca del sereno de la zona
pidiendo auxilio. Cuando llegó el vigilante nocturno a la calle Francisco Giner el
resto de los vecinos del edificio se encontraba en la escalera de la casa, pero el
fenómeno paranormal había cesado.
El hijo de Enrique Montroig fue el primer testigo de los extraños fenómenos
acaecidos en la Ciudad Condal.

Transcurridas veinticuatro horas, Enrique Montroig se personaba en la


comisaría de la guardia urbana para denunciar los extraños sucesos. La policía
enviaba a dos agentes al inmueble encantado. Tras inspeccionar el domicilio no
pudieron encontrar la causa de los extraños incidentes.

La tranquilidad duró poco. El 12 de febrero de 1935, cerca de las siete de la


tarde, los vecinos del número 43 de la calle Francisco Giner huían despavoridos a
la vía pública debido a los ensordecedores estruendos que sacudían la casa.

El hogar de los Montroig se convertía en una locura. Una de las sillas del
comedor se caía dos veces súbitamente al suelo para, posteriormente, volver a su
posición natural. La lámpara empezó a girar frenéticamente. En esa espiral
paranormal surgió una lluvia de piedras insólita en el interior del piso. La tensión
del momento llegó a su máximo apogeo cuando los cristales de las ventanas,
fuertemente aferrados a las maderas, comenzaron a vibrar y retumbar. El reloj,
como un testimonio de lo irracional, se detuvo en el preciso instante en el que los
extraños sucesos comenzaron. Era la primera vez que se materializaba un objeto en
el interior de una casa en nuestro país (definido técnicamente como «aporte» por la
parapsicología).
Ante el miedo de los inquilinos de la calle Francisco Giner, 43, varios agentes de
seguridad cercaron el inmueble encantado para intentar buscar el origen de los
quiméricos sucesos. Jamás encontraron una explicación.
Comedor de la aterrorizada familia Montroig, fotografiado por los rotativos de la
época.

Los episodios continuaron desarrollándose hasta altas horas de la


madrugada.

Algunos periódicos comenzaron a publicar noticias del asunto. Estampa y


Crónica, entre otros medios, realizaron diversos reportajes, en los que se
acompañaban fotografías de los testigos, con grandes titulares, como «Guardias de
Asalto vigilan la puerta de la casa donde eligieron residencia los duendes, para
impedir que el público se estacione en ella».

El caso no llegó a ser resuelto y permanece sin explicación. Los corrillos de la


Ciudad Condal tuvieron un solo tema de conversación durante las jornadas
sucesivas: el fantasma de la Ciudad Condal.
Raynham Hall y el fantasma de Dorothy

El 19 de septiembre de 1936, dos reporteros del rotativo Country Live, Indre


Shira y Provand, visitaban la mansión de Raynham Hall, situada en el condado de
Norfolk, para realizar un reportaje fotográfico de la villa. Ninguno de ellos se
imaginaba lo que el destino les tenía preparado.

Cuando se acercaban a la escalera principal de la mansión observaron


estupefactos cómo una figura etérea surgía de la nada y comenzaba a bajar por los
escalones.

El señor Shira y el capitán Provand realizaban rápidamente una instantánea


del momento. Tenían constancia de las diferentes leyendas que existían sobre el
lugar, pero en ningún momento imaginaron que serían testigos de lo imposible.

Tras el revelado surgió una instantánea sobrecogedora. En la película había


quedado registrada la presencia fantasmal que surgió ante ellos. Se efectuaron
diferentes análisis para intentar desvelar la existencia de cualquier tipo de error en
la película, pero todos los estudios realizados fueron negativos. Es más, ninguno
ha conseguido hasta el día de hoy demostrar fraude alguno en la misma.

La fotografía fue publicada el 26 de diciembre de 1936 por el periódico


Country Live, y la cautivadora imagen fantasmal de suaves contornos popularizó
los sucesos paranormales de Raynham Hall y las apariciones de la conocida
«señora marrón».
Es la instantánea fantasmal más conocida del pasado siglo XX. Fue publicada por
el rotativo Country Live. Ningún análisis ha podido detectar fraude alguno hasta
la fecha y muestra a la popular «dama marrón» de Raynham Hall.

Y es que el espectro que pudieron observar los periodistas presuntamente


correspondería a la señora Dorothy Walpole, hermana de sir Roberto Walpole,
considerado primer ministro de Inglaterra, que nació en 1686 y falleció en 1726.

Tras la muerte de Dorothy comenzaron a sucederse incidentes de naturaleza


inexplicable en la mansión inglesa. Dueño y empleados de la villa, como el señor
Tosland, Loftus o Harway, vivieron aterrados ante las apariciones de una joven.
Una situación que llegó a provocar varias investigaciones policiales.

En los atestados que se realizaron tras las pesquisas quedaron registrados


los testimonios. Descripciones que siempre coincidían en la vestimenta que
portaba el espectro: ropas de tonalidades marrones. Y lo que es más sorprendente:
todos los testigos afirmaban que se trataba de Dorothy Walpole.
Durante la pasada centuria las apariciones de la «dama marrón» de
Raynham Hall han disminuido, pero a pesar de ello los fenómenos continúan
sucediéndose: extraños acontecimientos que tienen como aval la fotografía
fantasmal más popular de la parapsicología.
Fuegos sobrenaturales en Almería

En 1941, en la sierra de Filabres (Almería), se produjeron una serie de


combustiones que continúan hoy en día sin explicación.

El 16 de junio, en el cortijo de Pitango, el delantal de la niña María Martínez


se incendiaba de forma inexplicable. María tenía ocho años de edad, y cuando
pudo ver como una llama de tono azulada consumía los tejidos de sus ropas,
empezó a gritar aterrorizada. Tras sofocar las llamas, sus padres la tranquilizaron y
la joven se tumbó en la cama. Pero ante el desconcierto de todos, el fenómeno se
volvía a repetir.

Una semana después, el 24 de junio, en el cortijo de Fuente del Saz tres haces
de cebada y centeno ardían sin causa aparente.

Unas horas más tarde, en los terrenos propiedad de Jesús Martínez Morales,
el techo de sus cuadras caía derribado por el fuego. La misma misteriosa
combustión que consumía la manta con la que se cubría la mujer de Alfredo Rubio
en otro cortijo cercano.

¿Cómo era posible que se generaran llamas sin causa alguna? Los lugareños,
atenazados por el miedo, acudieron al cuartelillo de la Guardia Civil de Purchena-
Macael. Los miembros de la Benemérita, tras la pertinente denuncia, recorrieron
los solitarios y agrestes montes a caballo en busca de una solución. No encontraron
ninguna causa natural que pudiera explicar los incendios. Mientras tanto, las hoy
denominadas por la parapsicología combustiones espontáneas o psicogénesis
seguían asolando los campos en torno al río Laroya.

Periódicos como El Correo de Andalucía, Ya o ABC publicaron la noticia con


titulares impactantes, como «Miedo en Laroya», «Una lluvia de fuego causa
estragos en Almería», «Trescientos incendios en lo que va de semana», etc.

La Administración del Estado, ante el gran número de casos acumulados en


tan breve tiempo, organizó un grupo multidisciplinar, integrado por José
Rodríguez Navarro, del Instituto Sismológico de Almería; el doctor Contreras, jefe
del Instituto Minero de la Provincia; el doctor López Azcona, del Centro Superior
de Investigaciones Científicas; Román Samaniego, meteorólogo del Ministerio del
Aire, y los responsables de la Estación de Fitopatología, Morales y Anguino. Tras
investigar los hechos constataban, el 30 de junio, los resultados de sus pesquisas:

Del reconocimiento y pruebas efectuadas por la comisión encargada por el


excelentísimo gobernador civil puede deducirse que los sucesos no han sido
originados por actividad volcánica, ni por trastornos geológicos que hayan dado
lugar a desprendimiento de materias de ignición, ni gases inflamables. El origen de
los incendios no se halla en manifestaciones internas ni en la superficie del terreno.
Tampoco cabe achacar la causa a fenómenos eléctricos ni a la ionización de la
atmósfera, ni a efectos térmicos de radiaciones solares.

En resumen, no hay una causa definida a la que puedan achacarse todos los
sucesos ocurridos y debe desecharse, desde el primer momento, toda sospecha de
que hayan sido provocados por la mano del hombre. Se ha producido un
verdadero pánico, obligando a las gentes a tener en las calles sus modestos ajuares
y vituallas. Es de esperar que el suceso no tenga repetición.

Estas conclusiones de la comisión integrada por expertos científicos jamás


vieron la luz. Algo incomprensible, dado el número de informaciones que se
publicaban casi a diario en la prensa. El periodista Iker Jiménez, en su obra
Enigmas sin resolver II (Editorial Edaf), rescató estos documentos del anonimato al
que habían sido sometidos.

Las autoridades ordenaron nuevos estudios. Había que dar una explicación
a la opinión pública, y el precio fue la mentira. Los trabajos fueron encargados a
José Cubillo Fluilers, ingeniero y jefe del Servicio de Magnetismo y Electricidad
Terrestre del Instituto Geográfico y Catastral. Sus conclusiones, publicadas a nivel
nacional, postulaban la existencia de un extraño gas inflamable en la zona de los
incendios y declaraba que no existía peligro alguno para la población. El caso fue
cerrado y por supuesto continúa sin respuesta. Una explicación que tampoco
tienen otros casos de iguales circunstancias que se han desarrollado a lo largo de
los años.

En Galicia, concretamente en la provincia de A Coruña, entre los meses de


marzo y julio de 1976, inexplicables incendios comenzaron a sembrar el terror
entre los campesinos. Los responsables de la fuerza pública no encontraron la
causa que producía fuegos en campos, cuadras del ganado y edificaciones.

En un principio la prensa afirmó que todos los sucesos se debían a la acción


de algún pirómano, pero varios miembros de la Benemérita que investigaban los
incidentes lo desestimaron cuando pudieron ser testigos de la naturaleza
sobrenatural de los fuegos, como así dejaron constancia en uno de los atestados:
«El fuego se produjo detrás de nuestras espaldas de forma súbita», rezaba el
expediente.

Otro de los acontecimientos relacionados con repentinas combustiones


inexplicables —denominadas por la parapsicología como pirogénesis— pudo ser
investigado por el ya desaparecido investigador J. Roca Muntañola, quien en su
obra Parapsicología y su fenomenología, recoge el episodio sucedido durante el mes
de enero de 1971 en la localidad barcelonesa de Hospitalet de Llobregat.

El protagonista del prodigio fue Francisco Alemany Gomiz, de sesenta y


siete años de edad, que, cuando se encontraba en su domicilio, pudo observar
cómo la ropa que había dejado en el armario comenzó arder de forma imprevista.

Uno de los últimos quiméricos lances incendiarios se produjo en la


población valenciana de Tavernes de la Valldigna.

El incidente sucedió el 20 de marzo de 1990 en el número 40 de la calle


Buenos Aires. Los habitantes del inmueble llamaban a la policía local y servicios de
hospitalarios, ya que una de sus vecinas, Sofía C. C., había salido a la vía pública
en vuelta entre llamas, gritando: «Me quemo, me quemo. Son los de siempre».

Sofía fue traslada al hospital comarcal Francisco de Borja, ubicado en


Gandía, de pronóstico grave. Según el primer parte médico oficial presentaba
quemaduras en una treinta por ciento de su piel.

Presentó graves lesiones en el tórax y en el abdomen. Pero lo más


desconcertante de las pruebas que se la realizaron es que ninguno de los
especialistas que la trataron encontraron en ninguna parte de su cuerpo restos de
fósforo, gasolina o cualquier otro material inflamable que hubiera haber podido
generar el fuego.

Durante la posterior investigación oficial de los hechos el caso tuvo que ser
cerrado. Los familiares de Sofía declararon que desde hacía varios años estaban
padeciendo toda clase de fenómenos paranormales en su hogar: se encendían y
apagaban las luces, los grifos emanaban agua sin que nadie los tocase y surgían
repentinas llamaradas en diferentes estancias del apartamento. Unos truculentos
incidentes que fueron corroborados por parte del vecindario.
Capítulo 3

Edificios embrujados

«Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para

un mismo desconcierto».

JULIO CORTÁZAR

Los edificios que albergan sedes o instituciones oficiales componen una


larga lista de casas encantadas en las cuales han ocurrido un gran número de
fenómenos paranormales. La inmensa mayoría de estos casos son silenciados u
ocultados a la opinión pública para no despertar la curiosidad morbosa y, sobre
todo, a fin de evitar el estigma social que se asocia a todos aquellos que son testigos
de acontecimientos extraños relacionados con lo sobrenatural.

No obstante, la casuística acumulada en torno a estos edificios ha causado


bajas médicas entre los trabajadores y, en ocasiones, el despido de los empleados
de seguridad.

En general, todos presentan un denominador común: se trata de lugares


marcados por un trágico y truculento pasado. Enclaves que parecen ser la puerta a
otros mundos y en los que se desarrollan toda clase de fenómenos inexplicables.

¿Cuáles son las factores que hacen desatar los inexplicables incidentes que se
desarrollan en estos lugares? No existe aún una respuesta definitiva al enigma,
pero, a pesar de ello, de lo que no cabe duda es de la realidad de los mismos.
Estos son algunos de los escenarios relacionados con lo insólito.
Los insólitos golpes de San Pascual

Tres golpes, una pausa y otros tres golpes con un ritmo acompasado. Estas
son las insólitas percusiones que suenan presagiando algún desastre o muerte en el
convento de las clarisas en Villarreal (Castellón) desde finales del siglo XV.

La leyenda atribuye que estas estremecedoras percusiones son producidas


por San Pascual, un beato que, según las diferentes biografías existentes, nació en
el año 1510 en la localidad aragonesa de Torrehermosa.

Su vida estuvo por entero dedicada a la Iglesia. Muy joven ingresó en la


orden franciscana de los Religiosos Descalzos y peregrinó por varios conventos de
la comunidad valenciana.

Elche, Villena, Orito, Xátiva, Valencia y, por último, Villarreal, ciudad en la


que falleció y se le dio sepultura, fueron las ciudades que recorrió dedicado a la
causa eclesiástica.

Las manifestaciones paranormales comenzaron durante su periodo de


beatificación en 1609. Fray Diego Bailón, sobrino del santo y miembro de la misma
comunidad religiosa, fue testigo en diferentes ocasiones de los golpes fantasmales.
Unos estruendos que anunciaban calamidades y desgracias.

La fama del prodigio durante aquellos siglos XVI y XVII motivó que incluso
se hiciera referencia a los sucesos anómalos en la liturgia eclesiástica del santuario:
Custus, beáti córporis auditur púlsibus is sonáre in prosperis rebus, tonáre in trístibus
(«Golpeas en el arca y suenas y en son misterioso auguras, ya desgracias, ya
venturas, y el mundo de asombro llenas»). Al igual que el vulgo que dedicaba
coplas populares al santo:

Con tus golpes admirables celas de Dios los honores de herejes y conviertes
innumerables pecadores, anuncias cosas notables y causas ya horror, ya contento.

Durante los últimos cien años han sido bastantes los incidentes sonoros que
se han producido. La primera acaeció en 1912 cuando un incendio arrasó el cine
Luz de Villarreal. En el accidente, ocurrido el 27 de mayo, murieron 69 personas.
Días antes, como así ha sido reflejado en algunas crónicas, inexplicables golpes
secos y sordos sonaron en el sepulcro del beato.

