Ideologias y Aparatos Ideologic - Althusser, Louis PDF

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Puede decirse que «Ideología y aparatos ideológicos de Estado» es

ya un clásico en la bibliografía moderna sobre el tema de las


ideologías. Este texto se enmarca en la concepción althusseriana
según la cual toda práctica social se desenvuelve en un «medio»
ideológico y, por otra parte, la ideología cumple la función general de
cohesión del todo social. Posiciones éstas que comparte con otros
pensadores como Nicos Puolantzas (en gran parte de su obra al
menos), Daniel Vidal y otros.
El contenido de este ensayo se desenvuelve incluso en el centro
mismo de la polémica en torno a la oposición «ciencia vs ideología» y
en la noción de «corte epistemológico», instancias ambas que han
enfrentado a Althusser con una crítica que, no por profunda y
decidida, deja de ser iluminadora.
Louis Althusser
Ideologías y aparatos ideológicos de
Estado
Notas para una investigación

ePub r1.0
Titivillus 15.09.17
Título original: Idéologie et appareils idéologiques d’État
Louis Althusser, 1970
Traducción: Alberto J. Pla

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2
Acerca de la reproducción de las condiciones de producción[1]

En análisis anteriores nos hemos referido circunstancialmente a la


necesidad de renovar los medios de producción para que la producción sea
posible. Hoy centraremos nuestra exposición en este punto.
Decía Marx que aun un niño sabe que una formación social que no
reproduzca las condiciones de producción al mismo tiempo que produce, no
sobrevivirá siquiera un año[2]. Por lo tanto, la condición final de la
producción es la reproducción de las condiciones de producción. Puede ser
«simple» (y se limita entonces a reproducir las anteriores condiciones de
producción) o «ampliada» (en cuyo caso las extiende). Dejaremos esta última
distinción a un lado.
¿Qué es pues la reproducción de las condiciones de producción?
Nos internamos aquí en un campo muy familiar (desde el tomo II de El
Capital) pero, a la vez, singularmente ignorado. Las tenaces evidencias
(evidencias ideológicas de tipo empirista) ofrecidas por el punto de vista de la
mera producción e incluso de la simple práctica productiva (abstracta ella
misma con respecto al proceso de producción) se incorporan de tal modo a
nuestra conciencia cotidiana que es sumamente difícil, por no decir casi
imposible, elevarse hasta el punto de vista de la reproducción. Sin embargo,
cuando no se adopta tal punto de vista todo resulta abstracto y deformado
(más que parcial), aun en el nivel de la producción y, con mayor razón
todavía, en el de la simple práctica.
Intentaremos examinar las cosas metódicamente.
Para simplificar nuestra exposición, y considerando que toda formación
social depende de un modo de producción dominante, podemos decir que el
proceso de producción emplea las fuerzas productivas existentes en y bajo
relaciones de producción definidas.
De donde resulta que, para existir, toda formación social, al mismo
tiempo que produce y para poder producir, debe reproducir las condiciones
de su producción. Debe, pues, reproducir:

1) las fuerzas productivas

2) las relaciones de producción existentes.

Reproducción de los medios de producción

Desde que Marx lo demostró en el tomo II de El Capital, todo el mundo


reconoce (incluso los economistas burgueses que trabajaban en la
contabilidad nacional, o los modernos teóricos «macroeconomistas») que no
hay producción posible si no se asegura la reproducción de las condiciones
materiales de la producción: la reproducción de los medios de producción.
Cualquier economista (que en esto no se diferencia de cualquier
capitalista) sabe que todos los años es necesario prever la reposición de lo
que se agota o gasta en la producción: materia prima, instalaciones fijas
(edificios), instrumentos de producción (máquinas), etc. Decimos: un
economista cualquiera = un capitalista cualquiera, en cuanto ambos expresan
el punto de vista de la empresa y se contentan con comentar lisa y llanamente
los términos de la práctica contable de la empresa.
Pero sabemos, gracias al genio de Quesnay —que fue el primero que
planteó ese problema que «salta a la vista»— y al genio de Marx —que lo
resolvió—, que la reproducción de las condiciones materiales de la
producción no puede ser pensada a nivel de la empresa pues no es allí donde
se da en sus condiciones reales. Lo que sucede en el nivel de la empresa es un
efecto, que sólo da la idea de la necesidad de la reproducción, pero que no
permite en absoluto pensar las condiciones y los mecanismos de la misma.
Basta reflexionar un solo instante para convencerse: el señor X,
capitalista, que produce telas de lana en su hilandería, debe «reproducir» su
materia prima, sus máquinas, etc. Pero quien las produce para su producción
no es él sino otros capitalistas: el señor Y, un gran criador de ovejas de
Australia; el señor Z, gran industrial metalúrgico, productor de máquinas-
herramienta, etc., etc., quienes, para producir esos productos que condicionan
la reproducción de las condiciones de producción del señor X, deben a su vez
reproducir las condiciones de su propia producción, y así hasta el infinito:
todo ello en tales proporciones que en el mercado nacional (cuando no en el
mercado mundial) la demanda de medios de producción (para la
reproducción) pueda ser satisfecha por la oferta.
Para pensar este mecanismo que desemboca en una especia de «hilo sin
fin» es necesario seguir la trayectoria «global» de Marx, y estudiar
especialmente en los tomos II y III de El Capital las relaciones de circulación
de capital entre el Sector I (producción de los medios de producción) y el
Sector II (producción de los medios de consumo), y la realización de la
plusvalía.
No entraremos a analizar esta cuestión, pues nos basta con haber
mencionado que existe la necesidad de reproducir las condiciones materiales
de la producción.

Reproducción de la fuerza de trabajo

No obstante, no habrá dejado de asombrarle al lector que nos hayamos


referido a la reproducción de los medios de producción, pero no a la
reproducción de las fuerzas productivas. Hemos omitido, pues, la
reproducción de aquello que distingue las fuerzas productivas de los medios
de producción, o sea la reproducción de la fuerza de trabajo.
Si bien la observación de lo que sucede en la empresa, especialmente el
examen de la práctica financiera contable de las previsiones de amortización-
inversión, podía darnos una idea aproximada de la existencia del proceso
material de la reproducción, entramos ahora en un terreno en el cual la
observación de lo que pasa en la empresa es casi enteramente ineficaz, y esto
por una sencilla razón: la reproducción de la fuerza de trabajo se opera, en lo
esencial, fuera de la empresa.
¿Cómo se asegura la reproducción de la fuerza de trabajo? Dándole a la
fuerza de trabajo el medio material para que se reproduzca: el salario. El
salario figura en la contabilidad de la empresa, pero no como condición de la
reproducción material de la fuerza de trabajo, sino como «capital mano de
obra»[3].
Sin embargo es así como «actúa», ya que el salario representa solamente
la parte del valor producido por el gasto de la fuerza de trabajo, indispensable
para su reproducción; aclaremos, indispensable para reconstituir la fuerza de
trabajo del asalariado (para vivienda vestimenta y alimentación, en suma,
para que esté en condiciones de volver a presentarse a la mañana siguiente —
y todas las santas mañanas— a la entrada de la empresa); y agreguemos:
indispensable para criar y educar a los niños en que el proletario se reproduce
(en X unidades: pudiendo ser X igual a 0,1,2, etc.) como fuerza de trabajo.
Recordemos que el valor (el salario) necesario para la reproducción de la
fuerza de trabajo no está determinado solamente por las necesidades de un
S.M.I.G.[*] «biológico», sino también por las necesidades de un mínimo
histórico (Marx señalaba: los obreros ingleses necesitan cerveza y los
proletarios franceses, vino) y, por lo tanto, históricamente variable.
Señalemos también que este mínimo es doblemente histórico, en cuanto
no está definido por las necesidades históricas de la clase obrera que la clase
capitalista «reconoce» sino por las necesidades históricas impuestas por la
lucha de clase proletaria (lucha de clase doble: contra el aumento de la
jornada de trabajo y contra la disminución de los salarios).
Empero, no basta con asegurar a la fuerza de trabajo las condiciones
materiales de su reproducción para que se reproduzca como tal. Dijimos que
la fuerza de trabajo disponible debe ser «competente», es decir apta para ser
utilizada en el complejo sistema del proceso de producción. El desarrollo de
las fuerzas productivas y el tipo de unidad históricamente constitutivo de esas
fuerzas productivas en un momento dado determinan que la fuerza de trabajo
debe ser (diversamente) calificada y por lo tanto reproducida como tal.
Diversamente, o sea según las exigencias de la división social-técnica del
trabajo, en sus distintos «puestos» y «empleos».
Ahora bien, ¿cómo se asegura esta reproducción de la calificación
(diversificada) de la fuerza de trabajo en el régimen capitalista?
Contrariamente a lo que sucedía en las formaciones sociales esclavistas y
serviles, esta reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo tiende (se
trata de una ley tendencial) a asegurarse no ya «en el lugar de trabajo»
(aprendizaje en la producción misma), sino, cada vez más, fuera de la
producción, por medio del sistema educativo capitalista y de otras instancias
e instituciones.
¿Qué se aprende en la escuela? Es posible llegar hasta un punto más o
menos avanzado de los estudios, pero de todas maneras se aprende a leer,
escribir y contar, o sea algunas técnicas, y también otras cosas, incluso
elementos (que pueden ser rudimentarios o por el contrario profundizados) de
«cultura científica» o «literaria» utilizables directamente en los distintos
puestos de la producción (una instrucción para los obreros, una para los
técnicos, una tercera para los ingenieros, otra para los cuadros superiores,
etc.). Se aprenden «habilidades» (savoir-faire).
Pero al mismo tiempo, y junto con esas técnicas y conocimientos, en la
escuela se aprenden las «reglas» del buen uso, es decir de las conveniencias
que debe observar todo agente de la división del trabajo, según el puesto que
está «destinado» a ocupar: reglas de moral y de conciencia cívica y
profesional, lo que significa en realidad reglas del respeto a la división social-
técnica del trabajo y, en definitiva, reglas del orden establecido por la
dominación de clase. Se aprende también a «hablar bien el idioma», a
«redactar» bien, lo que de hecho significa (para los futuros capitalistas y sus
servidores) saber «dar órdenes», es decir (solución ideal), «saber dirigirse» a
los obreros, etcétera.
Enunciando este hecho en un lenguaje más científico, diremos que la
reproducción de la fuerza de trabajo no sólo exige una reproducción de su
calificación sino, al mismo tiempo, la reproducción de su sumisión a las
reglas del orden establecido, es decir una reproducción de su sumisión a la
ideología dominante por parte de los agentes de la explotación y la represión,
a fin de que aseguren también «por la palabra» el predominio de la clase
dominante.
En otros términos, la escuela (y también otras instituciones del Estado,
como la Iglesia, y otros aparatos como el Ejército) enseña las «habilidades»
bajo formas que aseguran el sometimiento a la ideología dominante o el
dominio de su «práctica». Todos los agentes de la producción, la explotación
y la represión, sin hablar de los «profesionales de la ideología» (Marx) deben
estar «compenetrados» en tal o cual carácter con esta ideología para cumplir
«concienzudamente» con sus tareas, sea de explotados (los proletarios), de
explotadores (los capitalistas), de auxiliares de la explotación (los cuadros),
de grandes sacerdotes de la ideología dominante (sus «funcionarios»),
etcétera.
La condición sine qua non de la reproducción de la fuerza de trabajo no
sólo radica en la reproducción de su «calificación» sino también en la
reproducción de su «calificación» sino también en la reproducción de su
sometimiento a la ideología dominante, o de la «práctica» de esta ideología,
debiéndose especificar que no basta decir: «no solamente sino también», pues
la reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo se asegura en y
bajo las formas de sometimiento ideológico, con lo que reconocemos la
presencia eficaz de una nueva realidad: la ideología.
Haremos aquí dos observaciones.
La primera servirá para completar nuestro análisis de la reproducción.
Acabamos de estudiar rápidamente las formas de la reproducción de las
fuerzas productivas, es decir de los medios de producción por un lado y de la
fuerza de trabajo por el otro.
Pero no hemos abordado aún la cuestión de la reproducción de las
relaciones de producción. Es éste un problema crucial de la teoría marxista
del modo de producción. Si lo pasáramos por alto cometeríamos una omisión
teórica y peor aún, una grave falta política.
Hablaremos pues de tal cuestión, aunque para poder hacerlo debamos
realizar nuevamente un gran desvío. Y como segunda advertencia
señalaremos que para hacer ese desvío nos vemos obligados a replantear un
viejo problema: ¿qué es una sociedad?
Infraestructura y superestructura

