Etchevarren - Reseña El Cuerpo Queer
Etchevarren - Reseña El Cuerpo Queer
Etchevarren - Reseña El Cuerpo Queer
Roberto Echavarren
Hay trabajos interesantes, por ejemplo, “Cómo ser gay”, de David Halperin. Me parece
interesante como puesta en escena de la relación (universitaria o no) maestro/alumno,
con las tensiones eróticas que esa relación puede implicar. Es interesante como relato,
pero no como elaboración nocional.
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queer” de Judith Halberstam.
“Masturbación ardiente” de Leo Bersani invoca tres episodios literarios: El discurso del
método (y aún las Meditaciones) de Descartes, A la busca del tiempo perdido de Marcel
Proust, y el autoanálisis de Freud en La interpretación de los sueños.
Lo que para Bersani tienen en común estas tres empresas de escritura es la vocación del
autor para aislarse e investigar dentro de sí, haciendo caso omiso de las distracciones del
mundo exterior, algo que les preocupa, en el caso de Descartes las ideas claras y
distintas, en Proust la memoria involuntaria, las asociaciones a que lo lleva una
experiencia sensible (el gusto de una magdalena empapada en té) y en el de Freud cierto
paradigma del deseo sexual. Tomando como punto de partida la premisa freudiana de
que el eros impregna toda aventura de pensamiento, la empresa solitaria de estos tres
autores es comparada por Bersani a un acto de masturbación que llevaría en estos casos
no a la eyaculación sino a un “climax sublimado”.
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El cuerpo queer. Subvertir la hétero-normatividad, Autores Varios, Buenos Aires, Letra Viva, ediciones
Lecol, 2015.
Bersani parece olvidar que ese “dominio” lo ejercen estos autores primordialmente
sobre sí mismos y no sobre el mundo, y que tampoco se trata de un dominio en un
sentido autocrático sino más bien de encontrar la vertebración del mundo, de entenderlo
a partir de la propia experiencia sin consultar a nadie, dominio irónico ya que en buena
parte prescinde del mundo.
Esa vertebración a mi ver tiene por cometido sobrevivir, encontrar una manera de
sobrevivencia por encima de las presiones del mundo y de las opiniones. Es un rescate e
intensificación de la propia experiencia, que es lo más precioso y lo único que
poseemos. Y que podemos tratar de entender o “dominar”. Supongo que lo que interesa
a Bersani es el aspecto in-comunicativo de estas actividades (masturbación o
investigación estética o intelectual), la soledad y el aislamiento, el carácter no-relacional
de estas propedéuticas.
“Los instrumentos [para lograr ese climax] son crudas fantasías sexuales o la
investigación científica o filosófica.” Entonces lo decisivo, lo que une esas actividades,
es el imperativo de sobrevivir, de ordenar el mundo viendo cómo funciona y poder usar
nuestras capacidades para actuar en él con éxito. Nietzsche trae a colación este motivo y
lo recuerda Foucault: el impulso para pensar no es conocer, sino ordenar ciertas
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impresiones para poder actuar y sobrevivir en el mundo.
Bersani parte de la premisa freudiana de que el sexo, o en todo caso el eros, permea
toda la actividad psíquica, por lo tanto un esfuerzo intenso de pensamiento, que se lleva
a cabo en solitario, sea el de Descartes, el de Proust o el autoanálisis de Freud son
comparables a actividades masturbatorias y a un climax que sería un “orgasmo
sublimado”. Lo malo de esta premisa y de los ejemplos de Bersani es que, si el eros
incluye toda la actividad psíquica, se vuelve indiscernible per se. No se entiende muy
bien qué es lo que Bersani se propone mostrar o iluminar.
Escribe: “El uso del lenguaje es ya y siempre un encuentro con fricciones entre un
sujeto no localizable y una otredad continuamente articulada (la fantasía del lenguaje
como separándonos del ser auténtico, que ejemplifica el onanismo filosófico).”
“Margen del deseo. Lo que vemos lo que nos mira” de Adrián Cangi2, parte de un
planteo acerca del fetiche similar al enfoque de mi libro Arte andrógino, estilo versus
moda3. Cangi quiere limpiar la noción de fetiche de sus adherencias metafóricas o
metafísicas o teológicas.
El fetiche convocaría una experiencia similar a la que alude Benjamin con la noción de
aura. Discernir cierto brillo, un punto de atracción, que convoca una intensa imagen sin
idea, que parece que nos mira, es también, para Cangi, reaccionar contra el
reductivismo, o el “enanismo”, del deseo, que concibe su objeto en términos
antropomórficos, vale decir ve en el fetiche un falo encubierto de la madre que deniega
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la castración o mutilación supuesta en la mente del niño con respecto a los genitales
femeninos. Nada de esto parece sostenerse, o al menos niega lo que el fetiche tiene de
productivo en el plano de la fantasía.
