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Varios historiadores han realizado exhaustivos trabajos sobre este tema, es así que
Fernando Ayllón, en su libro “El Tribunal de la Inquisición: De la leyenda a la Historia”,
recopila datos importantes a cerca del papel que tuvo el Tribunal en nuestro país. Se
reconoce cinco etapas o periodos. El de apogeo que fue de 1569- 1621, tiempo en el que
se instalaron los inquisidores en distintas ciudades. Ellos eran presbíteros que se
designaba a cada uno de los tres juzgados de la Inquisición. Asimismo, hay registro de
personas no asalariadas, a las que se denominaba ministros. En Arequipa, se reconoce a
Martín Abad de Urrunzola como representante de este cargo.
PERSONAJE. Un hallazgo que nos puede dar luces de la labor del Tribunal en nuestra
ciudad, es lo que encontramos en el libro de Teodoro Hampe Martínez, “Santo Oficio e
Historia Colonial: Aproximaciones al Tribunal de la Inquisición de Lima 1570-1820”, en el
que realiza una recopilación de las personas que ejercieron como inquisidores en la
Ciudad de los Reyes.
Asimismo, también hay que destacar las referencias sobre las formas en las que subsistía
el Tribunal. “La base de la solidez financiera se asentaba especialmente en las inversiones
en censos ( préstamos hipotecarios) y en las canonjías, rubros ambos que significaban un
97% del total de ingresos. Gracias a los valiosos análisis de Maurice Birckel (1969-1970) y
Rene Millar Carvacho (1985), se ha desbrozado el conocimiento en torno a la tesorería del
Santo Oficio Limeño”, se puede leer en este texto.
ACTUALIDAD. Al entrar a la referida casa 113, nos encontramos con algunas estructuras
antiguas, como bóvedas y ventanas; sin embargo, la mayor parte de este recinto se
encuentra reconstruida debido a los daños que le causaron los terremotos ocurridos.
La familia Valcárcel vive en esta vivienda, que con el tiempo se ha dividido en pequeños
departamento. La señora Silvia Zegarra de Valcárcel, de 80 años, nos relata que habita allí
más de 40 años.
“Nosotros somos los vecinos más antiguos, esta casa pertenecía a la señora
Rupertra Lozada Recabarren, ella ya falleció. Muy buena gente nos quería
bastante”, recuerda la señora Silvia, quien a pesar de desconocer los antecedentes de la
viviendo como sede del Tribunal de la Santa Inquisición, reclama el cuidado de estas
casonas que se encuentran olvidadas por las autoridades, a pesar de los múltiples pedidos
que se ha hecho para que se les dé mantenimiento del caso.
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Un grupo de hombres avanzaba delante de ella colocando las láminas de oro sobre
la calle. “No -le había dicho su abuelo días antes-, mi nieta no pisará la calle. Irá de su
casa al convento, sin pecado”.
Años antes, escuchar el repicar de las campanas anunciando la muerte de una monja,
animaba el corazón de Catalina. Apuraba a sus sirvientes al convento para solicitar la
plaza disponible, pero usualmente llegaban tarde. Tuvieron que pasar varios años para
que finalmente la admitieran.
Así, el año 1748, Catalina Luzar y Correa murió al mundo para servir a Dios. Aquel
día, cuando las pesadas puertas del monasterio se cerraron tras ella, renunció a su
familia, los lujos e incluso a su nombre de pila. Desde entonces la conocerían como
Catalina del Corazón de Jesús.
Más tarde, cuando el anciano falleció, la madre Catalina recibió una cuantiosa herencia
que invirtió en la construcción del Claustro del Noviciado y una ermita interior.
Catalina no es una santa, pero las Carmelitas Descalzas la recuerdan como una mujer
extraordinaria. Tanto así que conservan un retrato de ella antes de su noviciado. Ninguna
otra religiosa tuvo ese privilegio.
Asimismo, en este monasterio es posible encontrar pinturas del siglo XVII y un mural
imponente en la Sala Capitular que data del sigo XVIII. “Lo curioso de estos murales es
que no tienen temáticas cristianas, como se ve en otros conventos, solo cumplen
una función decorativa”, acotó el especialista.
Sin duda, este museo es el lugar ideal para encontrar sorprendentes historias.