Ya hemos tenido ocasión[4] de insistir sobre el carácter revolucionario de


la concepción marxista de «totalidad social» en lo que la distingue de la
«totalidad» hegeliana. Hemos dicho (y esta tesis sólo repetía célebres
proposiciones del materialismo histórico) que según Marx la estructura de
toda sociedad está constituida por «niveles» o «instancias» articuladas por
una determinación específica: la infraestructura o base económica («unidad»
de fuerzas productivas y relaciones de producción), y la superestructura, que
comprende dos «niveles» o «instancias»: la jurídico-política (el derecho y el
Estado) y la ideológica (las distintas ideologías, religiosa, moral, jurídica,
política, etcétera).
Además de su interés teórico-pedagógico (consistente en hacer notar la
diferencia que separa a Marx de Hegel), esta representación ofrece una
fundamental ventaja teórica: permite inscribir en el dispositivo teórico de sus
conceptos esenciales lo que nosotros hemos llamado su índice de eficacia
respectivo. ¿Qué quiere decir esto?
Cualquiera puede convencerse fácilmente de que representar la estructura
de toda sociedad como un edificio compuesto por una base (infraestructura)
sobre la que se levantan los dos «pisos» de la superestructura constituye una
metáfora, más exactamente una metáfora espacial: la de una tópica[5]. Como
toda metáfora, ésta sugiere, hace ver alguna cosa. ¿Qué cosa? Que los pisos
superiores no podrían «sostenerse» (en el aire) por sí solos si no se apoyaran
precisamente sobre su base.
La metáfora del edificio tiene pues por objeto representar ante todo la
«determinación en última instancia» por medio de la base económica. Esta
metáfora espacial tiene así por resultado afectar a la base con un índice de
eficacia conocido por la célebre expresión: determinación en última instancia
de lo que ocurre en los «pisos» (de la superestructura) por lo que ocurra en la
base económica.
A partir de este índice de eficacia «en última instancia», los «pisos» de la
superestructura se hallan evidentemente afectados por diferentes índices de
eficacia. ¿Qué clase de índices?
Se puede decir que los pisos de la superestructura no son determinantes
en última instancia sino que son determinados por la eficacia básica; que si
son determinantes a su manera (no definida aún), lo son en tanto están
determinados por la base.
Su índice de eficacia (o de determinación), en tanto ésta se halla
determinada por la determinación en última instancia de la base, es pensado
en la tradición marxista bajo dos formas: 1) existe una «autonomía relativa»
de la superestructura con respecto a la base; 2) existe una «reacción» de la
superestructura sobre la base.
Podemos decir entonces que la gran ventaja teórica de la tópica marxista,
y por lo tanto de la metáfora espacial del edificio (base y superestructura),
consiste a la vez en hacer ver que las cuestiones de determinación (o índice
de eficacia) son fundamentales, y en hacer ver que es la base lo que
determina en última instancia todo el edificio; por lógica consecuencia,
obliga a plantear el problema teórico del tipo de eficacia «derivada» propio
de la superestructura, es decir, obliga a pensar en lo que la tradición marxista
designa con los términos conjuntos de autonomía relativa de la
superestructura y reacción de la superestructura sobre la base.
El mayor inconveniente de esta representación de la estructura de toda
sociedad con la metáfora espacial del edificio radica evidentemente en ser
metafórica: es decir, en permanecer en el plano de lo descriptivo.
Nos parece por lo tanto deseable y posible representar las cosas de otro
modo. Entiéndase bien: no desechamos en absoluto la metáfora clásica, pues
ella misma obliga a su superación. Y no la superamos rechazándola como
caduca. Deseamos simplemente tratar de pensar lo que ella nos da bajo la
forma de una descripción.
Pensamos que a partir de la reproducción resulta posible y necesario
pensar en lo que caracteriza lo esencial de la existencia y la naturaleza de la
superestructura. Es suficiente ubicarse en el punto de vista de la reproducción
para que se aclaren muchas cuestiones cuya existencia indicaba, sin darles
respuesta conceptual, la metáfora espacial del edificio.
Sostenemos como tesis fundamental que sólo es posible plantear estas
cuestiones (y por lo tanto responderlas) desde el punto de vista de la
reproducción.
Analizaremos brevemente el Derecho, el Estado y la ideología desde ese
punto de vista. Y vamos a mostrar a la vez lo que pasa desde el punto de vista
de la práctica y de la producción por una parte, y de la reproducción por la
otra.
El Estado

La tradición marxista es formal: desde el Manifiesto y El 18 Brumario (y


en todos los textos clásicos posteriores, ante todo el de Marx sobre La
comuna de París y el de Lenin sobre El Estado y la Revolución) el Estado es
concebido explícitamente como aparato represivo. El Estado es una
«máquina» de represión que permite a las clases dominantes (en el siglo XIX a
la clase burguesa y a la «clase» de los grandes terratenientes) asegurar su
dominación sobre la clase obrera para someterla al proceso de extorsión de la
plusvalía (es decir a la explotación capitalista).
El Estado es ante todo lo que los clásicos del marxismo han llamado el
aparato de Estado. Se incluye en esta denominación no sólo al aparato
especializado (en sentido estricto), cuya existencia y necesidad conocemos a
partir de las exigencias de la práctica jurídica, a saber la policía —los
tribunales— y las prisiones, sino también el ejército, que interviene
directamente como fuerza represiva de apoyo (el proletariado ha pagado con
su sangre esta experiencia) cuando la policía y sus cuerpos auxiliares son
«desbordados por los acontecimientos», y, por encima de este conjunto, al
Jefe de Estado, al Gobierno y la administración.
Presentada en esta forma, la «teoría» marxista-leninista del Estado abarca
lo esencial, y ni por un momento se pretende dudar de que allí está lo
esencial. El aparato de Estado, que define a éste como fuerza de ejecución y
de intervención represiva «al servicio de las clases dominantes», en la lucha
de clases librada por la burguesía y sus aliados contra el proletariado, es
realmente el Estado y define perfectamente su «función» fundamental.

De la teoría descriptiva a la teoría a secas


Sin embargo, también allí, como lo señalamos al referirnos a la metáfora
del edificio (infraestructura y superestructura), esta presentación de la
naturaleza del Estado sigue siendo en parte descriptiva.
Como vamos a usar a menudo este adjetivo (descriptivo), se hace
necesaria una explicación que elimine cualquier equívoco.
Cuando, al hablar de la metáfora del edificio o de la «teoría» marxista del
Estado, decimos que son concepciones o representaciones descriptivas de su
objeto, no albergamos ninguna segunda intención crítica. Por el contrario,
todo hace pensar que los grandes descubrimientos científicos no pueden dejar
de pasar por la etapa de lo que llamamos una «teoría» descriptiva. Esta sería
la primera etapa de toda teoría, al menos en el terreno de la ciencia de las
formaciones sociales. Se podría —y a nuestro entender se debe— encarar
esta etapa como transitoria y necesaria para el desarrollo de la teoría. Nuestra
expresión: «teoría descriptiva» denota tal carácter transitorio empleados el
equivalente de una especie de «contradicción». En efecto, el término teoría
«choca» en parte con el adjetivo «descriptiva» que lo acompaña. Eso quiere
decir exactamente: 1) que la «teoría descriptiva» es, sin ninguna duda, el
comienzo ineludible de la teoría, pero 2) que la forma «descriptiva» en que se
presenta la teoría exige por efecto mismo de esta «contradicción» un
desarrollo de la teoría que supere la forma de la «descripción».
Aclaremos nuestro pensamiento volviendo sobre nuestro objeto presente:
el Estado.
Cuando decimos que la «teoría» marxista del Estado, que nosotros
utilizamos, es en parte «descriptiva», esto significa en primer lugar y ante
todo que esta «teoría» descriptiva es, sin ninguna duda, el comienzo de la
teoría marxista del Estado, y que tal comienzo nos da lo esencial, es decir el
principio decisivo de todo desarrollo posterior de la teoría.
Diremos, efectivamente, que la teoría descriptiva del Estado es justa,
puesto que puede hacer corresponder perfectamente la definición que ella da
de su objeto con la inmensa mayoría de hechos observables en el campo que
le concierne. Así la definición del Estado como Estado de clase, existente en
el aparato represivo de Estado, aclara de manera fulgurante todos los hechos
observables en los diversos órdenes de la represión, cualquiera que sea su
campo: desde las masacres de junio de 1848 y de la Comuna de París, las del
domingo sangriento de mayo de 1905 en Petrogrado, de la Resistencia de
Charonne, etc., hasta las simples (y relativamente anodinas) intervenciones de
una «censura» que prohíbe La Religiosa de Diderot o una obra de Gatti sobre
Franco; aclara todas las formas directas o indirectas de explotación y
exterminio de las masas populares (las guerras imperialistas); aclara esa sutil
dominación cotidiana en la cual estalla (por ejemplo en las formas de la
democracia política) lo que Lenin llamó después de Marx la dictadura de la
burguesía.
Sin embargo, la teoría descriptiva del Estado representa una etapa de la
constitución de la teoría que exige a su vez la «superación» de tal etapa. Pues
está claro que si la definición en cuestión nos provee de medios para
identificar y reconocer los hechos de opresión y conectarlos con el Estado
concebido como aparato represivo de Estado, esta «conexión» da lugar a un
tipo de evidencia muy especial, al cual tendremos ocasión de referirnos un
poco más adelante: «¡Sí, es así, es muy cierto!…»[6]. Y la acumulación de
hechos en la definición del Estado, aunque multiplica su ilustración, no hace
avanzar realmente esta definición, es decir, la teoría científica del Estado.
Toda teoría descriptiva corre así el riesgo de «bloquear» el indispensable
desarrollo de la teoría.
Por esto pensamos que, para desarrollar esta teoría descriptiva en teoría a
secas, es decir, para comprender mejor los mecanismos del Estado en su
funcionamiento, es indispensable agregar algo a la definición clásica del
Estado como aparato de Estado.

Lo esencial de la teoría marxista del Estado

Es necesario especificar en primer lugar un punto importante: el Estado (y


su existencia dentro de su aparato) sólo tiene sentido en función del poder de
Estado. Toda la lucha política de las clases gira alrededor del Estado.
Aclaremos: alrededor de la posesión, es decir, de la toma y la conservación
del poder de Estado por cierta clase o por una alianza de clases o de
fracciones de clases. Esta primera acotación nos obliga a distinguir el poder
de Estado (conservación del poder de Estado o toma del poder de Estado),
objetivo de la lucha política de clases por una parte, y el aparato de Estado
por la otra.
Sabemos que el aparato de Estado puede seguir en pie, como lo prueban
las «revoluciones» burguesas del siglo XIX en Francia (1830, 1848), los
golpes de estado (2 de diciembre de 1851, mayo de 1958), las conmociones
de estado (caída del Imperio en 1870, caída de la II República en 1940), el
ascenso de la pequeña-burguesía (1890-1895 en Francia), etcétera, sin que el
aparato de Estado fuera afectado o modificado; puede seguir en pie bajo
acontecimientos políticos que afecten a la posesión del poder de Estado.
Aun después de una revolución social como la de 1917, gran parte del
aparato de Estado seguía en pie luego de la toma del poder por la alianza del
proletariado y el campesinado pobre: Lenin lo repitió muchas veces.
Se puede decir que esta distinción entre poder de Estado y aparato de
Estado forma parte, de manera explícita, de la «teoría marxista» del Estado
desde el 18 Brumario y las Luchas de clases en Francia, de Marx.
Para resumir este aspecto de la «teoría marxista del Estado», podemos
decir que los clásicos del marxismo siempre han afirmado que: 1) el Estado
es el aparato represivo de Estado; 2) se debe distinguir entre el poder de
Estado y el aparato de Estado; 3) el objetivo de la lucha de clases concierne al
poder de Estado y, en consecuencia, a la utilización del aparato de Estado por
las clases (o alianza de clases o fracciones de clases) que tienen el poder de
Estado en función de sus objetivos de clase y 4) el proletariado debe tomar el
poder de Estado completamente diferente, proletario, y elaborar en las etapas
posteriores un proceso radical, el de la destrucción del Estado (fin del poder
de Estado y de todo aparato de Estado).
Por consiguiente, desde este punto de vista, lo que propondríamos que se
agregue a la «teoría marxista» de Estado ya figura en ella con todas sus letras.
Pero nos parece que esta teoría, completada así, sigue siendo todavía en parte
descriptiva, aunque incluya en lo sucesivo elementos complejos y
diferenciales cuyas reglas y funcionamiento no pueden comprenderse sin
recurrir a una profundización teórica suplementaria.

Los aparatos ideológicos del Estado

Lo que se debe agregar a la «teoría marxista» del Estado es entonces otra


cosa.
Aquí debemos avanzar con prudencia en un terreno en el que los clásicos
del marxismo nos precedieron hace mucho tiempo, pero sin haber
sistematizado en forma teórica los decisivos progresos que sus experiencias y
análisis implican. En efecto, sus experiencias y análisis permanecieron ante
todo en el campo de la práctica política.
En realidad, los clásicos del marxismo, en su práctica política, han tratado
al Estado como una realidad más compleja que la definición dada en la
«teoría marxista del Estado» y que la definición más completa que acabamos
de dar. Ellos reconocieron esta complejidad en su práctica, pero no la
expresaron correspondientemente en teoría[7].
Desearíamos tratar de esbozar muy esquemáticamente esa teoría
correspondiente. Con este fin proponemos la siguiente tesis.
Para hacer progresar la teoría del Estado es indispensable tener en cuenta
no sólo la distinción entre poder de Estado y aparato de Estado, sino también
otra realidad que se manifiesta junto al aparato (represivo) de Estado, pero
que no se confunde con él. Llamaremos a esa realidad por su concepto; los
aparatos ideológicos de Estado.
¿Qué son los aparatos ideológicos de Estado (AIE)?
No se confunden con el aparato (represivo) de Estado. Recordemos que
en la teoría marxista el aparto de Estado (AE) comprende: el gobierno, la
administración, el ejército, la policía, los tribunales, las prisiones, etc., que
constituyen lo que llamaremos desde ahora el aparato represivo de Estado.
Represivo significa que el aparato de Estado en cuestión «funciona mediante
la violencia», por lo menos en situaciones límite (pues la represión
administrativa, por ejemplo, puede revestir formas no físicas).
Designamos con el nombre de aparatos ideológicos de Estado cierto
número de realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma
de instituciones distintas y especializadas. Proponemos una lista empírica de
ellas, que exigirá naturalmente que sea examinada en detalle, puesta a prueba,
rectificada y reordenada. Con todas las reservas que implica esta exigencia
podemos por el momento considerar como aparatos ideológicos de Estado las
instituciones siguientes (el orden en el cual los enumeramos no tiene
significación especial):
AIE religiosos (el sistema de las distintas Iglesias),
AIE escolar (el sistema de las distintas «Escuelas», públicas y privadas),
AIE familiar[8]
AIE jurídico[9]
AIE político (el sistema político del cual forman parte los distintos
partidos),
AIE sindical,
AIE de información (prensa, radio, T.V., etc.),
AIE cultural (literatura, artes, deportes, etc.).

