San Ildefonso de La Cieneguilla
San Ildefonso de La Cieneguilla
San Ildefonso de La Cieneguilla
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Panorámica de la población de La Ciénega en la
actualidad
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Se calculaba que cada individuo recogía, unos cincuenta
gramos diarios del preciado metal.
Ese mismo mes, el gobernador Pedro Corbalán, en
compañía de Bernardo de Urrea, capitán del Presidio de
Altar, se presentó en el lugar para organizar la formación
del pueblo “bajo el pié de calles y casas reales”, nombrar
autoridades locales, proteger los intereses fiscales del
reino y con la anuencia del virrey, nombró a Pedro Tueros
como Justicia Mayor del nuevo real de minas.
Para el mes de septiembre de 1771, Corbalán informaba al
virrey que en la real caja de Álamos, se habían “quintado”
2,033 marcos de oro y se esperaba hacer lo mismo para
finales del año.
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Un año después, el padre franciscano José Nicolaz de Mesa,
que oficiaba en los pueblos de San francisco de Atí, San
Antonio de Oquitoa y Santa Gertrudis de Altar, fue
cambiado al nuevo Real de la Cieneguilla y funda la Iglesia
de San Ildefonso de la Cieneguilla.
Ese mismo año, el real, conocido ya como San Ildefonso de
la Cieneguilla, contaba con una población de alrededor de
cinco mil habitantes, según lo informó el propio Pedro
Tueros. Tomando en cuenta que en 1765, Álamos era la
población mas grande de Sonora con tres mil cuatrocientos
habitantes, aquello era una metrópoli. Para enero de 1773,
la población había aumentado a siete mil personas, la
mayoría de ellos, indígenas yaquis venidos del sur del
estado.
En diciembre de ese año, en La Cieneguilla tuvo lugar una
reunión entre el entonces capitán Juan Bautista de Anza, el
gobernador de la Provincia de Sonora teniente coronel Don
Francisco Antonio Crespo y el capitán don Bernardo de
Urrea, con el propósito de ponerse de acuerdo para la
organización de la primera expedición a la Alta California de
parte del primero. Estuvieron presentes entonces, el padre
franciscano francisco Garcés y el jefe yuma Palma.
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El oro se encontraba “a pelo de la tierra”, como se decía,
pero había también a profundidades de hasta seis metros,
vetas importantes del mineral, que eran explotadas por una
excavaciones llamadas “labores”, que eran unos pozos de
unos dos metros de diámetro, del fondo de los cuales,
partían hacia todos los rumbos, unos túneles llamados
“tuques”.
Ante la falta de agua para el beneficio del mineral, el oro se
separaba, poniendo una porción de tierra en una batea
cónica, y tal y como se hacía para limpiar el trigo, la tierra
se aventaba continuamente hacia arriba, con el propósito
de quitar, con la fuerza del viento, los materiales mas
livianos, hasta que quedaran solamente los pesados granos
del oro en el recipiente. Lo demás se hacía a viento de
boca, lo que resultaba bastante fatigoso.
Pronto las exploraciones y trabajos se extendieron hacia
todos los puntos cardinales: cinco leguas hacia el oriente,
se descubrieron los yacimientos “La Yaqui”, “La San
Migueleña”, “Cerro Colorado”, “La Teodoreña” (de Teodoro
Salazar), “El Boludo”, “El Tiro”, “La Sierrita”, y “El Puerto
de Camou”. Hacia el poniente de la Cieneguilla se
encontraban “Los Placeritos”, “El Manto”, “Los Tonelillos”,
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“La Pleiteada”, “El Cunier”, “El Hilo Blanco”, “La Tuna”, “La
Bonancita”, “La Cueva de Murrieta” y “La Mesa Colorada”.
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unos comerciantes en La Cieneguilla apellidado Bringas y
Maitorena, que habían acumulado diez y media arrobas de
oro (117 kilos).
A partir de 1773, La Cieneguilla empezó a presentar los
primeros síntomas de decadencia ya que los placeres
empezaron a agotarse y los recolectores se fueron al
recién descubierto Real de San Marcial, al oeste de
Guaymas.
Para enero de 1774, el oro de placer se había agotado, no
así el oro de las vetas profundas, que ya para entonces se
encontraban a diez metros de profundidad, lo que obligaba
a un mayor trabajo de minado, mas costoso y por lo tanto
necesario de financiamiento. Ese mes la producción era de
unos sesenta marcos semanales; unos 7,500 pesos. El
agotamiento del oro de placer y la necesidad de mayor
esfuerzo para extraer el de las vetas, marcó el inicio de la
decadencia del real de San Ildefonso.
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Niño de La Ciénega
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Para 1783, los oficiales reales de la provincia, daban
informes al marqués Teodoro de Croix, Comandante de la
Provincia de Sonora, de la completa ruina del mineral.
De 1884 a 1894 hubo otra fiebre de oro en el mineral de La
Cieneguilla, en la que diez mil indígenas yaquis explotaron
con el método de “lavado en seco”, los antiguos placeres
de oro.
Desde 1860, el real de San Ildefonso de La Cieneguilla,
cambió al simple nombre de La Ciénega y pasó a formar
parte de una de las comisarías del municipio de Pitiquito,
del que se localiza a 60 kilómetros al sur, al pipe de la
sierra del Rajón.
Durante el proceso de la revolución mexicana, La Ciénega
tocó fondo, pero en la década de los años treinta logró
tener otro importante auge, cayendo de nuevo hasta casi
desaparecer.
A finales de los cuarenta el norteamericano J.M. Hall
compró todos los jales de La Ciénega quien los explotó por
un tiempo.
Actualmente, en La Ciénega viven unas quince familias,
algunos dedicados al “gambusineo”, obteniendo unos tres
gramos diarios, que venden en Pitiquito y otros a la
pequeña ganadería, no cuenta con servicios de salud, agua
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potable, ni electricidad. La autoridad es un comisario de
policía que utiliza un radio de pilas para comunicarse a
Pitiquito.
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Ingeniero Geólogo con maestrías en Ingeniería y en Administración Pública. Es historiador aficionado y pertenece a la
Sociedad Sonorense de Historia.