Lo mismo ocurrió en 1936. Meses antes de que estallase la terrible guerra


civil. El conflicto bélico no solo fue vaticinado por el «hombre milagro» sino que
además trajo trágicas consecuencias al inmueble religioso donde estaba enterrado.

Desde 1936 quedó destruido el sepulcro donde era venerado. Anteriormente


a la contienda existía una capilla en la que se guardaban varios objetos de San
Pascual, como un bastón, unas tijeras, un pañuelo y parte de su hábito para la
veneración de los creyentes. Lamentablemente de aquella dependencia ya no
queda nada. Ahora una capilla ocupa el lugar donde originariamente se asentaba
el sepulcro. Y en ella se puede observar una lápida que reza: «Expiró durante la
misa conventual en el momento de la Consagración y abrió los ojos en sus exequias
para adorar al Santísimo Sacramento».

Otro de los episodios más contrastados y divulgados fue el que protagonizó


María del Rosal Ponce, abadesa del convento de las clarisas, en julio de 1978,
cuando daba cuidados médicos a sor Asunción, que padecía una grave
enfermedad terminal. María del Rosal fue testigo del profético prodigio:

Yo los oí —afirmó la priora— y cuando regresé de inmediato a la celda,


acompañada por otras religiosas, la moribunda había expirado, con la
particularidad de que sus manos estaban alzadas, las palmas y las yemas de los
dedos juntos, en actitud de oración.

Aquellos golpes adimensionales volvieron a anunciar un fallecimiento. Pero


María del Rosal también ha podido constatar en otras ocasiones, aunque no tan
dramáticas, los sucesos:

Una vez que atravesábamos un periodo de penuria económica grave —


recordaba la clériga— varias hermanas y yo tuvimos el privilegio de escuchar en
diversos lugares de la casa algo así como tintineos de campanillas. Nos quedamos
muy extrañadas pero curiosamente esa misma semana se resolvió el problema de
forma inesperada.

La última vez que se produjeron los incidentes sobrenaturales fue en 1994.


Un hecho del que se hicieron eco todos los medios de comunicación de la
provincia. Ocurrió durante la celebración de una misa dominical y con el santuario
lleno de gente.
Tres estruendos secos, acompañados de un silencio sepulcral y otros tantos
golpes, dejaron estupefactos a todas las personas que asistían a una ceremonia
religiosa. Todos los vecinos de Villareal especularon con el profético anunció pero
nadie llegó a saber a ciencia cierta que anuncio.
Rosenheim: el gran caso

Sin lugar a dudas es el episodio más importante del pasado siglo XX para la
parapsicología. Todo empezó a suceder en un pequeño bufete de abogados,
propiedad del letrado Herr Adam, situado en el número 13 de la calle Konigtrasse,
en la localidad alemana de Rosenheim.

Los empleados de la oficina comenzaron a informar sobre el mal


funcionamiento de los teléfonos. Cuando realizaban llamadas telefónicas se
producían chasquidos durante las conversaciones, surgían interferencias
desconocidas, se cortaban las líneas e incluso en determinadas ocasiones y sin
causa aparente sonaban todos los aparatos.

Los incidentes llegaron a ser tan frecuentes que uno de los encargados del
despacho jurídico, Johannes Engelhard, decidió ponerse en contacto con la
compañía Siemens, la empresa que había instalado la centralita.

A principios del mes de octubre el servicio de averías de Siemens estuvo


trabajando durante varias semanas en las oficinas: comprobaron los equipos y las
conexiones y, a pesar de que no encontraron ningún tipo de desperfecto,
cambiaron toda la instalación.

Pero a los pocos días comenzaron nuevamente las anomalías con un detalle
que se descubrió a las pocas semanas: las facturas se habían duplicado.

Herr Adam, alarmado por la caótica situación, ordenó a Johannes que se


cambiase de sociedad telefónica y, que junto a la nueva centralita, se instalaran dos
contadores para registrar las conexiones que se realizaban: uno en la propia oficina
y otro en la sede de las comunicaciones.

A finales del mes de octubre, concretamente el día 20, Herr Adam descubrió
que algo fuera de lo normal estaba acaeciendo en sus oficinas: los lectores
telefónicos registraron 46 llamadas al número de información horaria entre las 7:42
y las 7:52 de la mañana. Un sorprendente suceso que se repetiría durante los meses
posteriores.
En cinco semanas —explicó Herr Adam— el número del reloj parlante fue
marcado entre quinientas y seiscientas veces. Un día fueron ochenta veces. Yo
estaba furioso con la compañía telefónica. Pensé en fundar una asociación para la
protección de usuarios.

El poltergeist no había hecho más que comenzar y el mismo día 20 de


octubre se produjo un súbito apagón de uno de los fluorescentes del despacho.

Una circunstancia aparentemente normal si no fuera porque cuando el


electricista se disponía a reponer la lámpara defectuosa por otra descubrió algo
insólito: aquel tubo de iluminación había girado sobre sí mismo antes de fundirse.
Algo imposible debido a las conexiones que tienen este tipo de aparatos.

A partir de aquel día los letrados del despacho Adam empezaron a vivir
aterradores lances que no tenían explicación alguna. Extraños ruidos de
procedencia desconocida recorrían en el interior del inmueble.
Las lámparas comenzaron a balancearse solas violentamente en el bufete de
abogados, como demuestra esta imagen.

Las luces se apagaban y encendían solas, la corriente eléctrica sufría subidas


y bajadas de tensión sin explicación aparente, los cuadros giraban sobre sí mismos
y diversos enseres de pequeño tamaño eran desplazados por el aire como si fueran
lanzados por manos invisibles.

Decidieron llamaran nuevamente a los técnicos electricistas pensando que


todo debía obedecer a algún tipo de cortocircuito en la instalación que motivase
todos aquellos sucesos, pero no fue así. Al revisar los técnicos la instalación en
busca de deficiencias descubrieron que todos los tubos fluorescentes, situados a
más de 2,50 metros de altura, se encontraban manipulados. Y el desconcierto
terminó de estallar cuando varios obreros observaron cómo los soportes lumínicos
giraban y se desenroscaban solos.

Herr Adam y el resto del personal se encontraban desesperados. Tan


angustiado, que recurrió a Paul Brenner, gerente auxiliar de la empresa estatal
alemana de electricidad Elektrizitatswerk, para que investigase los hechos que se
estaban produciendo en la planta.

Había que tomar medidas urgentes y los responsables de las respectivas


compañías realizaron una nueva revisión de toda la instalación. Se cambiaron
unidades telefónicas, fusibles, cableados y hasta los fluorescentes por bombillas.

Pero Herr Adam decidió dar un paso más allá. Acudió en busca de ayuda al
Instituto de Parapsicología dependiente de la Universidad de Friburgo, y solicitó la
ayuda del prestigioso doctor Hans Bender para intentar dar una explicación a los
aterradores incidentes.

Bender se presentó a principios del mes de diciembre en el despacho de


abogados. Y con él, un equipo de 40 personas, entre los que se encontraban el
doctor F. Karger, profesor del Instituto Max Planck de Ciencias Físicas, y el doctor
G. Zicha, profesor del Instituto de Física de Munich, para poder observar y
estudiar meticulosamente los fenómenos paranormales.

Se instalaron diferentes aparatos de medición para que pudieran recoger


algún dato sobre la naturaleza de los sucesos que se estaban produciendo: un
Unireg Siemens para registrar las fluctuaciones de voltaje; una unidad Tecktronix
M-1A4, con osciloscopio, para medir las variaciones del campo magnético; un
magnetómetro, un fenómetro medidor de niveles de los niveles acústicos; un
electrómetro, transductores de ultrasonidos y frecuencias ultrasónicas; un
controlador DE-TE-WE para detectar las llamadas telefónicas y, por último, un
registrador lineal que mostraría las variaciones de corriente eléctrica y el voltaje en
los diferentes circuitos instalados en el bufete.
Anne Marie fue la responsable inconsciente de los fenómenos.
Adam, el abogado y responsable del despacho jurídico, aterrorizado mientras un
bolígrafo levitaba a su lado.

Tras la investigación del caso, el Instituto de la Universidad de Friburgo


dictaminó el siguiente informe rubricado por el doctor Hans Bender:

1.—Los fenómenos existen, han sido observados y detectados por los


instrumentos de medida.

2.—No existen alteraciones magnéticas observadas que produzcan los


fenómenos.

3.—No se detecta ningún campo electrostático intenso que indujera a la


producción de estos efectos.

4.—Se producen variaciones de tensión que no proceden de alteraciones de


la central transformadora.
5.—No se registran fuentes ultrasónicas ni infrasónicas.

6.—No se detecta ninguna manipulación fraudulenta.

7.—Los fenómenos observados desafían las leyes conocidas.

8.—La manifestación de los fenómenos es el resultado de una fuerza


aperiódica y de breve duración.

9.—Los fenómenos son dinámicos y actúan sobre masas.

10.—Los fenómenos se manifiestan controlados por fuerzas inteligentes.

Transcurridos varios meses de investigación y coincidiendo con la


investigación policial que dirigía el comisario Wendl, los fenómenos se
recrudecieron: los muebles se movían violentamente sin causa aparente, los
funcionarios padecían descargas eléctricas en sus brazos y piernas cuando
entraban en contacto con las máquinas de escribir, etc.

Reinaba el caos. Pero Hans Bender, a principios del mes de enero y tras
diferentes pruebas de observación de la casuística, descubrió una intrigante
conexión entre la fenomenología y una de las empleadas: Anne Marie Schnabel. La
auxiliar administrativa siempre se encontraba presente en el despacho cuando se
desarrollaba el poltergeist.

El parapsicólogo teutón realizó un variado estudio de las capacidades Psi de


Anne Marie y los resultados fueron espectaculares. La joven, que contaba con tan
solo diecinueve años de edad, fue despedida por Adam y las manifestaciones
paranormales cesaron el día que abandonó el despacho de abogados de la calle
Kognigtrasse.
El embrujado museo árabe de los muertos

En la calle Cuesta del Marqués, número 4, en las inmediaciones de la plaza


de San Jorge, en Cáceres, se encuentra un viejo caserón de dos plantas que alberga
la Casa Museo Árabe Yusuf Al Borch.

El inmueble, conocido popularmente como «la casa de la muerte», saltó


inicialmente a la fama a mediados de los años setenta debido a los extraños sucesos
que se desarrollaron en su interior.

Una humilde familia se instalaba en dichas dependencias, pero la armoniosa


convivencia que mantenían se vio repentinamente truncada por golpes en tabiques
y puertas, ventanas que se abrían solas y mesillas y armarios se trasladaban por las
salas del museo.

El embrujamiento de esta construcción corría de boca en boca por la


localidad extremeña, pero el rumor no fue un impedimento para que el
matrimonio De la Torre, con sus dos hijos, José Luis y Ángel, se asentara en el
edificio.

Pero la maldición del museo árabe recobró toda su fuerza durante el mes de
agosto de 1984, cuando José Luis y Ángel fueron protagonistas de un gran número
de sucesos extraños. Los adolescentes pudieron ser testigos de toda una serie de
episodios paranormales que siempre, al igual que antaño, comenzaban a la misma
hora.
El investigador Rafael Rivera coordinó varias investigaciones para buscar una
solución a los quiméricos incidentes que se producían en el museo encantado.

Ángel de la Torre muestra el baúl que encontró con restos óseos.

Escuchábamos ruidos de pisadas, como si fueran de pies almohadillados.


Mas de una vez aquellas pisadas llegaban hasta la habitación donde me encontraba
y se acercaban a la colchoneta parándose a mi lado. Recuerdo que una noche los
sonidos fueron tan intensos que salimos a la calle llenos de temor —recordaban los
testigos en sus declaraciones a diversos medios de comunicación en aquellas fechas
—. Hay habitaciones en las que las puertas de los armarios se abrían y cerraban
solas. Sentíamos escalofríos. Pasábamos muchísimo miedo. Nosotros —declararon
los jóvenes— no teníamos ninguna explicación lógica, ni la tenemos ahora.

Los incidentes alarmaron en un principio a los inquilinos del museo. Los


prodigiosos lances no ocurrían solo de noche; pues por el día también se
desarrollaban. «Hay una maceta en el patio, que rondará los ocho kilos de peso y
que me la encontraba en el suelo casi todos los días», recordaba José Luis de la
Torre.

¿Qué tipo de fenomenología ocurría en el interior del edificio? ¿Podría tener


relación con alguna de las leyendas de la zona?

Todo el mundo parece haber admitido esto último. Las leyendas que se
narran sobre este lugar están marcadas por la muerte. Los lugareños afirman que,
en épocas pasadas que no saben precisar, se cometieron allí varios asesinatos y
asocian estos hechos de sangre con los sucesos anómalos.
La casa sangrante de Arroyo de la Luz

«Extraña aparición de sangre en una vivienda», «Expectación e


interpretaciones sobre la aparición de sangre» o «Que nadie se ría, porque la
sangre ha brotado del suelo y las paredes» fueron algunos de los titulares que
aparecieron durante los meses estivales en la prensa extremeña en 1985.

El insólito incidente se había producido durante la madrugada del 9 al 10 de


agosto en el domicilio de la familia Castaño, situado en el número 28 de la calle
Gabriel y Galán, de la localidad de Arroyo de la Luz (Cáceres).

Cerca de la una de la madrugada el padre de familia, Eleuterio Castaño,


pudo contemplar cómo de las paredes y suelo de su hogar brotaban un líquido
rojizo de un color brillante. La casa estaba sangrando.

Sobrecogido por lo que estaba observando y completamente aterrado por la


escena, llamaba al cuartelillo de la Guardia Civil para que acudieran de inmediato
a su domicilio.

Cuando llegó la Benemérita el fenómeno había cesado pero los muros del
edificio se encontraban completamente ensangrentados. Alarmados por la
situación, para la cual no terminaban de hallar ninguna explicación lógica,
decidieron ponerse en contacto con las autoridades políticas de la localidad.

El alcalde se personaba en el lugar de los hechos a los pocos minutos y


reclamaba la presencia del médico titular de Arroyo de la Luz, Eloy García, para
que auxiliara a varios miembros de la familia Castaño que se encontraban en un
grave estado de shock.

A mí me llamaron sobre la 1:30 de la madrugada para asistir a una señora


que se encontraba dentro de una fuerte depresión nerviosa. Le asistí y pude
comprobar que había sangre en la casa. Pero cuidado, que nadie se ría, porque la
sangre había brotado del suelo y las paredes.

El pueblo estaba conmocionado. Una gran cantidad de curiosos comenzaron


acudir hasta la vivienda. Entre ellos, por ejemplo, Onésimo Tato:
Yo, aquella madrugada, me encontraba en Guadalupe en el Día de
Extremadura. Al enterarme fui a la casa y pude comprobar que había sangre ya
seca. En algunos pueblos algunos piensan que podría tratarse de alguna tubería,
porque cerca de la casa hay un complejo destinado al sacrificio de cerdos. Pero en
aquel lugar no se han vuelto a matar animales desde hace tres años.

La prensa se hizo eco de los sucesos de la «casa sangrante» de Arroyo de la Luz,


con titulares sorprendentes.

Entre los vecinos existían explicaciones para todos los gustos, si bien unos
afirmaban que todo había sido producto de un aborto de una de las hijas de los
Castaño, y otros comentaban que fuerzas del «más allá» estaban manifestándose en
aquel lugar.