En el poema filosófico El sueño de la mexicana Juana Inés de la Cruz (del siglo XVII,
quizá el mejor poema de la lengua) asistimos a la descripción pormenorizada de una
flor; la apertura del capullo y despliegue de los pétalos lleva a la protagonista del poema
a pensar en “la dulce herida de la Cipria Diosa” (vale decir en la vulva de Afrodita). En
este caso, el fetiche (la flor) sustituiría (si de sustitución se tratara) no al falo sino a la
vulva. No parece que haya un referente inequívoco que nos lleve a la interpretación
“recta” del fetiche en general. Junto con la vulva, o superpuesta a ella, el poema evoca
la panoplia del maquillaje.
La flor ya era en Góngora pretexto para un juego conceptista de la duda: “duda cuál
más su color sea/ o púrpura nevada o nieve roja”. La perplejidad acerca de la flor se
extiende a El Sueño, donde leemos: “purpúreo es ampo, rosicler nevado,/ tornasol”.
Los cambiantes colores florales, las plumas del cuello de la paloma –tornasol- fueron
ejemplos de Sexto Empírico para argumentar acerca de los dudosos informes de la vista.
Aquí el alma percibe la flor, pero ignora las razones de sus colores, de su diseño. La flor
2
Adrián Cangi, “Margen del deseo. Lo que vemos, lo que nos mira”, en El cuerpo queer, op. cit., pp. 61-
96.
3
Roberto Echavarren, Arte andrógino, estilo versus moda, Montevideo, Brecha, 1998, Buenos Aires,
Colihue, 1998. Reediciones en España, Chile, Uruguay; esta última Montevideo, Hum, 2012.
se cierra y se abre, los pétalos se pliegan y despliegan. “Ya roto del capullo el blanco
sello” exhibe un cáliz de pétalos curvos; evoca la rotura del himen y los labios abiertos
de una vagina, “la dulce herida de la Cipria Diosa” (Afrodita, Venus). La flor
permanece incomprendida, pero es el trampolín para una alucinación erótica. El trayecto
horizontal por Sicilia tampoco conduce al alma al conocimiento sino, a través de la
imagen de la flor, a una excitación venusina, no a conocer, sino a gozar, vale decir a una
mezcla de placer, ansiedad y dolor. A un saber del goce a través de la experiencia. Goce
de altura que abarca el conjunto de los objetos, y goce terrestre concentrado en una flor.
Al soñar, los objetos no son fácticos, sino que interpelan, sirven de apoyaturas para el
juego de las apetencias. Extrañeza embarazosa, vínculo que revela un interés intenso, la
flor es un objeto parcial, un señuelo fascinante; oculta y revela la herida de Venus; pero
es sobre todo trasunto de una tramoya, la seducción del maquillaje femenino: “veneno,
hace dos veces ser nocivo/ en el velo aparente/ de la que finge tez resplandeciente.”
Vale decir el fetiche despliega el territorio de la fascinación y el engaño. Del artificio.
Maquillaje, en alemán maken, es hacer, el make up es la construcción de un fascinio que
vale por sí mismo.
“Hemos sido liberados por la imagen de fuerte impronta portadora de una potencia
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artificial”, escribe Cangi. Reclama limpiar al fetiche de adherencias metafóricas o
teológicas. Históricamente, los exploradores portugueses del siglo XV llamaron feitiço
(de fazer en portugués, que puede connotar también ensalmo o encantamiento) a ciertos
objetos inanimados a los que muchos grupos tribales atribuían poderes. Charles de
Brosses emplea el término en su Historia de las navegaciones a las tierras australes
(1756) y en Del culto de los dioses fetiches (1760) y lo define así: “Los objetos de esta
especie son menos dioses propiamente dichos que cosas dotadas de una virtud divina,
oráculos, amuletos, y talismanes preservativos.” Los opone al culto de los astros al
destacar su carácter terrestre, y además los considera irreductibles a una interpretación
alegórica. En este sentido, la veneración de fetiches se contrapone a la religión de
sacerdotes, cuando un poder institucional es dueño de la doctrina y el dogma. Respalda
de este modo el anticlericalismo iluminista de la Enciclopedia. Y desafía la
interpretación.
El costado iluminista del fetiche resultó ensombrecido por Carlos Marx, y la sospecha
moderna lo señaló como el objeto-tipo que encierra supersticiones y enfermedades.