Decimos que los AIE no se confunden con el aparato (represivo) de


Estado. ¿En qué consiste su diferencia?
En un primer momento podemos observar que si existe un aparato
(represivo) de Estado, existe una pluralidad de aparatos ideológicos de
Estado. Suponiendo que ella exista, la unidad que constituye esta pluralidad
de AIE en un cuerpo no es visible inmediatamente.
En un segundo momento, podemos comprobar que mientras que el
aparato (represivo) de Estado (unificado) pertenece enteramente al dominio
público, la mayor parte de los aparatos ideológicos de Estado (en su aparente
dispersión) provienen en cambio del dominio privado. Son privadas las
Iglesias, los partidos, los sindicatos, las familias, algunas escuelas, la mayoría
de los diarios, las familias, las instituciones culturales, etc., etc.
Dejemos de lado por ahora nuestra primera observación. Pero será
necesario tomar en cuenta la segunda y preguntarnos con qué derecho
podemos considerar como aparatos ideológicos de Estado instituciones que
en su mayoría no poseen carácter público sino que son simplemente privadas.
Gramsci, marxista consciente, ya había previsto esta objeción. La distinción
entre lo público y lo privado es una distinción interna del derecho burgués,
válida en los dominios (subordinados) donde el derecho burgués ejerce sus
«poderes». No alcanza al dominio del Estado, pues éste está «más allá del
Derecho»: el Estado, que es el Estado de la clase dominante, no es ni público
ni privado; por el contrario, es la condición de toda distinción entre público y
privado. Digamos lo mismo partiendo esta vez de nuestros aparatos
ideológicos de Estado. Poco importa si las instituciones que los materializan
son «públicas» o «privadas»; lo que importa es su funcionamiento. Las
instituciones privadas pueden «funcionar» perfectamente como aparatos
ideológicos de Estado. Para demostrarlo bastaría analizar un poco más
cualquiera de los AIE.
Pero vayamos a lo esencial. Hay una diferencia fundamental entre los
AIE y el aparato (represivo) de Estado: el aparato represivo de Estado
«funciona mediante la violencia», en tanto que los AIE funcionan mediante
la ideología.
Rectificando esta distinción, podemos ser más precisos y decir que todo
aparato de Estado, sea represivo o ideológico, «funciona» a la vez mediante
la violencia y la ideología, pero con una diferencia muy importante que
impide confundir los aparatos ideológicos de Estado con el aparato
(represivo) de Estado. Consiste en que el aparato (represivo) de Estado, por
su cuenta, funciona masivamente con la represión (incluso física), como
forma predominante, y sólo secundariamente con la ideología. (No existen
aparatos puramente represivos).
Ejemplos: el ejército y la policía utilizan también la ideología, tanto para
asegurar su propia cohesión y reproducción, como por los «valores» que
ambos proponen hacia afuera.
De la misma manera, pero a la inversa, se debe decir que, por su propia
cuenta, los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la
ideología como forma predominante pero utilizan secundariamente, y en
situaciones límite, una represión muy atenuada, disimulada, es decir
simbólica. (No existe aparato puramente ideológico). Así la escuela y las
iglesias «adiestran» con métodos apropiados (sanciones, exclusiones,
selección, etc.) no sólo a sus oficiantes sino a su grey. También la familia…
También el aparato ideológico de Estado cultural (la censura, por mencionar
sólo una forma), etcétera.
¿Sería útil mencionar que esta determinación del doble «funcionamiento»
(de modo predominante, de modo secundario) con la represión y la ideología,
según se trate del aparato (represivo) de Estado o de los aparatos ideológicos
de Estado, permite comprender que se tejan constantemente sutiles
combinaciones explícitas o tácitas entre la acción del aparato (represivo) de
Estado y la de los aparatos ideológicos del Estado? La vida diaria ofrece
innumerables ejemplos que habrá que estudiar en detalle para superar esta
simple observación.
Ella, sin embargo, nos encamina hacia la comprensión de lo que
constituye la unidad del cuerpo, aparentemente dispar, de los AIE. Si los AIE
«funcionan» masivamente con la ideología como forma predominante, lo que
unifica su diversidad es ese mismo funcionamiento, en la medida en que la
ideología con la que funcionan, en realidad está siempre unificada, a pesar de
su diversidad y sus contradicciones, bajo la ideología dominante, que es la de
«la clase dominante». Si aceptamos que, en principio, «la clase dominante»
tiene el poder del Estado (en forma total o, lo más común, por medio de
alianzas de clases o de fracciones de clases) y dispone por lo tanto del aparato
(represivo) de Estado, podremos admitir que la misma clase dominante sea
parte activa de los aparatos ideológicos de Estado, en la medida en que, en
definitiva, es la ideología dominante la que se realiza, a través de sus
contradicciones, en los aparatos ideológicos de Estado. Por supuesto que es
muy distinto actuar por medio de leyes y decretos en el aparato (represivo) de
Estado y «actuar» por intermedio de la ideología dominante en los aparatos
ideológicos de Estado. Sería necesario detallar esa diferencia que, sin
embargo, no puede enmascarar la realidad de una profunda identidad. Por lo
que sabemos, ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en
forma duradera sin ejercer al mismo tiempo su hegemonía sobre y en los
aparatos ideológicos de Estado. Ofrezco al respecto una sola prueba y
ejemplo: la preocupación aguda de Lenin por revolucionar el aparato
ideológico de Estado en la enseñanza (entre otros) para permitir al
proletariado soviético, que se había adueñado del poder de Estado, asegurar
el futuro de la dictadura del proletariado y el camino al socialismo[10].
Esta última observación nos pone en condiciones de comprender que los
aparatos ideológicos de Estado pueden no sólo ser objeto sino también lugar
de la lucha de clases, y a menudo de formas encarnizadas de lucha de clases.
La clase (o la alianza de clases) en el poder no puede imponer su ley en los
aparatos ideológicos de Estado tan fácilmente como en el aparato ideológicos
de Estado tan fácilmente como en el aparato (represivo) de Estado, no sólo
porque las antiguas clases dominantes pueden conservar en ellos posiciones
fuertes durante mucho tiempo, sino además porque la resistencia de las clases
explotadas puede encontrar el medio y la ocasión de expresarse en ellos, ya
sea utilizando las contradicciones existentes, ya sea conquistando allí
posiciones de combate mediante la lucha[11].
Puntualicemos nuestras observaciones:
Si la tesis que hemos propuesto es válida, debemos retomar,
determinándola en un punto, la teoría marxista clásica del Estado. Diremos
que es necesario distinguir el poder de Estado (y su posesión por…) por un
lado, y el aparato de Estado por el otro. Pero agregaremos que el aparato de
Estado comprende dos cuerpos: el de las instituciones que representan el
aparato represivo de Estado por una parte, y el de las instituciones que
representan el cuerpo de los aparatos ideológicos de Estado por la otra.
Pero, si esto es así, no puede dejar de plantearse, aun en el estado muy
somero de nuestras indicaciones, la siguiente cuestión: ¿cuál es exactamente
la medida del rol de los aparatos ideológicos de Estado? ¿Cuál puede ser el
fundamento de su importancia? En otras palabras: ¿a qué corresponde la
«función» de esos aparatos ideológicos de Estado, que no funcionan con la
represión sino con la ideología?
Sobre la reproducción de las relaciones de producción

Podemos responder ahora a nuestra cuestión central, que hemos dejado en


suspenso muchas páginas atrás: ¿cómo se asegura la reproducción de las
relaciones de producción?
En lenguaje tópico (infraestructura, superestructura) diremos: está
asegurada en gran parte[12] por la superestructura jurídico-política e
ideológica.
Pero dado que hemos considerado indispensable superar ese lenguaje
todavía descriptivo, diremos: está asegurada, en gran parte, por el ejercicio
del poder de Estado en los aparatos de Estado, por un lado el aparato
(represivo) de Estado, y por el otro los aparatos ideológicos de Estado.
Se deberá tener muy en cuenta lo dicho precedentemente y que reunimos
ahora bajo las tres características siguientes:

1) Todos los aparatos de Estado funcionan a la vez mediante la represión


y la ideología, con la diferencia de que el aparato (represivo) de Estado
funciona masivamente con la represión como forma predominante, en tanto
que los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la
ideología como forma predominante.

2) En tanto que el aparato (represivo) de Estado constituye un todo


organizado cuyos diferentes miembros están centralizados bajo una unidad de
mando —la de la política de lucha de clases aplicada por los representantes
políticos de las clases dominantes que tienen el poder de Estado— los
aparatos ideológicos de Estado son múltiples, distintos, «relativamente
autónomos» y susceptibles de ofrecer un campo objetivo a contradicciones
que, bajo formas unas veces limitadas, otras extremas, expresan los efectos
de los choques entre la lucha de clases capitalista y la lucha de clases
proletaria, así como sus formas subordinadas.

3) En tanto que la unidad del aparato (represivo) de Estado está


asegurada por su organización centralizada y unificada bajo la dirección de
representantes de las clases en el poder, que ejecutan la política de lucha de
clases en el poder, la unidad entre los diferentes aparatos ideológicos de
Estado está asegurada, muy a menudo en formas contradictorias, por la
ideología dominante, la de la clase dominante.