A las pocas horas del lance se borraban todas las pruebas del suceso y
Eleuterio Castaño intentaba zanjar el asunto de forma drástica. Todas menos una:
la propia muestra de sangre que los miembros de las fuerzas de seguridad habían
recogido. Ningún miembro de la familia quería saber nada de lo que sucedió
durante aquella madrugada y negaban por sistema cualquier tipo de declaración a
la prensa.

A las pocas semanas el caso cayó en el olvido. Nadie volvió a comentar los
presuntos fenómenos paranormales que se desarrollaron en la etiquetada «casa
sangrante».
La Diputación de Granada, maldita

En 1986, los miembros de la Asociación Parapsicológica de Granada


tuvieron conocimiento de la existencia de diferentes episodios paranormales en el
edificio que servía de sede a la Diputación de dicha ciudad, situada en la calle
Mesones.

Personal administrativo, empleados de la limpieza, conserjes y guardas de


seguridad vivieron auténticos momentos de angustia ante situaciones extrañas que
no tenían una explicación lógica. Ninguno de los funcionarios escapó a estas
experiencias de contacto con lo sobrenatural.

La investigación histórica que se realizó del lugar también permitió saber


que estos incidentes no eran una novedad, puesto que venían ocurriendo desde
hacía bastante tiempo.
Mariano Carmona Almendros registró una de las psicofonías más tenebrosas de la
historia.

En sus orígenes, tal y como explica Gómez Moreno en su obra Guía de


Granada, aquel edificio había sido un palacete árabe; posteriormente, estuvo
ubicada allí la iglesia de la Magdalena y el cementerio.

A principios del siglo XX desapareció el templo religioso y, en su lugar, se


construyeron las instalaciones de los almacenes Magdalena, un establecimiento en
el que varios empleados llegaron a quitarse la vida aterrados por extraños
acontecimientos, como así ha quedado constancia en las crónicas de la época
aparecidas en la prensa.

En la década de los años sesenta, esta construcción fue demolida para


levantar un gran inmueble que ocuparía la tienda-almacén de ropa de los
almacenes Woolworth. Y fue durante este tiempo cuando comenzaron a cobrar
fuerzas los extraños sucesos.

Durante los diferentes trabajos arquitectónicos que se acometieron para


reformar y acondicionar el inmueble acontecieron hechos insólitos. Y la fama
fantasmal aumentó considerablemente cuando los operarios que realizaban las
obras descubrieron varios esqueletos en una de las estancias.

Cuando estábamos abriendo el muro para dar acceso a la nueva obra del
edificio colindante nos quedamos estupefactos —afirmó el arquitecto jefe Antonio
Rodríguez—. Aparecieron varios esqueletos de niños recién nacidos junto al de un
adulto. Lo curioso es que antes de introducir los taladros, yo advertí que había
ladrillos que no pertenecían a la construcción original. Los originales habían sido
sustituidos por otros, que, a mi parecer, databan de primeros de siglo.

En 1985 se ubica la sede de la Diputación de Granada. Y es justo en este


periodo de tiempo, durante su etapa como sede oficial del gobierno granadino,
cuando empleados gubernativos como Concepción Castilla o José Luis Medina,
vicepresidente de la Diputación, entre otros, fueron testigos de algunos lances
aterradores.

Las maquinas de escribir funcionaban solas, las puertas de los despachos se


abrían y cerraban sin causa aparente, los archivadores se desplazaban, los teléfonos
no funcionaban en condiciones y «fuerzas invisibles» llegaron a aterrorizar a
algunas personas en los pasillos.

El estremecedor ambiente que se vivía en este lugar se dio a conocer a la


opinión pública cuando Juan Burgos, entonces director de la Asociación
Parapsicológica Omega, tuvo acceso directo al testimonio de los protagonistas.

En mi vida había sentido tanto pánico y visto algo igual —le confesó el jefe
de mantenimiento—. Me hallaba reclinado en un sofá de recepción, pasadas las
doce de la noche, cuando un aura luminosa y chisporreante se posó sobre mí.
Intenté levantarme pero aquello me lo impedía. Creí que había llegado mi fin. Qué
mal lo pasé. Por fin pude levantarme y aquello entonces desapareció. Salí
despavorido a la calle y no regresé hasta que amaneció.

Con estrictas medidas de seguridad, y a petición del vicepresidente de la


Diputación de Granada, José Luis Medina, los investigadores psíquicos andaluces
conseguían la autorización oficial, la primera en la historia paranormal de nuestro
país, para poder pernoctar durante tres noches, concretamente las
correspondientes a los días 21, 22 y 23 de diciembre de 1986, en el inmueble
embrujado y realizar varias mediciones y análisis parapsicológicos.

Durante la primera jornada de estudio, los miembros del grupo Omega


descubrieron que se estaban enfrentando a algo fuera de lo normal.

Fuimos todos para arriba. Yo vi luces que iban y venían. Pensé que se
trataba de las luces de los coches de la calle, pero era imposible porque no hay
ventanas —recordaba Pilar Perri—. Tenía una pitillera a mis espaldas que salió
volando por los aires y fue haciendo zigzag hasta que le dio en la cara a nuestro
compañero Juan Burgos.
Los funcionarios granadinos vivieron un rosario de episodios sobrenaturales en
estos despachos.

A pesar de las aterradoras experiencias que pudieron vivir los expertos las
pruebas continuaron y se consiguieron grandes resultados.

Uno de los más destacados fue la grabación de una psicofonía impactante y


estremecedora por parte del investigador Mariano Carmona. Un registro sonoro
que ha sido tomado como auténtico por expertos en la materia, ha pasado a la
historia de la transcomunicación:

«Necesito ayuda… enviadla… en la primera… tengo una lengua… os


arrepentiréis».

Al mismo tiempo que se registraba la parafonía, Juan Burgos sufría una


agresión fantasmal: sentía dos pequeños mordiscos realizados por una fuerza
invisible. En su piel quedaron las marcas de dos mandíbulas infantiles, según se
pudo dictaminar en un estudio médico posterior realizado por el doctor Juan
Rodríguez Galindo, como prueba del encuentro con lo imposible.

Sin embargo, ninguno de los miembros que integraban aquella comisión


investigadora llegó a imaginar las manifestaciones que vivirían durante su última
visita a la Diputación, el 23 de diciembre de 1986.

Las horas pasaban y el ambiente era de tensa espera entre los expertos.
Todos tenían la extraña sensación de que algo iba a pasar entre aquellos muros. Y
lo imposible se hizo realidad. Juan Burgos Gavilán se topó con un ser fantasmal
que surgió de la pared en la cual, años atrás, se habían encontrado los
mencionados esqueletos humanos. Juan Burgos, al describir su encuentro, declaró:

En esta última por ahora y definitiva estancia en el edificio, dispusimos con


rigor científico, como siempre, la colocación del material técnico, y éste ocupaba
solo las dependencias donde habíamos descubierto la posibilidad de detectar
fenómenos extraños. Una vez puestos en marcha los aparatos, nos retiramos todos
al salón de actos, con el resto de investigadores que ya estaban allí. Durante dos
horas, de una y cuarto a tres y cuarto, estuvieron los aparatos a merced de lo que
pudieran registrar. Pasado ese tiempo dispusimos su retirada, precintándolos para
otorgar la máxima garantía a las pruebas.

Concluida esta etapa de la investigación, yo comencé a realizar lecturas de


fluctuaciones magnéticas con el medidor de campo en la abertura del muro. Ya
varios metros antes de llegar al lugar, el medidor empezó a detectar alteraciones.
Se disparó la señal acústica y el indicador magnético enloqueció.

A menos de dos metros del muro algo impresionante sucedió: un inesperado


arco voltaico salió de la pared, impactando contra el medidor de tal forma que lo
arrancó de mis manos. No sé aún si por el sobresalto que experimenté o por la
acción del propio rayo, el aparato cayó al suelo, quedando aparentemente roto. Lo
recogí y le volvía a colocar la tapa que se había desprendido en la caída. Unos
segundos más tarde, recobrando el aliento y la serenidad, intenté proseguir la
medición cuando un dolor agudo, en el ángulo que forman los dedos índice y
pulgar, me obligó a soltar el aparato que, esta vez sí, quedó roto en el suelo. Miraba
asombrado las señales punzantes que habían quedado en mi mano, cuando algo
aún más increíble sucedió: quedamos estupefactos al ver claramente como una
figura luminosa. Surgió del muro desplazándose pegado a la pared para poco
después entrar en una pequeña habitación que servía de archivo.

Se trataba de un ser con aspecto de hombre, de unos cuarenta y cinco años


de edad, con pelo canoso, ojos pequeños y hundidos, con nariz recta y labios finos.
La distancia existente entre la nariz y el labio superior de la boca era mayor de lo
habitual. La fisonomía daba al rostro una expresión de tristeza, aunque la imagen,
en general, era plana».
Retrato robot que se confeccionó en base a los testimonios de la figura fantasmal de
la Diputación de Granada y que publicó el rotativo El Ideal de Granada.

El caso había cobrado gran notoriedad y los periodistas, primeramente Juan


Jesús Hernández y posteriormente Juan Enrique Gómez, del rotativo El Ideal de
Granada comenzaron a realizar amplias crónicas del suceso. Se estaba gestando la
leyenda negra; mientras tanto, los medios de comunicación nacionales se hacían
eco del caso.

Fue así como surgió el gran enigma del expediente «Diputación de


Granada». En base a los testimonios de los fenómenos se realizó un retrato robot
del presunto fantasma.

Nuestro dibujante, Andrés Soria, fue elaborando un retrato robot. Nariz


afilada, ojos pequeños, cejas separadas, mentón pequeño y mandíbulas anchas. Un
croquis —recordaba Juan Enrique Gómez— como los que hace la policía. Aquella
imagen la publicamos inicialmente en nuestro periódico y posteriormente salió en
la revista Tribuna y en televisión. A los pocos días la sorpresa fue mayúscula. Una
señora se ponía en contacto con Juan Burgos y le afirmaba que aquel retrato
correspondía con un familiar suyo ya fallecido. Aquel hombre era, ni más ni
menos, que el padre Benito, el último párroco de la desaparecida iglesia de la
Magdalena.

El inmueble fue cerrado y así ha permanecido hasta la actualidad. A lo largo


de estos pasados años han continuado los extraños incidentes. Los guardias de
seguridad han tenido que llamar en diferentes ocasiones al 091. Seguían siendo
testigos de lances inexplicables…

Hoy en día han comenzado diferentes obras de rehabilitación del lugar


encantado. El inmueble se está acondicionando para abrirlo nuevamente al
público.

Será la nueva sede del Servicio de Catastro. Y, sin lugar a dudas, en el futuro
tendremos conocimientos de nuevos sucesos y episodios malditos…
Los espectros de la pinacoteca Reina Sofía

Diario 16 publicaba la noticia en exclusiva el 21 de abril de 1995: «Los


fantasmas del Reina Sofía». Álvaro Gariño, redactor del rotativo, conseguía un
informe en el que se recogía un extenso número de testimonios sobre presencias de
entes en la pinacoteca madrileña.

La investigación paranormal la había efectuado el grupo Hepta. Un estudio


que se puso en marcha, y a petición del director del centro, José Guirao, debido a
las diferentes denuncias de sucesos inexplicables. Varios empleados de seguridad
llevaban tiempo afirmando, además de informar en los partes a sus superiores, que
en el interior del inmueble sucedían incidentes sobrenaturales. Los ascensores se
ponían en marcha una vez desconectados, las puertas cerradas con llave se abrían
repentinamente solas, se escuchaban ruidos de pasos por los corredores y varios
funcionarios del museo habían contemplado una procesión de figuras fantasmales
deambulando por las salas.

Presuntamente fuerzas del más allá producían estos episodios en las


antiguas dependencias del Hospital General de San Carlos, reacondicionadas para
albergar el museo.
«Los ascensores parecían tener vida propia. Se encendían solos», afirmó uno de los
empleados de seguridad.

De hecho, algunas viejas crónicas, como la publicada por el periódico


Ilustración Española y Americana, también habían denunciado en su día extraños
sucesos muy parecidos:
Los enfermos se asoman por las ventanas del hospital cuando atardece para
tomar el aire, y descubren sus rostros amarillentos, algunos casi moribundos;
rostros empalidecidos por la enfermedad o quién sabe si por el sufrimiento de
pernoctar en un edificio donde suelen ocurrir cosas extrañas, nunca explicables,
apariciones y ruidos fantasmales, según se quejan los propios enfermos.

Desde luego el edificio tiene una historia lóbrega y truculenta a sus espaldas.
El inmueble en el cual hoy se encuentra el Centro de Arte Reina Sofía, ubicado en
la madrileña glorieta de Atocha, fue construido a finales del siglo XVIII.

Las obras fueron llevadas a cabo por el ingeniero José Hermosilla y,


posteriormente, por Francisco Sabatini. En el centro médico que allí se estableció
fallecieron miles de personas cuando la capital se vio azotada por la peste y
diferentes epidemias.

El Centro de Arte Reina Sofía, enclave de presuntos fenómenos paranormales.

Los cadáveres se contaban por cientos y se amontonaban en la residencia.


Cuerpos sin vida que posteriormente fueron utilizados por los estudiantes de
medicina para el estudio anatómico. Durante la guerra civil la edificación se
convirtió en lugar de torturas y ejecuciones, convirtiéndose en el escenario de una
crónica negra que acabó en 1965, cuando el Hospital General de Madrid dejó de
funcionar.
Entonces, el silencio se adueñó de sus habitaciones y por sus pasillos
solamente se veían deambular a gatos callejeros y a vagabundos que lo adoptaron
como morada.

A lo largo de los años crecieron las leyendas sobre presuntas apariciones


fantasmales. Según se afirmaba, extraños seres luminosos recorrían los angostos
pasillos de la antigua residencia médica.

En 1990 todas estas leyendas cobraron una inusitada popularidad. Cuando


se efectuaban las obras de remodelación del edificio con el objetivo de albergar el
actual mueso, los albañiles descubrieron los cadáveres momificados de tres
monjas, enterradas en la antigua capilla del hospital. ¿Cuántos cuerpos se habrían
sepultados en este lugar?, se preguntaban los madrileños.

El sacerdote José María Pilón, la periodista Sol Blanco Soler y la psíquica


Paloma Navarrete, miembros del grupo Hepta, efectuaron la investigación el 1 de
marzo de 1995. Aquella noche midieron los campos electromagnéticos, realizaron
análisis radiestésicos, fotográficos y hasta celebraron una sesión de ouija para
intentar contactar con algún alma en pena.

Exclusiva que publicó Diario 16 sobre los espectros del Museo Reina Sofía.

Sus experiencias quedaron reflejadas en el expediente al que tuvo acceso


Diario 16:

El edificio tiene una impregnación antigua debida a la intensidad emocional


de las vivencias correspondientes a la función que, como hospital, desempeñó
durante muchos años. Paloma Navarrete pudo localizar, mediante técnicas
sensitivas, las salas dedicadas a psiquiatría en la zona de la bóveda circular del
sótano, así como la existencia de unos cuerpos enterrados en unos nichos cubiertos
con unas lápidas escritas y ocultos tras una pared de pladur en el actual almacén
de pinturas.
No se registró psicofonía alguna y en los barridos fotográficos de las galerías
se obtuvo tan solo una distorsión cromática dominante en verde, cuyo origen nos
fue imposible explicar. En las filmaciones se obtuvieron burbujas de energía en la
sala de la bóveda y se registró la misma distorsión cromática que en las fotografías
[…].