“Fetiche es para Marx un rasgo o tipo de la forma mercancía que es a la vez visible e
inasible pero que sutura las relaciones sociales. Dicho de otro modo, las mercancías
poseen el mismo poder del fetiche, su propia energía mágica.” La mercancía, en tanto
que fetiche, ocultaría el trabajo de producción que está detrás del objeto. Marx usa la
noción de fetiche para leer en ella un síntoma de los intercambios. “Síntoma que
Nietzsche destruye y destituye al proponer que toda nuestra configuración lingüística y
nuestra rudimentaria psicología se sostiene en el yo como fetichización del ser y la
sustancia.”
www.revistanacate.com ñácate Cuaderno, septiembre 2016
Roberto Echavarren, Reseña de El cuerpo queer ñácate
Por otro lado, al fetiche suele considerárselo como una imagen congelada
[…] a la que volveríamos una y otra vez para conjurar las incómodas
consecuencias del movimiento… Vemos sin embargo en el presente no
tanto una fijación ligada al objeto sino una insubordinación irregular,
marginal e ilógica, capaz de convocar a través del objeto todas las
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potencias virtuales… que permiten la fuga del deseo más que su
cristalización.
Esta fuerte atracción, este brillo que afecta y trastorna y asombra, “expresa algo real y
no sólo un temor que fecundaría la adoración muda del objeto.” Lejos de ilustrar el
temor y la carencia, el fetiche es sobreabundancia, un manantial fecundo que justifica la
adoración muda. Su efecto es una intensificación del ánimo que dispara la fantasía.
Inviste ciertos materiales y formas que, por contraste con los órganos del cuerpo,
podemos considerar inorgánicos. Inviste eróticamente objetos fabricados, tramas,
tejidos. Si estuviera asociado a alguna parte del cuerpo, pene o vulva, eso no agotaría
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para nada su virtud, que va más allá de lo orgánico, más allá de lo antropomórfico, y
abre un campo de registro, un plano de consistencia, una membrana o territorio
investido por el deseo por encima de lo orgánico, como un elemento envolvente, que lo
recubre, una membrana sin espesor.
Para Hegel el fetiche tiene una condición opaca o aporética: no se puede por el fetiche
acceder al otro. El fetiche deshace la dialéctica entre el sujeto y el otro. No es dialéctico.
Por eso es conveniente que el otro, si existe, esté dormido. Tal es el caso de las muñecas
de Felisberto Hernández que, llenas de agua caliente, crean la incertidumbre siniestra
acerca de si están muertas o vivas.
Es una representación sin idea, de fuerte impronta, más allá de interpretaciones rectas u
erróneas. No se disuelve como el síntoma al ser interpretado; el fetiche se aparta de las
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preocupaciones del análisis si éste busca detectar síntomas; el fetiche es indisoluble, es
incorruptible, sobrevive a las interpretaciones. Si el síntoma manifiesta un problema,
una incomodidad, en relación al deseo, y se disuelve al ser interpretado, el fetiche es la
cifra misma del deseo, y no puede ser traducido, ni se disuelve a través de ninguna
interpretación, sino que persiste, desafiante e inspirador. Cuando hablamos de fetiche
estamos hablando de sobreabundancia, de exceso, de creación. La compañía productora
de los films de Pedro Almodóvar se llama El deseo. Se trata de un deseo productor
estimulado por los fetiches.
Cangi enfoca su análisis del fetiche en tres autores: Sacher-Masoch, Lewis Carroll and
Charlotte von Mahlsdorf. En ellos comprueba “el secreto de un juego que desborda las
identidades biológicas o culturales. Se trata de la plena aparición de una potencia
espiritual con materialidad sensual que promete lo indecidible.” Al final de su trabajo
expande su análisis a otros autores:
A diferencia del Bund, que estaba ligado a la República de Weimar, y en contraste con
él, Hans Blüher es el autor de dos obras que alcanzaron gran resonancia en Alemania al
principio del siglo, Die deutsche Wandervogelbewegung als erotisches Phänomen (El
movimiento alemán de Pájaros errantes como fenómeno erótico), de 1912, el mismo
año en que Magnus Hirschfeld publicó Travestis y Die Rolle der Erotik in der
männlichen Gesellschaft, (El rol de lo erótico en la sociedad de hombres) en dos
volúmenes en 1917 y 1919. Hans Blüher estaba cerca de ciertos círculos de los SA de
Hitler y fue miembro de la Gemeischaft der Eigenen (Sociedad de los únicos), el
movimiento homosexual de Adolf Brand, que se consideraba como una forma superior
de organización, un contra-poder estatal, que reuniría a la élite masculina de la nación
que luchase por la libertad, no de los débiles, sino de los fuertes. Escribe Blüher: “El
joven se enamora de un hombre mayor y se desliga de la madre y los primeros lazos
femeninos.” Los enemigos de la Männerbund son la mujer, la familia, la escuela, y las
diferencias generacionales que encierran a los adolescentes y a los adultos en
compartimientos separados. El Estado sería una Männerbund global para crear una
sociedad homoerótica como alternativa al liberalismo y al marxismo. Su idea de la
sociedad de los hombres se concretó principalmente en los SA de Hitler. Era una
alternativa a la República de Weimar, liberal y democrática. Era un culto a la virilidad, a
la camaradería y a la fidelidad. La mitología nazi se inscribe en esta órbita.