Si se tienen en cuenta estas características, se puede entonces representar


la reproducción de las relaciones de producción[13], de acuerdo con una
especie de «división del trabajo», de la manera siguiente.
El rol del aparato represivo de Estado consiste esencialmente en tanto
aparato represivo, en asegurar por la fuerza (sea o no física) las condiciones
políticas de reproducción de las relaciones de producción que son, en última
instancia, relaciones de explotación. El aparato de Estado no solamente
contribuye en gran medida a su propia reproducción (existen en el Estado
capitalista dinastías de hombres políticos, dinastías de militares, etc.) sino
también, y sobre todo, asegura mediante la represión (desde la fuerza física
más brutal hasta las más simples ordenanzas y prohibiciones administrativas,
la censura abierta o tácita, etc.) las condiciones políticas de la actuación de
los aparatos ideológicos de Estado.
Ellos, en efecto, aseguran en gran parte, tras el «escudo» del aparato
represivo de Estado, la reproducción misma de las relaciones de producción.
Es aquí donde interviene masivamente el rol de la ideología dominante, la de
la clase dominante se asegura la «armonía» (a veces estridente) entre el
aparato represivo de Estado y los aparatos ideológicos de Estado y entre los
diferentes aparatos ideológicos de Estado.
Nos vemos llevados así a encarar la hipótesis siguiente, en función de la
diversidad de los aparatos ideológicos de Estado en su rol único —por ser
común— de reproducir las relaciones de producción.
En efecto, hemos enumerado en las formaciones sociales capitalistas
contemporáneas una cantidad relativamente elevada de aparatos ideológicos
de Estado: el aparato escolar, el aparato religioso, el aparato familiar, el
aparato político, el aparato sindical, el aparato de información, el aparato
«cultural», etcétera.
Ahora bien, en las formaciones sociales del modo de producción «servil»
(comúnmente llamado feudal) comprobamos que, aunque existe (no sólo a
partir de la monarquía absoluta sino desde los primeros estados antiguos
conocidos) un aparato represivo de Estado único, formalmente muy parecido
al que nosotros conocemos, la cantidad de aparatos ideológicos de Estado es
menor y su individualidad diferente. Comprobamos, por ejemplo, que la
Iglesia (aparato ideológico de Estado religioso) en la Edad Media acumulaba
numerosas funciones (en especial las escolares y culturales) hoy atribuidas a
muchos aparatos ideológicos de Estado diferentes, nuevos con respecto al que
evocamos. Junto a la Iglesia existía el aparato ideológico de Estado familiar,
que cumplía un considerable rol, no comparable con el que cumple en las
formaciones sociales capitalistas. A pesar de las apariencias, la iglesia y la
familia no eran los únicos aparatos ideológicos de Estado. Existía también un
aparato ideológicos de Estado político (los Estados Generales, el Parlamento,
las distintas facciones y ligas políticas, antecesoras de los partidos políticos
modernos, y todo el sistema político de comunas libres, luego de las
ciudades). Existía asimismo un poderoso aparato ideológico de Estado «pre-
sindical», si podemos arriesgar esta expresión forzosamente anacrónica (las
poderosas cofradías de comerciantes, de banqueros, y también las
asociaciones de compagnons[*], etcétera). Las ediciones y la información
también tuvieron un innegable desarrollo, así como los espectáculos, al
comienzo partes integrantes de la iglesia y luego cada vez más
independientes de ella.
Ahora bien, es absolutamente evidente que en el período histórico pre-
capitalista que acabamos de examinar a grandes rasgos, existía un aparato
ideológico de Estado dominante, la Iglesia, que concentraba no sólo las
funciones religiosas sino también las escolares y buena parte de las funciones
de información y «cultura». Si toda la lucha ideológica del siglo XVI al XVII,
desde la primera ruptura de la Reforma, se concentró en la lucha anticlerical
y antirreligiosa, ello no sucedió por azar sino a causa de la posición
dominante del aparato ideológico de Estado religioso.
La revolución francesa tuvo ante todo por objetivo y resultado no sólo
trasladar el poder de Estado de la aristocracia feudal a la burguesía
capitalista-comercial, romper parcialmente el antiguo aparato represivo de
Estado y reemplazarlo por uno nuevo (el ejército nacional popular, por
ejemplo), sino también atacar el aparato ideológico de Estado N.º 1, la
Iglesia. De allí la constitución civil del clero, la confiscación de los bienes de
la Iglesia y la creación de nuevos aparatos ideológicos de Estado para
reemplazar el aparato ideológico de Estado religioso en su rol dominante.
Naturalmente, las cosas no fueron simples: lo prueba el concordato, la
restauración, y la larga lucha de clases entre la aristocracia terrateniente y la
burguesía industrial durante todo el siglo XIX para imponer la hegemonía
burguesa sobre las funciones desempeñadas hasta entonces por la iglesia, ante
todo en la escuela. Puede decirse que la burguesía se apoyó en el nuevo
aparato ideológico de Estado político, democrático-parlamentario, implantado
en los primeros años de la Revolución, restaurado luego por algunos meses,
después de largas y violentas luchas, en 1848, y durante decenas de años
después de la caída del Segundo Imperio, para dirigir la lucha contra la
Iglesia y apoderarse de sus funciones ideológicas, en resumen, para asegurar
no sólo su hegemonía política sino también la hegemonía ideología
indispensable para la reproducción de las relaciones capitalistas de
producción.
Por esto nos creemos autorizados para ofrecer la tesis siguiente, con todos
los riesgos que implica. Pensamos que el aparato ideológico de Estado que ha
sido colocado en posición dominante en las formaciones capitalistas maduras,
como resultado de una violenta lucha de clase política e ideológica contra el
antiguo aparato ideológico de Estado dominante, es el aparato ideológico
escolar.
Esta tesis puede parecer paradójica, si es cierto que cualquier persona
acepta —dada la representación ideológica que la burguesía quería darse a sí
misma y dar a las clases que explota— que el aparato ideológico de Estado
dominante en las formaciones sociales capitalistas no es la escuela sino el
aparato de Estado político, es decir, el régimen de democracia parlamentaria
combinado del sufragio universal y las luchas partidarias.
No obstante, la historia, incluso la historia reciente, demuestra que la
burguesía pudo y puede adaptarse perfectamente a aparatos ideológicos de
Estado políticos distintos de la democracia parlamentaria: el Primer y
Segundo Imperio, la Monarquía Constitucional (Luis XVIII, Carlos X), la
Monarquía parlamentaria (Luis Felipe), la democracia presidencial (de
Gaulle), por hablar sólo de Francia. En Inglaterra las cosas son todavía más
evidentes. La revolución fue allí particularmente lograda desde el punto de
vista burgués ya que, contrariamente a lo ocurrido en Francia —donde la
burguesía, a causa de la necedad de la pequeña nobleza, tuvo que aceptar su
elevación al poder por intermedio de «jornadas revolucionarias» plebeyas y
campesinas, que le costaron terriblemente caras—, la burguesía inglesa pudo
«llegar a un acuerdo» con la aristocracia y «compartir» con ella el poder de
Estado y el uso del aparato de Estado durante mucho tiempo (¡paz entre todos
los hombres de buena voluntad de las clases dominantes!). En Alemania las
cosas son aún más asombrosas, pues la burguesía imperialista hizo su
estruendosa entrada en la historia (antes de «atravesar» la República de
Weimar y entregarse al nazismo), bajo un aparato ideológico de Estado
político en el que los junkers imperiales (Bismark es el símbolo), su ejército y
su policía le servían de escudo y de equipo dirigente.
Por eso creemos tener buenas razones para pensar que detrás del
funcionamiento de su aparato ideológico de Estado político, que ocupaba el
primer plano, lo que la burguesía pone en marcha como aparato ideológico de
Estado N.º 1, y por lo tanto dominante, es el aparato escolar que reemplazó
en sus funciones al antiguo aparato ideológico de Estado dominante, es decir,
la Iglesia. Se podría agregar: la pareja Escuela-Familia ha reemplazado a la
pareja Iglesia-Familia.
¿Por qué el aparato escolar es realmente el aparato ideológico de Estado
dominante en las formaciones sociales capitalistas y cómo funciona?
Por ahora nos limitaremos a decir que:

1) Todos los aparatos ideológicos de Estado, sean cuales fueren,


concurren al mismo resultado: la reproducción de las relaciones de
producción, es decir, las relaciones capitalistas de explotación.

2) Cada uno de ellos concurre a ese resultado único de la manera que le


es propia: el aparato político sometiendo a los individuos a la ideología
política de Estado, la ideología «democrática», «indirecta» (parlamentaria) o
«directa» (plebiscitaria o fascista); el aparato de información atiborrando a
todos los «ciudadanos» mediante la prensa, la radio, la televisión, con dosis
diarias de nacionalismo, chauvinismo, liberalismo, moralismo, etcétera. Lo
mismo sucede con el aparato cultural (el rol de los deportes es de primer
orden en el chauvinismo), etcétera; el aparato religioso recordando en los
sermones y en otras grandes ceremonias de nacimiento, casamiento o muerte
que el hombre sólo es polvo, salvo que sepa amar a sus hermanos hasta el
punto de ofrecer su otra mejilla a quien le abofeteó la primera. El aparato
familiar…, no insistimos más.

3) Este concierto está dominado por una partitura única, ocasionalmente


perturbada por contradicciones, las de restos de las antiguas clases
dominantes, las de proletarios y sus organizaciones: la partitura de la
ideología de la clase actualmente dominante que integra en su música los
grandes temas del humanismo de los ilustres antepasados que, antes del
cristianismo, hicieron el milagro griego y después la grandeza de Roma, la
ciudad eterna, y los temas del interés, particular y general, etc., nacionalismo,
moralismo y economismo.

4) No obstante, un aparato ideológico de Estado cumple muy bien el rol


dominante de ese concierto, aunque no se presten oídos a su música: ¡tan
silenciosa es! Se trata de la Escuela.

Toma a su cargo a los niños de todas las clases sociales desde el jardín de
infantes, y desde el jardín de infantes les inculca —con nuevos y viejos
métodos, durante muchos años, precisamente aquéllos en los que el niño,
atrapado entre el aparato de Estado-familia y el aparato de Estado-escuela, es
más vulnerable— «habilidades» recubiertas por la ideología dominante (el
idioma, el cálculo, la historia natural, las ciencias, la literatura) o, más
directamente, la ideología dominante en estado puro (moral, instrucción
cívica, filosofía).
Hacia el sexto año, una gran masa de niños cae «en la producción»: son
los obreros o los pequeños campesinos. Otra parte de la juventud
escolarizable continúa: bien que mal se encamina y termina por cubrir
puestos de pequeños y medianos cuadros, empleados, funcionarios pequeños
y medianos, pequeño-burgueses de todo tipo.
Una última parte llega a la meta, ya sea para caer en la semidesocupación
intelectual, ya para proporcionar, además de los «intelectuales del trabajador
colectivo», los agentes de la explotación (capitalistas, empresarios), los
agentes de la represión (militares, policías, políticos, administradores, etc.) y
los profesionales de la ideología (sacerdotes de todo tipo, la mayoría de los
cuales son «laicos» convencidos).
Cada grupo está prácticamente provisto de la ideología que conviene al
rol que debe cumplir en la sociedad de clases: rol de explotado (con
«conciencia profesional», «moral», «cívica», «nacional» y apolítica altamente
«desarrollada»); rol de agente de la explotación (saber mandar y hablar a los
obreros: las «relaciones humanas»); de agentes de la represión (saber mandar
y hacerse obedecer «sin discutir» o saber manejar la demagogia de la retórica
de los dirigentes políticos), o de profesionales de la ideología que saben tratar
a las conciencias con el respeto, es decir el desprecio, el chantaje, la
demagogia convenientes adaptados a los acentos de la Moral, la Virtud, la
«Trascendencia», la Nación, el rol de Francia en el Mundo, etcétera.
Por supuesto, muchas de esas virtudes contrastadas (modestia,
resignación, sumisión por una parte, y por otra cinismo, desprecio, altivez,
seguridad, grandeza, incluso bien decir y habilidad) se enseñan también en la
familia, la iglesia, el ejército, en los buenos libros, en los filmes, y hasta en
los estadios. Pero ningún aparato ideológico de Estado dispone durante tantos
años de la audiencia obligatoria (y, por si fuera poco, gratuita…), 5 a 6 días
sobre 7 a razón de 8 horas diarias, de formación social capitalista.
Ahora bien, con el aprendizaje de algunas habilidades recubiertas en la
inculcación masiva de la ideología de la clase dominante, se reproduce gran
parte de las relaciones de producción de una formación social capitalista, es
decir, las relaciones de explotados a explotadores y de explotadores a
explotados. Naturalmente, los mecanismos que producen este resultado vital
para el régimen capitalista están recubiertos y disimulados por una ideología
de la escuela universalmente reinante, pues ésta es una de las formas
esenciales de la ideología burguesa dominante: una ideología que representa a
la escuela como un medio neutro, desprovisto de ideología (puesto que es…
laico), en el que maestros respetuosos de la «conciencia» y la «libertad» de
los niños que les son confiados (con toda confianza) por sus «padres» (que
también son libres, es decir, propietarios de sus hijos), los encaminan hacia la
libertad, la moralidad y la responsabilidad de adultos mediante su propio
ejemplo, los conocimientos, la literatura y sus virtudes «liberadoras».
Pido perdón por esto a los maestros que, en condiciones espantosas,
intentan volver contra la ideología, contra el sistema y contra las prácticas de
que son prisioneros, las pocas armas que puedan hallar en la historia y el
saber que ellos «enseñan». Son una especie de héroes. Pero no abundan, y
muchos (la mayoría) no tienen siquiera la más remota sospecha del «trabajo»
que el sistema (que los rebasa y aplasta) les obliga a realizar y, peor aún,
ponen todo su empeño e ingenio para cumplir con la última directiva (¡los
famosos métodos nuevos!). Están tan lejos de imaginárselo que contribuyen
con su devoción a mantener y alimentar, esta representación ideológica de la
escuela, que la hace tan «natural» e indispensable, y hasta bienhechora, a los
ojos de nuestros contemporáneos como la iglesia era «natural», indispensable
y generosa para nuestros antepasados hace algunos siglos.
En realidad, la iglesia es reemplazada hoy por la escuela en su rol de
aparato ideológico de Estado dominante. Está combinada con la familia,
como antes lo estuvo la iglesia. Se puede afirmar entonces que la crisis, de
una profundidad sin precedentes, que en el mundo sacude el sistema escolar
en tantos Estados, a menudo paralela a la crisis que conmueve al sistema
familiar (ya anunciada en el Manifiesto), tiene un sentido político si se
considera que la escuela (y la pareja escuela-familia) constituye el aparato
ideológico de Estado dominante, aparato que desempeña un rol determinante
en la reproducción de las relaciones de producción de un modo de producción
amenazado en su existencia por la lucha de clases mundial.
Acerca de la ideología

Al enunciar el concepto de aparato ideológico de Estado, al decir que los


AIE «funcionan con la ideología», invocamos una realidad: la ideología, de la
que es necesario decir algunas palabras.
Se sabe que la expresión «ideología» fue forjada por Cabanis, Destutt de
Tracy y sus amigos, quienes le asignaron por objeto la teoría (genética) de las
ideas. Cuando Marx retoma el término 50 años después le da, desde sus obras
de juventud, un sentido muy distinto. La ideología pasa a ser el sistema de
ideas, de representaciones, que domina el espíritu de un hombre o un grupo
social. La lucha ideológico-política llevada por Marx desde sus artículos de la
Gaceta Renana debía confrontarlo muy pronto con esta realidad y obligarlo a
profundizar sus primeras intuiciones.
Sin embargo, tropezamos aquí con una paradoja sorprendente. Todo
parecía llevar a Marx a formular una teoría de la ideología. De hecho,
después de los Manuscritos del 44 la Ideología alemana nos ofrece una teoría
explícita de la ideología, pero… no es marxista (lo veremos enseguida). En
cuanto a El Capital si bien contiene muchas indicaciones para una teoría de
las ideologías (la más visible: la ideología de los economistas vulgares), no
contiene esta teoría misma; ella depende en gran parte de una teoría de la
ideología en general. Desearía correr el riesgo de proponer un primer y muy
esquemático esbozo. Las tesis que voy a enunciar no son por cierto
improvisadas, pero sólo pueden ser sostenidas y probadas, es decir
confirmadas o rectificadas, por estudios y análisis más profundos.