A las doce de la noche instalamos el tablero ouija en el suelo de la bóveda,


sentándonos a su alrededor para intentar recabar más información […]. En primer
lugar se comunicó con nosotros una mujer que dijo llamarse Male, ser judía y
habitar el lugar en 1594.

Después se manifestó otra mujer de nombre Aldonza de los Ángeles, que


aseguró haber sido priora de la comunidad del hospital en el año 1750. Buscaba
con afán a una joven llamada Blanca que vivió en el edificio de los quince a los
diecinueve años y se fugó con alguien sin dejar rastro. Dijo ser tutora de esta
huérfana.

Por último, siempre según el grupo Hepta, alguien se identificó como Ata.

Ata resultó ser un loco furioso, paciente del hospital y sumamente peligroso,
pues según su propia confesión había asesinado a cinco personas […]. No sabía en
qué año había vivido, tan solo sabía que su rey se llamaba Carlos.

Finalmente, el informe concluía:

Toda investigación necesita un seguimiento y esperemos que las puertas del


Reina Sofía se vuelvan abrir para nosotros en un futuro muy próximo.

El grupo Hepta atribuyó las insólitas manifestaciones que se desarrollaban


en el Museo Reina Sofía a personas fallecidas. ¿Realidad o ficción? Todo un
enigma. Pero lo cierto es que los quiméricos incidentes han persistido en el tiempo.

En 1998 los espectros del Reina Sofía volvían a ser noticia. Una de las
empleadas de la limpieza del turno de la mañana, que prefiere mantenerse en el
anonimato, solicitaba la baja médica aquejada de estrés y depresión.

Según el parte médico al que pudimos tener acceso, padecía síntomas


propios de ansiedad, como son mareos, taquicardias, cefaleas, etc. La causa de sus
dolencias tenía una estrecha relación con los fenómenos paranormales que se
desarrollaban en la pinacoteca madrileña.
Una situación que llevaría a la trabajadora a denunciar al Ayuntamiento de
Madrid para que tomara medidas ante los sucesos sobrenaturales «… como
medida definitiva —afirma textualmente la denuncia— para terminar con el
fantasma se practique un exorcismo en la pinacoteca».

La Consejería de Medio Ambiente cerró definitivamente el expediente con la


siguiente respuesta: «En virtud del Estatuto de Autonomía, la Conserjería carece
de competencias en fenómenos paranormales».
El Baúl del Monje, un anticuario encantado

En una tienda de antigüedades en Madrid se producen fenómenos


paranormales. Un anticuario de Madrid padece desde hace tiempo fenómenos
paranormales en su local situado en la calle Marqués del Monasterio, en el distrito
Centro de Madrid. Según ha declarado el propietario de la tienda a Onda Cero,
una de las cosas que más suceden es que se caigan objetos sin que nadie los toque.
A veces se ven figuras, otras veces son ruidos, reales, y luego, sin embargo, no hay
nada que los justifique.

Con estas palabras comenzaba Cristina Rovirosa, locutora de la cadena de


radio Onda Cero, el informativo de las ocho de la tarde el 11 de febrero de 1999.
Una redactora de esta emisora acababa de filtrar la noticia de los extraños
episodios que se estaban produciendo en un comercio de la capital.

Tras escuchar atónito la noticia pusimos en marcha la investigación


periodística. En menos de 24 horas pudimos recoger todos los datos sobre uno de
los pocos casos paranormales que se conocían en un comercio de la Villa y Corte.

Recuerdo perfectamente el primer día que llegué al anticuario. La entrada,


situada en una estrecha y angosta callejuela, mostraba un letrero azul, donde se
podía leer: «El Baúl del Monje. Antigüedades. Restauración. Catalogación.
Tasación».
Botones, figurillas metálicas y monedas de los años cuarenta han sido algunos de
los objetos que se han materializado.
Mientras esperaba a los protagonistas del caso en una de las salas de la
tienda quedé impresionado por la belleza artística que poseía la estancia. Tomé
asiento y observé, envuelto en un aura casi mística que me trasladaba a otras
épocas de la Historia, los diferentes lienzos flamencos, muebles isabelinos y las
piezas grecorromanas que tenía frente a mí.

Ensimismado con las obras de arte, casi no advertí la presencia de una mujer
de mediana edad: era Ángela, una de las propietarias del comercio.

Poco después empezaba a narrarme las experiencias: «Todo empezó en


marzo del pasado año. Noel —copropietario del negocio— me comentaba de
forma jocosa: aquí hay fantasmas. Y efectivamente, comenzaron a pasar cosas»,
afirmaba, durante nuestra primera entrevista, Ángela. Y es que desde que se
pusieron al frente del establecimiento, situado en la madrileña calle Marqués del
Monasterio, número 10, ya nada es normal en su vida diaria.

Este crucifijo estalló de forma súbita. Una «fuerza invisible» partió la madera y
sacó los clavos que lo sujetaban de su sitio.

Ángela continuaba explicándome los excepcionales lances:


Las lámparas comenzaron a moverse solas. Por ejemplo, los adornos
cristalinos que cuelgan de ellas aparecían en otras habitaciones. Saltaban delante
de tus ojos o directamente se rompían. Se abrían solos los grifos, a veces parecía
como si se cayera una vajilla contra el suelo y muchas otras surgía un olor a
podrido que se transformaba en un aroma a rosas increíble. Surgía por las
habitaciones e impregnaba algunos muebles. Olía a pelo quemado dentro de uno
de los armarios.

Los fenómenos fueron aumentando en agresividad y frecuencia. Los


primeros testigos de excepción fueron los alumnos de las clases de restauración
que se imparten en la parte trasera de la tienda. Pero antes de que personas ajenas
a ésta pudieran presenciar estos sucesos, Ángela, y especialmente Noel, vivieron
experiencias extraordinarias.

Estábamos un día organizando la tienda. Encima de la mesa teníamos un


velón y de repente se encendió solo. En otra ocasión Noel tiró a la basura una
cabeza de carnero porque parecía cobrar vida. Después de tirarla a la basura la
encontramos en la puerta del local. A partir de ese día la hemos escondido.

El estupor de los propietarios les llevó a contar a sus amigos más allegados
lo que estaba ocurriendo.

Había días que cerrábamos la tienda y veníamos a ver qué pasaba. Siempre a
la misma hora se desencadenaban los acontecimientos. Estando con unos amigos
en la salita principal comenzaron a caernos unos trocitos de madera como
carcomida y húmeda.
Las manillas de este reloj funcionan con normalidad periódicamente, a pesar de
que su maquinaria está estropeada.

Al concluir el verano, la violencia aumentó de forma alarmante, incluso ante


los conocidos de Ángela y Noel.

Recuerdo una noche que cerrábamos la tienda. Nos fuimos a cenar y


volvimos para ver si había pasado algo. Cuando entramos, los vasos con agua que
dejamos para mantener la humedad de la madera de los muebles salieron
despedidos contra unas esculturas romanas.

A partir de ese momento los incidentes empezaron a hacerse permanentes y


los clientes comenzaron a presenciar las extrañas escenas.

¡Tú no sabes qué vergüenza! […]. Llegaba un cliente, le enseñábamos


algunas piezas y empezaban a caer objetos. Se iban despavoridos. Nos
inventábamos mil excusas pero no podían creernos.
Ángela y Noel almacenan los objetos que se han ido rompiendo a causa del
poltergeist en la trastienda de antigüedades.

Aunque con menor intensidad, estos fenómenos continúan manifestándose.


Noel y Ángela se han acostumbrado a convivir con algo o alguien en su
establecimiento.

En la trastienda van acumulando todos los objetos que el poltergeist va


destrozando: teteras y tazas de café, un crucifijo al que una fuerza desconocida
arrancó de la madera y partió en dos, sillas resquebrajadas y mesas agrietadas,
vasos y platos rotos, etc.

Pero ¿cuál es la causa? Las hipótesis que se han barajado para intentar dar
una explicación a los incidentes que se viven en la tienda de antigüedades no dejan
de ser eso: hipótesis. Y entre todas ellas cobra fuerza la que algunos de los enseres
que se almacenan en el establecimiento estuviera «maldito».

Lo único cierto es que esta casuística no es nueva, ya que en el piso —tal y


como me confirmó el conserje del inmueble y varios vecinos— vienen
produciéndose lances sobrenaturales desde hace muchos años. Cada vez que
vuelvo a la calle Marqués del Monasterio y paso por delante del centro comercial
un estremecedor escalofrío me recorre el cuerpo.
En el escaparate sigue el mismo reloj que marca el inescrutable paso de las
horas a pesar de que su mecanismo está estropeado…
Fantasmas en el Auditorio Nacional de Música

Sombras errantes, objetos que cobran vida propia misteriosamente y se


desplazan por las salas, trágicos finales para quienes han ocupado determinados
despachos.

Estos son algunos de los sucesos ocurridos en el Auditorio Nacional de


Música y a los cuales pudimos acceder gracias a los testimonios de varios
trabajadores, entre ellos el de uno de los miembros de la empresa de seguridad del
edificio.

Este empleado, ya retirado de aquel servicio y a quien identificaré como A.


L., me relató una a una las misteriosas experiencias de las que él mismo había sido
testigo. Sus primeras explicaciones fueron claras y concisas:

Prefiero mantenerme en el anonimato ante los extraños fenómenos que he


vivido, junto a otros compañeros, en el interior del edificio.

Su cautela era comprensible, teniendo en cuenta que los episodios afectaban


sobre todo al personal de seguridad y que cualquier tipo de filtración podría poner
en peligro sus puestos de trabajo.

Llegamos a hacer informes en los que contábamos las cosas que estaban
pasando. Algunos de nosotros pedimos hacer las rondas en pareja por los pasillos,
por si acaso, cuando lo normal es que fuéramos solos. En el vestíbulo principal, el
de la entrada, las macetas se movían solas y algunas puertas se abrían y cerraban
sin que nadie las tocase. Los fenómenos ocurrían por la noche, cuando hacíamos la
ronda.

Las sobrenaturales fuerzas que se manifestaban en el edificio se convirtieron


en un tema recurrente de conversación.

Más de uno —me asegura A. L.— llegó a pedir el traslado porque no podía
soportar trabajar en estas condiciones. Incluso algunos compañeros míos llegaron a
dejar alguna vez una grabadora encendida y comprobaron luego que habían
quedado registrados aplausos y otros sonidos.
Las mujeres que limpian los largos y anchos pasillos y salones también se
encontraban en la lista de afectados por el poltergeist:

Recuerdo que una de las empleadas, en uno de los cuarto de baño que está a
la izquierda, mirando a la sala sinfónica, se encontró con que no podía abrir una de
las puertas. Decía que una fuerza empujaba hacia fuera mientras ella lo intentaba
hacia dentro.

Auditorio Nacional de Música de Madrid.


Los vigilantes jurados del edificio aseguran que en los pasillos y salas del auditorio
se escuchan aplausos de origen desconocido. Sucesos de los que han dejado
constancia en varios informes a sus superiores.

El Auditorio Nacional de Música consta de cuatro plantas y en todas ellas se


han registrados sucesos inexplicables, incluyendo los dos sótanos, donde se
encuentran los vestuarios y las salas donde se guardan los instrumentos musicales.

En la tercera planta —explica A. L.—, donde están situadas las oficinas


administrativas de la Joven Orquesta, existe un despacho, concretamente el del
coordinador, que parece maldito. Varios de los directivos que lo han ocupado han
tenido trágicos finales y son muchos los empleados que han creído percibir una
fuerza o presencia negativa entre aquellas paredes.

La parte administrativa del inmueble también sufrió diferentes episodios


sobrenaturales.

Varias personas que trabajan en la sección administrativa han podido ver


como las cajas se movían solas de un lugar a otro en las habitaciones superiores y
uno de mis compañeros llegó a sentir una presencia extraña en este lugar.
Una de las estancias del auditorio en las que más fenómenos misteriosos se
produjeron.

Los fenómenos son más agresivos en las estancias administrativas del edificio.

La situación llegó a ser tan insostenible para los trabajadores que diferentes
administrativos decidieron contratar los servicios de una vidente para que
realizara varias «limpiezas espirituales» del lugar, aunque sin éxito, puesto que,
según he podido confirmar, los casos inexplicables siguen produciéndose.

Y lo que es más sobrecogedor: supuestamente parece existir un despacho


maldito, ya que varias personas que lo han ocupado han fallecido de forma súbita
y trágica.
Capítulo 4

Testigos «oficiales» de lo insólito

«Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas».

MARIANO JOSÉ DE LARRA

Capítulo a capítulo, la serie televisiva Expediente X se convirtió en un


fenómeno de masas con unos elevados índices de audiencia.

Y esta es seguramente la causa por la cual se desató un inusitado interés en


la sociedad por todos aquellos episodios parapsicológicos en los cuales aparecían
involucrados las fuerzas de seguridad del estado, las autoridades gubernativas e
instituciones religiosas.

A pesar del silencio que rodea a muchos de estos casos podemos afirmar con
datos y documentos que han sido numerosas las intervenciones de los miembros
de las fuerzas de seguridad, de concejales, alcaldes e incluso de sacerdotes ante las
llamadas de auxilio de ciudadanos que eran víctimas de episodios calificados como
sobrenaturales. Y muchos reporteros hemos tenido acceso a estos informes en los
cuales han quedado reflejados diferentes fenómenos paranormales.

Encuentros oficiales con lo absurdo de los que hay testimonio incluso antes
de empezar el pasado siglo, como por ejemplo el que daba a conocer el rotativo
francés Le Detroit, en 1860, bajo el titular «Escena de brujería en el siglo XIX» y en el
que se narraba textualmente:

En estos momentos ocurre un hecho sumamente extraño en la calle de


Noyers. El señor Lesage, ecónomo del Palacio de Justicia, ocupa un apartamento en
esa calle. Desde hace algún tiempo, unos proyectiles que parten de no saben dónde
le rompen los cristales y, penetrando en su vivienda, alcanzan a las personas que
allí hay y las hieren de más o menos gravedad; se trata de fragmentos bastante
considerables de troncos de leña medio carbonizados, pedazos de carbón muy
pesados, etc. La sirvienta del señor Lesage ha recibido varios de tales fragmentos
en pleno pecho, con el resultado de sufrir fuertes contusiones.

El señor Lesage decidió requerir la ayuda de la policía. Varios agentes


fueron situados en vigilancia, y no tardaron en ser alcanzados, asimismo, por la
artillería invisible, aunque no lograron averiguar de dónde procedían los disparos.

Siéndole imposible vivir en una casa donde hay que estar siempre en plan
de alerta, el señor Lesage solicitó al propietario del inmueble la anulación del
contrato. Esta petición le fue concedida y para redactar el acta pertinente acudió el
señor Vaillant, alguacil cuyo apellido convenía perfectamente en esta
circunstancia.

En efecto, apenas se disponía el funcionario ministerial a redactar el acta de


anulación, cuando un enorme pedazo de carbón, lanzado con extraordinaria
fuerza, entró por la ventana y fue a chocar contra la pared, quedando reducido a
polvo. Sin desconcertarse, el señor Vaillant se sirvió de ese polvillo, como hiciera
antaño Junot con tierra levantada con una pala, para extenderlo sobre la página en
la que acababa de escribir.

