Seleccion El Maestro Ignorante
Seleccion El Maestro Ignorante
Seleccion El Maestro Ignorante
Introducción
El Maestro Ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, es un libro
escrito en 1987 por el filósofo francés Jacques Ranciére, pero traducido y publicado
al español recién el pasado año. Desde la primera lectura, se convirtió para
nosotros en un texto singular. Por el modo en que conecta con nuestras sensaciones
de asombro frente a una escuela y una educación sumidas en la impotencia y la
imposibilidad de reacción; pero sobre todo por la forma en que ilumina las
experiencias sostenidas y ensayadas en los últimos años –de trabajo con chicos, de
educación popular, de investigación, etc.-.
¿Por qué no, entonces, explorar nuestras situaciones bajo esta particular
luminosidad que lleva el provocador nombre de la ignorancia? Fue la pregunta que
dio inicio al Taller del Maestro Ignorante, que se prolongó durante año y medio en
un galpón del MTD de Solano, y finalmente devino, sin que lo hubiéramos previsto,
en esta publicación.
Ahora bien, la historia del "maestro ignorante" comenzó hace mucho. Hay que
remontarse, como lo hizo Ranciére, hasta 1770, año en el que nació Joseph Jacotot
-el fundador- en un pueblo del interior de Francia. Se trata de una época y una vida
marcada indeleblemente por uno de los acontecimientos más importantes de la
modernidad: la revolución francesa de 1789. Y Jacotot fue un revolucionario:
artillero del ejercito y secretario del Ministerio de Guerra, director de la Escuela
Politécnica, y más tarde profesor universitario. Incluso fue elegido Diputado de la
República, cuando sobrevino la restauración de la Monarquía y tuvo que exiliarse en
Holanda (que aún se conocía con el nombre de Países Bajos). Joseph Jacotot
pensaba descansar y dedicarse a la lectura.
Sucedió entonces el hecho azaroso que cambiaría su vida. Un grupo de estudiantes,
enterados de su larga experiencia personal, le propusieron que fuese su maestro,
aun si un obstáculo volvería difícil esta posibilidad: ni los jóvenes conocían el
francés, ni Jacotot hablaba el holandés.El maestro, carente de las condiciones
mínimas para la tarea, sólo atinó a salirdel paso sugiriéndoles que estudiaran un
libro clásico -el Telémaco de Fedelón- recientemente editado en las dos lenguas.
Pero la sorpresa fue mayúscula cuando constató, pasado no mucho tiempo, que los
estudiantes habían aprendido por sí mismos su idioma.
¿Cómo pudo suceder que un grupo de jóvenes aprendieran sin que nadie les
explicara? ¿Qué sentido tiene entonces la explicación? De improviso y en un
instante, Jacotot comprendió la radicalidad de estas preguntas, su capacidad para
develar hasta qué punto la sociedad se erige sobre un "orden explicador", basado
en la ficción de la incapacidad de aquel a quien hay que explicar. Quien es
explicado aprende... que él no puede aprender sin explicación. De ahí que toda
explicación constituya un hecho de atontamiento. La particularidad de esta crítica
salta a la vista, pues golpea el argumento noble y altruista de la pedagogía: el
combate a la desigualdad, la reducción de la distancia entre el ignorante y el saber.
Y bien, dirá nuestro personaje, la escuela no hace más que confirmar-reforzar esa
desigualdad que se propone conjurar. Porque todo intento de igualar lo que se
decreta como desigual está condenado al fracaso. Dirá Jacotot que su
descubrimiento se resume en una máxima muy simple: la igualdad no es algo a
alcanzar, sino el punto de partida. Por eso, el maestro que encuentre la mejor
explicación, aquel que tiene la mayor compasión hacia quien no sabe, el maestro
progresista, no será sino el mas atontador.
Una hipótesis muy distinta comienza a perfilarse: todos pueden algo, al menos una
mínima cosa, y de esa capacidad hay que partir. Y es que todas las inteligencias son
iguales, o mejor, la inteligencia humana es una sola, y cada uno la usa a su modo.
La única diferencia radica en la atención que logremos sostener: hay momentos en
que nos distraemos y nos sumimos en la pereza, hay otros donde prestamos
especial atención y usamos al máximo nuestra inteligencia.
Se dibuja así la figura del maestro-emancipador, quien fuerza la emergencia de una
capacidad hasta entonces ignorada, para seguirla hasta donde ella pueda.