La ideología no tiene historia

Una advertencia para exponer la razón de principio que, a mi parecer, si


bien no fundamenta, por lo menos autoriza el proyecto de una teoría de la
ideología en general y no de una teoría de las ideologías particulares, que
siempre expresan, cualquiera que sea su forma (religiosa, moral, jurídica,
política), posiciones de clase.
Evidentemente, será necesario emprender una teoría de las ideologías
bajo la doble relación que acaba de señalarse. Se verá entonces que una teoría
de las ideologías se basa en última instancia en la historia de las formaciones
sociales, por lo tanto de los modos de producción combinados en ésta y de las
luchas de clases que en ellas se desarrollan.
Resulta claro en ese sentido que no puede tratarse de una teoría de las
ideologías en general pues las ideologías (definidas bajo la doble relación
indicada: particular y de clase) tienen una historia cuya determinación,
aunque les concierne, en última instancia se halla sin duda situada fuera de
las ideologías exclusivamente.
En cambio, si puedo presentar el proyecto de una teoría de la ideología en
general y si esta teoría es uno de los elementos del cual dependen las teorías
de las ideologías, esto implica una proposición de apariencia paradójica, que
enunciaré en los siguientes términos: la ideología no tiene historia.
Es sabido que esa fórmula figura con toda sus letras en un pasaje de la
Ideología alemana. Marx la enuncia al referirse a la metafísica que, dice, no
tiene más historia que la moral (sobreentendido: y que las otras formas de la
ideología).
En la Ideología alemana esta fórmula aparece en un contexto claramente
positivista. La ideología es concebida como pura ilusión, puro sueño, es
decir, nada. Toda su realidad está fuera de sí misma. La ideología es pensada
por lo tanto como una construcción imaginaria cuyo estatuto teórico del
sueño en los autores anteriores a Freud. Para estos autores, el sueño era el
resultado puramente imaginario, es decir nulo, de «residuos diurnos»
presentados bajo una composición y un orden arbitrarios, además a veces
«invertidos» y, resumiendo, «en desorden», para ellos el sueño era lo
imaginario vacío y nulo, bricolé arbitrariamente, con los ojos cerrados, con
residuos de la única realidad plena y positiva, la del día. Este es exactamente
el estatuto de la filosofía y de la ideología en la Ideología alemana (puesto
que la filosofía es la ideología por excelencia).
La ideología es pues para Marx un bricolage imaginario, un puro sueño,
vacío y vano, constituido con los «residuos diurnos» de la única realidad
plena y positiva, la de la historia, concreta de individuos concretos,
materiales, que producen materialmente su existencia. En este sentido, en la
Ideología alemana la ideología no tiene historia; su historia está fuera de ella,
allí donde existe la única historia existente, la de los individuos concretos,
etc. La tesis de que la ideología no tiene historia es en la Ideología alemana
una tesis puramente negativa ya que significa a la vez:

1) La ideología no es nada en tanto que es puro sueño (fabricado no se


sabe por qué potencia, a menos que lo sea por la alienación de la división del
trabajo, pero en tal caso también se trata de una determinación negativa).

2) La ideología no tiene historia, lo cual no quiere decir en absoluto que


no tenga historia (al contrario, puesto que no es más que el pálido reflejo,
vacío e invertido, de la historia real), sino que no tiene historia propia.

Ahora bien, la tesis que deseo defender, retomando formalmente los


términos de la Ideología alemana («la ideología no tiene historia»), es
radicalmente diferente de la tesis positivista-historicista de la Ideología
alemana.
Por una parte, puedo sostener que las ideologías tienen una historia
propia (aunque esté determinada en última instancia por la lucha de clases);
y, por otra, puedo sostener al mismo tiempo que la ideología en general no
tiene historia, pero no en un sentido negativo (su historia está fuera de ella),
sino en un sentido absolutamente positivo.
Este sentido es positivo si realmente es propio de la ideología el estar
dotada de una estructura y un funcionamiento tales que la constituyen en una
realidad no-histórica, es decir omnihistórica, en el sentido en que esa
estructura y ese funcionamiento, bajo una misma forma, inmutable, están
presentes en lo que se llama la historia toda, en el sentido en que el
Manifiesto define la historia como historia de la lucha de clases, es decir,
como historia de las sociedades de clases.
Para proveer aquí un hito teórico, retomando esta vez el ejemplo del
sueño según la concepción freudiana, diré que nuestra proposición («la
ideología no tiene historia») puede y debe —de una manera que no tiene nada
de arbitraria sino que, por el contrario, es teóricamente necesaria, pues existe
un lazo orgánico entre las dos proposiciones— ser puesta en relación directa
con aquella proposición de Freud que afirma que el inconsciente es eterno, o
sea, que no tiene historia.
Si eterno no quiere decir trascendente a toda historia (temporal), sino
omnipresente, transhistórico y, por lo tanto, inmutable en su forma en todo el
transcurso de la historia, yo retomaré palabra por palabra la expresión de
Freud y escribiré: la ideología es eterna, igual que el inconsciente, y agregaré
que esta comparación me parece teóricamente justificada por el hecho de que
la eternidad del inconsciente está en relación con la eternidad de la ideología
en general.
He aquí por qué me creo autorizado, al menos presuntivamente, para
proponer una teoría de la ideología en general, en el sentido en que Freud
presentó una teoría del inconsciente en general.
Para simplificar la expresión, teniendo en cuenta lo dicho sobre las
ideologías será conveniente emplear la palabra ideología a secas para
designar la ideología en general, de la cual acabo de decir que no tiene
historia o, lo que es igual, que es eterna, es decir, omnipresente bajo su forma
inmutable, en toda la historia (= la historia de las formaciones sociales
incluyendo las clases sociales). En efecto, me limito provisoriamente a las
«sociedades de clase» y a su historia.

La ideología es una «representación» de la relación


imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de
existencia.

Para abordar la tesis central sobre la estructura y el funcionamiento de la


ideología, deseo presentar primeramente dos tesis, una negativa y otra
positiva. La primera se refiere al objeto «representado» bajo la forma
imaginaria de la ideología, la segunda a la materialidad de la ideología.

Tesis 1: la ideología representa la relación imaginaria de los individuos con


sus condiciones reales de existencia.

Comúnmente se dice de las ideologías religiosa, moral, jurídica, política,


etc. que son otras tantas «concepciones del mundo». Por supuesto se admite,
a menos que se viva una de esas ideologías como la verdad (por ejemplo si se
«cree» en Dios, el Deber, la Justicia, etc.), que esa ideología de la que se
habla desde el punto de vista crítico, examinándola como un etnólogo lo hace
con los mitos de una «sociedad primitiva», que esas «concepciones del
mundo» son en gran parte imaginarias, es decir, que no «corresponden a la
realidad».
Sin embargo, aun admitiendo que no correspondan a la realidad, y por lo
tanto que constituyan una ilusión, se admite que aluden a la realidad, y que
basta con «interpretarlas» para encontrar en su representación imaginaria del
mundo la realidad misma de ese mundo (ideología = ilusión/alusión).
Existen diferentes tipos de interpretación: los más conocidos son el
mecanicista, corriente en el siglo XVII (Dios es la representación imaginaria
del Rey real), y la interpretación «hermenéutica» inaugurada por los primeros
Padres de la Iglesia y adoptada por Feuerbach y la escuela teológico-
filosófica surgida de él, ejemplificada por el teólogo Barth. (Para Feuerbach,
por ejemplo, Dios es la esencia del Hombre real). Voy a lo esencial al decir
que, con tal que se interprete la transposición (y la inversión) imaginaria de la
ideología, se llega a la conclusión de que en la ideología «los hombres se
representan en forma imaginaria sus condiciones reales de existencia».
Lamentablemente, esta interpretación deja en suspenso un pequeño
problema: ¿por qué los hombres «necesitan» esta transposición imaginaria de
sus condiciones reales de existencia para «representarse» sus condiciones de
existencia reales?
La primera respuesta (la del siglo VIII) propone una solución simple: ello
es culpa de los Curas o de los Déspotas que «forjaron» las «Bellas mentiras»
para que los hombres, creyendo obedecer a Dios, obedezcan en realidad a los
Curas o a los Déspotas, por lo general aliados en la impostura, ya que los
Curas se hallan al servicio de los Déspotas o viceversa, según la posición
política de dichos «teóricos». Existe pues una causa de la transposición
imaginaria de las condiciones reales de existencia: la existencia de un
pequeño grupo de hombres cínicos que basan su dominación y explotación
del «pueblo» en una representación falseada del mundo que han imaginado
para esclavizar los espíritus mediante el dominio de su imaginación.
La segunda respuesta (la de Feuerbach, adoptada al pie de la letra por
Marx en sus Obras de juventud) es más «profunda», pero igualmente falsa.
También ella busca y encuentra una causa de la transposición y la
deformación imaginaria de las condiciones reales de existencia de los
hombres (en una palabra, de la alienación en lo imaginario de la
representación de las condiciones de existencia de los hombres). Esta causa
no son ya los curas ni los déspotas, ni su propia imaginación activa y la
imaginación pasiva de sus víctimas. Esta causa es la alienación material que
reina en las condiciones de existencia de los hombres mismos. Es así como
Marx defiende en la Cuestión judía y otras obras la idea feuerbachiana de que
los hombres se forman una representación alienada (=imaginaria) de sus
condiciones de existencia porque esas condiciones son alienantes (en los
Manuscritos del 44, porque esas condiciones están dominadas por la esencia
de la sociedad alienada: el «trabajo alienado»).
Todas estas interpretaciones toman al pie de la letra la tesis que suponen y
sobre la cual se basan: que en la representación imaginaria del mundo que se
encuentra en una ideología están reflejadas las condiciones de existencia de
los hombres, y por lo tanto su mundo real.
Ahora bien, repito aquí una tesis que ya he anticipado: no son sus
condiciones reales de existencia, su mundo real, lo que los «hombres» «se
representan» en la ideología sino que lo representado es ante todo la relación
que existe entre ellos y las condiciones de existencia. Tal relación es el punto
central de toda representación ideológica y por lo tanto imaginaria del mundo
real. En esa relación está contenida la «causa» que debe dar cuenta de la
deformación imaginaria de la representación ideológica del mundo real. O
más bien, para dejar en suspenso el lenguaje causal, es necesario emitir la
tesis de que es la naturaleza imaginaria de esa relación la que sostiene toda
la deformación imaginaria que se puede observar (si no se vive en su verdad)
en toda ideología.
Para utilizar un lenguaje marxista, si bien aceptamos que la
representación de las condiciones reales de existencia de los individuos que
se desempeñan como agentes de la producción, de la explotación, de la
represión, de la ideologización y de la práctica científica, está determinada en
última instancia por las relaciones de producción y las relaciones derivadas
de ellas, diremos lo siguiente: toda ideología, en su formación necesariamente
imaginaria no representa las relaciones de producción existentes (y las otras
relaciones que de allí derivan) sino ante todo la relación (imaginaria) de los
individuos con las relaciones de producción y las relaciones que de ella
resultan. En la ideología no está representado entonces el sistema de
relaciones reales que gobiernan la existencia de los individuos, sino la
relación imaginaria de esos individuos con las relaciones reales en que viven.
Si esto es así, la pregunta sobre la «causa» de la deformación imaginaria
de las relaciones reales en la ideología desaparece y debe ser reemplazada por
otra: ¿por qué la representación dada a los individuos de su relación
(individual) con las relaciones sociales que gobiernan sus condiciones de
existencia y su vida colectiva e individual es necesariamente imaginaria? ¿Y
cuál es la naturaleza de este ente imaginario? La cuestión así planteada halla
solución en la existencia de una «camarilla[14]» de individuos (curas o
déspotas) autores de la gran mistificación ideológica, o bien en el carácter
alienado del mundo real. Veremos el porqué al desarrollar nuestra
exposición. Por el momento, no iremos más lejos.

Tesis 2: la ideología tiene una existencia material.