No se ha hallado ninguna explicación a esos lanzamientos de objetos


variados. Pero se espera que la indagatoria llevada a cabo por el señor Hubaut,
comisario del distrito de La Sorbona, aclare el misterio.
El comisario Pfeil y la relojería encantada

Una tarde, encontrándome en la cocina, mientras Minna se hallaba acostada,


muy débil para hacer cualquier movimiento, vi cómo una silla comenzaba a
temblar y luego a deslizarse por el suelo ella sola sin que nadie la tocase.

Una mesa giró sobre sí misma bruscamente y también se movió a varios


metros de la señora…

El sorprendente testimonio lo realizó Walter Degenkolbe durante el juicio


que se celebró por el denominado «expediente Hopfgarten». Y es que el caso del
comisario Pfeil y la relojería encantada es seguramente uno de los pocos episodios
paranormales que llegó a terminar ante los tribunales de justicia durante el pasado
siglo XX.

Todo comenzó durante el mes de febrero de 1921. Herr Ernst Saverbery,


relojero de profesión, y su esposa, Minna, llevaban una vida apacible y tranquila
en la pequeña aldea alemana de Hopfrgarten.

El hijo de Saverbery, Otto, aficionado al esoterismo y a las ciencias ocultas,


llevaba varias semanas intentando seducir a su madre para que le dejara realizar
varias prácticas de hipnosis. El día 11 de febrero Otto consiguió su propósito e
inducía a un profundo estado de trance sugestivo a su primogénita. La práctica
había sido un éxito. Pero transcurridos unos días, Minna comenzó a sentirse mal y
cayó enferma. Su estado de salud se vio debilitado. Sufría cefaleas, vómitos y
pesadez en las extremidades y los doctores de la demarcación de Vieselbach le
recomendaron reposo absoluto.

Llevaba una semana postrada en cama cuando en el dormitorio donde


descansaba comenzaron a escucharse insólitos crujidos que no parecían provenir
de ningún sitio en concreto.

Si bien en un principio los restantes miembros de la familia no dieron


importancia a los chasquidos, transcurridas veinticuatro horas los estruendos eran
insoportables y de naturaleza desconocida. Se manifestaban en todas partes: en las
paredes, en el techo, en las sillas, en el aparador o en el suelo. Eran parecidos a
golpes de nudillos y en ocasiones tenían tanta fuerza como si se tratasen de
puñetazos.

La armonía de la familia se había roto. Saverbery junto a sus hijos, Otto y


Freida, registraron todas y cada una de las habitaciones intentando descubrir quién
era el responsable de las enigmáticas percusiones, pero todos los esfuerzos
resultaron en balde. La situación terminó de estallar el 16 de febrero, cuando varios
pequeños objetos del hogar empezaron a desplazarse movidos por fuerzas
invisibles.

Minna no podía creer lo que estaba contemplando mientras los golpes, cada
vez más bruscos, deterioraban aún más su estado físico y mental. Herr Ernst
Saverbery decidió entonces acudir a las fuerzas del orden público.

Cuando llegó al cuartelillo comenzó a relatar uno a uno todos los incidentes
de los que estaba siendo víctima bajo la atenta y sorprendida mirada del comisario
Pfeil. El inspector tomó la decisión de acudir al domicilio del relojero acompañado
de ocho agentes. Al llegar al domicilio el vecindario se agolpaba en la vía pública.
Organizó un cordón de seguridad y entró en la vivienda donde, tras pasar el
vestíbulo de entrada, enmudeció: una silla turca se desplazó de pared a pared, el
sillón fue arrastrado por una fuerza sobrenatural por el pasillo y una vasija
«volaba» por el salón.

A pesar de los registros que se realizaron los miembros policiales no


encontraron una solución al caso. Pfiel no se dio por vencido ante la insólita
situación y decidió realizar un informe para enviarlo posteriormente a
Magistratura.

Durante dos semanas comparecieron ante los jueces todos los testigos de los
incidentes adimensionales. Tras las primeras audiencias se determinó que los
lances tenían una estrecha relación entre el estado de salud de Minna y la práctica
sugestiva de Otto. El caso tuvo un final feliz cuando el doctor Johannes Khale,
especialista en neurología, realizó nuevas técnicas hipnóticas restableciendo la
salud de Minna.
Lluvia de piedras ante la Benemérita

El 25 de julio de 1984 los trabajadores de una pequeña carpintería metálica


de la localidad de Galapagar (Madrid), situada en la calle de San Gregorio, justo a
la salida de la población, contemplaron atónitos una extraña lluvia de piedras.

Estábamos trabajando cuando empezaron a caer piedras sobre el tejado.


Salimos a ver quién nos apedreaba y echamos la culpa a unas niñas gitanas que
andaban jugando por aquí, aunque ellas dijeron que no habían sido. La verdad es
que eran piedras demasiado grandes para que las lanzara nadie sobre el tejado —
explicó Rafael de Juan—. Durante cuatro días anduvimos locos, buscando a quien
nos tiraba las piedras, porque no dejaban de caer, con tanta fuerza que empezaron
a romper cristales y agujerearnos el tejado.

«Piedras voladoras» atemorizaron a los empleados de esta carpintería metálica de


la localidad de Galapagar (Madrid). El caso fue investigado por la Guardia Civil.
Francisco Rubio muestra uno de los pedruscos.

Rafael de Juan, el propietario del establecimiento, no daba crédito a lo que


estaban viviendo. Ninguno de los trabajadores podía dar una explicación al
fenómeno. La edificación de la fábrica, de seis por doce metros, estaba construida
con bloques de granito y solo tenía una planta, con lo que todos los empleados se
veían unos a otros, descartando así cualquier tipo de broma pesada entre ellos.

Nos escondíamos en los alrededores, a ver si pillábamos al bromista. Incluso


nos subíamos sobre el tejado y las piedras llegaban sin que viéramos de dónde. Las
veíamos materializarse justo antes de caer —recuerda Rafael— como a medio
metro del tejado, pero era imposible ver su trayectoria».

Tanto Rafael de Juan como sus hijos Francisco y Andrés y José Rubio, así
como su socio Murillo, fueron testigos de lo inexplicable. La pedrea se había
trasladado al interior del local. Mientras los empleados trabajaban los pedruscos
caía y salían volando por el interior de la estancia.

Luego empezaron las de dentro. Estas sí que no las tiraba nadie, porque
salían —afirmaba Juan de Andrés— de donde estábamos nosotros trabajando. No
distinguíamos de dónde salían, solo las veíamos chocar contra los cristales, pero es
seguro que estas piedras, mucho más pequeñas, no venían de fuera, sino de
dentro, porque los cristales rotos salían proyectados hacia la calle.

Las «lluvias» se producían en el interior de la fábrica.

Los incidentes motivaron, como siempre, la aparición de expertos esotéricos


y ocultistas que intentaron explicar el caso.

Vino un viejo con un péndulo, se puso a dar vueltas y, cuando llegó aquí —
recordaba el señor Murillo—, señalando un lugar a dos o tres metros de la puerta,
el péndulo empezaba a girar y al viejo parecía que le daban calambres.

Incluso el párroco de Galapagar se acercó a la carpintería encantada.


Esto es realmente una cosa extrañísima —manifestó el sacerdote Tirso— de
la que de momento no puedo opinar. Si realmente existe algo de sobrenatural, de
posesión, yo simplemente informaría al arzobispado, que me mandaría gente
experta.

La instalación se vio seriamente afectada por el fenómeno. El tejado y las ventanas


sufrieron los impactos de las «rocas» y tuvieron que ser restaurados.

La situación llegó a ser límite y los trabajadores decidieron llamar al


cuartelillo de la Guardia Civil de la localidad de Galapagar. Los miembros de la
Benemérita se personaban en el local situado a las afueras de la localidad
madrileña. Durante varios días, y a diferentes horas, el fenómeno también se
manifestó delante de los agentes.

Desde luego, es una cosa como yo no he visto igual. Estuvimos —declaraba


uno de los agentes, que prefiere guardar el anonimato— rodeando la casa,
buscando quién podía tirar las piedras y no encontramos a nadie. Sin embargo,
veíamos caer las piedras sobre el tejado, rompiendo tejas. Y también vi moverse las
piedras por dentro de la casa, rompiendo cristales, sin que se supiera de dónde
salían.
Toda esta casuística desapareció inesperadamente. Rafael de Juan todavía no
acierta a imaginar qué pudo ocurrir en su carpintería. De los misteriosos sucesos
solo queda constancia en los legajos del cuartel de la Guardia Civil de esta
localidad madrileña.
Poltergeist en Vallecas

Concepción Lázaro y Máximo Gutiérrez, junto con sus tres hijos, vivieron en
1991 momentos tremendamente dramáticos en su domicilio situado en la calle Luis
Marín, número 8, del madrileño barrio de Vallecas.

El padre de Concepción Lázaro, aquejado de una demencia senil, fallecía


tras varios meses marcados por la angustiosa dolencia y una convivencia señalada
de magnánima agresividad.

Semanas más tarde, la familia Gutiérrez Lázaro veía cómo una de sus hijas
empezaba a sufrir extrañas convulsiones epilépticas. La joven sufría unos
desvanecimientos en los que su cuerpo se convulsionaba como si estuviera poseído
por una desgarradora fuerza. Los músculos mostraban una extremada rigidez y
tensión. Sus extremidades se retorcían con una energía descomunal ante los
atónitos ojos de aquellos que lo contemplaban.

Estefanía Gutiérrez peregrinó por varios hospitales de la capital en busca de


una solución a sus problemas de salud. Pero todos los doctores que la atendieron
no lograron diagnosticar el mal que padecía. El cuadro médico que presentaba la
hija mayor de Concepción y Máximo fue y continúa siendo todo un enigma.

Las extrañas convulsiones habían empezado a producirse tras la práctica de


una sesión de ouija en la que, según los testigos, «el vaso se rompió de repente y
Estefanía inspiró una extraña niebla que emanaba del tablero».
Informe policial que rubricó el inspector Negri. El documento describe los
aterradores fenómenos que pudieron observar los agentes policiales durante la
intervención aquel 27 de noviembre de 1992. (Archivo Iker Jiménez.)

Durante seis meses la adolescente padeció un gran número de ataques


epilépticos. Unas crisis que desembocaron en una muerte súbita el 14 de agosto de
1991. El informe del Instituto Anatómico Forense de Madrid, firmado por los
doctores Pedro Cabeza y Gregorio Arroyo, dictaminaba la causa del fallecimiento
de la joven: «Muerte por parada cardiorrespiratoria. Muerte sospechosa por haber
acaecido de forma súbita».

A partir de aquel día el domicilio familiar se convirtió en un rosario de


fenomenología paranormal: corrientes huracanadas de aire recorrían la residencia
desplazando los muebles por el interior de la vivienda sin explicación alguna, una
madera voló de un extremo a otro de la cocina, clavándose en la pared; una
fotografía de la desaparecida Estefanía comenzó a arder súbitamente, las llamas
devoraron el papel fotográfico, pero respetaron el marco y el cristal que lo cubría, y
figuras espectrales aparecieron por las habitaciones de la casa.

Durante todo un año vivieron angustiados por estas manifestaciones y,


desesperados, decidieron recurrir a la policía nacional. El 27 de noviembre de 1992
el inspector jefe José Pedro Negri acudía, pasadas las dos de la madrugada, a la
calle Luis Marín, número 8, del madrileño barrio de Vallecas. Concepción Lázaro y
Máximo Gutiérrez, inquilinos de la casa, habían llamado minutos antes a la
Comisaría de Vallecas denunciando los fenómenos paranormales que se estaban
desarrollando en su piso.

El inspector Negri, acompañado por tres policías, se personaba con dos


coches patrulla en el domicilio. Las angustiosas horas que vivieron con la familia
Gutiérrez-Lázaro han quedado registradas para los anales de la historia
paranormal de nuestro país. Los miembros de la policía nacional fueron testigos de
un aterrador y espectacular poltergeist. Así fue la experiencia que posteriormente
reflejaron en su informe:

A las 2:40 horas por el canal 7 de H-50 llama el Z-2 y manifiesta, una vez se
ha entrevistado con la familia y observado el interior de la casa, según comunica,
se le ha puesto el vello de punta. Que estando sentados en compañía de toda la
familia, pudieron oír y observar cómo una puerta de un armario perfectamente
cerrada, cosa que comprobaron después, se abrió de forma súbita y totalmente
antinatural.

Que momento después pudieron percatarse y observar cómo en la mesita


que sostenía el teléfono, y concretamente en un mantelito, apareció una mancha de
color marrón consistente que el Z-2 identifica como babas.

Que en el recorrido que hicieron por las diversas habitaciones de la casa


observaron cómo un crucifijo de madera al que el fenómeno al que estamos
haciendo referencia le había dado la vuelta, arrancándole el Cristo adherido.

Que, según manifiesta una de las hijas, tomó el Cristo del suelo y lo adhirió
detrás de la puerta de la habitación junto a un póster, produciéndose también de
forma súbita y extraña tres arañazos sobre el citado póster.

La situación llegó incluso a motivar que durante la intervención de los


agentes de la fuerza de seguridad uno de sus miembros, presa del pánico ante los
inexplicables lances, desenfundara su arma reglamentaria en un instintivo acto de
supervivencia ante un ataque de naturaleza desconocida.

Aquel enfrentamiento entre las fuerzas de seguridad y las del «más allá» fue
el detonante para que el denominado «caso Vallecas» saltara a los medios de
comunicación no especializados.

Durante meses el número 8 de la calle Luis Marín fue el lugar al que


acudieron un buen número de pseudo-parapsicólogos intentando ayudar a la
familia Gutiérrez-Lázaro, pero ninguno de ellos consiguió resolver el problema de
Concepción y Máximo. La popularidad del caso fue decreciendo con el paso del
tiempo.

A pesar de este declive fenomenológico, hace dos años, y coincidiendo con


la grabación de diferentes reportajes para la primera temporada del espacio «Otra
Dimensión» de Antena 3 Televisión, tuvimos la oportunidad de volver a
entrevistar a Máximo y Concepción. Sus declaraciones fueron rotundas:

Suceden con menor intensidad que antes pero seguimos padeciéndolos,


aunque no son tan agresivos como antes. Nadie me ha podido explicar qué es lo
que pasa en mi casa. Ahora ya estamos acostumbrados.

Transcurridos exactamente diez años desde aquellos primeros sucesos, en el


hogar de la familia Gutiérrez-Lázaro parece haber llegado la tranquilidad, ya que
Concepción afirmaba en rigurosa exclusiva ante los micrófonos del programa
radiofónico «Milenio 3» de la Cadena Ser que los fenómenos habían cesado. Ojalá
sea para siempre.
Funcionarios a la búsqueda de espectros: Villafranca de los Barros y
Santos de Maimona

El 12 de junio de 1993 la policía local de Villafranca de los Barros, población


situada en la provincia de Badajoz, recibía una llamada de auxilio.

Antonio Pinilla, de treinta y seis años de edad; su mujer, Dolores Ribas, de


veintinueve, y sus cuatro hijos se encontraban atemorizados ante fenómenos
inexplicables en su vivienda ubicada en la calle Juan Bravo, número 19B.