Sin embargo en 1934 Hitler decidió eliminar a los cabecillas de los SA para aliarse con
la Wehrmacht (el Ejército alemán). El resto lo conocemos bien, la estrella rosada y los
campos de concentración para los homosexuales.
Lo que Halberstam llama “el giro antisocial” en estudios queer tiene el interés de
defender la diferencia queer en cuanto tal, haciendo obstáculo a la integración y a la
comunidad de valores entre los desviados y los normales. El dilema sería el siguiente:
¿armonizarse en el matrimonio, en la idea de un hijo, en la estabilidad patrimonial de la
pareja casada, o defender la diferencia en tanto diferencia, la negatividad, la esterilidad
queer como valores? Una posición desconfiada y hosca, que Halberstam vincula a la
actitud punk de los Sex Pistols, por más que los Sex Pistols no fuesen homosexuales.
Sin embargo para ella ejemplifican una actitud reactiva de protesta.
El libro No Future, Queer Theory and the Death Drive, de Lee Edelman,
[…] implica orientar nuestros deseos hacia el eterno resplandor del niño
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inmaculado y encontrar el lado oscuro de los imaginarios políticos en la
lógica anti reproductiva y estéril de la relación queer. El no future
pareciera decir no demasiado sobre la poderosa negatividad de la política
punk. Cuando The Sex Pistols le escupieron en la cara al provincialismo
británico y se denominaron ‘las flores de la basura’, cuando ellos mismos
se asociaron a la basura y a los escombros de la sociedad educada,
lanzaron su veneno hacia la humanidad. La negatividad puede ser anti-
política, pero no necesariamente es apolítica. Podemos recordar que los
Sex Pistols usaron la frase “no future” para llamar a todos los despojados
de Gran Bretaña. En la canción con la que debutaron, escrita como un
gesto de celebración por el jubileo de plata de la Reina, los Sex Pistols
convirtieron el himno nacional en un gruñido de rechazo hacia la
tradición monárquica, el apoyo nacional para la continuación de la
monarquía y los intereses del futuro que la celebración traicionaba, donde
el futuro representaba la nación, las divisiones de clases y razas sobre las
que dependía la noción de pertenencia nacional, y la actividad de celebrar
un sistema ideológico que le daba significado a la nación y que le quitaba
significado a los pobres, los desempleados, los promiscuos, los no
ciudadanos, los inmigrantes racializados y los queer.
Valerie Solanas dedicó su vida a la guerra contra los hombres. En su SCUM Manifesto
contrapone al patriarcado sus propias ideas sobre la masculinidad y la violencia. “Para
Solanas, el patriarcado es un sistema de significados que divide claramente las
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características positivas y negativas entre hombres y mujeres.” Frente a lo cual Solanas
propone la violencia y el exterminio de los hombres para demoler el orden hegemónico.
Jamaica Kinkaid, la escritora negra de Antigua que vive en Estados Unidos, evocada
por Halberstam, y que no es lesbiana, quizá ni siquiera feminista, dice en una entrevista:
“Creo que la vida es difícil y eso es todo. No me interesa para nada, para nada, la
busca de la felicidad. No me interesa la busca de lo positivo. Me interesa la busca de la
verdad, y la verdad a veces parece que no es la felicidad sino su opuesto.” Halberstam
señala que “la protagonista de la novela de Kinkaid Autobiografía de mi madre no
quiere ser madre para no reproducirse en el contexto del colonialismo o para reclamar
su parentesco con un padre colonizado.” Esto no impide por cierto que Kinkaid se
haya casado y se la madre de dos hijos.
Son éstos los ejemplos de actitudes antisociales que releva Halberstam desde el costado
de las mujeres. Son ejemplos anti-positivos, que sin embargo pueden tener una fuerza
crítica que se sitúa fuera del orden social, fuera de cualquier intento de integración.