Ya hemos tocado esta tesis al decir que las «ideas» o «representaciones»,


etc. de las que parece compuesta la ideología, no tienen existencia ideal,
idealista, espiritual, sino material. Hemos sugerido incluso que la existencia
ideal, idealista, espiritual de las «ideas» deriva exclusivamente de una
ideología de la «idea» y de la ideología y, agreguemos, de una ideología de lo
que parece «fundar» esta concepción desde la aparición de las ciencias, es
decir, lo que practican las ciencias se representan, en su ideología espontánea,
como las «ideas», verdaderas o falsas. Por supuesto que esta tesis, presentada
bajo la forma de una afirmación, no está demostrada. Pedimos solamente que
se le conceda, digamos en nombre del materialismo, un juicio previo
simplemente favorable. Para su demostración serían necesarios extensos
razonamientos.
En efecto, para avanzar en nuestro análisis de la naturaleza de la ideología
necesitamos una tesis presuntiva de la existencia no espiritual sino material
de las «ideas» u otras «representaciones». O nos es simplemente útil para que
aparezca más claramente lo que todo análisis más o menos serio de una
ideología cualquiera muestra inmediatamente de manera empírica a todo
observador, aun al que no posea gran sentido crítico. Cuando nos referimos a
los aparatos ideológicos de Estado y a sus prácticas, hemos dicho que todos
ellos son la realización de una ideología (ya que la unidad de esas diferentes
ideologías particulares —religiosa, moral, jurídica, política, estética, etc.—
está asegurada por su subordinación a la ideología dominante). Retomamos
esta tesis: en un aparato y su práctica, o sus prácticas, existe siempre una
ideología. Tal existencia es material.
Por supuesto, la existencia material de la ideología en un aparato y sus
prácticas no posee la misma modalidad que la existencia material de una
baldosa o un fusil. Pero aun con riesgo de que se nos tilde de neoaristotélicos
(señalemos que Marx sentía gran estima por Aristóteles) diremos que «la
materia se dice en varios sentidos» o más bien que existe bajo diferentes
modalidades, todas en última instancia arraigadas en la materia «física».
Dicho esto, veamos lo que pasa en los «individuos» que viven en la
ideología, o sea con una representación determinada del mundo (religiosa,
moral, etc.) cuya deformación imaginaria depende de su relación imaginaria
con sus condiciones de existencia, es decir, en última instancia, con las
relaciones de producción y de clase (ideología = relación imaginaria con las
relaciones reales). Diremos que esta relación está dotada de existencia
material.
He aquí entonces lo que se puede comprobar. Un individuo cree en Dios,
o en el Deber, o en la Justicia, etcétera. Tal creencia depende (para todo el
mundo, o sea, para todos los que vive en una representación ideológica de la
ideología, que reduce la ideología a ideas dotadas por definición de existencia
espiritual) de las ideas de dicho individuo, por lo tanto, de él mismo en tanto
sujeto poseedor de una conciencia en la cual están contenidas las ideas de su
creencia. A través de lo cual, es decir, mediante el dispositivo «conceptual»
perfectamente ideológico así puesto en juego (el sujeto dotado de una
conciencia en la que forma o reconoce libremente las ideas en que cree), el
comportamiento (material) de dicho sujeto deriva de él naturalmente.
El individuo en cuestión se conduce de tal o cual manera, adopta tal o
cual comportamiento práctico y, además, participa de ciertas prácticas
reguladas, que son las del aparato ideológico del cual «dependen» las ideas
que él ha elegido libremente, con toda conciencia, en su calidad de sujeto. Si
cree en Dios, va a la iglesia para asistir a la misa, se arrodilla, reza, se
confiesa, hace penitencia (antes ésta era material en el sentido corriente del
término) y naturalmente se arrepiente, y continúa, etc. Si cree en el deber
tendrá los comportamientos correspondientes, inscritos en prácticas rituales
«conformes a las buenas costumbres». Si cree en la justicia, se someterá sin
discutir a las reglas del derecho, podrá incluso protestar cuando sean
violadas, firmar petitorios, tomar parte en una manifestación, etcétera.
Comprobamos en todo este esquema que la representación ideológica de
la ideología está obligada a reconocer que todo «sujeto» dotado de una
«conciencia» y que cree en las «ideas» de su «conciencia» le inspira y acepta
libremente, debe «actuar según sus ideas», debe por lo tanto traducir en los
actos de su práctica material sus propias ideas de sujeto libre. Si no lo hace,
eso «no está bien».
En realidad, si no hace lo que debería hacer en función de lo que cree,
hace entonces otra cosa, lo cual —siempre en función del mismo esquema
idealista— da a entender que tiene otras ideas que las que proclama y que
actúa según esas otras ideas, como hombre «inconsecuente» («nadie es
malvado voluntariamente»), cínico, o perverso.
En todos los casos, la ideología de la ideología reconoce, a pesar de su
deformación imaginaria, que las «ideas» de un sujeto humano existen o
deben existir en sus actos, y si eso no sucede, le proporciona otras ideas
correspondientes a los actos (aun perversos) que el sujeto realiza.
Esa ideología habla de actos: nosotros halaremos de actos en prácticas. Y
destacaremos que tales prácticas están reguladas por rituales en los cuales se
inscriben, en el seno de la existencia material de un aparato ideológico,
aunque sólo sea de una pequeña parte de ese aparato: una modesta misa en
una pequeña iglesia, un entierro, un match de pequeñas proporciones en una
sociedad deportiva, una jornada de clase en una escuela, una reunión o un
mitin de un partido político, etcétera.
Debemos además a la «dialéctica» defensiva de Pascal la maravillosa
fórmula que nos permitirá trastocar el orden del esquema nocional de la
ideología. Pascal dijo, poco más o menos: «Arrodillaos, moved los labios en
oración, y creeréis». Trastoca así escandalosamente el orden de las cosas,
aportando, como Cristo, la división en lugar de la paz y, por añadidura, el
escándalo mismo, lo que es muy poco cristiano (¡pues desdichado aquel por
quien el escándalo llega al mundo!), bendito escándalo que le hizo mantener,
por un acto de desafío jansenista, un lenguaje que designa la realidad en
persona.
Se nos permitirá dejar a Pascal con sus argumentos de lucha ideológica en
el seno del aparato ideológico de Estado religioso de su tiempo. Y se nos
dejará usar un lenguaje más directamente marxista, si es posible, pues
entramos en terrenos todavía mal explorados.
Diremos pues, considerando sólo un sujeto (un individuo), que la
existencia de las ideas de su creencia es material, en tanto esas ideas son
actos materiales insertos en prácticas materiales, reguladas por rituales
materiales definidos, a su vez, por el aparato ideológico material del que
proceden las ideas de ese sujeto. Naturalmente los cuatro adjetivos
«materiales» inscritos en nuestra proposición deben ser afectados por
modalidades diferentes, ya que la materialidad de un desplazamiento para ir a
misa, del acto de arrodillarse, de un ademán para persignarse o para indicar
mea culpa, de una frase, de una oración, de un acto de contrición, de una
penitencia, de una mirada, de un apretón de manos, de un discurso verbal
externo o de un discurso verbal «interno» (la conciencia), no son una sola y
misma materialidad. Dejamos en suspenso la teoría de la diferencia de las
modalidades de la materialidad.
En esta presentación trastrocada de las cosas, no nos encontramos en
absoluto ante un «trastrocamiento», pues comprobamos que ciertas nociones
han desaparecido pura y simplemente de nuestra nueva presentación, en tanto
que, por el contrario, otras subsisten y aparecen nuevos términos.
Ha desaparecido: el término ideas.
Subsisten: los términos sujeto, conciencia, creencia, actos.
Aparecen: los términos prácticas, rituales, aparato ideológico.
No se trata pues de un trastrocamiento (salvo en el sentido en que se dice
que un gobierno se ha trastrocado), sino de un reordenamiento (de tipo no-
ministerial) bastante extraño, pues obtenemos el siguiente resultado.
Las ideas en tanto tales han desaparecido (en tanto dotadas de una
existencia ideal, espiritual), en la misma medida en que se demostró que su
existencia estaba inscrita en los actos de las prácticas reguladas por los
rituales definidos, en última instancia, por un aparato ideológico. Se ve así
que el sujeto actúa en la medida en que es actuado por el siguiente sistema
(enunciado en su orden de determinación real): ideología existente en un
aparato ideológico material que prescribe prácticas materiales reguladas por
un ritual material, prácticas éstas que existen en los actos materiales de un
sujeto que actúa con toda conciencia según su creencia.
Pero esta misma presentación prueba que hemos conservado las nociones
siguientes: sujeto, conciencia, creencia, actos. De esta secuencia extraemos
luego el término central, decisivo, del que depende todo: la noción de sujeto.
Y enunciamos enseguida dos tesis conjuntas:

1) No hay práctica sino por y bajo una ideología.

2) No hay ideología sino por el sujeto y para los sujetos.

Podemos pasar ahora a nuestra tesis central.

La ideología interpela a los individuos como sujetos

Esta tesis viene simplemente a explicitar nuestra última proposición: la


ideología sólo existe por el sujeto y para los sujetos. O sea: sólo existe
ideología para los sujetos concretos y esta destinación de la ideología es
posible solamente por el sujeto: es decir por la categoría de sujeto y su
funcionamiento.
Con esto queremos decir que aun cuando no aparece bajo esta
denominación (el sujeto) hasta el advenimiento de la ideología burguesa, ante
todo con el advenimiento de la ideología jurídica[15], la categoría de sujeto
(que puede funcionar bajo otras denominaciones: por ejemplo, en Platón, el
alma, Dios, etc.) es la categoría constitutiva de toda ideología, cualquiera que
sea su fecha histórica, ya que la ideología no tiene historia.
Decimos que la categoría de sujeto es constitutiva de toda ideología, pero
agregamos enseguida que la categoría de sujeto es constitutiva de toda
ideología sólo en tanto toda ideología tiene por función (función que la
define) la «constitución» de los individuos concretos en sujetos. El
funcionamiento de toda ideología existe en ese juego de doble constitución,
ya que la ideología no es nada más que su funcionamiento en las formas
materiales de la existencia de ese funcionamiento.
Para comprender claramente lo que sigue es necesario tener presente que
tanto el autor de estas líneas como el lector que las lee son sujetos y, por lo
tanto, sujetos ideológicos (proposición tautológica), es decir que tanto el
autor como el lector de estas líneas viven «espontáneamente» o
«naturalmente» en la ideología, en el sentido en que hemos dicho que «el
hombre es por naturaleza un animal ideológico».
Que el autor, al escribir las líneas de un discurso que pretende ser
científico, esté completamente ausente, como «sujeto», de su «discurso»
científico (pues todo discurso científico es por definición un discurso sin
sujeto y sólo hay «sujeto de la ciencia» en una ideología de la ciencia), es
otra cuestión, que por el momento dejaremos de lado.
Tal como dijo admirablemente San Pablo, es en el «Logos» (entendamos,
en la ideología) donde tenemos «el ser, el movimiento y la vida». De allí
resulta que, tanto para ustedes como para mí, la categoría de sujeto es una
«evidencia» primera (las evidencias son siempre primeras): está claro que
ustedes y yo somos sujetos (libres, morales, etc.). Como todas las evidencias,
incluso aquellas por las cuales una palabra «designa una cosa» o «posee una
significación» (incluyendo por lo tanto las evidencias de la «transparencia»
del lenguaje), esta «evidencia» de que ustedes y yo somos sujetos —y el que
esto no constituya un problema— es un efecto ideológico, el efecto
ideológico elemental[16]. En efecto, es propio de la ideología imponer (sin
parecerlo, dado que son «evidencias») las evidencias como evidencias que no
podemos dejar de reconocer, y ante las cuales tenemos la inevitable y natural
reacción de exclamar (en voz alta o en el «silencio de la conciencia»): «¡Es
evidente! ¡Eso es! ¡Es muy cierto!».
En esta reacción se ejerce la función de reconocimiento ideológico que es
una de las dos funciones de la ideología como tal (su contrario es la función
de desconocimiento).
Tomemos un ejemplo muy «concreto»: todos nosotros tenemos amigos
que cuando llaman a nuestra puerta y nosotros preguntamos «¿quién es?» a
través de la puerta cerrada, responden (pues es «evidente») «¡Soy yo!». De
hecho, nosotros reconocemos que «es ella» o «es él». Abrimos la puerta, y
«es cierto que es ella quien está allí». Para tomar otro ejemplo, cuando
reconocemos en la calle a alguien de nuestro conocimiento, le mostramos que
lo hemos reconocido (y que hemos reconocido que nos ha reconocido)
diciéndole «¡Buen día, querido amigo!» y estrechándole la mano (práctica
material ritual de reconocimiento ideológico de la vida diaria, al menos en
Francia; otros rituales en otros lugares). Con esta advertencia previa y sus
ilustraciones concretas, deseo solamente destacar que ustedes y yo somos
siempre ya sujetos que, como tales, practicamos sin interrupción los rituales
del reconocimiento ideológico que nos garantizan que somos realmente
sujetos concretos, individuales, inconfundibles e (naturalmente)
irremplazables. La escritura a la cual yo procedo actualmente y la lectura a la
cual ustedes se dedican actualmente[17] son, también ellas, desde este punto
de vista, rituales de reconocimiento ideológico, incluida la «evidencia» con
que pueda imponérseles a ustedes la «verdad» de mis reflexiones o su
«falsedad».
Pero reconocer que somos sujetos, y que funcionamos en los rituales
prácticos de la vida cotidiana más elemental (el apretón de manos, el hecho
de llamarlo a usted por su nombre, el hecho de saber, aun cuando lo ignore,
que usted «tiene» un nombre propio que lo hace reconocer como sujeto
único, etc.), tal reconocimiento nos da solamente la «conciencia» de nuestra
práctica interesante (eterna) del reconocimiento ideológico —su conciencia,
es decir su reconocimiento—, pero no nos da en absoluto el conocimiento
(científico) del mecanismo de este reconocimiento. Ahora bien, en este
conocimiento hay que ir a parar si se quiere, mientras se hable en la ideología
y desde el seno de la ideología, esbozar un discurso que intente romper con la
ideología para atreverse a ser el comienzo de un discurso científico (sin
sujeto) sobre la ideología.
Entonces, para representar por qué la categoría de sujeto es constitutiva
de la ideología, la cual sólo existe al constituir a los sujetos concretos en
sujetos, voy a emplear un modo de exposición especial, lo bastante
«concreto» como para que sea reconocido, pero suficientemente abstracto
como para que sea pensable y pensado dando lugar a un conocimiento.
Diría en una primera fórmula: toda ideología interpela a los individuos
concretos como sujetos concretos, por el funcionamiento de la categoría de
sujeto.
He aquí una proposición que implica que por el momento distinguimos
los individuos concretos por una parte y los sujetos concretos por la otra, a
pesar d que, en este nivel, no hay sujeto concreto si no está sostenido por un
individuo concreto.
Sugerimos entonces que la ideología «actúa» o «funciona» de tal modo
que «recluta» sujetos entre los individuos (los recluta a todos), o
«transforma» a los individuos en sujetos (los transforma a todos) por medio
de esta operación muy precisa que llamamos interpelación, y que se puede
representar con la más trivial y corriente interpelación policial (o no) «¡Eh,
usted, oiga!»[18].
Si suponemos que la hipotética escena ocurre en la calle, el individuo
interpelado se vuelve. Por este simple giro físico de 180 grados se convierte
en sujeto. ¿Por qué? Porque reconoció que la interpelación se dirigía
«precisamente» a él y que «era precisamente él quien había sido interpelado»
(y no otro). La experiencia demuestra que las telecomunicaciones prácticas
de la interpelación son tales que la interpelación siempre alcanza al hombre
buscado: se trate de un llamado verbal o de un toque de silbato, el interpelado
reconoce siempre que era precisamente él a quien se interpelaba. No deja de
ser éste un fenómeno extraño que no sólo se explica por «el sentimiento de
culpabilidad», pese al gran número de personas que «tienen algo que
reprocharse».
Naturalmente, para comodidad y claridad de la exposición de nuestro
pequeño teatro teórico, hemos tenido que presentar las cosas bajo la forma de
una secuencia, con un antes y un después, por lo tanto bajo la forma de una
sucesión temporal. Hay individuos que se pasean. En alguna parte
(generalmente a sus espaldas) resuena la interpelación: «¡Eh, usted, oiga!».
Un individuo (en el 90% de los casos aquel a quien va dirigida) se vuelve,
creyendo-suponiendo-sabiendo que se trata de él, reconociendo pues que «es
precisamente a él» a quien apunta la interpelación. En realidad las cosas
ocurren sin ninguna sucesión. La existencia de la ideología y la interpelación
de los individuos como sujetos son una sola y misma cosa.
Podemos agregar que lo que parece suceder así fuera de la ideología (con
más exactitud en la calle) pasa en realidad en la ideología. Lo que sucede en
realidad en la ideología parece por lo tanto que sucede fuera de ella. Por eso
aquellos que están en la ideología se creen por definición fuera de ella; uno
de los efectos de la ideología es la negación práctica por la ideología del
carácter ideológico de la ideología: la ideología no dice nunca «soy
ideológica». Es necesario estar fuera de la ideología, es decir en el
conocimiento científico, para poder decir: yo estoy en la ideología (caso
realmente excepcional) o (caso general): yo estaba en la ideología. Se sabe
perfectamente que la acusación de estar en la ideología sólo vale para los
otros, nunca para sí (a menos que se sea realmente spinozista o marxista, lo
cual respecto de este punto equivale a tener exactamente la misma posición).
Esto quiere decir que la ideología no tiene afuera (para ella), pero al mismo
tiempo que no es más que afuera (para la ciencia y la realidad).
Esto lo explicó perfectamente Spinoza doscientos años antes que Marx,
quien lo practicó sin explicarlo en detalle. Pero dejemos este punto, pletórico
de consecuencias no sólo teóricas sino directamente políticas, ya que de él
depende, por ejemplo, toda la teoría de la crítica y de la autocrítica, regla de
oro de la práctica de la lucha de clases marxista-leninista.
La ideología interpela, por lo tanto, a los individuos como sujetos. Dado
que la ideología es eterna, debemos ahora suprimir la forma de temporalidad
con que hemos representado el funcionamiento de la ideología y decir: la
ideología ha siempre-ya interpelado a los individuos como sujetos; esto
equivale a determinar que los individuos son siempre-ya interpelados por la
ideología como sujetos, lo cual necesariamente nos lleva a una última
proposición: los individuos son siempre-ya sujetos. Por lo tanto los
individuos son «abstractos» respecto de los sujetos que ellos mismos son
siempre-ya. Esta proposición puede parecer una paradoja.
Sin embargo, el hecho de que un individuo sea siempre-ya sujeto, aun
antes de nacer, es la simple realidad, accesible a cualquiera y en absoluto
paradójica. Freud demostró que los individuos son siempre «abstractos»
respecto de los sujetos que ellos mismos son siempre-ya, destacando
simplemente el ritual que rodeaba a la espera de un «nacimiento», ese «feliz
acontecimiento». Cualquiera sabe cuánto y cómo se espera a un niño que va a
nacer. Lo que equivale a decir más prosaicamente, si convenimos en dejar de
lado los «sentimientos», es decir las formas de la ideología familiar,
paternal/maternal/conyugal/fraternal, en las que se espera el niño por nacer:
se sabe de antemano que llevará el Apellido de su Padre, tendrá pues una
identidad y será irremplazable. Ya antes de nacer el niño es por lo tanto
siempre-ya sujeto, está destinado a serlo en y por la configuración ideológica
familiar específica en la cual es «esperado» después de haber sido concebido.
Inútil decir que esta configuración ideológica familiar está en su unicidad
fuertemente estructurada y que en esta estructura implacable más o menos
«patológica» (suponiendo que este término tenga un sentido asignable), el
antiguo futuro-sujeto debe «encontrar» «su» lugar, es decir «devenir» el
sujeto sexual (varón o niña) que ya es por anticipado. Es evidente que esta
sujeción y preasignación ideológica y todos los rituales de la crianza y la
educación familiares tienen alguna relación con lo que Freud estudió en las
formas de las «etapas» pregenitales y genitales de la sexualidad, por lo tanto
en la «toma» de lo que Freud señaló, por sus efectos, como el Inconsciente.
Pero dejemos también este punto.
Avancemos otro paso. Lo que va a retener ahora nuestra atención es la
forma en que los «actores» de esta puesta en escena de la interpelación y sus
roles específicos son reflejados en la estructura misma de toda ideología.