Las manifestaciones habían comenzado cerca de la una de la madrugada.


Antonio y Dolores se levantaron de la cama tras oír varios golpes en el salón y
cocina de su casa. Al llegar a la sala de estar el miedo les paralizó: un vaso salía
volando contra la pared y, posteriormente, otros dos recipientes impactaban contra
los muros de la cocina.

El matrimonio, tras la pertinente llamada a las fuerzas de seguridad, se


personaban en el ayuntamiento y regresaba a su hogar acompañados por el jefe de
policía. Durante la inspección del inmueble pudieron observar lo siguiente:

… dos ceniceros de cristal salieron volando y se estrellaban contra las


paredes y el suelo del salón, una figura de porcelana que estaba guardada dentro
de un armario de madera y cristal en el salón sale de forma inexplicable de aquél y
se rompe contra el suelo, movimientos anómalos de una cortina grande sostenida
por una barra metálica que se halla fijada a la pared con tres soportes, y lo más
espectacular: unos tablones que se encontraban en el dormitorio de la pareja
salieron despedidos hasta el pasillo de la residencia rozando a los agentes.

Este rosario de situaciones inexplicables tuvieron que relatar a las


autoridades políticas de la localidad extremeña. Y fue así cómo Manuel Mancera,
secretario del ayuntamiento de Villafranca de los Barros, y el concejal de Asuntos
Sociales abrían una investigación y requerían la ayuda del investigador Rafael
Rivera. Durante varias semanas Rivera realizó diferentes estudios de los inquilinos
del inmueble y del lugar. Tras sus análisis se determinó que:
El jefe de la Policía Local de Villafranca de los Barros durante una de las
intervenciones oficiales en el inmueble embrujado.
El poltergeist llegó a romper pequeños objetos y algunas ventanas. Este cristal, que
comunicaba la cocina con la terraza, se rompió de forma inexplicable.

Terminada la investigación general, hemos llegado a la conclusión de que


los fenómenos estudiados son auténticos, no habiendo detectado fraude alguno.
Ha quedado claro que un poltergeist se produce en la calle de Juan Bravo, número
19B, sobre todo si está presente José Manuel. Sin embargo, en casa de sus abuelos,
adonde se mudó provisionalmente, no ocurre hecho extraño alguno.

Estos detalles, unidos a los resultados de los test, tanto parapsicológicos


como psicológicos, nos plantean la posibilidad de que él sea el causante
inconsciente del poltergeist, o que de alguna manera pueda haber potenciado su
manifestación.

La familia Pinilla-Ribas abandonó la casa donde llevaban varios años


viviendo a causa de esta fenomenología. En su nuevo hogar no volvieron a
repetirse los extraños incidentes, que quedaron sin explicación racional alguna.

Pero no era el primer episodio en el que las autoridades municipales


intentaron investigar episodios paranormales.

En Santos de Maimona, un pequeño pueblo agrícola situado también en la


provincia de Badajoz, tanto el alcalde como los responsables de la policía
municipal fueron testigos de sucesos inexplicables en el hogar de los Márquez.

Los enigmáticos incidentes comenzaron a desarrollarse durante la


madrugada del 14 de octubre de 1990, según recordaba el padre de la familia,
Antonio Márquez:

Todo comenzó la noche del viernes catorce de octubre. Mi mujer estaba sola
aquí en este cuarto, precisamente cuando de repente le cayeron unas gotas de color
amarillo y aspecto de grasa, que no sabía bien de donde venían. Cuando me lo
contó completamente asustada, yo le dije que sería alguna gotera, aunque me
parecía un poco raro, porque acabábamos de arreglar el techo y hacía meses que no
caía una gota de agua en nuestro pueblo. Sin embargo, a la noche siguiente,
cuando estábamos cenando, comenzó a llover dentro de la casa otra vez, pero con
algo más de fuerza según mi mujer, y yo, por supuesto, me di cuenta de que estaba
pasando algo muy raro.
Padre e hijo señalando una de las paredes por donde brota el agua de forma
inexplicable.

La «lluvia insólita» crecía en intensidad cuando el adolescente Juan Manuel se


encontraba en casa.

Al día siguiente, cuando estábamos todos sentados en la mesa, a la hora de


la cena, comenzó una lluvia tan fuerte que el almohadón donde estaba sentado
Juan Manuel acabó completamente empapado. Las gotas salían de las paredes, del
suelo y del techo, y se cruzaban entre ellas, dejando nuestras ropas totalmente
caladas de ese líquido amarillo.

Presas del pánico ante los extraños acontecimientos que estaban observando,
llamaron a las autoridades.

Llamamos al ayuntamiento porque pensamos que esto no era lógico. Vino la


policía municipal, y estando ellos aquí le cayeron gotas de agua. También —afirmó
Márquez— ha estado aquí el cura del pueblo, don Ángel, pero ninguno de ellos
saben a lo que se debe este fenómeno. Bueno, hasta ahora ha ocurrido a partir de
las siete y media de la tarde, y tampoco ocurre todos los días, pero lo que sí hemos
notado es que cuando está Juan Manuel la lluvia ocurre en toda la casa, pero en la
habitación donde está él es mucho más fuerte.

Las extrañas «lluvias insólitas» iniciales fueron solo la carta de presentación


del poltergeist. Transcurridos varios días, Juan Manuel comenzó a sufrir a su
alrededor diferentes lances sobrenaturales ante el resto de la familia.

Los cuadros se caían de las paredes cuando pasaba cerca de ellos y sombras
errantes se podían observar deambulando cerca del adolescente.

A veces salía corriendo y llorando —recuerda Márquez— porque decía que


veía una figura de mujer con una especie de corona y la sombra de un hombre.

¿Qué estaba pasando en la aldea extremeña de Santos de Maimona? Nadie


dio con una explicación convincente para el caso. El domicilio fue visitado por un
gran número de seudo-parapsicólogos intentando desvelar el misterio. Y como
suele suceder en estos casos, estos miembros circenses que pululan alrededor de la
parapsicología propusieron teorías de lo más ilógicas y variopintas.

Los responsables políticos se encontraron impotentes ante la situación, y no


pudieron hacer absolutamente nada ante unos quiméricos hechos que, pocos
meses después, desaparecieron.
Xirivella: «¡Policía, ayúdennos!»

Manuela Ledo y su hijo, Raúl Zarzoso, residentes en la localidad valenciana


de Xirivella, nunca llegaron a imaginar que serían víctimas del misterio. Sin
embargo, el destino quiso que la vivienda que ocupaban desde hacía varios años se
convirtiera de la noche a la mañana en el epicentro de una serie de extraños
sucesos que mantuvieron en vilo al vecindario entre los días 16 y 19 de junio de
1999.

La terrible historia de estos episodios se fraguó tres meses antes, cuando


Raúl, un joven de trece años de edad y estudiante en aquellos tiempos de primero
de la ESO en el colegio Antonio Machado de la misma población, realizó varias
sesiones de ouija junto con otros compañeros en el mismo centro de enseñanza.

Durante los múltiples intentos fallidos con tan peligroso «juego»,


contactaron con lo que ellos denominaron un «duende burlón», y en las
posteriores, realizadas en las horas de recreo y fuera del colegio, entablaron
conversación con diferentes entidades que se manifestaron como «Verónica» y el
mismísimo «Satanás».

La primera vez que la hicimos fue en clase de tecnología, de donde cogimos


un tablero de chapa y pusimos las letras del abecedario. Con el vaso de cristal
donde mezclábamos las pinturas comenzamos a preguntar cosas. El profesor, que
estaba presente —recordaba el adolescente Raúl—, nos dijo que no era peligroso
jugar con eso, ya que nada de ello existía […]. Al principio nos pareció divertido,
pero fue en la última sesión cuando Iván, David y Rafa se asustaron tanto que se
apartaron inmediatamente del tablero, y nos quedamos otro compañero y yo. En
ese momento el tablero empezó a responder solo diciendo cosas rarísimas. Decía
que se quedaría con nosotros dividido en cinco partes hasta que cerráramos esta
comunicación y le dejásemos en paz.
Los extraños fenómenos sucedían alrededor de Raúl Zarzoso.

Desde aquel día el hogar de la familia Ledo se transformó en un infierno. A


mediados del mes de junio, fenómenos de una exagerada violencia comenzaron a
desarrollarse en este domicilio levantino.

Era la noche del martes al miércoles —recordaba Manuela Ledo—, alrededor


de las doce y media de la madrugada, cuando unos golpes de una fuerza
descomunal, que incluso hicieron temblar las camas y las figuritas de las
estanterías, comenzaron a oírse en las paredes de la habitación en donde duerme
mi hijo.

Se lo expliqué a mis padres —detallaba Raúl—, pero pensaron que estaba


demasiado cansado y nervioso, aunque al día siguiente, esta vez a las diez de la
noche, la casa parecía que iba a venirse abajo. Cuando me fui a acostar un fuerte
golpe sonó en el techo del comedor y de ahí muchos más de forma repetitiva, como
si fueran de una maza o algo parecido. Incluso podían oírse pasos por todo el piso
que provenían de la vivienda de arriba […] pero allí no habitaba nadie.

Manuela decidió llamar a sus padres, Luis Ledo y Manuela Bonet; a una
amiga, María Luisa Guerra, y a su cuñado Manolo Herrera. Este último recordaba
alguno de los fenómenos como sigue:
Parecían como si corrieran por el piso de arriba, incluso los extraños golpes
llegaron a desplazarse hasta las persianas de la casa, ocasionando diversos
destrozos en el mecanismo de las mismas. Lo más asombroso que recuerdo fue que
los juguetes de mi sobrino saltaban de las estanterías por sí solos, y las cortinas se
elevaban sin que hubiera corriente alguna producida por puertas o ventanas
abiertas. Incluso las toallas del baño y otros objetos del mismo caían al suelo sin
que nadie los tocase.

Días más tarde, del techo de la habitación del adolescente empezaron a caer
una especie de gotas de agua que tras impactar contra el suelo desaparecían. No
había manchas de humedad en las paredes y tampoco existía tubería alguna que
pudiera ser el origen.

Esta fue la causa por la cual Manuela decidió reclamar la presencia de las
fuerzas de seguridad. Dos agentes de la policía local se personaron en el lugar de
los hechos y se convirtieron en testigos de lo inexplicable. De aquella experiencia
sobrenatural quedó este contundente atestado:

Ayuntamiento de Xirivella

Dirección de la Policía Local

Parte de Intervención.

«Cuando los policías que suscriben patrullaban en servicio de vigilancia por


la población son requeridos por Base para personarse en el domicilio arriba
indicado por molestias de ruidos. Que personados en el lugar referenciado, se
pueden escuchar repetidos golpes, al parecer efectuados con algún objeto
contundente por la fuerza de los mismos, sin poder determinar en un principio la
procedencia de éstos. Que una vez descartadas todas las posibilidades lógicas de la
procedencia de los golpes, se desconoce por completo esta, informando a la fuerza
actuante que se trata de un caso un tanto desconcertante».

Pero el episodio valenciano fue a más. Tras la primera intervención de los


agentes, identificados con los indicativos 2-104 y 706, y ante la impotencia de los
mismos ante los extraños sucesos, Manuela Ledo decidió llamar a los responsables
del programa «Punt de Mira» (espacio dedicado a sucesos) de Radio Televisión
Valenciana-Canal 9 para que grabaran el nuevo plan que había ideado: iba a
recurrir a una supuesta médium para realizar una sesión espiritista y que las
cámaras de televisión recogieran todo lo que pudiera suceder durante la
experiencia.

Durante la madrugada del 20 de junio de 1999 se llevó a cabo la experiencia


ante la atenta mirada de las periodistas Cristina Valles y Teresa Roch.

Parte de intervención de la policía local valenciana, fechado el 19 de junio de 1999


y rubricado por los agentes 2-104 y 706.

Fue increíble —recordaba la reportera Valles—. La verdad es que hubo un


momento en el que pasamos bastante miedo. Mientras realizábamos el reportaje
pudimos grabar diferentes sucesos que no tienen explicación. Recuerdo que
cuando tomábamos planos de la casa podíamos escuchar cómo las persianas
subían y bajaban en varios cuartos. Cuando salíamos corriendo todo paraba y allí
no había nadie. También escuchamos, además quedaron grabados en la cinta
betacam, golpes muy fuertes que sonaban por habitaciones de la casa. Tanto Teresa
como yo nos fuimos de allí con el miedo en el cuerpo.

Todo estaba dispuesto para comenzar la sesión espiritista. Las cámaras


colocadas en sus correspondientes trípodes se encontraban situadas en puntos
estratégicos para intentar grabar «lo insólito».

La supuesta médium entró en una especie de trance rodeada por los


presentes. Las manifestaciones adimensionales incrementaron su agresividad
durante la experiencia.

Grabamos toda la sesión de ouija y la supuesta limpieza espiritual que hizo


la bruja. Pero no sucedió nada más de lo que ya había ocurrido. Aquella vidente —
explicó Valles— decía que el responsable de los fenómenos era un espíritu. Yo no
sé si eran espíritus o no, pero lo cierto es que eran reales.

Los fenómenos continuaron tras la marcha del equipo de reporteros y se


sucedieron por espacio de más de dos horas, momento en el cual Manuela Ledo
volvía nuevamente a solicitar ayuda a la policía local levantina.

Las persianas se subían y bajaban solas y golpes de procedencia desconocida


retumbaban en las paredes del apartamento. La escena llegó a ser tragicómica,
como se desprende del informe policial, fechado el 20 de junio de 1999 y rubricado
por los agentes con los indicativos 70L-703 y 104:

Se solicita mediación de esta policía local con la finalidad de garantizar ante


los dos señores citados por una señora presente en la vivienda, que sus
pretensiones tienen sentido y son lógicas. Según la señora, que finalmente no fue
filiada, se muestra como médium entre los presentes, manifestando haber citado
momentos antes a dos vecinos no residentes en la finca, hijos éstos de una anciana
que hace unos años falleció y que según la médium su espíritu no descansa. En la
mesa del comedor se observó una zafa con un líquido blanquecino del que se
frotaba la vidente los brazos mientras conversaba con los actuantes. Y recortes
cuadriculados de letras, al parecer el alfabeto completo. Dado que no se entiende
de estas prácticas y no observar violencia alguna —explica el atestado oficial—, se
optó por abandonar la vivienda a la espera de los hombres citados…
Segundo atestado de las fuerzas de seguridad realizado el 20 de junio de 1999 tras
su actuación en el inmueble embrujado.

Nuevamente las fuerzas del orden público fueron testigos de las


manifestaciones paranormales que se desarrollaban en el hogar de la familia Ledo.
El desconcierto fue el denominador común en las dos intervenciones que se
realizaron en Xirivella tal y como afirmó extraoficialmente uno de los miembros de
seguridad:

Nosotros frente a este tipo de cosas no tenemos solución, es más, es la


primera vez que lo veo […]. Incluso uno de mis compañeros estaba tan
impresionado que tuvo que salir a la calle porque le daba pavor todo lo que estaba
sucediendo.
La penúltima intervención policial: San Sebastián de los Reyes

Durante la madrugada del 23 al 24 de marzo del 2000, una familia residente


en la madrileña localidad de San Sebastián de los Reyes llamó a las fuerzas de
seguridad locales denunciando los extraños fenómenos que estaban padeciendo.