Ahora bien, no se trata de un nuevo método pedagógico. Por el contrario, lo que se
revaloriza es la eficacia del modo natural de aprendizaje, aquel que todos usamos
para aprender la lengua materna, que implica recorridos a ciegas plagados de
adivinanzas y azares, de comparaciones simples, mucha observación y repeticiones;
y que supone, ante todo, un camino trazado por la voluntad. Es este modo de
pensamiento el que queda bloqueado por la explicación, y el que revive en cada
descubrimiento, en la experiencia del enamorado, en el acto revolucionario, y en
cada situación inédita y urgente donde se precise la experiencia infantil de inventar
una respuesta desconocida. Jacotot trató de evitar su empobrecimiento, su
dogmatización, sustrayéndolo una y otra vez de las cada vez más frecuentes
"aplicaciones". Y en este último empeño se condensa el punto de mayor tensión,
donde surge su más audaz apuesta: "si se puede aprender sin explicación", dirá, "se
puede enseñar lo que se ignora". Es decir, si algo hay que enseñar es que no
tenemos nada para enseñar, salvo a usar la propia inteligencia. La ignorancia
deviene construcción de un círculo de potencia, reunión de voluntades donde se
apela a lo que cada uno puede. Y toda la fuerza antipedagógica del maestro-
ignorante se libera en esta afirmación: "no hay nada que el alumno deba aprender.
Aprenderá lo que quiera; quizás nada."
Debemos a Ranciére el genio de rescatar a Jacotot en el mismo momento en que
surgía la educación estatal, y con ella el mito pedagógico. Según el autor, se trata
de una disonancia radical que conviene tener siempre presente, al acecho, como
paradoja que al hablarnos de las imposibilidades de la pedagogía, nos revela su
sentido. Ahora bien, es precisamente aquí donde quizás haya que tomar distancia, y
hacer el ejercicio de producir nuestro propio problema, nuestra específica
traducción de las aventuras de Jacotot. De algún modo, la sensación de que la
pedagogía ha perdido ya todo sentido atravesó cada una de las reuniones del taller
de Solano. Al mismo tiempo, fue componiéndose la intuición de que la hipótesis de
la ignorancia y la igualdad de las inteligencias ya no sólo habita experiencias en los
márgenes pues ha devenido elemento imprescindible de cualquier construcción
vital; y que existe cada vez más como una dinámica esencialmente constructiva,
autónoma, aún si continúa -como en la época de Jacotot- resistiendo con la misma
tenacidad su conversión en un nuevo método explicador.
Fragmentos 2 y 5 del cuadernillo
5. La ignorancia
En el taller hablamos de desmoralizar la noción de ignorancia. No se
trata de disimular un saber ante quien no lo tiene porque la ignorancia
es lo que nos incumbe a todos en un vínculo no utilitario y, en
segundo lugar, porque en las condiciones actuales es casi una ficción
suponer que alguien tiene saberes válidos sin hacer la experiencia de
esa validez: "¿quién puede saber, de antemano y de manera completa, lo
que significa un movimiento?".
Para Neka lo que nos vuelve ignorantes (en el sentido del "maestro
ignorante") en una situación concreta de aprendizaje no es tanto la
postura -si suspendemos o no nuestros saberes previos- frente al otro,
sino el hecho de hacer emerger un no saber sobre la relación que existe
(y puede existir) entre nosotros: una relación que, precisamente,
ignora lo que debe ser y entonces se convierte en un acto de libertad.
Se trataría, entonces, de derribar lo que se supone, lo que se espera
de cada relación, de eliminar los prejuicios y los modelos previos
para dejar aparecer el encuentro. Ignorar es desclasificar a los otros y
a nosotros mismos. Implica una apertura a lo que puede ocurrir. Existe
un no saber sobre lo que va a pasar en el encuentro.
Melina dijo que se percibía en los chicos una fuerza -una voluntad- de
investigación mucho más fuerte que en los adultos. Se diferenciaron,
entonces, dos actitudes muy distintas con respecto al no saber: a
quienes el no saber los impulsa a investigar (ignorancia) y quienes
experimentan el no saber como la justificación de que sí hay "otros que
saben"; es decir, el no saber (como impotencia). La impotencia trabaja
consolidando las desigualdades entre unos que saben y otros que no. En
esta segunda posición -la del no saber como impotencia se da una cierta
"comodidad": no se quiere asumir una voluntad de investigación, de
aprendizaje.
Colectivo Situaciones y MTD Solano-El Maestro Ignorante