Un ejemplo: la ideología religiosa cristiana

Como la estructura formal de toda ideología es siempre la misma, nos


limitaremos a analizar un solo ejemplo, accesible a todos, el de la ideología
religiosa: puntualizamos que puede reproducirse la misma demostración con
respecto a la ideología moral, jurídica, política, estética, etcétera.
Consideremos pues la ideología religiosa cristiana. Vamos a emplear una
figura retórica y «hacerla hablar», es decir, reunir en un discurso ficticio lo
que «dice», no sólo en sus dos Testamentos, en sus teólogos y sus Sermones,
sino además en sus prácticas, sus rituales, sus ceremonias y sus sacramentos.
La ideología religiosa cristiana dice poco más o menos lo que sigue:
Yo me dirijo a ti, individuo humano llamado Pedro (todo individuo es
llamado por su nombre, en sentido pasivo, y nunca es él mismo quien se da
su Nombre), para decirte que Dios existe y qué tú le debes rendir cuentas.
Agrega: es Dios quien se dirige a ti por intermedio de mi voz (ya que la
Escritura ha recogido la palabra de Dios, la Tradición la ha transmitido, la
Infalibilidad Pontificia la fija para siempre en sus puntos «delicados»). Dice:
he aquí quién eres tú: ¡tú eres Pedro! ¡He aquí cuál es tu origen, has sido
creado por Dios por la eternidad, aunque hayas nacido en 1920 después de
Jesucristo! ¡He aquí tu lugar en el mundo! ¡He aquí lo que debes hacer!
¡Gracias a lo cual, si observas la «ley del amor», serás salvado, tú, Pedro, y
formarás parte del Cuerpo Glorioso de Cristo!, etcétera.
Es ese un discurso totalmente conocido y trivial, pero al mismo tiempo
totalmente sorprendente. Sorprendente, pues si consideramos que la ideología
religiosa se dirige precisamente a los individuos[19] para «transformarlos en
sujetos», interpelando al individuo Pedro para hacer de él un sujeto, libre de
obedecer o desobedecer al llamado, es decir a las órdenes de Dios: si los
llama por su Nombre, reconociendo así que ellos son siempre-ya interpelados
como sujetos dotados de una identidad personal (hasta el punto de que el
Cristo de Pascal dice: «Por ti yo he derramado esta gota de mi sangre»); si los
interpela de tal modo que el sujeto responde «Sí, ¡soy precisamente yo!» si
obtiene el reconocimiento de que ellos ocupan exactamente el lugar que ella
les ha asignado como suyo en el mundo, una residencia fija («¡es verdad,
estoy aquí, obrero, patrón, soldado!») en este valle de lágrimas; si obtiene de
ellos el reconocimiento de un destino (la vida o la condena eternas) según el
respeto o el desprecio con los que traten los «mandamientos de Dios», la Ley
convertida en Amor; si todo esto sucede exactamente así (en las prácticas de
los muy conocidos rituales del bautismo, de la confirmación, de la comunión,
de la confesión y de la extremaunción, etc.), debemos señalar que todo este
«procedimiento» que pone en escena sujetos religiosos cristianos está
dominado por un fenómeno extraño: tal multitud de sujetos religiosos
posibles existe sólo con la condición absoluta de que exista Otro Sujeto
Único, Absoluto, a saber, Dios.
Convengamos en designar este nuevo y singular Sujeto con la grafía
Sujeto con mayúscula, para distinguirlo de los sujetos ordinarios, sin
mayúscula.
Resulta entonces que la interpelación a los individuos como sujetos
supone la «existencia» de otro Sujeto, Único y central en Nombre del cual la
ideología religiosa interpela a todos los individuos como sujetos. Todo esto
está claramente escrito[20] en las justamente llamadas Escrituras. «En
aquellos tiempos, el Señor Dios (Yahvé) habló a Moisés en la zarza. Y el
Señor llamó a Moisés: “¡Moisés!”, “¡Soy (precisamente) yo!”, dijo Moisés,
“¡yo soy Moisés tu servidor, habla y yo te escucharé!” y el Señor habló a
Moisés y dijo: “Yo Soy El que Soy”».
Dios se definió a sí mismo como el Sujeto por excelencia, aquel que es
por sí y para sí («Yo soy Aquel que soy»), y aquel que interpela a su sujeto,
el individuo que le está sometido por su interpelación misma, a saber el
individuo denominado Moisés. Y Moisés, interpelado-llamado por su
Nombre, reconociendo que era «precisamente» él quien era llamado por
Dios, reconoce que es sujeto, sujeto de Dios, sujeto sometido a Dios, sujeto
por el Sujeto y sometido al Sujeto. La prueba es que lo obedece y hace
obedecer a su pueblo las órdenes de Dios.
Dios es pues el Sujeto, y Moisés, y los innumerables sujetos del pueblo de
dios, sus interlocutores-interpelados: sus espejos, sus reflejos. ¿Acaso los
hombres no fueron creados a imagen de Dios? Como toda la reflexión
teológica lo prueba, mientras que Él «podría» perfectamente prescindir de
ellos… Dios necesita a los hombres, el Sujeto necesita a los sujetos, tanto
como los hombres necesitan a Dios, los sujetos necesitan al Sujeto. Mejor
dicho: Dios necesita a los hombres, el gran Sujeto necesita a los sujetos
incluso en la espantosa inversión de su imagen en ellos (cuando los sujetos se
revuelcan en el desenfreno, en el pecado).
Mejor aún: Dios se desdobla y envía su Hijo a la tierra, como simple
sujeto «abandonado» por él (la larga queja del Huerto de los Olivos que
termina en la Cruz), sujeto pero también Sujeto, hombre pero Dios, para
cumplir aquello para lo cual se prepara la Redención final, la Resurrección
del Cristo. Dios necesita pues «hacerse» hombre él mismo, el Sujeto necesita
convertirse en sujeto, como para demostrar empíricamente, de manera visible
para los ojos, tangible para las manos (véase Santo Tomás) de los sujetos que,
si son sujetos sometidos al Sujeto, es únicamente para regresar finalmente, el
día del Juicio Final, al seno del Señor, como el Cristo, es decir al Sujeto[21].
Descifremos en lenguaje teórico esta admirable necesidad del
desdoblamiento del Sujeto en sujetos y del Sujeto mismo en sujeto-Sujeto.
Observamos que la estructura de toda ideología, al interpelar a los
individuos como sujetos en nombre de un Sujeto Único y Absoluto es
especular, es decir en forma de espejo, y doblemente especular; este
redoblamiento especular es constitutivo de la ideología y asegura su
funcionamiento. Lo cual significa que toda ideología está centrada, que el
Sujeto Absoluto ocupa el lugar único del Centro e interpela a su alrededor a
la infinidad de los individuos como sujetos en una doble relación especular
tal que somete a los sujetos al Sujeto, al mismo tiempo que les da en el Sujeto
en que todo sujeto puede contemplar su propia imagen (presente y futura), la
garantía de que se trata precisamente de ellos y de Él y de que, al quedar
todo en Familia (la Santa Familia: la Familia es por esencia santa), «Dios
reconocerá en ella a los suyos», es decir que aquellos que hayan reconocido a
Dios y se hayan reconocido en Él serán salvados.
Resumamos lo que hemos obtenido sobre la ideología en general.
La estructura especular redoblada de la ideología asegura a la vez:

1) la interpelación de los «individuos» como sujetos,

2) su sujeción al Sujeto,

3) el reconocimiento mutuo entre los sujetos y el Sujeto, y entre los


sujetos mismos, y finalmente el reconocimiento del sujeto por él mismo[22],

4) la garantía absoluta de que todo está bien como está y de que, con la
condición de que los sujetos reconozcan lo que son y se conduzcan en
consecuencia, todo irá bien: «Así sea».