Aproximadamente a la una y media de la madrugada, efectivos de la policía


local acudieron al número 11 de la calle Valladolid para atender la llamada de
auxilio de la familia García. Al llegar al inmueble, según testigos presenciales, los
ocho miembros de la misma permanencia sentados en el rellano del tercer piso
completamente alterados.

Según su relato, tras un apagón de luz diversos objetos parecieron cobrar


vida: un jarrón situado en el salón voló por la habitación, platos y vasos cayeron de
las estanterías como empujados por fuerzas invisibles, la puerta de cristal de un
armario saltó en pedazos y una tijera impactó en el cuerpo de una de las niñas
pequeñas que se encontraba en la vivienda.
El número 11 de la calle Valladolid, en la localidad madrileña de San Sebastián de
los Reyes, ha sido el lugar donde se ha producido la penúltima intervención
policial ante fenómenos paranormales.

Tras recorrer las diversas dependencias del domicilio, los agentes locales no
encontraron el detonante de aquel caos, por lo que, después de tranquilizar a los
inquilinos, abandonaron el inmueble y redactaron el consiguiente expediente:

Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes.

Policía Local.

«A la 1:30 horas del día 24 de marzo del 2000, agentes de la Policía Local
recibieron una llamada telefónica informando sobre supuestos sucesos
paranormales en la calle Valladolid de esta localidad.

Personados en el lugar citado, se observa cómo los inquilinos de la vivienda


se encontraban en el interior del domicilio, han podido ver cómo se rompían los
cristales de las ventanas, volaban unas tijeras, cuchillo y estallaban las bombillas de
las lámparas.

Realizada una inspección ocular en el interior del domicilio, se observó gran


cantidad de cristales rotos, provenientes de vitrinas y bombillas, si bien se ignora
como fueron causados los desperfectos».

A las pocas horas nos congregábamos en la puerta del domicilio un nutrido


grupo de periodistas y curiosos para saber más detalles de lo ocurrido.

La familia García se negaba a atender a las preguntas de los diferentes


medios de comunicación, pero al final, ante la insistencia de los mismos,
comenzaron a relatar una versión muy distinta a lo declarado en el informe
realizado por los agentes locales y al que tuve acceso.

Nada, no ha pasado nada. Todo es mentira. La policía estuvo aquí —


afirmaron Ramón y Pilar— por una tontería de las niñas. Esto es increíble. Hay
alguien que nos está haciendo la vida imposible. Nos tienen manía. No tengo ni
idea de quién puede ser: nunca nos ha pasado ninguna cosa rara. Aquella noche la
nieta rompió un cristal y ya está.
Objetos deteriorados en la escalera… ¿destruidos por fuerzas sobrenaturales?

Debo reconocer que no salía de mi asombro ante estas declaraciones. ¿Por


qué habían decidido rectificar su testimonio?

Las hipotéticas respuestas surgieron rápidamente. En jornadas posteriores al


suceso encontré diferentes bolsas de plástico escondidas con los platos y vasos
rotos, estanterías y pequeños muebles deteriorados.
Los testigos envueltos en los misteriosos fenómenos de San Sebastián de los Reyes
optaron por el silencio radical ante los medios de comunicación. Había miedo.

No cabía duda alguna de que algo desconcertante ocurrió aquella noche.


Aquel descubrimiento constataba la realidad de los sucesos a los que se enfrentó la
policía local. Pero ¿qué motivos tenían los inquilinos para desmentir toda la
historia? Un cartel pegado en la cristalera del portal de entrada fue la auténtica
razón por la cual no quisieron dar a conocer la verdad: «Casa en venta».

Los abuelos, Ramón García y Oscilla Pérez López; sus hijos, Pilar García y
Francisco Javier Moreno, y las niñas, Fe y Verónica García, llevaban más de siete
años sufriendo extraños episodios en su vivienda.

Acontecimientos que pude contrastar gracias al testimonio de los vecinos a


los que entrevisté y que afirmaban cómo desde 1996 ocurrían cosas muy raras en
aquel domicilio. Posteriormente comprobé que incluso algunos medios de
comunicación locales se habían hecho eco de aquellos quiméricos episodios.

Pero aquella fatídica noche de marzo la situación llegó a ser tan insostenible
que decidieron pedir auxilio a las fuerzas de seguridad locales…
Capítulo 5

Fraudes y estafas fantasma

«Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas».

JOSÉ ORTEGA Y GASSET

Los investigadores y periodistas relacionados con el mundo de lo insólito


tenemos conocimiento con bastante frecuencia de numerosas historias y sucesos
inexplicables.

Nuestra labor como informadores sobre esa «otra realidad» no consiste


solamente en seguir la pista e indagar unos hechos calificados de misteriosos por
nuestras fuentes, sino que también es imprescindible que valoremos con atención
cada uno de los casos que se nos presentan y posteriormente daremos a conocer al
público a través de los medios de comunicación. Realizando esta tarea muchas
veces nos encontramos ante situaciones que, pese a tener la apariencia y todos los
componentes esenciales para ser dignos de estudio, acaban por mostrar su
falsedad.

Existen diferentes clases de casos paranormales fraudulentos: desde aquellos


casos en los cuales los protagonistas de los sucesos solo buscan algún tipo de
beneficio, ya sea económico o comercial, mediante artimañas, hasta otros en los
que los testigos creen realmente haber presenciado hechos sobrenaturales, pero
que, una vez investigados, se descubre que obedecen a causas naturales
identificables.

A principios del siglo XX se produjo un episodio, que es un ejemplo clásico


de esta última situación, en la localidad de Aytona, en Lérida. Poco antes de morir
una mujer afirmaba que su alma retornaría del más allá para estar con los suyos en
el hogar. Tras su fallecimiento, comenzaron a manifestarse raps en el suelo del
domicilio familiar. Sin embargo, pocos días más tarde se resolvió el misterio: en
una acequia cercana se descubrió una guadaña sujetada por unos juncos que,
debido a la corriente de agua, golpeaba esporádicamente contra las piedras. Esta
era la causa de los incidentes a la familia catalana. No se trataba de un fraude, pero
tampoco de ningún fenómeno paranormal.
Mauricio y su «casa de los ruidos»

El caso, bautizado por la prensa como «La casa de los ruidos», mantuvo en
vilo a toda la barriada de Carabanchel, en Madrid, por espacio de dos meses.

Desde mediados de enero de 1977, golpes de naturaleza desconocida, pero


generalizados, sembraron el temor entre los vecinos del barrio. A principios de
febrero la situación se hizo insostenible y estalló. Muchos de los moradores
cercanos llegaron a desalojar sus casas ante el tenso e insoportable ambiente. Nadie
parecía dar con el origen de los mismos y las protestas vecinales se desarrollaban a
diario en la vía pública.

El ayuntamiento de Madrid tomó cartas en el asunto el día 7 de febrero de


1977 y nombró una comisión para investigar el origen de aquellos lances que
alarmaban a los ciudadanos.

El equipo investigador estaba compuesto por varios peritos —un aparejador,


un ingeniero en telecomunicaciones y un arquitecto— y determinó que los ruidos
se debían a las obras de ampliación de las líneas del Metro que se estaban llevando
a cabo.
El enigmático Mauricio fue estudiado en secreto por las autoridades y la SEDP
(Sociedad Española de Parapsicología). Nunca se supo si era el catalizador de
todos los fenómenos y si estos eran enteramente fraudulentos. En la imagen
aparece junto a su madre adoptiva.

En un primer momento, la explicación resultó convincente para una gran


mayoría de los residentes en la calle del Toboso, pero fue por poco tiempo.

Una semana después, y coincidiendo con la paralización de las obras de la


línea 6 del metropolitano, entre las estaciones de Oporto y Vía Carpetana, el
fenómeno resurgió con más fuerza que nunca y en un lugar muy concreto: el
número 73 de la calle del Toboso, en el domicilio donde residían Luis Antúnez,
María Delgado y un muchacho que estaba a su cargo y que sufría una deficiencia
psíquica, Mauricio.

Los episodios se habían concentrado en su apartamento y no solo consistían


en percusiones inexplicables. Diferentes objetos, como armarios pesados, cuadros,
bombillas y un televisor, se desplazaron por el interior del domicilio madrileño
como si tuviesen vida propia.
Las misteriosas percusiones comenzaron a poner en peligro la estabilidad
psíquica de los propietarios del inmueble y más concretamente la de Luis Antúnez
y María Delgado.

Mariano Gómez García, comisario de servicio del distrito de Carabanchel,


tomaba cartas en el asunto y encargaba a la Sociedad Española de Parapsicología
un informe para intentar esclarecer las manifestaciones. El grupo investigador,
coordinado por José Luis Jordán Peña, estaba integrado por José Cebreiro
(químico), Dámaso Fariñas (ingeniero), Francisco Gavilán (analista informático),
Luis Prieto (técnico electrónico), Guillermo Serrano (ingeniero), Juan Serrano Peña
(ingeniero técnico de telecomunicaciones) y Gonzalo Vallejo (fotógrafo).

Transcurridas varias semanas la Sociedad Española de Parapsicología daba a


conocer un expediente con los siguientes resultados:

No existe ningún indicio razonable para atribuir tales disturbios a


pretendidas «fuerzas mentales» o a fenómenos paranormales de carácter físico.
Abundantes elementos de juicio permiten rechazar de plano siquiera una mínima
probabilidad de que así sea.
Mauricio, en primer plano, durante las investigaciones paranormales que se
realizaron en el número 73 de la calle del Toboso.

Todo parecía indicar, por el contrario, que la persistencia de los ya citados


ruidos debió inducir a cualquier morador de la casa a simular, con ánimo de
bromear o asustar a los restantes vecinos, esas caídas de objetos, nuevos golpes y
roturas. De hecho, algunos testigos sorprendieron al joven Mauricio Antúnez
provocando percusiones con sus pies […].
El Palacio de Linares y las psicofonías de Raimunda

Un escándalo. No se pueden definir de otra manera los sucesos que se


vivieron en el popular Palacio de Linares. El palacete, actual Casa de América,
construido en 1873 y situado en la madrileña plaza de Cibeles, acaparó la atención
de todos los medios de comunicación en mayo de 1990.

Diferentes medios informativos difundían por todo el país las presuntas


psicofonías que afirmaba haber conseguido registrar en el edificio Carmen Sánchez
de Castro, quien se presentaba como doctora, psicóloga o psiquiatra.

El «expediente Palacio Linares» saltó a los medios de comunicación meses antes de


que fuera a ser rehabilitado.
Estas fueron algunas de las psicofonías que obtuvo Sánchez de Castro:

«¡Mamá, «¡mamá!… «¡Nunca oí decir mamá!»

«Yo también estoy aquí».

«Mi hija Raimunda, nunca oír decir mamá».

«¡Asesinos, asesinos».

«Estamos aquí para la eternidad».

Las supuestas voces del más allá, que posteriormente se demostraron que
eran fraudulentas, fueron el detonante para que cientos de personas se reunieran
por las noches en esta emblemática plazoleta de la capital con intención de dar
caza a los fantasmas.

Pero, según la polémica Carmen Sánchez, la historia había dado comienzo


un año antes, mientras realizaba diferentes estudios arquitectónicos e históricos de
la villa madrileña.

El primer día que llegué con un grupo de arquitectos e historiadores —


explicó Carmen Sánchez de Castro— escuchamos unos acordes de órgano que nos
pusieron la carne de gallina. Quien tocaba ese órgano debía de ser un virtuoso por
la maravilla con que arrancaban las notas. Las paredes comenzaron a moverse y
todo temblaba. Fue entonces cuando pregunté a las personas que allí trabajaban, y
sobre todo a los vigilantes jurados, si habían notado alguna cosa extraña.

La curiosidad de la presunta doctora la indujo a realizar diferentes


grabaciones por las estancias de la mansión. Intentaba descubrir la naturaleza de
los fenómenos.
Retrato de familia. El supuesto fantasma del palacete de Linares era Raimunda,
hija bastarda de los marqueses.
Los marqueses de Linares.

Habíamos instalado nuestros aparatos y esperábamos en silencio. De pronto


—continuó relatando Sánchez de Castro—, una perra que tenía junto a mis pies
empezó a gruñir de forma sospechosa. Empezamos a oír pisadas sospechosas. Nos
levantamos y los ruidos cesaron, pero de repente volvimos a oír los pasos mucho
más fuertes y rápidos. De pronto, las tres puertas de la habitación en la que
estábamos se abrieron de golpe y sentimos sobre nuestros rostros una especie de
aire helado. Salimos todos corriendo hacia el jardín».

En 1989 Carmen Sánchez de Castro recurría al grupo Hepta. La activa y


rigurosa comisión de investigadores paranormales, compuesta por el sacerdote
José María Pilón, la periodista Sol Blanco Soler, la vidente Paloma Navarrete, los
físicos José Luis Ramos y Lorenzo Plaza, y el electrónico Ángel Ortega, se propuso
desvelar la naturaleza de los fenómenos.

Sus estudios llegaron al ayuntamiento de Madrid, y en ellos se explicaba


detalladamente los resultados obtenidos en las investigaciones desarrolladas con
diferentes técnicas radiestésicas, medidas de campos electromagnéticos, barridos
fotográficos y obtención de psicofonías en una cámara anecoica Faraday.

En este informe se afirmaba que existían corrientes subterráneas bajo el


inmueble, alteraciones de los campos magnéticos en algunas estancias y una
decena de fotografías que mostraban extrañas formas luminosas, las cuales
resultaban inexplicables tras los análisis. Pero de los espectros del más allá, nada
de nada.

No fue el único equipo en acudir a investigar el caso. El Departamento de


Conservación de Edificaciones, como narra la periodista Clara Tahoces en su libro
Guía del Madrid mágico, autorizó a la Asociación Parapsicológica de Madrid para
pernoctar en el desvencijado edificio. Sus resultados tampoco fueron positivos.
El Palacio de Linares, en pleno corazón de Madrid, es hoy la Casa de América.

El Palacio de Linares se convirtió en un lugar de peregrinación para todo


tipo de personajes singulares, que no hicieron sino dañar la imagen de la
parapsicología y de los parapsicólogos. La edificación contaba con una buena
leyenda, más propia de los antiguos caserones ingleses o escoceses que de los
españoles, y no faltaron quienes dejaron volar libremente su fantasía.
Supuestamente, aquellos fantasmales lamentos pertenecían a Raimunda, posible
hija bastarda de Mateo Murga, marqués de Linares y propietario de la villa.

Como si de una pesadilla se tratara, recuerdo al célebre tarotista Tristán


Braker portando supuestos instrumentos para cazar fantasmas, ataviado con un
mono, un casco y presentándose como presidente de una asociación esotérica
española, constituida por algunos echadores de cartas del Parque del Buen Retiro,
afirmando delante de las cámaras de televisión de varias cadenas que su propósito
era atrapar a las almas en pena.

Fue todo un rosario de situaciones vergonzosas de las que el irrepetible


Groucho Marx hubiera sacado partido para alguno de sus filmes.

El 4 de junio de 1990 la policía nacional detenía a Carmen Sánchez de Castro


por presunta falsificación de cheques. Cuando era custodiada por las fuerzas de
seguridad, se descubrió que tenía pendiente, desde hacía diez años, una orden de
búsqueda y captura. Además se confirmaba que no estaba registrada en ningún
colegio profesional de psicología ni de psiquiatría.