Resultado: tomados en este cuádruple sistema de interpelación como


sujetos, de sujeción al Sujeto, de reconocimiento universal y de garantía
absoluta, los sujetos «marchan», «marchan solos» en la inmensa mayoría de
los casos, con excepción de los «malos sujetos» que provocan la intervención
ocasional de tal o cual destacamento del aparato (represivo) de Estado. Pero
la inmensa mayoría de los (buenos) sujetos marchan bien «solos», es decir
con la ideología (cuyas formas concretas están realizadas en los aparatos
ideológicos de Estado). Se insertan en las prácticas gobernadas por los
rituales a los AIE. «Reconocen» el estado de cosas existentes (das
Bestehende), que «es muy cierto que es así y no de otro modo», que se debe
obedecer a Dios, a su conciencia, al cura, a de Gaulle, al patrón, al ingeniero,
que se debe «amar al prójimo como a sí mismo», etc. Su conducción
concreta, material, no es más que la inscripción en la vida de las admirables
palabras de su plegaria «¡Así sea!».
Sí, los sujetos «marchan solos». Todo el misterio de este efecto reside en
los dos primeros momentos del cuádruple sistema de que acabamos de
hablar, o, si se prefiere, en la ambigüedad del término sujeto. En la acepción
corriente del término, sujeto significa efectivamente 1) una subjetividad libre:
un centro de iniciativas, autor y responsable de sus actos; 2) un ser sojuzgado,
sometido a una autoridad superior, por lo tanto despojado de toda libertad,
salvo la de aceptar libremente su sumisión. Esta última connotación nos da el
sentido de esta ambigüedad, que no refleja sino el efecto que la produce: el
individuo es interpelado como sujeto (libre) para que se someta libremente a
las órdenes del Sujeto, por lo tanto para que acepte (libremente) su sujeción,
por lo tanto para que «cumpla solo» los gestos y actos de su sujeción. No hay
sujetos sino por y para su sujeción. Por eso «marchan solos».
“¡Así sea!”… Esas palabras, que registran el efecto a obtener, prueban
que no es «naturalmente» así («naturalmente»: fuera de esta plegaria, o sea,
fuera de la intervención ideológica). Esas palabras prueban que es necesario
que sea así, para que las cosas sean como deben ser, digámoslo ya: para que
la reproducción de las relaciones de producción sea asegurada cada día
(incluso en los procesos de producción y circulación) en la «conciencia», o
sea, en el comportamiento de los individuos sujetos que ocupan los puestos
que la división socio-técnica del trabajo les ha asignado en la producción, la
explotación, la represión, la ideologización, la práctica científica, etc. ¿Qué
implica realmente ese mecanismo del reconocimiento especular del Sujeto, de
los individuos interpelados como sujetos y de la garantía dada por el Sujeto a
los sujetos si aceptan libremente su sometimiento a las «órdenes» del Sujeto?
La realidad de ese mecanismo, aquella que es necesariamente desconocida en
las formas mismas del reconocimiento (ideología =
reconocimiento/desconocimiento) es efectivamente, en última instancia, la
reproducción de las relaciones de producción y las relaciones que de ella
dependen.

Enero-abril de 1969

P.S. Si bien estas pocas tesis esquemáticas permiten aclarar ciertos


aspectos del funcionamiento de la superestructura y de su modo de
intervención en la infraestructura, son evidentemente abstractas y
dejan necesariamente en suspenso importantes problemas, sobre
los cuales debemos decir unas palabras:

1) El problema del proceso de conjunto de la realización de la


reproducción de las relaciones de producción.

Los AIE contribuyen, como elemento de ese proceso, a esta


reproducción. Pero el punto de vista de su simple contribución se
mantiene abstracto.
Solamente en el seno mismo de los procesos de producción y de
circulación se realiza esta reproducción. Es realizada por el
mecanismo de esos procesos, donde es «perfeccionada» la
formación de los trabajadores, donde le son asignados los puestos,
etc. Es en el mecanismo interno de esos procesos donde va a
ejercerse el efecto de diferentes ideologías (ante todo de la
ideología jurídico-moral).
Pero este punto de vista continúa siendo abstracto, dado que en
una sociedad de clase las relaciones de producción son relaciones
de explotación, por lo tanto, relaciones entre clases antagónicas.
La reproducción de las relaciones de producción, objetivo último
de la clase dominante, no puede ser una simple operación técnica
de formación y distribución de los individuos en los diferentes
puestos de la «división técnica» del trabaja toda división
«técnica», toda organización «técnica» del trabajo es la forma y la
máscara de una división y una organización sociales (de clase) del
trabajo. La reproducción de las relaciones de producción sólo
puede ser, por lo tanto, una empresa de clase. Se realiza a través
de una lucha de clases que opone la clase dominante a la clase
explotada.
El proceso de conjunto de la realización de la reproducción de las
relaciones de producción se mantiene pues abstracto a menos de
ubicarse en el punto de vista de la lucha de clases. Ubicarse en el
punto de vista de la reproducción es, en última instancia, por lo
tanto, ubicarse en el punto de vista de la lucha de clases.

2) El problema de la naturaleza de clase de las ideologías que


existen en una formación social.

El «mecanismo» de la ideología en general es una cosa. Se ha visto


que se reducía a ciertos principios contenidos en pocas palabras
(tan «pobres» como las que definen según Marx la producción en
general, o en Freud el inconsciente en general). Si hay en él algo de
verdad, ese mecanismo es abstracto con respecto a toda formación
ideológica real.
Se ha propuesto la idea de que las ideologías eran realizadas en las
instituciones, en sus rituales y sus prácticas, los AIE. Se ha visto
que éstos contribuían a una formación de la lucha de clases, vital
para la clase dominante, que es la reproducción de las relaciones
de producción. Pero este mismo punto de vista, por más real que
sea, sigue siendo abstracto.
En efecto, el Estado y sus aparatos sólo tienen sentido desde el
punto de vista de la lucha de clases, como aparato de lucha de
clases que asegura la opresión de clases y garantiza las
condiciones de la explotación y de su reproducción. Pero no existe
lucha de clases sin clases antagónicas. Quien dice lucha de clase
de la clase dominante dice resistencia, rebelión y lucha de clase de
la clase dominada.
Por esta razón los AIE no son la realización de la ideología en
general, ni tampoco la realización sin conflictos de la ideología de
la clase dominante. La ideología de la clase dominante no se
convierte en dominante por gracia divina, ni en virtud de la simple
toma del poder de Estado. Esta ideología es realizada, se realiza y
se convierte en dominante con la puesta en marcha de los AIE.
Ahora bien, esta puesta en marcha no se hace sola, por el
contrario, es objeto de una ininterrumpida y muy dura lucha de
clases: primero contra las antiguas clases dominantes y sus
posiciones en los viejos y nuevos AIE, después contra la clase
explotada.
Pero este punto de vista de la lucha de clases en los AIE es todavía
abstracto. En efecto, la lucha de clases en los AIE es ciertamente un
aspecto de la lucha de clases, a veces importante y sintomática por
ejemplo la lucha antirreligiosa del siglo XVIII, y actualmente, la
«crisis» del AIE escolar en todos los países capitalistas. Pero la
lucha de clases en los AIE es sólo un aspecto de una lucha de clases
que desborda los AIE. La ideología que una clase en el poder
convierte en dominante en sus AIE, se realiza en esos AIE, pero los
desborda, pues viene de otra parte; también la ideología que una
clase dominada consigue defender en y contra tales AIE los
desborda, pues viene de otra parte.
Las ideologías existentes en una formación social sólo pueden
explicarse desde el punto de vista de las clases, es decir, de la
lucha de clases. No sólo desde ese punto de partida es posible
explicar la realización de la ideología dominante en los AIE y las
formas de lucha de clases en las cuales tanto la sede como lo que
está en juego son los AIE. Pero también y principalmente desde ese
punto de vista se puede comprender de dónde provienen las
ideologías que se realizan en los AIE y allí se enfrentan.
Puesto que si es verdad que los AIE representan la forma en la cual
la ideología de la clase dominante debe necesariamente medirse y
enfrentarse, las ideologías no «nacen» en los AIE sino que son el
producto de las clases sociales tomadas en la lucha de clases: de
sus condiciones de existencia, de sus prácticas, de su experiencia
de lucha, etcétera.
LOUIS ALTHUSSER, nacido en Birmandreïs (Argelia), en 1918, es
actualmente uno de los más lúcidos representantes de la vanguardia teórica
del pensamiento marxista. A finales de la década de los 40 irrumpe en los
campos de la filosofía y de la política. Desde 1948 es profesor de la École
Normale Supérieure de París. Ha publicado: La revolución teórica de Marx,
Para leer El Capital, Lenin y la filosofía, Respuesta a John Lewis, Curso de
filosofía para científicos, entre otros.
Notas
[1]El texto que se va a leer está constituido por dos extractos de un estudio en
curso. El autor quiso titularlos Notas para una investigación. Las ideas
expuestas sólo deben considerarse como introducción a una discusión. (Nota
de la redacción de la revista La Pensée). <<
[2] Carta a Kugelman del 11.7.1868 (Lettres sur Le Capital, Ed. Sociales,
p. 229). <<
[*] S.M.I.G.: salario mínimo interprofesional garantizado. (N. del T.) <<
[3] Marx ha dado el concepto científico: el capital variable. <<
[4] En Pour Marx y Lire Le Capital, Maspero, 1965. <<
[5]Tópico, del griego topos: lugar. Una tópica representa en un aspecto
definido los respectivos lugares ocupados por tal o cual realidad: así la
economía está abajo (la base), la superestructura arriba. <<
[6] Véase más adelante Acerca de la ideología. <<
[7]Gramsci es, por lo que sabemos, el único que siguió el camino tomado por
nosotros. Tuvo esta idea «singular» de que el Estado no se reduce al aparato
(represivo) del Estado, sino que comprende, como él decía, cierto número de
instituciones de la «sociedad civil»: la Iglesia, las escuelas, los sindicatos, etc.
Gramsci, lamentablemente, no sistematizó sus intuiciones, que quedaron en
el estado de notas agudas, aunque parciales. Véase Gramsci, Oeuvres
Choisies, Ed. Sociales, pp. 290, 291 (nota 3), 293, 295, 436. Véase Lettres de
la Prison, Ed. Sociales. <<
[8] La familia cumple, evidentemente, otras funciones que la de un AIE.
Interviene en la reproducción de la fuerza de trabajo. Es, según los modos de
producción, unidad de producción y(o) unidad de consumo. <<
[9]«Derecho» pertenece a la vez al aparato (represivo) del Estado y al sistema
de los AIE. <<
[10]En un texto conmovedor, que data de 1937, Krupskaia relató los
esfuerzos desesperados de Lenin, y lo que ella consideraba como su fracaso
(«Le chemin parcouru»). <<
[11] Lo que se dice aquí, rápidamente, de la lucha de clases en los AIE, está
lejos de agotar la cuestión. Para abordarla es necesario tener presentes dos
principios: El primer principio fue formulado por Marx en el Prefacio a la
Contribución: «Cuando se consideran tales conmociones (una revolución
social) es necesario distinguir siempre entre la conmoción material —que
puede comprobarse de una manera científicamente rigurosa— de las
condiciones económicas de producción, y las formas jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas en las cuales los hombres toman conciencia
de ese conflicto y lo llevan hasta el fin». La lucha de clases se expresa y se
ejerce pues en las formas ideológicas y también por lo tanto en las formas
ideológicas de los AIE. Pero la lucha de las clases desborda ampliamente
esas formas, y por ello la lucha de las clases explotadas puede ejercerse
también en las formas de los AIE, para volver contra las clases en el poder el
arma de la ideología. Esto ocurre en virtud del segundo principio: la lucha de
clases desborda los AIE porque está arraigada fuera de la ideología, en la
infraestructura, en las relaciones de producción, que son relaciones de
explotación y que constituyen la base de las relaciones de clase. <<
[12]En gran parte. Pues las relaciones de producción son reproducidas en
primer lugar por la materialidad del proceso de producción y del proceso de
circulación. Pero no se debe olvidar que las relaciones ideológicas están
inmediatamente presentes en esos mismos procesos. <<
[13]Para la parte de la reproducción a la cual contribuyen el aparato
represivo de Estado y los AIE. <<
[*] Antiguamente, obreros pertenecientes a un mismo gremio
(compagnonnage). (N. del T.) <<
[14]Utilizo adrede este término tan moderno. Pues aun en esferas comunistas
es lamentablemente moneda corriente «explicar» las desviaciones políticas
(oportunismo de derecha o de izquierda) por la acción de una «camarilla». <<
[15]Que utiliza la categoría jurídica de «sujeto de derecho» para convertirla
en una noción ideológica: el hombre es por naturaleza un sujeto. <<
[16]Los lingüistas y los que se refugian en la lingüística con fines diversos
tropiezan a menudo con dificultades que resultan de su desconocimiento del
juego de los efectos ideológicos en todos los discursos, incluso los discursos
científicos. <<
[17]Obsérvese que ese doble actualmente es una nueva prueba de que la
ideología es «eterna», ya que esos dos «actualmente» están separados por
cualquier intervalo de tiempo. Yo escribo estas líneas el 6 de abril de 1969,
ustedes las leerán en cualquier momento. <<
[18]En la práctica policial la interpelación, esa práctica cotidiana sometida a
un ritual preciso, adopta una forma completamente especial ya que se ejerce
sobre los «sospechosos». <<
[19]Aunque sabemos que el individuo es siempre sujeto, seguimos usando ese
término, cómodo por el efecto contrastante que produce. <<
[20] Cito de manera combinada, o textual, pero sí «en espíritu y verdad». <<
[21]
El dogma de la Trinidad es la teoría del desdoblamiento del Sujeto (el
Padre) en sujeto (el Hijo) y de su relación especular (el Espíritu Santo). <<
[22]Hegel es (sin saberlo) un admirable «teórico» de la ideología, en tanto
que «teórico» del Reconocimiento Universal, que lamentablemente terminó
en la ideología del Saber Absoluto. Feuerbach es un sorprendente «teórico»
de la relación especular, que lamentablemente terminó en la ideología de la
Esencia Humana. Si se desea encontrar elementos para desarrollar una teoría
de la garantía, es necesario volver a Spinoza. <<

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