Se desmontaba así un burdo fraude orquestado por Carmen Sánchez de


Castro. Aunque todavía queda una incógnita por resolver: ¿de dónde salieron
aquellas voces de ultratumba que Sánchez de Castro mostró a toda España? Si las
grabaciones no fueron obtenidas por ninguno de los grupos de investigación,
¿quién las realizó?
«Caso Lago Constanza»

El bar Picos de Europa, una céntrica cafetería madrileña, era el lugar donde
me había citado con la señora Del Amo, casada y con dos hijas, Ana y Silvia, de
seis y once años, respectivamente. La razón de nuestro encuentro era el que la
señora Del Amo narrase los acontecimientos que habían alterado la tranquilidad
de su hogar.

Totalmente confusa, buscaba una solución a una situación que le había


hecho perder diez kilos en apenas quince días y que, como ella misma afirmaba, la
estaba conduciendo a la locura.

Sentados en una mesa del local, junto a Ramón García, amigo de la familia y
testigo de los extraños acontecimientos, comenzó a relatar uno a uno todos los
sucesos que, originados a su entender por «fuerzas del más allá», habían acaecido
en las últimas fechas en su domicilio.

Desde hacía veinte días «algo» o «alguien» no dejaba de molestar con


ruidos, llamadas y golpes a la puerta principal de la vivienda. Unas terroríficas
experiencias que habían llevado a los miembros de su familia a permanecer en casa
solo lo imprescindible. En los momentos más críticos de esos fenómenos
inexplicables, llegaron a pernoctar en domicilios de amigos y allegados, quienes
también habían sido testigos de los hechos.

Hace quince días estábamos las dos niñas y yo solas en casa por la tarde y el
timbre se volvió loco: din-don, din-don […]. Me empecé a asustar —recordaba con
un exagerado nerviosismo María Ángeles del Amo al narrar los acontecimientos—.
Al principio creíamos que se trataba de una broma pesada de algún vecino…, pero
no.

María Ángeles nunca se había interesado en historias de fantasmas,


poltergeist o seres sobrenaturales. Al principio, ella solamente pensaba que cada
tarde alguien les estaba gastando una mala pasada.

Una macabra broma que, jornada tras jornada, fue haciendo mella en el
estado físico y psíquico de la familia. Cada vez que se producían los insistentes
aporreos se dirigía hacia la puerta, miraba por la mirilla y nunca había nadie al
otro lado.

En el cuarto piso, letra D, del número 59 de la calle Lago Constanza se había


desatado un molesto y ruidoso poltergeist, rompiendo incluso la armonía de la
vecindad, cansada de los alborotos, que siempre comenzaban alrededor de las
cuatro de la tarde y se prolongaban hasta altas horas de la madrugada.

El matrimonio Del Amo urdió un plan para intentar desenmascarar al


bromista. Una estrategia que les llevaría más lejos de lo que jamás hubieran
imaginado. Hartos de padecer esta pesadilla que no les dejaba vivir tranquilos,
organizaron una maniobra de acoso y derribo que les permitiera desvelar, de una
vez por todas, el origen de los incómodos estruendos sonoros.

María Ángeles, junto a sus hijas Ana y Silvia, en el rellano de la escalera,


momentos antes de que se produjese el poltergeist.
Los extraños sucesos que rompieron el sosiego de la familia Del Amo nunca se
manifestaron en la habitación de Ana y Silvia. ¿Por qué?

La vecina de enfrente, Juana Fernández, junto a Carmen Jiménez y un


matrimonio amigo, estuvieron apostados haciendo guardia en la escalera y puertas
cercanas al piso de los Del Amo.

Se lo dije a mis vecinas —recordaba María Ángeles— y planeamos que


estuvieran atentas por la mirilla para ver quién lo hacía, pero ellas nunca vieron a
nadie cuando pasaba. Al día siguiente se lo conté a mis vecinos de abajo para ver si
habían observado bajar o subir gente y, cuando comenzaban los fenómenos, nunca
había nadie.

El matrimonio no daba crédito a lo que estaba sucediendo. A pesar de que


toda la escalera se encontraba perfectamente vigilada nunca se dio con el
responsable de aquella broma pesada. A Juana Fernández aún se le erizaba el vello
cuando recordaba cómo transcurrieron aquellas jornadas en las que buscaron
siempre con resultados infructuosos.
Yo no veía a nadie. Había muchas veces —recuerda la señora Fernández—
que abría la puerta, otras solo miraba, pero nunca había nadie.

Desgraciadamente Juana no quiso relatarnos los sucesos que terminaron por


truncar la escasa tranquilidad que hasta entonces había existido en el inmueble.

Sin embargo, los incidentes más espectaculares estaban por llegar. Ramón
García y su mujer, Rebeca, allegados a la familia Del Amo, se encontraban
montando guardia junto a las vecinas en el rellano de la escalera cuando se
convirtieron en testigos de excepción de la estridencia sonora del timbre eléctrico y
de los golpes en la puerta del domicilio.

«A nosotros todavía nos entran escalofríos cuando subimos por las escaleras
—explicaban— y recordamos aquel día. Estábamos sentados en el rellano cuando
de repente el timbre empezó a sonar y comenzaron a dar golpes en las paredes,
pero allí no había nadie.

El vecindario decidió recurrir a las fuerzas de seguridad del Estado. El 15 de


mayo de 1997 dos coches patrulla del Cuerpo Nacional de Policía, procedentes de
la comisaría de Ventas, acudían a la petición de auxilio realizada por Juana
Fernández y el resto de vecinos. Alrededor de las seis de la tarde los agentes se
personaban en el edificio. Tras atender perplejos a las declaraciones de los
inquilinos, amigos y demás personas que en aquel momento se encontraban con el
matrimonio, los agentes se vieron impotentes para dar una explicación al misterio.

Durante varios días recogí una decena de testimonios y tras analizar y


estudiar algunas de las posibles causas del poltergeist decidí acudir al lugar de los
hechos con María Ángeles. Atravesamos el portal del edificio y encaminamos
nuestros pasos al cuarto piso.
Los protagonistas de un insólito caso de fraude paranormal protagonizado por dos
menores de edad que durante semanas mantuvieron aterrorizada a la vecindad.

Su voz entrecortada, la mirada perdida en el final de la escalera y los nervios


a flor de piel constituían sugerentes indicios de lo que me podría encontrar unas
plantas más arriba. Al llegar a la entrada de la residencia no pude evitar recordar
los sucesos que atemorizaban a aquella familia. El nerviosismo provocó que María
Ángeles tuviera que hacer varios intentos antes de poder introducir la llave en la
cerradura. Finalmente conseguimos acceder a su residencia.

Fueron dos horas las que aguardamos a que algo sucediera. Entretanto me
dediqué a inspeccionar los dormitorios, la cocina, el salón, etc. Al poco tiempo
sonó el teléfono del portero electrónico y el sobresalto de María Ángeles fue una
prueba suficiente para avalar la tensión que se respiraba en el ambiente. Eran sus
hijas que regresaban del colegio. Ana, la pequeña, no daba importancia a lo que
sucedía. Se mostraba indiferente, hasta tal punto de no experimentar ningún temor
ante los fenómenos. Silvia, por el contrario, no dormía bien y lloraba por cualquier
motivo. Intuí que algo no encajaba y las charlas que mantuve con las pequeñas me
fueron revelando la realidad del asunto. Tenía ante mí a dos mentes infantiles que
creían en fantasmas y espíritus burlones, que narraban historias de magia y
brujería…

De pronto escuché un tremendo golpe, seguido de otros tantos de parecida


intensidad. Habían sonado en la puerta y paredes de la entrada principal.

María Ángeles empezó a gritar: «¡Lo ves, lo ves!», y Silvia rompió a llorar,
presa del pánico y la histeria. Acababa de ser testigo de un poltergeist.

Los reporteros Iker Jiménez y Lorenzo Fernández escucharon incrédulos la


historia que había vivido. Había que buscar el origen de aquellos sobrenaturales
episodios y tramé un plan para intentar descubrir la naturaleza u origen de
aquellos fenómenos.

Todo estaba dispuesto para acudir nuevamente, en un plazo de dos


semanas, a la calle Lago Constanza. Pero la visita se tuvo que adelantar. Una
angustiosa y desesperada llamada de Jesús del Amo, el padre de familia, me
informaba que las manifestaciones habían resurgido con una agresividad
inusitada. Las puertas de la casa se abrían y cerraban solas, los muebles se
desplazaban por el interior del hogar, las sillas y banquetas aparecían por
diferentes lugares de la vivienda.

Acudí al piso junto con mis compañeros. Los primeros instantes tuvieron un
denominador común: el escepticismo. Hasta que, transcurridos unos minutos, se
desató el poltergeist: golpes en las puertas, movimientos de muebles,
desplazamientos de pequeños enseres, todo un rosario de fenómenos de difícil
explicación. «Esto hasta que no se vaya el duende no terminará», exclamaba la
abuela cada vez que sucedía algo en el interior del piso.

Ana y Silvia, las adolescentes que orquestaron toda la farsa.

A pesar del ambiente de histeria colectiva que se vivía, mantuve la calma.


Existía una peculiaridad que parecía pasar inadvertida: todo ocurría alrededor de
Ana y Silvia. Había preparado diversas trampas para descubrir si el origen de los
episodios paranormales tenía un detonante humano…

Fueron horas interminables viviendo aquellas experiencias. Nos apostamos


en diferentes partes del domicilio. La pequeña Ana observaba con su pícara mirada
cada uno de los movimientos que realizaba mientras continuaban las ilógicas
percusiones y los desplazamientos quiméricos.

El cerco se estrechaba y cada vez estaba más convencido de que aquella


situación no tenía nada de paranormal. Las dos niñas se perfilaban como firmes
candidatas de ser las responsables, aunque no podía demostrar si de una forma
paranormal.

En un descuido de la joven, observamos estupefactos cómo una pequeña


mano, nada inocente, golpeaba con fuerza una de las puertas, que posteriormente
se abría y cerraba con un complejo sistema, ante los asustados ojos de quien lo
contemplaba al otro lado.

Todo había terminado.

¿Cuáles fueron los motivos de Silvia y Ana para provocar aquella situación?

Una tensa situación familiar, provocada posiblemente por el deseo de llamar


la atención de sus padres, Jesús y María Ángeles, fue la causa de que las dos niñas
desencadenasen el misterio en la calle Lago Constanza.
Capítulo 6

Un reto para el siglo XXI

«La ciencia, a pesar de sus progresos increíbles, no puede ni podrá nunca


explicarlo todo. Cada vez ganará nuevas zonas a las que hoy parece inexplicable.
Pero las rayas fronterizas del saber, por muy lejos que se eleven, tendrán siempre
delante un infinito mundo de misterio».

GREGORIO MARAÑÓN
¿Por qué en la actualidad los fenómenos paranormales se
encuentran tan desacreditados en nuestro país?

Pueden ser muchas y variadas las razones, pero podemos basarlas


principalmente en dos: la primera de ellas es que la comunidad científista —que no
científica— sigue considerando a la parapsicología como una disciplina esotérica.
Desde hace varias décadas ha desarrollado toda una maniobra de acoso y derribo a
este tipo de casuística. Y lejos de mostrar una sana curiosidad, estudiando las
posibles causas de los fenómenos, continúan negando por sistema la existencia de
cualquier hecho paranormal.

Se autoproclaman «escépticos» cuando en realidad se deberían definir como


detractores o subversivos.

La segunda habría que buscarla en la imagen que llega a la opinión pública


sobre este tipo de sucesos. Desgraciadamente, en estos últimos años, estamos
acostumbrados a observar en debates televisivos y radiofónicos a presuntos
videntes, tarotistas y curanderos que se autoproclaman parapsicólogos.

Investigadores que se presentan avalados por un máster en ciencias ocultas


realizado en un tiempo récord y rodeados de toda una farándula de personajes que
no hacen sino desprestigiar el mundo de lo paranormal. Mientras la sociedad siga
teniendo esta imagen nunca se llegará a tomar en serio a la parapsicología.
Su divulgación

¿Por qué no se divulga en ninguna universidad este tipo de fenomenología?


¿Cuál es la razón por la cual no existe ningún laboratorio de investigación en
nuestro país, mientras se cuentan por decenas en las universidades extranjeras?

La respuesta es otro gran enigma. Quizá sea porque aún no se sabe que la
parapsicología fue aceptada como disciplina académica en 1969 por una de las
instituciones científicas más reputadas: la American Association for the
Advancement of Science (Asociación Americana para el Avance de la Ciencia). Un
detalle muy importante, ya que la mayoría de las instituciones oficiales continúan
entendiendo que la parapsicología es parte del ocultismo. Un grave error que no
hace sino paralizar cualquier tipo de estudio serio y metódico ante determinados
casos.

A pesar de todo, afortunadamente todavía existen asociaciones que analizan


y estudian de una forma seria y rigurosa los poltergeist y casas encantadas. Están
compuestos por equipos multidisciplinares de expertos en diferentes ramas
científicas: observan, estudian y analizan las manifestaciones para poder plantear
hipótesis que den una explicación a los fenómenos.

Trabajos como los realizados por el doctor Michel Persinger, de la


Universidad de Laurentania, quien propuso las últimas teorías sobre la naturaleza
de estos fenómenos durante la convención anual de la Asociación de
Parapsicología celebrada en la Universidad de Stanford en 1999.

Michel Persinger descubrió en 1989, tras analizar varios episodios


paranormales, que la actividad geomagnética terrestre aumenta el número de
episodios de psicoquinesis.

En el estudio se apuntaba que el detonante de estos extraños sucesos habría


que buscarlos en la energía electromagnética ambiental combinada con la del
propio sujeto y que siempre se dirige inconscientemente hacia los objetos.

A esta minoritaria comunidad erudita habría que sumar un gran número de


investigadores y periodistas, quienes siguen aportando documentos y testimonios
para demostrar que la realidad es mucho más amplia y misteriosa de lo que la
ciencia académica está dispuesta a conceder.
¿Qué nos deparará este siglo?

Sin lugar a dudas, respuestas. Se encontrarán las explicaciones definitivas al


enigma: ¿por qué?, ¿cuándo? y ¿cómo? Pero hasta que ese momento llegue habrá
que seguir informando, dando a conocer, con el máximo respeto y rigor, los
nombres y apellidos de aquellas personas que un día tuvieron la fortuna o la
desgracia de enfrentarse cara a cara al misterio.

Una incómoda realidad para todos aquellos que no la hayan investigado.

A las 24 horas del 1 de septiembre de 2002. Entre la capilla y la casita de muñecas


del caserón desvencijado de mi abuela, Villa «María Teresa», conocida popularmente como
la «Casa Encantada» de Godella-Rocafort (Valencia).
Si desea ponerse en contacto con el autor puede hacerlo a través de Edaf o en la
siguiente dirección:

contrerafgil@hotmail.com
Notas

[1]
El Instituto Metapsíquico de París fue la primera asociación que contó con
ayuda económica del gobierno francés y el reconocimiento de entidad científica<<

[2]
Sería importante matizar en este punto que los estudios psíquicos en
Argentina comienza oficialmente el 30 de abril de 1953, fecha en la que se fusionan
la Sociedad Espirita y la Sociedad Argentina de Parapsicología, y fundan, avalado
por las instituciones universitarias, el Instituto Argentino de Parapsicología<<

[3]
Journal, XII, p. 260.<<

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